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Diario Río Negro, Sábado 6 de setiembre de 2003. Cuando algo sale mal.Por Tomás Buch. 1/2
Nuestra civilización se ha hecho cada vez más “tecnodependiente”. La enorme mayoría de la
población en nuestro país -y en gran parte de los desarrollados- es urbana. Depende, por lo
tanto, de sistemas de sostén que son de gran complejidad. Si falla cualquiera de ellos, la so-
ciedad entra en una situación de emergencia que rápidamente puede causar víctimas fatales.
Por lo tanto, esos sistemas deberían estar diseñados teniendo en cuenta todas las fallas posi-
bles, para evitar desde el tablero de dibujo que puedan ocurrir.
Los métodos de diseño para lograr ese objetivo han sido desarrollados en gran medida en la
industria nuclear, debido a que en ella las consecuencias de eventuales accidentes pueden
ser aún más graves que en otros ámbitos, pero sus métodos son aplicables en general, y las
célebres normas ISO 9000 son un intento de aplicar la “cultura de la calidad y de la seguridad”
a los ámbitos de la vida diaria. El problema es que el mejor sistema destinado a evitar los
“errores humanos” que son frecuentemente asimilados a los clásicos actos de Dios o del azar
no puede ser más robusto que la decisión humana de imponer sus normas a todo costo.
Mencionemos un ejemplo de la interacción entre las fallas técnicas, los errores humanos y las
fallas sistémicas: se sabe que es difícil manejar un automóvil sobre el suelo helado, puesto
que los reflejos habituales de los conductores no son los adecuados para resolver una situa-
ción en la que el vehículo patina sobre hielo. Por lo tanto, existe un aprendizaje nuevo que
deben realizar los conductores en zonas, donde por razones climáticas, son frecuentes las
heladas o nevadas. Además, se hace importante el uso de cadenas u otros medios técnicos
para mejorar la adherencia de los neumáticos al camino. Si un conductor desprevenido causa-
ra un accidente, se podría argumentar que se trata de un “error humano” del mismo conduc-
tor, habituado a otras condiciones. Pero en un nivel superior, correspondería que alguien -un
cartel o un control- lo alertase eficazmente sobre el problema y le impidiese seguir si no tuvie-
ra los conocimientos y elementos adecuados a la situación. Si esos avisos no existen, la falla
humana se hace sistémica. Por último, es necesario que el conductor esté educado para
hacer caso de los avisos: si no lo hace, la falla, más allá de lo sistémico, sería cultural. A lo
que apunta el informe sobre el accidente del Columbia es, justamente, a sus causas culturales
e institucionales.
Cuanto más complejo es un sistema, tanto más se debe cuidar de que el azar y los siempre
posibles “errores humanos” se encuentren neutralizados. Ello se logra diseñando los sistemas
materiales y los procedimientos operativos con la seguridad como prioridad, pero acom-
pañándolos con medidas organizativas estrictas e imponiendo su cumplimiento. Por eso, las
fallas culturales son las más difíciles de neutralizar. Las actitudes, tan comunes entre noso-
tros, del “a mí no me va a pasar” son un grave escollo en el camino de una “cultura de la se-
guridad”.
Pero hay otros aspectos de este problema, que al parecer fue definitorio en el caso de los dos
accidentes de los transbordadores: existe una aparente contradicción entre la seguridad y la
eficiencia, como entre aquélla y las prioridades políticas. Los controles redundantes, los redi-
seños y los análisis de fallas cuestan dinero y llevan tiempo, tiempos que son de otra magni-
tud que los de las prioridades de otro orden. Entonces, en muchos casos, es necesario alcan-
zar un compromiso. Pero este compromiso se ve dificultado cuando los que pagan las conse-
cuencias de un error o un accidente no son los mismos que deben correr con los costos de
evitarlo. Aquí es el punto donde el riesgo sistémico corrido por una población por culpa de
prestadores desaprensivos se transforma en un problema moral y filosófico.
Diario Río Negro, Sábado 6 de setiembre de 2003. Cuando algo sale mal.Por Tomás Buch. 2/2