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2006
Norma Borrego Pérez
LAS POLÍTICAS PÚBLICAS DE PROTECCIÓN AL AMBIENTE EN NORTEAMÉRICA
Revista Mexicana de Estudios Canadienses (nueva época), verano, número 011
Asociación Mexicana de Estudios sobre Canadá
Culiacán, México
pp. 163-192
http://redalyc.uaemex.mx
LAS POLÍTICAS PÚBLICAS
DE PROTECCIÓN AL AMBIENTE EN NORTEAMÉRICA
Resumen
El artículo trata sobre los cambios más relevantes en la política ambiental de México,
Estados Unidos y Canadá durante las décadas anteriores a la firma del Tratado de Libre
Comercio de América del Norte y trata de probar que dichos cambios relevantes en
política ambiental, sobre todo en México, se aceleran a consecuencia de la firma de
dicho acuerdo.
ANTECEDENTES
perder la votación sobre el TLC en las legislaturas por una sencilla razón:
la sumisión de los legisladores al Ejecutivo.2
Al término de las negociaciones, los tres gobiernos se mostraron
satisfechos y expresaron, lo que consideraron como el mayor logro del
acuerdo de Cooperación Ambiental. Estados Unidos destacó la aplicación
de sanciones comerciales al país que no cumpliera sus propias leyes
ambientales; Canadá subrayó su objetivo de avanzar en la liberación
comercial; y el gobierno mexicano enfatizó su habilidad para poner a salvo
la soberanía del país y bajo ninguna circunstancia permitir la aplicación
extra-territorial de leyes extranjeras (ibidem: 38).
Un punto importante sobre el Acuerdo de Cooperación Ambiental, fue
la dirección opuesta que siguió el desarrollo de este proceso en Estados
Unidos y México. Mientras en el primero, un asunto de política interna
(la presión de los grupos opositores) impactó la política internacional
(forzando a la negociación del acuerdo paralelo); en México un asunto de
política internacional afectó de manera definitiva la política interna, pues
muchos cambios fundamentales de la política ambiental, se concretaron a
partir de la firma del TLC.
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LA POLÍTICA AMBIENTAL EN CANADÁ
de hacer leyes para “la paz, el orden y el buen gobierno” facultad conocida
como “Cláusula POGG” por sus siglas en inglés, en la sección 91 (20)
de la constitución.4
Durante la década de los setenta se crearon algunas leyes federales como
la Ley de Agua de Canadá (Canada Water Act), la Ley de Pesca (Fisheries
Act), la Ley de Aire Limpio (Clean Air Act), la Ley de Control de Descargas
al Océano (Ocean Dumping Control Act), y la Ley sobre Contaminantes del
Ambiente (Environmental Contaminants Act). Este “paquete” de leyes se
aprobó con el fin de instituir estándares nacionales y alentar su aplicación
en las provincias Sin embargo, después de este periodo y salvo enmiendas
menores, no se logró una nueva legislación hasta 1988.
Las provincias en respuesta a la iniciativa federal, asumieron un
papel destacado en la protección al ambiente, estableciendo su propia
legislación al fijar estándares de calidad de aire y agua, establecer derechos
de propiedad sobre tierras y aguas, regular permisos para establecimiento
de fuentes fijas de contaminantes (fábricas), gravar extracción y comercio
inter-provincial de recursos naturales. Algunas provincias superaron con
mucho los estándares federales.
Hasta finales de los ochenta, las relaciones gobierno federal-provincias
en materia ambiental se desarrollaron dentro de un marco de cooperación. 167
La inexistencia de conflictos intergubernamentales durante este periodo, se
explica por el hecho de que la federación no retaba la competencia de las
provincias en asuntos relacionados con los recursos naturales. Su papel se
limitó a conducir investigaciones, ofrecer asistencia técnica, y alentar de una
manera prudente (pero no coercitiva) a las provincias para la adopción de
estándares nacionales (Kathryn Harrison, 1995: 415). En 1984 el reporte
anual de Environment Canada, la agencia federal canadiense encargada
del ambiente, declaraba que: “sus facultades regulatorias serían utilizadas...
como último recurso” (ibid: 424).
Otro mecanismo institucional para evitar el conflicto en el campo
ambiental, fue la creación de un foro de discusión y consulta, para resolver
las posibles diferencias entre el gobierno federal y los gobiernos provinciales.
Con diferentes nombres desde 1964, este foro se conoce hoy en día
como Consejo Canadiense de Ministros del Medio Ambiente (CCME, por
sus siglas en inglés). Está conformado por once miembros: el ministro
federal y diez provinciales, en el que los ministros de los territorios tienen
derecho a voz, pero no a voto. Los puestos de dirección del organismo se
rotan anualmente entre sus miembros y los fondos se asignan de la siguiente
forma: un tercio del presupuesto lo aporta la federación y dos tercios las
provincias (Skogstad y Kopas, 1992: 48-49).
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Si bien es cierto que las decisiones de las cortes expandieron los espacios
al ciudadano común para actuar en defensa de sus intereses respecto al
medio ambiente, estas aperturas fueron resultado, en primera instancia,
de la acción de los grupos ambientalistas.
Antes de las decisiones judiciales, el derecho de los ciudadanos para
establecer demandas, estaba restringido en el sentido de que nadie podía
presentarse ante una corte con el propósito de defender el ambiente. El
único que podía iniciar un procedimiento de este tipo era el fiscal general
(Muldoon, 1995: 195). El ciudadano común se veía restringido por las
barreras legales como la Orden de Presentación (Standing Rule), que
sometía a la decisión de un juez la posibilidad de presentar una demanda
ante la corte.
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El problema era que al no poder usar las cortes para proteger el agua,
el aire, el suelo o los recursos de su comunidad, los ciudadanos no podían
incidir en la toma de decisiones que afectaban directamente su salud o el
ambiente. También se les excluía de la creación de políticas públicas, pues
no se informaba acerca de permisos solicitados por las empresas para operar,
el uso de sustancias peligrosas o el proceso de establecimiento de normas
técnicas, lo que impedía a los grupos interesados cuestionar las leyes y
reglamentos, o bien proponer alternativas para la solución de los problemas.
Debido a que la Constitución de 1982 no establecía de manera explícita
el derecho a un medio ambiente limpio, algunas provincias han dado
respuesta a las inquietudes de sus ciudadanos mediante la creación de leyes
específicas. Entre éstas se encuentra la Ley para la calidad del ambiente
de Québec (Loi sur la qualité de l’énvironnement du Québec) que otorga
a los residentes de la provincia: “el derecho a un ambiente sano y a su
protección, así como a la protección de las especies que lo habitan” (Ibid:
197-198). Otras provincias que han intentado hacer lo mismo, pero sin
éxito, son Alberta y Saskatchewan.
Fuente: James P. Lester, 1997, “Federalism and State Environmental Policy”, en James P.
Lester [ed.], Environmental Politics and Policy, op. cit., pp. 44-45.
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Fuente: Sheldon Kamieniecki, 1997, “Political Parties and Environmental Policy”, en James
P. Lester (ed.), Environmental Politics and Policy, op. cit., p. 156.
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tanto, que las industrias “sucias” podrían mudarse hacia ellos, promoviendo
el desarrollo económico a costa de la calidad del ambiente.
Pioneras en las luchas por la justicia ambiental son las mujeres de clase
obrera, encabezadas por Louis Gibbs, una trabajadora, ama de casa y madre
de familia que en 1978 emprendió una campaña contra la Compañía
Hokker Chemical, que vertía los desechos de su actividad en el Love
Canal (Niagara Falls, New York).
Su lucha comenzó al percatarse de la existencia de un alto número de
niños con leucemia y defectos congénitos, así como mujeres con abortos
múltiples en la comunidad; por lo que decidió iniciar una investigación
para saber qué estaba pasando. Al obtener pruebas de que la compañía de
químicos era el origen de estos problemas, entabló una demanda apoyada
por los habitantes de Niagara Falls.
Louis Gibbs y su grupo ganaron la demanda contra la compañía Hooker
y con los fondos obtenidos por la indemnización, establecieron en 1981 181
la Asociación de Ciudadanos por la Limpieza de los Residuos Peligrosos
(Citizen’s Clearinghouse for Hazardous Waste). Como consecuencia de estos
hechos se comenzaron desarrollar en todo Estados Unidos grupos locales
que luchaban en contra de los vertidos tóxicos, en 1984 había unos 600 y
para 1988 este número se incrementó a 4,687 (ibidem).
177). Esto significa que todas las agencias deben identificar y señalar los
posibles daños potenciales para la salud humana y, particularmente, sus
efectos sobre las minorías y poblaciones de bajos ingresos.
DELITOS AMBIENTALES
CONCLUSIONES
NOTAS
1
Véase Víctor M. Rojas, 1999. La protección del medioambiente en el
TLCAN y la OMC, Oxford University Press, México, p-34-35. También
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BIBLIOGRAFÍA