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Monseñor Marcel Lefebvre y la

audiencia de 1976 con el Papa Pablo VI


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audiencia-de-1976-con-el-papa-pablo-vi-39320

Julio 13, 2018


Origen: fsspx.news

Con la publicació n del libro de Monseñ or Sapienza, el 16 de mayo de 2018,


tenemos ahora dos fuentes que reproducen el famoso encuentro entre el Papa Pablo
VI y Monseñ or Marcel Lefebvre el 11 de septiembre de 1976, en Castel Gandolfo

La primera fuente en narrar el evento fue el mismo Monseñ or Lefebvre, quien


inmediatamente contó la historia a sus seminaristas en Ecô ne en dos conferencias
registradas los días 12 y 18 de septiembre de 1976. É stas fueron la base para el
relato proporcionado por su bió grafo autorizado, Monseñ or Tissier de Mallerais.

La segunda fuente, que hasta el momento se había mantenido en secreto, es la


transcripció n del encuentro, redactado por el Papa "lo má s fielmente posible". Las
palabras de la audiencia fueron puestas por escrito por el Cardenal Benelli, sustituto
del Secretario de Estado, y llenan ocho pá ginas escritas a má quina.
Aunque las dos conferencias de Monseñ or Lefebvre fueron una reacció n inmediata
al encuentro y estaban destinadas a sus seminaristas, no tenían la intenció n de
proporcionar todos los detalles de cada minuto de la audiencia.

La versió n textual elaborada por el Cardenal Benello es una transcripció n objetiva


de la audiencia privada, destinada, en primer lugar, al Papa y a sus colaboradores. El
autor documentó escrupulosamente el inicio de la conversació n (10:27) y su final
(11:05).

La acusación introductoria de Pablo VI


El inicio del encuentro, tal y como es reportado por ambas fuentes, fue una
verdadera acusació n contra el Fundador de la Fraternidad: "una tormenta", es lo
que diría posteriormente Monseñ or a sus seminaristas, resumiendo los reproches
de Pablo VI hacia su persona: "Usted me condena; soy un modernista, un
protestante. ¡Es intolerable! Usted está actuando erró neamente."

La transcripció n textual del Cardenal Benelli revela lo fuertes que fueron estas
acusaciones: "Yo espero encontrar frente a mí un hermano, un hijo, un amigo",
declaró Pablo VI. "Desgraciadamente", continuó , "la posició n que usted siempre ha
tomado es la de un antipapa... Va má s allá de todo límite en sus palabras, acciones y
actitud general." Lo que está en riesgo aquí, continuó el Santo Padre:

...no es la persona, es el Papa, y usted ha juzgado al Papa como infiel a la fe, de la


cual es el supremo garante. Tal vez sea la primera vez en la historia que esto sucede.
Usted le ha dicho al mundo entero que el Papa no tiene fe, que no cree, que es un
modernista, y demá s cosas por el estilo. Desde luego, debo mantener una actitud
humilde. Pero usted, usted se ha puesto a sí mismo en una situació n terrible. Usted
ha realizado acciones extremadamente graves frente al mundo entero.

La Respuesta de Monseñor Lefebvre: Un Obispo


Destrozado por la Situación en la Iglesia
Monseñ or Lefebvre respondió admitiendo que, si bien algunas de sus palabras y
escritos pudieron haber sido inadecuados, su intenció n jamá s fue atacar la persona
del Papa, sino que el problema real radicaba en otra parte: en lo que había estado
sucediendo en la Iglesia desde el Concilio. "La situació n es tal que no sabemos qué
hacer. Con todos estos cambios, corremos el riesgo de perder la fe o de dar la
impresió n de que estamos desobedeciendo." El prelado añ adió : "Quisiera poder
hincarme y aceptarlo todo, pero no puedo ir contra mi conciencia."

El obispo francés explicó su posició n:


No he sido yo quien creó este movimiento, sino los fieles que está n destrozados y
no aceptan algunas situaciones. Yo no soy el "líder de los tradicionalistas". Só lo soy
un obispo que, destrozado por los hechos actuales, ha tratado de formar sacerdotes
del mismo modo que se hacía antes del Concilio. Me comporto exactamente igual a
como lo hacía antes del Concilio. Por tanto, no puedo entender por qué se me
condena de pronto cuando lo ú nico que hago es formar sacerdotes en obediencia a
la sana Tradició n de la Santa Iglesia.

El Papa le pidió que continuara, por lo que Monseñ or Lefebvre pudo seguir
explicando su posició n:

Un gran nú mero de sacerdotes y de fieles creen que es difícil aceptar las


tendencias que iniciaron después del Concilio ecuménico Vaticano II sobre la
liturgia; la libertad religiosa; la formació n de los sacerdotes; las relaciones entre la
Iglesia y los gobiernos cató licos; las relaciones de la Iglesia con los protestantes. No
entienden có mo es que todas estas cosas que se promueven actualmente pueden
estar en consonancia con la sana Tradició n de la Iglesia. Insisto, no soy el ú nico que
piensa así. Se han formado grupos que me ruegan no abandonarlos...

Sin importar las disputas y calumnias, en ocasiones exacerbadas por los medios de
comunicació n, Monseñ or Lefebvre siempre regresaba a la dolorosa situació n en la
que se encontraba, es decir, las consecuencias de las reformas emprendidas en
nombre del Concilio Vaticano II. Y eran estas mismas reformas las que el Papa Pablo
VI le ordenaba aceptar, como lo comentó a sus cardenales cuatro meses antes. Ese
era el fondo de la cuestió n.

Detrá s de estas reformas, lo que estaba en peligro era la fe. El informe de la


audiencia del 11 de septiembre lo menciona explícitamente: "No sé qué hacer",
expresaba, angustiado, el ex arzobispo de Tulle:

Quiero formar sacerdotes segú n la fe y en la fe. Sufro terriblemente al ver los otros
seminarios, donde ocurren situaciones inimaginables. Los religiosos que se
mantienen fieles a sus há bitos son condenados y despreciados por sus obispos,
mientras que aquellos que viven una vida secular y se comportan como las personas
del mundo, son aceptados.

Un Diálogo en Oídos Sordos


El Papa respondió argumentando que se encontraba trabajando arduamente para
eliminar "ciertos abusos que no está n en concordancia con el actual Derecho
Canó nico en vigor, es decir, el del Concilio y de la Tradició n." Le reprochó a
Monseñ or Lefebvre el hecho de no esforzarse por ver y comprender que las palabras
y acciones del Papa "garantizan la fidelidad de la Iglesia al pasado, mientras que, al
mismo tiempo, responden a las necesidades presentes y futuras." El Santo Padre
continuó :
Nosotros somos los primeros en lamentar estes excesos. Somos, en primer lugar,
los má s decididos a resolverlos. Pero el remedio no radica en desafiar a la autoridad
de la Iglesia. Le he escrito en varias ocasiones, pero usted ha hecho caso omiso.

Monseñ or Lefebvre intentó aprovechar esta acusació n del Papa para ilustrar la
dificultad concreta que había motivado su acció n desafiante y su lucha por mantener
la fe, abordando el tema de la libertad religiosa, la novedad má s importante
introducida por el Concilio Vaticano II: "Lo que leemos en el documento conciliar va
en contra de todo lo que sus predecesores han dicho."

Pero Pablo VI no quiso adentrarse en los detalles. Respondió diciendo que este
tema no podía ser tratado en una audiencia; sin embargo, tomó nota de la
perplejidad de su interlocutor, añ adiendo: "Lo que me preocupa no es la perplejidad,
sino su actitud hacia el Concilio."

Una vez má s, el Papa se negó a escuchar sobre el problema doctrinal que


involucraba la fe y su profesió n pú blica en la sociedad. Prefirió enfocarse en lo que
él consideraba una actitud rebelde y desobediente por parte de Monseñ or Lefebvre,
quien, después de todo, estaba desobedeciendo un Concilio ecuménico "que tiene la
misma autoridad, y, en algunos aspectos, es incluso má s importante que el Concilio
de Nicea," como lo había escrito Pablo VI en una carta dirigida a Monseñ or Lefebvre,
con fecha del 29 de junio de 1975

El siguiente diálogo es sumamente esclarecedor: 

Monseñor Lefebvre: "No estoy en contra del Concilio, sino en contra de algunas de
sus actas."

Papa Pablo VI: "Si no está en contra del Concilio, entonces debe adherirse a él, a
todos sus documentos."

Monseñor Lefebvre: "Entonces tendríamos que elegir entre lo que dice el Concilio y


lo que han dicho sus predecesores."

Papa Pablo VI: "Como dije antes, he tomado nota de su perplejidad."

Era evidente que no había forma de llegar a un acuerdo, y se trataba


verdaderamente de un diá logo entre sordos; por un lado, un prelado tratando de
explicar los graves motivos que lo impulsaban a actuar, y por el otro, el Santo Padre
reprochá ndole este comportamiento sin querer adentrarse en una discusió n
profunda. Sin duda, ésta fue la razó n por la que Monseñ or Lefebvre decidió abordar
las cuestiones prá cticas.

Una Solicitud y una Oferta


El obispo de Ecô ne buscó una puerta trasera, para conseguir, al menos, un
beneficio de su audiencia con el Vicario de Cristo para los cató licos tradicionales
destrozados por la situació n en la Iglesia:

Quiero pedirle algo. ¿No sería posible ordenar obispos y concederles una capilla en
las iglesias donde las personas puedan acudir a rezar como lo hacían antes del
Concilio? Hoy todo está permitido; ¿por qué no pemitirnos también algo a nosotros?

Pablo VI se mostró rígido: "Somos una comunidad. No podemos permitir


independencias en el comportamiento de los distintos componentes de la
comunidad."

Monseñ or Lefebvre insistió , empleando un argumento ad hominem:

El Concilio admite el pluralismo. Lo que pedimos es que se nos aplique el mismo


principio a nosotros. Si Su Santidad hiciera esto, todo se resolvería. Habría un
aumento en las vocaciones. Los aspirantes al sacerdocio desean ser formados segú n
la verdadera piedad. Su Santidad tiene en sus manos la solució n al problema que
preocupa a tantos cató licos actualmente. En cuanto a mí, estoy listo a hacer lo que
sea por el bien de la Iglesia. Uno de los miembros de la Sagrada Congregació n para
los Religiosos puede vigilar mi seminario; ya no daré má s conferencias;
permaneceré en mi seminario; le prometo que no volveré a salir de él; se podría
llegar a un acuerdo con los distintos obispos para colocar a los seminaristas al
servicio de sus respectivas dió cesis; si usted lo desea, se podría designar un Comité
para el Seminario, con la aprobació n de Monseñ or Adam.

La conclusió n del obispo resumió sus observaciones: "En lo personal, estoy listo
para someterme, pero tenemos que encontrar una solució n que satisfaga la
autoridad del Papa, a los obispos, y también a los fieles que está n sufriendo."

Era evidente que Monseñ or Lefebvre estaba listo para obedecer. Llegó muy lejos
en su intento por resolver las dificultades, mostrá ndose listo para hacerse un lado,
en caso de ser necesario, para que la Tradició n pudiera recuperar sus derechos en
las iglesias y la situació n de su seminario pudiera regularizarse. Pero el Papa Pablo
VI quería una sumisió n total, sin tener que hacer ningú n gesto hacia los cató licos
tradicionales; una rendició n incondicional.

Por lo tanto, el Papa exhortó a Monseñ or Lefebvre a alinearse, repitiendo las


palabras de Monseñ or Adam, quien, en nombre de la Conferencia Episcopal de Suiza,
le había dicho que ya no podía tolerar las actividades del obispo francés: "¿Có mo
puede decir que está en comunió n con nosotros, cuando adopta una posició n contra
nosotros, ante los ojos del mundo, para acusarnos de infidelidad y de querer
destruir la Iglesia?"

El Papa Pablo VI introdujo el clavo hasta el fondo: "Usted lo ha dicho y usted lo ha


escrito. Soy un Papa modernista. Al implementar un Concilio ecuménico, estoy
traicionando la Iglesia. ¡Entiende usted que si ese fuera el caso, yo debería
renunciar, e invitarlo a asumir mi lugar para dirigir la Iglesia!

Frente a la tormenta que estaba volviendo a estallar, Monseñ or Lefebvre intentó


argumentar con un hecho serio: "La crisis de la Iglesia existe." "Y nos provoca mucho
sufrimiento," interrumpió Pablo VI. "Usted ha contribuido a empeorarla, con su
desobediencia manifiesta, con su rebeldía abierta hacia el Papa."

La reunió n empezaba a ponerse tensa nuevamente.

Sirviendo a la Iglesia a pesar de todo


Monseñ or Lefebvre se quejó de que no estaba siendo juzgado como debería ser.
"El Derecho Canó nico es el que lo juzga", respondió inmediatamente el Papa. "¿Se da
cuenta del escá ndalo y del dañ o que le ha ocasionado a la Iglesia? ¿No está
consciente de ello? ¿Sería capaz de comparecer ante Dios así? Examine su conciencia
y pregú ntese frente a Dios qué es lo que debería hacer."

De acuerdo con el informe, Monseñ or Lefebvre respondió repitiendo su petició n


hacia el Papa de un gesto en favor de los cató licos tradicionales, insistiendo en los
beneficios que resultarían de hacer lo que se había hecho en el pasado; "todo
funcionaría". "Como dije, yo no soy el líder de ningú n movimiento. Estoy listo para
quedarme encerrado en mi seminario para siempre."

Y habló del excelente trabajo que se estaba llevando a cabo en dicho lugar, con la
formació n de verdaderas vocaciones sacerdotales:

Las personas que se ponen en contacto con mis sacerdotes quedan edificadas. Mis
sacerdotes son hombres jó venes con un sentido de la Iglesia; son respetados en las
calles, en los transportes pú blicos, en todas partes. Otros sacerdotes ya no usan la
vestimenta eclesiá stica, ya no confiesan, ya no predican. Las personas han tomado
su decisió n: estos son los sacerdotes que queremos.

Monseñ or Lefebvre intentó mencionar una ú ltima vez la crisis ocasionante de


todos los males que producían tanto sufrimiento a la Iglesia. Como el argumento del
pluralismo no había funcionado, Monseñ or explicó al Papa có mo la liturgia se había
convertido en el objeto de una creatividad desenfrenada: "¿Sabía usted que en
Francia hay por lo menos catorce Cá nones diferentes usados para la oració n
eucarística?"

El Papa respondió inmediatamente: "No, no son catorce, ¡son casi cien...!" Deseaba
demostrar a Monseñ or que estaba totalmente consciente de la situació n y que
estaba tomando medidas al respecto:
Hay abusos, pero el Concilio está haciendo mucho bien. Mi intenció n no es
justificar todas las cosas; como ya dije, estoy intentando corregir lo que necesita ser
corregido. Pero también debemos admitir que hay señ ales, gracias al Concilio, de
una fuerte renovació n espiritual entre la juventud; un aumento en el sentido de
responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos.

Monseñ or Lefebvre estaba completamente dispuesto a admitir que, obviamente,


podía haber aspectos positivos: "No digo que todo sea negativo. A mí también me
gustaría colaborar para construir la Iglesia."

"Pues, definitivamente, éste no es el modo en que ayudará a construir la Iglesia,"


respondió Pablo VI. "¿Se da cuenta de lo que está haciendo? ¿Se da cuenta de que
está yendo directamente en contra de la Iglesia, del Papa, del Concilio? ¿Có mo puede
adjudicarse el derecho de juzgar el Concilio? Un Concilio cuyas actas fueron
firmadas casi en su mayoría por usted." Después de esto, el Soberano Pontífice
empezó con la conclusió n de la audiencia.

El fin de la audiencia
Pablo VI dijo haber aceptado humildemente los reproches del obispo francés y su
severidad hacia él, afirmando que, a medida que se acercaba al final de su vida,
deseaba meditar al respecto y consultarlo con los dicasterios. Y añ adió que tenía en
alta estima a Monseñ or Lefebvre: "Reconozco sus méritos, y en el Concilio
coincidimos en muchas cosas..." "Es verdad," admitió Monseñ or.

Como debe ser, el ú ltimo en hablar fue el Santo Padre: "¿Entiende que no puedo
permitirle que se haga culpable de un cisma, aun si se trata de razones que usted
considera "personales"? Haga una declaració n pú blica en donde se retracte de sus
declaraciones recientes y de su comportamiento, que el mundo entero ha entendido
como acciones contrarias a la edificació n de la Iglesia, que buscan dividirla y
perjudicarla." Y antes de rezar juntos un Pater Noster, un Ave Maria y un Veni Sancte
Spiritus, finalizó diciendo: "Debemos encontrar la unidad en la oració n y la
meditació n."

Aclaraciones y Diferencias
El informe del Cardenal Benelli corrobora el relato de Monseñ or Lefebvre respecto
a los temas má s importantes, pero existen algunas diferencias entre ambos.

Algunas de las diferencias só lo son detalles pequeñ os. Monseñ or Lefebvre, que
había visitado Fanjeaux, donde las Hermanas Dominicas del Santo Nombre de Jesú s
estaban siendo sometidas a una persecució n generalizada por el obispo local, sin
duda, se refería a ellas cuando mencionó la diferencia en el tratamiento dado a los
perseguidos a causa de su fidelidad a la vida religiosa y aquellos que eran animados
en sus deserciones má s escandalosas:
Las monjas que visten como seglares son aceptadas, pero las hermanas a las que
visité hace dos días está n siendo reducidas al estado laico y el obispo les ha pedido
en cinco ocasiones que abandonen sus há bitos. Lo mismo sucede con los sacerdotes
que son fieles al catecismo de siempre y a la Misa de su ordenació n, los cuales está n
siendo echados a la calle; y quienes ya no parecen sacerdotes son aceptados.

De acuerdo con Monseñ or Lefebvre, dos de los documentos del Concilio que se
había negado a firmar se mencionaron explícitamente: Dignitatis
Humanae y Gaudium et Spes. Cuando el Papa le preguntó por qué se negaba a
reconocer la doctrina de la libertad religiosa tal y como era promulgada por el
Concilio, Monseñ or Lefebvre citó a varios Pontífices Romanos: "Contienen pasajes
que contradicen textualmente lo enseñ ado por Gregorio XVI y Pío IX..." "¡Dejemos
este tema a un lado!", interrumpió el Papa. "¡No estamos aquí para discutir sobre
teología!", y Monseñ or Lefebvre pensó para sí mismo: "¡Esto es increíble!"

Finalmente, el informe del Cardenal Benelli no hace ninguna menció n del


"juramento contra el Papa", que Pablo VI le reprobó duramente a Monseñ or
Lefebvre, por el hecho de pedir a sus seminaristas de Ecô ne firmar este juramento.
Sin embargo, existe un relato contado por el arzobispo, un día después de la
audiencia:

Pablo VI: "No tiene ningú n derecho a oponerse al Concilio; usted es un escá ndalo
para la Iglesia, la está destruyendo. Es horrible, usted levanta a los cristianos contra
el Papa y contra el Concilio. ¿No siente nada en su conciencia que lo condene?"

Monseñor Lefebvre: "Absolutamente nada."

Pablo VI: "Es usted un irresponsable."

Monseñor Lefebvre: "Só lo sé que estoy dando continuació n a la Iglesia. Estoy


formando buenos sacerdotes."

Pablo VI: "Eso no es verdad. Usted está formando sacerdotes contra el Papa. Los
hace firmar un juramento contra el Papa."

Monseñor Lefebvre: "¿Que los hago firmar qué cosa? (Al escuchar esta increíble
afirmació n, me llevé las manos a la cabeza.) Todavía puedo verme haciendo esto y
diciendo: "Santísimo Padre, ¿có mo puede decirme algo así? ¡¿Que los hago firmar un
juramento contra el Papa?! ¿Puede mostrarme una copia de ese 'juramento'?"
(Estaba consternado. [Pablo VI] estaba completamente convencido de lo que el
Cardenal Villot, probablemente, le había dicho.)

Pablo VI: "¡Usted condena al Papa! ¿Qué ordenes me dará ? ¿Qué debo hacer?
¿Presentar mi renuncia para que usted pueda tomar mi lugar?"
Monseñor Lefebvre: "¡Ah! (Volví a poner mi cabeza entre mis manos) Santísimo
Padre, no diga esas cosas. ¡No, no, no! Permítame continuar. Usted tiene la solució n
en sus manos. Só lo necesita decir una cosa a los obispos: 'Acepten con comprensió n
a estos grupos de fieles que se adhieren a la Tradició n, a la Misa, a los sacramentos, y
al catecismo de siempre; denles lugares de culto.' Estos grupos será n la Iglesia,
encontrará n vocaciones en ellos y será n lo mejor de la Iglesia. Los obispos lo
comprobará n. Déjeme mi seminario. Permítame seguir llevando a cabo este
experimento de la Tradició n."

Conclusión: Lecciones para Nuestros Tiempos


Los dramá ticos días del "Verano de 1976" son una pá gina en la historia que sigue
vigente en la actualidad. Pablo VI tomó como un insulto personal las graves
acusaciones que Monseñ or Lefebvre hacía contra el Concilio Vaticano II y contra el
soplo de la revolució n que se extendía después del Concilio.

La reforma litú rgica que buscaba mezclar la Misa cató lica con el Cená culo
Protestante, el ecumenismo a diestra y siniestra, la multiplicació n de los
experimentos má s inverosímiles - excepto el de la Tradició n -, la adaptació n de la
vida sacerdotal y las ó rdenes religiosas al mundo que provocaba una grave crisis en
las vocaciones, las doctrinas má s heterodoxas circulando libremente, los abusos en
todos los á mbitos: la situació n general de la Iglesia se había vuelto catastró fica
rá pidamente.

La reacció n de Monseñ or Lefebvre, su obra de formació n sacerdotal fiel a lo que la


Iglesia siempre había hecho, su intenció n de servirla prepará ndose para el futuro y
construyendo sobre las rocas de la Tradició n, y su enérgica denuncia contra los
errores; evidentemente, nada de esto era comprendido.

Un hecho muy revelador, y sumamente paradó jico, es que fue Monseñ or Lefebvre
quien sugería el diá logo y buscaba soluciones, mientras que Pablo VI, el artesano del
diá logo a diestra y siniestra, exigía la sumisió n y obediencia má s estrictas. 

Aunque no aparece en la transcripció n del Cardenal Benelli, el episodio del


juramento que Pablo VI estaba convencido que Monseñ or Lefebvre hacía firmar a
sus seminaristas dice mucho de la situació n. "Ni este juramento," comenta
Monseñ or Tissier de Mallerais, "ni nada parecido existió nunca. ¡Jamá s! Monseñ or
Lefebvre había sido calumniado ante el Papa, lo cual explicaría por qué Pablo VI se
sentía personalmente ofendido." Esto también explicaría por qué pensaba que
estaba tratando con un obispo rebelde y sedicioso, impulsado por la ambició n y la
venganza, quien se alinearía si era reprendido. La reunió n muestra que su enojo se
tranquilizó hacia la parte final, y que no todo podía resolverse mediante un acto de
obediencia cuando era la fe la que estaba en peligro. ¿No debemos obedecer a Dios
antes que a los hombres? (Hechos 5:29)
En retrospectiva, la prohibició n del Papa Montini a la Misa de San Pío V, como lo
expresó en el Consistorio de 1976, no duró mucho tiempo. En 2007, el Papa
Benedicto XVI incluso declaró que el rito tradicional del Missal Romano jamá s había
sido derogado.

Otro aspecto digno de señ alar en este episodio es que Pablo VI, al igual que sus
sucesores, só lo hace menció n del Concilio Vaticano II y de sus obras y pompas. Como
si la Iglesia no tuviera dos mil añ os de sabiduría, doctrina y enseñ anzas magistrales
para enseñ ar y transmitir. É sta fue la propuesta sincera de Monseñ or Lefebvre al
Sucesor de Pedro: poner a prueba fielmente el experimento de la Tradició n,
utilizando a la Fraternidad para construir la Iglesia. Sin reprimirlo ni casarlo con la
Revolució n, sino mostrando a las autoridades - a los obispos de todo el mundo - que
en esto radica la solució n a la crisis de la Iglesia.

En cuanto a la audiencia, ésta no tuvo ningú n resultado. Era evidente que el Papa
esperaba que Monseñ or Lefebvre hiciera una declaració n pú blica retractá ndose de
su postura, y el obispo de Ecô ne esperaba un gesto hacia los cató licos divididos
entre una desobediencia aparente hacia el Papa y su obligació n de permanecer fieles
a la fe, a la Misa y a los sacramentos.

Una audiencia sin resultados


Las tensiones se suavizaron. El 14 de septiembre de 1976, Monseñ or Lefebvre
expresó sus deseos en la televisió n francesa:

Se ha establecido un nuevo entorno, el hielo se ha roto... Fue una conversació n, la


primera negociació n, por decirlo de alguna manera. Esperamos una luz verde, ser
aprobados como todos los demá s experimentos que se está n realizando
actualmente... el Papa me dijo que consultaría con la Congregació n al respecto. Pablo
VI me dio a entender que este diá logo continuaría, pero después de un par de meses.
Luego de todas las pruebas que nos han separado, no vamos a encontrar una
solució n en cuarenta y ocho horas... Para nosotros, no existe el tema del cisma,
estamos dando continuidad a la Iglesia... En la medida en que el Papa esté en unió n
con sus predecesores, estaremos en perfecta unió n. Cuando las novedades empiezan
a surgir, entonces debemos examinar si estos cambios está n en verdadera
consonancia con la Tradició n.

El 16 de septiembre, el Superior de la Fraternidad San Pío X escribió al Santo


Padre para agradecerle por haberle concedido una audiencia:

Estamos unidos por un punto en comú n - el deseo ardiente de ver el fin de todos
los abusos que está n desfigurando a la Iglesia. ¡Có mo desearía poder colaborar con
Su Santidad y bajo su autoridad en esa obra tan benéfica, para que la Iglesia pudiera
recuperar su verdadero rostro.
El 11 de octubre, Pablo VI escribió a Monseñ or Lefebvre una larga carta,
reprochá ndole su "rebeldía". Tomando nota del deseo del obispo francés de trabajar
en aras de la Iglesia, el Papa lo reprendió severamente por su actitud inmutable:

Habla como si se hubiera olvidado de sus palabras y gestos  tan escandalosos


contra la comunió n eclesial - de los cuales jamá s se ha retractado. No muestra
arrepentimiento, ni siquiera por la causa de su suspensió n a divinis. No expresa
explícitamente su aceptació n de la autoridad del Concilio Vaticano II y de la Santa
Sede - y es aquí donde radica su problema - y continú a realizando esas obras
personales suyas, que la Autoridad legítima le ha ordenado expresamente
suspender.

Los ejes principales habían sido establecidos para los añ os venideros. Mientras
que Monseñ or Lefebvre insistía en salvar la Misa, luchar por la fe, mantener la
formació n de sacerdotes y salvar el sacerdocio cató lico, la autoridad respondía
exigiendo "una actitud de obediencia verdaderamente eclesial sin reservas ni
condiciones." Unidad, sí, pero en la Verdad.

Padre Christian Thouvenot

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