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La transcripció n textual del Cardenal Benelli revela lo fuertes que fueron estas
acusaciones: "Yo espero encontrar frente a mí un hermano, un hijo, un amigo",
declaró Pablo VI. "Desgraciadamente", continuó , "la posició n que usted siempre ha
tomado es la de un antipapa... Va má s allá de todo límite en sus palabras, acciones y
actitud general." Lo que está en riesgo aquí, continuó el Santo Padre:
El Papa le pidió que continuara, por lo que Monseñ or Lefebvre pudo seguir
explicando su posició n:
Sin importar las disputas y calumnias, en ocasiones exacerbadas por los medios de
comunicació n, Monseñ or Lefebvre siempre regresaba a la dolorosa situació n en la
que se encontraba, es decir, las consecuencias de las reformas emprendidas en
nombre del Concilio Vaticano II. Y eran estas mismas reformas las que el Papa Pablo
VI le ordenaba aceptar, como lo comentó a sus cardenales cuatro meses antes. Ese
era el fondo de la cuestió n.
Quiero formar sacerdotes segú n la fe y en la fe. Sufro terriblemente al ver los otros
seminarios, donde ocurren situaciones inimaginables. Los religiosos que se
mantienen fieles a sus há bitos son condenados y despreciados por sus obispos,
mientras que aquellos que viven una vida secular y se comportan como las personas
del mundo, son aceptados.
Monseñ or Lefebvre intentó aprovechar esta acusació n del Papa para ilustrar la
dificultad concreta que había motivado su acció n desafiante y su lucha por mantener
la fe, abordando el tema de la libertad religiosa, la novedad má s importante
introducida por el Concilio Vaticano II: "Lo que leemos en el documento conciliar va
en contra de todo lo que sus predecesores han dicho."
Pero Pablo VI no quiso adentrarse en los detalles. Respondió diciendo que este
tema no podía ser tratado en una audiencia; sin embargo, tomó nota de la
perplejidad de su interlocutor, añ adiendo: "Lo que me preocupa no es la perplejidad,
sino su actitud hacia el Concilio."
Monseñor Lefebvre: "No estoy en contra del Concilio, sino en contra de algunas de
sus actas."
Papa Pablo VI: "Si no está en contra del Concilio, entonces debe adherirse a él, a
todos sus documentos."
Quiero pedirle algo. ¿No sería posible ordenar obispos y concederles una capilla en
las iglesias donde las personas puedan acudir a rezar como lo hacían antes del
Concilio? Hoy todo está permitido; ¿por qué no pemitirnos también algo a nosotros?
La conclusió n del obispo resumió sus observaciones: "En lo personal, estoy listo
para someterme, pero tenemos que encontrar una solució n que satisfaga la
autoridad del Papa, a los obispos, y también a los fieles que está n sufriendo."
Era evidente que Monseñ or Lefebvre estaba listo para obedecer. Llegó muy lejos
en su intento por resolver las dificultades, mostrá ndose listo para hacerse un lado,
en caso de ser necesario, para que la Tradició n pudiera recuperar sus derechos en
las iglesias y la situació n de su seminario pudiera regularizarse. Pero el Papa Pablo
VI quería una sumisió n total, sin tener que hacer ningú n gesto hacia los cató licos
tradicionales; una rendició n incondicional.
Y habló del excelente trabajo que se estaba llevando a cabo en dicho lugar, con la
formació n de verdaderas vocaciones sacerdotales:
Las personas que se ponen en contacto con mis sacerdotes quedan edificadas. Mis
sacerdotes son hombres jó venes con un sentido de la Iglesia; son respetados en las
calles, en los transportes pú blicos, en todas partes. Otros sacerdotes ya no usan la
vestimenta eclesiá stica, ya no confiesan, ya no predican. Las personas han tomado
su decisió n: estos son los sacerdotes que queremos.
El Papa respondió inmediatamente: "No, no son catorce, ¡son casi cien...!" Deseaba
demostrar a Monseñ or que estaba totalmente consciente de la situació n y que
estaba tomando medidas al respecto:
Hay abusos, pero el Concilio está haciendo mucho bien. Mi intenció n no es
justificar todas las cosas; como ya dije, estoy intentando corregir lo que necesita ser
corregido. Pero también debemos admitir que hay señ ales, gracias al Concilio, de
una fuerte renovació n espiritual entre la juventud; un aumento en el sentido de
responsabilidad entre los fieles, los sacerdotes y los obispos.
El fin de la audiencia
Pablo VI dijo haber aceptado humildemente los reproches del obispo francés y su
severidad hacia él, afirmando que, a medida que se acercaba al final de su vida,
deseaba meditar al respecto y consultarlo con los dicasterios. Y añ adió que tenía en
alta estima a Monseñ or Lefebvre: "Reconozco sus méritos, y en el Concilio
coincidimos en muchas cosas..." "Es verdad," admitió Monseñ or.
Como debe ser, el ú ltimo en hablar fue el Santo Padre: "¿Entiende que no puedo
permitirle que se haga culpable de un cisma, aun si se trata de razones que usted
considera "personales"? Haga una declaració n pú blica en donde se retracte de sus
declaraciones recientes y de su comportamiento, que el mundo entero ha entendido
como acciones contrarias a la edificació n de la Iglesia, que buscan dividirla y
perjudicarla." Y antes de rezar juntos un Pater Noster, un Ave Maria y un Veni Sancte
Spiritus, finalizó diciendo: "Debemos encontrar la unidad en la oració n y la
meditació n."
Aclaraciones y Diferencias
El informe del Cardenal Benelli corrobora el relato de Monseñ or Lefebvre respecto
a los temas má s importantes, pero existen algunas diferencias entre ambos.
Algunas de las diferencias só lo son detalles pequeñ os. Monseñ or Lefebvre, que
había visitado Fanjeaux, donde las Hermanas Dominicas del Santo Nombre de Jesú s
estaban siendo sometidas a una persecució n generalizada por el obispo local, sin
duda, se refería a ellas cuando mencionó la diferencia en el tratamiento dado a los
perseguidos a causa de su fidelidad a la vida religiosa y aquellos que eran animados
en sus deserciones má s escandalosas:
Las monjas que visten como seglares son aceptadas, pero las hermanas a las que
visité hace dos días está n siendo reducidas al estado laico y el obispo les ha pedido
en cinco ocasiones que abandonen sus há bitos. Lo mismo sucede con los sacerdotes
que son fieles al catecismo de siempre y a la Misa de su ordenació n, los cuales está n
siendo echados a la calle; y quienes ya no parecen sacerdotes son aceptados.
De acuerdo con Monseñ or Lefebvre, dos de los documentos del Concilio que se
había negado a firmar se mencionaron explícitamente: Dignitatis
Humanae y Gaudium et Spes. Cuando el Papa le preguntó por qué se negaba a
reconocer la doctrina de la libertad religiosa tal y como era promulgada por el
Concilio, Monseñ or Lefebvre citó a varios Pontífices Romanos: "Contienen pasajes
que contradicen textualmente lo enseñ ado por Gregorio XVI y Pío IX..." "¡Dejemos
este tema a un lado!", interrumpió el Papa. "¡No estamos aquí para discutir sobre
teología!", y Monseñ or Lefebvre pensó para sí mismo: "¡Esto es increíble!"
Pablo VI: "No tiene ningú n derecho a oponerse al Concilio; usted es un escá ndalo
para la Iglesia, la está destruyendo. Es horrible, usted levanta a los cristianos contra
el Papa y contra el Concilio. ¿No siente nada en su conciencia que lo condene?"
Pablo VI: "Eso no es verdad. Usted está formando sacerdotes contra el Papa. Los
hace firmar un juramento contra el Papa."
Monseñor Lefebvre: "¿Que los hago firmar qué cosa? (Al escuchar esta increíble
afirmació n, me llevé las manos a la cabeza.) Todavía puedo verme haciendo esto y
diciendo: "Santísimo Padre, ¿có mo puede decirme algo así? ¡¿Que los hago firmar un
juramento contra el Papa?! ¿Puede mostrarme una copia de ese 'juramento'?"
(Estaba consternado. [Pablo VI] estaba completamente convencido de lo que el
Cardenal Villot, probablemente, le había dicho.)
Pablo VI: "¡Usted condena al Papa! ¿Qué ordenes me dará ? ¿Qué debo hacer?
¿Presentar mi renuncia para que usted pueda tomar mi lugar?"
Monseñor Lefebvre: "¡Ah! (Volví a poner mi cabeza entre mis manos) Santísimo
Padre, no diga esas cosas. ¡No, no, no! Permítame continuar. Usted tiene la solució n
en sus manos. Só lo necesita decir una cosa a los obispos: 'Acepten con comprensió n
a estos grupos de fieles que se adhieren a la Tradició n, a la Misa, a los sacramentos, y
al catecismo de siempre; denles lugares de culto.' Estos grupos será n la Iglesia,
encontrará n vocaciones en ellos y será n lo mejor de la Iglesia. Los obispos lo
comprobará n. Déjeme mi seminario. Permítame seguir llevando a cabo este
experimento de la Tradició n."
La reforma litú rgica que buscaba mezclar la Misa cató lica con el Cená culo
Protestante, el ecumenismo a diestra y siniestra, la multiplicació n de los
experimentos má s inverosímiles - excepto el de la Tradició n -, la adaptació n de la
vida sacerdotal y las ó rdenes religiosas al mundo que provocaba una grave crisis en
las vocaciones, las doctrinas má s heterodoxas circulando libremente, los abusos en
todos los á mbitos: la situació n general de la Iglesia se había vuelto catastró fica
rá pidamente.
Un hecho muy revelador, y sumamente paradó jico, es que fue Monseñ or Lefebvre
quien sugería el diá logo y buscaba soluciones, mientras que Pablo VI, el artesano del
diá logo a diestra y siniestra, exigía la sumisió n y obediencia má s estrictas.
Otro aspecto digno de señ alar en este episodio es que Pablo VI, al igual que sus
sucesores, só lo hace menció n del Concilio Vaticano II y de sus obras y pompas. Como
si la Iglesia no tuviera dos mil añ os de sabiduría, doctrina y enseñ anzas magistrales
para enseñ ar y transmitir. É sta fue la propuesta sincera de Monseñ or Lefebvre al
Sucesor de Pedro: poner a prueba fielmente el experimento de la Tradició n,
utilizando a la Fraternidad para construir la Iglesia. Sin reprimirlo ni casarlo con la
Revolució n, sino mostrando a las autoridades - a los obispos de todo el mundo - que
en esto radica la solució n a la crisis de la Iglesia.
En cuanto a la audiencia, ésta no tuvo ningú n resultado. Era evidente que el Papa
esperaba que Monseñ or Lefebvre hiciera una declaració n pú blica retractá ndose de
su postura, y el obispo de Ecô ne esperaba un gesto hacia los cató licos divididos
entre una desobediencia aparente hacia el Papa y su obligació n de permanecer fieles
a la fe, a la Misa y a los sacramentos.
Estamos unidos por un punto en comú n - el deseo ardiente de ver el fin de todos
los abusos que está n desfigurando a la Iglesia. ¡Có mo desearía poder colaborar con
Su Santidad y bajo su autoridad en esa obra tan benéfica, para que la Iglesia pudiera
recuperar su verdadero rostro.
El 11 de octubre, Pablo VI escribió a Monseñ or Lefebvre una larga carta,
reprochá ndole su "rebeldía". Tomando nota del deseo del obispo francés de trabajar
en aras de la Iglesia, el Papa lo reprendió severamente por su actitud inmutable:
Los ejes principales habían sido establecidos para los añ os venideros. Mientras
que Monseñ or Lefebvre insistía en salvar la Misa, luchar por la fe, mantener la
formació n de sacerdotes y salvar el sacerdocio cató lico, la autoridad respondía
exigiendo "una actitud de obediencia verdaderamente eclesial sin reservas ni
condiciones." Unidad, sí, pero en la Verdad.