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JESUCRISTO, SEÑOR DE LA HISTORIA

(La teología del poder según Apoc 4-5)1

La primera parte del Apocalipsis (1-5) consiste de dos visiones del Señor. La primera es del Hijo de
hombre en medio de los candaleros (1:9-19), seguida inmediatamente por los mensajes pastorales que
envía ese mismo Cristo glorificado a cada una de las congregaciones. La segunda visión se centra
alrededor del trono (4:2). Apoc 4 es una adoración “al que está sentado en el trono”, Dios el Creador
(4:11). El cap. 5 continúa el tema del trono pero ahora como adoración al Cordero que fue inmolado y
resucitó (5:6).

La primera visión se ubica en la tierra, en medio de las comunidades de Asia Menor (1:20). La segunda
visión se realiza en el cielo (4:1), alrededor del trono celestial. Específicamente, el contexto de la primera
visión es el templo (los candaleros, 1:12); el contexto de la segunda visión es el palacio (el trono, 4:2). Así
Cristo es Señor de cielo y tierra, de la iglesia (templo) y del universo y la historia (Apoc 4-5).

En Apoc 1 la pregunta fundamental es, “¿dónde está Cristo?”, en la hora de crisis y persecución que la
iglesia vivía. La visión asegura a Juan que Cristo está presente con él en la isla penal y con todas las
comunidades de fe. En cambio, la pregunta fundamental de Apoc 4-5 puede resumirse con la frase,
“¿Quién manda aquí?” (¿Quién está en el trono?). La respuesta del cap 4 es que el Creador, sentado en el
único trono central del universo, reina y manda en el universo y en la historia. A eso agrega Apoc 5 qie el
Cordero, que fue inmolado por nosotros, vive y reina con Dios Padre por los siglos de los siglos.

El símbolo del trono era muy conocido, pesado y cargado, para los habitantes del imperio romano. Desde
el trono del emperador en Roma, todo el mundo vivía controlado en mayor o menor grado. Cuando
Augusto César decretó que todo el mundo viajara a su ciudad natal para empadronarse, José y María
montaban sus burritos y hicieron viaje a Belén. Por órdenes emanadas en última instancia de ese mismo
trono, Juan se encuentra preso en Patmos. Al poder de ese trono, ¿quién podría resistir?

Pero al contrario de todas las apariencias, ese poder imperial era efímero, muy pasajero. En cambio Juan
vio un trono establecido en los cielos, y en el trono uno sentado (4:2). Ya hace siglos los tronos de los
emperadores romanos han desaparecido, o subsisten en condiciones deteriorados como reliquias de
museo. El poder que ostentaban los emperadores, por muy omnipotente que apareciera en su momento,
pronto comenzó a debilitarse y a la postre terminó por desaparecer completamente. Pero el trono de Dios
está firmemente establecido. El Señor reina y reinará por los siglos de los siglos.

Juan vio también, desde las puertas del cielo, que tampoco está vacante el trono del universo. En 4.2 Juan
introduce uno de los más frecuentes nombres para Dios en el Apocalipsis: Dios es “el que está sentado en
el trono”. En Ap 4-5 Dios se llama por este significativo título siete veces. Y su trono divino es el centro
absoluto del universo entero. Todo lo demás está alrededor del trono en círculos concéntricos (“cíclico”,
como dice la preposición griega), hasta la multitud de ángeles (5:1) y el universo entero (5:13). Su trono
es el único poder central; no hay otro trono que pueda rivalizar con él.

En el primer capítulo ese mismo poder eterno y victorioso se expresa por el hermoso simbolismo de los
pies de bronce del Hijo de hombre (1:15). El bronce era el metal más fuerte que conocían los antiguos;
por eso el Antiguo Testamento habla de puertas de bronce, cerrojos de bronce, etc. Los pies de Cristo son
de lo más fuerte habido y por haber. La mayor parte de la visión de Ap 1 remite al libro de Daniel, y aquí
hay un contraste evidente con los “pies de barro” de la gran estatua del sueño de Nabucodonozor. Y Juan

1
) Este ensayo debe leerse junto con el último capítulo de Apocalipsis y Profecía, “La liturgia universal
del Apocalipsis”, pp. 100-108.
viene a decirnos: los imperios de este mundo son todos unos “pies de barro”, y caerán (Dn 2:34s). El reino
de Cristo tiene pies de bronce, y no caerá nunca.

Alrededor del gran treono central Juan ve un círculo de 24 tronos en que están sentados 24 ancianos
(como Dios mismo está sentado en su propio trono), que están vestidos de blanco y tienen sendas coronas
(4:4). El título de “anciano” no se refería primordialmente a la edad avanzada sino a la dignidad y
autoridad de que gozaban; era título para gobernantes o dignatarios. Tanto el título como el trono y la
corona expresan el poder y la autoridad de ellos. Pero ellos nunca pueden ocupar el centro. Su poder es
delegado, derivado del trono central y sujeto “al que está sentado en el trono”.

Ap 4 enfoca la soberanía de Dios en la esfera de la creación, en la esfera natural. Sobre el trono hay un
arco iris, que simbolizaba el pacto fiel de Dios con la humanidad pero también con todo lo que respira,
con los animales (cf Sal 136:25) y con la tierra (Gn 9:9-13). Alrededor del trono están cuatro “vivientes”:
uno como león (animales salvajes), otro como buey (animales domesticados), el tercero como ser
humano, y el cuarto como águila (representando a todas las aves). Y al final los 24 ancianos, que
simbolizan todo poder y autoridad en la historia (esfera natural), alaban a Dios por haber creado todo el
universo (4:11). Es evidente que la creación es el marco de referencia del cap. 4.

El centro de poder cósmico es también un centro de belleza, estéticamente radiante. Y en el seno del
centro del poder universal, alrededor del trono único y supremo, se vive una constante adoración. Los
cuatro vivientes inician el culto con su “Sanctus” (4:8), a lo que responden los 24 ancianos (autoridades,
dignatarios) con tres acciones: (1) dejan sus tronos, sede de su poder; (2) colocan sus coronas (símbolos
de su poder) alrededor del trono central; y (3) se unen en en un cántico al Creador (4:9-11).

Esta simbología del poder (político, social, eclesial etc) corresponde muy de cerca a la enseñanza de Rom
13:1-6. En el plan de Dios, los que ejercen autoridad y poder saben que no son dueños del mismo; su
poder es delegado, prestado, y ellos no son más que mayordomos ante Dios (Rom 13:1,4 “diáconos de
Dios”). El poder que se les ha delegado ha de usarse en adoración a Dios, conforme a su voluntad, y en
beneficio de los demás (Rom 13::4).

Todos sabemos que en la práctica suele pasar todo lo contrario. Los gobernantes se creen dueños de sus
tronos y sus coronas y lo que menos piensan hacer es dejar el poder. Apenas instalados en su puesto,
comienzan a manipular para lograr su reelección. Un Francisco Franco de España muere rico, poderoso y
feliz, y sólo entraga su corona al ir bajando a su tumba. Un Pinochet se aferra al poder hasta el fin, aun
después de perder sorpresivamente un plebiscito, y maneja todos los resortes para mantener su poder hasta
el fin y quedarse inmune e impune por sus crímenes. Un Balaguer en República Dominicana, senil y
ciego, no deja de soñar con otra re-elección, aunque sea fraudulenta. Y en Cuba Fidel Castro, ya también
muy mayor, no muestra mucha inclinación a pasar el poder a nuevas manos.

Es como si en la gran liturgia del poder, según Ap 4, un dignatario se cansara de estar arrodillándose todo
el tiempo, quitándose y poniéndose la corona, y en determinado momento decidiera no bajar de su trono.
Ya estaría fuera del plan divino, fuera del ritmo litúrgico del poder legítimo, fuera de la voluntad de que le
ha dado la autoridad. Después, inspirado por este mal ejemplo, otro y luego otro diciden tampoco
arrodillarse ante “aquel que está en el trono”. Y con esa situación se puede esperar otra consecuencia:
comienzan a pelear entre sí estos que se han creído dueños de sus tronos y coronas, y la tragedia termina
en guerras y muerte.

Por eso Ap 4-5 destacan la necesaria relación entre culto y poder, liturgia y política. Sólo quien teme a
Dios puede administrar debidamente el poder que Dios le ha confiado. Y quien teme a Dios, adora. Quien
deja de adorar, deja de temer a Dios y comienza a abusar del poder que tiene en sus manos. Por eso la
adoración es una necesidad política.
**********

En el cap 5 el enfoque pasa de la creación (Ap 4) a la historia y la salvación. Gira alrededor del mismo
tema de cap.4, simbolizado por el trono, pero se plantea también por otro símbolo nuevo: el libro sellado.
Después, al abrir los sellos, saldrán fuerzas y acontecimientos históricos: guerras, hambrunas, epidemias,
persecución, terremotos, y la predicación del evangelio (los mismos acontecimientos básicos de Mr 13 y
Mt 24). Es claro, pues, que el misterioso rollo se refiere a la historia. Así la misma pregunta se reformula:
“¿En manos de quién está el futuro?”.

La urgente importancia del problema de la historia se expresa simbólicamente cuando un poderoso ángel
grita al universo entero, invitando a cualquier candidato a abrir el libro, que se presente. Pero la respuesta
a su clamante invitación es un silencio total. Nadie es digno de des-atar los sellos del futuro. Claro, en la
visión, Juan no ha visto aun al Cordero (que sólo va a aparecer más adelante, en 5:6). Juan llora
desconsoladamente, porque en efecto, si nadie puede abrir los sellos, la historia no tiene ni sentido ni
esperanza. Sin el Cordero, estamos perdidos.

Mientras Juan sigue llorando, uno de los ancianos (que son conocedores y actores de la historia) le
“evangeliza” verbalmente. Le dice a Juan que no llore, pues “el León de la tribú de Judá, el Retoño de
David, ha vencido y es digno de abrir el libro” (5.5). Ese anuncio significaba que el Mesías prometido ya
había venido, en él se había culminado toda la historia de la salvación, y él había vencido al mal para
poder dar sentido y esperanza a la historia.

En seguida Juan dirige su mirada hacia el trono y ahí descubre algo nuevo en el centro de escenario: un
Cordero ya sacrificado y todavía con las sicatrices del cuchillo sacrificial, pero vivo y alzado sobre dos
pies. De las palabras del anciano Juan hubiera esperado un León, pero ahora lo que ve es más bien un
Cordero, e inmolado. Habiendo sido sacrificado por nuestra salvación, ahora aparece con siete cuernos
(todo poder) y siete ojos (todo conocimiento).

La figura del Cordero nos revela el secreto central del concepto cristiano del poder. Cristo nos enseña que
el camino del verdadero poder y de la victoria pasa por la cruz. El León venció, pero venció como
Cordero inmolado. Esta es la paradoja evangélica del poder, no sólo en la iglesia sino también en la
historia. El cristiano también es vencedor cuando muere y resucita con Cristo. El anhelo de Pablo era
“conocer a Cristo, y el poder de su resurrección, siendo partícipe de sus sufrimientos, llegando a ser
semejante a él en su muerte” (Fil 3:10). Pablo formula la misma paradoja del poder al escribir, “Cuando
soy flaco soy fuerte” (2 Cor 12:10).

Después ocurre algo insólito ante el trono divino: ¡el Cordero se acerca al trono y toma el libro de la mano
de Dios! En los palacios antiguos se controlaba con sumo cuidado quién lograba acercarse al trono (cf
Ester 4:11). La tradición rabínica nos dice que ningún ángel, ni aun los arcángeles, tenía derecho de
acercarse al trono de Dios, ni se le hubiera ocurrido intentarlo. Pero el Cordero (quien es Dios) no sólo se
acerca sino con toda confianza y todo derecho toma el rollo de la mano derecha del que está sentado en el
trono.

Ahora sí, ¡la historia está en buenas manos! El Cordero tiene el rollo en sus manos y es digno de abrir sus
sellos y des-atar los acontecimientos del futuro. Porque ha muerto y resucitado, es el Señor de la historia.
Aun si vienen plagas y azotes, son las manos del Cordero las que abren los sellos para soltarlos. De aquí
en adelante, el gran trono del universo va a llamarse “el trono de Dios y del Cordero” (22:3). Para Juan,
veterano siervo de Dios y preso por el evangelio, ese mensaje tuvo que inspirarle gran ánimo y valor.
Toda su lucha no había sido en vano; el futuro estaba a su lado, como siervo del Reino.
El gesto sencillo del Cordero de acercarse y tomar el libro es el momento culminante de la visión del
trono. De ahí en adelante todo se vuelve alabanza, en círculos expansivos: el conjunto de los 28 (5:8ss),
millones de millones de ángeles (5:11s) y la creación entera (5:13). El señorío de Cristo nos da sobrada
razón de cantar y de adorar a Dios y al Cordero. Realizado todo el culto, los cuatro vivientes dicen
“Amén” y los 24 ancianos son postran. Nuestro culto también culmina de rodillas, cuando ponemos el
“Amén” de nuestra vida entera a las órdenes del Señor de señores.

Al final de la carta a Laodicea, justo antes de esta visión del trono (Ap 4-5), la promesa de Cristoa los
vencedores nos prepara para la teología del poder de la visión del trono que sigue:

Al vencedor le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me


he sentado con mi Padre en su trono (3:21).2

El Apocalipsis hace un énfasis constante en el señorío real, tanto histórico como escatológico, de Cristo.
El es el Rey de reyes, y reinará por los siglos de los siglos (11.15). Pero igual que el Padre (4:4), Cristo
comparte su poder. Su gobierno es y será participativo.3 El Apocalipsis enseña también que los fieles
reinaremos sobre la tierra (5:9s; cf 20:4s) y en la nueva creación (22.5) Estas frases no deben
“espiritualizarse” o “despolitizarse” demasiado ligeramente. Son parte del programa histórico y
escatológico de Dios, culminación coherente de toda la historia de la salvación.

Que Dios nos haga fieles seguidores del Cordero, dondequiera que va (14:4s), bien fieles a su modelo de
ejercer el poder. Jesucristo es el Rey de reyes, porque se había hecho el Siervo Sufriente. Debemos ser
hoy promotores de ese modelo de poder, tanto en la sociedad como en la iglesia y en el hogar.

2
) Cf
la conclusión de la cuarta carta, con la promesa a los vencedores de Tiatira: “Al que venciere y
guardare mis obras hasta el fin, le daré autoridad sobre las naciones...como yo también la he recibido de
mi Padre” (2.26).
3
) La frase “reinará con vara de hierro” no debe malinterpretarse en sentido de un regimen dictatorial o
impositivamente autoritario. Es una cita de Sal 2:8s que prometía que el rey de Israel ganará victorias
aplastantes sobre los enemigos del pueblo. Lo mismo se aplica a Cristo también, pero no como
descripción de su estilo de ejercer el poder. ¡Todo lo contrario!

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