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La imagen de la prostituta (cap. 17) es elocuente en sí.

Los profetas la utilizaron a menudo para designar la


idolatría: venderse a dioses que aparentan ser «más placenteros» que Yahvé. 
Los cultos paganos eran seductores. Esto es bastante conocido. Al aspecto religioso aluden la «copa dorada llena
de abominaciones y de impurezas» (17,4.5) y el hecho de presentarse «llena de nombres blasfemos» (17,3; cf.
13,1). 
Pero la imagen de la prostituta evoca otros aspectos inseparables del religioso: el político y el económico . 
Roma es una prostituta por cuanto hace la guerra contra el Cordero y los santos (17,6.13s; cf. 13,7), y seduce
con sus encantos políticos a otras naciones para utilizarlas en beneficio propio (17,18; 18,7), particularmente
el económico: está «vestida de púrpura y escarlata, adornada de oro y piedras preciosas y perlas» (17,4;
18,14.16), obtenidos precisamente de la sumisión de las naciones a su encanto (17,2; 18,6). Sus riquezas,
fuente de su poder, se enumeran en 18,12-13. 
En otras palabras, Roma es una prostituta por cuanto seduce a otras naciones para su beneficio propio. 
Para ese fin también vale la religión. Recordemos que el culto romano era expresión de lealtad al imperio. 
A su vez, los poderosos (reyes, mercaderes y marineros) le pagan gustosos para gozar, ellos también, de sus
lujosos favores (17,2; 18,3.9.11.15.19): le rinden culto y «con el vino de su fornicación se embriagaron los
moradores de la tierra» (17,2; 18,3a). Roma, que es la nueva Babilonia, es «la madre de las meretrices y de las
abominaciones de la tierra» (17,5).
Por otro lado, calificar a Roma como Babilonia es recurrir a una imagen de corte netamente político (y militar). 
Babilonia fue la gran potencia que, en su afán imperialista, con sus ejércitos atacó y subyugó al pueblo de Dios
poniéndolo a su servicio; destruyó además el templo de Yavé e hizo esclavos a muchos para ponerlos a su
servicio. 
Así es Roma (cf. Apocalipsis 17,18). La descripción de Babilonia en Apocalipsis 17-18 no resalta tanto la
oposición a Dios como el hecho de endiosarse y esclavizar, explotar y oprimir a las personas en esta tierra,
incluidos los cristianos. 
Por eso la bestia fue descrita en 13,2 combinando metáforas usadas en Daniel 7,3-8 para los poderes que
dominaron a Israel: es «semejante a una pantera, y sus patas como de oso, y su boca como boca de león». 

R. Bauckham nos recuerda que, como Babilonia dominó en su tiempo al mundo en cuanto potencia política y
militar, Tiro lo dominó en cuanto potencia económica, razón por la cual los profetas mayores incluyen oráculos
contra ella. 
Más aún, el símbolo «prostituta» fue usado para Tiro por Isaías (23,15-18), pero nunca para Babilonia, por
cuanto se unió a otras naciones para aprovecharse de ellas. Aunque nunca la mencionó por nombre, Apocalipsis
18 ha sido compuesto por Juan utilizando mayormente elementos de los oráculos contra Tiro en Isaías 23 y
Ezequiel 26-28. 
La lista de riquezas en Apocalipsis 18,12-13 proviene de aquella en Ezequiel 27,12-24 en relación con Tiro. 
Roma es, pues, una potencia militar, lo que le permite ser la gran potencia económica, por eso Juan la califica
como Babilonia. 

II. ¿Teología política?


Para empezar, el género literario apocalíptico, al cual recurrió Juan alimentándose profusamente de obras de ese
género, es de carácter profundamente político. Es el caso del libro de Daniel, escrito como respuesta a la política
de Antíoco Epifanes de imponer la cultura helena, incluyendo sus elementos religiosos. Era el caso ya en los
primeros textos de corte apocalíptico insertos en los libros de los profetas. John Collins, profundo conocedor de
esta literatura, nos recuerda que la teología de los apocalípticos es una poderosa retórica de denuncia de los
totalitarismos y las tiranías de este mundo. 
Se trata de praxis, de opciones, no de especulaciones o verdades y conceptos en sí y por sí mismos. 
Severino Croatto calificó a la apocalíptica como «una literatura de resistencia de los oprimidos». 
Una descripción similar hizo Richard Bauckham en relación con la obra de Juan: es «la más poderosa pieza
literaria de resistencia política del período del temprano imperio». Una lectura atenta del Apocalipsis desde la
perspectiva del lenguaje, de las imágenes más importantes empleadas, así como de las interrelaciones en la
trama, es bastante reveladora en sí misma. Después de haber observado ese aspecto lingüístico y literario,
veamos ahora la trama y las escenas más importantes. 

1. Una cuestión de soberanía


Desde el inicio se afirma en el Apocalipsis el señorío supremo de Dios: Él es «el que es, que era y que ha de
venir» (1,4). 
Esa soberanía es compartida con Jesucristo, «el soberano de los reyes de la tierra» (1,5). 
Hablar de «señorío» es hablar de soberanía sobre otros, y si ésta es suprema, lo es con exclusión de cualquier
otra pretensión a tal soberanía. No puede haber dos señores simultáneamente supremos. 
En términos del Apocalipsis, la soberanía absoluta es de Dios, en contraposición con la pretendida supremacía
del emperador romano y de sus respectivos «imperios». Las visiones iniciales del Apocalipsis están todas
relacionadas con la soberanía, tanto
de Jesucristo como de Dios mismo. La primera (1,12-18) presenta majestuosamente a Jesucristo, «el primero y el
último», el que tiene «las llaves de la muerte y del Hades». Después del paréntesis de las siete cartas, el cap. 4
introduce la fabulosa visión de «un trono y uno sentado sobre el trono», a quien adoran porque él es el
todopoderoso (pantokrátor), el creador de todo (4,8.11). Es decir, se empieza por presentar la soberanía de
Dios. Es notorio que la primera gran escena del Apocalipsis
y la escena final (cf. 21,3; 22,1.5) son del trono de Dios, esto es, se trata de una cuestión de poder. En ambas,
imágenes del mundo cultual y político están entrelazadas. Son imágenes evocadoras que están entretejidas en el
Apocalipsis para subrayar la soberanía divina, en evidente contraposición con la pretendida soberanía del
emperador cultualmente expresada. 
La extensión de soberanía divina sobre la tierra se la encomienda Dios al Cordero con la entrega del rollo sellado
con siete sellos, que representa el recorrido de la historia y su destino. La soberanía que confiesa Juan en el
Apocalipsis no es tanto aquélla en el cielo como sobre la tierra, que se impondrá al final de los tiempos, «pronto»,
que se aclama en 5,13s. Su previsión está expuesta al final del Apocalipsis, en el cap. 21. Hablar de soberanía
sobre la tierra es entrar en el campo de lo que conocemos como política. Los caps. 12 y 13 en particular
destacan, desde la presentación misma de los personajes, el carácter político del conflicto, pues se trata de
poderes y dominaciones sobre el mundo. Eso es evidente en el combate, primero celestial, luego trasladado a la
tierra, que en lenguaje mitológico se relata en el cap. 12, cuyo resultado es que «el dragón se enfureció contra la
mujer y se fue a hacer la guerra contra los demás de su descendencia», es decir, la Iglesia sobre la tierra. Más
puntuales son las descripciones de la bestia y luego de su lugarteniente en el cap. 13. En relación con este último
predomina en particular el aspecto religioso usado como poder político, por ello luego es llamado «falso profeta»
(16,13; 19,20; 20,10). En cuanto a «la bestia», ésta recibió del dragón «su poder y su trono y gran autoridad» (v.
2). Su poder es casi absoluto: «¿Quién como la bestia y quién puede hacer la guerra contra ella?» (v. 4), pues
«se le dio autoridad sobre toda tribu, pueblo, lengua y nación» (v. 7).

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