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LA DRAMÁTICA APARICIÓN DE ELIAS

Elías apareció en la escena de la acción pública durante una de las horas mas oscuras de la
triste historia de Israel. Se nos presenta al principio de I Reyes 17, y no tenemos que hacer
más que leer los capítulos precedentes para descubrir el estado deplorable en que se hallaba
entonces el pueblo de Dios. Israel se había apartado descubierto y dolorosamente de
Jehová, y aquello que más se le oponía estaba establecido de modo público. Nunca había
caído tan bajo la nación favorecida. Habían pasado cincuenta y ocho años desde que el
reino fue partido en dos, a la muerte de Salomón. Durante ese breve periodo, nada menos
que siete reyes reinaron sobre las diez tribus, y todos ellos, sin excepción, eran hombres
malvados. Es en verdad doloroso trazar sus tristes carreras, y aun más trágico ver cómo ha
habido una repetición de las mismas en la historia de la Cristiandad.

El primero de esos siete reyes era Jeroboam. Acerca de él leemos que hizo, dos becerros de
oro, y dijo al pueblo: "mucho habéis subido a Jerusalén; he aquí tus dioses, oh Israel, que te
hicieron subir de la tierra de Egipto. Y puso el uno en Betel, y el otro puso en Dan Y esto
fue ocasión de pecado; porque el pueblo iba a adorar delante del uno, hasta Dan Hizo tam -
bién casa de altos, e hizo sacerdotes de la clase del pueblo, que no eran de los hijos de
Levé. Entonces instituyó Jeroboam solemnidad en el mes octavo, a los quince del mes,
conforme a la solemnidad que se celebraba en Judá; y sacrificó sobre el altar. Así hizo en
Betel, sacrificando a los becerros que había hecho. Ordenó también en Betel sacerdotes de
los altos que él había fabricado» (I Reyes 12:28-32). Quede debidamente claro que la
apostasía comenzó con la corrupción del sacerdocio, ¡al instalar en el servicio divino
hombres que nunca habían sido llamados y aparejados por el Señor!

Del siguiente rey, Nadab, se dice que "hizo lo malo ante los ojos de Jehová, andando en el
camino de su padre, y en sus pecados con que hizo pecar a Israel» (I Reyes 15:26). Le
sucedió en el trono el mismo hombre que le había asesinado, Baasa (I Reyes 15:27). Siguió
después Ela, un borracho, quien a su vez fue asesinado (I Reyes 16:8-10). Su sucesor,
Zimri, fue culpable de “traición" (I Reyes 16:20). Le sucedió un aventurero militar llamado
Omri, del cual se nos dice que "hizo lo malo a los ojos de Jehová, e hizo peor que todos los
que habían sido antes de él, pues anduvo en todos los caminos de Jeroboam hijo de Nabat,
y en su pecado con que hizo pecar a Israel, provocando a ira a Jehová Dios de Israel con sus
ídolo? (I Reyes 16:25,26). El ciclo maligno fue completado con el hijo de Omri, ya que era
aun más vil que todos los que le habían precedido.

"Y Acab hijo de Omri hizo lo malo a los ojos de Jehová sobre todos los que fueron antes de
él; porque le fue ligera cosa andar en los pecados de Jeroboam hijo de Nabat, y tomó por
mujer a Jezabel hija de Etbaal rey de los sidonios, y fue y sirvió a Baal, y lo adoró» (I
Reyes 16:30,31). Esta unión de Acab con una princesa pagana trajo consigo, como bien
podía esperarse (pues no podemos pisotear la ley de Dios impunemente), las más terribles
consecuencias. Toda traza de adoración pura a Jehová desapareció en breve espacio de
tiempo y, en su lugar, la más .rosera idolatría apareció en forma desenfrenada. Se adoraban
los becerros de oro en Dan y en Betel, se edificó un templo a Baal en Samaria, los
“bosques” de Baal se multiplicaron, y sus sacerdotes se hicieron cargo por completo de la
vida religiosa de Israel.

Se declaraba llanamente que Baal vivía y que Jehová había cesado de existir. Cuán
vergonzoso era el estado de cosas se ve claramente en las palabras que siguen: “Hizo
también Acab un bosque; y añadió Acab haciendo provocar a ira a Jehová Dios de Israel,
más que todos los reyes de Israel que antes de él habían sido» (I Reyes 16:33). El desprecio
a Jehová Dios, y la impiedad más descarada habían alcanzado su punto culminante. Esto se
hace más evidente aun en el v. 34. "En su tiempo Hiel de Betel reedificó a Jericó». Ello era
una afrenta tremenda, pues estaba escrito que «Josué les juramentó diciendo: Maldito
delante de Jehová el hombre que se levantare y reedificare esta ciudad de Jeric6. En su
primogénito eche sus cimientos, y en su menor asiente sus puertas" (Josué 6:26). La
reedificación de la maldita Jericó era un desafío abierto a Dios.

En medio de esta oscuridad espiritual y degradación moral, apareció en la escena de la vida


pública con repentino dramatismo un testigo de Dios, solitario pero sorprendente. Un
comentarista eminente comienza sus observaciones sobre I Reyes 17 diciendo: "El profeta
más ilustre, Elías, fue levantado durante el reinado del más impío de los reyes de Israel”.
Este es un resumen, sucinto pero exacto, de la situación en Israel durante ese tiempo; y no
sólo eso, sino que procura la clave de todo lo que sigue. Es, en verdad, triste contemplar las
terribles condiciones prevalecientes. Toda luz había sido extinguida, toda voz de testimonio
divino había sido acallada. La muerte espiritual se extendía por doquier, y parecía como si
Satanás hubiera obtenido realmente el dominio de la situación.

«Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová Dios
de Israel, delante del cual estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi
palabra» (I Reyes 17:1). Dios, con mano firme, levantó para sí un testigo poderoso. Elías
aparece ante nuestros ojos de la manera más abrupta. Nada se nos dice de quiénes eran su
padres, o de cuál fue su vida anterior. Ni siquiera sabemos a que tribu pertenecía, aunque el
hecho de que fuera «de los moradores de Galaad” parece indicar que pertenecía a Gad o a
Manasés, toda vez que Galaad estaba dividido entre las dos. «Galaad se extendía al este del
Jordán; era silvestre y despoblado; sus colinas cubiertas de bosques frondosos; su
formidable soledad era sólo turbada por la incursión de los arroyos; sus valles eran guarida
de bestias salvajes».

Como hemos observado con anterioridad, Elías se nos presenta de modo extraño en la
narración divina, sin que se nos diga nada de su linaje ni de su vida pasada. Creemos que
hay una razón típica por la cual el Espíritu no hace referencia alguna a la ascendencia de
Elías. Como Melquisedec, el principio y el final de su historia están ocultos en sagrado
misterio. Así como, en el caso de Melquisedec, la ausencia de mención alguna acerca de su
nacimiento y muerte fue determinada divinamente para simbolizar el sacerdocio y la
realeza eternos de Cristo, as¡ también el hecho de que no conozcamos nada acerca del padre
y de la madre de Elías, y el hecho ulterior de que fuera transpuesto sobrenaturalmente de
este mundo sin pasar por los portales de la muerte, le señalan como el precursor simbólico
del Profeta eterno. De ahí que la omisión de tales detalles esbocen la eternidad de la
función profética de Cristo.
El que se nos diga que Elías "era de los moradores de Galaad» está registrado, sin duda,
para arrojar luz sobre su preparación natural, que siempre ejerce una influencia poderosa en
la formación del carácter. Los habitantes de aquellas colinas reflejaban la naturaleza de su
medio ambiente: eran bruscos y toscos, graves y austeros, habitaban en aldeas rústicas, y
subsistían de sus rebaños. Como hombre curtido por la vida al aire libre, siempre envuelto
en su capa de pelo de camello, acostumbrado a pasar la mayor parte de su vida en la
soledad, y dotado de una resistencia que le permitía soportar grandes esfuerzos físicos,
Elías debla ofrecer un marcado contraste con los habitantes de las ciudades de los valles, y
de modo especial con los cortesanos de vida regalada de palacio.

No tenemos manera de saber qué edad contaba Elías cuando el Señor le concedió por
primera vez una revelación personal y salvadora de Sí mismo, ya que no poseemos noticias
de su previa formación religiosa. Pero, en un capitulo posterior, hay una frase que permite
formarnos una idea definida de la índole espiritual de este hombre: «Sentido he un vivo
celo por Jehová Dios de los ejércitos» (I Reyes 19:10). Esas palabras no pueden tener otro
significado sino que se tomaba la gloria de Dios muy en serio, y que para él la honra de Su
nombre significaba más que todas las demás cosas. En consecuencia, a medida que iba
conociendo mejor el terrible carácter y el alcance de la apostasía de Israel, debió de sentirse
profundamente afligido y lleno de indignación santa.

No hay razón para que dudemos de que Elías conocía las Escrituras perfectamente, de
modo especial los primeros libros del Antiguo Testamento. Sabiendo cuánto habla hecho el
Señor por Israel, y los señalados favores que les había conferido, debía anhelar con
profundo deseo que le agradaran y glorificaran. Pero cuando se enteró de que la realidad era
muy otra al llegar hasta él noticias de lo que estaba pasando al otro lado del Jordán, al ser
informado de cómo Jezabel había destruido los altares de Dios, y matado a sus siervos
sustituyéndolos luego por sacerdotes idólatras del paganismo, el alma debió llenársele de
horror, y su sangre debió hervir de indignación, ya que sentía «un vivo celo por Jehová
Dios de los ejércitos». ¡Ojalá nos llenara a nosotros en la actualidad tal indignación justa!

Es probable que la pregunta que agitaba a Elías fuera: ¿Cómo debo obrar? ¿Qué podía
hacer él, un hijo del desierto, rudo e inculto? Cuanto más lo meditaba, más difícil debía
parecerle la situación; Satanás, sin duda, le susurraba al oído: «No puedes hacer nada, la
situación es desesperada». Pero había una cosa que podía hacer: orar, el recurso de todas las
almas probadas profundamente. Y así lo hizo; como se nos dice en Santiago 5:17: «rogó
con oración». Oró porque estaba seguro de que el Señor vive y lo gobierna todo. Oró
porque se daba cuenta de que Dios es todopoderoso y que para Él todas las cosas son
posibles. Oró porque sentía su propia debilidad e insuficiencia, y, por lo tanto, se allegó a
Aquel que está vestido de poder y que es infinito y suficiente en si mismo.

Pero, para ser eficaz, la oración debe basarse en la Palabra de Dios, ya que sin fe es
imposible agradarle, y 1a fe es por el oír; y el oír por la Palabra de Dios» (Romanos 10:17).
Hay un pasaje en particular en los primeros libros de la Escritura que parece haber estado
fijo en la atención de Elías: "Guardaos, pues, que vuestro corazón no se infatúe, y os
apartéis y sirváis a dioses ajenos, y os inclinéis a ellos; y así se encienda el furor de Jehová
sobre vosotros, y cierre los cielos, y no haya lluvia, ni la tierra dé su fruto» (Deuteronomio
11:16, 17). Este era exactamente el crimen del cual Israel era culpable: se habla apartado y
servía a dioses falsos. Supongamos, pues, que este juicio divinamente pronunciado no fuera
ejecutado, ¿no parecería, en verdad, que Jehová era un mito, una tradición muerta? Y Elías
era "muy celoso por Jehová Dios de los ejércitos", y por ello se nos dice que "rogó con
oración que no lloviese» (Santiago 5:17). De ahí aprendemos una vez más lo que es la
verdadera oración: es la fe que se acoge a la Palabra de Dios, y suplica ante tí diciendo:
"Haz conforme a lo que has dicho" (II Samuel 7:25).

"Rogó con oración que no lloviese". ¿Hay alguien que exclame: "Qué oración más
terrible"? Si es así, preguntamos nosotros: ¿No era mucho más terrible que los favorecidos
descendientes de Abraham, Isaac y Jacob despreciaran a Dios y se apartaran de Él,
insultándole descaradamente al adorar a Baal? ¿Desearía que el Dios tres veces santo
cerrara los ojos ante tales excesos? ¿Pueden pisotearse sus leyes impunemente? ¿Dejará el
Señor de imponer el justo castigo? ¿Qué concepto del carácter divino se formarían los
hombres si Dios luciera caso omiso de las provocaciones? Las Escrituras contestan que
"porque no se ejecuta luego sentencia sobre la mala obra, el corazón de los hijos de los
hombres está en ellos lleno para hacer mal» (Eclesiastés 8:11). Y no sólo eso, sino que Dios
declaró: “Estas cosas hiciste, y Yo he callado; pensabas que de cierto ¿ría Yo como tú; Yo
te argüiré, y pondrélas delante de tus ojos" (Salmo 50:21).
¡Ah, amigo lector! hay algo muchísimo más temible que las calamidades físicas y el
sufrimiento: la delincuencia moral y la apostasía espiritual. Pero, ¡ay!, se comprende tan
poco esto hoy en día. ¿Qué son los crímenes cometidos contra el hombre en comparación
con los pecados arrogantes contra Dios? Asimismo, ¿qué son los reveses nacionales
comparados con la perdida del favor divino? La verdad es que Elías tenía una escala de
valores verdadera; sentía "un vivo celo por Jehová Dios de los ejércitos", y por lo tanto
rogó que no lloviese. Las enfermedades desesperadas requieren medidas drásticas, Y, al
orar, Elías recibió la certeza de que su petición era concedida, y, que tenía que ir a
comunicárselo a Acab. Cualesquiera que fueran los peligros personales a los que el profeta
pudiera exponerse, tanto el rey como sus súbditos debían conocer la relación directa
existente entre la terrible sequía que se avecinaba y los pecados que la habían ocasionado.

La tarea de Elías no era pequeña y requería muchísimo más que valentía común. Que un
montañés inculto se presentara sin ser invitado ante un rey que desafiaba los cielos era
suficiente para asustar al más valiente; mucho más cuando su cónyuge pagana no dudaba en
matar a cualquiera que se opusiera a su voluntad, y que, de hecho, ya habla mandado
ejecutar a muchos siervos de Dios. Siendo así, ¿qué probabilidad había de que ese galaadita
solitario escapase con vida? "Mas el justo esta confiado, como un leoncillo" (Proverbios
28:1); a los que están a bien con Dios no les desaniman las dificultades m les arredran los
peligros. “No temeré de diez millares de pueblos, que pusieren cerco contra mí" (Salmo
3:6); "Aunque se asiente campo contra mí, no temeré mi corazón" (Salmo 27:3); tal es la
bendita serenidad de aquellos cuyas conciencias están limpias de delitos, y cuya confianza
descansa en el Dios viviente.

El momento de llevar a cabo la dura tarea habla llegado, y Elías dejó su casa en Galaad
para llevar a Acab el mensaje de juicio. Imaginadle en su largo y solitario viaje. ¿Cuáles
eran sus pensamientos? ¿Se acordaría de la semejante misión encargada a Moisés cuando
fue enviado por el Señor a pronunciar su ultimátum al soberbio monarca de Egipto? El
mensaje que él llevaba no iba a agradarle más al rey degenerado de Israel. No obstante,
tampoco tal recuerdo había de disuadirle o intimidarle, sino que el pensar en la secuela
había de fortalecer su fe. Dios, el Señor, no abandonó a su siervo Moisés, sino que extendió
Su brazo poderoso en su ayuda, y le concedió un completo éxito en su misión. Las
maravillosas obras de Dios en el pasado deberían alentar siempre a sus siervos en el
presente.

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