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Comentario de un texto en prosa del Barroco: El Buscón

de Quevedo
De cómo fui a un pupilaje por criado de don Diego Coronel
Determinó, pues, don Alonso, de poner a su hijo en pupilaje, lo uno por apartarle de su
regalo y lo otro, por ahorrar de cuidado. Supo que había en Segovia un licenciado Cabra, que
tenía por oficio el criar hijos de caballeros, y envió allá al suyo, y a mí para que le
acompañase y sirviese.
Entramos, primer domingo después de Cuaresma, en poder de la hambre viva, porque tal
lacería (1) no admite encarecimiento.  Él era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle, una
cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán), los ojos
avecindados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos (2), tan hundidos y oscuros,
que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes; la nariz, entre Roma y Francia, porque
se le había comido de unas búas (3) de resfriado, que aun no fueran de vicio porque cuestan
dinero; las barbas descoloridas de  miedo de la boca vecina, que, de pura hambre, parecía
que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé cuántos, y pienso que por
holgazanes y vagabundos se los habían desterrado; el gaznate largo como de avestruz, con
una nuez tan salida que parecía que se iba a buscar de comer forzado de la necesidad; los
brazos secos, las manos como un manojo de sarmientos cada uno. Mirado de medio abajo,
parecía tenedor o compás, con dos piernas largas y flacas. Su andar muy espacioso; si se
descomponía algo, le sonaban los huesos como tablillas de San Lázaro (4). La habla ética (5);
la barba grande, que nunca se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que
le daba ver la mano del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese;
cortábale los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol, ratonado
con mil gateras y guarniciones de grasa; era cosa que fue de paño, con los fondos en caspa.
La sotana, según decían algunos, era milagrosa (6), porque no se sabía de qué color era.
Unos, viéndola tan sin pelo, la tenía por de cuero de rana; otros decían que era ilusión; desde
cerca parecía negra, y desde lejos entre azul. Llevábala sin ceñidor; no traía cuello ni puños.
Parecía, con los cabellos largos y la sotana mísera y corta, lacayuelo de la muerte. Cada
zapato podía ser tumba de un filisteo. Pues su aposento, aun arañas no había en él.
Conjuraba los ratones de miedo que no le royesen algunos mendrugos que guardaba. La
cama tenía en el suelo, y dormía siempre de un lado por no gastar las sábanas. Al fin, él era
archipobre y protomiseria.

(1) pupilaje: internado para jóvenes


(2) lacería: miseria, pobreza.
(3) cuévanos: cesto grande y hondo.
(4) búa: tumor.
(5) tablillas de San Lázaro: tablillas que en la Edad Media hacían sonar los leprosos para avisar de su
presencia.
(6) ética: enferma, débil.
(7) sotana milagrosa: recuerdo del milagro de la casulla de san Ildefonso, que era multicolor.

Se trata de un fragmento de la novela El Buscón de Francisco de Quevedo. Esta obra, única


novela picaresca escrita por el autor, es representativa tanto del conjunto de la obra de
Quevedo, donde la sátira mordaz es la nota predominante, como de la narrativa picaresca en
general; aunque con ciertos cambios con respecto a sus características.
Como es habitual en la novela picaresca, el narrador es el pícaro protagonista, en este caso
Pablos, quien nos hace una caricatura grotesca y degradante del licenciado Cabra, el dueño
del internado de Segovia donde es enviado don Diego Coronel, el amo de Pablos.
En este fragmento, la tipología textual predominante es la descripción, combinando
prosopografía o descripción física y etopeya o descripción del carácter; es decir, el autor  ha
realizado un retrato del licenciado Cabra.
La estructura del texto es muy sencilla, pues presenta dos partes que se corresponden con
los dos párrafos.
En el primero, el protagonista explica el motivo por el que va a parar a la casa del licenciado
Cabra, junto a su amo.
En el segundo se realiza la caracterización del personaje atendiendo tanto a las
características físicas como morales del personaje. Toda la descripción del personaje está al
servicio de una idea: el carácter rácano y miserable del licenciado Cabra, se ve reflejado en
su apariencia física. La descomposición de la figura del licenciado Cabra se hace desde un
ángulo de visión insólito y mediante la acumulación yuxtapuesta de imágenes
independientes que se combinan entre sí.
Lo más característico del fragmento es el empleo de figuras literarias. La grotesca y
degradante caricatura del personaje se construye, como veremos a continuación, sobre
metáforas e hipérboles, comparaciones y juegos de palabras.

Comienza con una descripción general del cuerpo, del que destaca que el licenciado Cabra
era alto y delgado.  Para ello, utiliza una metáfora por aposición: “era un clérigo cerbatana”,
es decir, identifica la figura del licenciado con una cerbatana, un tubo estrecho y largo por el
que se introducen dardos, flechas, piedrecillas que se disparan soplando con fuerza por uno
de los extremos.
También señala que era “largo solo en el talle”, haciendo un juego de palabras, muy
conceptista entre los dos significados del adjetivo “largo”, que puede referirse a la longitud
de algo o a la generosidad. En este caso, Quevedo nos dice que el licenciado es solo alto,
pero no generoso.

Continúa con una descripción del cuerpo empezando por la cabeza y terminando en los pies.
Describe así que el licenciado tiene el cabello “bermejo”, es decir, rojo. Los pelirrojos eran
muy mal considerados en la época: se consideraba que el color rojo de su pelo los
relacionaba con la brujería o la maldad.  Quevedo, probablemente, alude al refrán “rubio
bermejo, mal pelo y peor pellejo”

Sigue con los ojos, de los que dice que son hundidos, oscuros y muy separados; para ello
utiliza una comparación: “parecía que miraban por cuévanos”, es decir, desde el fondo de un
cesto grande y hondo. Además dice que sus ojos, tan hundidos y oscuros  que serían buen
sitio para tienda de mercader; alude en este sentido a la costumbre de los tratantes judíos
de instalar sus tiendas en lugares oscuros para que los compradores no vieran los defectos
del género que vendían.
Prosiguiendo el recorrido por el rostro, el narrador llega a la nariz y nos dice que la nariz era
muy pequeña; para ello hace alusión a dos lugares geográficos “Roma” y “Francia”. Cuando
habla de Roma está, de nuevo, haciendo un juego de palabras entre el sustantivo Roma y el
adjetivo “roma” que significa chata y sin punta. Por otra parte, cuando habla de que la nariz
está en Francia se refiere a la sífilis, una enfermedad de transmisión sexual que, en España
se llamaba el “mal francés”. Esta enfermedad, en sus últimos estadios solía manifestarse con
bultos y tumores por la cara; el licenciado Cabra tenía estos tumores en la nariz, pero no
eran por el “mal francés”, que se contagiaba fundamentalmente a través del trato con
prostitutas y, por tanto, pagando, sino por catarros mal curados. Con esto, incide de nuevo
en la fealdad y racanería del personaje.

Sigue hacia la boca y se va a centrar en la barba y los dientes. Dice que tiene la barba blanca
alrededor de la boca, con ello incorpora la creencia de que en situaciones de gran miedo o
estrés, el cabello se vuelve blanco; de esta forma, nos dice que los pelos de la barba han
encanecido por el terror de ser devorados por la hambrienta boca del licenciado Cabra.

Cuando se refiere a los dientes, dice que ha perdido muchas piezas dentales y explica esta
pérdida diciendo que, como apenas come, sus dientes son muy vagos. En Madrid había
tantos vagos en la época de Quevedo  que se promulgaron leyes obligándolos a abandonar
la ciudad si no podían justificar algún trabajo o un cargo que les permitiese subsistir. Por ello,
dice que los dientes del dómine Cabra han sido desterrados porque no trabajaban.

El cuello, al que Quevedo se refiere como el “gaznate”, es , como todo lo que se describe en
este texto, caracterizado de forma hiperbólica. Se comenta su largura identificándolo con el
cuello de una avestruz  y añade que, al ser tan delgado, se le marca mucho la nuez.
Hiperbólicamente, indica que parece que la nuez se quiere escapar del cuello en busca de
algo de comer.

Continúa su descenso por los brazos, y si hasta ahora todas las partes de la cabeza del 
licenciado Cabra parecen querer huir en busca de los alimentos que el licenciado les
racanea, ahora se va  a centrar en la delgadez extrema del personaje. Los brazos son secos,
las manos son como un manojo de sarmientos, es decir, la rama de la cepa de la vid.
Al llegar a la cintura, Quevedo sigue insistiendo en la delgadez del personaje recurriendo a
una comparación, ya que dice que de la cintura para abajo parece un tenedor o un compás.

Del físico pasa de nuevo a aspectos generales del personaje, que repiten la idea de un
personaje de aspecto descuidado y desagradable, extremadamente flaco, tanto, que al
caminar le sonaban los huesos “como tablillas de san Lázaro”; tenía una voz débil y
enfermiza y ni su cabello ni su barba estaban cuidados, porque no quería gastarse dinero en
el barbero.

Cierra el recorrido con una descripción de la ropa que lleva el licenciado: de nuevo nos
encontramos con hipérboles, metáforas y comparaciones para destacar lo sucio y
desarreglado de su aspecto. Cuando describe el gorro o bonete que lleva para explicar que
está lleno de agujeros, Quevedo hace un juego de palabras entre el verbo “ratonar” y el
sustantivo “gatera”: “Traía un bonete los días de sol, ratonado con mil gateras…” El verbo
“ratonar” significa ‘morder o roer algo como el queso o el pan’ y en este caso adquiere el
sentido de `lleno de agujeros’ al añadir el concepto de “gatera”, que es el agujero que se
hace en la puerta para que entre y salga el gato. Lo mismo ocurre con la sotana, que lleva
suelta, sin cinturón, y que relaciona con el cuero por lo raída de la tela y con la multicolor
casulla de san Ildefonso, porque su suciedad y su grasa hace que parezca tornasolada.

Todas las referencias a la delgadez, el cabello largo, la barba larga y el aspecto enfermizo se
cierra con la comparación: parece el “lacayuelo de la muerte”. El desprecio por el personaje
se muestra en la utilización del diminutivo “lacayuelo” para la palabra “lacayo” (‘criado’) y su
relación con la muerte se acentúa con la referencia al tamaño de los zapatos que identifica
mediante una metáfora con una tumba. La hipérbole para referirse al tamaño de los zapatos
procede de la Biblia y alude a la muerte de los filisteos a manos del gigante hebreo Sansón.
El final del retrato está dedicado al aposento que es también un reflejo de la racanería del
personaje: no tenía cama, dormía de lado para no gastar las sábanas y, a pesar del descuido
y la suciedad, no había ni arañas ni ratones.

El fragmento concluye con una ingeniosa creación de palabras para indicar que era la
mismísima encarnación de la miseria y de la avaricia. Construye dos neologismos: el
superlativo “archipobre”, constituido por el prefijo griego “archi” que significa “superior” y
en este caso, “muy”, unido al adjetivo “pobre” y “protomiseria”, formado por el prefijo
griego “proto” que significa “prioridad” y el sustantivo “miseria”.

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