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Literatura Española del Barroco Teresa Coll

Grado en Lengua y Literatura Española


Actividades complementarias

Tema 4. LA PROSA III. QUEVEDO Y LA PROSA SATÍRICA

1. Siguiendo las indicaciones presentes en la ficha de “comentario de textos”


colgada en la web, comente el siguiente fragmento:

[Entramos, primero domingo después de Cuaresma, en poder de el hambre viva,


porque tal laceria no admite encarecimiento.] [El era un clérigo cerbatana, largo sólo
en el talle, una cabeza pequeña, los ojos avecindados en el cogote, que parecía que
miraba por cuévanos, tan hundidos y escuros que era buen sitio el suyo para tiendas
de mercaderes; la nariz, de cuerpo de santo, comido el pico, entre Roma y Francia,
porque se le había comido de unas búas de resfriado, que aun no fueron de vicio
porque cuestan dinero; las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, que de
pura hambre parecía que amenazaba a comérselas; los dientes, le faltaban no sé
cuántos, y pienso que por holgazanes y vagamundos se los habían desterrado; el
gaznate largo como de avestruz, con una nuez tan salida que parecía se iba a buscar
de comer forzada de la necesidad; los brazos secos; las manos como un manojo de
sarmientos cada una. Mirado de medio abajo parecía tenedor o compás, con dos
piernas largas y flacas.] [Su andar muy espacioso; si se descomponía algo, le sonaban
los güesos como tablillas de San Lázaro. La habla ética, la barba grande, que nunca
se la cortaba por no gastar, y él decía que era tanto el asco que le daba ver la mano
del barbero por su cara, que antes se dejaría matar que tal permitiese. Cortábale
los cabellos un muchacho de nosotros. Traía un bonete los días de sol ratonado con
mil gateras y guarniciones de grasa; era de cosa que fue paño, con los fondos en
caspa. La sotana, según decían algunos, era milagrosa, porque no se sabía de qué
color era. Unos, viéndola tan sin pelo, la tenían por de cuero de rana; otros decían
que era ilusión; desde cerca parecía negra y desde lejos entre azul. Llevábala sin
ceñidor; no traía cuello ni puños. Parecía, con esto y los cabellos largos y la sotana y
el bonetón, teatino lanudo. Cada zapato podía ser tumba de un filisteo.] [Pues ¿su
aposento? Aun arañas no había en él. Conjuraba los ratones de miedo que no le
royesen algunos mendrugos que guardaba. La cama tenía en el suelo, y dormía
siempre de un lado por no gastar las sábanas. Al fin, él era archipobre y
protomiseria.]

1
El fragmento a comentar forma parte del tercer capítulo de la novela de Francisco de
Quevedo Historia de la vida del Buscón llamado Pablos, ejemplo de vagabundos y espejo de
tacaños, conocida como El Buscón. Obra de juventud redactada probablemente en
Valladolid, y que fue conocida en copias manuscritas mucho antes de su publicación. En la
situación actual de la crítica se concede valor fundamental al llamado manuscrito B
conservado en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid. El Buscón se publicó por vez primera en
Zaragoza en 1626 y al parecer sin el consentimiento de Quevedo, muestra algunas
diferencias de importancia respecto al manuscrito B. Controvertida es también la datación
de la obra, aunque se estima que fue redactada entre 1603 y 1626.

En este capítulo, Pablos es el criado de un chico, Diego Coronel, el cual ha sido puesto por
su padre bajo el pupilaje del licenciado Cabra. El fragmento corresponde a la descripción de
este personaje, el dómine Cabra, un clérigo extremadamente avaro, que mata de hambre a
Coronel y al protagonista. El tema central es el de la miseria y tacañería que caracteriza
esta persona y que es descrita en sus diversas facetas.

Unos de los rasgos principales del género picaresco es la narración en primera persona por
lo que el relato presenta un narrador omnisciente, ya que Pablos que es quien cuenta unos
hechos de los que ha sido testigo y parte implicada, tiene conocimiento de todo.

El fragmento se puede dividir en cuatro partes. En la primera, que iría desde el principio del
texto hasta “…encarecimiento” en el que el protagonista se introduce en el mundo de la
miseria, la casa del dómine Cabra. En la segunda parte en la que se nos hace una descripción
física del licenciado Cabra empezaría en “El era un clérigo cerbatana…” hasta “…piernas
largas y flacas”. La tercera parte que va desde “Su andar muy espacioso…” hasta “…tumba
de un filisteo” y en ella continua el narrador con su espérpentica descripción del dómine,
pero ahora el autor se centra en la indumentaria que lleva el personaje.

La estructura está vertebrada en torno al tema central. Desde la primera frase ya se nos
describe a Cabra como un avaro “largo sólo en el talle”; luego va añadiendo características,
en las cuales se encuentra siempre la idea de tacañería y, finalmente, culmina la descripción
con dos compuestos de creación propia para llevar el retrato a su máximo grado de
esperpentización: “él era archipobre y protomiseria”. Archi es un prefijo, que se antepone a
nombres de dignidad para aumentar su categoría, por lo que “archipobre” significará el
primero entre los pobres. De igual forma, Proto, prefijo procedente del griego prótos,
primero, de manera que “protomiseria” significará el primero entre los miserables.

El autor juega con la puntuación para dar un ritmo dinámico a la descripción, pero primero
nos encontramos con una larguísima frase, que coincide con la segunda parte del fragmento,
hasta encontrar un punto. Y es aquí donde se hace una enumeración de las características
físicas del personaje, separadas por signos de punto y coma. Luego las frases devienen más
breves y utiliza los puntos para dar más énfasis. Pero, es en la utilización de recursos
estilísticos donde más destaca el virtuosismo de Quevedo, y así podemos encontrar
hipérboles como por ejemplo “(los ojos) tan hundidos y oscuros, que era buen sitio el suyo
para tiendas de mercaderes”; “cada zapato podía ser la tumba de un filisteo”.

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Personificaciones: “Las barbas descoloridas de miedo de la boca vecina”, “(los dientes)
holgazanes y vagamundos”. Comparaciones:“las manos como un manojo de sarmientos”, “le
sonaban los güesos como tablillas de San Lázaro”. Silepsis o dilogía: “Él era un clérigo
cerbatana, largo (‘alargado’ y ‘generoso’) sólo en el talle”, Quevedo está jugando con este
doble significado de “largo” pero negándolo. Juegos de palabras: “la nariz, entre Roma y
Francia” es decir, nariz chata (roma) y desfigurada como si hubiese padecido la sífilis (el
mal francés); cosificación: “era un clérigo cerbatana” Mirado de medio abajo parecía
tenedor o compás; animalización: “El gaznate largo como de avestruz”.

En cuanto al vocabulario utilizado, merece la pena destacar términos como Laceria:


miseria; cuévanos: cestos que se llevan a la espalda utilizados para llevar género o niños
pequeños; búas: postillas que salen en el cuerpo; teatino: religioso perteneciente a la orden
de San Cayetano, y que se dedica especialmente a la atención espiritual de los reos de
muerte; tablillas de San Lázaro: tres tablillas unidas con un cordel, que se hacían sonar para
pedir limosna para los hospitales de San Lázaro.

Quevedo en El Buscón lo que pretende demostrar es la imposibilidad de ascenso social. Para


ello atacará a Pablos, presentándolo como un personaje condenado al fracaso en su intento
inútil de introducirse en un mundo al que no pertenece. Para lograr su propósito, el autor
recurre a diversas funciones del lenguaje, el empleo de vulgarismos, parodias idiomáticas,
sátiras, ironías, hipérboles, así como a la animalización y cosificación, convirtiendo sus
descripciones en degradación de los personajes, en verdaderos esperpentos.

Precisamente en esta descripción caricaturesca mezcla elementos de todos los reinos de la


naturaleza (vegetales, animales, inanimados) componiendo un retrato de Cabra grotesco.
Personifica elementos como las barbas, las cuales tienen miedo de la boca, los dientes
desterrados, la nuez se va a buscar de comer por su cuenta... dándoles independencia.
Deforma la realidad a través de los juegos de palabras como la nariz entre Roma y Francia,
largo sólo en el talle... Fenómenos todos ellos característicos de una estética espérpéntica
en la que se fundamenta esta caricatura.

En resumen, Quevedo en El Buscón no describe lugares y personajes de forma realista, sino


grotesca, hasta obtener una visión esperpéntica. Esta exageración es un rasgo
típicamente barroco. Todo es extremado: lleva la suciedad hasta lo más repugnante, la
ironía al sarcasmo más brutal, trata a sus personajes con frialdad, sin compasión ni simpatía.
Los describe con los trazos más negros, exagerando sus deformidades físicas y morales y
acaban siendo puras caricaturas. Y así, el Dómine Cabra ya no es sólo pobre y miserable,
es “archipobre y protomiseria”.

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