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Los primeros versículos de la Biblia son las palabras más leídas de toda la
literatura. Quizá son las primeras oraciones que se escribieron. Estas
declaraciones simples pero profundas proporcionan una comprensión
clara de la verdad del cristianismo en contra de cualquier desafío. Las
palabras “Dios, en el principio” contradicen el ateísmo, que asegura que
no hay Dios. La afirmación que Dios existía antes del universo también
contradice el panteísmo, que asegura que todo es Dios. Y estas palabras
contradicen la teoría del Big Bang (también conocida como la teoría de la
gran explosión) sobre el principio del universo porque afirman que el
Dios vivo creó todo. Dios existe y el Espíritu Santo existe. Hay un solo
Dios. Sin embargo, en este pasaje pronto leeremos: “Hagamos al ser
humano a nuestra imagen” (v. 26).
En el principio había caos y tinieblas. Dios vio un páramo sombrío y
desierto, una desolación impenetrable, un enorme vacío. Era como estar
en medio del Mar de Irlanda, entre Gales e Irlanda, en una noche negra
como el carbón, sin la luz de una sola estrella. El paso inicial de la
creación resultó en un escenario totalmente sombrío. No se parecía para
nada al cosmos de hoy; era un caos total. Sin embargo, sobre todo esto
estaba el Espíritu de Dios. Algunos eruditos han argumentado que el
“Espíritu de Dios” (ruach elohim) se debería traducir como “viento
poderoso”, pero dos argumentos nos obligan a rechazar esa traducción.
Primero, en cualquier otro versículo de Génesis 1 donde aparece la
palabra elohim, esta se traduce como “Dios”, no como “viento poderoso”.
Segundo, un viento, sobre todo un viento poderoso, no sobrevuela; sopla
y aúlla. Wolfhart Pannenburg, catedrático alemán, considera la
traducción “viento poderoso” como “grotesca”.2 La palabra “movía”
también puede significar incubar o sobrevolar. Para ayudarnos a
entender mejor la palabra, debemos ver cómo se usa en Deuteronomio
para describir un águila que se levanta sobre su nido y extiende sus alas
mientras se agita y revolotea sobre sus crías (Dt 32:11).
Así que el primer paso de la creación comienza en un caos oscuro, una
tierra desordenada y vacía. No obstante, sobre ella el Espíritu
sobrevolaba, moviéndose sobre la faz de este abismo original como si
cuidara de Sus crías. Como un águila, Él estaba protegiendo y guardando
a Sus polluelos. El Espíritu estaba cuidando la creación antes de la
creación del jardín y la caída del hombre. El Espíritu no solo sobrevuela
sobre los campos cortados de Kent (conocidos como “el Jardín de
Inglaterra”), las hermosas granjas ajardinadas de Cornwall o la magnífica
arboleda de los Jardines Kew en Londres. Sí, Él está presente en los
magníficos Alpes Suizos y las Rocosas Norteamericanas, pero Él también
estaba presente en el principio, cuando no había nada remotamente
hermoso en la creación, cuando todo era un abismo desordenado y negro
de terror. El Espíritu de Dios estaba ahí, amando, cuidando y guardando
lo que se hizo primero. Específicamente, Él estaba involucrado de dos
maneras: en la ecología y en la teología de la creación:
De acuerdo con Génesis, tú, como ser humano, eres único en tres
aspectos:
Moisés les dijo a los hijos de Israel: Como pueden ver, el Señor ha
designado a Besalel hijo de Uri, hijo de Jur, de la tribu de Judá. Lo ha
llenado del Espíritu de Dios y le ha dado sabiduría, inteligencia, ciencia
y dotes artísticas, para crear diseños y para trabajar en oro, plata y
bronce, en el tallado y engaste de piedras preciosas, y en todo trabajo
ingenioso en madera. Además, a él y a Aholiab hijo de Ajisamac, de la
tribu de Dan, les ha dado la capacidad de enseñar; ha llenado de
sabiduría su corazón, para que hagan toda clase de obra artística y
creativa en los telares, y de trabajos y diseños bordados en azul,
púrpura, carmesí, y lino fino. Así que serán Besalel y Aholiab los que
harán todo lo que el Señor nos ha ordenado hacer, junto con todos
aquellos a quienes el Señor haya dado un corazón lleno de sabiduría e
inteligencia para llevar a cabo toda la obra del servicio del santuario.
Chris Wright comenta: “Hay algo tan maravillosamente creativo (y por
lo tanto semejante a Dios) en lo que este pasaje describe: artesanía,
diseño artístico, bordado con ricos colores, tallado en madera y piedra.
Me encantaría tener algunas de estas habilidades y admiro grandemente
la obra de los artistas que las hacen. Debemos tomar en serio el hecho de
que estas cosas son marcas de la llenura del Espíritu de Dios”.4
Un hombre de mi iglesia fue llenado del mismo Espíritu de Dios que
estaba en Besalel y Aholiab. Ron Loosley trabajó en los planos para
renovar nuestra casa parroquial. Transformó Plas Lluest en un hogar
cristiano para personas con dificultades de aprendizaje y diseñó los
planos para la librería cristiana. Le ahorró a la iglesia miles de libras,
pero la hermosa habilidad de su obra fue lo que la hizo tan memorable. El
mismo Espíritu que vino sobre Besalel y Aholiab también llenó a Ron
Loosley, y nuestra congregación se goza en la bondad y amor de todo lo
que él ha diseñado y ejecutado tan maravillosamente.
* Woodland Trust es una organización benéfica comprometida con la protección y el buen uso de
los bosques de árboles como patrimonio cultural.
3
LA INSPIRACIÓN DE LOS PROFETAS
DEL ANTIGUO TESTAMENTO
Pedro fue el discípulo de Cristo a quien Jesús designó para guiar al resto
de los discípulos después de Su ascensión. Pedro había pasado tres años
en la presencia de nuestro Señor, aprendiendo de Su enseñanza durante
Su ministerio público. Después, Pedro fue designado como apóstol para
hablar en el nombre de Cristo, con la autoridad de nuestro Señor detrás
de sus palabras. Así que los que recibían a Pedro recibían al Señor de
Pedro.
El llamado especial de Pedro fue alimentar las ovejas y los corderos de
Cristo. Pedro fue llenado del Espíritu en el día de Pentecostés y predicó el
evangelio con tanta fidelidad que Dios convirtió a tres mil personas.
Después Pedro fue inspirado a escribir dos cartas. En la primera carta, él
ofrece su punto de vista (y el del Señor Jesús) sobre la naturaleza de la
Escritura del Antiguo Testamento. Con seriedad y fervor escribe: “Ante
todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge de
la interpretación particular de nadie. Porque la profecía no ha tenido su
origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de
Dios, impulsados por el Espíritu Santo”.
QUIÉN ESCRIBIÓ LA ESCRITURA
Baruc, hijo de Nerías, hizo todo lo que Jeremías el profeta le pidió que
hiciera; en el templo del Señor él leyó del rollo las palabras del Señor
(Jeremías 36:4-8). Los grandes oficiales de Jerusalén cuestionaron
entonces a Baruc, preguntándole: “¿Cómo fue que escribiste todo esto?
Les respondió Baruc: ‘Él me lo dictó, y yo lo escribí con tinta, en el rollo’”
(Jeremías 36:17-18).
Jeremías, que estaba encadenado, fue movido por el Espíritu Santo a
dictarle a Baruc el mensaje que había recibido de Dios. El siervo
desenrolló una piel u hoja de papiro y escribió en él con una pluma de
junco que metía en un cuerno con tinta para escribir las palabras que
Jeremías le daba. Cuando el trabajo estuvo terminado, el resultado era
sagrado, porque era exactamente lo que Dios quería que quedara escrito.
Cuando el pueblo oyó estas palabras, no rebatió el método o la hora
fijada en la que se hizo el escrito. Todos prestaron atención a lo que Dios
les estaba diciendo. Sin embargo, cuando Joacim, rey de Israel, escuchó
las palabras del rollo, cortó el rollo y lo echó pedazo a pedazo en el fuego.
El rey no podía aceptar las palabras de Jeremías como palabras de Dios,
inspiradas por el Espíritu Santo. Su corazón repelió tales palabras de
juicio. Así que rechazó totalmente la profecía y destruyó el rollo en que
estaba escrita.
Jeremías 36:27-32 continúa relatando, diciendo:
Luego que el rey quemó el rollo con las palabras que Jeremías le había
dictado a Baruc, la palabra del Señor vino a Jeremías: Toma otro rollo,
y escribe exactamente lo mismo que estaba escrito en el primer rollo
quemado por Joacim, rey de Judá. Y adviértele a Joacim que así dice el
Señor: “Tú quemaste aquel rollo, diciendo: ‘¿Por qué has escrito en él
que con toda seguridad el rey de Babilonia vendrá a destruir esta tierra,
y a borrar de ella a toda persona y animal?’ Por eso, así dice el Señor
acerca de Joacim, rey de Judá: Ninguno de sus descendientes ocupará
el trono de David; su cadáver será arrojado, y quedará expuesto al calor
del día y a las heladas de la noche. Castigaré la iniquidad de él, la de su
descendencia y la de sus siervos. Enviaré contra ellos, y contra los
habitantes de Jerusalén y de Judá, todas las calamidades con que los
amenacé, porque no me hicieron caso. Entonces Jeremías tomó otro
rollo y se lo dio al escriba Baruc hijo de Nerías. Baruc escribió en el
rollo todo lo que Jeremías le dictó, lo cual era idéntico a lo escrito en el
rollo quemado por el rey Joacim. Se agregaron, además, muchas otras
cosas semejantes.
Dios no trató con ligereza la actitud del rey Joacim de “ser selectivo”
con la Escritura al aceptar parte de Su Palabra y destruir el resto. Al hacer
esto, este rey quitó a Dios del trono de su vida y él mismo se sentó en él.
Este incidente, que describe cómo las palabras de Jeremías fueron
anotadas vía Baruc, nos puede parecer mucho como un dictado. Sin
embargo, este método de registro de las palabras de Dios durante este
punto de la vida de Jeremías no fue lo que sucedió durante el resto de su
vida o en la vida de otros profetas y escritores de otros textos de la
Escritura del Antiguo Testamento. Moisés fue entrenado por décadas
para escribir las primeros cinco libros de la Biblia. Recibió sus primeros
años de formación en el palacio de Faraón. Hizo sus estudios de posgrado
durante cuarenta años en las profundidades del desierto, con ovejas y
pastores como sus compañeros. Durante un periodo de años Dios lo
preparó para escribir el Pentateuco como el escribano de Dios.
PROTEGIENDO LA ESCRITURA DEL ERROR
Números 24:2 nos relata que el Espíritu de Dios vino sobre un profeta
llamado Balaam y que él pronunció su oráculo. Este hombre no era un
israelita; era un adivino que vivía en Mesopotamia. Fue contratado por el
rey de Moab para maldecir a la nación de Israel, que pasaba por Moab en
su camino a la Tierra Prometida. Números 22:3 nos dice que los de Moab
“estaban verdaderamente aterrorizados de ellos porque eran un ejército
muy numeroso”.
Balaam aceptó el trabajo, pero cuando trató de maldecir a los israelitas,
Dios lo detuvo de hacerlo diciendo: “Ni pronunciarás ninguna maldición
sobre los israelitas, porque son un pueblo bendito” (Nm 22:12). El rey
Balac trató de forzar al profeta una vez más a maldecir a Israel,
prometiéndole obsequios valiosos si lo hacía. Balaam contestó: “Yo no
podría hacer nada grande ni pequeño, sino ajustarme al mandamiento
del Señor mi Dios” (Nm 22:18). Él viajó a Moab para explicarle eso al rey,
pero el rey estaba enojado porque el profeta había fracasado en maldecir
a los israelitas. Él le dijo al profeta: “¿Acaso no te mandé llamar? ¿Por
qué no viniste a mí? ¿Crees que no soy capaz de recompensarte?” (Nm
22:37).
“¡Bueno, ya estoy aquí!, contestó Balaam. Sólo que no podré decir nada
que Dios no ponga en mi boca” (Nm 22:38). ¿Puede un profeta que habla
de parte de Dios y es llevado por el Espíritu Santo cambiar las palabras
que Dios le da? ¿Puede desechar el mensaje divino y en su lugar dar el
suyo? Balaam declara: “Dios no es un simple mortal para mentir y
cambiar de parecer. ¿Acaso no cumple lo que promete ni lleva a cabo lo
que dice? Se me ha ordenado bendecir, y si eso es lo que Dios quiere, yo
no puedo hacer otra cosa” (Nm 23:19-20).
Para este momento el rey Balac estaba desesperado porque el profeta,
de hecho, estaba bendiciendo al pueblo de Dios en vez de maldecirlo. Le
suplicó al profeta que simplemente abandonara el asunto. Balaam
respondió: “¿Acaso no te advertí que yo repetiría todo lo que el Señor me
ordenara decir?” (Nm 23:26). El rey explotó en ira y le ordenó al profeta
irse a su casa sin recibir su pago. Balaam respondió: “Yo les dije a los
mensajeros que me enviaste: Aun si Balac me diera su palacio lleno de
oro y de plata, yo no podría hacer nada bueno ni malo, sino ajustarme al
mandamiento del Señor mi Dios. Lo que el Señor me ordene decir, eso
diré” (Nm 24:12-13).
La convicción de Balaam es un indicativo de la devoción de los
verdaderos profetas del Antiguo Testamento. Micaías es un ejemplo.
Cuando Micaías fue arrastrado ante Acab y Josafat para dar la bendición
del Señor a sus ejércitos antes de ir a la batalla, se negó a repetir como un
loro lo que los falsos profetas habían dicho a los reyes, afirmando sus
planes para la batalla. “Pero Micaías repuso: Tan cierto como que vive el
Señor, ten la seguridad de que yo le anunciaré al rey lo que el Señor me
diga” (1R 22:14). Cuando lo presionaron una y otra vez para cambiar de
opinión, finalmente anunció lo que el Señor le había pedido que dijera:
“Vi a todo Israel esparcido por las colinas, como ovejas sin pastor. Y el
Señor dijo: Esta gente no tiene amo. ¡Que cada cual se vaya a su casa en
paz!” (1R 22:17). El profeta no podía pronunciar falsedad cuando hablaba
en el nombre del Señor, incluso si esto significaba enfrentar la ira de dos
reyes.
Hemos buscado probarte la verdad de las palabras de Pedro: “Ante
todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge de
la interpretación particular de nadie. Porque la profecía no ha tenido su
origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de
Dios, impulsados por el Espíritu Santo” (2P 1:20-21). Las mentes y las
almas de los escritores de la Escritura estaban controladas por el Espíritu
de Dios; ellos estaban conscientes de la brevedad de la vida y del juicio
que seguía a la muerte cuando tuvieran que dar cuenta a Dios de cada
palabra que habían hablado, especialmente en nombre de Dios. ¿Habían
sido fieles a la gran comisión que Dios les había dado cuando los llamó
para ser Sus profetas? Por supuesto que ellos eran pecadores y hubo
momentos en los que pudieron mentir o perder los estribos. Por ejemplo
David, quien escribió el Salmo 23, una vez escribió una carta a su general
pidiéndole poner a un hombre al frente de la línea de batalla y después
alejarse de él para que lo mataran (2S 11:15). David no estaba siendo
impulsado por el Espíritu cuando escribió esa carta; estaba ordenando un
homicidio para cubrir su pecado de adulterio. David habló y escribió en el
nombre del Señor cuando estaba en el Espíritu. Fuera de eso, era un
hombre pecador como cualquier otra persona.
CONCLUSIÓN
Las Escrituras del Antiguo Testamento son infalibles. Son santas. Son
poderosas. Son consistentes. Son el medio señalado para la salvación.
Somos engendrados por Su verdad, alumbrados por Su verdad,
santificados por Su verdad y salvos por Su verdad. El Antiguo y el Nuevo
Testamento contienen todas las palabras reveladas por Dios que este
mundo caído necesita. Son suficientes para equipar completamente a un
creyente para toda buena obra posible. Son sencillas con el fin de que
todos puedan entender lo que Dios dice. Son la luz del mundo, la fuente
de la vida y el almacén del tesoro de Dios.
Deberías sentir tristeza si vas a una iglesia donde se predica del
Antiguo Testamento solo esporádicamente. Si tienes el Espíritu de Dios,
reconocerás al Espíritu como Aquel que inspiró a los profetas a escribir
exactamente lo que escribieron. Un ministro verdaderamente lleno del
Espíritu predica frecuentemente del Antiguo Testamento. Si no eres
afortunado de contar con tal ministerio, entonces asegúrate de estudiar
estas Escrituras por ti mismo y cree las verdades que afirman. Estudia las
Escrituras y aplícalas a tu vida. Léelas como si Dios te estuviera hablando
y contéstale con palabras de gratitud, reverencia, fe, gozo y temor
mientras aplicas esas palabras a tu vida.
* Ninguna versión en castellano incluye las palabras “por el Espíritu” que aparecen en el hebreo.
4
LA UNCIÓN DEL
ESPÍRITU DE DIOS
2. El aceite era un símbolo del Espíritu Santo. Nadie afirma que el hilo de
aceite que escurre del pelo y la frente de un hombre es lo que lo hace un
profeta o un rey. El aceite es un símbolo de los dones espirituales de
sabiduría y autoridad que vinieron sobre David en su unción. Tan real
como el aceite que se derramó sobre su cabeza fue la transformación que
el Espíritu Santo hizo en el interior de David. Eso es evidente en el
versículo 13 donde se declara que “el Espíritu del Señor vino con poder
sobre David, y desde ese día estuvo con él”.
Walter Chantry comenta: “En esa hora, el hijo más joven de la familia
de Isaí entró a una nueva fase de desarrollo de su vida interior. La mayor
parte del tiempo David mantendría el paso con el Espíritu. No estaría
consciente del Espíritu Santo conmoviéndolo interiormente en cada
momento de su vida, pero habría veces en que estaría profundamente
consciente de que no se parecía a ningún otro hombre porque estaba
lleno del Espíritu. Crecería en apreciar las operaciones internas del
Espíritu. Después de su caída en adulterio y homicidio, él daría este grito
de angustia: ‘No me alejes de Tu presencia ni me quites Tu Santo
Espíritu’ (Sal 51:11)”.1
Por eso les digo que a todos se les podrá perdonar todo pecado y toda
blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu no se le perdonará a
nadie. A cualquiera que pronuncie alguna palabra contra el Hijo del
Hombre se le perdonará, pero el que hable contra el Espíritu Santo no
tendrá perdón ni en este mundo ni en el venidero.
Mateo 12:31-32
Algunos dirán que este perdón es una doctrina incómoda. ¡No! Está
llena de consuelo para todos los pecadores, que todos los que creen en
Él no serán avergonzados. El Señor que está sobre todos es rico en
misericordia para con todos los que le invocan. ¡Aquí hay un consuelo
tan alto como el cielo y tan fuerte como la muerte!
Wesley predicó que todos los hombres son pecadores pero que, por
medio del amor de Dios en Jesús, se les ofrece perdón pleno que pueden
recibir por fe. Esa predicación fue el cimiento del Gran Avivamiento, pues
el tema del perdón divino es el centro de las buenas nuevas sobre
Jesucristo. Si alguien está obsesionado con el pecado que ha cometido, se
puede consolar al saber que el perdón del cielo se le ofrece a él. Para ti,
que escuchas la predicación semana a semana, pero que por muchos años
has estado desconfiando de Cristo, y ahora estás comenzando a pensar
que es demasiado tarde y que el día de misericordia ha pasado, yo digo
¡no! A ti también se te ofrece el perdón en el nombre de Jesús. Las buenas
nuevas de misericordia se ofrecen a todas las criaturas, por excesivos y
corruptos que sean sus pecados, sin importar qué tanta pena y dolor les
hayan causado a los demás.
Si todo esto es verdad, ¿de qué está hablando el Señor Jesús cuando
advierte en Mateo 12:31, “Pero la blasfemia contra el Espíritu no se le
perdonará a nadie”? ¿Por qué declara esto en un tono tan urgente?
¿Existe un pecado particularmente atroz entre los que cometemos? ¿Cuál
es? ¿Es uno de los Diez Mandamientos? ¿La violación de uno de esos
mandamientos hunde para siempre al pecador en la desesperación de que
no hay perdón? Nuestro Señor advierte que hay un pecado que no será
perdonado. Habla de eso en Mateo 12, Marcos 3 y Lucas 11. Los tres
evangelios se refieren a las palabras de Jesús sobre el pecado eterno. Esta
es una advertencia contra la herejía del universalismo que supone que el
pecado de cada persona será perdonado. Es para advertirnos de no
pensar a la ligera sobre el perdón como si fuera un trabajo que Dios está
obligado a hacer.
Esta advertencia también se anuncia tres veces en la Escritura para
ayudarnos a resistir el pecado más intensamente. Recuerda que estas son
las palabras de Jesús, no las mías. Tanto yo como muchos de ustedes
conocemos la identidad del pecado que nunca puede ser perdonado. No
hay ningún misterio sobre lo que es el pecado imperdonable. Tenemos la
información bíblica para hablar con tal confianza. El que tenga oídos para
oír, oiga lo que tenemos que decir acerca del pecado imperdonable.
LO QUE EL PECADO IMPERDONABLE NO ES
Por lo tanto, ¿qué debemos pedir nosotros como cristianos? ¿Por qué
debemos tocar las puertas del cielo? La respuesta es que le debemos pedir
a Dios que cumpla todas Sus promesas. Cuando comencemos a orar,
primero debemos preguntar si tenemos una promesa de parte de Dios.
No me refiero a algo emocional a lo que nos aferramos. Gracias al
Espíritu, podemos tener reacciones emocionales a la lectura y la
predicación de la Palabra de Dios, pero no es a eso a lo que me refiero.
En esta grandiosa Palabra inspirada por Dios y de la cual el Salvador
dijo: “Tu Palabra es verdad”, ¿hay una promesa? ¿Y esa promesa es
nuestra sobre la base de que somos hijos de Dios? Sí, sí hay tal promesa;
de hecho, hay muchas grandiosas y preciosas promesas, y todas son sí y
amén en Jesucristo. Estas promesas son mías, y cuando adoro a Dios
puedo orar con confianza de que Dios cumplirá todo lo que Él me ha
prometido a mí y a cada cristiano.
Tales promesas son los límites de las obligaciones de Dios. Él dará lo
que ha prometido, pero no más que eso. Por ejemplo, Él no ha prometido
que las calificaciones de mis exámenes serán todas excelentes, ni siquiera
que aprobaré todos mis exámenes. Él no ha prometido que me curará de
toda dolencia y enfermedad. No me ha prometido riquezas, ni
matrimonio, ni hijos, ni una larga vida. No nos ha prometido un poderoso
avivamiento religioso en nuestras propias vidas. Donde no hay promesas,
Dios no está ni obligado ni en deuda con nosotros.
Pero cada promesa que Dios nos ha hecho la cumplirá. Por ejemplo: Él
obrará todas las cosas para mi bien; Él suplirá todas mis necesidades de
acuerdo a Sus riquezas en gloria en Jesucristo; nada me separará de Su
amor en Cristo; puedo hacer todo en Cristo que me fortalece; puedo
aprender a contentarme cualquiera que sea mi situación; la buena obra
que Él ha comenzado en mí se perfeccionará en el día de Cristo. Lo que Él
ha prometido, Él lo llevará a cabo. Por estas cosas debemos orar. Nuestra
seguridad se debe basar en tales promesas. Nuestro Padre celestial está
declarando a cada uno de Sus hijos: “Me puedes pedir el cumplimiento de
cualquier promesa. Puedes ahora mismo implorar por su cumplimiento.
Puedes tocar la puerta de estas promesas y la puerta se te abrirá”.
Para cada expectativa debes tener una promesa. Puedes comenzar a
dudar de tu Dios y cuestionar Su fidelidad solo cuando descubras que Él
está rompiendo Sus promesas. Cuando Él frustre mis expectativas o no
me conceda mis caprichos, no me justifica para enojarme contra Él, pero
cuando Sus promesas solemnes comiencen a fallar entonces puedo dudar
de Él.
Por ejemplo, Dios hace promesas sobre el Espíritu Santo. Él anunció
por medio del profeta Joel que “después de esto, derramaré mi Espíritu
sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes
profetizarán, tendrán sueños los ancianos y visiones los jóvenes. En esos
días derramaré mi Espíritu aun sobre los siervos y las siervas” (Jl 2:28-
29). Esta promesa es para todo el pueblo de Dios. Es dada a los ancianos
y a los jóvenes, incluso a los siervos y a las siervas. Dios promete
derramar Su Espíritu en los días del cumplimiento cuando Cristo, el
Ungido, venga. Así que puedes ir con Dios y pedirle que derrame Su
Espíritu sobre ti diciendo: “Tú has prometido que harás esto y yo confío
en que cumplirás eso para mí. Estoy muerto y necesito la vida del
Espíritu. Estoy ciego y necesito la inspiración del Espíritu. Soy ignorante
y necesito la comprensión del Espíritu. Por favor, dame lo que Tú has
prometido”.
Nuestro texto ofrece otra promesa sobre el Espíritu Santo. El Señor
Jesús dice, en efecto:
Tu hijito está hambriento y clama: “Papi, dame un poco de pescado”.
—“Te daré algo” le gruñes, tirándole una serpiente.
Tu hijo te pide un huevo. Le echas en su mano un escorpión con el
aguijón.
Seguro que te opones a esta hipótesis argumentando: “Nosotros no
trataríamos a nuestros hijos de esa manera. Les daríamos lo que nos
piden: pescado y huevos. Les daríamos buenos regalos, no malos”. Sin
embargo, ustedes son hombres malos por naturaleza. Son hijos de Adán y
desde el vientre se han extraviado. Ustedes dicen mentiras. Beben
iniquidad como agua; en su carne no hay absolutamente nada bueno. No
obstante, ustedes dicen que les darán buenos regalos a sus hijos. ¿Cuánto
más entonces su Padre celestial les dará el Espíritu a los que se lo pidan?
El Señor nos está dando la promesa de que cualquiera que pida el
Espíritu lo recibirá.
Nuestro Señor no nos dice aquí que tenemos que sufrir intensamente
por ni someternos completamente a Él para ganar el Espíritu Santo. No
dice que debemos rendirnos completamente para ganarlo ni que debemos
estar completamente dedicados para tenerlo. No nos pide que
renunciemos a todo nuestro pecado ni que pongamos todo en el altar
para Él ni que persistamos en la oración para que podamos tener el
Espíritu. Él solo dice: “¡Pídanlo!” y el Padre nos lo dará. No tiene que ser
arrebatado de las manos del Padre. El Espíritu es dado; no es un regalo
que se deba ganar o merecer.
Cuando les pagué su salario a los mineros de Cynheidre un viernes por
la mañana, no me dieron las gracias con lágrimas en los ojos por su pago.
Lo recogieron sin decir palabra porque habían trabajado por él. Se habían
ganado su pago. Dios no nos hace trabajar por su Espíritu Santo. El
Espíritu es un regalo bondadoso enviado por Dios que solo se recibe por
fe.
En Hechos 2 leemos cómo el Espíritu descendió sobre la iglesia en el
día de Pentecostés. No se nos dice que antes de esa venida la iglesia
estuviera en agonía intentando ganarse ese don y cumpliendo toda clase
de condiciones. Solo había una petición: que permanecieran en
Jerusalén. Entonces de repente el Espíritu Santo descendió del cielo
sobre ellos. Los creyentes estaban unánimes en un lugar y el Espíritu
descendió sobre ellos. Vino a Pedro no por obras de justicia que Pedro
hubiera hecho. Vino a 120 discípulos, no por su santidad y mérito, ni
como una recompensa por su ayuno y oración. Vino como un don
gratuito de la infinita gracia de Cristo, así como lo predijo el profeta Joel.
El Espíritu Santo entró en los creyentes y moró sobre los creyentes en una
medida plena mientras esperaban Su venida. Lo apropiaron y lo
recibieron como suyo. Pidámosle a Dios que cumpla Su promesa y nos dé
lo siguiente:
3. Tenía la mejor educación que el país podía ofrecer; era docto en los
escritos hebreos y griegos y podía defender la verdad contra los ataques
del paganismo y la filosofía griega. Sin embargo, a este judío de nombre
griego se le dijo que tenía que volver a nacer.
4. Era un miembro del Sanedrín, el máximo órgano legislativo de la
nación bajo el César. Era una autoridad principal en Israel para el poder
legislativo, ejecutivo y judicial del estado, y era un político conocido
nacionalmente. No obstante, este funcionario tenía que volver a nacer del
agua y del Espíritu.
2. No puede venir al Rey. En Juan 6:44 Jesús dice: “Nadie puede venir a
Mí si no lo atrae el Padre que Me envió”. El primer paso de tu camino
hacia Jesús es alejarte de cualquier confianza que tengas en ti mismo,
reconociendo tu culpa, vergüenza y pobreza. Tienes que ir a Jesús para
encontrar la salvación. Pero el Salvador dice que nadie viene a Él
mientras se esté en la carne. Las personas están imposibilitadas para
aplicar ese cambio transformador que condena los pensamientos
orgullosos y que da la espalda a todo lo que ellos son. Están
imposibilitadas de ir a Jesucristo y rogar: “Lávame, Salvador, o de lo
contrario moriré”. Ninguno puede pasar de vivir en la carne a vivir en
Cristo a menos que el Espíritu de Dios obre primero un gran cambio en
su corazón y a menos que el Padre que envió al Hijo atraiga al pecador a
Cristo.
* La espina bífida es una malformación congénita en la que existe un cierre incompleto del tubo
neural (al final del primer mes de vida embrionaria) y posteriormente, el cierre incompleto de las
últimas vértebras
8
EL PADRE ENVÍA
AL CONSEJERO
¿Cómo puedes empezar a salir con una prostituta si Dios está morando
en ti?, le pregunta Pablo a la iglesia de Corinto. ¿Cómo puede alguno de
ustedes profanar el lugar santo de Dios? Tu cuerpo (los ojos con los que
ves, las manos con las que tocas, los pies con los que caminas) es una
persona habitada por el Hacedor de los astros, el amoroso Salvador y el
Espíritu de santidad.
Pero no hablemos de la presencia de Dios en nuestros corazones como
si fuese una amenaza, sino en términos de privilegio. Respondamos como
Sinclair Ferguson lo hizo una vez mientras recordaba el primer sermón
que escuchó sobre la morada del Señor en nosotros. Dijo que regresó a
casa después de esa reunión, apenas tocando el suelo con sus pies.
Examinemos lo que Jesús quiso decir específicamente cuando dijo que
el Espíritu Santo vendría a Sus discípulos como otro Consejero:
En español solo tenemos una palabra para otro; en griego existen dos
palabras comunes y con frecuencia se distinguen por su significado.
Por ejemplo, en Gálatas 1:6-7 Pablo expresa asombro de que los
creyentes de Galacia pudieran abandonar tan rápido al que los había
llamado por la gracia de Cristo y se habían vuelto a “otro evangelio: que
no es otro”. El primer otro significa un evangelio diferente, mientras
que el segundo significa un evangelio de la misma clase. Es por esto
que la RVC traduce este pasaje “para seguir un evangelio diferente. No
que haya otro evangelio”. (LBLA lo registra así: “para seguir un
evangelio diferente; que en realidad no es otro evangelio”).
En Juan 14:16 la palabra para otro, en “otro Paracleto”, es la misma
palabra que el segundo otro de Gálatas 1:6-7. De modo que Jesús está
prometiendo, no un Paracleto diferente, sino un Paracleto que es
esencialmente del mismo tipo que Jesús.1
De modo que el Espíritu es otro Consejero que sería todo lo que Jesús
fue para los discípulos.
En Juan 14:17, Jesús les asegura a Sus discípulos que ellos ya conocen al
Espíritu, “porque vive en ustedes y estará en ustedes”. Aunque los
discípulos ya conocen al Espíritu, todavía no había sido derramado en
ellos en Su plenitud y gloria como lo sería en Pentecostés. Los discípulos
sabían del Espíritu por las enseñanzas del Antiguo Testamento que
revelaban que Él estuvo activo en la creación y era quien había ungido a
los reyes de Israel e inspirado a sus profetas.
Juan, Pedro y otros también habían experimentado el consuelo y poder
del Espíritu Santo mientras predicaban y echaban fuera demonios, eran
puestos a prueba en las sinagogas, aconsejaban al pueblo y predicaban a
las multitudes. Ya habían experimentado los dones capacitadores del
Espíritu, aunque todavía no estaban conscientes de que el Espíritu los
estaba ayudando. Todo el discernimiento y las convicciones morales que
habían desarrollado desde que seguían a Jesús de Nazaret habían venido
a ellos por medio del Espíritu. Conocían al Espíritu porque estaba
viviendo en ellos, pero aún no se hacía evidente en Su plenitud y gloria
como el Espíritu de Cristo. No verían eso hasta que el Señor Jesús se
levantara de los muertos, fuera exaltado a la diestra de Dios y derramara
Su Espíritu en la iglesia (Jn 7:39).
Jesús usa dos preposiciones cuando les habla a Sus discípulos sobre el
Espíritu. Les dice que el Espíritu estará con ellos y en ellos. No queda
exactamente claro que con ellos se refiera a la presencia del Espíritu en la
iglesia y en ellos se refiera a la presencia del Espíritu dentro de ellos como
individuos. Sin embargo, es claro que con ellos sugiere una asociación, un
intercambio personal o un tipo especial de comunión, mientras que en
ellos sugiere hacer una verdadera morada. Veamos más detenidamente
esta distinción.
1. El Espíritu está con nosotros. Como creyentes, el Espíritu está con
nosotros, incluso cuando dejamos de sentir Su presencia. Él está con
nosotros cuando, según nuestro juicio, la iglesia es más fría que el hielo.
Él está con nosotros porque Jesús proclama: “Él estará con ustedes”. El
Espíritu está con nosotros tanto como Cristo está con nosotros. De modo
que como cristianos somos una asociación del Espíritu, un movimiento
del Espíritu, un cuerpo del Espíritu, una comunidad del Espíritu y una
sociedad del Espíritu. El Espíritu está con todos nosotros y todos
nosotros lo necesitamos desesperadamente; la presencia del Espíritu
nunca es una opción en medio de nosotros. Necesitamos al Espíritu y nos
necesitamos unos a otros. No podemos crecer como cristianos en
aislamiento; si intentamos hacerlo, llegaremos a convertirnos en
creyentes distorsionados y minusválidos. Solo con el Espíritu crecemos
correctamente como miembros los unos de los otros, y bajo la influencia
de los hermanos en la fe, a quienes tenemos que amar con un amor
ferviente y puro. Así compartimos las cargas los unos de los otros
mientras compartimos la vida del Espíritu y los ministerios que el
Espíritu nos da.
El Espíritu está con nosotros mientras nosotros, la iglesia, enfrentamos
el futuro, escalamos montañas y cruzamos ríos. Él está con nosotros
mientras luchamos contra las tentaciones y somos formados a la
semejanza de Cristo. Crecemos con la inspiración colectiva del Espíritu,
con Su ministerio que edifica la confianza, con Su guía y Su poder que nos
guardan. No hacemos esto por nuestra propia cuenta. Proseguimos
conscientes de que el Espíritu está con todos nosotros.
Jesús les dice a Sus discípulos en Juan 14:16: “Yo le pediré al Padre, y Él
les dará otro Consolador para que los acompañe siempre”. Él, en efecto,
le dice a Dios Padre: “Aquí están Mis apóstoles, testigos oculares de Mi
gloria. Dales el Espíritu de verdad. Escribirán los evangelios y las cartas y
testimonios presenciales, incluyendo una revelación del cielo. Cada
cristiano por los siguientes dos mil años dependerá de lo que ellos
escriban para saber qué creer y qué rechazar. Guíalos a toda la verdad”.
Vemos lo que Jesús le está pidiendo al Padre que les dé. Diez versículos
después, Jesús le ruega a Su Padre que “les enseñará todas las cosas y les
hará recordar todo lo que les he dicho” (v. 26). Jesús pide que ni siquiera
una membrana separe las palabras que el Espíritu inspire de las palabras
que los autores de las escrituras registren. Lo que Pablo escribe, lo dice el
Espíritu; lo que el Espíritu dice, el apóstol lo escribe. Esto será así porque
Jesús le ha pedido a Su Padre que así sea. El abogado más confiable de
Jesús es el Espíritu, el Consejero, el Espíritu de verdad.
9
EL ESPÍRITU CONVENCE AL MUNDO
DE SU CULPA
El Señor Jesús hace algo que nunca antes había hecho. Después de
hablar, sopla aire de Sus pulmones sobre Sus discípulos. En ese acto,
demuestra visible y audiblemente Su autoridad para darles el Espíritu
Santo. También les muestra la provisión que les hará con el fin de que
ellos hagan lo que Él les pide.
Pero, ¿qué está pasando aquí exactamente? ¿Es este un Pentecostés
pre-Pentecostés? Es cierto que los apóstoles son fortalecidos
espiritualmente cada vez que se encuentran con el Cristo resucitado.
Están alentados por la confirmación de que Jesucristo se ha levantado de
los muertos. Cada vez que se reúnen con el Cristo resucitado, los
discípulos entienden más acerca de Él, Su victoria sobre la tumba y el
significado de Su muerte, puesto que el Cristo resucitado sigue
ministrándolos y contestando sus preguntas.
Podemos ver el contraste entre los discípulos que se reúnen con el
Cristo resucitado y aquellos, como Tomás, que se pierden el evento. Los
discípulos le anuncian a Tomás: “¡Hemos visto al Señor!” (Jn 20:25),
pero como se ha perdido el acontecimiento, Tomás está lleno de dudas.
Así que la aparición de Cristo y Su soplo en Sus discípulos es un evento
maravillosamente fortalecedor. No obstante, no podemos decir que este
soplo regeneró a los discípulos. No puede ser posible que Jesús esté
haciendo eso aquí por varias razones.
6. Sus roles fueron muy similares. El Hijo honra al Padre a través de todo
lo que hace. De igual modo, el Espíritu glorifica a Cristo con todo lo que
hace. El Padre les dice a las personas acerca de Su Hijo: “Escúchenlo”. Y
el Hijo les pide a los hombres sobre el Espíritu: “El que tenga oídos, que
oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Ap 2:7). “Oigan al Hijo”, dice el
Padre. “Oigan al Espíritu”, dice el Hijo.
Así que existen muchas semejanzas entre la llegada al mundo de Dios
Hijo y la de Dios Espíritu. Ciertamente esto era de esperarse, ya que
ambos son personas divinas de la Deidad, iguales en poder y gloria.
LO QUE EL ESPÍRITU HIZO EN PENTECOSTÉS
2. Lenguas de fuego. El fuego también vino del cielo. Como las otras
señales, este fuego no vino de las profundidades de los subconscientes de
las personas. No vino como una descarga eléctrica mientras todos se
tomaban de las manos y oraban. El viento, el fuego y las lenguas vinieron
de más allá de ellos mismos. Los creyentes no se habían quedado en
Jerusalén suplicando por un viento celestial porque no sabían que un
viento vendría. No pidieron fuego porque no sabían que un fuego
reposaría sobre ellos, y no imploraron a Dios por el don de lenguas. Solo
se les dijo que esperaran el Espíritu de Cristo. Las señales del Espíritu
vinieron a ellos por pura gracia soberana. Fueron dones dados de parte
de Dios.
Así que se nos dice que las personas vieron “unas lenguas como de
fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (Hch 2:3).
Se miraban unos a otros y vieron 120 titilantes llamas de fuego
propagándose de uno a otro y después reposando en cada uno. No
estaban todos parados en medio de un horno, sino que las llamas
individuales se repartieron y reposaron sobre cada persona.
Normalmente el fuego consume y destruye, pero este fuego no hizo eso.
Piensa en los tres jóvenes en Babilonia que fueron echados a un horno de
fuego ardiente y que, sin embargo, no se quemaron (Dan 3:19-27).
Caminaron en medio de esas llamas con el Hijo de Dios. Mejor aún,
piensa en Moisés viendo una zarza en el desierto que ardía con fuego pero
no se consumía (Éx 3:1-3). En este fuego, Dios vino a Moisés,
comisionándole que sacara a Su pueblo de la esclavitud de Egipto y que
los condujera a la Tierra Prometida.
Pentecostés fue el inicio de una nueva redención; fue una liberación
cósmica de la esclavitud del pecado así como del legalismo sofocante de
Israel. Ofrece un evangelio que salvará a miles y miles de hombres y
mujeres y los llevará a la gloriosa libertad del pueblo de Dios. Así, a la
iglesia se le da la vida de Dios. Las lenguas repartidas de fuego claman:
“No sean tibios sino luces ardientes y brillantes para el Señor como lo fue
Juan el Bautista”. El fuego les dice: “Las llamas sobre ustedes tienen
forma de lengua para que con lucidez puedan hablar de Jesús con
confianza”.
El fuego es un símbolo adecuado para Dios porque Dios es vida. Dios
no necesita un sistema externo de reanimación para que prosiga en Su
obra. Nunca necesita revisar su medidor de gasolina y cargar un tanque
de reserva ni reabastecerse por el peligro de que Sus provisiones se
acaben. Las reservas celestiales de dones y gracia son inagotables. Todos
los demás dependemos de otros recursos, pero Dios está completo. En Él
está la vida.
El fuego también es un símbolo de la pureza de Dios. Dios es fuego
consumidor. Es por eso que la Escritura nos advierte que “terrible cosa es
caer en las manos del Dios vivo” (Heb 10:31). Cuando Juan el Bautista les
anuncia a las personas que Jesús está viniendo, les advierte que aunque
Juan bautiza con agua, Jesús bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
Si tú fuiste bautizado por Cristo, Él no solo reordenará las habitaciones
de tu corazón, ni dará una pasadita de pintura, ni reubicará algún
mueble. No; el fuego del cielo viene para purificarnos y limpiarnos.
En El León, la Bruja y el Armario de la serie Las Crónicas de Narnia,
los niños que llegan a Narnia preguntan si el león Aslan era peligroso. La
respuesta es: “¿Peligroso? ¡Por supuesto que es peligroso! Pero es bueno”.
La santidad es peligrosa porque pone a los pecadores en las manos de un
Dios airado. Como lo expresa Malaquías 3:2: “Pero ¿quién podrá soportar
el día de Su venida? ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando Él
aparezca? Porque será como fuego de fundidor”. Con todo, esta llama
santa ahora reposa sobre el pueblo de Dios reunido en el templo y ellos
están seguros. El bautismo celestial con el Espíritu y el fuego no destruye
nada bueno en un creyente, puesto que Filipenses 4:8 nos insta a
considerar bien “todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo
lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que
sea excelente o merezca elogio”. Nada de esto será destruido si vienes a
Jesús. Debes traer todo a Él. Entonces, te purificará de todos tus ídolos
interiores y del pecado que tan fácilmente te asedia. Quemará la paja con
fuego que nunca se extinguirá.
Los discípulos nos son consumidos cuando el fuego reposa en ellos
porque Jesús ha quitado el fuego de destrucción de nuestros pecados. Él
mismo ha entrado en el lago de fuego de todos nuestros hechos y palabras
despreciables. La ira que nuestros pecados merecen consumió a nuestro
Salvador mientras pendía en la cruz en nuestro lugar. El Juez santo ha
llevado los fuegos de condenación y los ha agotado a tal grado que el
fuego celestial del Espíritu puede ahora reposar en nosotros y darnos
seguridad. Ningún creyente en Cristo tiene que temer la ira de un Dios
que odia el pecado, como lo declara Joseph Swain:
Así que el fuego fue otra señal del encuentro de Dios con Su pueblo.
Fue otra credencial divina de que estas personas eran los portavoces
autorizados de Dios. El bautismo del Espíritu Santo fue un bautismo de
fuego. El Dios que contesta con fuego es el verdadero Dios. Los saduceos
administraron el templo de Jerusalén por un par de siglos; no obstante,
nunca vieron caer fuego del cielo. Estaban demasiado interesados en
cobrar los impuestos del templo, hacer ofertas especiales con los
cambistas y vender animales para los sacrificios. Hicieron de la casa de
Dios una cueva de ladrones. Estaban tan lejos de Dios como los profetas
de Baal. No cayó fuego cuando clamaron a su dios. Pero el Señor vivo, que
envió fuego en el sacrificio de Su siervo Elías, también envió fuego a Sus
siervos en Jerusalén. Jesucristo trajo fuego a la tierra. La lengua de fuego
debe ser el símbolo eterno de la fe cristiana.
» ¿En todo lo que hago, está mi enfoque en la gloria de Dios? ¿Me hice
esa pregunta en algún momento durante la última semana? ¿Formulé
una estrategia para resistir a la tentación, para buscar crecer en
conocimiento y para hablar con otros?
» ¿Es mi pasión que las naciones glorifiquen a Dios por medio del
evangelio? Si mi corazón no anhela que las personas perdidas sean
salvas, ¿puedo afirmar que mi corazón está en sintonía con el Señor?
Cristo lloró por los pecadores de Jerusalén.
» ¿Depende mi vida diaria del Espíritu Santo? ¿Estoy caminado todos
los días al mismo paso que el Espíritu? Si se retirara de mí una semana,
¿lo extrañaría? ¿Me estoy apoyando en Él para tener dominio propio,
valor, sabiduría y poder para obedecer a Dios?
» ¿Estoy esperando que me abra una puerta para compartir el
evangelio con otros? ¿Qué acciones y palabras mías ayudarán a las
personas perdidas a buscar al Salvador? El poder del Espíritu no se me
da para que me sienta feliz, sino para hacerme una persona más santa,
a fin de que mi vida pueda impactar al mundo para Cristo. Para ti y
para mí ese debería ser el significado de Pentecostés.1
12
LA PREDICACIÓN DE
PENTECOSTÉS
El profeta Joel anunció acerca de este gran día: “Y todo el que invoque el
nombre del Señor será salvo” (Hch 2:21). Solo piensa en lo que la gente
hace para librarse del aburrimiento: leen, van a conciertos, viajan, se
dedican a un pasatiempo y ven televisión. Piensa en lo que las personas
hacen para salvarse de la soledad: se casan o se unen a clubes para
mezclarse con personas con intereses afines. Piensa en todo lo que la
gente hace para salvarse de la desdicha: beben, fuman o escuchan la
radio. Todos hacen algo para salvarse de la desesperación.
¿Qué hacen las personas para salvarse de la culpa? ¿No has sentido
culpa por haber lastimado a algunas personas? No hay nadie que no le
haya hecho daño a alguien. ¿Cómo le haces frente a esto? Puedes
confesar tu ofensa, disculparte con la persona ofendida, incluso hasta
puedes tratar de hacer una restitución. Dios te ayudará a hacer eso, pero
¿cómo lidias con la culpa? ¿Qué te salvará de los oscuros pensamientos
sobre tus debilidades y tendencias a lastimar a los demás?
Los que gritaron “¡crucifícalo!” consiguieron lo que querían. Jesús era
completamente inocente. No había lastimado a nadie; más bien había
ayudado a miles de personas. Sin embargo, los judíos lo odiaron y lo
querían muerto. Jesús no era simplemente el mejor de los hombres,
inofensivo y amable; Él era el Hijo de Dios. Él era la Palabra hecha carne;
el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de Su persona. Si
quieres saber cómo es Dios, mira a Jesús. Algunos de ustedes piensan en
Dios como si fuera un anciano, pero más bien podríamos imaginarnos
que es un hombre que se arrodilla en el suelo con una vasija de agua y
una toalla en sus manos, lavando los pies sucios de Sus seguidores. A eso
es semejante el Dios Creador.
“Ustedes lo odiaron y lo querían muerto”, Pedro clamó. ¿Qué los puede
salvar de la culpa de haber hecho eso?”. Pedro después instó a los
asesinos de Jesús a que “invoquen el nombre del Señor”. Este Señor tiene
un nombre sobre todo nombre. Él es Jehová Jesús. Pedro les invita a que
invoquen ese nombre. Qué interesante que Pedro no dijo: “Dios los está
llamando; así que, por favor, digan que sí”. Más bien dijo: “Ustedes deben
invocar el nombre Dios, el de nadie más. Rueguen directamente al Señor
y Él los salvará de su pecado”.
Eso fue lo que pasó en el día de Pentecostés: el sonido de un violento
viento, lenguas repartidas de fuego reposando sobre cada discípulo y la
repentina habilidad de los discípulos de hablar en varios idiomas para
que las personas de todo el mundo los pudieran entender. Algunas
personas acusaron a los discípulos de estar borrachos, pero Pedro los
defendió diciendo que este día de eventos extraordinarios había sido
profetizado hacía mucho tiempo. Es el día grande y glorioso del Señor
Jesús. Es el día de salvación.
Cuando Pedro termina su sermón, regresas a tu casa; allí están tu
esposa y tus hijos. Les dices lo que viste ese día en Jerusalén y se enojan
por haberlo perdido. Tú les dices: “Vi a la TV de Jerusalén grabando todo
el incidente y debe estar en las noticias de la noche. Veamos el reportaje.
Ustedes me dirán, ¿quién creen que tiene razón? ¿Creen que realmente
esos hombres estaban borrachos, o que Jesús es el Mesías? Yo le creo a
Pedro”.
“Bueno, yo creo que estaban borrachos”, comenta tu esposa. Así que
llamas a los niños y prendes la televisión. “Chicos”, explicas, “su mamá y
yo hemos estado discutiendo estas cosas raras que están pasando en
Jerusalén. Yo pienso que una cosa ha ocasionado estos hechos, pero su
mamá piensa que hay otra explicación. Veamos las noticias”. Después del
reportaje, les pides a los niños su opinión de lo que sucedió. Todos votan
otra vez y después se van a la cama.
¿Es así como terminó Pentecostés en Jerusalén? ¿La gente votó sobre
quién tenía el mejor caso? ¿Crees que algunas personas dijeron: “Lo que
Pedro dijo tiene sentido para mí”, y otros: “Todos son una manada de
fanáticos”?
No. Pedro no dejó que nadie creyera que los cristianos estaban en un
juicio. Pedro comenzó con la profecía de Joel, después fue al Salmo de
David, mostrando cómo Cristo cumplió todo lo que Joel y David
predijeron sobre este día tan prometido. En seguida Pedro afirmó:
“Ustedes lo aprehendieron y lo mataron por medio de hombres inicuos,
crucificándolo” (Hch 2:23 RVC). Ustedes han matado al unigénito Hijo de
Dios. Ustedes terminaron con la vida de Jehová Jesús. Dios ha hecho a
este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Señor y Cristo (Hch 2:36).
Ustedes lo asesinaron, pero Él ahora está a la diestra de Dios. Él los está
esperando; ustedes lo verán porque Él es su juez.
Pedro le explica: “Ustedes piensan que están en la tribuna del jurado,
emitiendo un juicio de lo que hoy ha pasado aquí. Pero ustedes están en
la tribuna del pecador, y el Juez de toda la tierra ha emitido sentencia
sobre ustedes. Dios los ha declarado culpables de llevar a Su Hijo a la
muerte”.
Nadie se fue de Jerusalén ese día pensando que solo había escuchado
un discurso interesante. Pedro terminó su sermón implorando:
“Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo
para perdón de sus pecados” (Hch 2:38). Pedro les rogó a sus oyentes
invocar el nombre del Señor para arrepentirse por lo que habían hecho.
Les suplicó reconocer que sus pecados necesitaban perdón en el nombre
de Jesús. Les advirtió de la locura de ignorar lo que habían visto y
escuchado en Pentecostés. Les imploró para que fuesen salvos.
Ese sermón transformó a tres mil personas. Les llegó al corazón (Hch
2:37). Estaban convencidos de que cada palabra que Pedro había hablado
era verdad y tenían que hacer algo al respecto. Sabían que eran culpables
de crucificar a Cristo, el Mesías prometido, y ahora se dirigían a un
encuentro personal con Él. Eran conscientes de que se habían ganado la
ira del Cordero. ¿Qué podían hacer? ¿Cómo podían ser perdonados?
Pedro no permitió que sus oyentes se marcharan pensando que habían
escuchado una historia fascinante o una simple anécdota. Tampoco les
compartió su testimonio personal. No dijo: “Permítanme explicarles lo
que es estar lleno del Espíritu”. Dios le dio a Pedro la espada del Espíritu,
que es la Palabra de Dios; así que él tomó esa espada y la clavó en los
corazones de sus oyentes. Tres mil personas fueron convencidas ese día
de que no estaban preparadas para encontrarse con Dios. “Arrepiéntase y
bautícense”, les imploró Pedro. “¡Sálvense de esta generación perversa!”
(Hch 2:40). Y así lo hicieron.
Vete ahora con esas palabras resonando en tus oídos. ¡No las olvides
hasta que las hayas cumplido!
13
¿RECIBISTE EL
ESPÍRITU SANTO?
¿Cómo podían estas personas haber llegado a ser cristianas sin recibir el
Espíritu? Se nos dice claramente que estas personas eran discípulos.
Cada vez que la palabra discípulos se usa en el libro de Hechos, siempre
se refiere a los cristianos. Estas personas le creyeron a Juan el Bautista,
quien dijo que el Mesías pronto vendría y bautizaría a los creyentes con el
Espíritu Santo. Les mostró a Jesús de Nazaret, diciendo que Él era el
Cordero de Dios que quitaría los pecados del mundo.
Los efesios creyeron esto, pero a partir de ese momento su
conocimiento decayó. No sabían que el Espíritu Santo había sido
derramado en la iglesia de Jerusalén el día de Pentecostés. Desconocían
que, desde ese momento en adelante, cada cristiano tendría el Espíritu
Santo o, más bien, que el Espíritu Santo tendría a cada cristiano.
La Biblia claramente muestra que la vida cristiana comienza con el
nuevo nacimiento en el Espíritu. Juan 3:8 nos declara que somos
“nacidos del Espíritu”. Ahora bien, “si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de Cristo”, afirma Pablo en Romanos 8:9. También alienta a
la atribulada iglesia en Corinto diciéndole que “nosotros no hemos
recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios” (1Co
2:12). Y agrega: “Todos lo hemos recibido, todos ustedes y yo también, el
Espíritu que es de Dios”. También les testifica a los gálatas que la
promesa de Dios a Abraham ahora se ha cumplido, “para que por la fe
recibiéramos el Espíritu según la promesa” (Gá 3:14).
El medio por el cual recibimos el Espíritu es la fe en Cristo. No
recibimos el Espíritu por obras, por ejemplo, angustiándonos por nuestro
pecado, haciendo buenas obras o ayunando, sino por fe en el Salvador. En
Pentecostés el gran mensaje de Pedro fue: “Arrepiéntase y bautícese cada
uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados
[…] y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2:38).
Los discípulos en Éfeso no progresaron en el conocimiento después de
que fueron bautizados por Juan, a diferencia de Simón Pedro y Andrés,
que también fueron discípulos de Juan pero que después se convirtieron
en discípulos de Jesús y fueron bautizados por el Espíritu Santo en
Pentecostés. El bautismo de Juan fue un bautismo preliminar; era una
señal externa del cambio interno de un corazón arrepentido. El Espíritu
de Dios obraba en la predicación de Juan y su bautismo, pero las
personas no podían sentir la obra del Espíritu Santo sin saber nada sobre
la persona del Espíritu Santo. Eso fue lo que pasó con los doce hombres
de Éfeso. Se arrepintieron de sus pecados y fueron bautizados. Con
frecuencia se juntaban con otros discípulos afines para adorar a Dios.
Pero había lagunas en su visión teológica. Tenían una comprensión
imperfecta de la fe cristiana.
Estos doce hombres recibieron el bautismo de Juan demasiado tarde.
El bautismo de Juan los preparó para la venida de Cristo y para Su obra,
pero después de que nuestro Señor terminó Su obra, ascendió al cielo y
derramó Su Espíritu en Pentecostés, el bautismo del Espíritu en el
nombre de Jesús se convirtió en el único bautismo válido y autorizado.
Así que estos doce hombres de Éfeso le explicaron a Pablo: “¡Ni
siquiera habíamos oído hablar del Espíritu Santo!”. Ellos no sabían
absolutamente nada de Pentecostés. Esto no quiere decir que fueran
ajenos a las operaciones del Espíritu. Eran como los creyentes del
Antiguo Testamento que estaban familiarizados con el ministerio del
Espíritu en la creación, en la inspiración de los profetas y en la
preparación de reyes y sacerdotes para su labor. Sabían cómo Jeremías,
Daniel y Joel habían hablado de un tiempo cuando el Espíritu vendría en
los días del Mesías. Sabían que el rey David había orado que Dios no
quitara de él Su Espíritu. Entendían que esto era parte de su propia
experiencia de ser verdaderos discípulos del Señor y lo sabían por la
enseñanza del Antiguo Testamento. Pero ahora Pablo los retó
preguntándoles si también tenían el Espíritu, para santificarlos y
fortalecerlos (lo que cada cristiano en el mundo recibió en Pentecostés).
Estos doce hombres, que mostraban las marcas de ser verdaderos
discípulos por medio del Espíritu Santo, se estaban perdiendo el hecho de
que el Espíritu viviera en ellos en toda Su plenitud, justo como pasó con
los creyentes del Antiguo Testamento. En muchas maneras, los doce en
Éfeso eran como Abraham, Moisés, David y otros héroes mencionados en
Hebreos 11. Vivieron por fe en el Señor y fueron salvos por gracia, pero no
tenían el poder y la influencia del Espíritu al nivel de incluso el creyente
más joven de hoy en día. En el Antiguo Testamento, el Espíritu obró
esporádicamente a través de algunos individuos (profetas, sacerdotes o
reyes favorecidos), pero después de que el Señor Jesús derramó Su
Espíritu en Pentecostés, el Espíritu comenzó a obrar en personas
ancianas y jóvenes, siervos y siervas, y en cualquiera que fuera bautizado
por el Espíritu en todo el mundo. Pero ese no fue el caso de los creyentes
de Éfeso. Eran como el soldado japonés que perdió contacto con sus
superiores. Cuando fue capturado, el solitario soldado se enteró que la
guerra había terminado. De igual modo, Pablo rescató a estos doce
hombres en el lejano Éfeso de una fe incompleta y los instruyó en los
caminos del Espíritu Santo.
Éfeso estaba en la costa este de Turquía, a cientos de kilómetros de
Israel. En la época de Cristo, los habitantes de esta nación gentil
pertenecían al reino de las tinieblas. El Hijo de Dios vino a las tinieblas
del mundo para redimirlo a través de Su sufrimiento, muerte y
resurrección. Los creyentes que fueron transformados por el Espíritu
Santo ahora estaban difundiendo las nuevas noticias de Cristo por todo el
mundo. Entonces cuando Pablo llevó el evangelio del Nuevo Testamento
a Éfeso, comenzó a enterarse de lo que estaba faltando en la fe de los
creyentes.
LOS DONES AUSENTES
Al ver Pablo que los doce creyentes de Éfeso eran tan buenos discípulos
pero a la vez tan niños en la fe, les preguntó si habían recibido al Espíritu
Santo cuando creyeron. Pablo entonces puso sus manos sobre ellos y los
bautizó en el Espíritu Santo, y se convirtieron así en cristianos completos.
Llegaron a ser los miembros fundadores de una poderosa congregación.
Pero ese no es el fin de la historia. Algunos años después, Pablo les
escribió a los creyentes maduros de la iglesia de Éfeso y les expresó que
quería que siguieran creciendo para que experimentaran más de la obra
del Espíritu en medio de ellos. Oró para que el Señor los fortaleciera por
Su Espíritu, “para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que,
arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos
los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en
fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para
que sean llenos de la plenitud de Dios” (Ef 3:17-19).
Ese también debe ser nuestro anhelo: que nuestro crecimiento en el
Espíritu nunca termine. Si recibimos el Espíritu Santo cuando creímos,
nuestra oración constante y ferviente debe ser que seamos llenos a la
medida de toda la plenitud de Dios.
Hay dos formas en que podemos contestar la pregunta sobre si
recibimos el Espíritu Santo cuando creímos. La primera es leer las
bondadosas promesas que Dios les hace a los creyentes y aferrarse a ellas
en serio de todo corazón. Por ejemplo, Dios dice que si amamos a los
miembros de la iglesia en el amor de Cristo, eso prueba que tenemos al
Espíritu Santo. Si amamos la Biblia, tenemos al Espíritu Santo puesto que
la Biblia es el libro inspirado por el Espíritu. Más aún, si amamos la
santidad, tenemos el Espíritu Santo puesto que Él es el Espíritu de
santidad. Nadie podría amar las cosas de Dios sin recibir el Espíritu
Santo. Esta forma de razonar y argumentar se conoce como “silogismo
práctico”. Este es el silogismo práctico:
» Dios dice que los que han recibido el Espíritu Santo aman a los
hermanos cristianos.
» Yo amo a los cristianos; por lo tanto,
» debo tener el Espíritu Santo.
Buscamos evidencias que solo el Espíritu Santo puede crear, tales como
amor por el Día del Señor, odio por el pecado y amor por el Salvador, y
concluimos que esas actitudes solo las puede crear el Espíritu Santo en
nuestras vidas. ¡Entonces debes tener el Espíritu!
Pero existe otro tipo de seguridad aparte de esta clase de lógica. A veces
la luz de la seguridad sorprende a un cristiano mientras canta, mientras
escucha un sermón o mientras ora. Esta experiencia es un testigo directo
a nuestros propios espíritus de que somos hijos de Dios. Puede ser una
experiencia del cielo en la tierra que, en palabras de la Confesión de
Westminster, es “una seguridad infalible”. Esta clase de seguridad puede
hacer que un mártir se sienta fuerte la noche antes de ser llevado a la
hoguera, y que tenga el poder y la valentía de enfrentar las llamas
mientras se consume en ellas. Así, Latimer podía decirle a Ridley,
mientras estaban encadenados a sus hogueras y la madera se encendía:
“Cuando vivo en la firme e inalterable seguridad sobre el estado de mi
alma, me parece que soy tan valiente como un león”.
Esa clase de seguridad hizo que Martín Lutero estuviera firme en
Worms durante la inquisición del papado. Hizo que los primeros
metodistas calvinistas de Gales se mantuvieran firmes cuando las
personas les arrojaron piedras y suciedad mientras predicaban en las
plazas del mercado. Tenían confianza en Dios; sabían con seguridad que
habían recibido el Espíritu Santo cuando creyeron.
Hoy, más que nunca, tenemos que pedirle a Dios una mayor medida de
seguridad de que tenemos el Espíritu de Dios. Necesitamos más de la
santa valentía que recibimos cuando el Espíritu Santo da testimonio a
nuestros espíritus de que somos hijos de Dios.
14
EL ESPÍRITU ENTIERRA NUESTRO
PECADO E INTERCEDE POR
NOSOTROS
Romanos 8:14 anuncia: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios son hijos de Dios”. De acuerdo con B. B. Warfield, ese versículo es
el “pasaje clásico en el Nuevo Testamento sobre el gran tema de la guía
del Espíritu Santo”.1
Imagina que eres un explorador cruzando el continente en una
caravana a través de los desiertos, enfrentando tribus hostiles y forajidos.
El papel del experimentado jefe de la caravana es indispensable para
guiarte a tu destino.
O imagina que eres un nuevo recluta, metido en una escuadra
avanzando hacia el enemigo. Qué importante es que confíes en el
comandante del ejército para saber hacia dónde desplegarte y qué debes
hacer.
Una vez más, imagina que estás escalando una montaña y te
encuentras con una gruesa neblina; qué crucial es para ti tener un guía
que conozca la cima de la montaña como la palma de su mano. Todos
necesitamos líderes. Es posible que la debilidad de la iglesia evangélica de
hoy en día se deba a la falta de liderazgo sólido. También es probable que
los países de Europa carezcan de líderes fuertes y capaces. ¿Quién puede
nombrar a los presidentes o primeros ministros de esos países? ¿Dónde
están los líderes políticos inspiradores de tu país? ¿A quién seguirás?
Si eres una persona joven que estás por emprender el gran viaje de la
vida, ¿cómo vivirás? ¿Qué valores tendrás? ¿Qué harás con tus dones y
energía? ¿Quién te guiará? ¿Qué pasará si caes en manos de gente que te
desvíe? ¿Conoces a un líder que te guíe correctamente a través de la vida
y la muerte? Si es así, ¿quién es esa persona?
Yo no soy ese líder, ni tampoco debes poner tu confianza en otros
líderes humanos. Pablo habla sobre un pueblo favorecido y privilegiado
que es guiado por el Espíritu de Dios. El Espíritu guio a Jesús en el
desierto. Pablo les anuncia a los Gálatas: “Pero si los guía el Espíritu, no
están bajo la ley” (Gá 5:18).
En Mateo 21 la palabra llevaron se refiere específicamente a los
animales, pero normalmente describe a personas que están siendo
guiadas. En la parábola del buen samaritano, el samaritano llevó al
viajero herido al mesón (Lc 10:34) y el hombre ciego de Jericó es llevado
a Jesús (Lc 18:40 RV60). Jesús es llevado a Caifás (Jn 18:28); Esteban es
llevado ante el concilio (Hch 6:12); los cristianos son arrestados y
llevados a Jerusalén (Hch 9:2); y Simón Pedro es llevado por su hermano
Andrés a Jesús (Jn 1:42). Así es como nos guía el Espíritu Santo; es muy
personal y tiene una influencia de control y dominio sobre los hijos de
Dios. Estos elegidos han sido liberados de las directrices del pecado que
les habían persuadido a ignorar a Dios, a la Biblia y a la iglesia, y les
habían llenado de pensamientos macabros sobre la muerte y la eternidad.
La sumisión a ese amo cruel es ahora cosa del pasado. Ya no están
haciendo lo que el pecado les dijo que hicieran; están siendo guiados por
el Espíritu, y voluntaria y gozosamente lo están siguiendo. Se les ha dado
nueva vida, el poder de un nuevo afecto y los deseos puros para caminar
según los dirija el Espíritu. Van por la vida no por donde ellos irían, sino
donde Él quiere que vayan. No hacen lo que ellos desean, sino lo que Él
determina. La guía de este Espíritu se puede ver de las siguientes formas.
Qué consuelo es saber que el Espíritu de Dios nos ha guiado hasta este
mismo momento. Incluso cuando como cristianos nos encontremos
cayendo en pecado, no nos desesperemos; el Espíritu Santo que mora en
nosotros es mucho mayor que todo nuestro pecado. Perderíamos las
esperanzas si simplemente cediéramos de pecado en pecado, pero no lo
hacemos. Encontramos misericordia tras misericordia mientras
experimentamos la energía para seguir adelante en nuestro viaje. El
Espíritu de gracia produce un conflicto en el creyente en contra del
pecado, y también estimula al creyente para seguir la pelea. La victoria es
segura; el Espíritu está dentro de nosotros y no podemos fracasar. Él nos
guiará a casa.
EL ESPÍRITU SANTO ENTIERRA NUESTRO PECADO
La Biblia dice que el Espíritu libera al cristiano del dominio del pecado. El
Espíritu es el nuevo Maestro y Rey del cristiano. El pecado ya no es más
su señor; el creyente ha sido libertado de las insistentes demandas del
pecado para satisfacer sus lujurias. Cada cristiano verdadero ahora es
capaz de desafiar el pecado y hacer lo que es justo. Pero eso no lo hace del
todo libre de pecado. De este lado del cielo, el virus del pecado y sus
delitos siempre nos turbarán; harán sentir su presencia incluso en
nuestros lechos de muerte. ¿Qué debemos hacer con el pecado remanente
que, aunque no nos controla, aún está en nosotros?
Debemos seguir buscando al Señor Jesucristo, quien es la fuente de
nuestra victoria sobre el pecado, y confiar constantemente en Él. Pablo
nos dice que debemos continuamente dar muerte a las obras de la carne,
es decir, mortificar el pecado que permanece dentro de nosotros.
Debemos debilitar, matar de hambre y asesinar cualquier mal que se
levante dentro de nosotros y nos inste a desafiar a Dios y Su ley. Debemos
continuar esta obra con el poder y bajo la dirección del Espíritu de Dios.
La regeneración es vana sin la obra del Espíritu. Lo mismo pasa con la
santificación. Nunca creceremos en la semejanza a Cristo sin el Espíritu.
También somos impotentes para dar muerte a los delitos del cuerpo sin el
Espíritu Santo. Cualquier otra manera de matar el pecado es vana; solo
puede hacerse por el Espíritu.
Podrías, por ejemplo, recurrir al yoga para matar tu naturaleza
pecaminosa. O vivir en soledad en una cabaña aislada en una montaña de
Gales. O te podrías golpear con un látigo hasta sangrar. Pero nada que no
sea la gracia del Espíritu Santo vencerá tu pecado. En la profecía de
Ezequiel, en el Antiguo Testamento, (Ez 11:19, 36:26), Dios le promete a
Su pueblo que el Espíritu vendrá y quitará todos los elementos de orgullo,
necedad e incredulidad rebelde de sus corazones. Esa obra de
mortificación es un don del Espíritu de Cristo. Solo por medio de Él
seremos liberados del pecado y recibiremos el poder para ser como
nuestro Señor Jesucristo. No hay otra manera de hacer esto más que por
el Espíritu. Conquistar el pecado y aumentar en amor, gozo y paz es la
obra de Dios. Así que la mortificación del pecado debe ser una obra feliz.
La idea misma de matar al pecado viene del Espíritu; la ejecución
también es Su obra; y la consumación también es Suya. La tarea del
Paracleto es debilitar el pecado y fortalecer a Cristo en nosotros. Solo Él
es adecuado y capaz para hacer esta obra.
Mientras luchas con el pecado, nunca olvides que tu deber es “[dar]
muerte a las obras de la carne (Ro 8:13 RVC). No descanses esperando
que el Espíritu lo haga. Debes dar muerte a las obras de la carne, pero en
el poder, amor y sabiduría del Espíritu.4 Estas son algunas maneras
específicas en las que el Espíritu te ayuda a hacer eso:
* El autor hace alusión a algunos lugares conocidos del famoso libro escrito por Juan Bunyan: El
Progreso del Peregrino. (Libro disponible en español por editorial Cátedra, 2003).
15
LOS DONES DEL
ESPÍRITU SANTO
Concluyamos este capítulo sobre los dones del Espíritu Santo con los
siguientes recordatorios:
1. Observa la diferencia entre los dones del Espíritu y los frutos del
Espíritu. Los frutos del Espíritu son esas gracias que el Espíritu Santo
produce en cada verdadero cristiano. Son virtudes divinamente
engendradas que nos hacen como Cristo y como otros creyentes. El fruto
preeminente del Espíritu es el amor, que Pablo explica con detalle en el
siguiente capítulo. Si alguien que profesa ser creyente se caracteriza por
su falta de amor, es difícil ver al Espíritu de Dios morando en él. El
apóstol Juan enfatiza este punto cuando nos dice que “todo el que ama ha
nacido de Él [Dios] y lo conoce” (1Jn 4:7). Si ves este amor en una
persona, puedes concluir que ha nacido de Dios. Así que el fruto del
Espíritu es lo que nos hace como Cristo y como otros creyentes.
Los dones del Espíritu son diferentes. Aunque ellos también se
originan en el Espíritu Santo, Sus dones nos hacen diferentes de los
demás. La analogía de estos dones es el cuerpo, que tiene muchos
órganos, todos diferentes entre sí. Como dice 1 Corintios 12:18-20, “En
realidad, Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor le pareció. Si
todos ellos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo? Lo cierto es
que hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo”.
Pablo enumera muchos dones espirituales, preguntando de cada uno:
“¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros?
¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones para sanar enfermos?
¿Hablan todos en lenguas? ¿Acaso interpretan todos?”. La respuesta a
cada uno de estas preguntas es, por supuesto, no. Estos dones distinguen
a un cristiano de otro. Por lo que está mal escoger uno de los dones del
Espíritu y hacer de ese don la evidencia determinante de la presencia del
Espíritu en la vida de los demás. El Espíritu Santo da algunos dones a una
persona mientras se los niega a otras. A todos los cristianos se les dan
dones por el mismo Espíritu, pero esos dones difieren de acuerdo a la
elección del Espíritu. Pero a cada cristiano se le da el fruto del Espíritu,
especialmente el amor.
3. Algunos de estos dones cesaron antes del final del primer siglo. El
primer don (1Co 12:29) es el don de apóstol. ¿Podría alguien, aparte de
los doce que fueron llamados por Cristo y apartados por la iglesia, afirmar
ser un apóstol? ¿Podrías tú aspirar a ser uno? ¿Podrías proponer tu
nombre para que la iglesia votara para que te convirtieras en apóstol?
¿Podría una congregación afirmar que su ministro ha ascendido al
estatus de apóstol?
En Hechos 1:21-22, Pedro expone a la iglesia los requisitos de un
apóstol. Él escribe: “Por tanto, es preciso que se una a nosotros un testigo
de la resurrección, uno de los que nos acompañaban todo el tiempo que el
Señor Jesús vivió entre nosotros, desde que Juan bautizaba hasta el día
en que Jesús fue llevado de entre nosotros”. Para cumplir los requisitos
como apóstol, una persona debía haber caminado con Cristo durante Su
ministerio terrenal y tenía que haber estado presente cuando el Cristo
resucitado se manifestó. Por lo tanto, es imposible que personas después
del tiempo de los apóstoles se vuelvan apóstoles porque el Señor Jesús
está ahora en el cielo. Nadie lo ha visto en la carne desde el primero siglo.
Puedes preguntar, “¿Y qué pasa con el apóstol Pablo? Él no vio al Jesús
resucitado, ¿o sí?”. Sí lo vio. Pablo dice que en el camino a Damasco él vio
al real y verdadero Jesús glorificado que atravesó el velo y se encontró
con Él.
El don espiritual de apóstol ha cesado ahora. Ese don fue una obra para
colocar el cimiento de la iglesia y esa función está hecha. La iglesia
evangélica siempre ha estado a favor del cese del don de apóstol y profeta.
Ese oficio se dio en un momento de la historia de la redención; no estaba
destinado a ser un don que constantemente fluyera del Espíritu a la vida
de la iglesia. El apostolado fue un don fundacional. Hoy la milagrosa
Biblia, inspirada por Dios, que los apóstoles terminaron, es el don
espiritual permanente de Dios a cada iglesia evangélica.
En su libro Autoridad, Martyn Lloyd-Jones dice que el apostolado es la
única y última autoridad. Escribe: “No se le puede añadir porque no
puede haber sucesores de los apóstoles. Por definición no pueden tener
sucesores […] Los que fueron originalmente escogidos no han tenido
sucesores. No ha habido otros que el Señor resucitado directamente haya
especialmente llamado y dotado e inspirado para hablar y enseñar con
autoridad. Esto es imposible. Ya no habrá ninguna nueva revelación. No
hay necesidad de ninguna. Se les ha dado y se les dio finalmente a los
apóstoles (Jud 3). La iglesia se edifica sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas. Por lo tanto, debemos rechazar cualquier supuesta
nueva revelación, cualquier adición a la doctrina. Debemos reivindicar
que toda enseñanza, toda verdad y toda doctrina se deben probar a la luz
de las Escrituras. Aquí está la revelación de Dios mismo, dada en partes y
porciones en el Antiguo Testamento con una creciente claridad y una
irrevocabilidad culminante, llegando finalmente ‘en el cumplimiento de
los tiempos’ a la revelación perfecta, absoluta y final en Dios Hijo”.2
Así que Dios dio algunos dones para colocar los cimientos de la iglesia.
Este es el caso de los testimonios de los apóstoles divinamente escogidos
por Dios y los profetas con los cuales estaban identificados. Ellos eran los
canales de transmisión de la verdad de Dios a Su pueblo para colocar el
fundamento de cada congregación centrada en el evangelio. Pero Dios
también da otros dones supernaturales que continúan vigentes en la
iglesia de hoy en día. Rogamos que estos dones del Dios trino extiendan
el evangelio de Cristo a través del mundo entero y que edifiquen Su
iglesia hasta que Él vuelva.
* Jim Jones fue un estadounidense que fundó la secta Templo del Pueblo. Incitó a sus seguidores a
suicidarse con él, pereciendo en total 913 individuos, incluyendo unos 270 niños.
16
EL CAMINO MÁS
EXCELENTE DEL AMOR
El don de lenguas aparece como un don menor, ya que Pablo enseña que
“el que profetiza aventaja al que habla en lenguas” (1Co 14:5). Pero,
¿realmente es eso lo que él quiere decir? Examinemos el don de lenguas
con más detalle, contestando cuatro preguntas: ¿Qué es exactamente este
don? ¿A quién se dirige? ¿Cómo responden los incrédulos a él? ¿Cómo se
debe usar en la adoración de la iglesia?
Así que, sobre todo, el don de lenguas debe usarse para beneficiar a
otros.
3. ¿Cómo responden los incrédulos a este don? Pablo explica que si los
incrédulos fueran a un servicio de adoración en Corinto donde todos
hablan en lenguas al mismo tiempo, concluirían que los creyentes están
locos (1Co 14:23). Las dudas de los visitantes sobre el cristianismo solo se
confirmarían por lo que ven.
Por el contrario, qué diferente sería su respuesta si, una por una, las
personas en la iglesia profetizaran entre sí (1Co 14:31), alabando a Dios
por Su bondad hacia ellos. Pablo dice que el resultado de tal testimonio
sería que “si uno que no cree o uno que no entiende entra cuando todos
están profetizando, se sentirá reprendido y juzgado por todos, y los
secretos de su corazón quedarán al descubierto. Así que se postrará ante
Dios y lo adorará, exclamando: «¡Realmente Dios está entre ustedes!»”
(1Co 14:24-25). El testimonio y la enseñanza de una persona tendrían
entonces un profundo impacto en los incrédulos.
El don de lenguas puede ser tan improductivo para los incrédulos como
intentar mezclar aceite con agua. De hecho, las lenguas pueden endurecer
al incrédulo contra la fe en Dios. Para ilustrar esto, Pablo cita de Isaías
28:11-12: “En la ley está escrito: Por medio de gente de lengua extraña y
por boca de extranjero hablaré a este pueblo, pero ni aun así me
escucharán, dice el Señor” (1Co 14:21).
Pablo sabiamente argumenta que las marcas de la verdadera
conversión se hacen evidentes cuando una persona llega a una reunión de
adoración, entiende el mensaje del evangelio y es convencida de que es
pecadora. Los secretos de su vida pasada parecen ser conocidos por los
que exponen la Palabra. Abrumado por la realidad de que Dios está entre
estas personas, el pecador cae al suelo. No se siente atraído por los dones,
sino por el gran Dador de los dones. Cae como muerto a los pies del Dios
viviente. Esa es la marca del evangelismo eficaz.
3. Eres sellado con el Espíritu Santo. Los profetas tales como Ezequiel y
Joel prometieron que un día el Espíritu Santo sería derramado sobre
cada persona que creyera. A partir del día de Pentecostés, el Espíritu ha
venido sobre cada cristiano. Somos nacidos a una nueva vida en Cristo
por el Espíritu de Dios. Es por eso que creemos que la Palabra de Dios es
verdad. Es por eso que nos entregamos a Jesucristo y somos incluidos en
Él. El Espíritu Santo sella nuestra creencia de que pertenecemos a Dios.
Estos tres pasos de fe definen a una persona como cristiano.
Examinemos con mayor detenimiento el tercer paso de ser sellados por el
Espíritu Santo y lo que significa. Algunas traducciones de la Biblia
traducen este texto así: “Después de haber creído, fueron ustedes sellados
con el Espíritu Santo de la promesa”. Tomando como base esta
traducción, algunos creen que una persona puede ser cristiana no sellada
por el Espíritu y vivir muchos años sin serlo.
No puedo aceptar esa interpretación. Existe una relación íntima entre
la fe y el sellado del Espíritu. Solo los creyentes son sellados, los
incrédulos no. Además, esta no es la mejor traducción de este versículo
en particular. Una construcción similar de este versículo a menudo
ocurre en los evangelios, donde se nos dice: “Respondiendo Jesús dijo:…
Ustedes creyendo fueron sellados”. No dirías: “Después de que Jesús
contestó, dijo…”. Ciertamente en los evangelios no creerías que la frase
quiere decir que muchos años después de que Jesús respondió, al fin dijo
algo. De modo que no es útil traducir así la redacción de Efesios 1:13. Lo
que Pablo dice se traduce acertadamente como: “Cuando oyeron el
mensaje de la verdad […] y lo creyeron, fueron marcados con el sello que
es el Espíritu Santo prometido”.
EL SELLO DEL ESPÍRITU
Efesios 1:13 nos dice: “En Él también ustedes, cuando oyeron el mensaje
de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron
marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido”. Aquí Pablo
está escribiendo a la congregación de Éfeso, específicamente a los que
han hecho una creíble profesión de fe y están incluidos en Cristo. Han
oído la palabra de verdad, la creyeron y fueron marcados con un sello. El
ustedes que Pablo dirige aquí es toda la congregación de Éfeso. Él no dice
que han oído la Palabra, la han creído y además han sido sellados, sino
que los que la oyeron y creyeron también fueron sellados. Tampoco
explica que los efesios fueran súper cristianos marcados con un sello
divino. Dios ha puesto Su distintivo en cada uno de los cristianos
dándoles el Espíritu Santo. Él es el sello. Esa marca prueba que todos los
cristianos le pertenecen a Dios. Todos tienen esta garantía. Sin Él, nadie
es cristiano. Por lo tanto, podemos identificar a un verdadero cristiano a
través de este sello.
Ahora bien, si (como algunos enseñan) muchos verdaderos cristianos
aún no han sido sellados (de la manera en que lo he descrito en este
capítulo), no tiene mucho sentido juzgar si alguien es un verdadero
creyente. El Espíritu de Dios (la tercera persona de la Deidad) en Su
ministerio, Sus frutos y Sus dones es la marca que distingue al verdadero
creyente del ateo, del agnóstico, del humanista y de la persona
meramente religiosa. La presencia del Espíritu nos muestra si una
persona es hijo de Dios.
En el mundo del comercio buscas un distintivo, por ejemplo un sello,
una firma, una garantía, una filigrana o una impresión para probar que
un artículo es genuino. Esta es la idea. Sabemos que una persona es un
verdadero cristiano porque su vida incluye actitudes y acciones, palabras
y hechos que solo se pueden explicar por la presencia de la tercera
persona de la Deidad en su vida. Si una persona no porta el sello de Dios,
no es hijo de Dios. Veamos ahora tres pares de palabras incluidas en este
versículo para entender mejor este tema:
Santiago enfatiza aquí que el Espíritu Santo nos ama. Por supuesto, Dios
es amor y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo comparten la misma
sustancia y ser. Todos son igualmente poderosos, misericordiosos,
conocedores y pacientes en el sufrimiento. Todos aman igualmente; el
Espíritu ama así como el Padre y el Hijo nos aman, pero creo que hemos
vivido un largo tiempo como cristianos sin ser conscientes de que el
Espíritu también nos ama. Somos más conscientes de que Dios Padre
amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito para morir por nosotros.
“¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de
Dios!”, clama el apóstol Juan (1Jn 3:1). La Escritura está llena de
referencias al amor del Padre y el amor del Hijo por nosotros: “el amor de
Cristo, que excede a todo conocimiento” (Ef 3:19 RVC); “En esto
conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó Su vida por
nosotros” (1Jn 3:16); “¿Quién nos apartará del amor de Cristo?” (Ro
8:35); “quien me amó y dio Su vida por mí” (Gá 2:20). Tales verdades nos
alientan. En nuestros días más oscuros, estos versículos nos dan
consuelo. Cuando el teléfono suena y recibimos malas noticias, el amor
de Dios por nosotros es el fundamento de nuestra paz.
Con todo, Dios Espíritu Santo, nuestro bendito abogado y consejero,
también nos ama. Estas son algunas garantías de ese amor:
Tito 3:5-6 ofrece una imagen del derramamiento del Espíritu Santo, no
como unas cuantas gotas de agua, sino como un aguacero torrencial que
empapa la tierra. Durante su vida, Pablo experimentó este aguacero en la
difusión del evangelio, cuando Dios derramó espléndidamente el Espíritu
Santo por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Cuando el temor de Dios
cayó sobre las comunidades, muchas personas fueron convertidas,
ciudades enteras y naciones fueron transformadas, se fundaron iglesias y
los cristianos fueron afirmados en su interés en la sangre del Salvador.
Esto fue evidencia de un avivamiento.
GENTE DE AVIVAMIENTO HISTÓRICO
Josías quitó todos los ídolos del territorio que pertenecía a los
israelitas. Hizo que todos en Israel sirvieran a Dios. Y, como relata 2
Crónicas 34:33, “Mientras Josías vivió, no abandonaron al Señor, Dios de
sus antepasados”. El redescubrimiento de la ley de Dios provocó un
avivamiento nacional; hizo que un rey y su pueblo se arrodillaran en
arrepentimiento y renovaran su compromiso de andar en los caminos de
Dios.
2. Las personas son llenas del Espíritu Santo. Si estuviéramos llenos del
Espíritu, tendríamos un gran entendimiento del amor de Dios hacia
nosotros. Deberíamos ser capaces de decir: “Dios ha derramado Su amor
en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Ro 5:5).
También deberíamos amar al Salvador con un amor cálido y constante, y
añoraríamos el día cuando venga otra vez. Deberíamos querer servirlo
con toda nuestra fuerza. Si fuéramos llenos del Espíritu, nos amaríamos
unos a otros más celosamente, más cariñosamente y de formas más
prácticas. Oraríamos unos por otros con más constancia. Nos
comprometeríamos más plenamente con la vida de la iglesia. Estaríamos
ansiosos por estar con nuestros hermanos en la fe y hacer todo lo posible
para estar en las reuniones de la iglesia. Tendríamos ganas de estar en la
Cena del Señor para alimentarnos de Cristo. Si estuviéramos llenos del
Espíritu, evitaríamos cualquier situación pecaminosa e incluso aquellas
que son dudosas. Le daríamos la espalda a los entretenimientos y a las
distracciones mundanas. En cada situación nos preguntaríamos: “¿Cómo
puedo honrar a Dios?”, en lugar de: “¿Qué quiero hacer?”. Trataríamos
nuestros problemas de una manera bíblica, especialmente nuestros
desacuerdos con otros miembros de la iglesia. Oraríamos en las
reuniones de oración de la iglesia. No dejaríamos que las antipatías y los
rencores infecten nuestros corazones. Nos disculparíamos y seríamos
íntegros con las personas. Hablaríamos con las personas que nos
ofenden; no hablaríamos de ellas detrás de sus espaldas. La vida en la
iglesia sería más dulce y más feliz.
Las tres palabras que describen mejor la obra del Espíritu Santo son
revelación, regeneración y santificación. Estos términos parecen más
bien fríos, intimidantes e intelectuales, pero detrás de ellos está la
amorosa autoridad de Dios. Veamos a continuación de qué trata cada una
de estas palabras.
5. Siendo lleno con el Espíritu (Ef 5:18). Los que están en peligro de
apagar el Espíritu Santo creen que los caminos de la santidad son un
engorro horroroso. Orar, leer la Biblia e ir a la iglesia es un fastidio. Hay
una inercia oscura y fría en sus vidas espirituales. Definitivamente no
obedecen lo que Efesios 5:19-20 nos exhorta a hacer: “Anímense unos a
otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al
Señor con el corazón, dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en
el nombre de nuestro Señor Jesucristo”.
El apóstol Pablo pregunta: “¿Cómo puedo cantar canciones de alabanza
si no estoy alabando a Dios? ¿Cómo puedo cantar himnos de oración si
no estoy orando a Dios?”. Debemos implorarle a Dios que nos llene del
Espíritu. ¿Algunas vez has orado pidiendo ser llenado del Espíritu?
Tienes que hacerlo si has entristecido al Espíritu, sobre todo si estás a
punto de apagar al Espíritu. Suplícale al Señor que sea misericordioso
contigo y que te llene con Su Espíritu. Solo entonces vendrás bajo la
autoridad del Espíritu.
También es correcto buscar una medida más plena de la autoridad del
Espíritu sobre tu vida. Toda la Escritura nos apunta en la dirección de
buscar una medida más plena de la influencia del Espíritu en nuestras
vidas. Así que podemos orar: “Señor, permíteme saber más del poder del
Espíritu Santo en mi vida llenándome con el Espíritu. Ayúdame a contar
contigo. Líbrame de vivir en la inercia de la religión. Enciende una llama
de amor sagrado en el malvado altar de mi corazón. Lléname con el
Espíritu Santo hasta rebosar”.
¿Qué pecados cometiste: palabras airadas, impaciencia, depresión,
envidia, celos? ¿Fuiste a la iglesia porque alguien te obligó? La verdad es
que te sentías tan avergonzado que querías salir de allí e irte a casa; no
querías ir ya que te sientes apenado con Dios por haber estado y haber
hecho lo que a Él no le agrada. Te sientes como un hipócrita. El diablo te
atormenta diciéndote: “¿Cómo te atreves a pedir ser llenado del
Espíritu?”. Él debate contigo sobre esto porque sabe que entre más
experimentes la autoridad del Espíritu Santo en tu vida, mayor será su
derrota.
“¡Sean llenos!”, Pablo nos exhorta. “¡Sean llenos del Espíritu!”. Cuando
no eras cristiano, tu vida estaba llena de todo tipo de idolatrías. Estabas
bajo la autoridad del dios de este mundo y bajo el señorío del pecado.
Estabas obligado a buscar los placeres mundanos. Pero ahora que tienes
una nueva vida, ¡debes ser lleno del Espíritu! Descubrirás lo que significa
ser atraído por lo que el Espíritu de Dios aprueba.
Así que ora durante tus tentaciones clamando: “Señor, soy pecador e
indigno, anhelo ser lleno del Espíritu. Quiero ser perdonado; quiero
caminar más cerca de Dios y quiero ser lleno del Espíritu”. Clama a Dios
pidiéndole ser llenado del Espíritu. Entonces encontrarás un nuevo gozo
al adorar con salmos, himnos y cantos espirituales y haciendo melodía en
tu corazón al Señor. Tu canto será diferente. Escuchar los sermones será
diferente, así como lo será la oración. La presencia de tus amigos
cristianos en tu vida será un deleite. Vivirás en la gozosa presencia de
Dios bajo la autoridad del Espíritu.
6. Fijando tu mente en las cosas espirituales (Ro 8:5). ¿En qué tienes fija
tu mente en este momento? ¿Qué es lo que realmente te preocupa? ¿Qué
es lo que más ocupa tu mente, tu atención, tu ambición, tus deseos, tus
planes y tus anhelos? Si quieres estar bajo la autoridad del Espíritu de
Dios, tu mente estará interesada en las cosas de Dios. Buscarás primero el
Reino de Dios y Su justicia. Será lo principal en tu vida.
El apóstol Pablo dice que la vida es estar espiritualmente dispuesto.
Entonces, cuando estés lleno del Espíritu sentirás más viveza al cantar y
escuchar la predicación de la Palabra. Ya no serás un mero espectador. Tu
testimonio cristiano será más auténtico. Las cosas de Dios serán
primordiales en tu vida cuando estés espiritualmente dispuesto.
Una vida que entristece al Espíritu no es una vida tranquila. Tu
conciencia te entristecerá si estás entristeciendo al Espíritu Santo de
Dios. Estar espiritualmente dispuesto es vida y paz, porque cuando
estamos espiritualmente dispuestos y el Espíritu Santo está ejerciendo Su
autoridad en nuestras vidas, tenemos una relación más profunda con el
Señor y experimentamos la paz con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo.
Estar bajo la autoridad del Espíritu afecta tu caminar con Dios. Afecta
tu vida en la iglesia y tu relación con otros creyentes. Si actualmente te
son difíciles las relaciones con otros creyentes, debes orar por la unidad
del Espíritu en el vínculo de la paz rogando: “Señor, hazme
espiritualmente dispuesto, mantenme humilde y fuerte para aceptar lo
que está pasando. Si otros me quieren aventar cosas, ayúdame a guardar
silencio y calmarme. Dame fuerzas para orar por ellos”. Aquellos bajo la
autoridad del Espíritu oran de esa manera. Tu obediencia constante a la
Escritura, tu restauración en arrepentimiento, tu anhelo de no entristecer
ni apagar al Espíritu Santo de Dios, y tu deseo de estar lleno del Espíritu y
ocuparte en las cosas del Espíritu son indicaciones en tu vida de que estás
bajo la autoridad del Espíritu.
21
EL ESPÍRITU
Y EL MINISTERIO
NOTAS
DE TEXTO
Capítulo 2
1. Christopher J. H. Wright, Knowing the Holy Spirit through the Old
Testament [Conociendo al Espíritu Santo por medio del Antiguo
Testamento], (Oxford: Monarch Books, 2006), p. 10.
2. Wolfhart Pannenburg, Systematic Theology [Teología Sistemática],
trans. G. W. Bromiley (Grand Rapids: Eerdmans, 1994), secc. 2, p. 77.
3. John J. Murray, John E. Marshall: Life and Writings [John E.
Marshall: Vida y Escritos], (Edinburgh: The Banner of Truth Trust,
2005), pp. 31–32.
4. Wright, Knowing the Holy Spirit [Conociendo al Espíritu Santo], pp.
38–39.
5. Wright, Knowing the Holy Spirit [Conociendo al Espíritu Santo], pp.
60-61.
Capítulo 3
1. Edward J. Young, Thy Word Is Truth [Tu Palabra Es Verdad],
(Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1963), pp. 225–226.
Capítulo 4
1. Walter J. Chantry, “A Man after God’s Own Heart” [“Un Hombre
Conforme al Corazón de Dios”], The Banner of Truth, ed. 474 (marzo de
2003), p. 32.
Capítulo 5
1. Dr. Martyn Lloyd-Jones, Spiritual Depression [Depresión Espiritual],
(Grand Rapids: Eerdmans, 1965), pp. 67-68.
2. Ichabod Spencer, A Pastor’s Sketches I [Bosquejos de un Pastor I],
(Vestavia Hills, Ala.: Solid Ground Christian Books, 2001), pp. 227–
228.
Capítulo 8
1. Donald A. Carson, Jesus and His Friends [Jesús y Sus Amigos],
(Carlisle: Paternoster, 1995), p. 49.
Capítulo 9
1. James Montgomery Boice, The Gospel of John [El Evangelio de Juan],
(Grand Rapids: Baker Books), secc. 4, p. 289.
2. Carson, Jesus and His Friends [Jesús y Sus Amigos], p. 145.
Capítulo 11
1. Steven J. Cole, “The Meaning of Pentecost: Acts 2:1–13” [“El
Significado de Pentecostés: Hechos 2:1-13”], predicado el 8 de octubre
de 2000.
www.fcfonline.org/content/1/sermons/100800m.pdf.
Capítulo 14
1. B. B. Warfield, The Person and Work of the Holy Spirit [La Persona y
Obra del Espíritu Santo], (Merrick, N.Y.: Calvary Press, 1997), p. 31.
2. William H. Parker, “Holy Spirit! Hear Us” [“¡Espíritu Santo!
Escúchanos”],
estrofa número 3.
3. Fanny Crosby, “All the Way My Savior Leads Me” [“Mi Salvador Me
Guía Todo el Camino”], estrofa número 2.
4. Ver Kris Lundgaard, The Enemy Within: Straight Talk about the
Power and Defeat of Sin [El Enemigo Dentro: Una Exposición Sin
Rodeos sobre el Poder y la Derrota del Pecado], (Philipsburg, N.J.:
P&R, 1998), p. 147ss.
5. Al Martin, “Practical Helps to Mortification of Sin” [“Ayudas Prácticas
Para Mortificar el Pecado”], Banner of Truth (julio–agosto 1972), p. 25.
6. Martin, “Practical Helps” [“Ayudas Prácticas”], p. 31.
7. Martin, “Practical Helps” [“Ayudas Prácticas”], p. 28.
Capítulo 15
1. Neil Babcock, My Search of Charismatic Reality [Mi Búsqueda de la
Realidad Carismática], (London: The Wakeman Trust, 1992), pp. 58-
59.
2. Dr. Martyn Lloyd-Jones, Authority [Autoridad], (Edinburgh: The
Banner of Truth Trust, 1984), pp. 59-61.
Capítulo 16
1. Phil Roberts, The Gift of Tongues [El Don de Lenguas], (Stoke-on-
Trent, U.K.: Tentmaker Publications, 1991), p. 5.
2. Crisóstomo, “Homilía 29 sobre 1 Corintios 12:1–2”, en Nicene and
Post-Nicene Fathers of the Christian Church [Los Padres de la Iglesia
Cristiana Nicenos y Post-Nicenos], ed. Philip Schaff (Grand Rapids:
Eerdmans, 1989), secc. 12, p. 168.
Capítulo 17
1. Citado en David Feddes, Radio Pulpit Ministry of the Back to God Hour
40, no. 3, (Ministerio del Púlpito en el programa de radio De Regreso a
la Hora de Dios), (febrero 1995): 19.
2. C. R. Vaughan, The Gifts of the Holy Spirit, (Los Dones del Espíritu
Santo), (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1975), 259–275.
Capítulo 18
1. Elias Lieberman, “It Is Time to Build” [“Es Hora de Construir”].
2. Warfield, Person and Work of the Holy Spirit [La Persona y la Obra
del Espíritu Santo], 98.
3. Francis Schaeffer, The Complete Works of Francis A. Schaeffer: A
Christian Worldview [Las Obras Completas de Francis A. Schaeffer:
Una Cosmovisión Cristiana], (Wheaton: Crossway Books, 1985), secc.
4, p. 136.
4. Schaeffer, Complete Works [Obras Completas], secc. 4, p. 142.
5. Warfield, Person and Work of the Holy Spirit [Persona y Obra del
Espíritu Santo], p. 101.
6. Warfield, Person and Work of the Holy Spirit [Persona y Obra del
Espíritu Santo], p. 105.
7. Elizabeth Elliot, “Count Your Blessings” [“Cuenta Tus Bendiciones”],
The Elizabeth Elliot Newsletter (noviembre–diciembre, 1998), p. 2.
Capítulo 19
1. Stephen Rees, una carta de la rectoría a la congregación de la Iglesia
Bautista de la Gracia de Stockport.
Capítulo 20
1. George Verwer, No Turning Back [No Hay Vuelta Atrás],
(Waynesboro, Ga.: Authentic Media, 1983), p. 107.
Capítulo 21
1. Edward Donnelly, Peter: Eyewitness of His Majesty [Pedro: Testigo
Ocular de Su Majestad], (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1998),
p. 91.
2. Donnelly, Peter [Pedro], p. 92.
3. Times, 25 de junio de 2003.
4. Donnelly, Peter [Pedro], p. 92.
5. Phyllis Thompson, Climbing on Track [Escalando Según lo Planeado],
(Londres: Misión Interior de China, 1954), p. 83.
6. Dr. Martyn Lloyd-Jones, The Life of Peace: Studies in Philippians 3
and 4 [La Vida de Paz: Estudios sobre Filipenses 3 y 4], (Londres:
Hodder and Stoughton, 1990), pp. 225-227.
CONTENIDO
Prefacio
1. El Espíritu Santo: el Dios infinito y personal
6. Pidiendo el Espíritu
Notas de texto