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EL

ESPÍRITU SANTO / Geoffrey Thomas



© Poiema Publicaciones 2015
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Traducido con el debido permiso del libro The Holy Spirit © Geoffrey Thomas, 2011, publicado
por Reformation Heritage Books. Traducido por Cynthia Verónica Pérez de Canales. Revisado por
Julio Ardiles Zapata y Naíme Bechelani de Phillips.

Las citas bíblicas han sido tomadas de la Nueva Versión Internacional (NVI) ©1999 por Biblica,
Inc. Las citas marcadas con la sigla RVC son de la versión Reina Valera Contemporánea ©2009,
2011 por las Sociedades Bíblicas Unidas; las marcadas con la sigla LBLA, de La Biblia de Las
Américas ©1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation; las marcadas con la sigla RV60, de la
versión Reina Valera ©1960 por las Sociedades Bíblicas Unidas; las marcadas con la sigla NBLH,
de la Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy ©2005 por The Lockman Foundation.

Prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier medio visual o electrónico sin
permiso escrito de la casa editorial. Escanear, subir o distribuir este libro por Internet o por
cualquier otro medio es ilegal y puede ser castigado por la ley.

SDG
PREFACIO

En mayo de 1964 la facultad del Seminario Teológico Westminster en


Philadelphia y aquellos de nosotros que éramos estudiantes que nos
graduábamos (más o menos treinta hombres) nos reunimos para un
banquete. Los profesores y los estudiantes estábamos sentados juntos de
manera informal en una atmósfera de afecto y agradecimiento. Uno por
uno, los profesores se pusieron de pie y dirigieron unas cuantas palabras
de exhortación y aliento. Cuando John Murray se paró, sugirió que no
debíamos abandonar el hábito de estudio, sino que en los años siguientes
debíamos buscar enfocarnos especialmente en alguna área sobre la que
leyéramos de forma tan completa y exhaustiva como pudiéramos. El Sr.
Murray dijo: “Es posible que en veinte años surja un conflicto en la iglesia
que esté directamente relacionado con lo que ustedes han estudiado, y
entonces podrán hacer una valiosa contribución, guiando y alumbrando a
la iglesia”. Combinando mi procedencia de Gales, el interés de mi país en
el avivamiento, y el hecho de que soy testigo del surgimiento del
movimiento carismático moderno en los Estados Unidos a principios de
los años sesenta, ningún otro tema me podía atraer más que el del
Espíritu Santo, pero a la vez lamento no estudiar aun más el tema o
cultivar una comunión aun más íntima con Dios Espíritu.
Hay una cadena de influencias que liga a cualquier autor al libro
publicado y esta obra no es la excepción. Comenzó, creo, con el Doctor
Robert Lethan de la Escuela Evangélica Teológica de Gales sugiriendo a
su director, Jonathan Stephens, que yo fuera invitado a dar un curso en el
seminario sobre la persona y obra del Espíritu Santo. Me agradó recibir la
invitación y me preparé para ella con una serie de sermones sobre el tema
en nuestra congregación, la Iglesia Bautista Alfred Place (Independiente),
Aberystwyth, en Gales. Por varios años estas conferencias se han dado en
Bryntirion, Bridgend.
Después el Doctor Joel Beeke de Grand Rapids leyó estos escritos y
sugirió que fueran publicados. Los hombres y mujeres de Reformation
Heritage Books los han mejorado en lo general, por cuyo trabajo estoy en
deuda. Estos capítulos afirman su originalidad. De los escritores
modernos he usado a R. C. Sproul, Arthur Pink, Sinclair Ferguson,
Christopher Wright y Donald Macleod. Por supuesto he sido influenciado
por el Doctor Martyn Lloyd-Jones, incluso más por escucharlo predicar
con el Espíritu enviado del cielo que por leer sus sermones. De los
escritores antiguos, Juan Owen es estupendo, sobre todo El Espíritu
Santo y El Espíritu y la Iglesia. Después de leerlos uno se pregunta qué
necesidad había de que alguien escribiera algo más sobre el tema.
También deseo expresar mi agradecimiento a mi esposa, Iola, que me
ha mantenido en el ministerio y ha sido paciente conmigo tanto en los
tiempos en que he estado lejos como cuando he estado de regreso en casa
y me ocultaba en mi estudio en la planta de arriba. Gracias también a la
congregación en Aberystwyth que he amado desde 1965. Joel Beeke me
ha alentado más que cualquier otro ministro en el mundo. Sin embargo,
las mayores gracias son para el Espíritu del Dios viviente que vino a mi
vida convenciéndome de mi culpa, dándome vida, dándome un nuevo
corazón, iluminándome y santificándome, dotándome para predicar las
riquezas de Cristo el Señor. Poseo junto con cada cristiano el privilegio
del acceso ilimitado al Espíritu que mora en nosotros. Gracias a Dios.

Geoff Thomas
Septiembre 2011
1
EL ESPÍRITU SANTO: EL DIOS
INFINITO Y PERSONAL

Mientras ayunaban y participaban en el culto al Señor, el Espíritu


Santo dijo: Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al
que los he llamado.
Hechos 13:2

En el libro de Hechos, hombres dotados que sirven al Señor Jesucristo


guían la floreciente congregación de Antioquía. Hablan con gusto de
Cristo el uno con el otro, cantando Su alabanza, orando a Él y rechazando
temporalmente las comodidades terrenales para poder fijar más sus
mentes en su Salvador. En medio de esto, se escucha una voz del cielo. No
sabemos exactamente cómo ocurrió esto, pero creo que pudo haber sido
una voz audible como la que se escuchó en el bautismo y transfiguración
de Jesús, o en la conversión de Saulo de Tarso en el camino a Damasco, o
durante la visión que Juan tuvo en la Isla de Patmos.
Durante la historia de la redención han sucedido tales manifestaciones
sobrenaturales de la voz de Dios. Sin embargo, pudo también haber
tomado la forma de una clara convicción, que de repente se originó en
cada mente de los líderes de la iglesia, de que era palabra de Dios.
Cualquiera que haya sido la manera en que se entregaron estas palabas,
todos los que las oyeron tenían la certeza absoluta de que el Espíritu
Santo estaba diciendo: “Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el
trabajo al que los he llamado”. Así se puso en marcha el extraordinario
ministerio del apóstol Pablo. El Espíritu de Dios estaba llamando a estos
dos hombres a una obra especial. Los líderes de la iglesia habían estado
adorando al Señor Jesucristo, pero la respuesta en medio de la adoración
vino del Espíritu Santo. No llegó en forma de fuertes sentimientos ni
como una sensación intensa de la presencia del Señor Jesús, sino como el
Espíritu Santo verdaderamente hablando y diciéndoles a los oyentes que
debían obedecerlo en los detalles prácticos al instalar y comisionar a
Bernabé y a Saulo al servicio misionero. Esta también fue la respuesta del
Dios Todopoderoso, ya que fue Dios quien escuchó su oración. Dios,
quien es omnisciente y omnipresente y a la vez personal, estaba ahí. El
Dios que no guarda silencio habla y dice: “Apártenme a estos dos
hombres. Los he llamado para que hagan un trabajo para Mí”. El Dios
que habla es el Espíritu Santo. El Espíritu Santo mismo dice esas
palabras.
Muchas personas hoy en día son ignorantes de la persona y obra del
Espíritu Santo, tanto experiencial como teológicamente. No obstante, se
habla mucho de Él y muchos afirman que Él obra de maneras especiales
en los individuos y en las congregaciones. Tales afirmaciones nos pueden
intimidar, pero no tienen más autoridad que los hombres y las mujeres
que las hacen. Nuestras conciencias no están sujetas a los reclamos
humanos, pero al mismo tiempo no nos atrevemos a subestimar la
importancia crucial de la obra del Espíritu de Dios. Sabemos que el Hijo
de Dios se encarnó, murió en la cruz, se levantó de la tumba y ascendió al
trono en el cielo para poder derramar Su Espíritu en Pentecostés y
continuar derramándolo en la iglesia en todas partes. Sin el don del
Espíritu Santo, los logros anteriores del Salvador no nos hubieran
servido. El elemento esencial, vital y fundamental en la vida de cada
congregación es la persona y obra del Espíritu de Dios, en la medida que
es iluminada, estructurada y juzgada a través de la Palabra inspirada por
el Espíritu.
El clímax del ministerio de Jesús tiene lugar en el aposento alto, donde
Él les enseña a sus doce discípulos sobre la venida del Espíritu. No hay
nada bueno en ninguno de nosotros que no sea el resultado de la obra del
Espíritu. Cada virtud que poseemos, cada victoria que ganamos, cada
pensamiento de santidad se lo debemos al Espíritu. Lo que sea que Dios
nos llame a hacer en la vida solo se puede lograr por el Espíritu Santo. Sin
Él no podemos hacer nada. No podemos hacer ningún bien espiritual sin
el Espíritu. Cada nuevo cristiano se vuelve un creyente por medio de la
obra soberana del Espíritu Santo. Cada cristiano que termina la carrera
de la vida y entra a la gloria ha sido guardado y preparado para el cielo
por el poder del Espíritu. El único pecado que no tiene perdón es el
cometido contra el Espíritu.
A pesar de eso, ¡qué errores y herejías han entrado sigilosamente en la
iglesia en los últimos dos mil años en relación al Espíritu Santo! Qué
diligentes debemos ser al estudiar y conocer sobre la persona y obra de la
tercera persona de la Deidad, el Espíritu Santo. Si un seminario
produjera cien veces más predicadores de los que produce hoy, la iglesia
no estaría ni una pizca mejor a menos que a Dios le placiera dar un nuevo
derramamiento del Espíritu Santo.
EL ESPÍRITU SANTO ES UNA PERSONA

Hershey fue el creador de las barras de chocolate envueltas; Kellogg, de


las hojuelas de maíz; Ford, de los automóviles económicos. Personas
reales han producido materiales que usamos todos los días, pero casi
nunca pensamos en los creadores de estos productos. Incluso hemos
despersonalizado a los hombres que dieron sus nombres a sus productos
al decir: comámonos un Hershey o conduzcamos un Ford.
Debemos tener cuidado de no hacer eso con el Espíritu Santo. Él no es
una influencia circunstancial en la iglesia como el sistema de calefacción,
ni un incitador de multitudes como las bandas en un concierto de rock, ni
un agente de la fuerza bruta como la electricidad, ni un medio de
comunicación extraordinario como Internet. El Espíritu Santo puede ser
calor e influencia, poder y comunicación, pero antes de ser cualquiera de
estos, Él es una persona. Es una persona divina igual que Dios el Padre y
Jesús el Hijo. Muchas sectas niegan esto. Para respaldar sus opiniones
dicen: “Considera lo que Hechos 2 dice del Espíritu Santo: derramaré (v.
18) y derramado (v. 33). ¿Cómo puedes derramar a una persona? No
puedes derramar a un primer ministro o a un presidente. El Espíritu es
una influencia de Dios, no una persona”. Esa es una manera de negar la
naturaleza personal de Dios Espíritu. Aquellos que menosprecian la
doctrina de la Trinidad deberán entonces rechazar al Espíritu como
persona divina o enfrentarse a una deidad rival que tiene todos los
atributos y títulos de Dios.
Les respondemos diciendo que el lenguaje que se usa en Hechos 2 es
metafórico. Así como el agua cae a cántaros en un intenso aguacero, así el
Espíritu Santo descendió sobre los creyentes en el día de Pentecostés.
Afectó a ciento veinte discípulos de Jesús, llenándoles de Él mismo, y
regeneró a tres mil incrédulos. Él no cambió a una persona aquí y a otra
allá; vino como las Cataratas del Niágara, cayendo como una cascada
sobre la multitud. Él se derramó abundantemente como un monzón en
Jerusalén mientras las multitudes escuchaban a Pedro predicar. Los
pecadores, que estaban espiritualmente tan secos como palos viejos y
piedras polvorientas, fueron empapados por el Espíritu mientras Él se
“derramaba”. La verdadera hermenéutica afirma la personalidad del
Espíritu.
Insistimos en que el Espíritu es una persona que tiene inteligencia,
voluntad, entendimiento, afecto, propósito e individualidad. Todos los
elementos de la personalidad se atribuyen al Espíritu y se encuentran en
Él. Él no es deficiente en ninguna cualidad moral tal como la amabilidad,
la paciencia, la mansedumbre, la sabiduría, el control, el gozo y la
bondad. Él tiene vida en Él mismo así como el Padre y el Hijo tienen vida.
Consideremos varias formas en las que el Espíritu es una persona:

1. Las Escrituras usan pronombres personales para referirse al Espíritu


Santo. La Escritura no se refiere al Espíritu como “eso”, como si hablara
de energía o poder; la Escritura usa “Él”. El Espíritu también se refiere a
Él mismo como una persona. En Antioquía el Espíritu les dice a los
creyentes: “Apártenme ahora a Bernabé y a Saulo para el trabajo al que
los he llamado” (Hch 13:2). El Espíritu de Dios usa los pronombres
personales “Mí” y “Yo”. El Señor Jesucristo también se refiere al Espíritu
como una persona. En Juan 15:26, Jesús declara: “Cuando venga el
Consolador, que Yo les enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad
que procede del Padre, Él testificará acerca de Mí”. Lo que es
gramaticalmente interesante es que al “Espíritu de verdad”
inmediatamente lo sigue la palabra “Él”. Si Juan hubiera querido que
nosotros creyéramos que el Espíritu de Dios es una fuerza impersonal y
neutra, este hubiera sido el lugar perfecto para hacerlo, pero Juan dice
“Él.”
El tema del Espíritu como persona también es evidente en Juan 16:13-
14, donde el pronombre personal “Él” aparece siete veces: “Pero cuando
venga el Espíritu de la verdad, Él los guiará a toda la verdad, porque [Él]
no hablará por su propia cuenta sino que [Él] dirá solo lo que oiga y [Él]
les anunciará las cosas por venir. Él me glorificará porque [Él] tomará de
lo mío y [Él] se lo dará a conocer a ustedes”. No hay necesidad gramatical
de usar los pronombres masculinos, pero Jesús lo hace, afirmando así
que las sectas no tienen excusa de negar la personalidad del Espíritu
Santo. Cristo Jesús anuncia: “Les conviene que me vaya porque, si no lo
hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo
enviaré a ustedes” (Juan 16:7).

2. Las Escrituras le atribuyen rasgos personales al Espíritu Santo.


Pedro dice en Hechos 5:3 que al Espíritu se le puede mentir. El apóstol le
pregunta a Ananías: “¿Cómo es posible que Satanás haya llenado tu
corazón para que le mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte
del dinero que recibiste por el terreno?”. No dirías: “Le dije una mentira a
la corriente eléctrica, o a la fuente, o a la máquina expendedora”. Engañas
a personas. De igual manera, Pablo les insta a los efesios: “No agravien al
Espíritu Santo” (Ef 4:30). No puedes agraviar a algo abstracto o a una
fuerza. Los astronautas no lloran avergonzados porque agravian a la ley
de gravedad, pero deberías llorar cuando le causas un agravio a alguien
que te ama y a quien tú también amas. La Escritura nos dice que el
Espíritu Santo es una persona a quien podemos complacer u ofender,
obedecer o desafiar. Él ama y puede ser amado. Él es una persona con
quien nos podemos relacionar de manera personal.

3. Las Escrituras le atribuyen tareas personales al Espíritu. La Escritura


afirma que el Espíritu tiene el poder de la palabra; así Él les habla a los
líderes de la iglesia en Antioquía. En 1 Timoteo 4:1 Pablo le declara a
Timoteo: “El Espíritu dice claramente que, en los últimos tiempos,
algunos abandonarán la fe”. De igual manera, Jesús les dice a las siete
iglesias: “El que tenga oídos, que oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”
(Ap 2:7). El Espíritu también enseña, ya que Jesús anuncia: “el Espíritu
Santo […] les enseñará todas las cosas” (Jn 14:26). ¿Qué poder
impersonal nos lo podría enseñar todo? Podemos aprender lecciones
elementales de huracanes, de hornos de microondas o de electricidad,
pero difícilmente podríamos aprender “todas las cosas”. Sólo un Dios
personal nos podría enseñar “todas las cosas”.
Además, Jesús les pide a Sus discípulos que no se preocupen cuando
sean puestos a prueba o enfrenten acusaciones, “porque en ese momento
el Espíritu Santo les enseñará lo que deben responder” (Lc 12.12). La
enseñanza del Espíritu no viene a nosotros de forma mecánica. No es
como un contestador automático que nos enfurece al decirnos que
marquemos toda clase de números antes de obtener una respuesta. El
Espíritu interactúa con nosotros de manera individual y personal,
diciéndonos cómo responder a una crisis o qué decir a aquellos que nos
interrogan. El Espíritu intercede por nosotros y de hecho ora por
nosotros. Como lo estipula Romanos 8:26: “Así mismo, en nuestra
debilidad el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden
expresarse con palabras”.
Tenemos un Dios personal en la gloria, Jesucristo hombre, quien es
nuestro sumo Sacerdote y quien vive para interceder por nosotros; y
también tenemos un Dios personal aquí con nosotros en la tierra, el
Espíritu Santo, quien ora por nosotros. Él no es como una rueda de
plegaria tibetana que va dando vueltas y vueltas con el viento. Él tiene
una personalidad santa y distinta. ¿Cómo podríamos lidiar con llevar la
cruz y la oposición del mundo sin el Espíritu intercediendo por nosotros?
Como escribe Alfred H. Vine:
Cristo es nuestro Abogado en las alturas:
Tú eres nuestro Abogado dentro de nosotros;
Oh, defiende la verdad y responde
A cada argumento de pecado.

4. Las Escrituras le atribuyen al Espíritu características personales. En


cuatro ocasiones registradas Jesús se refiere al Espíritu como el
“paracleto”. La palabra se deriva del prefijo para y la raíz kalein. Juntos
significan “uno que es llamado junto a”. En los días de Jesús se citaba a
un paracleto para brindar ayuda en un tribunal de justicia. Era un
abogado o un jurista que defendía el caso de una persona en un tribunal.
Paracleto es el término que Jesús usa en el versículo inicial de 1 Juan 2:1:
“Tenemos ante el Padre a un intercesor, a Jesucristo, el Justo”. En el
tribunal de Dios en el día del juicio, el juez será el Salvador que murió por
nuestros pecados. El abogado defensor que hable por nosotros también
será el Salvador, quien pagó el costo de nuestra redención. Pero además,
el Espíritu Santo será nuestro paracleto porque Él nos ayudará en
nuestras debilidades e intercederá por nosotros de acuerdo a la voluntad
de Dios. Nos defiende y condena a quienes nos quieren destruir. Él nos
conforta y nos consuela así como el Padre, quien enjugará las lágrimas de
nuestros ojos. Él es el Consolador, la fuente de alivio más compasiva que
la iglesia pudiera conocer. Un cristiano puede decir sobre algún aspecto
del ministerio: “Eso no es mi fuerte”, dando a entender que se siente
incapaz de hacer algo como evangelizar o aconsejar o quizá escribir. Pero
el Espíritu Santo es la fuerza de cada cristiano. Podemos hacer todas las
cosas por medio del Espíritu que nos fortalece. Debemos ir a donde sea
que Dios nos coloque y hacer cualquier tarea que Él nos mande porque si
no lo hacemos, insultamos al Espíritu Santo que nos fortalece cuando
estamos en el frente del servicio cristiano. Como dice Hechos 1:8: “Pero
cuando venga el Espíritu Santo sobre ustedes, recibirán poder”.
Así que el Espíritu Santo es una persona; no es una influencia o
cualidad o fuerza o poder o alguna emanación que provenga de Dios. Es
una persona igual que Jesús, pero al mismo tiempo es como los ángeles y
el Padre, puesto que no posee un cuerpo. Él es espíritu. R. C. Sproul
explica que fue convertido al cristianismo en 1957, durante la época en la
que estaba planeando casarse con Vesta, quien es ahora su esposa. Estaba
emocionado por decirle que se había vuelto cristiano; sin embargo, la
respuesta de Vesta no fue cariñosa. Ella no estaba feliz y sentía miedo por
el cambio, y permaneció así durante meses. Una noche Sproul la
convenció para que lo acompañara a una reunión de oración. Había
estado orando por ella largo y tendido. Ahí, a la mitad de la reunión de
oración, ella sentía que su corazón ardía. Después de la reunión, ella le
dijo: “Ahora sé quién es el Espíritu Santo”. A diferencia de los años
previos a ese momento, cuando ella simplemente había oído hablar del
Espíritu Santo, ahora sabía quién era el Espíritu. Su primera respuesta al
Espíritu, quien la hizo nacer de arriba, fue que Él, como persona, había
estado tratando con ella.
EL ESPÍRITU SANTO ES DIOS

En la historia de la iglesia ha habido pocas disputas sobre la deidad del


Espíritu Santo. Ha habido debates importantes sobre si Cristo es Dios.
Por medio de tales controversias las personas han examinado
minuciosamente las Escrituras y han llegado al acuerdo de que estas
enseñan que Jesucristo es Dios. La iglesia ha concluido en sus
confesiones que Jesús tiene todos los atributos de Dios, todos los
nombres de Dios, todas las prerrogativas de Dios. Cristo el Hijo es Dios
tanto como el Padre es Dios.
Las controversias sobre la divinidad del Espíritu Santo son poco
comunes, pero se han dado porque no hay una declaración en la Escritura
que diga: “El Espíritu es Dios”. Sin embargo, la Biblia sí declara que el
Espíritu posee atributos divinos y ejercita la autoridad soberana de Dios.
Tal enseñanza es clara e inalterable. Examinemos algunas de la
evidencias que comprueban esta declaración.

1. Al Espíritu Santo expresamente se le llama Dios. En Hechos 5:3-4,


Pedro le pregunta a Ananías: “¿Cómo es posible que Satanás haya llenado
tu corazón para que le mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte
del dinero que recibiste por el terreno? ¿Acaso no era tuyo antes de
venderlo? Y una vez vendido, ¿no estaba el dinero en tu poder? ¿Cómo se
te ocurrió hacer esto? ¡No has mentido a los hombres sino a Dios!”. Pedro
declara en el versículo 3 que Ananías ha mentido al Espíritu Santo. En el
versículo 4 dice que Ananías ha mentido a Dios. Pedro, que había crecido
como judío y que confesaba, “Escucha, oh Israel; el Señor tu Dios, el
Señor uno es”, tenía un profundo odio por la idolatría. Además, había
pasado tres años en la presencia de Aquel al que conoce como el Señor y
Cristo, y ahora él identifica al Espíritu como Dios.
El apóstol Pablo de igual manera creció como judío; no obstante, llama
a los cristianos el “templo de Dios”. Hace esto porque, como lo estipula en
1 Corintios 3:16: “El Espíritu de Dios habita en ustedes”. Ya que un
cristiano es el templo del Espíritu Santo, debe, por lo tanto, glorificar a
Dios en su cuerpo. Pablo continúa diciendo que los cristianos son “el
templo del Dios viviente” (2Co 6:16). Con esto él se refiere al Espíritu
Santo como el Dios viviente. Una vez más, en 1 Corintios 12, el apóstol
habla de las tres personas de la Deidad como “el mismo Espíritu” (v. 4),
“el mismo Señor” (v. 5), y “el mismo Dios” (v. 6). Observa la prioridad de
las personas: primero el Espíritu, después el Señor y después Dios.

2. El Espíritu Santo es el autor de los versículos del Antiguo Testamento


dichos por Jehová. En el Antiguo Testamento las expresiones “Dios dijo”
y “el Espíritu dijo” se usan de manera indistinta. La actividad de Dios, de
revelar la verdad a los profetas, también se reconoce como la actividad
del Espíritu Santo. No existe membrana de separación entre el Espíritu
Santo y Jehová Dios. Lo que es fascinante en el Nuevo Testamento es que
cuando el apóstol Pablo cita las palabras del Señor, nos dice que el
Espíritu Santo estaba hablando esas palabras. Por ejemplo, en Hechos
28:25 Pablo habla de la comisión que el profeta Isaías recibió en el
templo. Isaías 6:9 registra que es el Señor el que habla al profeta y dice:
“Ve y dile a este pueblo”, pero cuando Pablo cita a Isaías en Hechos, él
escribe: “Con razón el Espíritu Santo les habló a sus antepasados por
medio del profeta Isaías” (Hch 28:25). Así que lo que Jehová dijo también
fue lo que el Espíritu Santo dijo. Son uno. Sabemos por otros pasajes en
el Antiguo Testamento que Jehová habló por la boca de los profetas; no
obstante, cuando Pedro se refiere a estos pasajes dice que los santos
hombres de antaño hablaron “por el Espíritu Santo” (2P 1:21). Así que
cuando Jehová habló, el Espíritu Santo también estaba hablando.

3. El Espíritu Santo expone todas las perfecciones de Dios. El Espíritu


Santo es omnisciente; Él lo sabe todo. La gloria de esa verdad no es Su
conocimiento sobre la creación sino el conocimiento que el Espíritu Santo
tiene del Dios infinito. En otras palabras, nada en Dios es desconocido
para el Espíritu. Yo nunca conoceré a Dios de manera exhaustiva. Por
toda la eternidad tendré la mente finita de una criatura, sin importar qué
tan alumbrada y limpia de pecado y glorificada esté. En cambio, la
Deidad es inmensurable e infinita. Cuando Pablo escribe sobre el Espíritu
Santo, declara: “El Espíritu lo examina todo, hasta las profundidades de
Dios. En efecto, ¿quién conoce los pensamientos del ser humano sino su
propio espíritu que está en él? Así mismo, nadie conoce los pensamientos
de Dios sino el Espíritu de Dios” (1Co 2:10-11). Ninguna parte de Dios
está cerrada al Espíritu. Dios no tiene secretos qué ocultar al Espíritu. El
Espíritu Santo puede ir a las cosas profundas de Dios, por ejemplo, cómo
Dios puede ser uno y además tres personas. Él indaga todas las cosas.
Todos los pensamientos tácitos de Dios, cualesquiera que sean, los
conoce el Espíritu. El Padre no guarda secretos para el Hijo o el Espíritu.
Jesús una vez dijo: “Mi Padre me ha entregado todas las cosas. Nadie
conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a
quien el Hijo quiera revelarlo” (Mt 11:27). Nadie conoce al Padre y al Hijo
sino el Espíritu. Así que el Espíritu Santo es omnisciente porque Él
conoce a Dios exhaustivamente; todas las cosas de Dios han sido
entregadas al Espíritu porque Él es Dios.
El Espíritu Santo también es omnipresente en nuestras vidas como
creyentes; Él está presente donde dos o tres estén reunidos en Su
nombre. Él está en todos lados: en Tierra del Fuego, en Alaska, en China.
Él está en el núcleo del átomo, en las profundidades del océano, en el
centro de la tierra, en la Vía Láctea, en los recovecos más lejanos del
espacio de donde se emanan débiles señales de radio, y en el gran silencio
más allá de eso. Así que no hay nada que los hombres puedan descubrir
con la exploración cósmica que el Espíritu de Dios no conozca. Lo que
está aún por descubrirse lleva las evidencias de la creatividad y energía
sustentadora de Dios Espíritu. Así, el Salmo 139:7-12 expone: “¿A dónde
podría alejarme de tu Espíritu? ¿A dónde podría huir de tu presencia? Si
subiera al cielo, allí estás tú; si tendiera mi lecho en el fondo del abismo,
también estás allí. Si me elevara sobre las alas del alba, o me estableciera
en los extremos del mar, aun allí tu mano me guiaría, ¡me sostendría tu
mano derecha! Y si dijera: «Que me oculten las tinieblas; que la luz se
haga noche en torno mío», ni las tinieblas serían oscuras para ti, y aun la
noche sería clara como el día. ¡Lo mismo son para ti las tinieblas que la
luz!”.
Dondequiera que el Espíritu esté, está Dios. No hay lugar en el que los
pecadores rebeldes o los fugitivos se escondan que esté fuera de la
presencia del Espíritu Santo; Él es ubicuo: está presente a un mismo
tiempo en todas partes. Tal atributo le pertenece al ser de Dios; ninguna
criatura lo comparte. María, la madre de Jesús, no tiene atributos como
este. Tampoco lo tienen los arcángeles, que no pueden estar en más de un
lugar a la vez. Como los ángeles, todos somos finitos, espíritus creados.
Somos criaturas limitadas por el espacio y el tiempo. Esto no es así para
el Espíritu Santo; Él es omnipresente.
El Espíritu Santo también es el Creador. Crear es un atributo divino.
Nadie puede crear algo de la nada excepto Dios. El Espíritu Santo estuvo
activo antes del primer día de la creación. Génesis 1:1-2 nos dice, “Dios,
en el principio, creó los cielos y la tierra. La tierra era un caos total, las
tinieblas cubrían el abismo, y el Espíritu de Dios iba y venía sobre la
superficie de las aguas”. Este tema se repite una y otra vez en la Biblia. El
Salmo 104:30 declara: “Pero si envías tu Espíritu, son creados, y así
renuevas la faz de la tierra”. Job 33:4 afirma: “El Espíritu de Dios me ha
creado; me infunde vida el hálito del Todopoderoso”. Lo que es más, el
Espíritu Santo fue el poder milagroso que engendró al Hijo de Dios en el
vientre de la virgen María. Como se estipula en Lucas 1:35: “El Espíritu
Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con Su sombra.
Así que al Santo Niño que va a nacer lo llamarán Hijo de Dios”. El
Espíritu Santo crea vida donde no la hay. El Espíritu Santo resucitó a
Jesucristo de los muertos, como lo declara Romanos 8:11, “Y si el Espíritu
de Aquel que levantó a Jesús de entre los muertos vive en ustedes, el
mismo que levantó a Cristo de entre los muertos también dará vida a sus
cuerpos mortales por medio de Su Espíritu, que vive en ustedes”.
El Espíritu también es Aquel que es absolutamente santo. Las
propiedades de poder y fuerza son Suyas, pero también lo son las
cualidades morales. Dios es el Santo. Los serafines cubren sus ojos ante
Él y claman: “Santo […], santo […] ¿No es Él tan santo?” (Is 6:3). Se le
describe como “glorioso en santidad”. En una ocasión Jonathan Edwards
estaba cabalgando por el bosque, contemplando a Dios. Se abrumó tanto
con la perfección total y la justicia de Dios que tuvo que recostarse hasta
tener la fuerza suficiente para levantarse y montar su caballo otra vez.
Con más frecuencia nos dirigimos a la tercera persona de la Deidad como
el “Espíritu Santo” o “el Espíritu de santidad”. Él tiene todas las
perfecciones morales de Dios. Así que lo que el Espíritu crea y sustenta en
los que habita son todos los frutos de justicia que, de acuerdo con Gálatas
5:22-23, son “amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad,
fidelidad, humildad y dominio propio”. El Espíritu es como Dios es, pero,
por supuesto, no es similar a Dios: Él es Dios y todas las perfecciones de
Dios son Suyas. El Espíritu de Dios es amor, alegría, paz, paciencia,
amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio.

4. El Espíritu Santo muestra la soberanía de Dios. La salvación es del


Señor y se aplica a los hombres y las mujeres por el Espíritu del Señor.
Jesús le aclara esto a Nicodemo en Su diálogo en Juan 3:8: “El viento
sopla por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y
a dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu”. No puedes
decir: “Ven aquí, viento, en este día caluroso y sopla en mis mejillas”. El
viento sopla donde le place, no como tú lo dirijas. De igual modo, no
puedes decir que irás y predicarás en tal lugar y nueve personas serán
convertidas. No puedes decir: “Voy a hablar con mi hija que anda en
malos caminos y la voy a convertir”. No puedes llevar a cabo la
regeneración. Es la gran prerrogativa del Espíritu.
No puedes decir que vas a hacer un milagro esta noche cuando pongas
tus manos sobre un hombre con síndrome de Down para liberarlo de ese
síndrome. Esa es la obra del Espíritu y esas obras las hace según Su
soberano criterio. Él no nos informa de Sus planes. Reconocemos esto
por experiencia propia.
La soberanía del Espíritu se ve con mayor poder en Su relación con
Dios Hijo. El Espíritu formó al encarnado Hijo en el vientre de María.
¿Quién sino Dios podía hacer eso? El Espíritu ungió a Cristo en Su
bautismo para el ministerio público. ¿Quién sino Dios podía ungir a Dios
Hijo? El Espíritu guio a Jesús al desierto. ¿Quién sino una persona divina
tenía el derecho de dirigir al Mediador por el camino que debía ir?
¿Dirigen las ovejas al Pastor o el Pastor dirige a las ovejas? ¿Dónde está la
autoridad? ¿A quién sino a Dios se hubiera sometido el Redentor? ¡Qué
Espíritu tan soberano es Él!
El Espíritu Santo es una persona y el Espíritu Santo es Dios. Así que
cuando nuestro Señor comisionó a la iglesia a ir por todo el mundo y
hacer discípulos a todas las naciones, estipuló que debían ser bautizados
“en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28:19). El
Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu es Dios. Estos tres son un solo
Dios. Te das cuenta qué inaceptable sería decir que debemos ser
bautizados en el nombre del Padre y del Hijo “y del apóstol Pablo” o “de
la virgen María”. Pero cuando ves que el Espíritu Santo es una persona
igual que el Padre y el Hijo, y que Él tiene todos los atributos y
prerrogativas y perfecciones divinos, entonces es esencial que digamos:
“Padre, Hijo y Espíritu”. Dios es un Dios trino y tú has sido unido a Él en
esa Trinidad. Has sido unido con el Espíritu Santo, aquel que es el Dios
infinito, todopoderoso y a la vez personal; Él y tú son uno para siempre.
¡Qué esperanza te debe dar esto para el futuro!
Cuando escuchas la bendición apostólica que se da al final de cada
servicio de adoración (“Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de
Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes”, [2Co
13:14]), sabrás que estas tres Personas son iguales en Su amor por ti y en
Su poder para redimirte y santificarte. Sabes que incluso para un católico
romano es completamente inaceptable escuchar una bendición que hable
de la gracia de Cristo y el amor de Dios y la intercesión de María. La frase
comunión del Espíritu Santo coloca al Espíritu en la relación correcta con
el Padre y el Hijo, siendo todos coesenciales, coeternos y coiguales. No
estás solo; estás en comunión diaria con Dios Espíritu Santo. Que Él esté
con todos nosotros para siempre.
2
EL ESPÍRITU SANTO EN EL
ANTIGUO TESTAMENTO

El Espíritu del Señor vino sobre Gedeón.


Jueces 6:34

Si tu congregación no es la comunión del Espíritu Santo, solo es una


reunión social como miles de otros grupos que se reúnen para compartir
un interés mutuo en cosas tales como la pintura, la jardinería, las
máquinas de vapor o la búsqueda de ayuda contra el alcoholismo. Si el
Espíritu no mora, motiva, estructura, fortalece y dirige, los cristianos son,
en el mejor de los casos, engañados y, en el peor, un montón de
mentirosos. El Espíritu de Dios debe ser el centro de la vida de nuestra
asamblea; si no, negamos lo que afirmamos ser. ¿Tu congregación se
reúne como la comunión de este Espíritu? ¿Cada vez estás más afectado
por este Espíritu en Su plenitud poderosa y bíblica? Ningún espíritu sino
Dios puede dar vida y santidad. Sin Él en medio de nosotros, nos
engañamos a nosotros mismos con sustitutos falsos. No logramos nada.
Un gran reto para cualquier congregación es insistir que el Espíritu que
está en medio de ella es verdaderamente el Espíritu del Dios de Israel del
Antiguo Testamento, no el espíritu de los tiempos felices y las dinámicas
multitudinarias. Él es el Espíritu que sopló en la creación y sostiene toda
la vida en la tierra. Como lo dijo Christopher J. H. Wright: “Él es el
Espíritu que dio poder a los hechos portentosos de aquellos que sirvieron
a Dios durante muchas generaciones. Él es el Espíritu que habló por
medio de los profetas, inspirando su compromiso de hablar la verdad y
defender la justicia. Él es el Espíritu que ungió a los reyes y finalmente
ungió a Cristo el Rey Salvador. Él es el Espíritu cuya venida con poder se
previó con palabras de transformación cósmica casi inimaginable. Y Él es
el Espíritu a través de quien toda la creación será finalmente renovada en,
por medio de y para Cristo”1. “Yo soy ese Espíritu”, declara la tercera
persona de la Deidad. “Así es como se me debe conocer”. No hay brecha
entre el Espíritu del Antiguo Testamento y el Espíritu del Nuevo
Testamento.
Algunas personas piensan que el Espíritu Santo era un extraño a los
creyentes del Antiguo Testamento. Pero en el Antiguo Testamento el
Espíritu de Dios es más evidente que Jesucristo, la segunda persona de la
Deidad. Al Espíritu se le llama por nombre con más frecuencia que al
Hijo de Dios. En el Antiguo Testamento se hacen alrededor de setenta y
cinco referencias al Espíritu de Dios. Los versículos iniciales de la Biblia
declaran: “Dios, en el principio, creó los cielos y la tierra. La tierra estaba
desordenada y vacía, las tinieblas cubrían la faz del abismo, y el Espíritu
de Dios se movía sobre la superficie de las aguas” (Gn 1:1-2 RVC). El
Espíritu Santo hace Su aparición ya en el segundo versículo de la Biblia.
EL ESPÍRITU DE DIOS ESTUVO PRESENTE EN LA CREACIÓN

Los primeros versículos de la Biblia son las palabras más leídas de toda la
literatura. Quizá son las primeras oraciones que se escribieron. Estas
declaraciones simples pero profundas proporcionan una comprensión
clara de la verdad del cristianismo en contra de cualquier desafío. Las
palabras “Dios, en el principio” contradicen el ateísmo, que asegura que
no hay Dios. La afirmación que Dios existía antes del universo también
contradice el panteísmo, que asegura que todo es Dios. Y estas palabras
contradicen la teoría del Big Bang (también conocida como la teoría de la
gran explosión) sobre el principio del universo porque afirman que el
Dios vivo creó todo. Dios existe y el Espíritu Santo existe. Hay un solo
Dios. Sin embargo, en este pasaje pronto leeremos: “Hagamos al ser
humano a nuestra imagen” (v. 26).
En el principio había caos y tinieblas. Dios vio un páramo sombrío y
desierto, una desolación impenetrable, un enorme vacío. Era como estar
en medio del Mar de Irlanda, entre Gales e Irlanda, en una noche negra
como el carbón, sin la luz de una sola estrella. El paso inicial de la
creación resultó en un escenario totalmente sombrío. No se parecía para
nada al cosmos de hoy; era un caos total. Sin embargo, sobre todo esto
estaba el Espíritu de Dios. Algunos eruditos han argumentado que el
“Espíritu de Dios” (ruach elohim) se debería traducir como “viento
poderoso”, pero dos argumentos nos obligan a rechazar esa traducción.
Primero, en cualquier otro versículo de Génesis 1 donde aparece la
palabra elohim, esta se traduce como “Dios”, no como “viento poderoso”.
Segundo, un viento, sobre todo un viento poderoso, no sobrevuela; sopla
y aúlla. Wolfhart Pannenburg, catedrático alemán, considera la
traducción “viento poderoso” como “grotesca”.2 La palabra “movía”
también puede significar incubar o sobrevolar. Para ayudarnos a
entender mejor la palabra, debemos ver cómo se usa en Deuteronomio
para describir un águila que se levanta sobre su nido y extiende sus alas
mientras se agita y revolotea sobre sus crías (Dt 32:11).
Así que el primer paso de la creación comienza en un caos oscuro, una
tierra desordenada y vacía. No obstante, sobre ella el Espíritu
sobrevolaba, moviéndose sobre la faz de este abismo original como si
cuidara de Sus crías. Como un águila, Él estaba protegiendo y guardando
a Sus polluelos. El Espíritu estaba cuidando la creación antes de la
creación del jardín y la caída del hombre. El Espíritu no solo sobrevuela
sobre los campos cortados de Kent (conocidos como “el Jardín de
Inglaterra”), las hermosas granjas ajardinadas de Cornwall o la magnífica
arboleda de los Jardines Kew en Londres. Sí, Él está presente en los
magníficos Alpes Suizos y las Rocosas Norteamericanas, pero Él también
estaba presente en el principio, cuando no había nada remotamente
hermoso en la creación, cuando todo era un abismo desordenado y negro
de terror. El Espíritu de Dios estaba ahí, amando, cuidando y guardando
lo que se hizo primero. Específicamente, Él estaba involucrado de dos
maneras: en la ecología y en la teología de la creación:

1. Ecología. ¿A qué medio ambiente le temes más? ¿Estar en medio de un


invierno árctico sin luz ni calor? ¿Varado en medio del Sahara sin agua ni
protección del calor abrazador? ¿Atrapado por una explosión de gas
metano en una mina de carbón, dejándote en total oscuridad a 800
metros bajo tierra? ¿Vivir dentro del alcance de la radiación de Chernóbil
o en un campo de trabajos forzados en China? ¿Qué tal encerrado en una
bodega durante quince años sin ninguna luz natural? Todos le tenemos
miedo a ciertos lugares; sin embargo, aquí en la Biblia se nos dice que en
el lugar más oscuro que este universo haya jamás conocido, el Espíritu de
Dios estaba presente, cuidándolo y amándolo.
Una visión cristiana de la ecología debe comenzar en Génesis 1, donde
el Espíritu de Dios estaba presente en el lugar más oscuro y más desolado
de todos. ¿No les dice esto a las personas que no se desesperen por las
grandes sequías o por los desiertos que se extienden o por los mares
interiores que se secan? ¿Qué podemos hacer, los que nos preocupamos
por la creación de Dios, por esas situaciones? Debemos hacer lo que
podamos. Si los inquilinos de la casa que compraste te dejaron el jardín
como un basurero de desperdicios químicos, debes hacer lo que puedas
para limpiar ese desastre y restaurar la tierra. John Marshall de Hemel
Hempstead predicaba cada domingo por la tarde en el mercado de esa
ciudad. Sin embargo, también hacía todo lo que podía para cuidar la
naturaleza. Sobre él leemos: “Apoyaba la organización Woodland Trust* y
amaba esforzarse y plantar árboles donde podía. Sus amigos, que a veces
iban con él en el carro, se sorprendían de verlo aventar semillas de flores
por la ventana en las verdes orillas. A veces plantaba bulbos en espacios
vacíos”. Su hijo Jeremy explica: “Hay un puente en el camino a
Cambridge que ahora tiene numerosos de narcisos que Papá plantó”.3
Existe una relación entre las predicaciones de John Marshall sobre la
Palabra de Dios y plantar árboles y flores. Y esto nos lleva al eco de las
palabras iniciales de Génesis. Dios habló para que la creación existiera, y
Su Espíritu la sobrevolaba.

2. Teología. El Espíritu de Dios estaba presente en y sobre la creación. Él


creó el sol que sería adorado tanto en Egipto como en Babilonia. Él creó
las luces celestes que los pueblos creerían que eran deidades que
controlaban sus destinos. Millones de personas hoy todavía consultan las
estrellas para guiarlas y saber cómo vivir. Leen los horóscopos que se
basan en el movimiento de las estrellas según el día de su nacimiento. En
público pueden bromear sobre tales consultas, pensando que son
absurdas, pero al día siguiente están indagando en sus horóscopos otra
vez. Piensan que los cuerpos celestes controlan nuestros destinos diarios,
pero el primer capítulo de la Biblia muestra a las estrellas casi como una
idea divina tardía. Génesis 1:16 dice: “También hizo las estrellas”. El Dios
de la Biblia tiene el control del mundo. No existe ninguna razón para que
los cristianos sean influenciados por la astrología.
El mar que Dios creó era considerado un dios en la mitología cananea.
Las personas llamaban a este poderoso dios Yamm. Pero Génesis nos dice
que Dios creó el mar y que el Espíritu de Dios se movía e iba y venía por
encima de él. Los cananeos también adoraban al dios de la tierra, llamado
Baal, hijo de El, que supuestamente daba fertilidad a la tierra. Pero el
primer capítulo de la Biblia estipula que el Dios viviente hizo todo. El sol,
la luna, las estrellas, las profundidades del océano y la tierra misma son el
resultado de que Dios habló para que estas cosas existieran; son la obra
del Dios Creador.
Por el Espíritu Santo, Jehová habló y el universo existió. Por el
Espíritu, Dios creó la luz, el orden y la plenitud que ahora nos rodea. El
Espíritu de Dios es el Señor y el dador de la vida. Como nos recuerda la el
himno: “Al recorrer los montes y los valles, y ver las bellas flores al pasar,
y al escuchar el canto de las aves” nuestras mentes estallan en alabanza al
Espíritu: “¡Mi Dios, cuán grande eres!”. Si anhelamos experiencias más
profundas del Espíritu de Dios, las podemos encontrar por medio de una
comprensión más profunda del Dios del Antiguo Testamento y de Su
creación. ¿Qué agricultor cristiano no ha dejado de manejar su tractor
por un momento para considerar la gloria de la creación a su alrededor y
simplemente adorar al Señor? El profeta Isaías oyó a los serafinas clamar:
“Toda la tierra está llena de Su gloria” (Is 6:3).
Debemos desafiar el naturalismo dogmático que nos rodea y que
enseña que el reino material es todo lo que hay. El cristiano sabe que
detrás del mundo físico está la mente divina de Dios Padre, Hijo y
Espíritu. Este mundo no es solo un ecosistema autosustentable. La
naturaleza no solo existió. Dios estaba activamente involucrado en la
creación, sustentando todas las cosas en la naturaleza. La plenitud de Su
gloria es evidente en todo lo que Dios ha hecho. Así que clamamos con el
salmista: “Que la gloria del Señor perdure eternamente; que el Señor se
regocije en sus obras” (Sal 104:31).
EL ESPÍRITU DE DIOS ESTUVO PRESENTE
EN LA CREACIÓN DEL HOMBRE

De acuerdo con Génesis, tú, como ser humano, eres único en tres
aspectos:

1. Estás hecho a la imagen y semejanza de Dios. Génesis 1:26-27 dice, “y


dijo [Dios]: Hagamos al ser humano a nuestra imagen y semejanza. Que
tenga dominio sobre los peces del mar, y sobre las aves del cielo; sobre los
animales domésticos, sobre los animales salvajes, y sobre todos los
reptiles que se arrastran por el suelo. Y Dios creó al ser humano a su
imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó”.

2. Dios le dio al hombre el mandamiento de someter la tierra y dominar


sobre ella. Génesis 1:28 dice: “Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la
tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a
todos los reptiles que se arrastran por el suelo”.

3. Dios le hizo al hombre único en su especie. Génesis 2:7 dice: “Y Dios el


Señor formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz hálito de
vida, y el hombre se convirtió en un ser viviente”. Dios no se ha
relacionado tan íntimamente con ninguna otra criatura. Prácticamente
abraza al hombre y sopla dentro de él aliento de vida.
Entonces, cada persona está hecha por Dios y para Dios. Cuando les
preguntamos a los niños pequeños: “¿Quién te hizo?”, contestan, “Dios”.
Preguntamos: “¿Qué más hizo Dios?”. Y responden: “Dios hizo todas las
cosas”. ¿Para qué te hizo Dios a ti y a todas las cosas? “Para Su propia
gloria”. Le pertenecemos a Dios por el derecho de creación; Su Espíritu
obra en nosotros en nuestra conciencia y en crear dentro de nosotros un
entendimiento de Dios. Job declara: “El Espíritu de Dios me ha creado;
me infunde vida el hálito del Todopoderoso” (Job 33:4). También
manifiesta que “lo que da entendimiento al hombre es el Espíritu que en
él habita; ¡es el hálito del Todopoderoso!” (Job 32:8). Y Job profesa: “Que
mientras haya vida en mí y aliento divino en mi nariz, mis labios no
pronunciarán maldad alguna, ni mi lengua proferirá mentiras” (Job 27:3-
4). Job y sus cuatro compañeros tenían el Espíritu de Dios. A través de Su
influencia podían ver la vida de Job y preguntarse por qué Dios lo había
hecho sufrir tantas pérdidas. Toda gran literatura depende de la
influencia del Espíritu de Dios. Es por esto que los animales no pueden
producir obras de arte.
Sin embargo, no podemos evadir la historia horrorosa de Génesis 3, la
cual nos dice cómo el hombre cayó en pecado. Nosotros, que fuimos
hechos a imagen de Dios, en quienes Dios sopló el aliento de vida para
que pudiéramos conocer y amar a Dios, nos rebelamos. Nosotros, que
fuimos hechos por el Espíritu de Dios, desafiamos a Dios; hicimos las
cosas a nuestro modo, rechazando la autoridad de Aquel que nos había
dado el beso de la vida. Así que por nuestra propia elección caímos bajo
sentencia de muerte. Con nuestro pecado comenzó una nueva relación
entre el hombre y el Espíritu de Dios. Desde ese momento, el Espíritu de
Dios se enfrentó con el hombre, refrenando su pecado y luchando para
convencerlo de su necesidad de la gracia de Dios. Se nos advierte que
Dios no siempre nos refrenará del pecado con misericordia. En Génesis
6:3 RVC Dios dice: “No va a estar mi espíritu peleando siempre con el
hombre, pues él no es más que carne. Vivirá hasta ciento veinte años”.
¿Cuánto vivirás? No lo sabes. Pero sí sabes que será tanto como el
Espíritu de Dios te conceda la vida. Todas las personas reciben su energía
de vida gracias al Espíritu de Dios. Vivimos y nos movemos y tenemos
nuestra existencia en Dios, pero solo mientras el Espíritu contienda
dentro de nosotros viviremos. Cuando hayamos colmado nuestras
iniquidades, moriremos; y cuando Dios quite Su Espíritu de nosotros,
regresaremos al polvo. Eclesiastés 12:7 anuncia: “Entonces el polvo
volverá a la tierra, de donde fue tomado, y el espíritu volverá a Dios, que
lo dio”.
EL ESPÍRITU DE DIOS ESTUVO PRESENTE EN LAS
PERSONAS DEL ANTIGUO TESTAMENTO

El Antiguo Testamento con frecuencia dice que el Espíritu de Dios venía


sobre o llenaba a una persona. Como resultado, la persona recibía una
habilidad dada por Dios, carisma, competencia, poder o fuerza para hacer
cosas para Dios y Su pueblo. El primer ejemplo que la Escritura menciona
de personas que fueran llenadas del Espíritu de Dios fue el de Besalel y
Aholiab. ¿Profetizaron como resultado de esto? ¿Hablaron en lenguas?
No. El Espíritu capacitó a estos hombres para ser artesanos.
Examinemos la primera vez que el Espíritu moró en las personas.

1. El Espíritu en los artesanos. El Espíritu de Dios llenó a Besalel y


Aholiab para que fueran maestros artesanos del metal, la madera y las
piedras preciosas para construir el templo de Dios. Éxodo 35:30–36:1
dice:

Moisés les dijo a los hijos de Israel: Como pueden ver, el Señor ha
designado a Besalel hijo de Uri, hijo de Jur, de la tribu de Judá. Lo ha
llenado del Espíritu de Dios y le ha dado sabiduría, inteligencia, ciencia
y dotes artísticas, para crear diseños y para trabajar en oro, plata y
bronce, en el tallado y engaste de piedras preciosas, y en todo trabajo
ingenioso en madera. Además, a él y a Aholiab hijo de Ajisamac, de la
tribu de Dan, les ha dado la capacidad de enseñar; ha llenado de
sabiduría su corazón, para que hagan toda clase de obra artística y
creativa en los telares, y de trabajos y diseños bordados en azul,
púrpura, carmesí, y lino fino. Así que serán Besalel y Aholiab los que
harán todo lo que el Señor nos ha ordenado hacer, junto con todos
aquellos a quienes el Señor haya dado un corazón lleno de sabiduría e
inteligencia para llevar a cabo toda la obra del servicio del santuario.
Chris Wright comenta: “Hay algo tan maravillosamente creativo (y por
lo tanto semejante a Dios) en lo que este pasaje describe: artesanía,
diseño artístico, bordado con ricos colores, tallado en madera y piedra.
Me encantaría tener algunas de estas habilidades y admiro grandemente
la obra de los artistas que las hacen. Debemos tomar en serio el hecho de
que estas cosas son marcas de la llenura del Espíritu de Dios”.4
Un hombre de mi iglesia fue llenado del mismo Espíritu de Dios que
estaba en Besalel y Aholiab. Ron Loosley trabajó en los planos para
renovar nuestra casa parroquial. Transformó Plas Lluest en un hogar
cristiano para personas con dificultades de aprendizaje y diseñó los
planos para la librería cristiana. Le ahorró a la iglesia miles de libras,
pero la hermosa habilidad de su obra fue lo que la hizo tan memorable. El
mismo Espíritu que vino sobre Besalel y Aholiab también llenó a Ron
Loosley, y nuestra congregación se goza en la bondad y amor de todo lo
que él ha diseñado y ejecutado tan maravillosamente.

2. El Espíritu en los jueces. Una frase a lo largo de todo el libro de los


Jueces es los logros de los líderes de Israel, a quienes ellos llamaban
jueces. La tarea de un juez era poner orden en las disputas entre las
personas, dar juicios sobre los problemas locales, guiar al pueblo en la
guerra contra los opresores y amonestar a las tribus de Israel para actuar
contra una amenaza repentina. Por ejemplo, considera al juez Gedeón.
Jueces 6:34 no explica: “Entonces el Espíritu del Señor vino sobre
Gedeón”. Si leemos con descuido esas palabras podemos concluir que
Gedeón se levantó abruptamente, hizo a un lado su pereza y cogió sus
armas para hacer la guerra contra los madianitas que oprimían a Israel.
Pero lo que en realidad leemos en estas hermosas palabras es algo
diferente.
La palabra hebrea para “vino” que encontramos ahí es la misma que se
usa cuando un hombre se pone su abrigo. Cuando es hora de ir a trabajar,
muchas personas se ponen sus ropas de trabajo. El doctor tiene su bata
blanca; la azafata, su uniforme; el banquero, su traje. Sin embargo, el
hecho de ponerse las ropas de trabajo no significa que el uniforme hará el
trabajo; más bien indica el momento en que esa persona comienza a
trabajar. El paciente no pone su esperanza de curación en una bata
blanca; sin embargo, cuando él ve que el doctor se pone esa bata blanca,
sabe que el médico empezará su labor. De igual manera, Jueces 6:34 dice
que el Espíritu del Señor mismo se vistió con Gedeón. El Espíritu de Dios
se puso a Gedeón como un abrigo. Gedeón era al Espíritu lo que el
uniforme es a un trabajador. Gedeón solo era un conjunto de ropas de
trabajo. El que hacía la obra era el Espíritu.
Así, el que salta a la acción no es Gedeón sino el Espíritu. El Señor se
levantó para hacer la guerra. Lo que tenemos aquí, entonces, no es la
historia de los grandes hechos de cierta persona sino un reporte sobre los
poderosos hechos del Señor. Así que cuando lees en Jueces que el
Espíritu vino sobre un juez, recuerda que es Dios quien se levanta para
vindicar Su nombre entre Su pueblo.

3. El Espíritu en los reyes. Saúl es el último juez de Israel y su primer rey.


Es una mezcla de ambos. 1 Samuel 11:6 nos relata que el Espíritu del
Señor vino sobre Saúl. Pero después el Espíritu del Señor se apartó de
Saúl (1S 16:14). En su lugar vino un espíritu de estado de ánimo lúgubre,
de depresión y de envidia asesina. Así que el Espíritu puede dar alguna
habilidad, liderazgo y valor, pero el Espíritu también puede irse de los
que lo afligen y persisten desafiantemente en su locura. En el Nuevo
Testamento Juan nos dice que probemos a los espíritus (1Jn 4:1) para ver
si son de Dios o del diablo. Jesús también nos advierte que los hombres
pueden tener dones de profecía e incluso pueden obrar milagros, pero en
el gran día Cristo les puede declarar: “Apártense de Mí. Nunca los
conocí”.
4. El Espíritu en Moisés. El ministerio de los dones del Espíritu se
describe más plenamente en Sus tratos con Moisés que con los jueces y
los reyes. El profeta Isaías reconoce el mérito de examinar cómo el
Espíritu preparó y usó a Moisés. Mirando hacia atrás, a las
peregrinaciones de Israel por el desierto, Isaías dice que los hijos de
Israel “se rebelaron y afligieron a su santo Espíritu” (Is 63:10). Se nos
dice que su líder Moisés “era muy humilde, más humilde que cualquier
otro sobre la tierra” (Nm 12:3). Ese es un testimonio impactante de uno
de los más grandes líderes de la historia de la humanidad.
Sin embargo, Moisés no siempre fue así. De joven había matado a un
oficial egipcio que estaba azotando a un israelita. Por esto fue enviado al
desierto durante cuarenta años, donde cuidó las ovejas de su suegro.
Finalmente, Dios mismo se le reveló a Moisés en una zarza ardiente y le
pidió redimir a Israel de la esclavitud y guiarlos a la Tierra Prometida.
Dios no usó a Moisés por sus dones naturales sino por lo que el Espíritu
de Dios había hecho en él en las décadas pasadas.
Entonces, el Espíritu de Dios sirvió a Moisés de una manera
excepcional. Números 11:16-17 nos relata: “El Señor le respondió a
Moisés: Tráeme a setenta ancianos de Israel, y asegúrate de que sean
ancianos y gobernantes del pueblo. Llévalos a la Tienda de reunión, y haz
que esperen allí contigo. Yo descenderé para hablar contigo, y compartiré
con ellos el Espíritu que está sobre ti, para que te ayuden a llevar la carga
que te significa este pueblo. Así no tendrás que llevarla tú solo”. La
grandeza de Moisés fue evidente en su dependencia del Espíritu y su
disposición de aceptar el Espíritu de Dios en los demás. Moisés confió en
los setenta ancianos. No los vio como rivales potenciales a su liderazgo.
Reconoció sus habilidades como dones que el Espíritu les había dado.
Moisés sabía que más gente dotada por Dios para el liderazgo en la iglesia
enriquecería la vida del pueblo de Dios. Números 11:24-30 ofrece otro
ejemplo de la humildad de Moisés:
Moisés fue y le comunicó al pueblo lo que el Señor le había dicho.
Después juntó a setenta ancianos del pueblo, y se quedó esperando con
ellos alrededor de la Tienda de reunión. El Señor descendió en la nube
y habló con Moisés, y compartió con los setenta ancianos el Espíritu
que estaba sobre él. Cuando el Espíritu descansó sobre ellos, se
pusieron a profetizar. Pero esto no volvió a repetirse. Dos de los
ancianos se habían quedado en el campamento. Uno se llamaba Eldad
y el otro Medad. Aunque habían sido elegidos, no acudieron a la Tienda
de reunión. Sin embargo, el Espíritu descansó sobre ellos y se pusieron
a profetizar dentro del campamento. Entonces un muchacho corrió a
contárselo a Moisés: ¡Eldad y Medad están profetizando dentro del
campamento! Josué hijo de Nun, uno de los siervos escogidos de
Moisés, exclamó: ¡Moisés, señor mío, detenlos! Pero Moisés le
respondió: ¿Estás celoso por mí? ¡Cómo quisiera que todo el pueblo del
Señor profetizara, y que el Señor pusiera su Espíritu en todos ellos!
Entonces Moisés y los ancianos regresaron al campamento.

El Espíritu en Moisés lo había hecho sentirse seguro en su relación con


Dios. Podía ejercer el poder y el liderazgo sin envidia. Usaba el poder con
humildad. El anhelo de Moisés, de que el Señor pusiera Su Espíritu en
todo el pueblo, a la larga se cumplió en el derramamiento del Espíritu en
el día de Pentecostés, y desde entonces se ha experimentado en la iglesia.
El Señor ha puesto Su Espíritu en cada creyente; ningún cristiano va por
la vida sin que el Espíritu lo habite, sin Su fruto y sin Sus dones.
Moisés probablemente tuvo la congregación más crítica, rebelde,
complicada, desagradecida y menos razonable que cualquier líder pudiera
tener. Lidió con ellos por el poder del Espíritu de Dios que moraba en él.
Que ningún ministro se queje de los problemas de los miembros de la
iglesia hasta que haya leído el libro de Números y haya visto lo que
Moisés tuvo que soportar.
Considera algunos de los problemas con los que Moisés tuvo que tratar:
sobrecarga administrativa, problemas de abastecimiento de alimentos,
estallidos carismáticos, contiendas familiares, críticas de su propio
matrimonio, oposición a seguir la visión que Dios había dado a través de
él, rechazo de su autoridad para hablar por parte de Dios, ataques de
fuera de la comunidad, inmoralidad sexual dentro de la comunidad.
Moisés lidió con todo eso por medio del poder del Espíritu de Dios.
¿No te recuerda Moisés al Señor Jesús? Jesús permaneció
comprometido con Sus discípulos, incluso cuando uno lo traicionó a
muerte, otro lo negó con blasfemias y el resto huyó y lo abandonó. No
obstante, Jesús le afirmó a Su Padre que no había perdido a ningún
discípulo excepto a Judas. El Espíritu de Dios había descendido sobre
Cristo al inicio de Su ministerio. Es por eso que era tan paciente con Sus
discípulos. Piensa también en el apóstol Pablo tratando con la iglesia en
Corinto, que le dio problemas sin fin. Les escribió diciendo que era su
esclavo en cadenas por amor de Jesús. ¿Quién era Pablo? Solo un siervo,
según él. ¿Qué impulsaba su obra? Como lo dice Chris Wright, fue su
total dedicación a lavar los pies de “la gente real, obstinada y áspera que
Dios le había confiado”.
La paradoja del poder de Moisés es que la más grande evidencia de la
presencia del Espíritu Santo en él fue la ausencia de esas cosas que
comúnmente se vinculan con la gente grande y poderosa: orgullo en la
autosuficiencia, defensa celosa de las prerrogativas de uno mismo,
ambición por el legado de uno mismo. El Espíritu Santo da poder a las
personas a través de la humildad.
“La iglesia necesita líderes”, dice Chris Wright. “Y los líderes necesitan
poder si alguna vez quieren hacer algo (o, más correctamente, si Dios va a
hacer algo por medio de ellos). Pero la clase de poder que ellos necesitan
no es la clase de poder por el cual el mundo generalmente evalúa el
liderazgo. Como lo declara Zacarías 4:6: ‘No será por la fuerza ni por
ningún poder, sino por mi Espíritu, dice el Señor Todopoderoso’”.
Wright continúa diciendo: “Ora por aquellos a quienes Dios ha llamado
a puestos de liderazgo entre su pueblo, incluyéndote a ti mismo, dado el
caso, para que haya una evidencia mucho mayor del otorgamiento del
poder del Espíritu de Dios y mucho menos evidencia del poder ambiguo y
peligroso de nuestras debilidades humanas y caídas. Que seamos llenos
con el poder del Espíritu de Dios a semejanza de Moisés y de Jesús”.5

5. El Espíritu en los creyentes del Antiguo Testamento. El Espíritu Santo


moraba en los verdaderos creyentes del Antiguo Testamento. Nadie
puede volver a nacer, creer, arrepentirse o dar un paso en su progreso
espiritual sin la obra interna del Espíritu Santo. De hecho, nadie puede
perseverar en la fe por un segundo sin la obra interna constante del
Espíritu Santo, ni en el Antiguo Testamento ni en el Nuevo Testamento.
Sin el Espíritu Santo dentro de nosotros constantemente obrando en
nuestros corazones, los creyentes apostataríamos inmediatamente.
Habiendo ya puesto esa continuidad en los fundamentos entre los dos
Testamentos, también debemos preguntar: “¿De qué maneras la morada
y la obra del Espíritu Santo en el Antiguo Testamento difiere del Nuevo,
especialmente después de Pentecostés?”. Todos aceptan que hubo una
diferencia. Pero, ¿cuál fue? La morada del Espíritu en el Antiguo
Testamento era como un frasco cuentagotas goteando agua
continuamente en una esponja en un día caluroso de verano. La morada
del Espíritu en el Nuevo Testamento es como una lavadora a alta presión
arrojando chorros de agua en una esponja, donde el exceso de agua se
derrama por todos lados.
Piensa en una esponja seca en un día caluroso. Ahora imagina un
gotero. El gotero gotea agua tan lentamente en la esponja que, aunque se
va mojando, nunca se satura al grado de escurrir el agua. Esta era la
experiencia del Espíritu que tenían los creyentes del Antiguo Testamento
y los discípulos del Nuevo Testamento. Cristo los mantuvo provistos con
un continuo “goteo del Espíritu” que los sostuvo para vivir
espiritualmente y ser fructíferos, pero rara vez con tanta medida como
para que su vida espiritual se desbordara a las vidas de los demás. Lo
mismo fue cierto del pueblo de Dios durante todo el Antiguo Testamento.
Pero ahora imagina que alguien usa una lavadora a presión y comienza a
arrojar chorros de agua a la esponja. Casi inmediatamente, no solo la
esponja se llenará de agua, sino que el agua escurrirá en todas
direcciones. Bienvenido a Pentecostés. Bienvenido a lo que Jesús estaba
prediciendo en Juan 7:37-39.
Pero, ¿por qué el retraso? Juan nos anuncia que era porque “Jesús no
había sido glorificado todavía” (v. 39). Antes del Nuevo Testamento, el
Espíritu tenía relativamente poca verdad con la cual trabajar. Pero
cuando Cristo fue glorificado (cuando Él murió, resucitó y ascendió),
entonces el Espíritu tenía mucha más verdad con la cual trabajar.
Cuando vino la plenitud de la revelación de Dios sobre Cristo, entonces
la plenitud del Espíritu podía derramarse. En Pentecostés vemos una
nueva plenitud, perpetuidad, ubicuidad y propagación del Espíritu Santo.
Vemos Su obra con mayor intensidad, amplitud y obviedad. Los estrechos
corazones judíos serían tan llenos de Cristo y del Espíritu que se
desbordarían e inundarían a las naciones con la bendición espiritual,
como lo hizo Pedro en Hechos 2, por ejemplo.
En conclusión, entonces, podemos decir que mientras el Espíritu Santo
moraba en todos los creyentes del Antiguo Testamento, su experiencia
del Espíritu Santo, por lo general, estaba limitada a algún grado de
llenura personal, pero rara vez estaban plenamente llenados y más raro
aun inundaban a otros con testimonio, evangelismo y misión. Esa llenura
plena y desbordante esperaba la culminación de la persona y obra de
Cristo, cuando el Espíritu Santo fue derramado sin medida en Él y en Su
iglesia de una manera desbordante.

* Woodland Trust es una organización benéfica comprometida con la protección y el buen uso de
los bosques de árboles como patrimonio cultural.
3
LA INSPIRACIÓN DE LOS PROFETAS
DEL ANTIGUO TESTAMENTO

Ante todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura


surge de la interpretación particular de nadie. Porque la profecía no
ha tenido su origen en la voluntad humana, sino que los profetas
hablaron de parte de Dios, impulsados por el Espíritu Santo.
2 Pedro 1:20-21

Pedro fue el discípulo de Cristo a quien Jesús designó para guiar al resto
de los discípulos después de Su ascensión. Pedro había pasado tres años
en la presencia de nuestro Señor, aprendiendo de Su enseñanza durante
Su ministerio público. Después, Pedro fue designado como apóstol para
hablar en el nombre de Cristo, con la autoridad de nuestro Señor detrás
de sus palabras. Así que los que recibían a Pedro recibían al Señor de
Pedro.
El llamado especial de Pedro fue alimentar las ovejas y los corderos de
Cristo. Pedro fue llenado del Espíritu en el día de Pentecostés y predicó el
evangelio con tanta fidelidad que Dios convirtió a tres mil personas.
Después Pedro fue inspirado a escribir dos cartas. En la primera carta, él
ofrece su punto de vista (y el del Señor Jesús) sobre la naturaleza de la
Escritura del Antiguo Testamento. Con seriedad y fervor escribe: “Ante
todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge de
la interpretación particular de nadie. Porque la profecía no ha tenido su
origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de
Dios, impulsados por el Espíritu Santo”.
QUIÉN ESCRIBIÓ LA ESCRITURA

Pedro enfatiza que las porciones proféticas de la Escritura o, de hecho,


todo el cuerpo de la Escritura (estoy a favor de la última interpretación),
no fueron el resultado de individuos que tuvieron corazonadas,
sentimientos y convicciones sobre Dios y el mundo y después las
escribieron. Las Escrituras no son producto de la investigación y la razón
humana; no son “de interpretación privada”. Para aclarar ese punto,
Pedro estipula que “ninguna profecía de la Escritura surge de la
interpretación particular de nadie”.
Así Pedro comienza descartando posturas erróneas. Primero nos
declara que la profecía del Antiguo Testamento no vino por la voluntad
del hombre. No fue por la voluntad humana que Moisés, Samuel, David,
Elías, los tres grandes profetas y los doce profetas menores escribieron la
Escritura. Los escritos de esos hombres no nos han llegado porque ellos
creyeron profundamente que tenían un mensaje del cielo, y que en un
momento de la historia se comprometieron a escribir. El origen no surge
del corazón y la mente de ningún hombre.
Habiendo aclarado ese malentendido, Pedro nos revela el origen de las
profecías de la Escritura. Escribe: “Los profetas hablaron de parte de
Dios, impulsados por el Espíritu Santo”. Esa convicción sobre el Antiguo
Testamento es lo que le está enseñando a la iglesia del Nuevo
Testamento. La actitud de la iglesia sobre el Antiguo Testamento no es,
por lo tanto, opcional; no tiene la alternativa de tomar o dejar esas
palabras. Pedro ata a los creyentes a toda la Escritura. Si Jesucristo es
nuestro Dios y ha designado a Pedro para que sea Su portavoz, nosotros
también debemos tener esta convicción sobre la naturaleza espiritual del
Antiguo Testamento. El lenguaje de Pedro es tan claro como el de Pablo
en 2 Timoteo 3:16, donde sostiene que toda la Escritura es dada por la
inspiración de Dios.
Pedro nos explica que los hombres hablaron por Dios. Lo que Dios dijo,
ellos lo dijeron; y lo que ellos dijeron, Dios lo dijo. Sus palabras solo
fueron posibles porque “ellos fueron impulsados por el Espíritu”, dice
Pedro. La Escritura no es un libro mágico que descendió del cielo.
Tampoco es solo un libro religioso. Es el libro del Espíritu Santo, dado
por Dios a la iglesia por medio de hombres que hablaron por Él. Edward
J. Young, del Seminario Westminster, de Philadelphia, explica:

Si examinamos detenidamente el lenguaje de Pedro, observaremos que


los hombres hablaron de parte de Dios mientras estaban siendo
impulsados por el Espíritu. Se dice que la fuente de sus palabras es
Dios, y hablaron estas palabras mientras estaban siendo impulsados
por el Espíritu Santo. Mientras hablaban, ellos eran pasivos, y Dios,
activo. Fue Él quien los inspiró, y mientras Él los impulsaba, ellos
hablaban. Fue entonces que Dios habló, no en el vacío, sino más bien
por medio de la mediación de hombres que fueron impulsados y
usados como instrumentos por el Espíritu.

Entonces Pedro aclara que estos seres humanos realmente hablaron de


parte de Dios. Es decir, que los escritores de las Escrituras fueron
humanos. Las cosas que ellos pronunciaron no fueron suyas sino que,
ya que ellos habían sido impulsados por Él, fueron de Dios mismo. Ya
que Dios dio Su Palabra por medio de escritores humanos, podemos
verdaderamente hablar de un lado humano de la Biblia. El mensaje de
Dios fue comunicado por medio de la instrumentalidad de hombres
que estuvieron bajo la influencia de Su Espíritu.1

Te podrás preguntar cómo el Espíritu controló a los escritores de la


Escritura para que escribieran exactamente lo que Él quería, sin asfixiar
sus estilos y personalidades individuales. No puedo explicar cómo fue
eso. ¿Cómo pudo Amós anunciar: “Palabras de Amós […] que vio” (Amós
1:1 LBLA) y escribir palabras que eran de parte de Jehová? Si Dios era el
autor de esas palabras, ¿cómo podía Amós ser también su autor? Sólo
podemos afirmar lo que la Escritura misma declara sobre estas doctrinas
aparentemente irreconciliables. Como con la soberanía de Dios y la
responsabilidad del hombre, la Escritura nos confronta con una tensión
aparentemente irreconciliable entre dos doctrinas que solo se pueden ver
como dos líneas paralelas de verdad que se unen en el infinito. Así es con
la autoría de la Escritura; se encuentra a la luz de lo que la Palabra de
Dios arroja sobre ella. Nuestra responsabilidad es creer la Escritura y
confiar en Dios respecto a las aparentes anomalías en cuanto a su autoría.
Dios ha hablado. Escuchemos Su voz. No debemos ir más allá de eso.
CÓMO SE CONFIRMA SU TESTIMONIO

Consideremos el testimonio de los líderes de Israel desde dos


perspectivas: el testimonio de los líderes que vinieron después de ellos, y
su propia experiencia de la inspiración del Espíritu Santo.

1. El testimonio de los líderes que vinieron después. Durante el Antiguo


Testamento, el pueblo en el exilio miró hacia atrás al tiempo de los
profetas y reconocieron que habían hablado valiente y fielmente bajo la
inspiración del Espíritu Santo. Considera a Nehemías, por ejemplo, que
guio a los judíos de regreso a Israel después de los setenta años de exilio
en Babilonia. En Nehemías 9, este hombre de Dios relata cómo Dios
sostuvo a Moisés durante los años que él y su pueblo estuvieron exiliados
en el desierto. “Con tu buen Espíritu les diste entendimiento”, observa
Nehemías (Neh 9:20). Moisés enseñó al pueblo de Israel, pero fue por el
buen Espíritu de Dios que la palabra vino por medio de Moisés al pueblo
en Egipto y en el desierto. Nehemías refuerza el mismo punto que Pedro
refuerza en el Nuevo Testamento.
Después, en su oración, Nehemías comenta la dureza de corazón y la
desobediencia de los israelitas. En Nehemías 9:30 él relata: “Por años les
tuviste paciencia; con Tu Espíritu los amonestaste por medio de Tus
profetas, pero ellos no quisieron escuchar”. Moisés exhortó y reprendió al
pueblo, no obstante Nehemías observa que esas amonestaciones vinieron
por el Espíritu de Dios. Esa es la misma convicción de los apóstoles del
Nuevo Testamento cuando declaran que la Palabra de Dios vino a través
de los profetas por el Espíritu de Dios.
Zacarías 7 incluye un lamento similar, pues él también enfrentó
resistencia a su mensaje de amonestación al pueblo de vivir en obediencia
al Dios de Israel. Zacarías le predicó al pueblo desde las escrituras de
Moisés y de los primeros profetas, pero sus palabras fueron rechazadas.
Él escribe:

La palabra del Señor vino de nuevo a Zacarías. Le advirtió: Así dice el


Señor Todopoderoso: Juzguen con verdadera justicia; muestren amor y
compasión los unos por los otros. No opriman a las viudas ni a los
huérfanos, ni a los extranjeros ni a los pobres. No maquinen el mal en
su corazón los unos contra los otros. Pero ellos se negaron a hacer caso.
Desafiantes volvieron la espalda, y se taparon los oídos. Para no oír las
instrucciones ni las palabras que por medio de los antiguos profetas el
Señor Todopoderoso había enviado con Su Espíritu, endurecieron su
corazón como el diamante. Por lo tanto, el Señor Todopoderoso se
llenó de ira (Zac 7:8-12).

Ochocientos años después de la muerte de Moisés, líderes como


Nehemías y Zacarías podían mirar al pasado, reflexionar sobre sus
antepasados y reconocer cómo aquellos hombres fueron impulsados por
el Espíritu de Dios para hablar Sus palabras.

2. Las experiencias de los profetas. Los profetas sabían, por experiencia,


que sus mensajes venían por medio de la inspiración y autoridad del
Espíritu de Dios. El profeta Miqueas declara: “Yo, en cambio, estoy lleno
de poder, lleno del Espíritu del Señor, y lleno de justicia y de fuerza, para
echarle en cara a Jacob su delito; para reprocharle a Israel su pecado” (Mi
3:8). De igual manera, el profeta Isaías anuncia: “Y ahora el Señor
omnipotente me ha enviado con Su Espíritu. Así dice el Señor, tu
Redentor, el Santo de Israel: Yo soy el Señor tu Dios, que te enseña lo que
te conviene, que te guía por el camino en que debes andar” (Is 48:16-17).
O considera las últimas palabras de David, rey y salmista de Israel:
“Estas son las últimas palabras de David: Oráculo de David hijo de Isaí,
dulce cantor de Israel; hombre exaltado por el Altísimo y ungido por el
Dios de Jacob. El Espíritu del Señor habló por medio de mí; puso Sus
palabras en mi lengua. El Dios de Israel habló, la Roca de Israel me dijo”
(2S 23:1-3).
Cuando Salomón construyó el templo, ¿siguió exactamente los planos
que David había dejado por reverencia a lo que el rey había escrito o por
obediencia a Dios? La respuesta de la Escritura es clara: “Luego David le
entregó a Salomón el diseño del pórtico del templo, de sus edificios, de
los almacenes, de las habitaciones superiores, de los cuartos interiores y
del lugar del propiciatorio. También le entregó el diseño de todo lo que
había planeado [por el Espíritu] para los atrios del templo del Señor” (1Cr
28:11-12). Los mismos profetas y los líderes posteriores de Israel estaban
convencidos de que las palabras que predicaban habían sido entregadas
por la inspiración del Espíritu*.
CÓMO LA REDACCIÓN DE LA ESCRITURA DIFIERE DEL
DICTADO

Los musulmanes afirman que el Corán se escribió por completo en árabe,


en el cielo, antes de venir a la tierra. Por esta razón los musulmanes se
han demorado tanto en otorgar permiso para una nueva traducción del
Corán, ya que ninguna otra forma es admisible sino la perfecta dada a
Mahoma. Nosotros rechazamos tal teoría respecto a la inspiración de la
Biblia. Dios no ignoró la personalidad de Moisés, Samuel, David, Isaías y
los demás escritores en la forma de escribir la Escritura. Sus estilos,
temperamentos y sentimientos personales son evidentes en todo lo que
escribieron. Nosotros rechazamos la idea de que los profetas fueron un
poco mejores que dictáfonos humanos que mecánicamente registraron
las palabras que Dios les habló. Nosotros no creemos en esa reproducción
tipo loro.
Los críticos de esta opinión se niegan a creer que Dios pudo supervisar
la crianza, educación y experiencia de un hombre y moldear su
composición de la profecía escrita para que lo que él escribiera fuera
exactamente lo que Dios pretendía. Ningún teólogo protestante cree que
Jeremías, por ejemplo, fue solo un mecanógrafo. Más bien, el Espíritu de
Dios adaptó Su actividad inspiradora al estilo de la mente, perspectiva,
temperamento, intereses, hábitos literarios e idiosincrasias estilísticas de
Jeremías, los cuales Dios había preparado para este mismo propósito. El
Nuevo Testamento muestra cómo los discípulos fueron enseñados por
Cristo durante tres años, pero cada uno mantuvo su personalidad
distintiva. Pedro, por ejemplo, retuvo su ferviente impetuosidad; Juan
siguió siendo un santificado hijo del trueno; y Santiago mostró su
genialidad práctica. Cuando Isaías escribió Isaías 53, lo hizo con
asombro, amor y alabanza. Cuando Jeremías compuso el libro de
Lamentaciones, lo hizo con lágrimas de empatía por su pueblo
quebrantado. Cuando David escribió algunos de sus salmos, apenas podía
contener sus gritos de doxología impregnados de gozo. Nosotros no
creemos que Dios solo dictó la Biblia, como algunos críticos afirman; esta
opinión es rígida y mecánica. Es, y siempre ha sido, una opinión
imaginaria que los verdaderos creyentes no profesan.
Déjame describir el proceso de dictado divino en la redacción de la
Escritura. Jeremías 36 relata: “Esta palabra del Señor vino a Jeremías en
el año cuarto del rey Joacim hijo de Josías: Toma un rollo y escribe en él
todas las palabras que desde los tiempos de Josías, desde que comencé a
hablarte hasta ahora, te he dicho acerca de Israel, de Judá y de las otras
naciones” (vv. 1-2). Pero Jeremías estaba atado y no podía escribir, así
que le pidió a su siervo que viniera a él. Jeremías 36 continúa:

Baruc escribía en el rollo todo lo que el Señor le había dicho al profeta.


Luego Jeremías le dio esta orden a Baruc: Estoy detenido y no puedo ir
a la casa del Señor. Por tanto, ve a la casa del Señor en el día de ayuno,
y lee en voz alta ante el pueblo de Jerusalén las palabras del Señor que
te he dictado y que escribiste en el rollo. Léeselas también a toda la
gente de Judá que haya venido de sus ciudades. ¡A lo mejor su oración
llega a la presencia del Señor y cada uno se convierte de su mal camino!
¡Ciertamente son terribles la ira y el furor con que el Señor ha
amenazado a este pueblo! (vv. 4-7).

Baruc, hijo de Nerías, hizo todo lo que Jeremías el profeta le pidió que
hiciera; en el templo del Señor él leyó del rollo las palabras del Señor
(Jeremías 36:4-8). Los grandes oficiales de Jerusalén cuestionaron
entonces a Baruc, preguntándole: “¿Cómo fue que escribiste todo esto?
Les respondió Baruc: ‘Él me lo dictó, y yo lo escribí con tinta, en el rollo’”
(Jeremías 36:17-18).
Jeremías, que estaba encadenado, fue movido por el Espíritu Santo a
dictarle a Baruc el mensaje que había recibido de Dios. El siervo
desenrolló una piel u hoja de papiro y escribió en él con una pluma de
junco que metía en un cuerno con tinta para escribir las palabras que
Jeremías le daba. Cuando el trabajo estuvo terminado, el resultado era
sagrado, porque era exactamente lo que Dios quería que quedara escrito.
Cuando el pueblo oyó estas palabras, no rebatió el método o la hora
fijada en la que se hizo el escrito. Todos prestaron atención a lo que Dios
les estaba diciendo. Sin embargo, cuando Joacim, rey de Israel, escuchó
las palabras del rollo, cortó el rollo y lo echó pedazo a pedazo en el fuego.
El rey no podía aceptar las palabras de Jeremías como palabras de Dios,
inspiradas por el Espíritu Santo. Su corazón repelió tales palabras de
juicio. Así que rechazó totalmente la profecía y destruyó el rollo en que
estaba escrita.
Jeremías 36:27-32 continúa relatando, diciendo:

Luego que el rey quemó el rollo con las palabras que Jeremías le había
dictado a Baruc, la palabra del Señor vino a Jeremías: Toma otro rollo,
y escribe exactamente lo mismo que estaba escrito en el primer rollo
quemado por Joacim, rey de Judá. Y adviértele a Joacim que así dice el
Señor: “Tú quemaste aquel rollo, diciendo: ‘¿Por qué has escrito en él
que con toda seguridad el rey de Babilonia vendrá a destruir esta tierra,
y a borrar de ella a toda persona y animal?’ Por eso, así dice el Señor
acerca de Joacim, rey de Judá: Ninguno de sus descendientes ocupará
el trono de David; su cadáver será arrojado, y quedará expuesto al calor
del día y a las heladas de la noche. Castigaré la iniquidad de él, la de su
descendencia y la de sus siervos. Enviaré contra ellos, y contra los
habitantes de Jerusalén y de Judá, todas las calamidades con que los
amenacé, porque no me hicieron caso. Entonces Jeremías tomó otro
rollo y se lo dio al escriba Baruc hijo de Nerías. Baruc escribió en el
rollo todo lo que Jeremías le dictó, lo cual era idéntico a lo escrito en el
rollo quemado por el rey Joacim. Se agregaron, además, muchas otras
cosas semejantes.

Dios no trató con ligereza la actitud del rey Joacim de “ser selectivo”
con la Escritura al aceptar parte de Su Palabra y destruir el resto. Al hacer
esto, este rey quitó a Dios del trono de su vida y él mismo se sentó en él.
Este incidente, que describe cómo las palabras de Jeremías fueron
anotadas vía Baruc, nos puede parecer mucho como un dictado. Sin
embargo, este método de registro de las palabras de Dios durante este
punto de la vida de Jeremías no fue lo que sucedió durante el resto de su
vida o en la vida de otros profetas y escritores de otros textos de la
Escritura del Antiguo Testamento. Moisés fue entrenado por décadas
para escribir las primeros cinco libros de la Biblia. Recibió sus primeros
años de formación en el palacio de Faraón. Hizo sus estudios de posgrado
durante cuarenta años en las profundidades del desierto, con ovejas y
pastores como sus compañeros. Durante un periodo de años Dios lo
preparó para escribir el Pentateuco como el escribano de Dios.
PROTEGIENDO LA ESCRITURA DEL ERROR

Números 24:2 nos relata que el Espíritu de Dios vino sobre un profeta
llamado Balaam y que él pronunció su oráculo. Este hombre no era un
israelita; era un adivino que vivía en Mesopotamia. Fue contratado por el
rey de Moab para maldecir a la nación de Israel, que pasaba por Moab en
su camino a la Tierra Prometida. Números 22:3 nos dice que los de Moab
“estaban verdaderamente aterrorizados de ellos porque eran un ejército
muy numeroso”.
Balaam aceptó el trabajo, pero cuando trató de maldecir a los israelitas,
Dios lo detuvo de hacerlo diciendo: “Ni pronunciarás ninguna maldición
sobre los israelitas, porque son un pueblo bendito” (Nm 22:12). El rey
Balac trató de forzar al profeta una vez más a maldecir a Israel,
prometiéndole obsequios valiosos si lo hacía. Balaam contestó: “Yo no
podría hacer nada grande ni pequeño, sino ajustarme al mandamiento
del Señor mi Dios” (Nm 22:18). Él viajó a Moab para explicarle eso al rey,
pero el rey estaba enojado porque el profeta había fracasado en maldecir
a los israelitas. Él le dijo al profeta: “¿Acaso no te mandé llamar? ¿Por
qué no viniste a mí? ¿Crees que no soy capaz de recompensarte?” (Nm
22:37).
“¡Bueno, ya estoy aquí!, contestó Balaam. Sólo que no podré decir nada
que Dios no ponga en mi boca” (Nm 22:38). ¿Puede un profeta que habla
de parte de Dios y es llevado por el Espíritu Santo cambiar las palabras
que Dios le da? ¿Puede desechar el mensaje divino y en su lugar dar el
suyo? Balaam declara: “Dios no es un simple mortal para mentir y
cambiar de parecer. ¿Acaso no cumple lo que promete ni lleva a cabo lo
que dice? Se me ha ordenado bendecir, y si eso es lo que Dios quiere, yo
no puedo hacer otra cosa” (Nm 23:19-20).
Para este momento el rey Balac estaba desesperado porque el profeta,
de hecho, estaba bendiciendo al pueblo de Dios en vez de maldecirlo. Le
suplicó al profeta que simplemente abandonara el asunto. Balaam
respondió: “¿Acaso no te advertí que yo repetiría todo lo que el Señor me
ordenara decir?” (Nm 23:26). El rey explotó en ira y le ordenó al profeta
irse a su casa sin recibir su pago. Balaam respondió: “Yo les dije a los
mensajeros que me enviaste: Aun si Balac me diera su palacio lleno de
oro y de plata, yo no podría hacer nada bueno ni malo, sino ajustarme al
mandamiento del Señor mi Dios. Lo que el Señor me ordene decir, eso
diré” (Nm 24:12-13).
La convicción de Balaam es un indicativo de la devoción de los
verdaderos profetas del Antiguo Testamento. Micaías es un ejemplo.
Cuando Micaías fue arrastrado ante Acab y Josafat para dar la bendición
del Señor a sus ejércitos antes de ir a la batalla, se negó a repetir como un
loro lo que los falsos profetas habían dicho a los reyes, afirmando sus
planes para la batalla. “Pero Micaías repuso: Tan cierto como que vive el
Señor, ten la seguridad de que yo le anunciaré al rey lo que el Señor me
diga” (1R 22:14). Cuando lo presionaron una y otra vez para cambiar de
opinión, finalmente anunció lo que el Señor le había pedido que dijera:
“Vi a todo Israel esparcido por las colinas, como ovejas sin pastor. Y el
Señor dijo: Esta gente no tiene amo. ¡Que cada cual se vaya a su casa en
paz!” (1R 22:17). El profeta no podía pronunciar falsedad cuando hablaba
en el nombre del Señor, incluso si esto significaba enfrentar la ira de dos
reyes.
Hemos buscado probarte la verdad de las palabras de Pedro: “Ante
todo, tengan muy presente que ninguna profecía de la Escritura surge de
la interpretación particular de nadie. Porque la profecía no ha tenido su
origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de
Dios, impulsados por el Espíritu Santo” (2P 1:20-21). Las mentes y las
almas de los escritores de la Escritura estaban controladas por el Espíritu
de Dios; ellos estaban conscientes de la brevedad de la vida y del juicio
que seguía a la muerte cuando tuvieran que dar cuenta a Dios de cada
palabra que habían hablado, especialmente en nombre de Dios. ¿Habían
sido fieles a la gran comisión que Dios les había dado cuando los llamó
para ser Sus profetas? Por supuesto que ellos eran pecadores y hubo
momentos en los que pudieron mentir o perder los estribos. Por ejemplo
David, quien escribió el Salmo 23, una vez escribió una carta a su general
pidiéndole poner a un hombre al frente de la línea de batalla y después
alejarse de él para que lo mataran (2S 11:15). David no estaba siendo
impulsado por el Espíritu cuando escribió esa carta; estaba ordenando un
homicidio para cubrir su pecado de adulterio. David habló y escribió en el
nombre del Señor cuando estaba en el Espíritu. Fuera de eso, era un
hombre pecador como cualquier otra persona.
CONCLUSIÓN

Las Escrituras del Antiguo Testamento son infalibles. Son santas. Son
poderosas. Son consistentes. Son el medio señalado para la salvación.
Somos engendrados por Su verdad, alumbrados por Su verdad,
santificados por Su verdad y salvos por Su verdad. El Antiguo y el Nuevo
Testamento contienen todas las palabras reveladas por Dios que este
mundo caído necesita. Son suficientes para equipar completamente a un
creyente para toda buena obra posible. Son sencillas con el fin de que
todos puedan entender lo que Dios dice. Son la luz del mundo, la fuente
de la vida y el almacén del tesoro de Dios.
Deberías sentir tristeza si vas a una iglesia donde se predica del
Antiguo Testamento solo esporádicamente. Si tienes el Espíritu de Dios,
reconocerás al Espíritu como Aquel que inspiró a los profetas a escribir
exactamente lo que escribieron. Un ministro verdaderamente lleno del
Espíritu predica frecuentemente del Antiguo Testamento. Si no eres
afortunado de contar con tal ministerio, entonces asegúrate de estudiar
estas Escrituras por ti mismo y cree las verdades que afirman. Estudia las
Escrituras y aplícalas a tu vida. Léelas como si Dios te estuviera hablando
y contéstale con palabras de gratitud, reverencia, fe, gozo y temor
mientras aplicas esas palabras a tu vida.

* Ninguna versión en castellano incluye las palabras “por el Espíritu” que aparecen en el hebreo.
4
LA UNCIÓN DEL
ESPÍRITU DE DIOS

Era buen mozo, trigueño y de buena presencia. El Señor le dijo a


Samuel: Este es; levántate y úngelo. Samuel tomó el cuerno de aceite
y ungió al joven en presencia de sus hermanos. Entonces el Espíritu
del Señor vino con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él.
1 Samuel 16:12-13

El Antiguo Testamento con frecuencia describe la unción con aceite de un


rey o sacerdote en su coronación o consagración. Las personas que vivían
en el calor abrazador del Medio Oriente ungían regularmente su piel con
aceite perfumado. Cuando el Buen Samaritano encontró a un hombre
medio muerto, vendó las heridas del hombre y derramó aceite sobre ellas.
En el tiempo de Jesús, a lo largo de los países de la cuenca del
Mediterráneo, a un invitado se le lavaban los pies y su cara se ungía con
un aceite fragrante. Incluso David Livingstone, mientras trazaba un mapa
del continente africano hace 150 años, protegía su piel todos los días con
aceites. Así, el Salmo 23:5 RV60 repite una práctica común cuando dice,
“Unges mi cabeza con aceite”.
El aceite tiene cualidades cosméticas y medicinales. Sin embargo,
vamos a ir más allá de estas cualidades para hablar de cómo Dios tomó el
ordinario acto de la unción con aceite y le dio una importante función
simbólica.
LA UNCIÓN EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

La unción con aceite tenía varias funciones simbólicas en el Antiguo


Testamento. Estas son algunas de ellas.

1. La unción apartaba al ungido. El primer ejemplo de unción en la


Biblia es sorprendente. El patriarca Jacob estaba en su camino a Padán
Harán. Se detuvo en el camino para descansar, usando una piedra como
almohada. Mientras dormía, soñó con una escalera que iba de la tierra al
cielo. Los ángeles se movían de arriba a abajo por la escalera. Como lo
dice Génesis 28:13, el Señor también estaba presente. Él le declara a
Jacob: “Yo soy el Señor, el Dios de tu abuelo Abraham y de tu padre
Isaac. A ti y a tu descendencia les daré la tierra sobre la que estás
acostado”. Fue un sueño tan inolvidable que cuando Jacob se despertó
clamó: “En realidad, el Señor está en este lugar, y yo no me había dado
cuenta” (v. 16). También estaba atónito, diciendo: “Es nada menos que la
casa de Dios; ¡es la puerta del cielo!” (v. 17). Temprano a la mañana
siguiente Jacob tomó la piedra sobre la que había dormido, la puso como
un pilar y derramó aceite sobre ella. Y nombró al lugar donde había
soñado “Betel,” que significa “casa de Dios” (v. 19).
Jacob durmió sobre muchas piedras; la piedra que escogió como
almohada no era diferente de ninguna otra en composición, tamaño o
forma. Sin embargo, esta es la piedra que escogió para dormir y la piedra
en la que soñó sobre el cielo. También era la piedra en la que recibió la
poderosa promesa de Dios. Así que Jacob apartó esa piedra de las demás,
erigiéndola y ungiéndola con aceite. De ahora en adelante era una piedra
especial, marcando para siempre el lugar donde Dios se había
comunicado con Jacob. Esa es una de las funciones de una unción
sagrada.
Muchos años después, Dios le dijo al profeta Samuel que Él había
apartado a uno de los hijos de Isaí para ser el siguiente rey de Israel. “Voy
a enviarte a Belén, a la casa de Isaí, pues he escogido como rey a uno de
sus hijos” (1S 16:1). Sin embargo, Isaí tenía muchos hijos. Al primero que
Samuel conoció fue a Eliab. Cuando Samuel vio a este hombre alto, bien
educado, listo para la batalla, pensó: “Sin duda que este es el ungido del
Señor” (1S 16:6). Pero Dios dijo que no. “No te dejes impresionar por su
apariencia ni por su estatura, pues yo lo he rechazado”, le dijo Dios a
Samuel. “La gente se fija en las apariencias, pero yo me fijo en el corazón”
(1S 16:7).
Abinadab fue el siguiente hijo de Isaí que se le presentó a Samuel, pero
el profeta también lo rechazó. Pasaron cinco hijos más delante del
profeta, pero ninguno de ellos era el elegido. Así que Samuel le preguntó
a Isaí: “¿Son estos todos tus hijos? Queda el más pequeño, respondió Isaí,
pero está cuidando el rebaño. Manda a buscarlo, insistió Samuel, que no
podemos continuar hasta que él llegue” (1S 16:11). El muchacho que
finalmente se presentó ante Samuel era “buen mozo, trigueño y de buena
presencia. El Señor le dijo a Samuel: Este es; levántate y úngelo” (v. 12).
Así que Samuel tomó el cuerno de aceite y ungió a David en la presencia
de sus hermanos. Leemos en el v. 13: “Entonces el Espíritu del Señor vino
con poder sobre David, y desde ese día estuvo con él”.
Este sencillo pastor adolescente fue oficialmente apartado de sus
hermanos por el acto sagrado de la unción. Ninguno de los otros iba a ser
el rey de Israel, solo David. Él era el ungido. Él no se nombró a sí mismo;
Dios escogió a David y lo apartó a través de Su instrumento escogido,
Samuel. Dios usó el derramamiento del aceite para simbolizar la unción
del Espíritu. Con esta unción David fue apartado para la obra de su vida.
De igual modo, la unción del Espíritu nos aparta a cada uno de nosotros
para que podamos decir: “Para mí el vivir es Cristo”.

2. El aceite era un símbolo del Espíritu Santo. Nadie afirma que el hilo de
aceite que escurre del pelo y la frente de un hombre es lo que lo hace un
profeta o un rey. El aceite es un símbolo de los dones espirituales de
sabiduría y autoridad que vinieron sobre David en su unción. Tan real
como el aceite que se derramó sobre su cabeza fue la transformación que
el Espíritu Santo hizo en el interior de David. Eso es evidente en el
versículo 13 donde se declara que “el Espíritu del Señor vino con poder
sobre David, y desde ese día estuvo con él”.
Walter Chantry comenta: “En esa hora, el hijo más joven de la familia
de Isaí entró a una nueva fase de desarrollo de su vida interior. La mayor
parte del tiempo David mantendría el paso con el Espíritu. No estaría
consciente del Espíritu Santo conmoviéndolo interiormente en cada
momento de su vida, pero habría veces en que estaría profundamente
consciente de que no se parecía a ningún otro hombre porque estaba
lleno del Espíritu. Crecería en apreciar las operaciones internas del
Espíritu. Después de su caída en adulterio y homicidio, él daría este grito
de angustia: ‘No me alejes de Tu presencia ni me quites Tu Santo
Espíritu’ (Sal 51:11)”.1

3. La unción significaba la gracia espiritual de un rey. Cuando los


creyentes en el Antiguo Testamento le daban las gracias a Dios por el
privilegio de servir a “un rey ungido”, no se referían a la cantidad de
aceite o a la fórmula del aceite usado en su coronación, sino al hecho de
que la vida de su rey honraba a Dios. Tampoco aludían sobre el estatus y
privilegios de su rey. Más bien hacían referencia a las tareas que su rey
fielmente llevaría a cabo. Nadie podía dudar que David había sido
escogido y ungido por Dios para hacer la obra que el Señor quería que
hiciera y que su rey trabajaría sin descanso en su llamado. David fue el
mejor rey que los hijos de Israel jamás conocerían. Fue capacitado por el
Espíritu de Dios para servir a Dios y al pueblo. Por lo que el pueblo
clamó: “¡Bendito sea Dios por un rey ungido!”.
Podían cantar lo que el Salmo 72 anunciaba acerca de su rey: “Así
juzgará con rectitud a Tu pueblo y hará justicia a Tus pobres […] El rey
hará justicia a los pobres del pueblo y salvará a los necesitados” (vv. 2, 4).
Y podían continuar: “Él librará al indigente que pide auxilio, y al pobre
que no tiene quien lo ayude. Se compadecerá del desvalido y del
necesitado, y a los menesterosos les salvará la vida. Los librará de la
opresión y la violencia, porque considera valiosa su vida. ¡Que viva el rey!
¡Que se le entregue el oro de Sabá! Que se ore por él sin cesar; que todos
los días se le bendiga” (vv. 12-15). La doxología de una congregación
gozosa se eleva en agradecimiento por ser gobernados por un rey ungido.
El profeta Jeremías hace eco de la justicia del reinado de David cuando
le dice al rey Sedequías: “Tú, rey de Judá, que estás sentado sobre el
trono de David, y tus oficiales y tu pueblo, que entran por estas puertas,
escuchen la palabra del Señor. Así dice el Señor: Practiquen el derecho y
la justicia. Libren al oprimido del poder del opresor. No maltraten ni
hagan violencia al extranjero, ni al huérfano ni a la viuda, ni derramen
sangre inocente en este lugar” (Jer 22:2-3). Una genuina unción
espiritual produce un genuino fruto espiritual. Los siguientes casos son
otros ejemplos notables de reyes ungidos:

» El rey Ciro conquistó Babilonia y revocó su política al permitir a las


personas cautivas regresar a sus países de origen. De acuerdo con
Isaías, Dios anuncia acerca de Ciro: “Yo afirmo que Ciro es mi pastor, y
dará cumplimiento a mis deseos” (Is 44:28). Ciro, el rey de Persia, no
estaba consciente que él había sido ungido por Jehová para pastorear al
pueblo de Dios y mandarlos de regreso a casa. Ciro no sabía que el
Señor lo estaba cogiendo de su mano derecha y guiando a hacer Su
voluntad. Y aun así, Ciro cumplió el propósito de Dios en la historia. Él
fue un gobernante ungido que hizo lo que Dios exigía. Tenía el don del
liderazgo espiritual aunque no era un verdadero creyente.
» Mientras el rey Josías escuchaba las palabras del Libro de la Ley que
se habían descubierto en el templo, rasgó sus vestiduras (2R 22:11).
Envió a sus siervos a preguntarle al Señor qué se debía hacer en
respuesta a la Ley. Entonces, instituyó una reforma generalizada en el
país, destruyendo los ídolos, restaurando el templo y volviendo a
instituir la adoración a Dios. Josías había sido ungido por el Señor para
ser un rey reformador y para llamar al pueblo de Dios de nuevo al
Señor. Tenía veintiocho años cuando comenzó esa enorme obra. Solo
por el Espíritu de Dios pudo haber hecho tanto. El fruto del Espíritu
fue evidente a lo largo de la vida de Josías, aunque en la Escritura no se
registra la unción del Espíritu. El fruto de la unción del Espíritu fue
evidente en las acciones del rey.
» La unción de Saúl. En 1 Samuel 10 leemos cómo el profeta Samuel
tomó un frasco de aceite y lo derramó sobre la cabeza de Saúl. Después
besó a Saúl declarando: “Entonces el Espíritu del Señor vendrá sobre ti
con poder, y tú profetizarás con ellos y serás una nueva persona” (v. 6).
Una procesión de profetas encontró a Samuel y Saúl cuando fueron a
Guibeá. El Espíritu de Dios vino sobre Saúl con poder y se unió a los
profetas para testificar.
La unción era una señal de haber sido elegido por Dios para hacer una
tarea especial; el frasco de aceite fue abierto, y el aceite fue derramado
sobre la cabeza de Saúl para mostrar que él iba a ser rey. La unción
también era la realidad de que Dios equipaba a una persona para hacer
esa tarea; el Espíritu del Señor vendría sobre él con poder. Autorizaba a
Saúl para ejercer su labor como rey. Sin embargo, el don espiritual que
recibió en su unción no garantizaba su éxito como líder. No mantenía
fiel a Saúl ni lo santificaba para siempre. Y no resultó en su efectividad
a largo plazo. Al final, Saúl se volvió orgulloso, desobediente,
presuntuoso, envidioso y finalmente autodestructivo, aunque había
sido ungido con el Espíritu. La unción del Espíritu no es garantía de la
perseverancia en la fe.

La mayoría de los reyes de Israel en aquellos tiempos oscuros del


Antiguo Testamento fracasaron. Más fueron como Saúl que como David.
Fracasaron en hacer lo que Dios les había dicho que hicieran. Les faltaba
la unción del Espíritu. Todos habían sido ungidos con aceite por los
oficiales correctos, pero la mayoría de ellos hicieron lo malo ante los ojos
del Señor. Ese es el gran estribillo en el Antiguo Testamento. Así que,
¿qué le daría al pueblo de Dios esperanza para el futuro? Si lo que iba a
venir era como lo que había sucedido en el pasado, ya no había
esperanza.
EL UNGIDO DEL NUEVO TESTAMENTO

A la luz del fracaso de la mayoría de los reyes del Antiguo Testamento, el


pueblo de Israel podía ver el futuro con esperanza solo por la promesa de
un Mesías que superaría incluso a David en restaurar la nación de Israel.
El profeta Isaías prometió: “Nuestros reyes casi siempre nos han
decepcionado, pero Dios, en los últimos días, nos enviará un glorioso
gobernante que nunca nos decepcionará. El Mesías, el Ungido, viene”.

1. Isaías 11:1-5 ofrece la primera promesa:

Del tronco de Isaí brotará un retoño; un vástago nacerá de sus raíces.


El Espíritu del Señor reposará sobre Él: espíritu de sabiduría y de
entendimiento, espíritu de consejo y de poder, espíritu de
conocimiento y de temor del Señor. Él se deleitará en el temor del
Señor; no juzgará según las apariencias, ni decidirá por lo que oiga
decir, sino que juzgará con justicia a los desvalidos, y dará un fallo
justo en favor de los pobres de la tierra. Destruirá la tierra con la vara
de Su boca; matará al malvado con el aliento de Sus labios. La justicia
será el cinto de Sus lomos y la fidelidad el ceñidor de Su cintura.

El Mesías Rey venía. Se levantaría del tronco de Isaí, padre de David,


pero Él sería mayor que David. Él sería una rama que brotaría de las
raíces de David. Lo que es más, el Espíritu del Señor no solo le daría a
este Rey una ayuda al comienzo de Su vida. El Espíritu Santo descansaría
permanentemente sobre este Rey para siempre. Este Rey sería fiel y
verdadero a Dios todos Sus días y trataría justamente a todos Sus
súbditos.

2. Isaías 42:1-7 da la segunda promesa:


Este es mi siervo, a quien sostengo, mi escogido, en quien me deleito;
sobre Él he puesto mi Espíritu, y llevará justicia a las naciones. No
clamará, ni gritará, ni alzará Su voz por las calles. No acabará de
romper la caña quebrada, ni apagará la mecha que apenas arde. Con
fidelidad hará justicia; no vacilará ni se desanimará hasta implantar la
justicia en la tierra. Las costas lejanas esperan Su enseñanza. Así dice
Dios, el Señor, el que creó y desplegó los cielos; el que expandió la
tierra y todo lo que ella produce; el que da aliento al pueblo que la
habita, y vida a los que en ella se mueven: Yo, el Señor, te he llamado
en justicia; te he tomado de la mano. Yo te formé, Yo te constituí como
pacto para el pueblo, como luz para las naciones, para abrir los ojos de
los ciegos, para librar de la cárcel a los presos, y del calabozo a los que
habitan en tinieblas.

Mateo, el primer libro del Nuevo Testamento, cita estas mismas


palabras de Isaías diciendo que se habían cumplido en el Señor Jesucristo
(Mt 12:17-21).

3. La tercera promesa, en Isaías 61:1-3; se da en primera persona porque


el Mesías mismo está hablando:

El Espíritu del Señor omnipotente está sobre Mí, por cuanto me ha


ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres. Me ha enviado a
sanar los corazones heridos, a proclamar liberación a los cautivos y
libertad a los prisioneros, a pregonar el año del favor del Señor y el día
de la venganza de nuestro Dios, a consolar a todos los que están de
duelo, y a confortar a los dolientes de Sión. Me ha enviado a darles una
corona en vez de cenizas, aceite de alegría en vez de luto, traje de fiesta
en vez de espíritu de desaliento. Serán llamados robles de justicia,
plantío del Señor, para mostrar Su gloria.
Jesús citó estas mismas palabras en Nazaret, la ciudad donde había
vivido por treinta años, y en la sinagoga donde Él y Su familia habían
adorado cada Sabbat. Jesús se levantó a leer este pasaje, después enrolló
el pergamino, se lo devolvió al asistente y se sentó. Mientras todos se le
quedaban viendo, declaró: “Hoy se cumple esta Escritura en presencia de
ustedes” (Lc 4:21). No pudo haber hecho una afirmación más clara de ser
el Mesías prometido porque la palabra Mesías es la palabra hebrea para
“ungido”. De igual modo, la palabra Cristo es la palabra griega para
“ungido”. Jesús estaba afirmando: “Yo soy el Ungido por el Espíritu de
quien Isaías escribió”.
Esa no fue la única vez en que Jesús citó a Isaías en referencia a Él
mismo. Cuando Juan el Bautista estaba en prisión, envió sus mensajeros
a Jesús preguntando si Él era el Mesías o si debían buscar a otro. Jesús
respondió citando de Isaías: “Las buenas nuevas son predicadas a los
pobres”. Después les pidió a los discípulos que regresaran con Juan para
reportar lo que habían escuchado y visto (Mt 11:4). La profecía de Isaías
ya se había cumplido porque Jesús les estaba predicando el evangelio a
los pobres. No había necesidad de buscar otro Mesías.
Todos los actos de unción de los reyes con aceite en el Antiguo
Testamento fueron símbolos y sombras del Ungido que vendría. Es como
si estas ceremonias declararan al pueblo: “Esperen hasta que vean la
gloriosa realidad representada por estos tipos: el Mesías, el Ungido. Él
será verdaderamente ungido cuando el Espíritu Santo venga sobre Él sin
medida”.
LA UNCIÓN DE CRISTO

Cristo fue ungido por el Espíritu en Su bautismo. Mateo 3:16-17 nos


relata: “Tan pronto como Jesús fue bautizado, subió del agua. En ese
momento se abrió el cielo, y vio al Espíritu de Dios bajar como una
paloma y posarse sobre Él. Y una voz del cielo decía: Este es mi Hijo
amado; estoy muy complacido con Él”. Ahora sabemos que Jesús fue
engendrado por el Espíritu Santo cuando el Espíritu cubrió como una
sombra a Su madre. Su nacimiento fue de lo alto y Él fue llenado del
Espíritu Santo desde ese momento. No hubo un momento en que Él no
estuviera lleno del Espíritu. ¿Por qué, entonces, necesitaba ser ungido
con el Espíritu en Su bautismo?
La venida del Espíritu sobre Cristo en forma de paloma significa la
seguridad del nuevo reino que Jesús estaba a punto de traer. Después de
que Dios inundó la tierra con el diluvio en el tiempo de Noé, solo los que
estaban en el arca se salvaron. Debieron haberse preguntado cuándo
terminaría el juicio por agua sobre la tierra. Pasaron muchos meses antes
de que Noé finalmente se atreviera a abrir la ventana del arca. Envió dos
veces a una paloma, pero solo después de la segunda ocasión la paloma
regresó con una hoja de olivo en su pico. Noé entonces supo que las aguas
habían disminuido y que el juicio del Señor había acabado. Igualmente,
cuando Jesús emergió de las aguas del Jordán después de Su bautismo, el
Espíritu, en forma de paloma, se posó sobre Él afirmando que el nuevo
Reino de Dios estaba a punto de comenzar por medio de la obra de Cristo.
“La obra cósmica que he empezado se completará”, anunciaba Dios.
Cristo traería la justicia a las naciones, pero no usaría Su omnipotencia
para acabar con la caña quebrada o apagar la mecha humeante. Él sería
tierno con el débil y con el cojo. Sería como una paloma, no como un
halcón.
El Espíritu Santo reposó sobre Jesús para dar testimonio de Su unción.
“Él dará testimonio de Mí”, anunció Jesús, y el Espíritu hizo esto
viniendo sobre Jesús y permaneciendo en Él. El Espíritu no encontró
pecado en Jesús que lo entristeciera o lo alejara. El Espíritu permaneció
con Cristo a lo largo de Su ministerio como profeta, sacerdote y rey.
El Espíritu Santo también vino sobre Jesús para ungirlo para Su
ministerio. Inmediatamente después de la unción, Jesús fue guiado por el
Espíritu al desierto para ser tentado por Satanás. Después de eso, Jesús
trabajó día y noche por tres años. Había una gran necesidad de
enseñanza, sanidad y salvación. Se sentía tan cansado que en una
ocasión, durante una tormenta, se quedó dormido en un cabezal de un
pequeño barco. Aunque con frecuencia se sentía exhausto, muchas veces
pasaba toda la noche en oración.
Así que, en el río Jordán, en toda la fragilidad de Su carne humana,
Jesús es bautizado y recibe un don del Espíritu sin precedentes ya que
viene sin medida sobre Él. Un día Cristo derramaría Su Espíritu sobre
toda la iglesia, así que en Su bautismo tenía que recibir una posesión sin
medida del Espíritu. ¿No necesita hoy la iglesia también el
derramamiento del Espíritu de Dios? Qué deprimente futuro tendríamos
por delante si te dijera: “Ya tenemos al Espíritu en toda Su plenitud, así
que no hay razón para pedir un derramamiento adicional. Simplemente
perseveremos y seamos fieles”.
Yo creo que Cristo sigue derramando Su Espíritu en abundancia en la
iglesia. A veces ese derramamiento toma a predicadores y a
congregaciones tibias y los transforma en luces resplandecientes. Un
hombre se puede acostar como un cordero y levantarse como un león
para hacer cosas extraordinarias en el nombre de Cristo. En un solo día,
muchas personas pueden estar bajo una gran convicción de pecado y
miles pueden ser convertidas. Por ejemplo, un amigo mío que vive en el
Condado de Tipperary, en Irlanda, ha trabajado durante veinte años en
una pequeña congregación. Por lo general, la iglesia consta de veinte
personas más o menos, pero el año pasado tuvo un crecimiento inusual e
inexplicable. Cada silla está ocupada y su capilla llena con noventa
personas. Cuando le pregunté a este hombre si había hecho algo
diferente, me respondió diciendo que no: “Solo cierro mis ojos en el
púlpito mientras me quedo orando al inicio del culto; cuando los abro la
iglesia ya estaba llena”.
Oremos para que el Espíritu venga sobre nosotros así como el Espíritu
vino sobre Cristo al inicio de los tres años más extraordinarios que este
mundo jamás haya visto.
LA UNCIÓN DE LA IGLESIA

En el día de Pentecostés el Mesías exaltado ungió a toda la iglesia con Su


Espíritu. Todos los creyentes fueron llenados del Espíritu. Cuando Pedro
predicó a las multitudes perplejas, explicando lo que estaban
experimentando, les señaló al Señor Jesús. Nunca podrían entender el
nacimiento y el extraordinario crecimiento de la iglesia sin considerar al
Mesías. ¿Dónde está el Jesús de Nazaret que fue crucificado en vergüenza
y debilidad? Pedro anuncia que Él está “exaltado por la diestra de Dios”
(Hch 2:33 RVC). Jesús no está con Jacob y los patriarcas; Él está más
alto. Él no está con Samuel y los profetas; Él está más alto. Él no está con
los cuatro seres vivientes que rodean el trono; Él está más alto. Él no está
con los arcángeles Miguel y Gabriel; Él está más alto. Él está a la diestra
de Dios, justo en medio del trono de Dios. Él no está sentado en lo que se
conoce como el trono de Dios y de los profetas, o el trono de Dios y de los
mártires, o el trono de Dios y de los ángeles. No, Él está sentado en lo
que eternamente será llamado el trono de Dios y del Cordero.
Pedro también anuncia que Cristo, “habiendo recibido del Padre el
Espíritu Santo prometido, ha derramado esto que ustedes ahora ven y
oyen” (Hch 2:33). Ya no pasa que el anciano y frágil Samuel destapa su
cuerno de aceite y lo derrama en la cabeza de un joven. Ya no es correcto
que vivamos en las sombras de la unción, sino en la realidad de lo que
esas sombras anticiparon. La realidad es que el Padre ama tanto a Su
Hijo que le ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Cristo
construirá Su iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra
ella.
Además, Dios le ha dado al Señor Jesús el privilegio de ungir a Su
pueblo con Su Espíritu. En Pentecostés, el Espíritu fue derramado por el
Dios-hombre Jesucristo desde en medio del trono de Dios. Desde ese
momento en adelante no ha cesado de hacerlo. Al darles a los creyentes el
nacimiento de arriba y el fruto y los dones del Espíritu, Cristo unge a
todos los creyentes con Su Espíritu. Así que desde este momento en
adelante, la unción no solo es para los reyes y los profetas, sino para cada
cristiano, joven y anciano, siervo y sierva. Jesucristo ha hecho que todos
los que son salvos y lavados, santificados y justificados, estén libres de la
ley del pecado y de la muerte.
Pablo se solidariza con la iglesia cuando le declara a Tito: “Él nos salvó,
no por nuestras propias obras de justicia sino por Su misericordia. Nos
salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la renovación por el
Espíritu Santo, el cual fue derramado abundantemente sobre nosotros
por medio de Jesucristo nuestro Salvador” (Tit 3:5-6). Todas las señales y
los símbolos del derramamiento de aceite en el Antiguo Testamento
apuntaban a Cristo ungiéndonos hoy con Su Espíritu.
Podemos ser consolados con el hecho de que Jesucristo está en medio
del trono de Dios. A partir de ese momento culminante Él atraerá, por Su
Espíritu, a todas las personas a Él mismo. La iglesia a veces puede estar
“en baja forma”; y es aún más triste ver que no siempre reconoce qué tan
débil y baja está, pero el lugar más alto en el cielo le pertenece a Cristo.
Desde ahí Él está derramando el Espíritu sobre Su pueblo, y ningún
poder en la tierra o en el infierno se le puede oponer. ¡Oh, bendita e
irresistible gracia! ¡El Cristo exaltado debe ser todo nuestro consuelo!
Un granjero cristiano tenía unos cuantos cerdos en su pequeña granja.
Un domingo por la mañana, antes de ir a la iglesia, el granjero descubrió
que todos sus cerdos habían contraído una enfermedad y habían muerto.
Estaba desamparado; esos cerdos eran todo su sustento. Esa mañana fue
a la iglesia donde el ministro predicó un excelente sermón. Las personas
que lo escucharon se animaban unas a otras: “¡Qué mensaje tan útil!”.
Alguien le preguntó al granjero: “Qué sermón tan bueno, ¿verdad?”.
“Me hubiese gustado que mencionara unas palabras sobre mis cerdos”,
respondió el granjero. Sé que entiendes lo que sentía y lo que quería
decir. No sé cuál es tu problema o tu lucha hoy, pero mi mensaje es
profundamente relevante para ti: Jesucristo tu Salvador está en medio
del trono de Dios. Él sabe todo acerca ti y tus dificultades. Él nos unge
todos los días con Su Espíritu para que, por medio de Él, podamos hacer
todas las cosas. Podemos manejar cualquier problema, llevar cualquier
carga y vencer cualquier prueba. Podemos hacer todas las cosas por
medio de Cristo, quien todos los días nos unge con Su Espíritu. Este es
nuestro único consuelo en la vida y en la muerte.
5
LA BLASFEMIA CONTRA EL
ESPÍRITU SANTO

Por eso les digo que a todos se les podrá perdonar todo pecado y toda
blasfemia, pero la blasfemia contra el Espíritu no se le perdonará a
nadie. A cualquiera que pronuncie alguna palabra contra el Hijo del
Hombre se le perdonará, pero el que hable contra el Espíritu Santo no
tendrá perdón ni en este mundo ni en el venidero.
Mateo 12:31-32

La gloria del evangelio cristiano es la obra que Jesucristo completó para


la plena expiación de innumerables pecadores. Anticipándose a esto,
Isaías declaró: “Vengan, pongamos las cosas en claro, dice el Señor. ¿Son
sus pecados como escarlata? ¡Quedarán blancos como la nieve! ¿Son
rojos como la púrpura? ¡Quedarán como la lana!” (Is 1:18).
Así el Señor ofreció el perdón al rey David por sus pecados de adulterio,
deshonestidad y homicidio. Él ofreció el perdón a la mujer adúltera de
Lucas 7, al hijo pródigo que malgastó su vida viviendo
desenfrenadamente en un país lejano, y a Simón Pedro que juró tres
veces que no conocía a Cristo. Él ofreció el perdón a los líderes judíos que
clavaron al Hijo de Dios a una cruz y lo dejaron morir. Él ofreció el
perdón a Saulo de Tarso que sin misericordia perseguía a los nuevos
cristianos, y al miembro de la iglesia de corinto que se acostó con la
esposa de su padre.
Dios también te ofrece el perdón, no importa qué tan grande sea tu
pecado. Puedes ser un ministro que ha desviado a las personas por años
predicando el error y llamando evangelio a tus ideas humanistas; con
todo el Señor también te ofrece el perdón. Si abusaste de niños, Dios te
ofrece el perdón. Si sin piedad destruiste compañías de negocios o
llevaste a la quiebra a empresas familiares, despidiendo a las personas,
Dios te ofrece el perdón. Considera al asesino en serie apodado “Hijo de
Sam”, que asesinó a muchas jóvenes en Nueva York. Este hombre
encontró el perdón en prisión al confesar sus pecados al Salvador e
implorar misericordia. Ahora trabaja para Cristo en la cárcel de la cual
nunca saldrá.
La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia de todo pecado.
Algunos podrían argumentar que no es justo perdonar a personas que
han cometido pecados terribles. El perdón no tiene nada que ver con la
justicia. Tiene todo que ver con la inmensidad de la misericordia de Dios,
porque Él libremente ofrece el perdón al más vil de los criminales,
¡incluso a ti! En una antigua caricatura, Daniel el Travieso y su pequeño
amigo Joey van saliendo de la casa de la Señora Wilson con sus manos
llenas de galletas. Joey comenta: “Me pregunto qué hicimos para merecer
esto”. Daniel responde: “La Señora Wilson nos da galletas no porque
nosotros seamos buena gente, sino porque ella es buena gente”. Dios
concede el perdón hasta a un monstruo depravado, no porque él haga
algo para merecerlo, sino porque la misericordia de Dios es
impresionante.
El sello de la misericordia divina es inmensurable. El amor de Dios
llega hasta los cielos y abunda en misericordia con todos los que le
invocan. El escritor del Salmo 130, abrumado por la misericordia de Dios,
exclamó: “Si Tú, Señor, tomaras en cuenta los pecados, ¿quién, Señor,
sería declarado inocente? Pero en Ti se halla perdón, y por eso debes ser
temido” (vv. 3-4). En una de las cartas a Timoteo, el apóstol Pablo calmó
los temores del joven, de que su pecado pudiera exceder la gracia de Dios,
al recordarle a Timoteo la terrible historia de Pablo cuando perseguía a
los cristianos. En otros tiempos Pablo había blasfemado e insultado a
Cristo; pero Cristo le mostró misericordia (1Ti 1:13). Dios tiene perdón
suficiente para todos los pecados y blasfemias de los hombres.
John Wesley fue convertido al cristianismo el 24 de mayo de 1738, en
la Calle de Aldersgate, en la ciudad de Londres. Dos semanas después, el
vicerrector de la Universidad de Oxford invitó a Wesley a predicar en un
servicio oficial de la universidad en la Iglesia de Santa María. Ante una
multitud de facultativos y estudiantes, Wesley comenzó a predicar sobre
el texto “Por gracia eres salvo”. Él le dijo a la multitud cómo la sublime
misericordia de Dios en Jesucristo era suficiente para cubrir todos sus
pecados pasados y librarla de la culpa, el temor y el poder del pecado.
Luego Wesley hizo una pausa. Imaginando las objeciones que algunos
oyentes pudieran tener dijo:

Algunos dirán que este perdón es una doctrina incómoda. ¡No! Está
llena de consuelo para todos los pecadores, que todos los que creen en
Él no serán avergonzados. El Señor que está sobre todos es rico en
misericordia para con todos los que le invocan. ¡Aquí hay un consuelo
tan alto como el cielo y tan fuerte como la muerte!

Otros podrán decir: “¿Qué? ¿Misericordia para todos? ¿Para Zaqueo,


un publicano ladrón? ¿Para María Magdalena, la prostituta del
pueblo?”. Escucho a alguien preguntar: “Entonces, ¿incluso yo puedo
esperar misericordia?”. ¡Sí puedes! –tú, que estás afligido. Ten ánimo,
tus pecados te son perdonados, tan perdonados que ya no reinarán más
sobre ti; sí, y el Espíritu Santo dará testimonio de que tú eres hijo de
Dios.

¡Oh, buenas nuevas; nuevas de gran gozo enviadas a todas las


personas! Cualquiera que tenga sed, venga a las aguas. Venga, compren
sin dinero y sin precio. Cualesquiera que sean tus pecados, aunque
sean rojos como el carmesí, aunque sean más que los cabellos de tu
cabeza, regresa al Señor y Él tendrá misericordia de ti; regresa al Dios
nuestro, el cual será amplio en perdonar. El fundamento de toda
nuestra predicación es que el perdón se debe predicar primero.

Wesley predicó que todos los hombres son pecadores pero que, por
medio del amor de Dios en Jesús, se les ofrece perdón pleno que pueden
recibir por fe. Esa predicación fue el cimiento del Gran Avivamiento, pues
el tema del perdón divino es el centro de las buenas nuevas sobre
Jesucristo. Si alguien está obsesionado con el pecado que ha cometido, se
puede consolar al saber que el perdón del cielo se le ofrece a él. Para ti,
que escuchas la predicación semana a semana, pero que por muchos años
has estado desconfiando de Cristo, y ahora estás comenzando a pensar
que es demasiado tarde y que el día de misericordia ha pasado, yo digo
¡no! A ti también se te ofrece el perdón en el nombre de Jesús. Las buenas
nuevas de misericordia se ofrecen a todas las criaturas, por excesivos y
corruptos que sean sus pecados, sin importar qué tanta pena y dolor les
hayan causado a los demás.
Si todo esto es verdad, ¿de qué está hablando el Señor Jesús cuando
advierte en Mateo 12:31, “Pero la blasfemia contra el Espíritu no se le
perdonará a nadie”? ¿Por qué declara esto en un tono tan urgente?
¿Existe un pecado particularmente atroz entre los que cometemos? ¿Cuál
es? ¿Es uno de los Diez Mandamientos? ¿La violación de uno de esos
mandamientos hunde para siempre al pecador en la desesperación de que
no hay perdón? Nuestro Señor advierte que hay un pecado que no será
perdonado. Habla de eso en Mateo 12, Marcos 3 y Lucas 11. Los tres
evangelios se refieren a las palabras de Jesús sobre el pecado eterno. Esta
es una advertencia contra la herejía del universalismo que supone que el
pecado de cada persona será perdonado. Es para advertirnos de no
pensar a la ligera sobre el perdón como si fuera un trabajo que Dios está
obligado a hacer.
Esta advertencia también se anuncia tres veces en la Escritura para
ayudarnos a resistir el pecado más intensamente. Recuerda que estas son
las palabras de Jesús, no las mías. Tanto yo como muchos de ustedes
conocemos la identidad del pecado que nunca puede ser perdonado. No
hay ningún misterio sobre lo que es el pecado imperdonable. Tenemos la
información bíblica para hablar con tal confianza. El que tenga oídos para
oír, oiga lo que tenemos que decir acerca del pecado imperdonable.
LO QUE EL PECADO IMPERDONABLE NO ES

Muchos pecados repugnantes son pecados cometidos contra el Espíritu


Santo; sin embargo, dichos pecados no son el imperdonable pecado de
blasfemia contra el Espíritu Santo.

1. El pecado imperdonable no es la blasfemia. Podrías pensar que este


pecado imperdonable es la blasfemia, puesto que nuestro Señor dice en el
versículo 31: “La blasfemia contra el Espíritu no se le perdonará a nadie”.
Pero devuélvete a la primera parte del versículo que dice: “Se les podrá
perdonar todo pecado y toda blasfemia”. El Catecismo de Heidelberg dice
en respuesta a la Pregunta 100: “No hay mayor pecado ni cosa que a Dios
más ofenda que el profanar Su nombre”. Quizá eso sea verdad, pero
debemos afirmar que incluso para ese pecado Dios ofrece perdón. Saulo
de Tarso, en su ira contra la primera generación de cristianos nos
confiesa: “Muchas veces anduve de sinagoga en sinagoga castigándolos
para obligarlos a blasfemar” (Hch 26:11). Saulo ejerció una presión
terrible sobre los primeros creyentes para obligarlos a maldecir el
nombre de Jesús, pero el Dios que se apiada de Sus hijos ciertamente los
perdonó por eso.
En su libro Depresión Espiritual, el Doctor Lloyd-Jones narra un
incidente que ocurrió en Puerto Talbot cuando él era pastor en
Bethlehem Forward Movement. Un hombre que había vivido una vida
sumamente perversa fue convertido al cristianismo a la edad de setenta y
siete años. Se hizo miembro de la iglesia y experimentó gran gozo en su
primer servicio de santa cena. Era lo más grandioso que le había
sucedido. Lloyd Jones nos relata: “A la mañana siguiente, antes de que
me levantara, el pobre hombre había llegado a mi casa. Ahí estaba de pie,
sumido en miseria y abatimiento, llorando sin control. Me quedé
sorprendido y asombrado, sobre todo en vista de lo que había sucedido la
noche anterior, la mejor noche de su vida, el clímax de todo lo que había
vivido”.
Finalmente Lloyd-Jones logró tranquilizar al hombre. Le preguntó cuál
era el problema. El hombre dijo que después del servicio de santa cena
recordó algo que había pasado hacía treinta años. Explicó que en alguna
ocasión estaba con un grupo de hombres bebiendo en una cantina y
discutiendo sobre religión, cuando profirió con desprecio y burla que
Jesucristo era un bastardo. Ahora recordaba la ocasión con temor y
temblor. ¡Seguramente no había perdón para lo que había dicho sobre el
Hijo de Dios, el Salvador del mundo!
“No lo podía consolar; no lo podía confortar”, dijo Lloyd-Jones. “Esto
lo había arrojado a una desesperanza absoluta. (Agradezco a Dios que por
la aplicación de las Escrituras le pude restaurar el gozo). Pero esto es a lo
que me refiero, a algo que un hombre alguna vez dijo o hizo que lo
obsesiona y lo hace miserable y desdichado, aunque todavía abrace la
totalidad de la fe cristiana”.1
Un estudiante una vez me dijo que estaba atribulado con pensamientos
blasfemos. Estaba profundamente angustiado. Juntos estudiamos a otros
hombres de la historia de la iglesia que también habían estado
atribulados, por ejemplo Juan Bunyan. Tales pensamientos son los
dardos de fuego del maligno. Leímos y oramos juntos, y esos
pensamientos molestos se disiparon de la mente de este joven para no
regresar jamás. No eran el pecado imperdonable. No sé si el juramento de
Pedro, junto a la fogata, de que no conocía a Jesús incluía blasfemias,
pero Cristo le otorgó completo perdón a Pedro.
La blasfemia no es el pecado imperdonable. Consuélate si has
blasfemado porque, si buscas misericordia en Dios por medio de Cristo,
tu pecado será cubierto.

2. No es un pecado sexual. Hoy en día existen toda clase de aberraciones


sexuales que se trivializan de manera espantosa y descarada. Los
resultados del pecado sexual no se deben minimizar puesto que
destruyen a las personas, la paz y la pureza. Propaga las enfermedades
sexuales, rompe familias y causa mucho dolor. Pero los pecados sexuales
no son pecados imperdonables.
En su primera carta a los corintios, Pablo da respuesta a la notica de
que un miembro de la iglesia se ha ido con una prostituta, declarando:
“Huyan de la inmoralidad sexual. Todos los demás pecados que una
persona comete quedan fuera de su cuerpo; pero el que comete
inmoralidades sexuales peca contra su propio cuerpo” (1Co 6:18). Esta
afirmación es algo misteriosa, pero creemos que Pablo está diciendo que
en la unión sexual pecamos de una forma única contra nuestros cuerpos,
los cuales están unidos con Cristo y destinados para el cielo y la presencia
de Dios. Así que Pablo reta al cristiano que ha pecado contra su propio
cuerpo: “¿Acaso no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo,
quien está en ustedes y al que han recibido de parte de Dios?” (1Co 6:19).
Cuando José fue tentado por la esposa de Potifar en Egipto, su
respuesta fue: “¿Cómo podría yo cometer tal maldad y pecar así contra
Dios?” (Gn 39:9). José sabía que la inmoralidad sexual era más que pecar
contra su propio cuerpo; también era pecar contra el Dios Todopoderoso.
Sin embargo, no hay nada que sugiera que alguna forma de pecado sexual
sea el pecado imperdonable. Los pasajes que nos hablan del pecado
contra el Espíritu no hacen referencia al séptimo mandamiento. Así que
si has pecado sexualmente, por favor no pienses que has cometido el
pecado imperdonable.

3. No es el suicidio. Pasé un día con un hombre que había vivido treinta


años sin Cristo, inmerso en el mundo. Había logrado acumular un millón
de dólares, pero estaba en total desesperación. Su sueño era llegar a ser
millonario y, ahora que lo era, su vida no era más dulce. Había
contemplado el suicidio, pero había crecido siendo un católico romano y
recordaba que los Jesuitas le habían dicho que el suicidio lo enviaría al
infierno. El miedo al infierno lo detuvo de suicidarse y lo trajo al Salvador
en arrepentimiento. Después de un tiempo conoció a mi amigo Dave
Dykstra, quien empezó a ser su amigo. Hablaron durante varios meses
antes de que el hombre fuera a la iglesia de Dave. Lo conocí pocos años
después de su conversión al Señor. Su oscuridad se había transformado
en luz.
El suicidio no es el pecado imperdonable contra el Espíritu Santo. El
carcelero de Filipos trató de matarse antes de que Pablo le gritara “¡No te
hagas daño!”. Ese también es nuestro mensaje a las personas
desesperadas que viven a nuestro alrededor. Tenemos buenas nuevas de
gran gozo para ellos. Tenemos un Salvador que ofrece perdón y una vida
abundante. Saulo de Tarso convencía a los nuevos cristianos de que el
suicidio era mejor que la tortura que él podía infligirles; y aun así, los
pecados de Saulo fueron perdonados. No existen bases bíblicas para que
nosotros creamos que el suicidio es el pecado imperdonable. Las
personas que toman su propia vida cuando sus mentes están turbadas no
se pierden necesariamente.
Hay otros ejemplos en la Biblia de lo que el pecado imperdonable
podría ser. Algunas personas piensan que podría ser del tipo de la
creciente apostasía de Salomón, que se manifestó al tomar esposa tras
esposa y levantar templos e ídolos a dioses extraños. Pero incluso esa
maldad no es la blasfemia contra el Espíritu Santo. Para los que temen
haber cometido tal pecado, estas son las palabras de Cristo: “Por eso les
digo que a todos se les podrá perdonar todo pecado y toda blasfemia”.
LO QUE SÍ ES EL PECADO IMPERDONABLE

Veamos el contexto en el que Jesús habló estas palabras. Jesús había


comenzado Su ministerio público y había revolucionado a la nación de
Israel. Por el poder del Espíritu Santo había sanado toda clase de
enfermedades y dolencias. Había predicado con autoridad, sabiduría y
gracia. Había liberado a varias personas de los demonios, los cuales
huyeron y se tiraron por un acantilado o se fueron al infierno. Decenas de
miles de personas habían caminado a Galilea para conocer a Cristo y
tocarlo. Por el Espíritu Santo, Cristo estaba haciendo grandes obras. El
Reino de Dios había llegado y el Rey del cielo lo había establecido en
Capernaum.
Los principales teólogos del país (es decir, los maestros de la ley en
Jerusalén) no se sentían impresionados con lo que Jesús estaba haciendo.
Viajaron al norte del Valle del Jordán, hacia Galilea, para examinar lo que
Jesús decía y hacía. Después de ver el poder que Dios mostró en las obras
de Dios Espíritu Santo, la banda de inquisidores declaró: “Este no
expulsa a los demonios sino por medio de Beelzebú, príncipe de los
demonios” (Mt 12:24).
Jesús responde a la acusación diciendo: “A cualquiera que pronuncie
alguna palabra contra el Hijo del Hombre se le perdonará, pero el que
hable contra el Espíritu Santo no tendrá perdón ni en este mundo ni en el
venidero” (v. 32). El escenario de esas palabras es la abundante presencia
de los poderosos logros del Espíritu, que los oponentes de Cristo
corrompieron totalmente. Negaron lo que es divino y expresaron ira
malvada contra Jesús y el testimonio del Espíritu. En ese contexto
podemos comenzar a entender que el pecado imperdonable es atribuirle
al diablo la obra del Espíritu Santo redentor.

1. El pecado imperdonable durante el ministerio de Cristo en la tierra.


Mateo 12 registra estas palabras de Jesús: “A cualquiera que pronuncie
alguna palabra contra el Hijo del Hombre se le perdonará, pero el que
hable contra el Espíritu Santo no tendrá perdón ni en este mundo ni en el
venidero” (v. 32). Así que la blasfemia contra Jesús se perdona, pero la
blasfemia contra el Espíritu Santo no.
Permíteme explicar esto. La distinción entre la blasfemia contra Jesús y
la blasfemia contra el Espíritu Santo solo fue relevante antes del Calvario.
No se ha aplicado desde la resurrección de Jesucristo y Pentecostés, y hoy
ya no es relevante. Esa distinción no se puede encontrar en ninguna de
las cartas del Nuevo Testamento porque Jesús solo hizo esta distinción
durante Su ministerio terrenal. La razón fue que Jesús veló Su identidad
como el eterno Hijo de Dios durante los treinta y tres años que caminó
entre los hombres. De modo que Sus obras y palabras desconcertaban a
las personas. Algunos lo defendían y algunos lo acusaban de blasfemia.
Sus propios hermanos y hermanas lo veían como el hijo de María y de
José que tenía delirios religiosos sobre Él mismo. Otros argumentaban:
“Él es Elías o uno de los profetas antiguos que ha regresado a nosotros”.
Otros sugerían que Jesús era Juan el Bautista que había vuelto a la vida.
Pero los fariseos eran más duros diciendo: “Él es el diablo”.
Parte de la razón por la que ellos decían tales cosas malvadas acerca de
Jesús era que Él deliberadamente escondió Su gloria de ellos. ¿Quién
hubiera imaginado que el Señor de gloria vendría a la tierra a nacer como
un bebé en un establo de Belén? ¿Cómo podía el Mesías colgar de una
cruz entre dos ladrones? Jesús no dejaba que los demonios anunciaran
que Él era el Santo y el Hijo de Dios. “¡Calladitos!”, les ordenó. Sanó a
algunas personas y después les prohibió decirles a los demás quién los
había transformado.
Después de treinta años de oscuridad, Jesús sufrió tres años de
humillación. El Hijo de David no tenía donde recostar su cabeza. Él
mismo se llamaba el Hijo del Hombre, pero era un vagabundo aquí en la
tierra. Entró en Jerusalén como el Mesías profetizado, pero lo hizo
sentado en un pequeño burro. “¿Es este el Mesías?”, se preguntaba la
gente. Hizo una aplicación tan encubierta de las profecías mesiánicas del
Antiguo Testamento acerca de Él mismo que hasta Sus propios discípulos
preguntaron: “¿Qué nos está diciendo? ¿Qué quiere decir?”. Les hablaba
en parábolas y no sabían lo que significaban. Antes de Su resurrección,
Jesús evitó que la gente supiera completamente quién era Él. Su
divinidad estuvo escondida desde Su bautismo hasta la resurrección. Por
esa razón, las blasfemias en Su contra durante esos años podían ser
perdonadas. Las personas que hicieron juicios crueles acerca de Él
durante Sus tres años de sufrimiento podían ser perdonadas, ya que el
Señor Jesús estaba escondiendo Su identidad como el eterno Hijo de
Dios.
Cuando Jesús llega a Galilea, el velo se levanta por un tiempo. A las
personas se les da un resplandor fugaz de la obra del Espíritu Santo en
Jesús cuando sana, enseña, convence, resucita, salva y transforma a
pecadores. La gloriosa persona de Dios Espíritu Santo se revela cuando
un hombre ciego de nacimiento llega a ser sanado, cuando las personas
son liberadas de los demonios, cuando la gente con toda clase de
enfermedades es sanada y cuando decenas de miles de personas vienen a
ver y oír a Jesús. El Espíritu Santo de Dios se derrama abundantemente
en Galilea, pero los maestros de la ley en Jerusalén se niegan a confiar en
el Señor Jesús cuando declaran: “Por el príncipe de los demonios se está
haciendo esto. Beelzebú está trabajando”. Están blasfemando la obra del
Espíritu de Dios.
El pecado imperdonable no es el antagonismo generalizado hacia
Jesús. Muchas personas en Israel lo escucharon y lo rechazaron durante
Su ministerio. El pecado imperdonable durante la vida de Jesús de
Nazaret era experimentar el poder y la presencia de Dios y después
atribuir esa obra al poder de Satanás. Si las personas eran convencidas de
pecado por esa actitud, y clamaban a Jehová por misericordia, eran
perdonadas. Lo mismo fue cierto para las personas que dijeron que Cristo
era un malvado blasfemo y que lo sentenciaron a muerte en una cruz.
Incluso los que estuvieron de pie ante Él, burlándose y haciendo escarnio
de Él, serían perdonados si se arrepentían y se arrojaban a la misericordia
de Dios. Dios no diría: “¡Has cometido el pecado imperdonable, así que
no hay misericordia para ti!”. En Pentecostés, muchos del pueblo que
pidieron a gritos que Jesús fuese ejecutado conocieron el amor de Dios.
Pidieron perdón y fueron convertidos.
Durante el ministerio terrenal de Jesús, tú y yo hubiéramos cometido el
pecado imperdonable si hubiéramos tomado la cerrada actitud desafiante
de los líderes judíos, atribuyendo las obras del Espíritu Santo por medio
de Jesús al diablo mismo. Ese hubiera sido el pecado imperdonable
durante los años de humillación del Hijo de Dios.

2. El pecado imperdonable después de la resurrección. A partir de la


mañana de la resurrección, la conquista de Jesús sobre la muerte es
confirmada y efectuada por el Espíritu de Dios en Pentecostés y
predicada afuera. En esta nueva era, Cristo es predicado como el Hijo de
Dios y como el Señor. Los apóstoles valientemente predican que Cristo es
el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de Su persona. A
partir de la resurrección, no hay distinción entre blasfemar contra el
Espíritu y blasfemar contra Cristo. El pecado imperdonable existe, pero
ahora se puede dirigir al Padre, al Hijo o al Espíritu Santo. Los apóstoles
hablan de este pecado en Hebreos 6:4-6: “Es imposible que renueven su
arrepentimiento aquellos que han sido una vez iluminados, que han
saboreado el don celestial, que han tenido parte en el Espíritu Santo y que
han experimentado la buena palabra de Dios y los poderes del Mundo
Venidero, y después de todo esto se han apartado. Es imposible, porque
así vuelven a crucificar, para su propio mal, al Hijo de Dios, y lo exponen
a la vergüenza pública”.
Esta situación es similar a lo que hemos visto en Marcos 3. Con los
apóstoles ha habido un maravilloso derramamiento del Espíritu Santo.
Miles de judíos han probado el don celestial de Jesucristo. Han
compartido la obra de convencimiento de pecado del Espíritu Santo y han
tenido un goce anticipado del cielo con las bendiciones de Dios
derramadas sobre la iglesia. Las cosas marchan bien por un tiempo, pero
luego algunos miembros de la iglesia se apartan de la fe.
El hecho de que algunos se apartaran de la fe es comprensible. Estaban
viviendo bajo enormes presiones. Sus familias los habían excomulgado y
estaban solos. También sufrían la persecución de los judíos que
despreciaban la obra de Cristo. Anhelaban los viejos tiempos cuando
estaban en Jerusalén y participaban en las fiestas y los rituales del
templo. Qué diferentes eran las cosas en aquel entonces en las iglesias-
en-casa, donde estaban sujetos a la estricta ética cristiana. Algunos no
podían estar a la altura y se apartaron de la fe. Podrían decir: “Probamos
a Jesucristo; fue un gran error. Para nada es el Mesías; es solo un
engaño”.
Dice Hebreos que al hacerlo crucificaron de nuevo al Hijo de Dios y lo
expusieron a la desgracia pública. Al rechazar al Señor Jesucristo (sobre
todo después de recibir tantas bendiciones) son culpables de un pecado
de dimensiones eternas. No puede haber perdón para aquellos que
consideran a Cristo un mentiroso y un embustero. Con esa actitud no
pueden conocer a un Jehová reconciliador.
Una vez, una joven le dijo al Doctor Ichabod Spencer, de Nueva York,
que había cometido el pecado imperdonable. Ella cobijó su condición por
meses. Finalmente Spencer le dijo:

Hablaré claramente. Entenderás cada palabra. Algunas de las cosas


que diré pueden sorprenderte, pero quiero que las recuerdes. Durante
todo el verano te he tratado con la mayor amabilidad y atención.
Siempre he ido contigo cuando me has pedido venir e incluso cuando
no lo has hecho. Y es porque aún deseo ser amable contigo y porque
deseo hacerte bien que ahora te diré algunas cosas sin adornos que
pueden no gustarte, pero que son verdad:

Primero, dices que has cometido el pecado imperdonable, pero no


crees lo que dices. No crees tal cosa. Tú sabes, de hecho, que eres una
pecadora, pero no crees que hayas cometido el pecado imperdonable.
Cuando lo dices no eres honesta ni sincera. No lo crees.

Segundo, el orgullo necio de un corazón malvado te hace decir que has


cometido el pecado imperdonable. Influenciada por el orgullo, medio
luchas para creer que lo has cometido. Deseas exaltarte. Pretendes que
es alguna cosa grandiosa y rara la que te impide ser cristiana. “Ah, es el
pecado imperdonable”. El orgullo yace en el fondo de todo esto.

Tercero, no tienes razón alguna para albergar este orgullo. No hay


nada demasiado inusual en ti. Eres muy parecida a los otros pecadores.
No es posible que pudieras haber cometido el pecado imperdonable,
aunque trataras. No creo que sepas lo suficiente como para cometerlo.

“¿Por qué?”, dijo ella, “¿No existe tal pecado o qué?”

“Sí”, le respondí, “pero no sabes lo que es; y no sabes lo suficiente


como para cometerlo”.

Cuarto, eres una de las criaturas más farisaicas que he conocido.


Tratas de pensar que no es tanto por culpa de tu impiedad que no estás
dispuesta a ser cristiana, y que lo serías si no fuera por este pecado
imperdonable, que en tu orgullo intentas creer que has cometido.
Finges que no es tu actual y acobijado pecado que te mantiene en tu
falta de arrepentimiento. Oh, eres lo suficientemente buena,
seguramente, para arrepentirte. Te arrepentirías, de verdad lo harías, si
no fuera por ese pecado imperdonable. Ese es tu corazón, lleno de
justicia propia y orgullo.

Quinto, tu malvado corazón persiste en esta idea del pecado


imperdonable como una excusa de tu continua falta de arrepentimiento
y como licencia para vivir cada día en la indulgencia del pecado, la
incredulidad y la desobediencia a Dios. Tu excusa no se sostendrá. La
haces de dientes para afuera. No es el pecado imperdonable lo que te
impide ser una cristiana, sino la maldad de tu corazón, tu orgullo, tu
vanidad y tu falta de sinceridad. Jamás volveré a decirte algo sobre el
pecado imperdonable. Si tú tuvieras una convicción real y justa de
pecado, nunca nombrarías el pecado imperdonable.2

El pecado imperdonable sí existe, ya que se menciona tres veces en los


evangelios. Muchos cristianos viven preocupados al pensar que pudieran
haber cometido ese pecado. Si estás inquieto de que has cometido
blasfemia contra el Espíritu, no tienes que tener miedo de haberlo hecho,
porque tal blasfemia siempre viene acompañada por una completa
indiferencia de perder tu alma. En otras palabras, si temes haber
cometido este pecado, podemos decir con gran confianza que no lo has
hecho, porque tu atribulada conciencia es un testimonio seguro de que no
lo has cometido. En nuestro texto el Señor Jesús no les dice a los fariseos
de Jerusalén: “Ustedes han cometido el pecado imperdonable”. Más bien
les dice a estos menospreciadores que tengan cuidado porque cualquiera
que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca será perdonado.
La blasfemia contra el Espíritu Santo es un pecado contra la salvación,
el Señor Jesucristo, el Sermón del Monte y la resurrección de Jesús de
entre los muertos. Él nos ofrece la salvación, la cual hemos probado y
conocido. Si lees estas palabras y las desechas con desprecio,
considerándolas incluso como malvadas y absolutamente profanas, ten
cuidado. El pecado imperdonable es la apostasía premeditada. Recuerda,
cuando la Biblia habla sobre el pecado imperdonable, no está hablando
en beneficio de otras personas, es para ti y para mí. Es una advertencia
para cada cristiano. No se me da para que yo especule sobre las personas
que una vez bauticé y después se apartaron. La advertencia es para mí.
Me exhorta a vivir una vida más santa, a mortificar el pecado que aún
queda, a caminar con el Espíritu y a presentar mi cuerpo como un
sacrificio vivo a Dios.
6
PIDIENDO
EL ESPÍRITU

Así que yo les digo: Pidan, y se les dará; busquen, y encontrarán;


llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo el que pide, recibe; el
que busca, encuentra; y al que llama, se le abre. ¿Quién de ustedes
que sea padre, si su hijo le pide un pescado, le dará en cambio una
serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si
ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos,
¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo
pidan!
Lucas 11:9-13

Los primeros tres evangelios: Mateo, Marcos y Lucas, inician sus


historias en el contexto del Antiguo Testamento. Lucas, por ejemplo,
empieza con un sacerdote de nombre Zacarías que está sirviendo en el
templo y quemando incienso. Un mensajero de Dios le dice al sacerdote
que su esposa tendrá un hijo que “será lleno del Espíritu Santo desde su
nacimiento” (Lc 1:15). Desde pequeño el niño sabe que está apartado
como un profeta del Señor. Tiene el don de profecía y el Espíritu de Dios
está en él. Pronto Zacarías también es llenado del Espíritu Santo y
pronuncia una larga profecía.
Después de esto, el Espíritu de Dios también viene sobre un hombre
llamado Simeón y le dice que entre al templo para encontrarse con José,
María y el bebé Jesús. Simeón también es llenado del Espíritu y
pronuncia profecías. Esto claramente es una representación del Antiguo
Testamento donde el Espíritu Santo unge a hombres dotados para servir
como profetas, sacerdotes o reyes para una obra en particular que Dios
les da.
Pasan treinta años, y Juan el Bautista y Jesús comienzan sus
ministerios públicos. “El prometido viene”, clama Juan, “del que los
profetas hablaron que va a derramar el Espíritu Santo”. Jesús parte de
Nazaret y va al río Jordán, donde el Espíritu de Dios viene sobre Él en Su
bautismo. Jesús comienza a predicar que el Reino de Dios ha llegado.
Este es un momento crítico en la historia de la humanidad porque es
un tiempo de decisión para las personas del Antiguo Testamento. El
pacto por fin se está cumpliendo. Este tiempo, profetizado con
expectativa, aprehensión y ansia por hombres llenos del Espíritu Santo de
la antigua dispensación, finalmente ha llegado; la hora por fin se está
cumpliendo. El Espíritu de Dios está a punto de ser derramado sobre
toda carne, ya no solo en los judíos, y no solo sobre los reyes, profetas y
sacerdotes para hacer su obra, sino en cada creyente, incluso en los
siervos y las siervas, tanto en los ancianos como en los jóvenes. Los
últimos días amanecen entre la primera y la segunda venida de Cristo.
Nosotros también vivimos en esos días porque hemos probado los
poderes del Mundo Venidero. Estamos viviendo en la época del Espíritu
porque el Señor ya ha venido con fuerza y poder para redimir. Él ha
conquistado la muerte y ha quitado la culpa del pecado. Será exaltado en
el juicio final y bautizará a las naciones de todos los rincones de la tierra
con el Espíritu.
El ministerio de Cristo comienza con la declaración de que el Rey ha
venido y Su Espíritu está por venir sobre todos los creyentes en un grado
aún mayor con el que moró en cada creyente del Antiguo Testamento. El
evangelio de Lucas termina con las últimas palabras de Jesús: “Ahora voy
a enviarles lo que ha prometido mi Padre; pero ustedes quédense en la
ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto” (Lc 24:49). En el
capítulo inicial de Hechos, la venida del Espíritu es inmediata: “Pero
dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo”
(Hch 1:5).
Los evangelios se parecen mucho a las profecías del Antiguo
Testamento en cuanto a anticipar la venida del Espíritu. Acumulan
enseñanzas sobre el Espíritu en el nacimiento de Cristo, cuando María
fue cubierta con una sombra en la encarnación de Jesús y en el
derramamiento del Espíritu en Pentecostés. Las palabras de nuestro texto
hacen al Espíritu increíblemente accesible a nosotros, puesto que Jesús
declara: “Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus
hijos, ¡cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo
pidan!” (Lc 11:13).
LA PROMESA PARA LOS HIJOS DE DIOS

Lucas 11 ofrece una serie de grandes promesas que crecen en seriedad y


compromiso. “Así que yo les digo: Pidan, y se les dará; busquen, y
encontrarán; llamen, y se les abrirá la puerta. Porque todo el que pide,
recibe; el que busca, encuentra; y al que llama, se le abre” (vv. 9-10). Pero
estas promesas no se ofrecen a todas las personas. No podemos poner en
un cartel afuera de nuestra iglesia: “Pidan, y se les dará”, para que
cualquier persona que pase por ese anuncio piense que esa promesa es
para ella. Puede pensar: “Pido, ¿y recibiré? ¡Qué bien! Correcto. Pediré
tener a esa mujer. Pediré dinero para tomarme unos días y volar a Las
Vegas. Pediré ganarme la lotería este sábado. Y me la ganaré porque Dios
promete que si yo pido algo, me lo dará”.
Esta no es una promesa sin distinción. Observa con qué cuidado se
presenta en nuestro texto: “¡Cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu
Santo a quienes se lo pidan!” (v. 13). Jesús les anuncia estas palabras a
sus discípulos como parte de Su discurso sobre la oración. Sus seguidores
le han preguntado cómo orar y Él les está enseñando lo que Su Padre
celestial hará por Sus hijos. Si eres hijo de Dios, esta promesa es para ti.
Si eres discípulo del Señor Jesús y lo has recibido como Mesías y
Salvador, se te ha dado el derecho de ser llamado hijo de Dios. Dios es tu
Padre celestial. Esta promesa es para ti, no para los incrédulos.
Si desprecias a Jesucristo y rechazas el privilegio de la adopción a la
familia de Dios, esta promesa no es para ti. Solo es para los hijos e hijas
del Padre celestial. Es una promesa para Sus discípulos. Es por eso que
multitudes de hombres y mujeres no pueden encontrar consuelo en estas
palabras. Si ellos piden algo, Dios no está obligado por esta promesa a
concederles su petición. Debemos entonces preguntarnos: “¿Realmente
somos hijos de Dios? ¿Somos discípulos de Cristo que queremos
aprender lo que Él dice sobre cómo orar correctamente?” También existe
la posibilidad real de que las personas que oran a Dios no reciban lo que
piden porque están pidiendo mal; están pidiendo cosas para satisfacer
sus codicias; están pidiendo mientras retienen pecado en sus corazones;
están pidiendo el perdón y la misericordia de Dios mientras que no
muestran misericordia a los demás. La Biblia nos dice que en tales casos
Dios no nos escuchará. No tenemos ningún derecho de tomar estas
grandiosas palabras como una seguridad de que todos nuestros caprichos
y antojos se cumplirán. Esta promesa solo es para la familia de la fe que
pide cosas que son agradables a su Padre.
LA PROMESA NO ES UN LLAMADO AL ARREPENTIMIENTO

Te animo a que vayas a los servicios de la iglesia y escuches la Palabra de


Dios que se predica. Te insto a que escuches atentamente, buscando
entender y aprender y obedecer lo que Dios declara. Si le estás pidiendo a
Dios caminar más cerca de Él, si estás buscando confiar más en Él y si
estás llamando a la puerta para entrar en esa comunión más profunda
con Él, sigue haciéndolo. Tales anhelos de pedir, buscar y tocar son
indicios de la fe salvadora y de que tienes la salvación de Cristo. Así que
busca al Señor mientras pueda ser hallado. Búscalo donde lo puedas
encontrar: donde las personas se reúnen en Su nombre y escuchan Su
Palabra.
Sin embargo, no creo que nuestro texto sea un llamado evangelístico a
buscar a Cristo. De hecho, el lenguaje del Nuevo Testamento aquí es todo
lo contrario. No habla de personas que estén buscando a Cristo; más bien,
claramente dice que nadie busca a Dios. Las personas no buscan a Cristo;
Él nos busca. Nos busca en el testimonio de amigos, en la predicación del
evangelio, en el ofrecimiento del perdón por medio de Cristo, en las
oraciones de los padres, en la Biblia y los libros cristianos, en un
sinnúmero de providencias que hacen las cosas de este mundo menos
satisfactorias, y en encontrar la satisfacción de estar con otros cristianos.
En todo esto, Dios nos busca.
Me temo que mucho de lo que hoy en día la gente llama su búsqueda es
realmente una búsqueda de una mejor invitación de lo que han tenido
hasta ahora. Quizá quieres escuchar el evangelio con más emoción,
sentirlo más profundo o escucharlo más persuasivamente para que no
tengas que tomar esa decisión dolorosa, solitaria y personal de entregarte
completamente a Jesucristo para salvación.
Jesucristo no es alguien a quien tengas que buscar como si fuera algo
que estuviera perdido en algún lugar misterioso, como en una cueva en el
Himalaya, una isla desierta en los Mares del Sur, o en una solitaria y fría
celda de granito en Escocia. El Salvador no está tan lejos de ti. Él está
cerca de ti en la predicación de la Palabra. No te rascas la cabeza con
tristeza creyendo que será difícil encontrarlo. No. Él es el que te busca. Él
está tan cerca que incluso mientras lees estas palabras, Él te está
buscando. No tienes que abandonar el lugar donde estás para buscarlo, ni
ir a un jardín, ni al océano, ni a alguna montaña. Él te está buscando en
este preciso instante. Sus palabras a los incrédulos no son: “Ve y busca en
las profundidades de tu propia experiencia y emociones”. Él te dice:
“Estoy aquí; ven a Mí ahora”.
Él te está buscando. Él no está buscando tu búsqueda, ni tu búsqueda
más intensa, ni tu búsqueda profundamente emocional, ni tu búsqueda
compungida, ni tu búsqueda quejumbrosa. Él está observando a ver si lo
recibes como tu profeta, sacerdote y rey. Él te está invitando a venir a Él y
entrar en el Reino de Dios por la puerta. Él te está diciendo que la puerta
está justo enfrente de ti. ¡Entra!
PIDIÉNDOLE A DIOS QUE CUMPLA SUS PROMESAS

Por lo tanto, ¿qué debemos pedir nosotros como cristianos? ¿Por qué
debemos tocar las puertas del cielo? La respuesta es que le debemos pedir
a Dios que cumpla todas Sus promesas. Cuando comencemos a orar,
primero debemos preguntar si tenemos una promesa de parte de Dios.
No me refiero a algo emocional a lo que nos aferramos. Gracias al
Espíritu, podemos tener reacciones emocionales a la lectura y la
predicación de la Palabra de Dios, pero no es a eso a lo que me refiero.
En esta grandiosa Palabra inspirada por Dios y de la cual el Salvador
dijo: “Tu Palabra es verdad”, ¿hay una promesa? ¿Y esa promesa es
nuestra sobre la base de que somos hijos de Dios? Sí, sí hay tal promesa;
de hecho, hay muchas grandiosas y preciosas promesas, y todas son sí y
amén en Jesucristo. Estas promesas son mías, y cuando adoro a Dios
puedo orar con confianza de que Dios cumplirá todo lo que Él me ha
prometido a mí y a cada cristiano.
Tales promesas son los límites de las obligaciones de Dios. Él dará lo
que ha prometido, pero no más que eso. Por ejemplo, Él no ha prometido
que las calificaciones de mis exámenes serán todas excelentes, ni siquiera
que aprobaré todos mis exámenes. Él no ha prometido que me curará de
toda dolencia y enfermedad. No me ha prometido riquezas, ni
matrimonio, ni hijos, ni una larga vida. No nos ha prometido un poderoso
avivamiento religioso en nuestras propias vidas. Donde no hay promesas,
Dios no está ni obligado ni en deuda con nosotros.
Pero cada promesa que Dios nos ha hecho la cumplirá. Por ejemplo: Él
obrará todas las cosas para mi bien; Él suplirá todas mis necesidades de
acuerdo a Sus riquezas en gloria en Jesucristo; nada me separará de Su
amor en Cristo; puedo hacer todo en Cristo que me fortalece; puedo
aprender a contentarme cualquiera que sea mi situación; la buena obra
que Él ha comenzado en mí se perfeccionará en el día de Cristo. Lo que Él
ha prometido, Él lo llevará a cabo. Por estas cosas debemos orar. Nuestra
seguridad se debe basar en tales promesas. Nuestro Padre celestial está
declarando a cada uno de Sus hijos: “Me puedes pedir el cumplimiento de
cualquier promesa. Puedes ahora mismo implorar por su cumplimiento.
Puedes tocar la puerta de estas promesas y la puerta se te abrirá”.
Para cada expectativa debes tener una promesa. Puedes comenzar a
dudar de tu Dios y cuestionar Su fidelidad solo cuando descubras que Él
está rompiendo Sus promesas. Cuando Él frustre mis expectativas o no
me conceda mis caprichos, no me justifica para enojarme contra Él, pero
cuando Sus promesas solemnes comiencen a fallar entonces puedo dudar
de Él.
Por ejemplo, Dios hace promesas sobre el Espíritu Santo. Él anunció
por medio del profeta Joel que “después de esto, derramaré mi Espíritu
sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas de ustedes
profetizarán, tendrán sueños los ancianos y visiones los jóvenes. En esos
días derramaré mi Espíritu aun sobre los siervos y las siervas” (Jl 2:28-
29). Esta promesa es para todo el pueblo de Dios. Es dada a los ancianos
y a los jóvenes, incluso a los siervos y a las siervas. Dios promete
derramar Su Espíritu en los días del cumplimiento cuando Cristo, el
Ungido, venga. Así que puedes ir con Dios y pedirle que derrame Su
Espíritu sobre ti diciendo: “Tú has prometido que harás esto y yo confío
en que cumplirás eso para mí. Estoy muerto y necesito la vida del
Espíritu. Estoy ciego y necesito la inspiración del Espíritu. Soy ignorante
y necesito la comprensión del Espíritu. Por favor, dame lo que Tú has
prometido”.
Nuestro texto ofrece otra promesa sobre el Espíritu Santo. El Señor
Jesús dice, en efecto:
Tu hijito está hambriento y clama: “Papi, dame un poco de pescado”.
—“Te daré algo” le gruñes, tirándole una serpiente.
Tu hijo te pide un huevo. Le echas en su mano un escorpión con el
aguijón.
Seguro que te opones a esta hipótesis argumentando: “Nosotros no
trataríamos a nuestros hijos de esa manera. Les daríamos lo que nos
piden: pescado y huevos. Les daríamos buenos regalos, no malos”. Sin
embargo, ustedes son hombres malos por naturaleza. Son hijos de Adán y
desde el vientre se han extraviado. Ustedes dicen mentiras. Beben
iniquidad como agua; en su carne no hay absolutamente nada bueno. No
obstante, ustedes dicen que les darán buenos regalos a sus hijos. ¿Cuánto
más entonces su Padre celestial les dará el Espíritu a los que se lo pidan?
El Señor nos está dando la promesa de que cualquiera que pida el
Espíritu lo recibirá.
Nuestro Señor no nos dice aquí que tenemos que sufrir intensamente
por ni someternos completamente a Él para ganar el Espíritu Santo. No
dice que debemos rendirnos completamente para ganarlo ni que debemos
estar completamente dedicados para tenerlo. No nos pide que
renunciemos a todo nuestro pecado ni que pongamos todo en el altar
para Él ni que persistamos en la oración para que podamos tener el
Espíritu. Él solo dice: “¡Pídanlo!” y el Padre nos lo dará. No tiene que ser
arrebatado de las manos del Padre. El Espíritu es dado; no es un regalo
que se deba ganar o merecer.
Cuando les pagué su salario a los mineros de Cynheidre un viernes por
la mañana, no me dieron las gracias con lágrimas en los ojos por su pago.
Lo recogieron sin decir palabra porque habían trabajado por él. Se habían
ganado su pago. Dios no nos hace trabajar por su Espíritu Santo. El
Espíritu es un regalo bondadoso enviado por Dios que solo se recibe por
fe.
En Hechos 2 leemos cómo el Espíritu descendió sobre la iglesia en el
día de Pentecostés. No se nos dice que antes de esa venida la iglesia
estuviera en agonía intentando ganarse ese don y cumpliendo toda clase
de condiciones. Solo había una petición: que permanecieran en
Jerusalén. Entonces de repente el Espíritu Santo descendió del cielo
sobre ellos. Los creyentes estaban unánimes en un lugar y el Espíritu
descendió sobre ellos. Vino a Pedro no por obras de justicia que Pedro
hubiera hecho. Vino a 120 discípulos, no por su santidad y mérito, ni
como una recompensa por su ayuno y oración. Vino como un don
gratuito de la infinita gracia de Cristo, así como lo predijo el profeta Joel.
El Espíritu Santo entró en los creyentes y moró sobre los creyentes en una
medida plena mientras esperaban Su venida. Lo apropiaron y lo
recibieron como suyo. Pidámosle a Dios que cumpla Su promesa y nos dé
lo siguiente:

1. Poder para vivir para Cristo. El contexto de nuestro texto es el sermón


que Jesús predicó sobre lo más difícil que un cristiano puede hacer: orar.
Jesús comienza enseñándoles a Sus discípulos la oración del “Padre
nuestro” y después les da una sencilla parábola para hacer vívida la
oración. Antes de terminar les ofrece las grandes promesas de que Dios
nos escucha cuando pedimos, nos ve cuando lo buscamos y nos abre
cuando llamamos a la puerta. Nosotros somos generosos con nuestros
hijos, pero nuestro Padre celestial lo es aún más con aquellos que piden
Su Espíritu. El camino de la cruz es tremendamente largo y difícil. En ese
viaje los discípulos de Cristo deben amar a Dios con todos sus corazones y
amar a sus prójimos como a ellos mismos. Deben presentar sus cuerpos
todos los días como sacrificios vivos a Dios. Deben ser llenos del Espíritu.
Deben tomar sus cruces, negarse a sí mismos y seguir al Señor.
La vida cristiana es dura, demandante, implacable y ardua. La carga
que llevamos es suficientemente pesada, pero también debemos llevar las
cargas de los que son más débiles que nosotros. El Señor Jesús da
principio tras principio y precepto tras precepto para los que viven en
Cristo, en la iglesia, en la familia y ante un mundo incrédulo, y declara
que este es el camino al cielo. Los discípulos que escuchan primero estos
requisitos preguntan con temor: “¿Quién entonces podrá ser salvo?”.
Cristo responde con nuestro texto: “Pidan, y se les dará; busquen, y
encontrarán; llamen, y se les abrirá. Busquen la gracia para orar como les
he enseñado, para obedecer este principio y para prestar atención a estos
estándares”.
Muy a menudo olvidamos que el carácter para vivir la vida cristiana
nos lo da el Espíritu Santo. Vemos el camino cristiano de la santidad y
nos abrumamos por nuestra impotencia. “Señor, no puedo ser esa clase
de cristiano”, gemimos. “No puedo ser un predicador. No puedo ser un
esposo cristiano. No puedo ser un miembro de la iglesia”. El Salvador
sabía lo que la gente pensaba, así que los alentó con esta gran promesa:
Pidan, busquen, llamen y obtendrán lo que quieren. Pidan el Espíritu de
Dios para que los ayude; de otra manera, la vida cristiana será
completamente inalcanzable. Es el camino que se despliega ante cada hijo
de Dios. Es el único camino a la gloria; si no estamos caminando por allí
no alcanzaremos la gloria. Cuando el Señor nos enseña a orar no es para
que andemos meditabundos por la vida; es para que vivamos una vida de
oración y sigamos el camino de Dios en el poder del Espíritu Santo.
¿Cuál es tu primer compromiso en la vida? ¿Tienes hambre y sed de
justicia? ¿Verdaderamente crees que para ti el vivir es Cristo? ¿Qué tan
comprometido estás? ¿Qué es más importante que glorificar a Dios y
gozar de Él? Haz lo que cantas: “Que mi vida entera esté consagrada a ti,
Señor”. Después pide gracia para seguir el camino de la cruz. Sé un
cristiano formal. No seas mitad cristiano y mitad seguidor del mundo.
Recibir el don del Espíritu Santo no tiene nada que ver con hablar en
lenguas o ser un predicador elocuente. Jesús no te está diciendo aquí que
serás sanado de una enfermedad ni que serás ascendido en el trabajo.
Esta promesa se trata de recibir el poder para andar en el camino santo
que conduce a Dios.
2. Más del Espíritu. Podemos lamentarnos de que la iglesia está en
decadencia y que estamos viviendo en una época de “menudencias”.
Podemos tener reuniones para discutir sobre la crisis con la que la iglesia
está luchando, pero para todos los problemas que enfrentamos como
cristianos solo existe un remedio: Dios Espíritu Santo. Eso es lo que
Cristo les está diciendo a Sus discípulos cuando les inste a clamar:
“Pídanle a Dios que les envíe a Dios”. Lo que más necesitamos nosotros
los cristianos es el Espíritu. Necesitamos Su consuelo, Su valor, Su
ministerio de infundir ánimo, Su fuerza, Su fruto, Su liderazgo y Su
perseverancia. No es suficiente saber que tenemos amigos sabios y
conferenciantes inspirados que nos ayudan con nuestros problemas. El
gran remedio para todas nuestras enfermedades y males es el don de Dios
del Espíritu Santo.
No debemos solo orar por más del Espíritu Santo para tener grandes
despertares y un avivamiento auténtico. Necesitamos el Espíritu Santo
para todo lo que hacemos como cristianos. Así que oramos: “Ayúdame a
preparar esta comida y a gastar bien el dinero para pagar los gastos.
Ayúdame a decidir qué hacer para cuidar mejor del jardín. Guíame
mientras les hablo a mis hijos que están lejos estudiando en la
universidad. Ayúdame a encontrar la medicina correcta para el resfriado
de los niños. Instrúyeme en cómo contestar las preguntas de nuestro
adolescente sobre ir al cine”. Necesitamos al Espíritu Santo para cada
decisión que tomamos. Sin el Espíritu Santo no podemos hacer nada con
nuestras propias habilidades. No llegaremos a ningún lado en nuestras
vidas cristianas.
Frecuentemente, nuestras oraciones protestan contra la naturaleza
misma de la vida cristiana, que está llena de desilusiones y angustias.
Olvidamos que nuestra utilidad en el servicio a Cristo depende de que
pasamos por las mismas pruebas que nuestra carne esquiva. Entonces
nuestras oraciones para ser librados de estas pruebas son una protesta
contra nuestra providencia. Más bien, debemos seguir yendo a nuestro
Padre para pedirle ayuda. Dios es un Padre que se apiada de Sus hijos.
Cuando tus hijos te preocupan porque no quieren ir a la escuela, te
preguntas si habrán tenido algún conflicto con la maestra o con alguno de
sus compañeros. Ellos no quieren decir cuál es el problema; más bien te
dicen que están enfermos y que se quieren quedar en casa. Te
compadeces de ellos porque son débiles y vulnerables, y tratas de
ayudarlos a superar el conflicto. De igual modo nuestro Padre Celestial se
compadece de nosotros en nuestras dificultades. Nos manda Su Espíritu
para nuestro aliento y supervivencia. Él sabe lo que necesitamos.
Qué maravilloso es el amor de Dios. Él está pronto a darnos gracia, en la
situación que sea, y nunca se equivoca. Conocemos a algunos niños que
actúan como niños malcriados porque se les ha dado todo lo que han
exigido. Dios no comete tales errores. Pero si estamos en las
profundidades, y le clamamos, Él vendrá para ayudarnos. Él enviará al
Espíritu a los lugares más oscuros, más sucios, más calientes, más
hostiles, más peligrosos y más remotos del mundo para ayudarnos. Él irá
a las alcantarillas, o a donde van los cuerpos especiales de intervención de
la policía, o hasta a las morgues. El Espíritu está pronto para operar en
los lugares más oscuros de la tierra.
Concluyamos con dos principios fundamentales. Primero, si eres
cristiano debes seguir cada día al Señor Jesucristo como Su discípulo.
Para hacer esto, necesitas al Espíritu Santo y Su gracia. Debes ir a Dios y
pedir la gracia para vivir como un seguidor del Cordero de Dios, ya que
Dios promete que si lo buscas ciertamente lo encontrarás.
Segundo, si aún no eres cristiano debes darte cuenta que esta promesa
de Jesucristo no es para ti. Puedes protestar diciendo: “¿No hay nada
para mí?”. Hay mucho para ti porque el Dios viviente te está buscando.
No estarías leyendo estas palabras si Él no te las hubiera traído. Dios te
está buscando. ¿No es maravilloso? Puede ser que hayas tirado la toalla, y
quizá tu familia y amigos han tirado la toalla en cuanto a ti, pero Dios no
ha tirado la toalla en cuanto a ti. Eres una oveja perdida, pero el Buen
Pastor abandonó todas las ovejas que estaban seguras en el redil para
buscar a la perdida. Él seguirá buscándote hasta que te encuentre. Por
gracia, tómalo, en toda la gloria de Su persona y en la perfección de todo
lo que Él ha hecho por los pecadores. Tómalo como Él mismo se ofrece en
el evangelio. Entra por la puerta estrecha. Está abierta para ti.
Para los que son salvos digo: “¡Busquen!”. Para los que no son salvos
digo: “¡Tomen!”. Por muy paradójico que parezca, ese es el orden bíblico
en el contexto de Lucas 11. Nuestro texto nos insta a que el pueblo del
Señor pida a Dios que le dé el Espíritu Santo para que lo ayude día a día,
y ruega a los que no son cristianos que tomen la salvación que Dios ofrece
gratuitamente.
7
EL ESPÍRITU
DANDO A LUZ AL ESPÍRITU

Había entre los fariseos un dirigente de los judíos llamado Nicodemo.


Este fue de noche a visitar a Jesús. Rabí, le dijo, sabemos que eres un
maestro que ha venido de parte de Dios, porque nadie podría hacer
las señales que tú haces si Dios no estuviera con él. De veras te
aseguro que quien no nazca de nuevo no puede ver el Reino de Dios,
dijo Jesús. ¿Cómo puede uno nacer de nuevo siendo ya viejo?,
preguntó Nicodemo. ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el
vientre de su madre y volver a nacer? Yo te aseguro que quien no
nazca de agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios,
respondió Jesús. Lo que nace del cuerpo es cuerpo; lo que nace del
Espíritu es espíritu. No te sorprendas de que te haya dicho: “Tienen
que nacer de nuevo”. El viento sopla por donde quiere, y lo oyes
silbar, aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa
con todo el que nace del Espíritu.
Juan 3:1-8

Juan nos dice que Nicodemo vino de noche al Señor Jesucristo.


¿Nicodemo estaba tan asustado de que sus compañeros fariseos
descubrieran su interés en Jesús de Nazaret que cautelosamente caminó
por las calles oscuras deseando pasar inadvertido? ¿Una reunión
nocturna le daba más tiempo para una sesión ininterrumpida con nuestro
Señor? ¿Ya habían acabado sus deberes rabínicos del día por lo que
finalmente estaba libre para buscar a Jesús para hablar con Él sobre un
nuevo movimiento?
¿Quería Juan que notáramos algo simbólico sobre Nicodemo, que
estaba en oscuridad con referencia a quién era Jesús y la naturaleza de Su
mensaje, de modo que se acercó a Jesús en la oscuridad de su alma? ¿Fue
esta visita a Cristo una clase de peregrinar de la oscuridad a la luz, que
todas las personas deben emprender? ¿Está diciendo Juan en este relato:
“Sal de la oscuridad de tu alma y ve a Jesús, la Luz del Mundo”?
Todas esas son posibles explicaciones, pero no sabemos exactamente
porqué Nicodemo vino de noche a Jesús. Lo que sí es seguro es lo que
sabemos sobre el hombre mismo. Por ejemplo:

1. Nicodemo nació en la familia correcta, hijo de Abraham, circuncidado


al octavo día; miembro del pueblo del pacto de Dios a quien pertenecían
los profetas y las promesas. Aun así se le dice que debe nacer de nuevo.
Josefo, un historiador judío, dice que Nicodemo era un miembro de una
de las familias más distinguidas del país. Con todo, su sangre
aristocrática no lo excusaba de necesitar un nuevo nacimiento.

2. Era un fariseo con un genuino trasfondo religioso. Era recto en


conducta y uno de los casi seis mil hombres que eran los mayores
exponentes de una vida moral alta. Nicodemo era sincero en cuanto a la
ley de Dios y creía que ella era la Palabra de Dios revelada. También
aplicaba los mandamientos de Dios a su vida diaria e instaba a los demás
a hacer lo mismo. No obstante, Jesús le dijo a este hombre que tenía que
nacer de nuevo.

3. Tenía la mejor educación que el país podía ofrecer; era docto en los
escritos hebreos y griegos y podía defender la verdad contra los ataques
del paganismo y la filosofía griega. Sin embargo, a este judío de nombre
griego se le dijo que tenía que volver a nacer.
4. Era un miembro del Sanedrín, el máximo órgano legislativo de la
nación bajo el César. Era una autoridad principal en Israel para el poder
legislativo, ejecutivo y judicial del estado, y era un político conocido
nacionalmente. No obstante, este funcionario tenía que volver a nacer del
agua y del Espíritu.

5. Era maestro en Israel (v. 10). De hecho, Jesús lo reconoce como el


maestro de Israel a quien escuchan, siguen y admiran muchos seguidores.
Es como el Doctor Lloyd-Jones, que con frecuencia se refieren a él como
‘el Doctor’ por su elocuencia, simplicidad y profundidad. Así es como
debemos pensar de Nicodemo. Y aun así, a este gran maestro de Israel se
le declara que debe nacer de Dios si ha de entrar al reino del cielo. Los
privilegios familiares, el compromiso religioso, el logro educativo, la
autoridad política y las habilidades en la enseñanza no son suficientes
para excusar a Nicodemo de la necesidad de un nuevo comienzo radical
forjado por Dios mismo. Nicodemo es un hombre admirable en muchos
sentidos, pero es un extraño a la obra sobrenatural de Dios en su vida. Es
grande a los ojos del pueblo, pero es un hombre no regenerado.
Juan 2 termina diciendo que Jesús “conocía el interior del ser humano”
(Jn 2:25). A esto lo sigue Juan 3: “Había entre los fariseos un dirigente de
los judíos llamado Nicodemo” (v. 1). Nicodemo se nos muestra como un
representante de la raza humana. No es un criminal, ni un vago de la
calle, ni la clase de persona de quien pensarías: “Sí, él definitivamente
necesita nacer de nuevo”. Nicodemo es un hombre de muchos logros. Es
culto y educado y de una de las mejores familias del país. Con todo Jesús
le dice a este hombre: “De veras te aseguro que quien no nazca de nuevo
no puede ver el Reino de Dios” (v. 3). Si un hombre como Nicodemo
necesita volver a nacer de lo alto, entonces cualquier otra persona en el
mundo debe volver a nacer.
POR QUÉ DEBEMOS VOLVER A NACER

Nicodemo comienza su conversación con Jesús diciendo que él cree que


Jesús es un maestro enviado por Dios que está haciendo cosas
milagrosas. Ese es todo un cumplido, sobretodo si viene de parte de un
fariseo. Sin embargo, esas palabras no halagan al Señor Jesús.
Llanamente le dice a Nicodemo: “De veras te aseguro que quien no nazca
de nuevo no puede ver el Reino de Dios” (v.3). Jesús repite eso otra vez
en el versículo 5: “Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del
Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios”. Entonces (¿puedes
creerlo?), Él una vez más le dice en el versículo 7: “No te sorprendas de
que te haya dicho: Tienes que nacer de nuevo”. Jesús no está haciendo
una afirmación general. Le está diciendo muy específicamente a
Nicodemo que debe volver a nacer.
Cristo enfatiza la importancia de estas palabras al decir: “De veras te
aseguro” (v. 3). Esa frase es Su famoso marcador verbal. En medio de un
largo sermón, Jesús insertará esta frase con el fin de despertar otra vez
los pensamientos del oyente a lo que el Maestro de Dios está diciendo.
Cada cosa que Jesús dice es verdad porque Él lo dice de Sí mismo: “Yo
soy la verdad”; sin embargo, en medio de Sus conversaciones y
observaciones diarias, Él hace una pausa para ofrecer palabras de
importancia sobresaliente que el mundo ignoraría bajo su cuenta y
riesgo. Él empieza con estas palabras: “De veras te aseguro”, como
diciendo: “Abre tus oídos y haz caso de estas palabras: Nadie puede ver el
Reino de Dios a menos que vuelva a nacer”.
Nadie, incluso los hombres prehistóricos que no conocían la rueda,
puede escapar de la necesidad de volver a nacer. Ni siquiera alguien que
viva en Manhattan y tenga la última tecnología y sea capaz de comprar
todo lo que el dinero puede comprar puede escapar a la necesidad de
volver a nacer. Cualquiera, ya sea que haya nacido en el siglo primero o
en el siglo veintiuno, debe volver a nacer para entrar al Reino de Dios.
Dios es soberano, pero el hombre natural no puede ver eso. Dios hace
lo que le place en las huestes del cielo y aquí en la tierra, pero muchas
personas no lo reconocen. Preguntan: “¿Dónde está el poderoso Rey del
que hablas? No lo podemos ver”. El Rey vino a la tierra en carne y mostró
Su poder sobre la creación, el diablo, la enfermedad y la muerte, pero
algunas personas todavía preguntan: “¿Dónde está este Rey y Su reino?”.
Cristo reina en gracia sobre Su propio pueblo, ayudándole a confiar en Él
y a hacer Su voluntad, preservándolo de la incredulidad y la
desesperación, sosteniéndolo con dones buenos y perfectos, satisfaciendo
todas sus necesidades de acuerdo a Sus propias riquezas gloriosas y
ayudando a los creyentes a buscar primero Su reino y Su justicia.
Los incrédulos dicen: “No podemos ver este reino”. No entienden la
naturaleza del Reino de Dios, este reino de gracia sobre pueblos de todos
los idiomas, razas y edades que confiesan: “Para nosotros el vivir es
Cristo”. Los que no nacen de nuevo no pueden ver la influencia de Dios
en las vidas de los cristianos. No pueden disfrutar la experiencia de vivir
bajo el Reino del Rey de amor. Son extraños a Su gloria y bendiciones.
Nicodemo tampoco lo puede ver. Está bastante sobrecogido por las
extrañas palabras volver a nacer. “¿Cómo puede uno nacer de nuevo
siendo ya viejo? preguntó Nicodemo. ¿Acaso puede entrar por segunda
vez en el vientre de su madre y volver a nacer?” (v. 4). No capta el
significado de las palabras de Jesús. ¿Cómo puede alguien nacer dos
veces? No puedes rebobinar tu vida y retroceder y vivirla, haciéndote más
y más joven hasta llegar a ser un bebé en el vientre de tu madre, después
salir y comenzar la vida otra vez. Hay un trinquete en la rueda del tiempo;
solo se mueve hacia un lado, acercándose cada día más a la muerte y al
encuentro con el Dios viviente.
Jesús no está hablando sobre un renacimiento físico. Él le dice a
Nicodemo: “Yo te aseguro que quien no nazca de agua y del Espíritu, no
puede entrar en el Reino de Dios” (v. 5). Jesús le pregunta a este maestro
de Israel por qué fracasa en entender esta verdad, y observa: “Conoces las
Escrituras, Nicodemo, y conoces las dos grandes verdades que se enseñan
aquí”, que son las siguientes:

1. Debes nacer del agua. Nuestras almas, corazones y conciencias deben


ser limpiadas de su contaminación. Solo Dios puede hacer eso por medio
del Mesías prometido en Isaías 52 y 53. El Prometido rociará a muchas
naciones, dice Isaías 52:15. Limpiará a los gentiles por todo el mundo de
la culpa de su pecado. De igual modo, el profeta Ezequiel predice la
palabra del Señor: “Los rociaré con agua pura, y quedarán purificados.
Los limpiaré de todas sus impurezas e idolatrías. Les daré un nuevo
corazón, y les infundiré un espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de
piedra que ahora tienen, y les pondré un corazón de carne” (Ez 36:25-26).
Jesús le dice a Nicodemo que solo Dios puede limpiar nuestros
pecados. El creyente más joven en este mundo sabe más hoy sobre esta
limpieza que Nicodemo con toda su educación religiosa. Si yo le
preguntara a una nueva convertida: “¿Qué puede lavar tu pecado?”, ella
respondería: “Solo la sangre de Jesús”, el Cordero de Dios quita el pecado
del mundo. Nicodemo debe nacer del agua, lo que significa que su
corazón debe ser limpiado del pecado. Los pecadores que se revuelcan en
el lodo como cerdos deben ser limpiados antes de entrar al Reino de Dios.
Esa limpieza profetizada por Ezequiel caracteriza la era del Nuevo Pacto
que Jesús el Mesías introdujo. Todos en el Reino deben ser lavados de la
mancha de su pecado. Deben nacer del agua.

2. Debes nacer del Espíritu. El Espíritu Santo es el agente de este nuevo


nacimiento. Él tiene acceso a nuestro íntimo ser, que es el centro de
control de nuestras vidas. Él logra este nacimiento espiritual porque Él es
el origen y el agente del cambio. Él regenera el corazón de una persona. Él
entra en nosotros y nos transforma desde adentro.
Una niñita una vez recogió un botón de una rosa y trató de abrirlo,
primero arrancando las hojas verdes de la rama que sostenían al botón,
después quitando los pétalos; pero terminó destruyendo la flor. Lloró
mientras le mostraba a su mamá el botón arruinado. Señalando a otras
rosas en un jarrón, preguntó: “¿Por qué mi rosa no es como esas?”. Su
madre contestó: “Porque aquellas se abrieron desde adentro”.
De igual manera Jesús reta a Nicodemo, recordándole lo que el Señor
dice en Ezequiel 36:26: “Les daré un nuevo corazón, y les infundiré un
espíritu nuevo; les quitaré ese corazón de piedra que ahora tienen, y les
pondré un corazón de carne”. Nicodemo, un reconocido maestro de las
verdades del Antiguo Testamento, ignora las primeras nociones de las
bendiciones del nuevo pacto: la limpieza del corazón, o ser nacido del
agua; y un corazón de carne, o el nacimiento de un nuevo espíritu. Jesús
nos afirma que sin la obra de Dios Espíritu Santo no puedes entrar al
Reino de Dios.
Nicodemo tenía las Escrituras y las predicciones de Dios acerca del
Mesías. Entendía todo; y a la vez, no entendía nada. Un compañero que
conozco leyó La Granja de Animales de George Orwell cuando era niño.
No se perdió de nada en la historia de los animales, pero no logró
entender la aplicación del libro, la cual resulta ser una alegoría política.
Así fue con la enseñanza de Ezequiel sobre la venida del Espíritu en los
creyentes. Nicodemo no comprendería de lo que hablaron Joel, Ezequiel,
Isaías y Jesús sino hasta el Pentecostés y el derramamiento del Espíritu
Santo.
Nuestro Salvador declara la absoluta necesidad de un nuevo
nacimiento. A menos que vuelvas a nacer no puedes entrar al Reino de
Dios. Permanecerás ciego a Su realidad y para siempre serás un extraño
al Reino. Cuando a George Whitefield le preguntaron por qué predicaba
tan seguido sobre las palabras “debes nacer de nuevo”, sencillamente
contestó: “¡Porque debes volver a nacer!”. Sin un nuevo nacimiento no
irás al cielo. Sin este nuevo nacimiento estás destinado al infierno.
LIMITACIONES DE LA CARNE

El Señor Jesús le ofrece dos alternativas a Nicodemo. Él le declara: “Lo


que nace de la carne, carne es; y lo que nace del Espíritu, espíritu es” (Jn
3:6 RVC). Aquí la palabra carne significa la naturaleza humana
pecaminosa y caída. De modo que todo lo que la carne puede producir es
una naturaleza humana pecaminosa y caída. Tus padres te pueden dar
mucho, pero ellos no te pueden dar el nacimiento divino que viene de lo
alto. Lo que es engendrado por la procreación y sale del vientre es un
bebé con una naturaleza humana pecaminosa. “Yo sé que soy malo de
nacimiento; pecador me concibió mi madre”, dice David (Sal 51:5). De
igual modo, Job pregunta: “¿Quién de la inmundicia puede sacar pureza?
¡No hay nadie que pueda hacerlo!” (Job 14:4).
Sólo el Espíritu puede dar a luz al espíritu en un hombre o en una
mujer. Porque tal y como lo estipula Juan 1:13, las personas no nacen
físicamente en la familia de Dios; más bien, “estos no nacen de la sangre,
ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de
Dios”. Lo único que puede transformar a una persona y capacitarla para
agradar y glorificar a Dios es un cambio producido por Dios Espíritu
Santo. Sin eso, todo lo que tienes es carne. Puede ser una carne bien
alimentada y tonificada; puede ser carne bien lavada, perfumada y bien
vestida; puede ser carne bien educada y docta; puede ser carne religiosa y
ética; puede ser carne políticamente importante o elocuente y acreditada,
pero al final solo es carne. Nicodemo puede tener los mejores atributos,
pero todavía es nacido de la carne. Eso significa que las siguientes
afirmaciones son ciertas sobre él y sobre todas las personas de la carne,
incluyéndote a ti y a mí:

1. Su mente es hostil a Dios y no puede agradarlo. En su carta a los


Romanos Pablo observa: “La mentalidad pecaminosa es enemiga de Dios,
pues no se somete a la ley de Dios, ni es capaz de hacerlo. Los que viven
según la naturaleza pecaminosa no pueden agradar a Dios” (Ro 8:7-8).
Como Jesús, Pablo enseña que la naturaleza pecaminosa puede ser bien
educada, bien alimentada, elocuente, poderosa en la sociedad e influyente
en la religión, como lo era Nicodemo, pero nada hecho “en la carne”
puede agradar a Dios. La mente pecaminosa es hostil a Cristo. Grita:
“¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Declara: “¿Quién es el Señor para que
obedezca Su voz?”. Se rebela diciendo: “No tenemos más rey que César”.
La mente de la carne es un puño apretado y levantado contra Dios.

2. No puede venir al Rey. En Juan 6:44 Jesús dice: “Nadie puede venir a
Mí si no lo atrae el Padre que Me envió”. El primer paso de tu camino
hacia Jesús es alejarte de cualquier confianza que tengas en ti mismo,
reconociendo tu culpa, vergüenza y pobreza. Tienes que ir a Jesús para
encontrar la salvación. Pero el Salvador dice que nadie viene a Él
mientras se esté en la carne. Las personas están imposibilitadas para
aplicar ese cambio transformador que condena los pensamientos
orgullosos y que da la espalda a todo lo que ellos son. Están
imposibilitadas de ir a Jesucristo y rogar: “Lávame, Salvador, o de lo
contrario moriré”. Ninguno puede pasar de vivir en la carne a vivir en
Cristo a menos que el Espíritu de Dios obre primero un gran cambio en
su corazón y a menos que el Padre que envió al Hijo atraiga al pecador a
Cristo.

3. Solo puede producir las obras de la carne. Pablo registra en Gálatas


5:19-21: “Las obras de la naturaleza pecaminosa se conocen bien:
inmoralidad sexual, impureza y libertinaje; idolatría y brujería; odio,
discordia, celos, arrebatos de ira, rivalidades, disensiones, sectarismos y
envidia; borracheras, orgías, y otras cosas parecidas. Les advierto ahora,
como antes lo hice, que los que practican tales cosas no heredarán el
Reino de Dios”. La influencia de la gracia de Dios en Israel, recibir una
educación sabia dentro de una familia creyente, el conocimiento de las
Escrituras y las restricciones de la sociedad, todo esto en conjunto puede
tomar medidas drásticas contra las expresiones más descabelladas de la
carne, pero estos deseos carnales subyacen como semillas en los
corazones de todas las personas. Y la carne puede hacer que esas semillas
florezcan, como lo hicieron un día en la vida del pastor que escribió el
Salmo 23. En una ocasión, después de haber sido coronado rey, David
caminaba por la azotea de su palacio, y vio a una hermosa mujer que se
bañaba. Las acciones malvadas de la naturaleza pecaminosa brotaron en
el corazón de David, causando toda clase de discordias, incluyendo el
adulterio, el engaño y el homicidio. Esta visión del hombre natural es
muy pesimista. Su única esperanza es un nacimiento de lo alto.
CÓMO NOS CAMBIA EL ESPÍRITU

A veces la Biblia usa figuras para describir la obra de la regeneración. Una


de ellas es la imagen de quitar un corazón de piedra y reemplazarlo con
un corazón de carne. También emplea la figura de hacer una nueva
creación de lo que estaba muerto en pecado. Usa la imagen de la
resurrección por el poder que levantó a Cristo de los muertos. Todos estos
símbolos nos dicen que nosotros, que una vez estuvimos muertos en
delitos y pecados, podemos ser revividos por Dios Espíritu Santo por
medio de la obra redentora de Jesucristo.
En Juan 3 Jesús usa la figura de ser engendrado o nacido del Espíritu.
Nadie puede estar seguro de cuál sea la expresión exacta, pero sea la que
sea, ambas frases significan una cosa: somos completamente
dependientes del Espíritu para la increíble transformación que se lleva a
cabo en el nuevo nacimiento. También aprendemos lo siguiente:

1. El nuevo nacimiento es una obra soberana del Espíritu. El Señor dice


en el versículo 8, “El viento sopla por donde quiere, y lo oyes silbar,
aunque ignoras de dónde viene y a dónde va. Lo mismo pasa con todo el
que nace del Espíritu”. La palabra hebrea para espíritu es ruah, que
también es la palabra para el viento que sopla o el aliento de Dios. En el
día de Pentecostés, el Espíritu Santo vino sobre los creyentes como un
poderoso viento impetuoso.
Si fueras dueño de un parque eólico en una montaña en Gales, querrías
que el viento soplase constantemente, ni muy fuerte ni muy débil, para
que cada día pudiera generar corriente eléctrica. Podrías querer vender
esa electricidad a una compañía de energía, pero no tendrías poder sobre
el viento. Te podrías levantar temprano y gritarle al viento como los
profetas de Baal le gritaron a su dios. Podrías gritar: “¡Viento del este,
sopla a 50 kilómetros por hora!”. Podrías ver la veleta y saber de dónde
sopla el viento; podrías adivinar o leer su velocidad en un anemómetro,
pero no tendrías poder sobre el viento. Jesús declara: “Lo mismo pasa
con todo el que nace del Espíritu” (v. 8).
Todo el que busca el Reino de Dios es nacido por medio de una obra
soberana de Dios. El Señor no pone esa obra en las manos de nadie más.
Es su prerrogativa divina y nadie más comparte esa obra. Dios no le da a
los evangelistas un “interruptor del Espíritu” para que lo opriman
mientras Él llama a las personas a la salvación. La obra del nuevo
nacimiento no es una obra humana.
Considera las palabras de Santiago 1:18: “Por su propia voluntad nos
hizo nacer mediante la palabra de verdad”. Santiago dice que la elección
de hacer nacer a los creyentes es de Dios. Para entrar en el Reino de Dios
dependemos completamente de una acción del Espíritu. Este nacimiento
se compara con el nacimiento físico por el cual entramos al mundo. No
fuimos engendrados por nuestros padres porque nosotros decidimos
nacer. No fuimos una voz que clamó en la mente de uno de nuestros
padres diciendo: “Quiero la vida. Quiero ser una niña que de adulta llegue
a medir 1.70 metros, de pelo rubio, ojos azules, coeficiente intelectual
alto, talentos musicales y un buen sentido del humor”. Nuestros padres
nos concibieron y nos tuvieron sin nuestro consentimiento. Así también
el Espíritu Santo dispone nuestro nuevo nacimiento. El viento sopla con
certeza y eficacia en donde quiere. El viento no está a nuestra disposición,
ni tampoco lo está el poder regenerador del Espíritu.
Podrías preguntarte: “De modo que si el Espíritu se mueve, seré salvo;
y si Él no se mueve, no seré salvo. ¿Así que no debo hacer nada más que
esperarlo?”. No; eso es fatalismo. Es como si un pescador dijera al inicio
del día: “Si voy a salir a pescar, entonces el viento debe soplar hoy”. Eso
es cierto, pero si el pescador no hiciese nada, incluso si se negase a soltar
las velas de su bote, no pescará nada. El viento de Dios debe soplar, sí,
pero el pescador debe elevar las velas para poder pescar.
Asimismo, tú debes escuchar la predicación de la Palabra de Dios,
convertir el sermón en una oración y clamar a Dios: “Crea en mí un
corazón limpio, oh Dios”. Los hombres y las mujeres son nacidos del
Espíritu, nos dice el versículo 8, pero el versículo 16 también nos declara
que cualquiera que crea en Él no perecerá sino que tendrá vida eterna.
Debes creer en el Señor Jesucristo. Ya sea que sientas algo o no, debes
clamarle para que te ayude a entregarte a Él. Como se nos insta en
Hechos 16:31: “Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo”.
Vamos a suponer que a un bebé en el vientre de su madre se le
diagnostica espina bífida*. El doctor le dice a la madre que una operación
prenatal puede ayudar al bebé. Ella contesta: “No, no quiero que se le
practique una cirugía. Si mi bebé va a mejorar, va a mejorar sin la
operación”. Eso es fatalismo. Alguien que cree en la soberanía de Dios
dará su consentimiento para que la operación se lleve acabo, y durante la
cirugía orará fervientemente a Dios para que el bebé sea sanado por
medio de la extraordinaria habilidad del cirujano.
Igualmente, Ezequiel vio un valle lleno de huesos secos. Cuando se le
preguntó si podían vivir, el profeta clamó a Dios: “Profetízales”,
respondió el Señor. Así que Ezequiel les habló a los huesos y ellos se
juntaron y vivieron. Profetiza y clama a Dios, quien puede hacer que los
huesos muertos vivan. El nuevo nacimiento es una obra soberana del
Espíritu.

2. El nuevo nacimiento es una obra efectiva del Espíritu. “Mira el


viento”, decimos mientras los árboles se mecen y se sacuden, las
banderas ondean y las ropas en el tendedero se mueven en sus pinzas.
Pero lo que ves no es el viento; es el efecto del viento. El sonido de un
viento que aúlla tampoco es el viento, solo es la evidencia de que un
fuerte viento está soplando. De modo que si eres nacido del viento del
Espíritu no veremos al Espíritu, pero debemos escuchar Su presencia en
tu hablar si es que Él está en ti, y tú lo debes ver en tu andar diario si es
que Él está obrando en ti.
En su primera carta, Juan enumera las evidencias de las actividades del
Espíritu. Primeramente nos dice: “Reconozcan también que todo el que
practica la justicia ha nacido de Él” (1Jn 2:29). Por lo que un hombre que
es padre, esposo, empleado, vecino y miembro de la iglesia hará lo
correcto en todo lo que haga por la fuerza del Espíritu que mora dentro
de él.
La segunda evidencia del Espíritu, de acuerdo con 1 Juan 3:9, es esta:
“Ninguno que haya nacido de Dios practica el pecado, porque la semilla
de Dios permanece en él; no puede practicar el pecado, porque ha nacido
de Dios”. El Espíritu Santo es santo, de modo que el fruto que produce es
un fruto santo. Él hace a Su pueblo fructífero en un mundo pecaminoso y
hostil que lo seduce a abandonar al Señor. Dios guarda de las tentaciones
a los que son nacidos de Él, tal y como 1 Juan 5:4 nos lo declara: “Porque
todo el que ha nacido de Dios vence al mundo”.
Tercera evidencia: Juan nos recuerda las dimensiones verticales y
divinas de la vida del Espíritu. Es bueno hacer lo correcto y no continuar
en pecado, pero eso no es suficiente para los hijos de Dios. Como lo
estipula 1 Juan 4:7: “Todo el que ama ha nacido de Él y lo conoce”. Y
añade en 1 Juan 5:1: “Todo el que cree que Jesús es el Cristo, ha nacido de
Dios”. Si alguien confiesa: “En verdad creo que Jesús de Nazaret es el
Mesías”, podemos entonces responder diciendo: “Has nacido de Dios”. El
nacimiento por el Espíritu es sumamente eficaz en cambiar a los que una
vez estuvieron dominados por la carne.

3. El nuevo nacimiento es una obra misteriosa del Espíritu. Los


habitantes de las Islas Británicas todavía hablan del fuerte viento que
sopló el 15 de octubre de 1987. Ese viento sopló en mi cumpleaños, de
modo que lo recuerdo bien. Sopló a 196 kilómetros por hora en Norfolk y
a 153 kilómetros por hora en el Centro Meteorológico de Londres. La
temperatura se elevó casi diez grados centígrados en veinte minutos; esto
pasa solo una vez cada doscientos años. Cientos de miles de árboles
fueron derribados y miles de hogares se quedaron sin techo.
Sería un necio si creyera que mi siguiente cumpleaños traerá otro
poderoso viento del cielo porque sé que Dios es absolutamente soberano
sobre los huracanes. Sin embargo, sí pido que Dios envíe el poderoso
viento de Su Espíritu a nuestro país como lo hizo cuando Spurgeon
predicaba en Londres en las décadas de 1850 y 1860 o cuando, un siglo
antes, Whitefield y Wesley predicaron por Inglaterra y Gales.
No sé por qué Dios favoreció a mi país con un Gran Avivamiento en los
siglos dieciocho y diecinueve y desde entonces no lo ha hecho otra vez. No
sé por qué una hermana en una familia es regenerada por el Espíritu y la
otra no, siendo que ambas han experimentado las mismas influencias
piadosas en el hogar y la iglesia. ¡Qué misterio es la regeneración! Es un
misterio en sus receptores y en cómo el Espíritu opera dentro de
nosotros. Como lo escribe de una manera tan bella el autor de himnos D.
M. Whittle:

No sé cómo se mueve el Espíritu,


Convenciendo a los hombres de pecado,
Revelando a Jesús por medio de la Palabra,
Creando fe en Él.

Algunas personas reciben solo una pequeña parte de la verdad. No


obstante, Dios se complace en usar eso para salvarlas; mientras que otras
deben tener su bocas llenas de la verdad hasta que rebose por sus oídos
antes de ser regeneradas. Con algunos es difícil saber en qué momento
exacto el Espíritu de Dios les dio un nacimiento del cielo, como es el caso
de Pedro. ¿Pedro fue nacido de arriba cuando Jesús le dijo: “Sígueme”, y
el pescador lo siguió? ¿O fue cuando Pedro declaró en Cesárea de Filipo:
“Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”?
Sabemos que Saulo de Tarso volvió a nacer en el camino a Damasco
cuando Jesús lo confrontó. Algunos de ustedes conocen el día cuando
volvieron a nacer, mientras que otros de ustedes no están seguros ni
siquiera del año, pero todos los que son verdaderos hijos de Dios pueden
clamar: “Sé en quién he creído, y estoy seguro de que tiene poder para
guardar hasta aquel día lo que le he confiado” (2Ti 1:12). Eso es
suficiente. Tú sabes que no puedes ir al cielo sin un nuevo nacimiento.
Sabes que no puedes pretender haber nacido de nuevo sin una vida de
santidad y amor por Dios. Eso es suficiente.
No nos debemos atribular por no haber tenido una experiencia
dramática que nos haya llevado a la salvación, ni por el hecho que nuestra
convicción de pecado llegara después de nuestra conversión en vez de
antes. En cambio debemos reflexionar en las grandiosas palabras de Juan
3:16: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito, para
que todo el que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Te
debes entregar tal como eres al Señor Jesús. Cuando hagas esto, puedes
estar seguro de que el Espíritu de Dios estará obrando en ti, dándote un
nuevo nacimiento y haciendo todo nuevo.

* La espina bífida es una malformación congénita en la que existe un cierre incompleto del tubo
neural (al final del primer mes de vida embrionaria) y posteriormente, el cierre incompleto de las
últimas vértebras
8
EL PADRE ENVÍA
AL CONSEJERO

Y yo le pediré al Padre, y Él les dará otro Consolador para que los


acompañe siempre: el Espíritu de verdad, a quien el mundo no puede
aceptar porque no lo ve ni lo conoce. Pero ustedes sí lo conocen,
porque vive con ustedes y estará en ustedes.
Juan 14:16-17

Doce jóvenes discípulos habían sido llamados de sus trabajos como


pescadores y recolectores de impuestos. Habían dejado a sus familias y
hogares para viajar con el itinerante rabí Jesús. Habían experimentado
años de milagros asombrosos, enseñanza impresionante y provisión fiel.
Se les había echado en el regazo “una medida llena, apretada, sacudida y
desbordante” (Lc 6:38). ¡Qué viaje habían emprendido estos
predicadores errantes!
Pero ahora el Maestro de esos discípulos había comenzado a confirmar
las insinuaciones que les había dado antes, de que era tiempo que Él los
dejara. ¿Qué estaba pensando? Jesús había alterado tanto sus vidas que
nunca volverían a ser los mismos. No podían regresar a lo que hacían
antes de seguir al joven rabí, pero tampoco podían seguir adelante sin Él.
¿Qué pasaría con ellos?
Estarían en un tren sin conductor. Aun así, ¿cómo podrían bajarse de
ese tren? Habían estado soñando que el Reino prometido sería
restaurado a Israel y que ellos participarían en el reinado del Rey Jesús.
Sin embargo, ahora había poca evidencia de ese nuevo reino. ¿Cómo
podrían construir un reino sin el Rey?
Los discípulos estaban perplejos. Tenían miedo de no poder salir
adelante sin Jesús. Siempre lo habían necesitado. Fue entonces cuando
Jesús les dio el más maravilloso sermón que jamás habían escuchado,
describiendo el futuro y diciéndoles que no se atribularan sino que
siguieran confiando en Él. Jesús había preparado una nueva provisión
para ellos.
LA PROMESA DE JESÚS DE UN CONSOLADOR

Jesús tranquiliza los temores de sus discípulos diciendo: “Y Yo le pediré


al Padre, y Él les dará otro Consolador para que los acompañe siempre: el
Espíritu de verdad” (Jn 14:16). El Espíritu Santo, que da a luz desde lo
alto, no huye después de hacer Su obra sobrenatural de regeneración. No
abandona a los creyentes desamparándolos, sino que promete
permanecer con ellos para siempre.
Jesús les asegura a los discípulos que ellos tendrán acceso ilimitado al
Espíritu Santo de verdad. Él hace una pausa a medio sermón para
asegurarles a Sus discípulos que “les conviene que me vaya porque, si no
lo hago, el Consolador no vendrá a ustedes” (Jn 16:7). ¿Tranquilizó esto
sus temores, o se sintieron aún más desilusionados? ¿Veían, como
muchos de nosotros, al Espíritu Santo como la “persona sin rostro” de la
Deidad?
Cuando pensamos acerca de Dios Padre nuestros corazones se
conmueven por el amor que le tenemos. Cuando pensamos en nuestro
Salvador Jesús, lo amamos por haber puesto Su vida por nosotros. Pero
es un poco difícil relacionarse con el Espíritu Santo. Déjame probarte
preguntándote que preferirías tener hoy: ¿la presencia física del Señor
Jesús hablándote, respondiendo tus preguntas y dándote consejo, o a
Dios Espíritu Santo en ti fortaleciéndote, alumbrándote y guiándote a la
pureza?
LA TRINIDAD EN NOSOTROS

El Espíritu es Dios, el Hijo es Dios y el Padre es Dios, y estos tres son un


solo Dios. Cuando Cristo asciende al cielo, las tres personas de la Deidad
morarán en los discípulos. Es difícil pensar que la Trinidad está en
nosotros. Sin embargo, esto se ve claramente en el gran sermón de Juan
14. En el versículo 18, Jesús les asegura a Sus discípulos que, habiéndolos
sacado de sus familias y sus hogares, no los dejará huérfanos. Les afirma:
“No los voy a dejar huérfanos; volveré a ustedes”. Esto se hará evidente
en Su regreso de la muerte en el poder de la resurrección, cuando Él
vivirá como su Salvador en el poder de una vida eterna. También será
verdad en Su segunda venida en las nubes y con gran gloria al final de los
tiempos. En ese tiempo y para siempre será visto como el “Padre eterno”
de Su pueblo (Is 9:6). Pero antes de ese tiempo de gloria, este hecho
también será verdad para los doce discípulos mientras buscan cumplir el
fin principal de su vida: glorificar a Dios y gozar de Él para siempre.
El Señor Jesucristo nunca dejará a esos discípulos (ni a nosotros)
porque Él nos lo promete: “Les aseguro que estaré con ustedes siempre,
hasta el fin del mundo” (Mt 28:20). Este maravilloso amigo estará más
unido a nosotros que nuestros propios hermanos o hermanas, que
pueden vivir a kilómetros de distancia y vernos, cuando mucho, una vez
al año, aunque sean huesos de nuestros huesos y carne de nuestra carne;
pero Jesús nunca nos dejará. ¡Qué amigo es Él para nosotros, por
siempre!
EN CASA CON DIOS

Jesús añade después otra promesa impresionante a los que lo aman y


obedecen Su enseñanza: “Mi Padre lo amará, y vendremos a Él, y con Él
nos quedaremos a vivir” (Jn 14:23). No seremos huérfanos sin hogar, sino
que iremos a un hogar creado por Dios.
Permíteme poner un ejemplo. Una pareja que amas hace un largo viaje
hacia tu casa cada cierto tiempo y se queda contigo un par de días. Es el
gran evento del año porque tu tiempo con ellos es de felicidad y
bendición. Te entristece verles marchar a casa. Ahora multiplica esa
experiencia por infinito. Piensa en Dios, el creador del universo, autor de
todos los dones buenos y perfectos que has recibido. Piensa en este Rey
de amor que te viene a ver junto con Su bendito Hijo, tu Salvador.
Ambos, Padre e Hijo, harán Su feliz hogar contigo. Nunca te sentirás
exhausto con Su presencia. Nunca pensarás: “¿No marcharán de una
vez?”.
Hans Christian Andersen admiraba mucho a Charles Dickens. Dickens
invitó una vez a Andersen a quedarse con él en Londres. Así que
Andersen fue a la Colina Gad en el verano de 1857. Él se quedó y se quedó
y se quedó. Andersen y Dickens no tenían mucho en común, así que por
el segundo mes Dickens comenzó a lanzar sutiles indirectas de que era
tiempo de que Andersen se fuera. Pero Andersen se quedó. Después de
que Andersen finalmente marchara, Dickens entró a su habitación y
escribió en el espejo: “Hans Andersen durmió en este cuarto durante
cinco semanas, ¡que a la familia le parecieron siglos!”. La bondadosa hija
de Dickens, Kate, describió a Hans como “un huesudo aburrido que se
quedó largo y tendido”.
Ningún cristiano se siente así cuando el Dios viviente llega para
quedarse. Más bien nuestros temores son lo contrario: que el Dios de
amor se vaya y que tal vez nos abandone. La Trinidad es el huésped
perfecto. No podemos imaginar la vida sin el Padre, el Hijo y el Espíritu
Santo, porque Ellos mitigan nuestras penas, curan nuestras heridas y
esfuman nuestros temores. Ellos hacen que la vida sea completa. El
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo hacen Su hogar en el cristiano más
joven y en el creyente más anciano.
Si le preguntas a una mujer en qué trabaja, puede que responda un
poco apenada y diga: “Solo soy un ama de casa”. Pero su esposo y sus
hijos se sienten sumamente amados porque gracias a lo que ella hace, la
familia es lo que es. Toda la familia depende de ella. En el hogar ella es
como el eje que sujeta las ruedas de una bicicleta; sin ella, los demás
serían como los rayos sueltos de la rueda. Su familia es bendecida porque
ella es el ama de casa. Así es con el cristiano; ¡la vida es buena porque el
Espíritu Santo ha hecho de nuestros corazones la morada de Dios!
UNA MORADA PROMETIDA POR LA ESCRITURA

Esta promesa de Jesús es otro ejemplo de lo que se prometió y se cumplió


en la Escritura. En el Antiguo Testamento, Ezequiel profetizó que el
Señor purificaría y limpiaría a Su pueblo y pondría un nuevo espíritu
dentro de ellos. Esa promesa se cumplió en el Nuevo Testamento con la
venida de Cristo y el nuevo nacimiento de Sus discípulos.
Una vez más, en el Antiguo Testamento, el rey Salomón pregunta con
indecisión durante la dedicación del templo: “Pero, ¿será posible, Dios
mío, que Tú habites en la tierra? Si los cielos, por altos que sean, no
pueden contenerte, ¡mucho menos este templo que he construido!” (1R
8:27). En el discurso del Aposento Alto de Juan 18, Jesús calma el temor
de Salomón y de los demás diciendo que sí, Dios verdaderamente morará
en la tierra, primero en la encarnación del Hijo de Dios y después cuando
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo moren en la tierra en las vidas del
pueblo de Dios. Dios anticipa este tiempo con deleite, declarando:
“Habitaré entre ellos, y Yo seré su Dios y ellos serán Mi pueblo” (Ez
37:27).
Después, en Zacarías 2:10, Dios promete: “¡Grita de alegría, hija de
Sión! ¡Yo vengo a habitar en medio de ti!”. Esa promesa se cumple
cuando Cristo viene a la tierra como un bebé, puesto que Juan 1:14
anuncia: “Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros”. Lo que
Cristo logró en Su obra de salvación hace posible que los pecadores
creyentes se conviertan en la residencia del Dios santo. Dios imprime Su
nombre santo en la placa de bronce brillante que está al lado de la puerta
de entrada de nuestras vidas con marcas de gracia indeleble: “La Morada
del Dios Santo, Padre e Hijo y Espíritu Santo”. ¿Te das cuenta que eres la
residencia de Dios?
Piensa en cómo ese tema prosigue en el Nuevo Testamento. Pablo
escribe en 2 Corintios 6:16: “Porque nosotros somos templo del Dios
viviente. Como Él ha dicho: Viviré con ellos y caminaré entre ellos. Yo
seré su Dios, y ellos serán Mi pueblo”. Pablo también ora al Padre: “Le
pido que, por medio del Espíritu y con el poder que procede de Sus
gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo de su ser, para
que por fe Cristo habite en sus corazones” (Ef 3:16-17).
Estas promesas son las bendiciones del nuevo pacto; son parte esencial
de la vida eterna; son la gran marca de la fe evangélica. Si la esencia del
catolicismo romano se centra en la iglesia, en su sacerdocio y en sus
ceremonias, y si la esencia del modernismo se centra en el hombre y en
sus buenas obras en la sociedad, entonces la esencia del cristianismo se
centra en la morada de Dios en las vidas de Su pueblo. El Señor hace Su
hogar en cada cristiano. Al decir esto, no nos estamos definiendo ni
declarando como dioses; estamos proclamando que, por medio de Cristo,
este extraordinario y bondadoso acto de humildad por parte de Dios es el
privilegio de todos los que creen en Jesús. El Hijo de Dios se humilló en el
vientre de la virgen, y ese mismo Señor se humilla (se rebaja
voluntariamente, [Fil 2:7]) a Sí mismo al morar en nosotros.
UNA MORADA QUE IMPULSA LA SANTIDAD

¿Cómo puedes empezar a salir con una prostituta si Dios está morando
en ti?, le pregunta Pablo a la iglesia de Corinto. ¿Cómo puede alguno de
ustedes profanar el lugar santo de Dios? Tu cuerpo (los ojos con los que
ves, las manos con las que tocas, los pies con los que caminas) es una
persona habitada por el Hacedor de los astros, el amoroso Salvador y el
Espíritu de santidad.
Pero no hablemos de la presencia de Dios en nuestros corazones como
si fuese una amenaza, sino en términos de privilegio. Respondamos como
Sinclair Ferguson lo hizo una vez mientras recordaba el primer sermón
que escuchó sobre la morada del Señor en nosotros. Dijo que regresó a
casa después de esa reunión, apenas tocando el suelo con sus pies.
Examinemos lo que Jesús quiso decir específicamente cuando dijo que
el Espíritu Santo vendría a Sus discípulos como otro Consejero:

1. Él enviaría a otro Consejero. Don Carson enfatiza la palabra otro en la


declaración de Jesús cuando escribe:

En español solo tenemos una palabra para otro; en griego existen dos
palabras comunes y con frecuencia se distinguen por su significado.
Por ejemplo, en Gálatas 1:6-7 Pablo expresa asombro de que los
creyentes de Galacia pudieran abandonar tan rápido al que los había
llamado por la gracia de Cristo y se habían vuelto a “otro evangelio: que
no es otro”. El primer otro significa un evangelio diferente, mientras
que el segundo significa un evangelio de la misma clase. Es por esto
que la RVC traduce este pasaje “para seguir un evangelio diferente. No
que haya otro evangelio”. (LBLA lo registra así: “para seguir un
evangelio diferente; que en realidad no es otro evangelio”).
En Juan 14:16 la palabra para otro, en “otro Paracleto”, es la misma
palabra que el segundo otro de Gálatas 1:6-7. De modo que Jesús está
prometiendo, no un Paracleto diferente, sino un Paracleto que es
esencialmente del mismo tipo que Jesús.1

De modo que el Espíritu es otro Consejero que sería todo lo que Jesús
fue para los discípulos.

2. Él enviaría un Consejero. La palabra griega para “consejero” en la


promesa de Jesús es paracletos, transliterada como la conocida palabra
paracleto, que significa “una persona que es llamada junto a otra
persona”. La palabra paracleto fuera del Nuevo Testamento se refiere a
un consejero legal o a un consejero que está de pie a tu lado, como tu
abogado. Si estuvieras en problemas legales, le podrías preguntar a un
buen amigo: “¿Hablarías en mi nombre como mi consejero? ¿Defenderías
mi caso en la corte y dirías la verdad por mí?”. El Espíritu Santo fue el
amigo más íntimo de Jesús. Nadie podía hablar la verdad sobre Jesús
como el Espíritu. El Espíritu había estado con Cristo desde toda la
eternidad y después estuvo con Él durante Su vida en la tierra,
fortaleciéndolo y guardándolo.
Igualmente, Cristo ofrece el Espíritu Santo como abogado a cada
creyente. El Espíritu saca a relucir una exposición tras otra, un ejemplo
tras otro, un recuerdo o dicho tras otro para mostrarte la verdad, la
belleza y la gracia del Señor Jesucristo. El Espíritu Santo te muestra la
belleza, la santidad y la ternura del Señor Jesús. Él te muestra que Cristo
es un Cordero sin mancha ni defecto. Él habla al corazón de cada
cristiano, persuadiéndonos de que Jesús merece nuestro amor y servicio
constantes.
El Consejero también nos apoya cuando les decimos a los pecadores
que sus vidas están mal ante los ojos de Dios. Es como un fiscal que
expone los pecados del mundo. El Consolador también nos ayuda a
vencer nuestras limitaciones personales ayudándonos a hablar por el
Señor. Es una enorme fuente de poder y consuelo para nosotros mientras
trabajamos para Cristo. Él nos ayuda a entender quién es Jesús y qué ha
hecho.
Si unimos todas las descripciones de la obra del Espíritu,
correctamente lo podemos llamar el Vicario de Cristo. La palabra vicario
significa sustituto. Jesús les promete a sus discípulos que el Espíritu será
el sustituto de la presencia física del Señor Jesucristo. Después de Su
resurrección, Jesús dejó a Sus discípulos, y en Su segunda venida
regresará al mundo en Su cuerpo glorificado. Mientras tanto, Él y el
Padre envían al campo de batalla al glorioso y magnífico Sustituto para
hacer la obra del Hijo de Dios. El Espíritu está a nuestro lado, pero no
como una mera imitación del Señor Jesús puesto que el Espíritu es igual
en poder y gloria que Cristo.
El Espíritu continuará con la obra de Cristo de instruir, alumbrar y
santificar. Él vendrá a este mundo a enseñar y a aconsejar a los discípulos
y a guiarlos a toda la verdad (Jn 16:13). Dará testimonio al mundo de que
el mensaje del evangelio es verdad (Jn 15:26-27). Convencerá al mundo
de su pecado como Jesús lo hizo (Jn 16:8-11). De modo que la Deidad nos
hace conocer Su gracia y amor por el Espíritu. Él hace esto, no solo en
Galilea o Jerusalén, sino en todo el mundo. Piensa en Su obra en el siglo
dieciocho en Gales, en Inglaterra, por toda Escocia y Nueva Inglaterra. El
Espíritu estaba convirtiendo a pecadores de la oscuridad a la luz en dos
continentes justo al mismo tiempo.
Jesucristo Hombre predicó el Sermón del Monte en una montaña; en
esa ocasión no podía estar en ningún otro lado. Él habló en un aposento
alto una tarde antes de Su crucifixión. Pero hoy el Espíritu de Jesucristo
hace la obra de Jesús en miles de montañas y en diez mil aposentos, todo
al mismo tiempo. El Espíritu no conoce las limitaciones físicas cuando
ejerce la obra de Jesús. Es por esto que Jesús les pudo decir a los
discípulos que ellos harían mayores obras que Él. Porque todo lo que
harían sería a través del Espíritu, el Vicario de Cristo.

3. Él enviaría al Espíritu de verdad. En Juan 14:6 Jesús anuncia: “Yo soy


[…] la verdad”. En el siguiente capítulo, Jesús se refiere al Espíritu como
el Espíritu de verdad. Él declara: “Cuando venga el Consolador, que yo les
enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre,
Él testificará acerca de Mí” (Jn 15:26).
Para ser creyentes en Jesucristo, algunas personas tienen que vencer la
idea de que el evangelio es un cuento de hadas que un grupo de fanáticos
soñó acerca de un curandero martirizado, y que esta historia se fue
puliendo y adornando por un periodo de cien años. El enemigo de sus
almas les dice que los seguidores de Jesús divulgaron esta historia fuera
de toda proporción de lo que realmente sucedió. En otras palabras, que lo
que tenemos en los evangelios y las cartas es realmente un engaño
elaborado y una trama de mentiras. Pero considera el trasfondo judío de
los escritores del Nuevo Testamento. Estos hombres sentían la autoridad
del noveno mandamiento, que prohibía dar falso testimonio y cometer
perjurio. Para ellos hubiera sido blasfemo engañar a los demás,
especialmente sobre el santo Jehová. ¿Cómo podían hombres religiosos
construir semejante fraude?
No hay evidencia de tal engaño. Ni un solo creyente rompió filas para
decir: “Usted está siendo engañado por estos bribones”. En cambio, lo
que vemos en el Nuevo Testamento son hombres y mujeres que en los
treinta años posteriores a la resurrección, mucho antes de que se
inventaran los cuentos chinos, cuidadosamente investigaron y escribieron
un testimonio extraordinariamente uniforme de Jesucristo declarando:
“Este es quién Él fue; esto es lo que Él dijo; esto es lo que Él declaró; esto
es lo que Él hizo, y nosotros fuimos testigos de estas cosas. Daremos
nuestras vidas por su veracidad”. Muchos de los seguidores de Jesús sí
murieron por la verdad. Los apóstoles, en quienes moraba el Espíritu de
verdad que vino a ellos de parte de Dios mismo, los guiaron. Por el poder
y el discernimiento del Espíritu, estas personas testificaron sobre Cristo
de manera tal que su testimonio ha prevalecido más allá de su muerte.
En Juan 16:12-13, Jesús también se refiere al Espíritu de verdad
diciendo: “Muchas cosas me quedan aún por decirles, que por ahora no
podrían soportar. Pero cuando venga el Espíritu de la verdad, Él los
guiará a toda la verdad, porque no hablará por Su propia cuenta sino que
dirá solo lo que oiga y les anunciará las cosas por venir”. Este Espíritu
está obsesionado con la verdad. No está interesado en exageraciones
piadosas puesto que el engaño y las mentiras lo contristan.
Jesucristo no necesita las falsedades de los hombres. Él aparta a los
apóstoles lejos de cualquier idea que les haga creer que pueden ganar
seguidores para la causa de Cristo atando unas cuantas mentiras a sus
evangelios. Él no es el Espíritu conspirador o engañoso; Él es el Espíritu
de verdad. El mundo puede excusar una mentirita blanca, pero Jesús
declara que el Espíritu “dirá solo lo que oiga y les anunciará las cosas por
venir” (Jn 16:13). Jesús habló exclusivamente las palabras que el Padre le
dio; asimismo el Espíritu Santo solo habla lo que oye del Padre y del Hijo.
Él les diría a los discípulos “las cosas por venir”. Él conocía todo acerca de
los misterios de la partida de Jesús de este mundo y contaría esos
misterios a los discípulos.
Sin la presencia física de Jesús, los discípulos no estarían sin dirección
ni desprovistos de propósito. No se alejarían unos de los otros ni se
separarían debido a las acusaciones que se pudiesen dar entre ellos. La
ascensión de Jesús no fue el fin de Su obra; fue solo el comienzo. Jesús
nunca deja a Su pueblo plantado, sin provisión, sin guía, sin un protector
soberano o sin una explicación de la crucifixión del Hijo de Dios. No. Él
promete: “Los volveré a ver” (Jn 16:22 RVC). El Espíritu que viene a
nosotros es el sucesor de Jesús, enviado por el Padre como el Vicario de
Cristo. Él está con nosotros ahora tan cercano y amoroso como lo estuvo
Jesús de los discípulos durante los días de Su carne. Ellos podían correr a
Jesús y lanzarle abruptamente sus preguntas y problemas. Así nosotros
también podemos ir hoy al Consolador, el Espíritu de verdad, y clamarle:
“Ayúdame, Espíritu de Dios”. Nuestros clamores no son en vano, porque
la iglesia centrada en el evangelio es la comunión del Espíritu.
UNA MORADA MARCADA POR LA VERDAD

En Juan 14:17, Jesús les asegura a Sus discípulos que ellos ya conocen al
Espíritu, “porque vive en ustedes y estará en ustedes”. Aunque los
discípulos ya conocen al Espíritu, todavía no había sido derramado en
ellos en Su plenitud y gloria como lo sería en Pentecostés. Los discípulos
sabían del Espíritu por las enseñanzas del Antiguo Testamento que
revelaban que Él estuvo activo en la creación y era quien había ungido a
los reyes de Israel e inspirado a sus profetas.
Juan, Pedro y otros también habían experimentado el consuelo y poder
del Espíritu Santo mientras predicaban y echaban fuera demonios, eran
puestos a prueba en las sinagogas, aconsejaban al pueblo y predicaban a
las multitudes. Ya habían experimentado los dones capacitadores del
Espíritu, aunque todavía no estaban conscientes de que el Espíritu los
estaba ayudando. Todo el discernimiento y las convicciones morales que
habían desarrollado desde que seguían a Jesús de Nazaret habían venido
a ellos por medio del Espíritu. Conocían al Espíritu porque estaba
viviendo en ellos, pero aún no se hacía evidente en Su plenitud y gloria
como el Espíritu de Cristo. No verían eso hasta que el Señor Jesús se
levantara de los muertos, fuera exaltado a la diestra de Dios y derramara
Su Espíritu en la iglesia (Jn 7:39).
Jesús usa dos preposiciones cuando les habla a Sus discípulos sobre el
Espíritu. Les dice que el Espíritu estará con ellos y en ellos. No queda
exactamente claro que con ellos se refiera a la presencia del Espíritu en la
iglesia y en ellos se refiera a la presencia del Espíritu dentro de ellos como
individuos. Sin embargo, es claro que con ellos sugiere una asociación, un
intercambio personal o un tipo especial de comunión, mientras que en
ellos sugiere hacer una verdadera morada. Veamos más detenidamente
esta distinción.
1. El Espíritu está con nosotros. Como creyentes, el Espíritu está con
nosotros, incluso cuando dejamos de sentir Su presencia. Él está con
nosotros cuando, según nuestro juicio, la iglesia es más fría que el hielo.
Él está con nosotros porque Jesús proclama: “Él estará con ustedes”. El
Espíritu está con nosotros tanto como Cristo está con nosotros. De modo
que como cristianos somos una asociación del Espíritu, un movimiento
del Espíritu, un cuerpo del Espíritu, una comunidad del Espíritu y una
sociedad del Espíritu. El Espíritu está con todos nosotros y todos
nosotros lo necesitamos desesperadamente; la presencia del Espíritu
nunca es una opción en medio de nosotros. Necesitamos al Espíritu y nos
necesitamos unos a otros. No podemos crecer como cristianos en
aislamiento; si intentamos hacerlo, llegaremos a convertirnos en
creyentes distorsionados y minusválidos. Solo con el Espíritu crecemos
correctamente como miembros los unos de los otros, y bajo la influencia
de los hermanos en la fe, a quienes tenemos que amar con un amor
ferviente y puro. Así compartimos las cargas los unos de los otros
mientras compartimos la vida del Espíritu y los ministerios que el
Espíritu nos da.
El Espíritu está con nosotros mientras nosotros, la iglesia, enfrentamos
el futuro, escalamos montañas y cruzamos ríos. Él está con nosotros
mientras luchamos contra las tentaciones y somos formados a la
semejanza de Cristo. Crecemos con la inspiración colectiva del Espíritu,
con Su ministerio que edifica la confianza, con Su guía y Su poder que nos
guardan. No hacemos esto por nuestra propia cuenta. Proseguimos
conscientes de que el Espíritu está con todos nosotros.

2. El Espíritu está en nosotros. Tenemos necesidad del Espíritu


individual y personalmente. Sentimos esta necesidad especialmente
cuando estamos solos, cuando ningún otro cristiano está cerca, cuando
los miembros de nuestra familia, escuela y lugar de trabajo son guiados
por otro espíritu, o cuando vivimos lejos de un lugar de adoración. En
todo tiempo y lugar añoramos la presencia del Espíritu dentro de
nosotros, dándonos nueva vida, santificándonos y ayudándonos a lidiar
con la pérdida, la angustia y la ignorancia. El Consejero hace inmediata la
presencia de Dios, dando testimonio a nuestro espíritu de “que no
avanzamos solos contra el enemigo”, como lo expresa un autor de
himnos.
Haz una pausa y piensa en esto: el Espíritu es el Dios transcendente e
infinito, y este Espíritu inmensurable e inmenso escoge vivir dentro de
nosotros, pero nunca se reduce a confines tan estrechos. El Espíritu llena
los cielos y la tierra; no existe un lugar sin el Espíritu de Dios. Desde el
fondo del más profundo océano a la orilla más remota del cosmos, el
universo es confrontado por el Espíritu de Dios. Aun así, maravilla de
maravillas, el Espíritu escoge vivir dentro de nosotros para hacernos Su
hogar como sello de nuestra adopción personal en la familia de Dios. Él
nos da poder, nos instruye y nos hace santos mientras nos convence,
consuela y obra la fe y la confianza en nosotros. Él limpia, asegura, guía,
ayuda, intercede, transforma y dota a cada creyente con Sus dones.
De modo que el Espíritu está en nosotros y también con nosotros. En
ambos sentidos. Si pensamos que solo está en nosotros, caeremos en el
error de pensar que es nuestra pertenencia y que prácticamente podemos
controlarlo como si fuese nuestro propio espíritu personal. Eso aumenta
el peligro de no distinguir entre Dios Espíritu Santo y nuestro propio
espíritu: presentimientos, deseos, esperanzas y pretensiones. Podemos
decidir llegar a identificar tales incitaciones como la guía del Espíritu
Santo. Pero si alguien con demasiada frecuencia afirma que “el Espíritu
me dijo esto o me guio ahí o me impidió hacer aquello”, podríamos
sospechar de misticismo, lo cual es una difamación del Espíritu.
Necesitamos más que al Espíritu dentro de nosotros; lo necesitamos
también en Su ministerio con los demás hombres y mujeres cristianos.
Por un mismo Espíritu fuimos todos bautizados en un mismo cuerpo. Así
que debemos rendir cuentas y escuchar a nuestros hermanos en la fe que
desafían y rechazan nuestras intuiciones, nos reprenden en amor cuando
es necesario, medio bromean con nosotros, nos hacen poner los pies en la
tierra o nos dicen dulcemente: “Espera un momento; no creo que el
Espíritu me esté diciendo esas cosas a mí”. No podemos protestar
diciendo: “Él está en mí y yo sé lo que Él quiere que hagamos, así que se
tiene que hacer de esta manera”. El Espíritu también está con ellos.
Además, si piensas que el Espíritu está exclusivamente contigo, dejarás
de apreciar la maravillosa piedad del Dios todopoderoso que viene a
nosotros, establece Su morada en nuestras vidas y es el testigo interno de
verdad y poder. Si piensas que el Espíritu solo está con nosotros, eso
puede conducirte al fanatismo por una denominación en particular e
incluso al fanatismo de una secta. Todos los seguidores de Jim Jones
tomaron veneno y se suicidaron porque pensaron solo en el con del
Espíritu. Anunciaron: “Él está con nosotros, así que todos moriremos
juntos”. ¡Qué horror! El Espíritu debe estar en nosotros de manera
individual y también con todos nosotros. Ese discernimiento equilibrado
nos libera de la tiranía eclesiástica y el liderazgo de las sectas.
UNA PRESENCIA INTERNA QUE EL MUNDO RECHAZA

En nuestro texto el Señor declara: “[El Padre les dará] el Espíritu de


verdad, a quien el mundo no puede aceptar porque no lo ve ni lo conoce”
(Jn 14:17). Jesús le dijo a Nicodemo que él no vería el Reino de Dios a
menos que naciera del agua y del Espíritu. Para ver el Espíritu de Dios, el
Reino de Dios y el evangelio de Dios, Nicodemo tenía que morir al mundo
y ser regenerado en el espíritu; es decir, volver a nacer. En el Nuevo
Testamento, mundo por lo general se refiere a una entidad moral y
espiritual más que a una entidad geográfica y en el espacio. Mundo
representa así a la humanidad sin afecto, desafiante, egoísta y caída en
una podredumbre de deslealtad y en un hábitat de crueldad. El mundo
promueve la codicia y es la fuente de tortura, pornografía e infidelidad.
Con todo, Dios ama a este mundo y envió a Su Hijo a morir por él.
También envió Su Espíritu para regenerar, redimir y habitar en este
mundo.
El mundo se niega a aceptar la obra del Espíritu mientras lucha,
convence, ilumina y atrae a los pecadores a Él. La gracia es irresistible y
eficaz solo para aquellos que son escogidos para ser los elegidos de Dios.
El mundo no acepta la obra salvadora de Dios Espíritu en medio de él.
Argumenta diciendo: “¡No lo podemos ver! No conocemos a este Espíritu
del que estás hablando. Entendemos tu elocuencia, oratoria y persistencia
en hablar con nosotros. Incluso algo de lo que dices lo encontramos
atractivo. Pero, ¿ver y conocer al Espíritu de Dios? Eso es cosa de tu
imaginación. Para nosotros es inadmisible”.
Así que Jesús nos advierte que el mundo no lo puede aceptar porque no
lo ve ni lo conoce. Así que no nos debería sorprender que esa
incredulidad sea el contexto en el que se desarrollan nuestros ministerios.
El mundo no tiene el poder para ver y conocer a Cristo, por tanto no tiene
el poder para aceptarlo. ¡En qué círculo cerrado de miseria vive el
mundo!
Yo, también, debo ver a Cristo para recibirlo. Yo, al igual que el mundo,
estoy ciego a la obra del Espíritu. Oh, hombre miserable, ¿quién me
librará? Dios puede hacer lo que el mundo no puede. En amor, Dios da a
Su hijo. En amor nos da Su Espíritu. El Hijo logra el perdón y el Espíritu
aplica la vida y la gracia. El Espíritu viene y puedo ver a Cristo. El
Espíritu viene y puedo recibir a Cristo. Por gracia soy librado de la
esclavitud de la ceguera y la impotencia, y traído a la libertad de los hijos
de Dios.
Así que, ¿qué debo hacer? ¿Solo esperar? No. Debo clamar
poderosamente a Dios pidiendo Su Espíritu. Solo reconociendo mi propia
impotencia es que saldrá una verdadera oración buscando mi salvación
de este mundo.
UNA MORADA DADA DE PADRE A HIJO

Jesús les dice a Sus discípulos en Juan 14:16: “Yo le pediré al Padre, y Él
les dará otro Consolador para que los acompañe siempre”. Él, en efecto,
le dice a Dios Padre: “Aquí están Mis apóstoles, testigos oculares de Mi
gloria. Dales el Espíritu de verdad. Escribirán los evangelios y las cartas y
testimonios presenciales, incluyendo una revelación del cielo. Cada
cristiano por los siguientes dos mil años dependerá de lo que ellos
escriban para saber qué creer y qué rechazar. Guíalos a toda la verdad”.
Vemos lo que Jesús le está pidiendo al Padre que les dé. Diez versículos
después, Jesús le ruega a Su Padre que “les enseñará todas las cosas y les
hará recordar todo lo que les he dicho” (v. 26). Jesús pide que ni siquiera
una membrana separe las palabras que el Espíritu inspire de las palabras
que los autores de las escrituras registren. Lo que Pablo escribe, lo dice el
Espíritu; lo que el Espíritu dice, el apóstol lo escribe. Esto será así porque
Jesús le ha pedido a Su Padre que así sea. El abogado más confiable de
Jesús es el Espíritu, el Consejero, el Espíritu de verdad.
9
EL ESPÍRITU CONVENCE AL MUNDO
DE SU CULPA

Pero les digo la verdad: Les conviene que me vaya porque, si no lo


hago, el Consolador no vendrá a ustedes; en cambio, si me voy, se lo
enviaré a ustedes. Y cuando Él venga, convencerá al mundo de su
error en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio; en cuanto al
pecado, porque no creen en Mí; en cuanto a la justicia, porque voy al
Padre y ustedes ya no podrán verme; y en cuanto al juicio, porque el
príncipe de este mundo ya ha sido juzgado.
Juan 16:7-11

Las palabras de Jesús a Sus discípulos en Juan 16:7-11 son fundamentales


para nosotros para entender cómo obra el Espíritu Santo en el mundo. En
los versículos anteriores, Jesús prometió enviar Su Espíritu a Sus
discípulos para guiarlos a la verdad, para magnificar y para glorificar a
Cristo. Por la gracia del Espíritu, los creyentes también pueden participar
en esta obra, pero ahora preguntamos: ¿Qué es lo que específicamente
hace el Espíritu en el mundo y cómo vamos a trabajar conjuntamente con
Él?
Sin duda, el Espíritu sigue haciendo lo que hizo en el Antiguo
Testamento, es decir, dotar individuos de todas las creencias e ideologías
con inteligencia y habilidades creativas. Todas las personas son hechas a
la imagen y semejanza de Dios y a cada una el Espíritu Santo le muestra
Su bondad. Nuestro Dios también trabaja por medio de la autoridad y
reprime así a los transgresores de la ley mientras sostiene a los que
guardan la ley. También sabemos que el Espíritu le da a la gente
entendimiento, una degustación del don celestial (una muestra de Sí
mismo y una muestra de la Palabra de Dios) y los poderes del siglo
venidero (Heb 6:4-6). Esta obra del Espíritu Santo continúa en todos los
que son alcanzados por el evangelio de Jesucristo, por muy lejos que
estén. Sin embargo, la actividad principal del Espíritu Santo en el mundo,
como lo dice nuestro texto, es convencer al mundo de culpa en relación al
pecado, a la justicia y al juicio.
EL INTERÉS DE DIOS EN EL MUNDO

Muchas veces el evangelio de Juan atrae nuestra atención al interés que


Dios tiene en el mundo. Leemos en Juan 3:16 uno de los textos mejor
conocidos de la Escritura, que Dios Padre amó tanto al mundo que dio a
Su Hijo unigénito, para que todo el que cree en Él no se pierda, sino que
tenga vida eterna. Dios no envió a Su Hijo al mundo para condenar al
mundo sino para que el mundo sea salvo por Él. De modo que Dios Padre
está esencialmente interesado en el mundo.
Además, el evangelio de Juan atrae nuestra atención a la actividad de
Cristo en el mundo. El testimonio de Juan el Bautista era anunciar la
llegada de Cristo clamando: “¡Aquí tienen al Cordero de Dios, que quita el
pecado del mundo! (Jn 1:29). En la primera epístola de Juan también
leemos que Jesucristo es la propiciación, no solo por nuestros pecados,
sino por el pecado de todo el mundo. Así que tanto el Padre como el Hijo
están interesados en lo que la Escritura llama “el mundo”.
Ahora bien, Juan 16:8 llama nuestra atención a la actividad de Dios
Espíritu diciendo: “Y cuando Él venga, convencerá al mundo de su error
en cuanto al pecado, a la justicia y al juicio”. Jesús les está declarando a
Sus discípulos que pronto viene el día en que el Espíritu Santo se moverá
más allá de los confines geográficos de Israel para obrar entre personas
de todo el mundo. El muro de separación que prohibía estrictamente a
cualquier gentil el acceso a Dios en el templo será derribado por la obra
salvadora de Cristo. En Pentecostés, Dios Espíritu Santo se moverá fuera
de Jerusalén a Samaria y Judea y hasta los confines del mundo. Donde
quiera que vaya, el Espíritu convencerá al mundo de culpa en relación al
pecado, la justicia y el juicio.
Convencer a las personas de pecado es la obra principal del Espíritu
Santo en el mundo; si Él no hiciera esto, el mundo no sería convencido de
pecado. La marca del Espíritu Santo obrando en una congregación no es
el número de personas que adoran a Dios en esa iglesia, ni la duración de
sus reuniones, ni el número de programas que ofrece. Más bien, lo que
cuenta es la convicción que una congregación tiene de su indignidad.
Jesús comienza el Sermón del Monte anunciando: “Dichosos los pobres
en espíritu, porque el reino de los cielos les pertenece. Dichosos los que
lloran, porque serán consolados” (Mt 5:3-4). Él está hablando aquí
también de la obra de convencimiento de pecado del Espíritu. El Espíritu
Santo usará el pecado, la justicia y el juicio para convencer al mundo de
pecado, porque el interés superior del Reino de Cristo es liberar a los
pecadores de su culpa y perdición. James Montgomery Boice dice que
Juan 16:8 es “la mayor declaración en toda la Biblia de la obra del
Espíritu en lo que se refiere a la convicción de pecado y la regeneración, y
es un motivo de estímulo real para nosotros, como indudablemente lo fue
para los apóstoles”.1
POR QUÉ ES NECESARIA LA CONVICCIÓN DE PECADO

¿Qué tan importantes son para ti el pecado, la justicia y el juicio? ¿Hasta


qué punto son estos asuntos centrales para tu forma de pensar? Si estas
verdades no son centrales en tu ideología, no estás pensando los
pensamientos de Dios; y si no estás pensando los pensamientos de Dios,
la impiedad ha tomado posesión de tu mente y tus intereses. Que cada
predicador se pregunte cuánto del pecado, de la justicia y del juicio ocupa
sus sermones, pensamientos y práctica. ¿Qué tan interesados están los
predicadores de convencer a hombres y mujeres del pecado de
incredulidad?
Separados de esta obra del Espíritu Santo, los seres humanos caídos
nunca estarían de acuerdo con la realidad de su estado ante el Dios
Todopoderoso. ¿Qué otra cosa haría que un hombre orgulloso y
autosuficiente volteara y reconociera su propia culpa y vergüenza,
confesando que su única esperanza de misericordia y vida eterna es por
medio de la obra salvadora de su Señor Jesucristo? Ese es nuestro deseo
para cada persona que conocemos. No obstante, nuestros fracasos en el
evangelismo nos convencen de que una persona responderá a la Palabra
de Dios solo cuando el Espíritu Santo obre en ella. Solo con la ayuda del
Espíritu, una persona puede enfrentarse al pecado, a la justicia y al juicio.
Cuando el Espíritu convence a alguien de pecado, este hombre o esta
mujer dejará de ser un simple miembro del mundo y entrará al Reino de
Dios. El verdadero evangelismo es una obra soberana y divina que solo el
Espíritu Santo puede lograr.
El Hijo de Dios les anuncia a Sus discípulos en el aposento alto que
cuando el Espíritu Santo venga, Él convencerá a los pecadores. Sabrás
que el Espíritu Santo está presente cuando veas que las personas están
siendo convencidas de pecado. Esta actividad del Espíritu está de acuerdo
con Su obras como consejero. En un tribunal de justicia, un hombre está
en juicio. Un fiscal tiene la obligación de condenar a un criminal por
cometer un delito. Él presenta evidencia para probar que el hombre es
culpable. Trae a luz la verdad, mostrando precisamente lo que este
hombre ha estado haciendo.
De igual modo, el Espíritu Santo actúa como un consejero para
convencer al mundo de su pecado. Trae una sentencia de condenación
sobre el mundo, de tal modo que el descuido y la indiferencia de esas
personas se desploman bajo el peso probatorio de su culpabilidad. Lo que
al Espíritu le interesa no es acariciar los afectos de las personas morales y
justas para levantarles la moral, sino para tratar con hombres y mujeres
culpables, convenciéndolos de su pecado, de justicia y de juicio. Este es el
primer paso necesario en su vida espiritual, pues solo los enfermos
buscarán un médico.
LO QUE ES EL PECADO

Si le preguntas a una persona no creyente qué es el pecado, es posible que


su respuesta sea el asesinato, el robo, el incesto o cualquier otro de los
agravios que todos los días se reportan en las noticias. Por supuesto que
tales hechos detestables son pecado, pero mientras que una persona no
sepa que es culpable de tal actividad, puede que nunca se considere
pecador. Muchas personas piensan sobre el pecado en términos de
horribles manifestaciones externas. Dios, sin embargo, tiene un estándar
más riguroso. El Espíritu Santo convence a hombres y mujeres de que el
pecado también incluye lo siguiente:

1. El pecado es errar al blanco. Cada persona debe aspirar en


conformidad con la ley de Dios. Piensa en un arquero profesional
enseñando a un principiante cómo disparar una flecha a un blanco. El
blanco que Dios coloca delante de nosotros es amarlo con todo nuestro
corazón, alma, mente y fuerza, y amar a nuestros prójimos como a
nosotros mismos. La Escritura dice que ningún ser humano ha dado en el
blanco. Todos en el mundo han pecado y no han satisfecho no solo la ley
de Dios, sino tampoco la gloria de Dios. Ese es el estándar. No solo no
hemos lanzado la flecha en la diana; nuestras vidas ni siquiera están cerca
del blanco de tiro.

2. El pecado es traspasar el límite. Algunos “puestos fronterizos” marcan


los límites del Reino de Dios. El primero estipula que no debemos tener
dioses ajenos excepto al verdadero Dios viviente. El segundo, que no
debemos hacernos ídolos ni servir a los ídolos. El tercero, que no
debemos tomar el nombre de Dios en vano. El cuarto nos insta a recordar
el Sabbat y guardarlo como santo. El quinto, que debemos honrar a
nuestro padre y a nuestra madre. El sexto nos manda a no hacer violencia
a nadie. El séptimo prohíbe el pecado sexual. El octavo nos dice que
respetemos la propiedad privada de los demás y que no tomemos lo que
pertenece a otros. El noveno condena la mentira, mientras que el décimo
nos manda a no codiciar nada que le pertenezca a nuestro prójimo.
Dios ha establecido estos límites de tal manera que nadie los puede
mover. Debemos vivir nuestras vidas dentro del espacio cercado por estos
límites. El Señor llevará a juicio a los que deambulan fuera. Sin embargo,
cada uno de nosotros vagamos fuera de estas fronteras de forma
deliberada día tras día. A veces nos estrellamos contra las barreras de las
leyes de Dios en áreas prohibidas. A veces nos resbalamos una y otra vez
justo en las líneas divisorias. Pero ya sea que nos atrapen o no, estamos
transgrediendo las leyes de Dios. Y la transgresión de la ley es pecado.

3. El pecado es desafiar la justicia. El pecado es desobediencia. La


admirable voz de nuestro Creador, que en Su gracia se escuchó al
principio y fue registrada en la Biblia, todavía resuena en cada corazón
diciendo: “Mi voluntad es que los maridos amen a sus esposas; que las
esposas obedezcan a sus esposos; que los jóvenes hagan caso a sus
padres; que los predicadores proclamen estas verdades y que los prójimos
se amen unos a otros”. Estas son las órdenes del Creador para las
criaturas que viven, se mueven y tienen su ser en Él. Sin embargo, los
humanos constantemente responden con desafío a este orden de la
Creación: “¡No! No dejaremos que este Señor gobierne sobre nosotros”.

4. El pecado es vivir en una desafiante ilegalidad. Los hombres y las


mujeres no están destinados para vivir por su cuenta en este mundo. No
fueron creados para decir: “Bien, esto es lo que pienso de Dios, y
obedecerlo no es lo que escojo para tener una buena vida”. Tales personas
son ley para sí mismas; la manera en que escogen vivir termina en caos.
No estamos destinados para vivir por nosotros mismos sino para servir a
Dios, encontrando nuestro deleite principal en amarlo con todo nuestro
corazón.
EL ESPÍRITU SANTO NOS CONVENCE DE PECADO

El Espíritu Santo les enseña a los pecadores lo que es el pecado. Su obra


es convencerlos de que son pecadores. Él me convence de que mi vida ha
errado en el blanco, ha transgredido los límites de Dios, ha desobedecido
la voz de Dios y se ha rebelado contra Dios viviendo sin Su ley.
Cuando Dios Espíritu Santo viene a una persona y comienza la obra de
gracia en ella, se desvanece toda su auto-justicia ante la vista de Dios.
Esta persona ve que su problema no son los grandes pecados externos,
sino que el Espíritu Santo lo ha convencido de que el pecado es algo
interno. Es conducido hasta las profundidades de su ser, al grado tal que
llega a clamar: “He aquí, allí también encuentro pecado”. Él ve los efectos
del pecado, no solo en sus palabras y acciones, sino en sus pensamientos
y ambiciones, sus deseos y emociones, sus aspiraciones y afectos. Jesús
dice que no es lo que entra al cuerpo por comer alimentos impuros lo que
hace impura a una persona, sino lo que sale del corazón de un hombre;
eso lo conduce a actos ambiciosos, crueles, lujuriosos y destructivos. El
verdadero problema es el corazón humano. El problema no es que las
acciones humanas hayan errado al blanco; el problema es que el corazón
humano es rebelde contra su Creador. La lección más gloriosa es cuando
el Espíritu Santo convence a un pecador de su pecado.
Algunos de los Diez Mandamientos se encuentran en otros códices
religiosos. Pero el décimo mandamiento: “No codiciarás,” es propiedad
particular de la Escritura. El décimo mandamiento condena anhelar algo
o a alguien que le pertenece a otra persona. La Palabra de Dios no ve
simplemente lo que decimos o hacemos; va justo a las profundidades de
los manantiales del comportamiento humano y condena nuestra ansia
dolorosa por poseer lo que le pertenece a otro. La codicia es pecado.
Es posible que la codicia nunca nos lleve a pronunciar palabras
profanas o nos impulse a cometer actos pecaminosos, pero el deseo de
poseer lo que no puede ser nuestro, así como la envidia que sentimos
hacia los que sí tienen esas posesiones, son pecado. Es posible que esta
codicia nunca se delate en tu rostro ni por un parpadeo de descontento;
aun así, el deseo mismo es pecado. El pecado no solo es acción o palabra;
también es el pensamiento o el deseo incorrecto que se abriga en nuestro
corazón. También somos propensos a pensar que mientras podamos
mantener este pecado en secreto, no pecamos. Pero el Nuevo Testamento
dice que el mero deseo de pecar es pecado, puesto que el pecado es algo
interno.
Piensa en lo que Jesús revela sobre el sexto mandamiento: “No
matarás”. Él les declara a Sus discípulos que el mandamiento no solo
significa que no deben asaltar a una persona de forma física y violenta.
No solo se refiere a atracos y asaltos a una mujer y sus hijos. No solo
condena el homicidio involuntario, los bombardeos suicidas, el aborto o
la eutanasia. Mientras que todas esas acciones son pecado, el sexto
mandamiento también prohíbe el odio, la ira y el rencor. Podemos
mantener en secreto un pozo de desprecio; no obstante, eso no excusa la
raíz del menosprecio que arde dentro de nosotros. El deseo por la
respetabilidad, la buena imagen y la obediencia externa a la ley nos hace
controlarnos para evitar un ataque de palabras y hechos violentos. Sin
embargo, Cristo simplemente dice que odiar a alguien es pecado.
Jesús hace lo mismo con la ley que condena el adulterio. El
mandamiento no solo condena el acto de adulterio, sino también los
deseos desordenados de lujuria. La lujuria puede no expresarse en
acciones o palabras; sin embargo, saborear y recibir tales actitudes en
nuestros corazones es pecado. El pecado no es solo un asunto de palabras
y acciones; también es lo que yace en lo profundo de nuestros corazones.
Todos nosotros somos culpables de tal pecado. Podemos ver esa
depravación de manera particularmente clara en los niños. Les puede
faltar la fuerza física para expresar su pecado en acciones, pero sus gritos
constantes por llamar la atención y sus quejas revelan su depravación. Su
corazón constantemente exige con vehemencia “más, más y más”, cuando
rápidamente desechan los juguetes nuevos que recibieron en navidad y
quieren los regalos que un hermano o primo recibió. Un corazón enojado,
rencoroso, descontento e insatisfecho es el problema principal de cada
persona. Piensa en las quejas frecuentes, las demandas de atención y las
disputas mezquinas de las personas mayores en una residencia de
ancianos. Hasta las personas mayores deben ser convencidas de pecado
por el Espíritu Santo y confesar esos pecados ante Dios.
En particular, el Espíritu Santo tiene que convencer a hombres y
mujeres del pecado de rechazar a Cristo. La vida intachable de Jesús, Su
espléndida enseñanza, Sus extraordinarios milagros de sanidad, Su
autoridad sobre los vientos y las olas, e incluso Su acción de levantar a las
personas de la muerte son actos muy poderosos. Sin embargo, muchas
personas del mundo responden: “No estamos persuadidos de que todo
esto haya sucedido. No vemos que Jesús sea Dios. Me gustaría que fuera
posible estar seguro de esto”. Cristo es la manifestación suprema de Dios,
el resplandor de la gloria de Dios y la clara imagen de Su persona. No
obstante, las personas que lo conocieron cara a cara dijeron: “Este
hombre es un pecador”. Lo rechazaron a Él y a Sus demandas. Su actitud
fue tan aberrante como la de un esposo que después de veinte años de
matrimonio se vuelve contra su esposa diciendo que ella nunca lo ha
amado. Eso es una perversa incredulidad.
EL ESPÍRITU SANTO NOS CONVENCE DE JUSTICIA

Las personas no pueden realmente llegar a saber lo que es la justicia a


menos que el Espíritu Santo las convenza de ella. Un hombre que conozco
estaba estudiando en la universidad cuando algunos estudiantes
cristianos le dieron un testimonio convincente. Un día fue a su
dormitorio bajo una profunda convicción y clamó a Dios diciendo: “Oh,
Señor, hazme un hombre justo”. El Espíritu Santo lo hizo consciente de la
justicia por primera vez en su vida.
El Antiguo Testamento con frecuencia nos habla de la fuerte hostilidad
de Su pueblo hacia la justicia. Dios envió a una procesión de hombres
justos (incluyendo Noé, Abraham, Moisés, Elías y Jeremías) que les
hablaron a los judíos. ¿Puso el pueblo a estos profetas sobre un pedestal
exclamando: “Hemos estado buscando hombres de integridad toda
nuestra vida, y ahora, por fin, los hemos encontrado”?
No. La Biblia nos dice que el pueblo de Dios despreció a estos hombres,
considerándolos extremistas, fanáticos y alborotadores. En Hebreos 11 se
nos dice que hombres y mujeres justos fueron torturados. Algunos
enfrentaron burlas y azotes, mientras que otros fueron encadenados y
puestos en prisión. Fueron apedreados, aserrados por la mitad y muertos
a espada. Fueron destituidos, perseguidos y maltratados. Anduvieron sin
rumbo por desiertos y montañas, por cuevas y cavernas (Heb 11:35-38).
El mundo no era digno de estos profetas porque no valora a los hombres
justos. El mundo pudo haber sentido lástima por ellos, pudo haberse
compadecido de ellos, o pudo haberlos matado.
Cuando el Hijo de Dios vino a este mundo, las personas lo trataron
exactamente como habían tratado a los profetas que fueron antes de Él.
Aunque Él era el hombre más justo que el mundo ha conocido jamás, el
mundo se negó a aceptar esa verdad. Algunos declararon que Jesús era
Beelzebú y otros que tenía un demonio. Algunos dijeron que de acuerdo
con las leyes de Dios, Jesús debía ser declarado culpable de blasfemia y
sentenciado a muerte.
John Murray una vez habló sobre dos predicadores de Escocia. Uno
dijo en el sermón de la mañana que si la virtud descendiera del cielo, el
mundo entero se inclinaría ante ella. Por la tarde, el otro predicador
expuso en su sermón que la virtud había descendido del cielo y el mundo
lo crucificó. Ese es el juicio del mundo sobre la justicia de Cristo.
Qué diferente fue la visión de Dios Padre de Su Hijo. Él anunció
después del bautismo de Jesús: “Este es Mi Hijo amado; estoy muy
complacido con Él”. Dios habló dos veces desde el cielo para afirmar Su
proclamación de Jesús como el Hombre justo. Y aunque los hombres
encontraron culpable a Jesús y lo mataron, Dios lo levantó de la muerte
después de tres días. El mundo declaró que Cristo era injusto, pero Dios
lo exaltó a Su diestra y lo vistió de poder. Dios le dio un nombre sobre
todo nombre. El mundo pudo haber crucificado a Cristo, pero Dios lo
exaltó. El mundo lo declaró injusto, pero Dios lo llamó “el Justo.” El
mundo negó al Santo y Justo, pero Dios lo resucitó de la muerte. Dios
vindicó a Jesús en Su resurrección como una completa revocación al
juicio del mundo.
La tarea del Espíritu Santo es cambiar el veredicto del mundo y
convencer a las personas de la justicia de Jesús. Dios levantó de la muerte
a Jesús. La tumba estaba vacía; el cuerpo no estaba ahí. Las vendas y el
sudario estaban ahí, pero la piedra había sido quitada y el cuerpo ya no
yacía allí. ¿Quién se llevó el cuerpo de Jesús? Sus seguidores vinieron a la
tumba para embalsamar y perfumar el cuerpo de Jesús antes de que se
corrompiera por la muerte. Sus enemigos montaron una guardia armada
fuera de la tumba para evitar que alguien se robara el cuerpo de Jesús,
pero el cuerpo desapareció de la tumba.
Después de Su resurrección, Jesús se apareció a individuos y
multitudes de hombres y mujeres durante cuarenta días en toda clase de
lugares. Primero, Él se manifestó a las mujeres en el jardín, después a los
once discípulos en el aposento alto; posteriormente se les apareció en el
camino a Emaús a dos discípulos y después a Pedro. Se reveló a los
discípulos en el Mar de Galilea mientras pescaban y les preparó pan y
pescado para que desayunaran. Se apareció a quinientas personas juntas.
Después se despidió de Sus discípulos mientras ascendía en el aire y
levantaba Sus brazos en bendición hasta que una nube lo escondió de su
vista. Ya no esperaban verlo otra vez. En cambio, debían seguir haciendo
la obra que Él les había dado para exaltarlo como el glorioso Salvador por
el poder del Espíritu Santo.
Jesús se levantó de la muerte al tercer día para vivir en el poder de una
vida sin fin. Él, que una vez murió, ahora vive para siempre. Ese fue el
testimonio de los discípulos desde el día de Pentecostés en adelante. Dios
amó a Su Hijo justo y lo exaltó resucitándolo de la muerte. Esto era la
justicia encarnada. La vida de Jesucristo es la única vida verdaderamente
justa que este mundo ha visto jamás, y la prueba de esto es que Jesús ha
ido al Padre.
Después de que Pedro y Juan sanaron al hombre lisiado en el templo,
Pedro les anunció a las personas que estaban observando: “Rechazaron al
Santo y Justo, y pidieron que se indultara a un asesino. Mataron al Autor
de la vida, pero Dios lo levantó de entre los muertos, y de eso nosotros
somos testigos” (Hch 3:14-15). El Espíritu Santo da esa convicción a Su
pueblo. Jesús está ahora con el Padre en la gloria. Toda la predicación de
Hechos (de Pentecostés en adelante) se centra en la gloriosa exaltación
del Señor Jesús. Él es el Justo.
EL ESPÍRITU SANTO CONVENCE AL MUNDO DE JUICIO

Después de la muerte y resurrección de Jesús, el Espíritu Santo se


dispuso a revertir la evaluación que las criaturas caídas habían hecho de
Cristo. El primer juicio que Él cambió fue la opinión que las personas
tenían de sí mismas como personas decentes. El Espíritu Santo viene y
escribe en los corazones favorecidos que son pecadores bajo condenación
porque han rechazado a Cristo, quien es el Hijo de Dios.
El segundo juicio es la evaluación que el mundo hace de Cristo como
pobre, derrotado y muerto. El Espíritu Santo revierte ese juicio
convenciendo a las personas de que las cenizas de Jesús no están
enterradas en ningún lugar. Él ha resucitado de los muertos. Jesús es más
poderoso que la muerte. Él es el Justo que ahora está escondido de los
ojos de las personas porque Él ha sido exaltado a la diestra de Dios en el
cielo.
Tercero, el Espíritu Santo revela la calumnia de Satanás sobre Cristo.
El engaño del príncipe de las tinieblas puso a Jesucristo en la cruz. La
crucifixión de Jesucristo fue el crimen de primer orden de la historia
humana, perpetrado por los enemigos de la verdad. El Espíritu Santo
logra la revocación de este crimen al revelarle al mundo que Satanás fue
el que realmente ha sido condenado por la muerte de Jesús. Sí, los
hombres condenaron a Jesús; tanto el tribunal superior de los judíos
como los representantes de César juzgaron a Cristo como digno de
muerte. Pero en la muerte de Cristo, Dios, el poderoso Juez de todo,
estaba reconciliando al mundo con Él mismo. De hecho, Dios entregó a
nuestro Señor a los judíos y a los gentiles para que lo crucificaran, porque
la muerte de Cristo estaba decretada por el determinado consejo y la
presciencia de Dios. La crucifixión del Hijo de Dios, el mayor pecado que
el mundo ha conocido, fue perpetrado por fuerzas que odian la verdad.
Pero cuando esto sucedió, Dios mismo abrió las tapas del infierno de par
en par y salieron todas las huestes malignas para alegrarse de que el
Santo había sido crucificado.
El evento más importante en la historia del universo fue el juicio de la
cruz. Jesús fue crucificado fuera de los muros de la ciudad de Jerusalén
en un punto donde un grado de latitud se cruza con un grado de longitud,
en el calendario de la historia, ante los ojos del representante de Roma y
atestiguado por los principales sacerdotes judíos. Sin embargo, todos
ellos eran totalmente ajenos a lo que verdaderamente estaba sucediendo.
Cierto, a un moribundo ladrón se le concedió la gracia para darse cuenta
quién estaba siendo crucificado. Pero la gran mayoría no vio que el
príncipe de este mundo no salió de la crucifixión como un victorioso
vencedor, sino como un condenado y derrotado.
El Hijo de Dios tomó todo lo que el diablo fue capaz de lanzarle; no
obstante, durante Su tiempo en la cruz, Jesús mostró poder y gracia
superiores. El diablo con todos sus compinches pensaron que estaban
haciendo de Jesús en el Calvario un espectáculo público, pero sucedió
exactamente lo contrario. En Su sufrimiento y muerte, Jesús estaba
desarmando a los poderes y a las potestades del diablo. Él “los humilló en
público al exhibirlos en su desfile triunfal” (Col 2:15).
Los poderes demoniacos se creían un poderoso ejército que había
sometido al mundo. Reinaban sobre un reino de tinieblas en el que los
hombres adoraban ídolos de oro, piedra y madera con forma de hombres
o bestias de cuatro patas. Por todos lados, los pueblos se estaban
inclinando ante el sol, la luna y las estrellas. Estaban ofreciendo
sacrificios humanos a sus deidades hechas a mano.
En la cruz Cristo atrajo hacia Él a las fuerzas del mal desde lo profundo
de las tinieblas; las succionó de las cavernas del abismo e hizo que le
entregaran todas sus armas. ¡Qué desarme fue ese! El mundo nunca
había visto tal victoria y nunca más la volverá a ver. Cristo procedió a
aplastar la cabeza de la serpiente resucitando triunfante sobre la muerte.
Ni el diablo ni la muerte pudieron detenerlo. Lo que es más, Cristo
entonces comisionó a Su pequeña banda de guerreros a ir al mundo (el
antiguo territorio del diablo) y divulgar el Reino de la gracia predicando
la salvación por medio de la cruz.
Podrías comparar tal triunfo con la derrota del gigante Goliat por parte
de David, o con los trescientos hombres que tomaron agua con la mano y
que derrotaron a todo el ejército de Madián. Doce hombres fueron
enviados a todas las naciones del mundo para conquistarlas predicando el
evangelio de Cristo. Estaban completamente entregados a su tarea
porque el Rey Jesús les dio este mandamiento: “Propónganse no dar a
conocer nada en sus mensajes excepto a Mí, especialmente que fui
crucificado. Compartan al mundo el evangelio de la cruz; así entonces Él
que está en ustedes será mayor que el mundo”.
Estos discípulos no tenían estrategias a largo plazo. No estaban en una
sala de comando central viendo un mapa gigante del mundo para
enfocarse en ciertos países y personas. No fundaron obispados, ni el
Vaticano, ni universidades. No construyeron torres de oración. No le
prometieron a la gente dinero ni propiedades. Solamente les hablaron a
las personas sobre la vida, enseñanza y victoria real de Cristo en el
Calvario. No tenemos una idea clara de a dónde fueron la mayoría de los
apóstoles, pero sí sabemos que predicaron a Cristo con confianza, porque
habían sido liberados por la verdad y estaban armados con el arma de
Cristo crucificado. Lo que es más, el Espíritu Santo los capacitó para
voltear al mundo al revés con su predicación.
Muy poco después la luz estaba brillando por todas partes en lo que
había sido un reino de tinieblas. El mundo ya no era la esfera de
influencia del diablo, porque las personas ahora eran trasladadas de ese
reino al Reino de Dios. Así, el Espíritu Santo convence al mundo del
juicio de Satanás y persuade a hombres y mujeres de la gran victoria de
Jesucristo. Esa convicción se hace viva en los corazones y mentes de
todos los que vienen a Él.
La obra que Cristo hizo en la cruz es el punto de inflexión decisivo en la
historia de la redención. Es la marca fundamental de la derrota del
príncipe de este mundo y el comienzo del despojo del reino de las
tinieblas por los siervos de Jesús. Todavía existe una inmensa urgencia de
continuar esta batalla contra el mal. Así que abre tus ojos a cualquier
juicio falso que hayas hecho sobre Cristo, porque ese es el mismo juicio
del diablo sobre Jesús. Sabes que las mentiras del diablo han sido
expuestas. El diablo ha sido derrotado y hoy ronda arrastrando sus
cadenas. Todas las veces que Satanás traspasa la marca o se acerca
demasiado a un nuevo creyente, el Rey Jesús le da un tirón a las cadenas
para refrenar a Satanás.
No te desanimes. Considera lo que dice Donald Carson: “Renunciaría
inmediatamente a todas las formas de ministerio cristiano si no estuviera
convencido de que el Señor Jesús está construyendo Su iglesia, que el
Padre le ha entregado un pueblo a Su Hijo, y que el bendito Espíritu
Santo está obrando en el mundo para convencerlo de pecado, de justicia y
de juicio”.2
Si la obra del Espíritu es traer al mundo convicción de pecado, seamos
colaboradores con el trabajo del Espíritu. Abandonemos toda estrategia
que hace creer a las personas que están seguros –todos los inventos de la
iglesia, ya sean “rituales evangélicos” o manipulaciones psicológicas, o
haciendo que se sientan bien por cumplir con una religión– para decirles
que son cristianos. No debemos tener ningún interés en hacer que la
gente sea religiosa. La religión de las personas es su peor crimen. Más
bien, por Su poder y con Su bendición, deberíamos hacer lo que el
Espíritu Santo hace: traer a las personas bajo convicción de pecado,
justicia y juicio.
Por supuesto, debemos hacer eso con ternura. No les gritamos a las
personas, sino que somos fieles a la comunión del Espíritu en traer el
veredicto del Espíritu para influir en sus vidas. Esas vidas están
absolutamente equivocadas en cuanto al pecado, la justicia y el juicio.
Como lo declara la Escritura, no hay justo, ni aun uno; todos han pecado
y están privados de la gloria de Dios. Eso es lo que le debemos decir a las
personas para que, bajo la convicción del Espíritu Santo, puedan
prepararse para la redención solo en Cristo. Nuestra responsabilidad por
la cruz de Cristo y el poder del Espíritu es plantar en los corazones de las
personas la convicción de su perdición junto con la convicción de la
belleza de Cristo, que puede ser suya por la eternidad.
10
PREPARÁNDOSE PARA
PENTECOSTÉS

Al atardecer de aquel primer día de la semana, estando reunidos los


discípulos a puerta cerrada por temor a los judíos, entró Jesús y,
poniéndose en medio de ellos, los saludó. ¡La paz sea con ustedes!
Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Al ver al Señor, los
discípulos se alegraron. ¡La paz sea con ustedes!, repitió Jesús. Como
el Padre me envió a Mí, así yo los envío a ustedes. Acto seguido, sopló
sobre ellos y les dijo: Reciban el Espíritu Santo. A quienes les
perdonen sus pecados, les serán perdonados; a quienes no se los
perdonen, no les serán perdonados.
Juan 20:19-23

Pentecostés, como se registra en Hechos 2, es el clímax del ministerio del


Espíritu Santo en la Biblia. Toda la enseñanza sobre el Espíritu Santo
anterior a esto nos prepara para Pentecostés, y todo lo que sigue se hace
posible por Pentecostés. Este evento es tan importante como la
encarnación, la crucifixión y la resurrección del Hijo de Dios. Estudiemos
ahora el Evangelio de Juan para ver cómo su historia conduce al día de
Pentecostés.
En Juan 20:19-23, el Jesús resucitado se aparece a Sus discípulos. Dios
Padre ha vindicado y dado un nombre sobre todo nombre a quien el
pueblo ha juzgado ser un criminal digno de ser crucificado. Él se ha
levantado de los muertos. Y ahora, en el primer día de la semana, Jesús se
aparece a Sus discípulos diciendo: “¡La paz sea con ustedes!”. Él les dice
que, así como Dios Padre ha enviado a Su Hijo al mundo, ahora está
enviando a Sus discípulos. Después sopló en Sus discípulos anunciando:
“Reciban el Espíritu Santo. A quienes les perdonen sus pecados, les serán
perdonados; a quienes no se los perdonen, no les serán perdonados” (Jn
20:22-23).
Jesús de Nazaret se nos presenta como el conquistador de la tumba. Él
ha comprobado ser más poderoso que la muerte y ahora está en el
aposento alto, como lo prometió, para bautizar a cada creyente con el
Espíritu Santo. Tres años antes, Juan el Bautista había bautizado a Jesús,
después de lo cual el Espíritu Santo descendió sobre Él como paloma. Y la
noche antes de Su crucifixión, Jesús les anunció a los discípulos que
pronto les daría al Paracleto Santo.
Ahora, el Cristo resucitado está a punto de enviar a Sus discípulos al
mundo, así como el Padre había enviado a Su Hijo al mundo treinta y tres
años antes. La obra de humillación de Cristo está terminada, pero la obra
de Sus discípulos está apenas comenzando. Están a punto de confrontar a
un mundo indiferente y hostil con el evangelio del perdón.
PREPARÁNDOSE PARA PENTECOSTÉS

El Señor Jesús hace algo que nunca antes había hecho. Después de
hablar, sopla aire de Sus pulmones sobre Sus discípulos. En ese acto,
demuestra visible y audiblemente Su autoridad para darles el Espíritu
Santo. También les muestra la provisión que les hará con el fin de que
ellos hagan lo que Él les pide.
Pero, ¿qué está pasando aquí exactamente? ¿Es este un Pentecostés
pre-Pentecostés? Es cierto que los apóstoles son fortalecidos
espiritualmente cada vez que se encuentran con el Cristo resucitado.
Están alentados por la confirmación de que Jesucristo se ha levantado de
los muertos. Cada vez que se reúnen con el Cristo resucitado, los
discípulos entienden más acerca de Él, Su victoria sobre la tumba y el
significado de Su muerte, puesto que el Cristo resucitado sigue
ministrándolos y contestando sus preguntas.
Podemos ver el contraste entre los discípulos que se reúnen con el
Cristo resucitado y aquellos, como Tomás, que se pierden el evento. Los
discípulos le anuncian a Tomás: “¡Hemos visto al Señor!” (Jn 20:25),
pero como se ha perdido el acontecimiento, Tomás está lleno de dudas.
Así que la aparición de Cristo y Su soplo en Sus discípulos es un evento
maravillosamente fortalecedor. No obstante, no podemos decir que este
soplo regeneró a los discípulos. No puede ser posible que Jesús esté
haciendo eso aquí por varias razones.

1. No todos los discípulos estaban presentes. El Jesús resucitado se había


reunido con individuos o pequeños grupos de discípulos, como Cleofas y
su compañero en el camino a Emaús, María Magdalena en el huerto, y Su
medio hermano Santiago. En algunas ocasiones, se había reunido con
algunos de Sus discípulos mientras otros estaban ausentes. De modo que
no hubiera sido adecuado que en este momento Jesús diera el Espíritu
regenerador a algunos de los discípulos y a otros no. Pero sí impone un
orden en Su ir y venir, diciéndoles que no se separen yendo en todas
direcciones sino que se queden juntos en Jerusalén, donde deben esperar
el Espíritu. De modo que es importante que el relato del día de
Pentecostés comience diciendo que todos los discípulos estaban juntos en
un lugar. Ninguno se había ido a ningún otro lado. Por lo que nadie deja
de recibir el Espíritu Santo cuando es derramado en Pentecostés.

2. Estos discípulos ya estaban regenerados. Este soplo divino no podía


ser la regeneración porque ya les había dicho a Sus discípulos que ya
habían sido limpiados (Jn 13:10). En otras palabras, ya habían sido
lavados y limpiados de la culpa y contaminación del pecado. Todos,
excepto Judas, habían experimentado la obra interna de purificación del
Espíritu Santo. Jesús no necesitaba darles el Espíritu Santo otra vez para
que recibieran vida del cielo. Ya tenían esa vida porque se les había dado
la inspiración interior para confesar a Jesús como el Cristo, el Hijo del
Dios viviente; ya lo habían confesado ante los hombres predicando y
sanando en Su nombre.

3. Jesús está preparando a los discípulos para el ministerio. Al soplar en


Sus discípulos, Jesús estaba confirmando Sus palabras: “Como el Padre
me envió a Mí, así Yo los envío a ustedes” (Jn 20:21). Este grupo de
hombres jóvenes y relativamente inexpertos será enviado a un mundo
hostil, pero ¿cómo podrán estar delante de miles de personas y
predicarles? A la luz de esa aparente imposibilidad, el versículo 22 nos
dice: “Acto seguido, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu
Santo’”.
En otras palabras, Jesús les está asegurando a Sus discípulos que Él los
preparará para el ministerio. Les dará el Espíritu Santo para que puedan
servirlo dando a conocer las buenas noticias de Jesús. Ellos necesitan Su
ayuda para la obra que está por delante. Lo necesitarán tanto que todos
los días clamarán: “Sopla en mí, aliento de Dios; lléname con vida nueva”.
Los discípulos están por ir a todas partes del mundo para asegurarles a
personas de todo lugar que si se entregan al Señor Jesucristo, sus pecados
serán perdonados. Cada día dirán esto maravillados, como si ellos
mismos lo escucharan por primera vez. Sus palabras nunca debían pasar
de moda, por lo que todos los días necesitarían el soplo del Señor Jesús
sobre ellos. Les debía proveer los recursos espirituales de discernimiento,
poder y autoridad para predicar, y así poder evangelizar y discipular a
otros.

4. El Espíritu Santo vendrá después de la ascensión de Jesús. El Dios-


Hombre Jesús no puede dar Su Espíritu a los discípulos sino hasta
después que Él haya ascendido de la tierra al cielo, cuando sea bien
recibido por el Padre y entronado a la diestra de Dios. Este es el orden de
Dios. Pentecostés sucederá en menos de cuarenta días.
De modo que el aposento alto no era el lugar, y este pequeño grupo de
discípulos no era al que el Rey Salvador revelaría Su gloria. Era el lugar
para una señal sorprendente de ese evento inminente, pero no para la
realidad en sí. Jesús primero tenía que ascender al cielo y sentarse en
medio del trono. Ahí el Dios-Hombre derramaría el Espíritu
públicamente de una manera que le diera a Cristo mucha gloria en el
mundo. El soplo de Cristo del Espíritu sobre los discípulos en el aposento
alto era solo una señal de lo que todavía estaba por venir. Él debe
ascender antes de enviar el Espíritu sobre Sus discípulos. Jesús aclara eso
en Juan 7:39 explicando: “El Espíritu no había sido dado, porque Jesús
no había sido glorificado todavía”.
Este soplo en los discípulos es una señal visual de la profecía, así como
algunos de los actos del profeta Jeremías eran una confirmación visual de
sus palabras. En una ocasión, Jeremías advirtió a Jerusalén de que sería
destruida. Después Dios le dijo al profeta que diera una señal para
confirmar esa profecía. Jeremías debía quitarse su cinturón de lino y
enterrarlo, y recuperarlo después. Para ese entonces, el cinturón de lino
estaría completamente podrido. De modo que la palabra de juicio sobre
Jerusalén fue confirmada por el cinturón de lino podrido; la nación de
Judá y la ciudad de Jerusalén serían destruidas (Jer 13:1-11).
En el aposento alto, Jesús sopló Su aliento sobre Sus discípulos,
dándoles así una señal de que ciertamente les daría Su Espíritu para
prepararlos para la obra que pondría delante de ellos. Ese es el puente
entre el fin del evangelio de Juan y Pentecostés. Ahora vayamos a Hechos
2.
EL DERRAMAMIENTO DEL ESPÍRITU EN PENTECOSTÉS

Los judíos celebran Pentecostés cincuenta días después de la Pascua, que


es el día en que Jesús fue crucificado. Por cuarenta días el Jesús
resucitado se reunió con Sus discípulos y después ascendió al cielo. Antes
de ascender al cielo, Jesús les pide a Sus discípulos que esperen en
Jerusalén y les promete que “dentro de pocos días ustedes serán
bautizados con el Espíritu Santo” (Hch 1:5). ¿Por qué Dios hizo que los
discípulos esperaran tanto? El Dios soberano a menudo prueba nuestra
obediencia haciéndonos esperar. Pero la mera soberanía no es la razón
por la cual Dios hizo a la iglesia esperar diez días más en Jerusalén.
Permíteme sugerir algunas razones por la cual Dios demora el bautismo
por el Espíritu.

1. El Cristo ascendido tenía que ser glorificado en el cielo. Una persona


que nunca antes se había visto en el cielo ahora estaba gobernando sobre
él. El cuerpo de un hombre glorificado, un Dios-Hombre, estaba ahora
sentado en el trono en el centro del cielo para dominar el cielo y la tierra.
Antes de ese tiempo, Dios estaba rodeado de ángeles (todos espíritus), de
los espíritus de hombres justos hechos perfectos, del pueblo redimido de
Dios esperando el día de la resurrección y de hombres tales como Enoc y
Elías que no murieron antes de pasar de la tierra al cielo. Pero ahora, en
medio del trono, estaba un Hombre que también era Dios Hijo.
Por supuesto, como el eterno Hijo de Dios, Jesús había estado en
medio del trono desde toda la eternidad. Pero llegó el momento en que,
por treinta y tres años, Su naturaleza divina se unió a una naturaleza
humana en el vientre de María no temporalmente sino para siempre. Este
Dios-Hombre era un Hombre real con heridas todavía abiertas, pero
ahora estaba siendo glorificado, y todo lo que Su Padre pudiera hacer
para hacerlo brillar con las bellezas divinas del cielo sería hecho. Así que
el Padre le declara al Hijo: “Siéntate a Mi diestra hasta el fin de este siglo,
hasta que haya puesto a Tus enemigos por estrado de Tus pies” (Sal 2:1-
12; 110:1-7).
Era correcto y conveniente que pasaran diez días antes de que el
Espíritu de Jesús fuera derramado en Sus discípulos, porque el Padre
quería tiempo para expresar Su profundo deleite en el regreso de Su Hijo
a la gloria. Él quería tiempo para la bendita entronización de Jesús en el
corazón del cielo y para que el Padre, el Hijo y el Espíritu se gozaran de
estar unidos otra vez.
Dios no se apresura. Mil años son un día para Dios, pero Dios no hizo
que la iglesia esperara mil años antes de darle a Cristo el derecho de
enviar el prometido Espíritu Santo en Pentecostés. Los tres miembros de
la Deidad tomaron diez días para experimentar el gozo de la comunión
inter-trinitaria. Era un tiempo de gozo que Cristo había anticipado y lo
había sostenido en Su humillación. En diez días de deleite, el Padre
mostró todo el amor del cielo al Hijo, y Jesús manifestó Su amor como el
Dios-Hombre al Padre y al Espíritu Santo. Todo el cielo recibió con
regocijo al Hijo de Dios al regresar de la humillación en la tierra, el
sufrimiento y la muerte en una cruz.

2. El Espíritu sería derramado en Pentecostés. La Fiesta de Pentecostés


era una festividad judía. Era una de las tres fiestas en la que los fieles
eran convocados a ir en peregrinación a Jerusalén. Josefo, el historiador
judío que vivió en este tiempo, nos dice que la ciudad de Jerusalén, con
una población de 150,000 habitantes, con frecuencia se incrementaba a
más de un millón de personas durante Pentecostés. Los suburbios
también estaban repletos de personas, lo mismo que las colinas que
rodeaban Jerusalén donde la gente acampaba.
Grandes multitudes de personas venían juntas durante la Fiesta de
Pentecostés. En la ciudad se encontraban muchas más personas que
nunca habían escuchado hablar al Señor Jesús. ¿Es de extrañar,
entonces, que Cristo escogiera este tiempo para enviar el Espíritu Santo?
“Ustedes harán cosas mayores que las que Yo hice”, les dijo a Sus
discípulos, en parte, queriendo decir que ellos les hablarían a más
personas en Pentecostés en Jerusalén y en todo el mundo de lo que Cristo
mismo había hecho.
Pero algo más era importante sobre la Fiesta de Pentecostés, a la que
Jesús se refirió como la Fiesta de las Semanas (siete semanas desde la
Pascua), o la Fiesta de la Cosecha, que era cuando los creyentes ofrecían a
Dios los primeros frutos de la siega. En esta celebración de la cosecha, el
Espíritu de Dios sería derramado, diciendo en efecto: “Mira aquí, en un
solo día, tres mil personas estarán reunidas en el ‘granero’ de Dios. Ellos
serán los primeros frutos de una gloriosa y nueva cosecha que se recogerá
de todo el mundo. Estos primeros frutos son una señal del tiempo cuando
toda la tierra será llena de la gloria del Señor”. La obra del Espíritu Santo
en Pentecostés sería una de muchas cosechas que ocurrirían en los miles
de años por venir.
En la Biblia, las cosechas son siempre días de alegría; y Pentecostés,
que venía después de la sobria fiesta de la Pascua, también era un tiempo
de celebración. De hecho, Dios le mandó a Su pueblo gozarse en este
tiempo diciendo: “Entonces celebrarás en honor del Señor tu Dios la
Fiesta de las Semanas […] y te alegrarás en presencia del Señor tu Dios”
(Dt 16:10-11). Las personas se daban regalos en esta fiesta. Los niños, los
siervos, los huérfanos y las viudas recibían obsequios. La gente ansiaba
que llegara el día de Pentecostés.
¿Qué día alegre en el calendario judío podía ser más apropiado que
Pentecostés para el derramamiento del Espíritu de Dios? Dios, que había
dado a Su Hijo a la humanidad, ahora daba Su Espíritu a toda clase de
personas, ya fueran ancianos o jóvenes, siervos o siervas, judíos o
creyentes gentiles. Este gran regalo fue recibido con gozo santo porque
poseerlo significaba la vida eterna, la salvación de la muerte y la prueba
para obtener el cielo mismo, porque es el anticipo de estar con Dios para
siempre. Así que el Espíritu Santo fue derramado en Pentecostés.

3. El Espíritu de Dios fue derramado en el nuevo Sabbat. El Espíritu de


Dios fue derramado a las 9:00 de la mañana del día después del antiguo
Sabbat. El antiguo Sabbat, que se celebraba el séptimo día de la semana,
era la señal del antiguo pacto; pero el Espíritu descendió a la iglesia el
primer día de la semana como señal del nuevo pacto. Lo que los creyentes
del Antiguo Testamento habían añorado ahora había llegado. El día de
Pentecostés había llegado.
La Escritura no se extiende mucho en que el derramamiento del
Espíritu fue en el Día del Señor, pero creo que es alentador considerar
que las iglesias evangélicas no solo celebran una Pascua semanal para
conmemorar la resurrección de nuestro Salvador, sino también para
celebrar Pentecostés, que fue el día en que el Espíritu de Dios fue
derramado en el pueblo de Dios, que después se convirtió en la comunión
del Espíritu. Cuando nos reunimos para la adoración el domingo,
estamos proclamando: “Por mí mismo no podría lidiar con los siguientes
seis días sin la ayuda del Espíritu Santo para vivir una vida que honre a
Cristo. Derrama Tu Espíritu sobre mí otra vez, querido Señor”.
Recordamos que el primer día de la semana Cristo llenó al pueblo de Dios
con el Espíritu, de modo que en el primer día de la semana también le
pedimos a Él que nos llene para que podamos servir a los demás en el
poder del Espíritu Santo.
LAS VENIDAS DEL ESPÍRITU SANTO Y DE CRISTO

Hay muchos paralelismos entre la primera venida de Dios Hijo y la


venida de Dios Espíritu Santo. Estos son algunos:

1. Ambos fueron acompañados por señales milagrosas. Ambos, Dios


Hijo y Dios Espíritu Santo, descendieron del cielo y ambos eventos
estuvieron acompañados de señales poderosas. Cuando el Hijo nació en
Belén, el arcángel apareció en los cielos y les habló a los pastores
anunciando el nacimiento del Mesías. Lucas 2:9-10 nos relata: “Sucedió
que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en
su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: No tengan miedo.
Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría
para todo el pueblo”. Los cielos estrellados alrededor del establo se
llenaron con millones de ángeles. De igual manera, la llegada del Espíritu
Santo estuvo acompañada de señales sobrenaturales; por ejemplo, el
sonido de una violenta ráfaga de viento, lenguas como de fuego
repartidas apareciendo sobre las cabezas de los discípulos, y la repentina
habilidad para hablar en idiomas extranjeros para poder contar las
poderosas obras de Dios a las personas de todo el mundo.

2. Ambos eventos fueron anticipados. Estas dos venidas no fueron


eventos inesperados. Los salmistas y los profetas predijeron la venida del
Mesías y dijeron que este Poderoso heriría la cabeza de Satanás y que Él
sería herido por nuestros pecados. Los profetas Joel y Ezequiel predijeron
el derramamiento del Espíritu Santo. También, heraldos como Juan el
Bautista hablaron de la inminente llegada del Hijo de Dios, y Jesús
mismo habló de la llegada del Espíritu “dentro de pocos días”.

3. La elección del momento oportuno para ambos fue perfecta. La


Escritura nos explica que cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios
envió a Su Hijo. De igual modo, cuando el día de Pentecostés había
llegado, Dios envió a Su Espíritu. Señales milagrosas del cielo
acompañaron ambos eventos. Una nueva y vibrante estrella estaba sobre
el lugar donde el pequeño niño Jesús vivía con Sus padres, y una violenta
ráfaga de viento llenó la casa donde el Espíritu Santo fue derramado.

4. Ambos vinieron para beneficio de los creyentes. El Hijo de Dios vino a


la tierra como el Encarnado cuando la Palabra eterna de Dios se hizo
carne. De igual modo, el Espíritu de Dios vino a la tierra para encarnarse
en el pueblo redimido de Dios; hizo Su morada en el pueblo así como el
Hijo de Dios vivió entre el pueblo.

5. Su llegada amenazó a los incrédulos. La llegada tanto de Dios Hijo


como de Dios Espíritu Santo causó gran ansiedad y perplejidad en el
mundo incrédulo. Cuando Cristo nació en Belén, el rey Herodes y todo
Jerusalén se turbaron. De igual modo, cuando el Espíritu Santo vino a
Jerusalén, la Escritura nos relata que “se agolparon y quedaron todos
pasmados” (Hch 2:6). Cuando Cristo vino al mundo, fue rechazado y
despreciado. Así también la llegada del Espíritu fue recibida con
incredulidad. Las personas no podían aceptarlo como el tercer miembro
de la Deidad porque no lo veían ni lo conocían (Jn 14:17).

6. Sus roles fueron muy similares. El Hijo honra al Padre a través de todo
lo que hace. De igual modo, el Espíritu glorifica a Cristo con todo lo que
hace. El Padre les dice a las personas acerca de Su Hijo: “Escúchenlo”. Y
el Hijo les pide a los hombres sobre el Espíritu: “El que tenga oídos, que
oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias” (Ap 2:7). “Oigan al Hijo”, dice el
Padre. “Oigan al Espíritu”, dice el Hijo.
Así que existen muchas semejanzas entre la llegada al mundo de Dios
Hijo y la de Dios Espíritu. Ciertamente esto era de esperarse, ya que
ambos son personas divinas de la Deidad, iguales en poder y gloria.
LO QUE EL ESPÍRITU HIZO EN PENTECOSTÉS

Veamos más detenidamente la llegada del Espíritu en Pentecostés. ¿Por


qué pasó este evento extraordinario? ¿Qué quería Dios lograr al enviar al
Espíritu Santo sobre los creyentes en Pentecostés? Sugiero tres razones
principales:

1. El Espíritu testificó de la gloriosa exaltación de Cristo. Pentecostés fue


un sello del deleite de Dios en Su Santo Hijo. Fue una prueba de la
complacencia de Dios en todo lo que Jesús de Nazaret había logrado. Fue
una declaración al mundo de que Dios había aceptado la obra consumada
de Cristo; la redención había sido completada y ahora había empezado su
aplicación cósmica. Era prueba de que Jesucristo había recibido de Su
Padre la autoridad para conceder el Espíritu Santo a la iglesia.
Antes de esto, el nombre de Jesús de Nazaret fue maldito en Jerusalén.
Fue despreciado, rechazado por los hombres y crucificado. Judíos y
romanos se mantuvieron unidos para condenarlo. Hasta Sus discípulos lo
abandonaron y huyeron de Él. Su familia no entendía quién era Él ni lo
que estaba haciendo.
Dios no envió ángeles para restaurar la reputación de Cristo. No le dijo
a Pedro que hablara en voz alta y dijera algo bueno sobre Jesús. Dios
mismo vino a la tierra para hacer eso. El Espíritu Santo vino a Jerusalén,
donde los líderes religiosos de los judíos habían matado al Hijo de Dios.
Ahí llegó al fondo de sus corazones por lo que habían hecho. Los
convenció a tal grado que clamaron en agonía: “Hombres y hermanos,
¿qué haremos?”. Se estaban enfrentando al Dios cuyo Hijo ellos habían
clavado en una cruz. Pero en Su infinita misericordia, Dios salvó a tres
mil pecadores en Jerusalén. Así es como Dios vindicó el nombre de Su
Hijo. Los pecadores cayeron delante de este Hijo, confesándolo como su
Salvador y Señor. En Pentecostés, Dios Espíritu dio testimonio de la
gloriosa exaltación de nuestro Señor.

2. El Espíritu tomó el lugar de Cristo. El Espíritu Santo era el Paracleto


que Cristo había prometido enviar a Sus discípulos. El Espíritu había
venido a la tierra así como Cristo había dicho, pero el Espíritu no se
quedaría con los discípulos por tres años para después dejarlos. Él se
quedaría con y en ellos para siempre. Cristo había ascendido al cielo, pero
Dios había enviado al Espíritu Santo como Su sustituto. Dios se había
llevado a Su Hijo a la gloria y había enviado en Su lugar al Espíritu, el
único que es igual a Él en poder y majestad. Cuando Jesús Hombre
estaba en la tierra, estaba confinado a un lugar a la vez. Si Él estaba en
Betania, no podía estar en Jerusalén. Si estaba en el Mar de Galilea, no
podía estar en el templo. El Espíritu Santo no tiene tales restricciones y
puede estar igualmente en cualquier lado con cada creyente y en el
corazón de cada congregación evangélica.
En una ocasión, Jesús declaró: “He venido a traer fuego a la tierra, y
¡cómo quisiera que ya estuviera ardiendo! Pero tengo que pasar por la
prueba de un bautismo, y ¡cuánta angustia siento hasta que se cumpla!”
(Lc 12:49-50). El libro de Hechos nos dice cómo el evangelio se extendió
por el mundo como un fuego, saltando de un lado a otro. Por medio de Su
vida, nuestro Señor reunió a un pueblo para Él mismo. Los preparó para
que cuando el Cristo resucitado les abriera la Escritura a los viajeros en el
camino a Emaús, sus corazones ardieran en llamas. Todo estaba listo
para que cayera fuego del cielo, donde fue avivado por el viento y
esparcido por toda la tierra. Jesús anhelaba que ese fuego cayera para que
Su obra de preparación se cumpliera y completara. En Pentecostés, el
Espíritu Santo inflamó y sopló sobre los discípulos para esparcir el
evangelio por toda la tierra. Jesús ya no estaba angustiado, porque Él
ahora estaba enviando Su Espíritu en Jerusalén y hasta los confines de la
tierra.
3. El Espíritu dio poder a los siervos de Cristo. El Cristo resucitado les
ordenó a Sus discípulos que se quedaran en Jerusalén hasta que fueran
investidos con poder desde lo alto (Lc 24:49). El Espíritu Santo hizo eso
en Pentecostés. Él bendijo a los discípulos con toda bendición espiritual
en Cristo Jesús. Ellos recibieron el fruto del Espíritu para vivir como
Cristo. Lo recibieron en una medida suficiente para enfrentar cualquier
posible dificultad. Ningún problema, sufrimiento, tentación o reto sería
demasiado grande para ellos porque el Espíritu los había transformado y
equipado para cada circunstancia. Dios los dotó con toda la gloria y con
todo privilegio.
En momentos de prueba no podrían culpar al Señor por sus fracasos.
No podrían decir que Él había dejado de darles los recursos adecuados, ya
que Él les había dado el Espíritu Santo. Fueron llenados de ese Espíritu y
bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales. Una
vez Jesús los tranquilizó diciendo: “No se preocupen por lo que deban
hablar”. En otras palabras, no se deberían atormentar con pensamientos
inquietantes si es que eran echados de las sinagogas o si eran citados por
los magistrados que amenazaban sus vidas. Jesús les aseguró que “el
Espíritu los llenará una y otra vez”. Y así lo hizo.
¿Esta experiencia era solo verdadera para estos discípulos
cuidadosamente escogidos por Jesús mismo y no para los cristianos
comunes y corrientes que luchan como nosotros? Hechos 2:4 nos
informa: “Todos fueron llenos del Espíritu Santo”. Esta bendición
perteneció a toda la compañía de creyentes.
¿Fue este grupo de personas que se reunió en el día de Pentecostés, en
un lugar en particular, simplemente un grupo religioso de espíritus afines
que pertenecían a la iglesia cristiana? No, eran toda la iglesia cristiana
que se había reunido para celebrar Pentecostés y para esperar la venida
del Espíritu de Cristo. Este grupo de aproximadamente 120 personas fue
la semilla de la que nacería la iglesia cristiana. Cuando nuestro Señor
derramó Su Espíritu en Pentecostés, cada persona en este grupo recibió el
Espíritu de Cristo. Como consecuencia de Pentecostés, cada creyente
desde ese momento en adelante recibiría el don del Espíritu Santo. Ese es
el privilegio de cada cristiano.
Si aún no has recibido el Espíritu de Cristo, no eres un verdadero
creyente. El Espíritu vino para dar testimonio de la exaltación de Cristo,
para tomar el lugar de Cristo y para dar poder a cada uno de Sus siervos.
11
LO QUE PASÓ EN
PENTECOSTÉS

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo


lugar. De repente, vino del cielo un ruido como el de una violenta
ráfaga deviento y llenó toda la casa donde estaban reunidos. Se les
aparecieron entonces unas lenguas como de fuego que se repartieron
y se posaron sobre cada uno de ellos. Todos fueron llenos del Espíritu
Santo y comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu
les concedía expresarse.
Hechos 2:1-4

En Pentecostés, la gente de Jerusalén fue testigo de tres eventos


sobrenaturales: el viento violento como huracán, lenguas de fuego sobre
las cabezas de los discípulos y la repentina habilidad de los discípulos
para hablar en muchos idiomas. Ni la exaltación de nuestro Señor, ni la
venida del Espíritu Santo, ni la predicación de Pedro fueron tan
imponentes como estos eventos milagrosos. Las señales no fueron como
truenos aturdiendo a los oyentes por un breve momento, sino que
captaron intensamente su atención. Cualquiera de estas señales hubiera
atraído la atención de la gente, pero la combinación de estas tres dejaron
al pueblo estupefacto al tal grado que preguntaron atónitos: “¿Qué quiere
decir esto?” (Hch 2:12).
Es legítimo creer que los discípulos estaban reunidos en uno de los
pórticos del templo en este momento. Había sido un lugar natural para
que los peregrinos se reunieran, porque una casa en Jerusalén no habría
sido lo suficientemente grande para albergar a 120 personas. “Toda la
casa” que se menciona en el versículo 2 era probablemente la casa de
Dios, o el templo, en el que miles de personas se concentraban para
escuchar a Pedro explicar el significado de estas señales milagrosas.
La llegada del Espíritu es majestuosa y pública. Ya no existe ninguna
necesidad de mantener el secreto acerca del Mesías. Hubiera sido
impensable que el resucitado Señor Jesús enviara por primera vez a Dios
Espíritu Santo sin infundir una lección de humildad a toda una
comunidad a través de la realidad de Dios, digna de toda reverencia.
Generalmente definimos la obra poderosa de Dios como una potente
predicación de la Palabra que provoca una profunda convicción de
pecado, la conversión de muchas personas y la difusión del temor de Dios
sobre los incrédulos. Las tres señales en Hechos 2 dan testimonio de esto.
El viento y el fuego son fenómenos peligrosos, mientras que hablar en
múltiples idiomas da poder. El viento huracanado, las llamas de fuego y
la repentina habilidad para hablar en diversos idiomas proclamaron al
mundo este mensaje: “Algo divino, dinámico y peligroso ha venido sobre
el pueblo hoy. Están viviendo en el mundo sobrenatural del Dios
viviente”.
Consideremos el significado de estas señales. Después expondremos el
significado del evento.
EL SIGNIFICADO DE LAS SEÑALES

1. El viento huracanado. Hace poco, con mi esposa, vimos una película


acerca de la destrucción que el huracán Katrina ocasionó en la ciudad de
Nueva Orleans. Vimos personas volar por el aire, camiones rodando por
la carretera, techos que se desprendían de las casas. De igual manera, el
sonido de un viento violento soplaba contra los creyentes reunidos en
Jerusalén. El viento no venía del norte, ni del desierto, ni del mar; venía
de Jesús. La misma persona que había soplado en los discípulos en el
aposento alto estaba ahora soplando Su Espíritu desde el cielo sobre Su
pueblo.
Hechos 2:2 nos relata: “De repente, vino del cielo un ruido como el de
una violenta ráfaga de viento y llenó toda la casa donde estaban
reunidos”. La primera referencia que la Escritura hace del Espíritu de
Dios dice que este Espíritu se movía sobre la superficie de las aguas que
cubrían el mundo (Gn 1:2). En esa oscuridad caótica, el Espíritu tenía el
control. Ahora ese mismo Espíritu aparece en la oscura Jerusalén, donde
estaba la casa de Dios y cuyos ciudadanos habían crucificado al Mesías.
Génesis 2 nos dice que Dios formó al hombre del polvo de la tierra,
para después soplar en su nariz aliento de vida. Fue entonces que el
hombre llegó a ser una criatura viviente. De esta manera, el Dios en
control de la creación, que dio vida a nuestros primeros padres, sopla
ahora desde el cielo sobre Su pueblo en Pentecostés, dándoles vida nueva
y poder. Como el soplo de Dios dio vida al cuerpo de Adán, así el soplo de
Dios le da una nueva vida al cuerpo de Cristo, la iglesia.
Es posible sentir un viento muy poderoso sin escucharlo, ¡pero en
Pentecostés el viento aullaba! Sopló contra las personas que llegaron
corriendo hacia donde estaban los discípulos, con todo y el polvo del
templo de Herodes que arrastraban con sus sandalias mientras
levantaban sus largas túnicas. No fue ni una corriente ni una brisa; ¡fue
un viento como huracán! La gente nunca se había topado con una
tormenta como esta.
Normalmente un viento fuerte destruye y desorganiza, pero este viento
trajo orden. Muchos años antes, el profeta Ezequiel vio como un viento
del cielo soplaba en un valle de huesos secos. Antes de la llegada del
viento, los huesos de ese valle eran como una vieja caja llena de Legos,
pero después de que el viento sopló del cielo, todas las piezas se juntaron,
se vistieron de tendones, se cubrieron con carne y se volvieron personas
vivientes. Eso es lo que el viento de Dios puede hacer. El Señor viviente,
que una vez se dirigió a Job en un viento fuerte (Job 38:1), estaba en el
templo en Pentecostés.
El viento es soberano. No le podemos ordenar que venga en un día
caluroso y refresque nuestras caras. Sopla donde quiere. Así este viento
vino de repente, en el tiempo de Dios. No hay nada que puedas hacer
para que Dios envíe un viento del cielo. No hay una fórmula, ningún
régimen de actividades ni rigurosas abnegaciones que traigan
ventarrones del cielo. No; la Escritura dice que el Señor de repente
vendrá a Su templo. Las bodas celestiales para celebrar el regreso del Hijo
al seno del Padre y del Espíritu han terminado. El Hijo ha sido
entronizado, se le ha dado toda la autoridad en el cielo y en la tierra. En
ese momento, cuando el día de Pentecostés se ha cumplido, Dios Hijo le
dice a Su Espíritu: “Ahora ve al templo de Jerusalén”. Y el Espíritu, que
no puede ser manipulado por los hombres, obedece.

2. Lenguas de fuego. El fuego también vino del cielo. Como las otras
señales, este fuego no vino de las profundidades de los subconscientes de
las personas. No vino como una descarga eléctrica mientras todos se
tomaban de las manos y oraban. El viento, el fuego y las lenguas vinieron
de más allá de ellos mismos. Los creyentes no se habían quedado en
Jerusalén suplicando por un viento celestial porque no sabían que un
viento vendría. No pidieron fuego porque no sabían que un fuego
reposaría sobre ellos, y no imploraron a Dios por el don de lenguas. Solo
se les dijo que esperaran el Espíritu de Cristo. Las señales del Espíritu
vinieron a ellos por pura gracia soberana. Fueron dones dados de parte
de Dios.
Así que se nos dice que las personas vieron “unas lenguas como de
fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos” (Hch 2:3).
Se miraban unos a otros y vieron 120 titilantes llamas de fuego
propagándose de uno a otro y después reposando en cada uno. No
estaban todos parados en medio de un horno, sino que las llamas
individuales se repartieron y reposaron sobre cada persona.
Normalmente el fuego consume y destruye, pero este fuego no hizo eso.
Piensa en los tres jóvenes en Babilonia que fueron echados a un horno de
fuego ardiente y que, sin embargo, no se quemaron (Dan 3:19-27).
Caminaron en medio de esas llamas con el Hijo de Dios. Mejor aún,
piensa en Moisés viendo una zarza en el desierto que ardía con fuego pero
no se consumía (Éx 3:1-3). En este fuego, Dios vino a Moisés,
comisionándole que sacara a Su pueblo de la esclavitud de Egipto y que
los condujera a la Tierra Prometida.
Pentecostés fue el inicio de una nueva redención; fue una liberación
cósmica de la esclavitud del pecado así como del legalismo sofocante de
Israel. Ofrece un evangelio que salvará a miles y miles de hombres y
mujeres y los llevará a la gloriosa libertad del pueblo de Dios. Así, a la
iglesia se le da la vida de Dios. Las lenguas repartidas de fuego claman:
“No sean tibios sino luces ardientes y brillantes para el Señor como lo fue
Juan el Bautista”. El fuego les dice: “Las llamas sobre ustedes tienen
forma de lengua para que con lucidez puedan hablar de Jesús con
confianza”.
El fuego es un símbolo adecuado para Dios porque Dios es vida. Dios
no necesita un sistema externo de reanimación para que prosiga en Su
obra. Nunca necesita revisar su medidor de gasolina y cargar un tanque
de reserva ni reabastecerse por el peligro de que Sus provisiones se
acaben. Las reservas celestiales de dones y gracia son inagotables. Todos
los demás dependemos de otros recursos, pero Dios está completo. En Él
está la vida.
El fuego también es un símbolo de la pureza de Dios. Dios es fuego
consumidor. Es por eso que la Escritura nos advierte que “terrible cosa es
caer en las manos del Dios vivo” (Heb 10:31). Cuando Juan el Bautista les
anuncia a las personas que Jesús está viniendo, les advierte que aunque
Juan bautiza con agua, Jesús bautizará con el Espíritu Santo y con fuego.
Si tú fuiste bautizado por Cristo, Él no solo reordenará las habitaciones
de tu corazón, ni dará una pasadita de pintura, ni reubicará algún
mueble. No; el fuego del cielo viene para purificarnos y limpiarnos.
En El León, la Bruja y el Armario de la serie Las Crónicas de Narnia,
los niños que llegan a Narnia preguntan si el león Aslan era peligroso. La
respuesta es: “¿Peligroso? ¡Por supuesto que es peligroso! Pero es bueno”.
La santidad es peligrosa porque pone a los pecadores en las manos de un
Dios airado. Como lo expresa Malaquías 3:2: “Pero ¿quién podrá soportar
el día de Su venida? ¿Quién podrá mantenerse en pie cuando Él
aparezca? Porque será como fuego de fundidor”. Con todo, esta llama
santa ahora reposa sobre el pueblo de Dios reunido en el templo y ellos
están seguros. El bautismo celestial con el Espíritu y el fuego no destruye
nada bueno en un creyente, puesto que Filipenses 4:8 nos insta a
considerar bien “todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo
lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que
sea excelente o merezca elogio”. Nada de esto será destruido si vienes a
Jesús. Debes traer todo a Él. Entonces, te purificará de todos tus ídolos
interiores y del pecado que tan fácilmente te asedia. Quemará la paja con
fuego que nunca se extinguirá.
Los discípulos nos son consumidos cuando el fuego reposa en ellos
porque Jesús ha quitado el fuego de destrucción de nuestros pecados. Él
mismo ha entrado en el lago de fuego de todos nuestros hechos y palabras
despreciables. La ira que nuestros pecados merecen consumió a nuestro
Salvador mientras pendía en la cruz en nuestro lugar. El Juez santo ha
llevado los fuegos de condenación y los ha agotado a tal grado que el
fuego celestial del Espíritu puede ahora reposar en nosotros y darnos
seguridad. Ningún creyente en Cristo tiene que temer la ira de un Dios
que odia el pecado, como lo declara Joseph Swain:

Esa ira habría encendido un infierno


de desesperación que nunca disminuiría
en millones de criaturas; pero cayó
en Jesús, y ahí se consumió.

Así que el fuego fue otra señal del encuentro de Dios con Su pueblo.
Fue otra credencial divina de que estas personas eran los portavoces
autorizados de Dios. El bautismo del Espíritu Santo fue un bautismo de
fuego. El Dios que contesta con fuego es el verdadero Dios. Los saduceos
administraron el templo de Jerusalén por un par de siglos; no obstante,
nunca vieron caer fuego del cielo. Estaban demasiado interesados en
cobrar los impuestos del templo, hacer ofertas especiales con los
cambistas y vender animales para los sacrificios. Hicieron de la casa de
Dios una cueva de ladrones. Estaban tan lejos de Dios como los profetas
de Baal. No cayó fuego cuando clamaron a su dios. Pero el Señor vivo, que
envió fuego en el sacrificio de Su siervo Elías, también envió fuego a Sus
siervos en Jerusalén. Jesucristo trajo fuego a la tierra. La lengua de fuego
debe ser el símbolo eterno de la fe cristiana.

3. El don de idiomas. Se nos dice que los discípulos en Jerusalén


“comenzaron a hablar en diferentes lenguas, según el Espíritu les
concedía expresarse” (Hch 2:4). La multitud de personas que observaba
este milagro estaba tan estremecida que exclamó: “¿Cómo es que cada
uno de nosotros los oye hablar en su lengua materna?” (v. 8).
Los discípulos no estaban hablando alguna clase de habla extática o
con falta de sentido. Más bien, las personas que provenían de países a lo
largo de toda la cuenca del Mediterráneo que habían viajado a Jerusalén
descubrieron que podían entender lo que muchos de estos discípulos
estaban diciendo mientras daban gracias y gloria a Dios. “Están hablando
en mi idioma”, les decían a sus compañeros peregrinos. “Sí, y en el mío
también”, decía otro.
Los discípulos eran del área de Galilea. No eran hombres de negocios
internacionales, de modo que no hablaban el griego del mundo del
comercio. Podían hablar algo de griego; Pedro posteriormente escribió un
par de cartas en griego. Pero no conocían el idioma común. Sin embargo
aquí sí; ahora estaban alabando y predicando en los idiomas de las
minorías de Partia, Media, Elam, Capadocia, Libia y Creta. En este
capítulo se mencionan quince grupos de idiomas que se hablan desde el
lejano Irán hasta lugares al oeste de Roma. En esa ocasión, todo idioma
que se escuchó en las calles de Jerusalén se habló en el nombre de Jesús
por los siervos de Dios en Pentecostés. Las poderosas obras del Señor se
hablaron en todos los idiomas conocidos del mundo.
El viento del cielo fue una señal. Las lenguas de fuego repartidas a los
oyentes fueron un prodigio. Hablar en idiomas que ellos no conocían
antes fue una obra poderosa. En el mundo antiguo había toda clase de
barreras, tales como la raza, el idioma, la esclavitud, la pobreza y la
discriminación contra mujeres y bebés no deseados. El Espíritu Santo
vino para derribar esos muros. De ahora en adelante, todos los que
poseyeran el Espíritu serían uno en Cristo Jesús.
En Génesis 11, Dios trajo juicio sobre los constructores de la Torre de
Babel que pensaron que podían llegar a Dios erigiendo esta torre.
Creyeron que podían destruir la diferencia entre el Creador y la criatura.
Pero Dios juzgó su arrogancia quitándoles su idioma común. De repente,
ninguna persona podía entender a otra. Se miraron unos a otros con
miedo y consternación porque no se podían dar a entender. No podían
entender lo que los demás estaban diciendo. Así que la construcción de la
torre cesó.
De igual manera, la difusión del griego y el latín fracasó en traer unidad
al mundo dividido para el tiempo cuando nació Cristo. La ley romana
tampoco lo logró. Menos aún la infraestructura y una mejor
comunicación. Pero ahora, por la obra del Espíritu, personas de todos los
idiomas podían cantar juntos de la misma partitura. Estarían unidos en
un cuerpo por el Espíritu con una misma esperanza de su llamado, con
“un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de
todos” (Ef 4:4-6). El don de idiomas ahora trascendía cualquier
diferencia en el idioma que antes había apartado a las personas. Les
permitía decir: “Nuestra hermandad no será por medio del griego o el
latín, o por algo que los hombres digan o hagan, o por algún acto del
César. Será por medio de la obra milagrosa de Dios en nuestras vidas”. El
romano llamaría “hermano” al judío. El medo llamaría “hermano” al
elamita. En vez de ladrillos de Babel, habría un nuevo templo de piedras
vivas en Jerusalén.
Este don de idiomas en el templo en Jerusalén también fue una señal
del juicio sobre la incredulidad judía. Cuando Pablo trata con el don de
hablar en idiomas en 1 Corintios 14:21-22 cita la profecía de Isaías 28:11-
12 RV60: “Porque en lengua de tartamudos, y en extraña lengua hablará a
este pueblo […] mas no quisieron oír”. Isaías se estaba refiriendo al
tiempo en que los babilonios le ordenaron al pueblo defendido en la
amurallada Jerusalén abrir sus puertas y entregarse. Sin embargo, la
ciudad se negó.
Igualmente, cuando los fariseos y los saduceos judíos rechazaron al
Mesías y lo mataron, la orden de ejecución fue dada en latín o griego por
medio de los labios de Pilato, un extranjero. Ahora Dios les habló a los
judíos incrédulos de Jerusalén en el día de Pentecostés en varios idiomas.
Esta era una señal para los judíos incrédulos del juicio que vendría sobre
ellos y su templo. El ejército romano derribaría el templo hasta el suelo,
piedra por piedra. Solo el Muro de los Lamentos quedaría en pie. El don
de idiomas era una señal de condenación para los que se negaron a hablar
el idioma de fe en el Hijo de Dios, particularmente para los judíos a
quienes Dios les había hablado clara y extensamente, pero que aún
rechazaban a Cristo. Ahora muchos gentiles honrarían a Jesucristo como
Señor, cantando sus alabanzas en sus propios idiomas.
El don de idiomas también fue una señal de la vocación de la iglesia
como una iglesia que proclama el evangelio. El don de idiomas no fue
dado para aligerar la carga del misionero que tenía que dominar el
idioma del pueblo a quien Dios lo enviaba. Principalmente este grupo
judío de 120 personas sabía desde el principio de recibir el Espíritu de
Cristo que de aquí en adelante tenía que familiarizarse con hablar en
muchos idiomas sobre Jehová y Su Hijo, Jesús de Nazaret. Jesús les
había dicho que esperaran en Jerusalén hasta que fueran investidos con
poder (Hch 1:4, 8). Pero, ¿para qué era este poder? ¿Para dominar al
mundo, construir un imperio global concentrado en Jerusalén y tener a la
gente siguiendo sus órdenes? No; fue dado para que ellos pudieran
propagar el mensaje del Mesías hasta los últimos rincones de la tierra.
El Espíritu de Dios viene para que todos en el mundo puedan entender
la grandeza de Cristo y Su relevancia para cada nación, porque el Espíritu
quiere que la gloria de Cristo se conozca entre las naciones. Él quiere que
Sus discípulos den testimonio desde Jerusalén hasta Judea y Samaria y
hasta los confines de la tierra. Eso es lo que este don está diciendo. De
modo que en Hechos 2:9-11, Lucas da una lista exhaustiva de las personas
que estaban en el templo: “Partos, medos y elamitas; habitantes de
Mesopotamia, de Judea y de Capadocia, del Ponto y de Asia, de Frigia y
de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia cercanas a Cirene;
visitantes llegados de Roma; judíos y prosélitos; cretenses y árabes:
¡todos por igual los oímos proclamar en nuestra propia lengua las
maravillas de Dios!”.
Hechos 2 nos prepara para la historia en curso de la propagación de la
iglesia. Dios ya no estaría a favor de una nación por encima de todas. El
muro intermedio de separación en el templo ya no separaría a los
convertidos gentiles de los judíos. Jesucristo destruyó esa barrera cuando
Él, como Cordero de Dios, quitó los pecados del mundo. Ahora judíos y
gentiles, jóvenes y ancianos, hombres y mujeres podían pasar por delante
de las duras señales de advertencia que estaban en el viejo muro del
templo, amenazando de muerte a los que lo traspasaran. Personas de
todas las naciones estaban ahora invitadas a entrar a la parte más santa
del templo. Podrían atravesar el velo rasgado a la misma presencia de
Dios y clamar “¡Abba, Padre!”.
Entonces el don de idiomas nos prepara para el libro de Hechos, para
las cartas del Nuevo Testamento escritas a los cristianos viviendo en
Roma, Grecia y Asia, para los evangelios escritos en griego (un idioma
gentil), y para la difusión del evangelio hasta lo último de la tierra.
EL PODER DE PENTECOSTÉS

Pentecostés estremeció profundamente no solo a los 120 creyentes que se


reunieron en Jerusalén para esperar la venida del Espíritu de Cristo, sino
al mundo. Estas son algunas de las razones de porqué Pentecostés es tan
importante:

1. El Espíritu de Dios será derramado sobre toda la humanidad.


Pentecostés introduce la era en la que el Espíritu será derramado en
cualquiera que crea en Cristo. El apóstol Pedro anuncia en Hechos 2:16-
17: “En realidad lo que pasa es lo que anunció el profeta Joel […]
derramaré mi Espíritu sobre todo el género humano”. El Espíritu será
derramado sobre toda persona que se arrepienta y crea en Cristo. Desde
este momento en adelante, habrá pueblo de Dios en todas partes del
mundo.
Considera China, donde la iglesia está creciendo más rápido hoy en día.
Hace alrededor de sesenta años, el Presidente Mao y la Banda de los
Cuatro trataron de suprimir todo vestigio de la religión tradicional,
incluyendo el cristianismo. Pensaron que habían tenido éxito, pero la
iglesia pasó a la clandestinidad y comenzó a multiplicarse. En la década
de los ochenta se levantó la prohibición y los occidentales comenzaron a
entrar a China. Lo que vieron fue asombroso. La iglesia no solo había
sobrevivido; ¡había prosperado! De un pequeño comienzo, y a través de
décadas de terrible persecución, la iglesia se había multiplicado. Nadie
sabe cuántos cristianos hay hoy en China; quizá cien millones. La iglesia
se ha multiplicado más rápido en China que en cualquier otra nación en
la historia. En China, los creyentes están equipados con lo que los
cristianos del Nuevo Testamento tenían: vida piadosa, oración y
conocimiento del evangelio. Esos son los medios que el Espíritu de Dios
usa para hacer crecer a la iglesia.
2. El Espíritu de Dios liberará al mundo de las tinieblas y de la
vergüenza. El Antiguo Testamento ofreció indicios y promesas de Dios de
liberar al mundo de pecado, pero la responsabilidad principal de la
nación de Israel era guardar viva la semilla de la fe. Reyes malvados
reinaban en Israel, uno tras otro, así como los falsos profetas. Las diez
tribus del norte fueron absorbidas por otras naciones. Las dos tribus del
sur fueron llevadas al exilio en Babilonia durante setenta años. ¿Cómo
podía sobrevivir la semilla de la fe en tal frío, largo y oscuro invierno de
incredulidad?
En el día de Pentecostés, las semillas de la fe en Israel comenzaron a
crecer. Rápidamente un gran árbol se levantó. Fue tan grande que los
pájaros del cielo hicieron nidos en sus ramas. De la misma manera, la
levadura se almacenó en Israel por siglos, pero en Pentecostés esta
levadura se mezcló con harina y aumentó por todo el mundo.
El arroyo de la gracia en Israel era un chorrito que se había estancado
durante siglos, pero en Pentecostés se desbordó de Jerusalén a Judea y
Samaria y por toda la tierra. La luz del Mesías estuvo escondida por siglos
en un cajón, pero en Pentecostés el cajón se abrió y los rayos de luz
brillaron e irradiaron al mundo.

3. El Espíritu da madurez. Las prohibiciones de guisar un cabrito en la


leche de su madre, la necesidad de ir a Jerusalén tres veces al año para las
fiestas y la necesidad de la circuncisión se terminaron cuando el Espíritu
vino en Pentecostés. La economía mosaica había llegado a su fin. Ya no se
tenía que tratar a las personas como niños; ya no necesitaban obedecer
prohibiciones contra los alimentos puros e impuros. Ahora tienen el
Reino de Dios dentro de ellos; sus leyes están escritas en sus corazones;
tienen un deseo interno de hacer la voluntad de Dios. Como dijeron los
antiguos padres de la iglesia, dondequiera que el Espíritu de Dios obre,
ahí está la iglesia de Dios.
Este tiempo también marca una transición del antiguo pacto al nuevo.
La ley se le dio a Israel desde el Monte Sinaí. No mucho tiempo después
de eso, los hijos de Israel pidieron un becerro de oro. El pueblo bailó
alrededor del becerro gritando: “Estos son nuestros dioses, oh Israel”. El
pueblo se desenfrenaba. Cuando los levitas fueron con Moisés, él les dijo
que ataran espadas a sus costados y fueran por el campamento matando a
sus hermanos, amigos y vecinos. Alrededor de tres mil personas murieron
ese día (Éx 32:1-29). Esa fue una situación que se dio bajo el antiguo
pacto, y es absolutamente ajena a la práctica del nuevo pacto de hoy en
día.
En Pentecostés, las armas de guerra de la iglesia cambiaron. Pedro no
gritó por venganza por el asesinato del Señor Jesús. Ya no habría más
yihad o guerras santas en la dispensación del Espíritu. Nuestro pectoral
es de justicia y nuestro escudo es de fe. Pedro usó la espada del Espíritu,
que es la Palabra de Dios, y mientras blandía esta espada, esta llegó al
corazón de tres mil personas. Cuando la iglesia de Dios ha abandonado la
Palabra para traer la inquisición, la hoguera y otras armas de tortura, el
Espíritu de Dios la ha abandonado.

4. El Espíritu de Dios ahora obra más poderosamente que antes. No


tengo duda de que el Espíritu de Dios estuvo activo en los tiempos del
Antiguo Testamento, ya que Él estaba regenerando y santificando las
mentes del remanente de Israel. ¿De qué otra manera podrían Sadrac,
Mesac y Abednego haber escogido ser quemados hasta la muerte en un
horno en vez de inclinarse ante un ídolo? El Espíritu de Dios les dio las
fuerzas.
No obstante, la promesa a las personas en los días del Antiguo
Testamento fue que en los últimos días todo el pueblo de Dios recibiría el
Espíritu de Dios, no solo los reyes, los profetas y los sacerdotes que
estaban espiritualmente dotados durante la antigua dispensación. De
Pentecostés en adelante, incluso los siervos y las siervas serían llenos del
Espíritu. La iglesia sería una comunión de santos que Cristo presentaría
como una iglesia santa, sin mancha ni arruga.
Hace algún tiempo, tres hombres cristianos en Turquía que habían
enviado Biblias por todo el país fueron asesinados por cinco jóvenes
musulmanes. ¿Fue eso una tragedia? No; no fue una tragedia. Permíteme
decirte lo que es una tragedia. Hay hombres y mujeres religiosos en mi
país que pasan sus tardes año tras año viendo televisión. Son personas
que se jubilan antes de tiempo y dejan de asistir a las iglesias donde
habían participado por años. Fueron la columna vertebral de sus
congregaciones por años, pero ahora se sientan en la playa en Costa del
Sol, en España, excusándose, diciendo: “Vamos a un estudio bíblico cada
semana”. Esto es una tragedia. Algunos cristianos se entusiasman más
con eventos culturales que con el evangelio de Jesucristo. Esto también es
una tragedia.
En Pentecostés, Dios equipó a Su iglesia con poder para ser Su testigo a
todas las naciones. Los pecadores comenzarían a andar en el camino que
lleva a la vida. A la luz de Pentecostés, entonces, permíteme hacerte
cuatro preguntas que una vez leí en un sermón de Steve Cole:

» ¿En todo lo que hago, está mi enfoque en la gloria de Dios? ¿Me hice
esa pregunta en algún momento durante la última semana? ¿Formulé
una estrategia para resistir a la tentación, para buscar crecer en
conocimiento y para hablar con otros?
» ¿Es mi pasión que las naciones glorifiquen a Dios por medio del
evangelio? Si mi corazón no anhela que las personas perdidas sean
salvas, ¿puedo afirmar que mi corazón está en sintonía con el Señor?
Cristo lloró por los pecadores de Jerusalén.
» ¿Depende mi vida diaria del Espíritu Santo? ¿Estoy caminado todos
los días al mismo paso que el Espíritu? Si se retirara de mí una semana,
¿lo extrañaría? ¿Me estoy apoyando en Él para tener dominio propio,
valor, sabiduría y poder para obedecer a Dios?
» ¿Estoy esperando que me abra una puerta para compartir el
evangelio con otros? ¿Qué acciones y palabras mías ayudarán a las
personas perdidas a buscar al Salvador? El poder del Espíritu no se me
da para que me sienta feliz, sino para hacerme una persona más santa,
a fin de que mi vida pueda impactar al mundo para Cristo. Para ti y
para mí ese debería ser el significado de Pentecostés.1
12
LA PREDICACIÓN DE
PENTECOSTÉS

Desconcertados y perplejos, se preguntaban: ¿Qué quiere decir esto?


Otros se burlaban y decían: Lo que pasa es que están borrachos.
Entonces Pedro, con los once, se puso de pie y dijo a voz en cuello:
Compatriotas judíos y todos ustedes que están en Jerusalén, déjenme
explicarles lo que sucede; presten atención a lo que les voy a decir.
Estos no están borrachos, como suponen ustedes. ¡Apenas son las
nueve de la mañana! En realidad lo que pasa es lo que anunció el
profeta Joel…
Hechos 2:12-16

Para entender Pentecostés debemos ir a Pedro, el intérprete autorizado e


inspirado, y testigo de lo que sucedió. Pedro le explica a la multitud que
rodea a los discípulos en Pentecostés lo que les ha pasado. Comienza
pidiendo: “Presten atención a lo que les voy a decir” (Hch 2:14). Si las
personas verdaderamente escucharan, entenderían cómo y porqué el
Espíritu de Dios ha llegado, pero si no escuchan a un apóstol lleno del
Espíritu de Dios, tampoco escucharán a alguien que se ha levantado de
los muertos.
LA IGLESIA BAJO ATAQUE

Inmediatamente después de que el Espíritu de Dios vino sobre la iglesia,


los creyentes fueron atacados. Multitudes en el templo oyeron a los
discípulos hablar en idiomas que no habían conocido antes y trataron de
encontrar alguna explicación común para este extraordinario milagro.
Llegaron a esta conclusión: “Han estado bebiendo. Estos discípulos están
borrachos”.
El diablo siempre ataca a la iglesia; él es ya sea mordaz o sutil en sus
ataques, pero nunca ignora a la iglesia. Algunos cristianos dicen que
nunca se defienden del ataque. Estoy de acuerdo que si nuestro propio
nombre y reputación están siendo atacados, debemos responder como el
Señor Jesús enseña cuando dice: “Amen a sus enemigos, hagan bien a
quienes los odian, bendigan a quienes los maldicen, oren por quienes los
maltratan” (Lc 6:27-28). Pero cuando el Señor mismo es atacado,
estamos llamados a defenderlo y no avergonzarnos de ser identificados
con Su causa. Cuando la verdad está siendo despedazada, debemos
defender el evangelio.
El Nuevo Testamento está lleno de ejemplos de cómo nuestro Señor y
Sus apóstoles respondieron a los ataques. Por ejemplo, cuando Jesús fue
acusado de echar fuera demonios por el poder de Beelzebú, Él respondió
diciendo que si fuera Satanás dándole poder (Jesús se oponía a Satanás
en todos los sentidos), estaría apoyando un ataque contra él mismo. Eso
sería una locura, pues una casa dividida contra sí misma no puede
permanecer. Y si los fariseos afirmaban echar fuera demonios en el
nombre de Dios, como lo hacía Jesús, entonces los diablos mismos serían
sus jueces.
La iglesia tiene el derecho a ser escuchada, pero si sirve a Beelzebú
pierde este derecho. Si sus líderes son borrachos, no tienen derecho a ser
escuchados. Si sus líderes son inmorales, no tienen derecho a ser
escuchados. Si con regularidad la iglesia toma partido contra la gente
común y apoya a la aristocracia, pierde su derecho a ser escuchada. Si se
ahoga a la iglesia con ceremonias, comités, cumbres, declaraciones y
entrevistas, se aleja del pueblo y pierde su derecho a ser escuchada.
PEDRO DEFIENDE A LA IGLESIA

La iglesia primitiva era un humilde grupo de personas que estaban


abrumadas con lo que habían escuchado y visto del Señor Jesús durante
Sus tres años de ministerio. Ahora se habían vuelto beneficiarios del
Espíritu Santo. Y Pedro, como su portavoz autorizado, defendía sus
acciones diciendo: “Estos no están borrachos, como suponen ustedes.
¡Apenas son las nueve de la mañana! En realidad lo que pasa es lo que
anunció el profeta Joel: Sucederá que en los últimos días, dice Dios,
derramaré Mi Espíritu sobre todo el género humano. Los hijos y las hijas
de ustedes profetizarán, tendrán visiones los jóvenes y sueños los
ancianos” (Hch 2:15-17).
Jerusalén tenía que tomar una de dos opciones para explicar lo que
había sucedido en Pentecostés. La primera opción era humanista y
natural: estos hombres han estado bebiendo y su balbuceo en lenguas
extrañas es el resultado de la embriaguez. La segunda opción era que
Dios había derramado Su Espíritu en estos hombres, dándoles la
habilidad de hablar en idiomas extranjeros. Cada quien tenía que decidir
cuál era la explicación para tal fenómeno: el alcohol o el cumplimiento de
las palabras del profeta Joel.
Quizá tú también tienes que escoger entre estas dos opciones. Quizá te
niegues a calumniar a estos hombres admirables diciendo que estaban
borrachos a las 9 de la mañana del domingo. No actuaban como los
borrachos que has visto en otras ocasiones. Sin embargo, no estás
dispuesto a reconocer que Dios Espíritu Santo, la tercera persona de la
Deidad, había venido sobre estos hombres y los había llenado. ¿Existe,
entre estos dos extremos, un comportamiento más pertinente?
Yo no puedo ser neutral; escucho lo que Pedro dijo y me siento
totalmente persuadido. Él cita del profeta Joel, quien predijo que tal
evento ocurriría. “Esto es eso”, declaró Pedro. Dios prometió derramar Su
Espíritu sobre la iglesia del Mesías. La gente de Jerusalén se halla ahora
en un aprieto en la historia de la redención. Son testigos de un evento
divino. Dios está manteniendo Su palabra al cumplir Sus profecías. Los
estudiosos de la Escritura sabían que lo que Joel había profetizado
sucedería un día y que estaría marcado por tres características. Ahora
Pedro reta a estas personas anunciando: “Quiero probarles a ustedes, que
escudriñan las Escrituras, que esos aspectos de la profecía de Joel se han
cumplido hoy”. Se ha cumplido de las siguientes formas:

1. Pentecostés es un día de eventos extraordinarios. Joel escribió lo que


Jehová Dios anunció acerca del día de Pentecostés: “Arriba en el cielo y
abajo en la tierra mostraré prodigios: sangre, fuego y nubes de humo. El
sol se convertirá en tinieblas y la luna en sangre antes que llegue el día del
Señor, día grande y esplendoroso” (Hch 2:19-20).
Esa profecía se cumplió el Viernes Santo. El sol cedió su lugar a la
oscuridad, al mediodía, el día que Jesús murió. Los pájaros dejaron de
cantar. La desaparición del sol no fue solo un eclipse puesto que duró
demasiado. La luna estuvo presente a la mitad del día, como una gran
gota de sangre en el cielo. El día se volvió noche cuando Jesús de Nazaret,
a quien los judíos condenaron y ejecutaron, murió en la cruz.
Junto con todas esas maravillas en el cielo, algunos eventos
catastróficos tuvieron lugar en la tierra. Un gran terremoto partió las
piedras y abrió los sepulcros. Los muertos se levantaron. Las gente en
Jerusalén vio a estas personas resucitadas caminando por ahí. De modo
que hubo señales en la tierra y prodigios en el cielo cuando Cristo fue
bajado de la cruz y sepultado en una tumba. Su cuerpo fue vigilado por
unos soldados que estaban alrededor de una fogata mientras la noche se
hacía más fría y oscura.
Ese fue el horrible escenario del Calvario, cuando tres hombres fueron
crucificados en cruces, estando Jesús de Nazaret en medio. Esto era de
todo lo que la gente hablaba después, porque en el fondo de sus almas
reconocían que habían tenido parte en la muerte de Jesús.
Estos prodigios en los cielos y señales en la tierra no solo sucedieron en
el Calvario. Durante los tres últimos años, la gente en Galilea, Judá y
Jerusalén había sido abrumada por señales y prodigios milagrosos.
Cuando Jesús nació en Belén, una brillante estrella apareció en el cielo.
Hombres sabios del este siguieron la estrella desde Babilonia hasta Belén
donde vivían el niño Jesús y Sus padres.
Cuando Jesús fue bautizado por Juan el Bautista en el río Jordán, la
gente escuchó la voz de Dios hablando del cielo, diciendo: “Este es mi
Hijo amado; estoy muy complacido con Él”. Algunos eventos milagrosos
tuvieron cabida a lo largo de la vida de Jesús. Él y Sus discípulos estaban
en el Mar de Galilea cuando una violenta tormenta amenazaba con
hundir la barca donde estaban. Pero Jesús habló unas cuantas palabras, e
inmediatamente los vientos y las olas se calmaron. Sus discípulos estaban
tan asombrados que clamaron: “¿Quién es este, que hasta el viento y el
mar le obedecen?”.
Jesús de Nazaret también hizo milagros. Fue a una boda en Caná de
Galilea. Cuando se acabó el vino, Jesús convirtió en vino el agua que
estaba contenida en grandes tinajas. Después, alimentó a cinco mil
personas multiplicando cinco panes y dos peces. Liberó a muchas
personas de demonios y sanó a cientos de personas de ceguera, cojera,
lepra y toda clase de enfermedades.
Este rabí sanó a tantas personas que Su reputación se difundió por
todo Israel. Incluso levantó de los muertos a algunas personas. La hija de
Jairo es un ejemplo. Después de que murió, Jesús vino a ella, tomó su
mano y le dijo: “¡Niña, levántate!” (Lc 8:54). Ella recobró la vida y al
instante se levantó.
Una viuda de Naín estaba lamentando la pérdida de su hijo en una
procesión fúnebre; Jesús se apiadó de ella y levantó al niño a la vida.
También levantó a Lázaro, hermano de Sus amigas María y Marta. Lázaro
había estado en el sepulcro tres días cuando Jesús le ordenó salir de la
tumba. Lázaro salió del sepulcro con sus vendas todavía pegadas.
¿Qué clase de hombre podía resucitar a los muertos? El profeta Joel
predijo que antes del gran día cuando el Señor derramaría Su Espíritu
sobre toda clase de personas, habría señales y prodigios en el cielo y en la
tierra. ¿No había estado pasando todo esto durante tres años antes de
Pentecostés? Entonces, en Pentecostés, el viento aulló como un huracán
en Jerusalén. Lenguas de fuego ardían sobre las cabezas de los seguidores
de Jesús y muchos de ellos de repente hablaron en idiomas extraños para
proclamar la grandeza de Dios. Este día de eventos extraordinarios fue la
culminación de los prodigios arriba en el cielo y las señales abajo en la
tierra.

2. Pentecostés fue el día de la gloria de Cristo. Pedro anunció a la


multitud reunida en Jerusalén en Pentecostés que el día en que el sol se
volvió oscuridad y la luna sangre fue el grande y glorioso día del Señor
Jesucristo. ¿No habían escuchado las parábolas de Jesús? ¿No habían
escuchado a Jesús hablar sobre el hijo pródigo, que fue recibido por Dios
Padre como parte de la familia después de que el muchacho se había
comportado tan censurablemente contra Él? Pedro declaró que si había
esperanza para este hijo, también había esperanza para Jerusalén, que
había matado a los profetas que Dios le había enviado. Así que escucha,
Jerusalén, asesino de los profetas y de Jesús, el Hijo de Dios: ¡hay
esperanza para ti!
¿No has escuchado la parábola de Jesús del sembrador que plantó
algunas semillas en tierra rocosa, algunas en tierra arenosa y otras en
tierra fértil? ¿No explica esta historia por qué algunos de ustedes
escuchan a Jesús por un tiempo pero rápidamente después desisten?
Ustedes son el suelo pedregoso en el que la Palabra se planta. Al principio
se entusiasman con el evangelio, pero después se apartan de él porque
están más interesados en el materialismo que en Dios.
Una vez más pregunto, ¿no han escuchado el Sermón del Monte? ¿No
se han difundido sus verdades como un relámpago por todo el país? ¿No
habla la gente todavía de eso? Jesús ofreció esta extraordinaria
enseñanza con máxima autoridad. Nadie hablaba como Él. Nadie cita lo
que los rabís proclaman en las sinagogas, pero la enseñanza de Jesús está
en los labios de todos. Lo que Él proclamaba está en las conversaciones
de los hombres que se sientan a las puertas de la ciudad, en los labios de
las mujeres que sacan agua del pozo y hasta en las bocas de los niños que
repiten Sus palabras e historia. Este es el grande y glorioso día del Señor.
Con todo, ustedes lo crucificaron. El Sanedrín y los principales
sacerdotes sobornaron a algunos para que dijeran que Jesús era un
blasfemo. Ellos lo entregaron a los romanos y presionaron a Pilato para
que crucificara a este hombre justo. Jesús ofreció vida, salud y esperanza
a miles de personas. Hizo tanto para glorificar a Dios, pero ustedes
gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Ustedes odiaron al Señor y lo
clavaron a una cruz. ¡Piensen en eso! Mataron al más Hermoso e
Inocente. Pero, ¿saben que Él oró por los que lo crucificaron? Eso era un
acto peculiar de Jesús. Él amo a los que lo torturaron y mataron, orando a
Su Padre para que los perdonara porque no sabían lo que estaban
haciendo. ¿Quién podía ser tal hombre?
Su muerte no fue un accidente. Jesús no fue solo otro profeta
fracasado. Fue entregado a muerte, nos anuncia el profeta Isaías, según el
determinado propósito y el previo conocimiento de Dios (Hch 2:23).
“Pero el Señor quiso quebrantarlo y hacerlo sufrir”, declara Isaías (Is
53:10). Dios estuvo en todo ese sufrimiento y muerte, llamando a Su Hijo
a actuar como lo hizo para redimirnos de nuestros pecados.
La Escritura dice que no puede haber remisión de pecados sin
derramamiento de sangre. Sin embargo, no es posible que la sangre de
toros, machos cabríos o palomas expíe nuestra maldad. Dios demandaba
el sacrificio de animales y aves en los días previos al Mesías como ayudas
didácticas apuntando hacia el Mesías, quien un día vendría y heriría la
cabeza de Satanás. Cuando vino el precursor de Jesús, Juan el Bautista,
aclamó sobre Cristo: “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del
mundo”. Dios envió a Su propio Hijo a la cruz. Sus enemigos terminaron
haciendo lo que era esencial para que la redención se lograra. Dios actuó
tanto el Viernes Santo como el Domingo de la Resurrección, puesto que
Cristo es Señor de la cruz y de la tumba vacía.
Tal vez quieres algo que pruebe que Jesús es el Señor. La respuesta que
Pedro te da es: “Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte,
porque era imposible que la muerte lo mantuviera bajo su dominio” (Hch
2:24). Un cuerpo que yace en un ataúd tres días, que de repente abre los
ojos, se levanta y sale de la tumba es prueba suficiente. Jesús hizo eso. Él
mismo se levantó al tercer día, dice la Escritura. El significado de la
resurrección es que no se hizo en el ámbito de la teología, de las ideas o
de la filosofía, sino en el tiempo y en el espacio, aquí en esta tierra. Pedro
mismo vio al Salvador resucitado, a quien había negado tres veces.
Escuchó humildemente mientras el Maestro le preguntaba tres veces:
“Pedro, ¿me amas? Apacienta mis ovejas”.
Esto pasó quince días antes de que Pedro predicara en Pentecostés. El
predicador del Sermón del Monte estaba oficialmente muerto; fue bajado
de la cruz y sepultado en una tumba, sellada y vigilada. Pero Dios lo
levantó de los muertos (v. 24), dice la Escritura. Esa sencilla oración
explica qué le había pasado al cuerpo de Jesús. El poderoso Creador y
Sustentador del universo que había levantado de los muertos al hijo de la
viuda en el tiempo de Elías, que le había dado la confianza a Job para
clamar “Yo sé que mi Redentor vive”, que había resucitado a la hija de
Jairo, al hijo de la viuda de Naín y a Lázaro, ahora ¡Él mismo se levantó
de los muertos!
Era impensable que la muerte mantuviera su control sobre el Señor de
gloria. La muerte misma finalmente se encontró con su conquistador, el
Dios omnipotente, con quien nada es imposible. Pedro clama: “A este
Jesús, Dios lo resucitó, y de ello todos nosotros somos testigos” (Hch
2:32).
Si hubieran dicho “Vimos un fantasma”, tendrías todo el derecho de ser
sarcástico o creer que hay otra explicación para las apariciones de Jesús
después de la muerte, pero Pedro dice que él no fue el único que vio a
Jesús resucitado. Una docena de personas lo vieron en más de una
ocasión y quinientas en otra. ¿Cuándo has escuchado de quinientas
personas juntas viendo a un fantasma? Pedro y los otros discípulos
testificaron que pasaron casi seis semanas con Cristo después de Su
resurrección. “Nosotros estábamos ahí el primer día de la semana cuando
fuimos a la tumba”, dice Pedro. “La piedra había sido rodada. Las vendas
y el sudario estaban ahí pero Jesús no. Los hombres que vigilaban la
tumba estaban dormidos como hombres en estado de coma”.
Jesús se apareció a más personas. Se reunió con una mujer en el
huerto, con todos los apóstoles en el aposento alto, con Pedro y con dos
amigos que viajaban a Emaús. Jesús no era un fantasma; Él comió y
bebió con los discípulos en el aposento alto y junto al lago. “Nos juntamos
para reunirnos con Él y Él pasó horas hablándonos”, explica Pedro. “Lo
vimos en la colina donde ascendió; allí nos bendijo y después subió al
cielo. Ahora está exaltado a la diestra de Dios. Ha recibido del Padre el
Espíritu Santo prometido y ha derramado esto que ustedes ahora ven y
oyen (v. 33). Este es el día del Señor grande y glorioso”.
La gente reunida en Pentecostés debía haber estado preparada para el
día de la gloria de Jesús porque el rey David lo había predicho: “Veía yo al
Señor siempre delante de mí, porque Él está a mi derecha para que no
caiga. Por eso mi corazón se alegra, y canta con gozo mi lengua; mi
cuerpo también vivirá en esperanza. No dejarás que mi vida termine en el
sepulcro; no permitirás que Tu santo sufra corrupción. Me has dado a
conocer los caminos de la vida; me llenarás de alegría en Tu presencia”
(Hch 2:25-28). David llamó a Cristo Señor y Jehová.
Además, cuando David dijo que Dios no lo abandonaría en la tumba,
no estaba hablando de él mismo porque, al final, el rey David murió y fue
sepultado. Su tumba está en Israel y la podemos visitar. David estaba
hablando de otro Rey que no se corrompería en la tumba, sino que se
levantaría para caminar las sendas de la vida. Eso es exactamente lo que
pasó con Cristo. “Lo hemos visto y hemos hablado con Él y lo hemos
tocado”, proclama Pedro. “Todos los que estamos aquí en Pentecostés
alabando a Dios en los idiomas gentiles hemos pasado tiempo con el
Jesús resucitado durante los últimos cincuenta días. Ya no podemos
dudar más que Él está vivo tal como lo estamos nosotros”.
Quizás digas: “Muéstrame a Cristo resucitado y te creo”. ¿Sabes de
quién estás hablando? ¿Puedes convocar a una ballena del para que se
presente ante nosotros? ¿Podemos hacer que un águila salvaje venga
volando del cielo para entretenernos? ¿Traer al Hijo de Dios aquí? Al que
David llamó “mi Señor” es el Mesías. Este Jesús que se levantó de los
muertos ahora está sentado a la diestra de Dios reinando. Dios ha hecho a
este Jesús, que ustedes crucificaron, Señor y Cristo sobre todo (Hch
2:36).
Jesús no dejará ese trono sino hasta el fin de la era, cuando venga a
juzgar a vivos y muertos. Todos tendremos que aparecer ante Su trono en
ese momento. Ese es el día del Señor; pero hablemos un poco más sobre
Pentecostés, un día grande y glorioso, pues es un día de gracia.
UN DÍA DE SALVACIÓN

El profeta Joel anunció acerca de este gran día: “Y todo el que invoque el
nombre del Señor será salvo” (Hch 2:21). Solo piensa en lo que la gente
hace para librarse del aburrimiento: leen, van a conciertos, viajan, se
dedican a un pasatiempo y ven televisión. Piensa en lo que las personas
hacen para salvarse de la soledad: se casan o se unen a clubes para
mezclarse con personas con intereses afines. Piensa en todo lo que la
gente hace para salvarse de la desdicha: beben, fuman o escuchan la
radio. Todos hacen algo para salvarse de la desesperación.
¿Qué hacen las personas para salvarse de la culpa? ¿No has sentido
culpa por haber lastimado a algunas personas? No hay nadie que no le
haya hecho daño a alguien. ¿Cómo le haces frente a esto? Puedes
confesar tu ofensa, disculparte con la persona ofendida, incluso hasta
puedes tratar de hacer una restitución. Dios te ayudará a hacer eso, pero
¿cómo lidias con la culpa? ¿Qué te salvará de los oscuros pensamientos
sobre tus debilidades y tendencias a lastimar a los demás?
Los que gritaron “¡crucifícalo!” consiguieron lo que querían. Jesús era
completamente inocente. No había lastimado a nadie; más bien había
ayudado a miles de personas. Sin embargo, los judíos lo odiaron y lo
querían muerto. Jesús no era simplemente el mejor de los hombres,
inofensivo y amable; Él era el Hijo de Dios. Él era la Palabra hecha carne;
el resplandor de la gloria de Dios y la imagen misma de Su persona. Si
quieres saber cómo es Dios, mira a Jesús. Algunos de ustedes piensan en
Dios como si fuera un anciano, pero más bien podríamos imaginarnos
que es un hombre que se arrodilla en el suelo con una vasija de agua y
una toalla en sus manos, lavando los pies sucios de Sus seguidores. A eso
es semejante el Dios Creador.
“Ustedes lo odiaron y lo querían muerto”, Pedro clamó. ¿Qué los puede
salvar de la culpa de haber hecho eso?”. Pedro después instó a los
asesinos de Jesús a que “invoquen el nombre del Señor”. Este Señor tiene
un nombre sobre todo nombre. Él es Jehová Jesús. Pedro les invita a que
invoquen ese nombre. Qué interesante que Pedro no dijo: “Dios los está
llamando; así que, por favor, digan que sí”. Más bien dijo: “Ustedes deben
invocar el nombre Dios, el de nadie más. Rueguen directamente al Señor
y Él los salvará de su pecado”.
Eso fue lo que pasó en el día de Pentecostés: el sonido de un violento
viento, lenguas repartidas de fuego reposando sobre cada discípulo y la
repentina habilidad de los discípulos de hablar en varios idiomas para
que las personas de todo el mundo los pudieran entender. Algunas
personas acusaron a los discípulos de estar borrachos, pero Pedro los
defendió diciendo que este día de eventos extraordinarios había sido
profetizado hacía mucho tiempo. Es el día grande y glorioso del Señor
Jesús. Es el día de salvación.
Cuando Pedro termina su sermón, regresas a tu casa; allí están tu
esposa y tus hijos. Les dices lo que viste ese día en Jerusalén y se enojan
por haberlo perdido. Tú les dices: “Vi a la TV de Jerusalén grabando todo
el incidente y debe estar en las noticias de la noche. Veamos el reportaje.
Ustedes me dirán, ¿quién creen que tiene razón? ¿Creen que realmente
esos hombres estaban borrachos, o que Jesús es el Mesías? Yo le creo a
Pedro”.
“Bueno, yo creo que estaban borrachos”, comenta tu esposa. Así que
llamas a los niños y prendes la televisión. “Chicos”, explicas, “su mamá y
yo hemos estado discutiendo estas cosas raras que están pasando en
Jerusalén. Yo pienso que una cosa ha ocasionado estos hechos, pero su
mamá piensa que hay otra explicación. Veamos las noticias”. Después del
reportaje, les pides a los niños su opinión de lo que sucedió. Todos votan
otra vez y después se van a la cama.
¿Es así como terminó Pentecostés en Jerusalén? ¿La gente votó sobre
quién tenía el mejor caso? ¿Crees que algunas personas dijeron: “Lo que
Pedro dijo tiene sentido para mí”, y otros: “Todos son una manada de
fanáticos”?
No. Pedro no dejó que nadie creyera que los cristianos estaban en un
juicio. Pedro comenzó con la profecía de Joel, después fue al Salmo de
David, mostrando cómo Cristo cumplió todo lo que Joel y David
predijeron sobre este día tan prometido. En seguida Pedro afirmó:
“Ustedes lo aprehendieron y lo mataron por medio de hombres inicuos,
crucificándolo” (Hch 2:23 RVC). Ustedes han matado al unigénito Hijo de
Dios. Ustedes terminaron con la vida de Jehová Jesús. Dios ha hecho a
este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Señor y Cristo (Hch 2:36).
Ustedes lo asesinaron, pero Él ahora está a la diestra de Dios. Él los está
esperando; ustedes lo verán porque Él es su juez.
Pedro le explica: “Ustedes piensan que están en la tribuna del jurado,
emitiendo un juicio de lo que hoy ha pasado aquí. Pero ustedes están en
la tribuna del pecador, y el Juez de toda la tierra ha emitido sentencia
sobre ustedes. Dios los ha declarado culpables de llevar a Su Hijo a la
muerte”.
Nadie se fue de Jerusalén ese día pensando que solo había escuchado
un discurso interesante. Pedro terminó su sermón implorando:
“Arrepiéntase y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo
para perdón de sus pecados” (Hch 2:38). Pedro les rogó a sus oyentes
invocar el nombre del Señor para arrepentirse por lo que habían hecho.
Les suplicó reconocer que sus pecados necesitaban perdón en el nombre
de Jesús. Les advirtió de la locura de ignorar lo que habían visto y
escuchado en Pentecostés. Les imploró para que fuesen salvos.
Ese sermón transformó a tres mil personas. Les llegó al corazón (Hch
2:37). Estaban convencidos de que cada palabra que Pedro había hablado
era verdad y tenían que hacer algo al respecto. Sabían que eran culpables
de crucificar a Cristo, el Mesías prometido, y ahora se dirigían a un
encuentro personal con Él. Eran conscientes de que se habían ganado la
ira del Cordero. ¿Qué podían hacer? ¿Cómo podían ser perdonados?
Pedro no permitió que sus oyentes se marcharan pensando que habían
escuchado una historia fascinante o una simple anécdota. Tampoco les
compartió su testimonio personal. No dijo: “Permítanme explicarles lo
que es estar lleno del Espíritu”. Dios le dio a Pedro la espada del Espíritu,
que es la Palabra de Dios; así que él tomó esa espada y la clavó en los
corazones de sus oyentes. Tres mil personas fueron convencidas ese día
de que no estaban preparadas para encontrarse con Dios. “Arrepiéntase y
bautícense”, les imploró Pedro. “¡Sálvense de esta generación perversa!”
(Hch 2:40). Y así lo hicieron.
Vete ahora con esas palabras resonando en tus oídos. ¡No las olvides
hasta que las hayas cumplido!
13
¿RECIBISTE EL
ESPÍRITU SANTO?

Mientras Apolos estaba en Corinto, Pablo recorrió las regiones del


interior y llegó a Éfeso. Allí encontró a algunos discípulos.
“¿Recibieron ustedes el Espíritu Santo cuando creyeron?” les
preguntó. “No, ni siquiera hemos oído hablar del Espíritu Santo”
respondieron. “Entonces, ¿qué bautismo recibieron? “El bautismo de
Juan”. Pablo les explicó: “El bautismo de Juan no era más que un
bautismo de arrepentimiento. Él le decía al pueblo que creyera en el
que venía después de él, es decir, en Jesús”. Al oír esto, fueron
bautizados en el nombre del Señor Jesús. Cuando Pablo les impuso las
manos, el Espíritu Santo vino sobre ellos, y empezaron a hablar en
lenguas y a profetizar. Eran en total unos doce hombres.
Hechos 19:1-7

El apóstol Pablo había recorrido el largo camino de Corinto a Éfeso.


Ahora buscaba al pequeño grupo de cristianos en la ciudad. Pronto
descubrió que tenían un limitado conocimiento de Dios. Por ejemplo,
nunca habían escuchado del tercer miembro de la Deidad, el Espíritu
Santo. Quizá estos hombres habían visitado Jerusalén donde escucharon
sobre Juan el Bautista y su poderosa predicación en el desierto cerca del
río Jordán. Fueron a escucharlo y, junto con otros miles, se arrepintieron
de sus pecados y fueron bautizados. O quizá uno de los discípulos de Juan
vino a Éfeso y comenzó a predicar sobre la necesidad de arrepentimiento
y de ser bautizados, y alrededor de doce personas respondieron a ese
mensaje y fueron bautizadas.
Sin importar mucho cómo es que llegaron a creer en Cristo, estos
creyentes ahora se encontraron con Pablo. Lo primero que les preguntó
es si ellos habían recibido al Espíritu Santo cuando creyeron. Ellos
dijeron que no; ni habían escuchado del Espíritu. Son discípulos de Juan,
dicen, pero no saben nada del Espíritu Santo o de Su derramamiento en
Pentecostés.
UN BAUTISMO LIMITADO

¿Cómo podían estas personas haber llegado a ser cristianas sin recibir el
Espíritu? Se nos dice claramente que estas personas eran discípulos.
Cada vez que la palabra discípulos se usa en el libro de Hechos, siempre
se refiere a los cristianos. Estas personas le creyeron a Juan el Bautista,
quien dijo que el Mesías pronto vendría y bautizaría a los creyentes con el
Espíritu Santo. Les mostró a Jesús de Nazaret, diciendo que Él era el
Cordero de Dios que quitaría los pecados del mundo.
Los efesios creyeron esto, pero a partir de ese momento su
conocimiento decayó. No sabían que el Espíritu Santo había sido
derramado en la iglesia de Jerusalén el día de Pentecostés. Desconocían
que, desde ese momento en adelante, cada cristiano tendría el Espíritu
Santo o, más bien, que el Espíritu Santo tendría a cada cristiano.
La Biblia claramente muestra que la vida cristiana comienza con el
nuevo nacimiento en el Espíritu. Juan 3:8 nos declara que somos
“nacidos del Espíritu”. Ahora bien, “si alguno no tiene el Espíritu de
Cristo, no es de Cristo”, afirma Pablo en Romanos 8:9. También alienta a
la atribulada iglesia en Corinto diciéndole que “nosotros no hemos
recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que procede de Dios” (1Co
2:12). Y agrega: “Todos lo hemos recibido, todos ustedes y yo también, el
Espíritu que es de Dios”. También les testifica a los gálatas que la
promesa de Dios a Abraham ahora se ha cumplido, “para que por la fe
recibiéramos el Espíritu según la promesa” (Gá 3:14).
El medio por el cual recibimos el Espíritu es la fe en Cristo. No
recibimos el Espíritu por obras, por ejemplo, angustiándonos por nuestro
pecado, haciendo buenas obras o ayunando, sino por fe en el Salvador. En
Pentecostés el gran mensaje de Pedro fue: “Arrepiéntase y bautícese cada
uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados
[…] y recibirán el don del Espíritu Santo” (Hch 2:38).
Los discípulos en Éfeso no progresaron en el conocimiento después de
que fueron bautizados por Juan, a diferencia de Simón Pedro y Andrés,
que también fueron discípulos de Juan pero que después se convirtieron
en discípulos de Jesús y fueron bautizados por el Espíritu Santo en
Pentecostés. El bautismo de Juan fue un bautismo preliminar; era una
señal externa del cambio interno de un corazón arrepentido. El Espíritu
de Dios obraba en la predicación de Juan y su bautismo, pero las
personas no podían sentir la obra del Espíritu Santo sin saber nada sobre
la persona del Espíritu Santo. Eso fue lo que pasó con los doce hombres
de Éfeso. Se arrepintieron de sus pecados y fueron bautizados. Con
frecuencia se juntaban con otros discípulos afines para adorar a Dios.
Pero había lagunas en su visión teológica. Tenían una comprensión
imperfecta de la fe cristiana.
Estos doce hombres recibieron el bautismo de Juan demasiado tarde.
El bautismo de Juan los preparó para la venida de Cristo y para Su obra,
pero después de que nuestro Señor terminó Su obra, ascendió al cielo y
derramó Su Espíritu en Pentecostés, el bautismo del Espíritu en el
nombre de Jesús se convirtió en el único bautismo válido y autorizado.
Así que estos doce hombres de Éfeso le explicaron a Pablo: “¡Ni
siquiera habíamos oído hablar del Espíritu Santo!”. Ellos no sabían
absolutamente nada de Pentecostés. Esto no quiere decir que fueran
ajenos a las operaciones del Espíritu. Eran como los creyentes del
Antiguo Testamento que estaban familiarizados con el ministerio del
Espíritu en la creación, en la inspiración de los profetas y en la
preparación de reyes y sacerdotes para su labor. Sabían cómo Jeremías,
Daniel y Joel habían hablado de un tiempo cuando el Espíritu vendría en
los días del Mesías. Sabían que el rey David había orado que Dios no
quitara de él Su Espíritu. Entendían que esto era parte de su propia
experiencia de ser verdaderos discípulos del Señor y lo sabían por la
enseñanza del Antiguo Testamento. Pero ahora Pablo los retó
preguntándoles si también tenían el Espíritu, para santificarlos y
fortalecerlos (lo que cada cristiano en el mundo recibió en Pentecostés).
Estos doce hombres, que mostraban las marcas de ser verdaderos
discípulos por medio del Espíritu Santo, se estaban perdiendo el hecho de
que el Espíritu viviera en ellos en toda Su plenitud, justo como pasó con
los creyentes del Antiguo Testamento. En muchas maneras, los doce en
Éfeso eran como Abraham, Moisés, David y otros héroes mencionados en
Hebreos 11. Vivieron por fe en el Señor y fueron salvos por gracia, pero no
tenían el poder y la influencia del Espíritu al nivel de incluso el creyente
más joven de hoy en día. En el Antiguo Testamento, el Espíritu obró
esporádicamente a través de algunos individuos (profetas, sacerdotes o
reyes favorecidos), pero después de que el Señor Jesús derramó Su
Espíritu en Pentecostés, el Espíritu comenzó a obrar en personas
ancianas y jóvenes, siervos y siervas, y en cualquiera que fuera bautizado
por el Espíritu en todo el mundo. Pero ese no fue el caso de los creyentes
de Éfeso. Eran como el soldado japonés que perdió contacto con sus
superiores. Cuando fue capturado, el solitario soldado se enteró que la
guerra había terminado. De igual modo, Pablo rescató a estos doce
hombres en el lejano Éfeso de una fe incompleta y los instruyó en los
caminos del Espíritu Santo.
Éfeso estaba en la costa este de Turquía, a cientos de kilómetros de
Israel. En la época de Cristo, los habitantes de esta nación gentil
pertenecían al reino de las tinieblas. El Hijo de Dios vino a las tinieblas
del mundo para redimirlo a través de Su sufrimiento, muerte y
resurrección. Los creyentes que fueron transformados por el Espíritu
Santo ahora estaban difundiendo las nuevas noticias de Cristo por todo el
mundo. Entonces cuando Pablo llevó el evangelio del Nuevo Testamento
a Éfeso, comenzó a enterarse de lo que estaba faltando en la fe de los
creyentes.
LOS DONES AUSENTES

Los creyentes en Éfeso no tenían los dones del Espíritu ni Su operación


en sus vidas. Sabían algo del Espíritu que vive en el creyente, aunque
quizá no en esos términos. Habían experimentado la fe, el
arrepentimiento, el discipulado y la comunión, pero les faltaban las
siguientes tres gracias:

1. El Espíritu da una completa seguridad de la salvación. El Espíritu


todavía no había dado testimonio a los espíritus de estos creyentes de que
eran hijos de Dios. Si alguien viajaba hacia el este, de Éfeso a Jerusalén, y
hablaba con los cristianos ahí, vería que casi todos estaban seguros de su
salvación por la sangre de Cristo. Pocos creyentes en la iglesia en
Jerusalén vivían en incertidumbre acerca de sus privilegios espirituales o
de su relación con el Señor. Pero los doce creyentes de Éfeso no tenían la
seguridad de la obra terminada de reconciliación que el Mesías había
llevado a cabo. Tenían el bautismo de Juan y nada más.

2. El Espíritu da poder para compartir el evangelio. Habían pasado años


desde Pentecostés, pero la iglesia en Éfeso solo había aumentado de
tamaño a doce hombres. Entonces un hombre lleno del Espíritu de Dios,
el apóstol Pablo, llegó y comenzó a trabajar con los creyentes. La
consecuencia de este ministerio guiado por el Espíritu, de acuerdo con
Hechos 19:10, 20 fue que “todos los […] que vivían en la provincia de Asia
llegaron a escuchar la palabra del Señor”, y “así la palabra del Señor
crecía y se difundía con poder arrollador”. Eso es lo que la llenura del
Espíritu hizo por estos creyentes a través de Pablo.
Piensa en lo que pasó antes del derramamiento del Espíritu en
Pentecostés. Una criada le preguntó a Pedro si conocía a Cristo, y el
discípulo airadamente negó saber algo de ese desdichado sujeto. Todos
los apóstoles se aseguraban de que la puerta estuviera cerrada después de
entrar en una habitación porque tenían miedo de que alguien pudiera
irrumpir y arrestarlos. Hasta en el monte de la ascensión, cuarenta días
después de la resurrección, a algunos de los discípulos les faltó el valor
para predicar o compartir el evangelio con otros. Pero cuando el Espíritu
Santo los inundó en Pentecostés, ya no estaban avergonzados del
evangelio de Jesucristo; sin temor lo predicaron en Jerusalén a todos los
enemigos de Jesús.

3. El Espíritu da el don de comprensión y hablar en idiomas extranjeros.


Este gran don del Espíritu dado a los creyentes en Pentecostés fue
necesario para difundir el evangelio hasta los últimos rincones de la
tierra. El don milagroso también lo necesitaban los creyentes de la
importante ciudad de Éfeso. Así que Pablo puso sus manos sobre los
cristianos y el Espíritu Santo vino sobre ellos. Y esos gentiles convertidos,
que vivían a 1,300 kilómetros de Jerusalén, recibieron el mismo don
milagroso de los idiomas que había sido dado a los creyentes de
Jerusalén.
Ahora el evangelio podía ir de Éfeso a las áreas circundantes. Hechos
19 dice cómo Pablo llevó el evangelio a las personas por todo Éfeso y por
la provincia de Asia. Hechos 20 explica cómo el evangelio fue más allá, a
Macedonia y a Grecia y cómo Pablo planeó ir aún más lejos, a Siria. El
evangelio salió a todo el mundo por el poder del Espíritu Santo. La señal
de ese poder para los creyentes en Éfeso y Jerusalén fue la misma: el don
de hablar y entender los idiomas gentiles.
¿HAS RECIBIDO AL ESPÍRITU SANTO?

Mi interés, como el de Pablo, es saber si recibiste el Espíritu Santo


cuando creíste. La única respuesta que un cristiano puede dar, si lo que la
Biblia dice es verdad, es: “Sí; por la gracia de Cristo he recibido el Espíritu
Santo”. Por el Espíritu Santo te has vuelto partícipe de la naturaleza
divina. Tienes acceso ilimitado a Dios Espíritu Santo, el cual mora en ti y
afecta cada parte de tu ser. Estás completo en Él. Pero, ¿por qué entonces
te hacen falta los dones importantes y las gracias del Espíritu Santo? ¿Por
qué el fruto del Espíritu no se ha desarrollado en ti y sigue del mismo
tamaño que era cuando creíste por primera vez? ¿Por qué no eres más
como Cristo si el Espíritu de Cristo mora en ti? ¿Y qué de los otros dones,
como los que se enlistan a continuación?

1. El don de discernimiento. ¿Por qué el don de discernimiento no es más


evidente en ti? Este don te daría una dimensión moral y teológica que el
Espíritu de Dios crea y sostiene, pero a la vez es un don que alimentas
continuamente. ¿Tienes el don de discernimiento, el cual se hace evidente
en el hecho de que eres sabio, justo, de mentalidad abierta, con ideas y
pensamientos a largo plazo, sin ser hipercrítico, pero tampoco ingenuo?
¿Eres lo suficientemente maduro en este don para evaluar a un
predicador que estás entrevistando para un puesto en tu iglesia? ¿Puedes
juzgar con sabiduría a un predicador visitante de ser el hombre adecuado
para ocupar este púlpito del evangelio?
Hoy en día el don de discernimiento es escaso entre los cristianos
evangélicos. Considera algunos de los terribles errores de juicio hechos
por hombres que alguna vez estimaste grandemente pero que desde
entonces se han desviado de la senda de la verdad y han acogido extrañas
enseñanzas. Tales juicios equivocados también los pueden hacer las
congregaciones que una vez parecieron ser las más ortodoxas. De pronto
el predicador al que llamaron se ha vuelto como Sansón, que tiró todo un
templo sobre sí mismo, destruyendo a todos los que estaban en él.
¿Dónde está el discernimiento en tales congregaciones? ¿Cuántas
personas en una congregación dicen que recibieron el Espíritu Santo
cuando creyeron? ¿Su ministro recibió el Espíritu Santo cuando creyó?

2. El don de iluminación. Hay un antiguo refrán que dice que si algo es


nuevo, no es verdad; y si es verdad, no es nuevo. ¿Por qué los creyentes se
dejan engañar por tantas nuevas ideas? ¿Qué ha pasado con el don de
iluminación del Espíritu Santo? ¿Por qué surgen nuevos movimientos
que son aceptados por tantos cristianos hoy en día?
Por ejemplo, un grupo sugirió una nueva perspectiva sobre la
enseñanza de Pablo sobre la justificación por fe. Los líderes ortodoxos,
los seminarios y las casas editoriales comenzaron a acoger este
pensamiento como si viniera de Dios. ¿Qué le ha pasado al don de
iluminación del Espíritu? Pensemos en el colapso del cristianismo en
Europa hace un siglo, que se puede atribuir a que el Espíritu se retiró de
los púlpitos que dejaron de ofrecer una predicación sana y bíblica. Pero el
Espíritu también ha abandonado los bancos de las iglesias y ha privado a
los ancianos y a los diáconos de la iglesia de Su iluminación.
¿Cuántas personas en esas congregaciones recibieron el Espíritu Santo
cuando creyeron? Si dicen que lo recibieron, ¿a dónde se ha ido su
entendimiento de Dios? ¿A dónde se ha ido el fundamento de la fe? ¿Por
qué no se predicó la verdad a la gente? ¿Por qué se ignoraron las verdades
de la Biblia? ¿Quiénes somos nosotros para ignorar lo que Dios dice?
¿Dónde está el don de iluminación? ¿Los creyentes de las iglesias de hoy
recibieron el Espíritu Santo cuando creyeron?

3. Los dones de evangelismo. Estoy convencido de que tendemos a


restringir la obra del Espíritu Santo al nuevo nacimiento mientras
ignoramos otros aspectos de Su obra que son absolutamente
indispensables para la iglesia de hoy. Son las obras que solo el Espíritu
puede dar y que la iglesia necesita desesperadamente. Son los dones para
servicio en el reino, especialmente en el evangelismo.
El Espíritu Santo mora en la iglesia para que podamos alcanzar a todo
el mundo con el evangelio. Hablamos de labios para afuera sobre este
llamado, pero en el fondo lo ignoramos, ¿no es cierto? Creo que el
evangelismo ya no tiene la prioridad más alta en nuestras vidas.
¿Pensamos a menudo en el gran día del juicio en el que todas las
personas, incluyendo nosotros, seremos reunidas ante el trono del Señor,
quien juzgará a todas las personas otorgando dicha a los que han amado y
servido a Cristo y pronunciando un juicio aterrador contra el resto? ¿Por
qué el día del juicio ya no nos afecta más? ¿Recibiste el Espíritu Santo
cuando creíste?
En el libro de Hechos leemos sobre la dinámica de la autonegación y el
servicio incansable de los creyentes de la iglesia primitiva. ¡Qué
diferentes eran de los creyentes de la iglesia de hoy en día! En los días de
los apóstoles, la ira y los actos de disturbio eran con frecuencia las
respuestas a la predicación del evangelio. Pero la iglesia también
experimentó un gran crecimiento en una vida rica en fe. Compara eso con
la vida de la iglesia de hoy. Es más débil y menos poderosa en su
predicación, y nuestra tolerancia hacia un púlpito débil y anémico y hacia
el evangelismo incompetente es aún más desastrosa. ¿Cuántos de
nosotros estamos rogándole a Dios que nos visite con el don de
evangelismo? ¿Qué tan frecuente llevamos nuestras deficiencias al Señor,
rogando por perdón?

4. El don de la seguridad de la salvación. Cuando pregunto si recibiste el


Espíritu Santo cuando creíste, espero una respuesta mejor que “Ojalá que
Dios haya comenzado una buena obra en mí”. ¿Por qué estás tan
inseguro? ¿Por qué tantas personas en la iglesia son pesimistas y se
sienten inseguras acerca de su fe? ¿Dónde está la seguridad de su
perdón? ¿Dónde está el consuelo que el Espíritu ofrece cuando
encontramos nuestra plenitud en Jesucristo? ¿Dónde está nuestro poder
y nuestra audacia para testificar por Cristo en un mundo que odia a
Cristo? Es bueno que los creyentes se preocupen por sus almas y las cosas
de Dios, pero tenemos que recordar que el testimonio del Espíritu de Dios
a nuestros espíritus es que nosotros somos hijos de Dios y el amor de
Dios ha sido derramado en nuestros corazones.
Existe una así llamada obra de avance del Espíritu en los individuos y
en la iglesia. ¿Necesita tu congregación tal avance espiritual para alcanzar
a más personas para Cristo? ¿Necesitan muchos cristianos la renovación
en su vida espiritual que hoy por hoy parece estar estancada? ¿Te ofendes
cuando sospechas que otros adquieren actitudes defensivas cuando
escuchan preguntas como esta? ¿Te preocupas cuando las personas
justifican sus antiguos patrones de vida religiosa que han producido tan
pocos resultados?
A menudo estamos a gusto con nuestras rutinas espirituales y no
queremos que nos las perturben. Pero, ¿recibiste a Dios Espíritu Santo
cuando creíste? ¿Estás tan satisfecho con tu crecimiento espiritual que no
anhelas nada mejor? ¿Crees que la vida espiritual inmutable de muchos
es mejor que la de aquellos que claman con seguridad diciendo: “Mi
amado es mío y yo soy Suyo”? ¿Te sientes receloso de los que hablan con
seguridad de su fe? ¿Sospechas que puedan ser víctimas del orgullo y el
autoengaño? ¿Te imaginas envuelto en un manto de humildad mientras
otros se cubren a sí mismos con superficialidad y engaño? ¿Es esa la
razón que das para pensar que recibiste el Espíritu Santo cuando creíste?

5. El don del crecimiento. “Bienaventurados los pobres en espíritu”, dice


Jesús. Por la gracia de Dios hemos enfrentado nuestro pecado y hemos
ido a Cristo, pidiéndole perdón, misericordia y una vida nueva. Jesús
vivió y murió para que nosotros tengamos vida. No tenemos otro
fundamento que ese. Vemos nuestros pecados y debilidades restantes y
clamamos: “¿Cómo podría llegar al cielo sin la justicia y la sangre de
Jesucristo, el Hijo de Dios?”.
Habiendo ido en mi pobreza a Cristo, soy rico en Cristo. Estoy
completo y satisfecho. No necesito nada más. Este es mi testimonio del
evangelio. “Soy el mayor de los pecadores”, digo, pero no me detengo ahí,
porque continúo diciendo que Jesucristo también es mi sabiduría, mi
justicia, mi santificación y mi redención. El Hijo de Dios es mío en toda la
gloria de Su persona y en la perfección de Su obra terminada para mí. Ese
es el testimonio del hombre pobre en espíritu que cree en Jesucristo. Él
puede y debe decir esto porque la Palabra de Dios demanda que lo
confiese. Su testimonio al mundo no es que es un hombre que cojea y se
tambalea por la vida, sino que Jesucristo es un gran Salvador.
Te suplico ir más allá de las primeras nociones de la salvación. No
restrinjas la obra del Espíritu Santo a lo que es absolutamente necesario
para ir al cielo. La Biblia demanda más, la iglesia demanda más y la época
en la que vivimos demanda más. ¿Piensas que tienes suficiente con saber
que eres convertido, que tus pecados son perdonados, y por el hecho de
que vas a la iglesia los domingos con un corazón creyente? El nuevo
nacimiento y la conversión no son la suma de la vida cristiana; son solo el
comienzo. También se te promete una relación creciente con el Señor y
una relación creciente con el pueblo del Señor.
El Espíritu Santo te equipa para la comunión con Dios y para el servicio
al pueblo de Dios. Comienza dándote el nuevo nacimiento y la fe
salvadora en Cristo. Eso te capacita para ser una bendición a los demás.
Primero somos el objeto en el cual vive el Espíritu Santo, regenerándonos
e iluminándonos. Después nos volvemos el objeto por medio del cual el
Espíritu Santo obra para beneficio de nuestros prójimos.
¿Está el Espíritu trabajando a través de ti para alcanzar a otros?
¿Recibiste el Espíritu Santo cuando creíste? El Espíritu trabaja en
nosotros para salvarnos, pero también trabaja a través de nosotros para
que podamos hacer el bien a los demás. No puedes tomar estas dos
bendiciones por separado. Si las separas, tu vida espiritual perderá su
vitalidad y dejará de crecer.
No te sientas cómodo con tu bajo nivel de progreso espiritual,
razonando que en Su soberanía el Espíritu distribuye Sus dones y gracia
según juzga conveniente. Nunca uses la soberanía de Dios para excusar tu
propia desobediencia. No tienes, no porque Dios te lo niegue, sino porque
no pides. ¿Acaso vemos en la Biblia que el Espíritu Santo prefiere ver al
pueblo de Dios muerto de hambre que de fiesta? ¿Dónde dice la Escritura
que el Espíritu se complace cuando los creyentes en Cristo obtienen solo
una pequeña muestra de su único consuelo en la vida y en la muerte? ¿Es
para la gloria y honra de Dios que sigamos a tientas en la oscuridad,
cojeando en nuestro andar? ¿No se nos dice en cambio que nos
regocijemos en el Señor siempre? ¿No es Su deleite que nos regocijemos
en Él?
SIGUE CRECIENDO

Al ver Pablo que los doce creyentes de Éfeso eran tan buenos discípulos
pero a la vez tan niños en la fe, les preguntó si habían recibido al Espíritu
Santo cuando creyeron. Pablo entonces puso sus manos sobre ellos y los
bautizó en el Espíritu Santo, y se convirtieron así en cristianos completos.
Llegaron a ser los miembros fundadores de una poderosa congregación.
Pero ese no es el fin de la historia. Algunos años después, Pablo les
escribió a los creyentes maduros de la iglesia de Éfeso y les expresó que
quería que siguieran creciendo para que experimentaran más de la obra
del Espíritu en medio de ellos. Oró para que el Señor los fortaleciera por
Su Espíritu, “para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que,
arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos
los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en
fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para
que sean llenos de la plenitud de Dios” (Ef 3:17-19).
Ese también debe ser nuestro anhelo: que nuestro crecimiento en el
Espíritu nunca termine. Si recibimos el Espíritu Santo cuando creímos,
nuestra oración constante y ferviente debe ser que seamos llenos a la
medida de toda la plenitud de Dios.
Hay dos formas en que podemos contestar la pregunta sobre si
recibimos el Espíritu Santo cuando creímos. La primera es leer las
bondadosas promesas que Dios les hace a los creyentes y aferrarse a ellas
en serio de todo corazón. Por ejemplo, Dios dice que si amamos a los
miembros de la iglesia en el amor de Cristo, eso prueba que tenemos al
Espíritu Santo. Si amamos la Biblia, tenemos al Espíritu Santo puesto que
la Biblia es el libro inspirado por el Espíritu. Más aún, si amamos la
santidad, tenemos el Espíritu Santo puesto que Él es el Espíritu de
santidad. Nadie podría amar las cosas de Dios sin recibir el Espíritu
Santo. Esta forma de razonar y argumentar se conoce como “silogismo
práctico”. Este es el silogismo práctico:

» Dios dice que los que han recibido el Espíritu Santo aman a los
hermanos cristianos.
» Yo amo a los cristianos; por lo tanto,
» debo tener el Espíritu Santo.

Buscamos evidencias que solo el Espíritu Santo puede crear, tales como
amor por el Día del Señor, odio por el pecado y amor por el Salvador, y
concluimos que esas actitudes solo las puede crear el Espíritu Santo en
nuestras vidas. ¡Entonces debes tener el Espíritu!
Pero existe otro tipo de seguridad aparte de esta clase de lógica. A veces
la luz de la seguridad sorprende a un cristiano mientras canta, mientras
escucha un sermón o mientras ora. Esta experiencia es un testigo directo
a nuestros propios espíritus de que somos hijos de Dios. Puede ser una
experiencia del cielo en la tierra que, en palabras de la Confesión de
Westminster, es “una seguridad infalible”. Esta clase de seguridad puede
hacer que un mártir se sienta fuerte la noche antes de ser llevado a la
hoguera, y que tenga el poder y la valentía de enfrentar las llamas
mientras se consume en ellas. Así, Latimer podía decirle a Ridley,
mientras estaban encadenados a sus hogueras y la madera se encendía:
“Cuando vivo en la firme e inalterable seguridad sobre el estado de mi
alma, me parece que soy tan valiente como un león”.
Esa clase de seguridad hizo que Martín Lutero estuviera firme en
Worms durante la inquisición del papado. Hizo que los primeros
metodistas calvinistas de Gales se mantuvieran firmes cuando las
personas les arrojaron piedras y suciedad mientras predicaban en las
plazas del mercado. Tenían confianza en Dios; sabían con seguridad que
habían recibido el Espíritu Santo cuando creyeron.
Hoy, más que nunca, tenemos que pedirle a Dios una mayor medida de
seguridad de que tenemos el Espíritu de Dios. Necesitamos más de la
santa valentía que recibimos cuando el Espíritu Santo da testimonio a
nuestros espíritus de que somos hijos de Dios.
14
EL ESPÍRITU ENTIERRA NUESTRO
PECADO E INTERCEDE POR
NOSOTROS

La mentalidad pecaminosa es muerte, mientras que la mentalidad


que proviene del Espíritu es vida y paz.
Romanos 8:6

Romanos 8 es quizá el capítulo principal de la carta que Pablo escribió a


los Romanos. Junto con Efesios 1, estos dos capítulos son algunas de las
piezas más majestuosas del Nuevo Testamento. Romanos 8 es
particularmente importante para nosotros por sus observaciones sobre la
persona y obra del Espíritu Santo. Enfoquémonos en tres temas
presentados en este pasaje: el Espíritu Santo nos guía, entierra nuestros
delitos e intercede por nosotros.
EL ESPÍRITU SANTO NOS GUÍA

Romanos 8:14 anuncia: “Porque todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios son hijos de Dios”. De acuerdo con B. B. Warfield, ese versículo es
el “pasaje clásico en el Nuevo Testamento sobre el gran tema de la guía
del Espíritu Santo”.1
Imagina que eres un explorador cruzando el continente en una
caravana a través de los desiertos, enfrentando tribus hostiles y forajidos.
El papel del experimentado jefe de la caravana es indispensable para
guiarte a tu destino.
O imagina que eres un nuevo recluta, metido en una escuadra
avanzando hacia el enemigo. Qué importante es que confíes en el
comandante del ejército para saber hacia dónde desplegarte y qué debes
hacer.
Una vez más, imagina que estás escalando una montaña y te
encuentras con una gruesa neblina; qué crucial es para ti tener un guía
que conozca la cima de la montaña como la palma de su mano. Todos
necesitamos líderes. Es posible que la debilidad de la iglesia evangélica de
hoy en día se deba a la falta de liderazgo sólido. También es probable que
los países de Europa carezcan de líderes fuertes y capaces. ¿Quién puede
nombrar a los presidentes o primeros ministros de esos países? ¿Dónde
están los líderes políticos inspiradores de tu país? ¿A quién seguirás?
Si eres una persona joven que estás por emprender el gran viaje de la
vida, ¿cómo vivirás? ¿Qué valores tendrás? ¿Qué harás con tus dones y
energía? ¿Quién te guiará? ¿Qué pasará si caes en manos de gente que te
desvíe? ¿Conoces a un líder que te guíe correctamente a través de la vida
y la muerte? Si es así, ¿quién es esa persona?
Yo no soy ese líder, ni tampoco debes poner tu confianza en otros
líderes humanos. Pablo habla sobre un pueblo favorecido y privilegiado
que es guiado por el Espíritu de Dios. El Espíritu guio a Jesús en el
desierto. Pablo les anuncia a los Gálatas: “Pero si los guía el Espíritu, no
están bajo la ley” (Gá 5:18).
En Mateo 21 la palabra llevaron se refiere específicamente a los
animales, pero normalmente describe a personas que están siendo
guiadas. En la parábola del buen samaritano, el samaritano llevó al
viajero herido al mesón (Lc 10:34) y el hombre ciego de Jericó es llevado
a Jesús (Lc 18:40 RV60). Jesús es llevado a Caifás (Jn 18:28); Esteban es
llevado ante el concilio (Hch 6:12); los cristianos son arrestados y
llevados a Jerusalén (Hch 9:2); y Simón Pedro es llevado por su hermano
Andrés a Jesús (Jn 1:42). Así es como nos guía el Espíritu Santo; es muy
personal y tiene una influencia de control y dominio sobre los hijos de
Dios. Estos elegidos han sido liberados de las directrices del pecado que
les habían persuadido a ignorar a Dios, a la Biblia y a la iglesia, y les
habían llenado de pensamientos macabros sobre la muerte y la eternidad.
La sumisión a ese amo cruel es ahora cosa del pasado. Ya no están
haciendo lo que el pecado les dijo que hicieran; están siendo guiados por
el Espíritu, y voluntaria y gozosamente lo están siguiendo. Se les ha dado
nueva vida, el poder de un nuevo afecto y los deseos puros para caminar
según los dirija el Espíritu. Van por la vida no por donde ellos irían, sino
donde Él quiere que vayan. No hacen lo que ellos desean, sino lo que Él
determina. La guía de este Espíritu se puede ver de las siguientes formas.

1. Este Espíritu proviene del cielo. El Espíritu viene del Creador


omnipotente, el Señor soberano, y este Espíritu es el Dios poderoso. La
tercera persona de la Deidad está obrando en los creyentes, venciendo sus
tendencias a seguir pecando, haciéndolos sentir insatisfechos con sus
propios esfuerzos cuando recuerdan sus caídas pasadas, y haciéndoles
anhelar el día en que estas batallas terminen. Esta guía es una obra divina
y sobrenatural de la tercera persona de la Deidad. Todo el viaje de la vida
cristiana es una ocasión divina y sobrenatural. Una vez fuimos guiados
por el yo, que nos puso un collar en el cuello y nos llevó donde quería;
pero ahora, alabado sea Dios, somos guiados por el Espíritu de Dios.

2. Esta guía no solo la experimentan los súper-cristianos. No hay nada


gnóstico en ser guiados por el Espíritu; es el privilegio de todo creyente,
sin excepción. Es lo que nos diferencia de los no-creyentes. Podemos
correctamente invertir estas palabras inspiradas y afirmar que “si una
persona no tiene el Espíritu de Cristo, no es guiado por el Espíritu”. Un
cristiano que dice que es guiado por el Espíritu no está presumiendo. Más
bien está mostrando humildad al afirmar: “Soy una persona indigna e
inestable, por eso debo ser guiada por el Espíritu. Es una necesidad
absoluta”. Como lo plasma William H. Parker (1845-1929) en su himno:

¡Espíritu Santo, ayúdanos


todos los días con Tu poder,
A lo que está mal conquistar,
y a lo que está bien escoger!2

3. El Espíritu nos guía a no permitir que escapemos de las dificultades,


peligros, pruebas y sufrimientos de esta vida, sino específicamente a
conquistar el pecado. Romanos 1 comienza explicando la completa
corrupción del pecado, para después continuar describiendo la gran
liberación que Jesucristo obtiene para Su pueblo. La obra del Espíritu es
traernos vida nueva y limpiarnos desde el interior haciéndonos un pueblo
santo. La guía del Espíritu es otra manera de definir la difícil palabra
basada en el latín santificación. Él Nos guía a vivir como Cristo y nos
restaura constantemente cuando caemos y nos arrepentimos para que
vivamos como Cristo. Ese no puede ser el privilegio de unos cuantos
súper-cristianos que han recibido una “segunda bendición”. Es la
bendición que cada cristiano experimenta.
4. Esta guía del Espíritu es una obra ininterrumpida. Esta guía afecta a
la totalidad de la persona del creyente: su mente, su imaginación, sus
afectos, su cuerpo y su alma. Dios ha enviado el Espíritu a todo creyente;
y el Espíritu ha resuelto que todos estos cristianos serán liberados del
pecado. Serán guiados a la santidad durante los años de su peregrinaje
terrenal, por lo que el Espíritu de Dios obrará en cada parte de ellos que
necesite ser liberada del pecado. Cuando hablamos de ser “guiados por el
Espíritu”, no estamos hablando de incitaciones, ideas, liberaciones,
corazonadas y sentimientos especiales y extraordinarios. Estamos
hablando de cómo el Espíritu nos ayuda a romper los hábitos
pecaminosos y nos lleva al camino del servicio y buenas obras.
Cuando con humildad consideramos a los demás como superiores a
nosotros mismos, estamos siendo guiados por el Espíritu. Cuando
llevamos la carga del débil, estamos siendo guiados por el Espíritu.
Cuando un esposo ama a su esposa como Cristo ama a la iglesia, está
siendo guiado por el Espíritu. Cuando una esposa respeta a su marido,
está siendo guiada por el Espíritu. Cuando estamos preparados para dar
una respuesta a alguien que nos pregunta la razón de nuestra esperanza,
estamos siendo guiados por el Espíritu. Cuando presentamos nuestros
cuerpos como un sacrificio vivo a Dios, estamos siendo guiados por el
Espíritu. Cuando nos vestimos con la armadura de Dios, estamos siendo
guiados por el Espíritu. Así es como Él nos guía.

5. El Espíritu no nos enseña a dejar que Él haga la obra por nosotros.


Pablo capta la tensión de la vida cristiana en Filipenses 2:12-13 al
exhortar: “Lleven a cabo su salvación con temor y temblor, pues Dios es
quien produce en ustedes tanto el querer como el hacer para que se
cumpla Su buena voluntad”. Debes practicar lo que significa ser un
cristiano en tu corazón y en tu mente, en el hogar, en el trabajo, con tus
vecinos y con los miembros de la congregación, donde sea que Dios te
ponga. De verdad te consagras para practicar en cada actividad de la vida
lo que significa agradar a Dios como una persona salva. Si esa
responsabilidad te aplasta, nunca olvides que Dios Espíritu está obrando
en ti. Él te da el poder, la motivación y el aliento cada día. Así es como
debemos entender la guía del Espíritu.
El Espíritu Santo no es una clase de piloto automático que nos lleva
consigo como si estuviéramos en un trance. El Espíritu sin duda nos está
guiando, pero nosotros también debemos seguirlo constantemente paso a
paso luchando asiduamente por plantar nuestros pies mientras
avanzamos lentamente. En nuestro peregrinar se nos guía por pruebas y
tentaciones a lugares tales como la Feria de la Vanidad, el Abismo de la
Desesperación y el Castillo de la Duda*; nos alejamos del Terreno
Encantado y pasamos por el Valle de las Sombras, incluso por el río de la
muerte, según el Espíritu nos guíe. No evitamos el conflicto para
quedarnos de brazos cruzados, esperando que el Espíritu haga todo.
Nosotros hacemos todo, ocupándonos de nuestra salvación con temor y
temblor. El Espíritu también hace todo; Él obra en nosotros guiándonos
en cada paso del camino. Sus impulsos y nuestros impulsos coinciden; lo
mismo que Sus deseos y nuestros deseos, Sus odios y nuestros odios.
Somos agentes activos bajo la guía activa del Espíritu.

6. El Espíritu nos guía de acuerdo a la enseñanza de la Biblia. Por muy


difícil que sea el camino, por muy extenuante que sea el esfuerzo y por
muy misteriosas que sean las pruebas y los sufrimientos por los que
pasamos, progresamos porque el Espíritu nos está guiando por todo el
camino. No estamos yendo por la senda de la vida basándonos en nuestra
propia fuerza, sino en el poder de Aquel que nos guía a la meta asignada,
el trono de Dios. Sustituyamos la palabras el Espíritu por mi Salvador en
el siguiente verso:
Por toda la senda el Espíritu me guía,
Alegra cada sinuosa vereda que recorro;
Me da gracia para cada prueba,
Con el Pan de Vida me alimenta.
Aunque mis débiles pasos puedan flaquear,
Y mi alma sedienta pueda estar,
¡He aquí! De la roca delante de mí
Veo que brota un manantial de gozo.3

Qué consuelo es saber que el Espíritu de Dios nos ha guiado hasta este
mismo momento. Incluso cuando como cristianos nos encontremos
cayendo en pecado, no nos desesperemos; el Espíritu Santo que mora en
nosotros es mucho mayor que todo nuestro pecado. Perderíamos las
esperanzas si simplemente cediéramos de pecado en pecado, pero no lo
hacemos. Encontramos misericordia tras misericordia mientras
experimentamos la energía para seguir adelante en nuestro viaje. El
Espíritu de gracia produce un conflicto en el creyente en contra del
pecado, y también estimula al creyente para seguir la pelea. La victoria es
segura; el Espíritu está dentro de nosotros y no podemos fracasar. Él nos
guiará a casa.
EL ESPÍRITU SANTO ENTIERRA NUESTRO PECADO

La Biblia dice que el Espíritu libera al cristiano del dominio del pecado. El
Espíritu es el nuevo Maestro y Rey del cristiano. El pecado ya no es más
su señor; el creyente ha sido libertado de las insistentes demandas del
pecado para satisfacer sus lujurias. Cada cristiano verdadero ahora es
capaz de desafiar el pecado y hacer lo que es justo. Pero eso no lo hace del
todo libre de pecado. De este lado del cielo, el virus del pecado y sus
delitos siempre nos turbarán; harán sentir su presencia incluso en
nuestros lechos de muerte. ¿Qué debemos hacer con el pecado remanente
que, aunque no nos controla, aún está en nosotros?
Debemos seguir buscando al Señor Jesucristo, quien es la fuente de
nuestra victoria sobre el pecado, y confiar constantemente en Él. Pablo
nos dice que debemos continuamente dar muerte a las obras de la carne,
es decir, mortificar el pecado que permanece dentro de nosotros.
Debemos debilitar, matar de hambre y asesinar cualquier mal que se
levante dentro de nosotros y nos inste a desafiar a Dios y Su ley. Debemos
continuar esta obra con el poder y bajo la dirección del Espíritu de Dios.
La regeneración es vana sin la obra del Espíritu. Lo mismo pasa con la
santificación. Nunca creceremos en la semejanza a Cristo sin el Espíritu.
También somos impotentes para dar muerte a los delitos del cuerpo sin el
Espíritu Santo. Cualquier otra manera de matar el pecado es vana; solo
puede hacerse por el Espíritu.
Podrías, por ejemplo, recurrir al yoga para matar tu naturaleza
pecaminosa. O vivir en soledad en una cabaña aislada en una montaña de
Gales. O te podrías golpear con un látigo hasta sangrar. Pero nada que no
sea la gracia del Espíritu Santo vencerá tu pecado. En la profecía de
Ezequiel, en el Antiguo Testamento, (Ez 11:19, 36:26), Dios le promete a
Su pueblo que el Espíritu vendrá y quitará todos los elementos de orgullo,
necedad e incredulidad rebelde de sus corazones. Esa obra de
mortificación es un don del Espíritu de Cristo. Solo por medio de Él
seremos liberados del pecado y recibiremos el poder para ser como
nuestro Señor Jesucristo. No hay otra manera de hacer esto más que por
el Espíritu. Conquistar el pecado y aumentar en amor, gozo y paz es la
obra de Dios. Así que la mortificación del pecado debe ser una obra feliz.
La idea misma de matar al pecado viene del Espíritu; la ejecución
también es Su obra; y la consumación también es Suya. La tarea del
Paracleto es debilitar el pecado y fortalecer a Cristo en nosotros. Solo Él
es adecuado y capaz para hacer esta obra.
Mientras luchas con el pecado, nunca olvides que tu deber es “[dar]
muerte a las obras de la carne (Ro 8:13 RVC). No descanses esperando
que el Espíritu lo haga. Debes dar muerte a las obras de la carne, pero en
el poder, amor y sabiduría del Espíritu.4 Estas son algunas maneras
específicas en las que el Espíritu te ayuda a hacer eso:

1. El Espíritu te convence de pecado. A veces un pecado nos parece tan


hermoso, natural y racional que preguntamos: “¿Quién podría considerar
a esto como pecado?”. Por ejemplo, Jonás fue al puerto de Tarsis
desafiando el mandato de Dios de ir a Nínive. En Tarsis, Jonás encontró
un barco que iba al oeste. Había cupo y tenía el dinero para el pasaje. ¿No
eran estas coincidencias señales de que Dios aprobaba la decisión de
Jonás de ir al oeste en vez de al oriente, a Nínive?
A menudo usamos la providencia para apoyar nuestra rebelión.
Reconocer que nuestra rebelión es pecado solo se da cuando el Espíritu
habla a nuestra conciencia, tocando una alarma que suena con
insistencia. El pecado no se puede matar a través de la educación del
Estado ni siguiendo consejos políticamente correctos. La convicción del
peligro del pecado viene solo por la obra del Espíritu.

2. El Espíritu revela el poder de Cristo para liberarte. Jesús les dice a


Sus seguidores que si un ojo les hace caer, deben sacárselo. El apóstol
Pablo dice en Romanos 8:13: “pero si por medio del Espíritu dan muerte
a los malos hábitos del cuerpo, vivirán”. Todos están hablando de lo
mismo: “Escucha a Cristo el Maestro”. El Espíritu trae a nuestra memoria
las palabras de nuestro Salvador.
¿Qué nos pasará en el futuro? ¿Dónde terminaremos un día? Nuestro
Dios es el final del viaje, puesto que como creyentes un día nos
juntaremos a los pies de Cristo en un lugar libre de pecado. Nosotros que
tenemos esta esperanza nos purificamos así como Dios es puro. El
Espíritu constantemente nos recuerda el futuro que Dios nos está
preparando. Como afirma 1 Corintios 2:8-10, Dios lo revela por Su
Espíritu porque “ningún ojo ha visto, ningún oído ha escuchado, ninguna
mente humana ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo
aman”.
El amor de Cristo nos motiva a dar muerte a nuestro pecado. Si
observaras a Pablo en un día normal de servicio abnegado para el Señor
Jesús por las almas de los hombres, lo verías caer exhausto al final del
día. Si te preguntaras qué pasión descabellada lo llevó a trabajar tan duro,
Pablo te respondería: “El amor de Cristo me sostiene en Sus manos. Estoy
en constante asombro de que el Hijo de Dios me ame y se haya entregado
por mí”. Como lo expresa Al Martin: “Esta comprensión de la plenitud de
Cristo condujo a Pablo con mucho más celo que lo que cualquier
motivación legalalista podría conducir a un hombre”.5

3. El Espíritu te sostiene mientras esperas la ayuda de Cristo para


vencer el pecado. Romanos 6:5-7 nos explica que como creyentes
estamos unidos con Cristo en Su muerte. Nuestro antiguo yo fue
crucificado con Cristo para que el cuerpo de pecado fuera destruido. Ya
no somos esclavos del pecado. En el versículo 11 Pablo continúa diciendo:
“De la misma manera, también ustedes considérense muertos al pecado,
pero vivos para Dios en Cristo Jesús”. El Espíritu Santo nos convence de
la provisión completa en Cristo.6
Jesús vino a la tierra a justificarte y glorificarte. Ha liberado a hombres
y mujeres que por muchos años estuvieron atados por la lujuria y el
pecado, trayéndolos a la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Mira a
Cristo. Pídele al Salvador que termine la obra que Él empezó en ti y te
lleve a salvo al lugar donde nunca volverás a pecar. Toda la plenitud de la
gracia está en Él, así como toda la paciencia, humildad, perdón,
misericordia, valor, resistencia y otros tipos de gracia que están
disponibles para ti. El Espíritu te sostiene en esa esperanza.

4. El Espíritu graba el recuerdo del Calvario en tu corazón con un poder


que mata al pecado. “Ve tu pecado a la luz del despojo que Cristo hizo de
Sí mismo”, dice Al Martin. “Dile a ese pecado en particular: ‘¿Fuiste el
motivo para que Él dejara la inefable gloria de la presencia del Padre,
para venir a los confines del vientre de la virgen, para nacer en medio del
hedor de un establo ante la mirada tosca y muda de las vacas y las cabras,
renunciando a la maravilla de la adoración de los ángeles en el cielo? ¿Ha
demandado mi pecado tal despojo de Sí mismo?’. Lleva esos pecados a la
cruz de Cristo; escucha la voz del clamor del Hijo de Dios: ‘Dios Mío, Dios
Mío, ¿por qué me has abandonado?’ y en tu propia mente escucha al
Padre responder: ‘Mi Hijo, Mi Hijo, te he abandonado por ese pecado’.
Nombra tu pecado allí y atrévete a llevarlo a la luz resplandeciente de esa
horrible oscuridad. No hay luz como esa oscuridad que muestre el pecado
teñido en sus verdaderos colores. Mantén la conciencia sensible a la culpa
y al peligro de tus pecados específicos trayéndolos a la cruz de Cristo”.7
El Espíritu Santo lleva al cristiano a la comunión con el Cristo
crucificado. El Espíritu lleva la cruz de Cristo al corazón del pecador por
fe y le da comunión con Cristo en Su muerte y sufrimientos. Entonces el
creyente pelea contra el pecado con la sangre de Cristo y en virtud de la
cruz de Cristo. Gálatas 6:14 declara: “En cuanto a mí, jamás se me ocurra
jactarme de otra cosa sino de la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por
quien el mundo ha sido crucificado para mí, y yo para el mundo”. El
Espíritu Santo nos ayuda a luchar contra el pecado con la poderosa arma
de la cruz.

5. El Espíritu es el autor y consumador de nuestra santificación. El


Espíritu da muerte a nuestro pecado, usando primero la ley de Dios. Este
es el gran tema de Romanos, que nos enseña: “Mediante la ley cobramos
conciencia del pecado” (3:20); “la ley… intervino para que aumentara la
transgresión” (5:20); y “si no fuera por la ley, no me habría dado cuenta
de lo que es el pecado” (7:7).
Si quieres que las personas sean ignorantes del pecado no les hables
acerca de la ley de Dios, ya que el Espíritu usa la ley para convencer a las
personas de su pecado. El Espíritu usa Éxodo 20 y los Diez
Mandamientos, ciertamente, pero también usa la exposición que Jesús
hace de la ley en el Sermón del Monte en Mateo 5 y la exposición de Pablo
de esta en Romanos 12. Él les enseña a las personas que Dios no será
burlado, y que ya no pueden mofarse del pecado. Las personas cometen
acciones viles y los cristianos tratan de esconder esos pecados debajo de
la alfombra y olvidarlos, pero el Espíritu Santo sigue trayendo a la luz los
actos cometidos en la oscuridad hasta que buscamos Su ayuda para tratar
con ellos. Qué sorprendente es la gracia del Espíritu Santo para indagar
en esos asquerosos y sucios corazones que forman estercoleros de
actitudes, palabras y hechos horribles. ¡Qué trabajo repugnante es para el
Espíritu Santo llevar a cabo eso!
Segundo, el Espíritu Santo nos transforma “a Su semejanza con más y
más gloria por la acción del Señor, que es el Espíritu” (2 Corintios 3:18).
El Espíritu da muerte a la energía y la ambición del pecado haciéndonos
cada vez más conscientes que la verdadera vida se encuentra solo en
Jesucristo. Él nos muestra la perfecta hermosura, belleza y justicia de
Cristo que nos ha sido imputada. Vemos a Cristo tomando forma de
siervo voluntariamente y siendo obediente hasta la muerte, incluso la
muerte de cruz. Lo hizo para ti. ¿No es ese el evangelio más maravilloso,
bendito y glorioso en todo el universo? He aquí el Cordero de Dios que
quita tu pecado. ¿Cómo puedes vivir un minuto más bajo el dominio del
pecado? La labor del Espíritu es santificarte. Él mortifica tus pecados por
la ley y el evangelio.
EL ESPÍRITU SANTO INTERCEDE POR NOSOTROS

Romanos 8:26-27 nos declara que el Espíritu nos ayuda en nuestra


debilidad, específicamente en la oración: “Asimismo, en nuestra
debilidad, el Espíritu acude a ayudarnos. No sabemos qué pedir, pero el
Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos que no pueden
expresarse con palabras. Y Dios, que examina los corazones, sabe cuál es
la intención del Espíritu, porque el Espíritu intercede por los creyentes
conforme a la voluntad de Dios”.
Nuestra vida de oración es muy débil. Pueden pasar días sin que
hayamos tenido tiempo de calidad en intimidad con el Señor. Lo que
debería ser un privilegio honorable y delicioso de dirigirnos al Dios
Todopoderoso se vuelve una tarea tediosa y desatendida. Cuando sí
oramos, nuestra mente empieza a divagar después de unos minutos. La
frialdad del corazón, un sentido de irrealidad sobre las cosas de las que
estamos hablando, la falta de convicción de llevar nuestras peticiones a
Dios y la ausencia de gozo y reverencia transforman nuestras oraciones
en un montón de confusión y fracaso.
No obstante, el Espíritu intercede por nosotros. Él viene a nosotros
como el Espíritu de gracia y súplica, como el Autor de todo deseo
espiritual, de toda aspiración santa y de cada logro del corazón en busca
de Dios. Cada pensamiento de santidad viene del Espíritu. Él, que guía al
cristiano, sabe lo que ese cristiano debe orar y fomenta esas oraciones.
Nos sería imposible orar por fuerza para sacarnos el ojo derecho que nos
hace pecar o cortarnos la mano derecha que nos hace pecar, como lo
manda nuestro Señor. Nos sería difícil orar por fortaleza para dar muerte
al pecado que aún mora en nosotros. Nos sería pesado orar por pobreza
de Espíritu, pena por el pecado, hambre y sed de justicia, o
contentamiento con la voluntad de Dios, especialmente si esta trae
soledad o pérdida de alguien que amamos mucho, pero el Espíritu
siempre intercede por nosotros de acuerdo a la voluntad de Dios (v. 27),
clamando: “Dios Todopoderoso, dale a ella esa gracia”. Él también nos da
la fuerza para orar con mayor discernimiento y mayor intensidad.
El Espíritu intercede por nosotros “con gemidos que no pueden
expresarse” (v. 26). Su gemido se registra en nuestros corazones, no en
un discurso articulado en forma de oraciones y párrafos con comas y
puntos. Su intercesión trasciende nuestro hablar; sin embargo, Su
gemido tiene significado y propósito. Sentimos la intercesión del Espíritu
en nuestros corazones pero no podemos declarar: “Esta mañana el
Espíritu intercedió en mi corazón y esto es lo que dijo”. Nuestras palabras
no pueden expresar lo que el Espíritu dice.
Dios, sin embargo, escudriña nuestros corazones para que conozcamos
la mente del Espíritu. Ana fue a la casa de Dios y oró. Se nos explica que
“sus labios se movían pero, debido a que Ana oraba en voz baja, no se
podía oír su voz. Elí pensó que estaba borracha” (1S 1:13). Incluso el sumo
sacerdote de Israel no pudo entender lo que el Espíritu le estaba
indicando a Ana que orara, pero Dios sabía lo que ella anhelaba. El Señor
conoce la causa y el contenido del gemido del Espíritu. Dios conoce los
gemidos de la intercesión del Espíritu Santo. Estos gemidos son
completamente entendibles para Él y concuerdan con la voluntad de
Dios. Así que Romanos 8 nos da la extraordinaria seguridad de que cada
día los corazones de millones de cristianos en todo el mundo están llenos
de gemidos del Espíritu de Dios que están ascendiendo al trono de gracia.
Esto seguirá hasta que el Salvador finalmente aparezca. Entonces los
gemidos del Espíritu cesarán. Como lo expresó tan bellamente George
Rawson (1807-1889):

Huésped santo, manso, terrible,


Haz Tu templo en nuestro pecho,
Para ahí supremo reinar y reposar,
Divino Consolador.

En nosotros, por nosotros, intercede


Y con gemidos mudos suplica
Nuestra necesidad inefable,
Divino Consolador.

Hace unos años cuando estaba visitando California, vi al ex-director del


seminario donde estudié, Edmund P. Clowney. Me invitó a tomar café.
Mientras hablábamos me dijo que durante cuarenta años, desde que me
había graduado del seminario, había orado por mí cada día. “Es un poco
monótono pedirle a Dios que sin más bendiga a Geoff Thomas, sin poder
orar por él de formas más concretas”, dijo. “¿Hay necesidades específicas
por las que pueda orar por ti?”.
Sus palabras fueron una gran lección de humildad para mí; me honró y
me animó tremendamente saber que este hombre oraba por mí cada día.
Me hizo preguntarme si yo mismo había orado por mí cada día. Somos
conmovidos por amigos y familiares que constantemente oran por
nosotros, pero hay dos Personas gloriosas que interceden por nosotros: el
Señor Jesús (arriba en el cielo, a la diestra de Dios) ora por nosotros; y el
Espíritu Santo (abajo en la tierra) intercede misteriosamente en nosotros.
Qué aliento tenemos de que Dios “puede hacer muchísimo más que todo
lo que podamos imaginarnos o pedir” (Ef 3:20) mientras constantemente
ora por nosotros. Nuestra debilidad en la oración no define los límites de
la inmensurable gracia de Dios; más bien aumenta el conocimiento, amor
y sabiduría del Hijo y del Espíritu.
“En nuestra debilidad, el Espíritu acude a ayudarnos” (Ro 8:26).
Ayuda, no desanima. Tampoco la intercesión del Espíritu es la razón o la
regla de nuestra oración. Algunas personas se niegan a orar a menos que
estén seguras de que el Espíritu las mueva a hacerlo así. Eso está mal. El
Espíritu nos ayuda a llevar a cabo nuestra tarea, no a descuidarla. La
regla es que siempre debemos orar y no desmayar. La regla es que en
todo, por oración y súplica, debemos hacer conocidas nuestras peticiones
a Dios. Puedes comenzar a orar clamando: “Ayúdame, Señor”. Pero luego
no pienses que la frialdad de sentimiento o la falta de palabras es prueba
de que el Espíritu no te está ayudando. ¡Sigue orando! En esas reuniones
de oración, las cuales se sienten frías como el hielo, confiesa a Dios:
“Señor, nos sentimos tan fríos y distantes de Ti”. Esa confesión
inmediatamente calentará a los creyentes y elevará sus espíritus mientras
el Espíritu viene a guiarlos. El Espíritu mata nuestro pecado e intercede
por nosotros.

* El autor hace alusión a algunos lugares conocidos del famoso libro escrito por Juan Bunyan: El
Progreso del Peregrino. (Libro disponible en español por editorial Cátedra, 2003).
15
LOS DONES DEL
ESPÍRITU SANTO

En cuanto a los dones espirituales, hermanos, quiero que entiendan


bien este asunto. Ustedes saben que cuando eran paganos se dejaban
arrastrar hacia los ídolos mudos. Por eso les advierto que nadie que
esté hablando por el Espíritu de Dios puede maldecir a Jesús; ni nadie
puede decir: Jesús es el Señor, sino por el Espíritu Santo.
1 Corintios 12:1-3

La congregación de Corinto probablemente le envió a Pablo una lista de


preguntas, y él trató esas preguntas una por una en los primeros once
capítulos de 1 Corintios. Trató con las divisiones en la iglesia, los falsos
maestros, un cristiano viviendo en inmoralidad, pleitos entre los
creyentes, problemas matrimoniales, festividades a los ídolos, la Cena del
Señor y después los dones espirituales. Por la cantidad de espacio que
Pablo le dedica al uso de los dones espirituales en su carta, se ve que era
un asunto importante en la iglesia de Corinto.
De hecho, el asunto implica preguntas críticas como estas: ¿Qué es la
verdadera espiritualidad? ¿Qué buscamos en una persona espiritual?
¿Podemos probar la espiritualidad de un cristiano? ¿Confiamos en la
espiritualidad de una mujer por su cara radiante y sus ojos brillantes, o
en los dones de un hombre por su forma de enseñar y orar? ¿Cuáles son
las marcas de la espiritualidad? ¿Cómo nos volvemos una congregación
del Espíritu? Pablo trata esas preguntas en 1 Corintios 12. Durante la
época de los apóstoles los dones espirituales estuvieron presentes en cada
iglesia del Nuevo Testamento, pero se volvieron un problema en la
congregación de Corinto. Por eso tenemos la enseñanza valiosa y esencial
de Pablo.
LA PERSONA VERDADERAMENTE ESPIRITUAL
SE ENFOCA EN CRISTO

Pablo comienza su enseñanza sobre los dones espirituales yendo justo a


sus cimientos. Les recuerda a los nuevos cristianos de Corinto su pasado
pagano y cómo fueron influenciados y desviados por ídolos mudos (1Co
12:2). Antes de que fueran cristianos, los corintios tenían poco estímulo
intelectual o enseñanza ética que los educara cuando asistían a los cultos
del templo pagano. Esos servicios los atraían más por los tambores, los
rituales, los gritos y los desmayos ante sus ídolos mudos. La coreografía
de la adoración pagana los manipulaba psicológicamente.
Pablo entonces comienza a contrastar los rituales paganos con la
adoración cristiana. Les explica que la experiencia de ser seducidos no es
la esencia de la verdadera espiritualidad. Los oradores fanáticos como
Adolfo Hitler o Jim Jones* pueden orquestar esa clase de respuesta, pero
ser arrastrados por la emoción no es prueba de que el Espíritu de Dios
esté presente en una iglesia. Tampoco prueba que lo que escuchas sea
verdad. Piensa en los millones de personas que se reúnen en masas en
diferentes partes del mundo para buscar un tipo de iluminación. Así que
Pablo comienza su enseñanza de los dones espirituales con una
advertencia en contra de la futilidad de dejarse seducir.
¿Cuál, entonces, es la marca de la presencia y operación del Espíritu?
Pablo les instruye diciendo: “Por eso les advierto que nadie que esté
hablando por el Espíritu de Dios puede maldecir a Jesús; ni nadie puede
decir: Jesús es el Señor, sino por el Espíritu Santo” (1Co 12:3). La prueba
esencial de la presencia del Espíritu en alguien es su confesión de que
Jesús es el Señor. Si has sentido la obra regeneradora del Espíritu y
verdaderamente has nacido de nuevo, testificarás que Jesús es el Señor.
Haces una confesión de fe, pero también del intelecto. Tu confesión no
está motivada por una marea de emociones. Tu mente une palabras y
conceptos en frases, lo cual es característico del enfoque bíblico sobre la
espiritualidad. La Escritura ofrece la revelación de Dios en las profecías,
los salmos, los evangelios, las visiones, las cartas y otros textos
profundos. Por ejemplo, la verdadera espiritualidad se explica en las
cartas de Pablo a las iglesias en Roma y Éfeso. La conexión entre el
Espíritu y lo que los apóstoles han escrito y cómo respondemos a ese
escrito son esenciales para la verdadera espiritualidad.
La evidencia básica de la obra del Espíritu es Su inspiración a los
apóstoles para predicar y registrar toda la verdad en su predicación y en
sus escritos. El Espíritu después produce la confianza y la obediencia en
los cristianos mientras leen las palabras de los apóstoles. Y
posteriormente los lectores cristianos confiesan con sus bocas que “Jesús
es el Señor”. No hablan de sí mismos ni describen su entusiasmo como
sentimientos eléctricos que suben y bajan por sus columnas vertebrales,
lágrimas que brotan de sus ojos o risas que sacuden sus cuerpos. No
tienen que mencionar el éxtasis o la emoción de su experiencia.
Más bien, la verdadera espiritualidad se muestra al hablar de
Jesucristo y confesar que Él es tu Señor y tu Dios, y entonces cambiar tu
forma de vivir en respuesta a esta verdad. Una persona espiritual habla y
vive una vida Cristo-céntrica. Los egocéntricos religiosos estaban
empezando a infiltrarse en la congregación de Corinto, pero Pablo aclaró
que la persona llena del Espíritu fundamentalmente habla de Cristo como
Señor. Él confiesa que Jesús de Nazaret es el Dios encarnado. Da
testimonio del Señorío del hombre de carne y hueso que era carpintero de
Galilea.
Antes de convertirse en cristianos, los corintios creían que la cima de
su antigua y corrupta religión era el sentirse arrastrados por fuerzas
espirituales. Pero Pablo les dice que una experiencia espiritual verdadera
es estar obsesionado con el Señor Jesucristo, honrándolo, glorificándolo y
adorándolo. La persona más llena del Espíritu es la persona más llena de
Jesucristo.
LOS DONES ESPIRITUALES SON DADOS
PARA SERVIR A LOS DEMÁS

En 1 Corintios 12:4-7 Pablo declara: “Ahora bien, hay diversos dones,


pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo
Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace todas
las cosas en todos. A cada uno se le da una manifestación especial del
Espíritu para el bien de los demás”.
La mayor evidencia de la presencia del Espíritu en una persona es su
testimonio de que Jesús es Dios y su adoración a Cristo. Sin embargo,
“Jesús es el Señor” no es una mantra que los cristianos deban cantar en la
adoración. Más bien, el Espíritu se hace evidente de varias maneras en la
asamblea de los cristianos. Pablo explica que hay una variedad de dones.
En su escrito, cambia la palabra para dones de pneumatika (que parece
que la iglesia de Corinto ha estado usando) a charismata.
Los corintios estaban tratando de llevar el legado de su espiritualismo
anterior (los sobrenatural, lo exótico, lo tenebroso y lo extático) a la
iglesia de Jesucristo. Pero Pablo pedía algo diferente. Enfatizaba los
dones de charismata, que quiere decir “gracia”, “un regalo de la gracia” o
“cosas de gracia”. El Espíritu crea una nueva dimensión y poder en
nuestras vidas por medio de la gracia de Dios, expone Pablo. Dios, en
gracia, actúa en nosotros para formar una nueva naturaleza con nuevos
recursos. La nueva vida del cristiano no se debe a la educación, a los
talentos naturales o a la educación. La gracia de Cristo, producida por el
Espíritu, tiene poco que ver con nuestros cerebros, talentos, emociones o
recursos psicológicos. Por la gratuita gracia de Dios, el Espíritu obra en
todos nosotros. Piensa en un zapatero como William Carey o en un
soldador como Juan Bunyan y cómo sus dones cambiaron al mundo. Eso
solo se debió a la poderosa obra del Espíritu Santo en ellos, equipándolos
con los dones para comunicarse con los demás.
Toda virtud que poseemos, toda victoria que ganamos y todo
pensamiento de santidad vienen del Espíritu. Pablo explica que el
Espíritu da charismata al pueblo de Dios para diferentes clases de
servicio (1Co 12:5). Aquí se refiere a la santificación colectiva, porque uno
de los medios de gracia principales para preparar a los cristianos para el
cielo es la misteriosa influencia que un creyente tiene sobre otro. Por
supuesto, la predicación, la adoración, el bautismo y la Cena del Señor
influyen en los creyentes, pero “la vida del cuerpo” o “el ministerio del
cuerpo” también son importantes. Piensa en todos los versículos del
Nuevo Testamento que contienen la frase unos a otros. Pablo dice que los
dones espirituales son dados para diferentes clases de servicio.
Vemos qué diferentes son esos servicios al considerar los pasajes que
nos dicen que nos amemos unos a otros, nos dediquemos los unos a los
otros, nos honremos unos a otros, tengamos el mismo sentir unos con
otros, nos refrenemos de juzgarnos unos a otros, nos edifiquemos unos a
otros, nos aceptemos unos a otros, nos recibamos unos a otros, seamos
pacientes unos con otros, nos cuidemos unos a otros, llevemos las cargas
los unos de los otros, nos soportemos unos a otros, nos sujetemos unos a
otros, nos tengamos en alta estima unos a otros, seamos sinceros unos
con otros, nos perdonemos unos a otros, nos consolemos unos a otros,
nos alentemos unos a otros, nos perdonemos unos a otros, busquemos el
bien unos de otros, nos exhortemos unos a otros, nos estimulemos unos a
otros, nos refrenemos de hablar unos contra otros o de quejarnos unos de
otros, confesemos nuestros pecados unos a otros, oremos unos por otros,
seamos hospitalarios unos con otros y nos sirvamos unos a otros.
¡Qué abrumadora es nuestra responsabilidad en la iglesia los unos con
los otros! ¿Cómo te va en el servicio a los hermanos en la fe? No
obtendrán ese servicio del mundo, sino solo de los hermanos en la fe.
Puedes argumentar diciendo que eres demasiado débil, que estás muy
ocupado o que no tienes ciertos dones. Puede que no hayas nacido con
muchos dones, pero tienes el Espíritu Santo que te da una rica variedad
de dones que te capacitan para servir a los demás; todo cristiano los
tiene.
Dios da dones a Su pueblo, pero esto no significa que estas personas
sean la marca glorificada de un privilegio espiritual. Los dones no son
dados para darte un estatus como ministro o para tu edificación, placer o
distinción personal. Los dones espirituales te son dados para hacerte
mejor siervo de otros cristianos en tu congregación. “El mayor entre
ustedes será el siervo de todos”, dice Jesús; Él envía el Espíritu Santo
para capacitarte para servir.
Pablo amplió eso diciendo que el ministerio del Espíritu en nosotros es
para obrar (1Co 12:6). Así que un don espiritual es el otorgamiento de
poderes divinos por parte de nuestro Padre celestial para capacitarnos
para obrar de manera sacrificial, amorosa, paciente y para perseverar sin
importar el reto. Después de tu regeneración, pronto descubres que
tienes una nueva fuente de poder porque por fe has sido “conectado” al
Espíritu de Dios. El Espíritu te da dones para que puedas servir a los
demás. Ahora te puedes arrodillar con una vasija de agua y una toalla en
tus manos para lavar los pies de tus hermanos.
Pablo concluye: “A cada uno se le da una manifestación especial del
Espíritu para el bien de los demás” (1Co 12:7). Qué declaración tan
extraordinaria. ¿Qué esperas encontrar en el texto después de leer “la
manifestación especial del Espíritu”: un viento violento e impetuoso y
lenguas repartidas de fuego reposando sobre las cabezas de las personas,
gente desmayándose o brincando o cacareando como gallos? No. Pablo
continúa diciendo que la manifestación del Espíritu es dada para el bien
común. Los cristianos son dotados para servir a los que están en
necesidad. El fruto de la manifestación del Espíritu Santo de Dios no es
un nivel alto de emoción; es el servicio en la comunidad de los creyentes.
EL ESPÍRITU DISTRIBUYE SUS DONES COMO ÉL
DETERMINE

El Espíritu da varios dones: sabiduría, conocimiento, fe, sanidad, poder


milagroso, profecía, distinción de espíritus, hablar en lenguas e
interpretar lenguas. Pablo declara: “A unos Dios les da por el Espíritu
palabra de sabiduría; a otros, por el mismo Espíritu, palabra de
conocimiento; a otros, fe por medio del mismo Espíritu; a otros, y por ese
mismo Espíritu, dones para sanar enfermos; a otros, poderes milagrosos;
a otros, profecía; a otros, el discernir espíritus; a otros, el hablar en
diversas lenguas; y a otros, el interpretar lenguas. Todo esto lo hace un
mismo y único Espíritu, quien reparte a cada uno según Él lo determina”
(1Co 12:8-11).
Observa que los primeros dones nombrados son el mensaje de
sabiduría y de conocimiento. Los dones de inteligencia y expresión
razonada que proceden de vidas sabias y conocedoras son dados para el
bien común de la congregación. Debes agradecer a Dios si tienes esos
dones en tu iglesia. Gracias a Dios si tus ancianos y diáconos son
bendecidos con la gracia de dar palabras sabias tanto en privado como en
público. A cada uno de nosotros se nos han dado dones para ofrecer
palabras y hechos de sabiduría así como para recibirlos de otros. ¡Cuánto
beneficia eso a toda la congregación!
Evidentemente eso también es verdad de los otros dones que Pablo
menciona. Sin embargo, esos dones de gracia no tendrían valor sin la
sabiduría, entendimiento y conocimiento. Todos los dones son dados
para edificar a la congregación. Por ejemplo, los dones de poderes
milagrosos y sanidad pueden levantar el espíritu de una congregación ya
que se usan para restablecer la salud de un miembro de la iglesia
terriblemente enfermo. Los dones espirituales son dados para el bien
común de la congregación. Todos vienen del Espíritu y Él se los da a cada
cristiano “como a Él le place”. No puedes nombrar un don espiritual y
reclamarlo para ti. Incluso en el primer siglo, cuando algunos de estos
dones fueron dados para confirmar la verdad de los apóstoles, uno no le
podía exigir al Espíritu Santo: “Concédeme el don de poderes milagrosos
o el don para hablar el idioma céltico”. El Espíritu fue y sigue siendo
soberano en conceder a cada cristiano los dones que Él escoja.
EL ESPÍRITU BAUTIZA A CADA CRISTIANO
EN EL CUERPO DE CRISTO

Pablo dice que todos somos bautizados por un Espíritu en un cuerpo y a


todos se nos da a beber del mismo Espíritu (1Co 12:12-13). Pablo casi dice
“bautismo en el Espíritu Santo” pero, como cualquier otro escritor del
Nuevo Testamento, nunca usa esa frase. La Escritura siempre se refiere al
bautismo como con o por el Espíritu.
El tema al que Pablo regresa en este versículo son los maravillosos
privilegios que todos los creyentes en la congregación de Corinto han
recibido en Cristo. El apóstol los saluda declarándoles sus gloriosos
privilegios. Todos son miembros de un cuerpo, y todos han sido
bautizados por un Espíritu en este cuerpo y se les ha dado a beber de un
Espíritu. No es que existiera dos cuerpos, uno de los que han hecho una
profesión de fe y otro de los que no. Y solo hay un bautismo, porque el
bautismo en el cuerpo de Cristo no es una actividad menor del Espíritu
que después tenga que ser actualizada en el bautismo del Espíritu. Un
Espíritu nos bautiza a cada uno de nosotros en la regeneración. Somos
pecadores secos y sedientos, y no hay nada en el mundo que calme
nuestra sed. “¡Bebe el Espíritu!”, nos exhorta Pablo. Así que recíbelo en tu
vida porque el refrigerio y la vida nueva vienen de Él.
Este bautismo tampoco es una segunda bendición. El bautismo es el
privilegio de cada persona que invoca el nombre de nuestro Señor
Jesucristo. Somos bautizados por un Espíritu a un cuerpo, y eso es cierto
para el cordero más débil del rebaño de Cristo, para el cristiano más
joven en la fe y para el apóstata que ha regresado en arrepentimiento a
Cristo. También es cierto para un cristiano que ha cometido un terrible
pecado, porque cometer un pecado en particular no lo amputa del cuerpo
de Cristo ni lo excomulga de su membrecía. ¿Qué se debe hacer contigo
que te has comportado de una forma particularmente abominable? Yo
tomaría los maravillosos privilegios que el Espíritu te ha dado y te
golpearía con ellos. ¿Cómo puedes tú, que moriste al dominio que el
pecado una vez tuvo sobre ti, regresar y vivir un momento más en ese
pecado? Así que arrepiéntete de tu pecado, cambia tus caminos y vuelve a
Cristo.
LA VARIEDAD Y LA ARMONÍA EXISTEN
EN EL CUERPO DE CRISTO

La sección final de 1 Corintios 12 describe varios órganos y extremidades


del cuerpo humano. Algunos de ellos son más importantes que otros,
pero eso se debe meramente a sus funciones. El punto es que cada parte
del cuerpo es necesaria, sobre todo las partes menos estéticamente
atractivas. Que ninguna de las partes aparentemente menos atractivas del
cuerpo se sienta inferior a las partes más importantes, y que ninguna de
las partes más espectaculares del cuerpo se sienta superior a las partes
menos impresionantes. Dios ha diseñado y arreglado cada órgano en el
cuerpo (v. 18). Cada miembro necesita a los otros miembros. Las partes
no compiten unas con otras; más bien, se complementan entre ellas. Si
todo el cuerpo fuera nariz, ¿qué miembro digeriría su comida?
Al hablar sobre los diferentes dones que el Señor les da a los miembros
de la iglesia, Pablo concluye con otra lista, esta vez de personas más que
de dones (1Co 12:28-30). Esta lista incluye los dones de apóstol,
administrador y los que los ayudan. Ninguna de estas listas está
completa. Algunos de los dones están presentes en cada iglesia, mientras
que otros no. Observa que en ambas listas, los dones de hablar en lenguas
e interpretar esas lenguas están al final. Además, inmediatamente
después de mencionar esos dones, Pablo nos advierte que procuremos,
deseemos ardientemente o “ambicionemos los mejores dones” (1Co
12:31). La analogía de la desigualdad de las partes del cuerpo parece
particularmente aplicable en esta advertencia.
APLICACIÓN FINAL

Concluyamos este capítulo sobre los dones del Espíritu Santo con los
siguientes recordatorios:

1. Observa la diferencia entre los dones del Espíritu y los frutos del
Espíritu. Los frutos del Espíritu son esas gracias que el Espíritu Santo
produce en cada verdadero cristiano. Son virtudes divinamente
engendradas que nos hacen como Cristo y como otros creyentes. El fruto
preeminente del Espíritu es el amor, que Pablo explica con detalle en el
siguiente capítulo. Si alguien que profesa ser creyente se caracteriza por
su falta de amor, es difícil ver al Espíritu de Dios morando en él. El
apóstol Juan enfatiza este punto cuando nos dice que “todo el que ama ha
nacido de Él [Dios] y lo conoce” (1Jn 4:7). Si ves este amor en una
persona, puedes concluir que ha nacido de Dios. Así que el fruto del
Espíritu es lo que nos hace como Cristo y como otros creyentes.
Los dones del Espíritu son diferentes. Aunque ellos también se
originan en el Espíritu Santo, Sus dones nos hacen diferentes de los
demás. La analogía de estos dones es el cuerpo, que tiene muchos
órganos, todos diferentes entre sí. Como dice 1 Corintios 12:18-20, “En
realidad, Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor le pareció. Si
todos ellos fueran un solo miembro, ¿qué sería del cuerpo? Lo cierto es
que hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo”.
Pablo enumera muchos dones espirituales, preguntando de cada uno:
“¿Son todos apóstoles? ¿Son todos profetas? ¿Son todos maestros?
¿Hacen todos milagros? ¿Tienen todos dones para sanar enfermos?
¿Hablan todos en lenguas? ¿Acaso interpretan todos?”. La respuesta a
cada uno de estas preguntas es, por supuesto, no. Estos dones distinguen
a un cristiano de otro. Por lo que está mal escoger uno de los dones del
Espíritu y hacer de ese don la evidencia determinante de la presencia del
Espíritu en la vida de los demás. El Espíritu Santo da algunos dones a una
persona mientras se los niega a otras. A todos los cristianos se les dan
dones por el mismo Espíritu, pero esos dones difieren de acuerdo a la
elección del Espíritu. Pero a cada cristiano se le da el fruto del Espíritu,
especialmente el amor.

2. Los dones del Espíritu son del Dios Todopoderoso. El Creador y


Sustentador del cosmos, quien es infinito, eterno e inmutable en Su ser,
sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad, es el que da los
dones a Sus escogidos. El Espíritu es Dios. Esto se ve de modo
impresionante en la estructura Trinitaria de 1 Corintios 12:4-6. El orden
de las personas de la Deidad aquí no es la fórmula bautismal de Padre,
Hijo y Espíritu Santo. Más bien, este pasaje se refiere primero al Espíritu
de Dios, después al Señor Jesús y al último al Padre cuando establece que
hay diferentes clases de dones pero el Espíritu es el mismo. Hay
diferentes clases de servicio pero el Señor es el mismo. Hay diferentes
clases de obras pero el Dios que obra todas ellas en todos los hombres es
el mismo.
Algunas personas afirman tener un don espiritual y anuncian: “Este
don es mío porque el Dios Todopoderoso, el hacedor de la Vía Láctea, me
lo ha dado”. Esa es una afirmación impactante y, si es verdad, tendría que
aceptarla y callarme. Sin embargo, pido que consideremos cuáles son las
marcas de la morada de Dios en el cristiano de acuerdo al Nuevo
Testamento. Yo también hago la audaz afirmación de que este Dios
Todopoderoso me ha llamado y me ha dotado para ser pastor y
predicador. El criterio para la veracidad de esa afirmación debe
trascender mis propios sentimientos personales.
Esos sentimientos pueden ser importantes para mí, pero debemos ir a
la Biblia para ver cuáles son las marcas de un hombre que es llamado por
Dios al ministerio. ¿Cuál es la vida ética y teología de tal persona? ¿Cuáles
son sus funciones establecidas y la energía que necesita? Mi vida, lo
mismo que la vida de cualquier verdadero predicador, se debe examinar a
la luz de la Escritura. Si no hay un criterio para explicar cuáles son
algunos de estos dones y en qué consiste su administración, debemos
permanecer en silencio y no afirmar que tenemos tales dones. No hay un
llamado del Creador sin la integridad de Sus requisitos y estos se explican
con detalle en la Palabra de Dios.
Considera a Neil Babcock, quien pasó años con grupos de personas que
afirmaban recibir mensajes directamente del Dios del universo. Con el
tiempo se sentía menos y menos a gusto con estas afirmaciones. Babcock
explica: “‘Así dijo el Señor’. ¡Cómo luchaba con esas palabras! Cuando
Jacob luchaba con el ángel en la oscuridad de la noche, así también
luchaba yo con esas palabras. Así como el ángel hería a Jacob, así esas
palabras me herían. Así como la derrota de Jacob se volvió su victoria, le
agradecí a Dios que esas palabras, tan justas e insondables en su
significado, me derrotaran. El momento de la verdad llegó cuando
escuché una profecía dicha en una iglesia que visitaba. Estaba sentado en
la iglesia tratando de adorar a Dios mientras temía la llegada inminente
de ese momento de silencio que indicaba que una profecía estaba a punto
de ser proferida. El silencio llegó y pronto se rompió por un atrevido y
dominante ‘¡Así dijo el Señor!’. Esas palabras desencadenaron una
reacción inmediata. Como agua llenando una represa, la convicción
comenzó a llenar mi alma… Hasta que finalmente, la represa estalló:
‘¡Este no es mi Dios!’, grité dentro de mi corazón. ‘¡Este no es mi
Señor!’”.1

3. Algunos de estos dones cesaron antes del final del primer siglo. El
primer don (1Co 12:29) es el don de apóstol. ¿Podría alguien, aparte de
los doce que fueron llamados por Cristo y apartados por la iglesia, afirmar
ser un apóstol? ¿Podrías tú aspirar a ser uno? ¿Podrías proponer tu
nombre para que la iglesia votara para que te convirtieras en apóstol?
¿Podría una congregación afirmar que su ministro ha ascendido al
estatus de apóstol?
En Hechos 1:21-22, Pedro expone a la iglesia los requisitos de un
apóstol. Él escribe: “Por tanto, es preciso que se una a nosotros un testigo
de la resurrección, uno de los que nos acompañaban todo el tiempo que el
Señor Jesús vivió entre nosotros, desde que Juan bautizaba hasta el día
en que Jesús fue llevado de entre nosotros”. Para cumplir los requisitos
como apóstol, una persona debía haber caminado con Cristo durante Su
ministerio terrenal y tenía que haber estado presente cuando el Cristo
resucitado se manifestó. Por lo tanto, es imposible que personas después
del tiempo de los apóstoles se vuelvan apóstoles porque el Señor Jesús
está ahora en el cielo. Nadie lo ha visto en la carne desde el primero siglo.
Puedes preguntar, “¿Y qué pasa con el apóstol Pablo? Él no vio al Jesús
resucitado, ¿o sí?”. Sí lo vio. Pablo dice que en el camino a Damasco él vio
al real y verdadero Jesús glorificado que atravesó el velo y se encontró
con Él.
El don espiritual de apóstol ha cesado ahora. Ese don fue una obra para
colocar el cimiento de la iglesia y esa función está hecha. La iglesia
evangélica siempre ha estado a favor del cese del don de apóstol y profeta.
Ese oficio se dio en un momento de la historia de la redención; no estaba
destinado a ser un don que constantemente fluyera del Espíritu a la vida
de la iglesia. El apostolado fue un don fundacional. Hoy la milagrosa
Biblia, inspirada por Dios, que los apóstoles terminaron, es el don
espiritual permanente de Dios a cada iglesia evangélica.
En su libro Autoridad, Martyn Lloyd-Jones dice que el apostolado es la
única y última autoridad. Escribe: “No se le puede añadir porque no
puede haber sucesores de los apóstoles. Por definición no pueden tener
sucesores […] Los que fueron originalmente escogidos no han tenido
sucesores. No ha habido otros que el Señor resucitado directamente haya
especialmente llamado y dotado e inspirado para hablar y enseñar con
autoridad. Esto es imposible. Ya no habrá ninguna nueva revelación. No
hay necesidad de ninguna. Se les ha dado y se les dio finalmente a los
apóstoles (Jud 3). La iglesia se edifica sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas. Por lo tanto, debemos rechazar cualquier supuesta
nueva revelación, cualquier adición a la doctrina. Debemos reivindicar
que toda enseñanza, toda verdad y toda doctrina se deben probar a la luz
de las Escrituras. Aquí está la revelación de Dios mismo, dada en partes y
porciones en el Antiguo Testamento con una creciente claridad y una
irrevocabilidad culminante, llegando finalmente ‘en el cumplimiento de
los tiempos’ a la revelación perfecta, absoluta y final en Dios Hijo”.2
Así que Dios dio algunos dones para colocar los cimientos de la iglesia.
Este es el caso de los testimonios de los apóstoles divinamente escogidos
por Dios y los profetas con los cuales estaban identificados. Ellos eran los
canales de transmisión de la verdad de Dios a Su pueblo para colocar el
fundamento de cada congregación centrada en el evangelio. Pero Dios
también da otros dones supernaturales que continúan vigentes en la
iglesia de hoy en día. Rogamos que estos dones del Dios trino extiendan
el evangelio de Cristo a través del mundo entero y que edifiquen Su
iglesia hasta que Él vuelva.

* Jim Jones fue un estadounidense que fundó la secta Templo del Pueblo. Incitó a sus seguidores a
suicidarse con él, pereciendo en total 913 individuos, incluyendo unos 270 niños.
16
EL CAMINO MÁS
EXCELENTE DEL AMOR

Ahora les voy a mostrar un camino más excelente. Si hablo en


lenguas humanas y angelicales, pero no tengo amor, no soy más que
un metal que resuena o un platillo que hace ruido. Si tengo el don de
profecía y entiendo todos los misterios y poseo todo conocimiento, y si
tengo una fe que logra trasladar montañas, pero me falta el amor, no
soy nada. Si reparto entre los pobres todo lo que poseo, y si entrego
mi cuerpo para que lo consuman las llamas, pero no tengo amor,
nada gano con eso.
1 Corintios 13:1-3

El gran capítulo de la Biblia sobre el tema del amor está “sanduchado”


entre un capítulo que termina con las palabras “ambicionen los mejores
dones” y uno que comienza con las palabras “ambicionen los dones
espirituales”. El capítulo 13 de 1 Corintios declara que el único camino en
que los dones espirituales se pueden buscar y usar es en amor. El amor es
pensar de los demás con cuidado, honor y respeto para edificarlos en la
iglesia. La falta de amor parece haber sido la mayor debilidad de la
congregación de Corinto.
EL DON DEL AMOR DEL ESPÍRITU SANTO

El amor es la gracia suprema dada a todo creyente. Si la iglesia es la


comunión en el Espíritu Santo, también es la comunión en la gracia del
Señor Jesucristo y en el amor de Dios. Es la comunidad en la cual nuestro
deleite es guardar los mayores mandamientos de amar a Dios con todos
nuestros corazones y de amar a nuestros prójimos como a nosotros
mismos, porque estamos llenos de la gracia de Cristo. Quedarse corto en
amar es romper el mayor de todos los mandamientos.
Observa que Pablo comienza el capítulo 13 con el don de lenguas que
los corintios atesoraban. Avanza a los dones que él en lo personal estima,
profecía y fe, después sigue con los dones más visibles que la cultura
pagana de Corinto valoraba, dar todo lo que posees a los pobres o dar tu
vida como mártir. Después Pablo proclama que el amor transciende a
todos; es mayor que cualquier otro don del Espíritu Santo.
Pablo comienza hablando de las lenguas de los hombres y de los
ángeles. Explica que si has desarrollado tu don de lenguas a una altura
celestial tal que hablas como un ángel, pero te falta amor, todo lo que
digas es tan vacío como el golpeteo de un gong pagano que convoca a los
dioses al templo, o como el estruendo de los címbalos que ahuyentan a
los malos espíritus.
Pablo después describe un don de profecía que entiende las cosas
secretas que le pertenecen solo a Dios. Una persona con este don podría
explicar de dónde vino el pecado, anunciar la fecha de la segunda venida
de Cristo y mostrar cómo obra la Santa Trinidad. Todos los misterios y
todo el conocimiento pertenecerían a una persona con ese don. Además,
esa persona tendría una fe tan grande que le podría hablar a una
montaña y la montaña se movería. Una persona con tales poderes
proféticos y una fe que mueve montañas ¡seguramente debería ser un
gigante espiritual! “Eso no es necesariamente así”, revela Pablo. Sin
amor, una persona con gran profecía y fe no es nada.
A continuación, Pablo habla acerca de regalar todo lo que uno posee a
los pobres. Seguro esa persona merece salir en la primera plana en los
titulares, lo mismo que el creyente devoto que da su vida por lo que cree.
Ciertamente esta persona se merecería una estatua en la galería de los
héroes de la fe. Pero Pablo declara que la generosidad o el martirio sin
amor no son nada.
Puedes regalar todo, incluso tu cuerpo, por tus creencias, pero ¿cuál es
tu motivo para hacerlo? ¿Es por la alabanza, el honor, la atención o las
recompensas después de la vida? Nuestro mundo está atemorizado por
los terroristas suicidas que están dispuestos a hacer estallar sus cuerpos
por su fe. Sin amor, sus muertes no significan nada. Además, esa persona
también puede entregar su cuerpo para vanagloriarse; sin embargo, el
verdadero amor excluye la jactancia.
Pablo continúa definiendo lo que es el amor. Afirma que: “El amor es
paciente, es bondadoso. El amor no es envidioso, ni jactancioso, ni
orgulloso. No se comporta con rudeza, no es egoísta, no se enoja
fácilmente, no guarda rencor. El amor no se deleita en la maldad sino que
se regocija con la verdad. Todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta” (1Co 13:4-7).
Pablo dice que el amor no es principalmente emocional, pasional y
ardiente, sino paciente. ¿Te desilusiona esta definición que da por hecho
que tienes que dominar tus emociones, hacer el máximo esfuerzo por
ayudar a los demás, y dejar pasar más tiempo antes de responder a una
persona que te provoque o pruebe tu paciencia? Según Pablo, el amor no
es esencialmente un sentimiento o un afecto, sino una forma de
comportamiento. Probablemente comienza como un sentimiento pero
después se desarrolla en acciones. El amor hace cosas; da a los demás.
Por ejemplo, los judíos odiaban a los samaritanos. De modo que un
hombre samaritano vivía toda su vida sabiendo que sus vecinos judíos lo
despreciaban. Pero un día este samaritano se cruza con un judío al que
habían asaltado, golpeado y dejado medio muerto a la orilla del camino.
Los líderes judíos vieron el cuerpo pero se apresuraron a pasar de largo y
continuar con su asunto.
El amor no pasa de largo cuando ve una persona herida, ignorándola.
Se para y hace algo. El amor es bondadoso, dice 1 Corintios 13; no es
egoísta; no lleva un registro de los errores ni se deleita en el mal. En
cambio, siempre protege y siempre persevera. El samaritano amó al judío
herido, no emocionalmente ni como un capricho, sino con sus acciones.
Curó las heridas del hombre y después lo llevó a un lugar seguro donde
pudiera sanar.
Finalmente 1 Corintios 13:8 dice: “El amor jamás se extingue”. Algunos
dones, tales como el de profecía, hablar en lenguas y el de conocimiento
se acabarán. La perfección vendrá y lo imperfecto desaparecerá (v. 10).
Esta perfección se puede referir al tiempo después de la muerte de todos
los apóstoles y sus dones. Cuando ese tiempo venga, la totalidad de la
revelación, que es el eterno legado de los apóstoles a la iglesia, será
evidente en toda congregación. No debemos descartar ese punto de vista
con demasiada ligereza, aunque sea una opinión minoritaria, porque esta
carta a los Corintios es probablemente el primer texto de las Escrituras
del Nuevo Testamento escrito a la iglesia.
Ninguno de los evangelios se había escrito en el tiempo en que la iglesia
de Corinto recibió la primera carta de Pablo, ni tampoco tenían ninguna
de las epístolas a los Romanos o a los Efesios. Puede que ya se hubieran
escrito las cartas de Santiago, Tesalonicenses y Gálatas, pero puede que
todavía no hubieran llegado a Corinto. En el tiempo en que 1 Corintios
llega a la iglesia de Corinto, la congregación posee los dones de
revelación, sabiduría, conocimiento, lenguas, profecías e
interpretaciones, pero todavía no tiene el Nuevo Testamento. La iglesia
está espiritualmente empobrecida.
De modo que algunos eruditos argumentan que perfecto* (teleios) en el
versículo 10 se refiere al tiempo en que los veintisiete libros del Nuevo
Testamento lleguen a ser la bendita posesión de cada iglesia,
complementando los treinta y nueve libros del Antiguo Testamento.
Combinados, esos dos testamentos se convierten en la Palabra de Dios
para la iglesia hasta el fin de los tiempos, capacitando a los creyentes para
estar completos y totalmente equipados para todas las obras buenas que
Dios les da para que hagan. Sin embargo, otros no aceptan este punto de
vista, sino que creen que perfecto o maduro se refiere al fin de los
tiempos, cuando Dios sea visto “cara a cara” (v. 12).
De cualquier manera, el interés de Pablo en estos versículos es edificar
a los creyentes de Corinto que piensan que son “cristianos de primera
calidad” porque tienen ciertos dones del Espíritu. Pablo les exhorta:
“Deben crecer en amor”. Por muy maduros que seamos ahora, todavía
somos como niños en nuestra fe. Todos alcanzaremos la completa
madurez solo después de que lleguemos al cielo.
Con todos sus dones, los corintios cristianos se están viendo
oscuramente en un espejo. Todavía no han recibido ni uno solo de los
evangelios, mucho menos la revelación de Cristo en los evangelios, en
Hechos, en las cartas y en Apocalipsis. Ciertamente todavía no están en la
presencia del Señor Jesús en la gloria. La fe, la esperanza y el amor no
son gracias temporales; todas perdurarán, pero Pablo dice que la mayor
de ellas es el amor.
EL DON DE PROFECÍA DEL ESPÍRITU SANTO

Pablo comienza el capítulo 14 de 1 Corintios con los mandatos de “seguir”


y “desear”. Quiere que la pasión de los creyentes se canalice hacia el
camino del amor, particularmente por medio del don de profecía. El
objetivo de la profecía, de acuerdo con el versículo 3, es fortalecer, alentar
y consolar a otros.
Lo primero que hace la profecía es fortalecer a los demás. Esta palabra
se repite varias veces en este capítulo en los versículos 4, 12, 17 y 26. A
veces la palabra se traduce como edificar, construir y fortalecer. Ese es el
propósito de la profecía: edificar, construir y fortalecer.
El don de profecía ayuda a las personas, dice Pablo en el versículo 3, y
esa es la esencia de todo don: ser maravillosamente útil para servir a los
demás. Por lo tanto, Pablo nos enseña a desear ansiosamente el don de
profecía. La palabra original para profecía no es fácil de traducir; “hablar
con consideración e inteligencia”, “aconsejar” o “expresar la voluntad de
Dios” no son muy buenas opciones. Tampoco lo es “predicar” porque el
don de profecía se ejercita más bien fuera del púlpito, no tanto desde él.
Por ejemplo, en las reuniones de ancianos y diáconos de nuestra iglesia
se les pide a los participantes tratar un tema, para después transmitir a la
congregación la sabiduría implicada en sus decisiones con el fin de
fortalecer, alentar y consolar a la iglesia. Después del Gran Despertar del
siglo dieciocho en Gales, en las “reuniones de experiencia” los cristianos
“profetizarían” entre sí con mensajes de sabiduría. Un grupo de líderes
espirituales en las montañas de Escocia tenía el don de explicar la
voluntad de Dios en una situación en particular para que los cristianos
fueran edificados, fortalecidos y consolados. Todos estos son ejemplos del
don de profecía.
EL DON DE LENGUAS DEL ESPÍRITU SANTO

El don de lenguas aparece como un don menor, ya que Pablo enseña que
“el que profetiza aventaja al que habla en lenguas” (1Co 14:5). Pero,
¿realmente es eso lo que él quiere decir? Examinemos el don de lenguas
con más detalle, contestando cuatro preguntas: ¿Qué es exactamente este
don? ¿A quién se dirige? ¿Cómo responden los incrédulos a él? ¿Cómo se
debe usar en la adoración de la iglesia?

1. ¿Qué es exactamente este don? Hechos 2 es el primer pasaje en el


Nuevo Testamento donde leemos acerca del don de lenguas. Bajo la
influencia directa del Espíritu Santo, este don les permite a los creyentes
hablar en idiomas que no habían conocido antes. Usan estos idiomas en
oraciones de acción de gracias o para cantar y para hablar de las grandes
obras de Dios en el evangelio. La misma palabra en griego para “lengua”
en 1 Corintios 12:5 se usa en Hechos 2; en las demás ocasiones en la que
se usa en el Nuevo Testamento se refiere a un idioma existente.
Durante Pentecostés en Jerusalén, el Espíritu Santo dotó a 120
creyentes con lenguas. Personas de muchas naciones gentiles escucharon
a esos creyentes hablar y clamaron con asombro: “¡Todos por igual los
oímos proclamar en nuestra propia lengua las maravillas de Dios! (Hch
2:11). Lucas, el autor de Hechos, explica cómo Pablo y Apolos fueron
entonces a Corinto donde comenzaron una iglesia. De esto podemos
concluir que el don de lenguas en Corinto fue el mismo don que se dio en
Pentecostés.
De las tres grandes señales en Pentecostés (el viento intenso e
impetuoso; la aparición de llamas sobre los creyentes y el don de
lenguas), el don más útil y versátil en la iglesia misionera es el de lenguas.
Este don se usa en Samaria, en casa de Cornelio, y en Éfeso. Su presencia
clama: “El Espíritu que está obrando aquí es el mismo Espíritu que fue
derramado en Pentecostés. Somos uno en el Espíritu”.
Cuando el evangelio alcanzó Corinto, Pablo no da indicios de que
surgiera en la iglesia otra clase de lengua o “voces extáticas”. Más bien, 1
Corintios y otros pasajes en el Nuevo Testamento siempre se refieren al
don de lenguas como una comunicación verbal articulada. Desde el
principio de la creación, Dios y los ángeles han hablado claramente a los
humanos en su propio idioma. Dios nos habla a muchos de nosotros en
inglés, a otros en español; Él le habla a mi esposa galesa en su Biblia
galesa y Él les habla a otros en su idioma nativo. Los idiomas que Dios
usa para hablar a hombres y mujeres son lenguas vivas y reales.
Si el don de lenguas en Corinto fuera diferente del don de lenguas en
Éfeso, o en Samaria, o del que se usó en casa de Cornelio o en Jerusalén,
seguramente 1 Corintios y Hechos habrían dado alguna descripción o
explicación de ese cambio, pero no lo hacen. De manera consistente, el
don de lenguas en el Nuevo Testamento se refiere a idiomas reales. Phil
Roberts sabiamente comenta: “Las expresiones extáticas son el resultado
de estados de conciencia alterados o sin sentido. Ya que Dios es un ser
absolutamente racional, que constantemente hace hincapié del lugar que
ocupan nuestras aptitudes racionales en nuestro desempeño espiritual,
creer que Él emplearía una comunicación sin sentido, es decir, una que
no tenga bases racionales y que no se pueda distinguir de las sandeces,
sería contrario a todo lo que sabemos de Él”.1
El don de lenguas fue para ser usado en la adoración cristiana, la cual
era bastante diferente de la adoración de los paganos en la que las
personas eran arrastradas por el espectáculo y el sonido (1Co 12:2). En la
adoración cristiana, todos los dones debían ser usados reconociendo que
“el don de profecía está bajo el control de los profetas” (1Co 14:32) y en
obediencia a la enseñanza, “pero todo debe hacerse de una manera
apropiada y con orden” (1Co 14:40).
El don de lenguas tiene tres aspectos: el don de hablar un idioma
desconocido, el don del orador de entender e interpretar lo que se dice, y
el don de las personas para que puedan dar la correcta interpretación de
esas palabras a los demás. Pablo entonces explica a la iglesia:

Por esta razón, el que habla en lenguas pida en oración el don de


interpretar lo que diga. Porque si yo oro en lenguas, mi espíritu ora,
pero mi entendimiento no se beneficia en nada. ¿Qué debo hacer
entonces? Pues orar con el espíritu, pero también con el
entendimiento; cantar con el espíritu, pero también con el
entendimiento. De otra manera, si alabas a Dios con el espíritu, ¿cómo
puede quien no es instruido decir «amén» a tu acción de gracias,
puesto que no entiende lo que dices? En ese caso tu acción de gracias es
admirable, pero no edifica al otro (1Co 14:13-17).

Así que, sobre todo, el don de lenguas debe usarse para beneficiar a
otros.

2. ¿A quién se dirige este don? El don de lenguas se dirige a Dios (1Co


14:2), enfatiza Pablo, y declara qué grande es Dios en la creación y en la
redención. El don de profecía se dirige a las personas. La fuerza de la
profecía es que todos en la iglesia puedan escucharla, entenderla y ser
edificados por ella (1Co 14:4), mientras que las palabras en un idioma
extranjero, habladas por una persona con el don de lenguas, están
limitadas en utilidad, y más si nadie las entiende.
Pablo ve el don de lenguas en Corinto como un verdadero don de Dios,
pero desea que todos los creyentes corintios puedan disfrutar este don
junto con cualquier otro don espiritual. Pablo no guía a los creyentes de
ninguna congregación a buscar el don de lenguas. “Yo quisiera que todos
ustedes hablaran en lenguas, pero mucho más que profetizaran”, dice. “El
que profetiza aventaja al que habla en lenguas, a menos que este también
interprete, para que la iglesia reciba edificación” (1Co 14:5). Los dones
son dados para edificar y fortalecer a la iglesia, así que Pablo declara:
“Doy gracias a Dios porque hablo en lenguas más que todos ustedes. Sin
embargo, en la iglesia prefiero emplear cinco palabras comprensibles y
que me sirvan para instruir a los demás, que diez mil palabras en
lenguas” (1Co 14:18-19).
Cuando proclamas: “Cristo murió por nuestros pecados”, esas cinco
palabras podrían traer salvación y consuelo al oyente. Pero si esas
palabras se hablan en un idioma que el que escucha no entiende, no le
aprovecharán para nada. En la escala de dones, el más útil es el que
edifica y fortalece a las personas, mientras que el menor es el que se usa
más por interés propio que para el beneficio de los demás.

3. ¿Cómo responden los incrédulos a este don? Pablo explica que si los
incrédulos fueran a un servicio de adoración en Corinto donde todos
hablan en lenguas al mismo tiempo, concluirían que los creyentes están
locos (1Co 14:23). Las dudas de los visitantes sobre el cristianismo solo se
confirmarían por lo que ven.
Por el contrario, qué diferente sería su respuesta si, una por una, las
personas en la iglesia profetizaran entre sí (1Co 14:31), alabando a Dios
por Su bondad hacia ellos. Pablo dice que el resultado de tal testimonio
sería que “si uno que no cree o uno que no entiende entra cuando todos
están profetizando, se sentirá reprendido y juzgado por todos, y los
secretos de su corazón quedarán al descubierto. Así que se postrará ante
Dios y lo adorará, exclamando: «¡Realmente Dios está entre ustedes!»”
(1Co 14:24-25). El testimonio y la enseñanza de una persona tendrían
entonces un profundo impacto en los incrédulos.
El don de lenguas puede ser tan improductivo para los incrédulos como
intentar mezclar aceite con agua. De hecho, las lenguas pueden endurecer
al incrédulo contra la fe en Dios. Para ilustrar esto, Pablo cita de Isaías
28:11-12: “En la ley está escrito: Por medio de gente de lengua extraña y
por boca de extranjero hablaré a este pueblo, pero ni aun así me
escucharán, dice el Señor” (1Co 14:21).
Pablo sabiamente argumenta que las marcas de la verdadera
conversión se hacen evidentes cuando una persona llega a una reunión de
adoración, entiende el mensaje del evangelio y es convencida de que es
pecadora. Los secretos de su vida pasada parecen ser conocidos por los
que exponen la Palabra. Abrumado por la realidad de que Dios está entre
estas personas, el pecador cae al suelo. No se siente atraído por los dones,
sino por el gran Dador de los dones. Cae como muerto a los pies del Dios
viviente. Esa es la marca del evangelismo eficaz.

4. ¿Qué rol juegan las lenguas en un servicio de adoración? Pablo


comienza la siguiente sección con una descripción de un servicio de
adoración típico en Corinto (que es bastante caótico): “Cuando se reúnan,
cada uno puede tener un himno, una enseñanza, una revelación, un
mensaje en lenguas, o una interpretación”. Y todos están allí, sentados en
el borde de sus asientos, esperando su turno para participar; la reunión se
alarga porque hay mucho que decir. Pablo les reitera su enseñanza de que
los creyentes de la iglesia de Corinto deben juzgar cuáles son los mejores
dones para ayudar al oyente. “Todo esto debe hacerse para la edificación”
(1Co 14:26), dice Pablo. Que nadie piense que la adoración
congregacional es una plataforma para que una persona u otra exhiba sus
dones a la iglesia. No te unas a cierta iglesia por el hecho de que te
permita hablar más que otra iglesia. El propósito de la adoración es
fortalecer a las personas en su caminar con Cristo. Juzga la utilidad de las
prácticas de adoración, no por cuántas personas contribuyan en una
hora, sino por cómo la congregación se fortalece con esa adoración.
Pablo introduce directrices para el ejercicio de los dones espirituales en
la adoración. Dos personas (bueno, quizá tres) pueden hablar en lenguas.
No más. Posteriormente la persona con el don de interpretación debe
hablar. Si una persona con ese don no está presente, el que habla en
lenguas debe permanecer en silencio. Así también, dos personas con el
don de profecía (o tres como mucho) son suficientes para que cualquier
congregación escuche, digiera y sopese cuidadosamente. Las personas
deben esperar con paciencia su turno para hablar o profetizar porque,
como explica Pablo: “Dios no es un Dios de desorden sino de paz” (1Co
14:33). Él concluye este capítulo diciendo: “Pero todo debe hacerse de
una manera apropiada y con orden” (1Co 14:40). Las mujeres deben
permanecer en silencio porque no tienen la autoridad para enseñar a toda
la congregación. Está prohibido que las mujeres tomen el rol de ser
cabeza dentro de la iglesia. Está bien que hablen en otras ocasiones y
lugares cuando las personas se reúnen para estudiar y orar. Pero en la
reunión de entre semana, la congregación debe tener cuidado de
preservar el orden bíblico para que los hombres tomen el liderazgo. Eso
es lo que toda mujer piadosa desea.
Eso son los comentarios sobre la adoración que el apóstol nos presenta.
Están inspirados por el Espíritu de Dios en un capítulo en la Biblia que
habla muy claramente del ejercicio de los dones espirituales dentro de
una congregación. Ese pasaje es uno de los capítulos más difíciles de la
Biblia para hacer una exégesis. El gran predicador Crisóstomo, nacido en
344, escribió de este capítulo: “Todo este lugar es muy oscuro, pero la
oscuridad la produce nuestra ignorancia sobre los hechos a los que se
refiere y por su discontinuidad, siendo que en aquél entonces solían
ocurrir pero que ahora ya no se llevan a cabo”.2
Cada semana hay oportunidades que se dan en el servicio de entre
semana para compartir las necesidades y bendiciones de la iglesia y para
que los miembros respetables de la congregación dirijan a la gente en
oración, pero muy rara vez un miembro ordinario de la iglesia es llamado
para ofrecer un mensaje a toda la asamblea, incluso en las iglesias más
espirituales. La situación hoy es diferente de aquella en la iglesia de
Corinto. Hoy todos tenemos la Biblia y nuestra adoración es guiada por
una persona dotada y designada por Dios quien, con la inspiración del
Espíritu Santo, declara la Palabra y sus implicaciones a la congregación.
Él lo hace así, justo como Cristo lo hizo en la sinagoga de Nazaret. Las
palabras que leemos en la Escritura, en la disciplina de las devociones
privadas, son una ayuda, pero hay una diferencia entre el ministerio del
Espíritu hacia nosotros en un lugar en silencio y nuestra expresión
pública a toda la congregación sobre lo que hemos aprendido. Pocas
bendiciones personales están diseñadas para ser transferidas a los
mensajes públicos que son dirigidos a toda una asamblea.
EL DON DE LA PALABRA DEL ESPÍRITU SANTO

Pablo está a punto de concluir este capítulo, y pregunta: “¿Acaso la


palabra de Dios procedió de ustedes?” (1Co 14:36). Por supuesto que no.
La Palabra de Dios se originó en el cielo y vino a la iglesia a través de los
apóstoles que fueron llamados, dotados y equipados. No vino de la
Alemania del siglo diecinueve, donde se originó la alta crítica moderna.
No vino de Roma, donde se originaron las tradiciones católico-romanas.
No vino de Ginebra, donde florecieron la predicación fértil y los escritos
de Juan Calvino. No vino de la Iglesia Mormona en Utah. No vino del
Metodismo Calvinista de Gales. La Palabra de Dios se originó en el cielo y
está por encima de cualquier denominación, culto e iglesia, reiterando
que cada cristiano la atesore en su corazón para no pecar contra Dios.
Pablo también pregunta: “¿O son ustedes los únicos que la han
recibido?” (v. 36). Si te pusieras de pie en el Vaticano y atestiguaras la
confianza y la autoridad del papado, te darías cuenta de la convicción que
la Iglesia Católica Romana tiene de ser la única iglesia verdadera de Dios
en el mundo, y que sus doctrinas deben ser tus creencias, y que sus
tradiciones deben dictar la manera en la que haces las cosas. La Iglesia
Católica cree que es la única a la que toda la Palabra de Dios ha
alcanzado.
Si fueras a Salt Lake City y caminaras alrededor del tempo de la Iglesia
de los Santos de los Últimos Días, te darías cuenta de la misma confianza
de que esta es la iglesia verdadera, la única en haber recibido la
revelación final de Dios en tablas de oro. Las personas congregadas en
diez mil pequeñas iglesias independientes tienen la misma actitud. Creen
que son los únicos que están perseverando en la verdad, la cual según
ellos no ha alcanzado a ningún otro grupo. Rompieron con otras iglesias
creyendo que “somos las únicas personas a quienes se nos ha revelado la
Palabra de Dios”.
La respuesta a las dos preguntas que Pablo plantea es: ¡no! La Palabra
de Dios viene a nosotros; no se origina en nosotros. Viene de Dios y
estamos seguros que no somos los únicos a los que alcanza. El don de
lenguas que los corintios experimentaron también se había ejercido en
Éfeso, en la casa de Cornelio, en Samaria, en Jerusalén y en muchos otros
lugares en Grecia y Asia. Así que Pablo les expone a las iglesias que el
evangelio se ha difundido a toda la cuenca este del Mediterráneo, pero
que si van a seguir siendo parte del pueblo de Dios, deben mantener la
unidad del Espíritu en el vínculo de la paz, y eso viene por saber y hacer
lo que Dios dice en Su Palabra. Las Escrituras son el fundamento para
toda la iglesia, no la Biblia más las sagradas tradiciones de Roma, no la
Biblia más el Libro del Mormón, no la Biblia más la crítica moderna.
Pablo advierte: “Si alguno se cree profeta o espiritual, reconozca que esto
que les escribo es mandato del Señor. Si no lo reconoce, tampoco él será
reconocido” (1Co 14:37-38).
Esta es una declaración sorprendente. Lo que Pablo escribe en este
capítulo, en toda esta carta y en todos sus escritos es el mandato del
Señor. No solo el apóstol Pablo, sino los otros apóstoles escriben otros
libros del Nuevo Testamento y respaldan a Marcos (como lo hace Pedro)
o a Lucas (como lo hace Pablo). Escribieron con la ayuda del Espíritu y
por mandato del Señor. Toda iglesia debe reconocer esto. Si algunas
prácticas o creencias de una iglesia no están de acuerdo con lo que está
escrito en la Escritura, se deben cambiar hasta que todo coincida con lo
que Dios ha estipulado.
De igual manera, los predicadores que Jesucristo envía al mundo no
tienen la opción de escoger las prácticas que les gusten (por ejemplo,
vestiduras especiales o ideas con las que estén de acuerdo). El Señor no
les concede esta opción. Por dos mil años el evangelio ha ido a todo el
mundo. Tanto el mundo como la iglesia pertenecen al Señor y la iglesia
tiene el derecho de insistir que sus predicadores les lleven la Palabra de
Dios. Cualquier otra idea (ya sea que venga de los ilustrados académicos o
de los individuos que afirman ser profetas) se debe medir contra la
Escritura. Si no se encuentran bases bíblicas para esta idea, la conciencia
de nadie está obligada a creerla.
No ignores esta advertencia; si no lo reconoces, tú serás ignorado
(RV60). En el gran día, cuando todas las personas del mundo estén
reunidas ante el tribunal de Cristo, los que se levantaron y hablaron en el
nombre de Cristo estarán bajo un escrutinio especial por la influencia que
hayan tenido. Serán probados para ver si reconocen o no que lo que
escribió el apóstol Pablo es mandato del Señor. Si lo reconocen, serán
bienvenidos al gozo de su Señor, pero si no, serán ignorados. Esa es la
esencia de 1 Corintios 14 sobre el don de lenguas y profecía.

* El significado en griego es de “completo” o “maduro”, como se traduce en LBLA


17
EL SELLO DEL
ESPÍRITU SANTO

En Él también ustedes, cuando oyeron el mensaje de la verdad, el


evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron marcados
con el sello que es el Espíritu Santo prometido.
Efesios 1:13

Un cristiano no es un solitario. Nuestra familia, amistades, tiempo de


descanso, hogar, dinero y todo lo demás acerca de nosotros está
inseparablemente ligado al Señor Jesucristo. El Salvador afecta todo en
las vidas de Su pueblo. En Efesios 1:13 Pablo declara que el cristiano está
incluido en Cristo. De acuerdo con nuestro texto, para que eso sea verdad,
deben cumplirse tres condiciones:

1. Escuchas la palabra de verdad. El cristianismo te insta a convertirte en


creyente puesto que el cristianismo es verdad. El cristianismo no es un
mito ni un engaño elaborado ni “sutiles cuentos supersticiosos” (2P 1:16).
Lo que dice es absolutamente cierto. Antes de que puedas ser incluido en
Cristo, debes oír la verdad. Si quieres oír esta verdad proclamada, debes
ir a una iglesia que explique la Biblia y las consecuencias de aplicar sus
palabras a tu vida. Debes oír la palabra de verdad porque es
absolutamente indispensable para tu salvación. No puedes ser incluido en
Cristo sin oír la verdad que Pablo describe como “el evangelio de tu
salvación”. La palabra de verdad ofrece buenas noticias para pecadores
como tú: puedes ser salvado de tu culpa y de la santa condenación de
Dios por tus pecados. ¿Has escuchado la Palabra de Dios? Si no, ¿cómo
puedes descartar como basura lo que nunca has escuchado? El bendito
mensaje del cristianismo habla sobre las buenas noticias de salvación.

2. Crees lo que oyes. Debes confiar en el mensaje sobre Jesucristo y


entregarte a Él. Una mujer que está a punto de casarse sabe que desde el
momento en que esté casada su vida será incluida en la vida su esposo.
Los dos serán uno. Él cuidará de ella y de los hijos que Dios les dé. Ella
confía en él y en todo lo que él le diga. Un esposo también confía en su
esposa. Esa es la clase de fe que está escrita en nuestro texto. Habla de
creer en alguien que amas a tal grado que puedas comprometerte con esa
persona. Así que primero debes oír la palabra de verdad, después creerla
lo suficiente como para entregarte al Señor Jesús.

3. Eres sellado con el Espíritu Santo. Los profetas tales como Ezequiel y
Joel prometieron que un día el Espíritu Santo sería derramado sobre
cada persona que creyera. A partir del día de Pentecostés, el Espíritu ha
venido sobre cada cristiano. Somos nacidos a una nueva vida en Cristo
por el Espíritu de Dios. Es por eso que creemos que la Palabra de Dios es
verdad. Es por eso que nos entregamos a Jesucristo y somos incluidos en
Él. El Espíritu Santo sella nuestra creencia de que pertenecemos a Dios.
Estos tres pasos de fe definen a una persona como cristiano.
Examinemos con mayor detenimiento el tercer paso de ser sellados por el
Espíritu Santo y lo que significa. Algunas traducciones de la Biblia
traducen este texto así: “Después de haber creído, fueron ustedes sellados
con el Espíritu Santo de la promesa”. Tomando como base esta
traducción, algunos creen que una persona puede ser cristiana no sellada
por el Espíritu y vivir muchos años sin serlo.
No puedo aceptar esa interpretación. Existe una relación íntima entre
la fe y el sellado del Espíritu. Solo los creyentes son sellados, los
incrédulos no. Además, esta no es la mejor traducción de este versículo
en particular. Una construcción similar de este versículo a menudo
ocurre en los evangelios, donde se nos dice: “Respondiendo Jesús dijo:…
Ustedes creyendo fueron sellados”. No dirías: “Después de que Jesús
contestó, dijo…”. Ciertamente en los evangelios no creerías que la frase
quiere decir que muchos años después de que Jesús respondió, al fin dijo
algo. De modo que no es útil traducir así la redacción de Efesios 1:13. Lo
que Pablo dice se traduce acertadamente como: “Cuando oyeron el
mensaje de la verdad […] y lo creyeron, fueron marcados con el sello que
es el Espíritu Santo prometido”.
EL SELLO DEL ESPÍRITU

No hay duda de que después de que llegamos a ser cristianos podemos


experimentar bendiciones memorables por parte de Dios. No obstante,
muchos cristianos no pueden indicar el momento exacto en que se
volvieron seguidores del Señor Jesucristo. Pueden no estar muy seguros
del año en que experimentaron la regeneración por el Espíritu.
La regeneración es el mayor cambio que una persona puede tener; en
esa regeneración se le da la vida del cielo. Su antiguo corazón de piedra es
reemplazado por un corazón de carne, sus pecados son perdonados y la
justicia de Cristo le es imputada. Es adoptaba en la familia de Dios y
unida a Jesucristo; sin embargo, sorprendentemente, no está consciente
de cuándo precisamente se llevó a cabo esta extraordinaria
transformación. “Fui ciego, mas hoy veo yo”; es todo lo que puede decir.
Ya que muchos cristianos no pueden señalar con precisión el momento
de su regeneración, las experiencias posteriores de la bendición de Dios
en sus vidas pueden ser más memorables que el momento preciso de su
conversión. Con certeza un creyente recordará cuándo su espíritu fue
conmovido por ciertos sermones, cuándo se estremeció mientras cantaba
las palabras de un himno, o cómo se emocionó en una reunión de oración
al experimentar la presencia del Señor de una manera preciosa. Una
mujer creyente puede disfrutar la gloria de su Dios Creador mientras
contempla un atardecer; un agricultor puede frenar su tractor mientras lo
abruma el amor de Dios por un pecador como él. Una noche puede tener
un vívido sueño. Es posible que no recuerde los detalles, pero la
impresión del brillo y el esplendor del sueño permanecen. En un
campamento, en una conferencia o en un culto de la iglesia el creyente
puede sentir la cercanía del Señor. Puede estar predicando u orando y
sentirse cautivado por el Señor Jesús. Tales experiencias impresionan a
un creyente con la cercanía de Dios. Con humildad busca esas
experiencias y las acepta con gozoso agradecimiento.
¿Cómo explican los cristianos estos momentos? Uno podría
legítimamente decir con modestia: “He tenido un tiempo de bendición a
solas con Dios”, y llamar a esa experiencia una visita de Dios, una
bendición, un bautismo, un sello, una llenura o una venida de Dios a él.
Alvin Plantinga, uno de los principales filósofos del mundo, ha
enseñado en Yale, Harvard, la Universidad de Chicago, Calvin College y
Notre Dame. Sus poderes de lógica son impactantes. Plantinga dijo que
dejó su hogar de joven para ir a la Universidad de Harvard. La enorme
variedad de opiniones espirituales e intelectuales lo abrumó. Pasó mucho
tiempo debatiendo sobre la existencia de Dios. “Comencé a preguntarme
si lo que siempre había creído realmente podía ser verdad”, expresó.
Entonces algo le sucedió a Plantinga en el campus de Harvard. Nos
explica: “Una noche sombría regresaba de cenar. Estaba oscuro, llovía,
hacía viento… horrible. Pero de repente fue como si los cielos se abrieran.
Oí, así parecía, música de poder, grandeza y dulzura abrumadoras. Había
luz de esplendor y belleza inimaginables; parecía que podía ver en el cielo
mismo. De repente vi, o quizá sentí, con gran claridad, persuasión y
convicción que el Señor realmente estaba ahí y que Él era todo lo que
siempre había creído”.1
Esta experiencia conmovió a Plantinga por mucho tiempo. Aunque
todavía estaba atrapado entre argumentos sobre la existencia de Dios,
estos parecían meramente académicos y de poco interés existencial.
Por favor, no deseches esta experiencia como mero sentimentalismo.
Yo creo que la Biblia afirma tales experiencias. Por ejemplo, se nos dice
que los discípulos fueron llenados con gozo y con el Espíritu Santo. En los
Salmos, el rey David escribe que Dios “es mi Salvador” (Sal 42:11). David
había sido consciente de su desintegración espiritual y su frialdad, pero
Dios lo liberó de eso. En otra ocasión, Pedro habla de alegrarse “con un
gozo indescriptible y glorioso” (1P 1:8).
Por otro lado, muchas personas han tenido experiencias religiosas
conmovedoras, pero no podemos referirnos a ellas como el sello del
Espíritu. Algunos pueden tener esas experiencias y con todo irse al
infierno. Estas experiencias no son la única prerrogativa de los cristianos
evangélicos. Los budistas y los sectarios tienen experiencias religiosas,
mientras que los que han sido sellados por el Espíritu nunca perecerán.
Jesús dice que muchos le dirán en el último día: “Comimos y bebimos
contigo” (Lc 13:26), no obstante Él les responderá: “¡Apártense de Mí
todos ustedes, hacedores de injusticia!” (v. 27).
C. R. Vaughan toma un enfoque diferente con referencia al sellado del
Espíritu. En su libro Los Dones del Espíritu Santo, Vaughan señala que el
Espíritu sella al creyente con una diversidad de bendiciones y actividades
que caracterizan la vida cristiana madura.2 Vaughan nos anima a anhelar
el sellado de la salvación de Dios, el sellado de todas las necesidades
espirituales, el sellado de la gran doctrina del pacto, el sellado del espíritu
de oración y el sellado de las evidencias de la conversión en el corazón
renovado. Debemos pedirle a Dios el sellado de todos los poderes de la
gracia, cada fuerza motriz espiritual vital para nuestras almas
regeneradas, así como la esperanza del cielo. Vaughan creía que el sellado
del Espíritu es el medio por el cual los cristianos alcanzan la seguridad y
el poder renovador de sus vidas con Dios.
Él firmemente coloca el sello del Espíritu Santo en la categoría de la
santificación progresiva. No cree que una suprema experiencia religiosa
traiga todas estas bendiciones a la vida de un cristiano. Más bien anima al
creyente diciéndole: “¡Adelante! Continúa siendo sellado por el Espíritu
en toda la gama de tu caminar con Dios”. Dijo que el cristiano debe crecer
en seguridad y servicio, y esto se logra por la obra del Espíritu en su vida.
Personalmente yo considero las experiencias de la cercanía de Dios en
mi vida como la presencia de Dios, e insisto que tales experiencias se
deben estructurar por los temas centrales de la Biblia tales como la
perdición, la redención y la regeneración solo por gracia, solo por fe y
solo por Cristo. De lo contrario, la experiencia religiosa (que no es
inusual) les puede dar a los incrédulos religiosos bases falsas de
esperanza. El énfasis de Vaughan en las experiencias producidas por la
obra del Espíritu en nuestras vidas es digno de tomarse en cuenta, pero
yo no usaría las palabras sellado o bautismo para describir esos logros.
No creo que estas palabras se usen de esa manera en la Biblia. Yo usaría
la palabra sellado en la obra inicial definitiva de la santificación, que es el
bendito privilegio de cada creyente verdadero, en vez de hacerlo parte de
la santificación progresiva.
La gran palabra de nuestro texto es sello. En el Nuevo Testamento un
sello era una señal de propiedad. Era una autentificación y garantía de la
legitimidad de un artículo o documento en particular. Era un certificado
de confianza que declaraba: “Esto es auténtico”. También era un medio
de prueba. El sello daba autoridad y comisión, también delegaba poder.
El sello en la piedra de la tumba de nuestro Señor manifestaba: “Esta
tumba está ahora bajo la autoridad de César. Retírense”.
De igual modo, Pablo les declara a los corintios: “Porque ustedes
mismos son el sello de mi apostolado en el Señor” (1Co 9:2). Los dones
apostólicos que Pablo concedió a los corintios y la vida de Cristo que esos
dones demostraban eran un sello de que Pablo estaba llamado a ser un
apóstol y que fue enviado por el Hijo de Dios a predicar a la gente de
Grecia. Además, las vidas de los corintios creyentes eran los sellos del
ministerio de Pablo. Ellos eran las garantías de su divina autenticidad.
Así que en nuestro texto el sellado del Espíritu es una garantía de que
los hombres y las mujeres creyentes están unidos al Señor Jesucristo. El
don del Espíritu Santo autentifica que estas personas son los
beneficiarios de la unión de Dios con ellas por medio de Su amado Hijo.
El sello prueba que son pecadores perdonados, no porque ellos mismos lo
afirmen rotundamente, sino porque el Espíritu de Dios ratifica esta
verdad. Su presencia en ellos afirma que creen en Dios.
Si alguien le hubiera preguntado a Pablo: “¿Cómo puedo saber si soy
un verdadero cristiano?”, diría que confiar en Cristo indica que una
persona ha sido sellada por Dios; ese sello es el Espíritu Santo que ahora
está en ti. El sello no es lo que el Espíritu Santo hace, como hacerte llorar,
reír, saltar de alegría o hablar en lenguas (glossalalia). El sello del
Espíritu no es una experiencia particular ocasionada por el Espíritu que
mora en la persona. El sello que Dios le da a cada cristiano es el Espíritu
mismo. Este sello tampoco es una segunda bendición; es la persona del
Espíritu Santo que mora en cada creyente. La presencia del Espíritu
Santo testifica que Dios bendice al creyente con toda bendición espiritual
en Cristo.
Hay diferentes maneras de saber que tenemos el sello de la morada del
Espíritu en nosotros:

1. El Espíritu Santo me ministra. Cada vez me deleito más al estar y


conversar con aquellos que tienen el Espíritu. Me deleito en el Día del
Señor, en el tiempo de adoración y de oración. Amo escuchar la
predicación de la Biblia con el Espíritu Santo enviado del cielo. Si una
persona llamada por Dios está dirigiendo una reunión en la que se
predicará la Palabra de Dios, me gustaría estar en esa reunión. Creo que
la Biblia es inspirada por Dios. Oro por mí y por aquellos que amo
(amigos, familia y conocidos). Anhelo que esas personas conozcan a Dios
y que den sus vidas para glorificarlo y honrarlo. Me siento mal cuando
peco; siento la necesidad de confesarle mi pecado a Dios. Quiero agradar
a Dios en todo lo que hago, por lo que presento mi cuerpo a Él como
sacrificio vivo. Esta es mi oración: “Que mi vida entera esté consagrada a
Ti, Señor… Traigo a Ti mi vida para ser, Señor, Tuya por la eternidad”.
Estos deleites son las marcas de mi sellado; son las consecuencias de la
morada del Espíritu Santo en mi vida. No hay otra explicación para este
comportamiento tan contrario a los apetitos mundanos; es consecuencia
de que Dios ha estado obrando en mi vida.

2. El fruto del Espíritu es evidente en mi vida. Gálatas 5:22-23 dice: “En


cambio, el fruto del Espíritu es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad,
bondad, fidelidad, humildad y dominio propio. No hay ley que condene
estas cosas”. Los componentes del fruto del Espíritu aún no son
perfeccionados en mí. Mi anciana madre sufría de demencia. Vivía con
nosotros y hacía la misma pregunta cada pocos minutos durante horas,
noche tras noche. Debí haber sido más paciente y bondadoso con ella.
Debí haber mostrado más dominio propio. Sin embargo, este fruto no
está totalmente ausente en mí. Tengo el amor, el gozo y la paz divinos que
Pablo enlistó, incluso en los tiempos de profunda angustia. Sería mucho
más egoísta, desagradable y despiadado sin la obra del Espíritu Santo en
mi vida.

3. Conozco la bendición del Espíritu. Fui llamado al ministerio en 1963 y


por cuarenta años he predicado la Palabra de Dios. ¿Ha sido este un largo
viaje de mi ego? No niego la posibilidad. Estar de pie frente a cientos de
personas y predicar la Palabra de Dios semana tras semana podría
satisfacer el ego de algunos. No obstante, he experimentado una y otra
vez una ayuda más allá de mis fuerzas al preparar mis sermones y
predicar de la Biblia. A través de los años muchos grandes hombres de
esta congregación han sido llamados al ministerio. Creyentes de
diferentes trasfondos y personalidades me dicen que mis sermones los
ayudan. Eso solo es posible por medio de los dones de enseñanza,
pastorado y liderazgo que el Espíritu Santo ha puesto en mí.

4. Veo la dirección del Espíritu en mi vida. Dios me ha guiado en las


sendas de justicia. Esa ha sido la irresistible trayectoria de mi vida. He
pecado todos los días y he tenido caídas importantes; Dios me ha
levantado muchas veces. Todos los días he conocido el perdón. Nunca he
vivido un día en que no haya sabido que Jesucristo es mi Salvador y que
debo estar caminando más cerca de Él. El Espíritu me ha guiado a servir a
los demás, a poner la otra mejilla a los insultos, a negarme y a adorar al
Rey del cielo.
Por consiguiente sé que el Espíritu Santo está en mi vida puesto que
Dios dice que el Espíritu está en la vida de todo el que cree en Su Hijo.
Por medio de las marcas del Espíritu veo la confirmación de Dios, de que
Sus promesas son verdad. Ese es el sello del Espíritu de Dios. ¿Has sido
marcado en Cristo con este sello? ¿Es visible en tu vida el fruto del
Espíritu? ¿Los demás reconocen estos dones en ti? ¿Estás siendo guiado
por el Espíritu año tras año? ¿Eso, a su vez, guía a otros a Cristo?
Estas preguntas no se refieren a tu ortodoxia. Ni siquiera son acerca de
tus sentimientos y emociones. Se refieren a tu espiritualidad. Esa palabra
se ha vuelto muy común hoy en día. Los jóvenes afirman que en sus
valores buscan la espiritualidad en vez del materialismo. Me pregunto si
realmente es así. La espiritualidad que es agradable a Dios es el resultado
de la obra del Espíritu en nuestras vidas. Lleva fruto santo por el camino
angosto de servir a los demás en el nombre de Jesucristo. El Espíritu de
Dios crea y sostiene la verdadera espiritualidad. ¿Has sido marcado en
Cristo con el sello del Espíritu Santo?
A QUIÉN LE PERTENECE ESTE SELLO

Efesios 1:13 nos dice: “En Él también ustedes, cuando oyeron el mensaje
de la verdad, el evangelio que les trajo la salvación, y lo creyeron, fueron
marcados con el sello que es el Espíritu Santo prometido”. Aquí Pablo
está escribiendo a la congregación de Éfeso, específicamente a los que
han hecho una creíble profesión de fe y están incluidos en Cristo. Han
oído la palabra de verdad, la creyeron y fueron marcados con un sello. El
ustedes que Pablo dirige aquí es toda la congregación de Éfeso. Él no dice
que han oído la Palabra, la han creído y además han sido sellados, sino
que los que la oyeron y creyeron también fueron sellados. Tampoco
explica que los efesios fueran súper cristianos marcados con un sello
divino. Dios ha puesto Su distintivo en cada uno de los cristianos
dándoles el Espíritu Santo. Él es el sello. Esa marca prueba que todos los
cristianos le pertenecen a Dios. Todos tienen esta garantía. Sin Él, nadie
es cristiano. Por lo tanto, podemos identificar a un verdadero cristiano a
través de este sello.
Ahora bien, si (como algunos enseñan) muchos verdaderos cristianos
aún no han sido sellados (de la manera en que lo he descrito en este
capítulo), no tiene mucho sentido juzgar si alguien es un verdadero
creyente. El Espíritu de Dios (la tercera persona de la Deidad) en Su
ministerio, Sus frutos y Sus dones es la marca que distingue al verdadero
creyente del ateo, del agnóstico, del humanista y de la persona
meramente religiosa. La presencia del Espíritu nos muestra si una
persona es hijo de Dios.
En el mundo del comercio buscas un distintivo, por ejemplo un sello,
una firma, una garantía, una filigrana o una impresión para probar que
un artículo es genuino. Esta es la idea. Sabemos que una persona es un
verdadero cristiano porque su vida incluye actitudes y acciones, palabras
y hechos que solo se pueden explicar por la presencia de la tercera
persona de la Deidad en su vida. Si una persona no porta el sello de Dios,
no es hijo de Dios. Veamos ahora tres pares de palabras incluidas en este
versículo para entender mejor este tema:

1. En Él. El versículo 13 dice: “En Él […] fueron marcados con el sello”.


Con esto Pablo está declarando que un cristiano ya no es un solitario. En
L’Etranger (El Extranjero), Albert Camus habla de una persona que
describe como forastero, extraño y desconocido, pero como creyente en
Cristo tú estás incluido en Cristo. Has sido unido junto con Cristo; eres
una rama de Su vid verdadera y Su vida te nutre constantemente. Su
estatus también es tuyo; eres escogido en Él, adoptado como hijo o hija
en Él, aceptado en Él, redimido en Él, perdonado en Él y sellado en Él.
Entenderás por qué encontramos tan ilógica la interpretación de que
mientras todos los cristianos son escogidos, adoptados, redimidos y
perdonados en Cristo, ¡no todos están sellados! Eso simplemente no
puede ser, puesto que si estás en Cristo, “[ustedes] fueron marcados con
el sello que es el Espíritu Santo prometido” (v. 13). Todos aquellos que
son aceptados, unidos, reconciliados y perdonados también son sellados.
Es imposible estar en Cristo sin ser predestinado; es imposible estar en Él
sin tener la justicia de Cristo imputada a ti; es imposible estar en Él sin
que todas las cosas ayuden para tu bien; es imposible estar en Él sin que
Dios provea todas tus necesidades, y es igualmente imposible estar en Él
sin estar marcado con Su sello. Ninguna persona puede estar en Cristo y
fuera del sello.
Permíteme ir más allá. No podemos estar en Cristo sin estar en el
Espíritu, ya que Cristo y el Espíritu son uno, y ese uno es indivisible. Un
billete de veinte libras tiene el sello del Banco de Inglaterra; en un lado
está Adam Smith y en el otro la Reina Elizabeth. No puedes tener un
billete de veinte libras que solo tenga la imagen de la reina y no la de
Adam Smith, y viceversa. Si el billete es genuino, tiene ambas imágenes.
Así es con el cristiano; él tiene a Cristo y al Espíritu. No puedes tener
uno sin el otro. Están tan estrechamente identificados que Pablo le dice a
la iglesia de Corinto: “El Señor es el Espíritu” (2Co 3:17). Él no está
confundiendo la identidad distintiva de estas personas, ya que el Espíritu
no se encarnó ni murió por nuestros pecados. Pablo solo está enfatizando
la completa fusión de Su obra en la economía de la redención. El Espíritu
hace exactamente lo que el Señor hace. La obra del Espíritu no es una
obra especial más allá de la del Señor. El Espíritu es el Señor obrando.
Así que el sello del Espíritu y el Hijo de Dios le pertenecen a cada
cristiano. La oveja más débil del redil de Cristo tiene tanto al Hijo como al
Espíritu y, por supuesto, también al Padre.

2. También ustedes. Las dos palabras al inicio de nuestro texto se refieren


a la oración que las precede: “a fin de que nosotros, los primeros en
esperar en Cristo, alabemos Su gloria. También ustedes… [creyeron] en
Él…” (Ef 1:12-13). Pablo está diciendo que “nosotros los judíos” fuimos los
primeros en esperar en el Mesías, pero ahora los gentiles también han
sido incluidos en Cristo. En un tiempo los gentiles estuvieron sin Dios,
sin Sus pactos y promesas, sin los Diez Mandamientos y las Escrituras,
sin los sacrificios del templo y sin la esperanza del Mesías que aplastaría
la cabeza de Satanás. Estaban en el dominio de las tinieblas, gobernados
por el dios de este mundo, pero ahora “también ustedes” han escuchado
las buenas noticias y las creyeron y fueron sellados con el Espíritu.
Este es un recordatorio especial para los cristianos de habla hispana
para que nunca pierdan de vista la gloria y la maravilla de la gracia de
Dios en ellos. Recientes excavaciones arqueológicas en diferentes lugares
de América Latina han confirmado qué horrible era la vida antes de que
el evangelio llegara. Los sacrificios humanos eran prácticas comunes. Aún
existe mucha idolatría, pero poco a poco el evangelio ha ido entrando y
transformando todo esto.
Así que nosotros también hemos oído la palabra de verdad. A pesar de
todo lo que somos, de todo lo que hemos sido y de todo lo que sabemos
sobre nosotros mismos y, sobre todo, lo que Dios sabe de nosotros, Él, en
Su gracia estupenda, nos ha marcado con el sello del Espíritu. “Ellos
serán míos”, dice el Señor. El día en que dejemos de maravillarnos será el
día en que el olor fragante desaparezca de nuestra vida cristiana. No estoy
seguro si mucho de nuestra tibieza, nuestra mundanalidad en la fe y las
emociones artificiales que experimentamos en nuestros servicios de
adoración surgen de estar tan acostumbrados a la idea de que Dios ama a
los pecadores como nosotros. De alguna manera estamos dando por
hecho el privilegio de nuestra adopción y la gloria de ser sellados con el
Espíritu Santo de Dios. Así Pablo nos dice: “también [a] ustedes”, que
estaban lejos, enajenados y que eran enemigos en sus mentes haciendo
malas obras, Dios los ha acercado hacia Él. También yo me digo esto. Yo
también estoy siendo amado con amor eterno por el Hacedor del
universo. ¡Fui escogido por Él, adoptado en Su familia, redimido de la
esclavitud del pecado, perdonado de la culpa y guardado por Su poder!

3. El Espíritu prometido. Todo cristiano tiene el Espíritu porque Dios lo


ha prometido. Somos sellados porque Dios lo ha prometido. Enfatizo esto
porque algunas personas declaran que debemos hacer ciertas cosas para
arrebatar este sello de las manos de Dios: tienes que ganarte el sellado
con sesiones prolongadas de oración, tienes que encargarte de tus
pecados y renunciar a ellos, implorando sinceramente al Señor por
muchos años hasta que sientas que tu vida está en orden y has ascendido
a un nivel más alto. Has amputado todo lo que está mal en tu vida para
que al fin puedas experimentar el sellado del Espíritu.
Ciertamente como cristianos debemos orar más sincera y
humildemente. Debemos tomar nuestra cruz y negarnos a nosotros
mismos y seguir a Cristo. Experimentamos el sufrimiento en nuestro
cuerpo y alma porque Cristo también ha sufrido. Debemos guardar los
deseos del cuerpo en sujeción para que no nos desvíen. Todas esas
disciplinas son parte de la vida cristiana, pero todas son hechas con el
poder del Espíritu que ya nos ha sellado. No se hacen para obtener el
sellado.
¿Cómo obtiene alguien el sello del Espíritu? Creyendo en el Señor
Jesucristo. Debemos verlo a Él y ser salvos. Esa es la gloria del evangelio.
Las condiciones del sellado del Espíritu Santo son precisamente análogas
a la condición de la justificación por la cual Jesús viene a nuestras vidas
solo por gracia por medio solo de la fe. Debes recibir en tu corazón al Hijo
de Dios. En ese momento serás marcado en Él con el sello del Espíritu
Santo. Los gentiles cristianos en Éfeso no tenían que cumplir ciertas
condiciones para recibir el sello del Espíritu Santo porque Dios ya había
prometido dar el Espíritu a todos los que creyeran en Su Hijo.
LA INCONSECUENCIA DE ALGUNOS CREYENTES

Algunos argumentan diciendo: “Mira cómo se comporta ese cristiano.


¿Estás diciendo que con tanta debilidad, fracaso y absoluta
mundanalidad, esa persona está sellada con el Espíritu Santo de Dios?”.
Para dar una respuesta, pregunto: ¿Cuál es la legitimidad de los
argumentos pragmáticos que se levantan contra las claras declaraciones
de la Palabra de Dios? El mismo argumento se aplica con igual fuerza a la
afirmación de que un cristiano es una “nueva creación en Cristo Jesús” y
que es “bendecido con toda bendición espiritual en los lugares celestiales
en Cristo Jesús”.
Imagina que estás adorando en la congregación de Antioquía y miras al
apóstol Pedro sentado en medio de la sección judía de la congregación.
Durante la comida le pasan platos con comida kosher y se hacen
comentarios escandalosos sobre la importancia de distinguir entre los
alimentos puros y los impuros. Te queda claro que, en cuestión de
alimentos, los gentiles están siendo denigrados como cristianos de
segunda clase y Pedro está ayudando a ensanchar esta grieta comiendo
solo comida kosher.
¿Acusamos al apóstol de nunca haber sido sellado por el Espíritu
Santo? No. No debemos minimizar la gloria de cada cristiano. Más bien
debemos maximizar los gloriosos privilegios y estatus del pueblo de Dios
y acusarlo de vivir muy por debajo de sus privilegios. Podríamos
preguntarle a Pedro: “¿Qué estás haciendo manteniéndote apartado de
los creyentes gentiles de esta congregación? Has sido sellado con el
Espíritu Santo. El Señor Jesús mora en ti. Has sido escogido, justificado,
redimido, perdonado, adoptado, unido a Cristo, santificado y glorificado.
¡Hoy tu comportamiento hacia tus hermanos en la fe no ha sido
consecuente con tus creencias y tu amor por ellos en Cristo! ¡Qué
vergüenza, Pedro!”.
Nuestro problema es que no hemos sido dominados por la gloria y los
privilegios de la vida cristiana. Muy pocas veces nos sentimos sumidos en
asombro y alabanza por lo que Dios ha hecho por nosotros en la
redención. ¿Justificamos nuestra conducta diciendo que Dios no nos ha
bautizado o sellado con el Espíritu? Debo darme cuenta que ni por un
momento en mi vida (aún en medio de todas mis tentaciones, mis caídas
y mi vergüenza por mi pecado) estoy separándome de Jesucristo. Incluso
en mis recaídas no dejo de ser un hombre regenerado o de estar sellado
con el Espíritu.
Lo maravilloso es que la maldad de un creyente no suspende ni
siquiera temporalmente su estatus y privilegios. Él mismo puede intentar
justificarse diciendo que nunca fue sellado por el Espíritu, sino que fue
engañado. Yo diría más bien que abusa de su sellado a través su
comportamiento reprobable.
Queridos lectores, debemos vivir de acuerdo a nuestros privilegios y
bajo el sello del Espíritu Santo. Si dejamos que la verdad pura del
evangelio sea verdad en nuestras vidas diarias, entonces como hijos de
Dios rescatados, sellados, adoptados y perdonados, ¿quién podría cantar
mejor las alabanzas de Cristo que nosotros?
18
EL AMOR DEL
ESPÍRITU SANTO

¡Oh gente adúltera! ¿No saben que la amistad con el mundo es


enemistad con Dios? Si alguien quiere ser amigo del mundo se vuelve
enemigo de Dios. ¿O creen que la Escritura dice en vano que Dios ama
celosamente al espíritu que hizo morar en nosotros? Pero Él nos da
mayor ayuda con Su gracia. Por eso dice la Escritura: Dios se opone
a los orgullosos, pero da gracia a los humildes. Así que sométanse a
Dios.
Santiago 4:4-7

Santiago 4:5 es aparentemente el único versículo en la epístola que se


refiere al Espíritu Santo. El versículo puede ser traducido de varias
maneras. La NVI traduce este versículo así: “Dios ama celosamente al
espíritu que hizo morar en nosotros”. La referencia al espíritu en este
caso es, no al Espíritu Santo, sino a nuestro propio espíritu. Pero la
NBLH y LBLA dicen: “Él celosamente anhela el Espíritu que ha hecho
morar en nosotros”. A mi parecer la segunda es una mejor traducción.
Sugiero que veamos el contexto para entender mejor estas palabras.
EL AMOR MENGUANTE DE LOS CREYENTES DE LA IGLESIA
PRIMITIVA

Algunas personas de la iglesia primitiva se estaban enfriando en su amor


por Cristo mientras mantenían un pie en el cristianismo y un pie en el
mundo. Santiago es extraordinariamente franco al dirigirse a estos
cristianos del Nuevo Testamento. Dos versículos antes les había dicho:
“Desean… matan… riñen y se hacen la guerra… piden con malas
intenciones”. Ahora los llama “gente adúltera” (Stg 4:4). Estos creyentes
debieron haber respetado mucho a este hombre, quien era el medio
hermano de Cristo, como para haber aceptado tan humildemente lo que
él les predicó. Incluso como predicador estoy bajo esta acusación
apostólica como cualquier otra persona. No quiero que nadie me
catalogue como una persona adúltera, pero sí tengo que aceptar las
cuestiones que Dios quiere plantear a Su pueblo en este capítulo. Todos
debemos respetar la palabra apostólica y responder preguntándole a
nuestro Señor: “¿Soy yo?”.
Santiago continúa diciendo: “¿No saben que la amistad con el mundo
es enemistad con Dios?”. Una humanidad pecaminosa ha organizado el
mundo bajo el poder del dios de este mundo. Se ha entregado a la
injusticia y es hostil a la verdad y al pueblo de Dios. La gente malvada ha
estructurado el mundo en un sistema depravado que es hostil a Dios. Está
dominado por “los malos deseos del cuerpo, la codicia de los ojos y la
arrogancia de la vida” (1Jn 2:16). Sus motivos son el placer, la ganancia,
el poder y el ascenso.
De esta manera, la Escritura declara que el mundo es un sistema sutil
creado por el hombre que opera de acuerdo con leyes, metas y dioses
contrarios a Dios Padre y nuestro Señor Jesucristo. El mundo crucificó a
Cristo. Declaró en los idiomas de las naciones líderes su enemistad contra
Dios en un letrero que colgaron en la cruz sobre la cabeza de Jesús que
anunciaba: “Este es el rey de los judíos”. El mundo fue amigo de un
asesino, Barrabás, un enemigo del Hijo de Dios, quien era sin pecado.
Todavía lo es. El mundo siempre escogerá a un sinvergüenza por encima
de un hombre justo. Como Cipriano le escribió a Donato hace más de
1700 años, nosotros también debemos decir que “es un mundo
depravado, un mundo increíblemente depravado”. Un poeta describió al
mundo con las siguientes palabras:

La mente del hombre llega más allá de las estrellas,


investiga sobre el átomo,
mide las ondas de éter en el espacio infinito…
Pero todavía vive en una casa vieja,
¡una casa vieja llena de ecos!

Derriba las paredes podridas;


sal de las cámaras encantadas llenas de murciélagos;
¡calla los gritos simiescos
que pretenden parlotear sabiduría!
Estoy harto de los ecos… ecos… ecos
que retumban en la casa vieja.1

Cuando yo era niño, mis amigos y yo solíamos jugar en un parque en


un pueblo llamado Merthyr. Para llegar allí solíamos pasar por una
mansión abandonada. A veces trepábamos por una ventana y entrábamos
al amplio vestíbulo de esta casa vacía. Teníamos miedo de subir por las
escaleras y de entrar en cualquiera de los cuartos oscuros porque las
maderas estaban podridas. Olía a humedad y los hongos se podían ver
por todos lados. Reinaba el silencio y el ambiente era amenazador.
Aquellos que viven en un mundo sin Dios son como niños caminando
por una casa condenada. Algunas características del mundo aún nos
recuerdan su gloria pasada y a veces nos emocionamos al ver las
muestras esporádicas de energía creativa y su resplandor. Unos a otros
nos animamos en las conferencias o en las convenciones dirigidas por
políticos diciendo: “Va a mejorar”. La ceremonia de apertura de los
Juegos Olímpicos, la escena de dos atletas corriendo hacia la meta, un
discurso conmovedor o una hermosa canción pueden temporalmente
levantar nuestros ánimos, pero el poderoso espíritu destructivo de
nuestra época toma el mando otra vez.
Algunos cristianos de la iglesia primitiva echaban vistazos al mundo a
su alrededor. Un hombre llamado Demas se declaraba cristiano; su
nombre se menciona tres veces en el Nuevo Testamento: la primera en la
carta de Pablo a Filemón, versículo 24, donde el apóstol registra la lista
de sus colaboradores: Marcos, Aristarco, Demas y Lucas; la segunda en
Colosenses 4:14, donde Pablo escribe: “Los saludan Lucas, el querido
médico, y Demas”. La última referencia está en 2 Timoteo 4:10, donde
Pablo anuncia con un tono estremecedor que “Demas, por amor a este
mundo, me ha abandonado”.
Demas se enamoró de la casa en estado de descomposición, que es este
mundo, y abandonó a Dios. ¿Crees que hoy amar al mundo todavía es un
peligro? ¿Conoces a personas que alguna vez adoraron contigo y
profesaron lo que tú crees pero que ahora han dejado de ir a la iglesia?
¿Qué pasó con algunos de los adolescentes que profesaron su fe? ¿Una
vez más se enamoraron de las atracciones del mundo? ¿Encontraron
caprichos, emociones y propósitos para vivir en el mundo más que en las
cosas del Señor? Quizá encontraron amigos o amigas fuera de la iglesia.
Ahora están fríos como el hielo en su actitud hacia Jesucristo. Viven
como si Él nunca hubiera existido.
¿Qué pasa contigo? ¿Qué camino estás tomando? ¿A dónde se dirige tu
mente cuando está vacía? En los momentos de ocio, ¿en qué piensas?
¿Qué absorbe tus afectos? ¿Te estás enamorando del mundo más que del
Señor Jesús? Recuerda que la amistad con el mundo es enemistad contra
Dios.
NUESTRO AMOR ADÚLTERO POR EL MUNDO

Santiago acusa a los cristianos con mentes mundanas de adulterio. Los


cristianos son la novia de Dios, por lo que sus miradas de nostalgia y
amor al mundo son el principio de su infidelidad. Dos amores en una
misma relación son demasiado. En una ocasión, la princesa Diana
declaró: “Éramos tres en este matrimonio; era demasiada gente”. La
relación de Carlos con otra mujer violaba los votos que Diana y Carlos se
habían dado en su ceremonia de bodas: “Prometo amarte y respetarte, de
hoy en adelante, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la
enfermedad, hasta que la muerte nos separe”.
Amar un mundo que desprecia a Jesucristo viola nuestro compromiso
con nuestro esposo: Dios. Es por esto que Santiago se dirige a los
creyentes que aman al mundo como gente adúltera. Un amante del
mundo es una novia infiel a Dios. B. B. Warfield, en un sermón sobre
estos versículos titulado “El Amor del Espíritu Santo”, declaró: “No
podemos tener dos esposos; al esposo a quien prometimos nuestros votos
le debemos todo nuestro amor. Coquetear con el pensamiento a otro
amante ya es infidelidad”.2
Cantamos de Cristo:

Del cielo Él vino y la trajo


Para ser su novia santa.
Con Su propia sangre la compró,
Y por su vida Él murió.

El Hijo de Dios amó a Su pueblo. Su Padre se lo dio y Jesús vino del


cielo a la tierra para reivindicar a Su novia. Él tomó todas sus deudas
sobre Él mismo y fue a la cruz por ella, saldando así cada deuda que
debía. Ahora, en el cielo a la diestra de Dios, Jesús ora por Su novia sin
cesar. Él ama a Su iglesia como a Su propio cuerpo. No obstante, hay
algunos en la iglesia hoy en día que dicen que aman al Cordero de Dios
mientras echan miradas nostálgicas a un mundo que odia a Dios.
La Escritura enseña la devoción de Cristo por Su pueblo. La pregunta
que Santiago formula en el versículo 5, “¿O creen que la Escritura dice en
vano…?” es una pregunta retórica. Santiago está declarando con gran
énfasis que nada de lo que dice la Escritura es en vano. Él apela a la
extraordinaria autoridad de la Biblia para describir la relación especial
entre Dios y Su pueblo, y explica por qué amar al mundo es adulterio. En
numerosos pasajes del Antiguo Testamento, el Señor expresa amor por
Su pueblo en términos del amor de un novio por su novia escogida. Dios
es un Dios celoso. Él anuncia esto en los Diez Mandamientos. Él tiene los
celos ardientes de un esposo amante hacia su amada, quien se ha
extraviado de la senda de fidelidad. Los profetas a menudo toman este
tema. Por ejemplo, Jeremías 3:14 clama: “¡Vuélvanse a Mí, apóstatas,
afirma el Señor, porque Yo soy su esposo!”.
En este pasaje Santiago nos reta preguntando si la Escritura habla de
estas cosas sin razón. Nosotros somos la novia de Cristo y Él es nuestro
amante esposo. Él ha muerto por nosotros para que nosotros vivamos
para Él y para un día ir al lugar que Él ha preparado para nosotros. Él se
deleita en nosotros; esa es la maravilla de nuestra relación con el Señor.
Mientras caminas por la vida, recuerda que el Señor está caminando
junto a ti rodeándote con Su brazo. Francis Schaeffer escogió este tema
en The Church Before the Watching World (La Iglesia ante el mundo que
observa), donde comparó el cristianismo con las historias de las
religiones orientales (que ahora están tan de moda en los medios de
comunicación). “En el Himalaya Shiva salió de su cueva llena de hielo y,
viendo a una mortal, se enamoró de ella”, escribió Schaeffer. “Cuando
puso sus brazos alrededor de ella, ella desapareció y él se transformó en
un ser asexual”.
“No existe nada de esto en las Escrituras”, dijo Schaeffer. “Cuando
aceptamos a Cristo como nuestro Salvador no perdemos nuestra
personalidad. Por toda la eternidad nuestra personalidad se encuentra en
unidad con Cristo”.3
Así la Biblia toma el gran pecado de adulterio y nos muestra cuán serio
es, comparándolo con darle la espalda a Dios para enamorarnos del
mundo. Santiago afirma que los culpables de tal traición son “gente
adúltera” (v. 4). Además, el profeta Isaías clama por la ciudad donde está
el templo de Dios: “¡Cómo se ha prostituido la ciudad fiel!” (Is 1:21). La
Jerusalén de oro se ha vuelto una prostituta. En Ezequiel 6:9 el Señor
clama: “Cómo sufrí por culpa de su corazón adúltero”.
Dios no es indiferente a cómo vivimos día a día. “Dios no es solo un
término teológico ni otro filósofo más”, dijo Schaeffer. “Él es un Dios
personal; deberíamos gloriarnos en el hecho de que Él es un Dios
personal. Pero debemos entender que ya que Él es un Dios personal,
puede dolerse. Cuando Su pueblo se aparta de Él, hay tristeza de parte del
Dios omnipotente”.4 Dios también es celoso. Zacarías 8:2 declara: “Así
dice el Señor Todopoderoso: “Siento grandes celos por Sión. Son tantos
Mis celos por ella que me llenan de furia”.
EL ANHELO DEL ESPÍRITU DE DIOS POR EL PUEBLO DE
DIOS

Los miembros de la iglesia que aman al mundo son culpables de


infidelidad espiritual y Dios se siente celoso cuando esto ocurre. Santiago
4:5 (RV60) dice: “¿O [ustedes piensan] que la Escritura dice en vano: El
Espíritu que Él ha hecho morar en nosotros nos anhela celosamente?”. El
lenguaje es intenso y está lleno de dolor hambriento de amor. Santiago
declara que el Espíritu de Dios nos anhela.
La prometida de mi nieto estará en Vietnam durante algunos meses;
está enseñando inglés como segundo idioma mientras que mi nieto está
en Londres. Esta pareja se anhela intensamente mientras esperan casarse
a finales del verano. Esta palabra anhelar es el mismo verbo que los
traductores del griego usan en el Salmo 42:1 al decir: “Como ciervo que
brama por las corrientes de agua,así mi alma clama por ti, mi Dios”
(RVC). Santiago ahora le da la vuelta a ese pensamiento para que nos
enfoquemos, no en nuestro clamor por el Señor, sino más bien en el
clamor de Dios por Su pueblo.
El término clamar es empleado por los escritores clásicos griegos para
indicar un profundo celo, pero en Santiago 4:5 se refiere al amor ardiente
de Dios Espíritu Santo por nosotros. Es la agonía que el Espíritu
experimenta cuando un rival le quita el afecto de alguien a quien Él ama.
La amada se aparta del Espíritu y ama a su rival. Peor que eso, ella le da
su amor a quien desprecia al Espíritu. Además, la iglesia ama a un mundo
que no tiene más que desprecio por Cristo y el Espíritu la ve con celos que
braman. Así es como Dios nos ve cuando coqueteamos con el mundo y
sus modas pasajeras, con sus recompensas y su premios brillantes. Dios
está celoso cuando nuestro ardor por Él declina y comenzamos a amar al
mundo. ¿Murió el mundo por nosotros? ¿Se levantó de los muertos por
nosotros y vive para siempre para interceder por nosotros? ¿El mundo
perdona nuestros pecados? Si no, ¿por qué hemos transferido nuestro
amor al mundo? Nuestro amor debería estar comprometido solo con
Cristo, pero ahora el Espíritu percibe que hemos abandonado nuestro
primer amor apartándonos de Cristo y llevando nuestro amor al mundo.
Santiago declara que el Espíritu está profundamente triste por esto, y
brama y clama por nosotros celosamente.
Warfield escribió: “No rechacemos, sin embargo, la bendita seguridad
que se nos da. Sin duda es difícil creer que Dios nos ama. Sin duda es más
difícil creer que Él nos ama con un amor tan ardiente como el que se
describe aquí. Pero Él dice que así es. Él declara que cuando nos
apartamos de Él y de nuestro deber hacia Él, Él ansía y anhela
encarecidamente nuestro regreso; que Él envidia al mundo por tener
nuestro amor y que con agrado hará que nos volvamos a Él. Qué podemos
hacer sino clamar con admiración: ‘¡Oh, la anchura, la longitud, la altura
y la profundidad del amor de Dios que sobrepasa el conocimiento!’. No
existe ningún idioma en uso entre los hombres que sea lo suficientemente
fuerte para representarlo. Estira la capacidad de las palabras al máximo y
todavía se quedarán cortas para expresar los celos con los que contempla
el amor de Su pueblo por el mundo, el anhelo ardiente que siente de
traernos de vuelta a nuestro deber hacia Él. Es la inexpresable y preciosa
seguridad que el texto nos da; abracémosla sin dudar con una fe
sincera”.5
EL AMOR DEL ESPÍRITU SANTO POR NOSOTROS

Santiago enfatiza aquí que el Espíritu Santo nos ama. Por supuesto, Dios
es amor y el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo comparten la misma
sustancia y ser. Todos son igualmente poderosos, misericordiosos,
conocedores y pacientes en el sufrimiento. Todos aman igualmente; el
Espíritu ama así como el Padre y el Hijo nos aman, pero creo que hemos
vivido un largo tiempo como cristianos sin ser conscientes de que el
Espíritu también nos ama. Somos más conscientes de que Dios Padre
amó tanto al mundo que dio a Su Hijo unigénito para morir por nosotros.
“¡Fíjense qué gran amor nos ha dado el Padre, que se nos llame hijos de
Dios!”, clama el apóstol Juan (1Jn 3:1). La Escritura está llena de
referencias al amor del Padre y el amor del Hijo por nosotros: “el amor de
Cristo, que excede a todo conocimiento” (Ef 3:19 RVC); “En esto
conocemos lo que es el amor: en que Jesucristo entregó Su vida por
nosotros” (1Jn 3:16); “¿Quién nos apartará del amor de Cristo?” (Ro
8:35); “quien me amó y dio Su vida por mí” (Gá 2:20). Tales verdades nos
alientan. En nuestros días más oscuros, estos versículos nos dan
consuelo. Cuando el teléfono suena y recibimos malas noticias, el amor
de Dios por nosotros es el fundamento de nuestra paz.
Con todo, Dios Espíritu Santo, nuestro bendito abogado y consejero,
también nos ama. Estas son algunas garantías de ese amor:

1. El amor del Espíritu es eterno. Este amor dura sin interrupción de


eternidad a eternidad. No podemos ir a donde empieza y nunca veremos
su fin. Es de eternidad a eternidad, como Dios mismo. El amor del
Espíritu no se puede interrumpir. Tal vez si algo pudiera interrumpir el
amor del Espíritu, sería el pecado del hombre. Sabemos que el Espíritu
Santo puede dolerse por el pecado, pero ni eso interrumpe el amor del
Espíritu por nosotros. El pecado no interrumpió el amor del Espíritu,
pero sí lo hizo llorar y por un corto tiempo apagó Su flujo. Antes de que
este amor pudiera volver a fluir, se tenía que abrir un nuevo camino; y
eso se hizo con el derramamiento de la sangre de Cristo. Mientras esa
sangre fluía de la cruz, el Espíritu vino fluyendo del cielo y brotó
abundantemente en todos los que ama desde entonces. Él los amará por
siempre.

2. El amor del Espíritu es inmutable. El contexto de este pasaje nos


advierte de lo inconstante que es nuestro amor por el Espíritu. Somos
como el ciclo de la marea. El amor del Espíritu no es así. El Espíritu es el
Señor que no cambia; Su amor tampoco cambia. ¿No amó Él a Su pueblo
con amor inmutable mientras todavía eran incrédulos? Sí. Su amor los
sujetó con fuerza en su oscuridad. Él trajo cristianos a sus vidas que los
invitaron a la iglesia y quizá los instaron a leer un folleto. El Espíritu hizo
que ese folleto tuviera un impacto en ellos. Él iluminó sus mentes, les dio
convicción de pecado, les dio vida y los selló. El amor del Espíritu los
trajo a la salvación. No pudo ver nada en ellos que fuera valioso para la
salvación; no obstante, Él los amó.

3. El Espíritu ama libremente. No le podemos pagar al Espíritu por


amarnos tanto como lo hace. Tampoco podemos hacer nada para merecer
Su amor. La muerte de Cristo no compró el amor de Dios. La muerte de
Cristo no fue la causa del amor de Dios; fue el efecto de Su amor. Jesús
declaró: “Porque tanto amó Dios al mundo, que dio a Su Hijo unigénito”
(Jn 3:16). Así que nosotros podemos clamar: “Porque tanto amó al
mundo que envió al Espíritu Santo para dar vida y fe y deseos santos a
todo Su pueblo”. Cristo no compró el amor de Dios; el Espíritu no compró
el amor de Dios; nosotros no podemos comprar el amor de Dios. Pero lo
que Cristo hizo sí abrió el camino para que el Espíritu nos amara.

4. El amor del Espíritu es soberano. Jesús anunció en Juan 3:8: “El


viento sopla por donde quiere… Lo mismo pasa con todo el que nace del
Espíritu”. ¿Por qué Dios amaría a Jacob, si era un tramposo y un
mentiroso? ¿Por qué amaría a Saulo de Tarso que con soberbia perseguía
a los cristianos? ¿Por qué el Espíritu te amaría o me amaría? Todos
somos impíos y el Espíritu no tiene ninguna obligación de amar a nadie
de la raza humana. Sin embargo, el Espíritu le mostró a un vasto número
de personas más amor del que cualquiera podría entender. Pudo haber
dejado que todos perecieran, pero Él sopló en ellos y les dio un nuevo
corazón.
Santiago habla aquí del amor del Espíritu; ese amor es tan grande que
Él celosamente te anhela. ¿Crees que la Escritura dice eso en vano? ¿Por
qué es importante para nosotros saber que el Espíritu Santo nos ama?
Hay menos referencias al amor de Dios Espíritu Santo en el Nuevo
Testamento que al amor de Dios Padre y Dios Hijo; es cierto. Por
ejemplo, el evangelio de Mateo solo tiene cinco o seis referencias sobre el
Espíritu Santo, mientras que está lleno de citas sobre Dios Padre y Dios
Hijo. El Padre planeó nuestra salvación, el Hijo la llevó a cabo y el
Espíritu aplica la redención a nuestras almas. Cada paso es necesario,
pero cada acción es la expresión más pura del amor divino.
Otra vez piensa en la maravilla de que el Espíritu Santo te ama y viene
a morar en ti. Imagina que alguien en Londres tuviera problemas con el
sistema del desagüe en su casa y telefoneara al Palacio de Buckingham
para ver si un miembro de la familia real puede limpiar la coladera
tapada. No harías eso, por supuesto; llamarías a un plomero para que
hiciera el trabajo. Ahora piensa en el Espíritu Santo viniendo a tu corazón
sumamente engañoso y limpiando tu vida. El ser más santo que ha
existido está teniendo contacto íntimo con tal depravación. Como escribió
Warfield: “El Espíritu de toda santidad está dispuesto a visitar corazones
tan contaminados como los nuestros y a incluso morar en ellos, llevarlos
a Su hogar para obrar incesante y pacientemente en ellos,
persuadiéndolos gradualmente con empeño hacia el bien (por medio de
gemidos intensos y muchas pruebas). Nunca los dejará. Obrará en ellos
para que por medio de Su gracia constante sean despojados del viejo
hombre y revestidos del nuevo hombre, y un día estarán firmes como
nuevas criaturas ante la faz de Dios Padre y Cristo Redentor. ¡He aquí el
amor del Espíritu!”.6 Ahora imagina que Dios convoca a Su presencia a
todos los espíritus y anuncia: “Tenemos a un nuevo cristiano en mente. Él
nunca será especial. Pasará toda su vida en medio de la nada en un
pueblo olvidado. ¿A quién le gustaría vivir en él y echarle un ojo por unos
sesenta años?”. Seguro que habría un largo silencio mientras los espíritus
reunidos piensan en todas las personas en las que preferirían estar
durante las siguientes décadas; por ejemplo, predicadores famosos,
directores de organizaciones cristianas, doctores, políticos, evangelistas o
atletas cristianos. Por fin, un espíritu joven dice con gran desgano: “Anda
pues; tendré que ir yo”. Todos los demás espíritus se tranquilizan porque
no tuvieron que ofrecerse como voluntarios.
Por supuesto, Dios no obra así. Su labor no se deja a merced de los
voluntarios. Santiago afirma que “Dios ama celosamente al Espíritu que
hizo morar en nosotros”. El Dios que planeó la redención y envió a Su
propio Hijo para llevarla a cabo, ahora envía al Espíritu a palpitar con
amor en nuestros corazones mismos.
¿No temblarías por tu salvación si supieras que un agente renuente
estuviera dentro de ti y que constantemente deseara estar dentro de
alguien más? Sabemos qué tan fríos somos. Cantamos: “Soy propenso a
vagar, Señor, lo sé. Soy propenso a dejar al Dios que amo”. ¿Dónde
estarías sin la ayuda del Espíritu Santo? Constantemente el mundo nos
coquetea con sus tentaciones. Caemos tan seguido que clamamos:
“¡Miserable de mí!, ¿quién me librará de este cuerpo de muerte?”.
También somos negligentes con Dios. Cada día pasan horas y horas en las
que nunca pensamos en el Señor. ¿Qué pasaría si trataras así a tu
cónyuge? ¿Cómo nos puede soportar el Espíritu? Lo hace por Su inmenso
amor. Él es paciente, amoroso, siempre protector, siempre confiable,
siempre esperando, siempre perseverando y nunca fallando. Él nos
anhela celosamente a pesar de todos los obstáculos que ponemos ante Él.
Santiago declara que el Espíritu vive en nosotros. No nos visita de vez
en cuando y hace una inspección esporádica. No pasa una vez al mes para
tomar café. No viene a que le den el visto bueno como un inquilino que
pone a prueba al propietario para que sepa que si no le gustan sus
habitaciones, se mudará. No. Nuestra vida ahora es el hogar del Espíritu
Santo para que Él se instale, se quede y lo transforme en Su morada
permanente.
Nos conmueve la historia del hermano de un piloto norteamericano al
que le dispararon en Vietnam y lo reportaron como desaparecido. El
hermano renunció a su trabajo y se fue a Vietnam a pasar meses
buscando a su hermano. Llego a ser conocido como “el hermano del
piloto”. Su amor lo llevó de aldea en aldea, hablando con criminales,
caudillos militares y oficiales corruptos. Gastó todo el dinero que había
ganado con esfuerzo por conseguir cualquier información que pudiera
conducir al rescate de su hermano.
Así también el amor del Espíritu lo constriñe para obrar en nosotros
durante nuestra vida. Si caemos en lo más bajo, Él está ahí con nosotros.
Si visitamos un prostíbulo, Él entra ahí con nosotros. Si al final
terminamos teniendo un matrimonio destruido, una vida devastada y un
corazón despedazado, Él permanece con nosotros. Si terminamos en la
cárcel, Él entra a la celda con nosotros y se queda con nosotros detrás de
las rejas.
No podemos concebir la repugnancia del pecado como Dios lo ve.
¿Quién entonces puede imaginar el amor del Espíritu al venir al
depravado corazón del hombre y morar ahí, no por beneficio propio ni
por algún mérito para Él mismo, sino para traernos la salvación y
transformarnos en la novia del Cordero? Su amor por nosotros es tan
fuerte, poderoso y constante que nunca fallará. Cuando el Espíritu nos ve
apresurándonos hacia la destrucción, Él celosamente se mueve sobre
nosotros. Incluso cuando nuestro propio corazón se desprecia a sí mismo,
el Espíritu sigue trabajando en nosotros en amor. Su amor arde con más
fuerza porque necesitamos Su ayuda desesperadamente.
EL ESPÍRITU AMOROSO NOS DA MÁS GRACIA

El Espíritu nos ama ardientemente. Él entiende las presiones y


tentaciones que operan tan intensamente en nosotros. Él conoce nuestras
enfermedades y dolencias. En una de sus cartas, Elizabeth Elliot escribió
sobre un esposo y su esposa que adoptaron diecinueve niños, diez de los
cuales estaban seriamente discapacitados. Desde entonces se han unido a
la familia tres niños pequeños más. Veintiocho personas en total viven en
un hogar bien ordenado y tranquilo, “rebozando de amor sacrificial, lleno
(por supuesto) de alegrías y penas”.7 La pareja comenzó adoptando a un
niño discapacitado, después el número aumentó cuando Dios les envió
más niños a su hogar. Esta pareja ahora ama con un amor desmedido a
todos sus hijos, lavando y secando su ropa, ayudándolos a comer e ir al
baño, todo en el nombre del Señor Jesucristo y con la fuerza que el
Espíritu les da.
¿Cómo puede esa gente hacer lo que hace? Santiago nos dice que Dios
“da mayor gracia” (Stg 4:6 LBLA). Conforme aumenta el número de niños
en casa, así aumenta la gracia de la fuerza. Podemos temer el momento
cuando lleguemos a tener un accidente, un infarto masivo o cualquier
otra calamidad física que nos transforme en criaturas inútiles que lidian
con un dolor desgarrador. Pero no debemos medir nuestra habilidad para
hacerle frente con nuestros propios recursos limitados. Más bien,
debemos ver al Espíritu Santo, cuyos recursos son inagotables. Como lo
expresa Annie Johnson Flint en su amado himno: “Su gracia es mayor si
las cargas aumentan. Su fuerza es mayor si la prueba es más cruel. Si
grande es la lucha, mayor es Su gracia. Si más son las penas, mayor es Su
paz”. ¡Él da y da y da otra vez!
19
EL ESPÍRITU SANTO
Y EL AVIVAMIENTO

Nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y de la


renovación por el Espíritu Santo, el cual fue derramado
abundantemente sobre nosotros por medio de Jesucristo nuestro
Salvador.
Tito 3:5-6

Tito 3:5-6 ofrece una imagen del derramamiento del Espíritu Santo, no
como unas cuantas gotas de agua, sino como un aguacero torrencial que
empapa la tierra. Durante su vida, Pablo experimentó este aguacero en la
difusión del evangelio, cuando Dios derramó espléndidamente el Espíritu
Santo por medio de Jesucristo nuestro Salvador. Cuando el temor de Dios
cayó sobre las comunidades, muchas personas fueron convertidas,
ciudades enteras y naciones fueron transformadas, se fundaron iglesias y
los cristianos fueron afirmados en su interés en la sangre del Salvador.
Esto fue evidencia de un avivamiento.
GENTE DE AVIVAMIENTO HISTÓRICO

La historia de la iglesia fue moldeada por grandes líderes y avances


espirituales memorables que, a su vez, dieron forma a la historia de las
naciones. Piensa en la obra de San Patricio en Irlanda en el siglo quinto y
en las labores de San David en Gales en el siglo sexto. Patricio acabó con
el paganismo en Irlanda y David hizo lo mismo en Gales.
En el siglo ocho, Beda el Venerable y sus seguidores predicaron en
Inglaterra. Beda tradujo el evangelio de Juan al inglés antiguo. En el siglo
catorce, Juan Wyclef tradujo la Biblia al inglés y los Lolardos, seguidores
de Wyclef, predicaron por el país. Muchos de estos predicadores fueron
encarcelados. Algunos fueron quemados en la hoguera con sus Biblias
atadas alrededor de sus cuellos. Girolamo Savonarola predicó en el siglo
quince en Italia donde muchas personas se volvieron a Dios.
El mayor derramamiento del Espíritu Santo desde la era apostólica fue
la Reforma en el siglo dieciséis. En el siglo diecisiete los puritanos, como
Juan Bunyan y Juan Owen predicaron, escribieron extensamente sobre
las Escrituras, influenciando a muchas personas en generaciones por
venir en Gran Bretaña y Norteamérica. En el siglo dieciocho, el Gran
Despertar pasó por Gales, Escocia, Inglaterra y Norteamérica.
En el siglo diecinueve, un nuevo movimiento misionero envió el
evangelio a la India y a muchos otros países en África, Asia y América
Latina. En el siglo veinte tuvo lugar el avivamiento espiritual en Corea del
Sur, donde muchos se volvieron a Cristo. Aunque no ha habido un
avivamiento “nacional” en China, millones de personas ahí han venido al
conocimiento de la verdad del Dios viviente.
Quizá Jonathan Edwards tenía razón al decir que los avivamientos
avanzan mucho la obra del evangelio. Pero considera a los Estados
Unidos; en algunas formas es la nación más influenciada por el
cristianismo en el mundo de hoy, con un vasto número de congregaciones
evangélicas, seminarios, colegios cristianos, escuelas cristianas, casas
editoriales cristianas, cadenas de radio cristianas y miles de misioneros
yendo a todas partes del mundo. Y todo esto se ha logrado sin un
avivamiento reciente de toda la nación. Mientras tanto, las iglesias
liberales van en declive.
De manera similar ha habido cosechas regulares así como años de
sequía en Europa, donde anhelamos ver una cosecha enorme. Hemos
vivido un siglo de decadencia en Gales, donde también hemos visto la
valiosa obra de Dios en una congregación en Sandfields, Puerto Talbot,
bajo el ministerio de Martyn Lloyd-Jones durante las décadas de 1920 y
1930. También hemos visto una red de iglesias evangélicas fundadas por
el país. Podemos hacer mucho sin un gran avivamiento; sin embargo, si
queremos impactar nuestra comunidad por la causa de Jesucristo y
tomar la iniciativa contra las puertas del infierno, también es necesario
sentir la poderosa obra de Dios por medio del derramamiento del
Espíritu Santo.
EJEMPLOS DE AVIVAMIENTO EN LA BIBLIA

Veamos tres ejemplos de avivamiento en el Antiguo Testamento:

1. Josías descubre el Libro de la Ley. Cuando el rey Josías tenía veintiséis


años se encontró en el templo de Israel una antigua copia de la Palabra de
Dios. Por siglos, las Escrituras se habían perdido, y nadie (ni siquiera los
sacerdotes) se habían dado cuenta. Cuando se volvió a descubrir el Libro
de la Ley, tuvo un efecto profundo en el rey, los sacerdotes y todo el
pueblo de Israel. Leemos en 2 Crónicas 34:14-21:

Al sacar el dinero recaudado en el templo del Señor, el sacerdote


Jilquías encontró el libro de la ley del Señor, dada por medio de
Moisés. Jilquías le dijo al cronista Safán: «He encontrado el libro de la
ley en el templo del Señor.» Entonces se lo entregó, y Safán se lo llevó
al rey. Le dijo: Majestad, sus servidores están haciendo todo cuanto se
les ha encargado. Han recogido el dinero[a] que estaba en el templo del
Señor, y se lo han entregado a los supervisores y a los trabajadores. En
sus funciones de cronista, Safán también informó al rey que el sumo
sacerdote Jilquías le había entregado un libro, el cual leyó en presencia
del rey. Cuando el rey oyó las palabras de la ley, se rasgó las vestiduras
en señal de duelo y dio esta orden a Jilquías, a Ajicán hijo de Safán, a
Abdón hijo de Micaías, al cronista Safán y a Asaías, su ministro
personal: Con respecto a lo que dice este libro que se ha encontrado,
vayan a consultar al Señor por mí y por el remanente de Israel y de
Judá. Sin duda que la gran ira del Señor se ha derramado contra
nosotros porque nuestros antepasados no tuvieron en cuenta Su
palabra, ni actuaron según lo que está escrito en este libro. Después
Josías reunió a todos los ancianos de Judá y Jerusalén, los hombres de
Judá, el pueblo de Jerusalén, los sacerdotes y los levitas. Todos fueron
al templo donde se leyó el libro del pacto. El rey Josías renovó el pacto
que Israel había hecho con Dios y prometió guardar todos los
mandamientos, normas y decretos “de todo corazón y con toda el
alma”. Después hizo que todos en Jerusalén y Benjamín se
comprometieran a cumplir la ley.

Josías quitó todos los ídolos del territorio que pertenecía a los
israelitas. Hizo que todos en Israel sirvieran a Dios. Y, como relata 2
Crónicas 34:33, “Mientras Josías vivió, no abandonaron al Señor, Dios de
sus antepasados”. El redescubrimiento de la ley de Dios provocó un
avivamiento nacional; hizo que un rey y su pueblo se arrodillaran en
arrepentimiento y renovaran su compromiso de andar en los caminos de
Dios.

2. La misión de Jonás a Nínive. Dios envió a Jonás a predicar el


arrepentimiento al mayor enemigo de Israel: Nínive. El profeta se rebeló
contra esa orden tomando un barco que iba en dirección contraria. Pero
después de casi ahogarse, Jonás regresó al Señor y fue a Nínive donde
comenzó a proclamar a los residentes de esa gran ciudad: “¡Dentro de
cuarenta días Nínive será destruida!” (Jon 3:4). ¿Cuál fue la respuesta? “Y
los ninivitas le creyeron a Dios”, narra Jonás 3:5-10.

Proclamaron ayuno y, desde el mayor hasta el menor, se vistieron de


luto en señal de arrepentimiento. Cuando el rey de Nínive se enteró del
mensaje, se levantó de su trono, se quitó su manto real, hizo duelo y se
cubrió de ceniza. Luego mandó que se pregonara en Nínive: Por
decreto del rey y de su corte: Ninguna persona o animal, ni ganado
lanar o vacuno, probará alimento alguno, ni tampoco pastará ni beberá
agua. Al contrario, el rey ordena que toda persona, junto con sus
animales, haga duelo y clame a Dios con todas sus fuerzas. Ordena así
mismo que cada uno se convierta de su mal camino y de sus hechos
violentos. ¡Quién sabe! Tal vez Dios cambie de parecer, y aplaque el
ardor de Su ira, y no perezcamos. Al ver Dios lo que hicieron, es decir,
que se habían convertido de su mal camino, cambió de parecer y no
llevó a cabo la destrucción que les había anunciado.

Una vez más, la Palabra de Dios, correctamente proclamada, provocó el


avivamiento de un rey y toda su nación.

3. La reconstrucción del templo de Dios. El pueblo de Dios había estado


en el exilio en Babilonia por setenta años. Ahora, por la milagrosa
intervención de Dios, específicamente en el corazón de Ciro, rey de
Persia, muchos de los exiliados habían regresado a Israel. Pero fue difícil
para estos exiliados vivir para el Señor y mantenerse en un país arruinado
rodeado por enemigos que frustraban y saboteaban lo que ellos hacían.
Cuidarse requería todas sus energías. Espiritualmente, las cosas también
comenzaron a decaer.
Sin embargo, cuando se les dijo que debían reconstruir el templo, el
pueblo respondió diciendo que estaban muy ocupados. La respuesta de
Dios por medio del profeta Hageo fue firme:

¿Acaso es el momento apropiado para que ustedes residan en casas


techadas mientras que esta casa está en ruinas?

Así dice ahora el Señor Todopoderoso: ¡Reflexionen sobre su


proceder! Ustedes siembran mucho, pero cosechan poco; comen, pero
no quedan satisfechos; beben, pero no llegan a saciarse; se visten, pero
no logran abrigarse; y al jornalero se le va su salario como por saco
roto.

Así dice el Señor Todopoderoso: ¡Reflexionen sobre su proceder!


Vayan ustedes a los montes; traigan madera y reconstruyan Mi casa. Yo
veré su reconstrucción con gusto, y manifestaré Mi gloria, dice el
Señor. Ustedes esperan mucho, pero cosechan poco; lo que almacenan
en su casa, Yo lo disipo de un soplo. ¿Por qué? ¡Porque Mi casa está en
ruinas, mientras ustedes solo se ocupan de la suya!, afirma el Señor
Todopoderoso. Por eso, por culpa de ustedes, los cielos retuvieron el
rocío y la tierra se negó a dar sus productos. Yo hice venir una sequía
sobre los campos y las montañas, sobre el trigo y el vino nuevo, sobre el
aceite fresco y el fruto de la tierra, sobre los animales y los hombres, y
sobre toda la obra de sus manos.

Zorobabel hijo de Salatiel, el sumo sacerdote Josué hijo de Josadac, y


todo el resto del pueblo, obedecieron al Señor su Dios, es decir,
obedecieron las palabras del profeta Hageo, a quien el Señor su Dios
había enviado. Y el pueblo sintió temor en la presencia del Señor.
Entonces Hageo Su mensajero comunicó al pueblo el mensaje del
Señor: Yo estoy con ustedes. Yo, el Señor, lo afirmo. Y el Señor inquietó
de tal manera a Zorobabel hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y al
sumo sacerdote Josué hijo de Josadac, y a todo el resto del pueblo, que
vinieron y empezaron a trabajar en la casa de su Dios, el Señor
Todopoderoso. Era el día veinticuatro del mes sexto del segundo año
del rey Darío (Hag 1:4-15).

La historia de la redención ofrece muchos ejemplos de avivamientos


que conmovieron a naciones, renovaron la fe en el Señor, llevaron a
hombres y mujeres a destruir ídolos y obrar para el Señor, y llevaron a
muchas personas al arrepentimiento. Estos ejemplos del Antiguo
Testamento no son cuentos populares. Tampoco ofrecen un patrón
invariable. Por ejemplo, cuando Israel vagó por el desierto, el pueblo fue
testigo de bendiciones y milagros extraordinarios, como la división del
Mar Rojo, el maná que cayó del cielo por años, el agua que brotó de una
roca y la poderosa predicación de Moisés. Sin embargo, a pesar de esas
maravillas, el pueblo de Israel no experimentó un avivamiento. Todos
ellos perecieron en el desierto.
Además, bajo el poderoso ministerio de Jeremías, Israel como nación
no se volvió a Dios. Bajo el intenso ministerio de Elías, cuyas oraciones
Dios las contestó al enviar fuego para consumir el sacrificio del profeta, el
pueblo de Israel no se volvió a Dios. Entonces las maravillas del cielo no
necesariamente llevan a las personas a un avivamiento nacional. Volverse
a Dios se da única y exclusivamente por la gracia vivificadora de Dios, el
Espíritu Santo.
AVIVAMIENTO EN EL NUEVO TESTAMENTO

Veamos ahora algunos ejemplos de avivamiento en el libro de Hechos:

1. El sermón de Pedro en Pentecostés. En el día de Pentecostés, cincuenta


días después de la Pascua, Pedro predicó al pueblo en Jerusalén,
declarando: “A este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho
Señor y Mesías”. Las personas escucharon esto y se compungieron de
corazón. Le preguntaron a Pedro: “¿Qué debemos hacer?”. Pedro les dijo
que se arrepintieran y se bautizaran, y recibirían el don del Espíritu
Santo. Alrededor de tres mil personas se volvieron a Jesucristo ese día y
fueron bautizadas (Hch 2:36-41). El impacto en toda esa región fue
enorme.

2. Felipe va a Samaria. Se nos relata en Hechos 8 que Felipe fue a


Samaria para proclamar ahí a Cristo. Multitudes de personas pusieron
mucha atención a lo que él dijo y fueron testigos de sus sanidades.
Hechos 8:8 nos dice que “aquella ciudad se llenó de alegría”. Muchos
hombres y mujeres creyeron en el Cristo crucificado y fueron
públicamente bautizados en Su nombre. Una vez más, la gracia de Dios
llevó a un gran avivamiento.

3. Los esfuerzos misioneros de Pablo. Lucas registra el mismo fenómeno


en el ministerio del apóstol Pablo. En Pisidia de Antioquía, Pablo y
Bernabé predicaron en la sinagoga; después se les pidió que regresaran el
siguiente Sabbat. Hechos 13 nos relata que cuando la congregación fue
despedida en ese Sabbat, muchos de los judíos y convertidos al judaísmo
siguieron a Pablo y Bernabé, quienes hablaron con ellos y los instaron a
continuar en la gracia de Dios. El siguiente Sabbat casi toda la ciudad se
había reunido para oír a los apóstoles predicar. Se nos dice que “creyeron
todos los que estaban destinados a la vida eterna. La palabra del Señor se
difundía por toda la región” (Hch 13:48-49). De igual manera, en Iconio
Pablo y Bernabé hablaron tan eficazmente en la sinagoga que “creyó una
multitud de judíos y de griegos” (Hch 14:1).
La Palabra de Dios se difundió mientras la bendición de Dios venía
sobre el evangelio predicado. El avivamiento no era algo forzado; no
sucedió en Atenas, aunque ahí un pequeño grupo de personas profesó fe.
El generoso derramamiento del Espíritu Santo por medio de Jesucristo es
lo único que explica el suceso del avivamiento.
Veamos ahora cómo las personas de diferentes congregaciones
respondieron a la sorprendente obra de Dios.

» Algunos tenían que entender el papel del Espíritu Santo. Pablo le


escribió a la iglesia de Tesalónica explicándole cómo el evangelio había
llegado a esa congregación: “Porque nuestro evangelio les llegó no solo
con palabras sino también con poder, es decir, con el Espíritu Santo y
con profunda convicción” (1Ts 1:5). ¡Qué palabras tan conmovedoras!
Las lees y piensas, “así es como una congregación debiera recibir el
evangelio”. Sin embargo, ¿cuántos sermones evangélicos hoy en día
parecen más bien comentarios bíblicos, y no tanto las palabras de
Pablo? Nuestra predicación no solo debe ser en palabra sino, como en
Tesalónica, se debe dar con oración sincera para que el poder del
Espíritu Santo obre en las personas y venga una profunda convicción
en los oyentes mientras la Palabra se predica.
» Algunos tenían que madurar en la fe. Pablo le exhorta a la iglesia en
Éfeso: “Le pido [a Dios] que, por medio del Espíritu y con el poder que
procede de Sus gloriosas riquezas, los fortalezca a ustedes en lo íntimo
de su ser, para que por fe Cristo habite en sus corazones. Y pido que,
arraigados y cimentados en amor, puedan comprender, junto con todos
los santos, cuán ancho y largo, alto y profundo es el amor de Cristo; en
fin, que conozcan ese amor que sobrepasa nuestro conocimiento, para
que sean llenos de la plenitud de Dios” (Ef 3:16-19). La iglesia en Éfeso
tenía la verdad, el Espíritu y a Cristo, pero Pablo quería que tuvieran
más. Deseaba que experimentaran un crecimiento espiritual, no en la
manera en que algunos de nosotros percibimos el crecimiento (un
número creciente de personas en nuestro servicio o caras nuevas en la
escuela dominical), sino que fueran arraigados y cimentados en el amor
de Cristo que sobrepasa todo conocimiento.

Además, debemos orar por crecimiento en nuestras propias


congregaciones basándonos en la obra del Espíritu Santo. Nos debemos
arrepentir de nuestros fríos corazones y clamar a Dios por ayuda. ¿No nos
habla el Señor acerca de una congregación que dejó su primer amor? ¿No
describe Cristo una iglesia que no es ni fría ni caliente, sino tibia? Si el
Señor Jesús apareciera en nuestro púlpito hoy, y nos dijera que somos
culpables de actitudes despreciables, ¿responderíamos como lo hicieron
los creyentes de Corinto? ¿Mostraríamos tal seriedad, indignación,
alarma, nostalgia y preocupación? Seguramente eso es exactamente lo
que Cristo está diciéndonos a muchos de nosotros hoy. ¿Estamos
alarmados? ¿Estamos en proceso de cambio?
UNA IGLESIA EN UN AVIVAMIENTO GENUINO

Stephen Rees de Stockport, Manchester, describe de las siguientes


maneras las consecuencias de la venida del Espíritu sobre una iglesia en
un genuino avivamiento:1

1. Dios está presente en nuestras reuniones. A veces el Espíritu de Dios


desciende sobre una reunión y todos sienten que Dios está presente. El
mundo invisible se acerca de manera extremadamente maravillosa. En
esos momentos, la predicación se transforma. El predicador habla con
valentía y autoridad sobrenaturales. Los oyentes se olvidan del
predicador y solo escuchan la voz de Dios hablándoles a sus corazones.
Las verdades con las que estamos familiarizados se vuelven reales.
Los que escuchan tiemblan ante la idea de Dios; tiemblan con temor
mientras toman consciencia de sus pecados; son abrumados con asombro
al escuchar sobre la cruz del Señor Jesús y se llenan de un gozo
indescriptible mientras se les recuerda el cielo por venir. El canto se
transforma. Las personas cantan como nunca antes dándose cuenta qué
maravillosas son las palabras que están cantando y toman consciencia de
que Dios está escuchando. La oración también se transforma cuando el
pueblo de Dios ora con confianza, con fervor y con el espíritu que lucha y
clama: “¡No te soltaré hasta que me bendigas!” (Gn 32:26). Muchos de
nosotros nos acordamos de reuniones como esas, pero queremos que
todas nuestras reuniones sean como esas. Queremos saber que Dios está
entre Su pueblo siempre que se reúne.

2. Las personas son llenas del Espíritu Santo. Si estuviéramos llenos del
Espíritu, tendríamos un gran entendimiento del amor de Dios hacia
nosotros. Deberíamos ser capaces de decir: “Dios ha derramado Su amor
en nuestro corazón por el Espíritu Santo que nos ha dado” (Ro 5:5).
También deberíamos amar al Salvador con un amor cálido y constante, y
añoraríamos el día cuando venga otra vez. Deberíamos querer servirlo
con toda nuestra fuerza. Si fuéramos llenos del Espíritu, nos amaríamos
unos a otros más celosamente, más cariñosamente y de formas más
prácticas. Oraríamos unos por otros con más constancia. Nos
comprometeríamos más plenamente con la vida de la iglesia. Estaríamos
ansiosos por estar con nuestros hermanos en la fe y hacer todo lo posible
para estar en las reuniones de la iglesia. Tendríamos ganas de estar en la
Cena del Señor para alimentarnos de Cristo. Si estuviéramos llenos del
Espíritu, evitaríamos cualquier situación pecaminosa e incluso aquellas
que son dudosas. Le daríamos la espalda a los entretenimientos y a las
distracciones mundanas. En cada situación nos preguntaríamos: “¿Cómo
puedo honrar a Dios?”, en lugar de: “¿Qué quiero hacer?”. Trataríamos
nuestros problemas de una manera bíblica, especialmente nuestros
desacuerdos con otros miembros de la iglesia. Oraríamos en las
reuniones de oración de la iglesia. No dejaríamos que las antipatías y los
rencores infecten nuestros corazones. Nos disculparíamos y seríamos
íntegros con las personas. Hablaríamos con las personas que nos
ofenden; no hablaríamos de ellas detrás de sus espaldas. La vida en la
iglesia sería más dulce y más feliz.

3. Muchos serían convertidos. Los miembros de nuestra familia por los


que hemos orado intensamente cambiarían su actitud hacia nuestro
Señor si el Espíritu Santo viniera sobre nuestras congregaciones. Los
jóvenes, que profesaron fe en Cristo cuando eran adolescentes pero que
desde entonces se han apartado, regresarían a la iglesia. Los maridos,
cuyas esposas han orado por ellos durante años, darían fin a su rebelión y
doblarían sus rodillas en reverencia a Cristo.
Sí, somos testigos de la conversión de estudiantes y de los hijos de los
miembros de la iglesia, pero ¿qué pasa con la gente que está totalmente
fuera de Cristo? ¿Qué pasa con los musulmanes, los policías, los
profesores, los pescadores, los joyeros, los clérigos, los Testigos de
Jehová, los periodistas, los vendedores de autos, los gerentes de banco y
los científicos que son absolutamente indiferentes? ¿Qué saben de Cristo?
Las puertas del cielo están abiertas para todos. Durante los tiempos de
avivamientos espirituales, a muchas personas se les da el valor para
compartir su fe con quien sea que la Providencia les traiga. Se cansan del
materialismo, la televisión y los deportes cuando consideran la grandeza
de Dios. Incluso si las personas a las que les testifican no se convierten, el
temor de Dios puede caer sobre ellos.
Cuando el Espíritu viene, convence al mundo de pecado, de justicia y
de juicio porque Él honra y magnifica a Jesucristo como el Hijo de Dios. Y
Él cambia las vidas para siempre. Las personas que habían servido al
pecado vienen al Salvador cuando el Espíritu cae sobre ellos. Clamemos a
Dios para que Él generosamente derrame el Espíritu Santo en nosotros
por medio de Jesucristo nuestro Salvador.
20
LA AUTORIDAD
DEL ESPÍRITU SANTO

¿Qué tanta autoridad debe tener la Biblia en tu vida? Respondemos esa


pregunta examinando primero la actitud del Hijo de Dios hacia la
Escritura. Jesús declaró que la Escritura no puede ser quebrantada
porque es la Palabra de Dios. Jesús venció las tentaciones de Satanás en
el desierto citando pasajes del Antiguo Testamento, anteponiendo a cada
cita las palabras “está escrito”. Cristo específicamente citó la creación de
nuestros primeros padres, Adán y Eva; la redención de Noé del diluvio; la
salvación de Lot de la destrucción de Sodoma y Gomorra; y la liberación
de Jonás al ser tragado por un gran pez. Jesús afirma que la Biblia es la
Palabra escrita de Dios. Por lo tanto, la Palabra de Dios debe tener una
autoridad absoluta en nuestras vidas.
Consideremos ahora qué tanta autoridad tiene el Espíritu Santo sobre
nosotros y cómo podemos mostrar que estamos bajo la autoridad del
Espíritu.
LAS MARCAS DE LA AUTORIDAD DEL ESPÍRITU SANTO

Las tres palabras que describen mejor la obra del Espíritu Santo son
revelación, regeneración y santificación. Estos términos parecen más
bien fríos, intimidantes e intelectuales, pero detrás de ellos está la
amorosa autoridad de Dios. Veamos a continuación de qué trata cada una
de estas palabras.

1. Revelación. La iglesia aprendió sobre la autoridad del Espíritu Santo


por cómo el Espíritu reveló la Palabra de Dios a los profetas y a los
apóstoles. El apóstol Pedro escribió: “Porque la profecía no ha tenido su
origen en la voluntad humana, sino que los profetas hablaron de parte de
Dios, impulsados por el Espíritu Santo” (2P 1:21). El profeta Jeremías no
recopiló algunas ideas brillantes que transmitió a cualquiera que lo
escuchara. Pedro nos explica que Jeremías fue guiado por el Espíritu
Santo cuando escribió y entregó sus profecías. Jeremías dijo lo que el
Espíritu Santo anunció.
Más adelante en su epístola, Pedro dice con referencia a los escritos del
apóstol Pablo: “En todas sus cartas se refiere a estos mismos temas. Hay
en ellas algunos puntos difíciles de entender, que los ignorantes e
inconstantes tergiversan, como lo hacen también con las demás
Escrituras, para su propia perdición” (2P 3:16). Pedro coloca los escritos
de Pablo en la misma categoría que las otras Escrituras, como las de
Jeremías, y anuncia que fueron “impulsados por el Espíritu Santo” (2Ti
3:16). De modo que nos sometemos al Espíritu Santo sometiéndonos
primero a Sus revelaciones en la Escritura. Tenemos que hacerlo.

2. Regeneración. La autoridad del Espíritu Santo es evidente en Su obra


de arrepentimiento en los corazones de las personas. El Espíritu es el
único que puede añadir a la iglesia personas que están siendo salvadas. Él
lo hace por Su soberana obra de regeneración. El crecimiento de la iglesia
es Su esfera especial de actividad. Así como la revelación divina viene del
Espíritu, así también la salvación. Juan 3:8 lo explica así: “El viento sopla
por donde quiere, y lo oyes silbar, aunque ignoras de dónde viene y a
dónde va. Lo mismo pasa con todo el que nace del Espíritu”.
El Espíritu de Dios toma la iniciativa para convertir a los pecadores. Él
hace esto conmoviendo la conciencia de las personas, usando diferentes
influencias para tocar sus corazones, mostrándoles la gloria de Dios en la
creación y, sobre todo, trayéndoles la verdad de la Escritura al leerla y
escucharla predicada.
Segundo, el Espíritu llama a los incrédulos por Su gracia eficaz e
irresistible. El Espíritu ilumina los oscuros huecos de los corazones de las
personas, dándoles entendimiento y renovando sus voluntades. El
Espíritu Santo siempre usa la Escritura como herramienta de
regeneración, pero la regeneración también es el resultado de Su gracia
interna, eficaz e irresistible. La regeneración de los cristianos se sella con
el Espíritu Santo. Él es el sello de la autoridad divina en ellos. Cuando a
un cristiano lo llamamos “hermano”, estamos reconociendo la autoridad
del Espíritu en salvarlo. Cada cristiano puede dar testimonio de la
autoridad del Espíritu en estas palabras de Charles Wesley:

Por mucho tiempo mi espíritu estuvo encarcelado


Atado con firmeza al pecado y a la negrura de la noche.
Pero Tu ojo difundió un rayo vivificante;
Me desperté: el calabozo se inundó de luz;
Mis cadenas se cayeron; ¡mi corazón estaba libre al fin!
Me levanté, vine a Ti y te seguí.

3. Santificación. Así como la verdad de Dios para el hombre viene por la


autoridad del Espíritu, y los incrédulos son transformados en creyentes
por medio de la autoridad del Espíritu Santo, así también el cambio de los
pecadores a la semejanza de Cristo es por la autoridad del Espíritu.
Porque, ¿quién sino el Espíritu puede tomar a una persona depravada y
hacerla como Cristo?
El Espíritu hace esto de dos maneras. Primero, lo hace por medio de la
mortificación del pecado. Romanos 8:13 declara: “Porque si ustedes viven
conforme a ella, morirán; pero si por medio del Espíritu dan muerte a los
malos hábitos del cuerpo, vivirán”. El Espíritu nos da el poder para
suprimir cualquier pecado remanente en nosotros, lo cual es
indispensable para triunfar sobre la carne. Debemos matar a nuestra
propia naturaleza pecaminosa. No debemos sentarnos y esperar a que el
Espíritu lo haga. Debemos declarar la guerra contra el pecado porque
solo entonces podremos vivir.
El evangelio hace recaer esta obra sobre nosotros. Hacer morir
cualquier pecado remanente es prueba de la autoridad del Espíritu sobre
nosotros. El camino a la santidad es el único camino que lleva al cielo.
Algunos de ustedes podrían quejarse de que sienten cada vez más el
poder del pecado en sus vidas. Esto es porque eres más y más consciente
de tus corrupciones internas que antes. El dolor por el pecado es una
señal de que el Espíritu Santo está trabajando en ti. George Verwer
confesó: “Soy un terrible esclavo de mis emociones: en el curso de un solo
día puedo fluctuar entre un sentimiento placentero y una sensación
repulsiva hasta veinticinco veces. Si alguno de ustedes se inclina hacia
una inestabilidad similar, les puedo asegurar que aún hay esperanza. Me
he visto en la necesidad de ser implacable con mis sentimientos y de
dominar mis reacciones viscerales. No es fácil, pero la recompensa es
grande”.1
Segundo, el Espíritu nos transforma poniendo nuestras mentes en las
glorias de Cristo. Como lo estipula 2 Corintios 3:18: “Así, todos nosotros,
que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del
Señor, somos transformados a Su semejanza con más y más gloria por la
acción del Señor, que es el Espíritu”. Todo cristiano está en el proceso de
ser transformado. Constantemente estamos siendo cambiados a la
semejanza de Cristo, con una gloria cada vez mayor. Robert Murray
M’Cheyne, a sus veintitantos años, ya mostraba la semejanza a Cristo.
Además, conocemos a algunos ancianos y ancianas en quienes vemos
mucho del cielo. El Espíritu Santo produce esa viva transformación
poniendo los ojos de un creyente una y otra vez en Jesús.
Solo me he referido a dos grandes temas que se encuentran por toda la
Biblia: arrepentimiento y fe. Por medio del arrepentimiento somos
santificados por el Espíritu. Esto es evidente en la continua mortificación
de nuestro pecado y en nuestra constante confianza, que se hacen
evidentes cuando incesantemente vemos a Jesús. Cuando esta gracia es
evidente en nosotros, también lo es la autoridad del Espíritu Santo en
nuestra santificación.
Si quieres conocer a Dios, busca ese conocimiento por medio del
Espíritu Santo en la revelación. Si quieres amar a Dios, hazlo a través de
la obra del Espíritu en la regeneración. Si quieres ser como Cristo, hazlo
por medio de la obra del Espíritu en la santificación.
SUMISIÓN A LA AUTORIDAD DEL ESPÍRITU

El Espíritu Santo es soberano sobre nosotros; debemos vivir bajo Su


autoridad en todo lo que hacemos. En cada elección que hacemos, ya sean
en cosas grandes o pequeñas, el Espíritu tiene la autoridad sobre nuestras
vidas. Como hijos de Dios somos guiados por la vida y hacia la eternidad
por el Espíritu Santo. ¿Cómo mostramos nuestra sumisión a Su
autoridad?

1. No por corazonadas sino por la Sagrada Escritura. Algunas personas


hablan sin cesar sobre sentir la autoridad del Espíritu en lo que hacen.
Dicen: “El Espíritu me dijo… el Espíritu me mostró… o el Espíritu me
guio a hacer esto o aquello”. Su lenguaje también alienta a otros
cristianos a hablar de esta manera. Pero me pregunto: ¿Debemos esperar
una guía inmediata del Espíritu para cada decisión que tomamos? Si
notamos una coincidencia sorprendente, si descubrimos una nueva
interpretación de un versículo de la Biblia, o si algún pensamiento
indiscreto se engancha en nuestras mentes y no se va, ¿inmediatamente
concluimos que estas cosas son del Espíritu? Esto puede provocar dos
reacciones. La primera es orgullo, elitismo o un sentido de superioridad
en aquellos que afirman tener impulsos o susurros constantes del
Espíritu Santo. La segunda es ansiedad, depresión e impotencia para
actuar en los que no experimentan tales corazonadas del cielo.
Así que, ¿cómo mostramos una correcta sumisión a la autoridad del
Espíritu Santo? Cada semana nos exponemos ante la autoridad de la
Palabra de Dios dada por el Espíritu. La Palabra constantemente nos
exhorta: “vive así… cree estas verdades… sé esta clase de padre… sé esta
clase de miembro de la iglesia… sé esta clase de vecino… trata a tu
enemigo así”, etc. En tales verdades, el Espíritu de Dios se está
conectando con nosotros. Él personaliza y particulariza la Palabra que se
predica semana tras semana para que captemos la voluntad de Dios para
nosotros mientras estamos en la universidad, en la cocina o en un asilo de
ancianos. El resultado de escuchar la predicación sistemática, expositiva
y experimental de la Palabra no es tanto que obtengamos mensajes
breves de Dios cada domingo. Más bien, somos reforzados en cómo
pensar, cómo emitir juicios y cómo crecer en discernimiento. Somos
transformados gradualmente en hombres y mujeres semejantes a Cristo.
Esa es la obra del Espíritu.
Escuchamos la sabiduría de Dios cada domingo, y de manera casi
imperceptible el conocimiento de Dios se hace nuestro cada vez más.
Comenzamos a ver esta sabiduría como el don del Espíritu en nosotros
semana tras semana. Renueva nuestras mentes para que comencemos a
razonar y a comportarnos como Dios desea. La mente de nuestro Señor
Jesucristo también aumenta en nosotros. Puesto que estamos
constantemente expuestos al ministerio de predicación guiado por el
Espíritu, estamos cada vez menos bajo la autoridad de nuestra época.
Nuestras mentes están siendo renovadas por el Espíritu día a día.
Por supuesto que el Espíritu de Dios nos puede dar destellos de
discernimiento de maneras extraordinarias, directas e inmediatas. Dios
puede hacer eso. No lo niego. Pero no tenemos ninguna razón para
pretender ser guiados de esa manera durante toda nuestra vida cuando
Dios mismo nos ha proporcionado Sus Escrituras, y ha llamado y dotado
a ministros para que nos prediquen la Biblia. Así que vivamos bajo la
autoridad del Espíritu Santo, no por corazonadas, sino por el
entendimiento de la Santa Escritura y por la obediencia a sus preceptos.

2. No por desesperación sino por arrepentimiento. El plan del Espíritu


Santo para el mundo es convencer de pecado y dar vida a todos los que el
Padre y el Hijo le dan, transformarlos a la semejanza de Dios y llevarlos
seguros al cielo. Dios Padre y Dios Hijo le dieron ese plan al Espíritu.
Nosotros conocemos el plan de Dios, pero no conocemos todos los
nombres que están en ese plan.
Algunas personas religiosas piensan que ya no son parte del plan del
Espíritu. Una vez iniciaron con gozo el proceso de cambio para llegar a la
semejanza de Cristo, pero en algún momento perdieron el rumbo al
cometer alguna locura. Quizá se casaron con la persona equivocada o
perdieron su sentido de llamado a la obra o fueron atraídos por las
creencias no cristianas. Así que ahora piensan que sus vidas espirituales
están arruinadas. Todo lo que les queda es una vida cristiana de baja
calidad. Saben que no han sido desechados como desperdicio, pero
sienten como si estuvieran en una estantería donde se acumula el polvo y
creen que su servicio ya no puede ser útil para el Reino de Dios.
Eso es especulación. Más bien creo que el diablo quiere decirles a
muchos cristianos que están acabados. Si el enemigo logra que los
cristianos crean eso, ha hecho algo muy inteligente en verdad, pues todo
es conjetura. Nada en la Escritura apoya esa idea enfermiza.
Dios puede permitir que caigamos para humillarnos. Cuando Pedro
negó que conocía a Cristo aprendió lecciones que no podía haber
aprendido de ninguna otra manera. Aunque lo que Pedro hizo estuvo
absolutamente mal, a raíz de eso llegó a convertirse en un mejor hombre.
Además, ¿no puede Dios restaurarte después de haberte extraviado?
Es verdad que las malas elecciones traen malas consecuencias. Jacob
tuvo que vivir con una cojera después de pelear con Dios en Jaboc, y
David tuvo que lidiar con problemas familiares después de cometer
adulterio con Betsabé. Pero la idea de que Dios no perdonará o no puede
perdonar nuestras transgresiones cuando confesamos y nos arrepentimos
por nuestro pecado, o que nuestro servicio será puesto en una repisa es
contrario a lo que Dios enseña en su Palabra. Estamos bajo la autoridad
del Espíritu aún después de que caemos.
Muchos de los siervos de Dios cometieron terribles errores. Jacob
arruinó a su hermano y engañó a su padre. Moisés mató a un egipcio y
huyó para esconderse en el desierto. David censó a su pueblo y Pedro
boicoteó a los cristianos gentiles en Antioquía. Con todo, ninguno de
estos hombres fue degradado a un estatus de segunda clase. Dios no dijo:
“La sal ha perdido su sabor. Tírenla en el camino y pisotéenla”. El
Espíritu no les dijo a estos creyentes que ya no estaban bajo Su autoridad.
Si Dios restauró a David después de que durmió con Betsabé y mató a su
esposo, y si Dios mostró Su amor a Pedro después de que este discípulo le
negó tres veces, no debemos dudar de la buena disposición de Dios para
restaurar a los cristianos que reconocen que han pecado. Es blasfemo
pensar que Dios se negará a perdonarnos después de que hemos ido a Él
en arrepentimiento y hemos confesado nuestros pecados en el nombre de
Jesús. Mostramos que estamos bajo la autoridad del Espíritu
arrepintiéndonos de nuestros pecados.

3. Respetando la santidad del Espíritu Santo. Si estamos bajo la


autoridad del Espíritu, no debemos entristecerlo haciendo actos
contrarios a Dios. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es
Dios; y los tres son un solo Dios. De modo que cualquier cosa que sea
contraria a Dios o a Cristo contristará al Espíritu Santo. Esto es evidente
en Efesios 4:30, donde se nos dice que el Espíritu Santo es el “Santo
Espíritu de Dios”. Este Espíritu viene de Dios Padre y Dios Hijo para
obrar en las vidas del pueblo que Dios ama. Cualquier cosa contraria a
Dios o a Cristo entristecerá profundamente al Espíritu de Dios. Así que
debemos evitar tomar el nombre del Señor en vano (usando el nombre de
Dios de manera vulgar o siendo descuidados al referirnos a nuestro Padre
celestial o al Señor Jesucristo). Entristecer a Dios también es entristecer
al Espíritu Santo.
El Espíritu Santo es el Espíritu de verdad; cualquier cosa contraria a la
verdad, como se revela en las Escrituras, entristecerá al Espíritu Santo.
No debemos caer en el engaño, ni tener una lengua mentirosa, ni decir
una verdad a medias, ni callarnos cuando no es adecuado, ni cometer
errores contrarios a la palabra de verdad porque el Espíritu Santo es el
Espíritu de verdad. Inspiró a los hombres de antaño a escribir la verdad
para nuestra instrucción y edificación. Cualquier cosa que se rebele
contra la verdad de las Escrituras o rete los mandatos de la Biblia
entristece al Espíritu Santo de Dios.
Cualquier cosa contraria al espíritu de amor también entristece al
Espíritu, porque el Espíritu Santo es la fuente de nuestro amor. El
Espíritu Santo nos capacita para amar a nuestros prójimos como a
nosotros mismos. Él nos da la gracia para amar a nuestros enemigos,
para hacer bien a los que nos usan con malicia y para vivir en armonía
con otros creyentes. Efesios 4:2-3 nos exhorta a ser “siempre humildes y
amables, pacientes, tolerantes unos con otros en amor. Esfuércense por
mantener la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz”. Si en
nuestras relaciones permitimos la hostilidad, el desdén y la impaciencia,
el Espíritu Santo seguramente se entristecerá. La división, el conflicto, la
amargura y la impaciencia no tienen lugar en el cuerpo de Cristo y
entristecen al Espíritu Santo de Dios. Si estamos bajo la autoridad del
Espíritu, no querremos entristecer al Espíritu Santo de Dios.

4. No apagando el Espíritu (1Ts 5:19). Si estás bajo la autoridad del


Espíritu, evitarás hacer cualquier cosa que apague el Espíritu. Si unimos
las palabras entristecer y apagar, el término apagar adquiere entonces
una connotación negativa. Suena amenazador, como extinguir algo que
estaba vivo, sofocar una llama o arrojar espuma sobre el fuego para
apagarlo. Así que, si entristecer al Espíritu mengua el Espíritu en
nuestras vidas, apagar el Espíritu provoca el cese del Espíritu en nuestras
vidas. No solo nos enfriamos más, sino que también le damos la espalda
al Espíritu y a Su consuelo.
Nos comportamos como si pudiésemos vivir sin el Espíritu y sin la
necesidad de estar bajo Su autoridad. En respuesta Él dice, por así
decirlo: “Muy bien, veamos cómo lo logras por tu propia cuenta”. Apagar
el Espíritu hace que muera la influencia del Espíritu en nuestras vidas.
Eso da como resultado una catástrofe espiritual. Si la palabra entristecer
no nos ha alarmado, la posibilidad de apagar al Espíritu nos debe
atemorizar desmedidamente.
Lo que apaga el Espíritu es persistir de manera voluntaria en un pecado
o desafiar a Dios con nuestra falta de amor. Si no nos arrepentimos
genuinamente de ese pecado y nos apartamos de él, la siguiente etapa en
nuestra apostasía será apagar el Espíritu. Yo creo que si una persona
persiste en oponerse a la Palabra de Dios viviendo una vida de impiedad,
él o ella están en el grave peligro de apagar al Espíritu.
Satanás trata de inyectar el mal en nuestras vidas alentándonos a
subestimar el mal, defenderlo y racionalizarlo, así como a justificarnos y a
excusarnos a nosotros mismos. Eso puede entorpecer tanto nuestra
conciencia que llegamos al grado de apagar el Espíritu. Una de las
mayores tristezas que pueden experimentar los creyentes es temer que
han apagado el Espíritu. Piensan que ya no hay esperanza para ellos.
Están en una jaula de hierro de la cual no hay escapatoria. La Escritura
nos dice que el camino de los transgresores es duro, pero ese camino no
lo recorren los que proceden con cautela. No podemos estar bajo la
autoridad del Espíritu si voluntariamente continuamos sumidos en el
pecado que entristece o apaga el Espíritu. Si estamos bajo Su autoridad,
la angustia de entristecer al Espíritu nos impulsará a implorar el perdón
de Dios y a someternos a Su voluntad.

5. Siendo lleno con el Espíritu (Ef 5:18). Los que están en peligro de
apagar el Espíritu Santo creen que los caminos de la santidad son un
engorro horroroso. Orar, leer la Biblia e ir a la iglesia es un fastidio. Hay
una inercia oscura y fría en sus vidas espirituales. Definitivamente no
obedecen lo que Efesios 5:19-20 nos exhorta a hacer: “Anímense unos a
otros con salmos, himnos y canciones espirituales. Canten y alaben al
Señor con el corazón, dando siempre gracias a Dios el Padre por todo, en
el nombre de nuestro Señor Jesucristo”.
El apóstol Pablo pregunta: “¿Cómo puedo cantar canciones de alabanza
si no estoy alabando a Dios? ¿Cómo puedo cantar himnos de oración si
no estoy orando a Dios?”. Debemos implorarle a Dios que nos llene del
Espíritu. ¿Algunas vez has orado pidiendo ser llenado del Espíritu?
Tienes que hacerlo si has entristecido al Espíritu, sobre todo si estás a
punto de apagar al Espíritu. Suplícale al Señor que sea misericordioso
contigo y que te llene con Su Espíritu. Solo entonces vendrás bajo la
autoridad del Espíritu.
También es correcto buscar una medida más plena de la autoridad del
Espíritu sobre tu vida. Toda la Escritura nos apunta en la dirección de
buscar una medida más plena de la influencia del Espíritu en nuestras
vidas. Así que podemos orar: “Señor, permíteme saber más del poder del
Espíritu Santo en mi vida llenándome con el Espíritu. Ayúdame a contar
contigo. Líbrame de vivir en la inercia de la religión. Enciende una llama
de amor sagrado en el malvado altar de mi corazón. Lléname con el
Espíritu Santo hasta rebosar”.
¿Qué pecados cometiste: palabras airadas, impaciencia, depresión,
envidia, celos? ¿Fuiste a la iglesia porque alguien te obligó? La verdad es
que te sentías tan avergonzado que querías salir de allí e irte a casa; no
querías ir ya que te sientes apenado con Dios por haber estado y haber
hecho lo que a Él no le agrada. Te sientes como un hipócrita. El diablo te
atormenta diciéndote: “¿Cómo te atreves a pedir ser llenado del
Espíritu?”. Él debate contigo sobre esto porque sabe que entre más
experimentes la autoridad del Espíritu Santo en tu vida, mayor será su
derrota.
“¡Sean llenos!”, Pablo nos exhorta. “¡Sean llenos del Espíritu!”. Cuando
no eras cristiano, tu vida estaba llena de todo tipo de idolatrías. Estabas
bajo la autoridad del dios de este mundo y bajo el señorío del pecado.
Estabas obligado a buscar los placeres mundanos. Pero ahora que tienes
una nueva vida, ¡debes ser lleno del Espíritu! Descubrirás lo que significa
ser atraído por lo que el Espíritu de Dios aprueba.
Así que ora durante tus tentaciones clamando: “Señor, soy pecador e
indigno, anhelo ser lleno del Espíritu. Quiero ser perdonado; quiero
caminar más cerca de Dios y quiero ser lleno del Espíritu”. Clama a Dios
pidiéndole ser llenado del Espíritu. Entonces encontrarás un nuevo gozo
al adorar con salmos, himnos y cantos espirituales y haciendo melodía en
tu corazón al Señor. Tu canto será diferente. Escuchar los sermones será
diferente, así como lo será la oración. La presencia de tus amigos
cristianos en tu vida será un deleite. Vivirás en la gozosa presencia de
Dios bajo la autoridad del Espíritu.

6. Fijando tu mente en las cosas espirituales (Ro 8:5). ¿En qué tienes fija
tu mente en este momento? ¿Qué es lo que realmente te preocupa? ¿Qué
es lo que más ocupa tu mente, tu atención, tu ambición, tus deseos, tus
planes y tus anhelos? Si quieres estar bajo la autoridad del Espíritu de
Dios, tu mente estará interesada en las cosas de Dios. Buscarás primero el
Reino de Dios y Su justicia. Será lo principal en tu vida.
El apóstol Pablo dice que la vida es estar espiritualmente dispuesto.
Entonces, cuando estés lleno del Espíritu sentirás más viveza al cantar y
escuchar la predicación de la Palabra. Ya no serás un mero espectador. Tu
testimonio cristiano será más auténtico. Las cosas de Dios serán
primordiales en tu vida cuando estés espiritualmente dispuesto.
Una vida que entristece al Espíritu no es una vida tranquila. Tu
conciencia te entristecerá si estás entristeciendo al Espíritu Santo de
Dios. Estar espiritualmente dispuesto es vida y paz, porque cuando
estamos espiritualmente dispuestos y el Espíritu Santo está ejerciendo Su
autoridad en nuestras vidas, tenemos una relación más profunda con el
Señor y experimentamos la paz con Dios por medio de nuestro Señor
Jesucristo.
Estar bajo la autoridad del Espíritu afecta tu caminar con Dios. Afecta
tu vida en la iglesia y tu relación con otros creyentes. Si actualmente te
son difíciles las relaciones con otros creyentes, debes orar por la unidad
del Espíritu en el vínculo de la paz rogando: “Señor, hazme
espiritualmente dispuesto, mantenme humilde y fuerte para aceptar lo
que está pasando. Si otros me quieren aventar cosas, ayúdame a guardar
silencio y calmarme. Dame fuerzas para orar por ellos”. Aquellos bajo la
autoridad del Espíritu oran de esa manera. Tu obediencia constante a la
Escritura, tu restauración en arrepentimiento, tu anhelo de no entristecer
ni apagar al Espíritu Santo de Dios, y tu deseo de estar lleno del Espíritu y
ocuparte en las cosas del Espíritu son indicaciones en tu vida de que estás
bajo la autoridad del Espíritu.
21
EL ESPÍRITU
Y EL MINISTERIO

El pueblo de Dios siempre ha reconocido la necesidad de que Jesucristo


bautice Sus púlpitos con el fuego del Espíritu Santo. J. K. Popham, en
1912, describió el tiempo previo a la Primera Guerra Mundial como
“oscuro, desalentador y doloroso”. Hace más de cien años dijo: “Hay una
falta de unción, vida y poder en el ministerio. Supongo que nadie que
labore en el ministerio negaría eso hoy en día. Todos confesamos y
lamentamos constantemente este hecho. Y a la vez todos buscamos
nuevas y crecientes provisiones de gracia y poder para que podamos ser
eminentemente útiles en el ministerio. No hay un buen ministerio sin
Cristo; no hay ninguna unción sin Él; no hay ningún poder o autoridad
sin Cristo”. ¿Qué pensaría Popham del ministerio de hoy en día?
En su libro Pedro: Testigo Ocular de Su Majestad, Edward Donnelly
incluyó un capítulo titulado “Predicación llena del Espíritu”, en el que
describió cómo el Espíritu Santo puede afectar el púlpito hoy. Escribió:
“La mayoría de los verdaderos predicadores han experimentado esta
maravillosa capacitación. Su venida es impredecible, a menudo
inesperada. De repente el corazón del ministro arde y sus palabras
parecen revestidas con un nuevo poder. La congregación es extrañamente
conmovida. Hay un sentimiento palpable de la presencia de Dios. El
Espíritu ejerce una influencia que derrite y penetra para que todos estén
conscientes de que esto se trata de cuestiones trascendentales. Tal
experiencia es inolvidable, apasionante; es como un día del cielo en la
tierra. Una vez que el predicador ha conocido las riquezas de la
capacitación de Dios, nunca más puede quedar satisfecho sin esto”.1
LA NECESIDAD DE PÚLPITOS LLENOS DEL ESPÍRITU

Todos los predicadores evangélicos reconocen la necesidad de que el


Espíritu Santo venga sobre ellos cuando predican. A veces se refieren a
esta venida como un “bautismo del Espíritu Santo”. Su interés es que la
iglesia también busque más provisiones de la gracia y el poder. ¿Quién
puede negar eso? A veces usan un lenguaje desmedido y su teología no
siempre es tan bíblica como debería ser pero, como nosotros, están
interesados en la influencia del Espíritu Santo en la predicación.
Donnelly escribió: “Aquel predicador que está en una condición
deplorable puede continuar año tras año sin el soplo de Dios sobre su
ministerio. No está lo suficientemente vivo para reconocer su propia falta
de vida. Sabe muy poco sobre predicar como para darse cuenta que no
está predicando. Su falta de interés es su condenación. Dios, ¡líbranos de
esa terrible esterilidad!”.2
Ser lleno del Espíritu no solo es el privilegio de los predicadores. Una
anciana cristiana que murió el año pasado pasó su vida amando a Dios y
trabajando para Su iglesia. Como creyente joven añoraba un caminar más
cercano a Dios, un conocimiento más profundo de Él y más de Su
plenitud para poder ser un testigo más valiente y útil para Él. Dios
contestó abundantemente ese anhelo. La mujer pasó su vida sirviendo al
evangelio y trabajando para avanzar el Reino de Dios.
Cuando pienso en cuántos cristianos en nuestras congregaciones
parecen tan satisfechos con un nivel mediocre de logro, anhelo que
experimenten algo de la dedicación de esta mujer de ser llenos del
Espíritu de Dios. ¿Tendrá una palabra especial dicha en un sermón un
efecto transformador en el caminar con Dios de una persona? Es posible.
Un pastor puede predicar algo que el Espíritu use para convencer y
despertar a una persona. A veces se necesita un terremoto para abrir las
puertas y romper las cadenas, otras veces una paloma tranquila y
apacible hace Su obra por medio de palabras de consuelo. Que el Espíritu
obre imperceptiblemente o que venga como un viento poderoso no hace
la diferencia. Nuestra oración es que Él venga a nosotros y bendiga
nuestros púlpitos para que nuestras congregaciones puedan ser
bendecidas con una nueva consagración y seriedad de vivir bajo la
autoridad del Espíritu Santo.
CONFUSIONES SOBRE EL BAUTISMO DEL ESPÍRITU

Existen varios enfoques equivocados sobre el ministerio del Espíritu.


Aquí están cuatro de ellos:

1. Idealizando la iglesia del Nuevo Testamento. El libro de Hechos


describe el extraordinario crecimiento y vitalidad de los creyentes que
respondieron a un puñado de hombres que predicaron de Jesús.
Comenzando desde Jerusalén, los discípulos llevaron las buenas nuevas
de la resurrección de Jesús a las personas de todo el mundo. No tuvieron
necesidad de asistir primero a seminarios sobre evangelismo. Sabían lo
que Jesús quería que hicieran.
Por el contrario, a los cristianos en Corinto no se les dijo que dejaran
sus hogares para llevar el evangelio al mundo. Más bien se les pidió que
permanecieran donde estaban cuando Dios los llamara (1Co 7:20). Esto
es porque hombres y mujeres cristianos, jóvenes y ancianos, y esclavos y
libres iban por la ciudad y fuera de Corinto llevando el evangelio de
Jesucristo a todos lados mientras descuidaban su vida familiar y
obligaciones financieras.
Estos fueron días de crecimiento y celo de un nuevo movimiento bajo la
bendición del Espíritu. Sin embargo, también fueron días de confusión,
inmoralidad e inmadurez. En Corinto los creyentes no estaban
convencidos de la resurrección del cuerpo. Pablo tuvo que explicar con
detalle en cincuenta versículos qué les pasará a nuestros cuerpos después
de la muerte.
Mientras tanto, algunos creyentes varones de la iglesia en Corinto
tenían “esposas vírgenes” con quienes no tenían relaciones sexuales. Otro
hombre en esa misma congregación había tomado la esposa de su propio
padre. ¡Qué escándalo!
En Galacia, la iglesia cayó rápidamente en el legalismo de insistir en la
circuncisión de los nuevos convertidos y los hizo seguir las leyes
alimenticias del Antiguo Testamento. En Colosas algunos creyentes
estaban adorando a los ángeles. En Tesalónica los hombres dejaron de
trabajar para poder esperar la segunda venida de Cristo. En Asia Menor
las congregaciones se estaban entibiando en relación al evangelio.
También estaban escuchando a maestros que los volvían contra la
predicación de Pablo. Separaron a la iglesia con cuestiones
controvertidas.
Las personas prominentes en la iglesia de Filipos discutían entre sí. Las
personas mentían y blasfemaban contra el Espíritu Santo, incluso en la
iglesia de Jerusalén, la cual estaba bajo la autoridad de los apóstoles. Así,
la iglesia del primer siglo con sus problemas no era muy diferente a las
congregaciones de nuestro día. Difícilmente era una iglesia que se
pudiera defender o tomar como ejemplo de una iglesia llena del Espíritu.

2. Denigrando a la iglesia hoy. Aproximadamente seiscientos millones


de cristianos evangélicos adoran a Cristo en varios millones de iglesias
evangélicas hoy en día. Generalizar sobre el estado de la iglesia del siglo
veintiuno es virtualmente imposible. Sin embargo, lo que sí sabemos es
que esta es la iglesia que Jesucristo edificó. Todos Sus elegidos han sido
salvados y cada uno de ellos ha sido regenerado por el Espíritu Santo.
Cristo ha tomado la responsabilidad de santificarlos y guardarlos para
que ninguno de ellos se pierda. Él ha estado preparándolos para el cielo.
En esta época el evangelio ha llegado a todo el mundo. Cientos de
tribus tienen ahora la Biblia en su propio idioma. Hombres y mujeres han
dedicado sus vidas a servir en países lejos de su tierra natal. Decenas de
miles de creyentes han puesto sus vidas por el Salvador. Las casas
editoriales cristianas han producido un sinnúmero de libros. Miles de
seminarios y escuelas bíblicas llenas de personal dedicado están
entrenando a hombres para el ministerio. Millones de hogares cristianos
han educado a sus hijos para conocer y amar al Salvador. Todo esto se
está haciendo sin un “despertar histórico” en el siglo veinte. Padre, Hijo y
Espíritu Santo han escogido adoptar esta manera de edificar la iglesia en
nuestra época. No despreciemos a la novia de Cristo en nuestros días. Él
la ama ardiente y eternamente.

3. Degradando a los cristianos individuales. Como cristianos hemos sido


bendecidos en los reinos celestiales con toda bendición del Espíritu Santo
en Cristo (Ef 1:3). Ese es el privilegio innegable de cada creyente, desde el
cordero más joven del redil hasta el más anciano. Todos han recibido la
bendición del Espíritu Santo. ¿No es esto lo que enseña la Palabra de
Dios?
Cada cristiano fue escogido por Dios en amor antes de que se colocaran
los fundamentos del mundo. Los pecados de cada cristiano fueron
expiados por el Cordero de Dios para que todo esté bien entre nosotros y
Dios. A cada cristiano se le da un nuevo corazón de carne que reemplaza
su viejo corazón de piedra. Cada cristiano ha sido hecho una nueva
creación por el nacimiento espiritual. En cada cristiano mora el Espíritu
Santo para que su corazón, mente, afectos y cuerpo sean tocados por el
Espíritu. Cada cristiano aprende a conocer a un Padre reconciliador y
sonriente.
Cada cristiano ha sido adoptado en la familia de Dios y ha sido hecho
coheredero con Cristo. Ningún cristiano está bajo el dominio del pecado,
sino que está sentado en los cielos en Cristo. Cristo intercede por cada
cristiano a la diestra de Dios, y el Padre recibe Su intercesión para que
cada uno sea salvo. Dios ha comprado gracia perseverante para cada
creyente y esto está sellado para cada cristiano por el Espíritu Santo, para
que nadie pueda arrebatar a un solo creyente de la mano del Padre. Dios
suple las necesidades de cada cristiano de acuerdo a Sus riquezas en
gloria en Cristo Jesús.
Eso es lo que Dios hace para cada creyente. No todos los cristianos se
dan cuenta de todo lo que les ha pasado desde el momento que hicieron
una simple confesión de fe, tal como: “Dios, ayúdame a nunca volver a
pecar”. No obstante Dios trató con ellos más benignamente de lo que
podrían pedir. No sabían que necesitaban la regeneración, la
justificación, la justicia imputada, la adopción a la familia de Dios, la
unión con Cristo, el fin del reino de pecado y la glorificación. Dios no
esperó que ellos se dieran cuenta de todo esto; se inclinaron ante Cristo,
confesaron su necesidad de Él y fueron inundados con esta gracia.
Una larga cadena de oro se forjó en el cuerpo y el alma de Cristo
mientras colgaba en la llama de la justicia de Dios en el Gólgota. Dios
unió a cada miembro de Su pueblo a un extremo de esta cadena, y al otro
extremo ató Su propio corazón. Estas son solo algunas de las bendiciones
espirituales de esos vínculos inmutables. Hay muchas más y otras solo se
apreciarán en el gran día. Como escribió Robert Murray M’Cheyne:
“Entonces, Señor, sabré con precisión cuánto te debo; solo hasta entonces
sabré cuánto fue.”
Cualquier doctrina de la venida del Espíritu debe comenzar con un
creciente asombro en el creyente por las glorias incalculables de lo que
Dios ya ha hecho por nosotros por el Espíritu por medio de Cristo. Junto
con el apóstol Pablo debemos adorar diciendo: “Alabado sea Dios, Padre
de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en las regiones
celestiales con toda bendición espiritual en Cristo” (Ef 1:3). Dios sabía
todo de nosotros; sabía nuestros pecados secretos, nuestra falta de
oración, nuestros rencores y amarguras de corazón y qué propensos
éramos de extraviarnos y dejar al Dios que amamos. Aún así, Él nos
bendice. Nuestra inutilidad y fracaso no son por una incompetencia por
parte de Dios. No podemos decir que tuvimos una razón para vivir como
cristianos de segunda clase. No existe tal cristiano. Cualquier doctrina del
bautismo del Espíritu debe honrar lo que la Palabra de Dios nos enseña
sobre los gloriosos logros redentores de Cristo y las gloriosas aplicaciones
redentoras del Espíritu Santo.
A todo el pueblo de Dios se le da toda bendición espiritual. Nada de lo
que pasa después de la regeneración se puede comparar a lo que le pasa a
cada cristiano en el nuevo nacimiento. Por supuesto, la maravilla de la
bendición de Dios es que para algunos cristianos la obra de regeneración
es tan secreta que no están seguros del momento preciso en que el
Espíritu les dio nueva vida. Estaban pasando por este enorme cambio y
fueron bendecidos con toda bendición espiritual en Cristo, y sin embargo
no eran conscientes de lo que les estaba pasando. No recordaban cuándo
ocurrió la regeneración. Las experiencias futuras eran más emocionantes;
no obstante, su significado empalidece comparado a ser revestidos de
Cristo. Ni siquiera la glorificación es un cambio tan grande como ser
revestidos de Cristo.
Tristemente muchos cristianos nunca han escuchado sobre las
bendiciones de la nueva vida. Y más triste aún, algunos cristianos viven
con la repetida idea que se predica del púlpito sobre lo que no poseen y lo
que podrían llegar a tener algún día si se esforzaran lo suficiente. Si no
han obtenido estas bendiciones no es porque dejen de ser sinceros. El
problema es su dieta de santificación. Qué diferente es esta paga
comparada a la gracia que Dios concede a cada creyente.
Esta gloriosa bendición concedida a todo el pueblo de Dios se describe
a lo largo de los Hechos de los Apóstoles. “Cuando llegó el día de
Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar” (Hch 2:1). El
Espíritu reposó en cada uno de ellos, nos relata Hechos 2:3-4. “Todos
fueron llenos del Espíritu Santo”. El Espíritu vino a reposar sobre cada
creyente y los llenó a todos. Tenían antecedentes diferentes y
experiencias distintas de Cristo, con varios niveles de piedad y seriedad,
pero cada uno fue llenado del Espíritu Santo. Pedro les dice a los miles de
oyentes que se arrepientan y se bauticen “y recibirán el don del Espíritu
Santo” (Hch 2:38). No les dice que hagan esfuerzos agonizantes y que
sigan clamando hasta que tengan esta bendición. No. Simplemente se
deben arrepentir y ser bautizados, y las bendiciones vendrán.
Ese es el patrón que se registra por todo el libro de Hechos. Cuando los
apóstoles fueron a Samaria, impusieron sus manos en los creyentes y
cada uno de ellos recibió el Espíritu Santo. El Espíritu no fue selectivo en
bautizar a un samaritano aquí y a media docena de samaritanos allá.
Cuando los apóstoles impusieron sus manos en los creyentes, la
bendición apostólica inmediatamente vino sobre cada uno. A ningún
cristiano en Samaria se le dejó sin el Espíritu.
Sucedió lo mismo en la casa de Cornelio. El evangelio se había movido
fuera de Jerusalén a Samaria y después a la casa de Cornelio, un gentil.
La gente se reunió en la casa para escuchar predicar a Pedro. Hechos
10:44 nos relata que mientras Pedro aún estaba hablando, el Espíritu
Santo vino sobre todos los que escuchaban el mensaje. No solo vino sobre
los líderes, o en los creyentes que oraban más, o en los más maduros. No.
El Espíritu vino sobre todos los creyentes.
También fue así con los doce hombres en Éfeso que habían sido
bautizados por Juan pero que nunca habían escuchado del Espíritu
Santo. Ellos recibieron el Espíritu después de que Pedro les habló sobre el
Espíritu Santo. Estaban entonces a la par que otros cristianos en Éfeso
que habían sido bautizados en el Espíritu Santo. No hay un relato en
Hechos que nos diga que el Espíritu evitó a algunos cristianos mientras
cayó sobre otros. Hechos está en perfecta armonía con la definición del
Nuevo Testamento de lo que es un cristiano: alguien que es bendecido en
los reinos celestiales con toda bendición del Espíritu Santo en Cristo.
Por lo tanto, no nos precipitamos en pedir un avivamiento a través de
una bendición especial del Espíritu. Más bien nos aseguramos de no
menospreciar la obra que el Espíritu ya está haciendo entre nosotros.
Piensa en un mendigo que no tiene ni un centavo y que ha sido rescatado
de la calle para ser adoptado por un hombre multimillonario que cancela
todas sus deudas y paga todas sus multas. El mendigo vive en un
esplendor inimaginable; todas sus necesidades están cubiertas puesto que
ha sido adoptado como hijo y es heredero de todo lo que el dueño posee.
¿Qué pensarías si esta persona después se queja de que no se le han dado
aún más bendiciones? Sería un vil malagradecido.
Así es con nosotros. Cuando decimos que necesitamos más de la unción
y del poder del Espíritu Santo, siempre debemos recordarnos a nosotros
mismos todo lo que Dios ya ha logrado por medio de Su Hijo Jesucristo
para nosotros y la obra que ha aplicado por el Espíritu Santo que mora en
nosotros. Continuamente le debemos agradecer a Dios por los privilegios
de ser perdonados. Honramos y glorificamos a Jesucristo por esto, y al
hacerlo sabemos que estamos cooperando con la obra del Espíritu.
A ningún creyente que ha sido redimido por medio del logro de Cristo
se le niegan las bendiciones del Espíritu Santo puesto que todos los hijos
de Dios están unidos a Cristo, y Dios Padre los ama de la misma manera
en que Él ama al Hijo. Cada creyente está completo en Cristo. Me acuerdo
de un artículo publicado en la prensa sobre Mohammed Ismail, un
hombre de sesenta años, de Bangladesh. En 1976 Mohammed solicitó a la
Compañía de Teléfonos y Telégrafos de Bangladesh una línea telefónica.
En 2003, después de 27 años, por fin le dieron su propia línea de
teléfono. Ismail declaró: “Fue una experiencia frustrante. Durante 27
años he necesitado muchísimo un teléfono”.3 Ningún predicador que pida
que Dios glorifique a Cristo necesita esperar 27 años para que el Padre
responda a su oración. Nadie que aparezca ante Cristo en el día del juicio
podrá quejarse: “¿Por qué no me diste el Espíritu?”. El que cree ya tiene
al Espíritu y Sus dones.

4. No saber distinguir los niveles de madurez. Primero, la Biblia describe


a un nuevo creyente como “un neófito” (1Ti 3:6 RVC). Este creyente no es
bendecido con una madurez instantánea. Su comprensión de los asuntos
de Dios es incompleta. Dios pone un velo al poder del pecado remanente
del creyente; de lo contrario, este recién convertido sería aplastado.
Un predicador habló recientemente de su hijo de nueve años que
apasionadamente compartía el evangelio en su escuela al sur de Gales.
Algunos niños lo molestaban y lo agobiaban por su testimonio. Un día
estaba tan cansado de todo esto que fue a pedirle ayuda a su madre. Ella
sacó su Biblia y leyó algunos versículos de Juan 15 en los que Jesús les
dice a Sus discípulos que, así como Él fue perseguido, así lo serían ellos
por decir la verdad. El niño, al escuchar esto, le pregunta a su madre:
“¿Quieres decir que siempre va a ser así?”.
Sí; siempre será así. Una de las primeras lecciones que un nuevo
convertido aprende es que necesitará valor para tomar partido a favor de
Cristo. Siempre necesitará pelear contra el pecado que mora en él,
siempre necesitará crecer en el conocimiento de las Escrituras y siempre
necesitará crecer en la pasión para evangelizar. Cada creyente comienza
como un neófito. Pero no comienza sin el Espíritu Santo. Nosotros
crecemos espiritualmente tal y como lo hacemos físicamente, a
centímetros. Nos volvemos personas maduras en Dios por los medios de
gracia mientras crecemos en comunión con Dios.
Segundo, los dones espirituales del Espíritu varían. En 1 Corintios 12 a
la iglesia se le describe como un cuerpo, en el que los creyentes con
diferentes clases de dones recibidos de parte de Dios trabajan juntos (1Co
12:4-6). Se nos dice: “Dios colocó cada miembro del cuerpo como mejor
le pareció” (1Co 12:18). Algunas partes parecen más débiles mientras que
otras son menos honorables, pero todas están diseñadas y dadas por
Dios.
¿Todos en el cuerpo son maestros? No. ¿Todos hablan lenguas? No.
Dios planea la diversidad en cada congregación. Los dones del Espíritu
nos hacen diferentes los unos de los otros para que podamos ministrar a
los demás y recibir el ministerio de los demás de diferentes maneras. Sin
embargo, el fruto del Espíritu nos hace como los demás, siendo el amor el
principal elemento de ese fruto. Pablo nunca dice que un don particular
del Espíritu es necesario para que un creyente sepa que posee la
presencia del Espíritu. Una congregación del Nuevo Testamento en la que
cada persona hablara en lenguas hubiera sido como una enorme nariz en
vez de un cuerpo con varios órganos complementarios. Así que una
predicación especialmente extraordinaria no es la marca infalible de que
un hombre esté lleno del Espíritu ni que sea un heredero del cielo. Pablo
anuncia: “Si hablo en lenguas humanas y angelicales, pero no tengo
amor, no soy más que un metal que resuena o un platillo que hace ruido”
(1Co 13:1).
Tercero, existe una diferencia en los talentos. Algunos cristianos son
fuertes mientras que otros son débiles. Jesús cuenta una parábola en la
que un amo se está preparando para emprender un largo viaje. Antes de
irse le da cinco talentos* a un siervo y le pide que los use durante su
ausencia. A otro siervo le da tres talentos, y a otro, uno.
El número de talentos y su otorgamiento dependía del amo, no de los
siervos; sin embargo, cada hombre tenía que poner a trabajar sus
talentos. Más tarde fueron juzgados de acuerdo con lo que hicieron con
esos talentos; si los multiplicaron, fueron recompensados; si los
enterraron, fueron castigados. De igual manera, algunos cristianos han
sido llamados a ser predicadores y pastores. Ese es su primer don del
Espíritu Santo. Pero hay diferentes grados de dones; a algunos se les dan
cinco talentos para predicar; a algunos, tres; y a otros, uno. Por ejemplo,
Martín Lutero tuvo un gran don de enseñanza. Lo mismo Juan Bunyan y
Cornelio Van Til. La grandeza de esos hombres fue su uso perseverante
de esos talentos a lo largo de sus vidas. No cesaron en sus esfuerzos.
Esos hombres son nuestros ejemplos y debemos buscar imitarlos, pero
no debemos inquietarnos al saber que nunca lograremos lo que ellos
consiguieron. La mayoría de los predicadores son hombres de un talento,
y eso es suficiente para que respondan a Dios en el gran día y den cuentas
de cómo emplearon ese único talento. ¿Fueron constantes, abundando
siempre en la obra del Señor con el talento que Dios les dio?
Ninguna atribución especial de poderes del Espíritu cambiará un
talento en cinco. Un bautismo del Espíritu no cambiará a un Juan
Bunyan en un Juan Owen. Necesitamos a Juan Bunyan y a Juan Owen tal
como son. Nosotros mismos nunca seremos transformados en un
Jonathan Edwards, pero necesitaremos el Espíritu Santo para que nos
capacite para obrar con un talento, así como Él ayudó a trabajar a
William Tyndale dándole cinco talentos.
Cuando yo llegue al cielo, el Señor no me preguntará: “Geoff, ¿por qué
no fuiste como Tyndale?”. En cambio, me preguntará: “Geoff, ¿por qué no
fuiste el Geoff que Yo doté y bendije?”. Los púlpitos de todo el mundo
están llenos de hombres de uno o dos talentos que, por el ministerio del
Espíritu, han empleado sus dones para el Señor y han sido grandemente
usados por Él. Si hay un patrón evidente en la iglesia del siglo veintiuno
es que hay pocos súper-predicadores, pero miles de siervos fieles
trabajando gracias a la capacitación del Espíritu para avanzar el Reino de
Dios.
Sin embargo, que ningún cristiano excuse su propia pereza, cobardía y
falta de oración diciendo: “Mi nombre no es George Whitefield”. Eso es
verdad, pero puedes ir al mismo Dios que el de Whitefield y pedir el
mismo fortalecimiento de tu corazón y alma en tu servicio al Señor.
Dediquemos a Dios el talento que tenemos y busquemos la fuerza del
Espíritu para emplearlo hasta que el Salvador venga. Como escribió
Edward Donnelly: “Debemos buscar la unción. Debemos abandonar todo
pecado que pueda entristecer o apagar el Espíritu. Necesitamos sentir,
como nunca antes, nuestra dependencia absoluta de Dios. Sin el poder
del Espíritu Santo nuestra predicación no es efectiva. ¡Cuántas veces
hemos hablado fríamente y sin pasión sobre las realidades más gloriosas
del universo! O quizá hemos llegado al púlpito con corazones cálidos y
grandes expectativas solo para que una audiencia indiferente nos enfríe y
nos deprima. ¡Qué cosa más arcaica e inútil es predicar por nuestras
propias fuerzas o proclamar la verdad del evangelio a personas apáticas!
Qué miserables y vacíos nos hace esto”.4
Robert Murray M’Cheyne solía escribir la frase “¡Maestro, ayúdame!”
en los manuscritos de sus sermones. Seguro nada es más importante que
orar por la ayuda de Dios en la predicación del evangelio. Sin importar los
talentos que se nos hayan dado, necesitamos la ayuda del Espíritu Santo
para ejercitarlos como deben ser usados.
Cuarto, los dones de los miembros varían en cada congregación. Los
miembros de una secta son como estampillas; los mormones de traje
oscuro y camisa blanca son los mismos por todo el mundo. Pero los
miembros de la iglesia de Cristo son bastante diferentes. En una iglesia,
ningún cristiano genuino es idéntico a otros creyentes. Es diferente física,
psicológica, económica y racialmente. Es diferente en edad, en coeficiente
intelectual y en personalidad. Provienen de diferentes países y culturas.
Sus conversaciones reflejan su forma de ser y el ministerio bajo el cual
han aprendido de las Escrituras. Quizá el ángel de cada una de las siete
iglesias de Asia Menor es un símbolo de la personalidad colectiva de cada
congregación. Cada una difiere de la otra en términos de debilidades así
como de virtudes. Ninguna está sin el Espíritu Santo; todas son parte del
cuerpo de Cristo, elegidas por Dios, siendo parte de la comunión del
Espíritu y pilares de la verdad, pero cada una está en una etapa de
madurez diferente. Cada una necesita ser llena del Espíritu. La poderosa
iglesia en Éfeso era bendita en los reinos celestiales con toda bendición
espiritual en Cristo, pero necesitaba más de Sus dones, Su amor y Su
ánimos; necesitaba del poder de Dios para hacer morir sus naturalezas
pecaminosas y del valor del Espíritu para alzarse a favor de Jesús.
No hay congregación perfecta, pero algunas han sido más afectadas de
una forma más penetrante por la espada del Espíritu, y por ende reflejan
de manera más completa la gracia de Cristo. Pocas iglesias tienen o
necesitan más de un pastor-predicador. Pocas iglesias tienen líderes con
dones de teólogos o de fundadores de iglesias. Tampoco hay secreto
alguno que pueda abrir a una iglesia a toda la presencia de Cristo. Cada
congregación debe darse cuenta de que puede estar tan ocupada o tan
muerta que Cristo está afuera tocando la puerta para entrar. Eso fue lo
que le pasó a la iglesia de Laodicea.
Así que cada cristiano en la iglesia debe constantemente rogar que
Cristo venga. Cada domingo debemos proclamar: “Bienvenido, Señor. Es
un honor tenerte aquí otra vez. Tú eres el centro de nuestras vidas.
Bienvenido a nuestra asamblea”. Todo marchará bien mientras
experimentamos la verdadera adoración y la sólida proclamación del
evangelio.
ABORDANDO CORRECTAMENTE EL BAUTISMO DEL
ESPÍRITU

La Escritura usa la frase bautismo del Espíritu para describir la primera


obra del Espíritu en hacer nacer a la iglesia del Nuevo Testamento, o para
enfatizar un aspecto de la regeneración al comienzo de la vida espiritual
de un creyente. El pueblo de Dios en todo el mundo ha sido bautizado por
el Espíritu porque Cristo ha abierto los cielos y ha derramado Su Espíritu
regenerador sobre ellos. Entonces si queremos ser bíblicos deberíamos
ser renuentes a usar la frase bautismo del Espíritu al pedir la unción del
Espíritu en la predicación de la Palabra.
Quizá sería mejor usar la forma plural de la frase. Entonces podríamos
hablar sobre Cristo derramando abundantemente Su Espíritu sobre los
hombres y las iglesias como lo ha hecho varias veces en la historia para
reavivar una congregación en declive. Anhelo escuchar que en algún lugar
Cristo ha visitado hoy a una congregación al enviar Su Espíritu para
revivirla y salvar a muchos. Siempre estamos a la expectativa de tales
noticias; sin embargo, a la vez confesamos que somos escépticos sobre los
reportes de avivamientos en lugares lejanos donde nos es imposible
verificar estos sucesos.
Con el fin de abrir tu apetito por un avivamiento para que puedas
desear tiempos mejores para la iglesia, vuelve a la descripción de una
iglesia que ha experimentado un avivamiento genuino en la página 234.
Es una descripción muy útil de lo que ocurre cuando Cristo derrama Su
Espíritu sobre Su pueblo. Tal como lo hemos dicho antes, las lenguas no
podrían haber sido la marca de un cristiano del Nuevo Testamento lleno
del Espíritu porque hablar en lenguas fue uno de esos dones por los
cuales los cristianos discrepaban entre ellos. A una persona se la había
dado ese don espiritual mientras que a otra no.
Esa descripción también es útil porque aclara los malentendidos en
relación a la así llamada segunda bendición del Espíritu. Fred Mitchell,
un farmacéutico y cristiano devoto de Bradford, Inglaterra, fue asesinado
hace cincuenta años en Calcuta. Mitchell fue un hombre piadoso que
llegó a ser presidente de la Convención Metodista en Keswick. Él creía
que por un acto de fe y dedicación, el cristiano podía entrar a una vida
más victoriosa. Podía pasar de la vida de derrota de Romanos 7 a la vida
de victoria de Romanos 8 por una acción que él escogiera tomar. Así
podemos entregarnos a Dios otra vez. La biografía de Mitchell incluye el
relato de una joven enfermera que ansiaba saber cómo podía ser llena del
Espíritu Santo. Ella habló con Mitchell sobre esto. Él le habló sobre la
consagración total de no ocultar nada de Dios y entregarle todo.

Antes de salir de la habitación tenía bastante claro que tan pronto


como consagrara todo a Dios, Él estaría esperando y dispuesto a
otorgarme el don que estaba buscando”, escribió la enfermera. “En la
sabiduría que Dios le dio, el Sr. Mitchell no me presionó para dar este
paso de fe justo ahí. No sé si él discernió que todavía había reservas. No
indagó; ¡él no era de esos que tratan de hacer la obra del Espíritu Santo
por él mismo! Me señaló el camino, dándome su testimonio, que es
confirmado por el testimonio de su vida, y así dejó las cosas.

Durante los días o semanas que siguieron, el Espíritu Santo mismo


me mostró qué era lo que estaba estorbando para que Él tomara plena
posesión de mí. Un día, mientras esperaba a una amiga, dejé ir la
última cosa que sabía que estorbaba. La respuesta de Dios fue
inmediata. Yo sabía ‘que Él había venido a Su templo’. Esa bendición
vino a un grupo de enfermeras casi al mismo tiempo, de formas
diferentes. Después siguió un periodo de bendición y testimonio que
nunca olvidaré, no solo en el hospital sino en varias capillas y misiones
de la ciudad.5

Nadie puede quedarse indiferente ante este relato. Un deseo creciente


de vivir una vida cristiana más obediente es una marca del nuevo
nacimiento, y hacer a un lado los pecados que amamos con el fin de servir
con más celo al Señor es algo que seguro todos nosotros necesitamos.
Pero el punto de vista de Keswick de la consagración absoluta no
entiende la naturaleza definitiva de la obra de Dios en cada uno de los
cristianos con el fin de que cada vez más muramos al reino de pecado.
Pablo enseña en Romanos 6 que cada cristiano debe morir al dominio de
pecado y vivir para servir a la justicia.
La “segunda bendición” de Keswick a menudo es un paso un tanto frío.
La bendición es “declarada” y “reclamada” por un acto de fe, sin ninguna
referencia a los afectos; es una decisión llana. Se invita a las personas a
pasar al frente de la iglesia donde se inclinan en oración. Después se les
dice que recibirán completa santificación. Pero la descripción de la
enfermera de Bradford sobre la bendición que ella recibió es diferente.
Tiene un toque de verdad y humildad. Ella quería más de Dios y describe
su experiencia de acuerdo a la teología que se le dio. Habló de su nuevo
celo como una vida de servicio. Mientras trabajaba para Dios, conoció
más de la gracia y el amor de Dios de lo que había conocido antes.
Es imposible dar tres condiciones para el bautismo del Espíritu Santo.
Sería tan imposible como sugerir tres métodos para regenerar a tu esposo
incrédulo o a tu hijo adolescente. Sólo podemos decir que Dios puede
conceder esta regeneración, en Su gracia. Tu deber es vivir una vida
sabia, amorosa y santa ante tus seres queridos día a día, para que ellos
sean ganados por tu mansedumbre y amabilidad. Mientras tanto, no
dejes de orar que el Espíritu venga a sus corazones; y no dudes que Dios
puede salvarlos si Él lo desea.
Considera cómo el Señor Jesús predicó y llevó a cabo milagros en las
obstinadas ciudades de Corazín y Betsaida. No hubo avivamientos en esos
lugares, ni derramamiento del Espíritu Santo, pero aún así Jesús
agradeció a Dios diciendo: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra,
porque habiendo escondido estas cosas de los sabios e instruidos, se las
has revelado a los que son como niños. Sí, Padre, porque esa fue Tu
buena voluntad” (Mt 11:25-26). Jesús se inclinó ante la soberanía de Dios.
Él complació a Su Padre en todo lo que hizo, resistió el pecado, amó a Su
prójimo como a Él mismo y predicó a las personas que Dios le dio. Sin
embargo, ni noches de oración angustiante ni meses de ayuno podían
garantizar que Corazín o Betsaida recibieran el derramamiento del
Espíritu Santo en un avivamiento.
D. Martyn Lloyd-Jones me edificó muchísimo en un sermón sobre las
grandiosas palabras de Pablo, “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”
(Fil 4:13). Lloyd-Jones declaró:

Ningún tema se discute con más frecuencia que el poder en la


predicación. “Oh, si yo tuviera poder en la predicación”, dice el
predicador y sigue en sus rodillas y ora por poder. Creo que eso es
incorrecto. Ciertamente lo es si es lo único que el predicador hace. La
manera de obtener poder en tu predicación es preparar tu mensaje con
cuidado. Estudiar la Palabra de Dios, meditarla, analizarla, ponerla en
orden, hacer tu máximo esfuerzo. Ese es el mensaje que es más
probable que Dios bendiga. Pasa lo mismo con el poder y la habilidad
para vivir la vida cristiana. Además de nuestra oración por poder y
habilidad, debemos obedecer ciertas reglas y leyes primordiales.

En resumen, Lloyd-Jones dijo:

El secreto del poder es aprender del Nuevo Testamento lo que es


posible para nosotros en Cristo. Lo que tengo que hacer es ir a Cristo.
Debo pasar tiempo con Él, debo meditar en Él, debo llegar a conocerlo.
La ambición de Pablo de conocer a Cristo me enseña que debo
mantener comunión con Cristo y me debo concentrar en conocerlo a
Él.

También debo hacer exactamente lo que Él me dice. Debo evitar cosas


que estorben mi caminar con Él. Si no guardamos las reglas
espirituales, podemos orar sin cesar por poder pero nunca lo
obtendremos. No hay atajos en la vida cristiana. En medio de la
persecución queremos sentirnos como se sintió Pablo, queremos vivir
como vivió Pablo. Debo hacer lo que Él me dice. Debo leer la Biblia,
ejercitarme, practicar la vida cristiana, vivir la vida cristiana en toda su
plenitud. En otras palabras, debo implementar todo lo que Pablo
enseña.

Debo permanecer en Cristo. Puedo hacer esto, dice Pablo, si Cristo


infunde Su fuerza en mí. Qué idea tan maravillosa. Pablo propone una
clase de transfusión de sangre espiritual. En ningún lado lo
experimenta uno más que en el púlpito cristiano. A menudo digo que el
lugar más romántico sobre la tierra es el púlpito. Domingo tras
domingo subo por las escaleras para llegar al púlpito sin saber
exactamente qué pasará. Confieso que algunas veces no espero nada;
pero de repente se me da el poder. Otras veces espero mucho por mi
preparación pero, ay, no encuentro poder. Gracias a Dios que es así. Yo
hago mi mayor esfuerzo, pero Dios controla la provisión y el poder.

Él es el médico celestial que conoce cada variación en mi condición. Él


sabe cómo estoy; Él toma mi pulso. Él conoce mis deficiencias en la
predicación; Él sabe todo. Como lo manifiesta Pablo: “Por lo tanto soy
capaz de hacer todas las cosas por medio de Aquel que me infunde
poder continuamente”.
“Esa es, entonces, la receta”, dijo Lloyd-Jones. “No agonices en
oración, suplicando a Cristo por poder. Haz lo que Él te ha pedido que
hagas. Vive la vida cristiana. Ora y medita en Él. Pasa tiempo con Él y
pídele que se manifieste en ti. Y mientras haces esto, le puedes dejar el
resto a Él. Él te dará la fuerza: ‘¡Que dure tu fuerza tanto como tus días!’
(Deuteronomio 33:25). Él nos conoce mejor que nosotros a nosotros
mismos, y de acuerdo con nuestra necesidad así será nuestra provisión.
Haz eso y podrás decir junto con el apóstol: ‘Soy capaz [fortalecido] de
hacer todas las cosas por medio de Aquel que me infunde poder
continuamente’”.6

* Moneda de la antigüedad equivalente al salario de 20 años de trabajo.


NOTAS
DE TEXTO

Capítulo 2
1. Christopher J. H. Wright, Knowing the Holy Spirit through the Old
Testament [Conociendo al Espíritu Santo por medio del Antiguo
Testamento], (Oxford: Monarch Books, 2006), p. 10.
2. Wolfhart Pannenburg, Systematic Theology [Teología Sistemática],
trans. G. W. Bromiley (Grand Rapids: Eerdmans, 1994), secc. 2, p. 77.
3. John J. Murray, John E. Marshall: Life and Writings [John E.
Marshall: Vida y Escritos], (Edinburgh: The Banner of Truth Trust,
2005), pp. 31–32.
4. Wright, Knowing the Holy Spirit [Conociendo al Espíritu Santo], pp.
38–39.
5. Wright, Knowing the Holy Spirit [Conociendo al Espíritu Santo], pp.
60-61.
Capítulo 3
1. Edward J. Young, Thy Word Is Truth [Tu Palabra Es Verdad],
(Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1963), pp. 225–226.
Capítulo 4
1. Walter J. Chantry, “A Man after God’s Own Heart” [“Un Hombre
Conforme al Corazón de Dios”], The Banner of Truth, ed. 474 (marzo de
2003), p. 32.
Capítulo 5
1. Dr. Martyn Lloyd-Jones, Spiritual Depression [Depresión Espiritual],
(Grand Rapids: Eerdmans, 1965), pp. 67-68.
2. Ichabod Spencer, A Pastor’s Sketches I [Bosquejos de un Pastor I],
(Vestavia Hills, Ala.: Solid Ground Christian Books, 2001), pp. 227–
228.
Capítulo 8
1. Donald A. Carson, Jesus and His Friends [Jesús y Sus Amigos],
(Carlisle: Paternoster, 1995), p. 49.
Capítulo 9
1. James Montgomery Boice, The Gospel of John [El Evangelio de Juan],
(Grand Rapids: Baker Books), secc. 4, p. 289.
2. Carson, Jesus and His Friends [Jesús y Sus Amigos], p. 145.
Capítulo 11
1. Steven J. Cole, “The Meaning of Pentecost: Acts 2:1–13” [“El
Significado de Pentecostés: Hechos 2:1-13”], predicado el 8 de octubre
de 2000.
www.fcfonline.org/content/1/sermons/100800m.pdf.
Capítulo 14
1. B. B. Warfield, The Person and Work of the Holy Spirit [La Persona y
Obra del Espíritu Santo], (Merrick, N.Y.: Calvary Press, 1997), p. 31.
2. William H. Parker, “Holy Spirit! Hear Us” [“¡Espíritu Santo!
Escúchanos”],
estrofa número 3.
3. Fanny Crosby, “All the Way My Savior Leads Me” [“Mi Salvador Me
Guía Todo el Camino”], estrofa número 2.
4. Ver Kris Lundgaard, The Enemy Within: Straight Talk about the
Power and Defeat of Sin [El Enemigo Dentro: Una Exposición Sin
Rodeos sobre el Poder y la Derrota del Pecado], (Philipsburg, N.J.:
P&R, 1998), p. 147ss.
5. Al Martin, “Practical Helps to Mortification of Sin” [“Ayudas Prácticas
Para Mortificar el Pecado”], Banner of Truth (julio–agosto 1972), p. 25.
6. Martin, “Practical Helps” [“Ayudas Prácticas”], p. 31.
7. Martin, “Practical Helps” [“Ayudas Prácticas”], p. 28.
Capítulo 15
1. Neil Babcock, My Search of Charismatic Reality [Mi Búsqueda de la
Realidad Carismática], (London: The Wakeman Trust, 1992), pp. 58-
59.
2. Dr. Martyn Lloyd-Jones, Authority [Autoridad], (Edinburgh: The
Banner of Truth Trust, 1984), pp. 59-61.
Capítulo 16
1. Phil Roberts, The Gift of Tongues [El Don de Lenguas], (Stoke-on-
Trent, U.K.: Tentmaker Publications, 1991), p. 5.
2. Crisóstomo, “Homilía 29 sobre 1 Corintios 12:1–2”, en Nicene and
Post-Nicene Fathers of the Christian Church [Los Padres de la Iglesia
Cristiana Nicenos y Post-Nicenos], ed. Philip Schaff (Grand Rapids:
Eerdmans, 1989), secc. 12, p. 168.
Capítulo 17
1. Citado en David Feddes, Radio Pulpit Ministry of the Back to God Hour
40, no. 3, (Ministerio del Púlpito en el programa de radio De Regreso a
la Hora de Dios), (febrero 1995): 19.
2. C. R. Vaughan, The Gifts of the Holy Spirit, (Los Dones del Espíritu
Santo), (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1975), 259–275.
Capítulo 18
1. Elias Lieberman, “It Is Time to Build” [“Es Hora de Construir”].
2. Warfield, Person and Work of the Holy Spirit [La Persona y la Obra
del Espíritu Santo], 98.
3. Francis Schaeffer, The Complete Works of Francis A. Schaeffer: A
Christian Worldview [Las Obras Completas de Francis A. Schaeffer:
Una Cosmovisión Cristiana], (Wheaton: Crossway Books, 1985), secc.
4, p. 136.
4. Schaeffer, Complete Works [Obras Completas], secc. 4, p. 142.
5. Warfield, Person and Work of the Holy Spirit [Persona y Obra del
Espíritu Santo], p. 101.
6. Warfield, Person and Work of the Holy Spirit [Persona y Obra del
Espíritu Santo], p. 105.
7. Elizabeth Elliot, “Count Your Blessings” [“Cuenta Tus Bendiciones”],
The Elizabeth Elliot Newsletter (noviembre–diciembre, 1998), p. 2.
Capítulo 19
1. Stephen Rees, una carta de la rectoría a la congregación de la Iglesia
Bautista de la Gracia de Stockport.
Capítulo 20
1. George Verwer, No Turning Back [No Hay Vuelta Atrás],
(Waynesboro, Ga.: Authentic Media, 1983), p. 107.
Capítulo 21
1. Edward Donnelly, Peter: Eyewitness of His Majesty [Pedro: Testigo
Ocular de Su Majestad], (Edinburgh: The Banner of Truth Trust, 1998),
p. 91.
2. Donnelly, Peter [Pedro], p. 92.
3. Times, 25 de junio de 2003.
4. Donnelly, Peter [Pedro], p. 92.
5. Phyllis Thompson, Climbing on Track [Escalando Según lo Planeado],
(Londres: Misión Interior de China, 1954), p. 83.
6. Dr. Martyn Lloyd-Jones, The Life of Peace: Studies in Philippians 3
and 4 [La Vida de Paz: Estudios sobre Filipenses 3 y 4], (Londres:
Hodder and Stoughton, 1990), pp. 225-227.

CONTENIDO

Prefacio


1. El Espíritu Santo: el Dios infinito y personal

2. El Espíritu Santo en el Antiguo Testamento

3. La inspiración de los profetas del Antiguo Testamento

4. La unción del Espíritu de Dios

5. La blasfemia contra el Espíritu Santo

6. Pidiendo el Espíritu

7. El Espíritu dando a luz al Espíritu

8. El Padre envía al Consejero

9. El Espíritu convence al mundo de su culpa

10. Preparándose para Pentecostés

11. La predicación de Pentecostés

12. Lo que pasó en Pentecostés

13. ¿Recibiste el Espíritu Santo?


14. El Espíritu entierra nuestro pecado e intercede por nosotros

15. Los dones del Espíritu Santo

16. El camino más excelente del amor

17. El sello del Espíritu Santo

18. El amor del Espíritu Santo

19. El Espíritu Santo y el Avivamiento

20. La autoridad del Espíritu Santo

21. El Espíritu y el ministerio

Notas de texto

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