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Comentario Antiguo Testamento Andamio

ESDRAS

David F. Burt

Coeditado por PUBLICACIONES ANDAMIO® y LIBROS DESAFÍO®

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Título: Esdras
© David F. Burt, 2014

Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de
los editores.

“Las citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS


© Copyright 1986, 1995, 1997 by The Lockman Foundation
Usadas con permiso”. (www.LBLA.com)

© PUBLICACIONES ANDAMIO
Septiembre 2014

La imagen de portada es una obra de Joan Cots


Diseño de cubierta: Fernando Caballero

Depósito Legal: B. 16426-2014


ISBN Andamio: 978-84-96551-93-0
ISBN Libros Desafio: 978-1-55883-150-6

Contenido
Prólogo
Introducción
Primera parte: La historia de Zorobabel y Jesúa (1:1–6:22)
El decreto de Ciro (1:1–4)
Preparativos para el retorno (1:5–11)
Los dirigentes del retorno (2:1–2a)
El censo: 1. El pueblo según sus clanes (2:2b–35)
El censo: 2. Los oficiales del tempo (2:36–58)
El censo: 3. El resto de los datos (2:59–70)
Excursus: Zorobabel y Cristo (Hageo 2:20–23)
Excursus: Jesúa y Cristo (Zacarías 6:9–15)
El altar restaurado (3:1–6a)
Los cimientos del templo (3:6b–13)

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Excursus: La gloria de la casa de Dios (Hageo 2:1–9)
Oposición y contratiempo (4:1–5)
Persecuciones posteriores (4:6–16)
La respuesta de Artajerjes (4:17–5:1)
Excursus: La profecía inicial de Hageo (Hageo 1:1–11)
Excursus: La profecía inicial de Zacarías (Zacarías 1:1–6)
La respuesta del pueblo a la predicación de los profetas (5:2 y Hageo 1:12–15)
La intervención de Tatnai y Setar-boznai (5:3–17)
El decreto de Darío (6:1–13)
La meta alcanzada (6:13–18)
Excursus: Visión del candelabro y los olivos (Zacarías 4:1–14)
La celebración de la Pascua (6:19–22)
Segunda parte: La historia de Esdras (7:1–10:44)
Introducción a Esdras 7–10
Esdras entra en el escenario (7:1–10)
La autorización de Artajerjes (7:11–24)
La conclusión del decreto y la reacción de Esdras (7:25–28a)
Los que regresaron con Esdras (7:28b–8:15a)
La falta de levitas (8:15b–20)
Preparativos para el viaje (8:21–30)
El retorno a Jerusalén (8:31–36)
El escándalo de los matrimonios mixtos (9:1–2)
Excursus: Malaquías y los divorcios en Israel (Malaquías 2:1–16)
La reacción de Esdras (9:3–5)
La oración de Esdras (1) (9:6–9)
La oración de Esdras (2) (9:10–15)
La respuesta del pueblo a la oración de Esdras (10:1–6)
La gran asamblea de Jerusalén (10:7–15)
La investigación (10:16–44)
Las reformas de Esdras
Apéndices
Bibliografía

Prólogo
Hay muchos cristianos que a menudo se sienten desorientados cuando leen el

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Antiguo Testamento. ¿Qué hacemos con estas tres cuartas partes de la Biblia? Es como
si de alguna manera tuvieran menos que ver con nuestras vidas, que el Nuevo
Testamento. Su contexto nos parece demasiado lejano. Y su literatura muy diferente a
la que conocemos hoy. Porque la verdad es que no hay mucha gente que lea leyes,
códigos, oráculos contra naciones extranjeras, o poesía sin rima…
Es cierto que nos gustan algunas de sus historias. Nos identificamos con sus
personajes, tentaciones y conflictos. Participamos de la misma realidad de pecado y
obediencia, éxito y fracaso… Pero ¿es esto lo que quieren decir estas historias? ¡Todo
parece tan subliminal! Porque bien visto, si somos cristianos, ¿no es el Nuevo
Testamento, el que nos habla principalmente de Jesucristo, como nuestro Salvador?
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y
diligentemente indagaron acerca de esta salvación, escudriñando qué persona y qué
tiempo indicaba el Espíritu de Cristo que estaba en ellos, el cual anunciaba de
antemano los sufrimientos de Cristo, y las glorias que vendrían tras ellos. A éstos se les
reveló que no para sí mismo, sino para nosotros, administraban las cosas que ahora os
son anunciadas por los que os han predicado el evangelio por el Espíritu Santo enviado
del cielo; cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:10–12).
Los profetas indagaron acerca de esto; los ángeles anhelaban verlo; y los discípulos,
no lo entendían; pero Moisés, los profetas y todas las Escrituras del Antiguo
Testamento hablaban de ello (Lucas 24:25–27): Jesús tenía que venir y sufrir, para ser
después glorificado. Él no vino sin ser anunciado. Su llegada fue declarada con
antelación en el Antiguo Testamento. Pero no sólo en aquellas profecías que
explícitamente hablan del Mesías, sino por medio de las historias de todos los sucesos,
personajes y circunstancias del Antiguo Testamento.
Dios comenzó a contar una historia en el Antiguo Testamento, cuyo final se
esperaba con impaciencia. Desarrolló el argumento, pero faltaba la conclusión. En
Cristo, Dios ha llevado el relato del Antiguo Testamento a su culminación. Los cristianos
aman por eso el Nuevo Testamento. Pero Dios estaba contando una sola historia, que
se extiende a lo largo de todas las páginas de la Biblia. Desde Génesis a Apocalipsis, Dios
desvela progresivamente su plan de salvación.
La Biblia, tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento, presentan una sola
revelación de Dios, centrada en Cristo. Cuando estudiamos los diferentes géneros,
estilos y enseñanzas de cada libro, vemos que anuncian y señalan a Cristo. El carácter
cristocéntrico de la Biblia puede parecer “oculto en el Antiguo Testamento”, como
decía Agustín, pero es “revelado” en el Nuevo. Ver la relación entre Antiguo y Nuevo
Testamento es clave para comprender la Biblia.
El Antiguo Testamento nos revela a Jesús. El Dios de Israel es el Dios encarnado en
Jesús: “El mismo, ayer, y hoy y por los siglos” (Hebreos 13:8). La Biblia de Jesús es el
Antiguo Testamento. Los apóstoles se refieren continuamente a él. Porque el Antiguo
Testamento no es sólo para Israel. ¡Es para nosotros! Nos enseña acerca de Dios y su
propósito en la Historia, pero también sobre nuestra propia vida.

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¿Para qué sirve un comentario bíblico?
Aunque hay algunos cristianos que todavía se enorgullecen de no usar nunca un
comentario, cada vez son más los creyentes que aprecian esa literatura que está
específicamente destinada a exponer y analizar el texto bíblico. Pocas herramientas hay
tan fundamentales en la vida de un predicador, pero también de muchos cristianos con
inquietudes por profundizar en el estudio de las Escrituras, que esos libros que
denominamos comentarios bíblicos.
El problema es que hay muchos tipos de comentarios. Y no son pocos los que se
decepcionan al comprar un libro que luego no les ofrece la ayuda deseada. Es
importante por eso considerar qué clase de comentario necesitamos, antes de iniciar la
búsqueda de algún titulo que nos ayude a entender mejor determinada porción de la
Biblia.
Conviene recordar en ese sentido, una vez más, que los comentarios son útiles, pero
ninguno puede sustituir a la Escritura misma. Así que debemos consultar primero
diferentes traducciones —si no conocemos los idiomas bíblicos—, tomándonos tiempo
para orar y meditar en la Palabra de Dios, antes de usar cualquier modelo de
comentario.
Hay básicamente dos enfoques difícilmente combinables en la literatura expositiva
de la Biblia. Uno pretende acercarse al texto con el mayor rigor exegético posible. Por lo
que, en un lenguaje bastante técnico, intenta aclarar el sentido de cada palabra en su
contexto original. Y otro busca más bien presentar el mensaje de cada libro,
esforzándose en aplicar su sentido a la vida personal y social del lector contemporáneo.
Entre medio, hay, por supuesto, una enorme variedad de textos que oscilan entre una y
otra dirección, pero generalmente podemos distinguir estos dos tipos de comentarios.

¿Qué es un comentario evangélico?


Aquellos que tenemos la extraña costumbre de leer los comentarios bíblicos de
principio a final —o sea, de la primera a la última página, como cualquier otro libro—,
observamos cómo el estilo de muchos exégetas se va haciendo cada vez más farragoso
y oscuro, hasta el punto de resultar casi ilegible. La estructura de muchas colecciones
actuales se ha vuelto tan complicada e incomprensible, que sus divisiones parecen
multiplicarse indefinidamente. Cuesta entender la lógica de tantas secciones y
apartados, sobre todo cuando acompañan unos textos realmente inaccesibles, capaz de
desanimar a cualquiera que vaya a estos comentarios para aclarar sus dudas…
Porque lo peor de muchos comentarios modernos, es su lenguaje. La jerga de la
crítica bíblica, no sólo es difícil de traducir, sino que parece que ya no la entienden ni
siquiera los especialistas —a juzgar por las interpretaciones que hacen unos de otros,
cuando se quejan de que les malentienden—. Todo parece que se ha convertido en un
inmenso galimatías, donde la complejidad se confunde con la erudición…

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Basta leer los antiguos comentarios, para ver cómo es posible exponer un texto con
claridad, a pesar de su evidente dificultad… Los que leemos una gran variedad de
comentarios, para preparar un estudio o una exposición bíblica, nos encontramos con
que no solamente los críticos son difíciles de leer, sino que la lectura de algunos autores
evangélicos actuales, que buscan el reconocimiento académico, se ha convertido
también en un verdadero suplicio…
Hay series de comentarios evangélicos, incluso norteamericanos —cuya literatura
ha sido siempre conocida por su sentido práctico—, cuyo contenido carece de
aplicación alguna. Su teología es dudosa, y claramente difícil de distinguir de otros
autores protestantes, que son a veces peores que algunos eruditos católicos, alguna
que tratan con más respeto el texto bíblico, y tienen más carácter devocional que
algunos comentarios evangélicos. ¡Vivimos tiempos extraños!

La Biblia habla hoy


Es, por lo tanto, refrescante encontrarse con una serie de comentarios como esta,
claramente inspirada en la colección The Bible Speak Today de Inter-Varsity Press. La
mayor parte de los libros pertenece a esta colección, pero no en su totalidad. Esta
colección sobre el mensaje de los libros del Antiguo Testamento, que ahora traduce al
castellano Publicaciones Andamio, está editada por veteranos predicadores, como Alec
Motyer o Raymond Brown. La erudición de estos hombres no tiene nada que envidiar a
la de algunos jóvenes profesores evangélicos, pero su fuerza y claridad están a años luz
de muchos autores actuales, más preocupados por las notas a pie de páginas y las
referencias bibliográficas, que por la comprensión del texto bíblico. Necesitamos
comentaristas como ellos, llenos de sabiduría, pero también de pasión por el mensaje
de la Escritura.
Es cierto que esta no es una serie de comentarios bíblicos que desarrollen los libros
siguiendo el texto versículo a versículo. Como su titulo inglés indica, se centran en su
mensaje, aunque hay pocos libros tan útiles como estos, para comprender el sentido de
cada sección y libro en su totalidad. Lo que tenemos aquí es una comprensión global de
cada texto que nos lleva inmediatamente a la actualidad, considerando su valor práctico
y aplicación para la vida del creyente.
También hay autores jóvenes en esta colección, como Chris Wright, que ha
enseñado mucho tiempo el Antiguo Testamento en un centro bíblico orientado a la
tarea misionera (All Nations Christian College), antes de dedicarse en Londres a la
fundación de cooperación internacional Langham (que fundó John Stott para mantener
proyectos de educación en todo el mundo).
La visión de la profecía de estos autores está lejos de las especulaciones
escatológicas de tantos autores populares, que juegan con el texto bíblico para dar su
propia interpretación del mundo, siguiendo las más caprichosas identificaciones, para
leer la Biblia a la luz del telediario. Su enfoque es riguroso, claramente arraigado en el
contexto histórico, pero lleno de referencias al mundo actual. Lo mismo cita una

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canción de U2 que analiza el mapa del Templo.
Algunas obras, como la de Motyer sobre Isaías, no pertenece en realidad a la serie
The Bible Speak Today de Inter-Varsity, aunque está publicada por esta editorial. Es un
comentario al que dedicó toda su vida, basado en su propia traducción y meditación
durante años. Para muchos, no hay duda de que se trata de una obra maestra, un
trabajo magistral, en una línea radicalmente diferente a la mayor parte de los
comentarios que se hacen hoy en el mundo evangélico en un contexto académico.
Algunos de los comentarios, por otro lado, pertenecen a la colección Tyndale
también de Inter-Varsity. Otros son de autores que consideramos “nuestros”, como
David F. Burt, que han escrito algunos comentarios de un nivel excelente.

La Palabra eterna
Estos libros parten de los presupuestos clásicos de la teología evangélica, como es la
unidad del texto y su mensaje cristocéntrico. Se atreven a veces incluso a prescindir de
toda referencia crítica, para concentrarse en el sentido del texto, que explican con
claridad y pasión evangélica. Estas obras están destinadas por eso a ser libros de
referencia durante años, siendo apreciadas por muchas generaciones, que descubrirán
en su trabajo una obra perdurable, que trasciende las absurdas polémicas entre uno y
otro autor de esta generación, para desvelarnos el verdadero mensaje del libro.
La publicación de estas obras nos da, en este sentido, un modelo de lo que debe ser
un comentario evangélico. Cuando muchos de los libros que abundan en este tiempo,
sean finalmente olvidados, las obras que seguirán atrayendo al lector del futuro, son las
que transmitan el mensaje de la Palabra eterna, más allá de modos y modas, sobre los
que prevalece el espíritu de la época.
Estos autores muestran una capacidad excepcional para sintetizar lo que otros
hacen en multitud de páginas de oscuro contenido. Su extraordinaria claridad se ve
resaltada a veces por una increíble genialidad para dividir el texto en unos
encabezamientos tan atractivos, que uno no puede resistirse a la tentación de
repetirlos en su propia exposición. Son comentarios ideales, porque animan a predicar
estos libros de la Escritura.
Alguien ha dicho que nunca se debería escribir un comentario sobre un texto
bíblico, que no se haya predicado. Es más, los comentarios que resultan más útiles a los
predicadores, son aquellos que están escritos por predicadores. Y eso es lo que son los
autores de estos libros, maestros que piensan que es más importante comunicar la
Palabra de Dios, que obtener un prestigio académico. Son servidores de la Iglesia, pero
anunciadores también al mundo de la Buena Noticia que hay en este Libro.
Estas obras son una excelente ayuda para estudiar la Biblia y exponerla, en nuestra
lengua y generación. Esperamos con impaciencia todos los títulos de esta colección,
deseando que sean usados por muchos predicadores y lectores de la Escritura, para
anunciar el Evangelio a un mundo y una Iglesia necesitada de la Palabra viva, puesto
que Dios sigue hablando hoy por su Palabra y su Espíritu.

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José de Segovia

Introducción
Creyentes fieles en medio de una sociedad sincretista
Un poco de historia
A finales del siglo VII antes de Cristo, el pequeño reino de Judá se encontraba
incómodamente situado entre las dos superpotencias de aquel momento: Egipto y
Babilonia (que ya estaba predominando sobre Asiria). En el año 609, cuando el faraón
egipcio, Necao II, se dirigía hacia Carquemis para batallar contra los babilonios, Josías,
rey de Judá, salió a su encuentro y, habiendo rehusado la paz ofrecida por aquel, fue
herido mortalmente en batalla (2 Reyes 23:29–30; 2 Crónicas 35:20–27). Joacaz, el hijo
mayor de Josías, fue llevado como rehén a Egipto, y su hermano menor, Eliaquim, fue
colocado en el trono de Judá por Necao, quien le dio un nombre nuevo, Joacim (2 Reyes
23:31–34; 2 Crónicas 36:1–5). Así, Judá se convirtió en reino satélite de Egipto (2 Reyes
23:35).
Necao reemprendió la marcha hacia el norte y logró capturar Carquemis y
convertirla en base desde la cual hostigar a los babilonios. Pero, en mayo o junio del
año 605, Carquemis fue conquistado por los babilonios en un ataque sorpresa y las
tropas egipcias fueron totalmente derrotadas en una terrible batalla cuerpo a cuerpo
(Jeremías 46:2). Entonces, el nuevo rey babilonio, Nabucodonosor II, emprendió marcha
hacia el sur con la intención de conquistar los territorios dominados hasta aquí por el
enemigo. De paso decidió eliminar al aliado de Egipto, el rey de Judá: Joacim fue
conducido encadenado a Babilonia (2 Crónicas 36:6; Daniel 1:1), juntamente con otros
rehenes aristocráticos, entre ellos Daniel y sus amigos (Daniel 1:3–7). Nabucodonosor
penetró en el templo de Jerusalén y mandó llevar a Babilonia, a la tesorería de su dios,
los utensilios de oro y plata que encontró allí (Daniel 1:2).
Judá se convirtió ahora en reino vasallo de Babilonia. El breve reinado de Joaquín (o
Jeconías), hijo de Joacim (2 Crónicas 36:9–10), acabó cuando, en el año 598, el ejército
babilónico volvió a entrar en Jerusalén, llevando cautivos a Babilonia no solamente a
Joaquín, sino a diez mil “hombres valientes” y “todos los artesanos y herreros” (2 Reyes
24:14). Entre ellos estaba el profeta Ezequiel (Ezequiel 1:1–2). Entonces, los babilonios
colocaron en el trono a Matanías, hermano de Joacim y tercer hijo de Josías (597–587 a.
C.), y cambiaron su nombre a Sedequías. Pero, unos tres años después de subir al trono,
Sedequías aprovechó una sublevación en Babilonia para intentar liberarse del yugo
babilónico y volvió a buscar alianza con los egipcios (2 Crónicas 36:11–16). El resultado
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fue que, en el año 588, Nabucodonosor volvió a invadir Judá y sitió Jerusalén por
tercera vez (2 Reyes 25:1–2).
En julio del año 586, cuando los habitantes de Jerusalén ya morían de hambre (2
Reyes 25:3), la ciudad cayó ante el ejército de Nabucodonosor. La venganza de los
babilonios fue terrible: hubo grandes matanzas de gente sin respetar a niños ni a
ancianos, las casa fueron quemadas, las murallas de la ciudad derribadas y el templo de
Dios fue totalmente destruido (2 Crónicas 36:17–19). Los judíos que no habían caído en
las matanzas fueron llevados cautivos a Babilonia (2 Crónicas 36:20–21). Pero en el
camino, al llegar a Ribla, el cuartel de Nabucodonosor, los babilonios hicieron una
terrible “limpieza étnica”: los hijos de Sedequías fueron degollados en su presencia,
juntamente con los “príncipes de Judá”, y a Sedequías mismo le sacaron los ojos y lo
llevaron ciego a Babilonia (Jeremías 52:9–11; 2 Reyes 25:6–7). Entre los que murieron
en Ribla estaba el sumo sacerdote, Seraías, padre de Josadac, padre de Jesúa (2 Reyes
25:18–21; Jeremías 52:24–27). Sedequías murió en la cárcel de Babilonia, pero, después
de la muerte de Nabucodonosor en el año 562, su sucesor, Evil-merodac (561–560),
tuvo piedad de Joaquín, lo sacó de la prisión y le dio honores de acuerdo con su
dignidad real (2 Reyes 25:27–30).
Ahora bien, la destrucción de Jerusalén y el cautiverio babilónico se debieron a la
infidelidad de los judíos y al hecho de que no prestaran atención a las advertencias de
los profetas de Dios, especialmente de Jeremías. Pero este había profetizado no
solamente la destrucción de Jerusalén a manos de los babilonios, sino también la
restauración de un remanente de Israel después de setenta años.
En el año 539, cayó el imperio babilónico y subió al poder imperial Ciro de Persia.
Acto seguido, él proclamó que los judíos que así lo desearan podían volver del exilio y
reconstruir el templo en Jerusalén (2 Crónicas 36:22–23). Los seis primeros capítulos del
libro de Esdras narran la historia de este primer retorno del exilio bajo el liderazgo de
Zorobabel y las vicisitudes que los judíos tuvieron que superar antes de que,
finalmente, la reconstrucción del templo terminara en el año 516.
Sin embargo, para que los judíos pudieran volver a ser auténtico pueblo de Dios, era
necesario no solamente que lo adoraran en su templo, sino también que obedecieran
en todo su Ley. Pero, de momento, seguían bajo la legislación de Persia. Entonces, en el
año 458, el emperador Artajerjes dio permiso al escriba Esdras, “experto en la ley de
Moisés” (7:6), para que encabezara un nuevo grupo de exiliados en su retorno a
Jerusalén con la finalidad expresa de establecer en Judá la jurisdicción de la Ley de Dios.
Los cuatro capítulos finales del libro de Esdras narran de historia de este nuevo retorno
y de los contratiempos que tuvieron que ser superados para que la nación recuperara
sus dos características esenciales.

Esdras, un libro poco conocido


El libro de Esdras no es precisamente el texto bíblico más estudiado, meditado y
amado en el mundo cristiano de principios del siglo XXI. Al contrario, para muchos

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cristianos es prácticamente un libro desconocido. Nombras a Zorobabel o a Jesúa en
una congregación típica de hoy, y la gente te mira perpleja y desconcertada. Mientras
que Nehemías es el héroe de muchos estudios y libros sobre el liderazgo, su amigo y
contemporáneo Esdras es olvidado e ignorado.
No cabe duda de que el libro de Esdras es un texto poco accesible, con un
protagonista (o, mejor dicho, una serie de protagonistas) cuyo carácter no refleja las
virtudes más apreciadas en la actualidad. Esdras era sacerdote y nosotros vivimos en un
mundo que concede poca importancia al clero. Era un hombre algo introvertido y
propenso al desánimo, mientras que los héroes de nuestra generación son hombres de
acción, seguros de sí mismos, que nunca se encerrarían en su habitación para llorar
como él hizo. Esdras tenía firmes convicciones morales y religiosas que la sociedad
permisiva en la que vivimos tomaría por intransigentes. En fin, Esdras es un personaje
que no “vende”.
Además, el libro que lleva su nombre no es de fácil lectura. Para empezar, es un
libro de historia y, para entenderlo bien, necesitamos penetrar en el mundo de la Persia
antigua. Para cualquier entusiasta de la historia, resultará un libro fascinante; pero la
historia no gusta por igual a todos los lectores de la Biblia. Más aún, Esdras es una
historia escrita por alguien que tuvo acceso a los archivos imperiales y que hizo serias
investigaciones documentales para apoyar la veracidad de los hechos narrados. El
resultado es emocionante para todo aquel que disfruta de la historia bien trabajada,
pero puede resultar un tanto pedante para el lector común. Algunas secciones de su
libro rezuman el lenguaje pomposo y protocolario de la corte imperial. Hay largas citas
de documentos oficiales, citas que solo un funcionario es capaz de amar, pues son tan
opacas y cansinas como los textos del Boletín Oficial del Estado.
Por si esto fuera poco, el autor tiene una especial predilección por los registros y las
listas: en el libro de Esdras encontramos listas de los utensilios que Ciro y Artajerjes
devolvieron al templo de Jerusalén, listas de los nombres de los exiliados que volvieron
con Zorobabel y con Esdras, de los sacerdotes, de los levitas, de los cantores, porteros y
sirvientes del templo, de los animales llevados por los exiliados, de las diversas
manifestaciones de oposición a la construcción del templo, etc. De hecho, si sumamos
los versículos dedicados a estas listas (111) y los versículos que citan documentos
oficiales (44), descubrimos que más de la mitad del texto del libro (en total, 280
versículos) se compone de esta clase de datos administrativos. En fin, se ve que el libro
fue redactado por un burócrata, alguien con mente de funcionario que necesita
clasificar y ordenar sus materiales.
Luego tenemos que añadir otras consideraciones que vienen a complicar (¡o
enriquecer, según como se mira!) el estudio de Esdras. Son varios los libros bíblicos,
además de este, que versan sobre los inicios del imperio persa, sobre el retorno de los
judíos del exilio babilónico, sobre la reconstrucción del templo de Jerusalén y la
restauración de la ciudad y sobre la instauración de los cultos y sacrificios levíticos. El
libro de Esdras cubre un período de la historia que va desde el reinado de Ciro hasta el
de Artajerjes, aproximadamente desde el 539 hasta el 450 a. C., es decir, un período de
casi noventa años. Dentro de este período, caen asimismo algunas partes del libro de
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Daniel y la totalidad de los libros de Nehemías, Ester, Hageo, Zacarías y Malaquías.
Como iremos viendo, el estudio de Esdras nos obliga también a adentrarnos en estos
otros libros. De hecho, nuestro entendimiento del mensaje de Esdras no será adecuado
si no leemos la narración histórica que encontramos en él desde la óptica de las
profecías de Hageo, Zacarías y Malaquías. La lectura de los profetas no es comprensible
sin el trasfondo histórico ofrecido por Esdras; pero la lectura de Esdras queda pobre y
superficial si los hechos históricos narrados en él no están iluminados por el mensaje
espiritual de los profetas. Por eso, el estudio del libro de Esdras, de por sí complejo y
exigente, requiere la complicación añadida de la constante consulta de estos otros
textos. El ejercicio no es fácil, pero, si estamos dispuestos a esforzarnos, lo
encontraremos enormemente enriquecedor.

¿Un solo libro o dos (o tres o cuatro o cinco)?


¿Pero de qué estamos hablando cuando hablamos del “libro de Esdras”? El texto
que aparece en las Biblias de hoy ¿debe ser considerado como un solo libro, o como
parte de un libro más grande o como dos libros distintos? Desde luego, una lectura
somera del texto nos indica enseguida que consta de dos partes bien diferenciadas
entre sí. La primera (capítulos 1 a 6) cubre un período de unos veinte años, desde el 538
hasta el 516 a. C., y, como ya hemos dicho, narra la historia del retorno a Jerusalén del
primer grupo de judíos exiliados, bajo el liderazgo de Zorobabel y con el fin de
reconstruir el templo. La segunda parte (capítulos 7 a 10) narra el retorno de un
segundo grupo de exiliados en el año 458 a. C. bajo el liderazgo de Esdras, con el fin de
implantar la jurisdicción de la ley de Dios. La primera historia tiene lugar en los reinados
de Ciro y Darío; la segunda, en el reinado de Artajerjes. Aunque ambas están incluidas
en el libro de “Esdras”, en realidad Esdras no entra en el escenario hasta el capítulo 7.
Entre las dos partes del libro se produce un espacio de casi sesenta años, espacio en el
cual debemos insertar otros textos bíblicos como el libro de Ester y, probablemente, el
de Malaquías. El solo hecho de este largo intervalo casi nos invita a tratar las dos partes
del texto como escritos independientes.
Pero, por otro lado, la historia narrada en el libro de Esdras enlaza directamente con
la de Crónicas y Nehemías. De hecho, el último párrafo de 2 Crónicas es casi idéntico al
primer párrafo de Esdras, y el estilo literario de Esdras es similar al de Crónicas, lo cual
ha hecho creer a algunos comentaristas que Crónicas, Esdras y Nehemías fueron
escritos por un mismo autor. Además, los libros de Esdras y Nehemías solían ocupar un
único rollo en las sinagogas, lo cual sugiere que eran concebidos como una sola historia
continua e, incluso, que pueden haber formado un solo libro en el canon hebreo. Desde
luego, si hiciéramos una división de este rollo en dos partes por consideraciones
cronológicas, sería más lógico tratar la historia de Zorobabel como narración
independiente y, en cambio, unir la historia de Esdras con la de Nehemías, porque estos
dos eran contemporáneos. De hecho, Esdras mismo aparece en la historia de Nehemías
(Nehemías 8:2, 6; 12:1, 13, 26, 36). Esta última consideración ha hecho suponer a

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algunos expertos que la sección del Libro de Nehemías en la que Esdras lee el libro de la
ley de Moisés e introduce grandes reformas (Nehemías 7:73b–10:39) pertenece en
realidad a las memorias de Esdras y debe leerse a continuación del libro de Esdras,
mientras que el resto de Nehemías (es decir, Nehemías 1:1–7:73a y 11:1–13:31) podría
haber circulado inicialmente como texto independiente.
Por otra parte, es bastante evidente que los libros de Esdras y Nehemías fueron
escritos como dos documentos independientes. Sin ir más lejos, podemos señalar que
Esdras 2 y Nehemías 7 son casi idénticos, repetición que sería impensable si se tratara
inicialmente de un solo libro escrito por un único editor.
En realidad, lo lógico sería tratar los libros de Esdras y Nehemías o bien como un
solo libro con el título de Tres historias acerca del retorno del exilio babilónico, o bien
como tres libros independientes:
(1) La historia de Zorobabel y Jesúa, y la construcción del templo (Esdras 1:1–6:22).
(2) La historia de Esdras y la instauración de la ley de Dios (Esdras 7:1–10:44 y
Nehemías 7:73b–10:39).
(3) La historia de Nehemías y la construcción de las murallas de Jerusalén (Nehemías
1:1–7:73a y 11:1–13:31).
Y, por si todo lo dicho fuera poco, debemos tomar en consideración la existencia de
dos libros apócrifos, que suelen llamarse 1 Esdras y 2 Esdras. 2 Esdras no tiene mucho
interés porque se trata de un documento de fecha tardía. Pero 1 Esdras es de más valor
(como veremos al adentrarnos en el comentario). Escrito en un griego elegante, se
compone esencialmente de 2 Crónicas 35–36, Esdras y Nehemías 7:73b–8:12,
juntamente con la adición de otros episodios de carácter legendario y de tipo
sapiencial. Su relación con los libros canónicos es un asunto complejo que ha suscitado
mucho debate. Algunos opinan que refleja un texto hebreo superior al texto
masorético, si bien las libertades tomadas en la traducción y la poca verosimilitud de los
episodios añadidos hacen que en general sea poco fiable. Sin embargo, sirve de punto
de contraste para algunos pasajes en los que el texto de Esdras es oscuro. Su principal
interés estriba en que demuestra que las generaciones posteriores de judíos tuvieron
en muy alta estima la persona de Zorobabel.
En resumidas cuentas, nos parece que la mejor manera de entender los libros de
Esdras y Nehemías es suponer que se trata de tres documentos iniciales que han sido
reunidos por un editor posterior. Los tres documentos serían:
1. La historia del primer retorno bajo Zorobabel y Jesúa, y la reconstrucción del templo
de Jerusalén (Esdras 1:1–6:22). Si esta historia ha sido incorporada por el editor al
libro de Esdras, seguramente es porque de alguna manera se solía asociar a Esdras
en aquel entonces, probablemente porque Esdras fue su autor.
2. Las memorias personales de Esdras y la historia de la instauración de la ley de Dios
(Esdras 7:1–10:44; Nehemías 7:73b–10:39).
3. Las memorias personales de Nehemías y la historia de la construcción de las
murallas de Jerusalén (Nehemías 1:1–7:73a y 11:1–13:31).
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El presente comentario versará sobre los dos primeros documentos.

Un poco más de historia


Así pues, hacemos bien en entender que, juntos, los libros de Esdras y Nehemías
nos cuentan la historia del regreso de los judíos del exilio babilónico, regreso que tuvo
tres fases principales. ¡Dato curioso! Tal y como hemos visto, la deportación inicial de
los judíos a Babilonia también tuvo tres episodios (al menos, son tres los que
encontramos en las Escrituras), los cuales cubrían un período de casi veinte años:
1. Primera deportación de rehenes en el año 605, en el reinado de Joacim (Daniel 1:1).
2. Segunda deportación de rehenes en el año 598/597, en el reinado de Joaquín (2
Reyes 24:10–12).
3. Tercera y definitiva deportación tras la caída de Jerusalén en el año 587/586, en el
reinado de Sedequías (2 Crónicas 36:11–21).
Ahora, el retorno de Babilonia a Jerusalén, que en la narración de Esdras/Nehemías
parece seguido, en realidad cubrió un período de unos cien años y se llevó a cabo en
tres momentos distintos y con tres propósitos diferentes. Las dos partes de Esdras
(1:1–6:22 y 7:1–10:44) y el libro de Nehemías se corresponden, respectivamente, con
estos tres retornos. Volvamos a recordar cuáles fueron:

Primer retorno
El regreso del primer grupo tuvo lugar en el año 538 por concesión del rey Ciro. Este
grupo lo encabezaron el príncipe Zorobabel y el sumo sacerdote Jesúa, y tuvo el
cometido expreso de reconstruir el templo de Dios en Jerusalén y reinstaurar el culto
levítico. El templo fue completado en el año 516. Esta historia se narra en Esdras
1:1–6:22.

Segundo retorno
El regreso del segundo grupo tuvo lugar ochenta años después del primero, en el
año 458 y por concesión del rey Artajerjes. Fue encabezado por el sacerdote Esdras y su
objetivo era instituir la ley de Moisés como legislación vigente en Judá y Jerusalén. Esta
historia se narra en Esdras 7:1–10:44.

Tercer retorno
El regreso del tercer grupo tuvo lugar también en el reinado de Artajerjes,
concretamente en el año 445. Lo dirigió el copero real Nehemías, quien se proponía
reconstruir las murallas de Jerusalén. Esta historia se narra en el Libro de Nehemías.
Ha de destacarse que entre el primer retorno y el segundo debemos situar el
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reinado de Asuero, la historia del libro de Ester y la referencia a la oposición sufrida por
los judíos en Esdras 4:6. Asimismo, en torno al segundo retorno debemos situar la
oposición narrada en Esdras 4:7–23.

Autor y fecha
El libro de Esdras es anónimo. Es decir, el libro mismo no nos dice explícitamente
quién fue el autor. Por tanto, si se demostrara que Esdras no es el autor, no
representaría ningún problema para los que defendemos la veracidad y la fiabilidad de
las Escrituras.
Sin embargo, toda la evidencia interna (además de la tradición hebrea) apunta a
que la existencia del libro se debe a la persona del propio Esdras. Siempre hay algunos
(¡cómo no!) que tienen que buscar los tres pies del gato y proponer una autoría
alternativa. Por ejemplo, durante un tiempo prosperó la idea de que el libro era un
panfleto chovinista de autor anónimo, escrito hacia finales del siglo IV a. C. con la
finalidad de hacer frente a la oleada de helenismo que inundaba Palestina a raíz de las
conquistas de Alejandro Magno. Sin embargo, el descubrimiento de unos papiros
procedentes de la comunidad hebrea de Elefantina en Egipto ha dado al traste con esta
idea, pues se trata de documentos del siglo V, escritos en arameo y lingüísticamente
similares a Esdras y Nehemías. Hoy en día, prácticamente todo el mundo acepta que
todo el libro de Esdras fue escrito en el siglo V o a principios del IV. Además, muy pocos
cuestionarían la idea de que el grueso de la segunda mitad del libro de Esdras
(7:1–10:44) se compone de memorias escritas por Esdras mismo como testigo personal
de los episodios narrados. Gran parte de esta sección (7:27–9:15) está escrita en
primera persona y el resto tiene a Esdras por protagonista. Lo lógico, pues, es suponer
que el propio Esdras fue el autor, aunque es muy posible que otra persona haya
participado en la edición final del texto. Por ejemplo, es poco probable que Esdras
mismo careciera de modestia y se llamara a sí mismo “escriba experto en la ley de
Moisés” (7:6; cf. 7:10). Los capítulos 7 a 10 de Esdras están escritos mayormente en
primera persona, lo cual indica la mano de Esdras mismo; pero algunas partes (7:1–26;
10:1–44) están escritas en tercera persona, lo cual sugiere la mano del editor. Pero,
desde luego, aun postulando que otro editor haya hecho los últimos retoques del libro,
es obvio que esta persona tenía a mano el testimonio escrito del propio Esdras y que
tiene que haber sido alguien muy allegado a él.
¿Y la primera parte del libro? Como ya hemos señalado, está compuesta en gran
medida de recopilaciones de documentos procedentes de los archivos imperiales de los
reyes Ciro y Darío, así como de listas de objetos (utensilios del templo) y de personas
(los exiliados que volvieron del cautiverio). Todos estos documentos versan sobre el
retorno del exilio del primer grupo de judíos con el fin de reconstruir el templo, y sobre
las maneras como los enemigos intentaron impedir su labor. Los textos añadidos por el
editor para dar sentido y coherencia a estos documentos son relativamente escuetos
(1:1; 1:5–8; 1:11b; 2:68–70; 3:1–4:5; 4:24; 5:1–5; 6:1–2; 6:13–22). Mayormente, el

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editor permite que los documentos hablen por sí mismos.
¿Pero quién fue ese editor? Evidentemente, tiene que haber sido un judío piadoso,
porque los textos añadidos están llenos de referencias a la bondadosa providencia de
Dios. Por otro lado, tuvo que ser alguien con acceso al rey, quizás un funcionario de la
corte, para poder copiar documentos de los archivos reales. En otras palabras, debe
haber sido alguien como Esdras, un judío temeroso de Dios que tenía acceso al rey
Artajerjes (7:6b). Y, si tiene que haber sido alguien como Esdras, ¿por qué desestimar
que fuera Esdras mismo? Él, desde luego, es el candidato más acreditado.
Si aceptamos esta atribución, entonces lo más probable es que Esdras escribiera su
libro en algún momento entre la expulsión de las mujeres extranjeras narrada en el
capítulo 10 (hacia 456 a. C.) y la llegada de Nehemías a Jerusalén (444 a. C.).

La interpretación de la historia de Zorobabel y Jesúa


Puesto que el libro de Esdras utiliza escritos de varios autores y de diversas
categorías, surge la cuestión de las fuentes y de la competencia del autor/editor. En
cuanto a la segunda parte del libro (la historia de Esdras), no existe demasiada
controversia. Pero, respecto a la primera parte (la historia de Zorobabel y Jesúa), hay
básicamente dos maneras de apreciar el texto:
1. Como una narración coherente, bien elaborada y editada de manera competente
por Esdras, con la sola necesidad de entender que 4:6–23 debe leerse “entre
paréntesis”, como un texto insertado fuera de su orden cronológico a fin de
establecer una relación de las diferentes intervenciones de los enemigos.
2. Como una recopilación mal organizada y confusa de documentos procedentes de
diversas fuentes y que se refieren a diferentes momentos. Según esta lectura, es
necesario analizar cada sección del texto para conocer su procedencia y establecer
su significado. No se puede leer el texto como una narración continua y coherente.
Por ejemplo:
• En Esdras 1, el protagonista no es Zorobabel, sino Sesbasar. Este es el dirigente
del primer retorno. Zorobabel se encargó de un grupo posterior. Pero el editor
deja confusa la relación entre los dos grupos y los dos líderes.
• Esdras 2 es una recopilación de diferentes textos y debe ser entendido no como
el censo de los que volvieron con Zorobabel, sino como la relación de todos los
que volvieron en diferentes ocasiones (entre 538 y 515 a. C.).
• Esdras 3:1–4:5 es una narración independiente. Como consecuencia, 3:8–13 no
describe un episodio anterior a Esdras 5 y 6, sino que debe ser leído como si los
dos textos describieran el mismo episodio.
Evidentemente, esta segunda lectura nos obliga a suponer cierta torpeza, por no
decir incompetencia, en el autor, y a hacer importantes enmiendas al texto. Por
tanto, no resulta nada atractiva para quienes creemos en la fiabilidad e inspiración
divina del canon bíblico.
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3. Pero, si bien la primera lectura me parece acertada hasta donde llega, creo que no
va suficientemente lejos. Si se lee el texto con independencia del resto de la Biblia,
resulta no ser más que una narración histórica acerca del retorno de los judíos del
cautiverio babilónico y la construcción del templo de Jerusalén. Ciertamente, se
trata de un texto histórico con fuertes matices teológicos, porque constantemente
hace referencia a la providencia de Dios. Pero, en eso, sigue la tradición de los
textos históricos de la época. Es, a fin de cuentas, un simple texto histórico.
Sin embargo, el propio texto de Esdras nos invita a ir más allá e interpretar el
contenido del libro a la luz de otras Escrituras. Por ejemplo, Esdras 1:1 hace
mención explícita de las profecías de Jeremías, invitándonos a ver el retorno del
exilio como mucho más que una mera decisión política del rey Ciro: por encima del
protagonismo personal y los intereses políticos de un rey humano está la
providencia divina. Dios no es un mero punto de referencia obligado, sino el
protagonista principal del libro, invisible y desapercibido por muchos, pero
claramente presente para el autor.
Luego, Esdras 5:1 hace mención de las profecías de Hageo y Zacarías y de cómo
estos dos profetas intervinieron para alentar a los judíos a proseguir con la
construcción del templo. Esto casi es animarnos a estudiar el libro de Esdras a la luz
de los libros de Hageo y Zacarías. Y, efectivamente, esto es lo que haremos cuando
lleguemos al texto en cuestión. Baste por el momento con decir que los dos
profetas introducen fuertes connotaciones mesiánicas que nos obligan a
contemplar el texto de Esdras con nuevos ojos. Hageo y Zacarías verán en Zorobabel
y en Jesúa un anticipo de aquel otro “Jesúa”, hijo de David, que iba a “cumplir”
mediante su ministerio la construcción del auténtico templo de Dios. Así, el libro de
Esdras se reviste de resonancias mesiánicas y se convierte también en una
prefiguración de la obra constructora llevada a cabo por Jesucristo. El príncipe real
de la casa de David (Zorobabel), el gran sacerdote (Jesúa) y los profetas (Hageo y
Zacarías) aúnan sus fuerzas para alzar un edificio que no será más que una pobre
representación física del templo espiritual levantado por aquel que es, en sí, el gran
profeta, sacerdote y rey.
Así pues, el libro de Esdras es un libro de historia, pero, a la vez, es mucho más
que un “mero” libro de historia. Vamos a ver en sus páginas un anticipo de la
persona y obra de nuestro Señor Jesucristo. Esto no es una espiritualización
arbitraria del texto, sino el resultado inevitable de hacer lo que el propio libro nos
sugiere: estudiarlo a la luz de las profecías de Hageo y Zacarías y descubrir así en
estas Escrituras, como en todas, las cosas que dicen acerca del Mesías (Lucas 24:27).
En realidad, esta es la única manera bíblica de estudiar Esdras. Las otras lecturas no
hacen plena justicia a lo que el propio texto nos pide.

Por qué nos interesa estudiar la historia de Zorobabel y Jesúa


El libro de Esdras, como ya hemos indicado, es un libro de historia. Pero no es solo

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historia. O sea, es historia bíblica, historia que nos revela grandes verdades sobre Dios y
acerca de su relación con su pueblo. Por eso se encuentra en el canon bíblico. Así pues,
aunque nos parezca un libro de difícil acceso, en realidad nos ofrece gloriosas
enseñanzas acerca de nuestra fe. Desconocer el libro de Esdras es ignorar importantes
facetas de nuestro propio llamamiento y ministerio.
¿Por qué, pues, debemos conocerlo?
1. Porque los protagonistas del libro de Esdras tuvieron que edificar el templo de
Dios y vivir conforme a su voluntad. Nosotros también.
Desde siempre, Dios está buscando para sí un pueblo santo que le glorifique y le
adore (Juan 4:23). Desea morar en medio de ese pueblo. Para ello mandó construir
el tabernáculo en el desierto y el templo en Jerusalén. Para ello vino Cristo. Para
ello, también, salimos a evangelizar: para introducir nuevas “piedras vivas” en la
presente edificación de la casa de Dios. Existe una relación estrecha entre la
construcción de la casa de Dios en el siglo VI a. C. y la edificación actual de la Iglesia.
En el Antiguo Pacto, Dios preparaba el terreno para la venida del Mesías. Los textos
del Antiguo Pacto tienen pleno sentido solamente cuando se toma en cuenta su
“cumplimiento” en Cristo y deben ser leídos y entendidos a la luz del Nuevo Pacto,
“desde Cristo”. En este sentido, la edificación del templo, la consecuente oposición
del enemigo y la necesidad de limpieza de los obreros, son ideas absolutamente
vigentes y relevantes a nosotros. De hecho, veremos que el texto siempre tiene tres
niveles de entendimiento y aplicación: 1) los hechos históricos en sí, 2) el perfecto
cumplimiento de ellos en Jesús mismo, 3) el cumplimiento continuado en los que
estamos “en Cristo”.
2. Porque nosotros, como ellos, hemos de llevar a cabo la edificación del templo en
medio de los enredos de una sociedad pluralista que todo lo tolera, que practica el
sincretismo religioso y relativiza la verdad.
En cada generación, los creyentes han tenido la responsabilidad de cumplir con este
cometido. Pero es especialmente interesante el ejemplo del libro de Esdras, porque
las circunstancias ideológicas de aquel entonces eran similares a las nuestras.
3. Porque nosotros, como ellos, tenemos que afrontar el rechazo de aquellos que se
oponen a la edificación del templo de Dios.
El libro es una larga relación de las trabas puestas por los enemigos de los judíos,
alternando con las intervenciones de la providencia divina. Hay períodos de avance
y celo, y otros de parálisis, frustración y desánimo.
4. Porque nosotros, como ellos, vivimos en tiempos en los que muchos supuestos
miembros del pueblo de Dios han dejado los caminos de la santidad y han
contemporizado con el mundo.
La oposición a la construcción del templo no consiste solamente en los
impedimentos de los enemigos de fuera, sino también en la franca carnalidad de los
de dentro.
La razón básica, pues, por la cual necesitamos estudiar y conocer a fondo la primera

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parte de Esdras es que nos enseña principios importantes acerca de la edificación de la
casa de Dios, obra en la cual todos los creyentes estamos involucrados. Es cierto que, en
el Nuevo Pacto, todo lo que antes eran realidades materiales se vuelven espirituales: el
edificio se construye no con piedras y metales preciosos, sino con piedras vivas, los
mismos creyentes; la construcción no es una labor física, sino una edificación en el cual
se emplean dones espirituales; y el maestro de obras no es un arquitecto cualquiera,
sino el mismo Mesías, que no dirige la construcción estando físicamente presente, sino
por medio de la dirección y potenciación del Espíritu Santo. Sin embargo, los principios
y las lecciones que encontramos en Esdras 1–6 son tan válidos para la edificación actual
de la iglesia como lo fueron para la construcción del templo en tiempos de Zorobabel.
Esdras es un manual que nos enseña cómo nosotros también debemos participar en la
edificación de la casa de Dios, y debemos conocer bien sus enseñanzas.

PRIMERA PARTE:

La historia de Zorobabel y Jesúa 539–516 a.C.


Esdras 1:1–6:22

El decreto de Ciro
Esdras 1:1–4

La política religiosa de los reyes de Persia


En octubre del año 539 a. C., murió el último emperador de Babilonia: Aquella
misma noche fue asesinado Belsasar, rey de los caldeos (Daniel 5:30). Con su muerte, el
imperio babilónico tocó a su fin y Darío el medo recibió el reino en su lugar (Daniel
5:31). Había comenzado la hegemonía persa, hegemonía que fue recibida con cierto
alivio incluso por los mismos babilonios, porque sus últimos reyes, Nabónido y Belsasar,
habían sido nefastos y carecían del respeto del pueblo.
No sabemos exactamente cuál es la relación entre el “Darío” del libro de Daniel y el
“Ciro” del libro de Esdras. Algunos suponen que ambos nombres pertenecen a una
misma persona. Otros piensan que se trata de dos hombres diferentes: Darío sería
posiblemente el gobernador que sustituyó a Belsasar en el trono de Babilonia, mientras
que Ciro era el emperador que reinaba desde Susa en Persia. Aun otros opinan que
Darío era un rey vasallo, el que conquistó materialmente a Babilonia, pero que servía

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bajo Ciro. Sea cual fuera la relación, el hecho es que no se trata de una contradicción
textual, porque, aunque este Darío no es mencionado en el libro de Esdras,24 tanto él
como Ciro aparecen en el libro de Daniel. Además, los dos nombres están sembrados a
lo largo de aquel texto, por lo cual es difícil imaginar que el autor los haya confundido.
Lo cierto es que el cambio de régimen iba a suponer una radical reorientación de la
política religiosa del imperio. Según la mentalidad babilónica, heredada de los asirios, la
única manera de mantener sojuzgados a los pueblos conquistados era mediante el
terror, la muerte, la esclavitud, la deportación y el cautiverio. Practicaban una especie
de “limpieza étnica”, matando a los discapacitados (incluyendo a los ancianos y los
niños; ver, por ejemplo, el Salmo 137:8–9) y a los líderes políticos y religiosos de la
nación, llevando cautivo al resto de la población y distribuyéndolo por otras provincias
del imperio.
Por otro lado, demostraban su superioridad sobre los pueblos vencidos sometiendo
sus dioses a los dioses del imperio. Habitualmente, nada más vencer a un pueblo en
batalla, los babilonios llevaban cautivos a sus ídolos y los colocaban en los templos de
Babilonia, en señal de que sus dioses eran más poderosos que los de los pueblos
conquistados. Por eso, Nabucodonosor había llevado los utensilios del templo de
Jerusalén a la casa de sus dioses (Daniel 1:2; Esdras 1:7; 5:14; 6:5). Seguramente, al
entrar en el templo, había esperado encontrarse con una imagen de Yahvé. Pero, al no
hallar imagen alguna, tuvo que conformarse con llevar los utensilios como botín para el
principal dios de Babilonia, Marduk.
Para los judíos, la conquista de Jerusalén por los babilonios había sido una
experiencia de dolor indescriptible:
Aunque es difícil describir con precisión los detalles de lo que sucedió en Judá
y en Jerusalén tras las deportaciones en masa de sectores importantes de la
comunidad, tanto el testimonio de la Biblia como los descubrimientos
arqueológicos coinciden en identificar ese período como de una destrucción total.
El andamiaje económico, político, social y religioso de la comunidad se derrumbó.
El pueblo que no fue al exilio tuvo que enfrentarse a la realidad del desorden
social, a las ruinas del templo, a la desorganización política y administrativa, a
las dificultades económicas y, particularmente, a las consecuencias físicas,
emocionales y espirituales que vienen aparejadas con tales calamidades. Los
ciudadanos de Judá y Jerusalén recibieron el rudo golpe de ver destruido el
templo de Salomón, saqueada y violada la ciudad de Jerusalén, y derrotado y
exiliado el rey del linaje de David.
En contraste con la violencia de los babilonios, el régimen persa tiene que haber
llegado para los judíos como un bálsamo. Los persas tenían un talante mucho más
benigno, con otro concepto de la política y de la religión. No pretendían usar el terror
como instrumento para sojuzgar a los pueblos, sino que respetaban la vida, las
ciudades, la cultura y las religiones de los pueblos sometidos. Como casi todos los
pueblos de la antigüedad, creían que cada territorio tenía su propio dios. Pero, a

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diferencia de los demás, consideraban que, para mantener la unidad del imperio, lejos
de llevar cautivos a los demás dioses y someterlos a los dioses de la metrópoli, era
mejor contentarlos a todos, respetando sus santuarios y haciendo que los habitantes de
su territorio les rindieran culto y se sometieran a su jurisdicción. Así, los dioses estarían
complacidos y, desde cada rincón del imperio, se elevarían plegarias a toda esa
diversidad de divinidades a favor del rey y su familia.
Esta nueva política religiosa queda reflejada no solo en los primeros versículos del
libro de Esdras, sino en textos persas descubiertos por los arqueólogos. Es de especial
importancia al respecto el llamado “Cilindro de Ciro”, que, entre otras muchas cosas,
dice lo siguiente:
Devolví a las ciudades sagradas… cuyos santuarios desde hace tiempo están
en ruinas, las imágenes que antiguamente vivían en ellas y establecí para ellas
santuarios permanentes. También reuní a los habitantes [de aquellas ciudades] y
les hice volver a sus lugares. Asimismo, por mandato de Marduk, el gran Señor…
restauré a los dioses… en sus santuarios, los lugares donde están contentos.
En el caso concreto de Israel, la nueva política conciliadora iba a dar lugar a que los
reyes persas apoyaran la reconstrucción del templo de Jerusalén, esperaran que los
habitantes de la provincia de Judá adoraran al “Dios de los cielos” y, más adelante,
autorizaran la implantación de la ley de Dios como legislación vigente en Judá. Para los
judíos, pues, el cambio de régimen significó que ellos mismos iban a poder volver a su
tierra y, además, que su fe en Dios, desde hacía décadas sometida a la burla y al
escarnio de sus vencedores, iba a ser vindicada y restaurado su culto.
De hecho, como consecuencia de esta nueva mentalidad, los reyes persas dieron al
menos cuatro apoyos oficiales a los judíos, registrados en los libros de Esdras y
Nehemías (sin incluir los decretos de Asuero en defensa de los judíos, Ester 8:10–13):
1. Ciro, en el año 538, autorizó la edificación del templo de Jerusalén y restauró los
utensilios (1:1–4).
2. Darío, en el año 520, renovó la autorización de Ciro (6:1–12).
3. Artajerjes, en el año 457, dio permiso para las reformas religiosas y legislativas de
Esdras (7:11–26).
4. Artajerjes, en el año 444, dio permiso para la reconstrucción de las murallas de
Jerusalén (Nehemías 2:7–8).
Gracias a estos apoyos reales, se llevaron a cabo cuatro períodos de intensa
actividad en la reconstitución de la vida espiritual de Jerusalén:
1. 538–536. Construcción del altar y de los cimientos del templo.
2. 520–516. Edificación del templo.
3. A partir del 457. Reformas del culto y de la legislación.
4. A partir del 444. Construcción de las murallas de Jerusalén.
Pero es importante observar también que, a pesar de las autorizaciones reales,
20
estas cuatro actividades despertaron la oposición de los enemigos del Israel, hasta el
punto de crear períodos de parálisis en la obra:
1. 536–520. Intimidación por parte del “pueblo de la tierra” y soborno de consejeros
de la corte. Esta oposición tuvo éxito y la construcción del templo permaneció
parada durante dieciséis años (Esdras 4:4–5, 24).
2. 520–516. Interferencias de Tatnai y Setar-boznai ante la renovación de las obras a
instancias de Hageo y Zacarías (Esdras 5:3–4). Esta oposición no tuvo éxito a causa
del decreto de Darío.
3. 486-hacia 480. Oposición sin detalles (Esdras 4:6), pero quizás relacionada con el
antagonismo de Amán (Ester 3).
4. Hacia 450–444. Cartas de varios funcionarios protestando por el comienzo de la
construcción de las murallas (Esdras 4:7–23), oposición que seguramente
interrumpió las actividades de Esdras y dio origen a la situación descrita en
Nehemías 1.
Por tanto, para el pueblo de Dios, el advenimiento del imperio persa fue una mezcla
de bendiciones y contratiempos. Por un lado, significó la posibilidad de adorar a Dios en
paz y con el beneplácito de las autoridades civiles. Por otro, tuvieron que soportar los
hasta entonces desconocidos peligros de la política aperturista. El imperio iba a
caracterizarse por el eclecticismo religioso y la contemporización. Pero la primera
impresión de tolerancia y libertad iba a conducir a nuevas intransigencias. Los judíos
acabarían descubriendo que los que defienden la tolerancia a ultranza pueden ser
notablemente intolerantes. No es ninguna casualidad que Esdras y Nehemías se
encuentran entre los libros más intransigentes de la Biblia en cuanto a la pureza y
santidad y al repudio de la mundanalidad, porque fueron escritos en un ámbito de
permisividad y eclecticismo que fácilmente erosionaba la firmeza de compromiso que
Dios exige a su pueblo.
Pero estos temas los veremos sobre la marcha. Vayamos ahora al comienzo del
texto de Esdras.
En el primer año de Ciro, rey de Persia… (1:1)
Como hemos dicho, los cuatro primeros versículos de Esdras son prácticamente
idénticos al último párrafo de Crónicas (2 Crónicas 36:22–23). Es posible que los autores
de ambos libros hayan empleado una misma fuente. Pero quizás sea preferible
entender que Esdras pretende ser una continuación de los dos libros de Crónicas, o
incluso que Crónicas y Esdras formaron antes un solo libro y que, al ser separados, se
repitieron las mismas palabras en Esdras para darle una introducción. En todo caso, está
claro que la historia del libro de Esdras empieza donde termina la narración de
Crónicas.
Es decir, la acción de Esdras comienza probablemente en el año 538 a. C., poco
después de la caída de Babilonia en el 539. Y quien pone en marcha la acción es el rey
de Persia, conocido en la historia secular como Ciro II el Grande y considerado como
fundador principal del imperio persa. Él era hijo de Cambises I y nieto de Ciro I.32 De
21
hecho, había empezado a reinar en Persia veinte años atrás, en el año 559 a. C. Si
nuestro texto habla de su “primer año”, y no de su vigésimo año, es porque Esdras
escribe desde la perspectiva judía (y babilónica). El que antes había sido solamente el
reyezuelo de Persia, ahora, gracias a sus conquistas (Media, Lidia, las ciudades griegas,
Partia, parte de la India y, finalmente Babilonia, con sus inmensas posesiones) era el
gran emperador de un enorme imperio. Para los habitantes de Babilonia (que seguía
siendo la principal ciudad de aquel entonces), Ciro empezó a reinar en el 539. A partir
de aquel momento, el propio rey empezó a fechar su reinado desde la caída de
Babilonia, viéndose a sí mismo como heredero de los reyes babilónicos por la voluntad
de los dioses.
La primera frase del libro indica su carácter histórico y verídico. Nos sitúa en un
reino determinado, un país conocido y una fecha concreta. No se trata de una leyenda o
de un cuento de hadas. Nuestro Dios revela sus verdades en medio de situaciones
históricas reales.
… para que se cumpliera la palabra del Señor por boca de Jeremías… (1:1)
En cambio, la segunda frase del libro corre el telón del teatro para revelar, detrás
del escenario histórico, la presencia del verdadero autor de la comedia. El libro de
Esdras es historia, pero una clase determinada de historia: historia sagrada. El editor es
fiel a la historicidad de los eventos narrados, pero ve siempre en ellos la mano poderosa
de Dios y no tiene reparos en hacérnosla ver a nosotros también. Los detalles externos
tienen un profundo significado interno, espiritual y trascendental. Los eventos
históricos tuvieron lugar de verdad y son importantes por derecho propio, pero aún
más importante es el Señor de la historia, quien dirige estos eventos con providencia
soberana. El primer actor de la obra, Ciro, está a punto de pronunciar un discurso, pero,
antes de que él diga nada, se nos desvela que hay quien sujeta las riendas de la historia
y maneja los hilos de los “títeres” humanos. Puede que Ciro, en aquel momento, no
fuera consciente de que Dios le estuviera moviendo los hilos (aunque él mismo atribuirá
a Dios sus decisiones: 1:2), de la misma manera que Hamlet actúa sin ser consciente de
que Shakespeare sea el autor de sus acciones; pero nosotros sabemos que, sin saberlo
o solo sabiéndolo a medias, Ciro estaba actuando como instrumento de la providencia
divina.
¿Y cómo lo sabemos? Porque Dios mismo había anunciado de antemano lo que se
proponía hacer por medio de Ciro. Había dado su “palabra”. Había prometido a los
exiliados planes de bienestar y no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza
(Jeremías 29:11).
¿Y qué es exactamente lo que Dios había dicho a través de Jeremías? Consideremos
algunos de los textos del profeta. En primer lugar, el Señor había pronunciado palabras
terribles prediciendo la caída y devastación de Jerusalén a manos de los babilonios y el
exilio de setenta años:
Así dice el Señor de los ejércitos: Por cuanto no habéis obedecido mis
palabras, he aquí, mandaré a buscar a todas las familias del norte, declara el

22
Señor, y a Nabucodonosor, rey de Babilonia, siervo mío, y los traeré contra esta
tierra, contra sus habitantes y contra todas estas naciones de alrededor; los
destruiré por completo y los haré objeto de horror, de burla y de eterna
desolación. Y haré cesar de ellos la voz de gozo y la voz de alegría, la voz del
novio y la voz de la novia, el sonido de las piedras de molino y la luz de la
lámpara. Toda esta tierra será desolación y horror, y estas naciones servirán al
rey de Babilonia setenta años (Jeremías 25:8–11).
Pero, después de setenta años, la historia conocería un gran giro. El destructor sería
destruido. El conquistador sería conquistado. El imperio babilónico caería:
Después que se hayan cumplido los setenta años, castigaré al rey de
Babilonia y a esa nación por su iniquidad, declara el Señor, y a la tierra de los
caldeos la haré una desolación eterna (Jeremías 25:12).
Aquel día lejano, que significaría el final de Babilonia, iba a representar la salvación
del remanente de Israel. Dios iba a hacer que los judíos volvieran a casa, a Jerusalén:
Pues así dice el Señor: Cuando se le hayan cumplido a Babilonia setenta años,
yo os visitaré y cumpliré mi buena palabra de haceros volver a este lugar. Porque
yo sé los planes que tengo para vosotros, declara el Señor, planes de bienestar y
no de calamidad, para daros un futuro y una esperanza. Me invocaréis, y vendréis
a rogarme, y yo os escucharé. Me buscaréis y me encontraréis, cuando me
busquéis de todo corazón. Me dejaré hallar de vosotros, declara el Señor, y
restauraré vuestro bienestar y os reuniré de todas las naciones y de todos los
lugares adonde os expulsé, declara el Señor, y os traeré de nuevo al lugar de
donde os envié al destierro (Jeremías 29:10–14).
A estas profecías de Jeremías podríamos añadir otras de Isaías, textos que
concretan aún más ciertos detalles acerca del retorno de los exiliados (¡entre ellos, el
nombre del libertador!):
Yo soy… el que dice de Ciro: “Él es mi pastor, y él cumplirá todos mis deseos”,
y dice de Jerusalén: “Será reedificada”, y al templo: “Serás fundado”. Así dice el
Señor a Ciro, su ungido, a quien he tomado por la diestra, para someter ante él
naciones, y para desatar lomos de reyes, para abrir ante él las puertas para que
no queden cerradas las entradas: Yo iré delante de ti y allanaré los lugares
escabrosos; romperé las puertas de bronce y haré pedazos sus barras de hierro.
Te daré los tesoros ocultos, y las riquezas de los lugares secretos, para que sepas
que soy yo, el Señor, Dios de Israel, el que te llama por tu nombre; te he honrado,
aunque no me conocías. Yo soy el Señor, y no hay ningún otro; fuera de mí no hay
Dios. Yo te ceñiré, aunque no me has conocido, para que se sepa desde el
nacimiento del sol hasta donde se pone, que no hay ninguno fuera de mí. Yo soy
el Señor, y no hay otro; el que forma la luz y crea las tinieblas, el que causa
bienestar y crea calamidades; yo soy el Señor, el que hace todo esto (Isaías
23
44:28–45:7).
Si Esdras habla de la palabra de Dios dada “por boca de Jeremías”, y no de Isaías, sin
duda es porque, aunque este último estableció el hecho seguro del retorno, fue aquel
quien fijó la datación: después de setenta años.
¡Setenta años! Pero, de hecho, Dios parece haber intervenido antes de tiempo.
Cuando Ciro emitió su decreto (538 a. C.), no habían pasado todavía cincuenta años
desde la caída de Jerusalén (586). Incluso si empezamos a contar desde el momento del
exilio del primer grupo de rehenes (605), los días del castigo divino siguen siendo algo
más “acortados” que lo prometido (cf. Mateo 24:22). Solo alcanzamos los setenta años
si los calculamos desde la primera deportación a Babilonia (605) hasta la colocación de
los cimientos del templo para su reconstrucción (535). Sin embargo, la explicación más
probable es que debemos contarlos desde la destrucción del templo (586) hasta la
terminación de su reconstrucción (516). Es como si Dios calculara los años no en
términos del período en el que los judíos estuvieron sin tierra, sino en términos del
período en el que él mismo estuvo sin casa; o sea, casi como si él mismo llevara el
castigo.
Nos resulta fácil entender la angustia de los judíos exiliados ante la pérdida de sus
posesiones, su tierra y sus seres queridos. Quizás no hayamos parado a pensar que,
para los judíos espiritualmente sensibles, la angustia incluía la pérdida de la casa de
Dios, el símbolo de la presencia de Dios entre ellos. Y es probable que nunca hayamos
pensado en lo que el cautiverio babilónico significó para Dios mismo: la pérdida de la
comunión con su pueblo.
… el Señor movió el espíritu de Ciro, rey de Persia… (1:1)
Como estamos viendo, la caída de Babilonia y el comienzo del reinado de Ciro
significaron un cambio radical de política: no solo un cambio de gobierno, sino también
en la manera de gobernar. ¿A qué respondió esto? Podríamos contestar: se debió a la
benignidad de los reyes persas y a su eclecticismo religioso. Esto es cierto. Pero Esdras
ve más allá de las iniciativas humanas la mano soberana de Dios, manejando los hilos de
los acontecimientos y moviendo a las personas. Nosotros, igualmente, haríamos bien en
confiar en la firme providencia divina tal y como se nos revela en este pasaje.
• La promesa de Dios
Que Dios sea soberano se ve en que él anunció de antemano lo que pasaría. Lo hizo
no tanto porque su omnisciencia le permite ver el futuro, sino porque él mismo
determina el futuro. Él comunicó a sus profetas el mensaje que debían pronunciar y
luego cumplió sus predicciones: Yo soy el que confirmo la palabra de su siervo, y
cumplo el propósito de sus mensajeros; que dice de Jerusalén: “Será habitada”; y de
las ciudades de Judá: “Serán reedificadas, y sus ruinas levantaré” (Isaías 44:26).
• La soberanía de Dios
Nuestro Dios es el Señor de la historia. Tiene sus riendas firmemente en su poder y
bajo su control. La sabiduría y el poder son de él; él es quien cambia los tiempos y las
edades; quita reyes y pone los reyes (Daniel 2:20–21).
24
• La inspiración de Dios
Dios es quien despierta el espíritu del hombre y mueve su voluntad. Endurece al
faraón, hace inmisericorde a Nabucodonosor y pone sentimientos de bien en el
corazón de Ciro. Estos hombres piensan que actúan libremente, y así es. Pero, más
allá de la responsabilidad humana, está la soberanía divina. Dios antes había
“despertado” a Ciro a la conquista y a la destrucción: Del norte levanté a uno, y ha
venido; del nacimiento del sol invocará mi nombre, y vendrá sobre los gobernantes
como sobre lodo, como el alfarero pisotea el barro (Isaías 41:25). Ahora lo despierta
a la liberación y a la reconstrucción: Yo lo he despertado en justicia, y todos sus
caminos allanaré. Él edificará mi ciudad y dejará libres a mis desterrados sin pago ni
recompensa (Isaías 45:13). Sí. Detrás de todas las decisiones humanas para bien o
para mal, Dios está llevando inexorablemente a término sus propósitos. Como
canales de aguas es el corazón del rey en la mano del Señor; él lo dirige donde le
place (Proverbios 21:1).
• El cuidado y la providencia de Dios
Lo maravilloso de todo esto es que la soberanía de Dios está al servicio de su amor y
misericordia hacia su pueblo. Dios cuida a los suyos. Esta será una de las ideas
fundamentales del libro de Esdras, plasmada en frases como la mano del Señor mi
Dios sobre mí (7:28; cf. 8:18, 22–23, 31). Vale la pena señalar aquí que la firme
convicción acerca de la naturaleza del Dios verdadero y viviente que encontramos
en el libro de Esdras, esta percepción de la abrumadora realidad de Dios y de su
providencia, es la contrapartida de otros temas más controvertidos. Yo soy el Señor,
y no hay ningún otro; fuera de mí no hay Dios no suena bien en ámbitos “persas”, en
épocas de tolerancia y eclecticismo, cuando todas las religiones son percibidas como
buenas, cuando todo se vuelve relativo y cuando se niega la existencia de “la”
verdad. En tales momentos históricos, la clase de medidas tomadas por los héroes
de nuestro libro parecen excesivamente intransigentes. Pero lo que al mundo le
parece legalismo, estrechez e intolerancia, de hecho brota de una comprensión de
la unicidad y santidad de Dios. Si hoy nos volvemos tolerantes con el pecado y
relativistas en lo espiritual, ¿no será porque ha disminuido nuestra percepción de la
majestad de Dios? Si Dios no es una viva realidad para nosotros, entonces no lo
tememos; y si no lo tememos, no veremos la necesidad de practicar la clase de
radical santidad moral y de exclusivismo religioso que vemos en Esdras. Para
nosotros también, todo se volverá relativo.
Dios, pues, mueve y despierta los espíritus. Actuó en la intimidad de Ciro para que
este proclamara la repatriación de los judíos y la reconstrucción del templo. Es decir, la
decisión de Ciro cayó plenamente dentro de la buena providencia soberana de Dios. Si
el rey actuó en consonancia con lo que Dios ya había dicho por medio de Jeremías,
entonces, más allá del criterio de Ciro y de los intereses políticos de su gobierno,
estaban los de Dios. Ciro tomó estas decisiones siguiendo libremente su propio camino,
pero, sin saberlo, lo hizo según la voluntad soberana de Dios.
Pero también es posible que Ciro recibiera información acerca de lo que el “Dios de

25
los cielos” ya había revelado acerca del retorno de los judíos y la edificación del templo.
A fin de cuentas, en los últimos años del imperio babilónico, los judíos tenían acceso a
la corte. Daniel mismo ostentaba el tercer puesto en el reino en el momento de la caída
de Babilonia. ¿Y si él hubiera compartido con Ciro las profecías de Jeremías? ¿O, más
aún, las de Isaías? Como hemos visto, Isaías había dicho muchas cosas acerca de “Ciro”
y no es inverosímil que el rey tuviera conocimiento de ellas. El profeta había indicado
que Ciro iba a ser instrumento de Dios para el juicio de las naciones, que era un rey que
Dios mismo levantaba para gobernar. Lo que sí es difícil de imaginar es que Ciro nunca
tuviera conocimiento de las profecías de Isaías dirigidas expresamente a él.43
… y este hizo proclamar por todo el reino y también por escrito, diciendo… (1:1)
La proclamación fue oral, por medio de los heraldos reales, y también escrita, por
medio de documentos que, seguramente, fueron colocados en lugares públicos por los
propios heraldos (cf. Ester 3:12–13). Igualmente sabemos que el texto escrito de la
proclamación fue incorporado a los archivos reales: el propio texto de Esdras lo
confirmará (ver 6:1–5).
Se proclamó en todo el reino (probablemente se refiere al reino conquistado de
Babilonia), porque, si bien la mayoría de judíos se habían establecido en la capital, es
probable que otros se encontraran en otras poblaciones (ver, por ejemplo, 2 Reyes
17:6). El decreto los cubre a estos también.
No podemos dudar de la autenticidad de esta proclamación. Si solo dispusiéramos
del texto bíblico y no tuviéramos el testimonio independiente de documentos
seculares, sin duda resultaría inverosímil tanta benignidad en un rey conquistador.
Pero, a este respecto, la sola existencia del ya mencionado Cilindro de Ciro confunde a
los escépticos.
Así dice Ciro, rey de Persia… (1:2)
Esta frase pertenece, sin duda, al texto mismo del decreto de Ciro, en contraste con
1:1b que es la explicación del editor. A continuación vienen las palabras del decreto
(1:2–4). Podemos suponer que se trata de una cita exacta del documento real, la
primera de muchas citas de documentos oficiales que jalonan el texto de Esdras
(4:9–16; 4:17–22; 5:7–17; 6:3–12; 7:11–26).
Aunque la mayoría de estos documentos se citan en arameo, el texto del presente
decreto de Ciro está en hebreo. Además, algunos de los vocablos empleados,
empezando con el nombre de Dios, Yahvé (el Señor), son típicamente hebreos: todo
sobreviviente [todo el que haya quedado], habitar, ofrenda voluntaria (1:4). Se ha
sugerido, pues, que Esdras está copiando aquí una versión del decreto traducida
oficialmente al hebreo para la mayor comprensión de los interesados. En cambio, la
versión ligeramente más escueta del decreto registrada en 2 Crónicas 36:23, y que
omite estos vocablos, podría corresponderse con el texto original arameo, mientras que
el decreto citado en Esdras 6:3–5 podría ser el documento que daba instrucciones a los
funcionarios del imperio en cuanto a la aplicación práctica del decreto inicial.
La incorporación de esta clase de documentos en el texto inspirado de las Escrituras

26
es sumamente interesante. Muestra que un libro que incluye muchos documentos
tomados de fuentes seculares puede, por la selección y disposición del Espíritu Santo,
formar parte del registro inspirado.
El Señor, el Dios de los cielos, me ha dado todos los reinos de la tierra… (1:2)
Si no conociéramos, a través de documentos babilónicos, el trasfondo de esta
historia, la lectura de las palabras de Ciro nos dejaría confundidos y altamente
sorprendidos. ¿Acaso se ha convertido el rey a la religión judía? ¿Cómo es que atribuye
sus conquistas al Dios adorado por Israel? ¿Ha dejado de rendir culto a Marduk?
Si fuera realmente adorador del Dios de Israel, por supuesto no habría rescindido
más adelante el decreto para la construcción de su templo (4:4–5, 24). No. Lo que
debemos entender es que, por descontado, Ciro seguía adorando a Marduk (el Cilindro
de Ciro lo confirma), pero también creía en todos los demás dioses. En su concepto
religioso, todos los dioses debían ser adorados y ninguno debía ser contrariado. Para él,
sus victorias militares eran el resultado del favor de todos ellos. Él creía (o quería hacer
creer a los demás) que era el hijo predilecto de todas las divinidades, su amado
protegido. ¿No había conquistado la ciudad de Ur gracias a la victoria concedida por Sin,
la diosa de la luna? ¿No le había entregado Marduk, dios de los babilonios, la ciudad de
Babilonia? ¿No era eso una clara evidencia de que Marduk había rechazado la casa de
Nabónido e iba a cuidar en lo sucesivo la de Ciro?
Si ahora reconoce que debe sus reinos a “Yahvé, Dios de los cielos”, no es
necesariamente porque cree que el Dios de Israel sea el único autor de sus victorias,
sino que podría ser porque cree que todos los dioses se las han concedido.
Probablemente, diría exactamente lo mismo acerca de cualquiera de los dioses de los
pueblos de su reino. Su gratitud a Dios, más que una expresión de fe genuina, es la
manifestación de aquella mentalidad supersticiosa que enciende velas ante todos los
altares para quedar bien con todos los santos.
Sin embargo, sus palabras son profundamente ciertas, mucho más de lo que él
mismo podría imaginar. ¿No se corresponden precisamente con lo que Dios mismo
había dicho a través de Isaías?
Por amor a mi siervo Jacob y a Israel mi escogido, te he llamado por tu
nombre; te he honrado, aunque no me conocías… Yo soy el Señor, y no hay
ningún otro; fuera de mí no hay Dios. Yo te ceñiré, aunque no me has conocido
(Isaías 45:4–5).
Ante el eclecticismo religioso de Ciro, según el cual todos los dioses deben ser
complacidos y adorados, el Señor declara un radical monoteísmo exclusivista: no hay
otro dios fuera de él; el Dios de Israel, y solo él, es verdadero y omnipotente; él reina
sobre todas las naciones, no únicamente sobre un pequeño territorio de Judá; él
levanta reyes y depone reyes; Ciro, ciertamente, debe su trono a él.
Nunca sabremos hasta qué punto estas palabras calaron en la mente del rey.
Suponer que, a través de ellas, llegara a poner su fe exclusivamente en el Dios de Israel
es extralimitarnos en cuanto a las evidencias seculares. Pero, igualmente, pensar que
27
estas palabras no le hicieran impacto y no influyeran en sus decisiones es pecar de
incredulidad. Lo más probable es que Ciro, dentro de los límites de una mentalidad
inmersa en el politeísmo (el mismo texto de Isaías repite que Ciro no conoce al Señor;
es decir, que no lo reconoce como Dios único, sino que sigue en su politeísmo),
reconociera el poder eficaz del Dios de los cielos y que sus presentes palabras reflejaran
una gratitud sincera.
La frase “Dios de los cielos” aparece más veces en Esdras que en cualquier otro libro
bíblico. Además, de las veintitrés veces que se emplea en el Antiguo Testamento,
diecinueve se encuentran en los libros postexílicos. Se ve que, a raíz del exilio
babilónico, llegó a ser la manera habitual de referirse a Dios. La razón es evidente.
Todos los dioses de los pueblos del imperio, además de imágenes en forma de
esculturas, tenían nombres propios. Dios, además de carecer de imagen, no tiene
nombre propiamente dicho. Su nombre, si acaso, sería “Yo soy” (Éxodo 3:13–14); pero,
con razón, los vecinos dirían a los judíos exiliados: ¿Qué clase de nombre es ese? Por
otra parte, si los judíos dijeran a sus vecinos: Nuestro Dios se llama el Dios de Abraham,
de Isaac y de Jacob, o el Dios de Moisés o el Dios de David, entonces sería necesario dar
toda una explicación acerca de quiénes eran esos señores. Podían haberlo llamado “el
Dios de Israel”, como el propio Ciro lo hará más adelante (1:3), pero ese nombre podía
comunicar a los vecinos la impresión de que Dios no es más que otra divinidad de entre
los muchos dioses territoriales. Era mucho más conveniente definir a Dios por medio de
una frase que indicara su trascendencia y su gobierno universal. Por eso, en el trato con
sus vecinos, llamaban a Dios “el Dios de los cielos”. Con ello, daban a entender que el
Dios al que adoraban es el Dios que está sobre todo en majestad excelsa, que, por ser el
creador de los cielos, lo es aún más de la tierra (Jonás 1:9), y que su gobierno es
universal.
Siendo Dios el Dios que mora en los cielos, Ciro podría haber pensado que era
bastante inútil construirle una casa en la tierra. Pero es probable que, para él, “el Dios
de los cielos” no fuera más que un nombre. Nunca alcanzó a entender la trascendencia
y la supremacía de Dios.
Sin embargo, reconoce que este Dios (¡por supuesto, juntamente con todos los
demás dioses del imperio!) le había dado “todos los reinos de la tierra”, frase que
coincide con el texto del Cilindro de Ciro, que habla de la sumisión de todos los reyes del
mundo entero. Quiere decir, naturalmente, “del mundo conocido” o del mundo poblado
por gentes civilizadas. Cada extremo del imperio lindaba con otras tierras sin conquistar
(Europa, Asia, África), pero estas estaban habitadas por pueblos primitivos sin mucha
organización política y, por tanto, no entraban en el cómputo del rey.
Con esta frase, Ciro hace referencia a sus proezas militares, aunque atribuyendo
modestamente sus victorias a la voluntad divina. El orgullo, la autoridad y la
prepotencia del rey se reflejan en sus palabras, pero sabe reconocer su posición como
un mero humano favorecido por los dioses.
… y él me ha designado para que le edifique una casa en Jerusalén… (1:2)
Pero las conquistas de Ciro, aunque importantes en sí, no constituyeron la esencia

28
de la obra que Dios quiso llevar a cabo a través suyo. Aún más importante fue su
intervención en el retorno de los judíos a Judá, la restauración de Jerusalén y la
edificación del templo. Para estas cosas le levantó Dios.
Como ya hemos visto con respecto a frases anteriores, puede ser que estas palabras
de Ciro no son más que una afirmación de su politeísmo: él quiere quedar bien con
todos los dioses, entre ellos el Dios de Israel, y, por tanto, quiere edificarles santuarios a
todos. Se siente llamado a esta tarea por el conjunto de los dioses. Sus victorias y sus
conquistas demuestran que él es un amado y un protegido de todos ellos. Lo que dice
aquí quizás no sea más de lo que dijo acerca de todos los dioses cuyos templos fueron
restaurados por él.
Sin embargo, sus palabras nos recuerdan las palabras del profeta que ya hemos
citado:
El que dice de Ciro: “Él es mi pastor, y él cumplirá todos mis deseos”, y dice de
Jerusalén: “Será reedificada”, y al templo: “Serás fundado” (Isaías 44:28).
Él edificará mi ciudad y dejará libres a mis desterrados, sin pago ni
recompensa (Isaías 45:13).
Ciro no es solamente el rey (“pastor”) que Dios ha levantado para cumplir sus
deseos, sino que, de entre de esos deseos, está explícitamente la reconstrucción de
Jerusalén y del templo. Si Ciro anuncia ahora públicamente que tiene estos propósitos
por la voluntad de Dios, cabe la posibilidad (como ya hemos visto) de que lo hace con
plena conciencia de lo que Dios ha dicho a través de Isaías.
En todo caso, está claro que tanto Ciro en su nivel de conocimiento como Esdras en
el suyo quieren que comprendamos que la construcción del templo no fue solamente
una iniciativa humana ideada por Ciro, sino una gran intervención de Dios mismo en la
historia de la salvación. A Dios, pues, sea la gloria. Como mucho, Ciro es un instrumento
en sus manos. Aunque fuera verdad que el rey se está exaltando a sí mismo como
predilecto de los dioses y aunque su decreto no sea más que una propaganda
interesada en cuanto a su nueva política religiosa, lo cierto es que, leído desde la
perspectiva de los judíos, el decreto constituía un maravilloso alegato a favor de la
providencia de Dios, de su misericordia para con su pueblo y de su fidelidad a su
palabra.
Aquí, por cierto, nos encontramos con el tema principal de la primera parte de
Esdras: la edificación de la casa de Dios. De hecho, la casa de Dios y el culto del templo
centran la atención no solo de Esdras, sino de otros escritores postexílicos. Y, por
supuesto, debe centrar nuestra atención también, porque los creyentes cristianos,
como Ciro, hemos sido “designados para que edifiquemos la casa de Dios”. O, mejor
dicho, hemos sido llamados como colaboradores de aquel que ha sido designado por
Dios para edificar su casa (ver, por ejemplo, 1 Corintios 3:9–17; Efesios 2:19–22;
Colosenses 2:6–7; 1 Pedro 2:4–5). De la misma manera que Zorobabel y Jesúa, aunque
fueron los que llevaron a cabo el trabajo real de la construcción del templo, lo hicieron
bajo la autoridad de Ciro y gracias a su autorización como el designado por Dios,
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nosotros también colaboramos en la labor cotidiana de edificar la casa de Dios, pero
solo lo hacemos gracias a la autorización y capacitación de nuestro Señor Jesucristo, el
“designado” por antonomasia.
Y notemos bien que, en todos estos casos, es Dios quien elige a quien quiere para
encargarse de la edificación de su templo. Nadie tiene derecho a nombrarse a sí mismo
para esta responsabilidad. Se pueden aplicar a los constructores del templo las palabras
que, en las Escrituras, se refieren a los sacerdotes: Nadie toma este honor para sí
mismo, sino que lo recibe cuando es llamado por Dios (Hebreos 5:4). Moisés fue
designado por Dios para supervisar la construcción del tabernáculo (Éxodo 26:1–37)
como reflejo del santuario de Dios que le había sido mostrado en el monte Sinaí (Éxodo
25:40), aunque fueron los hijos de Israel los que tuvieron que ocuparse del trabajo
mismo (Éxodo 25:8–9). Habríamos supuesto que David, como “hombre conforme al
corazón de Dios” (1 Samuel 13:14; Hechos 13:22) y como prototipo del Mesías, fuera el
candidato ideal para levantar el templo, pero el escogido por Dios fue Salomón (Hechos
7:46–47). Ahora, habríamos supuesto que Dios designara a un gran líder judío para
volver a construir su casa, pero, cuando Ciro afirma que él mismo, un rey pagano y
gentil, ha sido elegido por Dios para esta finalidad, se hace eco de la profecía de Isaías.
Dios es el que designa, y sus nombramientos no dejan de sorprendernos y asombrarnos
(Efesios 3:8–11).
Sin embargo, las “encomiendas” de Moisés, de Salomón y de Ciro no son más que
pequeños anticipos de la designación más sorprendente de todas. La piedra rechazada
por los constructores ha sido escogida como piedra angular del templo (1 Pedro 2:6–8).
Aquel que no tenía aspecto hermoso ni majestad para que lo miráramos ni apariencia
para que lo deseáramos, aquel que fue despreciado y desechado y ante quien
escondimos el rostro (Isaías 53:2–3), ha sido elegido para hacer prosperar la voluntad
del Señor (Isaías 53:10). ¿Quién habría dicho que Jesús, el humilde carpintero de
Nazaret, fuera el Renuevo designado por Dios para reedificar el templo (Zacarías
6:12–13)?
… que está en Judá (1:2)
Ciro utiliza aquí el nombre de la provincia (o, quizás más exactamente, de la
“subprovincia”, territorio perteneciente a la satrapía de Trans-Éufrates). Desde que el
reino del norte fue conquistado por los asirios y que las tribus del norte fueron llevadas
al destierro, el reino del sur, “Judá”, llegó a ser conocido como el lugar identificado con
Israel. Fue en aquel entonces cuando los hebreos empezaron a ser llamados “judíos”,
vocablo que deriva de “Judá”. La misma región fue denominada Judá por las
autoridades persas (cf. 1:8; 5:1; 7:14; Hageo 1:1).
Quien de entre todos vosotros pertenezca a su pueblo, sea su Dios con él (1:3)
La mayoría de pueblos que volvían a sus tierras transportaban consigo sus ídolos. Es
posible que los decretos similares proclamados para otros pueblos rezaran: El que de
entre todos vosotros pertenezca al pueblo tal, busque a su dios en el templo de Marduk y
llévelo a su tierra de origen. Pero el Dios de los cielos no tiene imágenes. Los hebreos no

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podían llevar consigo a su Dios en forma de imagen. Aun así, Ciro desea que “su Dios
sea con ellos”. Es posible que esto indique que alguien le haya explicado que el Dios de
los cielos es invisible y no puede ser representado por figura alguna, pero, por otra
parte, que Dios es omnipresente y, aunque invisible, acompaña a su pueblo. Ciro tiene
que haber tenido algún conocimiento de las características del Dios de los cielos,
porque sus palabras son especialmente sensibles y diplomáticas, escogidas para no
ofender las sensibilidades de los judíos.
Que suba a Jerusalén, que está en Judá, y edifique la casa del Señor, Dios de
Israel… (1:3)
Esta parte del decreto suena como una orden, como si los judíos fueran obligados a
volver a Jerusalén. Sin embargo, solo iban a volver unos cincuenta mil (2:64–65).
Muchos se quedarían en Babilonia (como se sobreentiende por textos como 7:7).
Deducimos, pues, que el decreto concedía permiso para volver, pero que los judíos (y
los funcionarios) comprendían que no exigía un retorno obligatorio.
Pero notemos bien la finalidad del retorno. No es, al menos en primer lugar, para
que los judíos se establezcan en sus tierras y propiedades. Es para que edifiquen el
templo de aquel Dios que siempre había sido el objeto de su adoración: Yahvé, el Dios
de Israel.
Las emociones que estas palabras del rey debieron despertar en los oyentes judíos
tienen que haber sido muy profundas y muy diversas. En primer lugar, Ciro nombra a
Dios empleando su título más sublime: Yahvé, el que es el que es, el Señor. Era un
nombre tan sagrado que los propios judíos evitaban emplearlo. Sin embargo, aquí está
el rey pagano, reconocido por Dios como siervo suyo, dando al Señor su designación
más trascendente.
En segundo lugar, lo llama “el Dios de Israel”. ¿Pero no era cierto que, hacía ya
cincuenta años, Dios había abandonado a su pueblo y había dejado de residir entre
ellos? La vergüenza del cautiverio tiene que haber calado hondo en el ánimo de Israel.
Si habían sufrido esta clase de castigo, ¿no era evidencia del profundo disgusto de Dios
con ellos? ¿Hasta qué punto aceptaría él seguir siendo conocido como “el Dios de
Israel”? Sin embargo, por otra parte, ¿no había prometido a través de los profetas que
el cautiverio llegaría a su fin y que entonces habría restauración del pueblo y de la
relación con Dios? ¿Podían los judíos atreverse a pensar que Dios seguía siendo el Dios
de Israel?
Él es el Dios que está en Jerusalén (1:3)
Sin duda, Ciro sabía que Yahvé había determinado “fijar su residencia” en Jerusalén.
Pero lo que no habrá entendido es que la omnipresencia del “Dios de los cielos” no
puede quedar reducida a los límites de un edificio hecho por hombres. Que el templo
de Jerusalén sea el lugar autorizado de encuentro entre Dios y los hombres no significa
que Dios no esté presente en todo lugar.
Si nos cupiera aún alguna duda con respecto al politeísmo de Ciro, aquí tenemos la
confirmación. Para el rey, la gran realidad acerca de Dios no es que él sea el Dios de los

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cielos cuyo trono está por encima de todo, sino que él es el Dios de Israel que tiene su
santuario en Jerusalén. Es decir, para Ciro, el ámbito habitual de la autoridad de este
Dios no se extiende más allá de Judá.
Y a todo sobreviviente, en cualquier lugar que habite… (1:4)
Evidentemente, el permiso para volver a Jerusalén se extiende a todos los judíos de
la diáspora, no solo a los que residen en Babilonia.
En esta frase, hay dos palabras que tenían fuertes resonancias para los lectores
judíos. La primera es la frase “todo sobreviviente”, que se vincula enseguida con las
referencias al “remanente” en los escritos de los profetas, el “remanente de la casa de
Israel y los de la casa de Jacob que hayan escapado”. Acerca de este remanente, Dios ya
había dicho:
Sucederá en aquel día que el remanente de Israel y los de la casa de Jacob
que hayan escapado, no volverán a apoyarse más en el que los hirió, sino que en
verdad se apoyarán en el Señor, el Santo de Israel. Un remanente volverá, el
remanente de Jacob, al Dios poderoso. Pues aunque tu pueblo, oh Israel, sea
como la arena del mar, solo un remanente de él volverá; la destrucción está
decidida (Isaías 10:20–22; cf. 14:22–23).
Inicialmente, la palabra “remanente” indicaba castigo divino. La gran nación de
Israel iba a ser diezmada. Solo quedaría un pequeño grupo de sobrevivientes. Pero,
cuando vino la catástrofe e Israel se encontró en el cautiverio, la palabra “remanente”
adquirió una nota de esperanza. A pesar de la casi total destrucción de la nación, Dios
velaba aún por los suyos, de lo cual daba fe la existencia de “los que habían quedado”,
símbolo de la fidelidad de Dios, y también recuerdo del éxodo.
Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado algunos sobrevivientes,
seríamos como Sodoma, y semejantes a Gomorra (Isaías 1:9).
Acontecerá en aquel día que el Señor ha de recobrar de nuevo con su mano,
por segunda vez, al remanente de su pueblo que haya quedado… Y habrá una
calzada desde Asiria para el remanente que quede de su pueblo, así como la hubo
para Israel el día que subieron de la tierra de Egipto (Isaías 11:11, 16).
Yo mismo reuniré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las
he echado, y las haré volver a sus pastos (Jeremías 23:3).
Dejaré un remanente, porque tendréis entre las naciones a los que escaparon
de la espada cuando seáis esparcidos por las tierras. Entonces los que de vosotros
escapen me recordarán entre las naciones adonde serán llevados cautivos
(Ezequiel 6:8–9).
Ciertamente os reuniré a todos, oh Jacob, ciertamente recogeré al remanente
de Israel, los agruparé como ovejas en el aprisco, como rebaño en medio de su
pastizal… En aquel día, declara el Señor, reuniré a la coja, y recogeré a la
32
perseguida, a las que yo había maltratado. Haré de la coja un remanente, y de la
perseguida una nación fuerte (Miqueas 2:12; 4:6–7).
Los judíos recordaban que los profetas habían prometido, una y otra vez, que,
después de cumplir la sentencia de los setenta años de cautiverio, Dios restauraría a los
de Israel que hubieran quedado. Cuando Ciro, ahora, emplea esa misma frase en su
decreto, tiene que haberles traído a la memoria las promesas de Dios. Estaban viviendo
un momento histórico, el momento del cumplimiento de la palabra de Dios.
La segunda palabra es “habitar” (en cualquier lugar que habite). No se refiere a
“residir” de cualquiera manera, sino que tiene la fuerza de “vivir como extranjero”. Si el
retorno del “remanente” a la tierra de Israel recordaba el éxodo, este verbo también
había sido empleado anteriormente en otros muchos textos para referirse a la estancia
de los judíos en Egipto. A causa de esta asociación, era para los judíos un verbo que
evocaba los duros tratos que Israel había soportado, primero en la esclavitud egipcia y
luego en el cautiverio babilónico.
No sabemos si Ciro empleó estos vocablos por una especial sensibilidad hacia la
historia de los judíos, o si lo hizo por pura casualidad. Quizás el funcionario que realizó
la traducción del texto al hebreo fuera un judío y eligiera a propósito este lenguaje. En
todo caso, es probable que Esdras, al citarlo, recordara que el Dios que redimió de la
esclavitud egipcia a Israel es el mismo Dios que intervenía ahora para rescatar del
cautiverio al remanente de Israel. ¿No habían anunciado los profetas el futuro retorno
del remanente desde Babilonia empleando referencias al éxodo pasado?
Salid de Babilonia, huid de los caldeos; con voz de júbilo anunciad, proclamad
esto, publicadlo hasta los confines de la tierra; decid: El Señor ha redimido a su
siervo Jacob. No padecieron sed cuando él los condujo por los desiertos; hizo que
brotara agua de la roca para ellos, partió la peña, y las aguas corrieron (Isaías
48:20–21; cf. 43:14–19).
… que los hombres de aquel lugar lo ayuden con plata y oro, con bienes y ganado…
(1:4)
Y las resonancias del éxodo no acaban allí. Como veremos en breve, el resto de este
versículo trae también recuerdos egipcios.
Pero antes, digamos que estas palabras son tan sorprendentes que, nuevamente,
resultarían inverosímiles si no supiéramos que formaban parte de una determinada
política religiosa del Estado persa. Ciro había establecido que debían ser restaurados los
cultos de todas las religiones regionales. Esta decisión requería no solo el retorno de los
dioses a sus santuarios y el regreso a sus tierras de los seguidores de cada dios, sino
también la adecuada provisión para la restauración de cada culto. Era necesario
suministrar materiales para la reconstrucción, sostenimiento para los sacerdotes y
provisiones para los sacrificios. Además, los que volvían a sus tierras necesitaban
avituallamiento para el viaje y para establecerse en su nuevo hogar. El rey preveía que,
al menos en ciertos casos, tantos gastos irían más allá de las posibilidades de los pocos
fieles que quedaban. Entonces, sus vecinos debían ayudar con los gastos.
33
¿De qué vecinos se trataba? Es posible que fueran solamente aquellos judíos que no
optaron por volver a Jerusalén. Sin embargo, no hay nada en el texto que indique esta
limitación. Parece más bien que esta fue una medida exigida por el rey aun en el caso
de vecinos que adoraban a otros dioses.54 ¡Que nadie que deseara volver a su propia
tierra tuviera que quedarse en su lugar actual por falta de recursos! El retorno podía ser
voluntario, pero la ayuda a los que volvían era obligatoria.
… junto con una ofrenda voluntaria para la casa de Dios que está en Jerusalén
(1:4)
Además de la ayuda para sufragar los gastos de viaje de los judíos, los vecinos
debían entregar una “ofrenda voluntaria” (quizás la cantidad dependiera de la buena
voluntad de cada uno; desde luego, ¡la ofrenda en sí no era muy “voluntaria” si el rey la
mandaba!) para el templo (no se especifica si era para cubrir los gastos de la
construcción o para mantener el culto).
La ayuda brindada a los judíos por sus vecinos gentiles vuelve a recordarnos
enseguida lo que ocurrió en el éxodo, cuando los hijos de Israel… pidieron a los egipcios
objetos de plata, objetos de oro y ropa; y el Señor hizo que el pueblo se ganara el favor
de los egipcios, que les concedieron lo que pedían; así despojaron a los egipcios (Éxodo
12:35–36; cf. Éxodo 3:21–22; 11:2–3).
A los judíos les habrá parecido asombroso que sus vecinos incrédulos fueran
obligados a contribuir de esta manera a la reedificación de la casa de Dios. La historia se
repite. El Dios de Moisés demuestra ser el mismo ayer y hoy y por los siglos. Es justo lo
que Dios había dicho a través del profeta muchos años antes de que ocurriera:
He aquí, vienen días, declara el Señor, cuando ya no se dirá: “Vive el Señor,
que sacó a los hijos de Israel de la tierra de Egipto”, sino: “Vive el Señor, que hizo
subir a los hijos de Israel de la tierra del norte y de todos los países adonde los
había desterrado”. Porque los haré volver a su tierra, la cual di a sus padres
(Jeremías 16:14–15).

Preparativos para el retorno


Esdras 1:5–11

Los comprometidos (1:5)


Entonces se levantaron… (1:5)
Después del texto del decreto, se nos explica cuáles fueron las reacciones de las
personas implicadas en él: los judíos (1:5), los vecinos (1:6) y el rey (1:7). En primer

34
lugar, lógicamente, está la reacción de los judíos, porque ellos eran los más afectados.
Esta respuesta suya se expresa mediante la frase “se levantaron”. No debemos
suponer necesariamente que estuvieran sentados o tumbados cuando llegó el decreto
ni que se pusieran de pie al escucharlo. La frase describe una reacción psicológica y
espiritual más que una acción física. Indica que respondieron de una manera inmediata
y enérgica. Significa que se esforzaron, “se remangaron” y se entusiasmaron.
En principio, esta reacción no nos sorprende, porque ya hemos visto que habían
vivido largos años en el cautiverio y lejos de su propia tierra. Nada más llegar la
oportunidad de volver a casa, la aprovecharon.
Pero, por otro lado, debemos recordar que muchos de ellos habían prosperado en
el exilio, llegando a ocupar posiciones importantes en el gobierno y en el comercio.
Además, la mayoría había nacido en el exilio y no conocía la Tierra Prometida excepto
por lo que sus padres les habían contado. Ya tenían muchos intereses económicos y
sociales en Babilonia. Allí estaban sus casas, su trabajo, sus familiares y sus posesiones.
Desarraigarse para volver a una tierra desconocida en condiciones precarias no era tan
fácil como puede parecer. Los que se “levantaron” lo hicieron sostenidos por su
convicción de que el Señor los llamaba y lo hicieron dispuestos a pagar el precio.
Algunos sintieron una fuerte tentación para quedarse en Babilonia, estando
bien establecidos allí, con un largo viaje por delante, quizá con niños pequeños (y
sus madres) que no estaban en condiciones de viajar y para quienes Judá era un
país extraño. ¡Subir a Jerusalén! ¿Y qué harían allí? Todo estaba en ruinas y se
hallarían en medio de enemigos para quienes serían fácil presa.
Siempre es así. Cuando Dios muda los tiempos y cambia las condiciones sociales
para que su pueblo realice un nuevo paso hacia delante en la edificación de su templo,
el cambio suele presentarse más en forma de reto y sacrificio que de bienestar y
comodidad. Pero estos hombres no fueron desobedientes a la visión celestial (Hechos
26:19), sino que, al escuchar el decreto y comprender sus implicaciones espirituales,
respondieron con fe y con pronta obediencia. Percibieron, más allá de las palabras del
rey, el llamamiento de Dios y, por así decirlo, dejando al instante las redes, le siguieron
(Mateo 4:20).
… los jefes de las casas paternas de Judá y de Benjamín… (1:5)
El texto divide en tres grupos a los que “se levantaron” para volver a Jerusalén y
para asumir la responsabilidad de reconstruir el templo: los cabezas de familia; los
líderes religiosos; y los demás.
En cuanto al primer grupo, los “jefes de casas paternas” (o “cabezas de familia”)
eran los varones más destacados de cada clan, normalmente los mayores en edad, los
que eran respetados y venerados por los demás como sus líderes y portavoces. Se ve
que el sistema de organización social por familias había sobrevivido a los atropellos del
exilio. Los clanes de Israel mantenían su cohesión. Recibimos la impresión de que la
decisión del patriarca (en este caso, la de ir a Jerusalén o permanecer en Babilonia) era
más o menos asumida por los demás miembros del clan. Los patriarcas decidían y los
35
demás seguían.
Notemos, de paso, que las Escrituras dan por sentada la responsabilidad del padre
de familia en la toma de decisiones y la obligación de los demás miembros de la familia
de acatar la autoridad paterna. La sociedad de hoy se ha alejado tanto de este patrón
que puede parecernos extraño o aun aberrante. ¡Hoy en día, la decisión de volver o no
a Jerusalén quizás fuera tomada por las mujeres y los jóvenes! Pero, delante de Dios, los
primeros que tenían (¡tenemos!) que asumir la responsabilidad eran (¡somos!) los
varones mayores. Cuando el varón asume su responsabilidad ante Dios, entonces las
cosas funcionan de acuerdo con el diseño de Dios.
Las familias, en este caso, procedían de “Judá y Benjamín”. Si solo se hubiera
mencionado Judá, podríamos haber debatido si la referencia era a la tribu o a la
provincia (cf. 1:3). La mención de Benjamín deja claro que el texto está hablando de las
tribus, descendientes de Jacob. La tierra de Benjamín lindaba con la de Judá, pero la
frontera entre las dos nunca fue claramente definida, por lo cual se suelen mencionar
juntas, más “mezcladas” que las demás tribus. A partir de la división de Israel en dos
reinos en tiempos de Roboam y Jeroboam, las dos formaron juntas el reino del sur (2
Crónicas 11:1, 12).
Estas dos tribus eran las que habían sufrido con mayor incidencia la deportación a
Babilonia. Ahora podemos suponer que la inmensa mayoría de los que volvían a
Jerusalén procedía de ellas. Sin embargo, no debemos pensar que las demás tribus de
Israel fueran excluidas. Las del norte no habían desaparecido del todo. Aún quedaba un
pequeño remanente. Después de la división de Israel y antes de la invasión de los
asirios, algunos creyentes fieles del reino del norte habían buscado refugio en Judá a
causa de la apostasía de los reyes de Israel. 2 Crónicas 11:16 nos dice que aquellos de
entre todas las tribus de Israel que habían resuelto en su corazón buscar al Señor, Dios
de Israel, les siguieron [a los levitas que habían abandonado el reino del norte] a
Jerusalén para sacrificar al Señor, Dios de sus padres. Y nuevamente, en tiempos de las
reformas del piadoso rey Asa de Judá, leemos que muchos de Israel se pasaron a él
[Asa] cuando vieron que el Señor su Dios estaba con él, por lo cual en medio de los
hombres de Judá y Benjamín encontramos a los de Efraín, Manasés y Simeón que
residían con ellos (2 Crónicas 15:9). Igualmente, en tiempos de las reformas de Ezequías,
cuando el reino de Israel ya había sido conquistado por los asirios, algunos hombres de
Aser, de Manasés y de Zabulón se humillaron y vinieron a Jerusalén (2 Crónicas 30:11; cf.
30:18). También en tiempos de Josías leemos acerca de un remanente de Israel
procedente de Manasés y Efraín que seguía fiel al Señor (2 Crónicas 34:9). Aquellos
tempranos momentos de fidelidad, que al principio habrán costado caro a los
implicados, iban a suponer su eventual salvación. Mientras que sus compatriotas
infieles perecieron en el destierro asirio y desaparecieron de la historia, estos
sobrevivieron y mantuvieron vivos los nombres de las tribus. Participaron en la suerte
de Judá para mal y también para bien: tuvieron que soportar el exilio babilónico,
ciertamente; pero también estuvieron presentes en el retorno a Jerusalén, “un
pequeño remanente de ese pequeño remanente”. Por eso mismo, aunque la mayoría
de los desterrados procedían de las tribus de Judá y Benjamín (de ahí la denominación
36
de los jefes de las casas paternas), eran suficientes los que procedían de las demás
tribus como para que los que volvían a Jerusalén pudieran ser llamados legítimamente
“pueblo de Israel” (2:2b).
… y los sacerdotes y los levitas… (1:5)
Pero también estuvieron presentes en este “levantamiento” los representantes de
una tercera tribu: la de Leví. La casta religiosa de Israel estaba formada por los
descendientes de esta tribu. Los “levitas” habían sido designados por Dios para
ocuparse de diversos aspectos del culto en Jerusalén y de la formación espiritual del
pueblo. Los sacerdotes, en cambio, eran aquellos descendientes de Leví que procedían
de la “casa paterna” de Aarón.
Los dos grupos reciben ahora una mención especial porque, sin ellos, habría sido
imposible la restauración del culto del templo.
… todos aquellos cuyo espíritu Dios había movido a subir para edificar la casa del
Señor que está en Jerusalén (1:5)
Antes se nos ha dicho que el Señor “movió el espíritu de Ciro” (1:1). Ahora es el
mismo Señor quien despertó el espíritu de aquellos judíos que se disponían a subir a
Jerusalén.
Por medio de su Espíritu y su gracia, Dios los llenó de una santa ambición de
libertad, de un profundo afecto a su propio país y de un ferviente deseo de
practicar libre y públicamente su religión.
Nuevamente, se hace patente que la iniciativa del retorno procede del Señor. Él es
quien controla la historia de la salvación. Él se encarga de la construcción de su casa. Si
el Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la edifican (Salmo 127:1). Su
voluntad es irresistible.
Y, puesto que es Dios quien, en última estancia, es poderoso para despertar el
espíritu no solo de sus hijos, sino de un rey pagano, vale la pena dirigirle nuestras
oraciones y pedirle que haga lo mismo en nuestra generación. Cuando vivimos en
medio de una sociedad de corazón duro e indiferente a las cosas de Dios y cuando
vemos cómo la apatía espiritual invade hasta la propia iglesia, entonces necesitamos
confiar en el Dios que muda los tiempos y mueve los espíritus, y clamarle pidiendo que
actúe.
La clara implicación es que Dios es quien da no solamente el poder y los recursos
para llevar a cabo lo que él nos pide, sino también el propio deseo de poner manos a la
obra y cumplirla: Dios es quien obra en vosotros tanto el querer como el hacer
(Filipenses 2:13). Pero notemos bien el equilibrio en el texto bíblico. La soberanía divina
no neutraliza la responsabilidad humana. Nunca podemos excusarnos diciendo que la
culpa es de Dios porque él no ha despertado nuestro espíritu ni ha obrado en nosotros
su querer. Es él quien, efectivamente, implanta en nosotros su deseo, pero somos
nosotros los que lo deseamos. Él “mueve el espíritu”, pero los hombres somos
responsables de “levantarnos”. Y no lo hacemos como marionetas manipulados por

37
Dios en contra de nuestra voluntad, sino como seres humanos con voluntad propia. La
soberanía de la voluntad de Dios es innegable, pero no supone la negación de la
voluntad humana, sino la causa de su afirmación.
La posibilidad del retorno llegó a todos los judíos por igual. Cualquiera podía
adherirse al grupo de peregrinos que haría el viaje de regreso. Pero respondieron
positivamente solo aquellos cuyos espíritus fueron movidos por Dios. Esto no exime de
responsabilidad a los que optaron por quedarse en Babilonia. Cada cual sopesó las
ventajas y desventajas y tomó su decisión. Cada cual eligió con plena libertad. Cada cual
tuvo que vivir con las consecuencias de su decisión. Pero nadie habría vuelto a
Jerusalén si no hubiera sido por la acción salvadora de Dios moviendo a Ciro a publicar
el decreto y estimulando a muchos judíos a aprovechar la ocasión.
Lo mismo ocurre con el evangelio. La oferta de salvación está al alcance de todos,
pero son pocos los que aprovechan la oportunidad. Cada uno es responsable por su
respuesta. Pero los que hemos acudido por la fe a Jesucristo y hemos sido hechos
partícipes en la Jerusalén de arriba reconocemos que, si no hubiera sido por el Espíritu
de Dios moviendo nuestro espíritu, abriendo nuestro entendimiento y despertando en
nosotros la fe, estaríamos aún en nuestra Babilonia:
Quienes están encadenados por el pecado pueden ser hechos libres por
Jesucristo. A quienquiera que, por medio del arrepentimiento y la fe, desee volver
a Dios, Jesucristo le ha abierto el camino y le levanta de la esclavitud del pecado
hacia la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Hay muchos que, después de
escuchar estas buenas noticias, optan por quedarse en la Babilonia de sus
pecados, por amor al vicio y por miedo a las dificultades de una vida santa, pero
hay también quienes arrostran las dificultades y prosiguen adelante dispuestos a
pagar el precio. Estos son aquellos cuyo espíritu Dios ha elevado por encima del
mundo y la carne y en quienes él ha implantado el deseo de participar en la
nueva casa de Dios.

Los colaboradores (1:6)


Y todos los que habitaban alrededor de ellos les ayudaron… (1:6)
Puesto que muchos judíos optaron por quedarse en Babilonia, podemos suponer
que ellos estaban entre “los que habitaban alrededor”. Sin embargo, como ya hemos
visto, puesto que el decreto de Ciro había exigido la ayuda de todos los vecinos de los
judíos que volvieron del exilio (1:4), esta frase puede incluir también a los vecinos
gentiles.
Debe observarse que, en este momento, los peregrinos no rechazaron la ayuda de
gente pagana. Más adelante iban a hacerlo (ver 4:1–3). Pero no hay contradicción en
estas dos posturas; ni mucho menos debemos adoptar una lectura cínica de estos
episodios y suponer que los judíos estaban dispuestos a recibir ayuda monetaria, pero
no a permitir otra clase de participaciones. No. Los vecinos sufragaron los gastos con
buena voluntad, pero los habitantes de la tierra iban a ofrecer una ayuda interesada

38
con espíritu de “enemigos” (4:1). En el primer caso, los judíos vieron correctamente la
fiel provisión de Dios; en el segundo, la trampa del maligno. ¡Que Dios nos dé un
discernimiento similar cuando recibimos ofertas de ayuda de parte de personas no
creyentes!
… con objetos de plata, con oro, con bienes, con ganado y con objetos preciosos,
además de todo lo que fue dado como ofrenda voluntaria (1:6)
Puesto que las “ofrendas voluntarias” de esta frase se destinaban a los gastos de la
restauración del templo (1:4), es probable que los bienes regalados según la primera
parte de este texto son para los gastos de los peregrinos mismos.
Nuevamente, vemos en la generosidad de los vecinos (e incluso en el lenguaje
empleado) reminiscencias de lo que había pasado en el éxodo:
Así como el tabernáculo se hizo con los despojos de Egipto y el primer templo
se construyó con el trabajo de extranjeros, así también el segundo templo se
construyó con las contribuciones de los caldeos.
Pero este texto no mira solamente hacia atrás al éxodo, sino también hacia delante
a la incorporación de los gentiles en el verdadero templo de Dios. La generosa entrega
de dones por parte de los vecinos paganos no es más que un pequeño anticipo del
momento futuro en el que vendrán entonces los tesoros de todas las naciones, y yo
llenaré de gloria esta casa, dice el Señor de los ejércitos (Hageo 2:7).

Los tesoros del templo restituidos (1:7–11)


También el rey Ciro sacó los objetos de la Casa del Señor que Nabucodonosor se
había llevado de Jerusalén y había puesto en la casa de sus dioses… (1:7)
Como ya hemos visto, Nabucodonosor, al conquistar la ciudad de Jerusalén (586 a.
C.), había entrado en el templo buscando la imagen del Dios de Israel a fin de llevársela
como trofeo y colocarla en Esaguila, el templo de Marduk (Merodac) en Babilonia. Al no
encontrar imagen alguna, tuvo que conformarse con llevarse los utensilios sagrados del
templo en su lugar (2 Reyes 24:13; 25:13–17; 2 Crónicas 36:7; Daniel 1:2).
Ahora, Ciro estaba en el proceso de devolver a cada pueblo conquistado por los
babilonios las imágenes de sus dioses para que las llevaran a sus tierras de origen. Pero,
en el caso de los judíos, no había imagen que devolver. Lo único que podía entregarles,
pues, eran los utensilios sagrados del templo.
En 6:5 leemos el texto de la ordenanza oficial del rey al respecto. Allí aprendemos
varias cosas:
1. Los objetos en cuestión eran todos ellos de oro o de plata (cf. 1:11).
2. Debían ser colocados en el templo. O sea, no podían ser vendidos, por ejemplo,
para sufragar los gastos del culto o de la construcción del templo.
3. Debían ser colocados cada uno en su lugar correcto en el templo. Es decir, debían
servir a la función para la cual habían sido creados.

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En todos estos detalles vemos la voluntad escrupulosa del rey de respetar hasta lo
más mínimo la idiosincrasia de cada divinidad.
… Ciro, rey de Persia, los hizo sacar por mano del tesorero Mitrídates… (1:8)
Por supuesto, el propio rey no entró en la tesorería para encargarse personalmente
de la distribución de los tesoros. Lo hizo a través de su “ministro de hacienda”, un tal
Mitrídates.
En este versículo encontramos una pequeña evidencia acerca de cómo, después de
la caída de Babilonia, hubo una rápida simbiosis de las clases políticas de Babilonia y de
Persia. Se menciona aquí a dos oficiales y lo curioso es que ambos tienen nombres en
honor al dios del sol; pero un nombre honra al dios persa, Mitra, y el otro, al dios
babilónico, Shemash. Mitrídates es claramente de origen persa, pues tanto su título
oficial (“tesorero”) como su nombre personal (“Ofrecido a Mitra”) son persas. Sin duda,
él fue el oficial que recibió el documento real citado en 6:3–5 y tuvo que encargarse de
pagar el dinero de la tesorería real para sufragar los gastos de la construcción del
templo, además de entregar a los judíos los utensilios de la casa de Dios.
… que los dio contados a Sesbasar, príncipe de Judá (1:8)
En cambio, Sesbasar tiene un nombre que se deriva del babilónico Sassu-aba-usur,
aunque es probable que él mismo fuera judío. Puede haber sido un exiliado hebreo que
había alcanzado una posición de cierta importancia política en la corte de Babilonia,
razón por la que recibió un nombre babilónico, como era habitual en aquella época.
Ahora ha sido designado por Ciro para encabezar el grupo de exiliados que van a volver
a Jerusalén y para encargarse del traslado de los tesoros del templo.
Hasta aquí, las cosas están bastante claras. Pero, a partir de aquí, el texto nos
presenta una serie de cuestiones de difícil resolución. Es cierto que no afectan para
nada el mensaje espiritual del libro, pero no podemos eludirlas. Tenemos que
preguntarnos pues: ¿Quién fue Sesbasar? ¿Cuál fue su relación con Zorobabel? ¿Y cómo
explicar que es mencionado aquí y en 5:14–16, pero desaparece casi enseguida de la
historia? Los expertos han propuesto diferentes respuestas a estas preguntas, pero
todas son motivo de debate.
Algunos han intentado identificar a Sesbasar con Senazar, cuarto hijo del rey Joacín
de Judá y, por tanto, tío de Zorobabel (ver 1 Crónicas 3:18). Proponen que la diferencia
de nombres se explica por la confusión producida al convertir los nombres persas a
formas hebreas, griegas o arameas. Señalan que, en la Septuaginta de Esdras 1:8,
Sesbasar aparece como “Sasabasar”, y en 1 Esdras 2:12 como “Sanabasar”. Esta
identificación podría explicar el doble liderazgo de Sesbasar y Zorobabel. En el
momento del retorno, el tío sería un hombre mayor que necesitaría el apoyo de su
sobrino. Es posible que muriera poco después de la llegada a Jerusalén y que entonces
Zorobabel lo sustituyera como gobernador. El título dado a Sesbasar, “príncipe de
Judá”, apoya su identificación con Senazar, quien era indudablemente un príncipe de la
casa de Judá, del linaje real de David. Sin embargo, la palabra original se refiere a toda
clase de gobernante y no conlleva ninguna inferencia necesaria de descendencia real.
40
Este título no ayuda a resolver la cuestión, porque la identificación de Sesbasar con
Senazar no deja de ser especulación basada solo en el parecido de dos nombres.
Resulta ser una teoría interesante, pero que finalmente no convence.67
A mi juicio, la solución más sencilla de esta cuestión consiste en suponer que
Sesbasar es otro nombre del propio Zorobabel. Desde luego, de aceptar esta
identificación de los dos hombres, se allana mucho la interpretación del texto:
Sesbasar-Zorobabel recibe los utensilios (1:8–11), Zorobabel-Sesbasar se encarga de los
exiliados desde el primer momento (2:2) y se le da el título de gobernador (5:14). En
cambio, de no aceptarla, el texto plantea muchos interrogantes: ¿Cómo es que tanto
Sesbasar como Zorobabel tienen el título de gobernador y se habla de ambos como si
fueran el líder civil incuestionable de los exiliados y el responsable por la colocación de
los cimientos del templo? Si, en realidad, se trata de dos hombres distintos que
ejercieron estos cargos en momentos diferentes, ¿en qué momento cesó Sesbasar y le
sustituyó Zorobabel? ¿Y cómo es que el editor del libro fue tan torpe como para no
darse cuenta de la confusión que provocaría en los lectores la omisión de estas
explicaciones?
Podemos resumir de la siguiente manera los argumentos a favor y en contra de esta
identificación.
Argumentos a favor:
1. Ambos parecen ostentar el liderazgo del retorno de judíos de Babilonia a Jerusalén
en el año 538 a. C. (ver Esdras 1:11; 2:1–2).
2. Los dos reciben el título persa de “gobernador” (pehâ): Sesbasar, en Esdras 5:14;
Zorobabel, en Hageo 1:1; 2:2. Además, al ser del linaje real de Judá, Zorobabel
podría ser llamado legítimamente “príncipe”, pero, de hecho, es Sesbasar quien
recibe este título (en 1:8).
3. Los dos tienen funciones similares en el mismo momento: participan en la
construcción del templo (Sesbasar, en Esdras 1:1–11 y 5:15; Zorobabel, en Esdras
3:1–13 y 5:2); y, más específicamente, en echar los cimientos (Esdras 3:2–10; 5:16;
Hageo 1:14–15; Zacarías 4:9).
4. En Esdras, nunca están nombrados juntos. De haberlo estado, esto confirmaría que
se trata de dos personas diferentes.
5. El nombre de Sesbasar es mencionado solamente en contextos donde se habla de
Ciro y de otros funcionarios persas, lo cual parece indicar que “Sesbasar” es el
nombre “oficial” persa, mientras que Zorobabel es el nombre empleado por los
judíos.
6. En esa época, muchas personas tenían dos nombres, lo cual hace probable que
Sesbasar y Zorobabel sean la misma persona. Recordemos que el hebreo José,
cuando fue nombrado ministro de Egipto, recibió el nombre egipcio de Zafnat-
panea (Génesis 41:45) y que Daniel y sus tres compañeros recibieron nombres
babilónicos: Daniel, el nombre de Beltsasar; Ananías, el de Sadrac; Misael, el de
Mesac; Azarías, el de Abed-nego (Daniel 1:7; 2:26). Asimismo, algunos de los últimos

41
reyes de Judá fueron conocidos por más de un nombre: por ejemplo, el abuelo de
Zorobabel es llamado Jeconías (en 1 Crónicas 3:16–17; Jeremías 24:1; 27:20; 28:4),
Conías (en Jeremías 22:24, 28; 37:1), y Joaquín o Yehoyaquín (en 2 Reyes 24:6, 8, 12,
15, 17; 25:27; 2 Crónicas 36:8–9; Jeremías 52:31). El tío bisabuelo de Zorobabel,
Matanías, se llama también Sedequías (2 Reyes 24:17). Asimismo, es probable que
“Mardoqueo” no fuera el nombre original del primo de Ester, sino su “nombre
cortesano”, porque un judío piadoso no aceptaría de buen grado ser nombrado en
honor al dios Marduk. En todos estos casos, la Biblia no explica la pluralidad de
nombres. No lo hace, sin duda, porque se trata de personas muy conocidas en su
generación y no requerían esas explicaciones. Lo mismo podría ser cierto de
Zorobabel. El uso de dos nombres diferentes solo causaría confusión si se tratara de
una figura desconocida.
7. La identificación de Sesbasar con Zorobabel tiene una larga trayectoria. Ya estaba
establecida en tiempos de Josefo (ver Antigüedades XI. I. 3).
8. Los libros de Esdras (2:63) y Nehemías (7:65) hablan de “el gobernador” (“Tirsatha”)
sin especificar si se trata de Sesbasar o de Zorobabel, lo cual es comprensible solo si
son una misma persona.
Argumentos en contra:
1. El texto no dice que son una misma persona. ¿No se presta esto a confusión? ¿No lo
habría dicho si fuera así? (Contra-respuesta: En cualquier caso, ya se trate de una
misma persona o de dos personas diferentes, el texto de Esdras se presta a
confusión: como ya hemos indicado, si no se trata de una misma persona, sino de
dos personas diferentes, ¿cómo explicar que ambos parecen recibir a la vez los
mismos títulos y encargos?)
2. Aunque es cierto que muchos personajes de aquel entonces eran conocidos por dos
nombres diferentes, resulta poco probable que un príncipe de la casa real de Judá
tuviera dos nombres babilónicos; y tanto Sesbasar como Zorobabel lo son. (Contra-
respuesta: Algunos expertos consideran que Zorobabel no es un nombre babilónico,
sino hebreo.)
3. La carta enviada a Darío por Tatnai y Setar-boznai habla de Sesbasar como si no les
fuera conocido personalmente (Esdras 5:14–16); pero, en cambio, conocen a
Zorobabel, porque acaban de tener una confrontación con él (Esdras 5:2–4).
(Contra-respuesta: La carta de Esdras 5 no dice explícitamente que Tatnai y Setar-
boznai no conocieran a Sesbasar. Se refiere a “uno llamado Sesbasar” (5:14), pero
esta frase no quiere decir necesariamente “aquel Sesbasar a quien nosotros no
conocemos”, sino que podría significar “aquel Sesbasar a quien el rey Darío no
conoce”.)
4. El texto del libro apócrifo 1 Esdras 6:18 parece establecer que son dos personas
diferentes al afirmar que los utensilios del templo fueron entregados a ambos.
5. Aunque tanto Sesbasar como Zorobabel son comisionados como “gobernadores”,
Sesbasar recibió esta comisión de Ciro (Esdras 5:14), mientras que Zorobabel,

42
aunque acompañó a Sesbasar en el primer retorno, es mencionado solamente como
líder (2:2) y todavía no como gobernador. Seguramente es nombrado porque iba a
ser importante en momentos posteriores. Podemos suponer que recibió el título de
gobernador después del cese de Sesbasar.
Los expertos estarán debatiendo esta cuestión durante muchos años. Pero,
mientras tanto, ¿en qué quedamos? Pues, quedamos en que es posible que Sesbasar y
Zorobabel sean una misma persona; pero también es posible que no lo sean. ¡Vaya
solución salomónica que no satisfará a nadie! Sin embargo, dogmatizar a favor o en
contra de esta identificación es extralimitarnos con respecto a la información dada por
el texto bíblico y a la luz de tantos argumentos contrastados. Si yo me decanto a favor
de la identificación de Sesbasar y Zorobabel como una sola persona, es porque, a mi
juicio, esto simplifica enormemente la interpretación de los acontecimientos narrados
en estos capítulos.
Lo que queda claro es que Sesbasar es llamado “príncipe” o “mandatario” aquí y,
más adelante, “gobernador” (5:14); que Ciro entregó en sus manos los tesoros del
templo para que él los devolviera a su lugar en Jerusalén (1:8 y 5:15), y que fue
responsable de la colocación de los cimientos del templo (5:16). Si él no es Zorobabel
mismo, tiene que haber trabajado en estrecha relación con este y haber sido sustituido
por él en el liderazgo civil de los judíos.
En todo caso, en este momento, la preocupación de Esdras no es la identificación de
Sesbasar, sino la devolución de los tesoros del templo.
Y este fue su número: treinta platos de oro, mil platos de plata, veintinueve
duplicados;… (1:9)
Pasemos, pues, de consideraciones especulativas acerca de personajes a datos
absolutamente concretos, detallados e incuestionables sobre los utensilios del templo.
El inventario de estos versículos puede parecernos muy árido. Pero debemos intentar
imaginar con qué sentimientos Sesbasar y los demás judíos habrían recibido esta
entrega. Sin duda, Mitrídates, como buen funcionario, entregó estos objetos con
eficacia, pero con la formalidad fría de un contable, enumerándolos y requiriendo las
obligadas firmas de entrega (¡lo mismo que Esdras, como buen amanuense, narra el
momento mediante una impasible lista prosaica!). Sin embargo, para los judíos era un
momento de intensa emoción. ¡Aquí salen a la luz del día los utensilios consagrados a
Dios, después de décadas de haber estado encerrados en el erario de un dios pagano!
Es un paso adelante en la restauración de sus sueños, un paso más hacia la posibilidad
de ver reinaugurado el culto a Dios y reformada su nación.
Además, era una confirmación visible de la fidelidad de Dios. Hasta aquí, todo había
sido promesas políticas y decretos reales. Pero ahora se produce la evidencia tangible
de que esto va en serio, de que las palabras del rey se van a cumplir. ¡Y, detrás de las
palabras del rey, el cumplimiento de la palabra de Dios! Él había prometido que la larga
noche del destierro llegaría a su fin y, ahora, cada pieza del tesoro testificaba acerca del
cuidado soberano de Dios y de la continuidad del pacto.

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Y, aún más específicamente, estos utensilios significaban para los judíos la pronta
restauración del sacerdocio levítico. Sin ellos, el ejercicio del sacerdocio habría sido, si
no imposible, al menos terriblemente empobrecido. Ahora, los judíos podían volver a
Jerusalén sabiendo que, de momento, no tenían ninguna esperanza de que su
monarquía fuera restaurada, pero regocijándose al ver la inmediata restauración del
sacerdocio: El reino político había perecido, pero no “el reino de sacerdotes”.
En torno a la naturaleza de los utensilios en sí, hay muchas dudas y muchos
interrogantes a causa de la oscuridad de los vocablos empleados. La palabra traducida
aquí como platos es de origen persa, lo cual sugiere que Esdras puede estar copiando
aquí un inventario de los archivos reales (cf. 6:1–5). Pero este hecho oscurece tanto la
forma como la función que estos “platos” pueden haber tenido.
La palabra traducida como duplicados es hebrea, pero su significado es oscuro.
Nuestra versión se basa en la traducción de la Septuaginta, cambios. En cuanto al
número de “duplicados”, lo más probable es que eran inicialmente treinta, ¡pero que
alguien, quizás un funcionario coleccionista, “mangó” uno de ellos!
… tazas de oro, treinta; tazas de plata de otra clase, cuatrocientas diez; y otros
objetos, mil (1:10)
Siguen las dificultades textuales. La palabra traducida como tazas se refiere a alguna
clase de recipiente, pero su forma y función exactas son desconocidas. La frase de otra
clase también es oscura. La palabra hebrea significa normalmente doble o segundo. De
ahí que algunos lo entienden como “de segunda categoría” o “duplicados”.82 Algunos
creen que se trata de una corrupción de las palabras hebreas que significaban dos mil,
lectura que recibe el apoyo de 1 Esdras.
Quedaban objetos diversos que no entraban en ninguna de las categorías
mencionadas hasta aquí. Esdras los resume diciendo que eran mil, probablemente un
número redondeado.
Todos los objetos de oro y de plata fueron cinco mil cuatrocientos (1:11)
Los mil objetos varios mencionados en 1:10 dan la impresión de cubrir todos los
objetos no incluidos en las frases anteriores, lo que daría una suma total de unos dos
mil quinientos utensilios. Pero, ahora, Esdras nos informa que eran cinco mil
cuatrocientos. ¿Cómo reconciliar estas cifras?
Desde luego, como hombre experto en leyes y escritos, es poco probable que Esdras
mismo se haya equivocado al sumar. Tampoco es fácil atribuir la equivocación a errores
de copista, pues estos tendrían que ser múltiples. Por tanto, los comentaristas acuden a
otras explicaciones, entre ellas:
1. Los signos empleados antiguamente para los numerales se prestaban a ser
malinterpretados en generaciones posteriores. No se trata, pues, de un simple error
de copista, sino de una interpretación errónea de estos signos.
2. La solución más sencilla es suponer que, en 1:9–10, Esdras menciona los objetos de
más valor o prestigio, mientras que en 1:11 incluye aun los más insignificantes. Pero
esto es no tomar en consideración la última frase del 1:10.
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3. Una variante de la primera solución es que es un hecho bien establecido que algunas
listas [de la antigüedad] no son más que fragmentos del documento original, aunque
los copistas solían retener los totales originales.
4. Otra solución consiste en revisar las cifras de estos versículos en conformidad con
las cifras dadas en 1 Esdras 2:13–14, porque ellas sí que se corresponden con el
número total. Para ello tendríamos que enmendar el texto de las siguientes
maneras:
• En 1:9, donde dice treinta platos de oro leeríamos mil. Esta cifra está más en
consonancia con el número total mencionado en 1:11; pero, por otra parte,
parece una cifra desproporcionada en comparación con los demás utensilios de
oro de esta lista.
• En 1:10, donde dice cuatrocientas diez tazas de plata de otra clase, leeríamos
dos mil cuatrocientas diez, cifra que encaja con el número total, pero que podría
parecer desorbitada.
• En 1:11, donde da el total de cinco mil cuatrocientos objetos, leeríamos cinco mil
cuatrocientos sesenta y nueve.
Estas revisiones tienen la ventaja de darnos una suma total que se corresponde con
la cifra dada en 1:11. Además, estas cifras parecen más ajustadas y exactas y, por
tanto, más fiables. Pero, por otra parte, la exactitud de estas cifras podría deberse al
afán del autor de 1 Esdras de ajustar las cifras a fin de rectificar las aparentes
discrepancias del texto hebreo.
Quizás esta cuestión nunca se resuelva con absoluta certeza. En todo caso, lo
increíble es que miles de objetos sagrados se hubieran conservado intactos a lo largo
del cautiverio y ahora podían ser devueltos al pueblo de Dios y colocados en su lugar en
el templo.
Sesbasar los trajo todos con los desterrados que subieron de Babilonia a Jerusalén
(1:11)
La última frase del capítulo, “de Babilonia a Jerusalén”, podría servir como síntesis
de lo que ha pasado hasta aquí. Es una frase escueta. No nos dice prácticamente nada
acerca del retorno. Pero también es una frase emocionante que resume toda la
angustia del cautiverio babilónico, el fiel cumplimiento de las promesas que Dios había
dado a su pueblo a través del profeta Jeremías y el arduo viaje de regreso a la Tierra
Prometida, con todo el reto y toda la esperanza de reedificar el templo de Dios.

Los dirigentes del retorno


Esdras 2:1–2a

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El censo de los que volvieron del cautiverio babilónico (2:1)
Estos son los hijos de la provincia que subieron de la cautividad… (2:1)
Habitualmente, nada más llegar a un capítulo como este, que se compone
mayormente de un sinfín de nombres oscuros, saltamos enseguida al capítulo siguiente,
suponiendo que este tendrá poco interés para nosotros. Sin embargo, hacemos bien en
observar que la larga lista de nombres de Esdras 2 se repite en Nehemías 7:5–73. Es
como si el Espíritu Santo nos dijera: Puesto que no quisisteis leer cuidadosamente la
relación de nombres en el libro de Esdras, aquí lo tenéis otra vez; ¡a ver si ahora le
prestáis la debida atención! O, en otras palabras, si el Espíritu ha querido registrar dos
veces la misma lista, es evidente que tiene cierta importancia para Dios. Hacemos bien
en preguntarnos por qué.
A efectos del cumplimiento del decreto de Ciro, los recursos humanos son aún de
mayor importancia que los recursos económicos. El templo nunca habría sido
reedificado si no hubiera sido por las familias de judíos que aceptaron la oferta de Ciro y
estuvieron dispuestas a desarraigarse de Babilonia y trasladarse a la Tierra Prometida.
Y, de entre los exiliados, especial relevancia tuvieron los diversos oficiales del templo,
sin los cuales habría sido imposible reanudar los sacrificios, las ceremonias, las fiestas y
los cultos del sistema levítico.
A Dios le importan estas cosas. Él toma buena nota de aquellos que sacrificaron su
comodidad por amor a su tierra y su templo y, más allá de estas cosas materiales, por
fidelidad a Dios mismo. El Señor no es injusto como para olvidarse de su obra y del
amor que mostraron hacia su nombre (Hebreos 6:10). Puesto que honraron el nombre
de Dios, Dios quiso que, en compensación, sus nombres fueran registrados para
siempre en sus Escrituras.
Esto también debe animarnos a nosotros. Si Dios tomó buena nota de cada familia
que participó en la reconstrucción de su templo terrenal, ¿acaso no estará anotando en
los archivos celestiales los nombres de todos aquellos que dejen sus ambiciones
terrenales con el fin de contribuir fielmente a la edificación de su casa espiritual?
La “provincia” mencionada en este versículo es, sin duda, la de Judá. Los
desterrados son llamados “hijos de la provincia” porque, aun cuando hubieran nacido
en Babilonia, sus verdaderas raíces seguían estando en Israel. Por eso se nos dice que
volvieron “cada uno a su propia ciudad”: incluso después de los largos años del exilio,
no habían perdido la sensación de pertenecer a un determinado lugar que Dios había
dado a sus antepasados en tiempos de Josué.
… de los desterrados que Nabucodonosor, rey de Babilonia, había llevado cautivos
a Babilonia… (2:1)
El término empleado aquí para los “desterrados” (en hebreo, gôlâ) iba a adquirir un
valor casi técnico para referirse a los judíos que volvieron de Babilonia (1:11; 4:1), en
contraste con “el pueblo de la tierra” (4:4), o sea, la combinación híbrida de extranjeros
que se habían asentado en Palestina durante el exilio con los pocos judíos que

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quedaron en la tierra al no haber sido asesinados o exportados por los babilonios. La
ironía es que, a pesar de haber sido llevados a Babilonia por Nabucodonosor y
expuestos a toda clase de perniciosa influencia pagana, los gôlâ experimentaron en el
castigo divino del exilio un revulsivo que reformó sus costumbres y fortaleció su fe en
Dios, mientras que los “de la tierra” seguían practicando aquella triste mezcla de
judaísmo y paganismo que había caracterizado al Israel preexílico y que había ido en
aumento a causa de las invasión de colonizadores extranjeros.
… y que volvieron a Jerusalén y a Judá, cada uno a su ciudad… (2:1)
Para los babilonios y los persas, todas las tierras imperiales al oeste del Éufrates
(Siria, Samaria, Judá…) componían un enorme territorio administrativo llamado “Más
Allá del Río” (4:10), o sea, “Trans-Éufrates”. Es probable que Ciro, al permitir el retorno
de los judíos a sus tierras, decidiera constituir una nueva provincia, la de Judá, sin duda
correspondiendo aproximadamente a las fronteras del antiguo reino de Judá, con
Jerusalén como capital administrativa y con Sesbasar-Zorobabel como gobernador (1:8;
5:14).
Podemos suponer también que la creación de esta nueva provincia no agradó a los
oficiales de Trans-Éufrates, que vieron menguar la extensión de su gobierno y, por
tanto, su propia importancia dentro de la jerarquía imperial. Eso ayudaría a explicar la
animosidad que mostraron a los desterrados casi desde el principio y que iba a tomar
forma concreta en su posterior intento de impedir la construcción del templo (4:1–5).
Mientras tanto, la existencia de esta provincia con su propio gobernador tuvo un
efecto inmediato de signo positivo: hizo posible que los judíos volvieran no solo a
Jerusalén, sino “cada uno a su ciudad” (muchas de las cuales serán nombradas en las
listas de 2:20–35). Nuevamente vemos la “buena mano de Dios” velando por el bien de
su pueblo y dirigiendo los planes del rey para garantizar la seguridad de los judíos;
porque no debemos olvidar que estos iban a establecerse en ciudades que ya habían
sido ocupadas durante muchas décadas por otras gentes que no verían con buenos ojos
esta invasión de los “desterrados”.

Zorobabel (2:2)
… los cuales vinieron con Zorobabel… (2:2)
Ya es hora de que nos detengamos a considerar los dos héroes principales del
primer retorno. A lo largo de los capítulos siguientes, vamos a leer acerca de Zorobabel
hijo de Salatiel y Jesúa hijo de Josadac. ¿Quiénes fueron?
Zorobabel fue descendiente de la casa real de Judá. Habitualmente, el texto bíblico
le llama el hijo de Salatiel (Esdras 3:2, 8; 5:2; Nehemías 12:1; Hageo 1:1, 12, 14; 2:2, 23;
Mateo 1:12; Lucas 3:27). En cambio, en 1 Crónicas 3:18–19, Zorobabel aparece como
hijo de Pedaías, el tercero de los hijos de Jeconías. Se han propuesto diferentes teorías
para explicar esta discrepancia. La que prevalece en la actualidad es que Zorobabel fue
engendrado físicamente por Pedaías, pero que este lo engendró en un matrimonio
levirático (ver Deuteronomio 25:5–10) con la intención de “establecer un nombre para

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su hermano” Salatiel, quien habría muerto sin dejar descendencia. Según las
costumbres de aquel entonces, pues, Zorobabel era legalmente el hijo de Salatiel y así
era conocido por sus contemporáneos. Salatiel, a su vez, fue el hijo mayor del rey
Jeconías (1 Crónicas 3:17; Mateo 1:12). Sin duda, Zorobabel habría recibido honores de
príncipe de la casa de David de no haber nacido en el exilio. Su propio nombre, que
quizás signifique “Simiente de Babilonia”, nos sugiere la triste trayectoria que había
seguido la familia. Dios había prometido a David que un hijo suyo se sentaría para
siempre en el trono de aquel reino que Dios establecería (2 Samuel 7:12–15): Tu casa y
tu reino permanecerán para siempre ante ti, y tu trono será estable eternamente (2
Samuel 7:16). Pero aquí está el príncipe legítimo de Israel hecho un “hijo de Babilonia”.
Como acabamos de decir, Zorobabel nació con toda seguridad en el exilio, pues su
abuelo Jeconías tenía solamente dieciocho años cuando fue deportado a Babilonia (en
597 a. C.). Salatiel tiene que haber nacido poco antes o después de la deportación, en
cuyo caso es posible que Zorobabel naciera alrededor del año 575 y tuviera unos 35 a
40 años cuando fue nombrado como encargado del primer grupo de exiliados que
volvieran a Jerusalén.
Como miembro de la familia real de Israel, es posible que Zorobabel pasara un exilio
relativamente benigno. Puesto que Jeconías se rindió a las fuerzas babilónicas sin
oponer resistencia, fue tratado con benignidad e incluso parece haber recibido una
pensión del rey de Babilonia. Esto queda confirmado por el testimonio de unas tablillas
cuneiforme, halladas en las excavaciones llevadas a cabo en las cercanías de la Puerta
de Ishtar de Babilonia y datadas aproximadamente en el año 590 a. C., las cuales hacen
mención de “Yaukin rey de la tierra de Yahud” (es decir, Joaquín rey de Judá). En ellas
hay referencias a cinco de sus hijos (1 Crónicas 3:17–18 nombra a siete) y hablan de las
raciones de cebada y aceite que recibían del gobierno.
No sabemos exactamente por qué el nombre de Zorobabel encabeza la lista de los
dirigentes del retorno. Si él es el mismo que Sesbasar, entonces la razón es obvia: había
sido constituido por el propio Ciro como líder político de la expedición y como
gobernador de Judá. Si no, quizás sea porque los judíos reconocían su rango principesco
como heredero de la casa de David, o tal vez porque Zorobabel iba a llegar a ser
gobernador (Hageo 1:1), por lo cual el autor de Esdras le concede retroactivamente la
preeminencia. En todo caso, podemos conjeturar que su nombre aparece en primer
lugar porque tenía sangre de príncipe y había recibido formación administrativa en
Babilonia.
Después de la construcción del templo, Zorobabel desaparece de la historia bíblica.
O, mejor dicho, vuelve a aparecer solamente en las genealogías como uno de los
antepasados de Jesucristo (Mateo 1:12–13; Lucas 3:27). No sabemos cuánto tiempo
duró su administración como gobernador de la provincia, ni cuántos contratiempos más
tuvo que soportar por parte de sus enemigos. Él, como su gran descendiente, al haber
completado la construcción del templo, ya había acabado la obra que Dios le
encomendó que hiciera (Juan 17:4).

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Jesúa (2:2)
… Jesúa…
Jesúa era un nombre sumamente popular en tiempos del retorno del exilio. Se trata
de la forma aramea del nombre “Josué” (en hebreo, Yehoshua: “Dios es salvación”). Por
eso, la misma persona llamada “Jesúa” en Esdras y Nehemías es llamada “Josué” en
Hageo y Zacarías.
Era hijo de Josadac y nieto de Seraías (por cierto, no el Seraías mencionado más
adelante en este mismo versículo). Estos dos eran importantes sacerdotes en tiempos
de la caída de Jerusalén. Seraías fue ejecutado por Nabucodonosor en Ribla (2 Reyes
25:18–21; Jeremías 52:24–27). No sabemos por qué ni cómo, pero Josadac fue librado
de la misma suerte: Y Josadac fue al destierro cuando el Señor llevó en cautiverio a Judá
y a Jerusalén por mano de Nabucodonosor (1 Crónicas 6:15).
Es posible que los profetas (y el libro de Esdras) llamen a Jesúa sistemáticamente
“hijo de Josadac” con la finalidad expresa de llamar la atención sobre su destino en la
voluntad de Dios. Al estar en ruinas el templo de Jerusalén al comienzo de estos libros,
tampoco existía un sumo sacerdocio “en funciones”. El nombre de sumo sacerdote
pervivía, pero el oficio no se ejercía. Sin embargo, el hijo, Jesúa, fue llamado a proseguir
el ministerio interrumpido del padre desterrado, Josadac, y del abuelo asesinado,
Seraías.
Aún más significativo, Jesúa iba a ser el sujeto de dos de las visiones proféticas de
Zacarías (3:1–10; 6:9–14), lo cual sugiere que, además de continuar el linaje sacerdotal
de la casa de Aarón, estaba destinado a anticipar el ministerio sacerdotal de otro
“Josué”, el Señor Jesucristo. Pero a eso volveremos en su momento.
En otro orden de cosas, la vida de Jesúa habrá tenido sus sombras, además de sus
luces, porque cuatro de sus hijos se encontraban entre aquellos judíos que tuvieron que
ser reprendidos por haberse casado con mujeres extranjeras (10:18). Pero eso quedaba
aún en el futuro. Mientras tanto, Jesúa aparece como líder espiritual de la expedición
de retorno. De la misma manera que Moisés y Aarón, juntos, habían encabezado el
éxodo de Egipto, ahora Zorobabel y Jesúa dirigen juntos el nuevo éxodo de Babilonia.

Los demás líderes (2:2)


… Nehemías, Seraías, Reelaías, Mardoqueo, Bilsán, Mispar, Bigvai, Rehum y Baana
(2:2)
Si incluimos también a Zorobabel y a Jesúa, la lista de los líderes mencionados en
este versículo suma once nombres. Pero la lista equivalente de Nehemías 7:7 añade
uno más, un tal Nahamaní, dando un total de doce. Lo más probable es que algún
copista haya omitido por error este nombre de la lista de Esdras. Deducimos, pues, que
la selección de doce prohombres de entre los “jefes de las casas paternas” era una
consciente imitación de la organización de Israel en doce tribus. Los judíos vuelven a

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casa no como un pequeño remanente diezmado, fragmentado y desorganizado, sino
(como lo indica la última frase de este versículo) como un verdadero “pueblo de Israel”
deliberadamente reconstituido. Es una manera de afirmar: A pesar de los terribles
tormentos por los que hemos pasado, por la gracia de Dios seguimos siendo un pueblo
“completo”, heredero de las promesas del pacto que no han sido abrogadas, sino que
todavía siguen vigentes.
Encontramos muchas variantes de los nombres de este versículo en las listas
similares de Nehemías y 1 Esdras. Esto no ha de sorprendernos, porque los copistas de
antaño solían cometer muchas equivocaciones al transmitir textos con listas de
nombres. Sin embargo, antes de apresurarnos a suponer que se trata de errores,
debemos volver a tomar en consideración el hecho de que, en aquel entonces, las
personas solían tener más de un nombre.
No sabemos prácticamente nada acerca de estos hombres excepto lo que leemos
aquí: que fueron los líderes que asistieron a Zorobabel y a Jesúa en la dirección de los
exiliados judíos que volvieron de Babilonia a Jerusalén. Vamos a repasar la lista, dando
el sentido de los nombres (cuando se conoce) y cuantos detalles se saben acerca de
ellos.
• Nehemías, “el Señor consuela”. Por descontado, el Nehemías de este versículo no
es el famoso Nehemías, constructor de las murallas de Jerusalén, quien regresó a
Jerusalén unos noventa años después, en el 444 a. C., y llevó a cabo sus actividades
en el reinado de Artajerjes.
• Seraías, “el Señor ha prevalecido”. Existen nada menos que diez hombres llamados
Seraías en el Antiguo Testamento. Este Seraías probablemente no debe confundirse
con el abuelo de Jesúa, ni tampoco con el padre de Esdras (7:1). Aparece como
Azarías en la lista de Nehemías 7:7. Como acabamos de decir, en todos los casos
cuando aparecen dos nombres distintos, es posible que se trate de un error de
copista, pero también que la persona en cuestión tuviera dos nombres.
• Reelaías. Aparece como Raamías en Nehemías 7:7 y como Reelías en 1 Esdras 5:8.
• Mardoqueo. Este Mardoqueo no debe confundirse con el héroe del libro de Ester,
pues él y sus padres no volvieron a la Tierra Prometida, sino que permanecieron en
Susa, donde era oficial del rey Asuero unos 60 años después de este retorno. El
nombre “Mardoqueo” es la forma hebrea (Mordekay) de un conocido apelativo
babilónico (Mardukaya) basado en el nombre divino Marduk.
• Bilsán. Aparece como Beelarus en 1 Esdras 5:8. Según la tradición rabínica, Bilsán es
el “apellido” del anterior Mardoqueo, incluido para distinguirle del Mardoqueo de
Ester. La mayoría de comentaristas actuales desestiman esta interpretación y
suponen que se trata de otro líder diferente.
• Mispar. Aparece en 1 Esdras 5:8 como Safarazos. En Nehemías 7:7, aparece como
Misperet, la forma femenina del nombre.
• Bigvai. Aparece como Bagoi en 1 Esdras 5:8. Si se trata del mismo hombre
mencionado en el 2:14, el clan de Bigvai fue muy extenso, con 2056 miembros, sin
contar a los que quedaron en Babilonia, 70 de los cuales iban a volver con Esdras en

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el segundo retorno (8:14).
• Rehum, “[Dios] ha tenido misericordia”. Rehum es llamado “Rhoïmos” en 1 Esdras
5:8. En Nehemías 7:7 aparece como Nehum, posiblemente por un error ortográfico.
• Baana, “hijo de opresión”. Su nombre da testimonio elocuente de los sufrimientos
de sus padres.
De hecho, es destacable que varios de estos nombres se hacen eco del estado
anímico de los judíos en el cautiverio. Algunos (Zorobabel, Baana) reflejan la angustia
de aquellos tiempos; otros (Nehemías, Seraías, Rehum) evidencian una confianza en
Dios a pesar del exilio.

El censo: 1. El pueblo según sus clanes


Esdras 2:2b–35

El pueblo: los clanes identificados por sus patriarcas (Esdras 2:2b–19)


Es importante recordar que el censo registrado en este capítulo establece no solo
una relación de la gente que volvió del exilio con Zorobabel y Jesúa, sino de los que
participaron en la reconstrucción y reinauguración del templo de Dios. Repito: la
edificación del templo no habría sido posible si no hubiera habido un pueblo dispuesto
a construirlo.
Porque ¿qué era el templo? ¿Para qué servía? ¿Acaso como residencia de Dios,
como si Dios no tuviera hogar si los hombres no se lo construyeran? No. Como bien dijo
Salomón al dedicar el primer templo: He aquí, los cielos y los cielos de los cielos no te
pueden contener, cuánto menos esta casa que yo he edificado (2 Crónicas 6:18). Dios no
tenía ninguna necesidad personal de una casa material. Más bien, el templo servía
como “lugar de reunión” entre Dios y su pueblo, un lugar de reconciliación en el que se
haría expiación por los pecados y en el que los pecadores purificados se encontrarían
con su Dios. El templo no tendría sentido alguno si no existiera un pueblo para adorar
en él. ¿A Dios, qué le interesa un edificio vacío? Le interesan adoradores (Juan 4:23). A
efectos del verdadero propósito del templo, las personas son mucho más importantes
que las piedras. El edificio, en sí, es lo de menos.
La organización del pueblo de Dios y la construcción del templo de Dios tienen que
ir juntas. Aun antes de poner manos a la obra, hay que tener ideas claras acerca de
cómo deben situarse los diferentes grupos de personas en torno a ella. Por eso, la
relación de los israelitas según sus familias y sus oficios (Esdras 2) antecede a la
edificación (Esdras 3). Las dos cosas son inseparables.
Por supuesto, en la nueva dispensación introducida por Jesucristo, la relación entre

51
ellas es aún más estrecha: la organización de las familias y los ministerios del nuevo
Israel es la construcción de la casa del Señor; la congregación en sí es el templo; las
personas son las piedras:
¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros? (1 Corintios 3:16).
Sois conciudadanos de los santos… edificados sobre el fundamento de los
apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular, en quien todo
el edificio, bien ajustado, va creciendo para ser un templo santo en el Señor, en
quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el
Espíritu (Efesios 2:19–22).
También vosotros, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual (1 Pedro
2:5).
Pero volvamos a aquellos tiempos en los que el pueblo de Dios era una cosa, y el
templo, otra. Los nombres de este capítulo constituyen una relación de los adoradores
del Dios verdadero que volvieron del cautiverio para edificar el templo y ocupar sus
lugares respectivos en él. Los diferentes grupos mencionados son:
1. Los líderes (2:2a), a los cuales ya hemos considerado en el capítulo anterior.
2. Los israelitas (2:2b–35); es decir, los judíos de a pie, procedentes mayormente de las
tribus de Judá y Benjamín y organizados según sus clanes (2:3–19) o sus pueblos
(2:20–35).
3. Los sacerdotes (2:36–39).
4. Los levitas (2:40–42), incluyendo a los cantores (2:41) y los porteros (2:42).
5. Los sirvientes del templo (2:43–54).
6. Los hijos de los siervos de Salomón (2:55–58).
7. Los “sin papeles”, o sea, personas de descendencia incierta (2:59–63).
El número de hombres del pueblo de Israel… (2:2)
La relación de los “hombres del pueblo de Israel” (es decir, los judíos de buen
pedigrí, pero no de la tribu de Leví ni con servicio especial en la organización del
templo) se divide en dos partes: en la primera, los clanes son identificados por el
nombre de su líder actual o por el de sus antepasados (2:2–19); en la segunda, son
llamados por los pueblos de los cuales proceden (2:21–35). Los judíos que no podían
demostrar su vinculación familiar o su pueblo natal tuvieron que ser contados aparte,
en una especie de apéndice (2:59–63).
Dios sigue organizando a su pueblo por familias y por pueblos. Son muy pocos los
creyentes que no pertenezcan a alguna “estirpe” espiritual; es decir, que no hayan
llegado a formar parte del pueblo de Dios gracias al testimonio de otros cristianos. Y
son pocos los que no están integrados en la iglesia local de alguna población. Gracias a
Dios por aquellos que se convierten al margen de la evangelización humana o que se
mantienen fieles al Señor en lugares donde no hay más creyentes. Pero lo normal es
52
que podamos decir: Fulano y Mengano son los instrumentos que Dios utilizó para
llevarme a Cristo (a veces, se trata de nuestros propios padres), y soy miembro de la
iglesia de tal localidad.
En todo caso, Dios suele seguir edificando su casa por medio de las familias
cristianas y las iglesias locales. A él le importan las familias (Efesios 3:15) y nos coloca en
aquellos lugares donde quiere que hagamos avanzar su obra.
Antes de empezar a mirar los nombres de esta sección, conviene recordar (como ya
hemos dicho) que esta lista se repite en Nehemías 7. Pero, cuando comparamos los dos
textos, llama la atención un hecho sorprendente: mientras los nombres de las listas son
prácticamente iguales, los números de los hombres de cada clan varían mucho. Iremos
señalando las diferencias sobre la marcha y comentaremos estas discrepancias al final
de la sección.
… los hijos de Paros, dos mil ciento setenta y dos… (2:3)
La frase “los hijos de Paros” podría significar “los descendientes de Paros”. En ese
caso, Paros sería el antepasado del clan y habría vivido hacía muchas generaciones.
Pero es mucho más probable que signifique “los parientes de Paros”: Paros era el líder
del clan en ese momento y los demás le reconocían como patriarca o “jefe de la casa
paterna” (1:5).
En 1 Esdras 8:30, el nombre de Paros (que significa “Pulga”, ver 1 Samuel 24:14)
aparece como Fares. Otra parte de su clan iba a volver con Esdras (8:3). Algunos
miembros de su familia tuvieron que separarse de las mujeres extranjeras con las que
se habían casado (10:25). Es posible (si Paros vivió hasta una extrema vejez) que él
fuera el mismo Paros que selló el pacto en tiempos de Nehemías (Nehemías 10:14) y
que fue el padre de Pedaías, uno de los constructores de las murallas de Jerusalén
(Nehemías 3:25). En cualquier caso, es obvio que “los hijos de Paros” no solo eran muy
numerosos, sino que también tuvieron una participación importante en los
acontecimientos del retorno a Jerusalén, tanto para bien como para mal.
… los hijos de Sefatías, trescientos setenta y dos… (2:4)
El nombre de Sefatías significa “el Señor ha juzgado”. Se trata de otro nombre de
aquellos que pusieron a sus hijos los exiliados contritos. Hay nueve hombres bíblicos
que tuvieron este nombre, alguno de los cuales podría ser identificado con este: cierto
Sefatías pidió la muerte de Jeremías en el reinado de Sedequías (Jeremías 38:1); otro
encabezaba una familia de los siervos de Salomón que volvió con Zorobabel (2:57); otro
era benjamita, padre de Mesulam, uno de los primeros exiliados a establecerse en
Jerusalén (1 Crónicas 9:8); otro era de la tribu de Judá y algunos de sus descendientes
se establecieron también en Jerusalén (Nehemías 11:4).
… los hijos de Ara, setecientos setenta y cinco… (2:5)
Es posible que Ara signifique “viajero”. En Nehemías 7:10, la cifra es de seiscientos
cincuenta y dos (123 menos que en Esdras).
Se suele identificar a este Ara con el Ara de Nehemías 6:18, cuya nieta se casó con
Tobías el amonita, uno de los enemigos de Nehemías que intentó impedir la
53
construcción de las murallas de Jerusalén.
… los hijos de Pahat-moab, de los hijos de Jesúa y de Joab, dos mil ochocientos
doce… (2:6)
En Nehemías 7:11, la cifra es de dos mil ochocientos dieciocho (6 más que en
Esdras).
No podemos descartar la posibilidad de que el nombre Pahat-moab sea el nombre
del patriarca del clan, porque un hombre con este mismo nombre iba a firmar el
documento del pacto en tiempos de Nehemías (Nehemías 10:14). Pero parece más
razonable suponer que aquí se aplica al clan mismo, que se dividía en dos grupos
encabezados respectivamente por los dos patriarcas, Jesúa y Joab.
El nombre Pahat-moab significa “gobernador de Moab” y es posible que el nombre
derive de un antepasado que, efectivamente, fue gobernador de Moab. Sabemos que
algunas familias de la tribu de Rubén se establecieron en tierras moabitas (1 Crónicas
5:7–9) y que algunos miembros de estas familias fueron llevados al cautiverio por Tiglat-
pileser, rey de Asiria, a mediados del siglo VIII a. C. (1 Crónicas 5:6). Se ha sugerido que
esos exiliados formaron el núcleo de este clan, en cuyo caso ese grupo de repatriados
serían descendientes de aquellos israelitas del reino del norte. Si esta identificación es
correcta, entonces el Jesúa mencionado aquí y que procede de la tribu de Rubén no
puede ser el Jesúa de 2:2, el cual, siendo sumo sacerdote, procedía de la tribu de Leví.
Joab significa “Yahvé es padre”.
200 varones más de este clan iban a volver posteriormente con Esdras (8:4).
Algunos de ellos se casaron con mujeres extranjeras, de las cuales se separarían en las
reformas del escriba (10:30). Uno de los miembros del clan, un tal Hasub, iba a ser el
responsable de la reconstrucción de un tramo de las murallas de Jerusalén, juntamente
con la Torre de Hornos (Nehemías 3:11).
… los hijos de Elam, mil doscientos cincuenta y cuatro… (2:7)
El nombre de Elam aparece varias veces en el libro de Esdras (2:7, 31; 8:7; 10:2, 26)
y en los textos paralelos de Nehemías (7:12, 34), pero es difícil saber cuándo estos
textos se refieren a diferentes personas y cuándo a la misma. El propio texto establece
que hay un Elam y “otro Elam” (2:31), así que hay dos como mínimo. ¿Pero cuál de ellos
(o ninguno) es el antepasado de los setenta varones repatriados que volvieron
posteriormente con Esdras (8:7)? ¿Y cuál de ellos es el antepasado de aquel Secanías
que se constituyó portavoz de los arrepentidos (entre ellos, varios parientes suyos)
cuando vinieron ante Esdras para confesar sus matrimonios con mujeres extranjeras
(10:2, 26)?
… los hijos de Zatu, novecientos cuarenta y cinco… (2:8)
En Nehemías 7:13, la cifra es de ochocientos cuarenta y cinco (100 menos que en
Esdras).
En el caso de Zatu, tenemos la misma historia que en el de muchos de estos
nombres: un segundo grupo de familiares suyos volvió del exilio con Esdras (8:5);
algunos de sus “hijos” se casaron con mujeres extranjeras y tuvieron que dejarlas
54
durante las reformas de Esdras (10:27); y es posible que el propio Zatu, o algún
representante de su casa, firmara el documento de Nehemías (Nehemías 10:14).
… los hijos de Zacai, setecientos sesenta… (2:9)
El nombre Zacai, quizás una forma abreviada de Zacarías, significa “el Señor se ha
acordado”. Si varios de los nombres de esta lista siguen expresando la angustia del
pueblo exiliado, este refleja su esperanza. Este nombre aparece solamente aquí y en el
texto paralelo de Nehemías 7:14.
… los hijos de Bani, seiscientos cuarenta y dos… (2:10)
En Nehemías 7:15, Bani es llamado Binuí y la cifra es de seiscientos cuarenta y ocho
(6 más que en Esdras). Seis de sus descendientes tomaron esposas gentiles (10:29).
… los hijos de Bebai, seiscientos veintitrés… (2:11)
En Nehemías 7:16, la cifra es de seiscientos veintiocho (5 más que en Esdras).
Cuatro de sus descendientes se casaron con esposas paganas (10:28). Uno de sus hijos
iba a volver de Babilonia a Jerusalén en el grupo de exiliados que acompañaron a Esdras
(8:11).
… los hijos de Azgad, mil doscientos veintidós;… (2:12)
El nombre significa “fuerte es Gad”. ¿Indica esto que la familia de Azgad procedió
inicialmente del reino del norte, una de las familias leales a Yahvé en medio de la
apostasía de Israel?
En Nehemías 7:17, la cifra es de dos mil trescientos veintidós (1100 más que en
Esdras). Otros miembros de esta familia iban a volver con Esdras (8:12).
… los hijos de Adonicam, seiscientos sesenta y seis… (2:13)
Adonicam significa “mi Señor se ha levantado”. En Nehemías 7:18, la cifra es de
seiscientos sesenta y siete (1 más que en Esdras).
… los hijos de Bigvai, dos mil cincuenta y seis… (2:14)
Una de las familias más grandes del retorno. En Nehemías 7:19, la cifra es de dos mil
sesenta y siete (11 más que en Esdras). Otros miembros de la familia volvieron con
Esdras (8:14). El nombre Bigvai es de origen persa.
… los hijos de Adín, cuatrocientos cincuenta y cuatro… (2:15)
Posiblemente, el nombre significa “voluptuoso” o “placentero”. En Nehemías 7:20,
la cifra es de seiscientos cincuenta y cinco (201 más que en Esdras). Otros miembros de
la familia volvieron con Esdras (8:6).
… los hijos de Ater, de Ezequías, noventa y ocho… (2:16)
El nombre Ater significa “lesionado” y puede indicar que el patriarca nació con algún
defecto físico. Algunos miembros de esta familia parecen haber sido porteros en el
templo (2:42). En tiempos de Nehemías, un Ater firmó el documento del pacto (10:17) y
es interesante que su nombre, allí también, es seguido por el de Ezequías. Sin embargo,
el significado exacto de la frase “de Ezequías” y la relación exacta entre él y Ater son
55
desconocidos.
… los hijos de Bezai, trescientos veintitrés… (2:17)
Nehemías 7:22–24 varía el orden de las familias mencionadas en Esdras 2:17–19:
Hasum, Bezai y Harif en lugar de Bezai, Jora y Hasum. La cifra de los hijos de Bezai es de
trescientos veinticuatro (1 más que en Esdras).
… los hijos de Jora, ciento doce… (2:18)
Posiblemente, el nombre Jora significa “lluvia temprana”. En vez de Jora, Nehemías
7:24 y 10:19 habla de Harif.
… los hijos de Hasum, doscientos veintitrés… (2:19)
En Nehemías 7:22, la cifra es de trescientos veintiocho (105 más que en Esdras).
Algunos de la familia de Hasum se casaron con mujeres paganas (10:33).

El pueblo: los clanes identificados por sus pueblos (Esdras 2:20–35)


A partir del versículo 20, los nombres mencionados no son de patriarcas, sino de
pueblos. Llama la atención el hecho de que la mayoría de estos pueblos se encuentran
al norte de Jerusalén en territorio de Benjamín. Esto se debe probablemente a que el
sur de Judá, el Neguev, había sido ocupado por los edomitas: Las ciudades del Neguev
han sido cerradas, y no hay quien las abra (Jeremías 13:19).
…los hijos de Gibar, noventa y cinco… (2:20)
Gibar significa “héroe”. Es difícil saber si este clan debe ser clasificado como clan
patriarcal o como clan de pueblo, porque el nombre de Gibar, que habríamos supuesto
que fuera nombre de persona, aparece en Nehemías 7:25 como el pueblo “Gabaón”,
una ciudad levita a unos ocho kilómetros al noroeste de Jerusalén.
…los hijos de Belén, ciento veintitrés… (2:21)
¡Se ve que Belén sigue siendo un pueblo pequeño (Miqueas 5:2)! De todos los
nombres del censo, el de Belén es el que nos resulta el más familiar, siendo el lugar del
nacimiento del rey David y del Señor Jesucristo, además de ser el escenario de historias
de Jacob y Raquel (Génesis 35:19; 48:7), de Rut y Booz, y de Samuel y David (1 Samuel
17:12; 2 Samuel 23:14–17).
…los hombres de Netofa, cincuenta y seis… (2:22)
Nehemías 7:26 coloca a los hombres de Belén y de Netofa en un solo grupo y da un
total de ciento ochenta y ocho hombres (9 más que en Esdras). Netofa era un pueblo
pequeño a cinco kilómetros al sudeste de Belén, cerca del lugar donde Herodes el
Grande iba a construir su palacio-fortaleza-mausoleo, el Herodion.
De repente, el texto habla de “hombres” en vez de “hijos” (cf. 2:23, 27, 28). Nadie
ha sabido explicar por qué.
…los hombres de Anatot, ciento veintiocho… (2:23)

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Anatot era una ciudad de los levitas, situada a unos cinco kilómetros al norte de
Jerusalén, en territorio de Benjamín (Josué 21:17–18). Era el pueblo natal de dos de los
valientes de David (1 Crónicas 11:28; 12:3) y el lugar del exilio del sacerdote Abiatar,
impuesto por Salomón (1 Reyes 2:26–27). El hijo más famoso de Anatot era Jeremías
(Jeremías 1:1), aunque los vecinos del pueblo se opusieron a su predicación y tuvieron
que recibir del Señor una profecía de castigo venidero (Jeremías 11:21–23). La profecía
decía que de los hombres de Anatot “no quedará remanente”. Sin embargo, ahora
vuelven del exilio ciento veintiocho. Sin duda, la profecía anunciaba la aniquilación no
de todos los hombres del pueblo, sino de aquellos que habían perseguido al profeta.
…los hijos de Azmavet, cuarenta y dos… (2:24)
El pueblo es llamado Bet-azmavet en Nehemías 7:28. Se cree que se trata del
pueblo actual de Hizmeh, dos kilómetros al norte de Anatot.
…los hijos de Quiriat-jearim, Cafira y Beerot, setecientos cuarenta y tres… (2:25)
Estas tres ciudades forman parte de un grupo de cuatro (la cuarta era Gabaón, ver
2:20) que habían pertenecido a los gabaonitas (Josué 9:17), los cuales se libraron de la
muerte de la conquista israelí por la astucia de fingir que habían venido de un país
lejano (ver Josué 9).
Quiriat-jearim se encontraba a 14 kilómetros al oeste de Jerusalén. Fue el lugar
donde quedó el arca del pacto durante veinte años después de hacer sido devuelta por
los filisteos (1 Samuel 6:21–7:2).
Cafira estaba en territorio de Benjamín (Josué 18:26), a unos cinco kilómetros al
suroeste de Gabaón.
Beerot se encontraba también en las tierras de Benjamín (2 Samuel 4:2), en una
ubicación actualmente desconocida. De ese pueblo procedieron los asesinos de Is-
boset, quienes fueron ajusticiados por David (2 Samuel 4:5–12).
…los hijos de Ramá y Geba, seiscientos veintiuno… (2:26)
Ramá se encontraba al norte de Jerusalén, en la frontera entre Israel y Judá. Cerca
de aquí, Nabucodonosor había reunido a los judíos antes de llevarlos al exilio en
Babilonia, y el capitán de la guardia imperial había puesto a Jeremías en libertad
(Jeremías 40:1–4).
Geba era una ciudad levítica en territorio de Benjamín (Josué 21:17), a unos 9
kilómetros al norte de Jerusalén, habitada después del exilio por hijos de Benjamín
(Nehemías 11:31) y por hijos de cantores (Nehemías 12:28–29).
…los hombres de Micmas, ciento veintidós… (2:27)
Micmas pertenecía a Benjamín y se encontraba a 12 kilómetros al norte de
Jerusalén y 3 al norte de Geba. Su fama se asocia a la guerra de Saúl y Jonatán contra
los filisteos (ver 1 Samuel 13:2, 5, 11, 16, 23; 14:1–15).
…los hombres de Betel y Hai, doscientos veintitrés… (2:28)
En Nehemías 7:32, la cifra es de ciento veintitrés (100 menos que en Esdras).

57
Betel y Hai aparecen juntas porque son dos ciudades vecinas, situadas a unos 19
kilómetros al norte de Jerusalén. Son bien conocidas por los lectores de Génesis y Josué.
Originalmente, Betel se llamaba Luz. Recibió su nuevo nombre (“Casa de Dios”) después
de la conocida visión que Jacob tuvo allí (Génesis 28:19). Desde entonces, los hebreos
siempre la asociaban a la presencia de Dios con ellos (ver Génesis 13:3; 31:13; 35:1,
6–15). Tras la conquista fue entregada a la tribu de Benjamín (Josué 18:22). Según la
Septuaginta, durante un tiempo, el arca del pacto estuvo en Betel (Jueces 2:1, LXX), y
entonces llegó a ser el centro del culto de Israel (Jueces 20:18), visitada en diferentes
ocasiones por Samuel (1 Samuel 7:16; 10:3). Aun después del traslado del arca a Silo, y
luego a Jerusalén, Betel retuvo su fama de centro religioso, e incluso vino a ser centro
de apostasía. Jeroboam estableció allí un santuario alternativo a Jerusalén con un culto
a Yahvé en forma de un becerro de oro (1 Reyes 12:28–33). Amós y Oseas profetizaron
contra la idolatría cananea practicada en ese lugar (Amós 4:4; 5:5–6; Oseas 10:15).
La inclusión de los nombres de Betel y Hai resultaría sorprendente (porque ambos
pueblos pertenecían originalmente al reino del norte) si no fuera porque fueron
conquistados por Josías e incorporados al reino de Judá. Josías demolió el santuario
pagano de Betel y nunca volvió a establecerse allí un culto rival al templo de Jerusalén.
El nombre de Hai significa “el montón” o “la ruina”, quizás un nombre dado al lugar
después de su conquista devastadora por Josué: Quemó Josué a Hai y la convirtió en un
montón de ruinas para siempre (Josué 8:20–29). Aunque un pueblo pequeño, los
israelitas fueron derrotados inicialmente por sus hombres a causa del pecado de Acán.
Después de su conquista perteneció a Efraín (1 Crónicas 7:28), pero llegó a ser ocupada
por hijos de Benjamín a raíz del retorno del exilio (Nehemías 11:31).
…los hijos de Nebo, cincuenta y dos… (2:29)
La ubicación de Nebo no ha sido establecida con seguridad. Nehemías 7:33 habla
del “otro Nebo”, quizás para distinguirlo de la ciudad en Moab que pertenecía a la tribu
de Rubén (Números 32:3).
…los hijos de Magbis, ciento cincuenta y seis… (2:30)
Magbis no aparece en la lista de Nehemías y es de ubicación incierta. Algunos
piensan que Magbis, Elam y Harim no son lugares, sino nombres de otros patriarcas.
…los hijos del otro Elam, mil doscientos cincuenta y cuatro… (2:31)
Este versículo ofrece dificultades. Un patriarca llamado Elam ya ha sido nombrado
en 2:7. Esto explica la necesidad de hablar de “otro” Elam. Pero no se ha dado ninguna
explicación satisfactoria del porqué era necesario especificar “otro” si el Elam de 2:7 es
una persona y el de 2:31 una población. Además no hay mención en la Biblia de ninguna
ciudad llamada Elam.
…los hijos de Harim, trescientos veinte… (2:32)
Ocho hijos de este clan se casaron con esposas paganas (10:31) y un representante
de la familia firmó el documento del pacto en tiempos de Nehemías (Nehemías 10:27).

58
…los hijos de Lod, Hadid y Ono, setecientos veinticinco… (2:33)
Aquí también, la lista de Nehemías (7:36–37) varía el orden, colocando los hijos de
Jericó antes de los hijos de Lod, Hadid y Ono. La cifra dada en Nehemías 7:37 es de
setecientos veintiuno (4 menos que en Esdras).
Estas tres ciudades están mencionadas juntas también en Nehemías 11:34–35. Se
encontraban al oeste de Jerusalén. Lod estaba en la llanura de Sarón, en el camino
entre Jerusalén y Jope; en tiempos del Nuevo Testamento se llamaba Lida (Hechos
9:32–35). Hadid estaba a la cabeza del valle de Ajalón. Ono estaba al noroeste de Lod.
Fue en la llanura de Ono donde Sanbalat y Gesem quisieron reunirse con Nehemías
(Nehemías 6:2).
…los hijos de Jericó, trescientos cuarenta y cinco… (2:34)
¡Otro nombre bien conocido! La ciudad de Jericó ha sido considerada la más antigua
del mundo, y la historia de su conquista por Josué es muy conocida (Josué 6).
…los hijos de Senaa, tres mil seiscientos treinta (2:35)
En Nehemías 7:38, la cifra es de tres mil novecientos treinta (300 más que en
Esdras); y en Nehemías 3:3 el nombre aparece como Hassenaah (en nuestra versión,
Senaa). Nadie parece saber exactamente dónde se situaba esta ciudad, ni por qué los
hijos de Senaa alcanzaron una cifra tan grande en comparación con los demás clanes.
Una posibilidad, dado que el nombre puede significar “la detestada” o “la
despreciada”, es que Senaa no es ni pueblo ni patriarca, sino que los “hijos de Senaa”
procedían de las clases más pobres y marginadas del pueblo, y que no eran tenidos
como hijos de alguna población o familia en concreto.
¡Seguimos hablando de números! Como ya hemos podido ver, hay una gran
variación de cifras entre la lista de Esdras 2 y la de Nehemías 7 (¡sin contar la de 1
Esdras!). Más de la mitad varían. En ocasiones, la variación es grande (hasta 1100), y a
veces pequeña (solo 1). En general, las cifras son mayores en Nehemías que en Esdras.
Hay más coincidencia en la segunda parte de las listas (pueblos) que en la primera
(patriarcas). La suma total de estas cifras también varía: en Esdras 2:1–67, son 29.818
hombres; en Nehemías 7:6–73, 31.089; ¡y, según Esdras 2:64, 42.360! Los
comentaristas han ofrecido diversas explicaciones:
• La explicación más sencilla, sin duda, es que las diferencias se deben a errores de
copista. En aquel entonces, el sistema de contabilidad era primitivo: no se había
inventado el sistema arábigo de numerales, ni siquiera el sistema romano. La
numeración se representaba por medio de una serie de pequeñas rayas verticales
que se prestaban a confusiones y equivocaciones. Esta explicación, pues, es
especialmente convincente cuando se trata de aquellos casos en los que se varía un
dígito de cien o de mil (Zatu: 945 en Esdras, 845 en Nehemías; Azgad: 1222 y 2322;
Betel y Hai: 223 y 123; Senaa: 3630 y 3930). Pero estos casos son relativamente
pocos.

59
• Sin embargo, esa no es la única explicación posible. Es altamente probable que,
como líder que se siente responsable por el bienestar de su gente, Zorobabel hiciera
un censo de los desterrados tanto al principio como al fin del viaje. Esto explicaría
bien las pequeñas diferencias, porque en un viaje de cuatro meses se puede esperar
alguna defunción y algunos nacimientos. Esdras registraría el censo hecho antes de
salir de Babilonia, y Nehemías, el censo de los que llegaron a Jerusalén (o viceversa).

El censo: 2. Los oficiales del templo


Esdras 2:36–58

Los sacerdotes (Esdras 2:36–39)


Los sacerdotes… (2:36)
Como hemos dicho, un templo no sirve para nada si no hay congregación, y
acabamos de ver la de Israel. Pero, por muy escogida que sea esa congregación, no
puede acercarse al Dios verdadero, tres veces santo, en su condición pecaminosa. Para
que el hombre pueda tener acceso a Dios, debe haber una remisión previa de sus
pecados. Pero Dios nunca remite los pecados “porque sí”; no puede perdonarnos sin
que haya una adecuada expiación de nuestra culpa. “Perdonarnos sin más” violentaría
su propio carácter justo, así como a nuestra entidad y responsabilidad como seres
humanos. Él mismo ha decretado que el pecado debe ser castigado por la muerte
(Ezequiel 18:4). Creó al hombre como ser responsable que debe dar cuentas de sus
acciones y sufrir las consecuencias cuando sus acciones quebrantan la ley divina. El
hombre dejaría de ser verdaderamente humano y Dios dejaría de ser santo si el pecado
no necesitara ser expiado por medio de la muerte.
Allí es donde entran los sacerdotes. Dios mismo había hecho provisión para la
expiación de la culpa humana al designar a los descendientes de Aarón como
sacerdotes y mediadores entre el hombre pecador, condenado irremisiblemente a
morir a causa de su pecado, y el Dios agraviado, santo, justo e iracundo (Éxodo 28:1;
30:30–33; 40:9–15). Había mandado que, delante del templo, se construyera un altar
en el que los sacerdotes tenían que matar a animales y ofrecerlos en sacrificio a Dios a
fin de expiar los pecados. Los animales servían como sustitutos del hombre pecador.
Morían en su lugar a fin de restablecer su relación con Dios.
Por supuesto, los cristianos sabemos perfectamente que es imposible que la sangre
de toros y de machos cabríos quite los pecados (Hebreos 10:4) y que los sacerdotes de la
casa de Aarón, por mucho que estuviesen de pie, día tras día, ministrando y ofreciendo
muchas veces los mismos sacrificios, nunca podían conseguir la verdadera justificación

60
del pecador (Hebreos 10:11). Un animal no puede ser el sustituto válido de un hombre,
por lo cual aquellos animales ofrecidos bajo el antiguo pacto tenían valor solamente por
cuanto anticipaban aquel único sacrificio que quita realmente nuestra culpa, el del
Cordero de Dios (Juan 1:29). Como consecuencia, entendemos que todo el ministerio
expiatorio de los sacerdotes de antaño encuentra su cumplimiento, único e irrepetible,
en el ministerio de nuestro Sumo Sacerdote, Jesucristo, quien, habiendo ofrecido un
solo sacrificio por los pecados para siempre, se sentó a la diestra de Dios… porque por
una ofrenda él ha hecho perfectos para siempre a los que son santificados (Hebreos
10:12–14); porque Cristo no entró en un lugar santo hecho por manos, una
representación del verdadero, sino en el cielo mismo, para presentarse ahora en la
presencia de Dios por nosotros, y no para ofrecerse a sí mismo muchas veces, como el
sumo sacerdote entra al Lugar Santísimo cada año con sangre ajena… [sino que] ahora,
una sola vez en la consumación de los siglos, se ha manifestado para destruir el pecado
por el sacrificio de sí mismo (Hebreos 9:24–26); cuando Cristo apareció como sumo
sacerdote… no por medio de la sangre de machos cabríos y de becerros, sino por medio
de su propia sangre, entró al Lugar Santísimo una vez para siempre, habiendo obtenido
redención eterna (Hebreos 9:11–12).
Los hombres de nuestra lista iban a Jerusalén para ayudar en la reconstrucción de
un edificio que solamente era “una representación” del verdadero Lugar Santísimo en
el tabernáculo celestial. Habían de reconstituir un sistema de sacrificios levíticos que, en
sí, no podían limpiar la culpa humana; y, puesto que los pecados humanos son muchos,
iban a tener que ofrecer sacrificios cada día, cada año. Por eso mismo, debían ser
muchos, para poder atender a todos los pecadores arrepentidos. Pero toda esa labor
sacerdotal, interminable y aparentemente inútil, iba a recibir su cumplimiento y
culminación en el sacerdocio de Cristo: un solo hombre, un solo sacrificio, una sola vez,
pero de eficacia universal y eterna.
Como hemos dicho, la obra expiatoria de la cruz es única e irrepetible. Por eso, el
nuevo pacto conoce a un solo sacerdote válido, nuestro Señor Jesucristo. Bajo el
antiguo pacto, hubo muchos mediadores; pero, bajo el nuevo, hay un solo mediador
entre Dios y los hombres, Cristo Jesús hombre (1 Timoteo 2:5). En cuanto a su labor
expiatoria, los nombres de los sacerdotes de nuestra lista apuntan hacia aquel único
mediador. Sin embargo, los sacerdotes de antaño no solamente ofrecían sacrificios por
los pecados, sino que ejercían varias funciones más: por ejemplo, intercedían por el
pueblo y ofrecían sacrificios de acción de gracias. Bajo el nuevo pacto, muchas de esas
funciones siguen válidas. Pero ahora no pertenecen a una casta sacerdotal especial,
sino a todo el pueblo de Dios; porque Cristo nos ha hecho a todos sacerdotes para su
Dios y Padre (Apocalipsis 1:6). Todos los que forman parte del templo de Dios como
piedras vivas constituyen un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales
aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro 2:5). En ese sentido, cada creyente
tiene responsabilidad sacerdotal. Bajo el antiguo pacto, hubo una clara distinción entre
los judíos de la congregación (2:3–35) y la casta sacerdotal (2:36–39). Ahora, esa
distinción queda abolida. En Cristo, el sacerdocio es de todos los creyentes.
Los hombres mencionados en nuestro texto tuvieron que asumir en aquel momento
61
una nueva función que les habrá venido muy grande. La gran mayoría había nacido en
el exilio y, por tanto, nunca había ejercido el sacerdocio. Seguramente, muchos de ellos
se habían asentado bien en Babilonia. Tenían sus negocios “seculares”. Ahora, además
de levantar casa, hacer el arduo viaje a Jerusalén y afrontar una vida precaria en una
tierra desconocida como los demás judíos, tenían que aprender un nuevo oficio y
asumir la inmensa responsabilidad de actuar como mediadores entre Dios y su pueblo.
A nosotros también, nuestras obligaciones como sacerdocio santo nos vienen muy
grandes y muchos no las hemos asumido adecuadamente. Asistidos por el Espíritu
Santo, tenemos que ejercer un ministerio de intercesión (Romanos 12:16–17).
Debemos presentar nuestros cuerpos en sacrificio vivo y santo, que es nuestro culto
racional (Romanos 12:1); no, ciertamente, para expiar nuestros pecados, sino como
sacrificio de acción de gracias por haber recibido gratuitamente la expiación por medio
de Jesucristo. Debemos “sacrificarnos” por causa de la obra de Dios (Filipenses 4:18). Y
tenemos la obligación de ofrecer continuamente sacrificio de alabanza a Dios, es decir,
el fruto de labios que confiesan su nombre; y no os olvidéis de hacer el bien y de la ayuda
mutua, porque de tales sacrificios se agrada Dios (Hebreos 13:15–16). Todas estas cosas
forman parte de nuestro ministerio sacerdotal en torno a la obra de la edificación de la
casa de Dios.
Pero volvamos al texto de Esdras. La construcción del templo de Jerusalén habría
sido un ejercicio fútil sin la presencia de sacerdotes. Hubiera supuesto perder el tiempo,
porque la congregación de Israel, sin sacerdotes, jamás habría podido acercarse a Dios.
El texto sagrado honra a los hombres mencionados a continuación porque, sin su
respuesta fiel al llamamiento de Dios, el templo no habría sido posible.
…los hijos de Jedaías, de la casa de Jesúa, novecientos setenta y tres… (2:36)
En el reinado de David, los turnos y las funciones sacerdotales se habían organizado
y distribuido según “clases” o grupos familiares, veinticuatro en total (1 Crónicas
24:1–19). Se nos dice que a Jedaías le tocó la segunda suerte (1 Crónicas 24:7).
Suponemos pues que, en el caso de los sacerdotes, los nombres mencionados (“los
hijos de Fulano”) no son los de aquellos “jefes de las casas paternas” que vivían en el
momento del retorno, sino de antepasados que habían sido contemporáneos de David.
Pero lo más sobrio de esta relación es que indica que, de las veinticuatro casas
sacerdotales, solo cuatro están presentes en el retorno. ¿Quiere decir esto que no
quedaban sobrevivientes de las demás casas? ¿O significa que el remanente de esas
familias no quiso asumir sus funciones sacerdotales y volver a Jerusalén? No lo
sabemos.
Jedaías significa “el Señor lo sabe” o “favor del Señor”. Varios personajes de los
libros postexílicos tienen este nombre (Nehemías 3:10; 11:10; 12:6, 7, 19, 21; Zacarías
6:10, 14), pero es difícil establecer si se trata de hombres distintos o si algunos de ellos
son una misma persona.
Tampoco sabemos por qué se hace mención de Jesúa, además de Jedaías.
Probablemente sea porque la persona en cuestión tenía fama en Israel (hemos visto
casos similares en 2:6 y 2:16). Desde luego, si entendemos la frase de la casa de Jesúa

62
como si significara de la casa de la cual Jesúa fue el antepasado, el Jesúa en cuestión no
puede ser el Jesúa famoso ya mencionado en 2:2. Pero podría muy bien referirse a él si
la entendemos como si significara de la casa de la cual procedía Jesúa. Desde luego,
Jesúa el sumo sacerdote tiene que haber procedido de una de estas cuatro casas y,
puesto que 2:2 lo ha nombrado sin especificar que era sacerdote, ahora es un buen
momento para indicar su procedencia.
Curiosamente, en la lista de sacerdotes y levitas, las cifras son idénticas en las listas
de Esdras 2 y Nehemías 7. ¡Otra razón más para no apresurarnos a suponer que las
discrepancias en cuanto a las cifras del pueblo en general se deben a errores de copista!
Si los copistas eran incapaces de copiar con exactitud los datos del pueblo, ¿cómo
explicar que supieron hacerlo en el caso de los sacerdotes y levitas?
…los hijos de Imer, mil cincuenta y dos… (2:37)
A Imer le había tocado la decimosexta suerte en tiempos de David. Dos de estos
descendientes suyos se casaron con mujeres extranjeras (10:20). Otros son
mencionados en la construcción de las murallas (Nehemías 3:29) y como “guerreros
valientes” residentes en Jerusalén (Nehemías 11:13–14).
…los hijos de Pasur, mil doscientos cuarenta y siete… (2:38)
El nombre de Pasur no aparece en la lista de 1 Crónicas 24. Sin embargo, en 1
Crónicas 9:12, leemos acerca de un sacerdote llamado Adaía, hijo de Pasur, hijo de
Malquías. Es posible, pues, que los hijos de Pasur constituyen una rama de los
descendientes de Malquías, cuyo nombre sí aparece en 1 Crónicas 24 y a quien le
correspondió la quinta suerte.
Pasur es un nombre que parece con frecuencia en círculos sacerdotales en torno al
exilio. El nombre es apropiado, porque significa destrucción alrededor. Seguramente,
algunas de estas personas recibieron el nombre en memoria del fundador del clan. Más
adelante, encontramos a hijos de Pasur entre los hombres que se casaron con mujeres
extranjeras (10:22) y sellaron el pacto de Nehemías (Nehemías 10:3).
…los hijos de Harim, mil diecisiete (2:39)
El nombre de Harim ocupa el tercer puesto en la lista de 1 Crónicas 24:8. Este Harim
no debe confundirse con el Harim no sacerdotal de 2:32. De los 1017 hijos de Harim,
cinco se casaron con mujeres extranjeras (10:21).
El censo total de los sacerdotes suma 4.289 personas. Es decir, los sacerdotes
constituían aproximadamente la décima parte de los peregrinos. Este número tan
elevado quizás sugiera que fue entre la casta sacerdotal donde se mantuvo más viva
durante el exilio la esperanza del retorno. Por eso, los sacerdotes estaban más
preparados anímicamente para responder al decreto de Ciro.

Los levitas (Esdras 2:40)


Los levitas… (2:40)
Después de la congregación general y los sacerdotes, están los levitas. Por supuesto,
63
los sacerdotes eran también de la tribu de Leví, pero el término “levitas” se emplea
para referirse a las demás casas de la tribu aparte de la casa sacerdotal de Aarón. Los
levitas fueron apartados por Dios para su servicio (Deuteronomio 10:8). Debían ayudar
a los sacerdotes en su ministerio (1 Crónicas 23:25–32) y, concretamente, tenían
responsabilidades importantes en torno al templo y sus muebles y en torno a la
enseñanza y aplicación de la ley de Dios (en 2 Crónicas 19:8, 11, vemos que ejercían
como jueces además de maestros). Podemos suponer que la docencia era la función
principal de los “levitas” mencionados en este versículo, en contraste con los cantores y
porteros de los versículos siguientes, quienes en realidad eran levitas también.
Para que pueda funcionar correctamente la casa de Dios, hemos visto que hace falta
en primer lugar un pueblo dispuesto a adorar a Dios y vivir en estrecha comunión con
él, porque todo el propósito del templo es servir como casa de reunión de Dios con su
pueblo. Luego, en segundo lugar, hemos visto que hacen falta sacerdotes para servir
como mediadores y reconciliar al pueblo con Dios, ofreciendo sacrificios de expiación.
Ahora, en tercer lugar, vemos que el pueblo de Dios, si va a seguir en los caminos del
Señor, necesita ser enseñado por su palabra. Sin conocimiento de la verdad de Dios, el
pueblo se desviaría del camino y el templo dejaría de funcionar correctamente.
Huelga decir que este mismo patrón sigue vigente hoy en día. El pueblo de Dios,
salvo y perdonado gracias a la obra propiciatoria de su Sumo Sacerdote Jesús, necesita
prestar atención a lo que Dios dice, estudiar y entender su revelación y acatar su
voluntad. Después de la redención, viene la disciplina de conocer y obedecer la Palabra
de Dios. ¡Por eso mismo, estás leyendo este libro!
Llama la atención la cantidad tan pequeña de levitas que se apuntaron como
peregrinos. El número de sacerdotes es sorprendentemente elevado; el de los levitas es
sorprendentemente bajo. Se han ofrecido diversas explicaciones. Algunos proponen
que la mayoría de levitas decidió permanecer en Babilonia para atender a las
necesidades espirituales de los judíos que quedaban allí: o sea, mientras que los
sacerdotes tenían forzosamente que ejercer su ministerio en el templo de Jerusalén, los
levitas debían servir donde estaba el pueblo de Dios. Otros piensan que el precio a
pagar era demasiado elevado para la mayoría de los levitas: además del
desplazamiento, tenían que dedicarse como nunca al estudio de las Escrituras cuando,
posiblemente, muchos de ellos habían descuidado esta responsabilidad estando en el
exilio. Otros señalan que los cantores, los porteros y los sirvientes del templo podrían
haber sido levitas.
En todo caso, la carencia de levitas iba a ser un problema repetido décadas después
en días del segundo retorno bajo Esdras (8:15–20). También ayuda a explicar las
irregularidades morales y matrimoniales de los judíos (9:1–10:44): sin conocimiento de
las Escrituras, el pueblo de Dios se pierde. Por eso mismo, los nombres de 2:39
adquieren especial relevancia. Eran muy pocos, pero sobre sus hombros descansaba
una gran responsabilidad.
…los hijos de Jesúa y de Cadmiel, de los hijos de Hodavías, setenta y cuatro (2:40)
Aquí nos encontramos con otro Jesúa que, al no ser sacerdote, no debe confundirse

64
con los Jesúa de 2:2 y 2:36. Este tendrá un papel importante en la dirección de las obras
del templo (3:9) y, posiblemente (si se trata del mismo Jesúa) en la explicación de la ley
de Dios al pueblo (Nehemías 8:7–8), en dirigir al pueblo en la gran oración de confesión
(Nehemías 9:4–5) y en firmar el pacto (Nehemías 10:9).
Cadmiel también participó en estas dos últimas actividades (Nehemías 9:4–5; 10:9),
así como en la dirección de las obras del templo (Esdras 3:9). No sabemos más acerca
de él que lo que dice este versículo. Tampoco sabemos nada acerca de Hodavías,
excepto que parece haber sido cabeza de un clan de donde procedieron las dos ramas
de Jesúa y Cadmiel. Tanto en 3:9 como en Nehemías 7:43, su nombre aparece como
Judá (es decir, Hodeva), que significa “esplendor del Señor”.

Los cantores (Esdras 2:41)


Para que el templo funcione correctamente como lugar de reunión entre Dios y su
pueblo, los levitas deben estar en su lugar enseñando la Palabra de Dios. Entonces Dios
habla a su pueblo. Pero también es importante que el pueblo hable a su Dios y le
exprese verbalmente su gratitud y adoración. Con el paso de los siglos, pues, el templo
de Salomón había llegado a ser un centro de canto y de música en alabanza a Dios. Los
expertos no se ponen de acuerdo en cuanto a la naturaleza exacta de las ceremonias y
los ritos que tuvieron lugar en el templo, pero hay un consenso general de que la
alabanza y el canto llegaron a formar parte integral de la adoración.
Para ayudar con el ministerio musical del templo, se había constituido en tiempos
de David un cuerpo de levitas especialmente designados para dirigir la alabanza del
pueblo. Estos “cantores” estaban distribuidos, como los sacerdotes, en veinticuatro
grupos (1 Crónicas 25:1–31). Sabemos poco acerca de su participación en el culto diario,
pero, en determinadas ocasiones especiales, su ministerio fue crucial. Como botón de
muestra, aquí está la narración de lo que pasó cuando Salomón hizo trasladar el arca en
el momento de inaugurar el templo:
Cuando los sacerdotes salieron del lugar santo… todos los levitas cantores,
Asaf, Hemán, Jedutún y sus hijos y sus parientes, vestidos de lino fino, con
címbalos, arpas y liras, estaban de pie al oriente del altar, y con ellos ciento
veinte sacerdotes que tocaban trompetas. Cuando los trompeteros y los cantores,
al unísono, se hacían oír a una voz alabando y glorificando al Señor, cuando
levantaban sus voces acompañados por trompetas y címbalos e instrumentos de
música, cuando alababan al Señor diciendo: Ciertamente él es bueno porque su
misericordia es para siempre, entonces la casa, la casa del Señor, se llenó de una
nube, y los sacerdotes no pudieron quedarse a ministrar a causa de la nube,
porque la gloria del Señor llenaba la casa de Dios (2 Crónicas 5:11–14).
Los cantores: los hijos de Asaf, ciento veintiocho (2:41)
En tiempos de David y Salomón, los cantores procedían de tres familias de levitas:
las de Asaf, Hemán y Jedutún (1 Crónicas 25:1). No quedan ya representantes de las dos

65
últimas casas. Todos los cantores que vuelven a Jerusalén proceden de la casa de Asaf.
Durante la monarquía, la selección de los músicos y cantores más hábiles alcanzó la
cifra de 288 personas. Ahora se han reducido a 128 (en Nehemías 7:44, el número es de
148) y es de suponer que esta cifra incluye a todos los que se apuntaron, no solo a las
mejores voces. Pero los cantores vuelven con la ilusión de asumir su papel en los cultos
del templo.
Se ve que prosperaron en la Tierra Prometida, porque más adelante descubrimos
que habían edificado aldeas alrededor de Jerusalén (Nehemías 12:29) y los vemos
celebrando la dedicación de las murallas de la ciudad con alegría, con himnos de acción
de gracias y con cánticos, acompañados de címbalos, arpas y liras (Nehemías 12:27).
En cuanto a Asaf, su nombre nos resulta familiar no solamente por ser uno de los
tres músicos principales de David, sino porque es autor de los Salmos 50 y 73 a 82. Es
decir, once de sus composiciones han sido incorporadas en las Escrituras. La propia
Biblia parece indicar que Asaf era un gran hombre de Dios cuyo ministerio musical se
ejercía bajo la inspiración divina; porque afirma que, mediante su música y bajo la
dirección del rey David, él “profetizaba”, es decir, proclamaba mensajes procedentes de
Dios (1 Crónicas 25:2). Sus 128 descendientes constituyen una clara evidencia de cómo
el Señor honró a su siervo guardando su linaje en medio de la hecatombe del cautiverio.

Los porteros (Esdras 2:42)


Los hijos de los porteros… (2:42)
Los porteros, como los cantores, procedían de las filas de los levitas (2 Crónicas
23:4–5). Una responsabilidad de los porteros, evidentemente, era guardar las puertas
del templo (1 Crónicas 9:23–27; 2 Crónicas 23:19). Pero sus obligaciones eran mucho
más extensas. Cuidaban el arca del pacto (1 Crónicas 15:23), supervisaban y
administraban las ofrendas voluntarias (2 Reyes 12:9; 22:4; 2 Crónicas 31:14), vigilaban
los almacenes situados a las puertas del templo (Nehemías 12:25), y, al menos en
ocasiones, ayudaban a celebrar actos de purificación (Nehemías 12:45). Algunos de
ellos pueden haber tenido aposentos dentro del complejo del templo (Jeremías 35:4),
lo cual sugiere que actuaban como vigilantes, una especie de policía sagrada. Asimismo,
podemos suponer que tenían la responsabilidad de mantener el orden en los días
festivos y asegurar que los gentiles no entraran en el recinto sagrado, ni las mujeres en
el patio de Israel, ni los varones en el Lugar Santo.
Fueron Samuel y David los que constituyeron la organización de los porteros (1
Crónicas 9:22; 15:16–18; 23:2–5). Salomón, asimismo, nombró a porteros durante su
reinado (2 Crónicas 8:14). Parece ser que, si bien este orden había existido desde
tiempos de Moisés (1 Crónicas 9:20) y en muchos casos era un cargo hereditario (esto
queda implícito en la frase “los hijos de los porteros”; cf. 1 Crónicas 9:19, 23), los reyes
tenían el derecho a nombrar más porteros, siempre que procedieran de la tribu de Leví
(1 Crónicas 9:26; 15:23; 23:5; 2 Crónicas 23:4; 34:13). Como levitas, ellos recibían
porciones igual que los sacerdotes (Nehemías 12:47; 13:5). Como en el caso de los

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cantores, a partir de la época de Salomón, los porteros parecen haber constituido una
especie de gremio dentro de la organización del templo.
Podemos suponer que se responsabilizaban en el antiguo pacto aproximadamente
de aquellas mismas funciones ostentadas por los diáconos de las iglesias del nuevo
pacto: se encargaban del mantenimiento, del orden, de las finanzas y de otras
cuestiones prácticas y administrativas.
…los hijos de Salum, los hijos de Ater, los hijos de Talmón, los hijos de Acub, los
hijos de Hatita, los hijos de Sobai, en total ciento treinta y nueve (2:42)
No sabemos gran cosa acerca de estos hombres. Hatita y Sobai solo son
mencionados aquí y en el texto paralelo de Nehemías 7:45.
Salum parece haber sido el líder o coordinador de los porteros. Probablemente
deba ser identificado con el “Salum, hijo de Coré, hijo de Ebiasaf, hijo de Corá”,
mencionado en 1 Crónicas 9:17, 19, 31. Él y sus parientes eran “encargados de la obra
del servicio”, “guardianes de los umbrales de la tienda [el templo]” y “guardianes de la
entrada del campamento”.
El nombre de Ater ya ha aparecido en 2:16. No se sabe si se trata aquí de miembros
de la misma familia o de otra.
Talmón quizás signifique “luz” o “resplandor” y Acub, “seguidor”. Talmón y Acub
están vinculados con Salum en 1 Crónicas 9:17. Según Nehemías 11:19, se ve que sus
“hijos” colaboraban estrechamente entre sí. Nehemías 12:25 dice de ellos que
“mantenían guardia en los almacenes junto a las puertas”.
Lo que llama especialmente la atención en esta lista es que, en tiempos de David,
existían unos 4.000 porteros (1 Crónicas 23:5). Ahora su número se ha reducido a
solamente 139 (en Nehemías 7:45, a 138).

Los sirvientes del templo (Esdras 2:43–54)


Los sirvientes del templo:… (2:43)
Según 8:20, fue David quien puso a disposición de los levitas a 220 hombres que les
hicieran de sirvientes para asistirles en sus labores en el templo. Su nombre en hebreo
(los netinim) significa entregados. Eran hombres consagrados para ejercer tareas en el
servicio de Dios. De la misma manera que los levitas mismos eran los netunim (los
enteramente dedicados) y tenían que dedicarse a la voluntad de Dios (Números 8:16),
los netinim debían entregarse a la voluntad de los levitas y servirlos a ellos.
Deducimos que los netinim tenían que ocuparse de los trabajos más humildes,
como la limpieza del templo. Recordemos que, a causa de los constantes sacrificios
ofrecidos en él, el templo era una especie de matadero, ¡e imaginémonos la cantidad
de limpieza que había de hacerse para mantener transitables los patios! Lo hermoso,
pues, es que el Espíritu Santo haya querido registrar aquí sus nombres. No solo los
líderes políticos y religiosos, sino también los servidores más humildes, tienen una tarea
que desempeñar en el templo de Dios. Ningún don o ministerio, ningún servicio
prestado, ninguna labor oculta o sucia, pasa desapercibido ante los ojos de Dios. Todo

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acto de fidelidad, no importa lo humilde o inadvertido que sea según criterios humanos,
es importante para el Señor. Si incluso la entrega de un vaso de agua fría tendrá su
recompensa en el día final (Mateo 10:42), ¡cuánto más la fiel labor de los netinim! En
torno a la construcción de algunos de los grandes edificios y monumentos de la
antigüedad, nos han llegado los nombres del gobernador que ordenó la edificación y
quizás el del arquitecto que se encargó de las obras, pero raras veces los nombres de
los trabajadores más humildes. ¡Excepto en el caso de la edificación del templo de Dios!
Nosotros también, al edificar la casa de Dios bajo las órdenes de Jesucristo,
debemos recordar que hay diversidad de dones, ministerios y llamamientos. Hacen falta
tantos “sirvientes” hoy día como en aquel entonces. Siguen igualmente vigentes los
dones del servicio (Romanos 12:7) y de “ayudas” (1 Corintios 12:28); y continúa siendo
cierto que los miembros del cuerpo que parecen ser los más débiles son los más
necesarios y que así formó Dios el cuerpo, dando mayor honra a la parte que carecía de
ella, a fin de que en el cuerpo no haya división, sino que los miembros tengan el mismo
cuidado unos por otros (1 Corintios 12:22–25). Con Dios, no hay acepción de personas.
Todos somos diferentes y tenemos diversas funciones que cumplir. Algunos tienen
dones que destacan más en público y que reciben más reconocimiento. Pero, delante
de Dios, los aplausos humanos no cuentan. Al contrario, ¡pueden significar que la
persona aplaudida ya recibió su galardón! A lo mejor, la gente no se da cuenta de tus
actos de servicio para el Señor, o los da por sentados, o los desprecia (¡hay mucha
ingratitud en el pueblo de Dios!), pero lo importante es que tu Padre, que ve en lo
secreto, te recompensará (Mateo 6:4, 6, 18). El mismo Dios que quiso reconocer la
fidelidad de los netinim incluyéndolos en este censo reconocerá tu fidelidad en el día
final.
Pero, de hecho, es posible que los netinim sufrieran un desprecio doble: no solo por
su trabajo sucio y humilde, sino también por su origen social. Llama la atención el hecho
de que, entre estos nombres, figuran algunos que parecen tener una procedencia
extranjera. Puesto que este cuerpo de sirvientes fue constituido por David, y ya que
sabemos que David incorporó a muchos extranjeros en su ejército y entre sus hombres
de valor (2 Samuel 15:18–22), es probable que, efectivamente, había extranjeros entre
los 220 netinim originales. De la misma manera que, en tiempos de Josué, los
gabaonitas habían ingresado en Israel como cuerpo de leñadores y aguadores para la
congregación y para el altar del Señor (Josué 9:27), es posible que David diera a ciertos
hombres, escogidos de entre los inmigrantes, los mercenarios o los prisioneros de
guerra, la opción de ingresar en los netinim y ocuparse de los trabajos sucios del
templo.
Será importante retener en mente este hecho cuando lleguemos a considerar la
situación de los “sin papeles” (2:59–63) o la expulsión de las esposas extranjeras
durante las reformas de Esdras (9:1–10:44). A veces, se le acusa a Esdras de ser
chovinista. Pero debemos recordar que las esposas gentiles fueron expulsadas no por
ser extranjeras, sino por ser paganas. Si hubieran sido como Rut y hubieran abrazado al
Dios de Noemí y Booz, no habría habido ninguna necesidad de una medida tan drástica;
pero no se podía consentir que, justo en el momento en que se estaba reinaugurando
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el culto al Dios verdadero e instando a la gente a vivir en santidad, las familias de Israel
fueran contaminadas por mujeres que rendían culto a dioses falsos y practicaban estilos
de vida que atentaban contra la santidad. Hubo siempre un lugar en la congregación
para aquellos gentiles que estaban dispuestos a unirse de verdad al Dios de Israel:
Si un extranjero reside con vosotros y celebra la Pascua al Señor, que sea
circuncidado todo varón de su casa, y entonces que se acerque para celebrarla,
pues será como un nativo del país; pero ninguna persona incircuncisa comerá de
ella. La misma ley se aplicará tanto al nativo como al extranjero que habite entre
vosotros (Éxodo 12:48–49).
Y si un extranjero reside con vosotros, o uno que esté entre vosotros por
vuestras generaciones, y desea presentar una ofrenda encendida como aroma
agradable al Señor, como lo hacéis vosotros, así lo hará él. En cuanto a la
asamblea, un estatuto habrá para vosotros y para el extranjero que reside con
vosotros, un estatuto perpetuo por vuestras generaciones; como vosotros sois,
así será el extranjero delante del Señor. Una sola ley habrá, una sola ordenanza,
para vosotros y para el extranjero que reside con vosotros (Números 15:14–16).
Queda patente que los extranjeros que se convertían al Señor y que lo demostraban
mediante la circuncisión y la participación en el culto levítico no debían sufrir ninguna
clase de discriminación. Participaban en igualdad de condiciones con los demás hijos de
Israel. No eran ciudadanos de segunda categoría que tenían que someterse a reglas y
leyes especiales. La prueba de ello es este mismo capítulo: si hubiera existido la más
pequeña reticencia en torno a la incorporación en la asamblea de Israel de gentiles
prosélitos, entonces no habrían aparecido nombres extranjeros de entre los sirvientes
del templo.
…los hijos de Ziha, los hijos de Hasufa, los hijos de Tabaot, los hijos de Queros, los
hijos de Siaha, los hijos de Padón, los hijos de Lebana, los hijos de Hagaba, los hijos de
Acub… (2:43–45)
Si sabemos muy poco acerca de los hombres cuyos nombres aparecen en las listas
levíticas (2:40–42), aún sabemos menos acerca de sus sirvientes. Ziha fue el encargado
de los sirvientes del templo, mencionado en Nehemías 11:21, juntamente con un tal
Gispa. Los demás nombres solo aparecen aquí y en el texto paralelo de Nehemías
7:46–48. Queros significa “fortaleza”. Siaha recibe el nombre alternativo de Sía en
Nehemías 7:47.
… los hijos de Hagab, los hijos de Salmai, los hijos de Hanán, los hijos de Gidel, los
hijos de Gahar, los hijos de Reaía, los hijos de Rezín, los hijos de Necoda, los hijos de
Gazam, los hijos de Uza, los hijos de Paseah, los hijos de Besai, los hijos de Asena,…
(2:46–50)
Hagab no aparece en la lista de Nehemías 7. Hay varios hombres llamados Hanán
asociados a las reformas de Esdras y Nehemías (Nehemías 8:7; 10:22, 26; 13:13), pero

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no se sabe si tienen que ver con el Hanán de esta lista. Otro Gidel fue cabeza de una
familia de los siervos de Salomón (2:56); y otro Necoda se encontraba entre los que no
podían demostrar su descendencia (2:60). Reaía significa “Yahvé ha visto”, y Paseah
significa “que cojea”, lo cual sugiere que este adolecía de algún defecto físico. Rezín
parece haber sido un nombre de origen arameo. Fue el nombre de un rey de Aram que
hizo alianza con Peka de Israel para subir contra Acaz de Judá en tiempos del profeta
Isaías (Isaías 7:1–9). Por lo demás, no se sabe nada acerca de los hombres de estos
versículos.
… los hijos de Asena, los hijos de Mehunim, los hijos de Nefusim,… (2:50)
Mehunim y Nefusim parecen ser nombres tribales más que nombres personales.
Probablemente, los hijos de Mehunim fueran descendientes de prisioneros tomados en
la guerra de Josafat contra los moabitas y amonitas (2 Crónicas 20:1) y en la de Uzías
contra los filisteos (2 Crónicas 26:7): en ambos casos, los “meunitas” se aliaron con los
enemigos de Israel.
Los hijos de Nefusim, igualmente, pueden muy bien haber sido descendientes de
otros prisioneros de guerra, miembros de una tribu árabe, descendiente de Nafis, hijo
de Ismael (Génesis 25:15–16; 1 Crónicas 1:31), que fueron derrotados en una batalla
con las tribus de Rubén y Gad (1 Crónicas 5:18–22).
… los hijos de Bacbuc, los hijos de Hacufa, los hijos de Harhur, los hijos de Bazlut,
los hijos de Mehída, los hijos de Harsa, los hijos de Barcos, los hijos de Sísara, los hijos
de Tema, los hijos de Nezía, los hijos de Hatifa (2:54)
Todos estos nombres aparecen en la lista de Nehemías 7:53–56, pero no sabemos
nada acerca de las personas en cuestión. Bacbuc significa “jarra”, y puede ser el apodo
de un hombre barrigudo. El nombre de Sísara nos recuerda al comandante cananeo del
ejército de Jabín, rey de Hazor, que fue muerto por Jael en tiempos de Débora y Barac
(Jueces 4:1–24). Nuevamente se trata de un posible nombre extranjero. Nezía significa
“fiel” y Hatifa quizás signifique “tomado” o “cautivo”.

Los hijos de los siervos de Salomón (Esdras 2:55–58)


Los hijos de los siervos de Salomón:… (2:55)
El hecho de que la cifra total mencionada en 2:58 engloba en un solo grupo a “los
sirvientes del templo y los hijos de los siervos de Salomón” sugiere que formaban un
solo estamento dentro de la jerarquía del templo. Se distinguían a efectos de la
organización de grupos de trabajo, pero constituían un único cuerpo de trabajo. Sin
duda, los hijos de los siervos de Salomón debían su título al hecho de que habían sido
reclutados inicialmente por Salomón para complementar el trabajo de los netinim.
No sabemos prácticamente nada acerca de ellos, porque el texto sagrado no dice
nada acerca de su constitución en tiempos de Salomón, ni explica en qué se
diferenciaban sus responsabilidades y las de los netinim. Solo son mencionados en el
resto de las Escrituras en el texto paralelo de Nehemías 7:57–60 y en la relación de

70
órdenes sociales de Nehemías 11:3. En estos dos textos, aparecen también a
continuación de los siervos del templo. Sin embargo, algo de la naturaleza de su trabajo
quizás se refleje en algunos de los nombres de la lista.
… los hijos de Sotai, los hijos de Soferet, los hijos de Peruda, los hijos de Jaala, los
hijos de Darcón, los hijos de Gidel, los hijos de Sefatías, los hijos de Hatil, los hijos de
Poqueret-hazebaim, los hijos de Ami (2:57)
“Ha-soferet” significa “el escriba”. Es un título de forma femenina, forma que no
indica el sexo de la persona en cuestión, sino que denota que se trata de un oficio.
Sefatías significa “Yahvé ha juzgado”. “Poqueret-hazebaim” significa “guarda de las
gacelas”, otro nombre que podría sugerir la gran diversidad de funciones
desempeñadas por los siervos de Salomón.
El total de los sirvientes del templo y de los hijos de los siervos de Salomón, era de
trescientos noventa y dos (2:58)
El número total de estos sirvientes humildes es mayor que el número total de las
diferentes clases de levitas, porque, juntos, los levitas, cantores y porteros sumaron 341
hombres.

El censo: 3. El resto de los datos


Esdras 2:59–70

Los indocumentados (Esdras 2:59–63)


El último grupo de nombres de la lista pertenece a los hombres que no podían ser
clasificadas por estar “sin papeles”.
Y estos fueron los que subieron de Tel-mela, Tel-harsa, Querub, Addán e Imer,…
(2:59)
Que sepamos, no existen ciudades en Israel con estos nombres. De hecho, ninguna
de estas cinco poblaciones ha sido identificada por los arqueólogos. Probablemente,
pues, se trate de los lugares en Mesopotamia de donde procedía esta gente. Los judíos
de estirpe confirmada podían hacer alarde de sus pueblos ancestrales en Israel; pero los
“sin papeles” solo podían ser identificados por sus lugares de procedencia en el exilio.
La palabra tel se refería (y se refiere todavía hoy) a una colina o un monte formado
por los distintos estratos de edificación de una población. Esta palabra se empleaba en
Israel (por ejemplo, en Josué 11:13), pero también en Babilonia (por ejemplo, en
Ezequiel 3:15).
Mela, en hebreo, significa “sal” e indica posiblemente un lugar poco fértil a causa de
71
un proceso de salificación. Harsa, en arameo, significa “bosque”. El nombre de Addon
parece relacionarse con el dios babilónico Addu. Se ha sugerido que estas eran aldeas
pobres situadas al sudeste de Babilonia, cerca de la ciudad de Nippur; pero, de hecho,
son para nosotros lugares tan “indocumentados” como los hombres que procedían de
ellos.
… aunque no pudieron demostrar si sus casas paternas o su descendencia eran de
Israel… (2:59)
Estos hombres habían sufrido el destierro en Babilonia juntamente con los demás
judíos, pero, posiblemente porque habían sido exiliados en pequeñas aldeas rurales en
vez de en las grandes ciudades, no podían demostrar su clara ascendencia hebrea. Esto
representaba un problema tanto con respecto a su reubicación en la tierra como a su
participación en las obras del templo.
Para trabajar en la obra de edificar la casa de Dios, hay que pertenecer a su familia.
Pero no siempre es fácil distinguir claramente a los miembros genuinos del pueblo de
Dios. Todavía, hoy en día, nos encontramos con personas que asisten a nuestros cultos,
que cantan nuestros himnos y que dicen pertenecer a la familia de la fe. Sin embargo,
no dan evidencias claras de aquella vida espiritual que caracteriza a los verdaderos hijos
del Padre. No se puede afirmar taxativamente que no sean creyentes, pero existen
dudas más o menos fundadas acerca de su autenticidad.
… los hijos de Delaía, los hijos de Tobías, los hijos de Necoda, seiscientos cincuenta
y dos… (2:60)
No sabemos nada acerca de estas familias. Tobías es un buen nombre hebreo:
“Yahvé es bueno”. El número total de los varones de estas familias es
sorprendentemente elevado, dada su condición de indocumentados.
… y de los hijos de los sacerdotes… (2:61)
Si era importante para los judíos de a pie poder demostrar su linaje genealógico,
aún lo era más para los que procedían de familias sacerdotales, porque Dios había
mandado que nadie ejerciera el sacerdocio si no era de la casa de Aarón. La suerte
ejemplar que sufrieron Coré y sus secuaces, cuando intentaron arrogarse a sí mismos el
derecho a ser sacerdotes, marcó profundamente la conciencia de Israel. Habían sufrido
el castigo fulminante de Dios como recordatorio para los hijos de Israel de que ningún
laico, que no fuera descendiente de Aarón, debería acercarse a quemar incienso delante
del Señor, para que no le sucediera como a Coré y a su grupo, tal como el Señor se lo
había dicho por medio de Moisés (Números 16:40). A partir de entonces, los judíos
miraban con lupa la genealogía de todos los sacerdotes.
…los hijos de Habaía, los hijos de Cos… (2:61)
Es posible que, con el paso del tiempo, “los hijos de Cos” fueran vindicados como
miembros legítimos de la casa de Aarón, miembros de la séptima “clase” o grupo
familiar de sacerdotes (1 Crónicas 24:10). En Nehemías 3:4 y 21, leemos acerca de un tal
“Meremot, hijo de Urías, hijo de Cos”, quien participó en la construcción de las murallas

72
de Jerusalén. Es probable que se trate del “Meremot, hijo de Urías”, mencionado en
Esdras 8:33, que pertenecía a una familia reconocida ya como sacerdotal.
… los hijos de Barzilai, que había tomado por mujer a una de las hijas de Barzilai
galaadita, con cuyo nombre fue llamado (2:61)
El caso de los hijos de Barzilai puede ser diferente del de los demás. Este “Barzilai”,
cuyo nombre original nos es desconocido según nuestro texto, procedía aparentemente
de la casa de Aarón, pero se había casado con una de las hijas de “Barzilai galaadita” y
había sido adoptado probablemente como hijo y heredero suyo (¡por algo había
tomado el nombre de su suegro!), presumiblemente porque Barzilai no tenía hijos
varones y porque era un hombre con muchas posesiones y riquezas (2 Samuel
19:31–32).
Pero quien quería ser sacerdote no solamente tenía que ser descendiente de Aarón,
sino también cumplir los requisitos morales y sociales de la ley. Y uno de los requisitos
de los sacerdotes era este: No tendrás heredad en su tierra, ni tendrás posesión entre
[los hijos de Israel]; yo soy tu porción y tu herencia entre [ellos] (Números 19:20). En
otras palabras, para seguir siendo sacerdotes, los hijos de Aarón tenían que renunciar a
las posesiones territoriales y a las riquezas materiales y dedicarse solo a su ministerio
sacerdotal. Los “hijos de Barzilai” parecen haber sido descendientes de un hombre que
renunció a sus derechos sacerdotales a fin de convertirse en terrateniente y heredero
del galaadita. Esta, seguramente, es la razón por la que el nombre de Barzilai no
figuraba en el registro sacerdotal, por lo cual sus hijos no podían ejercer el sacerdocio.
Estos buscaron en su registro de genealogías, pero no se hallaron… (2:62)
Se ve que, aun en medio de los trastornos del cautiverio, los judíos habían
mantenido el registro de sus genealogías tribales. Pero ahora, por mucho que busquen
convencidos de pertenecer a una de las familias sacerdotales de Israel, estos peregrinos
no encuentran sus nombres en el registro. Con eso, se desvanecía su esperanza de
poder ejercer funciones sacerdotales en el templo e incluso de poder establecerse
correctamente en la tierra. Porque las genealogías tenían en este momento una
importancia doble: por un lado, garantizaban que el pueblo que volvía de Babilonia
fuera la continuación genuina del Israel original; por otro, establecían el lugar específico
al que cada familia tenía que dirigirse. Estar sin papeles en la familia de Dios es no caber
en ningún lugar por derecho propio y no tener asignado ningún ministerio.
El lenguaje de este versículo trae enseguida a la memoria otros libros bíblicos de
registros de nombres. Moisés le pide a Dios que borre su nombre del libro que has
escrito antes que consentir que el juicio divino caiga sobre Israel (Éxodo 32:32–33). Y, a
partir de aquel momento, la idea de tener el nombre inscrito en el libro de Dios vino a
ser muy significativo en la conciencia colectiva de la nación. Por eso, el salmista pide
que los nombres de los injustos sean borrados del libro de la vida, y no sean inscritos con
los justos (Salmo 69:28). Y el propio Jesucristo dijo a sus discípulos: No os regocijéis en
esto, de que los espíritus se os sometan, sino regocijaos de que vuestros nombres están
escritos en los cielos (Lucas 10:20). Tiene que haber sido enormemente decepcionante

73
para esta gente buscar en los registros y no hallar allí sus nombres familiares. Pero
mucho más terrible es que alguien busque en el libro de la vida del Cordero y no halle
su nombre inscrito en él. No figurar en el registro de las genealogías significaba ser
excluido del sacerdocio; no figurar en el libro de la vida significa ser excluido de la vida
eterna:
Jamás entrará en [la ciudad de Dios] nada inmundo… sino solo aquellos cuyos
nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero… Y el que no se encontraba
inscrito en el libro de la vida fue arrojado al lago de fuego (Apocalipsis 21:27; 20:15; cf.
Apocalipsis 13:8; 17:8; 20:12).
… y fueron considerados inmundos y excluidos del sacerdocio (2:62)
Según el criterio de nuestros días, la exclusión de esta pobre gente nos parece dura
y falta de consideración. ¡A fin de cuentas, acababan de pasar cincuenta años de
cautiverio, y ahora esto! Pero debemos recordar dos cosas. Por un lado, Dios había
establecido normas claras que debían ser respetadas: para cualquier líder sensible a las
exigencias divinas, estas medidas no eran excesivas, sino un claro deber. Y, por otro,
quedan excluidos del sacerdocio, pero no de la comunión de Israel. No fueron devueltos
a Babilonia. Pudieron participar de los beneficios del pueblo de Dios, si no como
israelitas por nacimiento, al menos como israelitas por adopción en igualdad de
condiciones con los extranjeros circuncidados (ver comentario a 2:43).
Por otro lado, debemos recordar que la pureza de linaje no constituía ninguna
garantía con respecto a la auténtica incorporación en el verdadero Israel de Dios. Servía
a efectos sociales y nacionalistas, pero no a efectos espirituales. No todos los
descendientes [físicos] de Israel son Israel (Romanos 9:6), sino que el verdadero judío lo
es interiormente, y la circuncisión es la del corazón, por el Espíritu, no por la letra
(Romanos 2:29). Mucho mejor unirte al pueblo de Dios con integridad y por convicción,
aunque tu nombre no se encuentre en el registro oficial, que volver a Jerusalén por
razones sociales sin amar a Dios de corazón.
Y el gobernador les dijo que no comieran de las cosas santísimas hasta que un
sacerdote se levantara con Urim y Tumim (2:63)
La palabra traducida como “gobernador” es un título persa (tirshatha), de
etimología debatida, pero que probablemente significaba algo así como “su excelencia”.
Es el título empleado para referirse a Nehemías en Nehemías 8:9 y 10:1.
El gobernador en cuestión es probablemente Zorobabel, aunque algunos defienden
la idea de que se trate de Sesbasar. En realidad, el solo hecho de que el editor no se vea
en la necesidad de explicar cuál de estos dos es la persona aludida constituye una
pequeña evidencia a favor de la identificación de ambos (ver comentario sobre el 1:8):
se habla de “el gobernador” porque en aquel entonces solo había uno posible, el
hombre llamado indistintamente Sesbasar o Zorobabel.
Lo curioso es que el gobernador político tiene que resolver este asunto, que parece
pertenecer más bien a la jurisdicción del sumo sacerdote. Pero, sin duda, el caso de los
sacerdotes dudosos caía dentro de la situación más amplia de los indocumentados en
74
general, cuestión que afectaba la organización política y social de toda la nación.
La decisión del gobernador es que estos hombres no deben comer de las “cosas
sagradas”, es decir, de la porción de los sacerdotes consistente en ciertas partes de los
animales matados en determinados sacrificios. Es posible que estos hombres pudieran
recibir su porción de los diezmos, pero que no podían participar en aquello que había
sido consagrado específicamente al Señor y que estaba reservado para los sacerdotes.
Y no podían hacerlo hasta que Dios no hubiera declarado su voluntad por medio de
los “Urim y Tumim” (literalmente, “las luces y las perfecciones”). Estos constituían un
medio a través del cual Dios revelaba su voluntad como respuesta a las consultas del
sumo sacerdote (ver Éxodo 28:30; Números 27:21). Hay mucho debate sobre qué forma
tenían y cómo se empleaban, pero tenemos finalmente que reconocer nuestra
ignorancia. Tampoco sabemos por qué Jesúa era incapaz de emplearlos en esta ocasión.
¿Fue porque los mismos Urim y Tumim habían desaparecido durante el cautiverio? ¿O
fue porque desde hacía tiempo habían caído en desuso (de hecho, no hay evidencia
bíblica de su uso a partir del reinado de David)? ¿O fue porque no existía sacerdote en
aquel momento que supiera emplearlos correctamente? Esta última idea se ajusta
mejor al lenguaje de nuestro texto. Pero cualquier respuesta es especulativa.
Lo importante aquí es que, por un lado, estos hombres no podían ejercer el
sacerdocio hasta haber recibido la aprobación de Dios al respecto: nadie puede tomar
para sí mismo el honor de ser sacerdote, sino que tiene que ser llamado por Dios
(Hebreos 5:4; ver Éxodo 28:1; 1 Crónicas 23:13). Y, por otro lado, nos da la impresión de
que, en aquellos momentos, existía una gran carencia de revelación y dirección divinas.
Es cierto que el editor ve en el decreto de Ciro y en el retorno de los exiliados la acción
incuestionable de la poderosa mano de Dios; pero, en cuanto a voces proféticas, el cielo
parecía guardar silencio. Como dijera el gran Asaf: No vemos nuestras señales; ya no
queda profeta, ni hay entre nosotros quien sepa hasta cuándo (Salmo 74:9).

Las cifras globales (Esdras 2:64–67)


Toda la asamblea reunida era de cuarenta y dos mil trescientos sesenta… (2:64)
Después de la larga relación de los componentes de los varios grupos de exiliados
(2:1–63), llegamos a las cifras globales. Por una vez, el texto de Esdras se pone de
acuerdo con el de Nehemías: tanto Esdras 2:64 como Nehemías 7:66 establecen que la
cifra total de la asamblea es de 42.360 personas. Pero aquí acaba el consenso. Ya
hemos abordado la cuestión de cómo reconciliar los diferentes números de las listas de
Esdras y Nehemías,135 pero ahora debemos abordar otra cuestión similar: cómo hacer
cuadrar esta cifra con las mencionadas en las relaciones detalladas (Esdras 2:1–63;
Nehemías 7:6–73). Allí, como ya hemos dicho, el número total de personas suma
29.818 en Esdras y 31.089 en Nehemías.
Los comentaristas ofrecen diversas soluciones:
• La más sencilla es que se trata de otro de los errores de los copistas. Pero, a mi
juicio, es excesivamente sencilla. Parece elemental que los copistas querrían hacer

75
que el número total puesto al final del censo se correspondiera con la suma de las
cifras parciales, si en realidad debe existir esa correspondencia. ¿Qué copista va a
ser tan torpe como para no saber sumar correctamente? No. La impresión que
recibimos es que, de alguna manera, el número total no debe entenderse como la
suma de los números de 2:1–63. Entonces, ¿con qué se corresponde esta cifra?
• Algunos han propuesto que las listas detalladas del censo incluyen solo a los
varones, mientras que la cifra total incluye también a las mujeres. Es una propuesta
reforzada por 2:65: allí se incluyen las siervas y cantoras, además de los siervos y
cantores; por tanto, es probable que la asamblea de 2:64 incluya a hombres y
mujeres. En cambio, los números del censo son de los “hombres” del pueblo de
Israel (2:2). El gran problema con esta solución es que hace que los hombres
superen en número a las mujeres en una relación de dos a una, lo cual parece poco
probable.
• Otros sugieren que la cifra más pequeña (29.818) solo incluye los miembros de las
tribus de Judá y Benjamín (cf. 1:5), mientras que la cifra grande (42.360) incluye
también el remanente de las demás tribus. Pero, si bien es probable que estuvieran
presentes miembros de las tribus del norte (cf. 1 Crónicas 9:3), nos sorprende una
cifra tan elevada como más de 12.000.
• Otros proponen que la cifra pequeña incluye solo a los mayores de 20 años,
mientras que la cifra grande incluye también a los mayores de 12 (tal como se nos
dice explícitamente en 1 Esdras 5:14). Pero no hay nada en el texto que respalde a
esta idea.
• A mí me convence más otra solución. Dado que nuestro texto se refiere a “toda la
asamblea reunida”, parece apuntar no a los desterrados que volvieron del exilio a
Jerusalén y Judá (2:1), sino al número total de los judíos que se reunieron en
Jerusalén en el mes séptimo (3:1). La totalidad de la asamblea podría haber incluido
a otros judíos aparte de aquellos que volvieron con Zorobabel y Jesúa. No todos los
judíos fueron llevados al cautiverio por los babilonios, como tampoco hay
fundamento para decir que todos los que se quedaron en Judá hubieran
apostatado. Es posible, pues, que el número más alto incluya a aquellos judíos
residentes en Judá que se habían mantenido fieles a Dios. Por otra parte sabemos
que, ante la invasión babilónica, muchos judíos se refugiaron en Egipto. No sería
sorprendente que algunos volvieran ahora a Jerusalén, aprovechando el decreto de
Ciro. También es posible que, por razones desconocidas, algunos de los desterrados
en Babilonia hubieran logrado volver a Tierra Santa antes del decreto de Ciro.
… sin contar sus siervos y siervas, que eran siete mil trescientos treinta y siete…
(2:65)
Aparte del número de las personas libres, había una gran cantidad de esclavos. De
hecho existía aproximadamente un esclavo por cada seis hombres libres, una
proporción sorprendentemente alta que viene a sugerir lo que los versículos siguientes
confirman con claridad: que muchos de los exiliados que volvieron del cautiverio eran
personas muy bien acomodadas.

76
Menos de veinte años después de esta fecha, el profeta Hageo iba a describir la
caída en la pobreza de estas mismas personas, pobreza debida a las malas cosechas
(Hageo 1:6), la inflación (1:9) y, detrás de todo, la acción de Dios como respuesta a su
egoísmo materialista (1:4, 9–11; 2:17). Pero, de momento, en el entusiasmo del primer
amor, esta gente iba a mostrarse espléndida y sacrificada en sus ofrendas (2:68–69).
… y tenían doscientos cantores y cantoras (2:65)
Estos doscientos cantores (245 según Nehemías 7:67) no deben confundirse con los
cantores del templo mencionados en 2:41. No están incluidos en las cifras globales de
los versículos anteriores por una razón sencilla: se añaden aquí a continuación de los
esclavos porque son otros tantos siervos más, músicos contratados por los adinerados
para amenizar el ambiente de sus casas y sus celebraciones, por ejemplo las bodas y los
funerales.
La mención de “cantoras” sugiere que, a diferencia de lo que pasaba en los
ministerios del templo, los cuales estaban reservados solamente para varones, las
mujeres participaban ampliamente en la música secular de Israel, como, por ejemplo,
en la música de lamentación de los entierros (2 Crónicas 35:25). Igualmente, el ricachón
Barzilai, cuyos descendientes acaban de mencionarse (2:61), hace mención de los
“cantores y cantoras” que alegraban sus fiestas (2 Samuel 19:35).
Así pues, parece ser que el total de los judíos fieles que se reúnen ahora en
Jerusalén y constituyen el renacimiento de la nación sea de 49.897 personas. ¡Qué
contraste con los 603.550 varones del ejército de Israel que acampaba en torno a la
tienda de reunión en el censo del éxodo (Números 2:32)! Entonces, la nación (si
incluimos a mujeres y niños) había alcanzado unos dos millones de almas; ahora ha
quedado reducida a unas 50.000. Verdaderamente, solo había escapado de la
aniquilación un pequeño remanente (9:15).
Aun así, bien entendida, esta cifra mínima no es evidencia de la debilidad de Dios,
sino de su gran misericordia: Ahora, por un breve momento, ha habido misericordia de
parte del Señor nuestro Dios, para dejarnos un remanente que ha escapado y darnos
refugio en su lugar santo, para que Dios ilumine nuestros ojos y nos conceda un poco de
vida en nuestra servidumbre (9:8). No debemos tener complejo de minoría, aunque
seamos pocos, porque Dios suele servirse de los pocos para hacer su obra. Aunque los
santos quedan diezmados, Dios sabe lo que hace.
Sus caballos eran setecientos treinta y seis; sus mulos, doscientos cuarenta y cinco;
sus camellos, cuatrocientos treinta y cinco; sus asnos, seis mil setecientos veinte
(2:66–67)
Seguramente, estos animales son incluidos en el censo porque tuvieron un papel
importante en la logística del viaje de regreso a Jerusalén. Está claro que no todos los
judíos tuvieron que volver de pie, aunque la mayoría sí. Por otro lado, los animales
habrán sido los responsables de transportar víveres para el viaje y enseres para los
hogares de los exiliados.

77
Las ofrendas (Esdras 2:68–69)
Y algunos de los jefes de casas paternas, cuando llegaron a la casa del Señor que
está en Jerusalén, hicieron ofrendas voluntarias en la casa de Dios para reedificarla
sobre sus mismos cimientos (2:68)
Como ya hemos comentado, el texto no nos dice nada acerca del viaje de regreso,
sino que se limita a hablar de “cuando llegaron a la casa del Señor”. A Esdras no le
interesan datos anecdóticos, sino que narra solamente lo que es estrictamente
necesario para el tema de la reconstrucción del templo.
Se sobrentiende que la “casa del Señor” no es el templo en sí (porque aún no
existía), sino el lugar de su emplazamiento. Al llegar a aquel lugar y al comprobar con
congoja que del glorioso templo de antaño no quedaba más que un montón de
escombros, algunos de los representantes de las casas paternas se sintieron movidos a
hacer ofrendas para su reconstrucción. Fueron ofrendas voluntarias (cf. 3:5). Nadie les
obligaba.
Según sus medios dieron al tesoro para la obra sesenta y un mil dracmas de oro,
cinco mil minas de plata y cien túnicas sacerdotales (2:69)
La frase “según sus medios” indica que cada cual ofrendaba en la medida de sus
posibilidades. Es una frase de la cual el apóstol Pablo se hace eco al hablar acerca de la
generosidad de los macedonios y al exhortar a los corintios a seguir su ejemplo: Yo
testifico que según sus posibilidades, y aun más allá de sus posibilidades, dieron de su
propia voluntad… Que cada uno dé como propuso en su corazón, no de mala gana ni por
obligación, porque Dios ama al dador alegre (2 Corintios 8:3; 9:7; cf. Según haya
prosperado, 1 Corintios 16:2).
Esta donación muy generosa procedió, según Nehemías 7:70–72, de tres fuentes
diferentes: no solo de algunos de los jefes de las casas paternas, sino también del
gobernador y “del resto del pueblo”. La provisión para la casa de Dios siempre es así: la
providencia de Dios suple las necesidades de la obra, a veces sirviéndose de medios
como el de Ciro (1:7–11; 3:7; cf. 6:3–5), pero sin que esto haga innecesarias las
donaciones generosas y sacrificadas del pueblo de Dios (1:6; 2:68–69).
Sus ofrendas fueron como nada en comparación con las ofrendas de los jefes
en tiempo de David; entonces ofrecieron por talentos (1 Crónicas 29:7); ahora,
por dracmas; pero estas dracmas, ofrecidas de corazón y conforme a sus
posibilidades, eran para Dios tan aceptas como aquellos talentos.

La ocupación de la tierra (Esdras 2:70)


Y los sacerdotes y los levitas, algunos del pueblo, los cantores, los porteros y los
sirvientes del templo habitaban en sus ciudades… (2:70)
Probablemente, muchos de los oficiales del templo fueron a vivir en la propia

78
Jerusalén. Los demás oficiales residían en poblaciones en las cercanías inmediatas de la
ciudad. No podían vivir más lejos, porque tenían que ir al templo para trabajar.
Sabemos, por ejemplo, que los netinim vivían en el barrio de Ofel (Nehemías 3:26),
mientras que los cantores habían construido aldeas en los alrededores de Jerusalén
(Nehemías 12:29).
…y el resto de Israel en sus ciudades (2:70)
En cambio, el resto de los peregrinos se establecieron en las diversas ciudades de
donde procedían sus antepasados (2:20–35).
El “resto de Israel” se componía mayormente de gente procedente de las tribus de
Judá y Benjamín, pero, como ya hemos observado, también de pequeños remanentes
de las demás tribus (6:17; 8:35; cf. Hechos 26:7).

Excursus: Zorobabel y Cristo


Hageo 2:20–23

Ahora ha llegado el momento de volver a plantearnos la pregunta: ¿Quiénes fueron


Zorobabel, hijo de Salatiel, y Jesúa, hijo de Josadac?
Si solo dispusiéramos del libro de Esdras, nuestra respuesta sería sencillamente la
que ya hemos visto: “Son respectivamente el príncipe heredero de la casa real de David
y el levita heredero del sumo sacerdocio, que juntos sirvieron de cabecillas al primer
grupo de exiliados judíos que volvieron de Babilonia a Jerusalén en el año 538 a. C. por
autorización del rey Ciro de Persia. Volvieron con el propósito expreso de reconstruir el
templo de Jerusalén y restaurar el culto al Dios de Israel. Tuvieron que afrontar muchas
vejaciones y muchos impedimentos por parte de los enemigos de Dios; pero
finalmente, en el año 516, completaron su misión”.
Sin embargo, tal y como dijimos en la introducción, sigue habiendo otra posible
lectura de esta historia. Cuando leemos el libro de Esdras a la luz de las profecías de
Hageo y Zacarías, descubrimos que Zorobabel y Jesúa no son solamente dos figuras
históricas. Desde luego, en primer lugar lo son. Y, por supuesto, es perfectamente lícito
leer Esdras sin referencia a los profetas y solo sacar del libro una narración histórica.
¡Lícito, pero incompleto! Por algo, Esdras forma parte del canon de las Escrituras y, por
tanto, admite ser entendido a la luz del conjunto de ellas.
Nos atrevemos, pues, a entender esta historia “desde Cristo”; es decir, dando por
entendido que la construcción de aquel templo material es el anticipo de la
construcción cristiana del templo espiritual de Dios y que aquella antigua edificación
plasma ciertos principios y patrones que sirven para ilustrar cómo debemos llevar a
cabo la nuestra.
79
En otras palabras, nuestra interpretación de estos capítulos ha brotado de nuestra
convicción de que, en el Antiguo Testamento, Dios preparaba el terreno para la venida
de Cristo y que, por tanto, es legítimo, y aun necesario, interpretar las Escrituras a la luz
de su “cumplimiento” en Cristo. Solo así pueden adquirir su pleno significado. Debemos
entender “desde Cristo” la edificación del templo, la consecuente oposición del
enemigo y la necesidad de santidad en los constructores (los grandes temas del libro de
Esdras). No entenderemos el verdadero alcance del libro si no vemos que “Zorobabel
hijo de Salatiel y Jesúa hijo de Josadac” anticipan la obra constructora del Señor
Jesucristo.
Estos dos aparecen juntos a lo largo de Esdras 1–6 (ver 2:2; 3:2; 3:8; 4:3; 5:2). Solo
en contadas ocasiones (4:2) se mencionan aparte. Actúan en armonía, casi como si los
dos constituyeran un único liderazgo; o como si, puesto que en Israel ningún príncipe
de la casa de David podía ostentar el sacerdocio, aquel rey-sacerdote que habría sido el
líder ideal para la reconstrucción del templo, tuviera que desdoblarse en estas dos
figuras diferentes. Juntos constituyen el “real sacerdocio”. Juntos prefiguran a aquel
Príncipe de la casa de David que iba a ser hecho sacerdote para siempre (Hebreos
7:20–24).
Ahora bien, según los cánones de la hermenéutica bíblica mejor acreditada, es
inaceptable ver en alguna figura del Antiguo Testamento un “tipo” de nuestro Señor
Jesucristo a no ser que el Nuevo Testamento lo avale explícitamente. ¿Cómo, pues,
podemos atrevernos a sugerir que Zorobabel y Jesúa constituyen una anticipación de
Cristo?
Digamos en seguida que la norma de interpretación bíblica que acabo de
mencionar, aunque goza de una aceptación casi universal en nuestros días, no
constituye en sí un principio bíblico. No se enseña en ningún lugar de las Escrituras.
Además, es una norma que pone el carro delante del caballo. No es que un personaje
del Antiguo Testamento llegue a ser una prefiguración de Jesucristo porque el Nuevo
Testamento lo afirma, sino que el Nuevo Testamento lo afirma porque así lo es a todas
luces. No es que el autor de Hebreos decidiera, por iluminación divina y al margen de
una lectura inteligente de las Escrituras, que Jesús era sacerdote según la orden de
Melquisedec, sino que, reflexionando sobre las cualidades de Melquisedec e iluminado
por el comentario del Salmo 110:4, llegó a comprender que el Mesías había sido
designado por Dios desde siempre como sacerdote además de rey. Melquisedec, pues,
sirve como tipo de Cristo, no porque Hebreos lo afirma, sino porque la meditación
inteligente del Antiguo Testamento, entendido a la luz del ministerio de Cristo, revela
evidentemente que lo es.
Lo mismo ocurre con Zorobabel y Jesúa. El Nuevo Testamento nunca afirma que
ellos son tipos o símbolos del Mesías, pero claramente lo son. Y eso lo aseveramos no
por capricho o especulación, sino porque así nos lo revela el propio Antiguo
Testamento.
Sin embargo, para entender esto, tenemos que dejar de lado nuestro estudio del
libro de Esdras y volvernos a profecías de Hageo y Zacarías.

80
Y la palabra del Señor vino por segunda vez a Hageo, el día veinticuatro del mes,
diciendo… (Hageo 2:20)
Unos dieciocho años después del retorno de los judíos del exilio, concretamente en
el año 520 a. C., Dios envió a la nación una serie de mensajes proféticos a través de
Hageo. El texto que ahora consideramos fue la última de estas “palabras del Señor”, al
menos, la última registrada en las Escrituras. Llegó el mismo día que la palabra anterior,
es decir el día 24 del mes noveno del año segundo del reinado de Darío (o, en nuestros
términos, el 18 de diciembre del año 520 a. C.). En otras palabras, si fuéramos a seguir
un riguroso orden cronológico, no tendríamos que leer esta profecía hasta después de
estudiar el capítulo 5 de Esdras. Pero, puesto que revela verdades importantes acerca
de Zorobabel, el presente texto de Esdras no adquirirá para nosotros todo su significado
si la ignoramos.
Habla a Zorobabel, gobernador de Judá, diciendo… (Hageo 2:21)
Hasta aquí, todas las palabras recibidas por Hageo han sido para todo Israel. Esta, en
cambio, es un mensaje personal para el príncipe davídico, Zorobabel.
Yo estremeceré los cielos y la tierra… (Hageo 2:21)
El lenguaje es típico de la escatología bíblica. El cataclismo cósmico es empleado
para expresar lo que en realidad son grandes trastornos sociopolíticos. Ya, en la
profecía anterior (concretamente en Hageo 2:6), el profeta había empleado esta clase
de lenguaje: Una vez más, dentro de poco, yo haré temblar los cielos y la tierra, el mar y
la tierra firme; y haré temblar a todas las naciones. Viene un día futuro en el que Dios
causará convulsiones políticas aún mayores que las que ocurrieron en el año 539.
… y volcaré el trono de los reinos y destruiré el poder de los reinos de las
naciones… (Hageo 2:22)
De hecho, tan grandes serán estos cambios que los reinos humanos serán
completamente trastornados. Comenzará una nueva época en la historia del mundo.
… y volcaré el carro y a los que montan en él, y caerán los caballos y sus jinetes,
cada uno por la espada de su hermano (Hageo 2:22)
Será un trastorno sociopolítico de tal orden que arrasará todo el poder militar:
ningún ejército humano será capaz de enfrentarlo ni impedirlo.
En aquel día, declara el Señor de los ejércitos, te tomaré a ti, Zorobabel, hijo de
Salatiel, siervo mío, declara el Señor, y te pondré como anillo de sello, porque yo te he
escogido, declara el Señor de los ejércitos (Hageo 2:23)
¡Y con esto finaliza la profecía y el libro de Hageo llega a su clímax! ¿Qué quiere
decir, pues, esta profecía? ¿Y cuándo se cumplió?
Algunos autores parecen entender que no significa más que Dios está dando su
aprobación al liderazgo actual de Zorobabel: él ha sido nombrado por Ciro, pero ahora
es cuando recibe la designación de Dios. Por descontado, es cierto que Zorobabel
estaba actuando con aprobación divina y en aquellos momentos llevaba el anillo de
81
sello de Dios. Pero dos cosas hacen improbables esta interpretación: por un lado, la
profecía es en tiempo futuro y se refiere a lo que Dios va a hacer con Zorobabel más
adelante, no a lo que Zorobabel ya está haciendo; por otro, el lenguaje es
excesivamente trascendente como para admitir solo este nivel de interpretación. Desde
luego, en torno a Zorobabel como gobernador de Judá, no era necesario ningún
desplome de tronos ni de ejércitos.
Dios está diciendo claramente que va a venir un día futuro en que volverá a haber
grandes trastornos sociopolíticos. Entonces, Zorobabel será designado por Dios mismo
como su virrey y reinará en nombre de Dios. El “anillo de sello” era en aquel entonces
símbolo de autoridad real: quien lo llevaba actuaba como representante del rey y con
su autoridad. Puesto que, en este caso, el anillo proviene de Dios, Zorobabel actuará
con autoridad divina. ¡Fuera toda consideración de autoridades humanas, de
concesiones del emperador de Persia! Zorobabel gobernará con plena autonomía, solo
dando cuentas a Dios mismo.
Pero Zorobabel nunca llegó a tener esa autonomía. Es cierto que él mismo
comprendió que debía ejercer sus funciones no solo bajo la autoridad del emperador,
sino supremamente bajo autoridad divina. Pero el lenguaje exaltado del texto
trasciende a una mera confirmación de la aprobación divina sobre los presentes
esfuerzos de Zorobabel. Indica que Zorobabel, en un día futuro, tendrá carácter
mesiánico.
Sin embargo, la historia parece demostrar que aquel día nunca llegó. Como
consecuencia, algunos comentaristas evangélicos (¡y no digamos los comentaristas
liberales!) tratan el texto como si plasmara ciertas expectativas que, de hecho, no se
cumplieron:
Es natural suponer que Hageo (y Zacarías) esperaron que esta nueva época
amaneciera en sus propios días como resultado de los trastornos de principios del
reinado de Darío. Con el paso del tiempo, y al ver que Zorobabel no había sido
honrado como esperaban, las esperanzas mesiánicas se traspasaron a sus
descendientes.
En Hageo 2:20–23, el título mesiánico “anillo de sellar” (cf. Jeremías 22:24) y
el derrocamiento de las naciones sugieren que Hageo puede haber abrigado
esperanzas en torno a Zorobabel que luego resultaron ser exageradas.
En otras palabras, estos autores suponen que las palabras de esta profecía se
referían originalmente a Zorobabel, ¡pero que, desgraciadamente, Hageo se equivocó!
Sin embargo, esto es convertir las palabras del profeta en meras proyecciones de sus
propios deseos ilusos. Hageo mismo no lo ve así: tres veces en un solo versículo, él
afirma que estas ideas no provienen de su propia cabeza, sino que son verdades que
declara el Señor de los ejércitos. Apenas podemos encontrar en toda la Biblia una
afirmación más contundente acerca del origen divino de la idea expresada.
Estos comentaristas sencillamente no han entendido lo que está en juego. Ni Hageo
ni Zorobabel ignoraban las expectativas mesiánicas de Israel, expectativas dadas por
82
Dios mismo. Lo más probable no es que Hageo y Zorobabel hayan entendido estas
palabras con referencia al propio Zorobabel, sino con referencia a aquel que iba a ser el
gran hijo de Zorobabel (Mateo 1:12–13), el verdadero Mesías de Dios.
Es así porque vivían a continuación de las revelaciones de Dios a través de Daniel y,
por tanto, conocían sin duda las visiones mesiánicas relatadas en el libro de Daniel,
visiones que son fundamentales para hacernos comprender cuáles serán esos grandes
trastornos sociopolíticos en medio de los cuales será establecido el Mesías como virrey
de Dios. Me refiero principalmente a la visión de Nabucodonosor en el capítulo 2 y a la
visión de Daniel en el capítulo 7, visiones muy diferentes en sus figuras, pero casi
idénticas en su significado.
En el capítulo 2, el rey tiene la visión de una estatua gigantesca y brillante de un
hombre, es decir, una figura de superhombre, el hombre autosuficiente, el hombre que
se ha endiosado a sí mismo, que ha avanzado tanto en la ciencia y la tecnología que es
capaz de crear esta clase de estatua, y tanto en el arte que es capaz de formarla con
realismo y gloria (2:31). La estatua era de cuatro metales diferentes: la cabeza de oro, el
pecho de plata, el vientre de bronce y las piernas de hierro; los pies eran una mezcla de
hierro y barro (2:32–33). Los metales, según la interpretación de Daniel, representan
cuatro imperios consecutivos: Babilonia, Persia, Grecia y Roma (2:36–43). Pero también
simbolizan cuatro sistemas políticos diferentes, que van desde la monarquía absolutista
y semidivina de la cabeza de oro hasta la mezcla de fuerza militar y voz popular de los
pies. Todo tipo de organización política está presente en esta figuración de la
autonomía humana, el hombre sin Dios.
¿Y qué opina Dios mismo de estos imperios y sistemas políticos? A fin de cuentas, él
es quien cambia los tiempos y las edades, quien quita reyes y pone reyes (2:21). ¿Acaso
alguno de estos sistemas recibe su aprobación? La respuesta está en lo que ocurre a
continuación en el sueño. Una roca cortada sin ayuda de manos (es decir, cortada por
Dios, una intervención divina) golpeó la estatua en sus pies de hierro y de barro. El
resultado fue la destrucción total de la estatua (2:34). Mientras tanto, la piedra que
había golpeado la estatua se convirtió en un gran monte que llenó toda la tierra (2:35).
La respuesta de Dios al superhombre es su destrucción total. ¡Y, en su lugar, una mera
piedra, tosca y despreciable, pero que crece hasta llenar la tierra! Como dice el mismo
capítulo, en tiempos del último de los cuatro reinos, el Dios del cielo levantará un reino
que jamás será destruido, y este reino no será entregado a otro pueblo; desmenuzará y
pondrá fin a todos aquellos reinos, y él permanecerá para siempre (Daniel 2:44). Sí. El
gran trastorno sociopolítico ocurrirá en aquel momento en que Dios introduce en
medio de la historia el reino indestructible, el reino mesiánico.
¡Una mera piedra! Pero, según la visión, esta piedra es el origen de un monte
enorme. La piedra que desecharon los edificadores da origen a un gran edificio que va
creciendo para ser el templo de Dios: ha venido a ser la piedra principal del ángulo; obra
del Señor es esto (¡cortada sin ayuda de manos!), admirable a nuestros ojos (Salmo
118:22; 1 Pedro 2:7). La respuesta de Dios al endiosamiento del hombre es el reino
representado por la piedra.
Si queremos más información acerca de este reino, tenemos que pasar al capítulo 7.
83
Allí, Daniel tiene un sueño que corre paralelo al de Nabucodonosor. Nuevamente, nos
encontramos con cuatro reinos humanos que son reemplazados por el reino de Dios.
Pero, en este caso, los reinos no son representados por la imponente figura del
superhombre, sino por cuatro bestias, cada cual más fea y terrible que la anterior. Aquí,
el superhombre revela su verdadera naturaleza: cuando el hombre se endiosa a sí
mismo, el resultado es que se comporta como una bestia y se rebaja a sí mismo por
debajo de su dignidad y gloria humanas; cuando no se somete al Dios verdadero,
solamente es capaz de inventarse sistemas políticos que conducen a toda clase de
abusos e injusticias.
¿Y cuál es la solución de Dios a las cuatro bestias? ¿Una piedra tosca? No. La
solución es un hombre glorioso, El Hombre, el que es llamado “Hijo del Hombre”. Él
asciende al cielo en medio de nubes (cf. Hechos 1:9), donde recibe de manos del
“Anciano de Días” (Dios Padre) el reino universal:
Seguí mirando en las visiones nocturnas, y he aquí, con las nubes del cielo
venía uno como un Hijo de Hombre, que se dirigió al Anciano de Días y fue
presentado ante él. Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los
pueblos, naciones y lenguas le sirvieran. Su dominio es un dominio eterno que
nunca pasará, y su reino uno que no será destruido (Daniel 7:13–14).
Cuando el hombre se exalta a sí mismo, Dios le responde con una mera piedra;
cuando el hombre se revela como una bestia, Dios le responde con el Hijo del Hombre
en toda su gloria y majestad. Lo que los profetas no vieron (porque no les fue revelado)
fue que el gran “trastorno sociopolítico” de estas visiones iba a tener dos momentos
diferentes. El superhombre iba a ser efectivamente destruido. Las bestias dejarían de
existir. Como consecuencia de su primera venida, el Mesías iba a empezar a gobernar y
el reino de Dios iba a introducirse en el mundo. Pero aquel advenimiento del reino,
aunque ante los ojos de Dios suponía un acontecimiento de enorme trascendencia (de
hecho, el gran acontecimiento de toda la historia humana), sin embargo iba a pasar casi
inadvertido por la mayoría. Iría creciendo paulatinamente en medio de los reinos del
mundo, que seguirían en sus andaduras como si no hubiera ocurrido nada de
importancia. El desplome de los tronos y de los ejércitos tendría que esperar hasta el
momento de la segunda venida del Hijo del Hombre.
Así pues, con toda claridad, Daniel enseña que el gran trastorno sociopolítico
coincide con el “día del Señor”, aunque el futuro “Zorobabel”, el Hijo del Hombre,
empezará a reinar en el momento de su ascensión a la diestra del Padre. El profeta no
se equivocó. Hageo 2:23 no está hablando literalmente de Zorobabel, sino de aquel
gran hijo de Zorobabel que iba a venir. Es un texto claramente mesiánico que tiene su
cumplimiento en nuestro Señor Jesucristo. Esto queda confirmado también por el uso
de las frases “siervo mío” y “porque yo te he escogido”. Tanto “Siervo” como
“Escogido” pueden ser títulos mesiánicos. En Isaías 42:1 (texto aplicado a Jesús en
Mateo 12:18), Dios habla del Mesías en los siguientes términos: He aquí mi Siervo, a
quien yo sostengo, mi escogido, en quien mi alma se complace (cf. Isaías 43:10; 52:13).

84
Si Dios envía a Hageo para declarar estas cosas a Zorobabel, no es para despertar en
él falsas expectativas de que él mismo será el Mesías, sino todo lo contrario. Es para
decirle que, si bien es cierto que ha sido “escogido” por Dios para liderar a los hijos de
Israel en aquella generación, su vida y su ministerio no son más que pequeños anticipos
del verdadero líder elegido por Dios y que ha de venir. El Escogido por antonomasia es
quien va a recibir el anillo de sello y gobernar universalmente en nombre del Padre.156
Si solamente dispusiéramos de la profecía de Hageo, el texto se prestaría a muchas
confusiones. Pero las profecías de Daniel nos ofrecen el marco correcto para interpretar
la profecía de Hageo. Y Hageo nos da la clave para entender en profundidad la figura de
Zorobabel en el libro de Esdras.

Excursus: Jesúa y Cristo


Zacarías 6:9–15
Y vino la palabra del Señor a mí, diciendo… (Zacarías 6:9)
La datación de las diferentes profecías de Zacarías no es segura. Se suele suponer
que todo el contenido de los capítulos 1 a 6 le fue revelado en el mismo día. Si es así,
podemos entender que la visita de Zacarías a Jesúa (6:9–15) tuvo lugar exactamente
dos meses después de la visita de Hageo a Zorobabel: Hageo profetizó el día 24 del mes
noveno del año segundo de Darío, y Zacarías, el día 24 del mes undécimo del mismo
año (Zacarías 1:7).
Toma ofrendas de los desterrados: de Heldai, de Tobías y de Jedaías; y el mismo
día ve y entra en la casa de Josías, hijo de Sofonías, adonde ellos han llegado de
Babilonia (Zacarías 6:10)
Se ve que, en aquel momento, acababa de llegar a Jerusalén, procedentes de
Babilonia, un nuevo grupo de judíos exiliados. Tres hombres de este grupo,
posiblemente los líderes, traían consigo oro y plata que iban a ofrendar para las obras
del templo. Dios envía a Zacarías a la casa donde están alojados.
Toma plata y oro, haz una corona y ponla en la cabeza del sumo sacerdote Josué,
hijo de Josadac (Zacarías 6:11)
Al llegar allí, debe pedirles en nombre de Dios que le entreguen el oro y la plata. No
sabemos cuál fue la reacción de los tres hombres ante esta petición, si se lo entregaron
inmediatamente con buena gana por reconocer la autoridad espiritual de Zacarías, o si
solo se lo dieron después de mucha discusión y explicación.
Después, Zacarías tiene que llevar el oro y la plata a un orfebre (se supone), para
que este haga con ellos “una corona”. De hecho, el texto hebreo dice “coronas”, pero la
idea es seguramente que tiene que hacer dos círculos o diademas, una de oro y otra de
85
plata, y unirlas entre sí, formando de esta manera una sola gran corona.
Luego, debe llevar la corona al lugar donde se encuentra el sumo sacerdote Josué
(Jesúa) y colocarla sobre su cabeza, coronándolo. Pero la palabra empleada para
“corona” indica claramente una corona real, no la clase de turbante o mitra que
empleaban los sumos sacerdotes. Podemos imaginar que Zacarías, al escuchar esta
última instrucción, habrá reaccionado diciendo: “Señor, ¿estás seguro? ¿Acaso no
quieres decir que corone al príncipe Zorobabel? ¿Realmente quieres decir el sacerdote
Josué? ¿No has decretado tú mismo que ningún miembro de la familia real pueda
ejercer el sacerdocio, ni ningún sacerdote actuar como rey? ¿Cómo puedes enviarme
ahora, aparentemente, para contradecir lo que tú mismo has mandado?”.
Bueno, esto es poner en boca de Zacarías palabras que quizás nunca hayan pasado
por su cabeza. Pero, a todas luces, la instrucción es extraordinaria. Tanto es así que
muchos comentaristas actuales suponen que tiene que haber aquí una corrupción
textual. Por ejemplo, la Biblia de Jerusalén se atreve a afirmar sin rodeos, pero sin
ninguna clase de apoyo textual: El texto diría aquí primitivamente el nombre de
Zorobabel, sustituido más tarde por el nombre del sumo sacerdote Josué, a causa de la
promoción del sacerdocio en Jerusalén; mientras que los editores de la Reina Valera
1995 afirman lo mismo, pero con palabras algo más cautas: Las coronas, símbolo de
realeza, debían estar destinadas a Zorobabel, el legítimo representante de la dinastía de
David… Aquí, sin embargo, quien las recibe es el sumo sacerdote, porque este pasaje
recibió su redacción final cuando Zorobabel ya había desaparecido de la escena y el
gobierno del pueblo judío estaba en manos de los sacerdotes. Pero esto es tomar
libertades con el texto para las cuales no hay más apoyo que las especulaciones de
teólogos que no han entendido lo que Dios está intentando decir en este momento.162
Todos los manuscritos antiguos ponen aquí el nombre de Josué (Jesúa), no el de
Zorobabel. Además, el texto sigue “confundiendo” el sacerdocio y la majestad real
(especialmente en el versículo 13). No puede caber ninguna duda en cuanto al
contenido de la instrucción: Zacarías debe poner una corona real sobre la cabeza del
sumo sacerdote. Y luego, debe dirigirle unas palabras igualmente sorprendentes…
Y háblale, diciendo: Así dice el Señor de los ejércitos: He aquí un hombre cuyo
nombre es Renuevo… (Zacarías 6:12)
Está claro que el objeto del verbo “háblale” es Jesúa. Sin embargo, estos mismos
comentaristas suponen que el mensaje, aunque va dirigido a Jesúa, tiene que referirse a
Zorobabel. Lo justifican señalando que el nombre “Zorobabel” puede significar
“renuevo de Babilonia” y que él era el encargado de construir el templo (4:9; 6:12–13).
Sin embargo, Zorobabel no está presente en estos momentos. Zacarías, por tanto,
no puede señalarle al decir: “He aquí un hombre”. No. No puede tratarse de Zorobabel.
Más bien es evidente que Zacarías tiene que pronunciar estas palabras sobre Jesúa y
que esto mismo es intencionadamente sorprendente. De la misma manera que
habríamos esperado que colocara la corona sobre la cabeza de Zorobabel, no sobre la
de Jesúa, ahora esperaríamos que Zorobabel, y no Jesúa, fuera llamado “Renuevo”.
Porque resulta que “Renuevo” es un título mesiánico y habrá sido entendido como

86
tal por todos los presentes:
Y brotará un retoño del tronco de Isaí, y un vástago de sus raíces dará fruto
(Isaías 11:1; cf. 4:2).
He aquí, vienen días, declara el Señor, en que levantaré a David un Renuevo
justo; y él reinará como rey, actuará sabiamente, y practicará el derecho y la
justicia en la tierra (Jeremías 23:5; cf. 33:15).
Estas profecías ya se conocían bien entre los judíos. Plasmaban su esperanza
mesiánica, la idea de que la casa real de David volvería a existir, brotaría otra vez, que
un rey suyo reinaría en Jerusalén y que él sería el gran Ungido que instauraría el reino
de Dios. Previamente, Zacarías había tenido una visión en la que el ángel del Señor
anuncia a Jesúa la venida del “Renuevo”. El profeta entendió perfectamente que se
refería al Mesías y que su cumplimiento quedaba aún en el futuro: Escucha ahora Josué,
sumo sacerdote, tú y tus compañeros que se sientan ante ti, que son hombres de
presagio, pues he aquí, yo voy a traer a mi siervo, el Renuevo… Quitaré la iniquidad de
esta tierra en un solo día. Aquel día, declara el Señor de los ejércitos, convidaréis cada
uno a su prójimo bajo su parra y bajo su higuera (Zacarías 3:8–10).
Zacarías sabe que el Renuevo no puede ser Jesúa mismo, porque la profecía
anterior había establecido que el Renuevo sería otro siervo del Señor y que él y sus
compañeros no eran más que “hombres de presagio”, figuras simbólicas que
anticipaban al Renuevo que iba a venir. Asimismo, sabe que no puede ser Zorobabel,
porque este siervo vendrá en un día futuro cuando la iniquidad de la tierra haya sido
quitada. De hecho, la eliminación del pecado es una clara característica del ministerio
del Renuevo. La profecía de Zacarías 3 cae en el contexto de la justificación de Jesúa,
quien es revestido de ropa limpia en lugar de los trapos sucios que llevaba antes
(3:3–5). Y, por eso mismo, el nombre dado al Renuevo en Jeremías 23:6 es “El Señor,
justicia nuestra”.
Si Zacarías señala ahora a Jesúa y declara que él es el Renuevo, no puede ser porque
él sea el Mesías (ni Zorobabel tampoco), sino porque, de alguna manera, él simboliza al
Mesías venidero. La misma palabra Renuevo indica que el Mesías tiene que ser
descendiente y “rebrote” de la casa de David y, evidentemente, Jesúa no lo es. Él, como
sacerdote procedente de la tribu de Leví, no puede llevar la corona reservada
exclusivamente para la tribu de Judá. La coronación de Jesúa como Renuevo y Mesías
no es un acto oficial de entidad real, sino un acto profético, una profecía visual.
… porque él brotará del lugar donde está… (Zacarías 6:12)
Y la profecía sigue. El Señor anuncia cuatro cosas acerca del Renuevo. En primer
lugar, “él brotará del lugar donde está”. En hebreo, se trata de un juego de palabras,
algo así como: “el rebrote rebrotará desde debajo”. En otras palabras, no será plantada
de una manera visible, sino que procederá de la casa de David de una manera
inesperada, casi clandestina. Es la misma idea que encontramos en Isaías 11:1: justo
cuando todo parece un gran descampado destruido y sin esperanza (10:33–34), brotará

87
el retoño, y eso no desde el tronco visible, sino desde las raíces, debajo de la tierra.
Coincide también con las palabras referidas al Siervo Sufriente en Isaías 53:2: Creció
delante de él [Yahvé] como renuevo tierno, como raíz de tierra seca. O sea, el Mesías no
iba a venir en majestad y gloria desde los cielos, sino en secreto, en un lugar poco
propicio, allí donde no parecía haber esperanza de nueva vida.
… y reedificará el templo del Señor. Sí. Él reedificará el templo del Señor,…
(Zacarías 6:13)
En segundo lugar, tendrá la responsabilidad de “reedificar el templo”. Algunos han
pretendido ver en esta repetición un error de copista, pero se trata sin duda de una
repetición deliberada para dar más énfasis a la frase. Es como si la profecía rezara: “Él
es quien construirá el templo de Dios; sí, él mismo es quien lo construirá de verdad”.172
La idea de la profecía es la siguiente. Como veremos, cuando Zacarías pronunció
esta profecía, Jesúa y Zorobabel acababan de reanudar las obras del templo después de
una demora de unos dieciséis años. Estaban edificando el templo como mejor podían.
Pero aquella construcción no era más que un pálido reflejo del verdadero templo que
Dios tenía en mente. Hasta donde llegaba, estaba bien. Pero la intención de Dios no era
morar dentro de cuatro paredes de piedra, sino en una casa hecha de piedras vivas. Y
las obras de aquel verdadero templo, del cual el de Zorobabel y Jesúa era solamente un
pequeño anticipo simbólico, iban a ser llevadas a cabo por el Mesías. Zorobabel y Jesús
tenían el alto honor de encargarse de la edificación de un edificio simbólico, pero solo
el Renuevo iba a ser capaz de construir el auténtico templo de Dios.
… y él llevará gloria y se sentará y gobernará en su trono (Zacarías 6:13)
En tercer lugar, el Renuevo ejercerá como rey. La palabra hebrea traducida como
“gloria” se refiere a menudo al honor real y a la majestad de un rey. Así, en un salmo
dirigido explícitamente al rey y compuesto en su honor, el salmista emplea esta misma
palabra: ¡Ciñe tu espada sobre el muslo, oh valiente, en tu esplendor [gloria] y tu
majestad! ¡En tu majestad cabalga en triunfo por la causa de la verdad, de la humildad y
de la justicia! (Salmo 45:3–4). Y, con sentimientos muy diferentes, Dios advierte a
Joacim: No llorarán por él: “¡Ay, hermano mío!” o “¡Ay, hermana!” No llorarán por él:
“¡Ay, Señor!” o “¡Ay, su gloria!” (Jeremías 22:18). Debemos entender este versículo con
este matiz: El Renuevo tendrá esplendor real. No solamente será descendiente de la
casa de David, como Zorobabel, sino que ostentará verdadera majestad como rey.
Y como tal se sentará en el trono y ejercerá su gobierno. “El que ha de venir” será
constructor del templo de Dios, y además será el rey perfecto, digno de recibir el poder,
las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, el honor, la gloria y la alabanza (Apocalipsis 5:12).
Será sacerdote sobre su trono y habrá consejo de paz entre los dos oficios (Zacarías
6:13)
En cuarto lugar, además de ser constructor y rey, el Renuevo tendrá una función
sacerdotal. Cumplirá simultáneamente y a la perfección los dos oficios de rey y
sacerdote. Ciertamente, como hemos dicho, Dios había decretado que ningún rey de
Israel podía ejercer funciones sacerdotales, pero el propio David había previsto y
88
profetizado que esto no sería cierto en el caso del Mesías, sino que este sería rey y
sacerdote al estilo de Melquisedec:
Dice el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus
enemigos por estrado de tus pies… El Señor ha jurado y no se retractará: Tú eres
sacerdote para siempre según el orden de Melquisedec (Salmo 110:1–4; cf.
Hebreos 5:6, 10; 6:20; 7:17, 21).
Siglos antes de Zacarías, David había contemplado al Mesías sentado en su trono
real y ejerciendo como sacerdote. No debe sorprendernos que, quinientos años
después, Zacarías haya recibido una visión similar. El Cristo (Rey) ha de ser también
sacerdote para su pueblo (Hebreos 5:1–10).
Sin embargo, en la actualidad, muchos comentaristas no pueden aceptar esta visión
profética. Se empeñan en sostener, a pesar del tiempo futuro de la profecía, que el
texto se refiere a Zorobabel y a la reconstrucción del templo en el siglo VI a. C. Para ello,
tienen que suponer unas modificaciones del texto, reflejadas en no pocas traducciones
modernas. Algunas traducciones, basándose en la Septuaginta (que pone “a su
derecha” en vez en “en su trono”), suponen que la preposición “sobre” significa en este
caso “al lado de” y proponen que al lado de Zorobabel está el sacerdote Jesúa:
Él [Zorobabel]… se sentará y dominará en su trono; habrá un sacerdote a su
derecha (BJ).
Él [Zorobabel]… se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su
lado (RV60).175
Él [Zorobabel]… se sentará y dominará en su trono, y el sacerdote se sentará
a su lado (RV95).
Pero el sentido natural de la frase es claramente sobre su trono. Otras versiones,
por tanto, no cambian la preposición, sino que suponen que tiene que haber un cambio
de sujeto: dan por sentado que el Renuevo es Zorobabel y, por tanto, que él no puede
ser el sacerdote; el “sacerdote” tiene que referirse a Jesúa; y, como consecuencia, se
atreven a añadir arbitrariamente un nuevo sujeto:
Él [Zorobabel]… se sentará y dominará sobre su trono; Josué será sacerdote
sobre su trono (CI).
Pero esto es extralimitarse claramente en cuanto a lo que el texto hebreo dice. Por
eso, otras traducciones, en base a las mismas presuposiciones, hacen que el nuevo
sujeto sea “sacerdote”:
Se sentará y dominará en su trono, y el sacerdote se sentará en su solio (NC).
Él… se sentará a gobernar en su trono. También un sacerdote se sentará en
su propio trono (NVI).

89
Él… se sentará en el trono para gobernar. Un sacerdote se sentará en el
trono… (LP).
Todas estas traducciones se desvían de alguna manera del sentido natural del texto
original. Más bien, reflejan los prejuicios teológicos de los traductores, quienes se
niegan a ver lo que el texto indica claramente: que el episodio es simbólico, que el
Renuevo es el Mesías y que Zacarías está profetizando que el Mesías ha de ser rey y
sacerdote a la vez.
La corona será para Helem, Tobías, Jedaías y Hen, hijo de Sofonías, como recuerdo
en el templo del Señor (Zacarías 6:14)
El versículo 14 es una especie de paréntesis que interrumpe el fluir del texto,
porque la profecía mesiánica seguirá en el 15. Se incluye ahora para finalizar el asunto
de la coronación y antes de proseguir con otro tema profético. Después de la
coronación simbólica, Zacarías debe devolver la corona a los hombres a quienes
pertenece. No sabemos por qué el “Heldai” del versículo 10 es ahora llamado “Helem”,
ni por qué se incluye ahora a un cuarto hombre, Hen.
Sin embargo, estos hombres no deben retener la corona para sí. Habían traído el
oro y la plata para el templo, y debe ser en el templo donde se guarda ahora la corona.
Tiene que guardarse allí como memorial, para indicar perpetuamente a los judíos el
significado de estos momentos: que el templo construido por Zorobabel y Jesúa, el
templo donde está la corona, solo es un pobre anticipo provisional del verdadero
templo de Dios, el templo que construirá el Mesías cuando él venga, el templo edificado
por el sacerdote rey. Sí. En el templo de los sacerdotes debe permanecer la corona real
como testimonio de aquel que había de venir.
Y los que están lejos vendrán y reedificarán el templo del Señor (Zacarías 6:15)
Prosigue la profecía, y lo hace en términos que continúan siendo extraordinarios.
“Los que están lejos” podría ser una referencia a los judíos que aún estaban en la
diáspora, en Babilonia o en Egipto, y que acudirán a Jerusalén para ayudar a Zorobabel
en la construcción del templo. Pero el texto bíblico suele llamarles “los desterrados”, y
reserva la frase “los que están lejos” para referirse a los gentiles.181
La idea de esta profecía, por tanto, es que, en aquel día cuando venga el Mesías y
empiece la edificación del verdadero templo de Dios, los gentiles se incorporarán al
equipo de constructores. ¡Increíble! Quinientos años antes de que el Mesías colocara la
piedra angular del nuevo edificio, quinientos años antes de la explosión del evangelio
hacia el mundo gentil después de Pentecostés, Dios ya había anunciado lo que iba a
ocurrir a través del profeta Zacarías cuando fue a visitar y coronar al Mesías simbólico,
el sumo sacerdote Jesúa.
Así pues, Zacarías 6 nos dice que Jesúa es una prefiguración o tipo de Cristo, como
Hageo 2 nos señala que lo es Zorobabel. El Renuevo tiene que cumplir funciones reales
y sacerdotales. No basta, pues, una sola prefiguración: en aquel momento la tipología

90
del Mesías tenía que desdoblarse en las dos personas del príncipe Zorobabel y el
sacerdote Jesúa. Al estudiar los capítulos 1 a 6 del libro de Esdras, por tanto, debemos
recordar que lo que estamos leyendo no es más que un pequeño anticipo de la persona
y obra del Señor Jesucristo. Zacarías 3:8 lo ha dicho explícitamente: Jesúa y sus
compañeros son “hombres de presagio”, hombres simbólicos que anticipan al que ha
de venir, “mi siervo, el Renuevo”.
Hagamos un resumen de algunas de las características de Jesucristo en las que lo
vemos prefigurado en Zorobabel y Jesúa:
1. Cristo construyó el templo de Dios
Como Zorobabel y Jesúa, o como Esdras y Nehemías, él dejó su hogar y
emprendió el difícil viaje a Jerusalén. Su meta fue construir el templo. Dijo:
“Edificaré mi iglesia” (Mateo 16:18), no ciertamente un edificio de piedras, sino
un pueblo, una congregación, un templo hecho de piedras vivas. Dijo: “Destruye
este templo, y en tres días lo levantaré” (Juan 2:19–21); y Juan añade: “Él
hablaba del templo de su cuerpo”. Y, efectivamente, Jesús resucitó de entre los
muertos tres días después de la “destrucción” de su cuerpo. ¿Pero por qué
hablar de “templo” si se refería a su propio cuerpo? ¿No se presta a una
confusión innecesaria? Sin duda, la respuesta está en la naturaleza y función del
templo. ¿Para qué sirve? Para morada de Dios en medio de su pueblo. ¿Y quién
es Jesucristo? ¿Acaso no es Dios con nosotros, Dios morando en medio de su
pueblo? La llegada de Dios encarnado en cuerpo humano hace innecesaria la
presencia de Dios en un edificio de piedra. Jesús es el templo. Además, su
resurrección representa el fin del sistema levítico y el comienzo de la
construcción del templo nuevo y verdadero. Una vez llevado a cabo el sacrificio
de la cruz, los sacrificios del Antiguo Pacto perdieron todo sentido, y el templo
en que se ofrecían se volvió caduco y “próximo a desaparecer” (Hebreos 8:13).
Al resucitar, Jesús mismo fue las primicias de la nueva humanidad, la primera
piedra colocada en el nuevo templo, la piedra angular.
2. Cristo tuvo que soportar una fuerte oposición a su labor de construcción
Como Zorobabel y Jesúa (ver Esdras 4 a 6), tuvo que afrontar toda una serie de
“contradicciones de pecadores” que intentaban estorbar la edificación del
templo: Considerad, pues, a aquel que soportó tal hostilidad de los pecadores
contra sí mismo (Hebreos 12:3).
3. Tuvo que ser perfectamente limpio y sin pecado en su sacerdocio y en su labor de
construcción
En el caso de Jesúa, él tuvo que ser limpiado por ser pecador (ver Zacarías
3:1–10). En el caso de Jesús, él fue siempre “sin pecado” (Hebreos 4:15; 7:26).
Todo el conjunto del libro de Esdras comunica este mensaje: la segunda parte
del libro (capítulos 7 a 10) versa precisamente sobre la necesidad de pureza y
santidad en el templo de Dios.

91
Tipológicamente hablando, pues, podemos señalar que el libro de Esdras nos
comunica tres lecciones principales:
1. La necesidad de edificar el templo (Esdras 1–3). Esta construcción ha sido siempre el
propósito de Dios.
2. La inevitabilidad de la oposición satánica (Esdras 4–6). En esta obra, hay una
constante alternancia entre períodos de avance y otros de retroceso, estancamiento
y frustración.
3. La exigencia de limpieza en los constructores (Esdras 7–10). Tendremos que luchar
no solamente contra la oposición de fuera, sino contra las contemporizaciones e
impurezas de dentro.
Estas tres lecciones son, por supuesto, válidas para nosotros en el día de hoy:
1. Como creyentes en Jesucristo, nosotros también somos llamados a construir el
templo. Por un lado, somos el templo de Dios (1 Corintios 3:9, 16; Efesios 2:20–21; 1
Pedro 2:5); pero, por otro, somos colaboradores de Dios en la construcción (1
Corintios 3:9), por lo cual debemos cuidar mucho la manera como estamos
construyendo (1 Corintios 3:10b–15).
2. Nosotros también debemos esperar oposición: 2 Timoteo 3:12; 1 Pedro 5:8–9.
3. Nosotros también debemos mantenernos limpios: 1 Corintios 3:17; 6:18–20.

El altar restaurado
Esdras 3:1–6a

La construcción del altar (Esdras 3:1–3)


Cuando llegó el mes séptimo, y los hijos de Israel estaban ya en las ciudades… (3:1)
No se nos ofrecen detalles acerca del viaje de Babilonia a Jerusalén, porque el
interés del autor no se centra tanto en la historia de Zorobabel, Jesúa y el pueblo de
Israel como en la construcción del templo y la restauración del culto a Dios. Ya lo hemos
dicho: sin pueblo no puede haber ni templo ni culto; de ahí que haya dedicado el largo
capítulo 2 a presentar el censo del pueblo y de los oficiales del templo. Pero, una vez
establecida la composición del pueblo, puede proceder a describirnos la edificación de
la casa de Dios. Las vicisitudes del viaje de regreso no tienen relevancia para él.
El mes séptimo es el mes de Tishri, correspondiente a finales de nuestro septiembre
y principios de octubre. No conocemos exactamente cuándo los exiliados salieron de
Babilonia ni cuánto tiempo pasaron estableciéndose en sus respectivas ciudades

92
(2:70–3:1); pero sí sabemos, por 3:8, que aún estamos dentro del primer año después
de la salida de Babilonia, probablemente en 537 a. C.
La historia de la ocupación de sus tierras y la construcción de sus casas tampoco
centra el interés del autor. Para el pueblo de Dios, hay cosas aún más fundamentales
que las tierras y las casas. Lo absolutamente prioritario es la relación con Dios, sin la
cual Israel no puede ser Israel y sin la cual la Iglesia no puede ser la Iglesia. Su vocación
era la de ser el especial tesoro de Dios entre todos los pueblos… un reino de sacerdotes y
una nación santa (Éxodo 19:5–6). Como tal sacerdocio santo, ellos, como nosotros
también, tenían la responsabilidad prioritaria de ofrecer sacrificios espirituales
aceptables a Dios (1 Pedro 2:5).
… el pueblo se reunió como un solo hombre en Jerusalén (3:1)
En Israel, el mes séptimo era el gran mes de las fiestas. El primer día del mes era
especialmente solemne, no solo porque, como todos los primeros de mes, había que
celebrar la luna nueva, sino porque era día de santa convocación anunciado por
trompetas en el que estaba prohibido trabajar (Números 29:1; Levítico 23:24). En él se
tenía que hacer ofrendas y holocaustos al Señor (Números 29:2–6; Levítico 23:25). Era
sumamente apropiado, pues, que este fuera el día de la convocatoria del pueblo para
que volviera a edificarse el altar en Jerusalén.
Esta es la primera de las ocasiones en las que se nos dice que el pueblo, después del
retorno de Babilonia, se reunió en Jerusalén “como un solo hombre” (cf. 3:8, todos los
que habían venido de la cautividad; 3:9, todos a una; 3:11, todo el pueblo; ver también
Nehemías 7:73–8:1). Es comprensible que, en esos momentos, después del trauma del
cautiverio y conscientes de los peligros que les rodeaban, los judíos “hicieran piña”.
Pero, seguramente, esta frase significa no solo que estaban físicamente juntos, sino que
estaban unidos en visión y en ánimo. Eran del mismo sentir,… unidos en espíritu,
dedicados a un mismo propósito (Filipenses 2:2). Para llevar a cabo con éxito la obra de
Dios, siempre ha sido necesaria esta clase de unidad de sentimiento en el pueblo de
Dios.
Entonces Jesúa, hijo de Josadac, con sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel, hijo
de Salatiel, con sus hermanos… (3:2)
Puesto que Esdras está a punto de narrar la edificación del altar, en torno al cual
tenían que ministrar los sacerdotes, pero no los líderes civiles, es apropiado que el
nombre de Jesúa aparezca aquí antes del de Zorobabel.
… se levantaron… (3:2)
Como vimos con respecto a 1:5, no se trata tanto de un levantamiento físico, como
anímico. Se animaron para trabajar. Es decir, asumieron el compromiso, volvieron a
identificarse con la visión que les había inspirado a volver de Babilonia y se dispusieron
para el trabajo. Nuevamente, “levantarse” implica la entrega de vida y fuerzas al
servicio del Señor; es un verbo que debe caracterizar al pueblo de Dios en cada
generación.

93
… y edificaron el altar del Dios de Israel… (3:2)
Notemos bien cómo iniciaron la construcción del templo. No empezaron con el
Lugar Santísimo, porque, sin la expiación de pecados, de ningún modo puede acercarse
el hombre a la presencia de Dios y de ninguna manera quiere Dios hacer su morada
entre los hombres. Tampoco empezaron con las paredes. Ni siquiera con los cimientos,
porque la casa de Dios no puede empezar a construirse sin remisión de pecados.
Lo primero que debían hacer Jesúa y Zorobabel, como antiguamente lo habían
hecho los patriarcas (Noé en Génesis 8:20; Abraham en Génesis 12:7; 13:18 y 22:9;
Jacob en Génesis 35:1–7), era edificar el altar. Entendían correctamente que, sin altar,
el pueblo de Dios no puede existir, porque sin sacrificio no puede haber aquella
purificación del pueblo que permita su acercamiento a Dios. Por tanto, antes de
encargar materiales para la construcción del edificio mismo (3:7), era necesario levantar
el altar.
Sigue siendo así. El templo no puede existir sin el altar. El altar es fundamental. El
hombre no puede acercarse a Dios, ni Dios está dispuesto a morar entre los hombres,
si, previamente, no hay remisión de pecado, porque el pecado es lo que nos separa de
Dios y levanta barrera entre él y nosotros (Isaías 59:2). Ahora bien, sin derramamiento
de sangre no hay remisión de pecado (Levítico 17:11; Hebreos 9:22) y sin altar no hay
derramamiento de sangre. Sin sacrificio no podemos acercarnos a Dios ni llegar a
formar parte de su santo templo.
En otras palabras, no puede existir el templo espiritual de Dios sin la cruz de Cristo.
Cristo es aquel cordero de Dios que quita el pecado del mundo, realizando plena
expiación por nuestros pecados. Antes de que Cristo comenzara a construir el auténtico
templo de Dios, era necesario que él muriera para expiar los pecados de aquellos que
iban a ser incorporados en el templo como piedras vivas.
No se nos dice si construyeron el altar siguiendo las instrucciones de la ley de
Moisés, o si siguieron las dimensiones más amplias del templo de Salomón (ver 2
Crónicas 4:1). El altar del tabernáculo había medido aproximadamente dos metros y
medio por dos metros y medio y tenía una altura de casi un metro y medio, mientras
que el de Salomón medía cuatro metros por cuatro, con casi cinco metros de altura. La
última frase de este versículo (como está escrito en la ley de Moisés) no dilucida la
cuestión, porque se refiere probablemente a los holocaustos ofrecidos en el altar más
que al altar en sí; pero, con todo, la modestia de los recursos quizás obligara a seguir las
instrucciones originales y a abandonar las dimensiones salomónicas:
Harás también el altar de madera de acacia, de cinco codos su longitud, de
cinco codos su anchura, el altar será cuadrado, y de tres codos su altura. Y le
harás cuernos en sus cuatro esquinas; los cuernos serán de una misma pieza con
el altar, y lo revestirás de bronce. Harás asimismo sus recipientes para recoger
las cenizas, y sus palas, sus tazones, sus garfios y sus braseros. Todos sus
utensilios los harás de bronce. Le harás un enrejado de bronce en forma de red, y
sobre la red harás cuatro argollas de bronce en sus cuatro extremos. Y la pondrás

94
debajo, bajo el borde del altar, de manera que la red llegue hasta la mitad del
altar. Harás también varas para el altar, varas de madera de acacia, y las
revestirás de bronce. Y las varas se meterán en las argollas, de manera que las
varas estén en ambos lados del altar cuando sea transportado. Lo harás hueco,
de tablas; según se te mostró en el monte, así lo harás (Éxodo 27:1–8; cf.
38:1–7).
En todo caso, fueran cuales fueran sus medidas, el nuevo altar era de madera
revestida de bronce (para que resistiera el fuego). No sabemos si tenía argollas y varas
para el transporte. Probablemente no, puesto que ya no había ninguna necesidad de
llevarlo a ninguna parte. Aunque no se mencionan utensilios de bronce en la relación de
tesoros del templo (1:7–11), es posible que los judíos no tuvieran que hacer utensilios
nuevos porque los antiguos aún se encontraba entre los tesoros devueltos por Ciro.
… para ofrecer holocaustos sobre él, como está escrito en la ley de Moisés, hombre
de Dios (3:2)
Las instrucciones acerca de los holocaustos se encuentran en textos como Éxodo
20:24–26 y 29:35–37, o, más extensamente, en Levítico 1:1–17 y 3:1–6:7. Había muchas
clases de ofrendas y sacrificios ordenados por la ley de Dios, pero los holocaustos eran
sacrificios para expiar los pecados y debían ser quemados por completo sobre el altar.
Como ya hemos dicho, la expiación del pecado era un requisito ineludible para que Dios
hiciera su morada entre el pueblo de Israel, y los holocaustos eran la manera prescrita
de hacer esta expiación:
Será holocausto continuo por vuestras generaciones a la entrada de la tienda
de reunión, delante del Señor, donde yo me encontraré con vosotros, para hablar
allí contigo. Y me encontraré allí con los hijos de Israel, y el lugar será santificado
por mi gloria. Santificaré la tienda de reunión y el altar; también santificaré a
Aarón y a sus hijos para que me sirvan como sacerdotes. Y habitaré entre los
hijos de Israel, y seré su Dios. Y conocerán que yo soy el Señor su Dios, que los
saqué de la tierra de Egipto para morar yo en medio de ellos. Yo soy el Señor su
Dios (Éxodo 29:42–46).
Las últimas palabras de esta cita son especialmente significativas. El altar había sido
colocado a la entrada de la tienda de reunión después de la liberación de Israel de la
esclavitud de Egipto. Ahora la historia se repite. Dios acaba de liberar a su pueblo de la
esclavitud de Babilonia y el pueblo está reviviendo la experiencia del tabernáculo y el
altar de holocaustos.
Esta es la primera de diversas ocasiones en las que se destaca que los judíos
intentaron hacerlo todo conforme a lo que Dios había revelado en la ley y los profetas
(cf. 3:4, 10; 5:1–2; 6:14, 18). ¡Qué contraste con los israelitas de antes del cautiverio!
Entonces habían dicho a Jeremías: En cuanto al mensaje que nos has hablado en el
nombre del Señor, no vamos a escucharte, sino que ciertamente cumpliremos toda
palabra que ha salido de nuestra boca, y quemaremos sacrificios a la reina del cielo,

95
derramándole libaciones, como hacíamos nosotros, nuestros padres, nuestros reyes y
nuestros príncipes en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén (Jeremías
44:16–17). El cautiverio había sido el gran revulsivo que los hizo volver al Señor y a su
palabra.
Y asentaron el altar sobre su base… (3:3)
Nuestra versión es una posible interpretación del texto hebreo más que una
traducción literal. Pero, desgraciadamente, echa a perder un matiz de suma
importancia. El texto original dice: Edificaron el altar en su lugar. Los traductores de
nuestra versión, así como muchos comentaristas, han supuesto que esto quiere decir
sobre sus cimientos. Pero es mucho más probable que signifique en su lugar correcto, el
emplazamiento designado por Dios.
Debemos recordar que Dios había dado órdenes muy precisas acerca de su culto.
Los judíos no debían adorarlo de cualquier manera y en cualquier lugar. No podían
levantar altares allí donde les daba la gana. Tenían que llevar sus sacrificios a Jerusalén
y ofrecerlos sobre el altar del templo, en el lugar designado. Así lo había mandado Dios
antes de que entraran en la Tierra Prometida:
Cuando crucéis el Jordán y habitéis en la tierra que el Señor vuestro Dios os
da en heredad, y él os dé descanso de todos vuestros enemigos alrededor de
vosotros para que habitéis seguros, entonces sucederá que al lugar que el Señor
vuestro Dios escoja para morada de su nombre, allí traeréis todo lo que yo os
mando: vuestros holocaustos y vuestros sacrificios, vuestros diezmos y la ofrenda
alzada de vuestro mano, y todo lo más selecto de vuestras ofrendas votivas que
habéis prometido al Señor… Cuídate de no ofrecer tus holocaustos en cualquier
lugar que veas, sino que en el lugar que el Señor escoja en una de tus tribus, allí
ofrecerás tus holocaustos, y allí harás todo lo que yo te mando (Deuteronomio
12:10–14).
Los judíos entendían que a Dios le importaba mucho “el lugar”. De hecho, tan
importante fue para la conservación de la pureza de su culto a Dios y para la unidad de
la nación que casi entraron en guerra civil contra los hijos de Rubén cuando estos
edificaron un altar en la orilla del Jordán. La guerra se evitó solo cuando los rubenitas
aseguraron que su altar no era más que una réplica del verdadero altar en Jerusalén,
construida precisamente para recordar a sus hijos que pertenecían al pueblo de Israel, y
que jamás iban a ofrecer sacrificios en él (Josué 22).
Así pues, Zorobabel y Jesúa tuvieron mucho cuidado de no colocar el altar en otro
lugar, sino solo en el designado. Y ese lugar no era “Jerusalén”; es decir, no tenían
derecho a escoger una ubicación cualquiera dentro de la ciudad santa. No. El lugar en
cuestión era mucho más específico. Hagamos memoria.
Mucho antes de la ocupación de la Tierra Prometida por parte de los israelitas,
cuando Abraham moraba en ella como “extranjero y peregrino”, Dios le había pedido
que le sacrificara a su hijo Isaac: Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y
ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te
96
diré (Génesis 22:2). Abraham obedeció puntualmente. Llevó a Isaac al monte Moriah.
Como dice el texto: Llegaron al lugar que Dios le había dicho y Abraham edificó allí el
altar (Génesis 22:9). Como bien se sabe, Isaac fue librado de la muerte porque Dios
mismo proveyó un carnero como sustituto. Y, a partir de entonces, el monte Moriah
adquirió el nombre de “El Señor proveerá” y los hijos de Abraham repitieron un dicho
cuando subían a Jerusalén para ofrecer sus sacrificios: En el monte del Señor se proveerá
(Génesis 22:14). ¡Moriah, el monte del Señor, el monte de la provisión de Dios, “el
lugar”!
A causa de la fe de Abraham (por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu
hijo, tu único), Dios renovó su pacto con él: Por mí mismo he jurado, declara el Señor,
que… de cierto te bendeciré grandemente, y multiplicaré en gran manera tu
descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar, y tu
descendencia poseerá la puerta de sus enemigos. Y en tu simiente serán bendecidas
todas las naciones de la tierra, porque tú has obedecido mi voz (Génesis 22:16–18).
Siglos después, cuando Israel estaba bien asentado en la Tierra Prometida y David
hubo establecido su capital en Jerusalén, la ira de Dios se encendió contra Israel y
setenta mil hombres murieron en una pestilencia. Pero, justo cuando el ángel del Señor
estaba a punto de extender su mano para destruir Jerusalén, el Señor se arrepintió del
mal, y dijo al ángel que destruía al pueblo: ¡Basta! ¡Detén ahora tu mano! Y el ángel del
Señor estaba junto a la era de Arauna jebuseo (2 Samuel 24:16; cf. 1 Crónicas 21:15,
donde Arauna es llamado Ornán). Entonces Dios mandó a David que comprara la era,
edificara allí un altar y ofreciera en él holocaustos para que la plaga fuera detenida (2
Samuel 24:18–25; cf. 1 Crónicas 21:9–27). ¡La era de Ornán, el monte del juicio de Dios,
el monte de la ira divina aplacada, el monte de la compasión, “el lugar”!
Nos preguntamos enseguida: ¿Qué es lo que hizo que Dios se arrepintiera del mal?
¿Y por qué quiso que David construyera un altar precisamente en la era de Ornán? ¿No
estaba prohibido construir altares excepto en el lugar designado?
Para contestar a estas preguntas, tenemos que seguir adelante en nuestras
investigaciones. Después de la muerte de David, Salomón creyó que había llegado el
momento para edificar el templo de Jerusalén (mientras tanto, el tabernáculo y el altar
del holocausto habían estado en Gabaón; 1 Crónicas 21:29) e hizo los necesarios
preparativos para la obra (2 Crónicas 2:1–18). No tuvo que comprar el terreno, sin
embargo, porque David ya lo había comprado: la era de Ornán. Así, Salomón empezó a
levantar el templo en aquel monte donde el Señor se había aparecido a su padre David,
en el lugar que David había preparado en la era de Ornán jebuseo (2 Crónicas 3:1). El
monte de la era de Ornán se convierte ahora en el monte del templo.
¿Y cómo se llamaba aquel monte donde se encontraba la era de Ornán? Se llamaba
“Moriah” (2 Crónicas 3:1). El altar del templo de Salomón en Jerusalén se colocó en el
mismo lugar donde Abraham había construido un altar para sacrificar a Isaac.
¿Por qué, pues, detuvo Dios la mano enjuiciadora de su ángel? Porque, en aquel
momento, el ángel se encontraba en la era de Ornán, en el monte Moriah, allí donde
Dios había ratificado su pacto con Abraham y le había prometido que su descendencia
sería tan numerosa que no se podría contar. Es el lugar de las promesas de Dios, el de
97
un pacto sellado por un sacrificio. Dios “se acuerda” de su promesa y se arrepiente del
mal.
Moriah fue designado desde tiempos patriarcales como el lugar de encuentro entre
Dios y su pueblo, el lugar de misericordia, de sustitución, de sacrificio y expiación. ¡Qué
importante es que ahora Zorobabel y Jesúa coloquen el altar “en su lugar”; es decir, en
su correcto emplazamiento tradicional! Seguramente buscaron entre las ruinas hasta
dar con el sitio donde había estado el altar del templo de Salomón, y pusieron allí el
nuevo.
Aquel lugar se puede ver todavía hoy. Se trata, sin duda, de la cima del monte del
templo. En la actualidad es una roca desnuda que ocupa el centro del Domo de la Roca
en la explanada del templo en Jerusalén. Desde allí, según los musulmanes, ¡Mahoma
fue al cielo montado sobre su caballo!
Pero aquel lugar físico ya no tiene importancia, porque ha venido la hora cuando ni
en el monte Gerizim ni en el monte Moriah se ha de adorar al Padre, puesto que los
verdaderos adoradores le adoran en espíritu y en verdad (Juan 4:21–23). En la nueva
dispensación introducida por Jesucristo, los valores materiales ceden ante los
espirituales.
Sin embargo, sigue siendo cierto que la construcción del templo tiene que empezar
con el altar y que el altar tiene que estar en su lugar. La cruz de Cristo es el fundamento
del evangelio. Sin este altar, no hay evangelio posible. No hay templo posible. Sin la
cruz, el hombre está definitivamente alejado de Dios. Sin ella, no puede haber
reconciliación con Dios. Sin ella, nadie puede acercarse al Padre.
¿Dónde, pues, está la cruz en nuestras vidas? ¿Es la base de nuestra existencia, el
fundamento de nuestra relación con Dios? ¿Entramos en el templo de Dios, en el Lugar
Santísimo, por la sangre de Jesús, o entramos frívolamente en presencia de un dios que
no es más que la proyección de nuestra imaginación? Porque lo cierto es que nadie
puede entrar en la presencia del Dios verdadero excepto por la sangre de Cristo.
Debemos volver a recordar esto en nuestra evangelización. Muchos, hoy en día,
predican un Cristo en majestad, un Cristo vencedor, un Cristo que derrama a su Espíritu
y ejerce su poder. Pero evitan hablar de la necesidad de nuestra redención, expiación y
justificación. Dan a entender que la reconciliación con Dios se puede conseguir al
margen de la cruz. Pero el verdadero evangelio cristiano debe tener la cruz en su lugar:
Cristo… me envió… a predicar el evangelio, no con palabras elocuentes, para
que no se haga vana la cruz de Cristo. Porque la palabra de la cruz es necedad
para los que se pierden, pero para nosotros los salvos es poder de Dios… Nosotros
predicamos a Cristo crucificado (1 Corintios 1:17–18, 23).
Jamás acontezca que yo me gloríe, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo,
por el cual el mundo ha sido crucificado para mí y yo para el mundo (Gálatas
6:14).
La sangre de Jesús su Hijo nos limpia de todo pecado… Él mismo es la
propiciación por nuestros pecados (1 Juan 1:7; 2:2).
98
Sin la cruz, no hay remisión de pecados; y sin remisión de pecados, no puede haber
verdadera entrada y comunión con el Padre.
… porque estaban aterrorizados a causa de los pueblos de aquellas tierras… (3:3)
Algunos comentaristas han supuesto que esta frase significa que los judíos
decidieron edificar el altar y posponer la construcción de la casa de Dios porque temían
que una obra de la envergadura del templo podría provocar el antagonismo de sus
vecinos. Sin embargo, dos hechos militan en contra de esta interpretación: en primer
lugar, no toma en cuenta las motivaciones positivas que condujeron a dar prioridad al
altar y que acabamos de exponer; y, en segundo lugar, no cuadra con que,
inmediatamente después de construir el altar, empezaran a reunir materiales para la
edificación del templo (3:7).
Es mucho más probable, pues, que estas palabras sigan reflejando actitudes
procedentes de un correcto entendimiento del lugar del altar en la relación entre Dios y
su pueblo. Ya veían venir la oposición y la persecución de los pueblos de la tierra,
quienes, sin duda, no aceptaron de buena gana el retorno de los israelitas y los
derechos concedidos a ellos por el decreto de Ciro. Los judíos necesitaban
urgentemente la asistencia y la protección de Dios. Por ello, debían mantener una
correcta relación con él. Necesitaban renovar los acuerdos del pacto y así tener acceso
a él. ¿Pero cómo podía ser posible esto si no hubiera expiación y perdón de sus
pecados? Además, ¿no había dicho Dios a Moisés que el altar era el lugar de encuentro
entre él y el pueblo? Por eso mismo, el altar tenía que estar a la entrada de la tienda de
reunión, delante del Señor, donde yo me encontraré con vosotros… Y me encontraré allí
con los hijos de Israel… Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios (Éxodo
29:42–45). Sin altar, los judíos no podían encontrarse con Dios, ni mucho menos contar
con su protección.
Así pues, el remanente puso primero lo que era prioritario. Antes de erigir el templo
era necesario reestablecer la relación con Dios y tener acceso a la comunión con él
mediante el altar y los sacrificios. Ante la amenaza de los pueblos de aquellas tierras, no
se apresuraron a edificar una muralla, a conseguir armas o a huir de la tierra y
esconderse. El peligro les hizo buscar al Señor, asegurar una correcta relación con él por
medio de los sacrificios y someterse a su ley, a sabiendas de que el único refugio seguro
en esta vida se encuentra en él.
¡Qué lección para nosotros! En nuestras angustias y en nuestros peligros, la paz y la
seguridad están en el Señor. Antes de afanarnos por encontrar soluciones humanas,
debemos echarnos sobre él. Cuando estamos agobiados o tenemos problemas, el
enemigo pone en nuestra mente el deseo de alejarnos de Dios, de su Palabra, de su
pueblo y de la oración. Pero estos son precisamente los momentos en los que más
necesitamos refugiarnos en Dios y adorar en su altar:
El Señor es mi luz y mi salvación; ¿a quién temeré? El Señor es la fortaleza de
mi vida; ¿de quién tendré temor?… Aunque un ejército acampe contra mí, no
temerá mi corazón; aunque en mi contra se levante guerra, a pesar de ello,
99
estaré confiado. Una cosa he pedido al Señor, y esa buscaré: que habite yo en la
casa del Señor todos los días de mi vida, para contemplar la hermosura del Señor,
y para meditar en su templo. Porque en el día de la angustia me esconderá en su
tabernáculo; y en lo secreto de su tienda me ocultará (Salmo 27:1–5).

Los sacrificios ofrecidos (Esdras 3:3b–6a)


… y sobre él ofrecieron holocaustos al Señor, los holocaustos de la mañana y de la
tarde (3:3)
¡No se han acabado las listas! Después de las largas relaciones de personas en el
capítulo 2, ahora empieza una nueva lista, la de los sacrificios ofrecidos sobre el altar
recién construido.
Se ve que el altar fue edificado en un solo día y que, aquel mismo día, los sacerdotes
empezaron a ofrecer sacrificios en él (comparar las fechas de 3:1 y de 3:6). Como ya
hemos visto (3:2), la ley de Moisés prescribía la naturaleza y la frecuencia de estos
sacrificios. Jesúa y sus compañeros no pretendían inaugurar un sistema nuevo, sino ser
rigurosamente fieles a lo que Dios ya había ordenado en la ley: como está escrito en la
ley de Moisés (3:2b); como está escrito… conforme a lo prescrito (3:4).
Los sacrificios más básicos, los que, por así decirlo, constituían el fundamento del
sistema levítico, eran los holocaustos diarios. Dios había mandado que, cada mañana y
cada tarde, todos los días del año, debiera ser ofrecido un cordero en holocausto:
Esto es lo que ofrecerás sobre el altar: dos corderos de un año cada día,
continuamente. Ofrecerás uno de los corderos por la mañana y el otro cordero lo
ofrecerás al atardecer; y ofrecerás una décima de un efa de flor de harina
mezclada con un cuarto de hin de aceite batido, y para la libación, un cuarto de
hin de vino con un cordero. Y ofrecerás el otro cordero al atardecer; y con él
ofrecerás la misma ofrenda de cereal y la misma libación que por la mañana,
como aroma agradable: una ofrenda encendida al Señor. Será holocausto
continuo por vuestras generaciones a la entrada de la tienda de reunión, delante
del Señor, donde yo me encontraré con vosotros (Éxodo 29:38–42).
Estos sacrificios diarios de la mañana y del atardecer constituían la base sobre la
cual los hijos de Israel podían tener comunión con Dios. Eran un recordatorio
permanente de la santidad de Dios, de que el ser humano pecador no puede acercarse
al Dios tres veces santo sin que se haya hecho provisión para la expiación de sus
pecados.
Así pues, por medio de estos holocaustos diarios, el judío recordaba
constantemente la santidad de Dios y su propia necesidad de perdón, purificación y
justificación. En nuestro caso, un solo sacrificio nos basta: el del Cordero de Dios
ofrecido una vez para siempre. Pero no está de más que tengamos presente
diariamente aquella ofrenda de validez permanente sin el cual no tendríamos paz con
Dios ni acceso a su presencia. No está de más que, cada mañana y cada tarde,

100
confesemos nuestros pecados y recordemos la santidad de Dios.
Y celebraron la fiesta de los tabernáculos como está escrito… (3:4)
Curiosamente, aunque la lista de sacrificios de estos versículos es bastante
completa, no hay mención explícita de una de las fiestas más solemnes: el día de la
expiación, que se celebraba el día 10 del mes séptimo (ver Levítico 23:26–32; Números
29:7–11). Nuestro texto salta directamente del día 1 al día 15, cuando comenzaba la
fiesta de los tabernáculos. Pero esto tiene una explicación fácil: ¿Cómo podían celebrar
el día de la expiación, cuando el sumo sacerdote debía pasar al lugar santísimo del
templo para rociar con sangre el propiciatorio, si aún no existía lugar santísimo ni
propiciatorio?
Inicialmente, la fiesta de los tabernáculos fue instituida como la segunda de las
fiestas de la siega, aquella que se celebraba al terminar la cosecha (Éxodo 23:16;
Levítico 23:39). La celebración duraba siete días, siendo el primero y el octavo
momentos de presentarse ante del Señor en los que estaba prohibido trabajar.196 Cada
día se ofrecían sacrificios especiales en el altar.
Pero, a la vez, era la fiesta en que los judíos tenían que abandonar sus casas
habituales y vivir en “tabernáculos”, chozas temporales hechas de hojas de palmera y
ramas de árboles frondosos (Levítico 23:40), a fin de conmemorar el período en el que
habían vivido como nómadas durante el paso del desierto en tiempos del éxodo, y a fin
de recordar cómo Dios los había sostenido en circunstancias tan precarias, para que
vuestras generaciones sepan que yo hice habitar en tabernáculos a los hijos de Israel
cuando los saqué de la tierra de Egipto (Levítico 23:43). Así, la acción de gracias por las
buenas cosechas se unía a la gratitud al recordar la fiel providencia de Dios en la vida de
Israel desde el primer momento de la constitución de la nación. Ahora, a todo eso se
añade la gratitud por la buena mano de Dios sobre el pueblo durante el nuevo éxodo
que acaban de vivir al volver de Babilonia.
La fiesta de los tabernáculos era la más alegre de las festividades. Además de la
emoción de pasar una semana viviendo casi al aire libre con los vecinos, Dios había
mandado que fuera un tiempo de celebración gozosa: Os alegraréis delante del Señor
vuestro Dios por siete días (Levítico 23:40); Te alegrarás en tu fiesta, tú, tu hijo y tu hija,
tu siervo y tu sierva, el levita y el forastero, el huérfano y la viuda que están en tus
ciudades… porque el Señor tu Dios te bendecirá en todos tus productos y en toda la obra
de tus manos; por tanto, estarás realmente alegre (Deuteronomio 16:14–15). Podemos
imaginar que, después de años sin celebrarla, fue aún más emocionante en esta ocasión
y que los peregrinos la disfrutaron con un gozo desbordante.
En el nuevo pacto no existen días ni ceremonias especiales por medio de los cuales
dedicar tiempo a agradecerle a Dios por su providencia y generosidad. Pero debemos
recordar que el Nuevo Testamento nos exhorta constantemente a ser agradecidos y a
expresar a Dios nuestra gratitud.
… con el número diario de holocaustos, conforme a lo prescrito para cada día…
(3:4)

101
El libro de Números dedica veintisiete versículos a la descripción de la compleja
secuencia de sacrificios ofrecidos durante la fiesta de los tabernáculos (Números
29:12–38). Para cada uno de los ocho días hay ordenanzas detalladas acerca de la
composición de los sacrificios.
Básicamente, los sacrificios tenían la misma composición cada día, pero iban
menguando en cantidad. Todos los días (excepto el último) se ofrecían dos carneros,
catorce corderos y un macho cabrío juntamente con ofrendas de cereales y libaciones;
pero el primer día se sacrificaba también trece novillos, el segundo día doce, y así uno
menos cada día hasta llegar a siete el séptimo día. La gran diferencia fue el octavo día,
cuando solamente se ofrecía un novillo, y los carneros y corderos se reducían a la mitad
(uno y siete, respectivamente). Lo que quedaba invariable era el sacrificio diario de un
macho cabrío como ofrenda por el pecado.
… y después ofrecieron el holocausto continuo… (3:5)
El “holocausto continuo” parece ser una nueva referencia a los sacrificios diarios de
la mañana y del atardecer ya mencionados en 3:3. ¿Por qué esta repetición?
Probablemente porque los versículos anteriores describen lo que ocurrió en aquel
momento histórico: los judíos inauguraron el altar reedificado ofreciendo el sacrificio
diario y, luego, celebrando la fiesta de los tabernáculos. Ahora, a partir de 3:5, se nos da
la relación completa de los diferentes sacrificios ofrecidos posteriormente en el altar, a
fin de indicar con qué fidelidad se respetó todo lo que Dios había mandado.
… y los de las lunas nuevas,… (3:5)
Además de los sacrificios diarios, el Señor había prescrito en Israel el ofrecimiento
de otros sacrificios regulares en determinados momentos del año. Había los sacrificios
mensuales que se ofrecían en luna nueva. Puesto que los meses judíos eran lunares, la
luna nueva siempre coincidía con el primer día del mes.
En el primer día de vuestros meses, tocaréis las trompetas durante vuestros
holocaustos y durante los sacrificios de vuestras ofrendas de paz; y serán para vosotros
como recordatorio delante de vuestro Dios (Números 10:10).
… los de todas las fiestas señaladas del Señor que habían sido consagradas… (3:5)
Asimismo, había los sacrificios anuales que se ofrecían en las cinco grandes fiestas:
1. La Pascua, celebrada el día catorce del mes primero y seguida por los siete días de
pan sin levadura (Éxodo 12:6; Levítico 23:5–8; Números 28:16–25; Deuteronomio
16:1–8).
2. Pentecostés (llamado también “la fiesta de las semanas”) coincidía con la fiesta de
las primicias y se celebraba cincuenta días después de la Pascua (Éxodo 23:16;
34:22, 26; Levítico 23:9–21; Números 28:26–31; Deuteronomio 16:9–12).
3. La fiesta de las trompetas se celebraba el primer día del mes séptimo (Levítico
23:23–25; Números 29:1–6).
4. El gran día de la expiación se celebraba el día diez del mes séptimo (Levítico

102
16:1–33; 23:26–32; Números 29:7–11).
5. La fiesta de los tabernáculos, como ya hemos dicho, empezaba el día quince del mes
séptimo y duraba siete (u ocho) días.
… y los de todos aquellos que ofrecían una ofrenda voluntaria al Señor (3:5)
Pero, además de los sacrificios nacionales, había los personales. Con esta frase se
resumen tres clases de sacrificio, llamados en otros lugares: (1) ofrendas votivas, es
decir, sacrificios ofrecidos para sellar votos personales y promesas hechas al Señor, (2)
ofrendas de buena voluntad, es decir, ofrendas de gratitud como respuesta a las
bondades del Señor, y (3) holocaustos por el pecado, es decir, sacrificios quemados
ofrecidos para expiar los pecados personales (ver, por ejemplo, Números 29:39).
En otras palabras, en Israel había sacrificios diarios, mensuales y periódicos
prescritos por la ley, sacrificios que todo el mundo debía guardar. Pero, además,
existían otras clases de ofrendas de tipo voluntario que se hacían de acuerdo con las
necesidades de la conciencia personal. Las exigencias de la ley en cuanto a todos estos
sacrificios eran muchas. Aun así, parece ser que, al menos en la euforia de aquellos
primeros momentos, el pueblo respondía al Señor con suma gratitud por medio de las
ofrendas voluntarias.202
Desde el primer día del mes séptimo comenzaron a ofrecer holocaustos al Señor…
(3:6)
Como ya hemos visto, el primer día del mes séptimo tenía mucha importancia en
Israel por abrir todo un mes de festividades centradas en el altar en Jerusalén. Era un
momento tan especial que había de ser anunciado con el sonido de trompetas:
En el séptimo mes, el primer día del mes, tendréis día de reposo, un memorial
al son de trompetas, una santa convocación. No haréis ningún trabajo servil, pero
presentaréis una ofrenda encendida al Señor (Levítico 23:24–25).
Así pues, el mismo día en que Zorobabel, Jesúa y sus compañeros edificaron el altar,
comenzaron ya a ofrecer en él el complejo sistema de ofrendas, sacrificios y
holocaustos, tanto los nacionales como los personales, tanto los diarios como los
semanales, los mensuales y los periódicos. Todo esto nos da una sensación de
monotonía, de repetición cansina. “Continuamente” es la palabra que caracteriza el
sistema levítico de expiación del pecado (ver Éxodo 29:38, 42). ¡Qué contraste con el
sacrificio de Cristo, ofrecido una vez para siempre!:
Ciertamente todo sacerdote está de pie, día tras día, ministrando y
ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los
pecados; pero [Jesucristo], habiendo ofrecido un solo sacrificio por los pecados
para siempre, se sentó a la diestra de Dios… Porque por una [sola] ofrenda, él ha
hecho perfectos para siempre a los que son santificados (Hebreos 10:11–14).

103
Los cimientos del templo
Esdras 3:6b–13

La colocación de los cimientos (Esdras 3:6b–9)


… pero los cimientos del templo del Señor no se habían echado todavía (3:6)
Después de levantar el altar, el pueblo puede proceder ahora con el paso siguiente:
la colocación de los cimientos.
Si el Nuevo Testamento identifica el altar con la cruz de Cristo, también relaciona los
cimientos del templo de Dios con la persona de Cristo, con el fundamento doctrinal de
los apóstoles y con la palabra de Cristo. Fue Jesús mismo quien estableció que los
verdaderos cimientos de la vida consisten en ir a él, recibir sus enseñanzas y fundar la
vida sobre ellas:
Todo el que viene a mí y oye mis palabras y las pone en práctica, os mostraré
a quién es semejante: es semejante a un hombre que al edificar una casa, cavó
hondo y echó cimiento sobre roca (Lucas 6:47–48).
Los apóstoles, por su parte, hicieron extensiva la ilustración de los cimientos a la
persona, la obra y el evangelio de Cristo, no solo a sus palabras:
Conforme a la gracia de Dios que me fue dada, yo, como sabio arquitecto,
puse el fundamento, y otro edifica sobre él… Pues nadie puede poner otro
fundamento que el que ya está puesto, el cual es Jesucristo (1 Corintios 3:10–11).
A veces dieron una pequeña variante de esta ilustración: los cimientos en general
son el testimonio apostólico y la doctrina apostólica, de los cuales la persona y la obra
de Cristo constituyen la piedra angular:
… edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo
Jesús mismo la piedra angular, en quien todo el edificio, bien ajustado, va
creciendo para ser un templo santo en el Señor (Efesios 2:20–21).
Sin embargo, ¿en qué consistió la doctrina apostólica sino en las enseñanzas de
Cristo (Mateo 28:20)? ¿Y en qué consistió el testimonio apostólico sino en dar fe de la
persona y obra de Cristo? Los cimientos siguen siendo Cristo, su obra y su doctrina,
aunque Cristo mismo se presente en la figura de la piedra angular:
Viniendo a él como a una piedra viva, desechada por los hombres, pero

104
escogida y preciosa delante de Dios, también vosotros, como piedras vivas, sed
edificados como casa espiritual… Pues esto se encuentra en la Escritura: He aquí,
pongo en Sion una piedra escogida, una preciosa piedra angular, y el que crea en
él no será avergonzado (1 Pedro 2:4–6).
Todas estas cosas: la persona y obra de Cristo, sus enseñanzas, el testimonio
apostólico, son elementos “básicos”. Constituyen los cimientos de nuestra vida de fe.
Sin ellas, no podemos proceder a la construcción de la casa. El templo descansa sobre
ellas.
Por tanto, después de habernos preguntado, a la luz de 3:1–6, si la cruz de Cristo
ocupa su lugar debido en nuestras vidas, tenemos que preguntarnos ahora si la
persona, obra y enseñanza de Cristo es el fundamento de nuestras vidas y de nuestro
testimonio.
Y notemos bien que no es cuestión de conceder a Cristo cierto espacio en nuestras
vidas. No podemos tratarlo como si él no fuera más que una ventana en nuestro
edificio, a través de la cual recibimos cierta luz. Ni una chimenea ante la cual podemos
calentarnos. Ni siquiera un aposento en el cual entramos de vez en cuando. Su único
lugar adecuado es ser el fundamento de absolutamente todo el edificio, tanto si se
trata del edificio de nuestra vida personal como si se trata de la iglesia local o la Iglesia
universal.
Entonces dieron dinero a los canteros y a los carpinteros… (3:7)
Más adelante, gracias al decreto detallado de Ciro acerca de la construcción del
templo, descubriremos que la construcción iba a consistir en hileras alternativas de
piedra y madera: tres de piedra y una de madera (6:4). De ahí que necesitaran
carpinteros, además de canteros, para la obra estructural, y que estos hombres
precisaran dinero para comprar materiales y para salarios.
El dinero estaba disponible, por supuesto, gracias a la generosidad sacrificada de los
propios judíos (2:68–69) y a la de Ciro, quien había tomado medidas para sufragar los
gastos (1:4, 6).
… y alimento, bebida y aceite a los sidonios y a los tirios para que trajeran madera
de cedro desde el Líbano por mar a Jope, conforme al permiso que tenían de Ciro, rey
de Persia (3:7)
Siglos antes, los sidonios y los tirios habían colaborado con el transporte de
materiales para el templo de Salomón. Él había buscado madera en el Líbano y la había
hecho llevar por mar hasta el puerto de Jope. Asimismo, había pagado el transporte de
la madera con trigo, vino y aceite, los principales productos de exportación del país.
Había escrito a Hiram rey de Tiro:
Envíame también del Líbano madera de cedro, ciprés y sándalo, porque yo sé
que tus siervos saben cortar la madera del Líbano; y he aquí, mis siervos
trabajarán con tus siervos, para que me preparen madera en abundancia, porque
la casa que voy a edificar será grande y maravillosa. Y he aquí, daré a tus siervos,

105
los trabajadores que cortan la madera, veinte mil coros de trigo en grano, y
veinte mil coros de cebada, y veinte mil batos de vino, y veinte mil batos de
aceite (2 Crónicas 2:8–10).
A esto, Hiram le había contestado:
Ahora pues, envíe mi señor a sus siervos el trigo, la cebada, el aceite y el vino,
de los cuales ha hablado. Y nosotros cortaremos toda la madera que necesites
del Líbano, te la traeremos en balsas por el mar hasta Jope y tú la harás llevar a
Jerusalén (2 Crónicas 2:15–16; cf. 1 Reyes 5:8–9).
Sin duda, el nuevo encargo de madera a los sidonios y tirios se menciona aquí no
solamente porque es un hecho histórico, sino también porque evoca reminiscencias
salomónicas. Es un punto de comparación entre el antiguo templo y el nuevo que nos
prepara para la reacción emocional de los ancianos del pueblo al contemplar el
contraste entre ellos (3:12).
La gran diferencia entre las dos ocasiones se centra en la última frase del versículo:
conforme al permiso que tenían de Ciro, rey de Persia. Salomón fue un rey
independiente, que casi pudo exigir madera a Hiram con autoridad propia y pagarle sus
servicios desde su propia tesorería. Ahora, en cambio, los judíos solo pueden conseguir
madera gracias al “permiso” y a la generosidad de un rey extranjero.
La necesidad de madera era apremiante. Es de suponer que la mayor parte de las
piedras del templo de Salomón quedaban todavía esparcidas por el terreno; pero es
probable que la madera hubiera sido quemada.
Sin embargo, lo más significativo de este versículo es que nos enseña que los
gentiles estaban contribuyendo a la construcción del templo, tanto los fenicios con su
labor de leñadores como el mismo rey Ciro con su participación en la financiación del
proyecto. Esto es importante como anticipación de ciertas profecías que tendremos
ocasión de mirar, las cuales hablan de la colaboración gentil en la edificación del
verdadero templo de Dios en tiempos del Mesías. Así, Isaías 60:11–13 describe la
aportación de “las riquezas de las naciones” y “la gloria del Líbano” para hermosear la
Casa de Dios. Ciro y los fenicios son un pequeño anticipo de lo que había de venir.
Y en el segundo año de su llegada a la casa de Dios en Jerusalén, en el mes
segundo… (3:8)
Han pasado siete meses desde la edificación del altar. Estamos en el mes de Iyyar
(finales de abril y principios de mayo), probablemente en el año 536, y ahora, gracias al
trabajo de los desescombradores y de los canteros, es de suponer que se ha hecho la
limpieza precisa y se han reunido suficientes materiales como para empezar a colocar
los cimientos del templo.
La fecha es significativa por dos razones. Por un lado, el mes primero estaba
dominado por la celebración de las fiestas de la Pascua y no habría sido un buen
momento para empezar la obra. Por otro (y esto no se habría escapado a la atención de
aquellos judíos), el mes segundo del año fue cuando Salomón comenzó a edificar la casa

106
del Señor (1 Reyes 6:1; cf. 2 Crónicas 3:2). Nuevamente, las reminiscencias salomónicas
nos preparan para el contraste de 3:12.
… Zorobabel, hijo de Salatiel, y Jesúa, hijo de Josadac, y los demás de sus
hermanos los sacerdotes y los levitas, y todos los que habían venido de la cautividad a
Jerusalén, comenzaron la obra… (3:8)
Para levantar el altar, todo Israel se había reunido como un solo hombre en
Jerusalén (3:1). Durante los siete meses que han pasado desde el comienzo de la
celebración de holocaustos, es de suponer que la gente ha vuelto a sus pueblos. Pero
ahora se reúne otra vez en la capital para ayudar con la construcción del templo. Todos
(al menos, todos los varones) están allí, pero hay una mención especial de los
sacerdotes y levitas.
… y designaron a los levitas de veinte años arriba para dirigir la obra de la casa del
Señor (3:8)
No se puede hacer una labor de construcción, ni siquiera de desescombro, sin una
buena organización. Especialmente es así cuando se trata de un cuerpo de miles de
hombres (2:64) y cuando el terreno es una ruina llena de las enormes piedras derruidas
del templo de Salomón. La obra de edificar la casa de Dios no se lleva a cabo, ni
entonces ni ahora, si no hay una disposición a trabajar, a hacerlo en equipo y a
reconocer y someterse a los líderes que Dios ha designado.
Así pues, tiene que haber una cadena de autoridad y la mano de obra ha de ser
encauzada y dirigida. A este efecto, “designaron” (podemos suponer que el sujeto del
verbo es Zorobabel y Jesúa, aunque seguramente con el beneplácito de los sacerdotes y
el consentimiento de los ancianos del pueblo) a los setenta y cuatro levitas (2:40) para
encargarse de la dirección de las obras.
Fijaron la edad mínima de los levitas designados en los veinte años. A otros efectos
y en otros momentos, los levitas tenían que haber cumplido veinticinco años (Números
8:24) o treinta (Números 4:2–3, 23, 30). Pero ahora establecen esta nueva edad
mínima, seguramente por dos razones: es el requisito establecido por los reyes David y
Ezequías (1 Crónicas 23:24, 27; 2 Crónicas 31:17), y porque, al ser tan pocos los levitas
(ver 2:40) y tan numerosos los obreros (2:64), había que echar mano a todos ellos para
dirigir la obra.
Entonces Jesúa con sus hijos y sus hermanos, Cadmiel con sus hijos, los hijos de
Judá y los hijos de Henadad con sus hijos y sus hermanos los levitas… (3:9)
Este Jesúa levita (ver 2:41) no debe confundirse con el sumo sacerdote “Jesúa hijo
de Josadac” (3:2, 8). “Judá” es posiblemente un error de copista: el nombre aparece
como “Hodavías” en 2:41; los dos nombres son similares en hebreo, y sería fácil en un
momento de descuido copiar mal el texto original y colocar el bien conocido nombre de
Judá. Los hijos de Henadad no aparecen en 2:41, pero sí en la lista de levitas en
Nehemías 10:9.
… se presentaron todos a una para dirigir a los obreros en la casa de Dios (3:9)

107
Según algunos expertos, la palabra traducida aquí como “obreros” puede significar
“capataces”. De tener este significado, los setenta y cuatro levitas incluidos en las
familias mencionadas por nombre (2:40) serían los supervisores principales, y los
doscientos sesenta y siete levitas restantes (es decir, los cantores y porteros; 2:41–42),
los encargados de la multitud de trabajadores. Pero tanta organización jerárquica
parece excesiva. Es más sencillo suponer que los setenta y cuatro levitas se encargaron
de coordinar el trabajo de todos los demás.
En todo caso, el nombramiento de levitas para la dirección de las obras constituye
una nueva evidencia de respeto hacia la ley de Dios. ¿Quiénes mejores que los levitas
para garantizar que la reconstrucción fuera ritualmente correcta? El carácter sagrado de
la labor exigía que su dirección estuviera en manos de hombres conocedores de la
revelación divina (cf. Tito 1:9).

Celebración (Esdras 3:10–11)


Cuando los albañiles habían echado los cimientos del templo del Señor… (3:10)
La idea de “echar los cimientos” trae a nuestra mente la visión de camiones cisterna
vertiendo cantidades de hormigón en una trinchera. Pero el verbo hebreo es mucho
más amplio en su significado. Su significado básico es “preparar”, “fundar” o incluso
“construir” el edificio o el terreno. Suele referirse a las obras preliminares, anteriores a
las principales obras de edificación, pero no se limita a la colocación de cimientos. En
este caso, las obras preliminares tienen que haber incluido las siguientes:
• El desescombro y la limpieza del terreno, un trabajo especialmente arduo en el caso
del templo, porque todo el lugar habrá estado cubierto de los escombros de las
ruinas del templo de Salomón.
• La excavación de trincheras o, como en el caso de edificios levantados sobre la roca
(como era probablemente el caso del templo) que no necesitaban trincheras, la
adecuada preparación de la roca para recibir la primera hilada de piedras.
• La colocación de las grandes piedras que formaban la base o el fundamento del
edificio. Sin duda, para esto los albañiles se sirvieron de las piedras salomónicas que
aún quedaban en el terreno.
• Y, en el caso de edificios derribados (como el templo) la limpieza y preparación de
aquellos tramos del edificio anterior que aún quedaban intactos en su sitio.
Este significado amplio de la palabra nos ayuda a resolver un pequeño escollo
textual. Nuestro versículo indica que los cimientos fueron acabados en el año 537. Sin
embargo, Hageo 2 (10 y 18) habla de la colocación de los cimientos en el año segundo
del rey Darío, es decir, en el 521 a. C., lo cual ha hecho que algunos duden de la
veracidad histórica de Esdras 3. Pero no hay contradicción alguna entre los dos textos si
entendemos que el verbo significa “preparar fundamento”, en vez de “echar
cimientos”. La “preparación” de Esdras 3:10 consiste en la limpieza del terreno, el
desescombro y la colocación de las piedras fundamentales. La de Hageo 2:18 estriba en

108
la nueva preparación de las piedras después de dieciséis años de abandono.
Así pues, Zorobabel, Jesúa y sus compañeros acabaron de limpiar el terreno y
preparar los cimientos. Ahora, todo estaba listo para comenzar la edificación de las
paredes del templo. Antes de seguir adelante, sin embargo, decidieron organizar un
acto de celebración y acción de gracias al Señor.
… se presentaron los sacerdotes en sus vestiduras, con trompetas, y los levitas,
hijos de Asaf, con címbalos… (3:10)
En toda la narración, el lenguaje del autor sigue de cerca los patrones establecidos
en siglos anteriores. Cuando David trasladó el arca a Jerusalén, leemos que los
sacerdotes tocaron trompetas, y Asaf y los levitas címbalos (1 Crónicas 16:5–6).
Igualmente, 2 Crónicas 5:11–13 establece que, al colocarse el arca en el templo en
tiempos de Salomón, los sacerdotes eran los encargados de tocar las trompetas, y los
levitas, los címbalos y otros instrumentos musicales. Según este mismo texto, los levitas
iban “vestidos de lino fino”. Por otros textos bíblicos, sabemos que los sacerdotes
también llevaban calzoncillo, túnica, efod (una especie de chaleco sin mangas) y mitra,
todos hechos de lino fino, con cinturón de azul, púrpura y escarlata (Éxodo 28:40–43;
39:27–29; Levítico 6:10; 8:7; 16:4; 1 Samuel 2:18; Ezequiel 44:17–18). El efod del sumo
sacerdote (o sea, en este caso, de Jesúa) era especialmente llamativo: Harán también el
efod de oro, de tela azul, púrpura y escarlata y de lino fino torcido, obra de hábil artífice
(Éxodo 28:6).
De todos los instrumentos musicales, la trompeta era el que tenía el sonido más
fuerte y estridente. Igualmente, de todos los instrumentos de percusión, los címbalos,
hechos de bronce (1 Crónicas 15:19), emitían el sonido más potente, “sonoro y
resonante” (Salmo 150:5). Son instrumentos, pues, que se acomodan a la idea de
aclamar al Señor con júbilo y con voz poderosa.
… para alabar al Señor conforme a las instrucciones del rey David de Israel (3:10)
Lo que vuelve a llamar la atención es el interés del pueblo por hacerlo todo de
conformidad con las Escrituras. Ahora, ajustan su canto a las normas establecidas por
David (cf. también Nehemías 7:24). A estas alturas, el lugar preeminente de David en la
organización de la alabanza y adoración de Israel estaba bien establecido. Él había
creado los diferentes cuerpos de levitas cantores (1 Crónicas 6:31–48; 25:1–31).
Asimismo, había compuesto un elevado porcentaje de los salmos empleados en el
culto. Además, los mismos salmos compuestos por él contienen abundantes
exhortaciones e instrucciones acerca de la manera en la que el pueblo de Dios debe
alabarle.
Y cantaban, alabando y dando gracias al Señor… (3:11)
¡Cantaron! Y podemos suponer que, para que sus voces pudieran oírse por encima
del potente sonido de las trompetas y los címbalos, tuvieron que cantar a todo pulmón.
Pero no basta con cantar, ni siquiera con gran entusiasmo. Para que el canto sirva
en el culto a Dios, tiene que ser el vehículo adecuado de una verdadera alabanza y
acción de gracias a Dios. Si no hay adoración en el espíritu y gratitud en el corazón,
109
nuestros himnos y cánticos no son más que vanas palabrerías.
… Porque él es bueno, porque para siempre es su misericordia sobre Israel (3:11)
El tema de su canto era la bondad y la misericordia de Dios. Estas palabras son
especialmente emocionantes, porque hacen eco de tres ocasiones anteriores asociadas
a la historia del templo en las que fueron pronunciadas palabras idénticas.
1. La primera ocasión fue cuando David compuso un salmo para celebrar el traslado
del arca a Jerusalén (1 Crónicas 16:1). Aquel fue el momento también en que la casa
de Asaf fue constituida como ministros para cantar, celebrar, dar gracias y alabar al
Señor (1 Crónicas 16:4–6). Se nos dice que en aquel día David, por primera vez, puso
en manos de Asaf y sus parientes este salmo para dar gracias al Señor (1 Crónicas
16:7). El salmo en cuestión queda registrado dos veces en la Biblia: en 1 Crónicas
16:8–36 y en los Salmos 105:1–15 y 96:1–13. Pero lo que más nos interesa es el
hecho de que las palabras pronunciadas por los judíos al celebrar la colocación de
los cimientos proceden de este salmo: Dad gracias al Señor, porque él es bueno;
porque para siempre es su misericordia (1 Crónicas 16:34). Fueron compuestas por
David, nada menos, y llegaron a constituir una pequeña fórmula de convocatoria a
la alabanza que se repite con frecuencia en las Escrituras (ver, por ejemplo, Salmo
106:1; 136:1).
2. La segunda ocasión se produjo cuando Salomón hizo trasladar el arca desde Sión
hasta el templo recién terminado. Fue un momento impresionante no solamente
por el esplendor de la nueva casa de Dios, sino porque Dios mismo se manifestó de
una manera tan poderosa que los sacerdotes no pudieron proseguir con su
ministerio:
Cuando los trompeteros y los cantores, al unísono, se hacían oír a una voz
alabando y glorificando al Señor, cuando levantaban sus voces acompañados por
trompetas y címbalos e instrumentos de música, cuando alababan al Señor
diciendo: Ciertamente él es bueno porque su misericordia es para siempre,
entonces la casa, la casa del Señor, se llenó de una nube, y los sacerdotes no
pudieron quedarse a ministrar a causa de la nube, porque la gloria del Señor
llenaba la casa de Dios (2 Crónicas 5:13–14).
Acto seguido, Salomón empezó a orar al Señor en representación del pueblo. Se
trata de una de las grandes oraciones de la Biblia y plasma todo el sentido moral
y espiritual que tenía el templo como lugar de encuentro entre Dios y su pueblo.
Pero el texto sigue:
Y cuando Salomón terminó de orar, descendió fuego desde el cielo y consumió
el holocausto y los sacrificios, y la gloria del Señor llenó la casa. Los sacerdotes no
podían entrar en la casa del Señor, porque la gloria del Señor llenaba la casa del
Señor. Y todos los hijos de Israel, viendo descender el fuego y la gloria del Señor
sobre la casa, se postraron rostro en tierra sobre el pavimento y adoraron y
110
alabaron al Señor, diciendo: Ciertamente él es bueno; ciertamente su
misericordia es para siempre (2 Crónicas 7:1–3; cf. 20:21).
3. Si la segunda ocasión tuvo lugar en un momento de éxtasis y de gloria sublime en la
historia de Israel, la tercera se produjo en un momento de desastre y de tragedia
indecible. Ocurrió poco antes de la destrucción del templo de Salomón por los
babilonios. El profeta Jeremías se encontraba preso. Nadie prestaba atención a sus
advertencias. El juicio de Dios era inminente. Pero, justo cuando llegaba lo peor,
Dios dio a su siervo un mensaje de esperanza de cara al futuro:
Vino la palabra del Señor a Jeremías por segunda vez, mientras él estaba aún
detenido en el patio de la guardia, diciendo: Así dice el Señor que hizo la tierra, el
Señor que la formó para establecerla; el Señor es su nombre: “Clama a mí, y yo te
responderé y te revelaré cosas grandes e inaccesibles, que tú no conoces.”
Porque así dice el Señor, Dios de Israel, acerca de las casas de esta ciudad y
acerca de las casas de los reyes de Judá que han sido derribadas… He aquí, yo le
traeré salud y sanidad; los sanaré y les revelaré abundancia de paz y de verdad.
Restauraré el bienestar de Judá y el bienestar de Israel y los reedificaré como
eran al principio. Los limpiaré de toda la maldad que cometieron contra mí, y
perdonaré todas las iniquidades con que pecaron contra mí y con las que se
rebelaron contra mí. Y la ciudad será para mí un nombre de gozo, de alabanza y
de gloria ante todas las naciones de la tierra, que oirán de todo el bien que yo le
hago, y temerán y temblarán a causa de todo el bien y de toda la paz que yo le
doy (Jeremías 33:1–9).
Pero Dios no solamente promete la restauración de su pueblo, sino también la de la
alabanza en el culto. Y aquí nuevamente se citan las palabras de esta fórmula:
Así dice el Señor: En este lugar, del cual decís vosotros: “Es una desolación,
sin hombres y sin animales”, en las ciudades de Judá y en las calles de Jerusalén
que están desoladas, sin hombres, sin habitantes y sin animales, se oirá de nuevo
voz de gozo y voz de alegría, la voz del novio y la voz de la novia, la voz de los que
dicen: Dad gracias al Señor de los ejércitos, porque el Señor es bueno, porque
para siempre es su misericordia; y de los que traen ofrenda de acción de gracias
a la casa del Señor. Porque restauraré el bienestar de esta tierra como fueron al
principio, dice el Señor (Jeremías 33:10–11).
Ahora, al emplear estas mismas palabras, es como si Zorobabel y Jesúa y el pueblo
entero reafirmaran su fe en la bondadosa providencia de Dios aun a pesar de los años
de exilio y esclavitud.
Y todo el pueblo aclamaba a gran voz alabando al Señor porque se habían echado
los cimientos de la casa del Señor (3:11)
Sin duda, pues, esas tres ocasiones estaban en la mente de los judíos más ancianos
cuando el pueblo volvió a citar estas conocidas palabras. En aquel momento, la
111
emoción dominante era el gozo. Allí delante de ellos están los cimientos de la casa del
Señor, evidencia fehaciente del pronto cumplimiento de la profecía dada a Jeremías: de
aquí a poco será edificado el templo como lugar de acción de gracias y bienestar.
Sienten gratitud y alabanza al Señor por su fidelidad.

El dolor de los veteranos (Esdras 3:12–13)


Pero muchos de los sacerdotes y levitas y jefes de casas paternas, los ancianos que
habían visto el primer templo… (3:12)
Sin embargo, las palabras cantadas provocan también en el corazón de los ancianos
una abundancia de emociones de otro signo. Recuerdan la ilusión con que David había
organizado el canto a Dios. Recuerdan la plenitud de esa alabanza y la culminación de
gozo espiritual que hubo cuando Salomón dedicó el templo y Dios lo llenó de su gloria.
Recuerdan cómo se vinieron abajo aquella ilusión y aquel gozo cuando el templo fue
destruido por los babilonios. Recuerdan la promesa de restauración que Dios dio a
Jeremías, promesa que ahora mismo les anima en su alabanza. ¡Ilusión, gloria y plenitud
de gozo, seguidos por desilusión, tragedia y sufrimiento indecible, juntamente con
promesas de Dios como rayos de luz en medio de la oscuridad! ¡Emociones
contrastadas y contradictorias! ¡Una viva expectación de cara al futuro, pero pequeña
en comparación con la inmensa añoranza de tiempos pasados de una gloria ahora
perdida! Naturalmente, los jóvenes no participan de estas emociones mixtas. No han
conocido el templo de Salomón en todo su esplendor ni se imaginan lo que aquel
templo había significado en el pasado. Solo ven la realidad presente: los cimientos les
hablan de renovación y restauración, del cumplimiento de las promesas de Dios, del fin
del sufrimiento. Son los ancianos los que, en medio del jolgorio del canto y de la
celebración, irrumpen a llorar al recordar el pasado.
… cuando se echaban los cimientos de este templo delante de sus ojos, lloraban en
alta voz mientras muchos daban gritos de alegría… (3:12)
¿Por qué lloraron? ¿Por qué despertó en ellos la visión de los nuevos cimientos
estos gritos de dolor? Algunos suponen que fue a causa del reducido tamaño del nuevo
templo; pero una lectura cuidadosa de los textos indica que las dimensiones eran
incluso superiores a las del templo de Salomón. Este “tenía sesenta codos de largo,
veinte codos de ancho y treinta codos de alto” (1 Reyes 6:2). Ciro, en las instrucciones
dadas a los funcionarios (y citadas en 6:3–5), manda que el nuevo templo sea el doble
de alto y tres veces más ancho (6:3).
Otros proponen que su lloro se debió a la lentitud de la obra. Después de dos años,
no habían avanzado mucho: solo los cimientos. Pero esto era previsible y sería motivo
de angustia para los jóvenes además de para los viejos.
Aun otros suponen que se debió a la falta de manifestaciones visibles de la
aprobación divina. No apareció ninguna nube, ni fuego de lo alto, ni la gloria de Dios.
Pero estas cosas tampoco se habían manifestado en el momento de la colocación de los
cimientos del templo de Salomón, sino en el momento de su consagración (1 Reyes

112
8:10–11).
Quizás su lloro se debiera a la relativa pobreza de los materiales del nuevo edificio.
Esta parece ser la razón mencionada en Hageo 2:3. El templo de Salomón había sido
decorado por brillantes artesanos extranjeros. El interior estaba completamente
recubierto de oro (1 Reyes 6:21–22). Ahora, todo prometía ser inferior en calidad y
belleza. Ciertamente, las maderas encargadas a los fenicios eran igualmente nobles, y
era de suponer que volverían a emplearse las piedras del templo anterior; pero ahora
no había oro para revestir el interior, ni artesanos expertos para decorarlo.
O quizás el lloro no tuviera una sola causa clara, sino que se debía a un sentimiento
general de nostalgia, de añoranza de tiempos perdidos, de recuerdos tristes de la
historia pasada, de los pecados del pueblo y de la ira de Dios. Los mismos cimientos que
eran para los jóvenes señal de una esperanza futura, servían para los ancianos como
testimonio visible de la tragedia vivida por Israel en las últimas décadas.
… y el pueblo no podía distinguir el clamor de los gritos de alegría del clamor del
llanto del pueblo, porque el pueblo gritaba en voz alta, y se oía el clamor desde lejos
(3:13)
Los pueblos semíticos, como otros muchos pueblos de la tierra, no expresan su
dolor mediante un lloro discreto practicado en la intimidad de una habitación a puerta
cerrada, sino que lo exteriorizan abiertamente con fuertes “ayes”, gritos y lamentos.
Hace unos años, tuve que encargarme del entierro de una mujer de Guinea
Ecuatorial. Cuando me acerqué al edificio de Pompas Fúnebres en Barcelona, se oía
perfectamente desde la calle el lloro de los familiares y amigos de la difunta. Lloraban a
voz en cuello.
¡Alegría de los jóvenes y lloro de los ancianos! Esta es una mezcla que se ha
repetido vez tras vez en la historia del pueblo de Dios. Muchas generaciones miran
atrás con nostalgia, recordando las bendiciones de su juventud y deplorando lo que
ellas perciben como la relativa pobreza espiritual del presente. Pero Dios tenía un
mensaje para los ancianos que lloraron viendo los cimientos del templo, y este mensaje
es válido hoy también para los que viven de tal manera en el pasado que desprecian la
obra que Dios está llevando a cabo en el presente. El mensaje se encuentra en el
capítulo 2 de Hageo…

Excursus: La gloria de la casa de Dios


Hageo 2:1–9

Con nuestra imaginación llena de aquella escena de gozo y de lloro, de canto y de


lamentación, dejamos momentáneamente el libro de Esdras para pasar a los profetas
113
menores, porque el verdadero significado de la historia de la colocación de los
cimientos del templo no puede apreciarse si desconocemos las profecías de Hageo y
Zacarías. En torno precisamente a los eventos que acabamos de estudiar en Esdras
3:7–10, estos dos profetas recibieron sendos mensajes de Dios para el pueblo de Israel,
mensajes que iluminan el texto de Esdras y elevan su significado a alturas
insospechadas. Veamos cuáles son.
Según el estricto orden cronológico, las profecías de Hageo 2:1–9 y de Zacarías
4:1–14 no pertenecen al momento de la colocación de los cimientos del templo, sino al
de reanudar la construcción del templo dieciséis años después (5:1–6:15): los cimientos
fueron colocados a partir del segundo mes del segundo año de su retorno a Judá (536 a.
C.); estas profecías no fueron dadas hasta el mes séptimo del año segundo del rey Darío
(520 a. C.). Sin embargo, encajan en este momento de nuestro estudio de Esdras por
cuanto constituyen la respuesta de Dios a la angustia manifestada por los judíos
veteranos en Esdras 3:12–13.
La profecía de Zacarías 4:1–14 la miraremos detalladamente más adelante, en el
momento del final de las obras del templo. Baste con decir ahora que incluye una
reprensión a los que “menosprecian el día de las pequeñeces”, actitud que se relaciona
directamente con el lamento de los veteranos. De momento, nos limitaremos a la
profecía de Hageo 2:1–9:
El día veintiuno del mes séptimo, vino la palabra del Señor por medio del profeta
Hageo, diciendo: Habla ahora a Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y al
sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac, y al remanente del pueblo, diciendo… (Hageo
2:1–2)
Este preámbulo nos sitúa en el año segundo del rey Darío (520 a. C.), un mes
después de que los judíos reanudaran las obras de reconstrucción del templo, paradas
por decreto imperial durante los dieciséis años intermedios. Pero, a pesar del paso de
tanto tiempo, los personajes principales son los mismos que en Esdras 3: el príncipe
Zorobabel, el sumo sacerdote Jesúa y el “remanente” de los judíos que han vuelto del
exilio.
El “día veintiuno del mes séptimo” resulta ser el último día de la Fiesta de los
Tabernáculos (Levítico 23:33–43), la primera de las fiestas celebradas por los judíos al
volver del exilio babilónico (Esdras 3:4). Ahora han pasado una semana reflexionando
sobre el éxodo en el desierto y la primera construcción de la Casa de Dios, el
Tabernáculo. Es un momento sumamente apropiado para que el Señor les mande un
mensaje de ánimo en cuanto a la presente reconstrucción de su casa.
“¿Quién ha quedado entre vosotros que haya visto este templo en su gloria
primera?” (Hageo 2:3)
De hecho, ya quedan muy pocos. Han pasado sesenta y seis años desde que el
templo de Salomón fue destruido. Ahora solo pueden recordarlo los mayores de
setenta años. Muchos de los que habían llorado al ver echados los cimientos en Esdras
3:12 ya han fallecido. La “gloria primera” solo es un recuerdo lejano en la memoria de

114
unos pocos. ¡Suficientes, sin embargo, como para que el Señor ahora se dirige a ellos y
contesta a sus emociones de añoranza!
“¿Y cómo la veis ahora? Tal como está, ¿no es como nada a vuestros ojos?” (Hageo
2:3)
A estos ancianos, el Señor les invita a contemplar el templo, como lo habían hecho
cuando se acabaron de colocar los cimientos (Esdras 3:12). Entonces habían llorado de
pena al verlo. Recordando el esplendor del templo de Salomón, se habían hundido
anímicamente. Es posible que entre los que lloraban estuvieran Zorobabel y Jesúa. En
todo caso, el lloro indicaba cierto desprecio hacia el nuevo templo. Dios habla contra
este desprecio por medio del profeta.
“Pero ahora, esfuérzate, Zorobabel”, declara el Señor; “esfuérzate tú también,
Josué, hijo de Josadac, sumo sacerdote, y esforzaos todos vosotros, pueblo de la
tierra”, declara el Señor; “y trabajad”… (Hageo 2:4)
Todo el mensaje que viene a continuación (2:4–9) está sembrado de frases como
“declara el Señor” o “declara el Señor de los ejércitos”, repetidas hasta el cansancio
(ocho veces en seis versículos), que vienen a reforzar la idea de que estas palabras no
son meras ideas de Hageo ni especulaciones suyas, sino claras revelaciones del Dios que
nunca miente y siempre cumple lo que ha prometido.
La primera parte del mensaje es una fuerte exhortación a la acción. “Esfuérzate” (o
“cobra ánimo”) fue el mandato de Dios a Josué (el otro Josué, sucesor de Moisés) y a
Israel en el momento de entrar en la Tierra Prometida. Es una exhortación con larga
trayectoria en la historia de la nación.
Los que sienten añoranza del pasado corren el riesgo de vivir en el pasado, y así
echar a perder las oportunidades del presente. Los ancianos, como todos los demás,
deben “olvidar lo que queda atrás y extenderse a lo que está delante” (Filipenses 3:13),
en este caso prosiguiendo a la meta de la terminación de la construcción del templo.
Deben secar sus lágrimas y dedicarse con todo esfuerzo a la labor que tienen entre
manos.
… “porque yo estoy con vosotros”, declara el Señor de los ejércitos. “Conforme a la
promesa que os hice cuando salisteis de Egipto,218 mi Espíritu permanece en medio de
vosotros”… (Hageo 2:5)
La segunda parte del mensaje es de gran ánimo. ¿Por qué deben esforzarse? Porque
Dios está con ellos (cf. Hageo 1:13) y su Espíritu los sostiene. Cuando los hijos de Israel
salieron de Egipto, y más explícitamente cuando construyeron el tabernáculo en el
desierto, anticipo del templo de Jerusalén, Dios les había hecho gloriosas promesas:
… a la entrada de la tienda de reunión… yo me encontraré con vosotros, para
hablar allí contigo. Y me encontraré allí con los hijos de Israel, y el lugar será
santificado por mi gloria… Y habitaré entre los hijos de Israel, y seré su Dios. Y
conocerán que yo soy el Señor su Dios, que los saqué de la tierra de Egipto, para
morar yo en medio de ellos. Yo soy el Señor su Dios (Éxodo 29:42–46).

115
Ahora bien, estas promesas vinculan claramente la presencia de Dios con la casa de
Dios. Como consecuencia, muchos judíos habrán pensado que la destrucción del templo
significaba que Dios había dejado de estar presente con ellos. Lo que es más, hasta la
fecha no había habido ninguna manifestación sobrenatural de la presencia de Dios con
ellos, pero ahora, el profeta anuncia que Dios está presente con ellos, y eso cuando el
templo aún no está terminado ni consagrado. De hecho, por medio de este mensaje,
Dios quiere enseñarles una nueva verdad, una verdad que ya anticipa las realidades
espirituales del nuevo pacto: que su presencia en medio del pueblo no depende de su
casa, sino de su Espíritu.
No hay ninguna mención explícita del Espíritu de Dios en las promesas del libro de
Éxodo; pero eso, precisamente, es la fuerza de esta nueva profecía: el cumplimiento de
estas promesas no depende de la existencia o no de un edificio físico, sino del Espíritu
de Dios; la reconstrucción del templo no significa que Dios puede volver ahora a estar
con su pueblo, porque en realidad nunca ha dejado de estar con ellos, pero no de una
manera visible, habitando entre ellos en una casa visible, sino por medio de su Espíritu.
Es como si este mensaje estuviera preparando el terreno para aquel momento cuando
el Hijo de Dios dijera: Créeme; la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén
adoraréis al Padre… La hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores
adorarán al Padre en espíritu y en verdad (Juan 4:21–23).
Aquellos judíos, pues, deben volver a animarse. Dios no los ha abandonado. No está
esperando el final de la obra de reconstrucción para entonces volver a reunirse con
ellos. Él está ya con ellos. Nunca los ha dejado. Pero esta nueva comprensión de su
presencia deben recibirla sin la confirmación de señales visibles (humo, fuego,
relámpagos, sonidos de trompeta u otras manifestaciones de la gloria de Dios), sino
sencillamente por fe en su palabra, palabra que les llega a través de un mero hombre,
el profeta Hageo.
“No temáis” (Hageo 2:5)
La tercera parte del mensaje es sumamente sencilla: No temáis. Si Dios está con
ellos, no tienen ninguna necesidad de sentir miedo.
Esta palabra era necesaria, dadas las circunstancias en las que se encontraban. Pero,
para recordarlas, tenemos que dejar el año 520 y volver atrás al 536. En aquel
momento, los judíos estaban rodeados de poderosos enemigos que actuaban para
frenar la obra de Dios, tal como veremos más adelante, al llegar a Esdras 4. Como
consecuencia de sus maniobras políticas, los enemigos habían conseguido que, nada
más colocados los cimientos, el emperador Ciro diera orden de parar la obra del
templo. Sin embargo, en el año 520 y a instancias de las exhortaciones de los profetas
(tal como veremos en Esdras 5), se habían atrevido a reiniciar la obra de construcción a
pesar de la prohibición imperial. Por tanto, tenían sobradas razones por las que sentir
miedo. En cualquier momento podía alcanzarlos la ira del emperador. Lo único que
puede neutralizar el temor es la plena convicción de la presencia de Dios. Si Dios está
por nosotros, ¿quién estará contra nosotros? (Romanos 8:31).

116
La construcción de la casa de Dios, hoy como entonces, siempre despierta el
antagonismo del enemigo. Muchas veces sentiremos nuestra vulnerabilidad y, con
mucha facilidad, sucumbiremos ante el miedo de la oposición; y, entonces, la única cosa
que nos sostendrá en la obra es el conocimiento de la presencia de Dios. Cuando
sabemos que él está con nosotros, y cuando escuchamos su voz diciendo: “No temáis”,
dejamos de sentir miedo.
Porque así dice el Señor de los ejércitos: “Una vez más, dentro de poco, yo haré
temblar los cielos y la tierra, el mar y la tierra firme (Hageo 2:6)
Sin embargo, la esencia del mensaje dado por Hageo se encuentra en la cuarta
parte, que habla del futuro del templo (Hageo 2:6–9). Hasta aquí, el mensaje ha sido de
exhortación a la reconstrucción y de promesas de la presencia de Dios; ahora es cuando
encontramos la respuesta de Dios a las lágrimas de los veteranos. Hasta aquí ha
contemplado el pasado y el presente; ahora mira adelante hacia el futuro.
Lo primero que Dios anuncia en esta profecía es que se acerca una gran convulsión:
los cielos y la tierra serán sacudidos. De hecho, anuncia que volverá a haber una gran
convulsión, porque, tal como indica nuestra traducción, la profecía comienza con las
palabras: Una vez más. Esta frase no aparece en muchas traducciones, pero su
presencia es correcta, porque el verbo hebreo no significa “haré temblar”, sino “haré
retemblar”, es decir, “haré temblar otra vez”. Además, su incorporación queda
respaldada por Hebreos 12:26, que incluye y enfatiza esta frase: Ahora [Dios] ha
prometido, diciendo: Aun una vez más, yo haré temblar no solo la tierra, sino también el
cielo.
Ahora bien, ¿cuándo fue la ocasión anterior en que Dios hizo temblar los cielos y la
tierra, el mar y la tierra firme? Hebreos 12 nos da la respuesta: fue cuando Dios
descendió al monte Sinaí. El autor de Hebreos está contrastando dos montes, Sinaí y
Sión, y dos pactos asociados a ellos: el antiguo y el nuevo; el primero introducido por
Moisés, el segundo por Jesús:
No os habéis acercado a un monte que se puede tocar [Sinaí], ni a fuego
ardiente, ni a tinieblas, ni a oscuridad, ni a torbellino, ni a sonido de trompetas, ni
a ruido de palabras tal, que los que oyeron rogaron que no se les hablara más…
Tan terrible era el espectáculo que Moisés dijo: Estoy aterrado y temblando.
Vosotros, en cambio, os habéis acercado al monte Sión y a la ciudad del Dios
vivo, la Jerusalén celestial, y a miríadas de ángeles, y a la asamblea general e
iglesia de los primogénitos que están inscritos en los cielos, y a Dios, el Juez de
todos, y a los espíritus de los justos hechos ya perfectos, y a Jesús, el mediador
del nuevo pacto (Hebreos 12:18–24).
Pero, acto seguido, él procede a citar nuestro texto de Hageo:
Mirad que no rechacéis al que habla… Su voz hizo temblar entonces la tierra
[en el Sinaí], pero ahora él ha prometido, diciendo: Aun una vez más, yo haré
temblar no solo la tierra, sino también el cielo (Hebreos 12:25–26).

117
Así pues, según Hebreos, el cumplimiento pleno de la profecía queda aún en el
futuro. Sin embargo, es obvio que, para los autores del Nuevo Testamento, otros
aspectos de la profecía ya se habían cumplido o estaban ya en vías de cumplimiento. El
Mesías ya había venido, trayendo consigo la paz. Los gentiles ya estaban subiendo
espiritualmente a la ciudad de Dios, la Jerusalén celestial; el gran proyecto de la
edificación del templo ya había empezado a realizarse, y el “reino inconmovible” ya
había hecho acto de presencia en la persona del Rey (Hebreos 12:28). Desde la primera
venida de Cristo, estamos viviendo en el “ya y todavía no” del cumplimiento de las
profecías. Como hemos visto (en el capítulo 8), los profetas del Antiguo Testamento
solían contemplar la venida del Mesías como un solo evento. Pero, al llegar al Nuevo
Testamento, descubrimos que hay dos venidas del Mesías y que algunas partes de las
profecías acerca de él tuvieron su cumplimiento en la primera venida, pero otras solo lo
tendrán en la segunda.
Y haré temblar a todas las naciones”… (Hageo 2:7a)
Esta misma ambivalencia del “ya y todavía no” se aplica también a la frase siguiente
de nuestro texto: Haré temblar a todas las naciones. Dios hizo temblar a las naciones en
el momento de la caída de cada uno de los imperios contemplados en las visiones del
libro de Daniel, capítulos 2 y 7, que ya hemos considerado (en el capítulo 8): Babilonia,
Persia, Grecia y Roma. Pero nuestra profecía indica claramente que el momento al que
se refiere es cuando “vendrán los tesoros de todas las naciones” al templo de Jerusalén
y cuando Dios “llenará de gloria esta casa” (2:7). No hay nada en la historia de aquellas
caídas imperiales que pueda describirse en estos términos. No. Ya hemos comentado el
verdadero significado de esta frase al considerar la profecía de Hageo 2:21–22 a la luz
de las profecías de Daniel. Vimos que “el momento” de esa sacudida en realidad se
desdobla en dos: la primera venida de Cristo y su segunda venida. La gran sacudida
sociopolítica empezó de verdad cuando Dios mismo tomó forma humana y nació como
un niño. Desde la perspectiva humana, el nacimiento de Jesús fue un hecho más bien
insignificante, que solo causó un pequeño trastorno político en el palacio de Herodes y
entre los padres de los niños asesinados en Belén. Pero, desde la perspectiva divina, no
ha habido nunca, y jamás habrá, un cambio sociopolítico tan trascendente como este: la
introducción en el mundo del “reino del Hijo del amor de Dios” (Colosenses 1:13). Fue
entonces cuando la piedra, efectivamente, chocó con los pies de la estatua. Sin
embargo, la piedra no ha acabado todavía de ir creciendo hasta ocupar toda la tierra; y,
desde luego, el superhombre no ha sido aún desmenuzado, ni las bestias
completamente destruidas. Estas cosas solo recibirán su cumplimiento final cuando
Cristo venga la segunda vez. El Mesías ya ha venido, pero todavía está por venir. El
estremecimiento cósmico profetizado por Dios en Hageo es, sin duda, la llegada del
reino de Dios y la destrucción de los gobiernos humanos, las cuales tuvieron su primer
cumplimiento cuando llegó el Rey la primera vez, pero que no recibirán su
cumplimiento pleno hasta que vuelva de nuevo.
Así pues, Dios exhorta a los judíos del año 520 a. C. a tener ánimo porque viene la

118
gran convulsión. ¿Y qué pasará entonces? ¿Y qué tiene todo esto que ver con el templo
y su gloria?
… “vendrán entonces los tesoros de todas las naciones, y yo llenaré de gloria esta
casa”, dice el Señor de los ejércitos (Hageo 2:7b)
Dios prosigue dando la respuesta a estas preguntas: en aquel día de la sacudida de
las naciones, vendrán entonces los tesoros de todas las naciones para enriquecer y
embellecer el templo.
Enseguida debemos aclarar una cuestión textual. Algunas traducciones de la Biblia
no dicen: Vendrán los tesoros, sino: Vendrá el Deseado. De hecho, este versículo con
esta traducción (Y vendrá el Deseado de las naciones, y llenaré de gloria esta casa) ha
llegado a ser para muchos creyentes el texto más conocido y amado de Hageo.
Traducido de esa manera, parece referirse a la segunda venida de Cristo y la gloria que
él traerá. Pero, desgraciadamente, el consenso de los comentaristas actuales es que
esta traducción no es posible.
La palabra traducida como “el Deseado” es literalmente: “lo que es precioso”, “lo
que se desea”. En hebreo, es una palabra que puede tener sentido singular o plural
(singular en sentido colectivo). Antiguamente, se entendía en sentido plural. En hebreo,
“los deseados” en plural es una manera de decir “las cosas deseadas” o “los tesoros”.
Por eso, la Septuaginta traduce la frase: Las porciones escogidas de todas las naciones
vendrán. Pero todo cambió cuando Jerónimo tradujo la Biblia al latín. Él entendió la
frase en singular: Vendrá el Deseado; y, durante siglos, esta traducción determinó la
interpretación de la frase.
Sin embargo, tres consideraciones inclinan a los traductores modernos a rechazarla:
1. Por un lado, la frase en plural sienta mejor en el contexto: la lectura del texto es
completamente natural y fluida si entendemos que la referencia es a la aportación
de los gentiles a la gloria final del templo: Estremeceré a las naciones; estas traerán
sus tesoros; y llenaré de gloria esta casa.
2. En segundo lugar, sencillamente no es apropiado llamar al Mesías “el Deseado de
las naciones”. Desde luego, él es el Deseado de los creyentes de entre las naciones,
y todo aquel que tiene al Espíritu Santo clama: ¡Amén, sí, ven Señor Jesús!
(Apocalipsis 22:20); pero las Escrituras nos enseñan que las naciones en general,
lejos de desear la venida del Mesías, están en contra de Dios y de su Ungido (Salmo
2:1–5). Además, ¿dónde estaban los “creyentes de entre las naciones” cuando esta
profecía fue escrita?
3. Pero el factor determinante es que, aunque el sujeto (“lo deseado”) podría ser
singular, el verbo (“vendrán”) está claramente en plural. ¡No puedes decir: “El
deseado vendrán”!
La traducción familiar [“el Deseado”], con sus expectaciones mesiánicas, ha
sido correctamente abandonada por las versiones recientes. La razón es que,
mientras que la Vulgata y la Reina Valera tienen un sujeto singular, el verbo
hebreo es claramente plural y exige un sujeto plural… Se ve así que los gentiles
119
tienen su participación en el cumplimiento de los propósitos de Dios al traer sus
riquezas en homenaje a él.
Los comentaristas concuerdan en que “el Deseado de las naciones”, en
singular, es una traducción equivocada, puesto que el verbo es plural y exige un
sujeto en plural… Es una referencia a los costosos tesoros que serán llevados para
embellecer el templo.
“Las cosas deseadas” es preferible a “el deseo”, porque el verbo es plural…
Aquí no hay necesariamente una referencia al Mesías; más bien se refiere a los
regalos traídos por los gentiles para adornar el templo.
El lenguaje del hebreo es claro, no pudiendo referirse a una persona, ya que
“lo deseado”, además de neutro, es singular, mientras que el verbo que lo
gobierna, “vendrán”, es plural.
Por estas razones, casi todas las traducciones actuales entienden que la referencia
no es a la venida del Mesías en sí (aunque está implícita en el versículo anterior), sino a
la incorporación en el templo de los tesoros de los gentiles. O sea, este texto confirma
el mensaje profético acerca de la futura gloria de Sión, ya dado por Isaías 60:1–5:
¡Levántate y resplandece, que llega tu luz!… Los gentiles acudirán a tu luz, y los reyes a
tu naciente resplandor… Tú lo verás, radiante de alegría,… cuando… te traigan la riqueza
de las naciones.
Así pues, las naciones van a aportar sus tesoros a la construcción y al
embellecimiento del templo. ¿Pero cómo debemos entender este versículo?
La mayoría de comentaristas toman este texto en sentido literal. Vendrá un día
cuando el templo de Jerusalén será decorado por las contribuciones de todas las
naciones. Ellas comprenderán que el oro y la plata pertenecen a Dios (2:8) y los traerán
para convertir el templo en un edificio indescriptiblemente rico y glorioso, mucho más
glorioso que el templo de Salomón (2:9). Los judíos, pues, no necesitan lamentar la
gloria pasada, porque la venidera será muy superior.
¿Pero cuándo se cumplió esto, o cuándo se cumplirá?
Muchos comentaristas dejan la pregunta sin contestar. Algunos dan a entender que
esta solo era una esperanza de Hageo (dando a entender que no tiene cumplimiento
alguno). Otros piensan que se refiere a la participación de gentiles en la construcción
del templo de Zorobabel, pero esto no puede ser, porque fue el templo de Zorobabel el
que causó las lágrimas de los veteranos, las cuales, a su vez, dieron lugar a la profecía.
Otros señalan el templo de Herodes, que ciertamente fue más glorioso que el de
Salomón y de hecho fue construido por un gentil, un idumeo. Pero ninguna de estas
respuestas parece muy satisfactoria.
Por eso, muchos comentaristas suponen que el cumplimiento está todavía en el
futuro. El judaísmo, que cree que el Mesías aún no ha venido, supone que la referencia
es al templo que él hará construir cuando venga. Y muchos evangélicos abrazan
también esta idea y piensan que las naciones traerán sus riquezas, su oro y su plata,

120
para decorar el templo físico edificado por Cristo en Jerusalén durante su reino
milenario.
A mi juicio, ninguna de estas interpretaciones encaja bien con lo que el Nuevo
Testamento revela acerca de la construcción del verdadero templo por parte de Cristo.
La interpretación literal nos hace volver a los valores materiales y físicos del templo del
Antiguo Pacto, en vez de los valores morales y espirituales del Nuevo. Los autores del
Nuevo Testamento, a una voz, interpretan las profecías mesiánicas acerca de la
construcción del templo en términos de la “casa espiritual” que el Mesías está
levantando no con piedras físicas, sino con piedras vivas, hombres y mujeres
incorporados por gracia en la edificación. Dan a entender que los verdaderos “tesoros”
del templo no son metales ni piedras preciosas, sino personas. ¿Y de dónde vienen
estas personas? Apocalipsis 5:9 nos da la respuesta: El Cordero es digno porque con su
sangre ha comprado para Dios a gente de toda tribu, lengua pueblo y nación. La piedra
va creciendo hasta llenar la tierra, hasta abrazar a todas las naciones, razas y tribus. El
evangelio del reino se tiene que predicar en todo el mundo, para testimonio a todas las
naciones, y solo cuando el monte ha alcanzado su plena extensión, y la edificación del
templo ha alcanzado su máxima altura, y el último de los elegidos ha sido llamado
desde el último rincón de la tierra a ocupar su lugar en la casa de Dios, entonces vendrá
el fin (Mateo 24:14).
¿Qué es lo más valioso en esta creación? Solo un avaro contestaría: el oro y la plata.
Desde luego, este no es el criterio de Dios, ni debe ser el nuestro. No. Lo más valioso de
la creación son las personas. ¿Quién puede medir el valor de un alma? Cada ser
humano vale más que el universo material entero. Escuchemos de nuevo las palabras
del apóstol Pablo acerca del nuevo templo del Mesías, palabras dirigidas a gentiles y
aplicables a todos los creyentes de todas las naciones:
[Cristo] vino y anunció paz a vosotros que estabais lejos [los gentiles], y paz a
los que estaban cerca [los judíos]; porque por medio de él los unos y los otros
tenemos entrada al Padre en un mismo Espíritu. Así pues, ya no sois extranjeros
ni advenedizos, sino que sois conciudadanos de los santos y sois de la familia de
Dios, edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo
Jesús mismo la piedra angular, en quien todo el edificio, bien ajustado, va
creciendo [¡la piedra que crece!] para ser un templo santo en el Señor, en quien
también vosotros [los creyentes gentiles de todas las naciones, los verdaderos
tesoros de Dios] sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu
(Efesios 2:17–22).
Sin embargo, la mayor objeción a esta interpretación se halla precisamente en el
versículo siguiente…
“Mía es la plata y mío es el oro”, declara el Señor de los ejércitos (Hageo 2:8)
Aquí, Dios habla claramente del oro y de la plata, no de las personas. Sus palabras
suelen interpretarse como si dijera: “La plata y el oro me pertenecen a mí; por tanto, las
naciones deben desprenderse de ellos y traérmelos para embellecer mi casa”. Sin
121
embargo, debemos preguntarnos si, dentro de este contexto, esta puede ser la
interpretación correcta.
Recordemos que Dios está contestando a aquellos veteranos que lloran de pena al
comparar la gloria primera de esta casa con cómo la ven ahora. Están llorando a causa
de la comparativa pobreza de la casa actual. Entonces, ¿qué clase de consuelo es que
Dios les diga: “El oro y la plata son míos; traédmelos”, si ellos, precisamente, no tienen
más oro y plata que dar? Entendidas así, estas palabras solo servirían para aumentar su
dolor.
Creo que debemos entender estas palabras casi en el sentido contrario, casi con
tono sarcástico, al estilo del Salmo 50:12: Si yo tuviera hambre, no te lo diría a ti; porque
mío es el mundo y todo lo que en él hay. Es como si Dios se volviera a los veteranos y les
dijera: “No os preocupéis; no tengo necesidad de revestimientos de oro y plata en mi
templo, porque todo el oro y toda la plata ya me pertenecen a mí; yo controlo su
destino; yo supliré el tesoro del templo cuando venga el momento oportuno”. O como
si dijera: “¿Estáis llorando porque el nuevo templo parece pobre? ¿Os da pena no poder
emplear materiales nobles, como lo hizo Salomón? ¿Os parece que vuestra labor en la
construcción no va a dar un resultado digno de mí? Entonces no os preocupéis. Secad
vuestras lágrimas. Todo el oro y toda la plata del mundo ya son míos. Yo los creé. Yo soy
su origen y autor. Todo el esplendor del templo anterior era en realidad obra mía. No
podéis darme nada que no sea ya mío. Y, en todo caso, la verdadera adoración y la
comunión conmigo, que son los propósitos profundos de esta casa, no tienen nada que
ver con metales preciosos. Lo que quiero son vidas santas y consagradas y una
adoración en espíritu y verdad. No vais a ganar nada recubriendo la casa de oro y plata”
(cf. Salmo 50:13–15). En otras palabras, Dios casi está llegando a decir: “¡Qué me
importa la ofrenda de oro y plata, si ya son míos de todas maneras!”.
“La gloria postrera de esta casa será mayor que la primera”, dice el Señor de los
ejércitos, “y en este lugar daré paz”, declara el Señor de los ejércitos (Hageo 2:9)
Pero, en todo caso, las lágrimas de los veteranos son innecesarias, porque el
templo, en su manifestación final, será infinitamente más glorioso que el templo de
Salomón. Con estas palabras, vuelve a la afirmación del final del versículo 7: Yo llenaré
de gloria esta casa. Pero esta gloria no es el brillo superficial de metales preciosos, sino
la profunda hermosura de la gloria humana, plenamente restaurada en Cristo, en
perfecta armonía con la gloria de Dios.
Entonces ¿en qué sentido es más glorioso el templo espiritual de Cristo que el de
Salomón? Creo que podemos aducir muchas razones, entre las cuales destacaremos las
siguientes:
1. El templo de Salomón, como la reconstrucción de Zorobabel y el nuevo templo de
Herodes, eran temporales, sujetos al deterioro y la destrucción. En cambio, el
templo de Cristo es espiritual y eterno.
2. El viejo templo ha sido declarado por Dios “anticuado, caduco y condenado a
desaparecer” (Hebreos 8:13). En realidad, no era más que la ilustración del templo

122
verdadero que es el “cuerpo de Cristo”. En Juan 2:13–22, Jesús mismo casi llega a
decir lo que de hecho ocurrió: el viejo templo construido con piedras fue destruido
y en su lugar empezó a alzarse “el templo de su cuerpo”, templo que empieza a
levantarse cuando Cristo resucitó de entre los muertos.
3. Pero el nuevo templo no es formado solamente por Cristo mismo, sino también por
todos los que por la fe “están en Cristo”. Está compuesto de piedras vivas y cada
una vale más que todo el oro del mundo. ¿A Dios, qué le importa el oro y la plata?
Es suyo de todas maneras y, si le apeteciera, podría crear inmensas cantidades de
oro con una sola palabra. ¿Acaso tiene Dios ansia de oro? No, sino de nuestros
corazones.
4. ¿Y cómo evaluamos los cimientos de la casa, “el fundamento de los apóstoles y los
profetas”? Los veteranos, al ver los cimientos de aquella casa, lloraban de pena.
¿Hacemos nosotros lo mismo? Al contrario. Fue en el contexto de otro pasaje que
habla de la construcción del templo de Cristo (1 Corintios 3:9–21) cuando Pablo
habló con entusiasmo de algunas de las piedras del fundamento: Todo es vuestro;
ya sea Pablo, o Apolos, o Cefas, o el mundo, o la vida, o la muerte, o lo presente, o lo
por venir, todo es vuestro, y vosotros de Cristo, y Cristo de Dios (1 Corintios 3:22–23).
Nuestros cimientos son gloriosos.
5. ¿Y qué diremos de nuestra piedra angular (Efesios 2:20)? Si aún tenemos dudas
acerca de la superioridad del nuevo templo, consideremos a Cristo mismo.
Ciertamente, muchos no ven su gloria. Como aquellos constructores, desechan la
piedra que ha venido a ser el ángulo del edificio. La piedra angular del templo de
Salomón fue, sin duda, enorme, posiblemente cubierta de hermosas decoraciones
esculpidas. ¿Pero cómo se puede comparar con la gloria de nuestra piedra angular?
Ella es “escogida y preciosa delante de Dios” y también delante de “los que
creemos” (1 Pedro 2:4b y 7). La gloria final de nuestro templo está garantizada a
causa de la piedra angular. Su gloria se comunica a cada una de las piedras del
edificio, que van siendo transformadas “de gloria en gloria” hacia la imagen del
Señor (2 Corintios 3:18). Su gloria es la que hace inevitable la suprema gloria de
todo el edificio.
Dios concluye su mensaje a los veteranos con otra promesa gloriosa: En este lugar
daré paz. El verdadero templo venidero, el lugar permanente de la morada de Dios en
medio de su pueblo, se caracterizará por la paz, no la paz como una mera ausencia de
conflictos, sino un profundo sentimiento de seguridad, plena realización, completo
bienestar espiritual, mental y físico. Tendremos la sensación de haber “llegado a casa”,
de estar en nuestro verdadero hogar, de haber dejado de ser huérfanos, de conocer el
amor perfecto y de ser capaces de amar perfectamente. ¡Paz, completa paz! Y será así
porque el templo estará cimentado en aquel que vino trayendo la paz, que estableció la
paz por medio de la cruz y que, de hecho, es nuestra paz (Efesios 2:14–18).
El templo, en su manifestación final de la cual la construcción de Zorobabel y Jesúa
no era más que un pobre anticipo, será el lugar desde el cual fluirán caudalosos ríos de
las bendiciones de Dios (cf. Ezequiel 47:1).

123
Oposición y contratiempo
Esdras 4:1–5

Volvemos al libro de Esdras y al año 536 a. C. Hasta ahora, casi todo ha marchado
bien. El retorno del exilio se ha cumplido con éxito, así como el desescombro de la
explanada del templo y la colocación de las piedras de los cimientos. Sin embargo, a
partir de este momento y hasta el final de nuestra historia, las cosas se van a complicar:
las confrontaciones con diferentes focos de oposición a la obra de Dios son continuas.
Desde este momento en adelante, hasta el final del libro de Nehemías, hay
conflicto constante. Nada de lo que se intentará para avanzar la causa de Dios
estará exento de oposición, y los enemigos probarán toda clase de estrategias
para frenar la obra.
La experiencia del pueblo de Dios siempre ha sido de lucha y confrontación y, en
esta vida, siempre lo será. La obra de Dios no avanza sin despertar la oposición de los
enemigos de Dios. En cuanto los creyentes se entregan de corazón a un esfuerzo por
construir fielmente el templo de Dios en su generación, deben saber que desde aquel
momento provocarán la férrea oposición de las huestes del mal. Estas quizás nos dejen
en paz si nuestro empeño por construir el templo solamente es humano y carnal. Pero
en cuanto nuestras vidas están cimentadas en la roca que es Cristo, en cuanto le
concedemos a él el lugar que se merece como Señor, fundamento y razón de ser de
nuestra vida, entonces debemos esperar constantes ataques del enemigo. Este actuará
a cada paso para intentar frenar el avance de la obra. Utilizará todas las tácticas a su
disposición para frustrar la extensión del reino de Dios. Buen ejemplo de ello es el que
encontramos en este capítulo.
Pero, antes de entrar en la exposición del capítulo 4, es necesario aclarar una
cuestión textual. Si prestamos atención a las fechas que el autor ha colocado a lo largo
de este capítulo, parecerá que los versículos 6 a 23 forman una especie de paréntesis.
Recordemos que, hasta aquí, toda la acción se ha desarrollado en el reino de Ciro. Pero,
de repente, al llegar al versículo 6, nos encontramos en tiempos del rey Asuero, quien
reinó no solamente después de Ciro, sino tres reinados después (ver Apéndice 1).
Luego, en el versículo 7 hasta el 23, nos encontramos en el reinado siguiente, el de
Artajerjes.
Es decir, lo que a nosotros nos parece a la primera lectura una narración centrada
aún en tiempos de Ciro, de hecho cubre un período de unos setenta años. Hemos de
situar la acción de los “enemigos” en tiempos de Ciro (4:1–5) aproximadamente en el

124
año 536 a. C. En cambio, el “principio del reinado de Asuero” (4:6) nos lleva al año 486
(o sea, cincuenta años más tarde), mientras que “los días de Artajerjes” (4:7)
comenzaron en el año 464. Se ve que Esdras ha decidido insertar en este momento de
su narración una relación de los diferentes momentos de oposición a la obra entre
tiempos de Zorobabel y los suyos propios, los de Esdras.
En otras palabras, si queremos saber acerca de la oposición a la construcción del
Templo en tiempos de Zorobabel y del rey Ciro, debemos leer primero los versículos 1 a
5 y luego dar un salto hasta el versículo 24. Lo que se narra en los versículos
intermedios es una relación de otros casos similares de oposición en tiempos de Asuero
y de Artajerjes. Si entendemos esto, la lectura del capítulo resultará fácil y coherente; si
no, se prestará a mucha confusión. Debemos entender que toda esta cuestión de
fechas que a nosotros nos resulta confusa era perfectamente clara para los primeros
lectores (ellos sí sabían cuándo habían reinado los diferentes emperadores
mencionados), por lo cual el autor no necesitaba darles mayores explicaciones.
¿Por qué ha optado el autor por crear este paréntesis e interrumpir la estricta
cronología de su narración? Sin duda es porque, sin un conciso resumen de los muchos
casos de antagonismo que caracterizaron toda la época del retorno de los judíos
desterrados, no llegaríamos a apreciar la seriedad de la situación. Cada incidente de
animosidad en sí podría no ser más que un contratiempo aislado sin mayor importancia.
Pero la concentración en un solo capítulo de incidentes que se produjeron en diversos
reinados delata la existencia de una oposición mucho más sistemática y siniestra. Casi
sugiere una presencia espiritual nefasta escondida detrás de los acontecimientos. O,
para decir lo mismo en términos menos trascendentes, esta concentración de eventos
nos permite comprender que el avance de la obra de Dios crea una tensión inevitable
con los poderes civiles, incluso cuando estos tienen el carácter benigno y tolerante de
un régimen como el de Ciro.
Este capítulo, pues, representa una invitación a desengañarnos: por muy amables,
comprensivas, constructivas y abiertas que sean las autoridades civiles de una sociedad
determinada, existe una radical incompatibilidad entre los intereses del reino de Dios y
los de los gobiernos de este mundo. Aun en el mejor de los casos y en medio de los
regímenes más favorables, la iglesia debe esperar que, tarde o temprano, tenga que
soportar el antagonismo de las autoridades.
El apóstol Juan nos recuerda que todo el mundo yace bajo el poder del maligno (1
Juan 5:19). No dice que Satanás domina solamente en los países no democráticos o en
los que no admitan una pluralidad religiosa. Afirma que en todos. En sistemas políticos
plurales y tolerantes, la experiencia de la iglesia puede ser relativamente fácil de llevar.
Pero Esdras nos está diciendo que la exuberancia que los judíos conocieron ante el
decreto de Ciro pronto cedió ante sentimientos mucho más matizados al ver que, aun
con el apoyo oficial del imperio, tuvieron que soportar la férrea oposición de grandes
sectores de la población. Finalmente, el gobierno del mismo Ciro pondría estorbos a la
obra, y pasaría lo mismo en los sucesivos reinados.
No seamos ingenuos, pues. Gracias a Dios por las libertades que disfrutamos. Pero,
en este mundo, la tolerancia siempre tendrá ciertos límites, y la oposición, aunque sus
125
formas pueden variar y su intensidad puede ser más o menos llevadera, nunca está muy
lejos.

La primera táctica: ofertas de colaboración (Esdras 4:1–3)


Cuando se enteraron los enemigos de Judá y de Benjamín de que el pueblo del
destierro estaba edificando un templo al Señor, Dios de Israel… (4:1)
Sin previo aviso, el autor empieza a hablarnos de los “enemigos” de Judá y
Benjamín. ¿Quiénes son? Ellos mismos van a contestar en el versículo 2: son gentiles
que habían sido transportados a Tierra Santa por los asirios y ahora estaban bien
asentados allí después de largas décadas de ocupación. Algunos comentaristas suponen
que habrán incluido también a los pocos judíos que quedaban en la tierra después de
las deportaciones de los asirios. Sin embargo, los gentiles introducidos por Asiria habían
sido establecidos en el reino del norte, en Samaria. Estos individuos, en cambio, se
presentan ahora en Jerusalén. Hay diferentes explicaciones posibles de este cambio de
lugar. Es posible que ellos residieran en Samaria, pero que bajaran a Jerusalén al
enterarse de la reconstrucción del templo. A fin de cuentas, Samaria era capital de la
gran provincia de “Transéufrates”, de la cual formaba parte la subprovincia de Judá, con
capital en Jerusalén. En ese caso, podemos suponer que incluían oficiales del gobierno
de Samaria que querían cerciorarse de las actividades de los judíos. Por otro lado,
podrían ser personas que, aprovechando la caída de Jerusalén en el año 586, habían
trasladado su residencia de Samaria a Judá. En todo caso eran los antepasados de los
“samaritanos” de tiempos de Jesús; y, para mayor sencillez, seguiremos llamándoles
“samaritanos”.
Debemos entender la mentalidad religiosa de esa gente. Siempre habían entendido
que cada territorio tenía su propio dios. Sin duda, al llegar a Israel habían indagado
acerca del dios de la tierra y se habían enterado de que se llamaba Yahvé. Ahora se
consideraban adoradores de Yahvé, pero “a su manera”. Habían traído consigo todo el
bagaje religioso de los dioses de sus países de origen y lo habían adaptado al nuevo
culto. Utilizaban el nombre de Dios sin saber nada de su persona, de sus intervenciones
en la historia, de su ley y de las formas de culto que él había exigido. Pero, sin duda,
estaban convencidos de que su culto a Yahvé era correcto y sincero, en nada inferior al
culto practicado por los judíos recién llegados de Babilonia.
Sin embargo, no debemos imaginar que se presentaron ante Zorobabel con
actitudes abiertamente hostiles. En una sociedad pluralista y tolerante, la “enemistad”
contra la obra de Dios toma formas muy sutiles. Incluso toma la forma de una supuesta
colaboración desinteresada. Y, precisamente porque se trata de actitudes
aparentemente amables, lleva consigo dos peligros: por un lado, engaña fácilmente a
los creyentes; y, por otro, es muy difícil de combatirla sin que los fieles aparenten ser
antipáticos, ingratos y estrechos de mente.
Sin duda, los samaritanos llegaron con sonrisas y suaves palabras de bienvenida, y
posiblemente con ciertos aires de superioridad. A fin de cuentas, ellos eran los

126
habitantes de claro arraigo en el país, mientras que, ahora, los judíos eran los
advenedizos. Además, la provincia de Judá, con capital en Jerusalén, no tenía el
prestigio de la gran provincia de Transéufrates, con capital en Samaria. Desde luego, no
llevaban ninguna etiqueta que advirtiera a los judíos de que sus intenciones fueran
malas. Lo que es más, seguramente ellos mismos creían que sus intenciones eran muy
buenas: llegaban en son de paz, con deseos sinceros de ayudar en la construcción del
templo. Lejos de aparecer como adversarios, se presentaron como amigos. Su
ofrecimiento no tenía apariencias de oposición, sino que reflejaba un sincero deseo de
colaboración.
Solo el discernimiento espiritual que Dios concede a sus siervos pudo evitar que
cayeran en esta primera trampa del maligno. Solo la inteligencia iluminada por el
Espíritu de Dios (Zacarías 4:6) pudo penetrar más allá de la apariencia de amistad y ver
el fondo de oposición y enemistad.
Es muy importante que entendamos bien lo que está en juego aquí antes de
proceder con nuestro estudio del texto, y lo es por, al menos, dos razones. En primer
lugar, porque la sutil táctica de la supuesta colaboración el enemigo la ha empleado una
y otra vez a lo largo de la historia del pueblo de Dios y la sigue empleando en nuestros
días. Necesitamos tener los ojos bien abiertos para ver sus artimañas, y la experiencia
de Zorobabel puede ayudarnos a abrirlos. Frecuentemente, los creyentes pecamos de
ingenuidad. Solemos juzgar por las apariencias y creernos todo lo que nos dicen.
En cierto sentido, es más fácil cuando la oposición es abierta y directa. Cuando nos
llamaban herejes y cerraban nuestras capillas, se manifestaban claramente como
nuestros enemigos. Pero cuando nos llaman “hermanos separados”, se nos acercan
como amigos y nos invitan a celebrar actos unidos, el peligro es mucho más sutil y más
difícil de combatir. Si no tenemos cuidado, nos encontraremos contemporizando,
rebajando las exigencias del evangelio, arrastrados por las invitaciones, sin duda
bienintencionadas, de aquellos que, en el fondo, no son amigos del evangelio aunque
profesan seguir al mismo Dios que nosotros.
Este es el típico peligro de los tiempos democráticos y tolerantes en contraste con
los tiempos autocráticos e intolerantes. Es el peligro del imperio persa en contraste con
el imperio babilónico.
La segunda razón por la que necesitamos entender lo que está realmente en juego
es que, de otra manera, la actitud de Zorobabel y los líderes judíos nos parecerá
estrecha y hasta grosera. Tenemos que comprender que aquellos que les ofrecían su
colaboración eran auténticos “enemigos” de Dios, de su pueblo y de su obra:
Es fácil pasar por alto o minimizar la descripción de esta delegación como “los
enemigos” y, a consecuencia, interpretar el encuentro como el rechazo insolente
a un gesto sincero y amistoso. Más bien debemos verlo como el comienzo de una
batalla de ingenios, la primera ronda de un ataque contra la integridad de la
nación-iglesia, un intento que iba a ser reforzado con toda clase de tácticas,
encantadoras o amenazantes, difamatorias u obstructoras, pero siempre
dirigidas al mismo objetivo.

127
Según el texto, su enemistad se dirigió contra “el pueblo del destierro”. Los “hijos
de Israel” ahora son literalmente “los hijos del cautiverio”, nacidos mayormente en el
exilio y llevando todavía las marcas de la cautividad. Como hemos visto (ver comentario
sobre 1:5), este pueblo se componía fundamentalmente de miembros de las tribus de
Judá y Benjamín.
…se llegaron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas, y les dijeron: Vamos a
edificar con vosotros… (4:2)
Ahora, los samaritanos se enteran de que los judíos han venido con la intención
expresa de reconstruir el templo. Su reacción inmediata es la de preguntarse: ¿Por qué
ellos y no nosotros? A fin de cuentas, desde que se habían asentado en Judá, habían
rendido culto a Yahvé. ¿Qué más lógico que pensar que ellos también, como
adoradores del Dios de Israel, tenían derecho a participar en la construcción?
… porque, como vosotros, buscamos a vuestro Dios,… (4:2)
Es decir: “Todos somos iguales. Todos somos hermanos. Tenemos pequeñas
diferencias de doctrina, pero adoramos al mismo Dios”. Sin embargo, como veremos,
ellos no se relacionaban con Dios “como vosotros”. Empleaban el nombre de Yahvé,
pero su adoración no se correspondía con la de los creyentes judíos.
… y le hemos estado ofreciendo sacrificios desde los días de Esar-hadón, rey de
Asiria, que nos trajo aquí (4:2)
Tal y como vemos en 2 Reyes 17:1–6, las deportaciones de aquellos judíos que
vivían en el reino del norte (Israel) habían empezado en el reinado de los emperadores
Salmanasar V (727–722 a. C.) y Sargón II (721–705 a. C.), tras la caída de Samaria en el
año 722. Y habrá sido poco después cuando empezó la “importación” en Israel de
desterrados procedentes de otras naciones: Y el rey de Asiria trajo hombres de
Babilonia, de Cuta, de Ava, de Hamat y de Sefarvaim, y los puso en las ciudades de
Samaria en lugar de los hijos de Israel (2 Reyes 17:24).
Se ve que este zarandeo de pueblos continuó a lo largo de reinados posteriores.
Esar-hadón (681–669) alcanzó el trono como consecuencia del asesinato de su padre
Senaquerib (2 Reyes 19:36–37) y comenzó a reinar cuarenta años después de la caída
de Samaria; pero, por el testimonio de estos gentiles, sabemos que él siguió la política
de sus antecesores practicando las deportaciones masivas. Ocurre lo mismo con el
siguiente rey, Asurbanipal (669–627), probablemente el Asnapar mencionado en el
versículo 10.
Los babilonios siguieron la misma política que los asirios. Después de la caída de
Jerusalén en el 586 a. C., llevaron los judíos al exilio y trajeron a otros pueblos para
ocupar Judá. No sabemos exactamente por qué los gentiles que ahora querían
colaborar en la construcción del templo (y que vivían en Judá, no en Samaria)
atribuyeron su deportación a los asirios y no a los babilonios. Quizás porque, después
de la caída de Jerusalén, habían descendido de Samaria a Judá, voluntariamente u
obligados por los babilonios; o tal vez porque, a pesar de haber sido traídos por los

128
babilonios, atribuían la política de las deportaciones a los asirios; o posiblemente
porque, durante el período entre la caída de Samaria y la de Jerusalén, los asirios
ejercían suficiente hegemonía en Judá como para establecer allí exiliados de otras
regiones. En todo caso, queda claro que estos gentiles ya habían estado viviendo en
territorio israelita durante más de cien años, suficiente tiempo como para considerarse
ya como dueños de la tierra y para ver a los judíos como intrusos advenedizos.
Como ya hemos dicho, estos gentiles, nada más llegar a Judá, habían empezado a
adorar a Yahvé; pero lo adoraron a su propio estilo pagano y como solo uno entre sus
muchos dioses:
Cada nación continuó haciendo sus propios dioses, y los pusieron en las casas
de los lugares altos que los samaritanos habían hecho… También temían al Señor
y nombraron de entre sí sacerdotes de los lugares altos… Temían al Señor y
servían a sus dioses conforme a la costumbre de las naciones de donde habían
sido llevados al destierro. Hasta el día de hoy siguen haciendo conforme a sus
antiguas costumbres. No temen al Señor, ni siguen sus estatutos ni sus
ordenanzas ni la ley ni el mandamiento… Y aunque estas naciones temían al
Señor, también servían a sus ídolos; y de la misma manera que hicieron sus
padres, así hacen hasta hoy sus hijos y sus nietos (2 Reyes 17:29–41).
“Temen” a Dios, pero a la vez “no le temen”. Le rinden culto, pero no son
obedientes a su ley. En realidad, se han inventado su propio dios al que han dado el
nombre de Yahvé. Como consecuencia, haber consentido su colaboración en la
construcción del templo habría ocasionado la introducción de costumbres paganas en
medio del culto a Dios, así como el peligro de la consagración de altares a otros dioses
dentro del templo.
Pero Zorobabel y Jesúa y los demás jefes de casas paternas de Israel les dijeron: No
tenéis nada en común con nosotros para que juntos edifiquemos una casa a nuestro
Dios… (4:3)
Si no comprendemos la seriedad de la situación y lo que estaba en juego en aquel
momento, la respuesta dada por los judíos a estos gentiles nos parecerá un burdo
ejemplo de descortesía, intransigencia, chauvinismo y estrechez de mente.
El autor entiende bien la verdadera motivación de esta gente: querer introducir sus
propias prácticas en el culto a Dios no es evidencia de sincera amistad, sino de una
profunda “enemistad”. Pero los judíos acaban de aprender una dura lección en
Babilonia. Antes del exilio, los profetas habían denunciado la “prostitución” del pueblo
de Dios, que parecía siempre dispuesto a seguir los cultos de los países poderosos (ver,
por ejemplo, Ezequiel 16:15–34). A causa de su tendencia a mezclar las cosas de Dios
con las prácticas de los paganos, habían sido llevados al exilio. Y, curiosamente, en
Babilonia, viviendo en medio de una sociedad idólatra, los judíos, lejos de dejarse
persuadir por las costumbres religiosas de sus vecinos, llegaron a apreciar de una vez
para siempre la gloria de su fe, depositada solamente en el Dios viviente. Como
consecuencia, sabían perfectamente que no podían admitir la colaboración de esos
129
paganos, porque solo deben hacer la obra de Dios los que cumplen los requisitos que
Dios mismo establece.
Ya hemos visto el caso de aquellos supuestos descendientes de la casa de Aarón que
quedaron excluidos del sacerdocio por no poder establecer bien sus credenciales
(2:61–63). Si aquellos judíos habían sido considerados “sospechosos”, ¿cómo iban ahora
a admitir la colaboración de gentiles? ¿Cómo podían colaborar con personas que, a
pesar de las apariencias superficiales, no temían realmente a Dios?
Y, por supuesto, la misma necesidad de pureza caracteriza nuestra participación en
la edificación de la casa de Dios:
No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación
tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas?… ¿O
qué tiene en común un creyente con un incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el
templo de Dios con los ídolos?… Por tanto, salid de en medio de ellos y apartaos,
dice el Señor; y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré y yo seré para vosotros
padre… Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda
inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de
Dios (2 Corintios 6:14–7:1).
… sino que nosotros unidos la edificaremos al Señor, Dios de Israel, como nos
ordenó el rey Ciro, rey de Persia (4:3)
Pero una cosa es que los creyentes entendamos la necesidad de santidad como
obreros del templo, y otra muy diferente es cómo explicar esta necesidad a la persona
que quiere colaborar con nosotros sin la necesaria santificación. ¿Qué argumentos se le
puede dar que vaya a entender? ¿Cómo rehusar su oferta sin parecer elitistas y
sectarios?
La respuesta de los líderes judíos evita la razón verdadera de su rechazo de la
colaboración de los gentiles. No dijeron: “No podéis colaborar porque, en realidad, no
buscáis al Señor como nosotros”. Lo que sí dicen es, en primer lugar, un “no” claro y
contundente. La fuerza de la frase “nosotros unidos” es “nosotros solos”. Es decir:
“Vamos a construir el templo solos y sin vuestra participación. El templo no es asunto
vuestro”.
Luego, añaden otras frases para justificar su decisión. En primer lugar, el templo es
del Dios de Israel, el Dios que se ha manifestado a Israel y ha entrado en una relación de
pacto con los hijos de Israel. Esta no es una declaración chauvinista, sino una verdad
histórica con gran significado espiritual. Estas palabras establecen que el remanente
que ha vuelto de Babilonia se considera el heredero verdadero de la fe de Yahvé, no los
practicantes de la religión sincretista de los samaritanos. Como diría Jesús a otro
miembro de la comunidad samaritana: La salvación viene de los judíos (Juan 4:22). Si los
gentiles quieren tener relación con este Dios, deben entrar en el pacto como miembros
de la comunidad de Israel, pero no pueden acceder como miembros de otras naciones y
adoradores de otros dioses.
Esa era una razón espiritual y religiosa. Pero también añaden una razón práctica y

130
política: Al insistir en rechazar la colaboración de los gentiles, solo están siguiendo las
instrucciones del emperador; este únicamente había dado permiso de obras a aquellos
que “de entre todos vosotros pertenezcan a su pueblo” (1:3). Sin duda, la instrucción de
Ciro no había tenido la intención de excluir la participación de los gentiles, pero servía
convenientemente para justificar la actitud de los judíos. ¡En esta clase de situaciones,
los creyentes tienen que emplear la astucia de serpientes (Mateo 10:16)!

La segunda táctica: desánimo e intimidación (Esdras 4:4)


Entonces el pueblo de aquella tierra se puso a desanimar al pueblo de Judá… (4:4)
Se dice que no hay fiera más feroz que una mujer cuyo amor ha sido despreciado.
Lo cierto es que no hay antagonismo más feroz que el de alguien que nos ha ofrecido su
colaboración y ahora se siente rechazado porque no aceptamos que él sea creyente
como nosotros.
Los enemigos reaccionaron con cierta lógica: puesto que vosotros habéis rechazado
nuestra oferta de colaboración, nosotros también os rechazamos a vosotros. Al
principio, se limitaron a palabras de desaliento: “Solos no podréis acabar la obra; el
trabajo es excesivo y vosotros sois pocos y no tenéis experiencia; ya veréis, acabaréis
pidiendo nuestra ayuda”. Quizás emplearan también palabras sarcásticas y burlonas a
expensas de los judíos, al estilo de aquellas empleadas décadas después por Sanbalat y
por Tobías el amonita: ¿Qué hacen estos débiles judíos?… ¿Terminarán en un día?
¿Harán revivir las piedras de los escombros polvorientos, aun las quemadas?…Lo que
están edificando, si un zorro saltara sobre ello, [lo] derribaría (Nehemías 4:2–3). Y quizás
Zorobabel y sus compañeros tuvieran que orar a Dios con palabras similares a las de
Nehemías: Oye, oh Dios nuestro, cómo somos despreciados. Devuelve su oprobio sobre
sus cabezas… porque han desmoralizado a los que edifican (Nehemías 4:4–5).
… y a atemorizarlos para que dejaran de edificar… (4:4)
Al comprobar que sus ironías y palabras de desaliento no surtían efecto, los
enemigos elevaron el tono de su discurso. Las palabras de desaliento se convertían en
amenazas: “Si no paráis, tendremos que tomar medidas contra vosotros. Ya vemos
vuestras intenciones. Pensáis utilizar el templo como vuestra fortaleza para rebelaros
contra el emperador. Os vamos a denunciar ante las autoridades”.
Quizás utilizaran sus amenazas primero para intimidar a los colonos que vivían en
las poblaciones más aisladas y que, por tanto, se sentían menos fuertes. Pero se ve que
los judíos no pararon la obra aunque estaban bajo amenaza y a pesar de sentir miedo
ante sus intimidaciones.

La tercera táctica: el empleo de recursos administrativos y legales


(Esdras 4:5)
… y tomaron a sueldo contra ellos consejeros… (4:5)
Por eso, los enemigos tuvieron que recurrir a tácticas aún más fuertes. Emplearon el
131
soborno para conseguir que algunos cortesanos poderosos actuaran en su nombre para
desacreditar a los judíos ante el rey y lograr que la corte prohibiera la construcción del
templo.
Esta frase nos coloca en la clase de ámbito cortesano que vemos en el libro de
Daniel, un ámbito lleno de envidias, rivalidades, facciones, adulaciones e hipocresías.
Nos acordamos de los “prefectos, sátrapas, altos oficiales y gobernadores” que se
confabularon contra el profeta y presentaron acusaciones contra él al rey de Persia
(Daniel 6:1–15).
… para frustrar sus propósitos, todos los días de Ciro, rey de Persia, hasta el
reinado de Darío, rey de Persia (4:5)
Las últimas frases anticipan lo que 4:24 expresará explícitamente: mediante estas
tácticas, los enemigos lograron finalmente sus intenciones y consiguieron parar las
obras del templo.
Cuando los judíos estaban en plena faena, llegó desde la corte la orden de paralizar
las obras de construcción. Para asombro suyo, Zorobabel y Jesúa y los demás líderes
vieron cómo el emperador daba marcha atrás con respecto a su decreto inicial. Y esta
prohibición siguió vigente durante el resto del reinado de Ciro, durante todo el reinado
de Cambises, y hasta principios del reinado de Darío (521–486 a. C.). A lo largo de
dieciséis años, las obras del templo fueron paralizadas.
Entonces cesó la obra en la casa de Dios que estaba en Jerusalén, y quedó
suspendida hasta el año segundo del reinado de Darío, rey de Persia (4:24)
Como ya hemos dicho, 4:6–23 forma un largo paréntesis en medio de este capítulo.
Comentaremos 4:24 con más detalle cuando lleguemos a este punto en el texto. Lo
citamos ahora solamente para hacer constar cuáles fueron los resultados de las tácticas
de los enemigos: durante un tiempo lograron sus fines; consiguieron que las obras del
templo fueran paradas por decreto real. Así pues, justo cuando parecía que la
edificación del templo avanzaba rápidamente, vino un gran contratiempo.
Dios abre puertas y nadie puede cerrarlas. Pero también cierra puertas y nadie
puede abrirlas. Hay ocasiones en las que tenemos forzosamente que reconocer una
derrota. Lo hacemos confiados en que solo es un contratiempo temporal y que el Señor
sabrá sacarnos de la situación a su tiempo y nos capacitará para seguir adelante con la
obra.
Seguramente, la orden del rey sembró en los judíos una gran desazón. En un
instante, todas sus esperanzas estaban deshechas. Pero uno sospecha que el disgusto
estaba mezclado con un sutil sentimiento de alivio. Como siempre ocurre en tiempos de
oposición estatal, ahora el pueblo de Dios tenía una buena excusa para no seguir
sacrificándose en la obra de Dios. Podían dedicarse a sus propias casas y a sus propios
intereses y abandonar la carga costosa de la edificación de la casa de Dios.
Al menos, esta es la impresión que recibimos cuando, dieciséis años después, Hageo
tiene que reprenderles a causa de su egocentrismo, su materialismo y su descuido del
templo (Hageo 1:2–4). Habían echado los cimientos con gran alegría y celebración

132
(3:10–11), pero ahora abandonaban la obra con un espíritu resignado que iba a
convertirse pronto en comodidad.

Persecuciones posteriores
Esdras 4:6–16
En el reinado de Asuero, al principio de su reinado… (4:6)
Puesto que la reconstrucción del templo de Jerusalén fue acabada durante el
reinado de Darío I (ver apéndice 1) y este reinó muchos años antes que Asuero, queda
claro que los episodios de enemistad mencionados en 4:6–23 ocurrieron después de los
eventos narrados en los capítulos 5 y 6. Aquí, pues, empieza un gran paréntesis en el
cual Esdras introduce documentación procedente de los archivos reales que, aunque
cae fuera de una cronología estricta, sirve para demostrar que la animosidad mostrada
hacia los judíos en 4:1–5 no fue un caso aislado, sino que formó parte de una larga
secuencia de iniciativas similares. Los enemigos del pueblo de Dios fueron poderosos y
persistentes.
Podemos resumir la cronología de este capítulo de la siguiente manera:
1. Los versículos 1 a 5, como ya hemos visto, describen la oposición de los samaritanos
durante el reinado de Ciro; es decir, desde la llegada de los judíos a Jerusalén hasta
la promulgación del edicto imperial prohibiendo la obra del templo (ca. 536 a. C.),
oposición que se mantuvo activa hasta el reinado de Darío (521–486 a. C.).
2. El versículo 6 describe la oposición de los samaritanos durante el reinado de Asuero
(Jerjes I, 486–465 a. C.).
3. Los versículos 7 a 23 presentan las dificultades causadas por los samaritanos
durante el reinado de Artajerjes I (464–423 a. C.).
4. El versículo 24 vuelve atrás al reinado de Ciro (536 a. C.) y nos dice cuál fue el triste
desenlace de la oposición inicial de los samaritanos.
Está claro, pues, que Asuero no ascendió al trono de Persia inmediatamente
después del reinado de Ciro, sino décadas más tarde, después de los reinados de
Cambises (530–522) y Darío I (521–486). Hay que suponer un salto de unos cincuenta
años entre los eventos narrados en 4:1–5 y el episodio de 4:6.
Para los conocedores de la Biblia, Asuero es una figura familiar, gracias a su
protagonismo en el libro de Ester. Su nombre persa fue Jshayarsha, de difícil
pronunciación tanto para griegos como para judíos (¡como para nosotros!). Así, aparece
en textos hebreos como “Ahasuero” y en textos griegos como “Jerjes”.
Notemos que Esdras puntualiza que la primera de estas intervenciones ocurrió “al
principio del reinado” de Asuero. En aquel entonces, el rey estaba bajo la influencia
133
nefasta de su consejero antisemita Amán, “enemigo de los judíos” (Ester 8:1). Más
adelante, gracias al sabio consejo del judío Mardoqueo, a la fidelidad de Ester y, sobre
todo, a la buena providencia de Dios, Asuero iba a convertirse en amigo y defensor de
los judíos y el propio Mardoqueo sería su principal consejero.
… escribieron una acusación contra los habitantes de Judá y de Jerusalén (4:6)
El libro de Ester indica que, cuando Amán tramó su estrategia genocida contra los
judíos, no le faltó el apoyo de amplios sectores del imperio persa. Así pues, la
animosidad mencionada en 4:4–5 no fue un brote aislado de persecución ni tampoco
un antagonismo de poca entidad, sino que fue la primera de muchas ofensivas
antisemitas en los reinados siguientes.
No sabemos nada más acerca de esta carta: cuál era su contenido, de qué acusaba a
los judíos y cuáles fueron sus consecuencias. Algunos comentaristas suponen que tuvo
que ver con un intento de los judíos de reconstruir las murallas de Jerusalén (cf. 4:12,
16); pero, para Esdras, este no es el asunto. Lo importante no es el origen o el
desenlace de la situación, sino el hecho del antagonismo en sí.
Debe notarse que Esdras no menciona en esta lista la oposición más terrible
experimentada por los judíos en este período: el genocidio planeado por Amán que fue
frustrado solamente por la intervención valiente de Ester. Hay dos posibles
explicaciones de esta omisión. Por un lado, el intento de Amán fue una amenaza tan
terrible y la liberación de los judíos fue tan grande que se inauguró la celebración anual
de la fiesta de Purim (Ester 9:29–32) para conmemorarlos. Como consecuencia, ningún
judío desconocía estos hechos y a Esdras le puede haber parecido innecesario incluirlos
en su narración.
Pero la explicación más probable es que la persecución de Amán no comenzó en
Samaria y no se limitó a Tierra Santa, mientras que la relación de Esdras 4 trata solo la
persecución samaritana de aquellos judíos que vivían en “Judá y Jerusalén”.
Y en los días de Artajerjes… (4:7)
Otra vez hay un salto en el tiempo. La oposición de los enemigos al principio del
reinado de Asuero nos situaba aproximadamente en el año 485 a. C. El reinado de
Artajerjes no comenzó hasta el 464, dejando un intervalo mínimo de unos veinte años.
Muchos autores, sin embargo, suponen que ese intervalo habrá sido aún mayor, porque
este nuevo episodio habrá ocurrido después del retorno a Jerusalén de Esdras (en el
458) y antes del retorno de Nehemías (en el 445). Es decir, el intervalo puede haber
sido de casi cuarenta años.
La razón por la que estos autores opinan así es que la situación descrita en este
texto (4:7–23) parece corresponder con la situación descrita en Nehemías 1:1–3 y que
provocó la decisión de Nehemías de interceder ante el rey. Por supuesto, el motivo de
este brote de oposición no es la reconstrucción del templo, ya acabado desde hace
décadas, sino un primer intento de los judíos de levantar las murallas de la ciudad (4:12,
16). Es probable que la prohibición a seguir con esta construcción (4:21–23) diera lugar
a aquel derribo de las murallas y aquella quema de las puertas que provocaron tal

134
congoja en Nehemías. Solemos suponer que Nehemías se conmovió al enterarse del
estado ruinoso de la ciudad causado por los babilonios en la conquista del año 587 a. C.
Pero, a la luz de la información proporcionada por este capítulo, es mucho más
probable que se conmoviera porque Hanani le informó de una nueva destrucción: los
judíos casi habían acabado de reconstruir las murallas (Esdras 4:12), cuando vino la
orden real de parar la obra (4:21). El celo y la animosidad de los enemigos les habían
llevado a interpretar el decreto real no solamente como instrumento para impedir el
seguimiento con la construcción, sino como excusa para derribar y quemar lo ya
construido.
Así podemos comprender la situación extremadamente delicada a la que tuvo que
enfrentar Nehemías y el inmenso valor que mostró al hablar con el rey. Porque no era
cuestión de pedir a Artajerjes que rectificara un agravio cometido por los babilonios
hacía ya más de 130 años, sino de rogarle que anulara los efectos de un decreto dado
por el mismo Artajerjes.
De ser correcta esta datación de este episodio, nos enseña que el patrocinio real era
entonces (¡y ahora!) un valor inestable e inseguro. Artajerjes, quien puede haber
conocido la influencia de Ester y Mardoqueo en su juventud, se mostró en varios
momentos muy complaciente con los judíos. Autorizó a Esdras para que volviera a
Jerusalén con un nuevo grupo de exiliados y estableciera la ley de Dios como legislación
vigente en Judá. Permitió el retorno de Nehemías para llevar a cabo la reconstrucción
de las murallas de la ciudad. Pero la buena disposición del rey estaba sujeta a la
volubilidad de su estado anímico, el cual, a su vez, estaba sujeto a las diferentes
presiones de facciones de la corte.
Afortunadamente, la persecución del pueblo de Dios no siempre tiene la misma
intensidad. El enemigo está siempre merodeando a ver a quién puede devorar, pero sus
embistes contra la iglesia suelen concentrarse en ciertos momentos. El Señor, en su
soberanía, suele dar a los suyos períodos de alivio entre medio.
… Bislam, Mitrídates, Tabeel y sus demás compañeros escribieron a Artajerjes, rey
de Persia… (4:7)
Hasta aquí hemos dado por sentado que el versículo 7 es el comienzo del mismo
episodio descrito en los versículos siguientes (4:8–23). Sin embargo, algunos
comentaristas opinan que 4:7 describe un incidente independiente: se trata de una
intervención por parte de enemigos samaritanos, quienes escribieron al rey
protestando las acciones de los judíos; pero, como en el caso del episodio de 4:6, no se
nos proporcionan detalles acerca de sus acusaciones.
Por supuesto, la razón por la que siguen esta interpretación es que los nombres de
4:7 no se corresponden con los de 4:8 (aunque esto se explicaría si se entiende que los
nombres de 4:7 son de los hombres que tomaron esta iniciativa contra los judíos,
mientras que los del versículo 8 son de aquellos que de hecho redactaron la carta).
Bislam es un nombre desconocido en la Biblia fuera de este texto.258 El Mitrídates de
este versículo no debe confundirse con el tesorero de Ciro que ya ha entrado en
escenario en 1:8, pues este estaba en la corte al menos ochenta años antes. A causa de

135
su nombre persa, se ha sugerido que podría tratarse del cónsul persa en Samaria (en
cambio, sus dos consignatarios tienen nombres semíticos). Tabeel, cuyo nombre
significa “Dios es bueno”, es otra figura que solo aparece aquí en la Biblia. Pero, al
margen de los nombres, es difícil ver la relación entre estos señores y los de 4:8. ¿Acaso
son estos tres los instigadores de la iniciativa contra los judíos, mientras que Rehum y
Simsai son los autores materiales de la carta? ¿Pertenecen estos tres al grupo de los
“demás compañeros” del comandante y del escriba (4:9, cf. 4:7)? ¿Fueron ganados
Rehum y Simsai para la causa antijudía por medio de una carta escrita anteriormente
por los tres adversarios de 4:7? No lo sabemos.
… y el texto de la carta estaba en escritura aramea y traducido del arameo (4:7)
Sin embargo, a pesar de lo incógnito de esta relación, el peso de las (pocas)
evidencias no parece indicar una ruptura en el texto, sino una continuidad que milita en
contra del aislamiento de 4:7 como episodio aparte. Ya de por sí nos extrañaría que
Esdras mencionara la existencia de la carta sin hacer absolutamente ninguna alusión a
su contenido, ni siquiera para decirnos que contenía “una acusación contra los
habitantes de Judá” (como en 4:6). Pero, aún más, ¿qué sentido tendría informarnos de
que el texto fue escrito en letra aramea y traducido al arameo si luego no se cita el
texto ni se refiere a él? No. Es mucho más probable que esta información se nos da
porque Esdras está a punto de citar textualmente este documento en arameo.
La doble referencia al arameo es algo oscura. Quizás se refiera a la escritura y el
lenguaje (“estaba escrito en letras arameas y en el idioma arameo”). O quizás se refiera
al texto escrito y hablado (“estaba escrito en arameo y leído en voz alta en arameo”).261
O quizás la segunda referencia anuncie el cambio de idioma en el texto de Esdras.
Rehum, el comandante, y Simsai, el escriba, escribieron una carta al rey Artajerjes
contra Jerusalén, de esta manera… (4:8)
Y, efectivamente, a partir de Esdras 4:8, y hasta 6:18, el texto bíblico cambia del
hebreo al arameo. Incluso cuando Esdras intercala pequeños comentarios suyos para
entrelazar los documentos oficiales (por ejemplo, en 4:11), sigue empleando el arameo,
seguramente porque sus lectores eran bilingües y porque ir cambiando de un idioma a
otro serviría solo para complicar la lectura. De hecho, nos enteramos de que se trata de
la cita literal de un documento que Esdras tiene a mano no solamente por el uso del
arameo, sino por el carácter formal, repetitivo y algo pedante del lenguaje burocrático
de estos versículos.
Se ve que Rehum era un nombre popular en aquel entonces. Aparecen varios
hombres llamados así en los libros de Esdras y Nehemías. El Rehum de nuestro texto
era un importante oficial persa que ocupaba un cargo político-militar en la provincia de
“Transeufratina” (4:10–11), probablemente como gobernador de Samaria (4:17). En
aquel momento, él sería el mandamás con derecho de inspección sobre Jerusalén por
ser Samaria la capital de Transeufratina, a la cual pertenecía el distrito de Judá.265
Acerca de Simsai, no sabemos nada, excepto que era un alto funcionario en Judá y
el encargado de escribir los documentos oficiales más importantes.

136
Rehum, el comandante, Simsai, el escriba… (4:9)
En una primera lectura, este versículo no es más que una repetición innecesaria del
versículo 8. Pero no es así. El 8 constituye la presentación por parte de Esdras de la
carta que está a punto de citar. En cambio, los versículos 9 y 10 constituyen el comienzo
del texto de la carta misma, escrita en el lenguaje altisonante de un documento
cortesano formal. Así pues, deben ser leídos “entre comillas” como parte integral del
documento.
Como era habitual en aquel entonces, la carta es firmada no al final, sino al
principio. La impresión que recibimos aquí es de un documento cuidadosamente
elaborado y con una larga lista de firmas y sellos. Es probable que los dos primeros
signatarios fueran el comandante, por haber dictado el texto del documento, y el
escriba, por haber recibido y transcrito el dictado.
Por supuesto, la larga lista de signatarios tiene la intención de impresionar al rey.
Cuántas más firmas se puedan reunir, y cuánto más elevados sean los cargos políticos
de los firmantes, tanta más presión se ejerce sobre el monarca.
… y sus demás comañeros, los jueces y los gobernadores de menos categoría, los
oficiales, los secretarios… (4:9)
Podemos suponer que aquí sigue la lista de nombres y firmas, pero que Esdras la ha
simplificado dando solamente las diferentes categorías y suprimiendo los nombres
particulares.
• Los demás compañeros es una frase genérica que ya hemos visto en 4:7 y que
habríamos esperado encontrar al final de la lista.
• Los jueces son los oficiales encargados con la administración de los tribunales y la
aplicación de las leyes imperiales.
• Los gobernadores de menos categoría son posiblemente los gobernadores de
distritos administrativos. Si Rehum es el sátrapa responsable por el gobierno de
toda la provincia de Transeufratina, entonces estos gobernadores incluirían a los
que, bajo su mandato, se ocupaban del gobierno regional de Samaria, Judá, Amón,
etc.
• Los oficiales son otros funcionarios de cierta categoría.
• Los secretarios son los responsables de las comunicaciones oficiales y de los archivos
imperiales.
… los hombres de Erec, los babilonios, los hombres de Susa, es decir, los elamitas…
(4:9)
La lista sigue. Ahora no se trata de los oficiales y funcionarios imperiales, sino de
representantes de los diferentes pueblos que habían sido deportados por los asirios
para colonizar Samaria. Evidentemente, los autores de la carta quieren dar la impresión
de un gran consenso: no se trata de un solo grupo étnico, que podría tener actitudes
racistas contra los judíos, sino de toda la gente de la provincia.

137
• Los hombres de Erec: la ciudad de Erec (en asirio y babilonio, Uruk) se levantaba en
la orilla izquierda del Éufrates, entre Babilonia y Ur. Desde el tercer milenio antes de
Cristo, pertenecía a los elamitas, pero fue conquistada por Asurbanipal en el año
635.
• Los babilonios también sufrieron a manos de los asirios. De hecho, el hermano de
Asurbanipal, un tal Shamash-Shum-Ukin, cuando era gobernador de Babilonia, se
sublevó contra su hermano, provocando un asedio de la ciudad que duró dos años
(650–648) y, sin duda, causó mucho sufrimiento a los habitantes, incluido
probablemente el castigo de la deportación. Se ve que estos babilonios, residentes
en Samaria, no habían podido volver a casa después de la caída de Asiria.
• Los hombres de Susa, es decir, los elamitas también habían sufrido la deportación.
Susa, que en el momento de la redacción de la carta era ya la capital administrativa
del imperio persa, había sido la ciudad principal de los elamitas. Fue destruida
brutalmente por Asurbanipal en el año 640 a. C., a causa de su apoyo a la rebelión
de su hermano. Los elamitas sufrieron entonces las mismas deportaciones que los
babilonios.
… y las demás naciones que el grande y noble Asnapar deportó y estableció en la
ciudad de Samaria, y en el resto de la provincia al otro lado del Río (4:10)
El lenguaje halagüeño prosigue. Al tirano despiadado Asurbanipal le llaman “grande
y noble”, cuando, de hecho, ellos mismos (es decir, sus progenitores y familias) habían
sido víctimas de su programa de traslados forzados de poblaciones enteras. Sus
deportaciones masivas, y el inmenso sufrimiento que causaron, se contemplan ahora
como el desafortunado “daño colateral” del gobierno de un hombre de altas miras e
intenciones ilustres. Seguramente, nombran a Asurbanipal, y no a su padre Esar-hadón
(quien, según 4:2, fue el autor material de la deportación de sus familias), porque
Asurbanipal era el más grande de los reyes de Asiria. Extendió las fronteras del imperio
al Alto Egipto y al Elam. Su reinado (669 a 627 a. C.) marcó el momento culminante de la
grandeza imperial, aunque también el comienzo de su declive.
Pero la personalidad de Asurbanipal no se caracterizaba solo por la tiranía y la
crueldad. En la segunda parte de su reinado, se dedicó a las artes y las letras, llegando a
ser “el más grande patrón de literatura al que conocemos en los siglos precristianos”.
Creó la famosa biblioteca de Nínive. Incluso en la administración del imperio dio ciertas
muestras de misericordia y aun de generosidad. Por ejemplo, siguió la política de
devolver a sus tronos a aquellos reyes conquistados que se sometían a su hegemonía
como príncipes tributarios. Esto, según documentos imperiales, es lo que pasó con el
faraón Necao. Y esto también es lo que le pasó a Manasés de Judá. Había sido llevado a
Babilonia en tiempos de Esar-hadón, atado con cadenas de bronce y sujetado con
garfios, es decir, con tiras de cuero atravesándole la nariz (2 Crónicas 33:11). Pero fue
restaurado por Asurbanipal, eso sí, bajo la condición de rendirle homenaje y pagarle
tributo. Lo que suele ocurrir es que, cuando un tirano, después de cometer terribles
atrocidades, tiene un gesto de clemencia, la gratitud de las víctimas es tal que se

138
olvidan de los mil actos de maldad y se acuerdan del único acto de bondad. ¡A lo mejor,
esto es lo que explica la adulación de los firmantes de esta carta!
Pero, con todo, no deja de ser una triste adulación, empleada para congraciarse con
el rey. Es un ejemplo de cómo el interés político distorsiona los hechos y subvierte la
veracidad. Pensemos en las palabras de Jesús: Los reyes de los gentiles se enseñorean de
ellos; y los que tienen autoridad sobre ellos son llamados bienhechores (Lucas 22:25); es
decir, aun cuando los gobernantes son tiránicos, arbitrarios, injustos y crueles, suelen
ser halagados con títulos que resaltan su bondad. Recordemos también las palabras del
profeta. Él miró adelante al momento en que un rey reinará en justicia, y entonces no se
cegarán los ojos de los que ven, y los oídos de los que oyen escucharán… Ya no se
llamará noble al necio, ni al tramposo se le dirá generoso (Isaías 32:1–5). El mundo
concede títulos de nobleza a los que no se los merecen, los emperadores asirios
incluidos; pero el hombre que es noble de verdad concibe cosas nobles, y en las cosas
nobles se afirma (Isaías 32:8).
Los signatarios de la carta no se interesan por la veracidad y la justicia. Solo buscan
salirse con la suya y, para ello, están dispuestos a revisar la verdad histórica con el fin de
ganar el apoyo del rey para sus intereses.
En el capítulo 2, tuvimos ocasión de estudiar la larga lista de nombres de personas
dispuestas a colaborar en la obra de Dios y en la edificación de su templo. Ahora,
leemos otra lista, más breve y de signo opuesto: se trata de gobernantes [que] traman
unidos contra el Señor y contra su ciudad y su pueblo (Salmo 2:2).
Aquí encontramos la primera mención de la provincia “al otro lado del Río”, que
figurará en varios pasajes de Esdras. Se trata de la quinta satrapía del imperio,272 el
territorio llamado en hebreo “Eber-hannahar”, en arameo “Abar-naharâ” y en babilonio
Eber-nari; es decir, “Más allá del río”. Pero, naturalmente, debemos entender este
nombre desde la perspectiva de los que vivían en Persia o en Babilonia. El río en
cuestión es el Éufrates, y “más allá” se refiere al territorio al oeste del río. Parece haber
incluido un área enorme que se extendía desde Siria hasta Idumea y Edom, e incluía
también Chipre y Fenicia. Es la satrapía que hemos llamado “Transeufratina”. Era
gobernada por un sátrapa o gobernador provincial y estaba dividida en distritos o
provincias (Samaria, Judea, Amón, etc.), cada uno de los cuales tenía su gobernador
local.
Y ahora esta es la copia de la carta que le enviaron… (4:10–11)
Las palabras “y ahora”, que aparecen al final de los versículos 10, 11 y 17, parecen
haber constituido una fórmula empleada en documentos oficiales para señalizar un
nuevo párrafo o una nueva sección del texto. Lo que sigue (esta es la copia que le
enviaron) es una nota añadida por Esdras como nota de editor. Todo hace pensar que él
tenía en su poder el documento correspondiente, procedente del archivo real, y que
ahora lo cita textualmente.
Al rey Artajerjes, de tus siervos, los hombres de la provincia al otro lado del Río…
(4:11)

139
Después de la relación de los remitentes y signatarios viene el nombre del receptor
(al rey Artajerjes) y luego otra explicación más (¡ya van tres!) acerca de quiénes son los
firmantes de la carta (de tus siervos, los hombres de la provincia al otro lado del Río).
Por segunda vez incluyen una referencia al “Transeufratina” y, como en 4:10, lo
hacen dando a entender que ellos representan los sentimientos y los intereses de toda
la provincia.
Y ahora sepa el rey… (4:11–12)
Por fin, después de tanto preámbulo, comienza el contenido de la carta. Lo primero
que aparece es un supuesto resumen de los hechos (4:12).
… que los judíos que subieron de ti han venido a nosotros en Jerusalén… (4:12)
No queda del todo claro de qué grupo de judíos están hablando. La carta parece
referirse a algún grupo específico que subió a Jerusalén durante el reinado de
Artajerjes. Podría tratarse del grupo que volvió con Esdras en el año séptimo del rey
(7:7–8; 8:1–31). Pero, naturalmente, la queja debe incluir también a los judíos que ya se
habían establecido en la ciudad desde tiempos de Zorobabel y Jesúa.
Si la carta centra la atención en el grupo recién llegado, sin duda es para incomodar
al rey. Señalar a “los judíos que subieron de ti” es recriminarle al rey de una manera
sutil, como si dijera: “Aquellos judíos a los que diste permiso se han vuelto contra ti;
mira adonde te ha llevado tu política de amabilidad con esa gente; los judíos solo
pueden ser tratados con mano dura”.
Quizás sea levantar un edificio demasiado grande sobre el cimiento de unas
evidencias muy pequeñas, pero una posible reconstrucción de los hechos sería la
siguiente:
1. Artajerjes fue criado y formado en una corte marcada por la influencia moral y
espiritual de la reina Ester y el primer ministro Mardoqueo. Como consecuencia,
aunque él mismo nunca abrazó la fe judía, sentía mucha simpatía por los judíos.
2. Por tanto, concedió permiso para que Esdras encabezara el retorno de un grupo de
judíos exiliados con el fin de establecer la ley de Dios como legislación vigente en
Judá.
3. Este grupo, juntamente con los judíos ya establecidos en Judá, decidieron
emprender la reconstrucción de las murallas de Jerusalén.
4. Los enemigos, indignados por las reformas legislativas de Esdras, utilizaron la
reparación de las murallas como excusa para arremeter contra los judíos e
incomodar al rey ante su corte y sus consejeros, escribiéndole el presente
documento con sus veladas acusaciones de incompetencia real.
5. El rey, abrumado por tales presiones, dio marcha atrás y frenó la construcción de las
murallas “hasta que salga un decreto de mí” dando el oportuno permiso (4:21). Sin
duda, añadió esta frase porque seguía sintiendo simpatía para los judíos y deseaba
concederles permiso en cuanto hubiera amainado la tormenta de la animosidad de
los enemigos.
6. Sin embargo, los enemigos aprovecharon el nuevo decreto del rey como excusa no
140
solamente para frenar la obra (4:23), sino para derribar lo ya construido y quemar
las puertas de la ciudad (Nehemías 1:3).
7. Fue esta destrucción la que acongojó a Nehemías (Nehemías 1:4) y le condujo a
solicitar permiso para deshacer el daño de los enemigos y levantar las murallas
(Nehemías 2:4–5).
De todas maneras, esta frase (los judíos que subieron de ti) conlleva la misma clase
de acusación que la que se esconde detrás de las palabras dirigidas por Adán a Dios: la
mujer que tú me diste… (Génesis 3:12). Pero el pobre Artajerjes no es Dios. Se pierde en
medio de las intrigas de la corte. Bajo las presiones sutiles de sus “siervos, los hombres
de la provincia al otro lado del Río” (4:11), acabará claudicando ante la mezcla de lisonja
halagüeña y amenaza velada que configura esta carta. Ellos se llaman sus siervos, pero
su idea es utilizar su posición política para hacer que el rey se doblegue y sirva a sus
intereses.
… están reedificando la ciudad rebelde y perversa… (4:12)
Los enemigos del pueblo de Dios siempre se han opuesto a la construcción de “la
ciudad”. Esto debemos tenerlo claro. Para el creyente, Jerusalén (en aquellos tiempos,
la Jerusalén de abajo, terrenal, ubicada en el distrito de Judá en la provincia de
Transeufratina; ahora, la Jerusalén de arriba, celestial e invisible) siempre ha sido la
ciudad santa, la ciudad de Dios; pero, para los enemigos, es “la ciudad rebelde y
perversa”. Como Jerusalén no reconoce el señorío del príncipe de este mundo ni se rige
por las normas éticas consideradas políticamente correctas, es percibida como
potencialmente subversiva y, en consecuencia, como entidad que debe ser
neutralizada.
… y están terminando las murallas y reparando los cimientos (4:12)
Huelga decir, a estas alturas, que las murallas y los cimientos no son los del templo,
sino los de la ciudad misma. De hecho, ya hacía medio siglo que el templo se había
completado. Se trata, pues, de una iniciativa no narrada en el resto de las Escrituras,
sino solamente en este capítulo. Por la frase “están terminando las murallas”
entendemos que la obra de reconstrucción de las murallas ya se halla en fase avanzada.
Ahora sepa el rey… (4:13)
Después del resumen de los hechos, viene la interpretación de los mismos por parte
de los signatarios (4:13–16). Consta de cuatro partes:
1. La advertencia al rey del peligro que representa la reconstrucción de las murallas de
Jerusalén (4:13).
2. La explicación de las motivaciones de los signatarios: solo buscan los intereses y la
seguridad del rey. Ellos son los buenos (4:14).
3. La explicación histórica de las rebeliones de los judíos. Ellos son los malos (4:15).
4. Una repetición de la advertencia inicial, para mayor énfasis (4:16).
… que si esa ciudad es reedificada y las murallas terminadas, ellos no pagarán
141
tributo, ni impuesto, ni peaje, lo cual perjudicará los ingresos de los reyes (4:13)
Los argumentos de los enemigos son económicos (aquí) y políticos (en 4:16). Pero,
por supuesto, la motivación de los judíos en la reconstrucción de Jerusalén fue sobre
todo religiosa.
Los “tributos, impuestos y peajes” son las tres fuentes de ingreso normal en las
arcas imperiales. Los “peajes” (o “rentas”) quizás sean dineros cobrados por el uso de
los caminos imperiales, o dineros recaudados en los puestos de aduanas por el traslado
de mercancías.
Y debido a que estamos en el servicio del palacio… (4:14)
Ahora los signatarios explican sus motivaciones. ¡Lejos de ellos haber escrito la carta
por intereses personales! Solo lo han hecho por amor a su rey y por lealtad a su
servicio. A fin de cuentas, ¿cómo podían consentir este atropello de los judíos contra la
integridad del imperio estando ellos mismos “en el servicio del palacio”? Esta última
frase significa literalmente: “ya que comemos la sal del palacio”. Deben su
sostenimiento al rey y, por tanto, están unidos a él por los “vínculos sagrados de la
hospitalidad”. En toda la carta, la intención de los signatarios es hacer que los judíos
parezcan desleales y subversivos, en contraste con ellos mismos, los samaritanos, que
son fieles colaboradores del imperio.
… y no es apropiado que veamos el menosprecio al rey, por eso hemos enviado
para hacerlo saber al rey… (4:14)
De ningún modo, pues, pueden callarse y permitir que los judíos actúen
impunemente en contra de los intereses reales. Son siervos fieles y agradecidos. Ven el
levantamiento de las murallas con alta preocupación y sospechan que solo es el primer
paso de un complot subversivo de los judíos contra el rey, quien, de una manera
bondadosa, pero un tanto ingenua, les ha dado permiso para volver a la ciudad. Se
sienten indignados por esta falta de respeto a su majestad. ¡Esta es la única motivación
que han tenido al escribir la carta!
… a fin de que se investigue en el libro de las Memorias de tus padres (4:15)
Pero Artajerjes no debe depender solamente del criterio de Rehum y sus
compañeros. No. Debe ser imparcial. Por tanto, que ordene que sus hombres hagan
una investigación en los archivos reales y, así, comprobará que otras personas, con total
independencia de los samaritanos y de sus intereses, dan fe de la perversidad secular
de Jerusalén.
Al hablar de “tus padres”, es bastante obvio que la referencia no es a los anteriores
reyes de Persia (que, en general, habían tratado a los judíos con amabilidad y que no
habían tenido importantes problemas con ellos), sino a los reyes de Babilonia, que
habían conocido la perversidad política de los últimos reyes de Judá.
Y en el libro de las Memorias hallarás y sabrás que esa ciudad es una ciudad
rebelde y perjudicial a los reyes y a las provincias, y que en tiempos pasados se han
incitado rebeliones dentro de ella; por eso fue devastada esa ciudad (4:15)

142
Desde el punto de vista imperial, hay cierta verdad en esta acusación; al menos,
suficiente verdad como para despertar alarma en Artajerjes y sus consejeros. Ya hemos
visto cómo Manasés de Judá (686–642 a. C.) consiguió recuperar su trono
sometiéndose al dominio tributario del imperio. Aun antes que él, Ezequías se rebeló
contra el rey de Asiria y no le sirvió, provocando así la ira de Senaquerib, quien subió
contra todas las ciudades fortificadas de Judá, y las tomó (2 Reyes 18:7, 13). Más
adelante, durante el breve período de vacío de poder imperial que se produjo entre el
declive de Asiria y la consolidación del imperio babilónico, Josías (640–609) se emancipó
de manera similar del vasallaje asirio. Desde el punto de vista imperial, esto en sí era un
acto de rebeldía. Luego, durante los reinados sucesivos, Judá se encontraba como títere
entre las dos superpotencias de Egipto y Babilonia, lo cual condujo a un vaivén de
alianzas y rebeliones. Joacim se sometió a Nabucodonosor durante un tiempo, pero
luego, en el año 601, se rebeló contra él (2 Reyes 24:1) y murió en una sublevación
palaciega (597 a. C.). Su hermano Sedequías planeaba constantemente la rebelión
contra Babilonia (2 Reyes 24:20), a pesar de las advertencias de Jeremías (Jeremías
27–29). El resultado fue el asedio y la destrucción de Jerusalén (587 a. C.) por el ejército
babilónico (2 Reyes 24:20–25:21). Todo esto y más se encontraba, sin duda, en los
archivos reales.
Sin embargo, desde el punto de vista judío, estas supuestas “rebeliones” eran más
que justificadas. Eran intentos legítimos por retener o recuperar la soberanía nacional,
después de invasiones despiadadas que carecían de toda base legal o moral. Solo si se
admite la ley del más poderoso se puede hablar de subversión y rebelión. ¡Pero los
fuertes acaban imponiendo su ley y los vencedores suelen escribir su versión de la
historia!
Nosotros informamos al rey que si esa ciudad es reedificada y las murallas
terminadas, como resultado, el territorio más allá del Río no será suyo (4:16)
¡Qué sutiles y perniciosos son estos enemigos! Han empezado su informe
expresando su preocupación por que los judíos, una vez parapetados detrás de sus
murallas, se vuelvan recalcitrantes en el momento de pagar los impuestos imperiales.
Ahora acaban despertando el fantasma de un golpe de Estado judío en todo el enorme
territorio de la provincia de Transeufratina. Con esto desean infundir pánico en el rey.
Cargan las tintas sobre una inexistente amenaza de sedición.

La respuesta de Artajerjes
Esdras 4:17–5:1
Entonces el rey envió respuesta a Rehum, el comandante, a Simsai, el escriba, y a

143
sus demás compañeros que habitan en Samaria y en las demás provincias al otro lado
del Río… (4:17)
La respuesta del rey no se hizo esperar. Se trata de otro documento administrativo
escrito en lenguaje formal y convencional. Evidentemente, Esdras tenía a mano el
documento en cuestión y nos da una transcripción exacta de su contenido, aunque esta
vez omite la repetición de los nombres del remitente y de los receptores de la carta.
Probablemente, la parte del versículo que describe la ubicación de “los demás
compañeros” debería ser traducida como: que habitan en Samaria y en los demás
distritos de la satrapía de Transeufratina.
Paz. Y ahora el documento que nos enviasteis ha sido leído claramente delante de
mí (4:17–18)
Después del saludo tradicional de Oriente (“¡Paz!”) y la manera convencional de
abrir un nuevo párrafo (“y ahora”), el rey procede a acusar recibo del documento de
Rehum y Simsai.
Este documento, escrito en arameo, ha tenido que ser leído delante del rey por otra
persona, probablemente porque el rey mismo no dominaba el arameo. Su lengua sería
el persa, por lo cual el lector ha tenido que hacer una traducción del documento. Este
es el sentido de la frase “ha sido leído claramente delante de mí”; literalmente: “ha sido
leído y traducido delante de mí”.
Y por mí fue proclamado un decreto; se investigaron los hechos, y se ha
descubierto que esa ciudad en tiempos pasados se ha levantado contra los reyes, y
que en ella se ha fomentado rebelión e insurrección… (4:19)
El decreto (es decir, la orden escrita) del rey dio cauce a la sugerencia de Rehum y
Simsai: la de buscar en los archivos para descubrir y confirmar la larga historia de
rebeliones e insurrecciones de la ciudad de Jerusalén.
Los enemigos eran inteligentes. Sabían perfectamente que los archivos contendrían
descripciones de estos episodios. Lo que no puntualizaron es que esas rebeliones
fueron en contra de los reyes de Asiria y Babilonia y ocurrieron en épocas históricas
cuando los propios persas y elamitas también practicaban sublevaciones en contra del
imperio.
Por otro lado, los archivos incluían también documentación acerca de las iniciativas
positivas de diferentes reyes a favor de los judíos y de Jerusalén. Aparentemente, esta
clase de datos no llegó al rey. No sabemos si esto se debió a que los funcionarios eran
un tanto ineptos, o si habían sido sobornados por los samaritanos (cf. 4:5) para no
presentar ante el rey ninguna información positiva, sino solo la negativa. En cualquier
caso, se trata de poca seriedad administrativa.
… que reyes poderosos han reinado sobre Jerusalén, gobernando todas las
provincias más allá del Río, y que se les pagaba tributo, impuesto y peaje (4:20)
La información acerca del poderío de algunos los reyes de Israel también es
correcta: David y Salomón habían extendido las fronteras de Israel para incluir la mayor
parte de Transeufratina. Pero eso había ocurrido cinco siglos atrás. Lo que no es
144
correcto es pensar que los actuales habitantes hebreos de Jerusalén, un pequeñísimo
remanente de aquella gran nación, pudieran representar una seria amenaza al imperio.
La información llegada desde Transeufratina, juntamente con los resultados sesgados
de la investigación administrativa, dan al rey una visión completamente exagerada y
alarmista de la obra y las intenciones de los judíos (cf. Ester 3:8).
Ahora pues, proclamad un decreto para que estos hombres paren la obra y que esa
ciudad no sea reedificada hasta que salga un decreto de mí (4:21)
Con todo, el rey decide cortar por lo sano. Aconsejado por los enemigos del pueblo
de Dios, decide mandar que “la obra” (de la reconstrucción de las murallas de
Jerusalén) sea parada, y que “la ciudad no sea reedificada” como plaza fortificada.
Sin embargo, en medio del terrible contratiempo que este decreto iba a representar
para los judíos, aparece un pequeño rayo de esperanza. Las palabras exactas de este
decreto son importantes. Efectivamente, obligan a los judíos a parar la reconstrucción
de las murallas, pero también dejan abierta la posibilidad de que el rey cambie
posteriormente de idea. Las palabras hasta que salga un decreto de mí indican que el
rey contempla la posible conveniencia, en un momento futuro, de conceder permiso
para seguir adelante con la construcción. Sin duda, Nehemías pudo aprovechar esta
posibilidad abierta cuando se atrevió a solicitar a Artajerjes que concediera
precisamente tal permiso: el decreto real había mandado solamente la paralización
temporal de la obra, no la destrucción total llevada a cabo por los samaritanos. En
realidad, el hecho de que los enemigos se extralimitaran con respecto a las
instrucciones del rey iba a obrar finalmente en su contra.
Y cuidaos de no ser negligentes en cumplir este asunto; ¿por qué se ha de
aumentar el daño en perjuicio de los reyes? (4:22)
¡Cuidaos de no ser negligentes! Aquí vemos la ingenuidad del rey, engañado y
cegado por sus consejeros. ¿Cómo iban a ser negligentes en cumplir el decreto, si ellos
mismos lo habían fomentado a causa de sus intereses creados? En realidad, el posible
“daño” causado por la construcción no representaría ningún perjuicio para el rey, sino
que significaría una posible merma de la influencia política de los samaritanos, al
significar el fin de la eficacia de sus amenazas contra Jerusalén.
Entonces, tan pronto como la copia del documento del rey Artajerjes fue leída
delante de Rehum, del escriba Simsai, y sus compañeros, fueron a toda prisa a
Jerusalén, a los judíos, y los hicieron parar por la fuerza (4:23)
Es probable que los enemigos se encontraran en Samaria (cf. 4:10) cuando llegó el
documento del rey. Se apresuraron a ir a Jerusalén. Su prisa y el hecho de que fueran
todos como un solo grupo delatan no tanto un loable celo por los intereses del rey
como una reprensible ansia por hacer avanzar sus propios intereses creados. Habían
visto cómo Jerusalén se les escapaba de las manos, probablemente a causa de la nueva
legislación impuesta por Esdras; y ahora van a toda prisa, con el documento del rey,
para impedir la continuación de esta autonomía, simbolizada por la reconstrucción de
las murallas.
145
Pero no solo fueron para frenar la construcción. La frase los hicieron parar por la
fuerza sugiere una intervención innecesariamente violenta, seguramente empleando
las tropas imperiales para dispersar a los constructores y atemorizar a los residentes en
la ciudad. Todo apunta a la situación descrita en Nehemías 1:3. Los enemigos hicieron
un claro abuso de poder y aprovecharon el documento real para ir mucho más lejos de
lo que el rey había mandado: no solo frenaron toda construcción nueva, sino que
derribaron la muralla ya construida e incendiaron las puertas. Dejaron indefensa a
Jerusalén.
Para aquellos judíos, siervos de Dios, la suspensión de las obras tiene que haber sido
un contratiempo durísimo. Parecía que los propósitos de Dios habían sido frustrados y
habían recibido un golpe irreversible.
Este párrafo nos lleva a las mismas puertas del libro de Nehemías. Sería lógico en
este punto pasar directamente a Nehemías 1 para ver cuáles fueron las consecuencias
de la paralización de las obras de reconstrucción de las murallas de Jerusalén. Sin
embargo, aquí llegamos al final del paréntesis de Esdras 4 sobre los diferentes motivos
de oposición y persecución que los judíos de aquella época tuvieron que soportar por
parte de los samaritanos. Ahora tenemos que volver atrás, al momento de la
paralización de las obras del templo en tiempos de Ciro y Darío.
¿Por qué ha sido necesaria la digresión? ¿No habría sido mucho más fácil colocar
cada cosa en su orden cronológico?
Ha sido necesario seguir un orden temático, no cronológico, porque, como ya
hemos dicho, sin este paréntesis no nos habríamos dado cuenta de la seriedad y la
constancia de la oposición por parte de los samaritanos; y, si no nos hubiéramos dado
cuenta de ellas, no apreciaríamos debidamente la importancia de dos cosas más: (1) la
gravedad del pecado de aquellos judíos que amenazaban la integridad de Israel a causa
de su práctica de matrimonios mixtos con los samaritanos y la necesidad de tomar
medidas drásticas para sanear esta maldad (capítulos 7 a 10); y (2) la grandeza de la
providencia de Dios, que hizo posible la edificación del templo aun en medio de una
hostilidad tan visceral y tenaz.
Así pues, el paréntesis tiene su lógica. Solamente se presta a confusión si
descuidamos las claras referencias a fechas y a reinados o si ignoramos el trasfondo
histórico del texto.

El cese de las obras del Templo (Esdras 4:24)


Entonces cesó la obra en la casa de Dios que estaba en Jerusalén… (4:24)
El hecho de que, en este punto, el texto nos hable explícitamente de “la obra en la
casa de Dios” y no de la reedificación de la ciudad y de las murallas (4:12, 13, 16, 21),
indica claramente que aquí tenemos que volver atrás desde tiempos de Artajerjes a
tiempos del rey Ciro, desde mediados del siglo V al año 536. Se ha acabado el paréntesis
de 4:6–23. Volvemos a la época de Zorobabel y Jesúa.
Dejamos su historia en el momento de las iniciativas malévolas de los samaritanos

146
(4:1–5). Ahora descubrimos que estas iniciativas surtieron efecto. Desde Susa llegó la
orden real de parar las obras del templo. Y eso, justo cuando los judíos habían estado
celebrando la colocación de los cimientos (3:10–13).
… y quedó suspendida hasta el año segundo del reinado de Darío, rey de Persia
(4:24)
Si los exiliados volvieron a Judá en el año 538 antes de Cristo, si empezaron a
construir el Templo en el 537 y recibieron órdenes de parar la obra aproximadamente
en el 536, podemos suponer que la interrupción de las obras duró unos dieciséis años,
pues Darío I empezó a reinar en el 521 (ver Apéndice 1).
Durante estos años, ¿qué hicieron los judíos? Habían vuelto con la firme intención
de dedicarse a la construcción de la casa de Dios, pero, al verse frustrados, empezaron a
dedicarse a sus propias casas.

La intervención de los profetas (Esdras 5:1)


Cuando los profetas Hageo y Zacarías, hijo de Iddo, profetizaron a los judíos que
estaban en Judá y en Jerusalén… (5:1)
Por Hageo 1:1 y Zacarías 1:1, sabemos que los dos profetas recibieron de Dios sus
mensajes precisamente en el año segundo del reinado de Darío (cf. 4:24). El contenido
del capítulo 5 de Esdras, pues, pertenece a ese año.
De hecho, el año 520 a. C. fue una fecha excepcional en la historia de la salvación.
Durante décadas, que sepamos, no había habido palabra profética en Israel. Año tras
año, el pueblo de Dios vivía con mayor o menor fidelidad al Señor, pero sin que él
enviara a ningún profeta para comunicarle oráculos suyos. Luego, en el 520, es como si
el grifo se abriera de repente: la voz de Dios volvía a resonar en Judá; en un solo año,
vinieron nada menos que cuatro mensajes proclamados por Hageo y varios más de
Zacarías (los capítulos 1 a 6). El libro de Esdras menciona estos mensajes sin entrar en
detalles, pero los tenemos registrados en los libros de Hageo y Zacarías.
… en el nombre del Dios de Israel que estaba sobre ellos,… (5:1)
Sería un error por nuestra parte pensar que la intervención de Hageo y Zacarías
fuera una mera iniciativa humana. Dios mismo los envió. Puesto que, más allá de los
dos hombres, estaba el Señor (“el Dios de Israel estaba sobre ellos”), desobedecer sus
palabras habría sido rechazar al propio Dios. Sin embargo, esta frase no solo nos
advierte acerca de la seriedad de la responsabilidad humana, sino que también nos
recuerda la certidumbre de la providencia divina. Dios, además de exigir obediencia a
sus siervos, también les promete protección y ayuda, tal como veremos. Pero, antes,
haremos una pausa para considerar la naturaleza de la predicación de Hageo y Zacarías.

147
Excursus: La profecía inicial de Hageo
Hageo 1:1–11

La primera de las cuatro profecías dadas por Dios por medio de Hageo es una
poderosa llamada a la reflexión: Os esforzáis y trabajáis mucho, pero las cosechas son
decepcionantemente pobres y seguís viviendo precariamente; tendríais que cosechar
mucho más, pero no lo hacéis porque Dios es quien está malogrando vuestro trabajo; y
eso se debe a que habéis descuidado la construcción de su casa.
El año segundo del rey Darío, en el mes sexto, el día primero del mes… (Hageo 1:1)
La fecha es sumamente importante por varias razones. En primer lugar, sitúa la
profecía directamente en el momento ya establecido en Esdras 4:24–5:1.
En segundo lugar, “el día primero del mes” es luna nueva y, por tanto, día festivo en
el cual era necesario ofrecer al Señor ofrendas y holocaustos (Números 28:11–15; cf. 2
Reyes 4:23; Amós 8:5); y “el mes sexto” (finales de agosto y principios de setiembre) es
por excelencia el mes de las cosechas y de las fiestas de celebración. Tendría, pues, que
ser una fecha de esperanza, regocijo y gratitud al Señor. Pero, en realidad, estaba
resultando ser una fecha de enorme frustración, porque las cosechas estaban saliendo
muy pobres, como veremos. Hageo aprovecha la presencia del pueblo en Jerusalén para
las festividades para comunicarles esta palabra de Dios sobre la causa espiritual y moral
de las cosechas fallidas.
En tercer lugar, es importante porque establece que estamos a principios del
reinado de Darío el Grande. Todo parece indicar que el decreto posterior de Ciro (el de
frenar la construcción del templo) había sido seguido y ratificado por su sucesor
Cambises, pero que Darío decidió dar un nuevo giro político a favor del pluralismo
religioso y del fomento activo de los diversos cultos del imperio. Esta nueva tolerancia
tendría que haber provocado una respuesta inmediata en los judíos, pero, en vez de eso,
no hicieron esfuerzo alguno para resumir la construcción de la casa de Dios. Parecían
contentos de vivir sin templo, aunque este había constituido el punto central de la vida
de la nación. Así pues, la fecha era propicia para la llegada de esta profecía.
… vino la palabra del Señor por medio del profeta Hageo a Zorobabel, hijo de
Salatiel, gobernador de Judá, y al sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac, diciendo…
(Hageo 1:1)
Después de la fecha, viene el nombre del remitente y los nombres de los receptores
del mensaje. El remitente es Dios, aunque el mensaje ha sido redactado por su profeta,
Hageo. El texto insiste constantemente, casi hasta la saciedad, en la autoría divina del

148
mensaje; de hecho lo hace veintiséis veces en el espacio de treinta y ocho versículos. El
profeta niega de una manera absolutamente tajante que él mismo haya sido el origen
de sus profecías.292 Sin duda, él se veía obligado a repetir constantemente que su
mensaje procedía de Dios porque, después de largos años sin profecía en Israel, el
pueblo no estaba acostumbrado a la idea de que Dios es un Dios que habla, y podemos
imaginar que más de uno reaccionaría con escepticismo.
No sabemos prácticamente nada acerca de Hageo, ni siquiera el nombre de su
padre. Algunos han sugerido que Hageo 2:3 parece indicar que el profeta había
conocido personalmente el templo de Salomón en su gloria, en cuyo caso Hageo tendría
que ser un anciano de al menos setenta años en el momento de recibir estos mensajes
divinos. Sin embargo, es igualmente posible que fuera un hombre más joven, pero que
ha visto el dolor de los judíos veteranos que sí habían contemplado el templo (Esdras
3:12). Solo sabemos que su ministerio profético (o, al menos, la parte suya que ha
quedado registrada en las Escrituras) fue efímero: duró solo desde el día primero del
mes sexto (Hageo 1:1) hasta el día veinticuatro del mes noveno (Hageo 2:10, 20) del
año segundo de Darío (520 a. C.), menos de cuatro meses en total. Pero su ministerio,
aunque breve, fue coronado por el éxito: Su ministerio duró solamente unas quince
semanas, pero obtuvo un éxito total: fue uno de los pocos profetas que tuvo el privilegio
de ver de cerca el resultado inmediato de su mensaje.
En cambio, conocemos bien a los receptores del mensaje. Pero ahora es cuando se
nos confirma que Zorobabel ha sido nombrado gobernador de Judá. Hasta ahora, no ha
sido mencionado así en el libro de Esdras.297 Y el “Jesúa, hijo de Josadac” del libro de
Esdras aparece aquí como “Josué”. Sin embargo, aunque la comunicación se dirige
explícitamente a los dos líderes, pronto se hace patente que toda la comunidad (este
pueblo; 1:2) está implicada en su mensaje.
Asi dice el Señor de los ejércitos… (Hageo 1:2)
Hageo insiste en que él no es más que un portavoz delante de los judíos. El que les
dirige la palabra en realidad es Dios mismo. Él se presenta a sí mismo como el “Dios de
los ejércitos”. Es decir, quien les habla es el Señor omnipotente, cuyo poderío es infinito
e invencible.
Era de suma importancia que los judíos se dieran cuenta de esto, porque las
palabras del profeta iban a animarles a cometer lo que, humanamente hablando, era
una locura: atreverse a confrontar la fuerza abrumadoramente poderosa del imperio
persa. Ellos, como nosotros en nuestro día, necesitaban abrir los ojos de la fe ante la
realidad invisible de que los que están con nosotros son más que los que están con ellos
(2 Reyes 6:16–17) y considerar que con el Señor podemos “aplastar ejércitos” y, con
nuestro Dios, “escalar murallas” (Salmo 18:29). Precisamente porque él es el Señor de
los ejércitos celestiales, podemos confiar en que, cuando nos envía a hacer su voluntad
en tiempos peligrosos, simultáneamente él dará órdenes a sus ángeles acerca de
nosotros, para que nos guarden en todos nuestros caminos (Salmo 91:11).
Los torrentes han alzado, oh Señor, los torrentes han alzado su voz; los

149
torrentes alzan sus batientes olas. Más que el fragor de muchas aguas, más que
las poderosas olas del mar, es poderoso el Señor en las alturas (Salmo 93:3–4).
Este pueblo dice: “No ha llegado el tiempo, el tiempo de que la casa del Señor sea
reedificada” (Hageo 1:2)
“¡Así dice el Señor!”, pero “asá dice este pueblo”. En aquel momento, las temibles
palabras del Señor de los ejércitos denunciaban la negligencia de los judíos y daban
expresión a la pobre excusa con la que intentaban justificar su inacción. Dios empieza
llamándoles: Este pueblo; no: Mi pueblo. Eso, de por sí, constituye una reprensión. Es la
expresión empleada por Dios al hablar con Moisés acerca de las infidelidades de los
hijos de Israel. Es como si Dios se estuviera distanciando de ellos. ¿Acaso reniega de
ellos? ¿Ya no son pueblo suyo?
Si los rechazara sería comprensible, porque ellos, implícitamente, lo rechazan a él,
despreocupándose por sus intereses, dejando en ruinas su casa. Y se justifican diciendo:
“Aún no es el momento; no ha llegado el tiempo”. Ahora bien, eso había sido cierto en
el pasado. Cuando Ciro dio la orden de parar las obras, los judíos no podían hacer nada
para impedírselo. En aquel momento, no tuvieron más remedio que volver a sus casas y
dedicarse a sus tierras. Pero ya han pasado dieciséis años. Los tiempos políticos han
evolucionado. Ha habido un cambio de régimen. Pero ellos han perdido la visión que
tenían cuando salieron de Babilonia. Y el Señor, que escudriña y conoce el corazón
humano, comprende que el verdadero freno a la construcción del templo ya no es la
orden de Ciro, sino la comodidad y el materialismo de los propios judíos. Las
restricciones imperiales estaban sirviendo como excusa para no continuar la obra.
A finales de la década de 1960, cuando el franquismo tocaba a su fin en España, se
oía decir mucho a los creyentes que era imposible evangelizar porque el régimen lo
prohibía. En realidad, las terribles restricciones de principios de la dictadura ya se
habían suavizado, al menos en la práctica, pero seguían sirviendo como excusa para no
evangelizar. La prueba es que, cuando vino el cambio político, la instauración de la
democracia y la libertad religiosa, la mayoría de creyentes seguía sin evangelizar.
Entonces vino la palabra del Señor por medio del profeta Hageo, diciendo… (Hageo
1:3)
Justo cuando suponemos que Dios va a contestar a la pobre excusa del pueblo, el
discurso se interrumpe con una nueva repetición de las fórmulas introductorias. Parece
innecesaria, pero sirve para mantener la tensión y para conceder mayor solemnidad y
énfasis a la respuesta divina cuando finalmente llega.
¿Es acaso tiempo para que vosotros habitéis en vuestras casas artesonadas
mientras esta casa está desolada? (Hageo 1:4)
Y llega en la forma de una pregunta retórica, la primera de varias (cf. 1:9; 2:3, 19)
que vienen a constituir uno de los rasgos característicos del estilo literario de Hageo.
En 1:2, los judíos han expresado su excusa mediante una frase que emplea una
repetición para enfatizar su argumento: No ha llegado el tiempo, el tiempo… Ahora, con
un toque de ironía, Dios les contesta con un truco lingüístico similar. Literalmente, su
150
pregunta emplea la repetición para énfasis: ¿Es acaso tiempo para que vosotros, sí,
vosotros, habitéis…? Es como si dijera: ¿Vosotros, quiénes creéis que sois?
Antes de abordar la cuestión de cómo debe vivir su pueblo y de cuáles deben ser sus
prioridades, la manera de expresar la pregunta les invita a considerar quiénes son, en
base a qué se constituyen como pueblo. Está bien que los samaritanos vivan
descuidando la casa de Dios, porque ellos nunca han formado parte de su pueblo. ¿Pero
los judíos? Entregados al hedonismo y materialismo, se han olvidado del Señor y de la
razón de su retorno de Babilonia. Habían vuelto con entusiasmo, con la enorme ilusión
de edificar el templo. Pero el obstáculo colocado en su camino por Ciro se había
convertido en coartada para justificar una vivencia mundana e impía. Porque ¿qué clase
de amor hacia Dios es aquel que descuida la construcción de su casa? Ellos vivían en
“casas artesonadas”, mientras que la casa de Dios estaba aún en ruinas. Y este
contraste, aparentemente, les importaba bien poco.
La palabra traducida como “artesonadas” significa literalmente “cubiertas” o
“revestidas [de madera]” y puede referirse o al techo o a las paredes de la casa. Quizás
la queja del Señor, pues, no consista en que ellos estén viviendo en lujo mientras que él
vive en pobreza, sino en que ellos tienen casas con techo, mientras que la casa de Dios
no tiene techo, ni siquiera paredes. A juzgar por las malas cosechas y la relativa pobreza
del pueblo descrita en los versículos siguientes, esta interpretación parece encajar
mejor con la situación denunciada: ellos gozan del necesario abrigo de un hogar
cubierto, pero Dios es un “sin techo”.306
La palabra traducida como “desolada” es especialmente evocativa. Se repite en 1:9:
Mi casa está desolada. Nos recuerda la situación anterior de Jerusalén. ¿No había sido
sometida a una dura desolación precisamente porque sus habitantes no amaban al
Señor con todo su corazón, sino que habían buscado sus propios intereses materiales y
políticos en detrimento de los derechos de Dios?
Cercano está el gran día del Señor, cercano y muy próximo… Día de ira aquel
día, día de congoja y de angustia, día de destrucción y desolación (Sofonías
1:14–15).
Haré de Jerusalén un montón de ruinas, una guarida de chacales, y de las
ciudades de Judá una desolación, sin habitante (Jeremías 9:11).
Sin embargo, el pueblo parece no haber aprendido la lección, sino que va
alegremente por sus propios caminos, despreocupado por los intereses de Dios. Su
actitud es justo la contraria a la del rey David, que estaba incómodo en su palacio
mientras Dios no tuviera casa: Mira, yo habito en una casa de cedro, pero el arca de Dios
mora en medio de cortinas (2 Samuel 7:2); Ciertamente no entraré en mi casa, ni en el
lecho me acostaré; no daré sueño a mis ojos, ni a mis párpados adormecimiento, hasta
que halle un lugar para el Señor, una morada para el Poderoso de Jacob (Salmo
132:3–5).
Siempre ha sido cierto que vienen momentos en los que el pueblo de Dios (y cada
creyente en particular) tiene que decidir cuál será su prioridad. ¿Empleará sus recursos
151
al avance de la obra de Dios, o los dedicará a embellecer su propia casa y vivir con
mayores comodidades materiales?
Ahora pues, así dice el Señor de los ejércitos: Considerad bien vuestros caminos
(Hageo 1:5)
La repetición de la frase así dice el Señor de los ejércitos actúa como los golpes de un
martillo, clavando el mensaje en la mente de los oyentes.
Después de la pregunta retórica viene la advertencia: los judíos deben recapacitar y
reflexionar sobre su estilo de vida y sobre sus prioridades. ¿Qué quieren hacer con sus
vidas? ¿Cuáles son sus ambiciones actuales y cuáles deberían ser?
Esta advertencia es otra de las características del libro de Hageo, repetida en 1:7 y
también en 2:15, 18. De hecho, la presente repetición (1:5 y 7) hace que este párrafo
del mensaje tenga forma de un hermoso quiasmo que abre y concluye con las mismas
palabras.
Considerad bien vuestros caminos es una advertencia a la que nos conviene atender
de tanto en tanto. Es muy fácil empezar la obra de Dios con entusiasmo y entrega, pero
luego dejarnos distraer por nuestros intereses materiales.
Sembráis mucho, pero recogéis poco; coméis, pero no hay suficiente para que os
saciéis; bebéis, pero no hay suficiente para que os embriaguéis; os vestís, pero nadie
se calienta; y el que recibe salario, recibe salario en bolsa rota (Hageo 1:6)
Este versículo describe la enorme insatisfacción que suele producirse cuando el
pueblo de Dios abandona los valores espirituales y se dedica a afanes materialistas. El
creyente que vive para enriquecerse materialmente está condenado, por la providencia
de Dios, a conocer muchos sudores y a recibir pocos resultados.
Los verbos empleados en este texto (sembrar, comer, beber, vestirse, cobrar) nos
recuerdan el gran discurso de Jesús sobre el materialismo en el Sermón del Monte: No
os acumuléis tesoros en la tierra, donde la polilla y la herrumbre destruyen, y donde
ladrones penetran y roban; sino acumulaos tesoros en el cielo… Por eso os digo, no os
preocupéis por vuestra vida, qué comeréis, o qué beberéis; ni por vuestro cuerpo, qué
vestiréis… Pero buscad primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán
añadidas (Mateo 6:19–20, 25, 33). La tesis de Jesús en este discurso es la misma que en
Hageo 1: que Dios mismo es la fuente de toda provisión; si, pues, nos dedicamos a su
causa, él proveerá todos los bienes materiales que necesitamos; pero si descuidamos su
causa y nos dedicamos a preocupaciones materialistas, el probable resultado será la
frustración y la ansiedad.
Los judíos de Jerusalén tendrían que haber aprendido esta lección. ¿No había
predicho el Señor a través de Moisés la maldición que caería sobre ellos si descuidaran
la voluntad de Dios y siguieran sus propios intereses egoístas y materiales?
Si no me obedecéis y no ponéis por obra todos estos mandamientos…
quebrantaré el orgullo de vuestro poderío, y haré vuestros cielos como hierro y
vuestra tierra como bronce. Y vuestras fuerzas se consumirán en vano, porque
vuestra tierra no dará su producto y los árboles de la tierra no darán su fruto
152
(Levítico 26:14, 19–20).
Si no obedeces al Señor tu Dios, guardando todos sus mandamientos y
estatutos que te ordeno hoy, vendrán sobre ti todas estas maldiciones y te
alcanzarán… Sacarás mucha semilla al campo, pero recogerás poco, porque la
langosta la devorará. Plantarás y cultivarás viñas, pero no beberás del vino ni
recogerás las uvas, porque el gusano se las comerá. Tendrás olivos por todo tu
territorio, pero no te ungirás con el aceite, porque tus aceitunas se caerán.
Tendrás hijos e hijas, pero no serán tuyos, porque irán al cautiverio. Todos tus
árboles y el fruto de tu suelo los consumirá la langosta… Y todas estas
maldiciones vendrán sobre ti y te perseguirán y te alcanzarán hasta que seas
destruido, porque tú no escuchaste la voz del Señor tu Dios… por cuanto no
serviste al Señor tu Dios con alegría y con gozo de corazón, cuando tenías la
abundancia de todas estas cosas (Deuteronomio 28:15, 38–42, 45–47).
Así dice el Señor de los ejércitos: Considerad bien vuestros caminos (Hageo 1:7)
Como ya hemos dicho, este versículo, que repite el contenido del versículo 5,
redondea esta parte del mensaje en la cual Dios llama a su pueblo a recapacitar. Pero
llega con aún más fuerza después de las “consideraciones” dadas por Dios en el
versículo 6.
Subid al monte, traed madera y reedificad el templo, para que me agrade de él y
yo sea glorificado, dice el Señor (Hageo 1:8)
Después de reflexionar sobre las frustraciones del pasado, deben determinar tomar
medidas de cara al futuro. Tienen que cambiar radicalmente de prioridades. Aquí no
hay mención de la necesidad del arrepentimiento. Este será el tema de Zacarías. Pero la
autenticidad del arrepentimiento se ve en los “frutos dignos de arrepentimiento”
(Mateo 3:8), y un cambio de prioridades en la vida, poniendo en segundo lugar sus
propias casas y en primer lugar la casa de Dios, será la evidencia fehaciente de una
verdadera conversión en el pueblo.
La piedra para la construcción del templo ya está a mano: pueden reutilizar las
piedras del templo de Salomón. No así la madera.314 Para conseguirla tendrán que subir
a los bosques de los montes de Judá para cortarla.
Si ponen manos a la obra y se dedican a la construcción de la casa de Dios, entonces
descubrirán que, en vez de conocer la desaprobación de Dios manifestada en las malas
cosechas, Dios se complacerá en ellos y bendecirá abundantemente sus tierras.
Y notemos que la obra bien hecha y llevada a cabo con fidelidad y consagración,
además de agradar a Dios, le glorifica. El templo en ruinas solo traía vergüenza a su
nombre. Los pueblos vecinos se reían de un Dios cuyo pueblo lo deshonraba de esta
manera. En cambio, cuando vean el templo restaurado y los cultos levíticos
reestablecidos, entonces tendrán que callarse.317
Por supuesto, todos estos principios siguen siendo válidos para nosotros y para
nuestra participación en la edificación de la casa de Dios. Dios no puede complacerse en
un pueblo que descuida su obra. Pero cuando salimos a los montes a buscar madera
153
(cuando evangelizamos) y cuando trabajamos en la construcción del templo (cuando
utilizamos fielmente nuestros dones y recursos para edificar y bendecir a nuestros
hermanos), entonces Dios no solamente es complacido, sino también glorificado. Pero
siempre es motivo de vergüenza y burlas sarcásticas cuando la iglesia se caracteriza por
divisiones e hipocresía.
Esperáis mucho, pero he aquí, hay poco; y lo que traéis a casa, yo lo aviento
(Hageo 1:9a)
Después de animarles positivamente a esforzarse en las obras del templo, el Señor
vuelve a la reflexión de los versículos 4 a 7: el derrumbamiento de la prosperidad del
pueblo a causa de su descuido del templo, la insatisfacción del materialismo: mucho
esfuerzo y poco resultado. Pero ahora aparece un nuevo factor: es Dios mismo quien
hace que las cosechas fallen y frustra las expectativas del pueblo.
Él es quien, como un huracán, “avienta” la cosecha, esparciéndola a los cuatro
vientos. Él interviene consciente y deliberadamente para mantener al pueblo en
escasez e insatisfacción: “Todo lo disipa de un soplo”.
¿Por qué?, declara el Señor. Por causa de mi casa que está desolada, mientras
cada uno de vosotros corre a su casa (Hageo 1:9b)
La razón de esta actuación divina es el descuido de la casa de Dios. Hay una relación
directa de causa y efecto entre la negligencia del pueblo y su pobreza.
Al decir del pueblo que “corre” a sus casas, Dios quiere comunicar el afán y el
entusiasmo con los que los judíos se apresuran a embellecer sus propias viviendas en
fuerte contraste con su descuido y abandono del templo.
Por tanto, por causa vuestra, los cielos han retenido su rocío y la tierra ha retenido
su fruto. Y llamé a la sequía sobre la tierra, sobre los montes, sobre el trigo, sobre el
mosto, sobre el aceite, sobre lo que produce la tierra, sobre los hombres, sobre el
ganado y sobre todo el trabajo de vuestras manos (Hageo 1:10–11)
El rocío era de suma importancia en los meses del año cuando no solía llover. Sin el
rocío, la cosecha se secaba y moría. Bien, dice Dios, yo soy el responsable de la falta de
rocío, del fracaso de las cosechas y de la sequía que ha caracterizado los años pasados.
Y la implicación, por supuesto, es que, si el pueblo persiste en su negligencia espiritual,
estas cosas caracterizarán también los años venideros. Dios es quien da la lluvia y el sol,
el rocío y la fructificación de las cosechas. Cuando su pueblo descuida los valores
espirituales y se dedica a valores materiales, está invitando a Dios a que retenga estas
bendiciones.
Pero, aunque es Dios mismo quien las retiene, él no tiene la culpa de la situación.
Sus retenciones no son arbitrarias. La miseria es “por causa vuestra”. Si ellos dejan el
templo en ruinas, merecen ser arruinados ellos mismos.
Aunque el texto no lo dice, el pueblo no tiene excusa alguna si no sabe relacionar las
malas cosechas con la mano de Dios, porque tendría que haber recordado la exposición
de estos mismos principios por boca de los profetas de antaño:

154
Les pagaré según sus obras. Comerán, pero no se saciarán; se prostituirán,
pero no se multiplicarán, porque han dejado de hacer caso al Señor (Oseas
4:9–10).
Os retuve la lluvia cuando aún faltaban tres meses para la siega; hice llover
sobre una ciudad y sobre otra ciudad no hice llover; sobre una parte llovía, y la
parte donde no llovía se secó. Así que dos o tres ciudades iban tambaleándose a
otra ciudad para beber agua; pero no habéis vuelto a mí, declara el Señor. Os herí
con viento abrasador y con añublo; y la oruga ha devorado vuestros muchos
huertos y viñedos, vuestras higueras y vuestros olivos; pero no habéis vuelto a mí,
declara el Señor (Amós 4:7–9).
¿Qué es lo que demanda el Señor de ti, sino solo practicar la justicia, amar la
misericordia y andar humildemente con tu Dios? La voz del Señor clamará a la
ciudad… porque los ricos de la ciudad están llenos de violencia, sus habitantes
hablan mentiras y su lengua es engañosa en su boca. Por eso… tú comerás, pero
no te saciarás… sembrarás, pero no segarás, pisarás la oliva, pero no te ungirás
con aceite, y la uva, pero no beberás vino (Miqueas 6:8–9, 12, 14–15).
Cuando los creyentes buscamos nuestra propia comodidad antes que el reino de
Dios, es una misericordia divina si Dios frena nuestro esfuerzo y nos da poca
satisfacción.

Excursus: La profecía inicial de Zacarías


Zacarías 1:1–6

Esdras 5:1 nos dice que Zacarías, además de Hageo, profetizó a los judíos en
nombre del Dios de Israel. Lo cierto es que quedan registradas en el libro de Zacarías
numerosas profecías suyas proclamadas en el año segundo de Darío, lo cual las sitúa al
comienzo de la reanudación de las obras del templo. Sin embargo, ninguna de ellas
lleva una fecha anterior al comienzo de esas obras, por lo cual es probable que no se
correspondan con los mensajes mencionados en Esdras 5:1. No obstante,
examinaremos la primera de estas profecías como botón de muestra de cómo tiene que
haber sido el tono de las otras predicaciones de Zacarías y esta en particular porque fue
dada poco después del comienzo de las obras.
El octavo mes del año segundo de Darío, vino la palabra del Señor al profeta
Zacarías, hijo de Berequías, hijo de Iddo, diciendo… (Zacarías 1:1)

155
Normalmente, Hageo y Zacarías nos dicen el día en que recibieron sus mensajes de
parte de Dios. Esta es la única ocasión en que solo se mencionan el mes y el año. Puesto
que el mes octavo de los judíos empezaba el día 27 de octubre, este primer mensaje a
Zacarías tiene que haber llegado a finales de octubre o principios de noviembre; es
decir, aproximadamente dos meses después del primer mensaje de Hageo, cuando los
judíos ya habían reanudado las obras del templo (Hageo 1:15), y entre la segunda y la
tercera de las profecías de Hageo.
El mensaje de Zacarías tiene un contenido sencillo y contundente, elaborado con
una lógica aplastante:
1. Los profetas de antaño predicaron a “nuestros padres” (es decir, las generaciones
anteriores al exilio babilónico) el mensaje siguiente: Volveos al Señor y él estará con
vosotros.
2. Nuestros padres no les hicieron caso, sino que siguieron en sus malos caminos.
3. Por eso, cayó sobre ellos el terrible juicio de Dios.
4. Ahora, el mensaje de Dios sigue siendo el mismo: Volveos al Señor y él estará con
vosotros.
5. Si no hacéis caso, sufriréis la misma suerte que nuestros padres.
Aunque este mensaje es fuerte y constituye un llamamiento al arrepentimiento,
también es un mensaje de gran esperanza. Viene a ser una declaración de parte de Dios
de que, a pesar de las infidelidades de Israel, el pacto sigue en pie. Dios sigue buscando
una relación de comunión y compromiso con su pueblo.
El Señor se enojó mucho contra vuestros padres (Zacarías 1:2)
Estas palabras acerca del juicio divino y la ira de Dios podrían parecer poco aptas
ante un pueblo desanimado y miedoso, propias para hundirlos aún más que para
estimularles a la acción. Pero debemos volver a recordar que el desaliento que, sin
duda, había sido causado por el decreto de Ciro que ponía fin a las obras del templo, ya
era cosa del pasado. Después del desánimo comprensible, había venido la comodidad y
el materialismo, unidos al descuido del llamamiento divino. La inactividad de los judíos
durante los dieciséis años pasados no debía ser corregida solamente por un nuevo
brote de actividad, sino también por un cambio de corazón. Había una clara necesidad
de arrepentimiento y, por tanto, el mensaje del profeta tenía que ser contundente.
Además, no hablar de la ira divina sería fundar las expectativas del pueblo sobre
premisas erróneas acerca del carácter de Dios y de su relación con Israel. El Dios
verdadero, además de ser un Dios de amor y misericordia, es un Dios que muestra
enojo y juicio ante las rebeliones e infidelidades de su pueblo. Él desea bendecir a sus
hijos, pero, cuando los que profesan creer en él se comportan de manera incompatible
con su profesión, ellos provocan en él una lógica reacción de disgusto y furia: Yo pelearé
contra vosotros con mano extendida y brazo poderoso, y con ira, furor y gran enojo
(Jeremías 21:5). Aunque es un Dios paciente y perdonador, no está dispuesto a “hacer
la vista gorda” ni a consentir indefinidamente la perseverancia de su pueblo en caminos
de perversidad: Dios [es] compasivo y clemente, lento para la ira y abundante en
156
misericordia y fidelidad; el que guarda misericordia a millares, el que perdona la
iniquidad, la transgresión y el pecado, [pero] que no tendrá por inocente al culpable
(Éxodo 34:6–7; Números 14:18). Concede tiempo para el arrepentimiento, pero llega el
momento cuando se agota su paciencia, y entonces derrama la ira de su juicio.
Los judíos, reunidos en Jerusalén para construir en templo, tendrían que haber
aprendido esta lección. La historia de las décadas pasadas la enseñaba con toda
claridad. Las palabras de los profetas de antaño, también. Y, sin embargo, la tendencia
humana va siempre hacia la comodidad, la pérdida de visión y la relajación moral.
Estamos en peligro constante de convertirnos en personas que mantenemos las formas
externas de la religión, pero sin amar verdaderamente a Dios ni a nuestro prójimo.
Nosotros, igualmente, creyentes en Jesucristo que somos llamados por Dios para la
edificación de su casa, tendríamos que haber aprendido la lección. La Biblia entera está
llena de historias ejemplares al respecto y los escritos apostólicos enfatizan esta
enseñanza: ciertamente, Dios, por medio de Cristo, no nos ha destinado para ira, sino
para obtener salvación; pero la consecuencia de esta salvación es que debemos ser
sobrios y ponernos la coraza de la fe y el amor (1 Tesalonicenses 5:8–9).
Sin embargo, estas verdades espirituales universales son proclamadas aquí por
Zacarías no como predicción de juicio seguro, sino como advertencia urgente. Él nunca
dice que la ira de Dios se dirige contra sus oyentes; ellos tienen todavía la oportunidad
de arrepentirse… El profeta enfatiza el fracaso de generaciones pasadas, pero abriga
esperanzas de cara al presente y al futuro.
Diles, pues: Así dice el Señor de los ejércitos: “Volveos a mí”, declara el Señor de
los ejércitos, “y yo me volveré a vosotros”, dice el Señor de los ejércitos (Zacarías 1:3)
Aquí tenemos la esencia de esta primera profecía de Zacarías. Él extiende a sus
oyentes la invitación divina: Volveos a mí y yo me volveré a vosotros. Es un mensaje
vigente para todos los tiempos, recogido también en el Nuevo Testamento: Acercaos a
Dios, y él se acercará a vosotros; limpiad vuestras manos, pecadores, y vosotros de doble
ánimo, purificad vuestros corazones… Humillaos en la presencia del Señor, y él os
exaltará (Santiago 4:8–10).
Los judíos habían “vuelto” del cautiverio. Pero su retorno, además de físico y
geográfico, debía ser espiritual y moral. Habían regresado a Jerusalén, ¿pero habían
vuelto realmente al Señor? ¿O iban a montar la misma clase de sistema religioso que
habían practicado los judíos antes del cautiverio? ¿Iban a acercarse a Dios con sus
palabras y honrarle con sus labios, pero alejando de él su corazón y practicando una
mera tradición aprendida de memoria (Isaías 29:13; Mateo 15:8–9)? ¿Iban a dedicarse a
la construcción de la casa de Dios sin tener realmente un corazón para Dios?
Notemos bien que Dios pide que el pueblo vuelva a él mismo, no a su ley ni al
cumplimiento fiel de todo el sistema levítico (aunque estas cosas son consecuencias
ineludibles de un verdadero retorno a él). Lo que desea en una relación personal, no
una mera ortodoxia religiosa. Él, por su parte, siempre está dispuesto a entablar esta
relación. Los recalcitrantes siempre somos nosotros. Él, en cambio, extiende todo el día
sus manos de bienvenida a un pueblo desobediente y rebelde (Isaías 65:2; Romanos

157
10:21).
La promesa de Dios, pues, es que, si el pueblo se vuelve a él, él se volverá al pueblo;
es decir: él será para ellos el Dios que siempre quiso ser, un Dios amante y protector, el
Dios de toda provisión y de toda bendición.
No seáis como vuestros padres, a quienes los antiguos profetas proclamaron,
diciendo: “Así dice el Señor de los ejércitos: Volveos ahora de vuestros malos caminos
y de vuestras malas obras”. Pero no me escucharon ni me hicieron caso, declara el
Señor (Zacarías 1:4)
Para reforzar la afirmación del versículo 3, Zacarías recuerda a sus oyentes lo que
había pasado con la generación anterior al cautiverio babilónico. Esencialmente, sus
palabras se corresponden con las del cronista:
El Señor, Dios de sus padres, les envió palabra repetidas veces por sus
mensajeros, porque él tenía compasión de su pueblo y de su morada; pero ellos
continuamente se burlaban de los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras
y se mofaban de sus profetas, hasta que subió el furor del Señor contra su
pueblo, y ya no hubo remedio. Entonces él hizo subir contra ellos al rey de los
caldeos, que mató a espada a sus jóvenes en la casa de su santuario, y no tuvo
compasión del joven ni de la virgen, del viejo ni del débil (2 Crónicas 36:15–17).
Los profetas de antaño, dice Zacarías, habían predicado un mensaje de
arrepentimiento, de “volver al Señor”, pero los antepasados habían hecho oídos sordos.
La cita de Zacarías no es exacta, sino que es una combinación de varios textos. Entre
ellos, podemos destacar tres del profeta Jeremías:
Así dice el Señor: He aquí, estoy preparando una calamidad contra vosotros y
tramando un plan contra vosotros. Volveos, pues, cada uno de su mal camino y
enmendad vuestros caminos y vuestras obras (Jeremías 18:11).
El Señor os envió repetidas veces a todos sus siervos los profetas (pero no
escuchasteis ni inclinasteis vuestro oído para oír), diciendo: Volveos ahora cada
cual de vuestro camino y de la maldad de vuestras obras… No me provoquéis a
ira con la obra de vuestras manos (Jeremías 25:4–6).
Os he enviado a todos mis siervos los profetas, enviándolos repetidas veces, a
deciros: Volveos ahora cada uno de vuestro mal camino, enmendad vuestras
obras y no vayáis tras otros dioses para adorarlos, y habitaréis en la tierra que os
he dado, a vosotros y a vuestros padres; pero no inclinasteis vuestro oído, ni me
escuchasteis (Jeremías 35:15).
Sí. Las advertencias habían sido constantes, así como la invitación al
arrepentimiento: Volveos. Pero el pueblo, antes de la caída de Jerusalén, solamente se
hacía el sordo. No quisieron escuchar el mensaje.
Vuestros padres, ¿dónde están? Y los profetas, ¿viven para siempre? (Zacarías 1:5)
158
Los que están escuchando a Zacarías saben perfectamente lo que ocurrió a los que
no hicieron caso al mensaje dado por Dios a través de los “antiguos profetas”. Cayó
sobre ellos el juicio divino. Muchos fueron matados por los babilonios; otros fueron
llevados al exilio; todos perdieron sus posesiones y su bienestar. Zacarías no entra en
detalles, porque no hace falta: todo el mundo conoce bien la historia. Se limita a
plantear la pregunta: ¿Dónde están? Muchos nunca tuvieron un entierro decente. Otros
fueron sepultados en una tierra extranjera. Y todo por no atender debidamente a la
palabra de Dios.
Además, hasta los profetas que habían predicho el juicio de Dios habían fallecido.
Tarde o temprano, la muerte alcanza a todos. La vida es muy breve. Los judíos que
escuchan a Zacarías han malgastado dieciséis años sin contribuir nada al avance de la
casa de Dios. ¿Van a desperdigarlo todo? Ahora han vuelto a la obra. ¿Pero de corazón?
¿Realmente están consagrados al Señor? ¿Él mismo es la razón de ser de su vida?
¿Cómo va su relación con él?
Pero mis palabras y mis estatutos que yo ordené a mis siervos los profetas ¿no
alcanzaron a vuestros padres? (Zacarías 1:6)
La permanencia y la eficacia de las palabras de Dios contrastan con la brevedad y
fragilidad de la vida humana. La palabra de Dios es firme y sus estatutos son de vigencia
eterna: Toda carne es como la hierba, y toda su gloria como la flor de la hierba; sécase la
hierba, cáese la flor, mas la palabra del Señor permanece para siempre (1 Pedro
1:24–25; Isaías 40:6–8).
Nos sorprende un poco la frase “mis estatutos que yo ordené a mis siervos los
profetas”, porque los mandamientos de Dios fueron dados inicialmente a través de
Moisés. Sin embargo, debemos recordar que Moisés está incluido también entre los
profetas (Deuteronomio 18:15, 18; 34:10) y que los profetas que siguieron a Moisés
basaron sus llamamientos a la vida santa sobre el fundamento de la ley mosaica.
Además, siempre bajo la inspiración divina, hicieron pequeños resúmenes de los
principios fundamentales de la ley.
En todo caso, los judíos que escuchaban a Zacarías habrán reconocido enseguida la
familiaridad del lenguaje empleado: “palabras” es sinónimo de “mandamientos” en
algunos lugares del Antiguo Testamento; la frase “estatutos que yo ordené” se hace eco
de las palabras de Moisés en varios lugares de Deuteronomio,335 así como el verbo
traducido como “alcanzar”. Este verbo procede del lenguaje de la caza y significa
“perseguir hasta atrapar”, como cuando un animal es capturado por los cazadores, o
cuando un ladrón, huyendo, es perseguido y aprehendido por la justicia, o cuando un
ejército persigue al enemigo hasta alcanzarlo y destruirlo.337 Los estatutos de Dios,
dados inicialmente para nuestro bien, cuando son desatendidos se convierten en
cazadores que nos persiguen hasta alcanzarnos con el castigo de Dios: Sucederá que, si
no obedeces al Señor tu Dios, guardando todos sus mandamientos y estatutos que te
ordeno hoy, vendrán sobre ti todas estas maldiciones y te alcanzarán… Todas estas
maldiciones vendrán sobre ti y te perseguirán y te alcanzarán hasta que seas destruido
(Deuteronomio 28:15, 45).

159
Pues bien, dice Zacarías, ¿no es esto lo que pasó con nuestros padres? No quisieron
escuchar a los mensajeros de Dios, por lo cual fueron alcanzados por la maldición
babilónica.
Por eso se arrepintieron y dijeron: Como el Señor de los ejércitos se propuso hacer
con nosotros conforme a nuestros caminos y conforme a nuestras obras, así ha hecho
con nosotros (Zacarías 1:6)
La siguiente afirmación de Zacarías parece contradecir lo que ha dicho en el
versículo 4: allí afirmó que los padres “no se volvieron de sus malos caminos” cuando
Dios les envió a sus mensajeros. Ahora dice literalmente que los padres sí “se volvieron”
(se arrepintieron). Sin embargo, la contradicción es solo aparente. Lo que el profeta
quiere decir es que Israel no se arrepintió ante la predicación de los profetas, por lo
cual les sucedió el desastre de la conquista babilónica; pero después, en el cautiverio,
es como si volvieran en sí; entonces regresaron al Señor y empezaron a buscarlo y
obedecer su palabra. El exilio había sido un fuerte revulsivo que sirvió para hacer que se
arrepintieran.
El arrepentimiento de los padres fue acompañado por una nueva comprensión
espiritual: la palabra de Dios siempre se cumple y es absolutamente irresistible. Lo que
Dios se propone, lo hace. Sus gloriosas promesas, así como sus solemnes advertencias,
se cumplen irremisiblemente. El Señor siempre da el pago.
Por supuesto, Zacarías dice esto no como un mero apunte histórico, sino para
comunicar a sus oyentes que el mismo Dios que llevó a cabo su palabra en el caso de los
padres la cumplirá en el caso de ellos si no atienden a la voz profética.
Así pues, el mensaje de Zacarías llega como complemento y extensión del de Hageo.
Este había exhortado al pueblo a volver a la construcción de la casa de Dios. Ahora,
Zacarías enseña que no basta con poner manos a la obra, sino que hay que tener un
corazón para Dios. Hageo exige la obediencia práctica; Zacarías, una relación personal
con Dios. En vano se dedican a edificar el templo si no han “vuelto” al Señor en sus
corazones. La acción externa debe ser correspondida por una profunda conversión
interior. Es posible guardar todas las formas religiosas, participar en la obra de Dios,
incluso ser activista en su causa, y no tener bien la relación personal con Dios.
Pero esta conversión, si es real, traerá consigo amplias bendiciones: Si se vuelven al
Señor desde sus malos caminos, entonces la relación de la alianza será renovada, y la
restauración espiritual acompañará la restauración material del templo. ¡Y, como ha
dicho Hageo (siempre práctico), las cosechas llegarán a ser mejores!
La primera profecía de Zacarías ha acabado con palabras muy sobrias de
advertencia. A partir de este momento, el texto nos contará ocho visiones que tuvo el
profeta, varias de las cuales tienen que ver con la reconstrucción de Jerusalén y del
templo. Por ejemplo:
Así dice el Señor de los ejércitos: Estoy celoso en gran manera por Jerusalén y
por Sión, y con gran enojo estoy yo enojado contra las naciones que están
confiadas; porque cuando yo estaba un poco enojado [con Israel], ellas
160
contribuyeron al mal. Por tanto, así dice el Señor: Me volveré a Jerusalén con
compasión; en ella será reedificada mi casa, declara el Señor de los ejércitos; y el
cordel será tendido sobre Jerusalén [es decir, la ciudad será reconstruida]
(1:14–16).
De hecho, la visión del templo reconstruido y la ciudad reedificada no termina aquí,
sino que va más allá. Las visiones contemplan una gloria futura para Jerusalén, una
gloria que anticipa las predicciones de Apocalipsis acerca de la hermosura final de la
ciudad celestial:
Sin muros será habitada Jerusalén, a causa de la multitud de hombres y de
ganados dentro de ella. Y yo seré para ella, declara el Señor, una muralla de
fuego en derredor, y gloria será en medio de ella… Canta de júbilo y alégrate, oh
hija de Sión; porque he aquí, vengo, y habitaré en medio de ti, declara el Señor. Y
se unirán muchas naciones al Señor aquel día, y serán mi pueblo (2:4–5, 10–11).
Sin embargo, estas profecías se salen del marco de nuestra historia. Ahora,
habiendo saboreado la predicación de Hageo y Zacarías, debemos volver al libro de
Esdras para ver cómo los judíos respondieron ante ella.

La respuesta del pueblo a la predicación de los profetas


Esdras 5:2 y Hageo 1:12–15

La reacción del pueblo según Esdras (Esdras 5:2)


Zorobabel, hijo de Salatiel, y Jesúa, hijo de Josadac, se levantaron entonces y
comenzaron a reedificar la casa de Dios en Jerusalén… (5:2)
Ante la palabra del Señor proclamada por los dos profetas, la reacción de Zorobabel
y Jesúa es inmediata: se levantaron entonces. Por tercera vez se “levantaron” (cf. 1:5;
3:2); es decir, se arrepintieron de su desidia, cobraron ánimo, recibieron nueva
motivación y obedecieron puntualmente la voz del Señor.
Esto es fácil de decir, pero fue un gran atrevimiento por su parte. Se lanzaron a
reconstruir el templo por el impulso de la autorización divina, sin que se hubiera
levantado la prohibición de Ciro (4:24). Como los santos fieles de todos los tiempos,
estaban dispuestos a desobedecer a los hombres antes que a Dios (Hechos 4:19–20). El
Señor había hablado a través de Hageo y Zacarías. No podían dudar del origen divino de
esas profecías. Por tanto, debían acatar la voluntad de Dios aunque, al hacerlo, tuvieran
que desacatar el decreto del rey y aunque eso les acarreara consecuencias terribles.
Como líder civil y líder religioso de los exiliados, Zorobabel y Jesúa podrían haber tenido
161
que afrontar la pena capital. Estaban dispuestos a correr el riesgo. Lo hicieron por la fe.
Tuvieron confianza en que el Dios que les hablaba a través de los profetas sería capaz
de sostenerlos de cara a las amenazas humanas. Como Moisés, no temieron la ira del
rey, sino que se sostuvieron como viendo al Invisible (Hebreos 11:27). Es evidente
también que Zorobabel había tomado a pecho aquella palabra personal que Dios le
había dado: lo verdaderamente poderoso en esta vida no es la fuerza del edicto del rey,
sino el Espíritu de Dios (Zacarías 4:6).
De la misma manera, nosotros también debemos tener claro el orden de nuestras
lealtades. Aunque en circunstancias normales es la voluntad de nuestro Señor que nos
sometamos a las autoridades civiles y nos comportemos como ciudadanos obedientes,
en determinados momentos podemos encontrarnos en el mismo extremo que
Zorobabel y Jesúa: el de tener que elegir entre nuestra sumisión a los decretos de los
gobernantes humanos y nuestra obediencia a la clara voz de Dios. Entonces, la
desobediencia civil es no solamente legítima, sino imprescindible. Debemos
preguntarnos, pues: ¿Qué riesgos estamos nosotros dispuestos a correr?
Por supuesto, eso no quiere decir que tenemos que ser impetuosos e ingenuos.
Cuando desobedecemos, tenemos que hacerlo con los ojos bien abiertos. Para
empezar, debemos asegurarnos de que estamos siguiendo realmente la dirección del
Espíritu Santo y no solamente nuestro propio entusiasmo carnal. Luego debemos
sopesar las posibles consecuencias de nuestras acciones, procurando ser fieles siempre
al Señor, pero acatando las decisiones de las autoridades civiles en la medida de lo
posible y evitando confrontaciones innecesarias. ¡Que el Señor nos ayude a ser sabios
para discernir su voluntad, para encontrar salidas airosas en momentos conflictivos y
para cumplir el cometido de Dios sin hacer violencia a las leyes del país, excepto cuando
sea realmente imprescindible!
… y los profetas de Dios estaban con ellos apoyándolos (5:2)
El tiempo imperfecto del verbo sugiere que Hageo y Zacarías estuvieron presentes a
lo largo de los cuatro años que los judíos tardaron en construir el templo (ver Hageo 1:1
y Esdras 6:15). Después de las palabras iniciales de reprensión y exhortación, ejercieron
un paciente ministerio de consuelo y buen ánimo, al estilo de Hageo 1:12–15, texto que
repite más ampliamente la información dada en Esdras 5:2.

La reacción del pueblo según Hageo (Hageo 1:12–15)


Y Zorobabel, hijo de Salatiel, el sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac, y todo el
remanente del pueblo… (Hageo 1:12)
Antes de considerar la reacción de los judíos frente a la predicación de Hageo
(1:12a), tomemos nota de cómo son nombrados. Estamos ya familiarizados con la
descripción de Zorobabel y Jesúa, pero, en cuanto al pueblo en general, se emplea un
vocablo sumamente significativo: el remanente del pueblo. Se trata de una palabra que
se emplea con frecuencia en las profecías de Isaías:

162
• Ya desde el principio de su ministerio profético, Isaías comprendió que venía la
irremisible destrucción de Judá a causa de la impiedad del pueblo, pero que Dios
salvaría a un pequeño remanente: Vuestra tierra está desolada, vuestras ciudades
quemadas por el fuego, vuestro suelo lo devoran los extraños delante de vosotros, y
es una desolación, como destruida por extraños… Si el Señor de los ejércitos no nos
hubiera dejado algunos sobrevivientes, seríamos como Sodoma, y semejantes a
Gomorra (Isaías 1:7–9).
• A causa de esta revelación, Isaías dio a su hijo el nombre de Sear-jasub, “un
remanente volverá” (Isaías 7:3).
• A partir de entonces, Isaías predicaba constantemente estas dos ideas: el juicio
divino que iba a caer sobre Judá, y la salvación solo de un pequeño remanente:
Sucederá en aquel día que el remanente de Israel y los de la casa de Jacob que hayan
escapado, no volverán a apoyarse más en el que los hirió, sino que en verdad se
apoyarán en el Señor, el Santo de Israel. Un remanente volverá, el remanente de
Jacob, al Dios poderoso. Pues aunque tu pueblo, oh Israel, sea como la arena del
mar, solo un remanente de él volverá (Isaías 10:20–22; cf. 11:11).
• Igualmente, en la visión del templo que Isaías recibió en el año de la muerte del rey
Uzías, se le reveló que la nación iba a ser diezmada a causa de la ira de Dios, pero
que Dios salvaría a un remanente: Entonces dije yo: ¿Hasta cuándo, Señor? Y él
respondió: Hasta que las ciudades estén destruidas y sin habitantes, las casas sin
gente, y la tierra completamente desolada; hasta que el Señor haya alejado a los
hombres, y sean muchos los lugares abandonados en medio de la tierra. Pero aún
quedará una décima parte en ella, y esta volverá a ser consumida como el terebinto
o la encina, cuyo tronco permanece cuando es cortado: la simiente santa será su
tronco (Isaías 6:11–13).
• Más explícitamente, Isaías profetiza que Dios abrirá un camino desde Asiria (es
decir, Babilonia) hasta la Tierra Prometida para que el remanente pueda volver del
exilio: Y habrá una calzada desde Asiria para el remanente que quede de su pueblo,
así como la hubo para Israel el día que subieron de la tierra de Egipto (Isaías 11:16).
• Así, aquel remanente que, en principio, era evidencia de la severidad del juicio
divino vendría a ser evidencia de su providencia y cuidado: Escuchadme, casa de
Jacob, y todo el remanente de la casa de Israel, los que habéis sido llevados por mí
desde el vientre, cargados desde la matriz. Aun hasta vuestra vejez, yo seré el
mismo, y hasta vuestros años avanzados, yo os sostendré. Yo lo he hecho, y yo os
cargaré; yo os sostendré, y yo os libraré (Isaías 46:3–4).
¡Solo un remanente, un pequeño residuo de la nación! Sin embargo, estas últimas
palabras del Señor a través de Isaías son especialmente tiernas y emocionantes. Entre
quienes escucharon la predicación de Hageo estaban posiblemente algunos judíos
veteranos, ya muy avanzados en años, que habían atesorado en su corazón las palabras
de Isaías y que ahora, mirando atrás, podían ver la fidelidad de Dios: él los había
conservado en Babilonia, había movido el corazón de Ciro para permitirles volver a

163
casa, los había guardado en el viaje de regreso, los había librado de la oposición de los
samaritanos; en todo, los había “cargado”, llevándolos en sus brazos y sosteniéndolos.
… obedecieron la voz del Señor su Dios y las palabras del profeta Hageo, como el
Señor su Dios le había mandado (Hageo 1:12)
La reacción de los judíos ante la predicación de Hageo fue unánime. Decidieron
“obedecer” decisiva y puntualmente el mensaje del profeta.344 Pero notemos bien la
exactitud del texto. No están obedeciendo a Hageo, sino “la voz del Señor” y las
palabras que el profeta había recibido por mandato de Dios. Hageo no tiene autoridad
en sí, sino solamente como portavoz de Dios.
Y recordemos también las implicaciones sociales y políticas del mensaje divino: Dios
está llamando a los judíos a la desobediencia civil. Como ya hemos visto con respecto a
Esdras 5:2, cuando los intereses de Dios están verdaderamente en juego, su pueblo
debe estar dispuesto a obedecerle a él antes que a los hombres (Hechos 4:19).
¿Cuándo es lícito desobedecer los mandatos del rey y las leyes de nuestro país? No
es fácil dar una respuesta adecuada que cubra todas las eventualidades. Pero en el caso
que estamos considerando se reúnen los siguientes factores:
• Los intereses de Dios están siendo claramente perjudicados. Su casa sigue sin
edificar. Nada puede justificar la prohibición a edificar la casa de Dios, ni entonces ni
ahora. Si intentan callar nuestro testimonio, debemos desobedecer.
• Hay un claro mensaje de parte de Dios. No se trata de una idea humana, sino de una
respuesta humana a una exigencia divina.
• Hay un consenso entre los santos. No es cuestión de un par de “iluminados” que
van a desafiar al rey, sino de una convicción compartida por una amplia mayoría de
los siervos de Dios.
Acabamos de ver que Isaías (10:20) había profetizado que el remanente iba a
aprender a apoyarse en Dios, no en los asirios (ni en sus seguidores, los babilonios y los
persas). Ha llegado el momento del cumplimiento de sus palabras. Con su respuesta de
obediencia, los judíos revelan que no solo han sido liberados del cautiverio, sino que
también están en vías de emanciparse del miedo humano.
Y temió el pueblo delante del Señor (Hageo 1:12)
Es así porque han aprendido a temer a Dios más que a sus adversarios. En contraste
con el cinismo o la indiferencia con que los judíos habían respondido ante los mensajes
de los “profetas antiguos” de antes del cautiverio babilónico, estos responden con una
obediencia que es fruto del temor a Dios.347
Siempre es así. Cuando el pueblo de Dios se aleja de él y se vuelve egocéntrico y
carnal, escucha la palabra de Dios con indiferencia y sin ninguna intención de
obedecerla. En cambio, cuando el pueblo de Dios aprende a temer a Dios, entonces es
hacedor, y no solo oidor, de la palabra.
A la luz del ejemplo de estos judíos, necesitamos preguntarnos: ¿Qué nos motiva
más: las expectativas sociopolíticas del momento o el temor a Dios? ¿Qué obedecemos

164
con más puntualidad: la ley de nuestro país o la ley de Dios? ¿Qué preparamos con más
diligencia: los exámenes académicos del final del curso o el gran examen ante Dios en el
día final? ¿Tememos más a los hombres que vemos, o al Dios invisible?
Entonces Hageo, mensajero del Señor, por mandato del Señor, habló al pueblo,
diciendo: Yo estoy con vosotros, declara el Señor (Hageo 1:13)
¡Qué bueno es nuestro Dios! Él entiende nuestros temores y nuestro sentido de
debilidad y de indefensión. Cuando su pueblo se apoya en él, lo teme a él antes que a
nadie, y decide correr el riesgo, afrontar el peligro y lanzarse a la obediencia a Dios sin
contar el precio, entonces Dios responde con un nuevo mensaje.
Y el “mensaje” es comunicado por el “mensajero del Señor”. Este título ha
provocado mucha discusión entre ciertos comentaristas, porque no se emplea con
frecuencia en las Escrituras. Pero la discusión es innecesaria. Los libros postexílicos lo
emplean como sinónimo de “profetas” (2 Crónicas 36:16; Malaquías 2:7; 3:1).
Si el primer mensaje había sido de reprensión, este nuevo mensaje es de consuelo.
El mismo Dios que ve nuestra desobediencia y nuestra comodidad egoísta, también está
presente para vindicarnos y defendernos cuando somos obedientes y fieles. Por tanto,
los judíos no necesitan sentirse indefensos. El Dios omnipotente promete estar con
ellos (cf. Hageo 2:4b, 5).
Estas breves palabras, que sintetizan seguramente un mensaje más elaborado,
quizás tengan la intención de traer a la memoria profecías antiguas en las que Dios
había prometido estar al lado del remanente a pesar de la precariedad de su existencia.
Por ejemplo:
Mas ahora, así dice el Señor tu Creador, oh Jacob, y el que te formó, oh Israel:
No temas, porque yo te he redimido, te he llamado por tu nombre; mío eres tú.
Cuando pases por las aguas, yo estaré contigo, y si por los ríos, no te anegarán;
cuando pases por el fuego, no te quemarás, ni la llama te abrasará… Eres
precioso a mis ojos, digno de honra, y yo te amo… No temas, porque yo estoy
contigo (Isaías 43:1–5).
Y despertó el Señor el espíritu de Zorobabel, hijo de Salatiel, gobernador de Judá, y
el espíritu del sumo sacerdote Josué, hijo de Josadac, y el espíritu de todo el
remanente del pueblo (Hageo 1:14)
Estamos ya familiarizados con la idea de que el Señor se mueve por su Espíritu para
despertar el espíritu del hombre, porque ya lo hemos visto en el caso del rey Ciro
(Esdras 1:1) y de los jefes de las casas paternas de Israel (Esdras 1:5). Si acaso hay algo
sorprendente en las palabras del texto de Hageo, es su ubicación: habríamos esperado
leerlas antes del versículo 12, como explicación de la obediencia de los judíos. En vez de
esto, aparecen aquí como respuesta de Dios a esa obediencia. Al ver que el pueblo
responde con temor a su nombre y una disposición a obedecer el mensaje del profeta,
Dios les fortalece en el hombre interior y les da las necesarias fuerzas para emprender
la atrevida tarea.
¡En el hombre interior! Sí, es allí donde más necesitamos ser despertados. La triple
165
repetición de la palabra “espíritu” en este versículo subraya esta necesidad del
creyente. Si nuestro espíritu está bien despierto, actuaremos bien en la construcción de
la casa de Dios. Pero, si sigue dormido, entonces no nos esforzaremos en el ministerio.
Es de observar que aquí, una vez más, es Dios quien da tanto “el querer como el
hacer” (Filipenses 2:13); es Dios quien despierta a su pueblo de su letargo para cumplir
sus pro propósitos. Sin este toque divino, el hombre sería incapaz de responder al
desafío de la palabra de Dios.
Y vinieron y comenzaron la obra en la casa del Señor de los ejércitos, su Dios…
(Hageo 1:14b)
Despertados por el impulso de Dios, los judíos volvieron a comenzar la construcción
del templo. Hacía dieciséis años que habían “colocado los cimientos”. En torno a esta
frase, hemos dicho que incluiría, sin duda, el fortalecimiento de aquellos tramos de las
paredes del edificio que aún quedaban en pie después de la destrucción de
Nabucodonosor. Esto explicaría el uso de la preposición “en”. Todavía quedaban
suficientes restos restaurados como para sugerir que “entraron” en ellos para reanudar
la obra.
Notemos también la frase “su Dios”. ¿Acaso no habría bastado con decir:
Comenzaron la obra en la casa del Señor de los ejércitos? ¿Por qué es necesario añadir
“su Dios”? Es la misma frase empleada en torno al ministerio de Hageo en el versículo
12. Da la idea de que el Señor solamente es nuestro Dios de verdad cuando estamos
llevando a cabo fielmente el ministerio que nos ha dado. Cuando el pueblo estaba
descuidando su responsabilidad de edificar el templo, Dios era solamente “el Señor de
los ejércitos” (1:2, 5, 7, 9). Pero, cuando el pueblo obedece al Señor y se dedica a su
obra, entonces Dios es “el Señor su Dios” (1:12, 14).
… el día veinticuatro del mes sexto, en el año segundo del rey Darío (Hageo 1:15)
Es motivo de cierto debate entre los comentaristas la demora de veintitrés días
entre la predicación de Hageo (día uno del mes sexto; Hageo 1:1) y el comienzo de la
obra. Quizás la explicación más sencilla y razonable (y que evita la necesidad de hacer
grandes enmiendas al texto, como pretenden algunos) consista en recordar que el mes
sexto era época de recoger cosechas y que estas no podían posponerse. Fue al finalizar
la siega cuando los varones judíos debían reunirse para emprender la edificación del
templo.
Esta explicación, a su vez, nos ayuda a entender la colocación del versículo 14. Fue
el día uno del mes cuando Hageo comunicó su mensaje y los judíos determinaron
obedecer al Señor. Pero fue en torno al día veinticuatro, al acabar las cosechas, cuando
Dios les despertó el espíritu y puso en su corazón que había llegado el momento de
poner manos a la obra.

166
La intervención de Tatnai y Setar-boznai
Esdras 5:3–17
En aquel tiempo Tatnai, gobernador de la provincia al otro lado del río, y Setar-
boznai y sus compañeros vinieron a ellos y les hablaron así… (5:3)
Sin duda, Tatnai (o, más correctamente, según el texto arameo: Tattenay) fue uno
de los predecesores de Rehum (4:8) como gobernador persa de “Abar-naharâ”
(Transeufratina). Es una figura conocida en la historia secular. Se ha encontrado un
texto babilónico del año 502 a. C. que hace referencia a un esclavo de “Taattanni
gobernador de Ebernari”. Tanto la tablilla babilónica como el texto de Esdras emplean
la misma palabra aramea, pehâ, para referirse a su cargo (gobernador). Él era el oficial
responsable de toda la provincia, que, como hemos visto, incluía los distritos de Judá y
cubría toda Siria y Palestina. Parece que, sobre él, gobernaba un sátrapa llamado
Ushanti, cuya jurisdicción englobaba toda Transeufratina y también Babilonia.
Acerca de Setar-boznai, no sabemos nada excepto lo que parece en nuestro texto.
Evidentemente, era otro oficial importante de la administración persa de la provincia
que servía de ayudante a Tatnai.
Aún sabemos menos acerca de sus “compañeros” (o “afarsaquitas”). Se trata de una
palabra de origen persa que solo se encuentra aquí y en 6:6, y cuyo significado exacto
es desconocido. Quizás tenga el valor de “gobernadores” o “inspectores”. De todas
maneras, es una delegación imponente que tiene que haber hecho temblar a los judíos.
¿Quién os dio orden de reedificar este templo y de terminar este edificio? (5:3)
Nuevamente, la obra de reconstrucción despierta suspicacias y provoca la
intervención de las autoridades imperiales. Pero es probable que esta intervención no
esté incluida en la relación del capítulo 4 precisamente porque no hubo malicia en
Tatnai y sus compañeros, sino solo el sentido del deber de todo buen funcionario, el
deber de averiguar dónde estaba el permiso de obras. Es importante, hoy también,
distinguir entre la saña persecutoria y el celo administrativo, entre las actividades
maliciosas de los enemigos del evangelio y los necesarios reglamentos de un Estado de
derecho.358 El imperio persa, en muchos sentidos más tolerante y concesivo que el
babilónico y el asirio, se caracterizaba sin embargo por una administración altamente
organizada y escrupulosamente ejercida, con los consabidos controles y envíos de
inspectores. Tatnai y compañía parecen no haber sido motivado por ninguna
animosidad contra los judíos o contra el templo, sino que cumplían sencillamente con
sus responsabilidades.
Es comprensible la consternación de estos oficiales, porque los dos primeros años

167
del reinado de Darío se caracterizaban por su turbulencia política. La iniciativa para
construir el templo sin que hubiera ningún decreto real que la justificara se podía
interpretar como un brote más de rebelión.
Era posible dar una respuesta positiva veraz a la pregunta de Tatnai: “El gran Ciro
nos dio orden de reedificar y terminar este templo”. Esta iba a ser la respuesta dada por
Zorobabel (ver 5:13–15). Sin embargo, los judíos sabían perfectamente que era una
respuesta ingenua, porque a continuación había llegado la contraorden de Ciro.
¿Tendrían los funcionarios información acerca de ella, o ignoraban su existencia?
También les dijeron así: ¿Cuáles son los nombres de los hombres que están
reedificando este edificio? (5:4)
Además del permiso de obras, los funcionarios exigen una relación de los nombres
de todos los hombres que están participando en la construcción. ¡Exigencia ominosa! Es
una típica medida prepotente de la autoridad opresora, empleada habitualmente por
todos los cuerpos de policía de nuestro mundo caído. A lo mejor no pasa nada; pero,
mientras tanto, vives en vilo porque “te tienen fichado”.
Pero el ojo de su Dios velaba sobre los ancianos de los judíos… (5:5)
Nuevamente, los actos benévolos de las autoridades humanas son atribuidos al
control soberano de Dios (cf. 1:1). Los agentes humanos actúan sin comprender que
están cumpliendo los propósitos de Dios. De hecho, esta es una de las diversas
ocasiones en las que el libro de Esdras descubre detrás de las acciones y los
acontecimientos humanos la actuación de la mano o de los ojos de Dios (7:6, 9, 28;
8:18, 22, 31; cf. Nehemías 2:8, 18): los ojos hablan de su vigilancia; las manos, de su
providencia. Uno de los énfasis principales de las profecías de Hageo y Zacarías era que
Dios velaba por el bien de su pueblo. Los judíos no debían temer, porque Dios estaba
con ellos (Hageo 1:13; 2:4); sus ojos recorren toda la tierra (Zacarías 4:10). Además, la
mirada providencial de Dios se asociaba especialmente al templo desde el momento de
su dedicación por medio de la gran oración de Salomón:
Atiende a la oración de tu siervo y a su súplica, oh Señor Dios mío, para que
oigas el clamor y la oración que tu siervo hace hoy delante de ti; que tus ojos
estén abiertos noche y día sobre esta casa… Que tus ojos estén abiertos a la
súplica de tu siervo y a la súplica de tu pueblo Israel, para escucharles siempre
que te invoquen (1 Reyes 8:28–29, 52).
A la luz de la mediocridad de nuestro servicio, es motivo de temor y de reflexión
sobria pensar que el ojo de nuestro Dios vela sobre nosotros. Pero, en momentos de
dificultad y persecución, ¡qué alivio es saber que él nos ve y nos cuida!
He aquí, los ojos del Señor están sobre los que le temen, sobre los que
esperan en su misericordia, para librar su alma de la muerte… Nuestra alma
espera al Señor; él es nuestra ayuda y nuestro escudo… Sea sobre nosotros tu
misericordia, oh Señor, según hemos esperado en ti (Salmo 33:18–22).

168
Los ojos del Señor están sobre los justos, y sus oídos atentos a su clamor…
Claman los justos, y el Señor los oye, y los libra de todas sus angustias (Salmo
34:15–17).
Aquí, por primera vez, los líderes de los judíos (Zorobabel, Jesúa y los jefes de las
casas paternas) se agrupan en una sola categoría y se llaman “los ancianos de los
judíos”.
… y no les detuvieron la obra hasta que un informe llegara a Darío, y volviera una
respuesta escrita tocante al asunto (5:5)
Al investigar las obras, al escuchar los argumentos de los judíos y al ver su obvia
sinceridad e integridad, los funcionarios llegaron a la conclusión de que no hacía falta
ninguna intervención de su parte excepto enviar un informe al emperador. Por eso
permitieron que, mientras tanto, los judíos siguieran con la construcción.
Esta es la demostración de que Tatnai y Setar-boznai no actuaban con mala fe ni con
animosidad contra los judíos, sino solamente como funcionarios que cumplían
fielmente con sus obligaciones. No se extralimitaron (como iban a hacerlo Rehum,
Simsai y compañía en tiempos de Artajerjes; 4:23), sino que actuaron sencillamente
conforme a la ley y según los intereses del imperio.
De hecho, Dios utilizó esta intervención suya para bien. Sin ella, tarde o temprano
los judíos habrían sido denunciados, y quizás no de una manera tan benigna y
equilibrada. Como consecuencia de ella, y bajo la providencia de aquel Dios cuyas
profecías habían puesto en marcha este atrevimiento, se descubrió el decreto original
de Ciro (y no la contraorden) y se le ratificó.
Esta es la copia de la carta que Tatnai, gobernador de la provincia al otro lado del
río, y Setar-boznai y sus compañeros los oficiales que estaban al otro lado del río,
enviaron al rey Darío (5:6)
Como todo buen historiador, Esdras copia directamente los textos oficiales allí
donde los tiene a mano (cf. 1:2–4; 4:9–16; 4:17–22; 6:2–12). Como en el caso de los
documentos citados en el capítulo 4, aquí también hay mucha repetición redundante de
nombres y títulos.
Le enviaron un informe que estaba escrito así: Al rey Darío, toda paz (5:7)
Como en 4:17, el informe comienza con la salutación convencional: ¡Paz! Pero ahora
se hace más enfática (“toda paz”), quizás porque en aquellos momentos la necesidad
de paz en el imperio era especialmente acuciante.
Sepa el rey que hemos ido a la provincia de Judá, a la casa del gran Dios, que está
siendo edificada con piedras enormes y vigas empotradas en las paredes… (5:8)
Es curioso que den al Señor el título de “Gran Dios”, cuando hasta aquí siempre se le
ha llamado “el Dios de los cielos” (1:2) o “el Dios de Israel” (1:3; 4:1, 3; 5:1). Quizás los
funcionarios, en su ignorancia, creyeran que Yahvé era el principal dios de Israel. O,
quizás con aún más probabilidad, estén evaluando las cosas desde el punto de vista de
169
los samaritanos, para muchos de los cuales Yahvé no fue más que el dios supremo entre
muchos dioses.
El templo, efectivamente, estaba siendo edificado con “piedras enormes” y “vigas”
de madera. Las “piedras enormes” son literalmente “piedras de rodar”, es decir, piedras
tan grandes que solo podían ser movidas sobre “rodillos”. La palabra “empotradas”
podría dar la impresión de que las vigas estaban hincadas en la piedra; pero más bien
estaban colocadas para formar hileras que alternaban con las piedras, tres hileras de
piedra y una de madera (ver 6:4), como en el caso del templo de Salomón (1 Reyes
6:36). Lo que causaba consternación a los funcionarios fue que esta era la manera
habitual de construir fortalezas en aquel entonces.362 Según el razonamiento de ellos,
no era necesario emplear construcciones de tipo militar para un edificio de fines
religiosos.
… y esta obra se adelanta con gran esmero y prospera en sus manos (5:8)
La cita del documento oficial da fe de la rapidez con que avanzaba la reconstrucción
del templo (“prospera en sus manos”), así como de la calidad de la obra (“gran
esmero”). Los judíos no estaban sacrificando la calidad de la estructura al apremio del
momento, sino que estaban combinando urgencia y excelencia en el trabajo.
Entonces preguntamos a aquellos ancianos, y les dijimos así: “¿Quién os dio orden
de reedificar este templo y de terminar este edificio?” (5:9)
Aquí el documento sigue al pie de la letra la narración de Esdras en el versículo 3
(¡o, mejor dicho, viceversa!).
También les preguntamos sus nombres para informarte, y para dar por escrito los
nombres de los hombres que eran sus jefes (5:10)
Aquí, en cambio, se añade un detalle nuevo. Serán los nombres de los cabecillas los
que serán enviados a la corte. ¡Menos mal, pues, que las profecías de buen ánimo de
Hageo fueron dirigidas especialmente a Zorobabel y a Jesúa! Estos son los que se
encuentran ahora bajo amenaza de la pena capital, al ser acusados de posible
subversión política. Pero ellos también, según la profecía, son los primeros en estar bajo
la vigilancia y la protección del Señor.
Y así nos respondieron, diciendo: Somos los siervos del Dios del cielo y de la tierra…
(5:11)
Los funcionarios han exigido saber con qué autorización los judíos construyen el
templo. De “autoridad” se trata. Por tanto, en su respuesta, los “ancianos” dicen cuáles
son las autoridades que han autorizado esta obra. En primer lugar señalan la
autorización divina; en segundo lugar, la humana, la del rey Ciro. Su respuesta declara
su fe. El incrédulo contestaría solo mencionando la legalidad humana. Para ellos, sin
embargo, la llamada de Dios tiene mayor peso que cualquier decreto real.
Su respuesta es a la vez respetuosa y desafiante. En ningún momento cuestionan la
autoridad del rey: al contrario, argumentan que la construcción del templo, lejos de
atentar contra los intereses reales, se está llevando a cabo con la plena autorización de

170
la monarquía. Pero, en otros matices de su discurso, manifiestan con toda claridad que
su lealtad a la autoridad imperial no es ni absoluta ni incuestionable:
• Al establecer que son “siervos de Dios”, indican de una manera discreta que su
primera lealtad es a Dios, no al emperador. Si el emperador intenta imponer su
voluntad por encima de la de Dios, ellos no tendrán más opción que obedecer a
Dios antes que a los hombres (Hechos 4:19).
• Al decir que su Dios es el “Dios del cielo y la tierra”, afirman que él es Creador de
todo y, por tanto, está por encima de todo señorío en el cielo y en la tierra. Él es Rey
de reyes y Señor de señores. Él es verdaderamente el “Gran Dios”. Los demás dioses
del imperio no son nada en comparación con él.
• Además, el rey Darío era adorador celoso de Ahura Mazda, el dios persa de los
cielos y fue un atrevimiento por parte de los judíos afirmar que el “Dios del cielo” es
Yahvé, el Dios de Israel (cf. 5:12). No debemos pensar que ellos emplearon este
título con espíritu sincretista, dando a entender que ellos adoraban al mismo dios
que Darío, pero con otro nombre. No. El uso de un título tan grande para su Dios
constituía un desafío más que una concesión. Estaban diciendo que el auténtico Dios
del cielo es el Dios cuyo templo está en Jerusalén. Pero, con todo, quizás por pura
superstición, era posible que Darío tuviera reticencias ante la idea de frenar la
construcción del templo del “Dios del cielo”.
… y estamos reedificando el templo que fue construido hace muchos años, el cual
un gran rey de Israel edificó y terminó (5:11)
Pero, si el Dios adorado por los judíos es realmente tan poderoso como para
merecerse el título de “Dios del cielo”, ¿cómo se explica que su templo fue destruido?
¿No demuestran las ruinas de Jerusalén que no puede ser tan poderoso como los dioses
de Babilonia?
Los judíos se ven, pues, en la necesidad de dar una adecuada explicación de la
situación. Empiezan describiendo la construcción del glorioso templo en tiempos de
Salomón, estableciendo de esta manera que su obra actual es una reconstrucción, no
una edificación completamente nueva: no están haciendo nada que atente contra el
presente ni el futuro, sino restaurando el pasado.
Pero como nuestros padres provocaron a ira al Dios del cielo, él los entregó en
mano de Nabucodonosor, rey de Babilonia, el caldeo, quien destruyó este templo, y
deportó al pueblo a Babilonia (5:12)
¿Cómo, pues, explicar la destrucción del templo del gran Dios del cielo? Los judíos
mismos asumen la culpa. Nabucodonosor destruyó el templo y llevó cautivo al pueblo
no porque Dios fuera impotente para impedirlo, sino porque Dios mismo lo determinó.
Formó parte de “el plan predeterminado y el previo conocimiento de Dios” (Hechos
2:23). Y Dios lo determinó en su ira, a causa de las múltiples provocaciones de los judíos
en el pasado. Las ruinas del templo no demuestran la debilidad de Dios, sino la
culpabilidad de su pueblo rebelde y el carácter fulminante de su juicio cuando se le
agota la paciencia. El Dios del cielo es un Dios severo y temible cuya voluntad no puede
171
ser desobedecida impunemente.
Sin embargo, en el año primero de Ciro, rey de Babilonia, el rey Ciro proclamó un
decreto de que se reedificara esta casa de Dios (5:13)
Después de aquella historia que revela el poder, la ira y el carácter temible del juicio
de Dios, los judíos narran aquella historia posterior que sienta las bases para justificar el
atrevimiento de haber reiniciado la construcción del templo. ¡Lo hicieron con la
aprobación del gran rey Ciro! Y no solo con su aprobación. Él mismo había mandado la
reconstrucción. No edificar el templo sería desobedecerle.
Aquí, el informe viene a resumir la historia que ya hemos estudiado en 1:1–11.
También los utensilios de oro y de plata de la casa de Dios, que Nabucodonosor
había sacado del templo que estaba en Jerusalén y llevado al templo de Babilonia, los
sacó el rey Ciro del templo de Babilonia… (5:14)
Ahora, los utensilios del templo, largamente catalogados en 1:7–11, aparecen no
solo como dato histórico (fueron realmente devueltos al templo), sino como evidencia
tangible de la voluntad de Ciro. Podemos suponer que, al llegar a este punto de su
argumento, los judíos llevaron a Tatnai y a sus compañeros a la tesorería del templo
para demostrar la verdad de lo que decían: Allí estaban los utensilios en su sitio como
prueba de que el emperador realmente había decretado su devolución.
… y fueron entregados a Sesbasar, a quien había puesto por gobernador (5:14)
Sesbasar vuelve a presentarse en el escenario (ver 1:8–11). Siempre aparece en
torno a la entrega de los utensilios del templo; es decir, cuando actúa con funciones
que tienen que ver con su posición oficial como líder de los exiliados judíos y como
gobernador del distrito de Judá (por cierto, es ahora cuando aprendemos que había
sido constituido gobernador por el rey Ciro). Ya hemos dicho de él que es probable que
sea el mismo Zorobabel, pero llamado por su nombre oficial de corte. Dos detalles del
texto apoyan esta identificación. En primer lugar, tanto Sesbasar (aquí) como Zorobabel
(en Hageo 1:1, 14; 2:2, 21) son llamados “gobernador”. En segundo lugar, tanto
Sesbasar (en el 5:16) como Zorobabel (en el 3:8–10 y en Zacarías 4:9) son nombrados
como el responsable de haber colocado los cimientos de la casa del Señor.
Y le dijo: Toma estos utensilios, ve y colócalos en el templo que está en Jerusalén, y
que sea la casa de Dios reedificada en su lugar (5:15)
Si Sesbasar es realmente la misma persona que Zorobabel, entonces el propio
Zorobabel está contando aquí su testimonio personal: “El rey me dijo que tomara estos
utensilios…” Quizás haya sido este testimonio de parte de alguien que había estado
presente desde el principio en todos los momentos críticos de esta historia el que
convenció a Tatnai y a sus compañeros y les llevó a no impedir la continuación de la
obra. Las palabras de un testigo presencial siempre tienen mucho peso.
Entonces aquel Sesbasar vino y puso los cimientos de la casa de Dios que está en
Jerusalén… (5:16)

172
Aquí tenemos una de cal y otra de arena en cuanto a la relación entre Sesbasar y
Zorobabel. Por un lado, como ya hemos indicado en la introducción, algunos
comentaristas toman la frase “aquel Sesbasar” precisamente como evidencia de que
Zorobabel no puede ser identificado con él. Zorobabel mismo no daría información a los
funcionarios acerca de “aquel Sesbasar”; esta frase da la impresión de que Sesbasar ya
es una figura del pasado. Pero debemos recordar que Zorobabel no ha sido nombrado
en el informe (¡si solo tuviéramos la lista de nombres mencionada en el 5:10!) y la frase
“aquel Sesbasar” no significa necesariamente “aquel Sesbasar que vivió en tiempos de
Ciro, pero que ahora no está con nosotros”, sino que puede significar “aquel Sesbasar al
que acabamos de referirnos, ¡y que, por cierto, está contándonos esta historia!”.
Por otro lado, si Sesbasar no es Zorobabel, ¿cómo explicar que se le atribuye a él lo
que claramente ha sido obra de este: la colocación de los cimientos del templo? El texto
nos ha dicho expresamente que Zorobabel los puso (3:8–10) y que previamente a esta
acción suya no se habían colocado (3:6). Ahora se dice con igual claridad y contundencia
que fueron puestos por Sesbasar, probablemente porque hace falta emplear el nombre
al que tienen que buscar en los archivos imperiales.
En todo caso, lo que los judíos están comunicando a Tatnai es que los cimientos del
templo fueron colocados con plena autorización real por la persona encomendada
expresamente con esta responsabilidad. De ninguna manera fue un acto de subversión,
sino de conformidad con el decreto imperial.
… y desde entonces hasta ahora se sigue construyendo, pero aún no está
terminada (5:16)
Aquí, el lenguaje es un tanto artero. Los judíos se olvidan deliberadamente de la
posterior prohibición de Ciro y dan a entender que la edificación nunca ha cesado,
cuando en realidad ha estado parada durante dieciséis años. ¡Parada, pero digamos que
en vías de construcción o en esperanza de construcción!
Hasta aquí, la respuesta que los judíos dieron a Tatnai y Setar-boznai. A
continuación viene la petición de estos al rey.
Y ahora, si al rey le parece bien, que se busque en la casa del tesoro del rey que
está allí en Babilonia, a ver si es que fue proclamado un decreto de parte del rey Ciro
para reedificar esta casa de Dios en Jerusalén… (5:17)
Los funcionarios saben que la continuidad de las obras del templo dependerá de si
se encuentra este decreto o no, pues los decretos de los monarcas persas tenían fuerza
de ley. Piden que se busque el decreto de Ciro en la “casa del tesoro del rey”. Como
veremos (cuando lleguemos a 6:1), el documento pertinente iba a ser encontrado en la
“casa de los libros”. Pero lo probable es que se trate de una misma casa, donde se
guardaban tanto los tesoros como los archivos reales. Los funcionarios piden que se
busque el documento en Babilonia; pero, de hecho, el documento se encontró en
Acmeta (6:2), por cierto, otro caso más de la eficiencia de la administración persa. Esto
viene a confirmar que el texto transcribe la copia original del documento enviado por
los funcionarios: de haber sido un texto inventado por el autor, sin duda habría

173
mencionado siempre la misma ciudad en los tres versículos (5:17–6:2).
… y que se nos envíe la decisión del rey en cuanto a este asunto (5:17)
Y finalmente llegamos al propósito del documento. Los funcionarios necesitan saber
cuál es el criterio del rey: ¿puede proseguir la obra del templo, o debe ser parada? Aun
en el caso de encontrar en los archivos el decreto original de Ciro, podría ser deseo de
Darío que la obra del templo cesara. ¿Cuál, pues, es la voluntad del rey? Mientras tanto,
los judíos vivirán en vilo a la espera de la respuesta.

El decreto de Darío
Esdras 6:1–13

La búsqueda en los archivos reales (6:1–5)


Entonces el rey Darío proclamó un decreto, y buscaron en los archivos donde se
guardaban los tesoros allí en Babilonia (6:1)
Esta sección (6:1–13) nos informa sobre dos decretos proclamados por el rey Darío
en respuesta a la solicitud de Tatnai, Setar-boznai y sus compañeros. El primero (6:1–5)
manda buscar los documentos pertinentes en los archivos imperiales (literalmente, “en
la casa de los libros”). El segundo (6:6–12) autoriza la continuación de las obras de
reconstrucción del templo.
La mención de “archivos” juntamente con “tesoros” queda confirmada por los
arqueólogos. Al excavar las ruinas de Persépolis, descubrieron uno de los archivos
reales al lado de la tesorería. Esto hace suponer que era habitual que “la casa del tesoro
del rey” estuviera unida a “la casa de los libros”, lo cual explicaría las palabras de 5:17
(que indican que los documentos deseados se encontrarían en la casa del tesoro).
Y en Acmeta, en la fortaleza que está en la provincia de Media, hallaron un rollo
en el que estaba escrito lo siguiente… (6:2)
“Acmeta” es la forma aramea del nombre de la ciudad persa de Hagmatana,
conocida en la historia secular por su nombre griego, Ecbatana. Era la capital de los
reyes de Media, una región al norte y oeste de Mesopotamia. Se encuentra a unos 480
kilómetros al nordeste de Babilonia. Después de su conquista por Ciro, Media pasó a ser
provincia del imperio, mientras que Ecbatana se convirtió en una de las residencias
preferidas de los reyes de Persia, su lugar habitual de veraneo. De hecho, el propio Ciro
se había retirado a Ecbatana después de la conquista de Babilonia, dejando el gobierno
diario del imperio en manos de Cambises. Es más que probable, por tanto, que el
decreto citado en Esdras 1:2–4 fuera emitido desde Ecbatana, lo cual explica el

174
descubrimiento del rollo en aquella ciudad.
Los judíos, acosados por la delegación de funcionarios (5:3), solo habían podido
confiar en Dios (5:5, 11) y en la verdad de los hechos históricos (5:13–16). Ahora su
confianza y su veracidad serán vindicadas. El rollo descubierto va a darles toda la razón.
Memorándum: En el año primero del rey Ciro, el rey Ciro proclamó un decreto…
(6:2–3)
El contenido de este decreto es esencialmente el mismo que el que hemos visto en
1:2–4. Sin embargo, las pequeñas diferencias que existen entre los dos textos (por
ejemplo, la falta aquí de cualquier referencia a la repatriación de los judíos) han dado
mucho que hablar e incluso han hecho que algunos cuestionen la autenticidad del
decreto de Esdras 1.
Sin embargo, deben tomarse en consideración dos cosas. Por un lado, la cita de
6:3–5 no es necesariamente una copia de todo el documento original. Podría ser solo de
aquellas partes relevantes a la consulta de Tatnai y Setar-boznai. Estos no han
cuestionado la licitud del retorno de los judíos, sino solo de la construcción del templo.
Por otro lado, es probable que no se trate de un documento único que se cita de
dos maneras diferentes, sino de dos documentos independientes que, aunque se
refieren a los mismos hechos y fueron escritos en el mismo momento, son diferentes
entre sí y se dirigen a distintos destinatarios: el decreto de Esdras 1 es una
proclamación en hebreo dirigida al pueblo de Israel, con un tono marcadamente
religioso y piadoso, que debía ser proclamado por heraldos en todas las ciudades del
imperio en las que hubiera exiliados hebreos; en cambio, el de Esdras 6 es un
documento oficial, de tono secular y administrativo, dirigido a los funcionarios
imperiales e incorporado a los archivos financieros de la administración persa en
Ecbatana. El contenido del documento de Esdras 6 es precisamente lo que
esperaríamos encontrar en una versión administrativa del decreto de Esdras 1. También
es justo lo que hacía falta para contestar a los interrogantes de Tatnai, porque se trata
del convenio de los dispendios autorizados por Ciro para la reconstrucción del templo.
Además, estipula las dimensiones permitidas del edificio y la clase de materiales que
deben ser empleados en la construcción.
Es interesante saber que se ha descubierto un documento en arameo del siglo V a.
C., similar a este, relacionado con la reconstrucción de un templo judío en Egipto.
En cuanto a la casa de Dios en Jerusalén, que sea reedificado el templo, el lugar
donde se ofrecen los sacrificios… (6:3)
El decreto tiene que ver con el templo en Jerusalén. Ciro manda explícitamente que
sea reedificado. Para que no pueda haber confusión en cuanto a cuál de los edificios
religiosos tiene en mente (pues en casi todas las ciudades del imperio había más de un
templo), el decreto aclara que es el templo ubicado en aquel lugar donde se ofrecen los
sacrificios. Nuevamente, el texto enfatiza que existía un solo lugar en Jerusalén donde
era lícito ofrecer sacrificios a Dios, y nos recuerda el empeño de los judíos en darse con
aquel lugar y colocar el altar de sacrificios en su sitio correcto (3:3).

175
… y que se conserven sus cimientos, con su altura de sesenta codos y su anchura de
sesenta codos;… (6:3)
Ahora se nos indican por primera vez las medidas del templo, al menos su altura y
su anchura. Parece ser que, quizás por desliz de algún copista, se ha omitido la longitud.
Como ya hemos visto (en el comentario a 3:12), si el templo fue reconstruido según las
medidas mencionadas aquí, tenía dimensiones superiores a las del templo de Salomón.
Este medía 60 codos de largo, 20 de ancho y 30 de alto. Es decir, era un edificio
alargado, más alto que ancho. Pero, suponiendo que la longitud de la reconstrucción
era igual que la del templo original, el nuevo templo iba a tener forma de un cubo
equilátero, ¡con un volumen seis veces más grande que el de Salomón!
Esto parece inverosímil, especialmente a la luz de la reacción de los veteranos
(3:12). Sin embargo, hay otra posible interpretación de este versículo que me parece
plausible y que evita la necesidad de suponer una corrupción del texto: las medidas
aquí establecidas no indican las dimensiones reales del templo reconstruido, sino que
indican las dimensiones máximas que los persas están dispuestos a permitir. Dentro de
estas dimensiones, los judíos mismos pueden determinar las proporciones del edificio
según los requisitos de su culto. Seguramente, estas dimensiones quedan estipuladas
aquí para limitar el tamaño del templo (los judíos podrían intentar deslumbrar los
enormes templos de los dioses de Babilonia) y los gastos pagados por la tesorería (los
judíos podrían aprovechar la generosidad del rey).379
… con tres hileras de piedras enormes y una hilera de madera… (6:4)
El sentido de estas palabras no es que toda la altura del edificio deba consistir en
solo tres hiladas de piedra y una sola de madera, sino que la construcción ha de llevarse
a cabo alternando tres hiladas de piedra y una de madera, otras tres de piedra y otra
más de madera, y así sucesivamente. La colocación de madera en medio de la piedra
era probablemente una medida para dar flexibilidad al edificio y fortalecerlo contra los
efectos de los movimientos sísmicos. Con este método había edificado Salomón los
atrios de su templo:
Edificó el atrio interior con tres hileras de piedra labrada y una hilera de vigas
de cedro… El gran atrio tenía en derredor tres hileras de piedras talladas y una
hilera de vigas de cedro, igual que el atrio interior de la casa del Señor y el pórtico
de la casa (1 Reyes 6:36; 7:12).
Este tipo de estructura, con hiladas de piedra y otras de madera, aún se utilizaba en
el siglo X d. C. Por ejemplo, los musulmanes lo empleaban en sus primeras
construcciones en España. Lo importante, sin embargo, a efectos de la investigación
oficial, es que las “piedras enormes”,381 que habían despertado las suspicacias de los
funcionarios (5:8), habían sido autorizadas explícitamente por el decreto de Ciro.
… y que los gastos se paguen del tesoro real (6:4)
Pero lo más sorprendente es que el rey había mandado que todo fuera financiado

176
desde la tesorería imperial. Lejos de estar participando en una acción subversiva, los
judíos están colaborando en un proyecto oficial. Conforme al texto del decreto, quienes
podrían ser acusados de negligencia son los propios funcionarios, porque, lejos de estar
velando por el buen cumplimiento y la adecuada financiación de la construcción del
templo, han perturbado a los judíos que la llevaban a cabo. Darío mismo indicará que
los funcionarios deben corregir esta situación cuanto antes (6:8).
Y que también se devuelvan los utensilios de oro y de plata de la casa de Dios, los
cuales Nabucodonosor sacó del templo en Jerusalén y trajo a Babilonia, y que se
lleven a sus lugares en el templo en Jerusalén y sean colocados en la casa de Dios (6:5)
El decreto original casi sigue al pie de la letra las palabras de la carta de Tatnai. Se ve
que los judíos, al dar explicaciones acerca de la legalidad de su obra (5:11–16), se
acordaban del texto de Ciro y lo citaron con exactitud.
Ya hemos estudiado cómo Ciro devolvió los utensilios a Sesbasar y mandó llevarlos a
Jerusalén. Ahora descubrimos que, según el decreto, los utensilios habían de ser
puestos “en sus lugares” en el templo. Con esta frase, Ciro se mostró un hombre
cuidadoso de respetar la voluntad de Dios aun en los detalles más pequeños.
El verbo traducido como “sean colocados” es literalmente “los pondrás”, como si se
tratara no de un decreto general dirigido a los judíos, sino una instrucción particular
dirigida a Sesbasar.
Aquí acaba la cita del decreto de Ciro. Siguen las instrucciones de Darío.

Las instrucciones de Darío (6:6–12)


Ahora pues, Tatnai, gobernador de la provincia al otro lado del río, Setar-boznai, y
vuestros compañeros, los oficiales del otro lado del río… (6:6)
A la luz de lo ya decretado por Ciro, Darío establece ahora su propio decreto.
Encarga solemnemente a las autoridades provinciales acatar las siguientes órdenes.
… alejaos de allí (6:6)
En primer lugar, y negativamente, deben alejarse de Jerusalén y dejar en paz a los
judíos. Literalmente, la frase reza: “estad lejos” o “guardad distancia”. ¡La orden es un
tanto cruda, pero no deja lugar a dudas!
No impidáis esta obra de la casa de Dios, y que el gobernador de los judíos y los
ancianos de los judíos reedifiquen esta casa de Dios en su lugar (6:7)
Sigue el mandato negativo: de ninguna manera deben interferir con la obra de
construcción para impedirla, sino que han de permitir que Zorobabel y los demás
líderes judíos prosigan con ella.
Además, este es mi decreto en cuanto a lo que habéis de hacer por estos ancianos
de Judá en la reedificación de esta casa de Dios… (6:8)
Y ahora viene la parte positiva. Tatnai y sus compañeros no solo deben desistir de
frenar la obra, sino que “han de hacer” cosas a favor de los judíos para ayudarles en la

177
obra de construcción (¡aunque siempre a distancia!).
… del tesoro real de los tributos del otro lado del río se han de pagar todos los
gastos a este pueblo, y esto sin demora (6:8)
¡Maravilloso ejemplo de la providencia divina! Darío no solamente autoriza la
continuación de la construcción del templo, sino que decreta que los gastos de la obra
deben ser sufragados por medio de los impuestos recabados por aquellos mismos
funcionarios imperiales que habían cuestionado la legalidad de la obra. Él no quiere que
mengüen los tributos de las arcas de la capital, por lo cual decreta que la provincia de
Transeufratina cargue con la recaudación de las provisiones necesarias.
Aquella intervención que parecía amenazar la construcción ha sido utilizada por
Dios no solo para legitimarla, sino también para avanzarla y hasta para cubrir los gastos.
¡Increíble!
Y todo lo que se necesite: novillos, carneros y corderos para holocausto al Dios del
cielo, y trigo, sal, vino y aceite de unción, según lo pidan los sacerdotes que están en
Jerusalén, se les dará por día sin falta… (6:9)
Los novillos, carneros y corderos eran animales prescritos para los sacrificios que
debían ser ofrecidos en el templo. La harina de trigo, la sal y el aceite servían para las
oblaciones (Levítico 2:1–2, 13), y el vino, para las libaciones (Levítico 23:13). El
contenido de “todo lo que se necesite” refleja con tal exactitud las exigencias de la ley
de Dios que parece casi incuestionable que Darío recibiera el asesoramiento de algún
judío en la elaboración de su decreto.
Aquí, las instrucciones parecen extenderse más allá de lo ordenado por Ciro. Sin
embargo, recogen el espíritu del decreto inicial. Ciro había mencionado explícitamente
el lugar de sacrificios del templo y había procurado atender incluso los detalles más
pequeños de la restauración del culto (por ejemplo, la colocación de los utensilios “en
su lugar”). Darío actúa con la misma intención: hacer provisión para que el templo y los
sacrificios puedan funcionar como Dios manda. Quizás haya comprendido que, a causa
de las malas cosechas de aquellos años (Hageo 1:5–11), los judíos no estaban en
condiciones para suplir todos los artículos necesarios para el buen funcionamiento de
los sacrificios. En cualquier caso, su generosidad habrá constituido una inmensa
sorpresa agradable para ellos.
Ahora, los constructores del templo están en una posición mucho más fuerte que al
principio. Habían reanudado la construcción cuando, en teoría, estaba bajo prohibición
explícita del rey. La intervención de Tatnai y sus colegas había augurado nuevas
prohibiciones. Pero, de hecho, el rey no solamente había consentido la reconstrucción,
sino que iba a sufragar los gastos de la obra, y ahora, para colmo, hace provisión para
los sacrificios. Además, para que no falte nada, el rey no pone límites a la provisión, sino
que deja en manos de los sacerdotes determinar todo lo que sea preciso. Y, por si esto
fuera poco, el rey aclara que esta no es una provisión puntual e irrepetible, sino una
obligación permanente que debe ser respetada cada día (“se les dará por día”).
… para que puedan ofrecer sacrificios agradables al Dios del cielo y orar por la vida
178
del rey y de sus hijos (6:10)
Naturalmente, la primera finalidad de un templo antiguo era complacer a los dioses
ofreciéndoles los sacrificios oportunos. Darío entiende esto y manda cumplir con los
requisitos para que el “Dios del cielo” sea complacido.
¡Pero su decreto no es completamente desinteresado! El permiso de seguir
adelante con las obras queda condicionado por la obligación de introducir en el culto
oraciones a favor del rey. En eso, Darío seguía el ejemplo de Ciro y otros reyes de aquel
entonces. En el Cilindro de Ciro (ver el capítulo 2), el rey declara que su reconstrucción
de los santuarios de los distintos dioses del imperio se debía al deseo de que los fieles
elevaran oraciones a favor de la familia real. ¡Se ve que la tradición moderna según la
cual algunos monarcas benefician lugares santos a cambio de misas y plegarias es muy
antigua!
Y he proclamado un decreto de que cualquiera que quebrante este edicto, de su
casa se arranque un madero, y levantándolo, sea colgado en él, y que su casa sea
reducida a escombros a causa de esto (6:11)
“Quebrantar” el edicto es cambiarlo, desobedecerlo o sencillamente descuidar su
estricto cumplimiento. Los antiguos (y la Biblia misma) aplicaban una justicia que
procuraba que el castigo se correspondiera con el delito cometido. Así pues, en este
caso, es altamente apropiado que el hombre que quebrante el decreto del rey
intentando impedir la construcción de la Casa de Dios o actuando para perjudicarla
sufra penalidades que tengan que ver con su propia casa: él ha querido que Dios esté
sin casa, por lo cual verá la destrucción de la suya.390
La otra parte del castigo es motivo de cierta polémica. Nuestra versión parece
indicar que el delincuente daba ser ahorcado desde una viga procedente de su casa.
Otras suponen que se trata no del ahorcamiento, sino del empalamiento, práctica
ampliamente ilustrada en monumentos y bajorrelieves de la época.393 Aun otras
“suavizan” el castigo y creen que el delincuente debía ser atado a una viga erecta y ser
azotado. En todo caso, el delincuente había de sufrir la ignominia de sufrir esta pena en
público.395
Es interesante observar que la ley de Dios no permitía esta clase de ajusticiamientos
crueles. Eso sí, admitía la pena capital, normalmente por lapidación; también que el
delincuente fuera “colgado en un madero”, pero solo después de muerto, no como
medio de ejecución, porque así podía servir de escarmiento ejemplar para los demás.
Pero el cadáver no debía pasar la noche en el madero, sino que debía ser bajado y
enterrado antes del anochecer (Deuteronomio 21:22–23).
Y que el Dios que ha hecho morar allí su nombre derribe a todo rey o pueblo que
trate de cambiarlo para destruir esta casa de Dios en Jerusalén (6:12)
El decreto de Darío termina con una fórmula tradicional de maldición, conocida en
la antigüedad, pero adaptada a la teología del Antiguo Testamento. Antes, veíamos que
la lista de materiales para los sacrificios correspondió exactamente con las exigencias de
la ley de Dios. Ahora, el lenguaje de la maldición de este texto refleja un conocimiento

179
bíblico muy exacto. Dios no mora físicamente en el templo, ni mucho menos por
necesidad. Pero, en su condescendencia, ha permitido que su nombre sea invocado en
él. Es decir, el templo es el lugar donde se revelan la persona y la obra de Dios:
Buscaréis al Señor en el lugar en que el Señor vuestro Dios escoja de todas
vuestras tribus, para poner allí su nombre para su morada, y allí vendréis
(Deuteronomio 12:5).
¿Nuevamente detectamos la mano de un hebreo ayudando al rey en la redacción
del decreto?
Yo, Darío, he proclamado este decreto; que sea ejecutado con toda exactitud
(6:12)
Al concluir su decreto, Darío vuelve a “firmarlo” y exige a sus funcionarios un
cumplimiento puntual de sus cláusulas. La palabra aramea traducida como “con toda
exactitud” puede indicar puntualidad, prontitud, atención a detalle o diligencia. Es la
misma palabra aramea traducida como “con gran esmero” en 5:8 y como “sin demora”
en 6:8.
Las instrucciones exigentes de Darío a favor de los judíos pueden parecernos muy
sorprendentes. Un desenlace tan favorable suena a cosa de cuentos de hadas. Pero
debemos recordar que los reyes persas solían respetar mucho la autoridad de las leyes
y exigir su cumplimiento diligente por parte de los funcionarios. Un decreto dado por el
gran Ciro, pero descuidado durante años por las autoridades locales, no podía quedar
incumplido. Sin embargo, la insistencia del rey es tan fuerte y sus instrucciones se
corresponden tan exactamente con las exigencias del culto levítico, que sospechamos
cierto asesoramiento judío en la redacción del texto. Recordemos que, décadas
después, ciertos judíos ocupaban puestos importantes en la corte de Asuero y
Artajerjes, y nos preguntamos si no había algún judío junto al oído de Darío que gozaba
de su confianza.
Pero, más allá de cualquier influencia humana, está la providencia de aquel Dios que
es capaz de obrar todas las cosas, absolutamente todas, para bien de los que lo aman y
sirven (Romanos 8:28). La historia de cómo Dios convirtió la intervención amenazante
de Tatnai en un glorioso medio de provisión para su pueblo quizás no resulte creíble al
incrédulo, pero es totalmente comprensible al creyente por cuanto es un gran ejemplo
de un patrón que ha experimentado vez tras vez en su experiencia cotidiana. El capítulo
5 empezó con colores sombríos que parecían indicar el advenimiento de desgracias y
tragedias, pero fue una falsa alarma: Dios convirtió en bendición lo que suponía otra
estrategia más del enemigo.
El corazón de los reyes está en la mano de Dios y él lo inclina del modo que le
place, pues es el Rey de reyes. Cuando suena la hora en el reloj de Dios para el
cumplimiento de sus propósitos con respecto a su pueblo, él hace surgir para que
se lleven a cabo instrumentos de los que no podría esperarse tan buen servicio. A
veces… pueden convertirse en aliados provechosos para la defensa de la religión

180
personas que no tienen ellas mismas ninguna religión.
Dios, verdaderamente, había vindicado a su pueblo y había dado sustancia a
las promesas de los profetas que habían exhortado al pueblo a proseguir con la
obra del templo. Ahora, nadie, ni siquiera los enemigos de Judá, pueden impedir
a los judíos en sus esfuerzos, porque Darío ha mandado en proclamación oficial
que no haya interferencias… Dios obra por medio de edictos humanos para lograr
el cumplimiento de sus propósitos.

La meta alcanzada
Esdras 6:13–18

El decreto real ejecutado (6:13)


Entonces Tatnai, gobernador de la provincia al otro lado del río, Setar-boznai y sus
compañeros ejecutaron el decreto con toda exactitud, tal como el rey Darío había
ordenado (6:13)
Tatnai y Setar-boznai son funcionarios competentes. No son como Rehum y Simsai
(4:8) o Sanbalat y Tobías (Nehemías 2:10) en tiempos de Artajerjes, funcionarios que
utilizaban su posición civil en detrimento del pueblo de Dios, sino siervos responsables,
celosos y fieles, tan prontos para investigar la obra (por si vulneraba los intereses del
rey) como ahora para promocionarla. Cuando llegan las instrucciones de Darío, se
retiran inmediatamente de Jerusalén y toman las medidas necesarias para recaudar el
dinero y los recursos materiales para las obras del templo.

El templo acabado (6:14–15)


Y los ancianos de los judíos tuvieron éxito en la edificación… (6:14)
Y ahora, con sorprendente economía de palabras, el autor nos cuenta cómo se
acabó la obra de reconstrucción del templo. Después de tantas vicisitudes y demoras,
habríamos esperado un desenlace más sonado. Pero, superadas todas las dificultades,
los casi cinco años de la edificación (6:15) pueden reducirse a este breve resumen.
Hasta aquí, los líderes (Zorobabel y Jesús), los sacerdotes y los levitas han llevado
principalmente los laureles de la construcción del templo. Pero ahora, en la última
etapa de la obra, todos los que dirigían la edificación quedan englobados en esta sola
frase: “los ancianos de los judíos” (cf. 5:5). Estos son los que pusieron manos a la obra y
que ocupan el primer lugar del escenario.

181
… según la profecía del profeta Hageo y de Zacarías, hijo de Iddo (6:14)
Sin embargo, detrás de ellos están los profetas. Sin sus palabras de exhortación y de
ánimo, los ancianos no habrían recibido la necesaria motivación y valentía como para
proseguir con la construcción.
Y terminaron de edificar conforme al mandato del Dios de Israel y al decreto de
Ciro, de Darío y de Artajerjes, rey de Persia (6:14)
Y, detrás del escenario, están Dios y los tres reyes de Persia que apoyaron la
restauración de Israel: Ciro el Grande (539–530 a. C.), Darío I Histaspes (521–486) y
Artajerjes I Longímano (464–424). Notemos bien el orden en que son presentados. Dios
está en primer lugar, porque suya es la voluntad incontrovertible. Los reyes no hacen
más que poner por obra lo que él determina. Sin saberlo, ellos “decretan” lo que Dios
“manda”.
Por tanto, es como si la escena final de la construcción se desarrollara en tres
niveles: en primer término, los ancianos dirigen la obra; en segundo término, los
profetas intervienen con palabras de exhortación y ánimo por parte del Señor; y, más
allá de todo esto, Dios mismo utiliza a los reyes de Persia para dar cauce a la obra. Es
todo un modelo de cómo obra Dios y de los medios que emplea.
Es probable que Esdras utilizara la misma palabra aramea para el “mandato” de Dios
y los “decretos” de los reyes. Sin embargo, los masoretas sintieron la necesidad de
hacer una distinción, porque les parecía indigno sugerir que lo divino pudiera
expresarse mediante el mismo vocablo empleado para lo humano. Por tanto, añadieron
vocales diferentes en cada caso. Nuestra versión refleja esta diferencia, pero otras
versiones siguen la Septuaginta (y la intención original de Esdras) y emplean la misma
palabra.
De hecho, hasta aquí solo ha habido los decretos de Ciro y Darío. Los decretos de
Artajerjes quedan aún en el futuro, en tiempos de Esdras (Esdras 7:11) y de Nehemías
(Nehemías 2:8b). Su mención parece un torpe anacronismo, porque él no tuvo nada
que ver con la reconstrucción del templo. Pero, de la misma manera que Esdras quiso
incluir en un solo capítulo (el 4) todos los brotes de oposición desde el reinado de Ciro
hasta el de Artajerjes, ahora tiene a bien incluir todos los decretos favorables de esos
reinados, aunque el de Artajerjes está todavía en el futuro (7:20–24). Estos tres reyes,
pues, son los que dieron su apoyo a “la edificación” (notemos bien que el versículo 14
no especifica lo que estaba siendo edificado, lo cual admite la inclusión de Artajerjes sin
error).
Lo importante es que, después de tantas vicisitudes, el templo fue completado y el
pueblo pudo celebrarlo con gran gozo y alegría. Es así, en última instancia, porque Dios
lo quiso; en segunda instancia, porque la situación política lo permitió; y, en tercera
instancia, porque el pueblo de Dios fue fiel y valiente. Cuando Dios está detrás de un
propósito, cuando existe una promesa divina, cuando Dios compromete su palabra, las
cosas, al final, llegan a buen término con seguridad: … estando convencido precisamente
de esto: que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de

182
Cristo Jesús (Filipenses 1:6).
Construir el templo de Dios, hoy como en aquel entonces, requiere mucho tiempo y
esfuerzo, y solo se consigue en medio de muchos contratiempos y motivos de
desaliento. Pero lo seguro es que, por la gracia de Dios, Cristo va a acabar de edificar su
iglesia. Nos animamos, pues, con el conocimiento seguro de que nuestro trabajo en el
Señor no es en vano (1 Corintios 15:58).
Y este templo fue terminado el tercer día del mes de Adar; era el año sexto del
reinado del rey Darío (6:15)
El final llega con una sencillez sorprendente, casi como anticlímax. Como acabamos
de decir, después de tantos contratiempos, esperaríamos que el final fuera también
traumático. Pero así es la obra de Dios: épocas de grandes luchas, pruebas, decepciones
y sufrimientos, seguidas por otras de bendición, prosperidad y crecimiento.
El tercer día de Adar del año sexto de Darío nos lleva al doce de marzo del año 516
a. C., cinco años y medio después de la reprensión de Hageo y la reanudación de las
obras. Hacía setenta años que había sido destruido el templo de Salomón (en el año
586). Ahora, el Señor pone fin de verdad a la dura experiencia del exilio. Vuelve a tener
compasión de su pueblo, tal y como se lo había prometido a Zacarías en el año 520:
Entonces respondió el ángel del Señor y dijo: Oh Señor de los ejércitos, ¿hasta
cuándo seguirás sin compadecerte de Jerusalén y de las ciudades de Judá, contra
las cuales has estado indignado estos setenta años? Y el Señor respondió al
ángel que hablaba conmigo palabras buenas, palabras consoladoras. Y el ángel
que hablaba conmigo me dijo: Proclama, diciendo: Así dice el Señor de los
ejércitos: “Estoy celoso en gran manera por Jerusalén y por Sión, y con gran enojo
estoy yo enojado contra las naciones que están confiadas; porque cuando yo
estaba un poco enojado, ellas contribuyeron al mal”. Por tanto, así dice el Señor:
“Me volveré a Jerusalén con compasión; en ella será reedificada mi casa”,
declara el Señor de los ejércitos, “y el cordel será tendido sobre Jerusalén”.
Proclama de nuevo, diciendo: Así dice el Señor de los ejércitos: “Otra vez
rebosarán mis ciudades de bienes, otra vez el Señor consolará a Sión y de nuevo
escogerá a Jerusalén” (Zacarías 1:12–17).
El templo reconstruido es símbolo de la reconciliación de Dios e Israel. Ha
terminado la larga noche en la que Dios parecía esconder su rostro de su pueblo. No
nos sorprende, pues, que el resto de esta historia (la historia de Zorobabel y Jesúa y de
la reconstrucción del templo) se compone de celebraciones llevadas a cabo con júbilo
(6:16–22).

La dedicación del templo (6:16–17)


Y los hijos de Israel, los sacerdotes, los levitas y los demás desterrados… (6:16)
Puesto que lo que viene a continuación es una celebración cultual en la cual los
hijos de Leví tienen que ser los principales protagonistas, la relación de los judíos se
183
presenta según el orden religioso, no según el orden social. Hasta aquí nos hemos
acostumbrado a leer: “Zorobabel, hijo de Salatiel, Jesúa, hijo de Josadac, y los demás
desterrados”, o algo similar (3:2, 8; 4:3; 5:2). Pero, ahora, los israelitas son divididos en
tres grupos de acuerdo con su posición religiosa: los hijos de Aarón, los hijos de Leví y
los demás hijos de Jacob (Israel).
… celebraron con júbilo la dedicación de esta casa de Dios (6:16)
Habiendo finalizado las obras del templo, los judíos proceden a su inauguración
formal.
Por “dedicación” entendían la entrega a Dios de algo recién acabado (en este caso,
el templo) para que estuviera enteramente a su disposición y colocado bajo su
bendición y protección. Por tanto, la dedicación incorpora dos ideas: por un lado, el
reconocimiento de que el objeto ofrecido pertenece a Dios, no a uno mismo; y, por
otro, la petición de que Dios lo bendiga y lo cuide. Así, los judíos solían dedicar al Señor
a sus primogénitos (Éxodo 13:2, 12) o sus casas (Deuteronomio 20:5). Más adelante,
Nehemías iba a dedicarle las murallas de Jerusalén (Nehemías 12:27). A partir de este
momento, pues, el templo será para el uso exclusivo de Dios; solo los sacerdotes
podrán entrar en el Lugar Santo.
Y lo hicieron con júbilo. Dar es más bendecido que recibir. Y dar a Dios suele
llenarnos de una profunda sensación de satisfacción y bendición que se manifiesta en
celebración y alabanza.
Era natural que se regocijaran, porque la casa de Dios era la expresión de
todas las bendiciones del pacto en el que ellos estaban. Después de años
fatigosos de fracaso, dificultades, decepciones y penas, finalmente estaba
terminado ante sus ojos. Por esa razón habían vuelto de Babilonia y, si alguno de
ellos había sembrado con lágrimas, ahora cosecharía con gozo.
Y para la dedicación de esta casa de Dios ofrecieron cien novillos, doscientos
carneros, cuatrocientos corderos… (6:17)
Para este grupo de desterrados, reunir esta cantidad de animales para la dedicación
tiene que haber representado un gran esfuerzo y un sacrificio costoso. Estas cifras
resultan impresionantes, hasta que las comparamos con los sacrificios ofrecidos en la
dedicación del templo de Salomón: 22.000 bueyes y 120.000 ovejas (1 Reyes 8:63). Es
otro recuerdo más de que estamos en “el día de las pequeñeces” (Zacarías 4:10) y que
esto “no era nada” (Hageo 2:3) en comparación con las glorias del pasado (1 Reyes
8:62–65).
El triste contraste con aquella dedicación anterior tiene que haber estado presente
en la mente de los judíos más sensibles. Solo constituían un remanente muy pequeño,
en vez de una gran nación al cenit de su gloria nacional. Ahora se reunían sin rey,
sometidos a las autoridades de un imperio extranjero. Sin embargo, eran fieles en la
medida de sus posibilidades.
Es de suponer que, de los animales ofrecidos en sacrificio, una parte era quemada
en ofrenda a Dios, otra era para los sacerdotes y otra constituía la carne para el
184
banquete de celebración. Por así decirlo, Dios, sus sacerdotes y su pueblo iban a
celebrar la dedicación comiendo juntos.
… y como ofrenda por el pecado por todo Israel, doce machos cabríos, conforme al
número de las tribus de Israel (6:17)
Pero no todo era celebración y júbilo. La inauguración de un templo invita de por sí
a la reflexión, el autoexamen y la confesión. Pero mayormente es así cuando hay
conciencia de cómo la nación ha sido diezmada a causa de sus pecados. Israel ha estado
setenta años sin templo a causa de su infidelidad. Aunque la construcción del altar y la
celebración de la fiesta de los tabernáculos, hacía ya unos veinte años (3:3–4), había
sido un primer paso hacia la reconciliación nacional con Dios, el sacrificio en holocausto
de los doce machos cabríos viene a sellar aquella reconciliación como completa.
Siendo “ofrenda por el pecado”, este sacrificio es diferente del anterior: no forma
parte del banquete de celebración, sino que es quemado completamente en holocausto
a Dios. Constituye una confesión de pecado y de fracaso, pero también una afirmación
de fe y de compromiso renovado.
Es conmovedor observar que el concepto que aquellos hebreos tenían de Israel
seguía siendo de doce tribus. La inmensa mayoría de los presentes en aquel momento
procedían de las tribus de Judá, Benjamín y Leví (1:5; 4:1). Habrán sido poquísimos los
representantes de las demás tribus. Además, parece que todos tuvieron que
establecerse en la provincia de Judá, no en Galilea o Samaria. Algunas tribus estaban
más diezmadas que otras y muchas seguían sin sus tierras tribales; pero todas fueron
recordadas en el sacrificio, porque todas habían sido incluidas en el pacto que Dios
estableció con Israel.

La asignación de sacerdotes y levitas (6:18)


Entonces asignaron a los sacerdotes en sus secciones y a los levitas en sus clases
para el servicio de Dios en Jerusalén, como está escrito en el libro de Moisés (6:18)
Ahora que existe el templo, pueden entrar en acción aquellos cuyos ministerios se
desprenden del templo: los sacerdotes y los levitas. Todos tienen sus funciones que
cumplir y todos necesitan saber cuándo toca su turno y cuál es su horario. El edificio en
sí no es lo importante. Lo es el culto a Dios.
Las diferencias entre las funciones de sacerdotes y levitas se encuentran en el libro
de Moisés (por ejemplo, Éxodo 29:1–37; Levítico 8:1–36; Números 3:5–10; 8:5–26;
18:1–32); pero, en realidad, fue David el que estableció las diferentes “secciones y
clases” (1 Crónicas 24:7–18; 25:1–26:19), las cuales seguían determinando el ministerio
del templo en tiempos de Jesús (Lucas 1:5, 8). Los judíos están intentando que toda la
organización del templo, con sus ritos y sus servidores, proceda adelante siguiendo lo
más cerca posible los patrones empleados en tiempos de Salomón.413

185
Excursus: Visión del candelabro y los olivos
Zacarías 4:1–14

Acabamos de ver cómo el templo fue acabado y dedicado. Ahora, antes de


proseguir con el texto de Esdras, conviene volver a retroceder en el tiempo hasta el año
520; porque, en aquel año, cuatro años antes de que se terminaran las obras del
templo, el Señor dio a Zacarías una profecía acerca de aquel final feliz, profecía que es
importante para nuestra comprensión profunda de la historia. Se trata de la quinta de
las nueve visiones que recibió el profeta en el año segundo de Darío:
Entonces el ángel que hablaba conmigo volvió, y me despertó como a un hombre
que es despertado de su sueño (Zacarías 4:1)
Esta es la única de las visiones que se introduce de esta manera. Normalmente, el
profeta ve la visión y dirige sus preguntas acerca de ella al “ángel que hablaba
conmigo”. Solo aquí se presenta la llegada del ángel y el despertar del profeta. Quizás
se deba a que, tratándose de la visión central, tiene especial importancia, la cual se
resalta por estos detalles introductorios.
Llama la atención que Zacarías dice justo lo contrario de lo que habríamos esperado
que dijera. Es probable que entrara en trance en aquel momento, o en sueño, o al
menos en aquel estado extraño en que el hombre recibe visiones celestiales. Pero
notemos bien cómo describe esta experiencia. No dice que “fue despertado de un
sueño”, sino que fue despertado “como un hombre es despertado de un sueño”. Lo
más probable es que él ya estaba despierto, pero que, ante el toque del ángel, entrara
en un estado de aún mayor conciencia. Tampoco dice: “Me dormí”; sino: “El ángel me
despertó”. Este “estado extraño” en el que entró el profeta es más real que la vida
normal. Entrar en él es un verdadero “despertar”. Sientes que lo que estabas viviendo
en la “vida real” era un estado relativamente insensible, comparable al sueño, y que es
ahora cuando tienes los sentidos bien avivados y estás realmente despierto. No es
entrar en la irrealidad, sino en una realidad mayor. No es dormirse, sino despertarse de
verdad.
Sospechamos que esta será nuestra experiencia cuando muramos. Al cerrar los ojos
en la dormición de la muerte, descubriremos que estamos realmente vivos, que lo
anterior fue un sueño, ¡quizás una larga pesadilla!, pero que ahora estamos despiertos
de verdad.
Y me dijo: ¿Qué ves? Y respondí: He aquí, veo un candelabro todo de oro con su
depósito en la parte superior, y sus siete lámparas encima de él con siete tubos para

186
cada una de las lámparas que tiene encima… (Zacarías 4:2)
Lo que Zacarías ve en su visión es en primer lugar un candelabro, hecho de oro
macizo como el del tabernáculo (Éxodo 37:17). Puesto que el texto nos habla de siete
tubos y siete lámparas, pensamos enseguida en el típico candelabro judío (menorah) de
siete ramas. Pero entonces es difícil interpretar nuestro texto, porque esa clase de
candelabro, desde luego, no tiene “su tazón encima”, es decir, el depósito para el aceite
en la parte superior. Probablemente, pues, debamos borrar esa imagen y poner otra en
su lugar. Afortunadamente, la arqueología nos ayuda, porque se han encontrado
lámparas según esta descripción.416 Imaginemos un cuenco, o recipiente redondo,
colocado encima de un soporte. Este cuenco es el “tazón” o depósito de aceite. Es un
cuenco circular, pero el alfarero (o mejor dicho, en este caso el orfebre, porque el
candelabro es de oro macizo) ha pinchado el borde en siete puntos formando siete
“labios”; y luego los ha pinchado aún más para unir sus lados formando siete bocas o
pequeños tubos o “canales” que sirven para la colocación de las mechas, creando así
siete lámparas, siete luces en el borde del cuenco. Si se piensa en una tetera redonda,
sin el tapón, y con siete orificios para verter el te, la imagen es aproximadamente
correcta.
… y junto a él hay dos olivos, uno a la derecha del depósito y el otro a la izquierda
(Zacarías 4:3)
El segundo elemento de la visión no es tan complicado. Se trata de dos olivos, uno
en cada lado del candelabro; y se ve que son bastante grandes, porque el texto hebreo
indica no solo que están “junto” al candelabro, sino, literalmente, que están “sobre” él.
Continué, y dije al ángel que hablaba conmigo: ¿Qué es esto, señor mío?
Respondió el ángel que hablaba conmigo, y me dijo: ¿No sabes qué es esto? Y
respondí: No, señor mío (Zacarías 4:4–5)
Zacarías ve la visión con toda claridad y entiende que tiene un valor simbólico, pero
se le escapa el significado. Por tanto, se lo pregunta al ángel. El ángel parece
sorprenderse de la ignorancia del profeta, como si el simbolismo fuera obvio, y
solamente le contesta después de averiguar si de verdad no lo entiende.
Si seguimos el orden convencional de los versículos, la conversación parece un
“diálogo de besugos”, con el profeta planteando preguntas (4:4, 11, 12), el ángel
expresando sorpresa ante su incomprensión (4:5a, 13a), el profeta confesando su
torpeza (4:5b, 13b), el ángel volviendo a preguntarle si realmente no entiende… Y
luego, aparentemente, el ángel hace caso omiso de la perplejidad del profeta y pasa a
otro tema, sin darle explicación alguna acerca de la visión (4:6b–10). En otras palabras,
el mensaje directo a Zorobabel (4:6b–10a) interrumpe de una manera confusa la visión
del candelabro y los olivos (4:1–6a y 10b–14). Por eso, varios comentaristas y versiones
proponen que es necesario cambiar el orden de los versículos de este capítulo,
anteponiendo los versículos 10b–14 a los versículos 6b–10a.
Desde luego, este cambio de orden facilita la comprensión del texto y hace que el
diálogo fluya con más coherencia. Sin embargo, no hay evidencias, ni en los manuscritos

187
antiguos ni en las traducciones antiguas, que respalden este cambio, por lo cual tengo
reservas al respecto. La demora de la respuesta del ángel a las pregunta de Zacarías
podría ser intencionada, con la finalidad de aumentar aún más la curiosidad del lector.
Si ahora doy por bueno el cambio de orden es porque ayuda a facilitar la comprensión
de un capítulo cuyo significado ya de por sí es difícil de dilucidar.
Continuó él, y me dijo: Estos [siete] son los ojos del Señor que recorren toda la
tierra (Zacarías 4:6a, 10b)
El ángel, en su explicación del simbolismo, mantiene el mismo orden que ha seguido
Zacarías al describir la visión: primero el candelabro, y después los olivos. Este orden
sugiere que lo más impresionante de la visión, lo que captó enseguida la atención del
profeta, fue el candelabro con el resplandor de sus luces.
Estas luces (es decir, las siete lámparas) son, según el ángel, los siete ojos de Dios
que recorren toda la tierra. Representan su omnisciencia. Él es el Dios que “todo lo ve”
(Génesis 16:13). Los ojos son siete, número perfecto, para indicar el carácter completo y
cabal de la visión de Dios. Al recorrer toda la tierra, permiten que Dios tenga
conocimiento de absolutamente todo lo que pasa. No hay cosa creada oculta a su vista,
sino que todas las cosas están al descubierto y desnudas ante los ojos de aquel a quien
tenemos que dar cuenta (Hebreos 4:13).
Si las lámparas simbolizan los ojos de Dios, ¿qué significa el candelabro al que
pertenecen las lámparas? ¿No cae por su propio peso que la respuesta debe ser: “Dios
mismo”? Sin embargo, esta no es la respuesta dada por muchos comentaristas. Los
rabinos opinaban que significaba “el testimonio de Israel” como luz de las naciones. Y la
mayoría de comentaristas cristianos han seguido esta misma idea: ven en los siete
candelabros del Apocalipsis (1:12–13, 20; 2:1–5) un simbolismo del testimonio del
pueblo de Dios y, por tanto, suponen que el candelabro tendrá el mismo significado.
Piensan que el candelabro de cada iglesia es la luz que debe hacer brillar ante el
mundo. Pero no se trata solamente del testimonio. Cuando Jesús amenaza con quitarle
el candelabro a la iglesia de los efesios (Apocalipsis 2:5), no es cuestión de hacerles
ineficaces en el testimonio, sino de algo mucho más grave: la pérdida de la presencia de
Dios mismo y la conversión de la casa del Señor en un mero edificio humano. La Iglesia
es llamada a ser “morada de Dios en el Espíritu” (Efesios 2:22), pero cuando se le quita
el candelabro es porque Dios ya no está en residencia.
Pensamos, pues, que el candelabro representa a Dios mismo, pero a Dios en su
omnisciencia y en su función de proveer luz, entendimiento y poder para los suyos. Esta
interpretación es confirmada por el versículo 14, que resume la visión de esta manera:
los dos olivos que están delante del candelabro son los dos “ungidos” que están “de pie
junto al Señor de toda la tierra”. El candelabro simboliza al Señor de toda la tierra, de la
misma manera que las lámparas del candelabro representan los “ojos del Señor que
recorren toda la tierra”.
Entonces hablé, y le dije: ¿Qué son estos dos olivos a la derecha y a la izquierda del
candelabro? (Zacarías 4:11)

188
Zacarías ya entiende bien el significado del candelabro, y por tanto pregunta ahora
acerca del significado de los olivos.
Hablé por segunda vez, y le dije: ¿Qué son las dos ramas de olivo que están junto a
los dos tubos de oro, que vierten de sí el aceite dorado? (Zacarías 4:12)
Aparentemente, el ángel no presta atención a su pregunta, por lo cual tiene que
repetirla e insistir en ella. Pero, en esta repetición, sus palabras nos informan de tres
nuevos detalles de la visión.
En primer lugar, resulta que, ahora, los olivos se han convertido en “ramas de
olivo”. Ya no son árboles grandes, sino solo ramas. ¿Acaso se han ido encogiendo,
disminuyendo en importancia? Y, si es así, ¿no será esto porque, al ir comprendiendo la
magnitud del significado del candelabro, todo lo demás se hace pequeño?
En segundo lugar, se menciona explícitamente el aceite que sirve de combustible al
candelabro. ¿Qué significa el aceite? El ángel no nos lo explica, pero en el texto sucesivo
encontramos un par de pistas. Observemos que los olivos representan a dos “ungidos”
(4:14), literalmente “hijos del aceite”: ambos han sido ungidos, presumiblemente con
este aceite. Luego observemos que el mensaje dado a Zorobabel tras la visión contiene
las conocidas palabras: “No por el poder ni por la fuerza, sino por mi Espíritu”. Este es,
precisamente el punto de enlace entre la visión y el mensaje: la visión está diciendo que
los dos ungidos deben funcionar en base a la unción de Dios, por el poder de su
Espíritu. El aceite, sin duda, representa el Espíritu de Dios.
Y, en tercer lugar, aparecen dos “tubos de oro”. El versículo 2 ha mencionado los
siete “tubos”, o bocas, de las lámparas; pero estos dos tubos son diferentes: la palabra
hebrea empleada aquí es diferente; de hecho, solo aparece esta vez en toda la Biblia.
Estos tubos, a diferencia de los del versículo 2, no sirven para recibir las mechas de las
lámparas, sino para “verter de sí el aceite dorado”; y, siendo dos, parecen relacionarse
con los dos olivos. ¿Cuál, pues, es la función exacta de estos tubos? ¿De dónde procede
el aceite y a qué recipiente va a parar? Lo lógico sería suponer que el aceite procede de
las aceitunas de los olivos y sirve para llenar el “tazón” y abastecer el candelabro,
porque así ocurre en la naturaleza.425 Sin embargo, los sueños no siempre funcionan
según la lógica. ¿Acaso podría ser que, en la visión, el aceite fluyera en la dirección
contraria, desde el cuenco del candelabro hasta los olivos? Porque los olivos simbolizan,
como veremos, a dos ungidos, dos personas sobre las cuales Dios ha derramado aceite
de unción como requisito necesario para el buen funcionamiento de su ministerio: “por
mi Espíritu”. Y lo cierto es que los ungidos no vierten aceite sobre Dios, sino Dios sobre
los ungidos. Los olivos solo disponen de aceite porque Dios se lo da. Parece ser, pues,
que los tubos sirven para llevar el aceite del candelabro a los ungidos.
Y me respondió, diciendo: ¿No sabes qué son estos? Y yo dije: No, señor mío
(Zacarías 4:13)
Pero nos hemos adelantado en el tema. Volvamos, pues, a la pregunta de Zacarías:
¿qué significan los dos olivos? Nuevamente, el ángel no contesta de inmediato, sino que
se extraña ante la ignorancia del profeta.

189
Entonces me dijo: Estos son los dos ungidos que están de pie junto al Señor de toda
la tierra (Zacarías 4:14)
Finalmente, el ángel contesta. Los olivos, como ya hemos anticipado, representan a
dos ungidos. ¿Pero quiénes son estos?
Los comentaristas (¡cosa extraña!) son prácticamente unánimes en su respuesta.
Los olivos tienen que representar a los dos hombres que destacaban como los ungidos
de Dios en aquel momento: el sacerdote Jesúa y el príncipe Zorobabel. Ambos aparecen
como protagonistas en el libro de Zacarías. Jesúa ha sido objeto de la profecía anterior
(en el 3:1–10) y volverá a ser el centro de atención en su coronación simbólica (6:9–15).
Zorobabel es el objeto de la profecía de este capítulo (4:6–10). Ellos “están de pie
delante de Dios” como los dos olivos a cada lado del depósito de aceite del candelabro.
Esta frase procede del protocolo cortesano de antaño, y significa que ellos son siervos
de Dios, viviendo bajo sus órdenes, deseosos de hacer su voluntad.
Es decir, sin que sean necesariamente conscientes de ello, estos dos están
trabajando, sirviendo y ejerciendo su ministerio bajo la autoridad y la protección de
Dios. Porque veamos:
• Hemos dicho que el candelabro nos habla de la presencia de Dios, presencia que
transforma un mero edificio humano y lo convierte en auténtica casa de Dios, y que
transforma a dos hombres débiles y los convierte en eficaces siervos de Dios. El
templo que Zorobabel y Jesúa están construyendo será auténtica casa de Dios
gracias a la presencia de este candelabro invisible, del cual el candelabro que
colocarán en el Lugar Santo será una pobre representación humana.
• Las siete lámparas del candelabro nos hablan de los ojos del Señor que recorren toda
la tierra (4:10). Zorobabel y Jesúa están bajo la omnisciencia de Dios; él vela por
ellos y está mirando todo lo que hacen; su luz los guía.
• El depósito de aceite para la lámpara habla del Espíritu del Señor, la fuerza motriz
detrás de la iluminación de Zorobabel y Jesúa, la fuente que alimenta la continua
presencia de Dios en medio de su pueblo y, por descontado, el aceite que se
derrama sobre los “ungidos” para darles la sabiduría y el poder para seguir con la
construcción.
En resumidas cuentas, ellos, como los siervos de Dios de todos los tiempos, no
pueden ministrar correctamente si no se mantienen al lado del candelabro. Su
ministerio tiene que llevarse a cabo en la presencia de Dios, bajo la vigilancia y dirección
de Dios y con el poder de Dios.
Esta es la palabra del Señor a Zorobabel: No por el poder ni por la fuerza,429 sino
por mi Espíritu, dice el Señor de los ejércitos (Zacarías 4:6)
Este es el simbolismo de la visión. Ahora debemos volver atrás al versículo 6 para
ver el mensaje que Dios quería comunicar en base a esta visión.
El mensaje es personal, para Zorobabel. La visión de los olivos y el candelabro ya de
por sí tendría que comunicarle un gran consuelo. Dios le está confirmando que él y

190
Jesúa son verdaderos siervos suyos, “ungidos que están de pie junto al Señor”, y que
reciben de él sus fuerzas para el ministerio.
Durante casi veinte años, los esfuerzos de Zorobabel hijo de Salatiel,
gobernador de Judá, para reconstruir el templo se habían frustrado. ¿Cómo podía
interpretarse esto sino como que Dios no veía favorablemente sus esfuerzos? A
continuación se le da seguridad por medio de una visión y un mensaje profético
directo.
Hemos visto la visión. Ahora, debemos contemplar el “mensaje profético directo”.
Este, en realidad, consiste en gloriosas promesas acerca del éxito que Zorobabel tendrá
en la edificación, éxito que se producirá como consecuencia de la constante provisión
del aceite desde el inagotable depósito de Dios. Sin el candelabro no habría verdadero
templo y la obra de los ungidos sería en vano, pues si el Señor no edifica la casa, en
vano trabajan los que la edifican (Salmo 127:1). Sin la luz de Dios, no habría inteligencia
para la obra, ni protección para los trabajadores. Sin la constante provisión del aceite
del Espíritu, no habría fuerzas para continuar. Pero si los olivos se mantienen al lado del
candelabro, recibiendo la luz de sus lámparas y la unción de su aceite, acabarán la obra.
Y esto, precisamente, es lo que afirma la profecía: No por el poder ni por la fuerza, sino
por mi Espíritu.
¿Con qué medios cuentan Zorobabel y Jesúa para seguir adelante hasta acabar la
construcción del templo? No tienen ningún poder político, excepto la ayuda inestable
de un rey pagano, quien, en un momento, puede dar su patrocinio a la obra y, en otro,
rescindir el permiso para la construcción. Ellos tampoco podían contar con un “ejército”
(fuerza militar) como el que tenía Salomón cuando construyó el templo siglos atrás. Ni
siquiera podían contar, como Salomón, con la “fuerza” de la mano de obra: de treinta
mil hombres que iban en relevos al Líbano para traer materiales, ni de setenta mil
hombres para llevar las cargas, ni de ochenta mil canteros, ni de tres mil trescientos
capataces para dirigir las obras (1 Reyes 5:13–16). Solo estaban los de casa. No eran
tiempos de poder, sino (aparentemente) de pequeñeces. Desde el punto de vista
humano, los recursos eran patéticos.
Pero, he aquí, lejos de ser motivo de hundimiento, la debilidad humana debe ser
motivo de confianza en Dios. La manera habitual como Dios levanta su casa no es con
poder y fuerza humanos. El caso de Salomón era excepcional. El de Herodes iba a ser
francamente aberrante. No. Dios no acostumbra a levantar su casa por medio de
recursos carnales o políticos. Más bien, se sirve de nuestra debilidad para revelar la
perfección de su poder. Cuando el pueblo de Dios es débil, entonces es fuerte (2
Corintios 12:9–10).
Y el secreto de nuestra fuerza en medio de nuestra debilidad es el Espíritu Santo de
Dios, el aceite del candelabro. El Espíritu de Dios se movía sobre la superficie de las
aguas en la creación del universo (Génesis 1:2) y sopló en la nariz del hombre el aliento
de la vida para que fuera un ser viviente (Génesis 2:7). El Espíritu de Dios abrió y cerró
el mar Rojo (Éxodo 15:8, 10). Cuando Ezequiel clama: “Ven de los cuatro vientos, oh

191
Espíritu, y sopla sobre estos muertos, y vivirán”, el valle de huesos secos se convirtió en
“un enorme e inmenso ejército” (Ezequiel 37:9–10). ¡Ay de Zorobabel y Jesúa si piensan
que pueden levantar la casa de Dios sin la capacitación de su Espíritu!
¡Y ay de nosotros si, en nuestra generación, intentamos construir el templo sin el
Espíritu de Cristo! Dijo nuestro Señor: Recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga
sobre vosotros; y me seréis testigos (Hechos 1:8). Solo entonces podemos edificar con
eficacia. Para ser constructores útiles, no debemos alejarnos del candelabro.
¿Quién eres tú, oh gran monte? Ante Zorobabel, te convertirás en llanura…
(Zacarías 4:7)
Capacitado por el Espíritu de Dios, Zorobabel tendrá autoridad y poder para mover
montañas (Marcos 11:23). Ante él, el gran monte se convertirá en llanura. Algunos
piensan que la profecía contempla aquí la explanada del templo de Salomón en el
monte Moriah, cubierta de “montañas” de escombros, y que significa que, gracias a la
capacitación del Espíritu, los hombres de Zorobabel tendrán energía para llevar a cabo
el desescombro. Pero, de hecho, cuando Zacarías recibió esta profecía, ya hacía
dieciséis años que la explanada se había limpiado y se habían colocado los cimientos. Es
mucho más probable, pues, que la profecía contemple la “montaña” simbólica de la
oposición de los adversarios, en cuyo caso Dios está prometiendo a Zorobabel que
vencerá todos los obstáculos y acabará la construcción.432 Los montes que asoman en el
camino serán convertidos en llanura gracias al Espíritu de Dios y Zorobabel verá el
templo terminado y coronado.
… y él sacará la piedra clave entre aclamaciones de: ¡Gracia, gracia a ella!
(Zacarías 4:7)
El significado de la “piedra principal” (literalmente, “piedra de cabeza”) ha sido
motivo de debate. Muchos comentaristas dan por sentado que se refiere a la piedra
angular de los cimientos.435 Pero no puede ser. El texto está hablando de un evento
futuro, y ya sabemos que la colocación de los cimientos y de la piedra angular es algo
del pasado (cf. 4:9), hace aproximadamente dieciséis años (Esdras 3:10).
En muchas escuelas arquitectónicas, la “piedra principal” es la piedra clave o piedra
de coronamiento o de remate, la última piedra colocada en un arco o un techo, la que
apuntala a todas las demás e impide que el edificio se hunda. La colocación de esta
piedra marca el fin de la obra y es ocasión de mucha celebración. En el caso de un
edificio público, esta piedra es colocada ceremonialmente por un alto funcionario
delante de una multitud de personas, todos los constructores y todos los interesados en
el edificio, que responden a la colocación con fuertes aplausos y aclamaciones.
Aquí también, el texto parece indicar que, cuando llegue el momento de concluir la
construcción del templo, habrá una ceremonia formal de celebración. En el libro de
Esdras, no hay mención de esta ceremonia, porque al autor le importan más la
consagración del edificio y la celebración de la Pascua. Pero, sin duda, la colocación de
la última piedra fue un momento tremendamente significativo y emocionante, llevada a
cabo con la debida reverencia y con un desbordado entusiasmo. La profecía contempla

192
a Zorobabel mismo llevando la última piedra en sus manos (¡o, más probablemente,
supervisando el traslado de la piedra por un grupo de constructores jóvenes!), y al
pueblo que, cuando la piedra está colocada en su lugar, irrumpe en gritos espontáneos
de júbilo: ¡Gracia, gracia a ella!
La exclamación puede tener un significado triple. En primer lugar, la palabra
traducida como “gracia” puede significar “belleza”. Así, el pueblo da expresión a su
admiración por la hermosura de la piedra y del templo. Es una obra sumamente
hermosa que destaca en medio de los edificios de alrededor como verdadera casa digna
de Dios. En segundo lugar, el templo es obra de la “gracia de Dios”. Con esta expresión,
el pueblo reconoce que, si no fuera por su misericordia, nunca se habría acabado.437 Y,
en tercer lugar, puede ser la expresión de un deseo de cara al futuro: “¡Que la gracia de
Dios more siempre en esta casa!”.
Y vino a mí la palabra del Señor, diciendo: Las manos de Zorobabel han puesto los
cimientos de esta casa, y sus manos la acabarán. Entonces sabréis que el Señor de los
ejércitos me ha enviado a vosotros (Zacarías 4:8–9)
No sabemos la edad de Zorobabel a la sazón. Pero, suponiendo que tenía unos
cuarenta años cuando salió de Babilonia, ahora estaría cerca de cumplir los sesenta. ¡Y
la obra del templo apenas había empezado! Él, hacía ya dieciséis años, se había
encargado de la colocación de los cimientos. Seguían estando en su lugar. Pero desde
entonces la construcción había avanzado muy poco. Zorobabel tiene que haber pasado
por momentos en los que pensaba: Yo mismo no voy a conocer la terminación de esta
obra; nunca veré el templo completado. ¡Cómo lo habrán animado y motivado, pues,
estas palabras del Señor!
¿Pues quién ha menospreciado el día de las pequeñeces? Estos siete se alegrarán
cuando vean la plomada en la mano de Zorobabel (Zacarías 4:10)
Y el mensaje acaba con una palabra de reprensión para aquellos que despreciaban
las obras de reconstrucción del templo, comparándolas desfavorablemente con la gloria
del templo de Salomón. La reprensión es similar a la de Hageo 2:3–9, que ya hemos
considerado. Dios se vuelve a los escépticos: “¿Vosotros menospreciáis las obras que se
están llevando a cabo bajo la dirección de Zorobabel? Pues yo no. Al contrario, cuando
mis “siete ojos” ven a mi siervo fiel encargarse de la construcción (con “la plomada en
su mano”), me lleno de alegría.
Sin embargo, “plomada” quizás no sea la traducción correcta de la palabra hebrea.
Algunos expertos consideran que la traducción correcta es “la piedra de separación”, es
decir, “la piedra de santidad”, y que la referencia probable es a la “piedra clave” del
versículo 7. En este caso, el gran regocijo de los ojos de Dios se cumplirá en el día futuro
cuando la obra se haya completado. No es tanto el regocijo de ver a Zorobabel
encargarse ahora de la construcción, como la alegría de Dios que se unirá a la del
pueblo (¡Gracia a ella!) cuando Zorobabel coloque la última piedra de la construcción, la
piedra ceremonial que coronará toda la obra.440
Hasta aquí, hemos considerado el cumplimiento primario de esta profecía, que tuvo
193
lugar durante la vida de Zorobabel. ¿Pero se agota con él el significado de esta profecía?
¿Acaso está hablando solamente del ministerio de Jesúa y Zorobabel? Creo que no.
Para hacer plena justicia a ella, hay que esperar un cumplimiento mayor que el de
Zorobabel. Porque veamos:
• Ya hemos constatado que Hageo (2:21–23) y Zacarías (6:11–13) establecen que
Zorobabel y Jesúa son figuras representativas del Mesías, el que reúne en sí los dos
ministerios de príncipe y sacerdote (ver capítulos 8 y 9), y que la obra de
construcción del templo en los años 536 a 516 es solo un pequeño anticipo de la
gran edificación de la verdadera casa de Dios que llevará a cabo el Ungido cuando
venga. Zacarías 4, ciertamente, tuvo un primer nivel de cumplimiento en Zorobabel,
pero detrás de este vemos el cumplimiento aún más perfecto del gran hijo de
Zorobabel.
• El templo de Zorobabel fue edificado gracias al decreto de Ciro (Esdras 1:1–4), al
esfuerzo de los líderes hebreos (1:5), a los donativos de sus vecinos (1:6), a la
generosidad del rey (1:7–11), a la disposición de los judíos (2:1–67), a las ofrendas
del pueblo de Dios (2:68–69) y al trabajo duro de los obreros (3:1–13). Es posible ver
la inspiración del Espíritu detrás de todas estas iniciativas humanas, pero entonces
deberíamos decir que aquel templo fue edificado “no solamente por el poder ni por
la fuerza, sino también por el Espíritu de Dios”. En cambio, el texto de Zacarías 4:6
refleja con plena exactitud la edificación del templo por Jesucristo: él renunció a
todo recurso político de poder y fuerza, y se dejó guiar completamente por el
Espíritu de Dios. Es como si Dios dijera a Zorobabel: Tu labor en la construcción del
templo, aunque válida y espiritual hasta donde llega, solo es un pequeño reflejo de
la ingente obra constructora de mi Mesías; cuando él venga y levante el verdadero
templo de Dios, lo hará prescindiendo de todo recurso político, social o militar y
dependiendo solamente de mi Espíritu.
• Además, debemos preguntarnos: ¿Es apropiado llamar “ungido” a Zorobabel (4:14)?
Sin duda, Jesúa, antes de poder ejercer como sumo sacerdote, tuvo que ser ungido.
Pero no nos consta que Zorobabel jamás fuera ungido como príncipe. De hecho, eso
es poco probable, porque tal acción habría sido interpretada como una peligrosa
subversión política. Como mucho, podemos decir de él que, como príncipe heredero
de la casa de David, tenía derecho a ser ungido. Es difícil, pues, no ver en él una
figura que anticipa al “Ungido” venidero, el Cristo de Dios.
• Luego debemos notar las palabras de 4:9b: Entonces sabréis que el Señor de los
ejércitos me ha enviado a vosotros. Estas palabras son repetidas en 6:15, donde
Jesúa es coronado como Mesías, el que verdaderamente edificará la casa del Señor.
Si es cierto que la conclusión de las obras del templo de Zorobabel fue la
demostración clara de que Dios había enviado a Zacarías, aún más cierto será de la
obra constructora de Jesucristo.
Suponiendo, pues, que esta profecía recibió una cumplimiento parcial en la
experiencia de Zorobabel, pero que mira más allá hacia otro mayor, ¿cómo cumple el

194
ministerio de Jesús esta profecía?
• Jesús el Mesías es el “Ungido” por antonomasia, el verdadero “Hijo del aceite”, el
que aplicó a sí mismo las palabras de Isaías 61:1: El Espíritu del Señor está sobre mí
(ver Lucas 4:18–21).
• Jesús edifica su templo no por medio de recursos políticos o militares, sino por su
Espíritu. Con el poder del Espíritu llevó a cabo su ministerio terrenal. Por el Espíritu
eterno se ofreció como sacrificio en la cruz (Hebreos 9:14). Por el poder del Espíritu
fue resucitado de la muerte como primicias de la nueva humanidad y como piedra
angular del verdadero templo. Y, por el poder del Espíritu, los creyentes nacemos de
nuevo a una nueva vida de resurrección juntamente con él y así somos constituidos
piedras vivas del templo de Dios y colaboradores en la edificación.
• Ante Jesucristo, los montes son allanados. Los mayores obstáculos en la obra ceden
ante su autoridad: Allanad en la soledad calzada para nuestro Dios; todo valle sea
elevado, y bajado todo monte y collado; vuélvase llano el terreno escabroso, y lo
abrupto, ancho valle; entonces será revelada la gloria del Señor (Isaías 40:3–5). Él
mismo es quien dijo: En verdad os digo que cualquiera que diga a este monte:
“Quítate y arrójate al mar”, y no dude en su corazón, sino crea que lo que dice va a
suceder, le será concedido (Marcos 11:23).
• Jesucristo es, supremamente, el que empezó la construcción del templo de Dios y
no descansará hasta completarlo, hasta colocar en su lugar la última piedra. Él es
quien recibió del Padre una misión terrenal que cumplir, y la llevó a cabo hasta
poder decir: Yo te glorifiqué en la tierra, habiendo terminado la obra que me diste
que hiciera (Juan 17:4). Él es quien sigue supervisando la construcción de la casa de
Dios y lo continuará haciendo hasta que quede completa. Él puso la primera piedra,
la del ángulo, y él pondrá la última.
• Si aceptamos la interpretación tradicional de Zacarías 4:10. podemos decir que
Jesucristo es el que, hoy mismo, tiene la plomada en su mano. Él es el gran
constructor. Nosotros somos edificación suya y colaboradores suyos. La obra de
Jesucristo puede parecer de “pequeñeces”. Ha escogido lo vil y despreciado del
mundo como piedras en su templo (1 Corintios 1:26–28). Y, en cuanto al constructor
mismo, aparentemente “no tiene aspecto hermoso ni majestad para que le
miremos, ni apariencia para que le deseemos, sino que fue despreciado y
desechado de los hombres, y como uno de quien los hombres esconden el rostro,
fue despreciado, y no le estimamos” (Isaías 53:2–3). Pero él es quien alegra los ojos
de Dios que recorren toda la tierra viendo cómo progresa la obra de aquel que
sostiene la plomada. Es en él en quien el Padre encuentra su complacencia (Mateo
3:17; 17:5).
• Un día, Jesucristo volverá, trayendo consigo la última piedra de la casa de Dios, la
colocará en su lugar y entonces estará completo el verdadero templo, del cual el de
Zorobabel fue un pequeño anticipo y una pequeña ilustración. En realidad, él es la
última piedra, como también fue la primera, porque él es el alfa y la omega, el
principio y el fin. De la misma manera que Jesús es la piedra angular, sobre la cual se

195
asienta todo el edificio, también es la piedra clave que mantiene unido todo el
edificio y sin la cual todo se hundiría (Efesios 4:11–16).
• Y cuando Jesús vuelva, cuando se coloque la última piedra, entonces se cumplirá
toda la plenitud de la profecía de Zacarías: entonces sabremos que él fue profeta
verdadero al que Dios nos envió para iluminarnos la historia de Esdras y de todo el
significado de la construcción del templo.
• Y entonces clamaremos: “¡Gracia, gracia a ella! ¡Qué hermosa es la casa de Dios!
¡Qué glorioso es su templo!”. Pero, además, recordaremos y reconoceremos que
toda esta edificación solo ha sido posible por la gracia de Dios.
• Pero, ¡un momento! ¿Qué templo? ¿No dice Apocalipsis 21:22 que en el día final no
habrá templo?: Y no vi en ella templo alguno, porque su templo es el Señor, el Dios
Todopoderoso, y el Cordero. Juan no vio templo alguno en la ciudad, es decir, no vio
ningún edificio material, porque en aquel día se habrá cumplido todo aquello que
simbolizaba el templo de Jerusalén. El templo era el lugar de encuentro entre Dios y
su pueblo. Ahora, el encuentro es definitivo. No hay velos ni paredes de separación.
El acceso a Dios es directo, inmediato y permanente. Él estará en medio de su
pueblo para siempre: He aquí, el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y él
habitará entre ellos y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará entre ellos
(Apocalipsis 21:3). La unión será perfecta. No habrá necesidad de “lugar de reunión”
con Dios, porque estaremos siempre reunidos con él. No habrá templo material,
porque estará completo el templo compuesto de “piedras vivas”, de aquellos que
han creído en aquel que es la piedra principal de la casa espiritual de Dios. En un
sentido, no habrá templo; en otro sentido, podemos decir que ¡nosotros mismos
seremos el templo! ¿Acaso no lo afirma el apóstol: Nosotros somos el templo del
Dios vivo (2 Corintios 6:16)?

La celebración de la Pascua
Esdras 6:19–22

La conclusión de la historia de la reconstrucción del templo (Esdras 1 a 6) es


sorprendente. Habríamos esperado que acabara en el versículo 17 con la terminación
de las obras y la consagración del nuevo santuario. Ya, al llegar al versículo 18, el templo
está en pleno funcionamiento y todo está en orden: las actividades religiosas habían
regresado a la normalidad. Podríamos haber creído que no había nada más que contar.
Sin embargo, el capítulo se alarga unos versículos más para contarnos la primera Pascua
celebrada en el edificio nuevo. Nos preguntamos enseguida: ¿Por qué? Y, si el autor
tiene interés en alargar la historia, ¿por qué no incluir la celebración de las demás

196
fiestas anuales?
Luego, debe observarse que, a partir de 6:19, el texto vuelve a ser escrito en
hebreo, como si el autor tuviera interés en “redondear” su narración. Ha comenzado la
historia escribiendo en hebreo. Luego, desde 4:8 hasta aquí, se ha expresado en
arameo, sin duda porque gran parte del texto ha consistido en la cita de documentos
arameos. Ahora, cuando el pueblo judío vuelve a ser pueblo de Dios en torno al templo,
es apropiado que utilice el “lenguaje de Sión”.
Vayamos por partes, pues, primero viendo el texto, y después considerando estas
cuestiones:
Los desterrados celebraron la Pascua el día catorce del mes primero (6:19)
El templo acabó de construirse el “tercer día del mes de Adar”, el último mes del
año según el calendario hebreo, en el año sexto del reinado del rey Darío (6:15). O sea,
fue terminado el 12 de marzo del 516 a. C. Es de suponer que la dedicación tuviera
lugar inmediatamente después. Y ahora, el día catorce del mes de Nisán, el primer mes
del año religioso, en el año séptimo de Darío, los judíos vuelven a reunirse para celebrar
la Pascua. O sea, fue celebrada el 21 de abril del año 516, poco más de un mes después
de la terminación del templo. Parece ser que esta fue la primera vez en setenta años
que los judíos habían celebrado la Pascua.445
Hacía unos novecientos años que Dios mismo había inaugurado esta fiesta. En
Éxodo 12:1–14, encontramos las instrucciones acerca de cómo los hijos de Israel debían
comer aquella primera Pascua que iba a salvarlos de la destrucción del ángel de la
muerte. Asimismo, vemos allí el mandato divino de que el pueblo repitiera esa
celebración cada año como fiesta al Señor (12:14). El día diez del mes primero, cada
familia debía apartar de su rebaño un cordero macho sin defecto y guardarlo hasta el
día catorce. Al anochecer del día catorce, cada familia debía matar su cordero pascual,
pintar con su sangre los postes y el dintel de su casa, asar el cordero y comérselo
aquella misma noche sin dejar nada para la mañana.
El significado de la sangre es explícito: La sangre os será por señal en las casas donde
estéis; y cuando yo vea la sangre pasaré sobre vosotros, y ninguna plaga vendrá sobre
vosotros para destruiros cuando yo hiera la tierra de Egipto (Éxodo 12:13). La sangre era
la señal para que la destrucción de Dios “pasara por encima” de aquella casa. La fiesta
de la Pascua (en hebreo “pesaj”, que significa “pasar por encima” o “pasar de largo”)
conmemoraba la salvación del pueblo de Dios del juicio divino y su liberación de la
esclavitud en Egipto.
Y sucederá que cuando vuestros hijos os pregunten: “¿Qué significa este rito
para vosotros?”, vosotros diréis: “Es un sacrificio de la Pascua al Señor, el cual
pasó de largo las casas de los hijos de Israel en Egipto cuando hirió a los egipcios,
y libró nuestras casas” (Éxodo 12:26–27).
¡Qué apropiado, pues, que la primera fiesta celebrada por los judíos después de la
dedicación del templo fuera la de la Pascua del Señor! El retorno desde Babilonia había
sido para ellos un segundo éxodo, una segunda “liberación de la esclavitud egipcia”.
197
Había marcado también el final de setenta años del juicio de Dios sobre ellos. Aquella
celebración de la Pascua, aunque conmemoraba estrictamente la salvación de Israel del
exilio en Egipto y su constitución inicial como nación, tiene que haber despertado
fuertes emociones en los celebrantes al pensar que, una vez más, la ira de Dios había
“pasado por encima” de ellos, salvándolos de la destrucción, liberándolos de Babilonia y
reconstituyéndolos como pueblo de Dios en su propia tierra.
Ya que los sacerdotes y los levitas se habían purificado juntamente, todos ellos
estaban purificados… (6:20)
En una ocasión anterior, los hijos de Israel, después de dieciséis años de apostasía
bajo el malvado rey Acaz, habían vuelto al Señor y participado en una gran celebración
de la Pascua bajo la iniciativa del buen rey Ezequías. Las reformas de Ezequías habían
empezado cuando el rey convocó a los sacerdotes y levitas y les mandó que se
santificaran (2 Crónicas 29:4–5). Se ve que, en aquella ocasión, no todos los sacerdotes
obedecieron puntualmente al rey. Como consecuencia, no todos estaban en
condiciones de “desollar los holocaustos” y los pocos que se habían santificado tuvieron
que ser asistidos por los levitas (29:34; 30:15). Quizás sea por recordar la vergüenza que
los sacerdotes pasaron en aquel momento por lo que el autor enfatiza que, en esta
ocasión, “los sacerdotes y levitas se habían purificado”.
… entonces mataron al cordero de la Pascua para todos los desterrados, tanto
para sus hermanos los sacerdotes como para sí mismos (6:20)
Según deducimos de textos como Éxodo 12:3–7 o Levítico 1:5, serían los padres de
familia quienes, juntamente con los sacerdotes, habían de degollar los corderos y
recoger la sangre en una vasija. Sin embargo, parece ser que, con el paso del tiempo, la
responsabilidad de sacrificar a los animales había recaído sobre los sacerdotes y levitas.
Nuestro texto da la impresión de que celebraron la Pascua según los ritos ya
establecidos en tiempos de Josías: Así fue preparado el servicio; los sacerdotes se
colocaron en sus puestos y los levitas según sus clases, conforme al mandato del rey. Y
los levitas mataron los animales de la Pascua, y mientras los sacerdotes rociaban la
sangre recibida de la mano de ellos, los levitas los desollaban (2 Crónicas 35:10–11).
Comieron la Pascua los hijos de Israel que habían vuelto del destierro… (6:21)
Los que comieron la Pascua formaron dos grupos. En primer lugar estaban los
israelitas que habían vuelto del destierro veinte años atrás, juntamente con sus hijos.
Este grupo no es difícil de identificar. El siguiente, sí.
… y todos aquellos que se habían apartado de la impureza de las naciones de la
tierra para unirse a ellos, para buscar al Señor, Dios de Israel (6:21)
Todo depende de si la frase “todos aquellos” significa “todos aquellos hijos de
Israel” o si tiene un significado más amplio, “todas aquellas personas en general”, y
abraza también a los de “las naciones de la tierra” que se habían convertido
verdaderamente al Dios viviente. En el primer caso, la referencia sería a los judíos que
no fueron llevados al cautiverio babilónico, sino que se quedaron en Israel. Según esta

198
interpretación, la idea parece ser que, durante un tiempo, ellos habían sucumbido a las
prácticas religiosas de los gentiles. Pero, ahora, después del retorno de los exiliados y al
ver acabado el templo, “se habían apartado de la impureza de las naciones de la tierra”
a fin de volver a unirse con su propio pueblo, y se habían dedicado a “buscar al Señor,
Dios de Israel”.447
La otra lectura es aún más atractiva. Supone la incorporación en Israel (y en la
celebración de la Pascua) de todos los gentiles que, dejando atrás sus prácticas
idolátricas, se unían a los hijos de Israel y buscaban verdaderamente al Señor.
A causa de sus reformas religiosas y sociales, incluida la expulsión de Israel de las
esposas extranjeras y sus hijos, tanto Esdras y Nehemías como los libros que escribieron
han sido tildados por algunos autores como chauvinistas, caracterizados por el
fanatismo religioso y la estrechez de mente. Pero este versículo nos revela algo muy
distinto. El exclusivismo de Esdras y Nehemías, así como el de Zorobabel y Jesúa (4:3),
no brotaba de un espíritu chauvinista ni se dirigía contra los extranjeros per se, sino
contra los extranjeros paganos. Cualquier gentil que abandonara su idolatría y se
volviera al Dios de Israel con sinceridad de corazón era bienvenido en Israel. Solo
quedaban excluidos quienes no querían incluirse a todos los efectos y cuya conversión
no era auténtica.450 Lo que aquellos hombres de Dios entendían como inadmisible era
intentar mantener un pie en el paganismo y otro en el pueblo de Dios.
Por tanto, se nos antoja que esta Pascua fue celebrada no solo por los judíos que
habían vuelto del exilio, sino también por los habitantes de la tierra que se habían
convertido a Dios y se habían integrado en Israel como prosélitos.
Y con gozo celebraron por siete días la fiesta de los panes sin levadura, porque el
Señor los había llenado de regocijo,… (6:22)
La Pascua, propiamente dicha, se celebraba el día catorce del mes. Pero, después de
las instrucciones sobre la manera de celebrarla (Éxodo 12:1–14; 21–28), vienen normas
adicionales que establecen que los siete días siguientes, desde el 15 al 21 del mes,
deben dedicarse a la “fiesta de los panes sin levadura”, días sin trabajo y sin levadura en
casa (Éxodo 12:15–20; Levítico 23:6–8).
Siguen aquí las reminiscencias de las celebraciones en tiempos de Ezequías y Josías,
porque en todos estos casos se enfatiza el gozo y el entusiasmo de la celebración (2
Crónicas 30:21, 23, 25–26; 35:18). Pero, en el caso presente, debe observarse que el
autor señala la fuente verdadera del gozo: el Señor mismo. Aquella fue una semana de
gozo desbordante, porque “el Señor los había llenado de regocijo”.
… y había vuelto hacia ellos el corazón del rey de Asiria para animarlos en la obra
de la casa de Dios, el Dios de Israel (6:22)
Resulta sorprendente que Darío es llamado aquí “rey de Asiria”. Pero debemos
recordar que Asiria era en aquel momento una provincia importante dentro del imperio
persa (llamada “Athura” por los persas) y que los reyes persas se consideraban los
herederos de Asiria y Babilonia.453 Por tanto, no se trata de un error ni de un
anacronismo, a pesar del hecho de que el imperio asirio hubiera acabado en el año 609

199
a. C. Pero sí cabe preguntar por qué el autor habrá querido emplear este título en vez
de “rey de Persia”.
Sin duda, la respuesta es que, así, quiere recordarnos sutilmente que en este
momento se cerraba un ciclo histórico que había comenzado con la invasión asiria del
reino de Israel. Había sido un rey asirio quien había llevado cautivos a los primeros
exiliados judíos. Y ahora aquella larga noche de pesadillas había llegado a su fin gracias
a la intervención de otro “rey de Asiria”. Pero, más allá de las iniciativas humanas, el
autor ve la mano de Dios: él había levantado a los asirios contra Israel en primer lugar, y
ahora él es quien ha vuelto el corazón del rey de Asiria hacia los judíos.
Esta historia empezó cuando “el Señor movió el espíritu de Ciro, rey de Persia” para
que autorizara el retorno de los judíos para reconstruir en Jerusalén “la casa del Señor,
Dios de Israel” (1:1, 3). Ahora, la historia termina con una gloriosa simetría: el autor
emplea una frase similar que recuerda cómo Dios “volvió el corazón” de otro rey de
Persia, Darío, para que animara a los judíos en la conclusión de “la obra de la casa de
Dios, el Dios de Israel”.
Ahora pasamos al otro nivel de interpretación de nuestra historia. Nosotros
estamos colaborando con Jesucristo en la larga tarea de la construcción del verdadero
templo, con la viva esperanza de que, un día, la casa de Dios esté acabada, dedicada y
en pleno uso. Y entonces, ¿qué? Cuando el Mesías haya vuelto trayendo consigo la
última piedra del edificio, ¿qué pasará a continuación? ¿Qué clase de celebraciones
tendremos?
• Pues, naturalmente, celebraremos lo que las Escrituras llaman las “bodas del
Cordero”: Regocijémonos y alegrémonos, y démosle a él la gloria, porque las bodas
del Cordero han llegado… Bienaventurados los que están invitados a la cena de las
bodas del Cordero (Apocalipsis 19:7, 9). Esta celebración será la culminación y el
cumplimiento de este texto de Esdras, la gran fiesta de la Pascua, de la cual la
Pascua de los judíos y la mesa del Señor cristiana no son más que pequeños
anticipos. La Pascua judía celebra aquella liberación del pueblo de Dios de la
esclavitud egipcia que tendrá su plena manifestación en el reino de Dios, la
auténtica Tierra Prometida. La mesa del Señor tiene validez solo “hasta que él
venga” (1 Corintios 11:26). Es una fiesta memorial que apunta hacia la gloriosa
fiesta a celebrar cuando estemos con el Señor para siempre.
• En aquel día, Cristo volverá a beber vino con sus discípulos, tal y como él mismo se
lo prometió: Desde ahora no beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día
cuando lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre (Mateo 26:29). Pero
recordemos que, cuando pronunció aquellas palabras, Cristo estaba celebrando la
Pascua con sus discípulos. Al decir que volverá a beber vino con ellos en el reino de
su Padre, da la impresión de que las bodas del Cordero serán la gran celebración
final de esta misma fiesta, el pleno cumplimiento de la Pascua.
• Y recordemos también que esa fiesta, en la cual celebraremos el matrimonio de
Cristo y la iglesia, se llama “las bodas del Cordero”, no las bodas de Cristo o de Jesús.

200
¿Por qué se llama así? Porque Cristo es el “Cordero de Dios” (Juan 1:29); pero, más
específicamente, porque él es nuestro cordero pascual que fue ofrecido por
nosotros (1 Corintios 5:7).
• ¿Quiénes estarán presentes en esa fiesta? Solo los que han sido purificados y
santificados, los que se han vestido “de lino fino, resplandeciente y limpio” y “cuyos
nombres están escritos en el libro de la vida del Cordero” (¡el Cordero otra vez!).
“Jamás entrará en ella nada inmundo, ni el que practica abominación y mentira”
(Apocalipsis 21:27). Entrarán tanto los “desterrados” de Israel que han vuelto del
cautiverio babilónico, como las personas de todas las naciones que, dejando atrás
su impiedad y sus prácticas paganas, han buscado de corazón al Dios de Israel.
• En resumidas cuentas, pues, la celebración de aquel día conmemorará la inmensa
obra salvadora llevada a cabo por Cristo cuando se ofreció a sí mismo por nosotros
como nuestro Cordero pascual, para salvarnos de nuestros pecados, redimirnos de
nuestro Egipto, trasladarnos a su reino, incorporarnos en su templo y prepararnos
para ser su esposa. Será la máxima expresión de la Pascua, el pleno cumplimiento
de la mesa del Señor, el banquete de celebración de las bodas del Cordero.
• Y huelga decir que será un momento de sumo gozo desbordante y júbilo. Si ahora,
sin haberle visto, le amamos, y nos regocijamos grandemente con gozo inefable y
lleno de gloria” (1 Pedro 1:8), ¿cómo será entonces?
Así acaba la historia de Zorobabel y Jesúa, la primera parte de la gran trilogía de los
libros de Esdras y Nehemías.
Después de unos veinte años de sombras y luces, el templo ha sido reconstruido. La
historia del primer retorno de Babilonia ha tenido un final feliz. El primer ciclo narrativo
se ha cerrado. Ahora, nos despedimos de Zorobabel, de Jesúa y de aquella generación
de judíos. Estamos a punto de “dar el gran salto”. El capítulo 6 del libro de Esdras acaba
el día 21 del primer mes del año séptimo del rey Darío, es decir, a principios del año 516
a. C. (6:19 y 22). El capítulo 7 se abre en el año séptimo del rey Artajerjes, es decir, en el
año 458 a. C. Hay una separación de casi sesenta años entre los capítulos. Excepto la
pequeña referencia a un episodio que tuvo lugar en el reinado de Asuero (4:6), el libro
de Esdras pasa por encima de estas décadas con total silencio. Solo el libro de Ester nos
ayuda a rellenar el hueco, así como posiblemente el libro de Malaquías, porque
Malaquías quizás haya profetizado poco antes de la llegada de Esdras a Jerusalén.
Así pues, el capítulo 7 del libro de Esdras, más que una continuación de la narración
de los capítulos 1 a 6, constituye el comienzo de una nueva historia, un nuevo ciclo
narrativo, el auténtico “libro de Esdras”.

SEGUNDA PARTE:

201
La historia de Esdras
Esdras 7:1–10:44; Nehemías 7:73b–10:39

Introducción a Esdras 7–10


Como ya hemos dicho, el título “Libro de Esdras” que encabeza el texto de este libro
en nuestras biblias se presta a malentendidos. En realidad, Esdras solo aparece en el
escenario en el capítulo 7. Los capítulos 7 a 10, juntamente con tres capítulos del libro
de Nehemías son los que constituyen su historia. En cambio, como ya hemos visto, los
capítulos anteriores del libro de Esdras narran la historia del primer grupo de exiliados
que volvieron de Babilonia a Jerusalén bajo el liderazgo del gobernador Zorobabel y del
sumo sacerdote Jesúa con la finalidad de reconstruir el templo de Dios. Aquella historia
tuvo lugar entre los años 539 y 516 a. C., durante los reinados de los emperadores
persas Ciro, Cambises y Darío. En cambio, la historia de Esdras comienza en el año 458,
en el reinado de Artajerjes. En medio de las dos historias ha habido el reinado de
Asuero. Así pues, entre ellas hay una separación de casi sesenta años.458 Si acaso Esdras
ha tenido algo que ver con los capítulos 1 a 6, es porque él puede haber sido el autor o
editor del texto; pero, desde luego, los eventos narrados allí no tienen nada que ver con
él. La verdadera historia de Esdras empieza en el capítulo 7.
En realidad, la historia de Esdras es la segunda de las tres grandes narraciones que
configuran el libro de Esdras-Nehemías:
1. La historia de Zorobabel y Jesúa (Esdras 1:1–6:22)
2. La historia de Esdras (Esdras 7:1–10:44 y Nehemías 7:73b–10:39).
3. La historia de Nehemías (Nehemías 1:1–7:73a y 11:1–13:31).
Estas tres historias se centran en la restauración de tres aspectos vitales de la vida
del pueblo de Dios:
1. El templo.
2. La ley.
3. Las murallas de Jerusalén.
Y, por tanto, abordan tres asuntos que deben ser de gran interés para los creyentes;
y no solo para los creyentes que vivían en aquel momento, sino para los de todos los
lugares y tiempos:
1. La adoración y la comunión con Dios.
2. La santidad.
3. La seguridad y la protección espiritual.

202
En resumidas cuentas, pues, podemos decir que las tres historias versan sobre lo
siguiente:
1. El retorno de Babilonia a Jerusalén de un primer grupo de judíos exiliados, bajo
el liderazgo de Zorobabel y Jesúa, con la finalidad de reconstruir el templo.
2. El retorno de Babilonia a Jerusalén de un segundo grupo, bajo el liderazgo de
Esdras, con la finalidad de establecer en Judá la legislación de la ley de Dios.
3. El retorno de Susa a Jerusalén de un tercer grupo, bajo el liderazgo de
Nehemías, con la finalidad de reconstruir las murallas de Jerusalén.
Además, hay una notable diferencia estilística entre la primera de estas historias y
las otras dos. Queda patente que la historia de Zorobabel y Jesúa (Esdras 1–6) fue
puesta por escrito por alguien (como acabamos de decir, posiblemente por Esdras
mismo) que vivía en una generación posterior, a cierta distancia de los acontecimientos
narrados. El texto está escrito siempre en tercera persona (“él” o “ellos” hicieron esto o
aquello) y echa mano a amplias citas de documentos procedentes de los archivos
imperiales. Como consecuencia, sus protagonistas son figuras algo “remotas”, vistas
siempre desde fuera y a distancia. Nunca llegamos a conocer sus luchas interiores, sus
temores o sus sentimientos. En cambio, gran parte de las historias de Esdras y
Nehemías está escrita en primera persona (“yo” o “nosotros” hicimos esto o aquello).
Se trata de sus propias memorias personales. Por tanto, llegamos a conocer sus
preocupaciones y sus angustias, sus pensamientos y sus aspiraciones. Son historias
mucho más íntimas y “psicológicas”.
Es la segunda de estas historias, la de Esdras, la que nos ocupa en estos momentos.
Así pues, dejamos atrás la historia de la construcción del templo. Este está firmemente
edificado. Hace ya sesenta años que los judíos vienen celebrando en él sus cultos a Dios
y ofreciéndole sus sacrificios. Pasamos del templo a la ley, de la reconstitución del
pueblo de Israel en torno a la casa de Dios a la necesidad de que el pueblo
reconstituido obedezca la palabra de Dios.
Es decir, la historia de Esdras nos recuerda que los creyentes no solo debemos
colaborar en la edificación del templo, sino que, al hacerlo, debemos vivir vidas santas,
sujetas a la voluntad de Dios. Es necesario que las “piedras vivas” incorporadas en el
auténtico templo de Dios sean edificadas como casa espiritual para un sacerdocio santo,
para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo (1 Pedro
2:5). La obra de Dios no se hace de cualquier manera. Por una parte, como
comprobamos en la historia de Zorobabel y Jesúa, exige esfuerzo y sacrificio; pero, por
otra, como aprenderemos en la historia de Esdras, exige santidad y moralidad. Las
piedras vivas deben caracterizarse por su renuncia al pecado (desechando toda malicia
y todo engaño, e hipocresías, envidias y toda difamación; 1 Pedro 2:1) y por su fidelidad
a la palabra de Dios (desead como niños recién nacidos la leche pura de la palabra, para
que por ella crezcáis para salvación; 1 Pedro 2:2).
Siempre ha sido cierto que los que hacen la obra de Dios deben reflejar la santidad
de Dios:
203
Si alguno se limpia de estas cosas, será un vaso para honra, santificado, útil
para el Señor, preparado para toda buena obra. Huye, pues, de las pasiones
juveniles y sigue la justicia, la fe, el amor y la paz, con los que invocan al Señor
con un corazón puro (2 Timoteo 2:21–22).
Y siempre ha sido cierto que los que quieren vivir vidas santas necesitan alimentarse
constantemente de la palabra de Dios.
Todos los mandamientos que yo os ordeno hoy, tendréis cuidado de ponerlos
por obra… El hombre no solo vive de pan, sino que vive de todo lo que procede de
la boca del Señor (Deuteronomio 8:1, 3).
En mi corazón he atesorado tu palabra, para no pecar contra ti (Salmo
119:11).
Esdras, efectivamente, se nos presentará como un hombre de la palabra, un
hombre que “había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor y a practicarla”
(7:10). También se muestra como un hombre comprometido con la santidad, cuyo gran
afán fue inculcar santidad y justicia en el pueblo de Dios.
En esto, él anticipa la obra santificadora de Jesucristo. Ya hemos visto, en torno a la
historia de la construcción del templo, que Zorobabel y Jesúa no eran más que
pequeños prototipos de aquel que realmente iba a construir la casa de Dios, el Mesías,
Jesús el Cristo. Ahora, igualmente, vamos a ver cómo Esdras no es más que un reflejo
anticipado de aquel que realmente iba a establecer santidad y justicia en el pueblo de
Dios:
He aquí mi Siervo, a quien yo sostengo, mi escogido, en quien mi alma se
complace. He puesto mi Espíritu sobre él; él traerá justicia a las naciones. No
clamará ni alzará su voz, ni hará oír su voz en la calle. No quebrará la caña
cascada, ni apagará el pabilo mortecino; con fidelidad traerá justicia. No se
desanimará ni desfallecerá hasta que haya establecido en la tierra la justicia, y su
ley esperarán las costas (Isaías 42:1–4).
Por supuesto, el ministerio de Esdras y el de Jesús iban a ser muy diferentes. Esdras
inculcaba la santidad de vida mediante la enseñanza de la ley de Dios. Pero topaba
constantemente con la debilidad humana, nuestra incapacidad endémica para ser fieles
a nuestras buenas intenciones y nuestra terrible propensión a quebrantar la ley de Dios
en vez de guardarla. Jesús tampoco escatimó esfuerzos por instruir a la gente en la ley
de Dios. De hecho, él llegó a niveles de instrucción ética que la ley desconocía, por
cuanto esta regía principalmente la conducta externa, mientras que Jesús exigía
también pureza en las motivaciones, los pensamientos y los deseos más internos e
íntimos. La ley de Cristo es más profunda y más exigente que la ley de Moisés impartida
por Esdras.
Pero, a la vez, Jesús había venido a realizar lo que Esdras jamás podía hacer:

204
solucionar el problema de nuestra debilidad humana por medio del derramamiento del
Espíritu Santo. Para Esdras, como para todos los santos de la antigua dispensación, la
ley de Dios era un documento ajeno al ser humano, escrito en tablas de piedra y rollos
de papiro. El creyente tenía que intentar ajustar su conducta para que se conformara
con estos escritos externos. Pero, aunque su mente aprobara la ley de Dios, la
inclinación de su corazón seguía en dirección contraria. En cambio, ahora, en Cristo, se
cumple la profecía: Dios toma la ley escrita en tablas de piedra y la escribe en el corazón
del creyente por obra del Espíritu (Jeremías 31:33). Él es Espíritu de santidad, el que va
transformando al creyente de gloria en gloria hacia la imagen de Jesucristo (2 Corintios
3:18), el que hace posible aquello que la ley nunca pudo lograr: cambiar nuestras
motivaciones, darnos hambre y sed de justicia y luego capacitarnos para vivir vidas
santas para la gloria de Dios.
Así pues, tanto Esdras como Jesús tuvieron la misión de establecer la justicia en el
pueblo de Dios. El propósito de la obra de Cristo no fue hacer que la justicia fuera
innecesaria, sino hacerla posible.
Una palabra más acerca de la autoría y la estructura de esta sección. Sin duda, en
gran parte se debe a la pluma del propio Esdras. Como ya hemos dicho, en gran medida
está escrita en primera persona.
Pero, por otro lado, es poco verosímil que Esdras mismo haya escrito las palabras de
elogio que encontramos en textos como 7:10. ¡Habría sido una gran falta de humildad y
modestia! Por tanto, lo más probable es que los capítulos 7 a 10 se deban a un editor
anónimo que ha tenido acceso a las memorias personales de Esdras y se ha servido
ampliamente de ellas, pero que ha dado forma final a la narración.
En cuanto a la estructura, podemos dividir la “historia de Esdras” en tres partes:
1. La misión de Esdras y su llegada a Jerusalén (Esdras 7:1–8:36).
2. El caos moral que Esdras encontró en Jerusalén y las drásticas medidas tomadas
para solucionarlo (Esdras 9:1–10:44).
3. El pacto de consagración firmado por el pueblo (Nehemías 7:73b–10:39).

Esdras entra en el escenario


Esdras 7:1–10

Las credenciales de Esdras (7:1–6)


Después de estas cosas, en el reinado de Artajerjes, rey de Persia… (7:1)
Una lectura somera de esta frase podría dar la impresión de que los
acontecimientos que están a punto de narrarse tuvieron lugar poco después de los

205
hechos ya narrados. Pero, como hemos visto, el comienzo del capítulo 7 representa un
salto en el tiempo con respecto al capítulo 6. Pasamos del año 516 al año 458, del
reinado de Darío al de Artajerjes. En el espacio intermedio, han fallecido todas las
grandes figuras de aquella generación anterior, entre ellas Zorobabel y Jesúa, Hageo y
Zacarías.
La frase “rey de Persia” fue aducida por algunos como evidencia de la poca
fiabilidad histórica de Esdras. Afirmaban que el título es superfluo, porque los persas
reinaban supremos en Oriente y no necesitaban ser distinguidos por esta designación;
bastaba con decir “el rey”. Además, afirmaban que la manera habitual de referirse al
rey de Persia era llamándolo “el gran rey”, “rey de reyes” o “rey de las tierras”. Sin
embargo, se ha establecido, por medio de un estudio de diecinueve documentos de la
época, que seis monarcas persas son llamados “rey de Persia” por dieciocho autores
diferentes nada menos que treinta y ocho veces. Con argumentos tan nimios y tan poco
fundados, se elaboran las teorías que intentan desacreditar la autenticidad bíblica.
… Esdras hijo de Seraías… (7:1)
El héroe de nuestra historia entra ahora en el escenario. Pero notemos bien la
manera de su entrada (7:1–5): no en virtud de sus proezas (ellas vendrán luego), ni de
las cualidades de su carácter (algunas de las cuales serán comentadas en segundo lugar,
en 7:10), sino en virtud de sus credenciales familiares.
Al topar con esta lista de los antepasados de Esdras, el lector actual tiende a saltar
rápidamente por encima de ella, porque le parecen de poco interés. Pero, para los
lectores judíos, esta genealogía era absolutamente esencial. Recordemos a aquellos
exiliados que no podían demostrar, por medio del registro de genealogías, que
procedían de la casa de Aarón: quedaron excluidos del sacerdocio (2:62). Muchos
ministerios en Israel tenían que ser ejercidos por personas procedentes de una
determinada familia. Esta genealogía, por tanto, aparece en este lugar para establecer
las credenciales familiares de Esdras: para demostrar que él procedía no solamente de
la casa de Leví, sino también de la casa de Aarón. Así demuestra su derecho a ejercer el
sacerdocio, lo cual implica el ejercicio de importantes funciones docentes. Solemos
asociar el sacerdocio con el culto (los sacrificios, la quema de incienso, etc.), pero los
sacerdotes de Israel habían recibido de parte de Dios claras instrucciones en cuanto a
su obligación de explicar al pueblo la ley divina, de enseñar a los hijos de Israel todos los
estatutos que el Señor les ha dicho por medio de Moisés (Levítico 10:11). La genealogía
establece que Esdras pertenece al linaje sacerdotal; será llamado sacerdote en 7:11.
Los ministerios de los siervos de Dios en tiempos del Antiguo Testamento solían
repartirse por derecho familiar. En cambio, el Nuevo Testamento asevera que los dones
y ministerios ejercidos en la Iglesia se deben al reparto llevado a cabo por el Espíritu
Santo (ver, por ejemplo, 1 Corintios 12:4–11, 28–29). Pero, en ambos casos, es
necesario plantear la misma cuestión. Antes de ceder el púlpito a alguien o permitir que
ejerza algún ministerio, debemos considerar su derecho a ocuparlo, sus credenciales.
Antiguamente se tenía que examinar su linaje. Ahora, es cuestión de dos cosas. Por un
lado, es preciso que haya nacido de nuevo, es decir, que pertenezca a la familia de Dios

206
y que, por tanto, tenga un linaje adecuado. Por otro, es imprescindible que tenga el
necesario don espiritual y que haya sido capacitado por el Espíritu Santo. Esto queda
confirmado por los textos de 1 Pedro que ya citamos en el capítulo anterior. En ellos,
vemos que los que constituyen la casa de Dios y ejercen en ella como “sacerdocio
santo” (2:5) son “como niños recién nacidos” (2:2). Es decir, son los que han “renacido
para una esperanza” por iniciativa de Dios Padre (1:3). No puedes formar parte de la
casa de Dios, ni mucho menos ejercer ministerios en ella, si no has nacido en la familia
correcta.
Esdras significa “ayuda”. Es una forma abreviada de Azarías (“el Señor ha ayudado”),
un nombre que aparece dos veces en la genealogía de estos versículos (tres en la de 1
Crónicas 6:1–15).
Una comparación de este versículo con 1 Crónicas 6:14–15 revela que Esdras no es
literalmente el “hijo” de Seraías, sino (probablemente) un bisnieto suyo. Según
Crónicas, Seraías, hijo de Azarías y nieto de Hilcías, fue el padre de Josadac, y este fue
llevado al destierro por Nabucodonosor en el año 586 a. C. Ahora nos encontramos en
el año 458, o sea, unos 130 años después. Seraías, por tanto, no fue el padre de Esdras,
sino un antepasado suyo.
Sin embargo, no debe sorprendernos que Esdras sea llamado “hijo de Seraías”,
porque era frecuente en las genealogías de aquel entonces saltar por encima de
algunas generaciones. En cambio, lo que sí cabe preguntar es por qué se ha querido
enlazar a Esdras directamente con Seraías. La respuesta es bastante clara. Josadac, el
primogénito de Seraías, fue un hombre de mucho relieve entre los exiliados
(recordemos que el sumo sacerdote en tiempos de la reconstrucción del templo era
“Jesúa, hijo de Josadac”), pero los demás hijos, nietos y bisnietos de Seraías eran
hombres sin mucha relevancia social. El autor quiere que apreciemos la calidad de la
estirpe de Esdras y, por tanto, lo enlaza con el último antepasado directo suyo que
ostentara el sumo sacerdocio y fuera una figura destacada en la historia de Israel.
Además, el nombre de Seraías tenía enormes resonancias para los judíos del exilio.
Él había sido asesinado por los babilonios cuando Nabucodonosor destruyó el templo
en el año 586 a. C. Su muerte marcó el principio del cautiverio babilónico:
Entonces el capitán de la guardia tomó al sumo sacerdote Seraías y al
segundo sacerdote Sofonías y a los tres oficiales del templo… Nabuzaradán,
capitán de la guardia, los tomó y los llevó al rey de Babilonia en Ribla. Entonces
los hirió el rey de Babilonia y les dio muerte en Ribla, en la tierra de Hamat. Así
Judá fue llevado al cautiverio, lejos de su tierra (2 Reyes 25:18–21).
… hijo de Azarías, hijo de Hilcías… (7:1)
Acerca de Azarías, hijo de Hilcías, no sabemos prácticamente nada. Hilcías fue sumo
sacerdote durante el reinado de Josías. Su nombre significa “Yahvé es mi porción” o
“porción de Yahvé”, un nombre muy apropiado para los que ejercían el sacerdocio. De
los muchos personajes bíblicos que se llamaban así, este Hilcías es el más conocido. Fue
él quien, en el año 621 a. C., descubrió el libro de la ley (2 Reyes 22:8–10), perdido
207
durante los años de apostasía, y lo hizo leer al rey. ¡Todo un antecedente de Esdras!
También fue él quien, después de consultar a la profetisa Hulda (2 Reyes 22:14–20),
encabezó las reformas religiosas que se produjeron como consecuencia de aquel
descubrimiento (2 Reyes 23:4–25). Así pues, Esdras tenía entre sus antepasados a
alguien que le sirvió de precedente en cuanto al amor a las Escrituras, al temor a Dios y
al espíritu de reforma moral y espiritual.
… hijo de Salum, hijo de Sadoc, hijo de Ahitob… (7:2)
Salum es otro nombre que aparece con frecuencia en el Antiguo Testamento (¡hay
unos quince hombres diferentes llamados así!). Acerca de este, no sabemos nada
excepto su linaje y, es de suponer, su sumo sacerdocio. Es llamado Mesulam en 1
Crónicas 9:11 y Nehemías 11:11.
Ya hemos visto que esta genealogía de Esdras omite ciertas generaciones. De hecho,
suponiendo que Aarón vivía alrededor del 1400 a. C., los diecisiete nombres
mencionados cubren un período de casi mil años. Es bastante obvio que la genealogía
ha sido drásticamente reducida para incluir los nombres de los sumos sacerdotes más
prominentes de entre los antepasados de Esdras, y para excluir a otros. Es en este
punto, al llegar a Salum, donde debemos suponer, probablemente, el mayor número de
omisiones.
Como demuestra una comparación de la genealogía de Esdras con la de 1 Crónicas 6
(ver gráfico), existen dos maneras diferentes de entender las omisiones (a causa de la
repetición de los mismos nombres en diferentes generaciones). Según la primera
posibilidad, la genealogía omite siete nombres entre Salum y Sadoc. Según la otra
posibilidad, estos nombres son omitidos entre Azarías y Meraiot. De estas posibilidades,
la primera nos parece la más probable, porque, a pesar de suponer el inconveniente de
la omisión del primer Azarías en el texto de Crónicas (o de su adición al texto de Esdras),
los nombres omitidos son de personas históricamente insignificantes. En cambio, de
aceptar la segunda posibilidad, tendríamos que suponer que el autor ha omitido a
algunos de los sumos sacerdotes más célebres.
La explicación más fácil para las omisiones es que se trata de un error de copista o
del propio autor del texto de Esdras. Al copiar o recordar una lista de nombres
personales, varios de los cuales (Amarías, Azarías, Ahitob, Sadoc) aparecen más de una
vez, es muy fácil dar esta clase de saltos. Pero, por otra parte, no es nada inverosímil
que el salto sea deliberado (al menos, si aceptamos la primera posibilidad): los nombres
omitidos son de hombres poco conocidos que ejercieron el sacerdocio durante años
turbios de la historia de Israel, cuando la nación e incluso los sacerdotes se entregaban
a la apostasía y la idolatría.
1 Crónicas 6:3–15 Esdras 7:1–5, primera Esdras 7:1–5, segunda
posibilidad posibilidad

Aarón Aarón Aarón

208
Eleazar Eleazar Eleazar

Finees Finees Finees

Abisúa Abisúa Abisúa

Buqui Buqui Buqui

Uzi Uzi Uzi

Zeraías Zeraías Zeraías

Meraiot Meraiot Meraiot

[] Azarías []

Amarías Amarías []

Ahitob Ahitob []

Sadoc Sadoc []

Ahímaas [] []

Azarías [] []

Johanán [] []

Azarías [] Azarías

Amarías [] Amarías

Ahitob [] Ahitob

Sadoc [] Sadoc

Salum Salum Salum

Hilcías Hilcías Hilcías

Azarías Azarías Azarías

Seraías Seraías Seraías

209
Josadac [] []

Esdras Esdras Esdras

A causa de las omisiones, no se puede saber con seguridad cuál de los dos Sadoc (de
la lista de Crónicas) es el que aparece en el texto de Esdras, pero lo más probable es
que se trate del primero, porque el segundo es prácticamente un desconocido,
mientras que el primero era uno de los sumos sacerdotes más destacados de la historia
de Israel. Él fue sacerdote bajo David y ungió como rey a Salomón (1 Reyes 1:32–39).
Después de que el sumo sacerdote Abiatar respaldara la rebelión de Adonías (1 Reyes
1:7–8; 2:35; Exequias 44:15), Salomón nombró a Sadoc en su lugar. A partir de aquel
momento y hasta el exilio babilónico, todos los sumos sacerdotes procedían de la casa
de Sadoc.
Su nombre significa “justo” y refleja fielmente el carácter de Sadoc. Tanto durante la
rebelión de Adonías en tiempos de Salomón como en la de Absalón en tiempos de
David (2 Samuel 15:24–29, 35–36), Sadoc se mantuvo fiel al monarca legítimo. Acerca
de Ahitob, en realidad el abuelo de Sadoc (Nehemías 11:11), no sabemos prácticamente
nada.
… hijo de Amarías, hijo de Azarías, hijo de Meraiot… (7:3)
Según hemos indicado, hubo mucha repetición de nombres en la familia de los
sumos sacerdotes. En la genealogía de 1 Crónicas 6, aparecen dos Amarías y tres
Azarías. Como ya hemos visto, Azarías (“Yahvé ha ayudado”) es una forma del nombre
de Esdras.
… hijo de Zeraías, hijo de Uzi, hijo de Buqui… (7:4)
Aunque no sabemos prácticamente nada acerca de estos hombres excepto el lugar
en que aparecen en la genealogía sacerdotal, sin embargo son nombres que eran
conocidos en Israel precisamente por ocupar este lugar y por representar
respectivamente la sexta, la quinta y la cuarta generación de sumos sacerdotes
descendientes de Aarón por linaje de Eleazar (cf. 1 Crónicas 6:5–6, 51).
Zeraías significa “Yahvé ha resplandecido”; Uzi, “mi fortaleza”; y Buqui, “aprobado
por Dios”.
… hijo de Abisúa, hijo de Finees, hijo de Eleazar… (7:5)
Ahora llegamos al bisnieto, nieto e hijo de Aarón. De Abisúa no sabemos casi nada.
Finees, en cambio, fue una persona muy renombrada, otro de los sumos sacerdotes
cuyo ministerio purificador del pueblo de Dios anticipaba el de Esdras. Su acción más
notable, por la cual Dios estableció con él un pacto de paz, fue la de matar en el
tabernáculo con una lanza a Zimri, practicante de la prostitución cultual introducida por
las “hijas de Moab”. Esta acción causó el cese de la plaga enviada por Dios contra Israel:
Entonces habló el Señor a Moisés, diciendo: Finees, hijo de Eleazar, hijo del sacerdote
Aarón, ha apartado mi furor de los hijos de Israel porque demostró su celo por mí entre

210
ellos, y en mi celo no he destruido a los hijos de Israel. Por tanto, di: “He aquí, yo le doy
mi pacto de paz; y será para él y para su descendencia después de él, un pacto de
sacerdocio perpetuo, porque tuvo celo por su Dios e hizo expiación por los hijos de Israel
(Números 25:10–13).
En cuanto a Eleazar, en principio no tenía que haber sido sumo sacerdote después
de su padre Aarón. Había dos hermanos mayores que él, Nadab y Abiú, que tendrían
que haber ostentado el sacerdocio antes que él. Pero fueron desestimados por Dios
mismo al haberse adelantado al orden establecido, quemando incienso delante de Dios
cuando su padre aún vivía, “fuego extraño que el Señor no les había ordenado”, por lo
cual, de la presencia del Señor salió fuego que los consumió, y murieron delante del
Señor (Levítico 10:1–2). Así, Eleazar quedó constituido sucesor de Aarón. Cuando Aarón
estaba a punto de morir, Dios mandó a Moisés que lo llevara juntamente con Eleazar al
monte Hor: Y después que Moisés le quitó a Aarón sus vestidos y se los puso a su hijo
Eleazar, Aarón murió allí sobre la cumbre del monte y Moisés y Eleazar descendieron del
monte (Números 20:28). Eleazar fue el brazo derecho de Josué durante la conquista y el
asentamiento de Israel en Canaán.
… hijo de Aarón, sumo sacerdote (7:5)
Y así llegamos a Aarón, hermano de Moisés y primero de los sumos sacerdotes de
Israel. Había sido escogido para esta función por Dios mismo: Y habló el Señor a Moisés
diciendo:… Harás que se acerque a ti, de entre los hijos de Israel, tu hermano Aarón, y
con él sus hijos, para que me sirvan como sacerdotes… Y harás vestiduras sagradas para
tu hermano Aarón, para gloria y para hermosura… para consagrarlo, a fin de que me
sirva como sacerdote (Éxodo 28:1–3).
Así, el autor traza el linaje de Esdras hasta el sumo sacerdote Aarón, estableciendo
de esta forma las credenciales de Esdras de ser sacerdote y de actuar, como muchos de
sus ilustres antepasados, en la purificación del pueblo.
Este Esdras subió de Babilonia… (7:6)
Hasta aquí, el autor se ha explayado tanto en describir al sujeto del párrafo que no
ha suplido el verbo del cual él es el sujeto. Ahora, pues, repite el nombre de Esdras y
sigue con el verbo “subió”.
En 7:6–9, tenemos un breve resumen inicial del viaje de retorno de Esdras y del
segundo grupo de desterrados. Luego, a partir de 7:11 y hasta el final del capítulo 8, se
expone con más amplitud los mismos hechos. Se trata de un típico procedimiento
bíblico: primero el resumen de la narración, después la exposición detallada. Podemos
suponer que 7:6–10 es obra del editor, que 7:11–26 es una cita literal del documento
imperial que autorizó el retorno, y que 7:27–28 es la primera cita de las memorias
personales de Esdras. En este resumen (7:6–10), el editor omite toda referencia a la
demora inicial, la decepción por la falta de levitas, los peligros del viaje, las oraciones y
el ayuno.
Llama la atención que el autor especifique el lugar de partida, Babilonia, pero no el
lugar de destino. No es necesario. Todo santo de Dios sabe que la meta siempre es

211
Jerusalén.
… y era escriba experto en la ley de Moisés, que el Señor, Dios de Israel, había
dado… (7:6)
El hecho de nacer de cierta familia puede dar derecho a que uno sea escriba y
maestro en Israel, pero no hace que uno sea experto en la ley de Dios. Esto solo viene
por la disciplina del estudio personal. Esdras tenía la necesaria autoridad espiritual para
llevar a cabo sus reformas religiosas porque en él se cumplían los necesarios requisitos
familiares. Pero jamás las habría llevado a cabo conforme a la voluntad de Dios si no se
hubiera preparado con diligencia. Además de tener ciertas ventajas de nacimiento y de
linaje, fue un hombre que cumplió con sus obligaciones con entrega, sacrificio y espíritu
de vocación.
Las dos cosas son necesarias. Todos nacemos con determinadas ventajas o
desventajas, dones, talentos, educación, posición social y económica. Estas cosas nos
vienen dadas. Pero somos personalmente responsables por cómo las utilizamos y las
desarrollamos. Dios nos da capacidad para estudiar y entender su Palabra, pero nunca
llegaremos a dominar sus enseñanzas y a ser “expertos” en las Escrituras si no nos
aplicamos diligentemente a su estudio. Más allá de su estirpe aarónica, lo que calificó a
Esdras para su ministerio fueron su fidelidad, su entrega y su perseverancia.
En su inicio, la figura del “escriba” consistía en alguien que hacía copias de textos y
trabajaba como secretario, registrador o escritor. A veces, se refería sencillamente a
alguien que sabía leer y escribir. En el caso de Israel, los escribas se dedicaban
especialmente a copiar las Escrituras. Pero es obvio que las funciones de “Esdras el
escriba” iban mucho más lejos. Él era un erudito y maestro, alguien que conocía las
Escrituras a fondo y sabía utilizarlas para la instrucción de otros. En hebreo, la palabra
traducida como experto significa literalmente rápido o ligero (como en el Salmo 45:1: Mi
lengua es como pluma de escribiente muy ligero). Nos habla de alguien que maneja las
Escrituras con habilidad y destreza, que sabe situarse en ellas enseguida, que hace que
lo complejo resulte fácil por su propia capacidad de moverse con facilidad y comodidad
en medio de sus páginas y enseñanzas. Por supuesto, es posible adquirir esta destreza
como mero mecanismo académico. Es probable que los fariseos de tiempos de Jesús se
consideraran “expertos” en este sentido, pero el que este no fuera el caso de Esdras se
verá en el versículo 10.
Es importante observar en qué términos se refiere el autor al Pentateuco. Hoy en
día, muchos teólogos cuestionan la autoría mosaica de los primeros libros de la Biblia.
Suponen que son de fecha tardía, escritos en parte en tiempos del propio Esdras, y, con
tales dudas, ponen en tela de juicio su inspiración divina. Sin embargo, notemos aquí
que el autor da por sentado que:
1. Proceden de tiempos de Moisés y le deben a él su redacción (la ley de Moisés).
2. Tienen su origen en Dios, el Señor, Dios de Israel.
3. No son de invención humana, sino de inspiración divina. No solo son preceptos que
Moisés había compilado, sino leyes que Dios mismo “había dado”.

212
Fue precisamente por todo eso por lo que Esdras se dedicó a estudiar con diligencia
estas Escrituras. Él mismo no las escribió o compiló o revisó, sino que tuvo la plena
convicción de que habían sido “dadas” a Israel, y eso no solo por Moisés, sino por Dios
mismo.
… y el rey le concedió todo lo que pedía… (7:6)
Aquí nos enteramos de un detalle que no volverá a aparecer explícitamente en la
ampliación de 7:11–28. El regreso a Jerusalén no habría sido posible si Esdras no
hubiera solicitado permiso al rey. El texto de la autorización de Artajerjes parece indicar
que este segundo retorno se debió a una iniciativa del propio rey y de sus consejeros
(7:13–15). Y la acción de gracias de Esdras (7:27) da la impresión de que la iniciativa del
rey le vino por inspiración divina. Pero ahora vemos que Artajerjes no habría concedido
este permiso si Esdras no se lo hubiera pedido.
¿Qué le debió costar a Esdras atreverse a hacer esta petición? No lo sabemos. Pero
es probable que haya tenido que armarse de valor y vencer temores y sentimientos de
cobardía, lo mismo que Nehemías años después (Nehemías 2:2–6).
¿Por qué fue concedido el permiso? ¿Acaso podría ser porque, como Nehemías,
Esdras era funcionario en la corte real, un hombre que se había ganado el respeto y la
admiración del rey? ¿O acaso fue porque Artajerjes tenía cierta predisposición
favorable hacia los judíos a causa de la influencia de Ester y Mardoqueo? En todo caso,
en última instancia se debió a que Dios “movió el espíritu del rey” (cf. 1:1).
… porque la mano del Señor su Dios era sobre él (7:6)
Esdras hizo el viaje a Jerusalén a causa de su fidelidad en el ejercicio del ministerio
que Dios le había dado como escriba en Israel. También pudo volver gracias a la
amabilidad del rey Artajerjes. Pero, más allá de las iniciativas humanas y de los factores
sociopolíticos, regresó gracias a la providencia divina: porque la mano del Señor su Dios
era sobre él. Una cosa no neutraliza las otras. La soberanía divina no hace innecesaria la
responsabilidad humana ni las adecuadas condiciones sociopolíticas. Y, desde luego, lo
humano no niega la realidad divina.
El autor cree firmemente en la soberanía divina en la historia humana. Las
referencias a “la buena mano de Dios” constituyen una especie de estribillo que jalona
el texto y se repite constantemente a lo largo de la segunda parte del libro de Esdras:
7:6, 9, 28; 8:18, 22, 31 (cf. Nehemías 2:8, 18).

Resumen del viaje de regreso a Jerusalén (7:7–10)


También algunos de los hijos de Israel y de los sacerdotes, levitas, cantores,
porteros y sirvientes del templo subieron a Jerusalén en el año séptimo del rey
Artajerjes (7:7)
En 8:1–14 encontraremos una extensa relación de los jefes de casas paternas que
acompañaron a Esdras en su retorno de Babilonia a Jerusalén. Allí se darán sus
nombres, pero no sus oficios. Aquí, en cambio, encontramos los oficios, pero no los
213
nombres. Son los mismos oficios y las mismas divisiones que ya se emplearon en la
relación del primer grupo de exiliados (2:1–58).
Y él llegó a Jerusalén en el quinto mes; era el año séptimo del rey. Porque el primer
día del mes primero comenzó a subir de Babilonia; y el primer día del mes quinto llegó
a Jerusalén… (7:8–9)
Otro dato que no vamos a encontrar en la descripción ampliada del retorno, pero
que sí está presente en este resumen, es la datación y la duración del viaje: nada menos
que cuatro meses, o sea, 117 días. Edras salió de Babilonia el 8 de abril del año 458, y
llegó a Jerusalén el 4 de agosto del mismo año.
Sorprende que haya tardado tanto tiempo, porque Babilonia solo está a distancia de
unos 800 kilómetros en línea directa desde Jerusalén. Sin embargo, es probable que
Esdras siguiera una ruta más larga para evitar los peligros del desierto en los meses de
verano.
… pues la mano bondadosa de su Dios estaba sobre él (7:9)
En el resumen, no se explica nada acerca de las vicisitudes del viaje. Solo se enfatiza
la verdadera razón del éxito de la empresa: la mano poderosa de Dios. El estribillo se
repite.
Ya que Esdras había dedicado su corazón a estudiar la ley del Señor… (7:10)
Este es un texto clave para la comprensión de la historia y del ministerio de Esdras.
En él se revela el secreto de su eficacia espiritual. Consiste en tres pasos básicos en la
administración de la Palabra de Dios: el estudio del texto, la obediencia a sus
instrucciones y la enseñanza impartida a otros. Este es el orden correcto. Si no sabemos
lo que las Escrituras dicen, no podemos vivir de acuerdo con ellas. Y, si no vivimos las
Escrituras, no tenemos derecho moral a enseñarlas a otros. Para aquel que tiene que
ejercer el don de maestro entre el pueblo de Dios, estos tres elementos son como las
tres patas de un taburete: si falta una de ellas, el taburete caerá; solo si las tres están
firmemente en su lugar correcto habrá buen ministerio.
En primer lugar, Esdras había tomado la determinación consciente y explícita de
doblegar su voluntad ante la ardua tarea de estudiar las Escrituras. Para los antiguos, el
“corazón” era el asiento de la voluntad más que de las emociones. Esdras, pues, era
experto en la ley de Dios (7:6) no porque tuviera una mente privilegiada (al menos, este
no es el énfasis del texto), sino porque se había impuesto a sí mismo la necesaria
disciplina en el estudio.
La voluntad humana es egoísta y rebelde, entregada a la satisfacción de los deseos
de la carne. La conversión significa que la voluntad deje de ser egocéntrica y se vuelva
“teocéntrica” (Mateo 6:10; 7:21; Marcos 3:35). Pero esto no se logra por arte de magia.
Implica la renovación de nuestra mente (Romanos 12:2), la cual, a su vez, requiere el
estudio y conocimiento de la voluntad de Dios manifestada en su Palabra.
Suena muy bien el que queramos vivir según la voluntad de Dios, pero la
demostración de esta clase de vivencia se manifiesta, no en exclamaciones piadosas,
sino en algo tan rutinario como la adquisición del hábito de la lectura, la meditación y el
214
estudio regular de la Palabra. Nadie adquiere una capacidad para exponer las Escrituras
que no haya dedicado largas horas a leerlas, estudiarlas y meditarlas.
Así pues, Esdras había tomado esta firme determinación. Se había sometido a esta
disciplina y había orientado su voluntad en esta dirección. Había “dedicado su corazón”.
Es aleccionador ver el uso de esta frase en la historia de los reyes de Judá. Acerca
del rey Roboam, las Escrituras dicen que hizo lo malo, porque no dispuso su corazón
para buscar al Señor (2 Crónicas 12:14). En cambio, acerca del rey Josafat, el profeta
pudo decir: Se han hallado en ti cosas buenas, porque has quitado las Aseras de la tierra
y has dispuesto tu corazón para buscar a Dios (2 Crónicas 19:3). Y leemos acerca de
Ezequías que oró a favor de los hombres de Efraín, Manasés, Isacar y Zabulón: Que el
buen Señor perdone a todo el que prepare su corazón para buscar a Dios el Señor, Dios
de sus padres (2 Crónicas 30:19). Nuestro corazón perverso siempre se decantará hacia
el mal mientras no tomemos esta clase de determinaciones. Esdras no fue como
Roboam, sino como Josafat y Ezequías, o como David cuando dijo: Mi corazón está
firme, oh Dios; es decir, dispuesto y preparado (Salmo 108:1). Nosotros, igualmente,
preparemos nuestro corazón orientándolo hacia la voluntad de Dios y así
acerquémonos a su palabra.
En casi todos los casos que acabamos de mencionar, la “disposición de corazón”
tenía como meta “buscar a Dios”. Por supuesto, es posible estudiar las Escrituras como
mero ejercicio académico, acabar con grandes conocimientos textuales, pero sin llegar
a través de ello a un profundo conocimiento de Dios mismo. La finalidad del estudio no
ha de ser conocer “la ley del Señor” solamente, sino, por medio de la meditación y la
obediencia, alcanzar conocimiento del “Señor de la ley”.
Quien ha dispuesto su corazón a buscar a Dios empieza leyendo, releyendo y
volviendo a releer su palabra. No puedes llegar a conocer a alguien si no hay
comunicación con él. Y la gran verdad es que nuestro Dios es un Dios que se comunica
con nosotros. Él ha hablado y su palabra está plasmada en las Escrituras. Como
acabamos de decir, puedes leer las Escrituras sin llegar a conocer realmente a Dios,
pero no llegar a conocer a Dios si desconoces su palabra. “El pueblo que conoce a su
Dios se mostrará fuerte” (Daniel 11:32), pero el pueblo nunca conocerá a Dios mientras
desconozca las Escrituras.
Los grandes hombres de Dios en el pasado comprendían esto muy bien. Tomemos
un par de ejemplos: Josué no se conformó con que Moisés ya había enseñado al pueblo
la ley, sino que tomó la iniciativa para seguir imprimiendo la palabra de Dios en sus
mentes:
Josué leyó todas las palabras de la ley, la bendición y la maldición, conforme
a todo lo que está escrito en el libro de la ley. No hubo ni una palabra de todo lo
que había ordenado Moisés que Josué no leyera delante de toda la asamblea de
Israel, incluyendo las mujeres, los niños y los forasteros que vivían entre ellos
(Josué 8:34–35).
¡La palabra, toda la palabra y nada excepto la palabra! ¡Tanto las gloriosas promesas

215
de Dios como sus terribles advertencias! ¡La palabra leída y enseñada a toda la
comunidad, a todos los que tienen capacidad para entenderla!
Ya hemos mencionado las reformas del rey Josías, iniciadas cuando Hilcías, el
antepasado de Esdras, descubrió el libro de la ley:
Subió el rey a la casa del Señor, y con él todos los hombres de Judá, todos los
habitantes de Jerusalén, los sacerdotes, los profetas y todo el pueblo, desde el
menor hasta el mayor; y leyó en su presencia todas las palabras del libro del
pacto que había sido hallado en la casa del Señor (2 Reyes 23:2).
Más adelante, después del retorno de Nehemías a Jerusalén, Esdras mismo imitaría
a Josías, haciendo leer la palabra de Dios a todo el pueblo:
Entonces el sacerdote Esdras trajo la ley delante de la asamblea de hombres y
mujeres y de todos los que podían entender lo que oían… Y leyó en el libro…
desde el amanecer hasta el mediodía, en presencia de hombres y mujeres y de
todos los que podían entender; y los oídos de todo el pueblo estaban atentos al
libro de la ley… Y abrió Esdras el libro a la vista de todo el pueblo, pues él estaba
más alto que todo el pueblo; y cuando lo abrió, todo el pueblo se puso en pie.
Entonces Esdras bendijo al Señor, el gran Dios. Y todo el pueblo respondió:
¡Amén, Amén!, mientras alzaban las manos; después se postraron y adoraron al
Señor rostro en tierra. También… los levitas explicaban la ley al pueblo mientras
el pueblo permanecía en su lugar. Y leyeron en el libro de la ley de Dios,
traduciéndolo y dándole el sentido para que entendieran la lectura. Entonces…
todo el pueblo lloraba al oír las palabras de la ley… Y leyó Esdras del libro de la
ley de Dios cada día, desde el primer día [de la fiesta de los tabernáculos] hasta
el último día (Nehemías 8:2–9, 18).
Hoy en día, algunos hablan como si la concesión del Espíritu Santo en el nuevo pacto
hubiera hecho innecesaria la disciplina de leer, estudiar y conocer en profundidad las
Escrituras. Pero esto no es lo que creían y enseñaban los apóstoles. Más bien, seguían
en la línea de Esdras:
Ocúpate en la lectura de las Escrituras, la exhortación y la enseñanza (1
Timoteo 4:13).
Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no
tiene de qué avergonzarse, que maneja con precisión la palabra de verdad (2
Timoteo 2:15).
… y a practicarla… (7:10)
Pero no basta con leer y estudiar la palabra. Hace falta practicar lo aprendido.
Además de ser oidores atentos de la Palabra, debemos ser hacedores suyos (Jacobo
1:22). No se trata de un simple ejercicio intelectual. Si Esdras se hubiera entregado
solamente al estudio, no diría el texto que había “dedicado su corazón”, porque para el

216
estudio académico no hace falta preparar el corazón, sino solo la mente.
Cuando Moisés tomó el libro del pacto y lo leyó públicamente, el pueblo no
respondió diciendo: “Hemos entendido lo que has leído y lo hemos registrado en
nuestras mentes como una información interesante”, sino: Todo lo que el Señor ha
dicho haremos y obedeceremos (Éxodo 24:7). Y las instrucciones de Moisés a los
sacerdotes fueron las siguientes: Leerás esta ley delante de todo Israel, a oídos del
pueblo. Congrega al pueblo, hombres, mujeres y niños, y al forastero que está en tu
ciudad, para que escuchen, aprendan a temer al Señor tu Dios, y cuiden de observar
todas las palabras de esta ley (Deuteronomio 31:11–12).
La primera necesidad de la iglesia de hoy es volver a las Escrituras, amarlas, leerlas,
estudiarlas y meditar en ellas. Pero la segunda necesidad, inseparable de la primera, es
obedecerlas y someter nuestras vidas a ellas. 1 Timoteo 4:13 debe llevarnos a 1
Timoteo 6:14: Guardando el mandamiento sin mancha ni reproche hasta la
manifestación de nuestro Señor Jesucristo.
El primer peligro de la iglesia de hoy es desviarse de las Escrituras y olvidarse de la
sana doctrina. Pero el segundo peligro es ser como los judíos en tiempos de Jesús:
confundir la santidad con la ortodoxia y creer que no importa cómo vives con tal de
suscribir ciertas doctrinas con la mente. Las Escrituras no solo deben ser entendidas y
suscritas, sino también practicadas y vividas.
Y en esto sabemos que hemos llegado a conocerle: si guardamos sus mandamientos.
El que dice: Yo he llegado a conocerle, y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y
la verdad no está en él; pero el que guarda su palabra, en él verdaderamente el amor de
Dios se ha perfeccionado. En esto sabemos que estamos en él. El que dice que
permanece en él, debe andar como él anduvo (1 Juan 2:3–6).
… y a enseñar sus estatutos y ordenanzas en Israel (7:10)
No es competente para ser maestro aquel que no ha dado evidencias fidedignas de
aferrarse a la Palabra tanto en la disciplina de estudiarla como en la disciplina de
ponerla por obra. Este el gran requisito para todo líder espiritual: (1) competencia en el
conocimiento y manejo de las Escrituras, y (2) fidelidad en su vivencia. En otras
palabras, debe “retener la palabra fiel que es conforme a la enseñanza, para que sea
capaz también de exhortar con sana doctrina” (Tito 1:9).
Siendo de la tribu de Leví, el sacerdote Esdras podía ejercer como levita y enseñar al
pueblo. Pero, repito, lo que le capacitó para este ministerio no fue solamente su estirpe
familiar, sino el hecho de haber estudiado con diligencia las Escrituras y haberlas puesto
por obra en su propia vivencia. Esto le daba autoridad moral para dedicarse a la
enseñanza de la Palabra.
Hoy día, hay muchos que ejercen como maestros y predicadores en el pueblo de
Dios. Sin embargo, solo son verdaderamente eficaces los que cumplen con estos
requisitos: el estudio diligente y la vivencia fiel.
Por otro lado, es posible ser diligente en el estudio y fiel en la vivencia, y luego
guardar para nosotros mismos todo lo que Dios nos ha revelado. A la disciplina del

217
estudio y la obediencia de la vivencia debemos añadir esta tercera disposición: la de
compartir con otros las glorias de la revelación divina.
En resumidas cuentas, Esdras fue un gran hombre de Dios, y esto se ve, en palabras
de un comentarista, en que él:
1. Era un hombre que tenía el firme propósito en su corazón de buscar a Dios a través
del estudio de su Palabra.
2. Era un hombre que no se conformaba con el conocimiento intelectual, sino que tenía
también un propósito de cumplir la Palabra de Dios, de obedecer a Dios en su vida.
3. Era un hombre que tenía en su corazón un deseo de transmitir el conocimiento de
Dios a los demás, de divulgar la Palabra de Dios entre el pueblo.
4. Por último, era un hombre que daba todo el protagonismo a Dios. Lejos de ufanarse
por su comportamiento, reconocía que todo le venía por la misericordia divina y era
capaz de reconocer la mano de Dios en todos los acontecimientos de su vida.
Aquí es importante constatar que, a causa de su compromiso con la ley de Dios,
Esdras llegó a tener entre los judíos una importancia prácticamente sin parangón.
Mientras que, para muchos cristianos, Esdras es un personaje casi desconocido, entre
los judíos se llegó a considerarlo un segundo Moisés. En torno a su persona, se inventó
toda una serie de leyendas maravillosas. Por ejemplo, el libro apócrifo de 2 Esdras
(capítulo 14) afirma que Esdras dictó a sus ayudantes 94 libros, es decir, todo el Antiguo
Testamento más setenta escritos secretos. Lo cierto es que, gracias al ministerio de
Esdras, los judíos llegaron a ser, como nunca hasta aquel momento, el “pueblo del
libro”. De hecho, con el tiempo llegarían a ser más pueblo del libro de Dios que pueblo
del Dios del libro. Se aferrarían a los preceptos y las ordenanzas de las Escrituras, sin
tener una relación viva con Dios mismo. Pero eso no era culpa de Esdras. Al contrario, él
es todo un ejemplo de un hombre que ama la Palabra como consecuencia de amar y
temer al Dios que habla en ella. No solamente es un hombre experto en las Escrituras,
sino también un hombre conocedor de la dirección y presencia de Dios en su vida (7:6,
9). Bien entendida, una cosa es consecuencia de la otra (7:10).

La autorización de Artajerjes
Esdras 7:11–24

Artajerjes y su decreto (7:11–13)


Esta es la copia del decreto que el rey Artajerjes dio al sacerdote Esdras… (7:11)
Después del breve resumen del retorno de Esdras a Jerusalén, sigue a continuación

218
la copia del decreto emitido por Artajerjes en el que autorizaba la misión de Esdras
(7:11–26). Nos preguntamos enseguida cuáles fueron los factores que contribuyeron a
esta concesión y que explican la buena voluntad del rey hacia los judíos. A fin de
cuentas, ya hemos visto que el comienzo de su reinado no fue muy prometedor: al
contrario, se caracterizó por la intervención de los samaritanos en contra de la
construcción de las murallas de Jerusalén (4:8–23), intervención que acabó en la
destrucción de las murallas con la aparente aprobación del rey. ¿Cómo, pues, explicar
que, siete años después, él autorizó la implantación de la ley de Dios como legislación
vigente en Judá y que, en el año veinte de su reinado (Nehemías 2:1), incluso autorizó
que Nehemías levantara las murallas de la ciudad?
No lo sabemos a ciencia cierta, pero algunas cosas están claras:
• Artajerjes era descendiente de Ciro y nieto de Darío I. En distintos momentos, estos
dos monarcas habían tomado decisiones que favorecían notablemente a los judíos.
Por tanto, existían buenos precedentes.
• Artajerjes era hijo de Asuero y, aunque Ester no era su madre, es del todo factible
que él llegara a apreciar su bondad como madrastra, así como el talante político de
Mardoqueo. Además, había crecido cuando la influencia judía en la corte iba en
ascenso (Ester 10:2–3).
• Desconocemos la relación personal que puede haber existido entre Artajerjes y
Esdras. Quizás este trabajara como funcionario en la corte y alcanzara una posición
de confianza que, como en el caso de Nehemías, le diera acceso al rey. Sin embargo,
el texto bíblico silencia cualquier referencia al trabajo secular de Esdras y solamente
enfatiza su trabajo como “escriba experto en las Escrituras”. Pero, a pesar de ello, la
relación personal entre el monarca y el escriba puede haber sido el factor clave en
la decisión del rey.
Lo que está claro es que el decreto no es una iniciativa espontánea del rey, sino su
respuesta a la solicitud de Esdras (7:6). El carácter personal del decreto indica el gran
respeto y estima que le tenía el monarca.
… el escriba, instruido en las palabras de los mandamientos del Señor y de sus
estatutos para Israel… (7:11)
Parece que el editor no desperdicia ninguna oportunidad de recalcar la excelencia
del ministerio de Esdras en torno a la Palabra de Dios. Ya nos lo ha dicho en 7:6 y 7:10, y
volverá a decirlo en 7:12.
Artajerjes, rey de reyes, al sacerdote Esdras, escriba de la ley del Dios del cielo: Paz
perfecta (7:12)
Como otros de los documentos oficiales citados en el libro de Esdras, este (7:12–26)
está redactado y citado en arameo, la lengua de la correspondencia oficial del imperio
(cf. 4:8–6:18). Después del preámbulo, vienen tres secciones principales:
1. La primera (7:13–20) contiene cláusulas que establecen cuáles son las finalidades de

219
la misión de Esdras y quiénes pueden acompañarlo. Esta parte se dirige a Esdras
(“eres enviado”, 7:14), aunque las instrucciones son de carácter general.
2. La segunda (7:21–24) añade disposiciones dirigidas a los tesoreros provinciales y
que establecen las exigencias del rey en cuanto a la financiación de la misión de
Esdras.
3. La tercera (7:25–26) vuelve a dirigirse a Esdras y contiene instrucciones adicionales y
obligaciones que Esdras debe asumir.
Artajerjes recibe aquí uno de sus títulos habituales, “rey de reyes”. En el imperio,
existían muchos reyezuelos, pero solamente el emperador era rey de reyes.
En el texto arameo, aparece la palabra “completo” a continuación de la frase “Dios
del cielo”. Los expertos concuerdan con la opinión de que, en este caso, no se trata de
una característica de Dios (“el perfecto Dios del cielo”), sino de una salutación, parte de
la cual ha sido omitida: “paz completa” (cf. 5:7) o algo similar.

La comisión de Esdras (7:14–20)


Y ahora yo he proclamado un decreto de que cualquiera del pueblo de Israel, de
sus sacerdotes y de los levitas en mi reino que esté dispuesto a ir a Jerusalén, puede ir
contigo (7:12–13)
Ya hemos visto (por ejemplo, en 4:10 y 11) que la frase “y ahora” era una manera
convencional de aquel entonces de marcar el comienzo del contenido de un decreto
real.
La primera cláusula del decreto no se dirige inmediatamente a Esdras, sino a los
judíos en general, si bien la estructura gramatical la enlaza con palabras dirigidas a
Esdras (“por cuanto eres enviado”). Concede permiso para que vuelvan a Jerusalén con
Esdras todos los judíos que así lo deseen. Y, explícitamente, menciona a los hijos de Leví
(los sacerdotes y levitas), porque estos tendrán un papel destacado en la aplicación de
las reformas religiosas.
Por cuanto eres enviado por el rey y sus siete consejeros… (7:14)
La misión de Esdras no es solamente una iniciativa particular, sino que goza del
patrocinio de la corte. Tiene carácter oficial.
Estamos familiarizados con los “siete consejeros” de la corte de Persia, gracias a su
presencia en el libro de Ester (1:14) como los siete príncipes de Persia y Media que
tenían entrada a la presencia del rey y que ocupaban los primeros puestos en el reino.
… para investigar acerca de Judá y de Jerusalén conforme a la ley de tu Dios que
está en tu mano… (7:14)
Al enviar a Esdras a Jerusalén, el rey le concedió una doble autorización. En primer
lugar, debía “investigar (o inspeccionar)… conforme a la ley de Dios”. Es decir, Esdras
obtuvo permiso real para hacer las necesarias indagaciones para averiguar si el pueblo
de Dios se estaba rigiendo por la ley de Dios o no: Había de investigar si los judíos, en su
religión, obraban conforme a esa ley, si conforme a esa ley se había edificado el templo,
220
se había restablecido el sacerdocio y se ofrecían los sacrificios… Así se les devolvía a los
judíos el privilegio de gobernarse por su propia ley.
Sin duda, Artajerjes seguía teniendo la mentalidad de los reyes de Persia: cada
territorio tenía su propia divinidad local, cuyos intereses y cuya autoridad debían ser
respetados por los habitantes de aquella localidad. Puesto que el “Dios de Esdras” era
quien mandaba en Judá, había que asegurar que sus decretos fueran acatados por los
judíos. ¿Y quién mejor que Esdras para hacerlo? Él era experto en la ley de aquel Dios.
Naturalmente, Esdras mismo no compartía la cosmovisión teológica de Artajerjes. Él
sabía perfectamente que el Dios de Israel no es una mera divinidad local, sino el único
Dios verdadero, Señor del universo entero. Pero compartía con el rey la convicción de
que la ley de Dios debía regir en la Tierra Prometida.
La frase “la ley de tu Dios que está en tu mano” indica que Esdras tenía en su poder
al menos un ejemplar del Pentateuco.
… y para llevar la plata y el oro que el rey y sus consejeros han ofrendado
voluntariamente al Dios de Israel, cuya morada está en Jerusalén… (7:15)
En segundo lugar, Esdras tenía que encargarse de transportar a Jerusalén las
provisiones que Artajerjes había determinado enviar a Jerusalén para el culto de Dios.
… y toda la plata y el oro que halles en toda la provincia de Babilonia… (7:16)
La referencia a Babilonia se presta a diferentes interpretaciones. Es posible que
Esdras se encontrara en Babilonia al recibir el decreto y que los tesoros de la provincia
fueran los mismos que el rey había ofrecido a Dios, según la frase anterior. Pero es más
probable que el decreto se emitiera en uno de los palacios reales (Susa, Ecbátana o
Persépolis) y que, además de llevar los regalos reales, Esdras tuviera la responsabilidad
de recabar provisiones en la provincia de Babilonia, provincia en la que es probable que
vivieran la mayoría de judíos de la diáspora.
… con la ofrenda voluntaria que el pueblo y los sacerdotes hayan ofrecido
voluntariamente para la casa de su Dios que está en Jerusalén (7:16)
La tercera fuente de ingresos para el retorno tenía que ser una “ofrenda voluntaria
ofrecida voluntariamente” (quizás la repetición redundante de estos términos se deba a
que el rey realmente quería que fuera voluntaria, no forzada) por aquellos judíos que
no participaban en el retorno. Es decir, Artajerjes dispuso que hubiera tres fuentes de
ingreso para sufragar los gastos de este viaje: la tesorería real, las tesorerías
provinciales (ver también el 7:21) y las ofrendas de los judíos.
Con este dinero, pues, comprarás diligentemente novillos, carneros y corderos, con
sus ofrendas de cereal y sus libaciones correspondientes, y los ofrecerás sobre el altar
de la casa de vuestro Dios que está en Jerusalén (7:17)
Las instrucciones del rey son tan detalladas que casi dan a entender que es él quien
ha determinado la naturaleza de las ofrendas que Esdras tiene que ofrecer a Dios. Por
supuesto no es así. Ellas tienen que ajustarse a lo que exige la ley de Dios. El rey solo da
estas instrucciones después de haber sido adecuadamente asesorado. ¿Y quién habrá

221
sido su asesor? Puede haber sido el propio Esdras. Recordemos que 7:6 ya ha dicho que
el rey le concedió todo lo que pedía. Pero existe otra posibilidad: puede haber sido otro
judío que servía como funcionario en la corte. Nehemías 11:24 presenta el nombre del
hombre que servía de asesor real en asuntos judíos una generación después: Petaías,
hijo de Mesezabeel, de los hijos de Zera, hijo de Judá, era representante del rey en todos
los asuntos del pueblo. Probablemente existiera ya este oficio en tiempos del decreto.
Incluso es posible que Esdras mismo lo ocupara.
Y lo que a ti y a tus hermanos os parezca bien hacer con la plata y el oro que
quede, hacedlo conforme a la voluntad de vuestro Dios (7:18)
El excedente que quedaba después de sufragar los gastos de los sacrificios no tenía
que ser devuelto a las arcas del rey, sino que debía ser empleado de acuerdo con dos
directrices:
1. Según lo que les parecía bien a Esdras y a sus hermanos. No dependía del criterio de
Esdras solamente. Debía haber consenso entre todos los hombres responsables.
Nunca es buena idea que el dinero de la obra de Dios sea administrado por un solo
hombre, ni siquiera cuando el hombre en cuestión es tan recto y consagrado como
Esdras. La administración de los bienes de la casa de Dios es trabajo de equipo. Pero
la nota dominante no es de restricción, sino de libertad: el rey quiere que utilicen su
inteligencia para entender cómo emplear mejor ese dinero y que tomen sus propias
decisiones.
2. Según la voluntad de Dios. Aun así, estos hombres no deben usar el dinero según
sus propios criterios sin más. Deben buscar, descubrir y entender cuál es la voluntad
de Dios y administrarlo en consonancia.
Estos principios no solo son básicos para la correcta administración económica de la
iglesia, sino que sirven también para el creyente en cuanto a la administración de sus
finanzas personales. “La plata y el oro que le queda” después de cubrir los gastos
indispensables de su hacienda deben ser administrados según estos dos preceptos:
1. El creyente mismo tiene libertad para emplearlos según lo que a él “le parezca
bien”. Nadie más tiene derecho a ejercer coacción sobre él (¡aunque nada impide
que él mismo busque consejo de sus hermanos!), sino que él debe tomar sus
propias decisiones.
2. Pero estas deben ser guiadas por lo que él cree que es la voluntad de Dios. Él es
administrador de Dios. Debe aspirar, pues, a emplear el superávit para hacer
avanzar el reino de Dios y su justicia.
También los utensilios que te son entregados para el servicio de la casa de tu Dios,
entrégalos todos delante del Dios de Jerusalén (7:19)
Los utensilios en cuestión podrían haber sido piezas que no fueron restauradas por
Ciro en el momento del primer retorno del exilio (1:7–11). Pero también es posible que
fueran piezas completamente nuevas regaladas por el propio Artajerjes.488

222
El decreto ha hablado del “Dios del cielo” (7:12), luego del “Dios de Esdras” (7:14, tu
Dios), después del “Dios de Israel” (7:15; cf. su Dios, 7:16; vuestro Dios, 7:17 y 18), y
ahora del “Dios de Jerusalén”. Todos son nombres acertados. Nuestro Dios no tiene
nombre propio conocido por los hombres. Se identifica por su relación con su pueblo y
sus siervos.
Y lo demás que se necesite para la casa de tu Dios, para lo cual tengas ocasión de
proveer, provéelo del tesoro real (7:20)
Si, a pesar de la suma generosidad del rey expuesta ya en los versículos anteriores,
resultara que aún quedaban gastos que cubrir, estos debían ser cubiertos por la
tesorería real.
La suma generosidad del rey nos recuerda inmediatamente la generosidad de Ciro y
de Darío en tiempos de Zorobabel y Jesúa.

Artículos dirigidos a los tesoreros provinciales (7:21–24)


Yo, el rey Artajerjes, proclamo un decreto a todos los tesoreros que están en las
provincias más allá del río… (7:21)
La segunda parte del decreto se dirige a los tesoreros provinciales, y concretamente
a los tesoreros de las diferentes provincias incluidas en la gran satrapía de
Transeufratina.
… que todo lo que os pida el sacerdote Esdras, escriba de la ley del Dios del cielo,
sea hecho puntualmente… (7:21)
La generosidad del rey nos asombra. Está dando a Esdras carta blanca ante las
autoridades imperiales.
… hasta cien talentos de plata, cien coros de trigo, cien batos de vino, cien batos
de aceite y sal sin medida (7:22)
Estos bienes no son para el uso personal de los judíos. Eran necesarios para el culto.
El trigo, el aceite y la sal eran empleados en las oblaciones (es decir, las ofrendas
ofrecidas gratuitamente como acción de gracias y acto de adoración):
Cuando alguien ofrezca una ofrenda de cereal como ofrenda al Señor, su
ofrenda será de flor de harina, sobre la cual echará aceite y pondrá incienso…
Toda ofrenda de cereal tuya sazonarás con sal, para que la sal del pacto de tu
Dios no falte de tu ofrenda de cereal; con todas tus ofrendas ofrecerás sal
(Levítico 2:1, 13).
Asimismo, el vino se empleaba en las libaciones al final de los sacrificios:
Y su libación [de vino] será la cuarta parte de un hin con cada cordero; en el
lugar santo derramarás una libación de bebida fermentada al Señor (Números
28:7).

223
La generosidad del rey vuelve a asombrarnos. No es sin límites, porque Esdras solo
puede pedir hasta las cantidades mencionadas. Pero estas son enormes. Cien talentos
de plata representan unos 3.400 kilogramos. Cien coros de trigo son 22.000 litros de
medida de áridos. Y de vino y de aceite podía pedir hasta 2.200 litros. En cuanto a la sal,
un producto muy solicitado en aquellos días, no existía límite alguno.
Sin embargo, esta generosidad no es inverosímil. El imperio persa tuvo un sistema
muy eficaz de recaudar impuestos y las tesorerías reales eran enormemente ricas.
Además, las donaciones religiosas ocupaban un lugar casi tan importante en las
prioridades reales como los gastos personales del monarca o las donaciones a sus
amigos.
Todo cuanto ordene el Dios del cielo, sea hecho con esmero para la casa del Dios
del cielo… (7:23)
El rey acaba de decir que los tesoreros deben suplir puntualmente todo lo que pida
Esdras. Ahora, dice lo propio en cuanto a “todo cuanto ordene el Dios del cielo”. En
otras palabras, no se trata de lo que Esdras quiera pedir para sí mismo, sino siempre de
lo que pide en beneficio de “la casa del Dios del cielo”.
Artajerjes no es el único rey que publica decretos. El Dios que reina desde el cielo
también los emite: literalmente, el texto reza “todo cuanto sea del decreto del Dios del
cielo”. Puesto que Artajerjes conoce el poder de sus propios decretos, sabe que los del
Rey de reyes han de ser sobremanera poderosos. Teme provocar la ira de Dios. De ahí
su afán de cubrir todos los gastos de la expedición de Esdras, para que todo se haga
“con esmero”.
… no sea que venga la ira contra el reino del rey y sus hijos (7:23)
La generosidad de Artajerjes no es completamente desinteresada. Esta frase delata
que, tras la su buena voluntad, se esconde el miedo a ofender a alguno de los dioses del
imperio. La monarquía persa era notoriamente frágil, con abundancia de asesinatos y
atentados contra la vida de los reyes. Todo esto era interpretado en términos del
enfado de alguna deidad. Ya hemos intuido este mismo temor en Ciro (1:2–4) y Darío
(6:10). Ahora, en Artajerjes, se hace aún más explícito. Sin duda, este temor tenía
mucho de supersticioso. Sin embargo, no es sino la contrapartida de la convicción
sostenida por grandes creyentes de la época de que el Dios de los cielos rige el destino
de los hombres. Él es quien quita reyes y pone reyes (Daniel 2:21). En todo caso, lo
cierto es que Dios se servía de un rey pagano con motivaciones un tanto interesadas
para bendecir a su pueblo y para hacer posible la supervivencia del conocimiento del
Dios verdadero. Esta providencia será el tema del testimonio de Esdras en 7:27–28.
También os hacemos saber que no se permite cobrar tributo, impuesto o peaje a
ninguno de los sacerdotes, levitas, cantores, porteros, sirvientes o ministros de esta
casa de Dios (7:24)
El decreto sigue dirigiéndose a los tesoreros de la satrapía de Transeufratina (“os”),
pero ahora indicándoles no lo que tienen que dar para la obra de Dios (7:21–23), sino lo

224
que no pueden cobrar: los impuestos a los siervos de Dios. Exime de pagar tasas al
gobierno a todos los ministros del templo, desde el sumo sacerdote hasta el último de los
leñadores y aguadores del templo. Esta cláusula tendría que haber constituido un gran
incentivo para que los sacerdotes y levitas se animaran a volver a Jerusalén. Pero, como
veremos (8:15–20), no fue así.
Los gobernantes suelen aprovechar todas las oportunidades de incrementar los
“tributos, impuestos y peajes”. Son pocos los que eximen del pago de impuestos a
determinados grupos sociales. Pero, por si acaso esta cláusula del decreto nos parezca
inverosímil, conste que sabemos por una inscripción en Gadates (Turquía occidental),
que Darío concedió una exención similar a los sacerdotes del culto a Apolo.

La conclusión del decreto y la reacción de Esdras


Esdras 7:25–28a

Artículos adicionales del decreto real (Esdras 7:25–26)


La tercera sección del decreto de Artajerjes se dirige a Esdras mismo. Además de
asegurar que el culto levítico se esté celebrando en el templo de acuerdo con lo
prescrito en la ley de Dios, el decreto trata tres asuntos más, obligaciones adicionales
que Esdras debe asumir:

1. El nombramiento de jueces
Y tú, Esdras, conforme a la sabiduría de tu Dios que posees… (7:25)
Esta frase admite dos acepciones. Por un lado, puede significar que Esdras, como
Salomón, ha recibido de parte de Dios una medida excepcional de sabiduría personal y
que, en base a esta sabiduría y discernimiento, debe elegir a aquellos que vayan a servir
como jueces y magistrados. Por otro lado, la frase “sabiduría de Dios” puede
entenderse como sinónimo de “ley de Dios”, una manera alternativa de referirse a la
Torá. En este caso, debemos entender que Esdras “posee” la sabiduría de Dios
(literalmente, “está en su mano”) porque lleva las Escrituras consigo. En todo caso, él
conoce a fondo la sabiduría divina gracias a su estudio y meditación de ellas, y debe
nombrar a magistrados y jueces en conformidad con lo que ellas exigen. Recordemos
que la “ley de Dios” no se compone solo de mandamientos, sino que, además, es un
compendio de la sabiduría de Dios.
… nombra magistrados y jueces para juzgar a todo el pueblo que está en la
provincia más allá del río, a todos los que conocen las leyes de tu Dios… (7:25)

225
El rey da mano libre a Esdras para nombrar jueces y magistrados para aplicar la ley
de Dios como legislación vigente en toda la provincia de Transeufratina. Está claro que
Esdras recibe poderes muy amplios. Pero hay mucho debate en torno al límite de estos.
En primer lugar, está la cuestión de si esta legislación es (1) solo para los judíos o (2)
para todos los habitantes que rinden culto al Dios de los cielos, aunque lo hagan
siguiendo las formas samaritanas o (3) para todos los habitantes sin excepción. No
faltan comentaristas que suponen que las reformas de Esdras se extendían a todos los
habitantes, judíos o gentiles, de todas las provincias al oeste del Éufrates. Sin embargo,
la segunda parte de la frase (“todos los que conocen las leyes de tu Dios”) parece
referirse a los judíos, no a gentiles adoctrinados por Esdras, por lo cual es probable que
la primera parte se refiera también a ellos: “todo el pueblo que está en la provincia”
significa “todo el pueblo hebreo que está en la provincia”.495
En segundo lugar, ¿habitantes de dónde? Hasta aquí, los poderes de Esdras parecían
extenderse solo a la provincia de Judá, con capital en Jerusalén (7:14). Pero aquí se nos
dice que los jueces y magistrados nombrados por Esdras han de tener jurisdicción en
“todo el pueblo que está en la provincia más allá del río”; es decir, todos los habitantes
de la satrapía de Transeufratina, que incluía a Siria, Samaria y otras provincias, además
de Judá. Pero la interpretación más sencilla de estos versículos es que el decreto del rey
autorizaba a Esdras a aplicar la ley de Dios a todas las comunidades hebreas dentro de
Transeufratina, si bien la mayoría estaban concentradas en Judá y Jerusalén.

2. La enseñanza de la ley
… y a cualquiera que las ignore, le enseñarás (7:25)
Para que pueda existir una legislación justa, no solo debe existir un cuerpo eficaz de
jueces y magistrados para administrar justicia, sino que el pueblo ha de estar
debidamente informado de las leyes. El código legislativo puede ser admirable, pero no
sirve para nada si los ciudadanos lo desconocen. Esdras tiene que actuar, pues, no
solamente para luchar en contra de la desidia de los jueces, sino también en contra de
la ignorancia del pueblo. Es de suponer que, además de nombrar a los magistrados y
jueces, tendrá que asegurar que los levitas estén ejerciendo un adecuado ministerio
docente en las comunidades judías.
Y, por supuesto, todo esto representa una cantidad enorme de administración y
trabajo: Impulsar estas provisiones, si se tomaba en serio, tendrá que haber involucrado
a Esdras en muchos viajes administrativos a lo largo de un amplio período, lo cual podría
bien explicar el relativo silencio [en cuanto a sus actividades] entre los años 458 y 445.

3. El castigo de los infractores de la ley


Y todo el que no cumpla la ley de tu Dios y la ley del rey, que la justicia se le
aplique severamente, sea para muerte o destierro o confiscación de bienes o
encarcelamiento (7:26)
Era característica normal de los decretos reales de Persia que, después de la
226
salutación inicial y la exposición positiva del contenido del decreto, el documento
acabara con los castigos prescritos para los que lo desobedecieran. Lo que llama la
atención en esta ocasión es que los castigos se hacen extensivos no solo a los que
desobedecen “la ley del rey”, sino también a los que desobedecen la de Dios que será
implantada por Esdras.498
Toda legislación tiene su lado difícil y desagradable: el sistema de penalizaciones y
castigos que deben ser aplicados a los que no cumplen sus demandas. La ley de Dios no
es ninguna excepción. El rey no solamente exige que los judíos obedezcan las leyes, sino
que autoriza la severa aplicación de castigos en el caso de su incumplimiento. Es
probable que la amplitud y la severidad de los castigos mencionados no deban
entenderse como medidas obligatorias o normales, sino que indican que los poderes
jurisdiccionales de Esdras casi carecen de límites. No tiene las manos atadas. El rey
confía plenamente en su capacidad para aplicar juicios imparciales y justos, y, en estas
condiciones, le concede la libertad para aplicar los castigos más severos en caso de
necesidad.
Esta autorización iba a resultar muy útil a Esdras más adelante cuando tuvo que
afrontar las situaciones matrimoniales irregulares de los judíos: entonces, en base al
texto de esta autorización, podía amenazar a los recalcitrantes con su exclusión de la
comunidad de Israel y con la confiscación de sus bienes (10:8). ¡Que sepamos, nunca
tuvo que recurrir a la pena capital!

Acción de gracias de Esdras (Esdras 7:27–28)


Bendito sea el Señor, Dios de nuestros padres… (7:27)
De repente, irrumpe en la narración la voz personal de Esdras. Sin previo aviso, el
texto cambia desde el lenguaje formal del documento legal del rey (7:11–26) al lenguaje
personal de una exclamación de gratitud (7:27–28). Esta variación es aún más marcada
en el texto original porque, después de citar el documento real en arameo, la narración
vuelve a emplear el hebreo. En realidad, no hay nada explícito en el texto para hacernos
saber que estas palabras son de Esdras, pero incuestionablemente lo son. Él seguirá
narrando su propia historia hasta el final del capítulo 9. Se trata de una explosión de
gratitud por parte de Esdras al ver la providencia de Dios. Casi le imaginamos saltando y
gesticulando de alegría al bajar la escalera del palacio con el decreto real en su mano
después de haber escuchado las palabras de encomienda del rey. ¡Bendito sea el Señor!
¡A él sea la gloria!
Esta reacción de Esdras quizás nos resulte sorprendente, pero es totalmente
verosímil. Nos sorprende por cuanto nos preguntamos: ¿Acaso no está actuando Esdras
a favor de los intereses de Dios hasta el punto de sacrificar sus propias ambiciones
personales a fin de servir al Señor? ¿Acaso no le ha hecho un “favor” a Dios solicitando
permiso al rey para emprender esta misión? ¿Cómo es, pues, que reacciona como si
Dios le hubiera concedido un gran favor a él? Pero a la vez es una reacción verosímil
porque los verdaderos siervos de Dios suelen actuar así: se desviven para hacer avanzar

227
la causa de Dios, pero, al percibir la mano de Dios en cualquier situación difícil, tienen
una sensación abrumadora de la bondad y misericordia de Dios: “Señor, muchas
gracias; ¡con qué generosidad te portas conmigo!”. Las intervenciones de Dios son
percibidas con auténtico deleite espiritual como evidencias de “la buena mano de Dios
sobre ellos”.
Notemos también en qué términos habla Esdras de Dios. Podría haberle llamado “el
Dios de la historia”, el que sujeta entre sus manos las riendas del devenir humano, o “el
Dios de la providencia”, el que distribuye castigos y bendiciones según su justicia y su
misericordia. Pero, en vez de eso, le llama “Dios de nuestros padres”. Es decir, lo que
está presente en la mente de Esdras en estos momentos es el hecho de que Dios es un
Dios que se acuerda de las promesas hechas a los patriarcas. Él es fiel a su palabra.
Cuida de los suyos aun en medio de sociedades impías y administraciones paganas.
… que ha puesto esto en el corazón del rey, para embellecer la casa del Señor que
está en Jerusalén… (7:27)
Esdras sigue adscribiendo la gloria a Dios. Nuestra reacción ante sus palabras quizás
sea: “Esdras, fuiste tú mismo el que pusiste tales cosas en el corazón del rey, que le
pediste al rey lo que necesitabas para tu misión (7:6). ¿Cómo es que ahora atribuyes la
iniciativa a Dios?”. Pero, sin duda, Esdras nos contestaría: “Yo pude poner esto en los
oídos del rey, pero no en su corazón. El único que abre los corazones de las personas y
dispone de su voluntad es el Señor. Ya lo hizo con el corazón de Darío en tiempos de
Zorobabel (6:22). Como canales de agua es el corazón del rey en la mano del Señor; él lo
dirige donde la place (Proverbios 21:1).” Parece ser que lo que llama la atención de
Esdras no es el permiso legislativo, sino la concesión de plata, oro y utensilios “para
embellecer la casa del Señor”. Esto nos hace sospechar que el permiso del rey para
implantar la ley de Dios fue concedido a petición de Esdras, pero que la generosidad
material fue un gesto espontáneo del rey que Esdras no había esperado, ni mucho
menos solicitado.
… y que me ha extendido misericordia delante del rey y de sus consejeros y delante
de todos los príncipes poderosos del rey (7:28)
La colaboración de Esdras y Dios en esta empresa se ve aún con mayor claridad en el
versículo 28. Esdras había tenido que convencer no solamente a Artajerjes, sino a los
siete consejeros imperiales (7:14–15), los “príncipes poderosos” de la corte, y
probablemente a otros muchos asesores menores. En todas las cortes del mundo, los
decretos salen en nombre del jefe del Estado y sus ministros, pero suele haber un
montón de funcionarios detrás del telón, cuyas opiniones contribuyen enormemente a
la decisión final. Así pues, las palabras de este versículo apuntan a una situación que
habría acobardado a muchos hombres valientes: la de tener que presentar su petición
ante un formidable elenco de señores poderosos, algunos de los cuales habrán mirado
con suspicacia la concesión de fueros destinados a conceder a los judíos de Judá una
semiautonomía legal, religiosa y administrativa.
¡A Dios rogando y con el mazo dando! Esdras se había armado de valor al atreverse

228
a confrontar la corte con su petición. Pero lo hizo en el temor de Dios, firme en la
confianza de que, cuando Dios pone en el corazón de sus siervos el deseo de tomar
iniciativas valientes, también predispone los corazones de las personas implicadas para
que hagan su voluntad. Y Esdras no fue avergonzado. El mismo Dios que había
fortalecido a su siervo en el momento de hacer la petición volvió hacia él el corazón del
rey para que se la concediera. En eso, Esdras tiene toda la razón cuando discierne, más
allá de la mano del rey que se extiende para entregarle el documento de autorización,
la mano del Rey de reyes que se extiende para ofrecerle esta misericordia.

Los que regresaron con Esdras


Esdras 7:28b–8:15a

Ya se nos ha explicado (en 7:6–10) de una manera escueta y resumida el retorno de


Esdras de Babilonia a Jerusalén acompañado por un grupo de los hijos de Israel. Se nos
ha dicho que el viaje salió bien, que el propio rey y sus consejeros hicieron valiosas
donaciones para el templo y que la buena mano de Dios estuvo con Esdras y sus
compañeros durante todo el retorno, desde los preparativos hasta la llegada.
¡Ahora volvemos a empezar! Después del resumen viene la narración ampliada del
viaje. Nos situamos al principio del retorno para aprender más detalladamente:
1. Cómo Esdras hizo una convocatoria para reunir a gente que le acompañaba (7:28b).
2. Cuáles eran los nombres y números de los clanes que participaron en este retorno
(8:1–14).
3. Cuáles fueron los contratiempos que tuvieron que ser resueltos antes de poder
partir (8:15–20).
4. Cuáles fueron los preparativos para el viaje (8:21–23).
5. Qué medidas se tomaron para garantizar el transporte seguro de las valiosas
donaciones (8:24–30).
6. Cómo transcurrió el viaje y la llegada a Jerusalén (8:31–32).
7. Cómo fueron entregados los tesoros al templo, los animales para el holocausto y los
edictos reales a los sátrapas (8:33–36).

La convocatoria (Esdras 7:28b)


Así fui fortalecido según estaba la mano del Señor mi Dios sobre mí… (7:28)
Una y otra vez, Esdras atribuye a Dios el éxito de su misión. Pero notemos bien que
Dios no solamente protege a su siervo de los enemigos de afuera, sino que también le
cuida en el hombre interior, dándole fuerzas para seguir cuando le habría resultado fácil
229
desalentarse. Veremos más adelante (8:22; 9:4) que Esdras no era una persona arrojada
e intrépida por naturaleza, sino más bien retraída y temerosa. Pero su timidez fue
superada al ver la clara evidencia de la providencia de Dios en su vida.
… y reuní a los jefes de Israel para que subieran conmigo (7:28)
Aquellos eran otros tiempos diferentes de los nuestros y la organización social
funcionaba de otra manera. Como consecuencia, Esdras no hace llegar la convocatoria a
todos los judíos individualmente, sino solamente a aquellos varones que eran
reconocidos por la comunidad hebrea como “jefes”, los prohombres de la diáspora. Los
convoca a todos. Sin embargo, sabe que no todos aceptarán el reto de volver a
Jerusalén, pero que, por otro lado, los que lo aceptan arrastrarán consigo a la mayoría
de su clan.
Y estos son los jefes de sus casas paternas, con su genealogía, que subieron
conmigo de Babilonia en el reinado del rey Artajerjes… (8:1)
Una “casa paterna” se componía de todos los miembros de una familia o de un clan.
El miembro de mayor dignidad y autoridad (normalmente, el de más edad) era el “jefe”
o patriarca. En este caso, la palabra “genealogía” no se refiere a la relación de todos los
antepasados del jefe de la familia, incluyendo cada una de las generaciones, sino solo al
antepasado que ha dado su nombre al clan.
Notemos el verbo “subir”: En el lenguaje de la Biblia, “ir” a Jerusalén significa
“subir”, no importa de qué dirección se venga. Esto se debe principalmente a que la
ciudad estaba sobre las montañas de Judea. Probablemente, también tiene una
aplicación espiritual: ir a la casa de Dios es “subir” a ella. Notemos también la frase
“subieron conmigo”. Aunque es probable que, en esta sección, Esdras echara mano a
algún documento que contuviera la relación de nombres, la narración sigue siendo su
testimonio personal, y seguirá siéndolo hasta el final del capítulo 9.
Al llegar al principio del capítulo 8, nos topamos una vez más con una pavorosa lista
de nombres y números que suscita en nosotros la tentación de saltar inmediatamente
al versículo 15. Pero de nuevo hemos de insistir en que por algo se encuentra esta lista
en la Palabra de Dios y en que, si le prestamos la debida atención, podemos sacar de
ella unas lecciones importantes.
Toda la relación de los peregrinos emplea una misma fórmula, repetida
continuamente con muy pocas variantes: primero, se menciona el nombre del clan (“de
los hijos de fulano”); luego, el nombre del “jefe de casa paterna”, o sea, el nombre del
líder actual del clan (“mengano”); después, el nombre del padre de este (“hijo de
zutano”), y el cómputo de los descendientes del jefe que le acompañaban (“y con él
tantos varones”).
De los hijos de Finees, Gersón; de los hijos de Itamar, Daniel… (8:2)
Sin embargo, la manera de presentar los tres primeros nombres de la lista (Gersón,
Daniel y Hatús) ya se sale de la fórmula mencionada, porque no se nombra al padre de
estos, ni se habla de los hombres del clan que pueden haberles acompañado (según
vemos en 8:24, es probable que les acompañaran familiares suyos). Pero, en todo caso,
230
estos tres nombres son especiales. Por eso encabezan la lista. Los dos primeros
proceden de familias sacerdotales y dan entidad a la frase de 7:7: También algunos de
los hijos… de los sacerdotes… subieron a Jerusalén. El tercero, Hatús, procede de la casa
real.
Gersón procede de la casa sacerdotal a través de su antepasado Finees, hijo de
Eleazar y nieto de Aarón (Éxodo 6:23–25; cf. Esdras 7:5). Se ve que Gersón era un
nombre predilecto de la familia sacerdotal, porque uno de los tres hijos de Leví se
llamaba Gersón (Éxodo 6:16; Números 3:17) y Moisés también dio este nombre a un
hijo suyo (Éxodo 2:22). El nombre significa “peregrino allí” (en hebreo, ger sham), un
nombre muy apropiado para alguien que vuelve “a casa” después del exilio en
Babilonia.
Igualmente, el Daniel de nuestro texto procede de la casa sacerdotal a través de
Itamar, cuarto hijo de Aarón y tío de Finees (Éxodo 6:23; 28:1; 1 Crónicas 6:3). Por
supuesto, este Daniel no es el gran profeta homónimo. Ese vivió hacía ya varias
generaciones y tiene que haber muerto poco después de la caída de Babilonia y el
comienzo del imperio persa. El nombre Daniel era frecuente en la historia de Israel. Es
probable que existiera un sabio llamado Daniel en los tiempos remotos de Noé y Job
(ver Ezequiel 14:14, 20; 28:3) y uno de los hijos de David también se llamaba Daniel (1
Crónicas 3:1).
… de los hijos de David, Hatús… (8:2)
Como acabamos de decir, Hatús era de linaje real, de la familia de David. Por la
genealogía de los descendientes de Salomón registrada en 1 Crónicas 3:10–24, sabemos
que el padre de Hatús fue Semaías, de la casa de Secanías, que Secanías descendió de
Hananías, y que este fue hijo de Zorobabel. ¡He aquí una interesante vinculación entre
la primera parte del libro de Esdras y la segunda! No tenemos ni idea de por qué Hatús
se encontraba en Babilonia después de que su tatarabuelo hubiera encabezado al
primer grupo de exiliados que subieron a Jerusalén, ¡pero allí está! Al menos, podemos
decir que el descendiente de David quiso aprovechar la ocasión para volver a la ciudad
conquistada por su famoso antepasado.
… de los hijos de Secanías, que era de los hijos de Paros, Zacarías, y con él ciento
cincuenta varones que estaban en la lista genealógica… (8:3)
A continuación de los nombres de hombres procedentes de las casas sacerdotal y
real, viene una lista de doce jefes de familia laicos. ¿Es casual el número doce? Evoca el
número de las tribus de Israel y sugiere que todo el pueblo estaba representado.
Secanías (que significa “Yahvé ha establecido su morada”), sin embargo, parece
haber sido también el patriarca de una casa sacerdotal, jefe de la novena división de
sacerdotes según la organización en tiempos de David (1 Crónicas 24:11). Otro Secanías
era sacerdote en tiempos del rey Ezequías (2 Crónicas 31:15), y otro había vuelto a
Jerusalén con Zorobabel (Nehemías 12:3). Este Secanías es llamado “de los hijos de
Paros” seguramente para distinguirlo del Secanías de 8:5. Una parte del clan de Paros
ya había vuelto a Jerusalén en tiempos de Zorobabel (2:3).

231
Zacarías significa “Yahvé recuerda”. En la Biblia, aparecen unos treinta hombres con
este nombre.
La frase “que estaban en la lista genealógica” significa que estos ciento cincuenta
hombres podían trazar su genealogía dentro del clan de Secanías. Esta frase no aparece
en los siguientes versículos, pero se sobrentiende. Todos los que regresaron con Esdras
tenían que poder demostrar su pertenencia a una de estas familias.
… de los hijos de Pahat-moab, Elioenai, hijo de Zeraías, y con él doscientos
varones… (8:4)
Tal y como vimos en torno a 2:6, es posible que el nombre del clan de Pahat-moab
(“Gobernador de Moab”) derive del hecho de que uno de sus antepasados había
ejercido autoridad en Moab.
Elioenai significa “Sobre Yahvé están mis ojos”; es decir, “solo tengo ojos para el
Señor”. ¡Bonito nombre para aquel que verdaderamente dedica su vida al servicio de
Dios! Nos recuerda el Salmo 25:15: De continuo están mis ojos hacia el Señor (cf. Salmo
123:2; 141:8).
Zeraías significa “Yahvé ha resplandecido”.
… de los hijos de Zatu, Secanías, hijo de Jahaziel, y con él trescientos varones…
(8:5)
Algunas versiones modernas omiten aquí el nombre de Zatu. Esto se debe a que
este nombre no aparece en el texto masorético, aunque sí en la Septuaginta y en la lista
paralela de 1 Esdras (un caso parecido es el de Bani en 8:10). El texto hebreo da a
entender que el nombre familiar era Secanías, que el jefe en aquel momento era
Jahaziel y que el nombre del padre de este es omitido. En cambio, las versiones griegas
dan a entender que el nombre familiar era Zatu, que Secanías era el jefe del clan en
aquel momento, y que el nombre de su padre fue Jahaziel.509 Naturalmente, el Secanías
de este versículo no debe ser confundido con el Secanías del versículo 3.
Jahaziel significa “Yahvé ve”, nombre que nos recuerda el apelativo que Agar la
egipcia dio al Señor: “Tú eres el Dios que ve” (Génesis 16:13).
… de los hijos de Adín, Ebed, hijo de Jonatán, y con él cincuenta varones… (8:6)
Adín significa “voluptuoso” en hebreo. El nombre solo aparece aquí y en las listas
similares de Esdras 2:15; Nehemías 7:20 y 1 Esdras 5:14 y 8:32.
Ebed significa “Siervo” (posiblemente, una contracción de Abdías, “Siervo de
Yahvé”). En 1 Esdras 8:32, Ebed es llamado Obed, un nombre mucho más conocido en
las Escrituras.
Jonatán significa “Yahvé ha dado” o “Don de Dios”. Aparte del conocido hijo de Saúl,
hay unos dieciocho Jonatán mencionados en la Biblia (incluyendo los libros apócrifos),
varios de los cuales aparecen en los libros postexílicos (Esdras 10:15; 1 Esdras 9:14;
Nehemías 12:11, 14, 35).
… de los hijos de Elam, Jesaías, hijo de Atalías, y con él setenta varones… (8:7)
Elam es otro nombre que aparece con frecuencia en los libros postexílicos (Esdras

232
2:7, 31; 10:2, 26; Nehemías 7:12, 34; 10:14; 12:42). Nuevamente, resulta imposible
saber cuáles de estas referencias se aplican a una misma persona.
Jesaías significa “Liberación de Yahvé”. En 1 Esdras 8:33 se llama Josías. Otro Jesaías,
descendiente de Merari, aparecerá en 8:19; y aun otro, benjamita, aparecerá en
Nehemías 11:7.
El nombre de Atalías (también llevado por la nefasta reina, hija de Acab; 2 Reyes 11)
aparece como Gotolías en 1 Esdras 8:33.
… de los hijos de Sefatías, Zebadías, hijo de Micael, y con él ochenta varones…
(8:8)
Sefatías significa “Yahvé ha juzgado” (cf. 2:4, 57).
Zebadías significa “Yahvé ha dado”.
Micael significa “¿Quién es como Dios?”. Es el nombre de diez personas más en la
Biblia, entre ellas el arcángel Miguel.
… de los hijos de Joab, Obadías, hijo de Jehiel, y con él doscientos dieciocho
varones… (8:9)
Joab significa “Yahvé es mi padre”. Es posible, pero no probable, que el Joab de este
versículo (cf. Esdras 2:6; Nehemías 7:11; 1 Esdras 8:35) sea el famoso comandante
militar de tiempos de David.
Obadías (alternativa a Abdías) significa “Siervo (o adorador) de Yahvé”. Era un
nombre común en Israel, y unos trece hombres diferentes lo llevan en las Escrituras.
Jehiel significa “Que Yahvé dé vida”. Nuevamente, aparecen varias personas con
este nombre en los libros postexílicos (Esdras 10:2, 21, 26; 1 Esdras 8:35, 92; 9:21, 27).
… de los hijos de Bani, Selomit, hijo de Josifías, y con él ciento sesenta varones…
(8:10)
Nuestra versión vuelve a seguir los textos griegos (Esdras 8:10 LXX y 1 Esdras 8:36).
En cambio, el texto masorético omite el nombre de Bani y reza: “de los hijos de Selomit,
Josifías…”).511 Se ve que el nombre de Bani estuvo de moda en la época postexílica (ver
Esdras 2:10; 10:29, 34, 38; Nehemías 3:17; 8:7; 9:4 (dos veces), 5; 10:13, 14; 11:22).
En cambio, el nombre de Josifías (que significa “Yahvé añade”) solamente aparece
aquí y en el texto paralelo de 1 Esdras 8:36.
Es posible que Selomit signifique “pacífico”.
… de los hijos de Bebai, Zacarías, hijo de Bebai, y con él veintiocho varones… (8:11)
Los dos Bebai de este versículo son diferentes, aunque Zacarías es descendiente de
ambos. El primero es el antepasado suyo que dio nombre al clan. El segundo es su
padre.
… de los hijos de Azgad, Johanán, hijo de Hacatán, y con él ciento diez varones…
(8:12)
Azgad significa “fuerte como Gad” y aparece también en Esdras 2:12; Nehemías
7:17; 1 Esdras 5:13; 8:38.

233
Johanán significa “Yahvé ha sido misericordioso”. Es otro nombre popular en las
Escrituras. Un Johanán, sumo sacerdote descendiente de Eliasib, aparecerá en
Nehemías 12:22.
En cambio, el nombre de Hacatán (“El pequeño”) aparece solamente aquí y en el
texto paralelo de 1 Esdras 8:38.
… de los hijos de Adonicam, los postreros, cuyos nombres son estos: Elifelet, Jeiel y
Semaías, y con ellos sesenta varones… (8:13)
Adonicam significa “mi señor se ha levantado” y aparece también en Esdras 2:13 y
Nehemías 7:8. En Nehemías 10:16, aparece como Adonías (“Yahvé es mi señor”).
Otro Elifelet (o quizás el mismo) aparece en Esdras 10:33 como uno de aquellos que
se divorciaron de sus esposas paganas durante las reformas de Esdras.
Jeiel significa “Yahvé da vida”. Se trata de otro nombre popular en aquel entonces
(Esdras 10:2, 21, 26, 43; 1 Esdras 8:35, 92; 9:21, 27, 35).
Semaías (“Yahvé ha oído”) es otro nombre popular, quizás dado a padres que,
durante un tiempo, no habían logrado tener hijos. Aparece nada menos que veintiocho
veces en las Escrituras.
No sabemos exactamente cuál es el sentido de la frase “los hijos de Adonicam, los
postreros”. Algunos piensan que quiere decir que estos fueron los últimos de la familia
que aún quedaban en la diáspora y que, con su viaje a Jerusalén, todo el clan se
encontraba ya en Israel. Otros, en cambio, opinan que significa que estos no hicieron el
viaje en aquel mismo momento, sino que llegaron algún tiempo después, pero que
están incluidos en esta relación por la proximidad de fechas.
… y de los hijos de Bigvai, Utai y Zabud, y con ellos setenta varones (8:14)
El clan de Bigvai fue uno de los grupos más numerosos dentro de la multitud de
exiliados que volvieron con Zorobabel y Jesúa (Esdras 2:14; Nehemías 7:7).
Zabud (o, según otros manuscritos, Zaccur) quizás signifique “recordado”.
Y los reuní junto al río que corre a Ahava, donde acampamos tres días… (8:15)
El río de Ahava no ha sido identificado, pero tiene que estar en las cercanías de
Babilonia. Quizás se tratara de uno de los muchos canales de fabricación humana que
se desviaban del Éufrates para regar las tierras cercanas, en este caso las tierras de un
pueblo o comarca llamada Ahava. La razón exacta de la demora de tres días no se sabe,
pero probablemente fue para dar tiempo para que todos los que querían viajar
pudieran llegar a la cita. No querían que ninguna familia llegara y encontrara que el
resto ya se había marchado.
Después del examen de cada uno de los nombres de esta sección, hagamos unas
reflexiones de tipo general. En primer lugar, la suma de los miembros de las familias
alcanza aproximadamente la cifra de 1.500 varones, sin contar los sacerdotes
adicionales que aparecen en 8:24 (los cuales dan a entender que la lista no es
completa). Si a estos añadimos mujeres y niños, podemos suponer que el número total
del grupo que acompañó a Esdras se aproximó a las 5.000 personas.515

234
En segundo lugar, debe observarse que, con la sola excepción de Joab (8:9), todos
los nombres familiares han aparecido ya en la relación de los exiliados que volvieron
con Zorobabel, según 2:13–15. En otras palabras, los grupos que volvieron con Esdras lo
hacían con la intención de reunirse de nuevo con los descendientes de aquellos
pioneros del retorno que habían regresado a Jerusalén hacía ya unos ochenta años.
Esto, a su vez, indica que aquel primer retorno había significado la división
desgarradora de muchas familias en dos partes: los que volvieron y los que quedaron
en Babilonia. Esta situación tiene que haber provocado mucho dolor. Se mantuvieron
fuertes vínculos afectivos entre los judíos de Babilonia y los de Jerusalén, pero casi no
había clan que no conociera esta clase de divisiones familiares.
En tercer lugar, el significado de los nombres propios de los exiliados refleja la fe de
sus padres y su confianza en la providencia y protección del Dios de Israel.
En cuarto lugar, volvamos a aquella estrategia de Esdras según la cual convocó a los
jefes de las casas paternas (7:28–8:1). El énfasis recae aquí sobre el liderazgo masculino.
Aquella era una sociedad patriarcal. Ciertamente, nuestros tiempos son diferentes de
aquellos, pero vale la pena considerar si no hemos ido al extremo opuesto y si, como
consecuencia, adolecemos de una falta de liderazgo y responsabilidad masculinos en
nuestras iglesias. Muchas veces, la programación de los cultos y las actividades toma en
consideración a los niños (además de la escuela dominical, hay los “cultos familiares” en
los que los adultos se ven obligados a cantar cancioncillas infantiles y soportar mensajes
poco sustanciales), o a los jóvenes (quienes suelen dictar el gusto musical de las
congregaciones de hoy) o a las mujeres (con mucho énfasis sobre el “compartir”, los
sentimientos y las emociones, y poco sobre el discipulado, la fe y el compromiso). Poco
a poco, desaparece de nuestras congregaciones la “dimensión varonil”. La lástima es
que sigue siendo cierto que, si enfocamos nuestra programación hacia los niños o las
mujeres, lograremos atraer a los niños y a las mujeres, pero no a los varones. En
cambio, la experiencia demuestra que, si se atrae a los varones, los seguirán las mujeres
y los niños.

La falta de levitas
Esdras 8:15b–20

La búsqueda de levitas (Esdras 8:15b–17)


… y habiendo buscado entre el pueblo y los sacerdotes, no hallé ninguno de los
hijos de Leví allí (8:15b)
El texto nos da la impresión de que, hasta no ver a los que acudían a la cita del río

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Ahava, Esdras no sabía exactamente quiénes iban a acompañarle en el viaje a Jerusalén.
Es decir, la convocatoria de 7:28 no es a una reunión previa de planificación, sino al
encuentro para iniciar el viaje; y la lista de 8:1–14 se corresponde con el censo tomado
en Ahava de todos los que acudieron a la cita. Así pues, podemos suponer que el orden
cronológico de estos eventos es el siguiente:
1. Esdras envía una convocatoria a los jefes de las casas paternas (7:28) explicando la
concesión del rey (7:11–26) e invitándoles a reunir a su gente para acompañarle a
Jerusalén.
2. El punto de partida del viaje es Ahava (8:15) y a este lugar acuden todos los
miembros de los clanes dispuestos a emprender el viaje. Esperan allí tres días para
dar tiempo a los más rezagados.
3. Al ir llegando las familias, se les toma un censo, el cual queda registrado en la lista
de 8:1–14.
4. Al concluir la relación de familias, Esdras se da cuenta de que no hay ni un solo
levita entre ellos y, por tanto, envía a gente para intentar reclutar a algunos, sin los
cuales el propósito del retorno habría sido abortado antes de empezar (8:15–20).
Al decir que Esdras “no halló ninguno de los hijos de Leví allí”, se sobreentiende que
se refiere a hijos de Leví que no fueran sacerdotes, pues estos eran también hijos de
Leví y ya se nos ha dicho que había sacerdotes en el grupo (8:2). Por lo que sigue (8:20),
deducimos que, al no haber levitas en el grupo, faltaban también los “sirvientes del
templo” cuya función era asistir a los levitas.
La ausencia de levitas era un problema muy grave. Esdras disponía de abundantes
recursos materiales para el viaje (7:14–24), pero, sin el personal adecuado, ¿qué
sentido tenía emprenderlo? La obra de Dios siempre es cuestión principalmente de
recursos humanos y, solo en segundo lugar, de recursos materiales. Entre otras
responsabilidades, los levitas tenían que “enseñar a los hijos de Israel todos los
estatutos que el Señor les había dicho por medio de Moisés” (Levítico 10:11; cf.
Deuteronomio 33:10). ¿Pero cómo implantar la ley de Dios si no había quiénes la
enseñaran ni quiénes velaran por su cumplimiento? Y, sin la práctica fiel de la ley, Israel
perdería su identidad como pueblo de Dios. Sin los levitas, el viaje a Jerusalén habría
sido una pérdida de tiempo.
Por otro lado, su ausencia es comprensible. Los demás exiliados tenían que afrontar
una situación difícil y costosa: desarraigarse y establecerse de nuevo en la Tierra
Prometida; pero, sin duda, iban a volver a ejercer en su nuevo hogar los mismos oficios
que habían ejercido en el exilio. Pero, en el caso de los levitas, el trastorno era doble:
además de la incomodidad del traslado en sí, tenían que asumir nuevas
responsabilidades y un nuevo oficio para el cual muchos se sentirían poco preparados.
Es probable que, durante el cautiverio, no pudieran ejercer como levitas, sino que
tuvieran que dedicarse a otra clase de trabajos. Por tanto, muchos habían descuidado el
estudio de las Escrituras e ignoraban las obligaciones y funciones de los levitas. ¿Cómo
enseñar lo que ellos mismos no habían estudiado y cómo llevar a cabo

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responsabilidades religiosas que desconocían? Aun en el caso de que algunos hubieran
servido en ministerios docentes durante el exilio (ver 8:17), tendrían que adaptarse al
rígido sistema de turnos y rutinas del templo. No. Era más fácil y conveniente quedarse
en casa y dejar que otros asumieran la responsabilidad.
Nos preguntamos por qué no se fiaba Esdras de los levitas que ya estaban en Tierra
Santa, pues habían vuelto 733 con Zorobabel (2:40–58). ¿Acaso desconocía su
existencia? ¿O pensaba que, con el paso del tiempo y al no haber tenido la posibilidad
de imponer la ley de Dios como legislación vigente en Israel, se habrían vuelto
incompetentes? ¿Creía que los levitas del exilio eran más fieles que los de Jerusalén?
No se sabe. Pero lo cierto es que sabía que era inútil emprender el retorno sin poder
contar con un buen grupo de levitas.
Deducimos que la búsqueda de levitas hizo demorar la marcha de los peregrinos
durante nueve días: la fecha del encuentro en Ahava fue probablemente “el primer día
del mes primero” (7:9); el comienzo de la búsqueda de levitas habrá sido el día tercero
o cuarto del mes; y el grupo salió finalmente de viaje el día doce (8:31).
Por eso envié a llamar a Eliezer, Ariel, Semaías, Elnatán, Jarib, Elnatán, Natán,
Zacarías y Mesulam, jefes… (8:16)
Si la montaña no va a Mahoma, Mahoma debe ir a la montaña. Si los levitas no
acuden a la cita, hay que ir a buscarlos. Los hombres elegidos por Esdras para esta
misión delicada se dividen en dos grupos. El primero se compone de “jefes”, es decir,
hombres que tenían un prestigio y peso en la comunidad hebrea. En este caso, “jefes”
no es lo mismo que “cabezas de casas paternas”, porque los nombres de estos últimos
ya han sido dados en 8:2–14 y, con la posible excepción de Semaías y Zacarías (ver 8:3 y
13), no coinciden con los de esta lista. Además, no habría sido prudente enviar a los
jefes de casas, porque su presencia en el campamento era necesaria para mantener la
unidad y el buen orden de los clanes.
De estos nueve hombres, no sabemos nada excepto lo que nos dice este capítulo.
Sus nombres, como siempre, tienen significados hermosos: Eliezer significa “Mi Dios es
mi ayuda”; Ariel, “León de Dios”; Semaías, “Yahvé ha escuchado”; Elnatán (hay tres
hombres con este nombre en este versículo, cuatro si incluimos a “Natán”), “Dios ha
dado”; Jarib, “Él contiende” o “Él aboga”; Natán, “Don” o “Regalo”; Zacarías, “Yahvé se
acuerda”; Mesulam, “Restitución” (quizás porque este nació después de la muerte de
un hermano mayor) o “Galardonado”.
… y a Joiarib y a Elnatán, hombres sabios… (8:16)
El segundo grupo (¡de dos!) se compone de “hombres sabios”, y podemos suponer
que, aun careciendo del reconocimiento social del primer grupo, Esdras los eligió por su
tacto, inteligencia, sabiduría, arte de persuasión y habilidad diplomática. Elnatán, como
hemos visto, significa “Dios ha dado”, mientras que Joiarib es similar a Jarib y significa
“Yahvé contiende o intercede”.
Notemos, de paso, que la confianza en la providencia divina (8:18) no hace
innecesario el buen uso del discernimiento humano. Al contrario, este es una

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manifestación de aquella. Si Esdras ejerce correctamente el discernimiento para
detectar quiénes de entre los mil quinientos varones cumplirán con más eficacia la
misión, es porque es un hombre de oración que confía en todo momento en la
dirección de Dios.
… y los envié a Iddo, jefe en la localidad de Casifia… (8:17)
La sabiduría de Esdras consiste no solamente en elegir bien a sus enviados, sino
también en escoger a la persona a quien los enviaba. No sabemos casi nada acerca de
Iddo, pero es evidente que Esdras lo eligió como destinatario de la misión por ser un
interlocutor fiable en la comunicación del mensaje de los emisarios. Sin duda, él era un
líder destacado de la comunidad levita que se había asentado en Casifia.
No se conoce la ubicación exacta de Casifia, pero tiene que haber sido conocido por
su colonia de levitas. Algunos comentaristas suponen que puede haber existido allí un
centro donde los levitas del cautiverio seguían ejerciendo su ministerio docente y
cultual. De hecho, la palabra “localidad” (o lugar) de Casifia podría indicar un “lugar”
sagrado o santuario. Tiene este significado, por ejemplo, en Deuteronomio 12:2 y 5,
mientras que, en Esdras 9:8, el templo es llamado el “lugar santo” de Dios. Por otra
parte, sabemos que, en esta misma época, los judíos de la diáspora en Egipto tenían un
santuario en Elefantina.
… puse en boca de ellos las palabras que debían decir a Iddo y a sus hermanos, los
siervos del templo en la localidad de Casifia… (8:17)
Además de darles instrucciones sobre su destino (Casifia) y su interlocutor (Iddo),
Esdras es tajante en cuanto al mensaje que deben comunicar, hasta el punto de
“ponerlo en su boca”. Es decir, les dijo explícitamente lo que tenían que decir. Aun
siendo ellos hombres prestigiosos y sabios, Esdras sabe que la misión es tan importante
y delicada que, al no poder ir en persona, debe dictarles las palabras exactas.
¡Desearíamos saber cuáles fueron! Tienen que haber sido sumamente persuasivas,
animosas y desafiantes.
… para que nos trajeran ministros para la casa de nuestro Dios (8:17)
Y, finalmente, llegamos a la meta de su misión: reclutar a levitas como “ministros
para la casa de nuestro Dios”.
Ahora bien, sabemos que los levitas tenían que ocupar muchas funciones en torno
al servicio del templo, entre otras como porteros y cantores (2:41–42). Sin embargo, es
de suponer que estas funciones ya estaban cubiertas desde la terminación de la
reconstrucción del templo hacía casi sesenta años (6:15). Si ahora se precisan más
levitas, no es para servir en la administración del templo, sino en la enseñanza de la ley.
¿Por qué, pues, se llaman “ministros para la casa de Dios”?
Sin duda, la respuesta es que, aun durante la antigua dispensación, la “Casa de
Dios” era mucho más que un mero edificio físico. Incluía también a aquellos que
acudían al templo para adorar. Y, de la manera en que cada piedra del templo tenía que
ser cortada y colocada con exactitud, también era necesario que cada hijo de Israel
fuera “cortado” y presentado ante Dios según las instrucciones de la ley. El ministerio
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docente de los levitas tenía la finalidad de preparar al pueblo para que pudiera vivir en
la plenitud de su relación con Dios. Era prepararlo “para la casa de nuestro Dios”.
Y conforme a la mano bondadosa de nuestro Dios sobre nosotros… (8:18)
Una vez más, Esdras ve la mano providencial de Dios en los acontecimientos. Podría
haber atribuido el éxito de la misión a la habilidad de los “jefes y sabios” o a su propia
previsión al escogerlos y enviarlos, pero lo atribuye a Dios. Es así porque su sabiduría
espiritual lo lleva a discernir que hay causas secundarias y causas principales en las
cosas que nos pasan en la vida. Ciro decretó el retorno de los judíos en tiempos de
Zorobabel, pero más allá de Ciro estaba Dios moviéndole el espíritu (1:1). Artajerjes dio
permiso para que un segundo grupo de exiliados volviera con Esdras, pero, más allá de
Artajerjes, estaba Dios poniendo esta decisión en el corazón del rey y haciendo que
Esdras hallara gracia ante sus ojos (7:27–28). Ahora, los levitas han sido reclutados
gracias a la iniciativa de Esdras y las palabras persuasivas de los enviados, pero los unos
no habrían ido y los otros no habrían respondido si no fuera por la bondadosa mano de
Dios.
… nos trajeron a un hombre de entendimiento de los hijos de Mahli, hijo de Leví,
hijo de Israel, es decir, a Serebías, con sus hijos y hermanos, dieciocho hombres; y a
Hasabías y a Jesaías de los hijos de Merari, con sus hermanos y sus hijos, veinte
hombres… (8:18–19)
La misión de los “jefes y sabios” tuvo éxito. Emplearon bien las palabras que Esdras
había puesto en su boca, llevaron fielmente el desafío a los levitas a asumir su
responsabilidad y consiguieron que varios levitas se unieran al proyecto. Lo importante,
sin embargo, no fue el resultado numérico, sino la calidad moral y los dones espirituales
de aquellos que respondieron a la llamada.
Los hombres reclutados procedían de dos prestigiosas familias levíticas: las de Mahli
y de Merari (estos dos nombres son sorprendentes, porque significan “Débil” y
“Amargura”). En realidad, Mahli era uno de los hijos de Merari (Éxodo 6:19; Números
3:20, 33; 26:58), pero él y sus descendientes pronto formaron un clan diferenciado de
los demás descendientes suyos (1 Crónicas 6:29). De entre los voluntarios, Esdras
destaca a Serebías y a Hasabías, quienes iban a ocupar un lugar prominente en la
historia posterior (ver 8:24, y posiblemente, en el caso de Serebías, Nehemías 8:7; 9:4),
juntamente con Jesaías (“Liberación de Yahvé).
… y de los sirvientes del templo, a quienes David y los príncipes habían puesto para
el servicio de los levitas, doscientos veinte sirvientes del templo, todos ellos
designados por sus nombres (8:20)
Ya estamos familiarizados con los “sirvientes del templo” o “netinim” (ver 2:43–54).
Ahora, el texto nos recuerda que habían sido elegidos y designados inicialmente en
tiempos del rey David. Son mencionados por el cronista en 1 Crónicas 9:2, pero él no
nos cuenta su constitución por el rey, quizás por la humildad de sus trabajos, o quizás
por ser gentiles y no poseer datos genealógicos significativos.
Al apuntarse al retorno algunos levitas, administradores de las cosas del templo, fue
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comprensible que los sirvientes también se añadieran, y eso en gran número.
Para que la obra de Dios se lleve a cabo con éxito, hacen falta personas idóneas,
cada una en su puesto ejerciendo el don que Dios le ha dado: líderes, como Esdras, que
tengan la visión y la autoridad de hacer los planes necesarios, recabar recursos y dirigir
a los demás; padres de familia capaces de ganar el respeto de sus hijos, de encabezar a
sus familias con amor y con firmeza y de conducirlas en los caminos de Dios; personas
de tacto y sabiduría que puedan hablar con los recalcitrantes con palabras persuasivas y
hacerlos entrar en razón; “sirvientes del templo”, gente dispuesta a asumir trabajos
humildes e ingratas a fin de ayudar en el ministerio; y maestros de la Palabra que estén
dispuestos a dejar sus negocios y a dedicar sus vidas al estudio, a la práctica y a la
enseñanza de las Escrituras (7:10).
Donde hay desconocimiento de la Palabra de Dios, el pueblo de Dios se desvía por
otros derroteros siguiendo su propia sabiduría humana. A Esdras, tiene que haberle
dolido profundamente enterarse de la ausencia de maestros dispuestos a volver a
Jerusalén. Igualmente, tiene que dolernos profundamente la gran carencia de maestros
de la Palabra en nuestros días, personas expertas en las Escrituras que las pueden abrir
con sencillez y profundidad para la edificación del pueblo de Dios.

Preparativos para el viaje


Esdras 8:21–30

El ayuno de Ahava (8:21–23)


Entonces proclamé allí, junto al río de Ahava, un ayuno para que nos
humilláramos delante de nuestro Dios… (8:21)
Después de la alegría de la llegada de los levitas, habríamos esperado que los judíos
celebraran un culto de alabanza y acción de gracias. Pero los sentimientos de Esdras,
por razones que él mismo está a punto de explicarnos, iban por otro derrotero.
El primer gran problema que había tenido que resolver era la falta de levitas, sin los
cuales su misión se habría malogrado antes de comenzar. Pero ahora se presenta una
segunda necesidad. Dadas las condiciones peligrosas del viaje, hacía falta una buena
protección. ¿Dónde encontrarla? Dios había suplido los levitas. Es Dios quien debe
suplir también la protección.
Para ello, era preciso que los peregrinos “se humillaran”. Es decir, debían tomarse
tiempo para reflexionar, para reconocer su debilidad humana y la urgente necesidad de
la providencia de Dios, para confesar sus pecados y arreglar cuentas con Dios. No
podemos contar con su ayuda si estamos viviendo lejos de él.

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Para dar expresión a la autenticidad de esta humillación, debían guardar ayuno. Fue
durante la época postexílica cuando tomó auge entre los judíos la práctica del ayuno en
momentos especialmente serios de la vida nacional. El ayuno es una “declaración de
dependencia” en la cual el hombre reconoce su total necesidad de la misericordia de
Dios. El ayuno no es una finalidad en sí mismo, sino el ámbito en el cual se puede
practicar más intensamente la oración. La oración no es mencionada en este versículo,
pero se sobrentiende y se hará explícita en 8:23.
… a fin de implorar de él un viaje feliz para nosotros, para nuestros pequeños y
para todas nuestras posesiones (8:21)
En este caso, la finalidad de la oración y el ayuno fue solicitar la ayuda y la
protección de Dios durante el viaje. Pidieron que el Señor eliminara los estorbos y
allanara su camino (literalmente, un “viaje feliz” es un “camino derecho”) para poder
llegar a Jerusalén sin sobresaltos.
La necesidad de interceder era imperiosa. La distancia que tenían que recorrer era
de casi mil quinientos kilómetros, en gran parte por tierras inhóspitas y desérticas con
pocas posibilidades de abastecerse de víveres y agua para una multitud tan grande. La
logística de este viaje, que iba a tardar casi cuatro meses, era muy compleja, y los
contratiempos, imprevisibles. Si podemos alcanzar a entender, aunque solo sea un
poco, la profunda preocupación y el abrumador sentido de responsabilidad y debilidad
que tiene que haber embargado el corazón de Esdras, no nos sorprenderá que en
aquellos momentos convocara a todo el campamento a entregarse al ayuno y a la
oración. El asunto era sumamente grave; la oración también debía serlo.
En sus oraciones, los judíos hicieron mención especial de dos cosas. En primer lugar,
de “nuestros pequeños”. La frase es entrañable, incluso desgarradora. Los niños iban a
ser los más vulnerables ante los peligros del viaje. Ellos iban a ser los primeros en
cansarse y enfermar, en acusar el hambre y la sed, en sucumbir ante el calor del día y el
frío de la noche, y en acusar psicológicamente la pérdida de un hogar estable. ¡Señor,
protege a nuestros hijos!
En segundo lugar, hacían mención de “nuestras posesiones”. Los bienes que
transportaban constituían la suma de todo lo que poseían en la tierra, los únicos
recursos mediante los cuales poder establecerse bien en la Tierra Prometida. Cualquier
percance en cuanto a sus posesiones los dejaría en una situación material muy precaria.
Además, recordemos que llevaban consigo grandes tesoros para el templo. La
generosidad del rey y sus consejeros (7:15–16) había sido, sin duda, una gran bendición,
pero también suponía inconvenientes. Una transacción de esta envergadura no se hacía
en secreto. Seguramente, mucha gente se había enterado de las riquezas que iban a ser
transportadas. Sabían también que los judíos viajaban sin armas y serían una presa muy
fácil. Existía, pues, un serio peligro de emboscadas y ataques de bandidos y ladrones.
¡Señor, protege nuestros bienes!
Quizás sin darse cuenta de ello, Esdras ya está ejerciendo como maestro de Israel,
enseñando al pueblo a confiar en Dios, a interceder, a dar buen testimonio ante el rey y
a cuidar mucho los bienes espirituales. No les da una clase teórica de aula, sino una

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clase de aplicación práctica en la vida real.
Porque tuve vergüenza de pedir al rey tropas y hombres de a caballo para
protegernos del enemigo en el camino… (8:22)
Humanamente hablando, en estas condiciones, lo sensato habría sido pedirle al rey
una escolta militar. Sin duda, al rey le habría parecido eminentemente razonable: a fin
de cuentas, había sido él quien había autorizado el retorno y quien había entregado a
Esdras aquellos tesoros que podían actuar como imán para los ladrones; y él sabía
mejor que nadie que aquellos eran momentos de mucha tensión e inestabilidad
política, como consecuencia de las cuales grandes extensiones del imperio estaban
sujetas a las agresiones de guerrilleros y salteadores. Fuera de las grandes ciudades y
las provincias más cultivadas, la autoridad imperial era un tanto precaria. Funcionaba
bien mientras estaban presentes las tropas, pero en cuanto estas desaparecían, podían
hacer acto de presencia impunemente las feroces tribus nómadas que habitaban el
desierto.
Es obvio que Esdras sabía muy bien que le convenía contar con una escolta; pero le
“da vergüenza” pedírsela al rey. ¿Por qué?
Antes de contestar, tomemos nota de que esta reacción evidencia que Esdras era un
hombre de conciencia tierna, un hombre recto y de plena honestidad. Sospechamos
que, tras estas palabras, se esconde una angustiosa lucha íntima para saber lo que
debía hacer.
… pues habíamos dicho al rey: La mano de nuestro Dios es propicia para con todos
los que le buscan… (8:22)
Como ya hemos visto, “la mano de nuestro Dios” es el lema de Esdras. Él vivía
plenamente convencido de encontrarse bajo la poderosa protección y providencia del
Señor, y así lo había dado a entender al rey. Esto, por cierto, indica claramente lo que
ya hemos sospechado: que Esdras no solamente tenía acceso al rey, probablemente
como funcionario de la corte, sino también que no había dudado en testificarle acerca
del Dios verdadero. No se había callado. No se había avergonzado de su fe.
Pero ahora, ¿cómo reaccionaría el rey si le fuera a pedir una escolta militar para
proteger al grupo de exiliados en su viaje a Jerusalén? Había hablado al rey del poder y
la protección de Dios. Pero, si ahora le solicita ayuda, podría contestar con toda razón:
“Este Dios tuyo no es tan poderoso como me habías dicho si ni siquiera sabe protegeros
en el viaje”. Así pues, ¿no sería poner en tela de juicio su testimonio? ¿No daría la
impresión de que su Dios no fuera real u omnipotente? Entonces, ¿no será mejor
confiar realmente en Dios y no solicitar ayuda? Esdras llegó a la conclusión de que, si
pidiera ayuda al rey, este llegaría a una de tres conclusiones: o bien que “la mano de
nuestro Dios” no era tan propicia como Esdras había pretendido, o bien que los judíos
no le habían buscado con el necesario afán, o bien que Esdras mismo no se fiaba mucho
de él. Sería sembrar en la mente del rey dudas en cuanto a la autenticidad del poder de
Dios o de la fe de su pueblo. Dios y su pueblo quedarían deshonrados.
… mas su poder y su ira contra todos los que le abandonan (8:22)
242
Esdras había testificado ante Artajerjes no solamente que Dios es compasivo y
emplea su poder para proteger a los fieles, sino que también le había dicho que Dios se
enoja contra el injusto y emplea su poder para ejercer juicio contra los infieles. Si algo
malo pasara a los exiliados en el viaje de regreso, ¿qué pensaría el rey? Lo interpretaría
en el sentido de que ellos, de alguna manera, habían ofendido a su Dios. O eso, o que
su Dios no era muy poderoso y no había sabido brindarles su protección.
Por estas consideraciones, la conciencia de Esdras no le permitía pedir ayuda al rey.
El buen testimonio ante los incrédulos exige que vivamos vidas coherentes con lo que
decimos. Por amor al testimonio y al honor de Dios, Esdras prescindiría de solicitar algo
que en sí era perfectamente lícita.
Esto quiere decir que los desterrados tendrían que emprender el viaje sin
protección humana alguna, confiados solo en la protección divina. Por supuesto, correr
tal riesgo sería una imprudencia, si no fuera porque Dios es real, poderoso y fiel, y sabe
guardar verdaderamente de peligro a los que confían en él.
Antes de dejar esta “lucha moral” de Esdras, haríamos bien en contrastarla con una
situación similar que tuvo que afrontar Nehemías unos años después. Él también iba a
dirigirse a Jerusalén y necesitaba protección para el viaje. Pero no dudó ni por un
instante en aceptar la ayuda del rey: El rey había enviado conmigo oficiales del ejército y
hombres de a caballo (Nehemías 2:9). Nehemías aceptó la escolta como demostración
de la providencia de Dios: El rey me lo concedió, porque la mano bondadosa de mi Dios
estaba sobre mí (Nehemías 2:8). En cambio, Esdras la rechazó porque pondría en
entredicho la eficacia de la providencia de Dios. Los dos eran creyentes, pero con
diferentes susceptibilidades. Ambos eran hombres de fe, pero la combinación de esa fe
con sus diferentes temperamentos les condujo a soluciones distintas. ¿Cuál de los dos
tenía razón? ¿Cuál era más espiritual?:
¿Quién eres tú para juzgar al criado de otro? Para su propio amo está en pie o
cae, y en pie se mantendrá, porque poderoso es el Señor para sostenerlo en pie…
Cada cual esté plenamente convencido según su propio sentir… El que come, para
el Señor come, pues da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor se
abstiene, y da gracias a Dios (Romanos 14:4–6).
Ayunamos, pues, y pedimos a nuestro Dios acerca de esto, y él escuchó nuestra
súplica (8:23)
Esta última frase, “él escuchó nuestra súplica”, nos adelanta la información de que
el viaje tuvo un desenlace feliz. Es una manera de resumir lo que nos dirá más
ampliamente en 8:31–32. Pero, en ambos textos, el protagonista y la fuente de
seguridad es Dios. La fe de Esdras no fue defraudada. Dios le concedió su protección.

La entrega de los tesoros (8:24–30)


Entonces aparté a doce de los sacerdoes principales, a Serebías, a Hasabías, y con
ellos diez de sus hermanos… (8:24)

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El texto que ahora tenemos delante demuestra que Esdras era meticulosamente
escrupuloso cuando se trataba de las cosas sagradas. La logística del viaje habrá sido
enormemente compleja. Como ya hemos dicho, tenía que llevar a cinco mil personas en
un viaje de cuatro meses por tierras inhóspitas. Debía asegurar que todos tuvieran
transporte adecuado y los alimentos necesarios. Pero no menciona aquí ninguno de
estos factores humanos. Para él, eran relativamente insignificantes. En cambio, centra
nuestra atención en las medidas tomadas para asegurar el transporte seguro de las
cosas de Dios. Los asuntos humanos pueden ser muy importantes, pero, para Esdras, lo
absolutamente prioritario es cuidar de los asuntos de Dios.
Tenía que trasladar a Jerusalén una importante cantidad de tesoros para el templo y
sentía el gran peso de esta responsabilidad. Debía garantizar, en la medida de lo
posible, la llegada segura de estos bienes. Para ello, tomó dos medidas. Por un lado,
hizo un cuidadoso inventario de los tesoros antes de entregarlos, a fin de que nada se
“perdiera” en el camino; y haría otro inventario al llegar a Jerusalén para asegurar que
todos seguían intactos (8:33–34). Por otro lado, eligió a hombres idóneos para
encargarse del transporte, hombres de carácter recto que, como el propio Esdras,
tenían temor a Dios y a lo sagrado y, por tanto, no sucumbirían ante la tentación de
hacerse con algunos de estos bienes.
Según una lectura somera del texto, recibimos la impresión de que los hombres
elegidos son doce en total, todos ellos sacerdotes. La segunda parte del versículo parece
ser la explicación de la primera: Entonces aparté a doce de los sacerdotes principales, es
decir, a Serebías, a Hasabías, y con ellos diez de sus hermanos. Pero esto no puede ser.
Acabamos de ver que Serebías y Hasabías eran dos de los levitas buscados por
mediación de Iddo en la localidad de Casifia para acompañar a Esdras en su retorno a
Jerusalén (8:18–19), y volverán a aparecer como “los principales de los levitas” en
Nehemías 12:24. Por tanto, los doce hombres mencionados en la segunda parte del
versículo no son sacerdotes, sino levitas, y el número total de los hombres encargados
de guardar el tesoro es de veinticuatro. Debemos entender el texto como si dijera:
Aparté a doce de los sacerdotes principales y además a doce levitas, es decir, a Serebías,
a Hasabías, y con ellos diez de sus hermanos. Esto queda confirmado por 8:30, donde
leemos que tanto los sacerdotes como los levitas se encargaron de llevar los tesoros a
Jerusalén.
Ahora es cuando empezamos a ver la importancia de la presencia de levitas entre
los peregrinos. Ya, antes de emprender el viaje, tienen que asumir sus
responsabilidades levíticas. Y ahora también es cuando nos enteramos de que tienen
que haberse apuntado para el viaje a Jerusalén no solo los dos sacerdotes nombrados
en 8:2 (Gersón y Daniel), sino también varios de sus familiares.
¡Dos veces doce! Seguramente, Esdras eligió este número como reflejo de las doce
tribus de Israel, de aquel “todo Israel” que había contribuido a las ofrendas (8:25). A
estos hombres los “apartó” para este ministerio, lo cual casi es decir que los
“consagró”. Los tesoros eran sagrados; por tanto, debían ser manejados solo por
hombres que tratarían su misión como sagrada, hombres que, ellos mismos, eran
consagrados al Señor.
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… y les pesé la plata, el oro y los utensilios, la ofrenda para la casa de nuestro Dios
que habían ofrecido el rey, sus consejeros, sus príncipes y todo Israel que allí estaba
(8:25)
La descripción de los tesoros que tuvieron que ser pesados emplea
deliberadamente el lenguaje de 7:15–16 y 7:19. Aquí encontramos los tres mismos
componentes de la ofrenda (oro, plata y utensilios), así como los mismos donantes (el
propio rey, los príncipes y consejeros, y los judíos de la provincia de Babilonia). El hecho
de que Artajerjes y sus consejeros contribuyeran a estos tesoros indica que el permiso
concedido a Esdras de llevar a cabo esta misión no era una autorización sin más, como
si los únicos interesados fueran los judíos. El propio rey se involucró en el proyecto. Y la
única explicación es que él tiene que haber temido al Dios del cielo (7:21). Esto no
significa que abandonara a los demás dioses, sino solamente que quería participar en el
homenaje al Dios de Israel como uno de los dioses poderosos del imperio. Si él pensara
que el Dios del cielo era solo una invención de los judíos, no habría contribuido a la
donación. Con su ofrenda no solamente aprueba el proyecto de los judíos, sino también
expresaba un deseo positivo de honrar a Dios, y eso de una manera espléndida y
magnífica de acuerdo con su poder y su rango real.
Pesé, pues, y entregué en sus manos seiscientos cincuenta talentos de plata, y
utensilios de plata que valían cien talentos, y cien talentos de oro… (8:26)
La cantidad del tesoro era inmensa. Un talento pesaba más de treinta kilos. Así
pues, el peso del oro y de la plata que habían de ser transportados sumaba unos 25.000
a 30.000 kilos, o sea, unos 1.000 kilos por cabeza.
El tesoro llevado a Jerusalén por Zorobabel y Jesúa también había sido muy grande
(1:9–11). En aquella ocasión, habían hecho un inventario de los utensilios, pero no del
oro y la plata (1:4). Esdras fue más minucioso. En este segundo retorno, vemos que los
utensilios fueron menos, pero sospechamos que el oro y la plata fueron más.
… también veinte tazas de oro que valían mil dáricos, y dos utensilios de fino y
reluciente bronce, valiosos como el oro (8:27)
El dárico (o la dracma) era una medida de peso, no de valor, y equivalía a ocho
gramos y medio. No sabemos si el peso de mil dáricos (ocho kilos y medio) era de cada
taza, o de todas juntas. Lo que sí está claro es que estas tazas, juntamente con los
utensilios de bronce,532 eran de una elaboración tan fina que requerían mención aparte
en el inventario. En resumidas cuentas, pues, las riquezas de cuyo transporte tenían
que hacerse responsables los sacerdotes y levitas se componían de unas 25 toneladas
de plata, tres toneladas y tres cuartos de artículos de plata, tres toneladas y tres cuartos
de oro, veinte tazas de oro que pesaban unos 8 o 9 kilos, además de otros artículos
preciosos. El valor de estas riquezas era incalculable. Pero estas cantidades no resultan
inverosímiles a la luz de las inmensas riquezas del imperio persa y de la suma
generosidad de los reyes en el momento de favorecer a determinados cortesanos,
siervos o dioses.

245
Y les dije: Vosotros estáis consagrados al Señor, y los utensilios son sagrados; y la
plata y el oro son ofrenda voluntaria al Señor, Dios de vuestros padres (8:28)
Esdras se dirige a los encargados de estos tesoros y les recuerda el carácter sagrado
de sus personas, sus cargos y la presente misión. Con respecto a los sacerdotes, el
Señor había dicho:
Los sacerdotes, los hijos de Aarón… serán santos a su Dios y no profanarán el
nombre de su Dios, porque presentarán las ofrendas encendidas al Señor, el
alimento de su Dios: por tanto, serán santos… El sacerdote es santo a su Dios. Lo
consagrarás, pues, porque él ofrece el alimento de tu Dios; será santo para ti;
porque yo, el Señor que os santifico, soy santo (Levítico 21:1, 6–8).
Igualmente, los levitas constituían una tribu especialmente dedicada al Señor y, por
tanto, santa:
El Señor habló además a Moisés, diciendo: Mira, yo he tomado a los levitas
de entre los hijos de Israel en lugar de todos los primogénitos… Los levitas, pues,
serán míos, porque mío es todo primogénito… Así separarás a los levitas de entre
los hijos de Israel, y los levitas serán míos,… porque son enteramente dedicados
para mí de entre los hijos de Israel (Números 3:11–13; 8:14–16).
Pero Esdras no enfatiza solamente la consagración de esos hombres. También
recalca el carácter sagrado de los utensilios y los tesoros: Los utensilios son sagrados, y
la plata y el oro son ofrenda voluntaria al Señor, Dios de vuestros padres. Aunque son
donaciones humanas, su destino es la casa de Dios y han sido entregadas como ofrenda
al Señor. En realidad, Esdras está diciendo lo que los sacerdotes y levitas ya saben, pero
insiste en ello a fin de que tomen plena conciencia del carácter sagrado de esta misión.
También lo recalca porque la ley establecía que solo los hombres consagrados
podían manejar y transportar los utensilios sagrados:
Di a Aarón y a sus hijos que tengan cuidado con las cosas sagradas que los
hijos de Israel me consagran, para que no profanen mi santo nombre; yo soy el
Señor. Diles: Si alguno de entre vuestros descendientes en todas vuestras
generaciones se acerca a las cosas sagradas que los hijos de Israel consagran al
Señor, estando inmundo, esa persona será cortada de mi presencia. (Levítico
22:2–3).
Velad y guardadlos hasta que los peséis delante de los principales sacerdotes, los
levitas y los jefes de casas paternas de Israel en Jerusalén, en las cámaras de la casa
del Señor (8:29)
Los sacerdotes deben custodiar los artículos sagrados con su vida. Deben estar
alerta y vigilantes ante cualquier descuido o intento de robo. El encargo viene a
significar: Vigilad y guardadlos, para que no se pierdan, ni se estropeen, ni se mezclen
con otros objetos; guardadlos a salvo hasta que los peséis de nuevo en el templo. Y

246
deben hacerlo a sabiendas de que darán cuentas al final del viaje, porque entonces se
hará otro inventario y ellos tendrán que responder ante cualquier discrepancia entre los
dos inventarios.
Los sacerdotes y los levitas recibieron la plata, el oro y los utensilios ya pesados,
para traerlos a Jerusalén a la casa de nuestro Dios (8:30)
Con estas frases llanas y sencillas aprendemos que los doce sacerdotes y los doce
levitas asumieron con fidelidad la tarea que les fue encomendada. Su responsabilidad
era muy grande. Habían sido convocados para llevar a cabo un ministerio una vez
llegaran a Jerusalén, pero ahora, de repente, debían asumir una comisión con la que no
contaban. Tenían que afrontar los peligros del camino sin poder disponer del respaldo
de una escolta imperial. Se habrán sentido indefensos. Debían aprender rápidamente a
refugiarse en la providencia y la protección divinas. Esta experiencia significaba una
abrupta iniciación a la disciplina de la fe. Y, luego, al finalizar el viaje, tenían que dar
cuentas y entregar los tesoros sin ninguna pérdida.
Nosotros también somos personas consagradas al Señor: Vosotros sois linaje
escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios (1 Pedro
2:9). También hemos recibido una comisión sagrada, la de defender con nuestra vida
ciertos bienes sagrados. Y también tendremos que dar cuentas de nuestras gestiones al
final de nuestro peregrinaje terrenal. Pablo dijo a Timoteo: Guarda, mediante el Espíritu
Santo que habita en nosotros, el tesoro que te ha sido encomendado (2 Timoteo 1:14); o
sea: “Vela y guarda con tu vida el tesoro que Dios ha depositado en ti”. El Señor nos ha
dejado entre manos el depósito del evangelio para que lo protejamos de todo tipo de
errores, lo defendamos y lo administremos fielmente como bien espiritual. El viaje es
largo y peligroso. Sufriremos la tentación de quitar del depósito determinados artículos
que no estén de acuerdo con los gustos o la corrección política del día. Vendrán
ladrones intentando robarnos ciertas enseñanzas y doctrinas. Pero debemos
defenderlas hasta la muerte a sabiendas de que el Señor nos pedirá cuentas cuando
lleguemos a Jerusalén.

El retorno a Jerusalén
Esdras 8:31–36

El viaje (8:31–32)
Partimos del río Ahava el día doce del mes primero para ir a Jerusalén… (8:31)
Después de los preparativos y las demoras, la larga caravana de los desterrados sale
de Ahava el día 12 del mes de Nisán (20 de abril) del año 458 a. C. La búsqueda de

247
levitas y la distribución del tesoro para su transporte han significado doce días de
demora en la salida para Jerusalem (cf. 7:9), demora que quizás haya originado cierta
impaciencia en el campamento. Pero, de hecho, los asuntos de 8:15–23 se han
despachado con rapidez y eficacia, y debería sorprendernos que el retraso fuera solo de
doce días.
… y la mano de nuestro Dios estaba sobre nosotros… (8:31)
¡Vuelve el estribillo! Como ya hemos dicho, Esdras no nos explica nada con respecto
a la logística del viaje, la organización de la gente, la adquisición de provisiones, las
etapas del viaje, las dificultades encontradas y superadas. Una sola cosa es importante:
¡Dios cuidó de nosotros!
Levantaré mis ojos a los montes;
¿de dónde vendrá mi socorro?
Mi socorro viene del Señor,
que hizo los cielos y la tierra.
No permitirá que tu pie resbale,
ni se adormecerá el que te guarda.
He aquí, no se adormecerá ni dormirá
el que guarda a Israel.
El Señor es tu guardador;
el Señor es tu sombra a tu mano derecha.
El sol no te herirá de día,
ni la luna de noche.
El Señor te protegerá de todo mal;
él guardará tu alma.
El Señor guardará tu salida y tu entrada
desde ahora y para siempre (Salmo 121:1–8).
Las oraciones (8:21, 23) habían sido contestadas. Dios los había protegido, a pesar
de la falta de escolta militar (8:22). La fe de Esdras había sido vindicada y su testimonio
ante Artajerjes, confirmado.
Nuestra confianza también está depositada en el Dios de Esdras. El mismo Dios que
supo proteger a su pueblo indefenso a lo largo de una trayectoria tan extensa y en
medio de abundantes peligros sabrá defendernos también en el largo peregrinaje de
esta vida.
… y nos libró de mano del enemigo y de las emboscadas en el camino (8:31)
Lo más probable es que, con esta frase, Esdras no quiera decir que la banda de
exiliados realmente sufriera ataques y emboscadas en el camino de los cuales fueron
librados por la mano de Dios, sino que, gracias a su providencia, no sufrieron ataque
alguno.
Y llegamos a Jerusalén y nos quedamos allí tres días (8:32)

248
Con estas escuetas palabras, Esdras resume el viaje de casi cuatro meses, que cubría
una distancia de unos 1.500 kilómetros entre Babilonia y Jerusalén. Lo hace casi sin
comentarios, sin concederle importancia. Queda claro que, para él, los contratiempos
del viaje y la multitud de episodios que tiene que haber habido en medio del complejo
traslado de unas 5.000 personas, no pesaban sobre él tanto como la sagrada
responsabilidad de transportar los tesoros del Señor. Naturalmente, con esto no
queremos decir que a Esdras le importaran más los bienes materiales que los seres
humanos, sino que su interés se centraba en los derechos de Dios y el cumplimiento de
su obra, más que en las vicisitudes de la vida humana. No escribe tanto una historia
humana, como la historia de los intereses de Dios.
Después de las preocupaciones y el esfuerzo del viaje, Esdras y los responsables de
las familias se toman un respiro, un reposo de tres días. Nehemías hará lo mismo
después de su retorno a Jerusalén en el año 444 (Nehemías 2:11).

Los tesoros entregados (8:33–34)


Y al cuarto día la plata y el oro y los utensilios fueron pesados en la casa de
nuestro Dios… (8:33)
Lo que los exiliados hicieron durante los tres primeros días después de su llegada a
Jerusalén tampoco interesa a Esdras. Solo podemos conjeturar cómo se establecieron
las familias en su nueva tierra, cómo se reunieron con familiares ya asentadas en ella y
cómo tuvieron que ajustarse a sus nuevas circunstancias.
Esdras, en cambio, llama nuestra atención a lo que ocurrió en el cuarto día: la
entrega en manos autorizadas de los tesoros sagrados transportados desde Babilonia.
… y entregados en mano de Meremot, hijo del sacerdote Urías, y con él estaba
Eleazar, hijo de Finees… (8:33)
Ya estamos acostumbrados a decir que no sabemos prácticamente nada acerca de
las personas mencionadas en las listas del libro de Esdras. Pero estos versículos
contienen nombres conocidos. Meremot hijo de Urías volverá a aparecer en la relación
de constructores de la muralla de Jerusalén (en Nehemías 3:4 y 21); allí aprendemos no
solamente que el nombre de su abuelo era Cos, sino que se le concedió la
responsabilidad de reparar dos tramos de la muralla: el que estaba junto a la Puerta del
Pescado, y “desde la puerta de la casa de Eliasib [el sumo sacerdote] hasta el extremo
de su casa”.
Eleazar (“Dios ha ayudado”) y Finees son nombres que aparecen con frecuencia en
las familias sacerdotales (hay once hombres llamados Eleazar en la Biblia). Es posible
que este Eleazar sea el mismo que iba a participar en la dedicación de las murallas de
Jerusalén en tiempos de Nehemías (Nehemías 12:42). No sabemos si Finees se refiere al
padre de este Eleazar o al famoso Finees, nieto de Aarón.
… y con ellos estaban los levitas Jozabad, hijo de Jesúa, y Noadías, hijo de Binúi
(8:33)

249
Jozabad (“Yahvé ha concedido”) vuelve a aparecer en Nehemías 11:16, en la
relación de los habitantes de Jerusalén, como uno de “los jefes de los levitas
encargados de la obra fuera de la casa de Dios”. O sea, es probable que fuera uno de los
levitas asignados como oficiales y jueces encargados de asuntos religiosos fuera de
Jerusalén (1 Crónicas 26:28). Algunos levitas, la mayoría, tenían que encargarse de
responsabilidades dentro del templo. Pero otros debían emplear su conocimiento de las
Escrituras en la enseñanza del pueblo en todo el territorio de Israel y en la
administración de justicia y gobierno. De hombres como Jozabad iban a depender las
reformas administrativas y legislativas de Esdras.
Noadías significa “Encontrado por Yahvé”. Es posible que su padre sea el “Binúi hijo
de Henadad” que aparece en la relación de constructores de la muralla (en Nehemías
3:24), encargado de las obras “desde la casa de Azarías hasta el ángulo y hasta la
esquina”.
Todo fue contado y pesado, y todo el peso fue anotado en aquel tiempo (8:34)
Nuevamente, la impresión que recibimos es que Esdras era un hombre meticuloso
cuando se trataba de las cosas de Dios. La implicación es que, al pesarse el tesoro, no
faltaba ningún utensilio ni la más mínima parte de la plata y del oro, y eso a pesar del
largo viaje.

Ofrendas al Señor (8:35)


Los desterrados que habían venido de la cautividad ofrecieron holocaustos al Dios
de Israel… (8:35)
No queda claro por qué, en medio de una sección autobiográfica en la que Esdras
escribe en primera persona (7:27–9:15), encontramos dos versículos (8:35–36) escritos
en tercera persona. ¿Es que sigue escribiendo Esdras, pero empleando la tercera
persona porque él mismo no tuvo una parte activa en el ofrecimiento de sacrificios
(8:35) y la entrega de edictos (8:36)? Esto parece poco probable, porque había recibido
el encargo real de comprar animales para los sacrificios (7:17) y era el principal
protagonista del edicto del rey para los sátrapas y gobernadores (7:21–24). Es más
probable, pues, que se trate de un párrafo interpolado por el editor del libro en medio
de las memorias de Esdras, para aumentar la información en torno la llegada de los
exiliados. Se trata de dos episodios de suma importancia: la primera por sus
implicaciones religiosas; la segunda por sus consecuencias políticas.
Debemos recordar que este grupo de exiliados nunca había podido ofrecer
sacrificios al Señor. Ya habían pasado unos 140 años desde la destrucción del templo y
el comienzo del exilio babilónico. Durante todo este tiempo, ellos y sus padres habían
vivido en el destierro y, aunque el templo ya llevaba unos sesenta años reconstruido, no
habían podido acudir a él con sus ofrendas para el Señor. Ahora sí. Solo podemos
imaginar la emoción de aquel momento cuando “los desterrados que habían venido de
la cautividad ofrecieron holocaustos al Dios de Israel”. Por supuesto, deseaban hacerlo
de la mejor manera posible. En aquel momento, las obligaciones del pacto se veían

250
como una bendición y un privilegio, no como un deber oneroso.
… doce novillos por todo Israel… (8:35)
Los sacrificios entregados por los desterrados se describen de dos maneras en este
versículo: “holocaustos al Dios de Israel” y “ofrenda por el pecado”. No queda muy
claro si con estas frases el autor quiere indicar dos tipos diferentes de sacrificios ni qué
animales fueron ofrecidos como holocausto (ver Levítico 1:1–17) y cuáles como ofrenda
por el pecado (Levítico 4:1–35). Cuando se trataba de una ofrenda por el pecado
colectivo de Israel, tenía que ser un novillo (Levítico 4:13–21). Los “doce novillos por
todo Israel” podrían corresponderse con esta ofrenda: doce en vez de uno para indicar
que cada una de las tribus de Israel estaba incluida. Sin embargo, aquí se nos dice que
los doce novillos fueron entregados como holocausto, lo cual indicaría un sacrificio de
gratitud, homenaje, adoración y consagración a Dios, no de propiciación por el pecado.
Por tanto, puesto que, al final, el texto dice que “todo” fue ofrecido en holocausto
(como si todos los animales tuvieran una misma finalidad) y ya que las ofrendas por el
pecado eran también “holocaustos” (en el sentido de que eran quemadas por
completo, no comidas parcialmente por los sacerdotes), quizás sea mejor entender que
todos estos animales fueron ofrecidos en expiación por los pecados de los desterrados
cometidos a lo largo de sus vidas.
… noventa y seis carneros, setenta y siete corderos, doce machos cabríos como
ofrenda por el pecado; todo como holocausto al Señor (8:35)
En todo caso, la mención explícita de la “ofrenda por el pecado” indica que la idea
de propiciación es dominante. Sin duda, hubo mucha acción de gracias en medio de la
celebración y mucha consagración a Dios, pero en esencia aquel fue un gran sacrificio
expiatorio por los pecados cometidos a lo largo de 140 años de exilio.
Lo que nos llama la atención es el hecho de que, en el caso de los novillos, carneros
y machos cabríos, el número de animales sacrificados fue múltiplos de doce, pero, en
cambio, los corderos fueron setenta y siete. Sin embargo, puede tratarse de un error de
copista, porque, en 1 Esdras 8:66, se nos dice que los corderos fueron 72, otro múltiplo
de 12. En tal caso, el holocausto al Señor consistía en ocho carneros, seis corderos y un
macho cabrío por cada tribu.
En esto vemos que, a pesar de la anterior división de la nación en dos reinos, seguía
viva entre los santos de Israel la esperanza de que, en el día futuro que ya parecía haber
llegado, los dos serían uno solo, en cumplimiento de la profecía de Ezequiel 37:21–22:
Así dice el Señor Dios: He aquí, tomaré a los hijos de Israel de entre las naciones
adonde han ido, los recogeré de todas partes y los traeré a su propia tierra. Y haré de
ellos una nación en la tierra, en los montes de Israel; un solo rey será rey de todos ellos;
nunca más serán dos naciones, y nunca más serán divididos en dos reinos.

Los edictos del rey comunicados (8:36)


Entonces entregaron los edictos del rey a los sátrapas del rey, y a los gobernadores

251
del otro lado del río… (8:36)
Una vez cumplidas las obligaciones religiosas (¡notemos bien el orden de
prioridades!), Esdras atiende a las obligaciones cívicas: entrega a las autoridades civiles
los “edictos del rey”, presumiblemente los documentos que acreditan a Esdras mismo
como la persona autorizada por el rey para administrar la Ley de Dios entre los judíos
esparcidos por los territorios de la Transeufratina (7:25) y especialmente en Judea
(7:14). También incluirían los documentos mencionados en 7:21–24, relativos al
privilegio de sacar dinero de la tesorería real de las provincias y a la exención de los
impuestos.
… y estos apoyaron al pueblo y a la casa de Dios (8:36)
La reacción de los oficiales imperiales es positiva. Así pues, el regreso de los
desterrados parece coronarse de éxito. Todo parece marchar bien. Dios ha protegido a
los judíos en el viaje y ha dado gracia ante ojos de gobernadores. Ahora, seguramente,
todo irá viento en popa y la ley de Dios encontrará rápida aceptación en todo el país.
Pero a Esdras le aguardaba el gran disgusto. Él había vuelto con grandes
preocupaciones en cuanto al funcionamiento correcto del sistema levítico y quizás con
alguna inquietud en cuanto a las implicaciones políticas de sus reformas. Pero en
realidad el gran problema no iba a centrarse en el templo ni en los oficiales imperiales,
sino en la moralidad del propio pueblo judío. Pero esto pertenece al capítulo siguiente.

El escándalo de los matrimonios mixtos


Esdras 9:1–2

El informe de los príncipes (9:1–2)


Y acabadas estas cosas, se me acercaron los príncipes, diciendo… (9:1)
La frase “acabadas estas cosas” sugiere que ya ha transcurrido algún tiempo desde
que Esdras llegara a Jerusalén. Y así es. Si comparamos 10:9 con 7:9, nos enteramos de
que han pasado unos cuatro meses. La primera fase del retorno se ha desarrollado sin
contratiempos. Esdras ha cumplido con alegría y satisfacción las responsabilidades más
prácticas e inmediatas de su misión. Pero ahora, justo cuando está empezando a
desempeñar su ministerio más profundo y trascendente, la implantación de la ley de
Dios como legislación vigente en el país, le llega la gran decepción. De hecho, es
probable que fuera esta iniciativa suya la que provocó la reacción de los príncipes. Las
mismas reformas legislativas de Esdras pusieron en evidencia la infidelidad masiva de
los judíos.
Cuando la Palabra de Dios es enseñada y aplicada con fidelidad, su primer efecto es

252
despertar la conciencia y provocar una fuerte convicción de pecado, de que estamos
lejos de cumplir perfectamente la voluntad de Dios. La clara exposición de la ley por
parte de Esdras y los levitas creó una gran alarma en algunos de los príncipes, quienes
comprendieron que, en vez de sintonizar con estas reformas, el pueblo se había alejado
de Dios haciendo componendas con los incrédulos y con el estilo de vida de los
paganos.
Ahora, el texto vuelve a emplear la primera persona. Lo que estamos a punto de
escuchar no es la narración distante y fría de un historiador posterior, sino el
entrañable testimonio personal de Esdras acerca de cómo él mismo vivió esta
decepción y cómo le afectó. Pero, puesto que es un hombre profundamente conocedor
de las Escrituras, no nos sorprende que su narración, aunque personal e íntima, tenga
fuertes resonancias bíblicas, como veremos.
¿Quiénes son estos “príncipes” que acuden para delatar a sus hermanos? Lo
probable es que fueran “jefes de las casas paternas” (1:5; 8:1) que habían vuelto a
Jerusalén bajo Zorobabel (o eran hijos de aquellos que regresaron) y habían sido
reconocidos como hombres de autoridad en la nación, bajo la dirección del gobernador.
El pueblo de Israel, los sacerdotes y los levitas no se han separado de los pueblos
de las tierras y sus abominaciones… (9:1)
Esdras recibe la terrible noticia acerca de la infidelidad del pueblo del destierro. No
solo han dejado de mantenerse aparte de sus vecinos paganos a efectos religiosos, sino
que han seguido sus abominables costumbres morales. En vez de ser un pueblo
diferente, santo y apartado para Dios, habían permitido que “el mundo” marcara su
manera de vivir y habían mezclado lo santo con lo impío. Y lo que es más: los líderes
espirituales de la nación habían tenido un papel destacado en esta infidelidad. Los
sacerdotes y levitas, los que tenían que haber sido ejemplo de santidad para los demás,
se encontraban entre los más culpables. No es la última vez que esto haya ocurrido.
Dios siempre ha esperado que su pueblo “se separe de los pueblos de las tierras”.
Su mandamiento siempre ha sido:
No améis al mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la
pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que
hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Juan 2:15–17).
Positivamente, el llamamiento de Dios es a la santificación, a dejar atrás la
inmundicia y la mundanalidad y seguir la perfecta humanidad de Cristo:
Porque esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; es decir, que os
abstengáis de la inmoralidad sexual; que cada uno de vosotros sepa cómo poseer
su propio vaso en santificación y honor, no en pasión de concupiscencia, como los
gentiles que no conocen a Dios… Porque Dios no nos ha llamado a impureza, sino
a santificación (1 Tesalonicenses 4:3–7).

253
Y, por supuesto, la “santificación” a la que Dios nos llama implica “separación”:
debemos ser un pueblo distinto, apartado del estilo de vida de los que nos rodean.
Nosotros, como los judíos en tiempos de Esdras, tenemos que convivir con vecinos
incrédulos, pero no debemos “adaptarnos a este mundo, sino transformarnos mediante
la renovación de nuestra mente” (Romanos 12:2). Lejos de hundirnos en medio de las
tinieblas de esta “generación torcida y perversa”, debemos ser irreprensibles y sencillos
y “resplandecer como luminares en el mundo” (Filipenses 2:15).
Por otra parte, igual que en tiempos de Esdras, la “separación” del pueblo de Dios
significa no solo que cada creyente está llamado a seguir la santidad y obedecer la ley
de Cristo, sino que deben ser reprobados, corregidos y, si es necesario, expulsados de la
comunidad todos aquellos que, profesando pertenecer al pueblo de Dios, viven vidas
inmorales o mezclan lo santo y lo profano:
En mi carta os escribí que no anduvierais en compañía de personas inmorales;
no me refería a la gente inmoral de este mundo,… porque entonces tendríais que
salir del mundo. Sino que en efecto os escribí que no anduvierais en compañía de
ninguno que, llamándose hermano, es una persona inmoral… con ese, ni siquiera
comáis… Expulsad de entre vosotros al malvado (1 Corintios 5:9–13).
… de los cananeos, heteos, ferezeos, jebuseos, amonitas, moabitas, egipcios y
amorreos… (9:1)
A la primera lectura, esta lista de pueblos resulta sumamente sorprendente. Toda la
tierra ha sido sometida a las grandes deportaciones y repoblaciones llevadas a cabo por
los asirios y babilonios. Los mismos judíos solo han sobrevivido como pueblo distinto
gracias a su fe en Dios, y eso a duras penas. La impresión que recibimos es que, a estas
alturas, la mayoría de los pueblos mencionados en esta lista habían sido tan diezmados
y esparcidos que habían desaparecido como entidades étnicas viables. En cambio, los
nuevos habitantes de la tierra (los samaritanos), que eran la causa de las infidelidades
de los desterrados, habían llegado a Israel procedentes de todos los rincones del
imperio. Si ahora son llamados “cananeos, heteos, etc.”, es porque el texto quiere
hacerse eco, consciente y deliberadamente, de aquellos pasajes del Antiguo
Testamento que advierten contra tales infidelidades. Esta clase de listas de pueblos se
repite frecuentemente en el Pentateuco cuando se mencionan de los habitantes de
Tierra Santa. Pero son especialmente relevantes aquellos textos que prohíben el
matrimonio de los judíos con las hijas de estos pueblos:
Observa lo que te mando hoy: he aquí, yo echo de delante de ti al amorreo, al
cananeo, al heteo, al ferezeo, al heveo y al jebuseo. Cuídate de no hacer pacto
con los habitantes de la tierra adonde vas, no sea que esto se convierta en
tropezadero en medio de ti… no sea que hagas pacto con los habitantes de
aquella tierra, y cuando se prostituyan con sus dioses y les ofrezcan sacrificios,
alguien te invite y comas de su sacrificio; y tomes de sus hijas para tus hijos, y
ellas se prostituyan con sus dioses, y hagan que también tus hijos se prostituyan

254
con los dioses de ellas (Éxodo 34:11–16).
Cuando el Señor tu Dios te haya introducido en la tierra donde vas a entrar
para poseerla y haya echado de delante de ti a muchas naciones: los heteos, los
gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos,
siete naciones más grandes y más poderosas que tú, y cuando el Señor tu Dios los
haya entregado delante de ti, y los hayas derrotado, los destruirás por completo.
No harás alianza con ellos, ni te apiadarás de ellos. Y no contraerás matrimonio
con ellos; no darás tus hijas a sus hijos, ni tomarás sus hijas para tus hijos. Porque
ellos apartarán a tus hijos de seguirme para servir a otros dioses; entonces la ira
del Señor se encenderá contra ti, y él pronto te destruirá (Deuteronomio 7:1–4).
La lista de Edras no coincide exactamente con las listas del Pentateuco (estas
tampoco coinciden entre sí), pero es similar. El parecido es deliberado. Aquellos
pueblos ya no existían como “naciones mayores y más fuertes” que Israel, pero los
samaritanos, el “pueblo de la tierra” (4:4), eran los herederos morales y espirituales de
aquellas naciones, y su influencia era tan nefasta y peligrosa como la de aquellas.
La infidelidad de los judíos, descubierta ahora por Esdras, revela con claridad
alarmante que el pueblo de Dios no ha aprendido la lección del exilio, sino que ha
vuelto a sus viejos caminos de infidelidad. Cierto, los judíos que volvían del exilio tenían
que afrontar una situación más compleja que la de los israelitas después del éxodo, en
el sentido de que no estaban en condiciones de eliminar las naciones paganas, sino que
tenían forzosamente que convivir con ellas en la misma tierra. Pero sí tenían la gran
ventaja de hacer vivido a primera mano las consecuencias de la infidelidad de no
separarse moralmente del comportamiento de los paganos: habían vivido la terrible
experiencia del cautiverio babilónico y, por tanto, tendrían que haber comprendido
bien que Dios no tolera la clase de conducta que ahora estaban practicando.
… sino que han tomado mujeres de entre las hijas de ellos para sí y para sus hijos,
y el linaje santo se ha mezclado con los pueblos de las tierras… (9:2)
¡Qué tragedia! Dios había apartado para sí un pueblo para que fuera un “linaje
santo”, una nación recta, noble y pura que viviera para su gloria y en conformidad con
su voluntad tal y como esta quedaba manifestada en la ley. Vosotros sois linaje
escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido para posesión de Dios (1 Pedro
2:9). Pero, lejos de mantener su carácter distintivo y guardarse fiel para el Señor, Israel
había hecho componendas con las naciones. La santidad no admite esta clase de
mezclas. Para preservarla, tiene que haber separación, diferenciación:
No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación
tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué
armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común el creyente con un
incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque
nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo: Habitaré en ellos, y
andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo. Por tanto, salid de en

255
medio de ellos y apartaos, dice el Señor; y no toquéis lo inmundo, y yo os recibiré.
Y os seré para vosotros padre, y vosotros seréis para mí hijos e hijas, dice el Señor
Todopoderoso. Por tanto, amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de
toda inmundicia de la carne y del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor
de Dios (2 Corintios 6:14–7:1).
Está claro que, para el apóstol Pablo, las exigencias de santidad y de separación
expuestas en el Pentateuco son tan vigentes para nosotros como lo fueron en tiempos
de Esdras. No podemos ser pueblo de Dios y vivir según los “valores” del mundo;
entiéndase: comportamientos dictados por nuestros apetitos carnales y por nuestras
ambiciones egocéntricas. No podemos llamarnos discípulos de Cristo, y después seguir
las modas depravadas de la sociedad a nuestro alrededor.
… es más, la mano de los príncipes y de los gobernantes ha sido la primera en
cometer esta infidelidad (9:2)
Por si todo esto fuera poco, los príncipes tienen que confesar que algunos de sus
compañeros de oficio también son culpables de contraer matrimonios mixtos. Todo da
la impresión, pues, de que las reformas de Esdras han fracasado antes de entrar en
vigor, y que la ley de Dios ha sido rechazada de antemano como legislación vigente por
aquellos que tendrían que haberla apoyado y administrado.
Pero, de hecho, no fue así. La confesión de los príncipes, lejos de revelar el fracaso
del ministerio de Esdras, en realidad está demostrando su eficacia. El celo de Esdras ha
sacado a la luz un mal que antes estaba escondido. Sus reformas no han hecho
empeorar la situación, sino solo revelarla por lo que es. Con esto se ha dado el primer
paso en la rectificación del problema, el paso de sacar a flote la miseria humana que se
esconde bajo la superficie. Además, su ministerio ha tenido el efecto de hacer que los
príncipes tomen una iniciativa que tendrían que haber tomado tiempo atrás. Por la
razón que fuera, no habían sido capaces de intervenir sin el estímulo de Esdras, sino
que habían consentido los abusos y las infidelidades. Ahora, empiezan a asumir su
responsabilidad moral y espiritual.
Cuando la Palabra de Dios actúa con poder, el primer resultado suele parecer
negativo: se pone de manifiesto la gravedad del pecado, de manera que la situación
inmediata puede parecer peor que al principio. Pero este paso es necesario. Para sanar
una herida infectada, primero hay que abrirla y limpiarla, sacando de ella toda la
porquería. Y, en nuestro caso también, el Espíritu Santo, antes de curar nuestras
heridas morales, tiene que hacer aflorar la inmundicia que hay en ellas, de manera que
nos sentimos más sucios que nunca. Pero es un paso necesario en el proceso de nuestra
limpieza.
Sin embargo, al llegar a este punto, y a causa precisamente de que todos tendemos
a dejarnos influenciar por los valores y criterios de la sociedad que nos rodea, algunos
lectores estarán preguntándose: ¿No es un poco exagerada la reacción de Esdras y los
príncipes? A fin de cuentas, solo se trata de que algunos judíos hubieran sentido la
atracción de algunas jóvenes gentiles, se hubieran enamorado y se hubieran casado con

256
ellas. Rasgar las vestiduras por eso, ¿no es evidencia de estrechez de mente, de
chauvinismo racista, de no apreciar la hermosura del amor cuando brota entre
personas de diferentes razas o credos?
La persona que razona así es, por supuesto, una persona que no mira mal los
“matrimonios mixtos” de nuestros días, cuando alguien que profesa haber consagrado
su vida a Dios entra en contrato matrimonial con alguien que no comparte esta
consagración. No aprecia la seriedad de esta acción. No entiende cómo atenta contra la
voluntad de Dios claramente revelada. Ve como desorbitada la reacción de Esdras. Está
ciego ante las terribles implicaciones de estas uniones. Para entender correctamente
por qué las Escrituras son tan tajantes en el momento de desaprobar el matrimonio
mixto, ahora como entonces, debemos entender cuáles son las implicaciones de los
“matrimonios mixtos”, porque estos conducen frecuentemente a otros males:
infidelidades, divorcios y segundas nupcias, idolatrías y comportamientos paganos, y
amplias desobediencias a la ley de Dios.550 Y, para comprender bien la situación, no
podemos hacer nada mejor que ver lo que el profeta Malaquías tenía que decir acerca
de las irregularidades matrimoniales de Israel… Pero, mientras tanto, tomemos buena
nota de lo que ocurre cuando la ley de Dios sobre el matrimonio no es obedecida:
Lo que le sucedía a una comunidad judía que mostraba una actitud débil con
respecto a los matrimonios mixtos se ve en el caso de los que se establecieron en
Elefantina, Egipto, en la misma época de Esdras y Nehemías. Allí, los que se casaron con
paganas comenzaron a manifestar su entrega a los dioses paganos, además de su
dedicación al Señor. La comunidad de Elefantina fue asimilada gradualmente hasta
desparecer.

Excursus: Malaquías y los divorcios en Israel


Malaquías 2:1–16

Introducción
No sabemos exactamente en qué momento ejerció Malaquías su ministerio
profético. Sin embargo, las circunstancias a las que sus profecías parecen dirigirse
indican la probabilidad de que fuera contemporáneo de Esdras y Nehemías. Una de
ellas es la inmoralidad matrimonial en la que habían caído muchos de los judíos de su
día.
El capítulo 2 de Malaquías comienza con una fuerte denuncia de los sacerdotes.
Igual que acabamos de ver en Esdras (9:1–2), los líderes espirituales de la nación, lejos
de vivir vidas ejemplares, consagradas a Dios, son los primeros en desviarse de los

257
caminos de la ley. El profeta les advierte del castigo divino que caerá sobre ellos si no se
arrepienten. Su mensaje es claro y fuerte:
Y ahora, para vosotros, sacerdotes, es este mandamiento. Si no escucháis, y si
no decidís dar honor a mi nombre, dice el Señor de los ejércitos, enviaré sobre
vosotros maldición, y maldeciré vuestras bendiciones; y en verdad, ya las he
maldecido, porque no lo habéis decidido de corazón. He aquí, yo reprenderé a
vuestra descendencia, y os echaré estiércol a la cara, el estiércol de vuestras
fiestas, y seréis llevados con él. Entonces sabréis que os he enviado este
mandamiento para que mi pacto siga con Leví, dice el Señor de los ejércitos
(Malaquías 2:1–4).
En contraste con los desvaríos de los sacerdotes está el ejemplo de su gran
antepasado y cabeza de su clan, el patriarca Leví. Él, sí, había sido fiel en su ministerio y
había enseñado al pueblo conforme a la ley de Dios. Y así debe ser. Esta es la razón
principal por la cual Dios había apartado a los hijos de Leví: para que instruyeran
fielmente a los israelitas y los aconsejaran conforme a la revelación de Dios:
Mi pacto con él era de vida y paz, las cuales le di para que me reverenciara; y
él me reverenció, y estaba lleno de temor ante mi nombre. La verdadera
instrucción estaba en su boca, y no se hallaba iniquidad en sus labios; en paz y
rectitud caminaba conmigo, y apartaba a muchos de la iniquidad. Pues los labios
del sacerdote deben guardar la sabiduría, y los hombres deben buscar la
instrucción de su boca, porque él es el mensajero555 del Señor de los ejércitos
(Malaquías 2:5–7).
En cambio, la generación actual de sacerdotes ha fallado gravemente. Lejos de
seguir en los pasos de Leví, han sido instrumentos para desviar al pueblo de los caminos
de Dios. No han enseñado conforme a su ley, sino que han sido piedra de tropiezo para
los que querían seguir en ellos:
Pero vosotros os habéis desviado del camino, habéis hecho tropezar a
muchos en la ley, habéis corrompido el pacto de Leví, dice el Señor de los
ejércitos. Por eso yo también os he hecho despreciables y viles ante todo el
pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos y hacéis acepción de
personas en la ley (Malaquías 2:8–9).
Los sacerdotes eran culpables, en primer lugar, de haberse desviado ellos mismos
del camino de Dios. Malaquías no entra en detalles (¡Esdras sí!), pero es obvio que de
alguna manera no vivían conforme a la ley de Dios, sino que justificaban otros
comportamientos, probablemente bajo la influencia de las naciones paganas a su
alrededor. Como consecuencia, las instrucciones que impartían al pueblo se alejaban
también de la clara enseñanza de la ley de Dios. Lejos de “apartar a muchos de la
iniquidad” (2:6), habían servido como tropezadero para el pueblo y habían logrado
apartar a muchos de la ley de Dios.
258
Esto es sumamente serio. Jesús reservaba algunas de sus denuncias más fuertes
para los maestros de su día que, con sus enseñanzas erróneas, estaban impidiendo que
muchos entraran en el reino de Dios (ver, por ejemplo, Mateo 18:6; 23:13, 15). Ser
maestro de las Escrituras conlleva una doble responsabilidad: la de practicar lo que se
predica y la de predicar en estricta conformidad con la revelación de Dios. Y, por tanto,
supone también un doble juicio si no se cumple fielmente (Santiago 3:1).

La infidelidad de los judíos: (1) matrimonios mixtos (2:10–12)


Después de denunciar el pecado de los sacerdotes, el profeta se vuelve al pueblo
que ha sido pervertido a causa de la mala enseñanza de ellos:
¿No tenemos todos un mismo padre? ¿No nos ha creado un mismo Dios? ¿Por qué
nos portamos deslealmente unos contra otros, profanando el pacto de nuestros
ancestros? (2:10)
Dado el contexto, “un mismo padre” podría parecer referirse a Leví, en cuyo caso
“nosotros” significaría “nosotros los sacerdotes”. Pero Malaquías está a punto de hablar
de Judá e Israel y, por tanto, la referencia tiene que ser o bien a Abraham (o Jacob)
como padre de la nación, o, más probablemente (por paralelismo con la frase siguiente)
a Dios mismo, y el “nosotros” se refiere a todas luces a “nosotros, el pueblo de Dios”.
Puesto que Dios era el origen de la unidad de la nación de Israel, cualquier acción que
dañaba esa unidad sería un atentado contra Dios mismo.557 En todo caso, la idea
fundamental es clara: Somos un solo pueblo, procedente de un solo padre, y, por tanto,
deben existir entre nosotros fuertes vínculos de unidad, solidaridad y lealtad.
Pero Israel, además de ser una sola nación con una sola paternidad, es también “el
pueblo del pacto”. Su propia existencia como nación descansa sobre el pacto hecho por
Dios en el Sinaí. Si este pacto no es respetado y mantenido, la unidad del pueblo peligra
y, con ella, la supervivencia de la nación. Y, efectivamente, lo que han estado haciendo
los israelitas es un atentado contra el pacto y, por tanto, contra la unidad y la
permanencia del pueblo. Han profanado el pacto nacional portándose “deslealmente”.
De momento, la acusación es de tipo general. Enseguida, Malaquías pondrá
ejemplos concretos procedentes de las infidelidades matrimoniales. Pero debemos
entender que quien no es fiel al pacto matrimonial será poco fiable en todas sus
relaciones y en todos sus tratos sociales. Manifestará una tendencia general a descuidar
promesas y acuerdos de todo tipo, en los negocios, el matrimonio o los asuntos sociales.
Deslealmente ha obrado Judá, y una abominación se ha cometido en Israel y en
Jerusalén; pues Judá ha profanado el santuario del Señor, que él ama, y se ha casado
con la hija de un dios extraño. Que el Señor extermine de las tiendas de Jacob al
hombre que hace esto (sea testigo o defensor) aunque presente una ofrenda al Señor
de los ejércitos (2:11–12)
Malaquías procede de lo general a lo particular. Ahora empieza a hablarnos del
tema que enlaza directamente con la situación planteada al principio del capítulo 9 de

259
Esdras. Pero, en medio de nuestra exposición de este tema, recordemos que Malaquías
ya ha establecido que lo que está en juego no es solamente la integridad del
matrimonio, sino la del pacto entre Dios y su pueblo.
La deslealtad de los hijos de Israel se manifestaba en que algunos de ellos se habían
casado con mujeres paganas. Debe observarse que Malaquías no habla de “mujeres
extranjeras”, sino de “hijas de un dios extraño”. Su paganismo es el problema, no su
procedencia de otra nación:561
No existía ninguna objeción al matrimonio mixto por razones raciales. Una
multitud mixta salió de Egipto juntamente con los israelitas (Éxodo 12:38), pero
sometiéndose a la circuncisión y guardando la Pascua en señal de
comprometerse con el Dios de Israel (Éxodo 12:48; Números 9:14). Booz se casó
con Rut la moabita, pero ella había renunciado a Quemós y abrazado al Dios de
Israel (Rut 1:16).
Las mujeres en cuestión practicaban la idolatría, rendían culto a dioses falsos y,
como consecuencia, vivían de manera totalmente ajena a la voluntad del Dios vivo y
verdadero. Por supuesto, el matrimonio es una convivencia íntima en la cual, para que
la pareja viva felizmente, tiene que haber un consenso de criterios y valores; y, donde
los criterios y valores de cada uno son diferentes, la convivencia solo es posible gracias
a un proceso de ajuste en el cual cada uno (o uno de los dos) tiene que hacer
concesiones y contemporizaciones con respecto a sus propias convicciones.
En la práctica, pues, el cónyuge creyente de un matrimonio mixto suele ir
alejándose de su fe y su compromiso, y muchos acaban en la apostasía.
Por eso, Dios mismo considera que el matrimonio con un incrédulo es, como dice
aquí, una “abominación”. Esta es una palabra especialmente fuerte, reservada
normalmente para prácticas idolátricas; porque el matrimonio mixto es una forma de
idolatría o, al menos, suele conducir a una reducción de los derechos de Dios en la vida
del creyente.
Pero el matrimonio mixto es llamado no solamente una abominación, sino también
una “profanación del santuario del Señor”. Esto puede deberse a que el cónyuge judío
que practicaba el matrimonio mixto solía seguir ofreciendo sacrificios y adorando a Dios
en el templo como si no hubiera pasado nada, cuando, de hecho, su incoherencia
constituía una gran afrenta a Dios. Pero también puede ser una referencia a lo que ya
hemos visto en Esdras 9: que los que practicaban el matrimonio mixto no eran solo los
israelitas en general, sino específicamente algunos de los sacerdotes y levitas, los que
tenían que ministrar en el santuario.
En todo caso, el profeta invoca una fuerte maldición sobre aquellos israelitas que se
habían unido en matrimonio con mujeres paganas. La esencia de la maldición es que
Dios los elimine de la comunidad de Israel. No se dice explícitamente cómo ha de
producirse esta eliminación, pero muchos comentaristas suponen que Malaquías desea
que Dios no dé descendencia a los que practican este acto de abierta desobediencia a
su voluntad declarada.

260
El medio no es explícito, pero el deseo es claro. El profeta, mensajero de Dios y
autorizado expositor de la mente de Dios, entiende que la persona que dice ser
creyente y, sin embargo, se casa con un cónyuge incrédulo comete un acto tan
abominable ante los ojos de Dios que merece ser excluido de “las tiendas de Jacob”
(una forma poética de decir “comunidad de Israel”); porque, como dijera Pablo siglos
después: “¿Qué comunión tiene la luz con las tinieblas?”.

La infidelidad de los judíos: (2) el divorcio (2:13–17)


Y esta otra cosa hacéis: cubrís el altar del Señor de lágrimas, llantos y gemidos,
porque él ya no mira la ofrenda ni la acepta con agrado de vuestra mano. Y vosotros
decís: “¿Por qué?” (2:13–14a)
El versículo 13 enlaza directamente con el 12, porque en ambos casos vemos a
judíos ofreciendo sacrificios en el templo (notar las palabras “ofrenda” en el 12 y “altar”
en el 13) con aparente devoción a Dios, incluso haciéndolo con gran fervor religioso,
con llantos y gemidos, y, sin embargo, sin conseguir el agrado de Dios.568 Pero, a pesar
de este enlace, Malaquías está abordando ahora otro tema, relacionado, como
veremos, con el matrimonio mixto, pero en sí un tema diferente: les acusa de hacer
“esta otra cosa” y la otra cosa es divorciarse de sus esposas legítimas.
Porque el Señor ha sido testigo entre ti y la mujer de tu juventud, contra la cual
has obrado deslealmente, aunque ella es tu compañera y la mujer de tu pacto (2:14b)
Este capítulo afirma con toda claridad que, para Dios, el matrimonio mixto, en sí, es
una abominación y una profanación de lo sagrado; y establece con igual claridad que,
para Dios, el divorcio también es abominable. Pero, antes de proseguir con nuestro
comentario, conviene aclarar que, en el caso explícito tratado por Malaquías, ambas
cosas iban juntas. Muchos judíos estaban divorciándose de sus esposas judías con la
finalidad de realizar segundas nupcias con mujeres paganas. Estaban cometiendo una
abominación doble.
No es difícil imaginar la situación. Los israelitas tenían que convivir ahora con
vecinos gentiles que practicaban diversas formas de idolatría. Sabemos que muchas de
las religiones paganas de aquel entonces aprobaban una sexualidad licenciosa. La joven
judía, temerosa de Dios, crecía en una cultura religiosa que promovía la modestia, el
recato y la pureza sexual. En cambio, las chicas paganas crecían en una cultura que
fomentaba la promiscuidad sexual. Sin duda, en comparación con las mujeres judías, se
vestían de maneras provocativas y tenían miradas seductoras. Si el hombre judío
carecía de firmes convicciones morales, no estaba plenamente consagrado a Dios, y no
tenía sus deseos carnales claramente subordinados al temor de Dios, las chicas paganas
representaban una gran tentación. Eran divertidas, mientras que las mujeres judías
“aburrían” a causa de sus “inhibiciones religiosas”. Las chicas paganas no conocían tales
inhibiciones y su descaro atraía. Los hombres judíos eran presa fácil y caían en la
tentación. Muchos de ellos se habían casado como jóvenes (“la esposa de tu juventud”)
en matrimonios organizados por sus padres. Se habían ido acostumbrando a la vida

261
matrimonial. Se había apagado la ilusión de los primeros años después de la boda. A lo
mejor, la esposa ya no era tan atractiva como al principio, y la relación estaba pasando
por una fase un tanto rutinaria y árida. Estos hombres empezaban a notar que su libido
se excitaba más fácilmente al ver la sensualidad de las chicas paganas en la calle, que al
estar en casa con la esposa. La “solución” no tardaba en presentarse: el divorcio de la
esposa judía, y las segundas nupcias con una joven pagana, pero, por supuesto,
¡siempre sin abandonar la fe en Dios! Los ofensores seguían cumpliendo con los ritos
externos de la verdadera religión, y hasta se emocionaban al hacerlo. Pero sus lágrimas
no podían servir como sucedáneo de un verdadero arrepentimiento y una rectificación
de la situación.
El profeta, pues, declara que Dios, que fue testigo de los votos matrimoniales,
también lo es de estos divorcios, que han roto el pacto sagrado:
Los judíos veían el matrimonio como un pacto del cual Dios mismo era testigo
(Génesis 31:50; Proverbios 2:17)… La lealtad de cada cónyuge al Dios del pacto
establecía un vínculo unificador que creaba un compañerismo duradero entre
ellos.
Este concepto bíblico del matrimonio está detrás del vocabulario empleado por
Malaquías. La esposa no es “esposa de tu amor” (aunque, por supuesto, las Escrituras
enfatizan la obligación del marido a amar a su esposa), sino “esposa de tu pacto”. Lo
que establece el matrimonio ante Dios no es el amor, sino el compromiso social. Así
pues, esos maridos habían entrado en una relación de pacto en el momento de casarse
la primera vez, y Dios toma muy en serio la conservación de los pactos. Habían
prometido fidelidad hasta la muerte, y eso en presencia de testigos. La vinculación
matrimonial fue firme y solemnemente establecida. Dios mismo era el testigo supremo.
A partir de aquel momento, la esposa era la “compañera” del marido,572 la persona que
compartía su vida, sus intereses, sus alegrías y tristezas y, sobre todo, su fe.
Pero Dios, ahora, interviene como testigo de otra cosa. Ha visto cómo el marido ha
despreciado el pacto, ha sido desleal a su esposa, la ha repudiado, ha roto sus votos y
promesas, tratándolos como si no contaran para nada.
Pero ninguno que tenga un remanente del Espíritu lo ha hecho así. ¿Y qué hizo
este mientras buscaba una descendencia de parte de Dios? Prestad atención, pues, a
vuestro espíritu; no seas desleal con la mujer de tu juventud (2:15)
Todos los comentaristas están de acuerdo con que la primera parte de este
versículo es prácticamente imposible de dilucidar. El texto hebreo resulta
incomprensible. Por tanto, las versiones tienen que registrar una interpretación
bastante especulativa. Lo único seguro es que la primera parte ha de tener un
significado compatible con la segunda; es decir, tiene que consistir en un argumento
que anima a los maridos a permanecer fieles a sus esposas.
Nuestra traducción da a entender, en primer lugar, que ningún marido que vive en
comunión con el Espíritu de Dios cometería las abominaciones denunciadas en el
versículo anterior. Ningún hombre verdaderamente comprometido con Dios se casaría
262
voluntariamente con una mujer pagana. Ningún hombre que ama verdaderamente a
Dios dejaría de amar a su esposa legítima. No puedes ser desleal al pacto matrimonial y
seguir fiel a tu relación con Dios.
La pregunta en medio del versículo quizás signifique que toda la intención de Dios al
crear el matrimonio fue que los dos cónyuges, hechos una sola carne por el matrimonio
(Génesis 2:24), pudieran formar un hogar estable y amoroso en el cual podían crecer
hijos consagrados al Señor y dignos de él.
Lo que no admite dudas en cuanto a su significado es la última parte del versículo.
Se trata de un claro llamamiento a la fidelidad. El marido creyente debe permanecer fiel
a su esposa. Debe rechazar toda tentación y seducción y negarse a contemplar el
divorcio y las segundas nupcias.
Porque yo detesto el divorcio, dice el Señor, Dios de Israel, y al que cubre de
iniquidad su vestidura, dice el Señor de los ejércitos. Prestad atención, pues, a vuestro
espíritu y no seáis desleales (2:16)
Nuevamente, el texto hebreo de la primera parte de este versículo no es fácil de
entender, pero, en este caso, hay amplio consenso en cuanto a su significado: Dios
aborrece el divorcio; ante sus ojos, es un pecado tan grave como el asesinato de una
víctima inocente que deja salpicada de sangre la vestidura del asesino. Aunque es cierto
que Dios mismo, en Deuteronomio 24:1–2, había legislado normas a seguir en casos de
divorcio (y, por tanto, implícitamente había permitido el divorcio), estas tenían la
finalidad de evitar un mal mayor (el que la mujer fuera abandonada sin recurso legal
alguno), no la intención de dar aprobación divina al mal menor (el divorcio). Solamente
cuando la relación matrimonial es en sí una abominación para Dios y atenta claramente
contra su ley puede justificarse el divorcio. Por lo demás, el verdadero sentimiento de
Dios al ver que personas que profesan creer en él rompen su compromiso matrimonial
es de enorme disgusto y rechazo. Él odia el divorcio porque atenta contra la integridad
(Dios espera que nos mantengamos fieles a nuestras promesas) y contra el carácter
sagrado del pacto matrimonial (celebrado con Dios mismo como testigo principal).
Malaquías concluye esta parte de su profecía con una seria llamada a la reflexión y a
la fidelidad. Los hombres judíos que se habían divorciado de sus esposas y habían
vuelto a casarse con mujeres paganas creían, sin duda, que ese era el camino de su
felicidad y su realización matrimonial. Pero deben abrir los ojos. Este es el camino de la
perversión de la nación y el alejamiento del Dios verdadero. Está en su propio interés
dar marcha atrás. Deben volver a su primera lealtad. Deben ser fieles a sus esposas
legítimas.
Ahora, después de descubrir en Malaquías el tremendo agravio a Dios implícito en
los divorcios y las segundas nupcias de aquellas generaciones de judíos, volvamos al
libro de Esdras para enterarnos de cómo él recibió la noticia de esas infidelidades.

263
La reacción de Esdras
Esdras 9:3–5

Malaquías nos ha demostrado la gravedad de la situación. No es cuestión solo de la


desobediencia puntual de un grupo de hombres a la llamada de Dios a la pureza. Se
trata más bien de una acción que abría la puerta a la contaminación moral y espiritual
de toda la nación. El matrimonio mixto introducía inevitablemente en el seno de Israel
la religión mixta y la ética mixta, y así diluía el compromiso del pueblo con Dios y su
testimonio ante las naciones como pueblo apartado para Dios con el fin de servirle
viviendo una vida distintiva de rectitud y consagración a él. La misma esencia de la
nación como pueblo elegido estaba amenazada.
Y, si el matrimonio mixto ya era de por sí un atentado contra la ley de Dios, ¿qué
decir de los divorcios que muchas veces lo precedían? No solamente eran una
abominación ante Dios, sino que representaban el comienzo del derrumbamiento de la
fábrica de la nación y una vergüenza para el testimonio del pueblo santo. El pueblo no
podía sobrevivir como nación a no ser que mantuviera sus rasgos distintivos, y estos
procedían del pacto establecido con Dios; pero ahora estaban haciendo violencia a
aquel pacto. Estaban siendo infieles a su matrimonio con Dios, flirteando con dioses
ajenos.
Si no entendemos estas cosas, nunca comprenderemos que constituían un golpe
frontal a todas las ilusiones e iniciativas de Esdras. Su reacción nos parecerá exagerada.
Pero, para él, tiene que haber parecido que todas sus reformas se habían venido abajo
antes de empezar. Había supuesto que el pueblo ya vivía vidas consagradas a Dios, pero
que su compromiso quedaba un poco limitado al tener que vivir dentro del marco de
las leyes de Persia. Había venido para rectificar la situación, y ahora se encuentra con
que los mismos judíos no tienen interés en someterse a la ley de Dios, sino que
prefieren vivir como sus vecinos paganos, dejándose dominar por los apetitos de la
carne. Huelga decir que este no fue el único momento de la historia en que el llamado
“pueblo de Dios” ha vivido en carnalidad y mundanalidad.
Y cuando oí de este asunto, rasgué mi vestido y mi manto… (9:3)
Como ya hemos dicho, el solo hecho de que los príncipes de Israel acudan a Esdras
para confesar el pecado del pueblo es un signo positivo que indica el comienzo de un
verdadero arrepentimiento nacional y demuestra la eficacia de sus reformas
legislativas. Pero es comprensible que Esdras mismo no viera este lado positivo de la
noticia, sino que solamente se fijara en su gravedad. Su reacción es de consternación y
de una pena extrema.
264
Cuando Rubén y Jacob se enteraron de la aparente muerte de José, su reacción
inmediata fue rasgar sus vestidos (Génesis 37:29, 34). Cuando Israel se rebeló contra
Dios en el desierto, Josué y Caleb “rasgaron sus vestidos” (Números 14:6), y Josué volvió
a hacerlo después de la derrota de Israel en la batalla de Hai (Josué 7:6). Ezequías hizo
lo mismo cuando se enteró de las amenazas del rey de Asiria (2 Reyes 18:37–19:1); y
Job, al recibir la noticia de la muerte de sus hijos (Job 1:20). Mardoqueo rasgó los suyos
cuando se enteró de la conspiración genocida de Amán (Ester 4:1). Puesto que las ropas
no eran baratas en aquel entonces, rasgarlas era una acción extrema que se reservaba
para ocasiones de dolor incontenible. Y Esdras rasga tanto su vestido como su manto,
las dos prendas principales del varón judío, es decir, su ropa interior y su ropa exterior.
La angustia experimentada por Esdras en este momento es equiparable a la padecida
por la muerte de un ser querido o la derrota de una nación en la batalla.
… y arranqué pelo de mi cabeza y de mi barba… (9:3)
Entre los pueblos de Oriente Medio, era costumbre exteriorizar el dolor y el duelo
no solo rasgando las vestiduras, sino también rapándose la cabeza y la barba. Sin
embargo, Dios había puesto límites a esta clase de reacciones: Vosotros sois hijos del
Señor vuestro Dios; no os sajaréis ni os rasuraréis la frente a causa de un muerto
(Deuteronomio 14:1; ver también Levítico 19:27–28), aunque los textos posteriores que
hablan de estas costumbres parecen algo confusos (ver Job 1:20; Isaías 22:12; Jeremías
16:6; 41:5; 47:5; Ezequiel 7:18; Amós 8:10). Quizás por esa limitación divina, la reacción
de Esdras no fue afeitarse del todo, sino arrancarse algunos pelos, la única ocasión en
las Escrituras en que se dice que alguien lo hacía.
Y aquí tenemos otro ejemplo del contraste en el comportamiento de dos grandes
hombres de Dios a causa de sus diferentes temperamentos. Ya hemos visto que Esdras
tenía una sensibilidad tal que no quiso pedir escolta al rey por temor dañar el
testimonio (8:21–23), mientras que Nehemías no tenía esta clase de reservas
(Nehemías 2:7–9). Ahora vemos que Esdras interioriza su dolor, arrancándose pelos y
haciéndose daño a sí mismo; mientras que, en circunstancias parecidas, Nehemías se
lanzó con furia contra los infieles: Contendí con ellos y los maldije, herí a algunos de ellos
y les arranqué el cabello (Nehemías 13:25). Son dos reacciones diferentes registradas en
las Escrituras sin que se apruebe la una y se desapruebe la otra. Dios puede servirse
bien de nuestras diferencias de carácter.
… y me senté atónito (9:3)
La noticia ha sido para Esdras una auténtica bomba. Le ha dejado asombrado, sin
palabras, sin poder dar crédito a lo que ha escuchado. Se sienta desplomado como si la
noticia le hubiera dejado sin fuerzas para mantenerse de pie. Israel acababa de salir de
setenta años de cautiverio como consecuencia de su desobediencia a la palabra de Dios
y de su tendencia a mezclar lo sagrado con lo pagano. Ahora queda atónito tanto por la
gravedad del pecado de Israel como porque teme que caerá un juicio aún más terrible
sobre la nación al haber vuelto a sus andadas.
La reacción de Esdras fue típica de él. Rayaba en la inacción y, sin embargo,
265
fue más potente que un frenesí de acción, puesto que condujo a que otros
tomaran aquellas iniciativas que eran más eficaces al proceder de ellos.
Entonces se reunieron conmigo todos los que temblaban ante las palabras del Dios
de Israel por causa de la infidelidad de los desterrados,… (9:4)
¡Qué frase más bonita, esa de “temblar ante las palabras de Dios”! Aquí tenemos
una diferencia fundamental entre el verdadero creyente y la persona meramente
religiosa. Esta quizás pueda cumplir con ciertos principios de la ley de Dios, pero no
teme ni ama a Dios mismo. Como consecuencia, le parece cosa de poca monta cuando
ve infidelidades en otros. Hasta puede llegar a disfrutar del morbo de poder contarlas a
otros. Pero el verdadero creyente tiene un altísimo respeto a las “palabras de Dios”.
Para él, son la expresión viva de la voluntad de su Padre. Amando a Dios, ama también
la palabra de Dios; temiendo a Dios, tiembla también ante las demandas divinas
registradas en las Escrituras; y se siente angustiado cuando esta palabra es descuidada y
desobedecida por otros, especialmente si estos profesan pertenecer al pueblo de Dios.
A los tales los estima el Señor:
A este miraré: al que es humilde y contrito de espíritu, y que tiembla ante mi
palabra (Isaías 66:2; cf. 66:5).
Los hombres que han delatado el pecado de sus compatriotas (9:1–2) han sido
testigos de la reacción de Esdras. Sin duda, han quedado impactados. Ver la aflicción de
un gran hombre de Dios siempre impresiona. Ellos y otros, los que verdaderamente
temían a Dios se solidarizaron con Esdras. Se reunieron con él “para lamentar el pecado
y para buscar la manera de rectificarlo”.
… y estuve sentado atónito hasta la ofrenda de la tarde (9:4)
Cada tarde sin excepción, los sacerdotes ofrecían en el templo el “sacrificio
continuo” de un cordero en expiación por los pecados del pueblo:
Esto es lo que ofrecerás sobre el altar: dos corderos de un año cada día,
continuamente. Ofrecerás uno de los corderos por la mañana y el otro cordero lo
ofrecerás al atardecer… Será holocausto continuo por vuestras generaciones a la
entrada de la tienda de reunión, delante del Señor, donde yo me encontraré con
vosotros, para hablar allí contigo. Y me encontraré allí con los hijos de Israel, y el
lugar será santificado por mi gloria (Éxodo 29:38–43).
Esdras se puso a orar cuando se realizaba esa ofrenda. Parece ser que estuvo
sentado anonadado durante varias horas. Pero había llegado el momento propicio: era
la hora de la oración (cf. Hechos 3:1), de la confesión de pecados, del perdón de Dios,
de la comunión de Dios con su pueblo.
Pero a la hora de la ofrenda de la tarde, me levanté de mi humillación con mi
vestido y mi manto rasgados… (9:5)
Por otro lado, escoger esta hora para interceder ante Dios tenía cierto sabor

266
amargo. Allí estaba el siervo de Dios levantándose para orar a favor de un pueblo
desobediente, un pueblo dirigido por sacerdotes muchos de los cuales estaban viviendo
en pecado y que seguían celebrando los sacrificios diarios sin ninguna convicción de
pecado ni intención de arrepentirse. Su actitud estaba convirtiendo la ofrenda de la
tarde en una farsa religiosa. La ofrenda les servía como excusa para poder seguir
pecando impunemente.
… y caí de rodillas y extendí mis manos al Señor mi Dios; y dije… (9:5–6)
Esdras se había sentado en el suelo. Ahora se dejó caer hacia delante para orar
arrodillado, con las manos extendidas en señal de súplica. Esta había sido la postura
adoptada por Salomón en su gran oración de dedicación del templo: Cuando Salomón
terminó de decir toda esta oración y súplica al Señor, se levantó de delante del altar del
Señor, de estar de rodillas con sus manos extendidas hacia el cielo (1 Reyes 8:54).
Salomón oró lleno de satisfacción y euforia al ver una obra completada. Esdras lo hizo
lleno de angustia al comprender que la obra que él había venido a llevar a cabo se había
echado a perder nada más empezarla. Pero, en todo caso, sea orar con gozo o con
angustia, esta postura indica una total dependencia de la misericordia de Dios, una
posición de ruego e intercesión de parte de alguien indigno de ser escuchado.
Ante el ejemplo dado por Esdras en este capítulo, conviene examinarnos a ver si
nuestras reacciones ante las infidelidades del pueblo de Dios son similares. Vivimos en
tiempos en los que el mundo evangélico parece haber perdido su norte, y los valores
morales del evangelio están cediendo ante la corrección política del mundo. Los
divorcios y los matrimonios mixtos han llegado a ser aceptados casi como normales en
muchos círculos supuestamente cristianos. La indiferencia de muchos creyentes, el
consentimiento de muchos pastores y líderes, y la sencilla frecuencia de estos pecados
nos inmunizan ante la gravedad de la situación. Tendríamos que sentir horror, pero nos
encogemos de hombros y seguimos adelante como si no pasara nada. Tendríamos que
ponernos delante de Dios en aflicción e intercesión; pero, si acaso, nos limitamos a
hacer comentarios negativos a terceras personas. Tendríamos que afligirnos y llorar,
pero es como si nuestras emociones quedaran cauterizadas: la cosa ha ido demasiado
lejos como para resistirnos a ella. Tendríamos que temer que pronto caiga el juicio de
Dios contra su pueblo, tan salpicado por las impurezas no corregidas y por los pecados
tolerados y consentidos; pero seguimos adelante con nuestros ritos religiosos como si
Dios no fuera a intervenir nunca.

La oración de Esdras (1)


Esdras 9:6–9

267
La suma gravedad de la situación (9:6)
Dios mío, estoy avergonzado y confuso para poder levantar mi rostro a ti, mi
Dios… (9:6)
La primera parte de la oración de Esdras (9:6–10a) empieza y termina con palabras
que expresan su completa confusión y gran aturdimiento: Estoy avergonzado y
confuso… ¿Qué diremos después de esto? (9:6, 10). El pecado del pueblo es una ofensa
tan grande contra Dios que deja a Esdras sin palabras, sin argumentos, sin justificación
posible.
En esta primera parte, después de una confesión inicial del pecado de sus
contemporáneos (9:6), Esdras mira atrás y considera dos cosas: el pecado de
generaciones pasadas, el cual fue motivo de grandes castigos y sufrimientos (9:7), y la
misericordia de Dios que, en medio de tanto dolor, preservó un pequeño remanente
(9:8–9). Por supuesto, este repaso histórico no constituye la esencia de su oración, sino
el trasfondo contra el cual el pecado presente puede entenderse y presentarse en su
perspectiva correcta (9:10–15).
Sin embargo, lo que llama nuestra atención es la manera como, desde sus primeras
palabras, Esdras asume una responsabilidad personal por los pecados colectivos del
pueblo. Podría haberse distanciado de los pecadores. Podría haberse lavado las manos
e insistido en su propia inocencia. Incluso podría haberlos denunciado ante Dios:
“Señor, tú ves lo malos que son; castígalos”. Pero ni siquiera dirige sus palabras a los
pecadores diciendo: “Vosotros debéis estar avergonzados y confusos para poder
levantar vuestro rostro a Dios”, sino que se identifica con el pueblo, hace suyos los
pecados de ellos y se presenta ante Dios como su representante: Yo estoy avergonzado
y confuso para poder levantar mi rostro a ti. Esdras siente literalmente una “vergüenza
ajena”. Los que han pecado contra Dios ciertamente no se han avergonzado, ni aun han
sabido ruborizarse (Jeremías 6:15). Pero el inocente Esdras sí que siente profunda
vergüenza a causa de los pecados de ellos. En esto, sigue en una noble tradición.
Vemos, por ejemplo, a Job, quien, por temor a las actitudes impías de sus hijos, ofrece
continuamente holocaustos a favor de ellos, diciendo: Quizás mis hijos hayan pecado y
maldecido a Dios en sus corazones (Job 1:5). Vemos a Moisés quien, ante la idolatría de
Israel en el episodio del becerro de oro, intercede ante Dios diciendo: ¡Ay!, este pueblo
ha cometido un gran pecado: se ha hecho un dios de oro. Pero ahora, si es tu voluntad,
perdona su pecado, y si no, bórrame del libro que has escrito (Éxodo 32:31–32). Vemos a
David, quien, ante la ira del ángel de Dios, pide que él mismo sea castigado para que su
pueblo no perezca: ¿No soy yo el que ordenó enumerar al pueblo? Ciertamente yo soy el
que ha pecado y obrado muy perversamente, pero estas ovejas, ¿qué han hecho? Oh
Señor, Dios mío, te ruego que tu mano sea contra mí y contra la casa de mi padre, pero
no contra tu pueblo (1 Crónicas 21:17). En cada uno de estos casos, el siervo de Dios se
identifica con el pecado del pueblo de Dios. Esdras también.
Y, por supuesto, todos estos ejemplos son pequeños anticipos de lo que iba a hacer

268
el gran Siervo de Dios, quien tuvo a bien ser contado con los transgresores, llevando él el
pecado de muchos, e intercediendo por los transgresores (Isaías 53:12), y quien fue
herido por nuestras transgresiones, molido por nuestras iniquidades. El castigo, por
nuestra paz, cayó sobre él, y por sus heridas nosotros hemos sido sanados. Todos
nosotros nos descarriamos como ovejas, nos apartamos cada cual por su camino, pero el
Señor hizo que cayera sobre él la iniquidad de todos nosotros (Isaías 53:5–6). Jesucristo
mismo es el supremo ejemplo de esta tradición, la máxima expresión de la voluntad de
colocarse al lado del pecador y sufrir en su lugar.
Es una tradición que nosotros también debemos asumir. Con excesiva facilidad nos
distanciamos del pecado del pueblo de Dios. Cuando miramos a nuestro alrededor y
contemplamos la frivolidad, la mediocridad, la mundanalidad o la pecaminosidad que
caracterizan a muchas iglesias, solemos escandalizarnos ante lo que hacen nuestros
hermanos y acabamos murmurando contra ellos. Dios, en cambio, espera ver en
nosotros la disposición de Esdras y de Jesucristo: una disposición de dolor, de
identificación y de intercesión.
… porque nuestras iniquidades se han multiplicado por encima de nuestras
cabezas, y nuestra culpa ha crecido hasta los cielos (Esdras 9:6)
Esdras, por tanto, podría haberse desahogado ante Dios hablando de las iniquidades
de ellos y de sus delitos; pero, lejos de esto, habla de nuestras iniquidades y de nuestra
culpa. Él forma parte de un pueblo pecador y, por tanto, se siente salpicado y ensuciado
aun por iniquidades que él mismo no ha cometido.
El ser humano es por naturaleza profundamente egocéntrico y, como consecuencia,
está siempre inmerso en el pecado. Basta con considerar el primer gran mandamiento
(Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, y con toda tu fuerza;
Deuteronomio 6:5; 10:12; Mateo 22:37; Marcos 12:30; Lucas 10:27) para darnos cuenta
de lo lejos que nos hallamos de estar libres de pecado. Precisamente porque el pecado
nos rodea por todos lados y nos ensucia en niveles que ningún psicólogo es capaz de
sondear, Dios había hecho provisión para expiar el pecado persistente de su pueblo por
medio de las ofrendas continuas de la mañana y de la tarde.
Pero es aún peor cuando los pecados son cometidos por miembros del pueblo de
Dios (que tienen el conocimiento de su ley) y cuando consisten en específicos actos de
desobediencia a los preceptos claramente revelados de su ley. Tal es el caso del
matrimonio mixto. No caben excusas de ignorancia (porque Dios lo había prohibido
explícitamente), ni de despiste (porque no es cuestión de un “desliz”, sino de una
acción practicada deliberadamente y con conocimiento de causa). Es la clase de
pecados que se esperaría encontrar entre los paganos, pero no entre supuestos
creyentes. Es la clase de pecados que “clama al cielo” y que debería marcar
precisamente la diferencia entre el pueblo de Dios y el pueblo salvo: Salid de ella
[Babilonia], pueblo mío, para que no participéis de sus pecados y para que no recibáis de
sus plagas; porque sus pecados se han amontonado hasta el cielo, y Dios se ha acordado
de sus iniquidades (Apocalipsis 18:4–5; cf. Jeremías 51:9).
Además, Esdras ve estos pecados como “multiplicados por encima de nuestras

269
cabezas y crecidos hasta los cielos”: son como una gran inundación, un océano de
iniquidades, y Esdras teme que la nación se ahogue en ellas como en aguas profundas.
Aquí, el escriba se hace eco de la confesión de David: Mis iniquidades han sobrepasado
mi cabeza (Salmo 38:4).

Los pecados del pasado (9:7)


Desde los días de nuestros padres hasta el día de hoy hemos estado bajo gran
culpa… (9:7)
Desafortunadamente, el pecado del pueblo de Dios no es nada nuevo. Las
“iniquidades” y la “culpa” que Esdras acaba de describir son solamente un nuevo brote
de una condición endémica. La culpa y la iniquidad están siempre presentes. El pueblo
escogido peca “desde los días de nuestros padres hasta el día de hoy”. Esdras lo
reconoce en aquel mismo momento en que los sacerdotes están ofreciendo el
“sacrificio continuo” a causa de la condición siempre pecaminosa del pueblo.
Sin embargo, Esdras no está hablando de la permanente propensión del ser humano
a cometer pecado a causa de la debilidad de la carne, sino de la inexcusable tendencia a
estar en “gran” culpa (9:7, 13, 15). Él no era tan ingenuo como para haber esperado
encontrarse con un pueblo perfecto y sin culpa, pero tampoco estaba preparado para
hallar este grado de culpabilidad. Es cierto que “todos somos pecadores”, que “nadie es
perfecto” y que, “si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros
mismos y la verdad no está en nosotros” (1 Juan 1:8); pero jamás debemos utilizar
nuestra condición de pecadores como excusa para justificar situaciones flagrantes de
desobediencia a la ley de Dios. Una cosa es ceder ante la tentación y caer en pecado y
otra es vivir en situaciones permanentes de pecado sin la más mínima intención de
arrepentirnos ni romper con ellas.
… y a causa de nuestras iniquidades, nosotros, nuestros reyes y nuestros
sacerdotes hemos sido entregados en mano de los reyes de estas tierras… (9:7)
Esdras lo tiene muy claro. Corta por lo sano y va directo a la raíz del asunto, la causa
principal del cautiverio. Se olvida de las razones secundarias, de los intereses políticos y
el poderío militar de los “reyes de las tierras” (seguramente, una referencia al asirio
Sargón II y al babilonio Nabucodonosor), y apunta a la causa primaria: el pecado. Esas
situaciones permanentes de desobediencia a la ley de Dios ocasionaron directamente el
cautiverio. Ni siquiera menciona explícitamente la intervención soberana de Dios: trata
el pecado y el cautiverio como causa y efecto inmediato.
El gran sufrimiento del cautiverio se había cebado en los tres principales estamentos
sociales: (1) el pueblo en general, (2) los dirigentes políticos y (3) los dirigentes
religiosos. Son los mismos estamentos mencionados en los versículos 1 y 2: “nosotros”
(9:7) equivale al “pueblo de Israel” (9:1); “nuestros reyes” (9:7), a “los príncipes y
gobernantes” (9:2), y “nuestros sacerdotes” (9:7), a “los sacerdotes y levitas” (9:1). Los
mismos grupos sociales que habían sufrido el cautiverio a causa de su pecado, estaban
volviendo ahora a aquel mismo pecado.

270
… a la espada, al cautiverio, al saqueo y a la vergüenza pública, como en este día
(9:7)
Acto seguido, Esdras abunda en lo que significaba aquel cautiverio: hace una lista de
cuatro castigos sufridos por el pueblo de Dios al ser derrotado por los babilonios:
1. La espada
El enemigo había irrumpido en la ciudad con espadas desenvainadas, sembrando el
terror, matando indiscriminadamente.
2. El cautiverio
Los que se libraron de aquella matanza fueron llevados, como si se tratara de
animales, a la esclavitud en una tierra desconocida y hostil.
3. El saqueo
Pero, antes, tuvieron que soportar la pérdida de todo lo que poseían. El ejército
babilónico entró en las casas robando todos los objetos de valor y prendiendo fuego
luego a las viviendas.
4. La vergüenza
Y todas estas cosas las sufrieron en medio de constantes vejaciones, maltratos y
humillaciones. Se fueron al exilio llenos de angustia y con las cabezas agachadas.
Pero, aun así, el pueblo no ha aprendido la lección. A pesar de aquellos sufrimientos
indecibles, siguen cometiendo las mismas rebeldías, “como en este día”.

La misericordia de Dios (9:8–9)


Pero ahora, por un breve momento, ha habido misericordia de parte del Señor
nuestro Dios… (9:8)
Lo que maravilla y emociona a Esdras es que, a pesar de la histórica desobediencia
de Israel y su trágica propensión a la infidelidad, Dios se ha mostrado asombrosamente
paciente y misericordioso con su pueblo. Los hijos de Israel han quebrantado el pacto
de tantas maneras y con tanta frecuencia que Dios tendría pleno derecho a
abandonarlos y destruirlos definitivamente. Sin embargo, él es un Dios perdonador:
No nos ha tratado según nuestros pecados, ni nos ha pagado conforme a
nuestras iniquidades. Porque como están de altos los cielos sobre la tierra, así es
de grande su misericordia para los que le temen… Como un padre se compadece
de sus hijos, así se compadece el Señor de los que le temen. Porque él sabe de
qué estamos hechos, se acuerda de que somos solo polvo (Salmo 103:10–14).
Tan intrínsecas son al carácter de Dios la misericordia y la fidelidad como lo son a
Israel la injusticia y la deslealtad. Esdras mismo ha vivido un período de la misericordia
de Dios. Después de los setenta años del cautiverio, han venido ochenta de bendición,
desde el decreto de Ciro (538 a. C.) que puso fin al cautiverio hasta el decreto de
Artajerjes (458 a. C.) que permitió a Esdras implantar la legislación de la ley de Dios.

271
Desde hace sesenta años, está en pie el templo reconstruido. Ha sido un tiempo de
esperanza y de renovación. Los dolores del pasado parecen haber desaparecido para
siempre. Israel vuelve a vivir bajo el beneplácito de Dios.
Pero este período de relativa bendición ha durado poco: “por un breve momento”.
Esta frase puede significar sencillamente “desde Ciro hasta ahora”. Pero también puede
delatar el temor de que el juicio de Dios esté a punto de caer nuevamente sobre Israel.
El pueblo ha vuelto a los malos caminos de antes. Si no hay arrepentimiento, la
paciencia de Dios se agotará y Jerusalén caerá de nuevo, quizás para siempre. ¡Qué
terriblemente estúpidos han sido los que, dejando el temor de Dios, han mostrado
deslealtad y hacen lo que Dios manda no hacer! ¿Acaso el cautiverio babilónico no ha
servido para hacerles comprender que Dios es un Dios celoso y que no se puede
presumir de su misericordia?
… para dejarnos un remanente que ha escapado y darnos un refugio en su lugar
santo… (9:8)
La manera concreta en que se ha manifestado la misericordia de Dios en este “breve
momento” tiene dos facetas: (1) la preservación de un remanente y (2) la provisión de
un refugio.
El solo hecho de la supervivencia de un remanente sirve para demostrar la
misericordia de Dios, además de su justicia y su juicio. La nación ha sido diezmada, y
más que diezmada; pero, de en medio de la ruina general, Dios ha salvado a unos
pocos. Podría haberlos castigado más severamente (9:13), pero, en realidad, su
sufrimiento ha sido mucho más corto y menos oneroso que, por ejemplo, el de sus
antepasados en Egipto.
El tema del “remanente” había sido muy importante en tiempo de los profetas,
especialmente en los escritos de Isaías. Y casi siempre se contemplaba como una
promesa de misericordia en medio de una situación de juicio, castigo e ira:
Un remanente volverá, el remanente de Jacob, al Dios poderoso. Pues aunque
tu pueblo, oh Israel, sea como la arena del mar, solo un remanente de él volverá;
la destrucción está decidida, rebosando justicia. Pues una destrucción completa,
ya decretada, ejecutará el Señor, Dios de los ejércitos (Isaías 10:21–23).
En otras palabras: “El juicio de Dios viene sobre Israel con toda seguridad. Dios ya ha
dado la orden. Está a punto de llegar. Ya es inevitable”. Así había sido el mensaje de
Isaías. Sin embargo, él anunció también que, en medio de la destrucción, Dios
preservaría a un pequeño grupo de los hijos de Israel que volverían al Señor, y él los
traería de vuelta a la Tierra Prometida como si de un segundo éxodo se tratara:
Entonces acontecerá en aquel día que el Señor ha de recobrar de nuevo con
su mano, por segunda vez, al remanente de su pueblo que haya quedado… Y
habrá una calzada desde Asiria para el remanente que quede de su pueblo, así
como la hubo para Israel el día que subieron de la tierra de Egipto (Isaías 11:11,
16).

272
Sí. El Señor iba a salvarlos y hacerlos volver a su tierra contra toda expectativa
humana. En aquel día, se vería con claridad que el remanente debía su liberación
enteramente a la acción misericordiosa de Dios, no al mérito humano:
Si el Señor de los ejércitos no nos hubiera dejado algunos sobrevivientes [un
remanente], seríamos como Sodoma, y semejantes a Gomorra (Isaías 1:9).
Y lo más grande de todo es que Dios no solamente salvará al remanente y la
devolverá a la Tierra Prometida, sino que allí lo hará prosperar:
Y el remanente de la casa de Judá que se salve echará de nuevo raíces por
debajo y dará fruto por arriba. Porque de Jerusalén saldrá un remanente, y del
monte Sión sobrevivientes. El celo del Señor de los ejércitos hará esto (Isaías
37:31–32).
Además, no solo gozarán de una prosperidad material, sino también de una
renovación espiritual. El remanente habrá aprendido la lección del cautiverio. Ya no se
apartarán más de los caminos de Dios, sino que encontrarán su seguridad en él.
Sucederá en aquel día que el remanente de Israel y los de la casa de Jacob
que hayan escapado no volverán a apoyarse más en el que los hirió, sino que en
verdad se apoyarán en el Señor, el Santo de Israel (Isaías 10:20).
Como consecuencia, Dios mismo se ocupará de ellos hasta el fin de sus días y ellos
prosperarán aun en la vejez:
Escuchadme, casa de Jacob, y todo el remanente de la casa de Israel… Aun
hasta vuestra vejez, yo seré el mismo, y hasta vuestros años avanzados, yo os
sostendré. Yo lo he hecho, y yo os cargaré; yo os sostendré, y yo os libraré (Isaías
46:3–4).
Hasta aquí, las promesas de Dios a través de Isaías. Ahora volvamos a Esdras. Él ve
dos cosas. Por un lado, que Dios ha cumplido fielmente lo que Isaías profetizó acerca
del remanente: el hecho de que la nación siga existiendo, aunque drásticamente
reducida, demuestra la fidelidad de Dios a su palabra y su misericordia hacia su pueblo.
Pero, por otro lado, ve que no se está cumpliendo la profecía de Isaías en cuanto a la
fidelidad del pueblo. Lejos de haber aprendido la lección del cautiverio, los hijos de
Israel se están comportando de una manera que provocará un nuevo castigo divino.
Lejos de apoyarse solo en Dios, están haciendo componendas con los incrédulos y con
sus dioses. Lejos de mantenerse puros y sin mancha del mundo (Santiago 1:27), están
volviendo a sus antiguas infidelidades y al adulterio espiritual.
Sin embargo, la infidelidad del pueblo será el tema de la segunda parte de la
oración. De momento su tema es la fidelidad de Dios. Volvamos a centrarnos en él.
Dios no solamente ha permitido la supervivencia de un remanente; también les ha
provisto un refugio, y nada menos que “en el lugar santo”. Podría haber decidido que,

273
puesto que habían profanado el lugar santo y habían despreciado la ciudad de Dios,
vivieran en lo sucesivo dispersos en la diáspora. Podría haberles impedido
definitivamente volver a la Tierra Prometida y decretado que nunca más subieran a su
monte santo. Pero no. Lejos de eso, ha hecho lo increíble: ha puesto en el corazón de
un rey pagano darles permiso para regresar a Jerusalén y reconstruir el templo, para
que puedan volver a existir como pueblo santo y vivir en comunión con Dios. Allí
encuentran su refugio, porque no hay lugar más seguro que la presencia de Dios.
Estamos hablando de un “refugio”. Sin embargo, el texto dice literalmente “puntal”
o “estaca”. ¿Pero qué tipo de estaca es este? Puesto que Esdras parece tener en mente
en estos momentos ciertos textos de la profecía de Isaías, es posible que se acuerde de
cómo el profeta había utilizado esta misma palabra. Por ejemplo, hablando de la futura
prosperidad de Jerusalén, el Señor manda decir al profeta:
Ensancha el lugar de tu tienda, extiende las cortinas de tus moradas, no
escatimes; alarga tus cuerdas, y refuerza tus estacas (Isaías 54:2).
Aquí, esta palabra se emplea para referirse a las estacas que se clavan en el suelo
para sujetar una tienda. Eso podría ser el significado. Sin la estaca, la tienda se cae.
Igualmente, sin la estaca que Dios ha colocado en Jerusalén para sujetar a su pueblo,
este también se tambaleará.
Pero hay otro uso de esta palabra en el libro de Isaías que resulta aún más rico en
significado: el que se refiere a una estaca en la pared donde se colgaban utensilios:
Lo clavaré como clavija [estaca] en lugar seguro, y será un trono de gloria
para la casa de su padre. Y colgarán de él toda la gloria de la casa de su padre,
descendencia y prole, todas las vasijas menores, desde los tazones hasta los
cántaros (Isaías 22:23–24).
Aquí Dios, por medio del profeta, está hablando de un tal Eliaquim, mayordomo en
tiempos del rey Ezequías (2 Reyes 18:18). Él será engrandecido (Isaías 22:20–23) y
llegará a ser la esperanza del pueblo, un “padre para los habitantes de Jerusalén”. Dios
permitirá su engrandecimiento, pero también su caída estrepitosa, porque no obra
humildemente delante del Señor, sino con autosuficiencia, confiando en su propia
inteligencia:
En aquel día, declara el Señor de los ejércitos, la clavija clavada en un lugar
firme se aflojará, se quebrará y caerá, y la carga colgada en ella será destruida,
porque el Señor ha hablado (Isaías 22:25)
Este texto tiene relevancia por dos razones. En primer lugar, establece que la
metáfora de la estaca puede referirse a una especie de percha clavada en la pared para
que se puedan colocar en ella diferentes utensilios. La estaca es en sí un lugar seguro. Y
este puede muy bien ser el significado de las palabras de Esdras: Dios ha hecho que
Jerusalén sea una especie de estaca sobre la cual colgar a su pueblo para su protección,
un lugar seguro aun para las “vasijas menores”.
274
En segundo lugar, este pasaje está lleno de resonancias mesiánicas, no porque
Eliaquim sea un digno precursor de Cristo, sino porque, incluso en el caso de los
gobernantes orgullosos y prepotentes, las características de su oficio siguen siendo
parecidas a las del Mesías. Jesucristo, como Eliaquim, sin lugar a dudas ha sido
revestido de una túnica y un cinturón de dignidad real, tiene autoridad en la mano y es
un padre para su pueblo (Isaías 22:21). Más aún, el versículo siguiente emplea imágenes
que no aparecen en ningún otro lugar más excepto aplicado a Jesucristo:
Pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; cuando él abra, nadie
cerrará, cuando él cierre, nadie abrirá (Isaías 22:22).
El Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie
cierra, y cierra y nadie abre, dice esto… (Apocalipsis 3:7).
Por tanto, Eliaquim, que durante un tiempo pareció ser una “estaca” firme y una
fuente de seguridad para el pueblo de Dios, pero que luego resultó ser una estaca frágil
y poco fiable, es una prefiguración, mediocre y trágica, de la única estaca que
realmente da seguridad y firmeza, nuestro Señor Jesucristo. Y, si aún abrigamos dudas
al respecto, escuchemos las palabras del profeta Zacarías:
El Señor de los ejércitos ha visitado su rebaño, la casa de Judá, y hará de ellos
como su caballo de honor en la batalla. De él saldrá la piedra angular, de él la
clavija [estaca] (Zacarías 10:3–4).
Zacarías afirma que de la casa de Judá saldrá el gran hijo de David, que será la
auténtica “piedra angular” del templo de Dios. Recordemos que, en el momento de la
profecía, el templo estaba en vías de reconstrucción bajo la supervisión de Zorobabel y
Jesúa, y la piedra angular literal ya estaba colocada (3:10). Pero hemos visto cómo el
profeta (en 6:12–13) ha anunciado que, cuando venga el Mesías, él mismo construirá el
verdadero templo de Dios. La obra de Zorobabel y Jesúa anticipa y apunta hacia la obra
de Jesucristo. Y, por supuesto, los apóstoles entendieron que Cristo, además de ser el
supremo constructor del templo, era también su piedra angular (Efesios 2:20; 1 Pedro
2:4–7). Pero ahora aprendemos que la piedra angular es también “la estaca”. El puntal
que Dios ha puesto para seguridad de su pueblo en Jerusalén recibe su cumplimiento
en Jesucristo. Él es la clavija de seguridad, la preciosa piedra angular, y el que crea en él
no será avergonzado (1 Pedro 2:6). Fuera de Cristo, no hay seguridad para nadie;
cimentados en él, colgados de él, hay plena seguridad para su pueblo.
Pero debemos volver a las palabras de Esdras. El refugio que Dios ha provisto para
su pueblo, como manifestación de su misericordia, es “el puntal en el lugar santo”. Los
judíos que habían vuelto a Jerusalén se habían colgado en la percha de Dios. Antes eran
utensilios dispersados, pero ahora han encontrado su lugar ordenado y seguro en torno
a la presencia de Dios en el templo.
… para que nuestro Dios ilumine nuestros ojos y nos conceda un poco de vida en
nuestra servidumbre (9:8)
275
Como consecuencia de la preservación del remanente y de la provisión del refugio,
el pueblo de Dios vuelve a tener esperanza en medio de mucha oscuridad y alivio en
medio de mucha opresión. Esdras pasa ahora de los hechos históricos a las
consecuencias psicológicas.
El pueblo ha andado durante mucho tiempo en las tinieblas del cautiverio, pero
ahora la luz ha resplandecido sobre ellos (Isaías 9:2). Dios ha iluminado sus ojos. Tienen
un nuevo brillo y una nueva chispa. Vuelven a experimentar esperanza. Es así siempre
cuando Dios actúa y demuestra su misericordia:
Considera y respóndeme, oh Señor, Dios mío; ilumina mis ojos… no sea que
mi enemigo diga: Lo he vencido; y mis adversarios se regocijen cuando yo sea
sacudido. Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se regocijará en tu
salvación (Salmo 13:3–5).
Pero, además de conceder nueva esperanza al pueblo, la bondad de Dios les ha
dado “vida” en medio de su servidumbre. Estar bajo la opresión de un imperio
extranjero es existir, no vivir. Para disfrutar de la vida, hay que ser libre. Servir al Señor
no significa humillación alguna, porque él es quien da libertad y vida abundante a sus
siervos (Juan 8:34–36).
Nosotros, juntamente con Esdras, podemos dar fe de esto: el hecho de que Dios nos
haya llamado a formar parte de su “remanente” y nos haya dado refugio en Cristo debe
provocar en nosotros grandes cambios psicológicos. Nos proporciona esperanza firme
de cara al futuro y vida abundante en el presente.
Porque siervos somos… (9:9)
Esdras reconoce este triste hecho, la servidumbre de Israel. ¿Pero “esclavos somos”
de quién? Posiblemente, la referencia es a los persas. Aunque los judíos han podido
volver a su tierra y aunque el rey les ha concedido permiso para vivir como pueblo bajo
su propia legislación distintiva y adorar a su Dios en su templo, siguen bajo
servidumbre, dominados por un imperio extranjero, vigilados y controlados por
gentiles. Jerusalén está sometido a un gobernador que, aunque sea judío, ha sido
nombrado por los persas y tiene que rendir cuentas a un sátrapa persa.
Sin embargo, es posible que tengamos que reconocer aquí otro matiz: somos
siervos de Dios. El esclavo no tiene derechos propios. Dios, por medio del cautiverio, ha
demostrado que, cuando los judíos dejan de ser siervos suyos, acaban siendo esclavos
de otros hombres. Los “siervos” de Dios reciben mucho bien de sus manos. La
servidumbre humana, en cambio, suele ser cruel. “¡Siervos somos!” El ser humano
siempre está sujeto a algún señorío. Si Dios no es nuestro amo, entonces seremos
esclavos del mundo, del diablo, o de nuestra propia carnalidad. Si, en vez de reconocer
que no tenemos derechos personales y en lugar de depender de la benevolencia de
nuestro amo celestial, actuamos como si no fuéramos esclavos y no tuviéramos que dar
cuentas a nadie, entonces estamos rebelándonos contra nuestro dueño legítimo, cuyo
servicio proporciona auténtica libertad, y acabaremos en toda la miseria del cautiverio.

276
… mas en nuestra servidumbre, nuestro Dios no nos ha abandonado, sino que ha
extendido su misericordia sobre nosotros ante los ojos de los reyes de Persia… (9:9)
Habían sido muchos los momentos en los que Dios mostraba misericordia a través
de iniciativas de los reyes de Persia.
• En el año 539, Ciro había decretado que los judíos podían volver a sus tierras y
reconstruir el templo.
• Su hijo Cambises (530–522 a. C.), aunque la Biblia no lo menciona, también
favoreció a los judíos, tal como nos informan los papiros de Elefantina.
• En el año 520, Darío había vuelto a confirmar este permiso y a proveer fondos y
materiales para la construcción.
• Hacia el año 480, Asuero había hecho provisión para los judíos para que pudieran
defenderse contra los enemigos que buscaban su exterminio.
• Y, en el año 458, Artajerjes había concedido permiso a Esdras para que él volviera a
Jerusalén para implantar la ley de Dios.
Todo esto era clara evidencia de la misericordia de Dios, de que él no había
abandonado a su pueblo.
… dándonos ánimo para levantar la casa de nuestro Dios y para restaurar sus
ruinas, y dándonos una muralla en Judá y en Jerusalem (9:9)
Probablemente, debamos entender en sentido metafórico la referencia a la
“muralla en Jerusalén”, porque se emplea aquí una palabra distinta de la habitual, una
palabra que podríamos traducir como “cercado” o “vallado” (ver Salmo 80:12; Isaías
5:5). Quiere decir que los exiliados han encontrado en Jerusalén un lugar seguro bajo la
protección soberana de Dios.
Pero, por otro lado, debemos recordar que el texto de Esdras ya ha establecido que,
a principios del reinado de Artajerjes, los habitantes de Jerusalén habían tomado la
iniciativa de reconstruir los muros de la ciudad y estaban justo a punto de completar la
obra cuando el rey mandó que la abandonaran a causa de la carta de Rehum y Simsai.
Fue la destrucción de esta muralla la que provocó la tristeza de Nehemías y llevó al rey
a darle permiso para reemprender la construcción (Nehemías 1:3; 2:3). Cabe la
posibilidad, pues, de que la oración de Esdras fuera pronunciada después del inicio de la
primera reconstrucción de las murallas y antes de la intervención de Rehum y Simsai. En
ese caso, la referencia de este versículo podría ser a una muralla literal y física.
En todo caso, Esdras comprende que los judíos han despreciado la misericordia de
Dios, quien les ha concedido un lugar de culto y un lugar de protección. Dios ha sido
increíblemente generoso y fiel, mientras que el pueblo ha respondido con
desobediencia e infidelidad.

277
La oración de Esdras (2)
Esdras 9:10–15

La vergüenza de Esdras (9:10a)


Y ahora, Dios nuestro, ¿qué diremos después de esto? (9:10)
Esdras acaba de exponer las grandes verdades espirituales del pasado reciente de
Israel: la inmensa misericordia de Dios contrastada con las continuas infidelidades del
pueblo. Y ahora se para en su exposición. Desearía continuar pidiendo a Dios que, a
pesar de los nuevos brotes de infidelidad denunciados por los príncipes, siguiera
manifestando su misericordia al pueblo. Pero no puede. Se siente tan avergonzado a
causa del pecado y la ingratitud de su pueblo que no sabe qué decir. Las otras grandes
oraciones de la Biblia, como la de Moisés (Éxodo 32:31–32), por ejemplo, o de Daniel
(Daniel 9:4–19), o de Nehemías (Nehemías 1:5–11; 9:6–38), empiezan con la exposición
de los hechos para seguir luego con la intercesión. Pero Esdras no encuentra las
palabras para pedir nada. No sabe qué pedir. Se siente sofocado, como si fuera un
escolar pillado in fraganti en alguna delincuencia, sin excusas posibles. No hay nada que
pueda decir como exoneración de sus compatriotas. Según los términos del pacto, no
hay base alguna para exigir a Dios su continuada misericordia. No hay argumentos que
convenzan. Solamente agacha la cabeza, avergonzado delante del Señor con el alma
angustiada. Como veremos, esto bastaba.

Las claras instrucciones de Dios (9:10b–12)


Porque hemos abandonado tus mandamientos, que por medio de tus siervos los
profetas ordenaste, diciendo… (9:10–11)
El temor y la confusión de Esdras no carecen de fundamento. El escriba no se está
inventando fantasmas que no existen. La probabilidad del castigo de Dios es muy real.
Hace bien en temer las consecuencias de la infidelidad de los judíos, porque Dios mismo
había establecido en su Palabra cuáles serían. Y es a la Palabra de Dios a la que ahora se
remite, aquella Palabra que dictamina las normas, acusa a los infractores y advierte
acerca del juicio y del castigo de Dios que caerán sobre todos los culpables.
A través de Moisés, Dios había comenzado a advertir a su pueblo en contra de la
apostasía. Pero el hecho de que Esdras hable de “tus siervos los profetas” nos recuerda
que, a partir de Moisés, otros muchos profetas habían intervenido para confirmar,
enseñar y explicar los mandamientos de Dios y para anunciar cuáles serían las

278
consecuencias de su abandono. Ante la desobediencia de su pueblo, Dios, en vez de
actuar inmediatamente en juicio, había mostrado paciencia, enviando a muchos
predicadores. De hecho, ya hemos visto que es posible que uno de estos, Malaquías,
estuviera predicando en Jerusalén en esa misma época. Él, como los demás profetas,
basaba su predicación en las normas morales establecidas por Moisés:
Acordaos de la ley de mi siervo Moisés, de los estatutos y las ordenanzas que
yo le ordené en Horeb para todo Israel (Malaquías 4:4).
Asimismo, indicaba que la infidelidad provocaría ineludiblemente el juicio y el
castigo de Dios:
Porque he aquí, viene el día, ardiente como un horno, y todos los soberbios y
todos los que hacen el mal serán como paja; y el día que va a venir les prenderá
fuego, dice el Señor de los ejércitos, que no les dejará ni raíz ni rama (Malaquías
4:1).
Y, como ya hemos visto, uno de sus mayores énfasis, igual que el de Esdras, recaía
sobre la infidelidad de Israel al pacto al contraer matrimonio con mujeres paganas:
¿Por qué nos portamos deslealmente unos contra otros, profanando el pacto
de nuestros padres? Deslealmente ha obrado Judá, y una abominación se ha
cometido en Israel y en Jerusalén; pues Judá ha profanado el Santuario del Señor,
que él ama, y se ha casado con la hija de un dios extraño. Que el Señor extermine
de las tiendas de Jacob al hombre que hace esto (Malaquías 2:10–12).
Igualmente, como también ya hemos visto, Malaquías había denunciado a los
sacerdotes, por cuanto ellos, lejos de ser buenos maestros con comportamiento
ejemplar para los demás, eran los primeros en cometer estas aberraciones:
Y ahora, para vosotros, sacerdotes, es este mandamiento. Si no escucháis, y si
no decidís de corazón dar honor a mi nombre… enviaré sobre vosotros maldición,
y maldeciré vuestras bendiciones… Por eso yo también os he hecho despreciables
y viles ante todo el pueblo, así como vosotros no habéis guardado mis caminos
(Malaquías 2:1–9).
Por tanto, no había habido ninguna falta de información. El pueblo infiel no podía
aducir que eran ignorantes de lo que Dios había dicho.
La tierra a la cual entráis para poseerla es una tierra inmunda con la inmundicia
de los pueblos de estas tierras, con sus abominaciones que la han llenado de un
extremo a otro, y con su impureza (9:11)
¿Y qué es lo que Dios había dicho a través de los profetas? Esencialmente tres cosas:
1. Los habitantes de la Tierra Prometida eran inmundos, impuros y abominables
(9:11).

279
2. Por tanto, los hijos de Israel no debían tener componendas con ellos, sino
mantenerse lejos (9:12a).
3. Solo así vivirían en prosperidad y dejarían a sus hijos una buena heredad (9:12b).
Las “abominaciones” de los cananeos que Dios tenía en mente se relacionaban, sin
duda, con la adoración de dioses falsos y con formas de culto totalmente aberrantes
con respecto a la voluntad del Dios verdadero.
Ahora pues, no deis vuestras hijas a sus hijos ni toméis sus hijas para vuestros
hijos, y nunca procuréis su paz ni su prosperidad… (9:12)
Para impedir la infiltración en Israel de prácticas idolátricas y promiscuas, Dios
prohibió el matrimonio mixto. Debemos recordar que no se trataba de una norma
absoluta en cuanto al matrimonio con gentiles. Ya hemos visto que los judíos podían
unirse a los habitantes de la tierra, pero solo si estos renunciaban a sus ídolos y sus
prácticas abominables y abrazaban sinceramente la fe de Israel (6:21).
Pero debemos recordar también que esta no era una norma nueva. Dios la había
dado repetidas veces. Esdras no cita literalmente ningún texto del Antiguo Testamento,
sino que hace un resumen de varios. Vale la pena leerlos, porque solo así adquirimos
una acertada idea de la seriedad de estos mandamientos:
En tus manos entregaré a los habitantes de esa tierra, y tú los echarás de
delante de ti. No harás pacto con ellos ni con sus dioses. Ellos no habitarán en tu
tierra, no sea que te hagan pecar contra mí; porque si sirves a sus dioses,
ciertamente esto será tropezadero para ti (palabras de Dios pronunciadas antes
de que Israel entrara en la Tierra Prometida; Éxodo 23:31–33).
Observa lo que yo te mando hoy… Cuídate de no hacer pacto con los
habitantes de la tierra adonde vas, no sea que esto se convierta en tropezadero
en medio de ti… no sea que hagas pacto con los habitantes de aquella tierra… y
tomes de sus hijas para tus hijos, y ellas se prostituyan con sus dioses, y hagan
que también tus hijos se prostituyan con los dioses de ellas (Éxodo 34:11–16).
Cuando el Señor tu Dios te haya introducido en la tierra donde vas a entrar
para poseerla y haya echado de delante de ti a muchas naciones: los heteos, los
gergeseos, los amorreos, los cananeos, los ferezeos, los heveos y los jebuseos,
siete naciones más grandes y más poderosas que tú, y cuando el Señor tu Dios los
haya entregado delante de ti, y los hayas derrotado, los destruirás por completo.
No harás alianza con ellas ni te apiadarás de ellos. Y no contraerás matrimonio
con ellos; no darás tus hijas a sus hijos, ni tomarás sus hijas para tus hijos. Porque
ellos apartarán a tus hijos de seguirme para servir a otros dioses; entonces la ira
del Señor se encenderá contra ti, y él pronto te destruirá… Porque tú eres pueblo
santo para el Señor tu Dios; el Señor tu Dios te ha escogido para ser pueblo suyo
de entre todos los pueblos que están sobre las faz de la tierra (palabras de
Moisés en su discurso de despedida, registradas en Deuteronomio 7:1–6).

280
Tened sumo cuidado, por vuestra vida, de amar al Señor vuestro Dios. Porque
si os volvéis, y os unís al resto de estos pueblos que permanecen entre vosotros, y
contraéis matrimonio con ellos, y os juntáis con ellos, y ellos con vosotros,
ciertamente sabed que el Señor vuestro Dios no continuará expulsando a estas
naciones de delante de vosotros, sino que serán como lazo y trampa para
vosotros, como azote en vuestros costados y como espinas en vuestros ojos,
hasta que perezcáis de sobre esta buena tierra que el Señor vuestro Dios os ha
dado (palabras de Josué antes de morir, registradas en Josué 23:11–13).
Estos textos exigen una rigurosa separación entre Israel y los demás pueblos: los
hijos de Israel no deben participar en la vida religiosa y moral de ellos; no deben
“procurar su paz ni su prosperidad” (Deuteronomio 23:6); no deben tolerar los
matrimonios mixtos. Estos mandamientos no son arbitrarios, sino que crean la única
posibilidad de que Israel mantenga su identidad como nación santa, posesión especial
de Dios.
… para que seáis fuertes y comáis lo mejor de la tierra y la dejéis por heredad a
vuestros hijos para siempre (9:12)
En tercer lugar, Dios había prometido que la fidelidad de su pueblo sería
recompensada por una notable prosperidad a lo largo de la vida y la posibilidad de dejar
a los hijos una abundante heredad al morir.
A los pecadores los persigue el mal, pero los justos serán recompensados con
el bien. El hombre bueno deja herencia a los hijos de sus hijos, pero la riqueza del
pecador está reservada para el justo (Proverbios 13:21–22).
Ellos quizás piensen que el camino del bienestar y la prosperidad pasa por hacer
componendas y alianzas con los samaritanos, pero, al contrario, estas cosas conducen al
alejamiento de Dios y al debilitamiento moral y espiritual de la nación.

Los pecados del presente (9:13–14)


Y después de todo lo que nos ha sobrevenido a causa de nuestras malas obras y
nuestra gran culpa… (9:13)
Al llegar a la culminación de su oración, Esdras hace un breve resumen de los dos
temas que ha expuesto en la primera parte: la culpabilidad de Israel en el pasado (9:7) y
la misericordia de Dios (9:8–9).
Primero, la culpa. Desde que llegó a la Tierra Prometida, Israel no había cesado de
hacer “malas obras”. Hubo algunos momentos excepcionales, cuando, bajo la influencia
de reyes buenos o profetas fieles, el pueblo se arrepintió de sus malos caminos y volvió
a la fidelidad de Dios. Pero, tanto en tiempo de los jueces como en época de los reyes, a
lo largo de muchos siglos, la propensión del pueblo se orientaba siempre hacia el
pecado y la desobediencia.

281
… puesto que tú, nuestro Dios, nos has pagado menos de lo que nuestras
iniquidades merecen, y nos has dado un remanente que ha escapado como este…
(9:13)
En segundo lugar, la misericordia de Dios. Esta se manifiesta en el hecho de que
Dios, que tenía el poder para exterminar a su pueblo rebelde, la ira para motivarle a ello
y la razón moral de su parte, de hecho había correspondido a las infidelidades de Israel
con un castigo (el cautiverio) mucho menor de lo que se merecían, preservando a un
remanente de en medio de la catástrofe general. La liberación de ese remanente había
sido un hecho inesperado y asombroso y tendría que haber hecho que los israelitas se
consagraran a Dios como nunca antes.
El argumento de Esdras en este punto es absolutamente claro y lógico y no requiere
mucho comentario. Se entiende perfectamente. Pero no perdamos de vista la agonía
que hay en el escriba al declararlo.
… ¿hemos de quebrantar de nuevo tus mandamientos emparentándonos con los
pueblos que cometen estas abominaciones? (9:14)
Esdras concluye estas parte de su argumento con una pregunta retórica que expresa
toda su desesperación y angustia. Al plantearla en tiempo futuro (¿hemos de
quebrantar de nuevo?) en vez de una afirmación en tiempo pasado (ya hemos
quebrantado), Esdras añade una nota de asombro e incredulidad a lo que está diciendo.
La pregunta exige la respuesta: Por supuesto que no. Pero la triste realidad es:
Asombrosamente, sí.
¿No te enojarías con nosotros hasta destruirnos, sin que quedara remanente ni
quien escapara? (9:14)
La conclusión lógica a la que llega Esdras es devastadora. Él piensa, hasta donde
alcanza, con la mentalidad de Dios, conforme a la revelación de las Escrituras. Mediante
esta revelación, él ha llegado a conocer bien a Dios: sabe que su justicia exige que lo
que el hombre siembre, esto también lo haya de segar (Gálatas 6:7); sabe que su
misericordia, aunque grande, tiene sus límites, como lo demuestra el exilio babilónico;
sabe que su ira es temible más que cualquier cosa en la vida. Y conoce también, o acaba
de descubrirla, la infidelidad del pueblo. Con esta información filtrada por esta lógica,
no puede ver ninguna solución positiva. Dios debe fulminar ahora a su pueblo. Su
paciencia se habrá agotado. El pueblo ya no tiene derecho a esperar nada menos que su
total ruina a manos de un Dios iracundo.

Aquí estamos en nuestra culpa (9:15)


Oh Señor, Dios de Israel, tú eres justo, porque hemos quedado un remanente que
ha escapado, como en este día… (9:15)
La tremenda confusión espiritual de Esdras y su angustia mental se notan en dos
aparentes contradicciones dentro de sus palabras finales. Por un lado, él mismo acaba
de establecer que solo por la misericordia de Dios se ha salvado un remanente (9:8), y
282
que la estricta justicia habría exigido un castigo mucho más severo (9:13). Ahora parece
decir que la salvación del remanente se debe a la justicia de Dios. Quizás lo que quiera
decir es que la supervivencia del remanente demuestra que Dios es más que justo:
también es misericordioso. O quizás el “porque” tenga el valor de “aunque”. Es decir, la
existencia del remanente podría sugerir a los frívolos que Dios no es muy severo en la
aplicación de su justicia, sino que está dispuesto a “hacer la vista gorda”. Pero Esdras
insiste en que, a pesar de la misericordia mostrada en la supervivencia del remanente,
Dios sigue siendo justo.
… he aquí estamos delante de ti en nuestra culpa, porque nadie puede estar
delante de ti a causa de esto (9:15)
Por otro lado, sus palabras finales parecen entrar en conflicto: “aquí estamos
delante de ti en nuestra culpa” y “nadie puede estar delante de ti con este grado de
culpa”.
No hay excusas que valgan. Esdras reconoce que Dios tendría toda la razón y toda la
justicia si hiciera caer sobre Israel un castigo fulminante, si se lavara las manos con
respecto a este pueblo rebelde. ¿Acaso no había amenazado con hacerlo en tiempos de
Moisés con una generación anterior que no tenía tantos privilegios ni conocimiento de
Dios como la generación actual?
El Señor dijo a Moisés: He visto a este pueblo, y he aquí, es pueblo de dura
cerviz. Ahora pues, déjame, para que se encienda mi ira contra ellos y los
consuma (Éxodo 32:9–10).
En aquella ocasión, si no hubiera sido por la intercesión de Moisés, sin duda el
pueblo habría sido destruido. Pero Moisés había empleado toda su destreza en la
oración para aducir argumentos disuasivos, argumentos acerca del testimonio ante las
naciones y acerca de las promesas hechas por Dios a los patriarcas, a fin de lograr que
Dios desistiera de hacerles daño (Éxodo 32:11–14). Y ahora, como un segundo Moisés,
Esdras está delante del Señor para interceder por el pueblo, pero con esta diferencia:
ahora, no encuentra argumentos que valgan ni palabras que convenzan. Ni siquiera se
atreve a aducir, como Moisés, que, en caso de someterles a juicio, el nombre de Dios
sufriría. Solo puede presentarse indefenso ante Dios y echarse sobre su misericordia.
No intenta excusar al pueblo. Ni siquiera hace ninguna petición.
¡He aquí estamos delante de ti en nuestra culpa! Delante de aquel que había dicho
tiempo atrás: Mis ojos están puestos sobre todos los caminos [de mi pueblo], que no se
me ocultan, ni su iniquidad está encubierta de mí… Pagaré al doble su iniquidad y su
pecado, porque ellos han contaminado mi tierra con… sus ídolos abominables y han
llenado mi heredad con sus abominaciones (Jeremías 16:17–18). Delante de aquel de
quien se dice: No hay cosa creada oculta a su vista, sino que todas las cosas están al
descubierto y desnudas ante los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta (Hebreos
4:13).
Hay ocasiones cuando solo podemos hacer como Esdras: agachar nuestra cabeza,
postrarnos delante de Dios avergonzados, exponerle lo que ha pasado, confesar lo que
283
hemos hecho y, por lo demás, guardar silencio delante de él. Nuestra confusión y
nuestra vergüenza son demasiado grandes como para admitir palabras de excusa,
autojustificación o defensa. Entonces nuestro silencio se vuelve elocuente y nuestros
sentimientos íntimos se convierten en intercesión.

La respuesta del pueblo a la oración de Esdras


Esdras 10:1–6

El lloro del pueblo (10:1)


Mientras Esdras oraba y hacía confesión, llorando y postrándose delante de la
casa de Dios… (10:1)
En el capítulo 10, Esdras deja de hablar en primera persona. Es probable, pues, que
la redacción no se deba a Esdras mismo, sino al cronista que editó el texto del libro.
Esdras está desolado. Su enorme decepción y su horror ante la manera tan liviana
como el pueblo ha desobedecido a Dios le conducen a un derrumbamiento emocional
que encuentra su expresión en las cuatro acciones de 10:1, que se corresponden con lo
que acabamos de ver en el capítulo 9:

1. Oración
Esdras acaba de derramar su corazón delante del Señor explicándole la situación
que está viviendo. No guarda para sí sus pensamientos y sentimientos, sino que los
expone al Señor. De esta manera reacciona el creyente fiel. Para él, el Señor no es
alguien remoto, sino el amigo más cercano, al que se puede acudir en cualquier
momento y circunstancia. Así pues, Esdras busca al Señor en oración.

2. Confesión
Aunque no ha participado personalmente en la infidelidad de Israel, asume que él
pertenece al pueblo rebelde y hace confesión en representación de los suyos.

3. Lloro
La primera respuesta suya ante la noticia del pecado del pueblo ha sido el asombro
incrédulo. Le cuesta digerirla. No siente emoción. Está como paralizado (9:3). Incluso al
principio de su oración, a la hora de la ofrenda de la tarde, parece haber estado
emocionalmente entero (9:5). Pero, al ir exponiendo y exteriorizando las causas de su

284
oración, la vergüenza y la confusión (9:6) se convierten en emociones que sacuden su
cuerpo y provocan un profundo lloro.

4. Postración
Al principio de su oración, se había puesto de rodillas con las manos levantadas. Al
final de ella, al reconocer que nadie puede estar de pie delante de Dios con tanto
pecado y tanta culpa encima, hace que su postura física se corresponda con sus
sentimientos y se postra del todo, probablemente con el rostro en tierra, en señal de su
completa indignidad, inmundicia y vergüenza ante la santidad del Señor.
Esto no es mero teatro. Aunque Esdras ora en voz alta, no está montando un
espectáculo para la galería. A pesar de la gente que hay a su alrededor escuchándolo, es
como si estuviera a solas con Dios.
… una gran asamblea de Israel, hombres, mujeres y niños se juntó a él; y el pueblo
lloraba amargamente (Esdras 10:1)
Pero, con todo, la emoción es contagiosa. Basta con ver llorar a alguien y también
nos sentimos emocionados. Sin duda, un Nehemías habría respondido a la noticia más
bien con ira e indignación, y así habría despertado indignación también en el pueblo. En
cambio, el desconsuelo de Esdras provoca en ellos una reacción de desconsuelo. Pero
los dos comportamientos son igualmente eficaces. Dios se sirvió de ambos hombres.
¡Puede utilizar hasta nuestros hundimientos emocionales para bien de su obra!
Sin duda, Esdras se encontraba en estos momentos en el gran atrio “delante de la
casa de Dios” al que tenían acceso todos los israelitas, hombres, mujeres y niños.
Mientras oraba, se había ido formando a su alrededor una gran multitud de personas
de todas las edades que se identificaban con sus palabras, con sus emociones, y con el
miedo y la vergüenza que las acompañan. Si él no hubiera roto en llanto, los demás, sin
duda, no habrían comprendido la gravedad del pecado y no se habrían emocionado;
pero ahora lloraban juntamente con él. Él había orado en representación de todos;
ellos, pues, se identificaron no solo con sus palabras, sino también con sus
sentimientos.
El lloro de todos es “amargo”. Las lágrimas de convicción de pecado y de
arrepentimiento siempre lo son. Sentirte culpable trae una sensación agobiante de
suciedad y repugnancia. Pero ni siquiera las lágrimas amargas bastan para un verdadero
arrepentimiento. Tiene que haber, además, el reconocimiento y la confesión de pecado
(10:2), la esperanza en la misericordia de Dios (10:2) y un sincero compromiso de hacer
la necesaria reparación (10:3).

El discurso de Secanías (10:2–4)


Y Secanías, hijo de Jehiel, uno de los hijos de Elam, respondió, y dijo a Esdras…
(10:2)

285
En el libro de Esdras aparecen varios hombres llamados Secanías. Ya hemos visto a
dos de ellos en el capítulo 8 (8:3, 5; cf. Nehemías 3:29). “Secanías, hijo de Jehiel, uno de
los hijos de Elam” aparece solamente aquí, pero tiene un papel importantísimo que
cumplir y entra en el escenario como hombre levantado por Dios para aquel momento:
actúa como portavoz de los judíos para reanimar a Esdras y hacer que las reformas
sigan adelante. Sin su intervención, ¿quién sabe cuál habría sido el desenlace de esta
historia?
Su papel es aún más emocionante cuando comprendemos que seis de sus parientes
cercanos, entre ellos su propio padre, se encontraban entre los que se habían casado
con mujeres extranjeras (ver 10:26). En este caso, podemos suponer que Jehiel se había
casado con una extranjera en segundas nupcias, porque, si no, Secanías mismo sería
hijo de un matrimonio mixto y difícilmente habría recomendado la expulsión de Israel
de “todas las mujeres [paganas] y sus hijos” (10:3). La iniciativa que él propone afectará
directamente a su propia familia, pero, no obstante, no se deja llevar por
consideraciones sentimentales. ¡O quizás, todo lo contrario! Tal vez viviera con
sentimientos de ira e indignación por lo que le había pasado a su propia madre. En todo
caso, sigue fiel a lo que sabe es la voluntad de Dios. Es un digno representante del
principio enunciado siglos después por Jesucristo: Vine a poner al hombre contra su
padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del
hombre serán los de su misma casa. El que ama al padre o a la madre más que a mí, no
es digno de mí; y el que ama al hijo o a la hija más que a mí, no es digno de mí (Mateo
10:35–37).
Hemos sido infieles a nuestro Dios, y nos hemos casado con mujeres extranjeras de
los pueblos de esta tierra… (10:2)
Lo primero que hace Secanías es reconocer y ratificar que Esdras ha tenido toda la
razón al confesar el pecado de Israel. No sabemos si, al emplear la primera persona
(hemos sido infieles; nos hemos casado con mujeres extranjeras), Secanías está
confesando que él mismo se ha casado con una extranjera, o, más probablemente, si
está haciendo igual que Esdras: identificándose con el pecado de su pueblo. En todo
caso, sus palabras son palabras de confesión.
… pero todavía hay esperanza para Israel a pesar de esto (10:2)
Secanías es un hombre de fe, es decir, un hombre que conoce y teme el carácter y el
corazón de Dios. Sabe que, ante la soberbia humana y la dureza de corazón, Dios es
inflexible en su juicio, pero que, ante la contrición de un corazón quebrantado, Dios es
misericordioso y paciente. Por tanto, se atreve a hacerse portavoz de Dios y afirmar
que, si hay arrepentimiento de verdad, un arrepentimiento no solamente de palabras y
sentimientos, sino también de acciones y de “obras dignas del arrepentimiento”,
entonces hay buena esperanza de que Dios retenga su ira y no haga caer su castigo
sobre Israel.
Hagamos ahora un pacto con nuestro Dios de despedir a todas las mujeres y a sus
hijos… (10:3)
286
Sin embargo, no puede haber esperanza de la bendición de Dios a no ser que el
pueblo de Dios esté dispuesto a renunciar al “yugo desigual” con sus vecinos paganos.
La obra digna de arrepentimiento que propone Secanías es una medida fuerte, tan
fuerte que ha despertado mucha controversia y mucha animosidad contra Esdras (ver
capítulo 40): los que han contraído matrimonios mixtos deben divorciarse, despedir a
sus esposas y renunciar a sus hijos.
¡Pero, un momento! ¿No acabamos de ver en Malaquías que Dios “detesta el
divorcio”? ¿Entonces cómo se puede pensar que “despedir a todas las mujeres y a sus
hijos” se ajusta a la voluntad de Dios? ¿No es, más bien, un contrasentido pactar con
Dios divorciarlas?
El divorcio es siempre un mal. Pero, en casos excepcionales, puede ser el menor de
dos males. El pecado siempre nos enreda y nos introduce en situaciones complicadas en
las que sencillamente no hay ninguna solución buena. Entonces hay que adoptar la
medida menos mala. Dios aborrece el divorcio, pero odia aún más el “yugo desigual” y
la mezcla de lo sagrado con lo inmundo. Dado el peligro de apostasía que representaba
para Israel la continuación de los matrimonios mixtos, el divorcio era un mal menor.
Muchos siglos antes, Sara había dicho a Abraham palabras similares a las que ahora
pronunciaba Secanías: Echa fuera a esta sierva y a su hijo [a Agar y a Ismael], porque el
hijo de esta sierva no ha de ser heredero juntamente con mi hijo Isaac (Génesis 21:10).
Podemos suponer que los judíos con hijos de raza mixta experimentaban los mismos
sentimientos dolorosos que los del patriarca: El asunto angustió a Abraham en gran
manera por tratarse de su hijo (Génesis 21:11). Pero tal vez se acordaran de las palabras
de Dios en medio de su angustia y encontraran en ellas un consuelo y una fuente de
esperanza: No te angusties por el muchacho ni por tu sierva; presta atención a todo lo
que Sara te diga, porque por Isaac será llamada tu descendencia (Génesis 21:12).
A quien honra a Dios, Dios le honra a él también. Aunque la voluntad de Dios nos
parezca dolorosa o incomprensible, la obediencia rigurosa es el camino de la bendición,
no la contemporización ni el afán de hacer componendas por razones sentimentales.
… conforme al consejo de mi señor y de los que tiemblan ante el mandamiento de
nuestro Dios… (10:3)
Hasta aquí, ni Esdras (“mi señor”) ni sus compañeros (cf. 9:4) han dado “consejo”
alguno. Por eso, debemos concluir una de dos cosas: (1) o bien Secanías ha deducido
por medio de la desesperación que ve en ellos cuáles son las medidas que saben que
hay que tomar, (2) o bien Secanías se refiere al consejo que él espera que Esdras y sus
compañeros les den en lo sucesivo en cuanto a la manera de hacer prevalecer el pacto.
… y que sea hecho conforme a la ley (10:3)
La voluntad humana no es lo más importante, ni siquiera cuando se trata de la de
un gran siervo de Dios. Lo que más debe preocuparnos es que todo se haga conforme a
la palabra de Dios, no porque somos torpes literalistas y severos legalistas, sino porque
“temblamos ante las palabras de Dios” y deseamos que prevalezca su voluntad, no la
nuestra. Por tanto, la ley divina debe ser la que marque las pautas en esa circunstancia

287
y determine las medidas a tomar y las maneras en que estas se han de llevar a cabo.
Como ya hemos visto, la ley prohibía claramente el matrimonio mixto. Sin embargo, no
dictaminaba lo que había que hacer en el caso de matrimonios mixtos ya existentes. Sin
duda, lo que Secanías quería decir era que los matrimonios mixtos debían ser anulados,
puesto que la ley los prohibía.
Levántate, porque este asunto es tu responsabilidad… (10:4)
Esdras se ha entregado a una desesperación paralizadora. Hace falta una respuesta
más positiva. Así que Secanías concluye su discurso retando al escriba: “No te dejes
hundir bajo el peso de tu dolor. Reacciona. Asume tu responsabilidad. Toma la
iniciativa, pues nadie más puede hacerlo”.
Tal y como vimos en 1:5; 3:2 y 5:2, la idea de “levantarse”, más que una acción
física, indica una nueva determinación de la voluntad. En este caso, ciertamente, Esdras
debe abandonar su postración y ponerse de pie, pero sobre todo debe dejar su estado
de inacción y asumir su responsabilidad. Él ha sido llamado por Dios y autorizado por el
rey para imponer en Judá la ley de Dios. Nadie más tiene esta autoridad. Seguir en un
estado de postración física y psicológica sería la negación de su ministerio. Debe
levantarse.
… pero estaremos contigo; anímate y hazlo (10:4)
Los demás no pueden asumir responsabilidades que solo le han sido otorgadas a
Esdras, pero sí que pueden apoyarlo y animarlo en el cumplimiento de ellas. Secanías,
por tanto, acaba su discurso con palabras que tienen que haber sido de enorme
consuelo para el escriba: “Cuenta con nosotros. No estás solo. Sal de tu hundimiento.
Anímate. ¡Manos a la obra! Toma la iniciativa y nosotros estaremos a tu lado”.

La aflicción de Esdras (10:5–6)


Esdras se levantó e hizo jurar a los principales sacerdotes, a los levitas y a todo
Israel que harían conforme a esta propuesta; y ellos juraron (10:5)
Como ya hemos dicho, las medidas que se van a tomar en contra de los
matrimonios mixtos son extremadamente serias. Esdras no quiere que el pueblo
sucumba a las propuestas de Secanías solamente bajo la emoción transitoria de aquella
situación puntual, sino que adquiera un compromiso duradero. Por eso, no permite que
su propio estado anímico lo traicione. Se reanima ante las palabras de Secanías lo
suficiente como para tomar aquella medida urgente que hacía falta en aquel momento
antes de que el entusiasmo del pueblo se enfriara. Les hace jurar un juramento
solemne a observar el pacto según la sugerencia de Secanías. Esdras mismo no ha
hecho la propuesta. Ellos están uniéndose a Secanías para animarle a él. Pero él
necesita “atar” las cosas antes de que suenen otras voces y cambien de idea. Por tanto,
les hace jurar en juramento solemne. Así no tomarán con ligereza esta decisión, sino
que se sentirán obligados a cumplirla.
Después se levantó Esdras de delante de la casa de Dios y entró a la cámara de
288
Johanán, hijo de Eliasib (10:6)
¡Pero se ve que el buen ánimo de Esdras duró poco! Apenas se hubo “levantado”
para poner en marcha la iniciativa contra los matrimonios mixtos, se “levantó” otra vez
para retirarse y encerrarse en la cámara de Johanán.
Johanán es mencionado en los papiros elefantinos, juntamente con Sanbalat,
gobernador de Samaria. Él, en realidad, era el nieto de Eliasib (Nehemías 12:10–11), y
Eliasib era el sumo sacerdote en aquel momento (Nehemías 13:28).
Aunque entró allí, no comió pan ni bebió agua, porque hacía duelo a causa de la
infidelidad de los desterrados (10:6)
Si bien no sabemos exactamente qué posición ocupaba Johanán, hijo de Eliasib, el
hecho de que tuviera aposento dentro del recinto del templo sugiere que era un
principal entre los líderes religiosos de Jerusalén y, por tanto, tenía todas las
posibilidades de ofrecer a Esdras una hospitalidad abundante.
Pero Esdras no quiso comer ni beber, ni siquiera agua. Su único afán fue buscar el
rostro de Dios en oración y ayuno.611 Estaba de duelo a causa del pecado de su pueblo.
Esto viene a confirmar lo que hemos dicho: que su desconsuelo no era una comedia,
sino algo profundamente sentido.
Si sus reacciones nos parecen exageradas, hacemos bien en preguntar quién ha
perdido la objetividad: él o nosotros. Lejos de pensar que los matrimonios mixtos “no
eran para tanto”, ¿no tendríamos que entender que Esdras es un ejemplo de cómo
tendría que afectarnos el pecado? El quebrantamiento de la ley de Dios no es
solamente una cuestión de debate y discusión, sino de lloro y angustia. Desobedecer
descaradamente su voluntad revelada no es un asunto leve. Cuanto más cerca estamos
de Dios, tanto más le amamos, pero, igualmente, tanto más aprendemos a temerle a él
y a aborrecer el pecado. Nuestras reacciones son las anormales, no las de Esdras.

La gran asamblea de Jerusalén


Esdras 10:7–15

La convocatoria (10:7–9)
E hicieron una proclama en Judá y Jerusalén a todos los desterrados para que se
reunieran en Jerusalén… (10:7)
Después de jurar la propuesta de Secanías, lo primero que los israelitas deciden es
convocar a todos los desterrados (literalmente, “hijos del cautiverio”) a una gran
concentración en Jerusalén. Los desterrados incluían a los que habían vuelto de
Babilonia ahora con Esdras, juntamente con los que habían regresado anteriormente

289
con Zorobabel y Jesúa y, sin duda, también otros que lo habían hecho en varios
momentos intermedios (cf. Zacarías 6:10). Esta gente vivía en Jerusalén y en las
ciudades de Judá (2:20–35) y de Benjamín (10:9).
Aunque fue Esdras quien ostentaba la autoridad imperial para castigar a los
desobedientes (7:26), parece que el pregón fue emitido en nombre de todos los
príncipes, posiblemente porque, entre los judíos, la palabra de los líderes del pueblo
tenía más peso que la del propio emperador.
… y a cualquiera que no viniera dentro de tres días, conforme al consejo de los
jefes y de los ancianos, le serían confiscadas todas sus posesiones y él mismo sería
excluido de la asamblea de los desterrados (10:8)
Semejantes medidas de coacción no eran habituales en Israel, pero aquellos
tampoco eran tiempos normales. Por eso mismo, Esdras había recibido poderes
especiales de parte de Artajerjes a fin de poder tomar medidas extraordinarias en aquel
momento puntual cuando se implantaba la ley de Dios como legislación vigente.
Recibimos la impresión de que le costaba ejercer esta autoridad y que, en este caso,
solamente lo hizo por el estímulo de Secanías y los demás jefes.
A la luz de los poderes que Esdras había recibido para castigar a los recalcitrantes
(todo aquel que no cumpla la ley de tu Dios… que la justicia se le aplique severamente,
sea para muerte o destierro o confiscación de bienes o encarcelamiento; 7:26), las
medidas tomadas en este momento no son excesivamente severas. Esdras está
actuando con autoridad real, en nombre del rey. La imposición de la ley de Dios no es
algo opcional, sino un factor esencial de lo que significa ser pueblo de Dios. En esta
conjunción histórica, solo había dos opciones posibles: o te sometías a la ley de Dios
como miembro integrado en la comunidad de Israel, o no te sometías, en cuyo caso
tenías que ser excluido de la comunidad, como si fueras uno más del “pueblo de la
tierra”.
Hoy, como entonces, ser miembro del pueblo de Dios conlleva sus consecuencias y
sus exigencias. No puedes pretender ser parte de la comunidad y luego hacer caso
omiso de la voluntad de Dios, expresada en su ley y sus ordenanzas. O te integras en la
comunidad, aceptando las normas que Dios establece, o “te das de baja” y vives como
quieres, pero fuera de ella. O sigues a Dios, o vas detrás de otros dioses.
La “confiscación de bienes” en Israel tenía que hacerse siguiendo lo establecido en
la ley. Nunca podía hacerse de tal manera que los jueces que dictaminaran la
confiscación quedaran enriquecidos. Solo cabían dos posibilidades. Una era que los
bienes fueran “anatema”, destruidas completamente. Dios había mandado, en el caso
de que una ciudad de Israel se volviera apóstata, que:
Irremisiblemente herirás a filo de espada a los habitantes de esa ciudad,
destruyéndola por completo con todo lo que hay en ella, y también su ganado a
filo de espada. Entonces amontonarás todo su botín en medio de su plaza, y
prenderás fuego a la ciudad con todo su botín, todo ello como ofrenda encendida
al Señor tu Dios; y será montón de ruinas para siempre. Nunca será reconstruida.

290
Y nada de lo dedicado al anatema quedará en tu mano, para que el Señor se
aparte del ardor de su ira y sea misericordioso contigo, tenga compasión de ti y
te multiplique, tal como él juró a tus padres (Deuteronomio 13:15–17).
La otra posibilidad era que los bienes fueran dedicados al uso exclusivo de Dios y de
la casa de Dios:
Guardaos ciertamente de las cosas dedicadas al anatema, no sea que las
codiciéis y, tomando de las cosas del anatema, hagáis maldito el campamento de
Israel y traigáis desgracia sobre él. Mas toda la plata y el oro, y los utensilios de
bronce y de hierro, están consagrados al Señor; entrarán en el tesoro del Señor
(Josué 6:18–19).
En todo caso, cualquier beneficio de las confiscaciones tenía que ser designado
como ofrenda a Dios, nunca para uso personal.
Así pues, aunque la medida tomada en estos momentos parece fuerte, Esdras está
aplicando, con los poderes imperiales que le han sido otorgados, lo que prescribe la ley
de Dios. En realidad, las medidas solo son justas. Hasta la fecha, el recalcitrante ha
prosperado al formar parte de una comunidad protegida y bendecida por la providencia
de Dios. Los bienes que tiene y el terreno que posee son fruto de su participación en el
pacto. Si ahora no quiere asumir las responsabilidades del pacto, que tampoco disfrute
de sus beneficios. Estos deben ser devueltos al Señor a quien ya no quiere seguir.
Se reunieron, pues, todos los hombres de Judá y Benjamín en Jerusalén dentro de
los tres días (10:9)
Se ve que la convocatoria ¡y su amenaza! surtieron efecto. Al llegar el tercer día,
todos los varones convocados estaban ya reunidos en Jerusalén. Parece que no faltaba
nadie. Su llegada tan puntual se debe a las dimensiones reducidas del territorio de Judá.
Era el mes noveno, el día veinte del mes… (10:9)
La fecha en cuestión es el día 20 del mes de Quisleu del séptimo año real de
Artajerjes I. Es decir, probablemente, el 19 de diciembre del año 458 a. C.
… y todo el pueblo se sentó en la plaza delante de la casa de Dios, temblando a
causa de este asunto y de la intensa lluvia (10:9)
Se ve que el lugar de la convocatoria fue la misma plaza donde Esdras se había
derramado en oración delante del Señor (10:1). Sin duda era el espacio abierto más
amplio de la ciudad y el único lugar idóneo para un encuentro multitudinario.
El inconveniente que tenía la plaza era que estaba abierta a la intemperie del
invierno. No había cobertura ni protección de los elementos. Además del frío de
diciembre, los hombres tenían que aguantar una fuerte lluvia. Allí estaban, pues,
sentados en la plaza (suponemos que no directamente en el suelo mojado; quizás en
maderas, pequeños taburetes u otra cosa que les proporcionara un poco de protección
del agua), mojados y temblando a causa del frío y la lluvia. Pero no se suspendió ni se
aplazó la reunión. Los asuntos de Dios no deben ser interrumpidos a causa de la
291
intemperie.
Pero a la incomodidad física se unía otra espiritual y moral. Había corrido la voz. Aun
los que no habían estado presentes para testificar la desconsolación de Esdras y para
escuchar la propuesta de Secanías se habían enterado de lo que se trataba. Les había
entrado un sano temor a la ira de Dios (10:14); la convicción del gran pecado de
infidelidad de muchos, consentido por el pueblo en general; el miedo de que estuviera
a punto de caer sobre ellos un merecido castigo divino y una consternación ante las
medidas legales que estaban a punto de llevarse a cabo.
Como consecuencia, aunque no hubiera sido por las inclemencias del tiempo, es
probable que aquellos hombres hubieran temblado “a causa de aquel asunto”. ¡Bendito
el pueblo que tiembla ante la palabra de Dios y ante la amenaza de su ira!

El discurso de Esdras (10:10–11)


Entonces se levantó el sacerdote Esdras y les dijo… (10:10)
En estos momentos, Esdras no actúa como funcionario imperial, ni como líder
político, ni como experto en la ley, sino como “el sacerdote Esdras”: el que hace de
mediador entre Dios y el pueblo, escucha las confesiones de los contritos y propone
soluciones conforme a la voluntad de Dios.
Vosotros habéis sido infieles y os habéis casado con mujeres extranjeras
añadiendo así a la culpa de Israel (10:10)
Esdras va al grano. No se detiene con palabras convencionales de cortesía. No da
ningún rodeo. El asunto es demasiado serio. Primero (10:10), concreta cuál es el pecado
de Israel; luego (10:11), establece cuáles han de ser las soluciones.
El problema con los matrimonios mixtos no es que no puedan funcionar (¡a veces,
son matrimonios más eficaces que el matrimonio entre dos creyentes!), sino que
representan un acto de infidelidad hacia el Señor. El creyente que se casa
voluntariamente con una persona que no cree ni obedece la Palabra de Dios ni
pertenece al pueblo de Dios, comete un acto de desobediencia y desprecio al Señor. En
lo sucesivo, su relación matrimonial quizás funcione estupendamente, pero no puede
hacerlo su relación con Dios.
Ahora pues, confesad al Señor, Dios de vuestros padres, y haced su voluntad…
(10:11)
¿Qué, pues, debía hacer el pueblo en esa situación? En primer lugar, “confesar”.
Esto puede significar: dejar de lado sus excusas y sus argumentos defensivos, aceptar el
veredicto de Dios y reconocer sus pecados. Siempre que intenten justificar sus
infidelidades o negar su culpa, no puede seguir adelante su reconciliación con Dios. La
solución a nuestros pecados solo empieza cuando somos capaces de decir: “Padre, he
pecado” (Lucas 15:18, 21).
Sin embargo, el texto no dice explícitamente “confesad vuestros pecados”, sino
“confesad al Señor”. Esto puede implicar la confesión de pecado, pero incluye también

292
un retorno a Dios después de un período de alejamiento. Y, efectivamente, desviarnos
de su clara voluntad y ser desobedientes es alejarnos inevitablemente de él. “Hacer
confesión a Dios” no es solamente reconocer delante de él nuestras faltas, sino volver a
afirmar lealtad a él. La infidelidad implícita en el matrimonio mixto es una manera de
contemporizar con otros dioses. En cambio, los judíos deben profesar fe en el Dios de
sus padres, y solo en él.
Pero la confesión de pecado y la profesión de fe no son suficientes. Tiene que
haber, además, una clara disposición a cambiar de vida, a reformarse y convertirse. Los
israelitas deben comprometerse, pues, a “hacer la voluntad de Dios”. Su
arrepentimiento debe ir acompañado de “frutos dignos de arrepentimiento” (Mateo
3:8).
… separaos de los pueblos de esta tierra y de las mujeres extranjeras (10:11)
La única manera de demostrar arrepentimiento en el caso de haber emprendido un
matrimonio ilícito es rompiendo esa unión y separándose del cónyuge ilícito. Decir: “Lo
siento; he pecado” y luego seguir en la relación ilícita es no arrepentirse de verdad.
La medida nos parece muy fuerte y, contemplada desde el punto de vista de las
mujeres extranjeras y sus hijos, arbitraria, exagerada y cruel. ¿Pero lo es de verdad? En
realidad, se trata de la única medida posible para garantizar la pureza y la santidad del
pueblo de Dios. Casarse con mujeres extranjeras era mezclarse con los pueblos de la
tierra e introducir inevitablemente en el seno de Israel costumbres paganas, cultos
idolátricos y valores inmorales. La medida les parecerá excesivamente fuerte solo a
aquellos que no ven el enorme peligro de no tomarla.
En todo caso, no debemos pensar que era cuestión de echar a las mujeres y niños a
la calle sin más. Esto se hará patente en los versículos siguientes. El divorcio, aunque
odiado por Dios, era admitido en Israel como mal menor, pero tenía que cumplirse
siempre de acuerdo con las normas de la ley. El marido no podía repudiar a su esposa
sin proveer para ella. No sabemos en qué solía consistir esa provisión, pero, como
mínimo, había que darle “carta de divorcio” dándole la posibilidad de rehacer su vida en
segundas nupcias. Esta es la razón por la que, acto seguido, la multitud explicó a Esdras
que el procedimiento legal iba a ocupar mucho tiempo, no un solo día o dos (10:13), y
que había que conceder los necesarios plazos de tiempo para que todo se hiciera
decentemente y con orden.

La respuesta de la asamblea (10:12–15)


Y toda la asamblea respondió, y dijo a gran voz: ¡Está bien! Tal como has dicho es
nuestro deber hacer (10:12)
Tal ha sido el impacto de la desconsolación de Esdras y tan fuerte la vergüenza que
sus palabras y lágrimas han despertado en el pueblo, que la respuesta ahora es casi
unánime: todos reconocen que los matrimonios mixtos son ilícitos y que la única
solución está en disolver estas uniones.
Esto es muy sorprendente si tomamos en consideración que muchos de los

293
presentes tenían matrimonios ilícitos y, por tanto, debían despedir a sus esposas e
hijos, con todo el desgarro emocional que esto implicaba. Sin duda, algunos de ellos
amaban de verdad a sus esposas (y, no digamos, a sus hijos). La decisión no les
resultaba nada fácil. Pero, llegado el momento de la verdad, el amor a Dios tiene que
predominar sobre cualquier amor humano, la fidelidad a Dios debe dominar sobre
cualquier contrato humano y la obediencia a Dios ha de cumplirse sea cuál sea el coste.
Solo que el pueblo es numeroso, y es la temporada de lluvia, y no podemos
permanecer fuera (10:13)
El pueblo está de acuerdo con la decisión propuesta, pero tiene objeciones en
cuanto a la manera de poner por obra la decisión. Las dos primeras objeciones son de
orden práctico.
En primer lugar, está el hecho del gran número de hombres que han cometido esta
infidelidad. Si hubieran sido pocos, los trámites legales de las separaciones podrían
haberse resuelto en poco tiempo. Pero, siendo muchos, ¿cómo solventar el problema?
¿Tendrán que hacer cola durante días esperando su turno?
En segundo lugar, están en temporada de lluvias. Si tienen que permanecer fuera
esperando al aire libre y soportando el frío y la lluvia, se mojarán hasta enfermar.
Sencillamente, no es práctico.
Tampoco se puede hacer todo en un solo día ni en dos, porque hemos pecado en
gran manera en este asunto (10:13)
La tercera objeción vuelve a la primera, pero ahora expresada no como una cuestión
práctica, sino como un asunto espiritual y moral: el pecado del pueblo es tan grande
que no puede ser solucionado de una manera rápida.
Que nuestros jefes representen toda la asamblea y que todos aquellos en nuestras
ciudades que se han casado con mujeres extranjeras vengan en tiempos señalados,
junto con los ancianos y jueces de cada ciudad… (10:14)
De hecho, tan abultado era el problema y tan complicados los trámites, que hacía
falta tomar medidas para coordinar y simplificar el proceso y la organización. Pero, por
otro lado, si todos los culpables abandonaran inmediatamente la plaza, parecería que
sus palabras de compromiso no eran más que promesas vanas y que, una vez en casa,
darían marcha atrás. Hacía falta agilizar el procedimiento, pero a la vez garantizar la
firmeza del compromiso.
La solución encontrada fue triple. En primer lugar, está claro (aunque no explícito)
que la tramitación de cada divorcio tenía que gestionarse en Jerusalén. Hubo una
coordinación centralizada de manera que los culpables tenían que presentarse en la
ciudad “en tiempos determinados”.
En segundo lugar, se daba a los “jefes” la responsabilidad de representar los
intereses de toda la asamblea. Presumiblemente, los jefes eran los “ancianos del
pueblo”, seleccionados de entre los cabezas de las casas paternas; o sea, eran hombres
reconocidos como patriarcas de cada clan (cf. 10:16). Ellos, por tanto, tenían que velar
por el fiel cumplimiento de lo acordado y formar una especie de tribunal que examinara
294
cada caso. Sin duda, debían recabar información acerca de cada hombre que se hubiera
casado con una mujer pagana, acerca de los niños nacidos de esa relación y acerca de
las medidas prácticas que se podía tomar para hacer provisión para los expulsados:
¿Tenía la esposa repudiada la posibilidad de volver a su casa paterna? ¿Qué ingresos
tendría en el futuro? ¿Cuáles tenían que ser las responsabilidades asumidas por su
exmarido? También estaban en condiciones de investigar qué mujeres extranjeras se
habían convertido auténticamente al Dios de Israel (y, por tanto, estaban exentas de
expulsión), y cuáles seguían en su religión idolátrica. Así pues, ellos debían preparar un
horario de citas para que cada culpable compareciera ante el tribunal en Jerusalén en el
día y a la hora convenida. Así, nadie abandonaría su compromiso.
En tercer lugar, los culpables tenían que comparecer acompañados por los ancianos
y jueces de su ciudad. Según la ley de Dios, cada pueblo de Israel debía tener sus jueces,
que normalmente eran los ancianos más respetados del pueblo:
Nombrarás para ti jueces y oficiales en todas las ciudades que el Señor tu
Dios te da, según tus tribus, y ellos juzgarán al pueblo con justo juicio
(Deuteronomio 16:18).
Por supuesto, Esdras había recibido el encargo de parte de Artajerjes de asegurar
que esta ley se cumpliera. Ahora, estos oficiales locales tenían que acompañar a los
culpables, probablemente con dos finalidades. Por un lado, debían testificar acerca de
cada caso. Siendo del propio pueblo, sabrían si el culpable daba toda la información
necesaria o si intentaba encubrir ciertos detalles. Por otro lado, habían de ser testigos
de todo lo dicho y decidido, y velar por el buen cumplimiento de lo acordado. De esta
manera, los jefes harían las decisiones y los oficiales locales las llevarían a cabo.
… hasta que la tremenda ira de nuestro Dios a causa de este asunto se aparte de
nosotros (10:14)
Había entre los presentes una viva comprensión del juicio divino que amenazaba a
la nación. Planeaba sobre ellos el temor a Dios, el reconocimiento de que él es un Dios
de ira, de justicia y de juicio, un Dios que no puede ser burlado, sino que se encarga de
hacer que todo lo que el hombre siembre, eso también lo coseche (Gálatas 6:7).
Solamente Jonatán, hijo de Asael, y Jahazías, hijo de Ticva, se opusieron a esto,
con Mesulam y el levita Sabetai respaldándolos (10:15)
Puesto que los nombres de los dos primeros opositores no aparecen en otro lugar
de la Biblia, no sabemos nada acerca de ellos ni de lo que motivó su oposición. El texto
no explica cuáles fueron sus objeciones, que no tienen necesariamente que haber sido
deshonrosas.
Un hombre llamado Mesulam ha aparecido ya en 8:16 como uno de los jefes que
volvieron con Esdras, y volverá a aparecer en 10:29 entre los nombres de aquellos que
habían tomado esposas extranjeras. Así que es posible que él se opusiera al acuerdo del
pueblo por la sencilla razón de no querer separarse de su esposa. Por otro lado, el

295
nombre de Mesulam aparece con frecuencia en las listas de Esdras y Nehemías y, en
aquel entonces, era un nombre demasiado común como para saber si el hombre de
este versículo es el mismo que en estas otras citas.
Es posible que este Sabetai sea el mismo que participó en la exposición de la ley en
Nehemías 8:7 y que se encargó de “la obra fuera de la casa de Dios” en Nehemías
11:16. Por eso, algunos comentaristas han sugerido que su oposición a las medidas
tomadas por Esdras puede haberse debido a que, para él, eran demasiado blandas, no
demasiado severas. En todo caso, parece que su actitud no repercutió negativamente
en su relación posterior con Esdras y Nehemías, ni impidió su colaboración leal en la
implantación de la ley de Dios.

La investigación
Esdras 10:16–44

El consejo investigador (10:16–17)


Pero los desterrados sí lo hicieron (10:16)
¿Hicieron qué? A la luz del versículo anterior, la respuesta, aunque un poco confusa
en su forma gramatical, es obvia: respaldaron la resolución propuesta por la asamblea
(10:12–14) de crear una comisión que investigara y juzgara cada uno de los casos de
matrimonios mixtos, y eso a pesar de las objeciones de Mesulam y sus compañeros.
Y el sacerdote Esdras designó a hombres jefes de casas paternas por cada una de
sus casas paternas, todos ellos por nombre. Y se reunieron el primer día del décimo
mes para investigar el asunto. Terminaron de investigar a todos los hombres que se
habían casado con mujeres extranjeras el primer día del mes primero (10:16–17)
Como ya hemos dicho, es probable que la investigación no tuviera la sola finalidad
de establecer quiénes se habían casado con mujeres paganas y debían divorciarse, sino
también evaluar si las mujeres en cuestión se habían convertido de corazón al Dios de
Israel, en cuyo caso el divorcio no sería necesario, y determinar qué medidas había que
tomar para garantizar el sostenimiento de las mujeres y los hijos después de su
expulsión.
La labor de la comisión investigadora empezó unos once días después de la
convocatoria en Jerusalén, y duró unos tres meses, desde el mes décimo, Tébet (que
equivalía a nuestro diciembre a enero) hasta el mes primero, Nisán (marzo a abril). Así
que habían tenido razón los que decían que no era práctico que la asamblea intentara
ocuparse del asunto como si fuera trabajo de un solo día o dos (10:13). Pero esta larga
duración también revela la verdadera envergadura del problema. No se trataba de la

296
infidelidad de unos pocos hombres, sino de una auténtica epidemia de infidelidades
que había infectado todos los estratos de la sociedad hebrea. Es evidente que Esdras
mismo, aun cuando se enteró del problema, no llegó a hacerse una idea de su
magnitud.
Y, efectivamente, el pecado es como una epidemia contagiosa. Basta con que
algunas personas destacadas del pueblo de Dios rebajen el listón ético y empiecen a
consentir y practicar desviaciones de la voluntad declarada de Dios para que el pueblo
en general adolezca de la misma enfermedad.
La fecha del final de la investigación es importante: significa que se podía celebrar la
Pascua (recordemos que esta caía en el día catorce del mes primero; ver 6:19) sin tener
la vergonzosa cuestión de los matrimonios mixtos sin resolver.

Los sacerdotes culpables (10:18–22)


Entre los hijos de los sacerdotes que se habían casado con mujeres extranjeras se
encontraron… (10:18)
Sin duda tiene que haberle resultado sofocante al “sacerdote Esdras” tener que
reconocer que los primeros culpables de haber desobedecido la palabra de Dios
procedían de la clase sacerdotal.
Aquí tenemos un buen ejemplo de la honestidad de las Escrituras. En vez de
encubrir la culpa de las personas eminentes, la Biblia las coloca en primer lugar. Las
trata como doblemente culpables: porque han pecado y porque han dado mal ejemplo
a los demás. A este respecto es interesante observar que ahora se pone al revés el
orden seguido en el capítulo 2. Allí, al hablar con aprobación acerca de los hombres que
volvieron del cautiverio dispuestos a edificar la casa de Dios, la lista empezaba con los
israelitas “laicos” y colocaba a los sacerdotes al final. Aquí, al hablar de la culpabilidad, a
los sacerdotes se les concede el primer puesto.
Y no solo aparecen en primer lugar, sino que destacan por el número de nombres
mencionados. En el capítulo 2, los sacerdotes constituían el diez por cien de las
personas enumeradas. ¡Ahora alcanzan el quince por cien! Como mínimo, esto significa
que no eran mejores que los demás israelitas, y quizás signifique (¡no sería la última vez
en la historia!) que la infidelidad se había infiltrado más en la casta sacerdotal que en la
sociedad en general.
… de los hijos de Jesúa, hijo de Josadac, y de sus hermanos: Maasías, Eliezer, Jarib
y Gedalías (10:18)
A continuación, viene la relación de los hombres culpables de las cuatro líneas
sacerdotales. En primer lugar, aparecen los descendientes de la casa de Josadac.
Es trágico ver que los cuatro hombres mencionados aquí son hijos y parientes de
uno de los héroes de fe de la primera parte del libro de Esdras: aquel gran siervo de
Dios, Jesúa hijo de Josadac. ¡Todo un ejemplo de cómo la entereza y el compromiso del
padre no garantizan que el hijo siga sus pisadas!

297
Ellos juraron despedir a sus mujeres, y siendo culpables, ofrecieron un carnero del
rebaño por su delito (10:19)
“Ellos juraron” es literalmente “dieron la mano”. Nosotros estrechamos la mano
como señal de amistad y saludo. Ellos la daban como garantía de cumplir su promesa,
respetar lo acordado o hacer juramento.
Estos cuatro hombres, siendo parientes del sumo sacerdote, eran especialmente
reprensibles a causa del mal ejemplo que habían ofrecido a los demás. Ahora se
reconocen culpables. Pero, por supuesto, la sola admisión de culpabilidad no es
suficiente. Si son sinceros en su arrepentimiento, deben tomar medidas para rectificar
la situación. Y, en este caso, la resolución de su transgresión exigía dos cosas: por un
lado, tenían que hacer restitución y rectificación, separándose de estas esposas
ilegítimas (y volviendo a sus esposas legítimas en caso de haberse divorciado de ellas);
por otro, debían expiar su pecado ofreciendo al Señor el sacrificio exigido. Esto es lo
establecido en la ley. Levítico 6:1–7 explica que, cuando alguien peque y cometa una
falta contra el Señor, debe hacer completa restitución y entonces traerá al sacerdote su
ofrenda por la culpa para el Señor, un carnero sin defecto… y el sacerdote hará expiación
por él delante del Señor, y le será perdonada cualquier cosa que haya hecho por la cual
sea culpable. Las dos cosas eran necesarias. Hacer restitución sin ofrecer el sacrificio
daría a entender que el pecado había sido una ofensa solo contra el hombre y no contra
Dios. Ofrecer el sacrificio sin hacer restitución delataría que el arrepentimiento no era
sincero.
De hecho, la ley mandaba ofrecer diferentes animales de acuerdo con la hacienda
de la familia, desde un carnero o novillo en el caso de los ricos hasta dos pájaros o una
torta de harina en el de los pobres. Puesto que los familiares del sumo sacerdote,
además de ocupar una posición exaltada en la sociedad, han sido mal ejemplo para los
demás, deben ofrecer el sacrificio más costoso.
Aunque el ofrecimiento de sacrificios es mencionado explícitamente en este
capítulo solamente en relación a los sacerdotes, la ley lo exigía en el caso de todos, por
lo cual es de suponer que este versículo se hace extensivo a toda la lista de nombres
como indicando cuáles fueron las obligaciones de todos.
De los hijos de Imer: Hananí y Zebadías; de los hijos de Harim: Maasías, Elías,
Semaías, Jehiel y Uzías; de los hijos de Pasur: Elioenai, Maasías, Ismael, Natanael,
Jozabad y Elasa (10:20–22)
Esta lista debe ser leída a la luz de la relación de sacerdotes en la lista de los que
volvieron con Zorobabel y Jesúa (2:36–39). Todos los clanes sacerdotales han quedado
salpicados por la mundanalidad de los matrimonios mixtos.

Los levitas culpables (10:23–24)


Entre los levitas: Jozabad, Simei, Kelaía (es decir, Kelita), Petaías, Judá y Eliezer. De
los cantores: Eliasib, y de los porteros: Salum, Telem y Uri (10:23–24)

298
La agrupación de los levitas sigue el mismo patrón que en 2:40–42: primero, los
levitas “normales”; después, aquellos levitas que tenían la responsabilidad
especializada de servir como cantores y porteros.
Debe observarse el relativamente pequeño número de levitas involucrados en este
pecado. De los cantores, uno solo. Y, suponiendo que las listas son completas, ningún
“siervo del templo” (cf. 2:43–54) o descendiente de los “siervos de Salomón” (2:55–57)
fue culpable de haberse casado con una mujer pagana.

Los israelitas culpables (10:25–43)


También entre los de Israel: de los hijos de Paros: Ramía, Jezías, Malquías,
Mijamín, Eleazar, Malquías y Benaía… (10:25)
Los demás israelitas culpables se dividen en diez familias, nueve de las cuales han
sido mencionadas en la lista de los desterrados en el capítulo 2.
Los hijos de Paros que volvieron del cautiverio fueron 2.172 (2:3). De entre sus
descendientes, siete habían tomado esposas paganas.
… de los hijos de Elam: Matanías, Zacarías, Jehiel, Abdi, Jeremot y Elías… (10:26)
En el momento del primer retorno, los hijos de Elam eran 1.254 (según el 2:7), seis
de los cuales habían sido encontrados ahora como culpables.
… de los hijos de Zatu: Elioenai, Eliasib, Matanías, Jeremot, Zabad y Aziza… (10:27)
Volvieron 945 hijos de Zatu desde Babilonia (2:8). Seis se habían casado con mujeres
extranjeras.
… de los hijos de Bebai: Johanán, Hananías, Zabai, Atlai… (10:28)
Los hijos de Bebai que volvieron del cautiverio eran 623 (2:11). Cuatro habían sido
infieles.
… de los hijos de Bani: Mesulam, Maluc, Adaía, Jasub, Seal y Ramot… (10:29)
En la lista del capítulo 10, aparecen dos familias de Bani (10:29 y 34). En cambio, en
el capítulo 2, solo aparece una (2:10). No sabemos con cuál de las dos se corresponde
esta. Si es la del capítulo 2, consistía en 642 hombres, seis de los cuales han sido
infieles.
… de los hijos de Pahat-moab: Adna, Quelal, Benaía, Maasías, Matanías, Bezaleel,
Binúi y Manasés… (10:30)
Los hijos de Pahat-moab que volvieron del cautiverio fueron 2.812 (2:6), ocho de los
cuales habían tomado esposas extranjeras.
… de los hijos de Harim: Eliezer, Isías, Malquías, Semaías, Simeón, Benjamín,
Maluc y Semarías… (10:31–32)
Los hijos de Harim que volvieron del cautiverio fueron 320 (2:32), ocho de los cuales
se habían casado con mujeres extranjeras.

299
… de los hijos de Hasum: Matenai, Matata, Zabad, Elifelet, Jeremai, Manasés y
Simei… (10:33)
Los hijos de Hasum que volvieron del cautiverio fueron 223 (2:19), siete de los
cuales habían tomado esposas extranjeras.
… de los hijos de Bani: Madai, Amram, Uel, Benaía, Bedías, Quelúhi, Vanías,
Meremot, Eliasib, Matanías, Matenai, Jaasai, Bani, Binúi, Simei, Selemías, Natán,
Adaía, Macnadebai, Sasai, Sarai, Azareel, Selemías, Semarías, Salum, Amarías y José…
(10:34–42)
La familia más infectada por la plaga de los matrimonios mixtos fue la casa del
segundo Bani, con veintisiete casos detectados.
… de los hijos de Nebo: Jeiel, Matatías, Zabad, Zebina, Jadau, Joel y Benaía (10:43)
Los hijos de Nebo que volvieron del cautiverio fueron cincuenta y dos (2:29), siete
de los cuales habían tomado esposas paganas. Este es, con mucho, el porcentaje más
elevado de cualquiera de las casas paternas (excepto posiblemente el caso de la
segunda familia de Bani). Se ve que los peores casos se han colocado al final de la lista.
Lo primero que llama la atención en estas listas es que el porcentaje de hombres
culpables no era tan elevado como había parecido, unos ciento diez hombres en total.
Aun en los casos de los hijos de Nebo, tenemos que preguntarnos: si los varones
adultos de la casa eran 52 en el año 538 (el primer retorno bajo Zorobabel), ¿cuántos
habrán sido ahora, ochenta años después? Las familias de aquel entonces solían ser
numerosas, y ya habían pasado dos o tres generaciones. Parece razonable suponer que
eran al menos cien, en cuyo caso el número de infidelidades es menos que el diez por
cien. Y eso en el peor de las familias. En la mayoría de familias mencionadas, la
incidencia era de menos del uno por cien.
Por otra parte, es posible que estas listas solo incluyan los nombres de personas
importantes. Además, los hombres de esta lista son los que fueron declarados culpables
y obligados a despedir a sus esposas. En otros casos, suponemos que fueron declarados
inocentes y así pudieron retener a sus esposas, probablemente porque estas se habían
convertido al judaísmo, ya fuera de corazón o por interés.

Resumen final (Esdras 10:44)


Todos estos se habían casado con mujeres extranjeras, y algunos de ellos tenían
mujeres que les habían dado a luz hijos (10:44)
La segunda parte de este versículo es muy oscura. Literalmente reza: Y algunos de
ellos [eran] mujeres y ellos designaron hijos. Afortunadamente tenemos la versión de 1
Esdras 9:36 que da el sentido probable de la frase y que es seguida por todas las
versiones modernas.
¡Vaya anticlímax! Lo mismo que la oración de Esdras nos deja “en el aire”, habiendo

300
expuesto el pecado y la miseria de Israel, pero sin darnos la solución (9:6–15), ahora
acabamos el libro de Esdras con una lista de pecadores, pero sin que se nos explique el
desenlace de la historia. Suponemos que todos ellos juraron despedir a sus mujeres
extranjeras y hacer las ofrendas apropiadas (10:19), que las mujeres fueron expulsadas,
y que ni siquiera el hecho de haber tenido hijos con el marido judío podía impedir la
expulsión. Pero no se nos dice ni siquiera esto de una manera explícita, ni nos dice lo
que les pasó a las mujeres expulsadas. El libro nos deja en vilo.
Sin embargo, debemos recordar varias cosas:
1. En cierto sentido, este final es apropiado. A fin de cuentas, Esdras vuelve a Jerusalén
con el expreso objetivo de implantar la ley de Dios y lo cierto es que “por medio de
la ley es el conocimiento del pecado” (Romanos 3:20). No debe sorprendernos,
pues, si el ministerio de Esdras tiene el efecto inmediato no de crear un pueblo
santo, sino de revelar lo lejos que está el pueblo de ser santo.
2. En la vida real, la historia no es una sencilla secuencia de problemas, soluciones y
desenlaces felices. La lucha con el pecado no se resuelve con esta facilidad. Es una
historia interminable de avances y retrocesos, tanto en nuestras vidas personales
como en la sociedad y en la iglesia.
3. En realidad, la historia de las reformas de Esdras no acaba aquí. Como ya hemos
dicho, el libro de Nehemías continúa inmediatamente, como si de un solo libro se
tratara. Y, en medio de Nehemías, nos encontramos con lo que bien podría ser el
seguimiento de las memorias de Esdras. En Nehemías 8:1, “Esdras el escriba” vuelve
a ocupar el escenario, leyendo el libro de la ley con una convicción tal que produce
nuevo arrepentimiento. Esdras 10 no es el final de la historia.
Lo verdaderamente trágico es que, cuando Nehemías volvió a Jerusalén en el año
445, unos doce años después de que Esdras denunciara la infidelidad de estos hombres,
descubrió no solamente que no se había solucionado el problema de los matrimonios
mixtos, sino que la situación había empeorado: los hijos de aquellos matrimonios se
caracterizaban por el uso del idioma materno y el desconocimiento del paterno: Vi
también en aquellos días a judíos que se habían casado con mujeres asdoditas, amonitas
y moabitas. De sus hijos, la mitad hablaban la lengua de Asdod, y ninguno podía hablar
la lengua de Judá, sino la lengua de su propio pueblo (Nehemías 13:23–24).
Verdaderamente, el pecado “asedia” (Hebreos 12:1); es difícil de erradicar; no se
soluciona fácilmente, sino que es un virus que vuelve a brotar una y otra vez incluso
cuando parece haber sido eliminado.
Así pues, un libro que había empezado (capítulo 2) con una relación gloriosa de los
nombres de aquellos que se consagraron a Dios para volver a Jerusalén y construir el
templo, acaba con otra lista, esta vez vergonzosa, de aquellos que mancharon la
santidad de la nación mezclándose con las inmundicias de la idolatría por medio del
matrimonio ilícito. Desgraciadamente, así es el patrón común de la historia de la iglesia:
comienzos prometedores seguidos por períodos de relajación en los que las influencias
nocivas del mundo van penetrando hasta que Dios tiene que levantar a una nueva

301
generación dispuesta para la renovación y una nueva consagración.

Las reformas de Esdras


Acabamos de ver las medidas drásticas tomadas por los judíos para impedir los
matrimonios mixtos. Fueron medidas que incluían la expulsión de las esposas paganas y
el repudio de sus hijos. Por supuesto, estas medidas despiertan la ira de algunos
comentaristas que acusan a Esdras y Nehemías de no entender la misericordia de Dios y
de practicar una religión estrecha. Como botón de muestra, aquí van las reacciones de
uno de estos autores. Su comentario a 10:6, cuando Esdras hace duelo, oración y ayuno
a causa de la infidelidad de los judíos, es el siguiente: Esdras se apartó para lamentarse
y ayunar no de pena por las pobres mujeres y niños que debían sufrir, sino porque
hubieran tenido lugar esos matrimonios. Un poco más de misericordia y piedad le
hubieran hecho parecer más un ser humano. Y, en cuanto al juramento del pacto de
despedida de las mujeres extranjeras (10:3–5), opina: Esdras les hizo jurar cometer este
acto bárbaro, cruel y atroz. ¡Oh religión, que crímenes se han cometido en tu nombre!
¿Es esto correcto? ¿O se le está haciendo una gran injusticia a Esdras? Desde luego,
la iniciativa de Esdras choca con la corrección política de nuestros días y es casi
incomprensible para una sociedad permisiva como la nuestra, en la que los valores
matrimoniales suelen brillar por su ausencia y muy pocos temen a Dios.
Sin embargo, antes de condenar esta iniciativa y dar por buenos los valores
permisivos de nuestra sociedad, debemos prestar la debida consideración a algunas de
las enseñanzas de Esdras, porque el Espíritu Santo inspiró este libro precisamente para
que sirviera como modelo para nosotros:
1. El pueblo de Dios es un pueblo llamado a ser santo, es decir, separado, distinto de la
demás gente: Me seréis, pues, santos, porque yo, el Señor, soy santo, y os he
apartado de los pueblos para que seáis míos (Levítico 20:26). Por definición, el
pueblo de Dios debe diferenciarse de los demás y debe sostener valores que ellos
no comparten. Solo es pueblo de Dios si cumple la voluntad de Dios y obedece sus
leyes: Tú eres pueblo santo para el Señor tu Dios; el Señor tu Dios te ha escogido
para ser pueblo suyo de entre todos los pueblos que están sobre la faz de la tierra…
Reconoce, pues, que el Señor tu Dios es Dios, el Dios fiel, que guarda su pacto y su
misericordia hasta mil generaciones con aquellos que le aman y guardan sus
mandamientos… Guarda, por tanto, el mandamiento y los estatutos y los decretos
que yo te mando hoy, para cumplirlos (Deuteronomio 7:6–11).
2. Pero el pueblo de Dios, aun deseando en principio ser fiel al Señor, tiene que
soportar y resistir a la tentación constante de sucumbir ante las embestidas de las

302
filosofías, ideologías y religiones que lo rodean. Estas amenazan continuamente con
erosionar los valores de Dios y contaminar al pueblo con pensamientos y conductas
alejados de la revelación divina.
3. Por tanto, el pueblo de Dios ha de estar siempre en guardia y luchar por conservar
su pureza moral y espiritual. Solo así mantendrá su identidad. Si no, desaparecerá
como pueblo santo, quedará absorbido por el mundo y no servirá como luz de Dios
para los demás pueblos. Esta fue la amenaza introducida por los matrimonios
mixtos en tiempos de Esdras.
4. Debemos recordar la fragilidad del pueblo de Dios en aquel momento histórico.
Había llegado del exilio un pueblo diezmado, terriblemente débil en comparación
con los pueblos paganos que lo rodeaban. Ante el gran peligro de la pérdida de
identidad como pueblo de Dios, había que tomar medidas drásticas, porque sin ellas
nunca habría sobrevivido.
5. Recordemos también que los que vivimos en el ambiente tolerante de una sociedad
pluralista sucumbimos fácilmente a toda clase de contemporizaciones. Sin duda,
muchos judíos de aquel entonces habían sufrido la influencia de sus vecinos
samaritanos y no veían ninguna incompatibilidad entre la adoración de Yahvé y el
culto a las divinidades cananeas. De igual manera, muchos creyentes de hoy dan por
sentado que todas las religiones conducen a Dios con tal de que se las practique con
sinceridad.
6. En el fondo, es cuestión de la realidad de Dios y de nuestra lealtad a él. Si el Yahvé
de los judíos es solamente uno entre muchos dioses, si todas las religiones son
igualmente válidas, entonces el principio de separación y santidad enseñado y
asumido por Esdras es aberrante. Pero si hay un solo Dios verdadero, entonces
todos los demás son falsos. Hacer componendas con ellos es contemporizar con la
verdad y ser infieles al Señor. El Dios revelado en las Escrituras es, ciertamente, Dios
de amor y misericordia, pero también de santidad, justicia y juicio. Nos gusta
contemplar su bondad, pero la Biblia revela también su severidad (Romanos 11:22).
7. A fin de proteger la santidad de su pueblo, Dios había dado instrucciones muy claras
y tajantes en contra del matrimonio mixto. Estas se plasman en diversos textos del
Pentateuco que ya hemos tenido ocasión de citar (por ejemplo, Deuteronomio
7:1–4).
8. Además, el pueblo de Israel había tenido la oportunidad de comprobar en su propia
experiencia las consecuencias desastrosas de mezclarse con otros pueblos, tanto en
términos de su propia decadencia espiritual como en términos de sufrir el castigo
prometido por el Señor. Nada más establecerse en Canaán, empezaron a
desobedecer lo que Dios había mandado:
Y los hijos de Israel habitaban entre los cananeos, los hititas, los amorreos, los
ferezeos, los heveos y los jebuseos; tomaron para sí a sus hijas por mujeres, y
dieron sus propias hijas a los hijos de ellos, y sirvieron a sus dioses (Jueces 3:5–6)
Como consecuencia, el libro de Jueces narra episodio tras episodio de invasiones

303
extranjeras y de la consecuente miseria del pueblo de Dios. Pero aun así no
aprendían la lección. La misma tendencia a descuidar los mandamientos de Dios y
mezclarse con los pueblos vecinos caracterizó el período de la monarquía:
El rey Salomón, además de la hija de Faraón, amó a muchas mujeres
extranjeras, moabitas, amonitas, edomitas, sidonias e hititas, de las naciones
acerca de las cuales el Señor había dicho a los hijos de Israel: No os uniréis a
ellas, ni ellas se unirán a vosotros, porque ciertamente desviarán vuestro corazón
tras sus dioses. Pero Salomón se apegó a ellas con amor. Y… sucedió que cuando
Salomón era ya viejo, sus mujeres desviaron su corazón tras otros dioses, y su
corazón no estuvo dedicado por entero al Señor su Dios, como había estado el
corazón de David… Salomón hizo lo malo a los ojos del Señor, y no siguió
plenamente al Señor, como le había seguido su padre David. Entonces Salomón
edificó un lugar alto a Quemos, ídolo abominable de Moab, en el monte que está
frente a Jerusalén, y a Moloc, ídolo abominable de los hijos de Amón. Así hizo
también para todas sus mujeres extranjeras, las cuales quemaban incienso y
ofrecían sacrificios a sus dioses (1 Reyes 11:1–8)
Nuevamente, las consecuencias de este comportamiento no se hicieron esperar:
Y el Señor dijo a Salomón: Porque has hecho esto, y no has guardado mi pacto y
mis estatutos que te he ordenado, ciertamente arrancaré el reino de ti, y lo daré a tu
siervo (1 Reyes 11:11).
Esta tendencia endémica a mezclarse con pueblos extranjeros y la progresiva
decadencia espiritual que produjo estaban en la misma base de la destrucción de los
reinos de Israel y Judá, y del exilio babilónico.
9. No debemos olvidar que, cuando nos referimos a “matrimonios mixtos”, estamos
hablando de matrimonios de una persona que, supuestamente, cree en el Dios vivo
y otra que no cree en él, sino que continúa en prácticas idolátricas. Había espacio en
Israel para cualquier extranjero que se convirtiera al Dios verdadero (6:21). Las
mujeres fueron despedidas no por ser extranjeras, sino por ser paganas. No es un
asunto racial, sino religioso.
10. Aunque el texto de Esdras no entra en detalles, el solo hecho de que los trámites
legales tardaran tres meses indica que todo se hizo según la ley, con provisión para
las mujeres despedidas. Cada caso fue considerado cuidadosamente por los
ancianos y jueces de cada ciudad, a fin de no cometer ninguna injusticia. Y no
debemos pensar que las expulsiones fueron llevadas a cabo sin la debida
consideración de las necesidades materiales de las esposas y los hijos. El escriba
Esdras conocía bien las leyes de Dios, no solamente las leyes sobre el matrimonio,
sino también las muchas exigencias de amor y provisión hacia los extranjeros, los
huérfanos y las viudas.
A la luz de estas consideraciones, debemos extremar la precaución antes de acusar

304
a Esdras de haberse extralimitado en la aplicación de la ley de Dios. Si sus reformas nos
parecen excesivas, ¿no se deberá a que tenemos un concepto inadecuado del carácter
de Dios y de la santidad que exige a su pueblo? En Esdras, no vemos, como quieren
algunos, a un fanático intolerante, con fuertes prejuicios religiosos, sino a un verdadero
hombre de Dios, angustiado ante una situación que le hacía temer lo peor, preocupado
por la salud física y espiritual de su pueblo, buen conocedor de la historia de Israel y,
por tanto, espantado ante el temor de que este volviera a cometer los mismos errores
que le habían ocasionado tanto sufrimiento y destrucción en el pasado. Lo que Esdras
hizo era fruto de un auténtico amor, bien dirigido hacia el objetivo correcto: amor a
Dios y, como extensión, amor al pueblo de Dios. Pero este amor al pueblo tiene que
expresarse y orientarse según los mandamientos de Dios. Permitir “por amor” que el
pueblo siguiera en su pecado no sería amar verdaderamente, ni a Dios ni al pueblo.
Todo esto tiene mucho que ver con el pueblo de Dios en el día de hoy. Ahora, la
intención de Dios no es reunir a su pueblo en un solo territorio a fin de salvaguardar sus
distintivos morales y espirituales, sino dispersarlo en medio de los pueblos “torcidos y
perversos, en medio de los cuales resplandecéis como luminares en el mundo”
(Filipenses 2:15). Por eso mismo, en nuestro caso, mantener el listón de la ética
cristiana puede resultar ser aún más difícil de lo que era en tiempos de Esdras. Pero
tenemos el privilegio de ser, como los hijos de Israel, un pueblo santo, separado,
diferente; y tenemos la misma obligación que ellos de vivir marcando la diferencia:
Pero vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo
adquirido para posesión de Dios, a fin de que anunciéis las virtudes de aquel que
os llamó de las tinieblas a su luz admirable (1 Pedro 2:9).
“Anunciar las virtudes de Dios” no es cuestión solamente de predicar acerca de
ellas, sino de reflejarlas en nuestra vivencia diaria, siendo “santos porque él es santo”.
Sin embargo, nosotros, como los israelitas, estamos rodeados de las tentaciones y
seducciones del mundo, las cuales nos van alejando de nuestro compromiso de
consagración. Nosotros, como ellos, estamos bajo amenaza:
No améis el mundo ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al
mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, la
pasión de la carne, la pasión de los ojos y la arrogancia de la vida, no proviene del
Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y también sus pasiones, pero el que
hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Juan 2:15–17).
No estéis unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues ¿qué asociación
tienen la justicia y la iniquidad? ¿O qué comunión la luz con las tinieblas? ¿O qué
armonía tiene Cristo con Belial? ¿O qué tiene en común un creyente con un
incrédulo? ¿O qué acuerdo tiene el templo de Dios con los ídolos? Porque
nosotros somos el templo del Dios vivo, como Dios dijo: “Habitaré en ellos, y
andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi pueblo”. Por tanto, “salid de en
medio de ellos y apartaos”, dice el Señor, “y no toquéis lo inmundo”… Por tanto,

305
amados, teniendo estas promesas, limpiémonos de toda inmundicia de la carne y
del espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios (2 Corintios
6:14–7:1).
Debemos estar constantemente alerta. Volvernos mundanos es perder nuestra
identidad; pero, aún peor, es dejar de ser testimonio ante los demás.
Vosotros sois la sal de la tierra; pero si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se
hará salada otra vez? Ya para nada sirve, sino para ser echada fuera y pisoteada
por los hombres (Mateo 5:13).
Por todo ello, debemos cuidar nuestras relaciones para evitar cualquier clase de
contaminaciones y relajaciones. Tenemos que aprender a seguir en esto al Maestro,
que supo convivir con los pecadores y amarlos, pero sin cejar en su completa sumisión a
la voluntad del Padre y en su sencilla obediencia a sus mandamientos.
Y estos mandamientos incluyen claras instrucciones acerca del matrimonio. El
creyente debe casarse “en el Señor”. No le es permitido mezclar lo consagrado con lo
mundano, contrayendo matrimonio con una persona incrédula. Por supuesto, nuestros
vecinos no lo entenderán, sino que interpretarán nuestra negación a celebrar
matrimonios mixtos como fanatismo e intolerancia. Pero aquellos de entre el mundo
que el Señor ha escogido para salvación serán iluminados por nuestro testimonio y
vendrán al Salvador.
Estas cosas son difíciles, y muchas veces es necesario tener los sentidos ejercitados
por el discernimiento del bien y del mal, para poder evaluar correctamente cada caso
concreto. Por ejemplo, la enseñanza del libro de Esdras bien podría llevarnos a pensar
que el divorcio es necesario en el caso de matrimonios mixtos. Pero la norma del Nuevo
Testamento es mucho más matizada; Si un hermano tiene una mujer que no es creyente,
y ella consiente en vivir con él, no la abandone; y la mujer cuyo marido no es creyente, y
él consiente en vivir con ella, no abandone a su marido (1 Corintios 7:12–13). Es así
porque el divorcio solamente puede ser justificado cuando es claramente un mal menor
según la enseñanza de la Palabra, como lo fue en la situación social que tuvo que
afrontar Esdras. Hoy día también, hay situaciones en las que el divorcio no solo es lícito,
sino imprescindible. Si un padre se casa con su hija, o un hermano con su hermana
(relaciones incestuosas que no son admisibles en nuestras sociedades occidentales), y si
se convierten a Cristo, deben separarse. Lo mismo es cierto de las uniones entre
personas del mismo sexo (que sí son admisibles en nuestras sociedades, pero no “en el
Señor”). Pero, normalmente, el matrimonio mixto no es uno de estos casos. Puede ser
que el creyente, al unirse en matrimonio con una persona incrédula, haya pecado al
casarse, pero no por eso puede abandonar al no creyente; fue un matrimonio ilícito, pero
no inválido.
Así pues, ¿fue Esdras un hombre fanático, intolerante, estrecho de miras y falto de
compasión?
A grandes males, grandes remedios. Si sus reformas hubieran sido menos

306
contundentes, sin duda Israel habría vuelto a las mismas andadas de antes del
cautiverio y habría atraído sobre sí la misma ira divina. El hecho histórico es que la
naturaleza radical de las reformas de Esdras introdujo un nuevo espíritu permanente en
el pueblo de Dios. Nunca más irían detrás de dioses falsos. Antes bien, se dejarían guiar
y gobernar generación tras generación por la Ley de Dios y la Palabra de Dios. Cierto, a
veces esto les conducía no a un verdadero conocimiento de Dios ni a una auténtica
comunión con él, sino a una religión legalista falta de vitalidad y de misericordia. En lo
sucesivo, se les podía acusar de hipocresía y de practicar una religión meramente
humana, pero nunca más iban a ser culpables de idolatría y de practicar una religión
que despreciaba la voluntad revelada de Dios.
Así pues, el ministerio de Esdras fue tan exitoso como el de Zorobabel y Jesúa o
como el de Nehemías. Estos lograron acabar la obra que les había sido encomendada, y
el templo y las murallas de Jerusalén permanecieron en pie durante siglos. De igual
manera, Esdras logró acabar su obra: no solo estableció la ley de Dios como la
legislación vigente en Israel, sino que inculcó en el pueblo hebreo un respeto hacia ella
que dura hasta el día de hoy. Por eso, como ya hemos dicho, Esdras tiene una
reputación entre los judíos inferior solo a la de Moisés. Se puede decir con mucha razón
que la obra de Esdras resultó ser aún más duradera que la de Zorobabel, Jesúa y
Nehemías.
Los énfasis que los intereses sacerdotales de Esdras introdujeron en la
teocracia del postexilio marcaron el tono religioso del judaísmo posterior. Sus
actividades fueron de gran importancia por cuanto estabilizaron la estructura
teocrática de la nación y aseguraron su rigidez durante los tiempos venideros de
tensión y prueba. A Esdras le resultaba decididamente claro que los profetas
habían tenido razón al considerar que las influencias extranjeras y paganas
solamente encaminaban la vida y la religión de Israel hacia el desastre. Si Israel
fuera a sobrevivir como pueblo de Dios, su lema debía ser “Santidad a Yahvé”
(Zacarías 14:20). Por tanto debía tomarse una firme decisión en contra de los
halagos de las culturas paganas, con su inevitable depravación religiosa, y a
favor de un resuelto compromiso con los ideales de la antigua religión de Israel,
basada en el Pacto… El gran mérito de esta decisión era que proveyó a la
comunidad hebrea de un grado de fuerza moral y perseverancia espiritual que la
capacitó para superar las olas asfixiantes de la marea de cultura helénica que
llegó con Alejandro Magno. Este mismo énfasis garantiza que el pueblo de Dios
de todas las generaciones seguirá y sobrevivirá para siempre a pesar de las
fuertes presiones de la cultura mundana o las influencias políticas.

Apéndice 1
307
Cronología de la casa real de Persia
605 Primer asedio de Jerusalén por babilonios, reinando Joacim (ver Daniel 1:1).
Primera deportación.
597 Segundo asedio, reinando Joaquín (ver 2 Reyes 24:10–12). Segunda deportación.
587 Caída definitiva de Jerusalén y destrucción del templo, reinando Sedequías (ver
2 Reyes 25:1–7). Tercera deportación; comienzo del exilio babilónico.
539 Caída de Babilonia (ver Daniel 5). Empieza la hegemonía persa.
Ciro (539–530)
538 Retorno del primer grupo de judíos bajo Zorobabel y Jesúa (Esdras 1–2).
537 Comienzo de reconstrucción del templo (Esdras 3).
536 Obra parada por la intervención de enemigos (Esdras 4:1–5, 24).
Cambises (530–522). No mencionado por la Biblia.
Darío I (521–486)
520 Profecías de Hageo y Zacarías; reanudación de la reconstrucción del templo
(Esdras 5:1–2).
516 Templo completado (Esdras 5:3–6:22).
Jerjes (486–464) Este es su nombre en griego; se llama Ahasweros (Ahasuero o Asuero)
en hebreo, y Jshayarshu en persa.
Hacia 486. Acusaciones escritas contra habitantes de Judá (Esdras 4:6).
483-¿? Libro de Ester.
Es probable que las profecías de Malaquías fueran pronunciadas en algún
momento antes del retorno de Esdras con el segundo grupo de exiliados.
Artajerjes I (464–423)
458 Segundo retorno bajo Esdras (Esdras 7–10).
Antes del 445: Paro de la reconstrucción de las fortificaciones de Jerusalén (probable
ubicación de Esdras 4:7–23).
445 Tercer retorno bajo Nehemías (Nehemías 1–13)
433 Retorno de Nehemías a Artajerjes (según escritos extrabíblicos).
Después de 433: Segunda estancia de Nehemías en Jerusalén.
Darío II (423–404) Mencionado en Nehemías 12:22.
Artajerjes II (404–359)
Artajerjes III (359–338)
Arses (338–336)
Darío III (336–331)

308
331 Caída del imperio persa ante las conquistas de Alejandro Magno.

Apéndice 2
Posible orden cronológico de los libros postexílicos
Rey Fecha Texto Contenido

Ciro 539–530

539 Daniel 5:1–30 Banquete de Belsasar


de Babilonia; caída de
la ciudad; comienza el
imperio persa.

Daniel 9:1–27 Oración de Daniel;


profecía de las 70
semanas.

538–537 Esdras 1:1–4:5. Decreto de Ciro;


retorno del primer
grupo de exiliados bajo
Zorobabel y Jesúa con
el fin de edificar el
templo; comienza la
construcción.

536 Daniel 10:1–12:13 Varias profecías de


Daniel.

536–520 Esdras 4:24 Paralización de las


obras del Templo.

Darío 521–486

520 (día 1 del mes 6° Hageo 1:1–11 Primeras profecías de


[29 de agosto] del año Hageo.
2° de Darío)

309
520 (día 24 del mes 6° Esdras 5:1–2 y Hageo Reinicio de las obras
[21 de septiembre] del 1:12–15 del templo.
año 2° de Darío)

520 (día 21 del mes 7° Hageo 2:1–9 Segunda profecía de


[17 de octubre] del año Hageo.
2° de Darío)

520 (mes 8° [a partir Zacarías 1:1–6 Primera profecía de


del 27 de octubre] del Zacarías.
año 2° de Darío)

520 (día 24 del mes 9° Hageo 2:10–23 Tercera y cuarta


[18 de diciembre] del profecías de Hageo.
año 2° de Darío)

519 (día 24 del mes 11° Zacarías 1:7–6:15 Segunda profecía de


[15 de febrero] del año Zacarías.
2° de Darío)

¿519? (fecha exacta Esdras 5:3–6:13 Intervención de Tatnai


desconocida) y Setar-boznai.

518 (día 4 del mes 9° [7 Zacarías 7:1–14 Tercera profecía de


de diciembre] del año Zacarías (las restantes
4° de Darío) profecías suyas no
llevan fecha).

515 (día 3 del mes 12° Esdras 6:14–22 Templo acabado y


[febrero] del año 6° de dedicado.
Darío)

Asuero 486–464

ha. 485 Esdras 4:6 Acusaciones contra


judíos enviadas desde
Judá.

483-¿? Ester 1:1–10:3 Ester reina de Persia.


Complot frustrado de
Amán. Mardoqueo
exaltado.

310
¿? Malaquías Las profecías de
Malaquías son de fecha
desconocida, pero
pertenecen
posiblemente a un
período algo anterior al
retorno del segundo
grupo de exiliados.

Artajerjes 464–423

458 Esdras 7:1–10:44 Retorno del segundo


grupo de exiliados bajo
Esdras con el fin de
introducir la ley.

¿? Esdras 4:7–23 Queda impedida la


construcción de las
murallas de Jerusalén.

445 Nehemías 1:1–13:31 Retorno del tercer


grupo de exiliados bajo
Nehemías con el fin de
construir las murallas.

Bibliografía de obras consultadas


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