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MARTA TRABA, Arte de América Latina (1900-1980)

La transfusión de las vanguardias (págs. 75-78)

(…) la figura de Joaquín TorresGarcía (1874-1949), desde que regresó a su país en 1934 hasta su
muerte, toma una magnitud extraordinaria. Hijo de madre uruguaya y de padre catalán, Torres-
García había regresado con su familia a Barcelona a los 17 años. Su formación de pintor fue
rigurosamente europea. Su obra temprana de muralista en el Palacio de la Diputación de
Barcelona, donde en 1913 decora el Salón de San Jorge y la Biblioteca Central, tiene mucho que
ver con el Art-nouveau catalán, aunque su exposición de 1917 en Galerías Dalmau, Barcelona,
manifiesta un poder de síntesis y una capacidad de ordenamiento que estarán desde entonces en
la base de su estilo. Entre 1919 y 1928, Torres-García lleva una vida trashumante, de Barcelona a
París, de ahí a Nueva York, luego de regreso a Italia y Francia, trabajando sobre los tres frentes
simultáneos: la pintura de caballete, los juguetes de madera pintada y los notables dibujos de los
cuadernos de bocetos. En 1928, rechazado del Salón de Otoño, pasa al Salón de los
Independientes, en París, y un año más tarde coincide con el grupo de neoplasticistas en su
cerrada oposición al vago lirismo y a la indefinición buscada por el surrealismo. En 1930 funda, con
el crítico Michel Seuphor, el grupo Cercle et Cañé y la revista del mismo nombre, que un año
después se desintegra y engrosa las filas de AbstractionCreation. Torres-García se mantiene aparte
y realiza en un año, de 1931 a 1932, cuatro exposiciones donde ya está clara la idea de
universalismo constructivo: si la naturaleza se somete a un cierto orden, es posible visualizar las
leyes de unidad que presiden el cosmos. Con esa concepción mitad filosófica mitad plástica,
Torres-García vuelve a Madrid para fundar el Grupo de Arte Constructivo, pero en 1934 regresa
definitivamente a Montevideo. A los 60 años, después de 43 de ausencia, se convierte en la
primera figura indiscutida del arte uruguayo y el maestro mayor del arte continental, gracias a un
trabajo teórico (más de 600 conferencias); la publicación de sus libros (Estructura, 1935; La
tradición de hombre abstracto, 1938; y particularmente Universalismo constructivo, que aparece
en Buenos Aires en 1944); y su tarea de muralista (Monumento cósmico, Parque Rodó, 1938, y sus
murales de la Colonia Saint Bois,8 27 paneles pintados por el Taller y siete por él personalmente).
Su condición de maestro deriva de la fundación del Taller en 1944 y de la revista Removedor, que
le sirve de plataforma teórica. El Taller vivió una mística sin paralelo en ningún otro país. Torres-
García se consideraba un pintor realista, a salvo, gracias a su pasión por "la geometría, el
ordenamiento, el sintetismo, la construcción y el ritmo", de la banalidad del naturalismo. Las
posteriores declaraciones de discípulos como Gonzalo Fonseca y Julio U. Alpuy siempre coinciden
en describir su enseñanza como un sistema, pero apoyado en la vida y la realidad, lo cual la tiñe de
un fuerte tono utópico. Para el crítico uruguayo Juan Fio, esa utopía fue buscar un arte casi
anónimo "que partiendo de cero entronque con las civilizaciones del rito cósmico, de las que son
un ejemplo las precolombinas". Señalando los ideogramas visibles en la pintura de Torres-García,
el crítico Ángel Kalenberg lo considera un pionero de las gramáticas plásticas estructurales, un
verdadero inventor de nociones "cualitativas lingüísticas". Solamente admitiendo la convicción
apostólica de su enseñanza puede explicarse el fenómeno del mimetismo del Taller, donde cerca
de 20 artistas de talento y sensibilidad se plegaron de manera casi literal a sus sistemas expresivos,
que llegaron a influir en artistas tan lejanos como los norteamericanos Gottlieb y Nevelson (como
lo hace notar la crítica norteamericana Jacqueline Barnitz) o el guatemalteco Roberto Ossaye. El
carácter epigonal de los miembros del Taller, incluso los más importantes, no es anotado como
factor en contra. Por el contrario, el Taller creó las variables necesarias a un lenguaje demasiado
rígido, pese a la condición sensible de la compartimentación y los signos incluidos. Augusto y
Horacio Torres, Alceu y Edgardo Ribeiro, Gonzalo Fonseca, Francisco Matto, Vilaró, Jonio Montiel,
Anhelo Hernández, Manuel Pailós, José Gurvich, Julio U. Alpuy, Jorge Visca, entre otros,
sostuvieron firmemente el trabajo del Taller, prolongándolo después de la muerte del maestro.
Inclusive en las grafías sígnicas de José Gamarra (n. 1934), realizadas en la década del 60, aunque
ya sin ninguna relación con el maestro, persiste el prestigio del dibujo hermético del petroglifo. La
vanguardia intencional que lidera Torres-García implica una violenta ruptura con la "normalidad".
"¡La normalidad, qué cosa más horrible para el que está metido en la abstracción, y no admite más
que la forma plana, deformada según lo que le exige la construcción que quiere realizar, sin que
nada limite su absoluta libertad!" (Séptima lección, 1947)

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