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Domingo 28 durante el año


Ciclo C

Mes Misionero Extraordinario de Octubre 2019

“Levántate y vete, tu fe te ha salvado”


(Lucas 17, 19)

Pbro. Nelson Chávez Díaz

Lecturas de hoy:

2 Reyes 5, 10.14-17
2 Timoteo 2, 8-13
Evangelio: Lucas 17, 11-19

1.- Entre la perseverancia y la gratitud.

El pasaje del libro segundo de Reyes nos narra, brevemente, la historia de


un enfermo de lepra llamado Naamán; este hombre era jefe del ejército del rey de
Aram (2 Reyes 5,1) y era muy estimado por el rey ya que Dios se había servido de
él para obtener la victoria. El texto dice que Naamán era leproso; sin embargo,
algunos comentaristas plantean que dicha enfermedad pudo haber sido una
“psoriasis” ya que el término hebreo usado no se refiere a la lepra. De todas
formas el militar se presenta delante del profeta Eliseo para ser sanado. Cuando
Naamán acude ante Eliseo éste no lo atiende personalmente (es decir, no le da
audiencia) sino que envía un mensajero diciéndole lo que tiene que hacer con
órdenes bien precisas y con un resultado asegurado (“tu carne se restablecerá y
quedarás limpio”). El militar Naamán esperaba que, al menos el profeta, realizara
delante de él algún signo portentoso que demostrara su poder pero se ofusca y se
marcha desilusionado (2 Reyes 5, 11-12) y furioso; gracias a la intervención de un
servidor decide volver ante el profeta y realizar lo que éste le pide. Grande fue su
sorpresa al quedar limpio y sano de su enfermedad. Sus palabras delante del
profeta Eliseo denotan no sólo gratitud sino reconocimiento del Dios de Israel
pidiéndole al profeta un “poco de tierra” de Israel para adorar y rendirle culto al
Dios de Israel.

Naamán ha sido “evangelizado” por la sanación milagrosa obra por el


profeta Eliseo; en efecto, el glorioso militar fue en busca de una sanación corporal
pero termina reconociendo, en el milagro y en la intervención del profeta, al Dios
de Israel a quien quiere servir y adorar. Naamán no sólo ha hecho un largo
camino geográfico sino también un interesante “camino interior” de conversión y
de fe.
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2.- La “buena nueva” de la Resurrección de Jesucristo.

La perícopa de la carta segunda a Timoteo pudiéramos dividirla en 2


secciones, a saber: a) sufrimientos de Pablo por el Evangelio de Jesucristo (2
Timoteo 2, 8-10) y b) la solidaridad entre el creyente y Jesús (2 Timoteo 2, 11-13).
La primera sección se inicia con el kerigma fundamental: ¡Jesús ha resucitado!. En
seguida afirma que Jesús es “hijo de David” colocando, de esta forma, los dos
nacimientos de Jesús: nacimiento a la vida terrena (David) y nacimiento a la vida
gloriosa (resurrección). Pablo coloca en relación el sufrimiento y la gloria a través
de esta breve afirmación cristológica.

Pablo también deja claro que su sufrimiento es a causa del Evangelio; por
el Evangelio está en la cárcel y es considerado un malhechor así como también
Jesús fue crucificado como malhechor; el sufrimiento de Pablo, por el Evangelio
de la cruz, hace que la Palabra logre su eficacia plenamente porque ella no está
encadenada. Estos sufrimientos, finalmente, redundan en la salvación y en la
gloria de los elegidos. En la sección segunda Pablo plantea la correlación entre la
muerte por Él y la vida que nos aguarda junto a Él así como también las
consecuencias negativas que se siguen de negarlo y serle infiel a Él.

3.- De la curación a la salvación.

Podemos dividir esta perícopa, para su mayor inteligencia, en varias partes,


a saber: a) Noticia del viaje a Jerusalén (17,11); b) narración del milagro y
constatación (17, 12-14) y c) acción de gracias del samaritano y reflexión que hace
Jesús (17, 15-19).

Algunos elementos a tener en cuenta. El término hebreo “sara’at” que suele


traducir la “lepra” no se refiere modernamente a lo que la medicina actual llama la
“enfermedad de Hansen”; el término agrupa un conjunto de afecciones a la piel
(por ejemplo psoriasis) que producían erupciones y llagas purulentas y que
causaban repugnancia (Levítico 13). Actualmente no se ha descubierto en
Palestina ningún resto arqueológico de alguna persona con lepra. Ahora bien,
debido a esto es que los enfermos se mantienen a distancia de Jesús. El hecho de
que Jesús los mande a los sacerdotes de acuerdo a la ley de Moisés (Lev.13,49;
14,1-32) significa para ellos una prueba de fe ya que en el trayecto quedarían
sanos. El único que vuelve a darle gracias a Jesús es un samaritano que realiza
tres acciones significativas: 1) alaba a Dios; 2) se postra rostro en tierra; 3) le da
las gracias a Jesús.. Luego viene el comentario de Jesús que recoge la ingratitud
de los otros nueve enfermos pero destaca el gesto del “extranjero” (samaritano).
Por último Jesús pide al samaritano que se levante y se vaya pues la “fe” en Él lo
ha salvado.

Algunos comentaristas piensan que este pasaje de Lucas (que sólo está en
su evangelio) ha sido escrito por el evangelista teniendo en cuenta el pasaje de la
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curación de Naamán el Sirio en el libro de los Reyes pues hay paralelos entre el
samaritano o extranjero y Naamán que también era extranjero; la enfermedad
(lepra) es la misma. También a Naamán se le pide una prueba de fe y de
confianza en el profeta, y, por último, Naamán regresa a darle gracias y a ofrecerle
regalos pero se devuelve con un regalo mucho mayor: recobra su salud y
comenzará a dar culto y adoración a Dios.

4.- La misión consiste en pasar haciendo el bien al igual que Jesús.

Hay un hermoso “prefacio” en la Liturgia Eucarística llamado “Jesús, buen


samaritano” que, a propósito del evangelio de hoy sintetiza maravillosamente la
misión y la acción de Jesús: “Porque él, en su vida terrena, pasó haciendo el bien
y curando a los oprimidos por el mal. También hoy, como buen samaritano, se
acerca a todo hombre que sufre en su cuerpo o en su espíritu, y cura sus heridas
con el aceite del consuelo y el vino de la esperanza” (Prefacio VIII del Misal
Romano).

A propósito de este “Mes Misionero Extraordinario de Octubre” a que nos


ha convocado el Papa Francisco podemos extraer tres elementos de los textos
bíblicos de hoy que nos pueden renovar y revitalizar en nuestra acción
evangelizadora. El primero de ellos tiene que ver la actitud de Jesús: Jesús está
en marcha, su “misión” es itinerante y, por tanto, nos llama a todos, como Iglesia a
“salir”, a asumir un “dinamismo de salida” (Evangelii Gaudium, n° 20), a no
quedarnos en nuestras comodidades, a comunicar la alegría del Evangelio a partir
de la “dinámica del éxodo y del don, del salir de sí, del caminar y del sembrar
siempre de nuevo, siempre más allá” (EG 21). Jesús sale de Nazaret y de
Cafarnaúm para dirigirse a Jerusalén pero pasa por tierras periféricas que no sólo
representan “periferias geográficas” sino también “periferias humanas” donde se
encuentra con enfermos que viven solos y aislados. Recordemos que, para esta
semana 28 del tiempo ordinario se nos propone como “Gesto a realizar” el “visitar
a alguien que esté enfermo o solo”.

Un segundo elemento tiene que ver con la comprensión y el llamado de la


misión como invitación a entrar en contacto con las personas, a “involucrarse”.
Como lo dice el Papa Francisco la “comunidad evangelizadora se mete con obras
y gestos en la vida cotidiana de los demás, achica distancias, se abaja hasta la
humillación si es necesario, y asume la vida humana, tocando la carne sufriente
de Cristo en el pueblo” (EG 24). Jesús se conmueve ante la enfermedad de los
diez leprosos y no duda primero en “curar sus heridas”, pero también entiende que
no es suficiente “curar” sino que es necesario “sanar” a la persona entera. Es
interesante destacar que Jesús no solo se preocupa de curar el mal biológico o la
patología corporal (la lepra en este caso) sino que también se ocupa de la
enfermedad como experiencia vivida dentro de la sociedad y de la cultura, que en
este caso, los excluye de la comunidad. Nuestra misión como Iglesia será,
entonces, acercarnos o hacer “prójimos” a aquellos que sufren en su cuerpo o en
su espíritu, llevando el mensaje del Evangelio de Jesucristo y siendo agentes de
compasión, consuelo y misericordia. Como dice el Papa Francisco: “Darle a
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nuestro caminar el ritmo sanador de projimidad” (EG 169). Si no podemos “curar”


la enfermedad física sí podemos colaborar para que ese hermano o hermana
necesitada pueda recibir a “Cristo Terapeuta” en su vida y lo pueda sanar en lo
profundo del corazón.

Y en tercer y último lugar, pensemos que la misión que nos encomienda el


Señor Jesús no consiste solamente en llevar su evangelio, su Buena Nueva; hay
una “misión”, “íntima y personal” que el Señor realiza con nosotros, al interior de
nuestro corazón. Somos misioneros en la medida en que el Señor ha ido haciendo
algo dentro de nosotros y que se expresa en los pasos de conversión y de
adhesión a Él. Hay una primera misión que consiste no tanto en “hacer cosas por
el Señor” sino más bien en que Él haga algo en nosotros abriendo nuestro corazón
y nuestra vida entera a los dones de su Gracia y de su Amor.

El evangelio de hoy es tanto un llamado a acercarnos a los más débiles,


enfermos o marginados con gestos de compasión y misericordia cuanto en
sabernos evangelizar y convertir en ese encuentro con las llagas abiertas de
Jesús.

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