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Capítulo 4
Jesús fue predicando por Palestina, moviéndose entre Galilea y Jerusalén, donde
realizó su misión. Establecer etapas resulta inútil. Del conjunto de los relatos lo más
probable resulta ser que después de la experiencia del bautismo Jesús se moviera
de norte a sur, de Galilea a Jerusalén. Por tanto, dejemos de lado todo intento de
escribir una crónica de los desplazamientos de Jesús y, más bien, tratemos de
aclarar cómo se presentó ante la gente y qué cosa enseñó.
Quien lo oía notó que hablaba de modo especial, ya que sus palabras no exponían
un discurso, sino que proponía sentencias y juicios absolutos, verdades
indiscutibles. La gente tenía la impresión de que enseñaba con autoridad, es decir
con una autoridad particular. Esta autoridad debía provenir del modo con que
hablaba y, en definitiva, de la compresión que Jesús tenía de sí mismo (Mc 1, 22).
Mateo cita frecuentemente la expresión “en verdad les digo”, que tiene un sentido
de absoluto, sentido que frecuentemente muestran también los poseídos, los
radicales por principio y por estructura mental. Era posible que Jesús escondiera un
delito de estafa y los evangelistas trataron de encontrar en los episodios de su vida
y en sus parábolas algo que quitara cualquier duda.
Juan evangelista aclara la naturaleza de Jesús por medio de su prólogo: “En el
principio era la Palabra y la Palabra estaba dirigida hacia Dios y la Palabra era Dios
(Jn 1,1). Pero se trata de su interpretación de Jesús, lo que presupone ya la fe en
él. Mateo y Lucas preceden la narración de la predicación de Jesús con el relato de
su nacimiento milagroso. Pero siempre se trata de argumentos internos a la
tradición, y estos ya presuponen la fe. En cambio, Marcos trató de aclararse a sí
mismo y a los demás quien era Jesús usando las mismas palabras y acciones de
este. Puso al inicio de su evangelio todos los relatos que la tradición le atribuía y
que servían para este objetivo; en otros términos, creó la autopresentación de
Jesús. Naturalmente los hechos deben comprenderse de acuerdo a la cultura
palestina de entonces y no según nuestra cultura.
Y así, aparece al inicio del evangelio de Marcos un espíritu maligno que delante de
Jesús grita: “Yo se quien eres; eres el Santo de Dios” (Mc 1, 24). El espíritu maligno
dice algo que, dada su naturaleza, él puede ver y hay testigos. La expresión “Santo
de Dios” tiene un sabor bíblico, pero en el Antiguo Testamento jamás se encuentra,
como tampoco está en el Nuevo Testamento. La expresión “Santo de Dios” es
poderosa y su fuerza aumenta con el artículo. Jesús no es “un santo de Dios” sino
“el Santo de Dios”. Por tanto es algo único, que no tiene igual. “Santo” es adjetivo
referido a Dios o a las cosas de su culto o a hombres que tienen una misión o
investidura particular de parte de Dios. Eliseo (2 Re 4,9) es “un hombre de Dios, un
hombre de Dios, un santo”, Jesús es “el Santo de Dios”2. Dado el contexto del pasaje
marcano, la expresión “Santo de Dios” no se puede interpretar como si indicara a la
divinidad, pero de todos modos indica que Jesús se mueve en la esfera de la
santidad divina de manera tan especial que puede ser llamado el Santo de Dios. Sin
embargo, extrañamente para nosotros, Jesús impone al demonio que no hable.
Jesús el escondido
Siempre en de los inicios de la actividad de Jesús, Marcos coloca otro hecho que
indica que su naturaleza está por encima de la humanidad. Es el milagro de la
curación del leproso, un episodio narrado también por los otros sinópticos, pero no
situado en esta posición de relieve (Mc 1, 40-44; cfr. Mt 8,1-4; Lc 5, 12-16). Aquí
Jesús, que jamás se ha escondido, que ya ha curado a la suegra de Pedro, que
poco antes ha dicho: “Vamos a las aldeas cercanas, para que predique también allá,
que para esto he salido”, este Jesús, que predicaba y curaba delante de testigos,
1
La expresión “en ti me he complacido” retoma la presentación del Siervo de Yhwh en Is 42, 1, según el texto
hebreo.
2
“Santo de Yhwh” es llamado Aarón en Sal 106,16. Santos son los ángeles y santos pueden ser llamados los
hebreos (Dn 7, 27). “Santo Siervo” es llamado Jesús en Hech 4, 27, donde el término es seguido de un “que tu
has ungido como mesías”.
3
pide al leproso lo que ya le había pedido al espíritu maligno: no decir nada a nadie.
Surge aquí nuestra duda respecto a si esta exigencia no podría ser un signo que
ayudara a los milagros. En efecto, se trata de una exigencia que no proviene del
estilo de vida de Jesús. Por tanto debería tener un sentido distinto, inherente al
hecho mismo ser “escondido”. En cierto modo Jesús se proclama “el escondido”.
Pero para que tenga sentido proclamarse el escondido se necesita que en la cultura
de su época existiera dicha imagen, es decir, el concepto de “el escondido”.
Hoy a nosotros la cosa nos parece carente de sentido; y sin embargo el episodio de
esta curación seguida de la orden de no decir nada a nadie está bien documentado
por la tradición, como se ve en el hecho de que el pasaje lo traen también Mateo y
Lucas. En ciertos casos para poder comprender se necesita buscar entre las ideas
que circulaban en la época de Jesús, para ver si el ser escondido tenía algún
sentido; en otro términos, se necesita tratar de comprender que cosa querría indicar
Jesús con su declararse “escondido” o, directamente, “el escondido”.
Una respuesta a nuestro problema nos viene de la tradición henoquita. Este “ser
escondido” es una cualidad del Mesías celestial en la tradición henoquita. No se si
se puede encontrar en la tradición de la Escritura algún antecedente de este hecho;
me viene a la mente David que fue ungido rey mucho antes de que se revelase
como tal. Pero en época de Jesús la idea de que tendría que existir un Mesías
celestial y escondido estaba muy consolidada en la tradición henoquita. A Henoc se
le interpreta claramente en la época de Jesús como figura mesiánica; de él leemos
ya en el antiguo Libro de los Vigilantes (1 H [LV] 12, 1) que “estaba escondido y
nadie sabía donde podría estar”, y lo estaba ya antes de que ocurrieran las cosas
narradas en los capítulos precedentes, es decir, antes de la caída de los ángeles.
En el más reciente Libro de las Parábolas (alrededor del 30 a.C.) se atribuyen a la
figura escondida (1 H [LP] 48,6: “El ha sido elegido y escondido”) los títulos de Justo,
Elegido, e Hijo del Hombre, y se precisa que aquel ser fue creado antes de los astros
(1H 48,3). Su función habría sido la de ser apoyo de los justos y la luz de los pueblos
(1H 48,4), tanto que todos aquellos que habitan en la tierra lo honrarán (1 H 48,5).
Con esta intención Dios escondió la figura del Justo, Elegido, Hijo del Hombre antes
de la creación del mundo. Este “escondido” tenía la tarea de revelar a los justos la
Sabiduría del Señor (que, por tanto, era todavía desconocida). En 1 H 48,10 se le
define como el “Ungido de Dios”, es decir alguien ungido directamente por Dios; por
tanto, se trata de un ungido totalmente especial: es el Mesías con M mayúscula. El
poder de este Mesías se extiende a todas la generaciones (49,2). Su tarea principal
consistirá en ser el Juez Universal. Quien no se arrepienta ante él, perecerá. Es
importante notar cómo el nombre de Henoc no es mencionado hasta aquí por el
autor del Libro de las Parábolas, sino que lo deja para el final del libro (1H 71, 14)3.
En otros términos, lo que se percibe es que existía una figura muy elevada creada
antes del tiempo con la función de juez universal, que se podía denominar con el
apelativo de Hijo del Hombre. Lo que le queda al lector en su mente, seguramente
porque ya estaba en la mente del autor, es el Hijo del Hombre y no Henoc.
3
Probablemente la identificación de Henoc con el Hijo del Hombre es un agregado henoquita al texto original
que quizás ni siquiera era de matriz henoquita.
4
4
Para ver la estructura de la casa palestina del siglo I, cfr. Principe S., bhsr: “Nel cortile”, Torino, Edizioni
Didaskaleion 1998.
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5
“Jesús dijo al paralítico” retoma el precedente “Jesús le dijo a ellos”; la presencia de esta retoma ha hecho
pensar que se trataría de una agregado de la tradición. Por otra parte se tendría que tratar de un agregado muy
antiguo, puesto que está presente también en Mateo y Lucas. La retoma aparece como natural también en el
autor del texto, porque subraya a quien se dirige Jesús. En efecto, tenemos las palabras dirigidas a los escribas
y las que están dirigidas al paralítico.
6
Por lo tanto, para Marcos, Jesús era el Santo de Dios, el escondido, el Hijo del
Hombre. A Jesús le gustaba autodenominarse con este apelativo que indicaba sus
funciones mejor que cualquier otro. Esto crea cierta consecuencia curiosa; en
efecto, Jesús pudo usar esta expresión para indicar al Juez escatológico. Habla
siempre de sí mismo, pero al lector le crea una impresión extraña, porque suscita el
efecto del desdoblamiento.
Juan escribirá (5, 26-27): “Como el Padre tiene la vida en sí mismo, así ha concedido
al Hijo tener vida en sí mismo; el tiene el poder de juzgar, porque es el Hijo del
Hombre”6. Esta es la teología de Juan, no son palabras de Jesús, pero si Juan llegó
a escribir que justamente por esto Dios dio al Hijo el poder de juzgar, es que debía
conocer bien la figura y el concepto del Hijo del Hombre.
Capítulo 5
6
Véase nota 12 del capítulo 2.
7
El inicio de la predicación
Jesús comenzó a predicar después de haber dejado a Juan; mucho más, según
Marcos (1,14), sólo lo hizo después que a Juan lo arrestaron, aunque este dato
depende probablemente de la teología marcana que ve a la predicación de Jesús
como continuación directa de la obra de Juan. En todo caso, la continuó pero de
manera muy distinta.
Todos los autores de los evangelios sinópticos dan relieve al inicio de la actividad
de Jesús. Marcos pone en la boca de Jesús palabras que muestran la comprensión
que tenía Jesús desde el inicio de su misión en el desarrollo de la historia: “El tiempo
se ha cumplido” (Mc 1, 15). Mateo coloca al inicio de la predicación de Jesús aquel
sermón de la Montaña (Mt cap 5-7) que contiene los fundamentos de la ética. Lucas
puntualiza el inicio con el comentario que hace Jesús en la sinagoga de Nazaret de
un pasaje extraído del profeta Isaías (Lc 4, 16-21) donde aparece que Jesús ha
venido para realizar esa profecía.
9
El tiempo se ha cumplido
“El reino de Dios se ha hecho cercano”7 señala la característica del nuevo eón. La
historia ha llegado verdaderamente a un viraje decisivo, porque el reino de Dios está
por llegar a los hombres.
Todos los que se han ocupado de Jesús, creyentes y ateos de todas las
extracciones, están de acuerdo en un punto: Jesús predicó el reino de Dios. Es un
concepto muy basto, como decir “Dios y los hombres”, pero justamente por su
bastedad se convierte un poco en una luz difundida que reviste toda la actividad de
Jesús, ya que la ilumina y matiza sus contornos.
Ante todo debe decirse que la idea de que Dios reina en Israel era tan vieja como
éste mismo pueblo; pero la expresión “reino de Dios” era nueva, y debemos
considerar que si bien no fue acuñada por Jesús, de cualquier modo, había nacido
en su época8; se trata de un indicio de la conciencia que tuvo Jesús de proclamar
algo novedoso; para indicar una realidad nueva tenía necesidad de una expresión
nueva, que fuera muy bien comprendida por su contemporáneos. Si la imagen que
da la expresión “reino de Dios” era comprensible en la cultura hebrea de la época
de Jesús, tal como en sus líneas generales también lo es hoy, más difícil resulta
establecer qué cosa pudiera querer decir con esta expresión en aquel momento y
qué cosa podía haber comprendido la gente.
Es claro que Jesús con la nueva expresión “reino de Dios” quería indicar una
realidad nueva concerniente a la realeza divina, que sin embargo, en cualquiera de
los modos en que fuera concebida, existía desde siempre. Aparece como una clara
voluntad de anunciar una gran innovación, pero la simple afirmación de que Dios es
rey y que se está acercando no se comprende si no se aclara en qué cosa podía
consistir este Reino que al menos para los hombres debía ser nuevo. La novedad,
dado que Dios siempre ha sido rey, no puede consistir sino en una de estas dos
cosas: o un modo distinto de reinar y, entonces, en una nueva relación con Dios, o
más bien en una distinta extensión del Reino. En ningún caso las dos hipótesis se
excluyen entre sí; es más, en cierto modo se integran.
La frase “el reino de Dios se ha hecho cercano” indica que de cierto modo los
hombres hasta ese momento se encontraban fuera del reino de Dios: es necesario
admitir que existía algo que todavía no pertenecía al reino de Dios, que se rebelaba
contra Dios. A los oyentes esto no les planteaba dificultades.
7
La traducción “el reino de Dios está ya presente” proviene de una interpretación del griego, posible
gramaticalmente, pero que se refiere al contexto global de la predicación de Jesús. Quien escuchaba estas
palabras en arameo debía comprender “está por llegar”.
8
Mateo (3,2) ya pone esta expresión en boca de Juan Bautista en la forma de “reino de los Cielos”. La expresión
“Reino de Dios” se encuentra también en el libro contemporáneo de la Sabiduría (10,10) con un sentido vago
y en el apócrifo Salmos de Salomón (17,3) con una expresión un poco diferente (“El reino de nuestro Dios”) y
con un significado completamente diferente. En cualquier caso debe notarse que es en las primeras parábolas
donde abunda la expresión “reino de Dios”.
11
Es una idea antigua que el sceol estuviera fuera de la autoridad divina, por lo menos
en la imaginación común. Job cansado de las pruebas a que es sometido por satán9,
que actúa con el permiso divino, desearía refugiarse en el sceol, porque
evidentemente allí la ira de Dios no podía llegar. (Jb 14, 13). También Ezequías,
uno de los pocos reyes de Israel que la tradición recuerda como píos, afligido por la
enfermedad, recuerda a Dios que si muere ya no podrá alabarlo, porque el mundo
de los muertos ya no tiene contacto con el mundo divino. “El Sceol no te alaba, ni la
muerte te canta himnos; todos los que bajan a la fosa ya no esperan en tu fidelidad”
(Is 38, 18). En el libro de los Jubileos (segunda mitad del siglo II a.C.) Satanás, que
ahora es el nombre del diablo, tiene un Reino propio opuesto al divino; es más, lo
tiene debido a que Dios mismo lo concede.
“Mastema, mensajero de los espíritus, vino y dijo [a Dios de parte de
Satanás]: ‘Señor, creador, deja a alguno de ellos [de los espíritus malignos] a mis
[de Satanás] órdenes, y que hagan todo lo que les diré, porque si no me queda
ninguno, yo no puedo aplicar el poder de mi voluntad sobre los hijos del hombre...’.
El Señor dijo a Mastema: “Se quedará un décimo a sus [de Satanás] órdenes y las
otras nueve partes bajarán al lugar del daño”...” (Jub 10, 8-9).
“(19) En una fuente de luz está la estirpe del Bien y de una fuente de Tiniebla
(proviene) la estirpe del Mal. (20) En manos del príncipe de la Luz está el gobierno
de todos los hijos de la Justicia, los cuales caminan por los caminos de la Luz. En
manos del Ángel (21) de la Tiniebla está todo el gobierno de los hijos del Mal, los
cuales caminan por los caminos de la Tiniebla. Del Ángel de la Tiniebla (depende)
la perdición de todos los hijos de la Justicia. Todos sus pecados, sus culpas, su
impiedad, sus acciones rebeldes (son causados) por su dominio (23) según la
misteriosa voluntad de Dios, hasta que (llegue) su fin. Todas las desventuras de los
hombres y los tiempos de sus angustias (dependen) del dominio de su hostilidad.
(24) Todos los espíritus de su partido tratan de hacer caer a los hijos de la Luz, pero
el Dios de Israel y el Ángel de Su verdad ayudan a todos (25) los hijos de la Luz”
(IQS 3, 19-25).
Creo que la mejor interpretación de la frase que, según Marcos, constituye el primer
anuncio del Reino –“el Reino de Dios está cerca”- la ha dado Juan en el inicio de su
evangelio, sirviéndose de conceptos comunes en aquel entonces en la cultura
hebrea. La interpretación de Jesús como Verbo divino son palabras de Juan, no de
Jesús. Pero la existencia de dos realidades contrapuestas, de dos reinos, llamados
Luz y Tiniebla (Jn 1,5), es la única interpretación posible de la frase de Jesús. En
9
En el libro de Job “satán” no es nombre propio sino que indica solamente una función, la del ángel que escruta
toda la tierra para referir a Dios las malas acciones de los hombres. Solo después el término “satán” llegó a ser
uno de los nombres con los que se designaba al diablo. Llegó a ser, por ello, nombre propio.
12
ésta existe también la idea, no obstante la oposición de los dos reinos de la Luz y
de las Tinieblas, que Dios es el verdadero y único rey del cosmos, porque el cosmos
fue creado por él. Así, cuando el Verbo, es decir en concreto Jesús, vino al mundo,
vino a situarse entre la gente, la cual había sido creada por medio de él, es decir,
que era suya; pero los suyos no los han acogido (Jn 1,11) porque actualmente son
presa de Satanás.
Si no se admite que Jesús consideró al mundo como Tiniebla, y, por lo tanto, como
reino de Satanás, no se comprende tampoco el anuncio de que el reino que se
acerca, es un reino que está por llegar. En el Reino universal de Dios había algo
que quedaba fuera, pero ahora la realeza de Dios se estaba acercando para retomar
su señoría sobre los hombres. Dios no se acercaba solo, se acercaba con su reino
que se extiende hacia los hombres; el poder de Dios se podía ejercer en todas
partes, porque era superior al de Satanás, pero ahora el mensaje dice que los que
lo acepten formarán parte del reino de Dios, serán súbditos de su Reino, tendrán
los derechos de sus súbditos. Dios está a punto de ejercer sus prerrogativas de tal
manera que crea, o comience a crear, un Reino propio entre los hombres que es
nuevo. La relación del hombre con Dios está por cambiar. Para comprender en que
cosa podría consistir esta relación nueva del hombre con Dios, es necesario leer
todos los evangelios hasta el fondo, porque el sentido del anuncio de Jesús se hace
pleno sólo después de su muerte y resurrección. Quien escuchaba no podía saber
esto, pero quedaba fascinado.
Dios no extiende su Reino sobre la tierra por medio de un milagro, sino que más
bien su acción comienza mucho antes, tiene sus precedentes en Moisés y en los
profetas, en toda la historia anterior a Jesús; así pues Jesús mismo desarrolla su
acción en el tiempo desde el momento del anuncio genérico de la llegada del reino
de Dios pasando por la última cena, hasta llegar a la cruz y a la resurrección. El
lapso de tiempo trascurrido entre el anuncio y la cruz, entre el anuncio y la
resurrección no está vacío, no es un espacio sin sentido. Este lapso lo llena la
predicación de Jesús que explica qué cosa es el Reino. La predicación de Jesús es
una etapa fundamental del adviento del Reino, etapa que tiene sentido a la luz del
pasado y que explica el futuro. Jesús predijo su muerte y no trató de evitarla.
Así, durante su predicación, Jesús puede decir que el Reino está ya presente en el
hombre (cfr. Lc. 17,21). Esta presencia es distinta de la que tendremos con la
resurrección; pero es ya reino de Dios; es una realidad en desarrollo, dinámica cono
se dice hoy, algo que es, y estará siempre en curso de realización. “Si yo expulso
los demonios con el dedo de Dios, es que sin duda el reino de Dios ha llegado a
ustedes” (Lc 11, 20; cfr. Mt 12, 28). El sentido de la frase debe comprenderse no
porque ahora los demonios sean expulsados, sino en el hecho de ello ocurre por
medio del poder de Dios que está a la obra en Jesús.
La existencia del reino de Dios en la tierra conlleva el que Dios esté en cierta manera
también presente en la tierra, en tanto que rey de su Reino. También esta idea
pertenece a la cultura hebrea de la época de Jesús, cosa considerada pura locura
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por los fariseos, pero esperanza concreta para otros hebreos. La documentación
más antigua se remonta al Rollo del Templo10: “Serán para mí el pueblo y yo les
perteneceré para siempre. Habitaré con ellos para siempre. Santificaré mi santuario
con mi Gloria...” (RT 29, 7-10).
En el libro de los Jubileos (segunda mitad del siglo II a.C.) el autor introduce a Dios
que dice a Moisés que escriba todo aquello que le dirá y que permanecerá válido
para siempre, “hasta que yo descienda [del cielo] y permanezca con los hombres
por los siglos de los siglos...hasta que sea construido en medio de ellos mi santuario
para la eternidad, y hasta que el Señor aparezca ante los ojos de todos y todos
sepan que soy el Dios de Israel, el padre de todos los hijos de Jacob” (Jub 1, 26).
Los Testamentos de los doce patriarcas (Siglo I a.C.) es la obra en que de manera
más frecuente aparecerá la esperanza de que Dios algún día descendería para
habitar con los hombres en la tierra que ha creado. En el Testamento de Leví se
lee: “...hasta que yo no venga a habitar en medio de Israel” (5,2). En el Testamento
de Neptalí se lee: “Dios aparecerá habitando sobre la tierra de los hombres”. Pero
la formulación más compleja es la del Testamento de Simeón: “Entonces Sem será
glorificado, porque el Señor Dios, el grande de Israel, aparecerá sobre la tierra para
salvar al hombre por medio de sí mismo” (6,5).
Por tanto, entre las esperanzas posibles de Israel existía también la llegada misma
de Dios sobre la tierra. El anuncio de que el reino de Dios estaba cerca no debía
crear mayor sorpresa, porque podía ser entendido como si Dios estuviera por bajar
sobre la tierra. Quizás con Jesús había ocurrido algo de este tipo, por lo menos para
los creyentes, pero no es cierto que esto lo podía comprender quien escuchó aquel
mensaje de Jesús: “El reino de Dios está cerca”. No sabía nada del pacto que habría
instituido entre Dios y el hombre; no sabía nada ni de su muerte, ni de su
resurrección.
Anticipo aquí algunas ideas que saldrán de los textos sólo después, pero que son
la orientación que guía las líneas que escribo. Jesús anuncia una nueva relación
entre Dios y el hombre. Esta nueva relación con la divinidad permite al hombre mirar
a su Dios con una mirada distinta. Entre el hombre y Dios el pecado no tendrá ya la
fuerza separadora que había tenido hasta ese momento. El bien permanece como
bien y el mal permanece como mal, pero Dios mirará al pecador con ojos distintos
a los de antes y el pecador podrá continuar buscando a Dios. Este es el anuncio
fundamental de Jesús; es una realidad ya en acción que Jesús confirmará
definitivamente con su pasión y su muerte. Será éste el sentido del Pacto que él
establecerá con Dios. El pecado proseguirá su camino en la tierra, y de Jerusalén
no quedará piedra sobre piedra, pero el reino de Dios, la nueva relación de Dios con
los hombres, permanecerá para siempre. Esta nueva relación no se funda en la
observancia de la ley moral: Dios ama y busca también a quien traiciona la moral.
La ley que Jesús predica es el amor por todos sin distinción alguna, un concepto del
cual es más fácil hablar con entusiasmo que ponerlo en práctica; en todo caso el
Pacto refrenda la nueva relación de Dios con los hombres. Sólo en el más allá el
reino de Dios es perfecto, es decir sin mal. “No beberé ya del fruto de la vid hasta el
10
La datación del Rollo del Templo es muy insegura; personalmente lo considero bastante antiguo; pero, aun
si lo hacemos aproximatívamente, no existen elementos para una datación segura. En todo caso debe ser anterior
al 150 a.C.
14
día en que lo beberé nuevo en el reino de Dios (Mc 14, 25). Y aquí reino de Dios
significa el cielo, donde el reino de Dios ha existido siempre.
Para Jesús el Reino de Satanás existe realmente. Cuando algunos fariseos dijeron
que Jesús expulsaba a los demonios en nombre del diablo, el respondió: “Todo
Reino en desacuerdo cae en la ruina. Ahora bien, si Satanás expulsa a Satanás,
está en desacuerdo consigo mismo. Entonces, ¿Cómo podría su Reino mantenerse
firme? (Mt 12, 24-26). En líneas generales este era el anuncio de Jesús.
Escuchando las palabras de Jesús trataremos de comprender el sentido de la
expresión “está cerca”. Ella significa que la venida del Reino ha comenzado, pero
no está cumplida porque el Reino de Dios es una realidad cuyo cumplimiento está
en el futuro, aunque ya existe en su forma imperfecta. En efecto, alguien traduce el
griego énghiken como “está ya presente”. De hecho, el verbo énghiken, en la
medida en que esta en perfecto, indica más las consecuencias de una acción que
la acción misma; por tanto, la cercanía del Reino significa que aquel complejo de
realidades que constituye el Reino ya se ha puesto en movimiento. De alguna
manera también en la tierra el Reino ya está presente.
Como las dos primeras frases – “el tiempo se ha cumplido” y “el reino de Dios se ha
acercado”- estaban estrechamente ligadas entre sí y se iluminaban recíprocamente,
así también las dos segundas, “conviértanse” y “crean en el evangelio”, están
estrechamente conectadas entre sí y se iluminan mutuamente.
Jesús se coloca en la línea de la predicación de Juan Bautista. Juan había predicado
la necesidad de la conversión, pero no le pareció que sólo la conversión pudiera
bastar, ya que quedaba en el hombre una huella, una mancha que era consecuencia
del pecado y que le impedía la cercanía de Dios. Como el glaciar deja su huella en
el valle, así la trasgresión deja su huella en el hombre que continúa manteniendo
alejados a Dios y al hombre recíprocamente.
Para Jesús la conversión es un momento fundamental para acoger el “reino de
Dios”. Acoger el reino de Dios era una nueva forma de bautismo; era el bautismo en
el espíritu según la interpretación de los sinópticos que es muy clara en Marcos: “El
los bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1,8).
15
Jesús expresa la acogida del “reino de Dios” con el imperativo “crean en el evangelio
[de Dios]”. Las dos frases “conviértanse” y “crean” no deben verse como dos
momentos que se suceden uno después del otro, para lo cual habría primero que
convertirse y después creer, sino como dos actos que sustancialmente coinciden.
Jesús no inventó la parábola como genero literario. Forma parte del bagaje cultural
hebreo de la antigüedad. Pero, dado que Jesús lo utilizó para presentar su
pensamiento, ha asumido en el Nuevo Testamento características especiales que
dependen no de la innovación literaria, sino de la innovación conceptual.
En líneas generales, la parábola es un relato imaginario que sirve como paradigma
para comprender o juzgar un hecho. Como ejemplo clásico véase la parábola que
el profeta Natán contó a David para poner su conciencia ante el homicidio de Urías,
esposo de Betsabé: había un hombre rico que, para prepararle la comida a un
huésped, robó a un pobre la única corderilla que poseía. David dijo que quien había
realizado una acción de ese tipo merecía la muerte. El profeta dejó la parábola y
pasó a la situación presente, declarándole a David que ese hombre era David
11
Véase Daniel que calcula las semanas que dividen el presente de la llegada del Mesías (Dn 9, 14-17) y el
autor del Libro de los Sueños que espera el Juicio de Dios como inminente (1H[LS]90, 16ss): el Mesías será el
rey del mundo futuro sin Mal.
12
Cfr.SalSl 17, 21.
13
Puesto que existía algún escrúpulo en pronunciar el nombre de Dios incluso usando el nombre común (Dios
y no Yhwh), alguien (por ejemplo Mateo) sustituyó la expresión “reino de Dios” por “reino de los Cielos”, pero
el significado de las dos expresiones es el mismo.
17
estaba en la vida. Jesús no trató de superar la muerte como hecho ilusorio sino que
la aceptó plenamente como uno de los tantos aspectos del dolor; pero el cristiano,
también a la espera de la muerte, vive el reino de Dios que está tanto en el cielo
como en la tierra.
Por tanto acerquémonos a alguna de estas parábolas. Si el reino de Dios, es decir
la nueva relación que Dios establecía con el mundo y con el hombre, podía se
presentado por medio diversas parábolas, quiere decir que tenía muchos aspectos
y que no todos podían ser comprendidos por los oyentes, entre los cuales también
debemos ponernos nosotros. No sólo esto, la parábola crea escenas que deben
conceptualizarse, pero donde la imagen va siempre más allá de cualquier
conceptualización, aunque nosotros como humanos actualmente reflexionamos e
intercambiamos nuestras ideas, sobre todo, por medio de los conceptos. Y aún más,
los evangelistas sólo nos han trasmitido algunas de estas parábolas; pero debieron
ser muchas más de las que conocemos.
El reino de Dios es algo que se puede comprender sólo parcialmente, no sólo
porque en su raíz primera está por encima del hombre, sino también porque es una
realidad que se desarrolla y procede hacia metas que los hombres no conocen.
Leamos como primera la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32; Mt 13, 31-32;
Lc 13, 18-19): “¿A qué compararemos el reino de Dios? Lo compararemos a un
grano de mostaza, que es el más pequeño de todas las semillas que se pueden
sembrar en la tierra, pero cuando se ha sembrado crece y llega a ser más grande
que todas las hortalizas y hace grandes sus ramas, de modo que a su sombra se
pueden cobijar las aves del cielo”. El reino de Dios es algo minúsculo destinado a
crecer durante el tiempo hasta llegar a ser una realidad capaz de dar protección y
restauro. Pero, ¿en cuanto tiempo? La mostaza crece en el correr de una estación.
¿Jesús quería decir que el reino de Dios, sea lo que sea, se habría desarrollado con
la misma rapidez que el vegetal? Es poco probable. El parangón no está entre el
reino y la velocidad del desarrollo de la planta, sino entre la pequeñez de los inicios
y la grandeza final. Además, el Reino da (¿dará?) restauro evidentemente a quien
cree en él y lo ha aceptado.
Todavía más cargada de significado es la parábola de la levadura que Marcos ha
omitido y que presentamos en la forma de Mateo (cfr. Lc 13, 20-21): “El Reino de
los Cielos se parece a la levadura que una mujer toma y pone en tres medidas de
harina, hasta que todo está fermentado” (Mt 13, 31-33). A diferencia de la parábola
del grano de mostaza, aquí se hace alusión a una realidad que se inserta en otra y
que modifica esta segunda. Gracias a la metáfora el reino de los cielos transforma
–lentamente el alma que ha penetrado, así como toda la historia donde se ha
insertado-. La expresión permanece por muchos detalles en la vaguedad; ¿Qué
cambios sufre la harina, es decir el hombre, ante esta penetración del Reino dentro
de sí? ¿Qué quiere decir que uno reciba el mensaje y otros no, desde el momento
en que la levadura entra en contacto solamente con una parte de la harina? ¿Y qué
quiere decir que incluso quien acepta el mensaje, en definitiva lo acepta como lo ha
comprendido? ¿Qué quiere decir aceptar el reino tal como se comprende? La
presencia del Reino en el hombre y en la historia se convierte a la vez en certeza
comprensible y misterio. Es misterio como lo es la gracia y Jesús no lo ha revelado.
Además, la imagen de la levadura, como la de la semilla de mostaza, pero incluso
en este caso de manera más clara, no se adapta sólo al individuo sino también al
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Henoc en el Libro de los Vigilantes (siglo IV a.C.) revela el origen del mal y declara que algunos misterios
que han sido revelados por los ángeles deberían permanecer así como son (1H[LV]9,6). El ha visto los secretos
de Dios, pero los ha contado a los hombres “con lengua de carne”, es decir con alusiones que no afectan la
realidad más profunda de esos misterios (1H[LV]14,2). El Henoc Eslavo (postcristiano) presenta ya en sus
primeras palabras a Henoc como conocedor de los misterios; él es espectador de la vida de lo alto, del
sapientísimo, grande, inmutable y omnipotente reino de Dios” (2H 0,2; el reino de Dios aquí es el gran eón
futuro donde no existirá el mal). Lo esencial del cielo es “inefable”, porque es una “luz sin medida” (2H 0,6)
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luego fruto abundante en la espiga. Cuando el fruto está listo, de inmediato se pone
la mano a la hoz, porque es el tiempo de la cosecha” (Mc 4, 26-29).
Se trata del Reino de Dios que ha comenzado a realizarse en la historia, pero
también del reino de Dios que debe ser en cierto modo conquistado por el hombre:
“Desde los días de Juan el Bautista hasta hoy el Reino de los cielos sufre violencia
y los violentos se lo apropian” (Mt 11, 12).
Aunque el contenido del Reino no se puede definir en términos claros, todavía Jesús
da consejos a aquellos que aceptan su mensaje. La conversión, exigida en términos
genéricos, presupone en todo caso un volverse hacia alguna cosa. ¿Qué podía
comprender el hebreo de la época de Jesús? Alguno habrá comprendido “observar
la Ley de Moisés”, otro, que debía ser más benévolo con sus amigos, otro que debía
dejar de hacer negocios con los paganos, es decir, con los romanos.
En estas parábolas del Reino ningún elemento puede dirigirse a la pasión. La
necesidad de su muerte se le reveló a Jesús en el curso de su predicación. A la
realización del Reino le faltaba todavía algo. Por sí solos, con su propia conversión,
los hombres jamás habrían podido llegar.