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PRACTICA 3: REVELACIÓN DE DIOS EN LA HISTORIA (P. CARLOS CASTILLO)

Paolo Sacchi: Jesús y su gente.C.4.

Capítulo 4

Jesús se presenta a sí mismo

Jesús fue predicando por Palestina, moviéndose entre Galilea y Jerusalén, donde
realizó su misión. Establecer etapas resulta inútil. Del conjunto de los relatos lo más
probable resulta ser que después de la experiencia del bautismo Jesús se moviera
de norte a sur, de Galilea a Jerusalén. Por tanto, dejemos de lado todo intento de
escribir una crónica de los desplazamientos de Jesús y, más bien, tratemos de
aclarar cómo se presentó ante la gente y qué cosa enseñó.

Lo que dice Jesús de sí mismo: su primera autopresentación.

Quien lo oía notó que hablaba de modo especial, ya que sus palabras no exponían
un discurso, sino que proponía sentencias y juicios absolutos, verdades
indiscutibles. La gente tenía la impresión de que enseñaba con autoridad, es decir
con una autoridad particular. Esta autoridad debía provenir del modo con que
hablaba y, en definitiva, de la compresión que Jesús tenía de sí mismo (Mc 1, 22).
Mateo cita frecuentemente la expresión “en verdad les digo”, que tiene un sentido
de absoluto, sentido que frecuentemente muestran también los poseídos, los
radicales por principio y por estructura mental. Era posible que Jesús escondiera un
delito de estafa y los evangelistas trataron de encontrar en los episodios de su vida
y en sus parábolas algo que quitara cualquier duda.
Juan evangelista aclara la naturaleza de Jesús por medio de su prólogo: “En el
principio era la Palabra y la Palabra estaba dirigida hacia Dios y la Palabra era Dios
(Jn 1,1). Pero se trata de su interpretación de Jesús, lo que presupone ya la fe en
él. Mateo y Lucas preceden la narración de la predicación de Jesús con el relato de
su nacimiento milagroso. Pero siempre se trata de argumentos internos a la
tradición, y estos ya presuponen la fe. En cambio, Marcos trató de aclararse a sí
mismo y a los demás quien era Jesús usando las mismas palabras y acciones de
este. Puso al inicio de su evangelio todos los relatos que la tradición le atribuía y
que servían para este objetivo; en otros términos, creó la autopresentación de
Jesús. Naturalmente los hechos deben comprenderse de acuerdo a la cultura
palestina de entonces y no según nuestra cultura.

Ya con las primeras palabras de su evangelio Marcos muestra su interés por la


naturaleza de Jesús: “Inicio del evangelio de Jesús Mesías, hijo de Dios” (Mc 1,1).
Hemos visto que la expresión “hijo de Dios” en los oídos de un hebreo no quería
decir lo que significa para los nuestros, y Marcos usó esta expresión solamente para
indicar una relación totalmente especial entre Jesús y Dios, el Padre, que
difícilmente podía entenderse en nuestro sentido; en todo caso, son palabras de
2

Marcos, de su teología, como diremos hoy. Inmediatamente después relata que,


cuando Jesús salió del agua del Jordán donde había sido bautizado, oyó una voz
del cielo que proclamaba: “Tu eres mi hijo predilecto. En ti me he complacido” 1(Mc
1, 11). Esta vez las palabras no son de Marcos, sino directamente de Dios. De todos
modos, siempre se trata de una experiencia que si no fue sólo de Jesús, fue del
Bautista y de otros pocos.
Entonces, Marcos buscó en su memoria, o en sus cartas, algún acontecimiento que
confirmase la excepcional filiación de Jesús respecto a Dios. Los hechos, cuando
tienen testigos, adquieren gracias a ello una fuerza probatoria que no se puede
pretender con las palabras. Y estos hechos, cualquiera que fuera el momento de la
vida de Jesús en que hubieran ocurrido, debían servir para hacer comprender lo
que para Marcos era fundamental, y que debía colocar al inicio de su evangelio para
que también otros creyeran. Así la naturaleza de Jesús aparece gradualmente a
través de los hechos mismos.

“Tu eres el Santo de Dios”

Y así, aparece al inicio del evangelio de Marcos un espíritu maligno que delante de
Jesús grita: “Yo se quien eres; eres el Santo de Dios” (Mc 1, 24). El espíritu maligno
dice algo que, dada su naturaleza, él puede ver y hay testigos. La expresión “Santo
de Dios” tiene un sabor bíblico, pero en el Antiguo Testamento jamás se encuentra,
como tampoco está en el Nuevo Testamento. La expresión “Santo de Dios” es
poderosa y su fuerza aumenta con el artículo. Jesús no es “un santo de Dios” sino
“el Santo de Dios”. Por tanto es algo único, que no tiene igual. “Santo” es adjetivo
referido a Dios o a las cosas de su culto o a hombres que tienen una misión o
investidura particular de parte de Dios. Eliseo (2 Re 4,9) es “un hombre de Dios, un
hombre de Dios, un santo”, Jesús es “el Santo de Dios”2. Dado el contexto del pasaje
marcano, la expresión “Santo de Dios” no se puede interpretar como si indicara a la
divinidad, pero de todos modos indica que Jesús se mueve en la esfera de la
santidad divina de manera tan especial que puede ser llamado el Santo de Dios. Sin
embargo, extrañamente para nosotros, Jesús impone al demonio que no hable.

Jesús el escondido

Siempre en de los inicios de la actividad de Jesús, Marcos coloca otro hecho que
indica que su naturaleza está por encima de la humanidad. Es el milagro de la
curación del leproso, un episodio narrado también por los otros sinópticos, pero no
situado en esta posición de relieve (Mc 1, 40-44; cfr. Mt 8,1-4; Lc 5, 12-16). Aquí
Jesús, que jamás se ha escondido, que ya ha curado a la suegra de Pedro, que
poco antes ha dicho: “Vamos a las aldeas cercanas, para que predique también allá,
que para esto he salido”, este Jesús, que predicaba y curaba delante de testigos,

1
La expresión “en ti me he complacido” retoma la presentación del Siervo de Yhwh en Is 42, 1, según el texto
hebreo.
2
“Santo de Yhwh” es llamado Aarón en Sal 106,16. Santos son los ángeles y santos pueden ser llamados los
hebreos (Dn 7, 27). “Santo Siervo” es llamado Jesús en Hech 4, 27, donde el término es seguido de un “que tu
has ungido como mesías”.
3

pide al leproso lo que ya le había pedido al espíritu maligno: no decir nada a nadie.
Surge aquí nuestra duda respecto a si esta exigencia no podría ser un signo que
ayudara a los milagros. En efecto, se trata de una exigencia que no proviene del
estilo de vida de Jesús. Por tanto debería tener un sentido distinto, inherente al
hecho mismo ser “escondido”. En cierto modo Jesús se proclama “el escondido”.
Pero para que tenga sentido proclamarse el escondido se necesita que en la cultura
de su época existiera dicha imagen, es decir, el concepto de “el escondido”.
Hoy a nosotros la cosa nos parece carente de sentido; y sin embargo el episodio de
esta curación seguida de la orden de no decir nada a nadie está bien documentado
por la tradición, como se ve en el hecho de que el pasaje lo traen también Mateo y
Lucas. En ciertos casos para poder comprender se necesita buscar entre las ideas
que circulaban en la época de Jesús, para ver si el ser escondido tenía algún
sentido; en otro términos, se necesita tratar de comprender que cosa querría indicar
Jesús con su declararse “escondido” o, directamente, “el escondido”.

Una respuesta a nuestro problema nos viene de la tradición henoquita. Este “ser
escondido” es una cualidad del Mesías celestial en la tradición henoquita. No se si
se puede encontrar en la tradición de la Escritura algún antecedente de este hecho;
me viene a la mente David que fue ungido rey mucho antes de que se revelase
como tal. Pero en época de Jesús la idea de que tendría que existir un Mesías
celestial y escondido estaba muy consolidada en la tradición henoquita. A Henoc se
le interpreta claramente en la época de Jesús como figura mesiánica; de él leemos
ya en el antiguo Libro de los Vigilantes (1 H [LV] 12, 1) que “estaba escondido y
nadie sabía donde podría estar”, y lo estaba ya antes de que ocurrieran las cosas
narradas en los capítulos precedentes, es decir, antes de la caída de los ángeles.
En el más reciente Libro de las Parábolas (alrededor del 30 a.C.) se atribuyen a la
figura escondida (1 H [LP] 48,6: “El ha sido elegido y escondido”) los títulos de Justo,
Elegido, e Hijo del Hombre, y se precisa que aquel ser fue creado antes de los astros
(1H 48,3). Su función habría sido la de ser apoyo de los justos y la luz de los pueblos
(1H 48,4), tanto que todos aquellos que habitan en la tierra lo honrarán (1 H 48,5).
Con esta intención Dios escondió la figura del Justo, Elegido, Hijo del Hombre antes
de la creación del mundo. Este “escondido” tenía la tarea de revelar a los justos la
Sabiduría del Señor (que, por tanto, era todavía desconocida). En 1 H 48,10 se le
define como el “Ungido de Dios”, es decir alguien ungido directamente por Dios; por
tanto, se trata de un ungido totalmente especial: es el Mesías con M mayúscula. El
poder de este Mesías se extiende a todas la generaciones (49,2). Su tarea principal
consistirá en ser el Juez Universal. Quien no se arrepienta ante él, perecerá. Es
importante notar cómo el nombre de Henoc no es mencionado hasta aquí por el
autor del Libro de las Parábolas, sino que lo deja para el final del libro (1H 71, 14)3.
En otros términos, lo que se percibe es que existía una figura muy elevada creada
antes del tiempo con la función de juez universal, que se podía denominar con el
apelativo de Hijo del Hombre. Lo que le queda al lector en su mente, seguramente
porque ya estaba en la mente del autor, es el Hijo del Hombre y no Henoc.

3
Probablemente la identificación de Henoc con el Hijo del Hombre es un agregado henoquita al texto original
que quizás ni siquiera era de matriz henoquita.
4

La idea de un Mesías escondido no existe en los textos qumránicos. Sin embargo,


en Qumrán está documentada una Sabiduría escondida que se revela lentamente
a los elegidos (cfr. 1 QS 9, 13 y 19); me parece que un reenvío a 1 Cor 2, 6ss es
iluminador respecto a la relación entre teología qumránica y teología de los orígenes
del cristianismo: “Hablamos de un sabiduría divina, misteriosa, que ha quedado
escondida y que Dios ha preestablecido antes de los siglos para nuestra
gloria...Pero Dios nos ha revelado estas cosas por medio del Espíritu Santo; el
Espíritu escruta cada cosa, incluso las profundidades de Dios”.
En efecto, Jesús no tenía la voluntad de quedarse escondido: ya había dicho (Mc 1,
38) que su misión era “anunciar”, para ella había venido. Pero, como David fue
ungido antes de que la unción se revelara, como el misterioso Hijo del Hombre del
Libro de las Parábolas está escondido en espera de cumplir su obra de juez
universal, como la Sabiduría está escondida y se revela lentamente en la historia,
así también Jesús está por ahora escondido, porque su función será clara
solamente al final de su obra. Por otra parte en el relato de Marcos ya todos se
habían dado cuenta del poder de Jesús. Entonces la voluntad de Jesús no era la de
permanecer escondido, sino la de proclamarse y de ser conocido como “el
escondido”.

Jesús Hijo del Hombre

Marcos coloca todavía otro episodio en la primera parte de su evangelio, porque


tiene la capacidad de iluminar la naturaleza de Jesús; es más, es el episodio más
claro de todos: es el relato de la curación de paralítico (Mc 2, 1-12; Mt 9, 1-8; Lc 5,
17-26). En este episodio Jesús está en Cafarnaún y mucha gente se reúne para
escucharlo en el patio de la casa en que se encuentra. Por el relato se comprende
también que había asientos, una especie de salón improvisado con Jesús en el
medio. La gente era tan numerosa que en un momento la multitud impedía
acercarse a Jesús a cualquiera que se agregase al grupo de los escuchas. Llegaron
algunos hombres que llevaban a un paralítico tendido sobre lo que hoy llamaremos
una camilla. Dándose cuenta de que abrirse paso en medio de la multitud para
acercarse a Jesús era imposible, tomaron un camino más arduo, pero más seguro:
subieron al techo y de aquí llegaron al patio4. Estaban convencidos de que Jesús
habría curado a su amigo si hubieran logrado hacerse notar y hacerse entender.
Prosigamos el relato con las mismas palabras de Marcos: “Jesús, viendo la fe de
ellos, dijo al paralítico: ‘Hijo tus pecados están perdonados’. Había allí algunos
escribas que estaban sentados y al ver lo ocurrido pensaban ‘¿Qué es lo que este
va diciendo? Blasfema. Quien puede perdonar los pecados sino solamente Dios?’
Jesús habiendo conocido dentro de su espíritu rápidamente sus pensamientos, les
dice: ‘¿Qué pensamientos tienen en la mente? ¿Que cosa es más fácil, decir al
paralítico ‘te están perdonados tus pecados’ o decir ‘levántate, toma tu camilla y
camina? Pues, para que sepan que el Hijo del Hombre tiene el poder de perdonar

4
Para ver la estructura de la casa palestina del siglo I, cfr. Principe S., bhsr: “Nel cortile”, Torino, Edizioni
Didaskaleion 1998.
5

los pecados en la tierra –dijo al paralítico5- yo te digo, levántate, toma tu camilla y


vete a tu casa’. Se levantó, tomó inmediatamente su camilla y se fue ante la vista
de todos”.

El episodio de la curación del paralítico es uno de los más desconcertantes de la


predicación de Jesús y debe comprendese dentro de la realidad de la época. Jesús
usa la expresión “Hijo del Hombre” de manera llana. Son palabras que usa sin
necesidad de ninguna explicación; se trataba de una expresión que debió ser muy
familiar a sus escuchas, tanto a la gente culta como a la gente común. Los
evangelios no explican qué cosa quería decir “Mesías” o que cosa era un “profeta”.
Son términos muy conocidos en la cultura judía. El milagro tiene por objeto no
demostrar la existencia del Hijo del hombre, sino que éste tiene el poder en la tierra
para perdonar los pecados. Es evidente que era conocido que el Hijo del Hombre
tenía este poder más allá, es decir, en el cielo. Lo que Jesús quiere demostrar
realizando este signo es que este poder puede ser ejercido también en la tierra. Y
aquí aparece la segunda parte de la frase: “Yo te digo...”.
No creo que la gente conociera la teología del Libro de las Parábolas, pero es cierto
que por lo menos sabía que “Hijo del Hombre” quería decir Juez, el juez supremo,
y que este juez realmente existía. En cuanto era juez podía condenar y perdonar.
Quizás más condenar que perdonar, pero en todo caso podía perdonar. Si la gente
no hubiera estado en capacidad para comprender esto Jesús habría pronunciado
palabras que para la gente no tenían sentido (nosotros nos la hemos arreglado para
entender “Hijo del Hombre” como un simple apelativo de Jesús). Jesús no quiso
llenar de curiosidad a su auditorio hablando de un personaje desconocido, sino
haciendo un signo especial para decir que la remisión de los pecados era posible
también en la tierra e inmediatamente. Había algunos que creían que la remisión de
los pecados era posible solamente por medio de actos que contrabalancearan las
culpas, y había algunos, como los escribas del evangelio de Marcos, presentes en
la escena, que pensaban que en todo caso el perdón sólo podía ser concedido por
Dios.
Ciertamente, nadie podía ver que los pecados del paralítico habían sido cancelados,
pero Jesús, agregó a su declaración de que el pecado había sido perdonado, un
signo tangible y comprensible en que el paralítico se sanó al instante y regresó a su
casa. La enfermedad misma se interpretaba comúnmente como un castigo y una
consecuencia del pecado, por ello la curación fue interpretada por la gente como
prueba de que Jesús efectivamente había perdonado el pecado. Jesús se marchó
y el sentido del milagro debe haber sido comprendido en todo su sentido e
importancia sólo después, y particularmente por Marcos. Mateo y Lucas, que lo
tienen, no parece que le hayan dado la importancia que le dio Marcos. Para ellos
Jesús era de naturaleza claramente sobrenatural y ciertas situaciones les
parecieron, por así decir, naturales.

5
“Jesús dijo al paralítico” retoma el precedente “Jesús le dijo a ellos”; la presencia de esta retoma ha hecho
pensar que se trataría de una agregado de la tradición. Por otra parte se tendría que tratar de un agregado muy
antiguo, puesto que está presente también en Mateo y Lucas. La retoma aparece como natural también en el
autor del texto, porque subraya a quien se dirige Jesús. En efecto, tenemos las palabras dirigidas a los escribas
y las que están dirigidas al paralítico.
6

La relación entre el Libro de las Parábolas y Jesús es segura, pero no debe


interpretarse como indicio de que Jesús conociera dicho libro, sino más bien en el
sentido de que el Libro de las Parábolas demuestra la existencia de una figura
celestial en el imaginario hebreo, de cuyas características Jesús se apropia. Si luego
todos los evangelistas usan la expresión Hijo del Hombre sin explicarla, quiere decir
que el concepto de Hijo del Hombre era conocido. Se sabía qué era el Hijo del
Hombre, como se sabía qué quería decir “Mesías” o “profeta”. Entre los varios
términos que indicaban la función de salvación para Israel en tiempo de Jesús, al
lado del Sacerdote, del Profeta, del Ungido (es decir del Mesías) es necesario
agregar también al Hijo del Hombre.

Jesús Hijo del hombre e Hijo de Dios.

Por lo tanto, para Marcos, Jesús era el Santo de Dios, el escondido, el Hijo del
Hombre. A Jesús le gustaba autodenominarse con este apelativo que indicaba sus
funciones mejor que cualquier otro. Esto crea cierta consecuencia curiosa; en
efecto, Jesús pudo usar esta expresión para indicar al Juez escatológico. Habla
siempre de sí mismo, pero al lector le crea una impresión extraña, porque suscita el
efecto del desdoblamiento.
Juan escribirá (5, 26-27): “Como el Padre tiene la vida en sí mismo, así ha concedido
al Hijo tener vida en sí mismo; el tiene el poder de juzgar, porque es el Hijo del
Hombre”6. Esta es la teología de Juan, no son palabras de Jesús, pero si Juan llegó
a escribir que justamente por esto Dios dio al Hijo el poder de juzgar, es que debía
conocer bien la figura y el concepto del Hijo del Hombre.

Paolo Sacchi: Jesús y su gente. c.5.

Capítulo 5

Jesús anuncia el Reino de Dios

El contexto de la predicación de Jesús

Para comprender la predicación y por tanto las ideas de alguien es necesario


penetrar, o por lo menos tratar de penetrar en su mente. Siempre es difícil hacer
esto. Lo es ya cuando tenemos escritos compuestos directamente por quien es
objeto de nuestra investigación, pero los problemas son mayores cuando se trata
de hacer revivir a un personaje que nos es conocido sólo de modo indirecto. Nos
podemos consolar pensando que el caso es bastante común ya que de muchos,
quizás de la mayor parte de los grandes personajes de la historia tenemos sólo
escritos que los aluden.

6
Véase nota 12 del capítulo 2.
7

En el caso de Jesús conocemos discretamente las ideas que circulaban en la


Palestina de su tiempo, ideas que con acuerdo o no, eran patrimonio común. Por
tanto, la peculiaridad de Jesús debe comprenderse sobre el telón de fondo de estas
ideas.
En las ideas que circulaban existe un nivel que podemos considerar como el más
profundo, sobre el cual había un acuerdo general. A partir de allí existían niveles
poco a poco más superficiales, en los que se notan discrepancias y fricciones. El
pensamiento de cualquier hebreo de la época debe de comprenderse desde el
trasfondo de esta estabilidad y de esta variabilidad.

El único punto en el que todos estaban de acuerdo era en la existencia de un Dios


que había elegido a Israel y que se había revelado en la historia. El resto, a niveles
más superficiales, se discutía. No todos aceptaban la existencia de un más allá; en
consecuencia, la ética tenía un sentido distinto si se le consideraba como teniendo
como trasfondo sólo a este mundo o si se le consideraba como un elemento
fundamental para ganarse el paraíso. En todo caso el pecado se consideraba como
el gran enemigo de Israel porque atraía el castigo de Dios. También había
problemas para quien creía en el más allá porque no quedaba claro cómo Dios
habría hecho el Juicio, es decir, en qué elementos se habría basado para juzgar. Si
el problema de fondo era el pecado y la posibilidad de vencerlo, quedaba abierta la
cuestión de los medios. Dios era justo y misericordioso, pero ¿cuál era el punto de
encuentro, de equilibro entre estos dos atributos de Dios, ambos ciertos? Certeza
y misterio.
Muchos creían que siempre podría llegar un profeta que hablara en nombre de Dios.
Muchos esperaban con ansia la llegada del Mesías; para muchos era una
esperanza, pero para otros podría ser también fuente de temores. No estaba claro
cuál habría sido su objetivo y, sobre todo, no se aclaraba con qué medios lo habría
realizado; ¿habría salvado a Israel o se habría dirigido a todos los hombres de la
tierra? ¿Habría liberado a Israel de los romanos con una guerra o habría liberado a
todos los hombres del Mal? La mayoría pensaba, en todo caso, que esta liberación
era un evento terrible. Y además no todos los hebreos estaban dispuestos a
considerar a todos como verdaderos hebreos; quizás habría hebreos que eran como
los paganos y debían ser considerados como tales. Sobre la naturaleza misma del
Mesías no se tenía una idea unitaria. ¿El Mesías habría sido rey de Israel y
descendiente de David, según las profecías de Isaías y Jeremías como todavía
pensaba en el siglo I el autor de los Salmos de Salomón, o un ser sobrehumano,
como pensaba el autor del Libro de las Parábolas además de algún texto
qumránico? En este caso el término Mesías, con sus valencias humanas podía
parecer impropio. Cuando los discípulos de Juan Bautista preguntaban a Jesús si
era él el Mesías, no usaban esta palabra sino un circunloquio: “¿Eres tú el que debe
venir?” (Mt 11, 3). Existían muchas incertidumbres en Israel, muchos problemas
abiertos.
A Jesús y a su pensamiento se les debe comprender en medio a estos problemas
que sólo parcialmente son los nuestros. Qué difícilmente se diría hoy que el pecado
es el problema crucial de la sociedad. Creo que todavía lo es, pero hoy nos
expresamos de modo muy distinto. El problema no es ya el pecado, concepto que
presupone la existencia de un Dios que juzga y castiga, sino la injusticia que hoy se
8

revela sobre todo en las diferencias sociales. Incluso estamos dispuestos a


comprender el problema del mal en el mundo de manera más compleja de lo que
permite el análisis social interno de cada País. El concepto de neurosis, que hace
sufrir al neurótico como quien lo vive de cerca, interioriza y universaliza de alguna
manera el concepto de pecado, entendido como realidad universal. Injusticia social
y neurosis, dada su existencia universal, terminan sustituyendo el concepto de
pecado original. De cualquier modo, se trata de una idea que analizó e ilustró un
apocalipsis de fines del siglo I, el así llamado Cuarto Libro de Esdras para el cual,
existe en el hombre el cor malignum, una maldad connatural al alma humana; esta
es la realidad que hace de los hombres casi una masa sufriente y dañada. Así el
hombre se convierte casi en una víctima de sí mismo, incapaz de alegrarse de su
existir, de acercarse a Dios, al que prefiere negar o ignorar. Si bien las ideas son
distintas hoy respecto a las de entonces, el dolor humano y el mal, entonces como
hoy, desbordan.
De manera más inmediata hoy se advierte la presencia del mal en el mundo como
“corrupción” y como “falta de solidaridad”, pero se trata siempre de conceptos
distintos al del pecado. El pecado supone la ofensa a Dios; sin Dios o con un Dios
que se adora sólo en la iglesia o en la sinagoga, el “pecado” ya no quiere decir nada.
La situación que afrontó Jesús para cambiarla parece ser la misma de hoy. Esto nos
acerca a Jesús, a su mundo y a sus problemas, pero a la vez produce en nosotros
el sentido de su total fracaso. Jesús ha muerto en la cruz gritando: “Padre, ¿por qué
me has abandonado?” (Mc 15, 34). Este es el fracaso que buscamos recorrer en
sus etapas, este fracaso que no fue fracaso si lo miramos con los ojos de la fe; e
incluso mirado con los ojos de desencanto del historiador, es necesario reconocer
que fracaso no fue.

El inicio de la predicación

Jesús comenzó a predicar después de haber dejado a Juan; mucho más, según
Marcos (1,14), sólo lo hizo después que a Juan lo arrestaron, aunque este dato
depende probablemente de la teología marcana que ve a la predicación de Jesús
como continuación directa de la obra de Juan. En todo caso, la continuó pero de
manera muy distinta.

Todos los autores de los evangelios sinópticos dan relieve al inicio de la actividad
de Jesús. Marcos pone en la boca de Jesús palabras que muestran la comprensión
que tenía Jesús desde el inicio de su misión en el desarrollo de la historia: “El tiempo
se ha cumplido” (Mc 1, 15). Mateo coloca al inicio de la predicación de Jesús aquel
sermón de la Montaña (Mt cap 5-7) que contiene los fundamentos de la ética. Lucas
puntualiza el inicio con el comentario que hace Jesús en la sinagoga de Nazaret de
un pasaje extraído del profeta Isaías (Lc 4, 16-21) donde aparece que Jesús ha
venido para realizar esa profecía.
9

Presento el inicio de la predicación de Jesús tomando como base a Marcos debido


a la interpretación global que hace de la vida de Jesús. Mateo puede utilizarse mejor
para ilustrar los fundamentos de la moral que Jesús propugnó, y el episodio de
Lucas será tratado como el ejemplo de un tipo de exégesis de las escrituras del siglo
I, de lo cual nos han quedado documentos abundantes en la biblioteca de Qumrán.

Marcos resume los temas de la primera predicación de Jesús poniéndole en su boca


estas pocas palabras: “El tiempo se ha cumplido, el reino de Dios se ha hecho
cercano; conviértanse y crean en el evangelio” (Mc 1, 15; cfr. Mt 4, 17 y Lc 4, 23).

El tiempo se ha cumplido

El discurso de Jesús se desarrolla en base a cuatro frases brevísimas. La primera,


“el tiempo se ha cumplido”, indica el contexto general en el que Jesús se moverá.
“El tiempo se ha cumplido” significa más o menos lo que nosotros hoy diremos con
la frase “los tiempos están maduros”. La diferencia está en los diferentes referentes
mentales que nosotros tenemos respecto de los que tuvieron los hebreos del siglo
I. Nuestro concepto de madurez de un tiempo está ligado exclusivamente a la serie
completa de los acontecimientos que provocan nuestro juicio. La madurez de un
tiempo es un concepto puramente histórico; prescinde de un Dios que participe en
la historia de los hombres; se trata un poco de lo que sucede con los conceptos de
pecado y corrupción, que quieren decir más o menos la misma cosa, pero el primero
presupone la existencia de Dios y el segundo no. Para el hebreo antiguo la madurez
de un tiempo estaba dada por acontecimientos que podían interpretarse como
signos de la voluntad divina. Una idea difundida en ese entonces era que Dios
gobernaba la historia, de tal manera que ésta pudiera dividirse en varios periodos,
cada uno de los cuales tenía un sentido en relación a la historia en su conjunto. El
paso de un periodo a otro (en términos técnicos, de un eón al otro) marcaba un
viraje en la historia que debía tener sus signos. Acontecimientos particularmente
importantes tenían igualmente su “tiempo”.
En el libro de Tobías su viejo Padre Tobit, antes de morir, recomendaba a su hijo ir
a vivir a Media dejando Mesopotamia, porque habían profecías terribles referentes
a estas tierras (Tb 14, 4): “También Samaria y Jerusalén llegarán a ser un desierto
y el templo de Dios estará en la aflicción...”. Aun cuando el hombre es libre de tomar
sus decisiones, los grandes ritmos de la historia están preestablecidos por Dios.
Jesús declara que con él se abre un nuevo eón, es decir, una nueva era.
No se nos da a saber obviamente cuales serían los signos y las profecías
particulares de la Escritura en las que Jesús pensaba en ese momento. Pero Jesús
interpreta toda la Escritura en su conjunto como referida a él. Cada uno de sus
pasos pueden referirse a particulares momentos y hechos de su vida, pero el sentido
último de su misión está dado por la Escritura tomada en su conjunto, en su sentido
global (cfr. Mt 5, 18, véase el capítulo siguiente). El sentido del Antiguo Testamento
como profecía del Nuevo llegará a ser una doctrina común de la Iglesia antigua.
10

El reino de Dios se ha hecho cercano

“El reino de Dios se ha hecho cercano”7 señala la característica del nuevo eón. La
historia ha llegado verdaderamente a un viraje decisivo, porque el reino de Dios está
por llegar a los hombres.
Todos los que se han ocupado de Jesús, creyentes y ateos de todas las
extracciones, están de acuerdo en un punto: Jesús predicó el reino de Dios. Es un
concepto muy basto, como decir “Dios y los hombres”, pero justamente por su
bastedad se convierte un poco en una luz difundida que reviste toda la actividad de
Jesús, ya que la ilumina y matiza sus contornos.
Ante todo debe decirse que la idea de que Dios reina en Israel era tan vieja como
éste mismo pueblo; pero la expresión “reino de Dios” era nueva, y debemos
considerar que si bien no fue acuñada por Jesús, de cualquier modo, había nacido
en su época8; se trata de un indicio de la conciencia que tuvo Jesús de proclamar
algo novedoso; para indicar una realidad nueva tenía necesidad de una expresión
nueva, que fuera muy bien comprendida por su contemporáneos. Si la imagen que
da la expresión “reino de Dios” era comprensible en la cultura hebrea de la época
de Jesús, tal como en sus líneas generales también lo es hoy, más difícil resulta
establecer qué cosa pudiera querer decir con esta expresión en aquel momento y
qué cosa podía haber comprendido la gente.
Es claro que Jesús con la nueva expresión “reino de Dios” quería indicar una
realidad nueva concerniente a la realeza divina, que sin embargo, en cualquiera de
los modos en que fuera concebida, existía desde siempre. Aparece como una clara
voluntad de anunciar una gran innovación, pero la simple afirmación de que Dios es
rey y que se está acercando no se comprende si no se aclara en qué cosa podía
consistir este Reino que al menos para los hombres debía ser nuevo. La novedad,
dado que Dios siempre ha sido rey, no puede consistir sino en una de estas dos
cosas: o un modo distinto de reinar y, entonces, en una nueva relación con Dios, o
más bien en una distinta extensión del Reino. En ningún caso las dos hipótesis se
excluyen entre sí; es más, en cierto modo se integran.
La frase “el reino de Dios se ha hecho cercano” indica que de cierto modo los
hombres hasta ese momento se encontraban fuera del reino de Dios: es necesario
admitir que existía algo que todavía no pertenecía al reino de Dios, que se rebelaba
contra Dios. A los oyentes esto no les planteaba dificultades.

7
La traducción “el reino de Dios está ya presente” proviene de una interpretación del griego, posible
gramaticalmente, pero que se refiere al contexto global de la predicación de Jesús. Quien escuchaba estas
palabras en arameo debía comprender “está por llegar”.
8
Mateo (3,2) ya pone esta expresión en boca de Juan Bautista en la forma de “reino de los Cielos”. La expresión
“Reino de Dios” se encuentra también en el libro contemporáneo de la Sabiduría (10,10) con un sentido vago
y en el apócrifo Salmos de Salomón (17,3) con una expresión un poco diferente (“El reino de nuestro Dios”) y
con un significado completamente diferente. En cualquier caso debe notarse que es en las primeras parábolas
donde abunda la expresión “reino de Dios”.
11

Es una idea antigua que el sceol estuviera fuera de la autoridad divina, por lo menos
en la imaginación común. Job cansado de las pruebas a que es sometido por satán9,
que actúa con el permiso divino, desearía refugiarse en el sceol, porque
evidentemente allí la ira de Dios no podía llegar. (Jb 14, 13). También Ezequías,
uno de los pocos reyes de Israel que la tradición recuerda como píos, afligido por la
enfermedad, recuerda a Dios que si muere ya no podrá alabarlo, porque el mundo
de los muertos ya no tiene contacto con el mundo divino. “El Sceol no te alaba, ni la
muerte te canta himnos; todos los que bajan a la fosa ya no esperan en tu fidelidad”
(Is 38, 18). En el libro de los Jubileos (segunda mitad del siglo II a.C.) Satanás, que
ahora es el nombre del diablo, tiene un Reino propio opuesto al divino; es más, lo
tiene debido a que Dios mismo lo concede.
“Mastema, mensajero de los espíritus, vino y dijo [a Dios de parte de
Satanás]: ‘Señor, creador, deja a alguno de ellos [de los espíritus malignos] a mis
[de Satanás] órdenes, y que hagan todo lo que les diré, porque si no me queda
ninguno, yo no puedo aplicar el poder de mi voluntad sobre los hijos del hombre...’.
El Señor dijo a Mastema: “Se quedará un décimo a sus [de Satanás] órdenes y las
otras nueve partes bajarán al lugar del daño”...” (Jub 10, 8-9).

También los qumránicos pensaban que el diablo, el príncipe de la Tiniebla, tendría


su Reino y estaría proyectando planes contra Dios y sus fieles. El diablo, a quien
ellos llamaban en forma genérica Belial, no era un espíritu maligno cualquiera,
estaba a la cabeza de su gorál, de su partido, tenía un proyecto y un ejército. Era
jefe de su reino, era rey.

“(19) En una fuente de luz está la estirpe del Bien y de una fuente de Tiniebla
(proviene) la estirpe del Mal. (20) En manos del príncipe de la Luz está el gobierno
de todos los hijos de la Justicia, los cuales caminan por los caminos de la Luz. En
manos del Ángel (21) de la Tiniebla está todo el gobierno de los hijos del Mal, los
cuales caminan por los caminos de la Tiniebla. Del Ángel de la Tiniebla (depende)
la perdición de todos los hijos de la Justicia. Todos sus pecados, sus culpas, su
impiedad, sus acciones rebeldes (son causados) por su dominio (23) según la
misteriosa voluntad de Dios, hasta que (llegue) su fin. Todas las desventuras de los
hombres y los tiempos de sus angustias (dependen) del dominio de su hostilidad.
(24) Todos los espíritus de su partido tratan de hacer caer a los hijos de la Luz, pero
el Dios de Israel y el Ángel de Su verdad ayudan a todos (25) los hijos de la Luz”
(IQS 3, 19-25).

Creo que la mejor interpretación de la frase que, según Marcos, constituye el primer
anuncio del Reino –“el Reino de Dios está cerca”- la ha dado Juan en el inicio de su
evangelio, sirviéndose de conceptos comunes en aquel entonces en la cultura
hebrea. La interpretación de Jesús como Verbo divino son palabras de Juan, no de
Jesús. Pero la existencia de dos realidades contrapuestas, de dos reinos, llamados
Luz y Tiniebla (Jn 1,5), es la única interpretación posible de la frase de Jesús. En

9
En el libro de Job “satán” no es nombre propio sino que indica solamente una función, la del ángel que escruta
toda la tierra para referir a Dios las malas acciones de los hombres. Solo después el término “satán” llegó a ser
uno de los nombres con los que se designaba al diablo. Llegó a ser, por ello, nombre propio.
12

ésta existe también la idea, no obstante la oposición de los dos reinos de la Luz y
de las Tinieblas, que Dios es el verdadero y único rey del cosmos, porque el cosmos
fue creado por él. Así, cuando el Verbo, es decir en concreto Jesús, vino al mundo,
vino a situarse entre la gente, la cual había sido creada por medio de él, es decir,
que era suya; pero los suyos no los han acogido (Jn 1,11) porque actualmente son
presa de Satanás.

Si no se admite que Jesús consideró al mundo como Tiniebla, y, por lo tanto, como
reino de Satanás, no se comprende tampoco el anuncio de que el reino que se
acerca, es un reino que está por llegar. En el Reino universal de Dios había algo
que quedaba fuera, pero ahora la realeza de Dios se estaba acercando para retomar
su señoría sobre los hombres. Dios no se acercaba solo, se acercaba con su reino
que se extiende hacia los hombres; el poder de Dios se podía ejercer en todas
partes, porque era superior al de Satanás, pero ahora el mensaje dice que los que
lo acepten formarán parte del reino de Dios, serán súbditos de su Reino, tendrán
los derechos de sus súbditos. Dios está a punto de ejercer sus prerrogativas de tal
manera que crea, o comience a crear, un Reino propio entre los hombres que es
nuevo. La relación del hombre con Dios está por cambiar. Para comprender en que
cosa podría consistir esta relación nueva del hombre con Dios, es necesario leer
todos los evangelios hasta el fondo, porque el sentido del anuncio de Jesús se hace
pleno sólo después de su muerte y resurrección. Quien escuchaba no podía saber
esto, pero quedaba fascinado.
Dios no extiende su Reino sobre la tierra por medio de un milagro, sino que más
bien su acción comienza mucho antes, tiene sus precedentes en Moisés y en los
profetas, en toda la historia anterior a Jesús; así pues Jesús mismo desarrolla su
acción en el tiempo desde el momento del anuncio genérico de la llegada del reino
de Dios pasando por la última cena, hasta llegar a la cruz y a la resurrección. El
lapso de tiempo trascurrido entre el anuncio y la cruz, entre el anuncio y la
resurrección no está vacío, no es un espacio sin sentido. Este lapso lo llena la
predicación de Jesús que explica qué cosa es el Reino. La predicación de Jesús es
una etapa fundamental del adviento del Reino, etapa que tiene sentido a la luz del
pasado y que explica el futuro. Jesús predijo su muerte y no trató de evitarla.

El reino está presente

Así, durante su predicación, Jesús puede decir que el Reino está ya presente en el
hombre (cfr. Lc. 17,21). Esta presencia es distinta de la que tendremos con la
resurrección; pero es ya reino de Dios; es una realidad en desarrollo, dinámica cono
se dice hoy, algo que es, y estará siempre en curso de realización. “Si yo expulso
los demonios con el dedo de Dios, es que sin duda el reino de Dios ha llegado a
ustedes” (Lc 11, 20; cfr. Mt 12, 28). El sentido de la frase debe comprenderse no
porque ahora los demonios sean expulsados, sino en el hecho de ello ocurre por
medio del poder de Dios que está a la obra en Jesús.
La existencia del reino de Dios en la tierra conlleva el que Dios esté en cierta manera
también presente en la tierra, en tanto que rey de su Reino. También esta idea
pertenece a la cultura hebrea de la época de Jesús, cosa considerada pura locura
13

por los fariseos, pero esperanza concreta para otros hebreos. La documentación
más antigua se remonta al Rollo del Templo10: “Serán para mí el pueblo y yo les
perteneceré para siempre. Habitaré con ellos para siempre. Santificaré mi santuario
con mi Gloria...” (RT 29, 7-10).
En el libro de los Jubileos (segunda mitad del siglo II a.C.) el autor introduce a Dios
que dice a Moisés que escriba todo aquello que le dirá y que permanecerá válido
para siempre, “hasta que yo descienda [del cielo] y permanezca con los hombres
por los siglos de los siglos...hasta que sea construido en medio de ellos mi santuario
para la eternidad, y hasta que el Señor aparezca ante los ojos de todos y todos
sepan que soy el Dios de Israel, el padre de todos los hijos de Jacob” (Jub 1, 26).
Los Testamentos de los doce patriarcas (Siglo I a.C.) es la obra en que de manera
más frecuente aparecerá la esperanza de que Dios algún día descendería para
habitar con los hombres en la tierra que ha creado. En el Testamento de Leví se
lee: “...hasta que yo no venga a habitar en medio de Israel” (5,2). En el Testamento
de Neptalí se lee: “Dios aparecerá habitando sobre la tierra de los hombres”. Pero
la formulación más compleja es la del Testamento de Simeón: “Entonces Sem será
glorificado, porque el Señor Dios, el grande de Israel, aparecerá sobre la tierra para
salvar al hombre por medio de sí mismo” (6,5).
Por tanto, entre las esperanzas posibles de Israel existía también la llegada misma
de Dios sobre la tierra. El anuncio de que el reino de Dios estaba cerca no debía
crear mayor sorpresa, porque podía ser entendido como si Dios estuviera por bajar
sobre la tierra. Quizás con Jesús había ocurrido algo de este tipo, por lo menos para
los creyentes, pero no es cierto que esto lo podía comprender quien escuchó aquel
mensaje de Jesús: “El reino de Dios está cerca”. No sabía nada del pacto que habría
instituido entre Dios y el hombre; no sabía nada ni de su muerte, ni de su
resurrección.
Anticipo aquí algunas ideas que saldrán de los textos sólo después, pero que son
la orientación que guía las líneas que escribo. Jesús anuncia una nueva relación
entre Dios y el hombre. Esta nueva relación con la divinidad permite al hombre mirar
a su Dios con una mirada distinta. Entre el hombre y Dios el pecado no tendrá ya la
fuerza separadora que había tenido hasta ese momento. El bien permanece como
bien y el mal permanece como mal, pero Dios mirará al pecador con ojos distintos
a los de antes y el pecador podrá continuar buscando a Dios. Este es el anuncio
fundamental de Jesús; es una realidad ya en acción que Jesús confirmará
definitivamente con su pasión y su muerte. Será éste el sentido del Pacto que él
establecerá con Dios. El pecado proseguirá su camino en la tierra, y de Jerusalén
no quedará piedra sobre piedra, pero el reino de Dios, la nueva relación de Dios con
los hombres, permanecerá para siempre. Esta nueva relación no se funda en la
observancia de la ley moral: Dios ama y busca también a quien traiciona la moral.
La ley que Jesús predica es el amor por todos sin distinción alguna, un concepto del
cual es más fácil hablar con entusiasmo que ponerlo en práctica; en todo caso el
Pacto refrenda la nueva relación de Dios con los hombres. Sólo en el más allá el
reino de Dios es perfecto, es decir sin mal. “No beberé ya del fruto de la vid hasta el

10
La datación del Rollo del Templo es muy insegura; personalmente lo considero bastante antiguo; pero, aun
si lo hacemos aproximatívamente, no existen elementos para una datación segura. En todo caso debe ser anterior
al 150 a.C.
14

día en que lo beberé nuevo en el reino de Dios (Mc 14, 25). Y aquí reino de Dios
significa el cielo, donde el reino de Dios ha existido siempre.

Lo que dice Jesús sobre el Reino debe considerarse sobre el trasfondo de la


predicación de Juan y del peso del pecado que la gente sentía gravarse sobre Israel
y sobre el mundo. El pecado habría destruido a Israel porque provocaba la ira de
Dios. Pero el Reino donde dominaba el mal no era el reino de Dios. Los hombres,
incluso siendo pecadores, podían esforzarse para entrar en el Reino divino. A partir
del final del siglo II a.C. Satanás era concebido como soberano de su Reino. Ahora
Dios proclamaba su realeza sobre todo el mundo, excluyendo, es decir comenzando
a excluir, a Satanás.

Para Jesús el Reino de Satanás existe realmente. Cuando algunos fariseos dijeron
que Jesús expulsaba a los demonios en nombre del diablo, el respondió: “Todo
Reino en desacuerdo cae en la ruina. Ahora bien, si Satanás expulsa a Satanás,
está en desacuerdo consigo mismo. Entonces, ¿Cómo podría su Reino mantenerse
firme? (Mt 12, 24-26). En líneas generales este era el anuncio de Jesús.
Escuchando las palabras de Jesús trataremos de comprender el sentido de la
expresión “está cerca”. Ella significa que la venida del Reino ha comenzado, pero
no está cumplida porque el Reino de Dios es una realidad cuyo cumplimiento está
en el futuro, aunque ya existe en su forma imperfecta. En efecto, alguien traduce el
griego énghiken como “está ya presente”. De hecho, el verbo énghiken, en la
medida en que esta en perfecto, indica más las consecuencias de una acción que
la acción misma; por tanto, la cercanía del Reino significa que aquel complejo de
realidades que constituye el Reino ya se ha puesto en movimiento. De alguna
manera también en la tierra el Reino ya está presente.

Conviértanse y crean en el evangelio

Como las dos primeras frases – “el tiempo se ha cumplido” y “el reino de Dios se ha
acercado”- estaban estrechamente ligadas entre sí y se iluminaban recíprocamente,
así también las dos segundas, “conviértanse” y “crean en el evangelio”, están
estrechamente conectadas entre sí y se iluminan mutuamente.
Jesús se coloca en la línea de la predicación de Juan Bautista. Juan había predicado
la necesidad de la conversión, pero no le pareció que sólo la conversión pudiera
bastar, ya que quedaba en el hombre una huella, una mancha que era consecuencia
del pecado y que le impedía la cercanía de Dios. Como el glaciar deja su huella en
el valle, así la trasgresión deja su huella en el hombre que continúa manteniendo
alejados a Dios y al hombre recíprocamente.
Para Jesús la conversión es un momento fundamental para acoger el “reino de
Dios”. Acoger el reino de Dios era una nueva forma de bautismo; era el bautismo en
el espíritu según la interpretación de los sinópticos que es muy clara en Marcos: “El
los bautizará con el Espíritu Santo” (Mc 1,8).
15

Jesús expresa la acogida del “reino de Dios” con el imperativo “crean en el evangelio
[de Dios]”. Las dos frases “conviértanse” y “crean” no deben verse como dos
momentos que se suceden uno después del otro, para lo cual habría primero que
convertirse y después creer, sino como dos actos que sustancialmente coinciden.

Qué cosa era el evangelio

Según Marcos, el uso de la palabra evangelio, o su correspondiente en hebreo o


arameo, para indicar la predicación de Jesús, se remite al mismo Jesús. “Evangelio”
es la buena noticia de parte de Dios, porque es “evangelio de Dios” (Mc 1, 14). Jesús
trae la buena noticia de parte de Dios y en nombre de Dios. Del contexto surge
claramente que la buena noticia es el reino de Dios y su llegada, y que este Reino
no será la destrucción de los malvados, como había predicado Juan.
Comencemos a tratar de comprender qué podía entender la gente de entonces con
la palabra “evangelio”. Normalmente se hace referencia a la palabra hebrea besoràh
(arameo, besortà), que quiere decir “buena noticia”. Pero la elección de la palabra
griega euanghélion para traducir la palabra semítica, que debía de estar en la base
de la traducción, nos conduce a fijarnos en el sentido que la palabra griega podría
tener en aquella época. Euanghélion, en el uso griego, frecuentemente el plural, es
una palabra poco común, pero documentada desde Homero, que indicaba la
recompensa que se le debía a quien era portador de una buena noticia. En época
de Jesús euanghélion era una palabra que había comenzado a usarse para indicar
un periodo de felicidad en la tierra debido al emperador reinante. Era una visión
religiosa de la autoridad imperial, que aunque apoyara una política humana muy
precisa, permanecía siempre la misma. Augusto se había comparado con la
divinidad y proclamaba sus euanghélia, ya realizados o que pronto lo serían, como
se lee en la inscripción, fechada el 9 a.C., de Pablo Fabio Máximo, su pariente y
gobernador como procónsul de la provincia de Asia. La inscripción es un himno a la
nueva era inaugurada por Augusto: “Los hombres ya no se arrepentían de haber
nacido”. El día del nacimiento de Augusto se podía considerar como el inicio de una
nueva era (la inscripción introducía el calendario juliano en Asia y se prestaba bien
a esta celebración de los tiempos nuevos). Según esta concepción religiosa, el día
del nacimiento del dios Augusto (23 de septiembre del 63 a.C.) fue para el mundo
el “principio de los euanghélia por medio de él (tón di’autôn aunanghelíon)”
Este tipo de religión imperial tenía pues sus raíces en la religión del poder de tipo
helenista, cuando los reyes podían tomar títulos como euergéthes “benefactor del
pueblo, naturalmente)” o soter “salvador” que se acompañan del todo con el
frecuente de theòs “dios”. En esta atmósfera la palabra euanghélion asumía una
valencia religiosa muy fuerte. El mundo mediterráneo del siglo I conocía muy bien
esta religión del poder y, aunque los hebreos no la aceptaban, es imposible que no
la conocieran. Además los hebreos esperaban desde hacia tiempo la llegada de un
Mesías, salvador de Israel. No se puede negar que entre la concepción pagana de
la felicitas temporum conducida por el soberano reinante y una cierta concepción
hebrea del Mesías hay algo en común que favorecía la posibilidad de trasportar de
una cultura a otra palabras que adquirían distintas valencias en cada una de ellas,
a pesar de tener el mismo significado.
16

El significado de la palabra besoràh/euanghélion debe ser investigado en el Antiguo


Testamento pero, si ella tenía un sentido especial en el siglo I, este debe buscarse
en la idea y en las palabras que circulaban en ese entonces.
Jesús, proclamando la besoràh de Dios, se insertaba en un ambiente que conocía
desde hacia siglos y esperaba, con ansia, justamente este anuncio. El mesianismo
hebreo, particularmente activo a partir del siglo II a.C. se inserta perfectamente en
la amalgama de las ideas del mundo helenista. Un anuncio como el de Jesús se
distinguía de los anuncios de los soberanos helenistas, porque se remitía a Dios y
adquiría por ello mismo un sentido absoluto particular, cuyo indicio es el uso de
dicha palabra en singular. El euanghélion tou theû (Mc 1, 14) es algo complejo, pero
único y unitario, no una suma de buenas medidas destinadas a caer regularmente
en el vació para sustituirlas por nuevas euanghélia.
El discurso de Jesús se inserta en medio de las ideas que la gente de entonces
comprendía sin dificultad, aunque podía tener reparos en aceptar. Al proclamar que
el tiempo se había cumplido, Jesús estaba diciendo que el tiempo previsto por la
Escritura para la salvación del mundo había llegado. Y la gente comprendía muy
bien que cosa quería decir que el “tiempo había llegado” a la luz de la Ley y los
Profetas. La espera de este tiempo que habría cambiado la historia con una
intervención de Dios era un concepto muy conocido y este tiempo esperado algunos
lo sentían como inminente 11 , en cambio otros lo sentían como un momento
impenetrable de la voluntad divina12. En el mensaje de Jesús este tiempo debía
caracterizarse por la realización del “reino de Dios o de los Cielos”13, es decir por la
toma de posesión, si bien gradual, de parte de Dios, del hombre y del mundo. Esto
cambiaba la relación “Dios-hombre”.

Las parábolas del Reino

Jesús no inventó la parábola como genero literario. Forma parte del bagaje cultural
hebreo de la antigüedad. Pero, dado que Jesús lo utilizó para presentar su
pensamiento, ha asumido en el Nuevo Testamento características especiales que
dependen no de la innovación literaria, sino de la innovación conceptual.
En líneas generales, la parábola es un relato imaginario que sirve como paradigma
para comprender o juzgar un hecho. Como ejemplo clásico véase la parábola que
el profeta Natán contó a David para poner su conciencia ante el homicidio de Urías,
esposo de Betsabé: había un hombre rico que, para prepararle la comida a un
huésped, robó a un pobre la única corderilla que poseía. David dijo que quien había
realizado una acción de ese tipo merecía la muerte. El profeta dejó la parábola y
pasó a la situación presente, declarándole a David que ese hombre era David

11
Véase Daniel que calcula las semanas que dividen el presente de la llegada del Mesías (Dn 9, 14-17) y el
autor del Libro de los Sueños que espera el Juicio de Dios como inminente (1H[LS]90, 16ss): el Mesías será el
rey del mundo futuro sin Mal.
12
Cfr.SalSl 17, 21.
13
Puesto que existía algún escrúpulo en pronunciar el nombre de Dios incluso usando el nombre común (Dios
y no Yhwh), alguien (por ejemplo Mateo) sustituyó la expresión “reino de Dios” por “reino de los Cielos”, pero
el significado de las dos expresiones es el mismo.
17

mismo. David conocía lo sucedido, la parábola le habilitó para comprender el hecho


y de juzgarlo.
En cambio, en el caso de las parábolas de Jesús el relato imaginario tiene como
referente concreto una realidad desconocida para los oyentes, que deben ser
introducidos a su comprensión justamente mediante la proyección del esquema de
imágenes en un vacío conceptual en el cual se formará la imagen de la realidad
nueva.
Las parábolas de Jesús deben verse dentro de una situación dialogal; habla en
medio de un grupo de oyentes que pertenecen a sus seguidores y quiere sembrar
en ellos una semilla, una idea que sirva de núcleo para otras consideraciones y
reflexiones. Debieron de ser diálogos bastante largos con la multitud, y la tradición
nos ha conservado sólo la parte más característica de estos diálogos, es decir, la
parábola.
El concepto de reino de Dios, si bien en su conjunto puede comprenderse bien, no
es sin embargo fácilmente definible. Así lo pensaba ya Marcos, retomado por Mateo
(Mc 4, 33-34 y Mt 13, 34-35) que, reflexionando sobre la dificultad de comprender
las parábolas del Reino, concluía y comentaba: “Jesús hablaba a la gente diciendo
muchas cosas en parábolas de este tipo, tal como la gente pudiera comprender. Sin
parábolas no hablaba nada a la gente, pero a sus discípulos les explicaba todo en
privado”. Los evangelistas han dejado el recuerdo documentado de las parábolas,
pero desgraciadamente no han dejado su explicación, salvo casos demasiado raros.
Puede haber quien esté más cerca o más lejos de la compresión del Reino, pero el
alo del misterio permanece en todos. Para quien sigue a Jesús, el vacío que se da
entre lo que ha comprendido y la realidad de Reino es colmado por la fe, por el
abandonarse a las palabras de Jesús.
El reino de Dios en el mundo es incompleto frente al reino que está en el cielo.
Pueden parecer dos realidades distintas, pero Jesús habla del reino de Dios como
de una realidad única. Entre este mundo y el mundo celestial que se ha abierto, o
se va abriendo, existe una continuidad absoluta. El evangelista Juan tratará de
explicarla diciendo que la luz brilla en las Tinieblas y que las Tinieblas no la han
recibido, queriendo decir, no que Jesús haya venido para traer la luz dentro de las
tinieblas, sino que la luz ha permanecido como luz y las tinieblas han permanecido
como tinieblas. (Jn 1,5). Juan dice que quien entra en la luz, llega a ser luz, esa
misma luz que brilla tanto en el cielo como en la tierra.
Esto suscita problemas porque el cielo no está ya separado de la tierra y el seguidor
de Jesús está ya en la luz. Se abre, así, el camino para una interpretación mística
del mensaje de Jesús. Pablo, o alguno de sus discípulos, escribió después de la
muerte y resurrección de Jesús que el cristiano ya ha resucitado y está ya sentado
en los cielos. No se trata de una fantasía mística, es una interpretación muy lúcida
de la realidad cristiana: “[Dios] nos ha resucitado y nos ha hecho sentar a la derecha
en los cielos en Cristo” (Ef 2, 6)
Esta idea de que el hombre ya en esta tierra podría vivir en otra dimensión no era
nueva en Israel dado que estuvo presente en cierto sector qumránico. El adepto
de la secta era como una pequeña parte, un ladrillo del templo celestial que tenía
sus bases en la tierra y su cima entre los ángeles santos formando una única
comunidad. Así se puede decir que el adepto había pasado ya de la muerte a la
vida, para usar las palabras de Juan (Jn 5, 24). Jamás habría muerto porque ya
18

estaba en la vida. Jesús no trató de superar la muerte como hecho ilusorio sino que
la aceptó plenamente como uno de los tantos aspectos del dolor; pero el cristiano,
también a la espera de la muerte, vive el reino de Dios que está tanto en el cielo
como en la tierra.
Por tanto acerquémonos a alguna de estas parábolas. Si el reino de Dios, es decir
la nueva relación que Dios establecía con el mundo y con el hombre, podía se
presentado por medio diversas parábolas, quiere decir que tenía muchos aspectos
y que no todos podían ser comprendidos por los oyentes, entre los cuales también
debemos ponernos nosotros. No sólo esto, la parábola crea escenas que deben
conceptualizarse, pero donde la imagen va siempre más allá de cualquier
conceptualización, aunque nosotros como humanos actualmente reflexionamos e
intercambiamos nuestras ideas, sobre todo, por medio de los conceptos. Y aún más,
los evangelistas sólo nos han trasmitido algunas de estas parábolas; pero debieron
ser muchas más de las que conocemos.
El reino de Dios es algo que se puede comprender sólo parcialmente, no sólo
porque en su raíz primera está por encima del hombre, sino también porque es una
realidad que se desarrolla y procede hacia metas que los hombres no conocen.
Leamos como primera la parábola del grano de mostaza (Mc 4,30-32; Mt 13, 31-32;
Lc 13, 18-19): “¿A qué compararemos el reino de Dios? Lo compararemos a un
grano de mostaza, que es el más pequeño de todas las semillas que se pueden
sembrar en la tierra, pero cuando se ha sembrado crece y llega a ser más grande
que todas las hortalizas y hace grandes sus ramas, de modo que a su sombra se
pueden cobijar las aves del cielo”. El reino de Dios es algo minúsculo destinado a
crecer durante el tiempo hasta llegar a ser una realidad capaz de dar protección y
restauro. Pero, ¿en cuanto tiempo? La mostaza crece en el correr de una estación.
¿Jesús quería decir que el reino de Dios, sea lo que sea, se habría desarrollado con
la misma rapidez que el vegetal? Es poco probable. El parangón no está entre el
reino y la velocidad del desarrollo de la planta, sino entre la pequeñez de los inicios
y la grandeza final. Además, el Reino da (¿dará?) restauro evidentemente a quien
cree en él y lo ha aceptado.
Todavía más cargada de significado es la parábola de la levadura que Marcos ha
omitido y que presentamos en la forma de Mateo (cfr. Lc 13, 20-21): “El Reino de
los Cielos se parece a la levadura que una mujer toma y pone en tres medidas de
harina, hasta que todo está fermentado” (Mt 13, 31-33). A diferencia de la parábola
del grano de mostaza, aquí se hace alusión a una realidad que se inserta en otra y
que modifica esta segunda. Gracias a la metáfora el reino de los cielos transforma
–lentamente el alma que ha penetrado, así como toda la historia donde se ha
insertado-. La expresión permanece por muchos detalles en la vaguedad; ¿Qué
cambios sufre la harina, es decir el hombre, ante esta penetración del Reino dentro
de sí? ¿Qué quiere decir que uno reciba el mensaje y otros no, desde el momento
en que la levadura entra en contacto solamente con una parte de la harina? ¿Y qué
quiere decir que incluso quien acepta el mensaje, en definitiva lo acepta como lo ha
comprendido? ¿Qué quiere decir aceptar el reino tal como se comprende? La
presencia del Reino en el hombre y en la historia se convierte a la vez en certeza
comprensible y misterio. Es misterio como lo es la gracia y Jesús no lo ha revelado.
Además, la imagen de la levadura, como la de la semilla de mostaza, pero incluso
en este caso de manera más clara, no se adapta sólo al individuo sino también al
19

conjunto de la sociedad humana y a su historia. El reino de Dios tiene una dimensión


“social” que se desarrolla en el espacio y en el tiempo. Y aquí también la imagen
sugiere el desarrollo, la tensión hacia un cumplimiento. Así el Reino es algo que ya
existe y algo que debe de realizarse. Es una sugerencia para quien escucha, no es
un concepto claro y definido y, como tal, inmutable. Nadie es dueño del Reino sino
sólo Dios. Recogiendo el modo como Jesús habló del Reino, nos damos cuenta que
habla como de una realidad que se acerca, pero también que está presente, a pesar
de que todavía deba realizarse.
En todo caso, un discurso como este, justamente dentro de los límites de su
indeterminación, podía ser muy bien comprendido por un hebreo de la época de
Jesús. Si Jesús dijo que “los tiempos” son desconocidos tanto a los ángeles como
al Hijo (Mc 13, 32 y Mt 24, 36), subrayó justamente este misterio, que para el hombre
también debía ser y permanecer como tal.
El misterio de la voluntad divina es un tema de fondo del qumranismo; y en el
henoquismo, Henoc es esencialmente un revelador de misterios14. Los misterios de
Dios seguían existiendo a pesar de que algunos misterios fueran o no revelados. El
misterio concernía no sólo a los tiempos, sino también, en definitiva, al significado
que el Reino podía tener para cada persona en particular, ya que cada uno se
encuentra viviendo en un momento de la historia que conduce a la realización del
Reino, pero no puede saber ni en qué punto de esta historia se encuentra, ni cual
sería su función respecto del todo. “Entrar en el reino” no quiere decir haber
comprendido todo el Reino. Es necesario fiarse de Dios, como había dicho
Jeremías: “Maldito el hombre que no tiene confianza en el hombre, bendito el
hombre que pone su confianza en Dios” (Jr 17,7). Sin esta confianza en el Dios de
Israel, que se reveló antiguamente y se todavía se revela por medio de Jesús, el
mensaje de Jesús es incomprensible, porque su revelación no es completa. Pablo
comprendió bien esta realidad de cosas que no son enteramente reveladas:
“Conocemos de modo parcial y en modo parcial profetizamos” (1 Cor 13, 9). La
revelación definitiva será cuando y para quien se encuentre en el Reino perfecto de
Dios. La presencia del límite cognoscitivo es colmada por la confianza en Dios. Por
otro lado, la adhesión al reino produce una experiencia que es, de cierta manera,
conocimiento, conocimiento que alimenta la fe y la fuerza de la adhesión. Es un
círculo virtuoso, y, como tal, se puede vivir pero no explicar.
Este capítulo sobre el Reino puede concluirse bien con la lectura de una parábola
que sólo trae Marcos y que en su indeterminación es la más cercana para sugerir
un sentido del misterio, pero también del poder, diría, del ineluctable desarrollo del
Reino hasta su cumplimiento: “El Reino de Dios se puede parangonar a lo que
ocurre cuando un hombre echa su semilla en la tierra; cuando duerme y cuando
está despierto, de noche y de día, la semilla germina y crece, aunque él no sepa
cómo. En efecto, la tierra produce espontáneamente primero hierba, luego espigas,

14
Henoc en el Libro de los Vigilantes (siglo IV a.C.) revela el origen del mal y declara que algunos misterios
que han sido revelados por los ángeles deberían permanecer así como son (1H[LV]9,6). El ha visto los secretos
de Dios, pero los ha contado a los hombres “con lengua de carne”, es decir con alusiones que no afectan la
realidad más profunda de esos misterios (1H[LV]14,2). El Henoc Eslavo (postcristiano) presenta ya en sus
primeras palabras a Henoc como conocedor de los misterios; él es espectador de la vida de lo alto, del
sapientísimo, grande, inmutable y omnipotente reino de Dios” (2H 0,2; el reino de Dios aquí es el gran eón
futuro donde no existirá el mal). Lo esencial del cielo es “inefable”, porque es una “luz sin medida” (2H 0,6)
20

luego fruto abundante en la espiga. Cuando el fruto está listo, de inmediato se pone
la mano a la hoz, porque es el tiempo de la cosecha” (Mc 4, 26-29).
Se trata del Reino de Dios que ha comenzado a realizarse en la historia, pero
también del reino de Dios que debe ser en cierto modo conquistado por el hombre:
“Desde los días de Juan el Bautista hasta hoy el Reino de los cielos sufre violencia
y los violentos se lo apropian” (Mt 11, 12).
Aunque el contenido del Reino no se puede definir en términos claros, todavía Jesús
da consejos a aquellos que aceptan su mensaje. La conversión, exigida en términos
genéricos, presupone en todo caso un volverse hacia alguna cosa. ¿Qué podía
comprender el hebreo de la época de Jesús? Alguno habrá comprendido “observar
la Ley de Moisés”, otro, que debía ser más benévolo con sus amigos, otro que debía
dejar de hacer negocios con los paganos, es decir, con los romanos.
En estas parábolas del Reino ningún elemento puede dirigirse a la pasión. La
necesidad de su muerte se le reveló a Jesús en el curso de su predicación. A la
realización del Reino le faltaba todavía algo. Por sí solos, con su propia conversión,
los hombres jamás habrían podido llegar.

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