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Las gastronomías de América Latina tienen cada vez mayor peso en el orden mundial culinario.
Especialmente las de Argentina, México y Perú. Estos tres países, con sus restaurantes más
destacados, los valedores de su propia alta cocina, copan más de la mitad de los puestos de la
lista Latin America’s 50 Best desde que fuese creada allá por el 2013. O lo que es lo mismo:
estos tres territorios concentran en sus ciudades más de la mitad de los mejores
establecimientos del subcontinente, siendo los peruanos los más abundantes durante
varios años. Algo que no es casual.
Por eso sirve como ejemplo una cocina como la peruana, tan importante y tan de moda en los
últimos tiempos en Europa, especialmente en países como España. Más allá de los grandes
nombres de la restauración del país de los Andes, con Gastón Acurio como el principal
exponente, son muchos los profesionales de los fogones, desconocidos y no, los que se
encargan de llevar por todas partes los platos más tradicionales y representativos de una
gastronomía con mucha historia y mestizaje. Una culinaria diversa y heredera de aquella
que practicaban los antiguos habitantes del imperio precolonial, influenciada con el tiempo por
la llegada de españoles y otros europeos, en primer término, y de asiáticos.
En el mundo antiguo, los andes centrales peruanos fueron uno de los epicentros de la
domesticación de plantas. De ellos provienen algunas especies que son universales en la
actualidad, como puedan ser el tomate, la calabaza, la chirimoya, las patatas y sus
muchas variedades, el maíz… y otras que no lo son tanto, pero no pueden faltar en las
cocinas influenciadas por los sabores latinoamericanos, como el maní, la yuca, la palta, los
frijoles, el camote, la mandioca o la quinoa, que en estos momentos goza de gran popularidad.
Todos ellos presentes todavía en su gastronomía.
Otra diversidad más, la de las culturas que componían el Imperio incaico, previamente a la
llegada de los españoles, conformó también el devenir de la historia de la cocina de Perú y su
presente actual. Aunque compartían elementos comunes, prácticas similares a la hora de
cocinar como emplear, por ejemplo, condimentos como la cocha yuyo, la sal o el famoso
ají, hoy más que imprescindible como rasgo distintivo, o deshidratar muchos alimentos
evitando así su descomposición, cada uno de los pueblos tenía platos propios y costumbres
que normalmente solamente ellos poseían. Un conjunto patrimonial que desgraciadamente
conocemos parcialmente.
Con la llegada de los españoles y el establecimiento del Virreinato de Perú, como pasó en
otros territorios conquistados por el Imperio español, se incorporaron diferentes usos y
costumbres a la culinaria local, mimetizándose, mezclándose, sin arrebatar el protagonismo y
sencillamente, en la mayoría de los casos, enriqueciéndose al mismo tiempo que se
ampliaba y complementaba. Hoy en día, por poner un ejemplo, muchos no entenderían el
ceviche sin el limón peruano y, este cítrico, es fruto de la introducción de la lima desde Europa
y su evolución hasta la variedad local, de un color verde intenso, talla pequeña y alta acidez.
Igualmente decisiva fue la llegada del azúcar a aquellas tierras, la construcción de conventos y
la abundancia de frutas en el entorno, lo que derivó en el surgimiento de una próspera tradición
repostera, común a otros países hispanos, donde brillan dulces como el maná o el alfajor.
Antes de terminar con los orígenes de la gastronomía peruana, los albores de la cocina de
hoy, no podemos olvidar las influencias llegadas desde otros rincones del globo. En
primer lugar, las que vinieron de la mano de los esclavos africanos traídos por los españoles y
han dado lugar a no pocas especialidades de la cocina criolla, como los famosos anticuchos,
el rachi, las mollejitas o el tacu-tacu, una receta esta última preparada por las esclavas de raza
negra con la comida sobrante. Y en segundo lugar, las que llegaron después de alcanzar la
independencia en 1821. Destaca la introducción del arroz, los sabores agridulces y los
salteados a mediados del siglo XIX por la migración de chinos, especialmente habitantes de la
provincia de Cantón. También el legado que dejó otra inmigración asiática, la japonesa, a
finales de aquel mismo siglo XIX, unió técnicas de cortes y presentaciones cuidadas a las
costumbres peruanas dando como resultado platos híbridos como el tiradito, fruto del cruce
entre el sashimi y el ceviche. Sin olvidar a los italianos, que también a mitad del siglo XIX, casi
al mismo tiempo que los chinos cantoneses, llevaron a Perú el uso de las pastas, con el
nacimiento de los tallarines verdes o rojos, y la preparación de postres típicos como el panetón,
en la actualidad un imprescindible en la Navidad peruana.
Hoy en día la cocina peruana conserva gran parte del legado dejado por aquellos que habitaron
el imperio previo a la conquista y el conjunto de los platos surgidos tras ella. Si no totalmente,
sí en parte gracias a esa asimilación de las nuevas técnicas y los nuevos ingredientes
preparaciones antiguas perviven actualmente, especialmente en las zonas más rurales del
país. Es la riqueza de la que no hemos dejado de hablar, el patrimonio que da lustre a Perú y
convirtió a Lima, en el marco de la cumbre Madrid Fusión 2006, en la capital gastronómica de
América. La comida es una bandera más de los peruanos, desde las recetas más
tradicionales a la cocina practicada en los mejores restaurantes, impulsores de innovaciones y
vanguardias a través de la alta cocina.
Uno de los platos más populares en la actualidad, seguramente el que más se consume en el
país, es el pollo a la brasa. Básicamente hablamos de un pollo asado, similar al que se
consume en otras partes del planeta, empleando como combustible carbón, leña o gas y
alguna clase de herramienta que lo hace girar frente a la fuente de calor. En este caso, en
Perú, el pollo eviscerado se macera con diferentes hierbas y especias siendo acompañado a la
hora de servirlo con patatas fritas, ensaladas, salsas como la de ají o, incluso, plátano frito.
Presentar este acompañante es habitual en la selva del país, renunciando entonces a las
patatas. La receta, además, está considerada una «Especialidad Culinaria de Perú» por el
Instituto Nacional de Cultura.
Cómo no hablar del ceviche, también llamado cebiche, seviche o incluso sebiche. Está
declarado Patrimonio Cultural de la Nación y es también uno de los más consumidos, además
de estar especialmente de moda en países como España. En las diferentes regiones que
componen Perú existen variedades diversas, también reinterpretaciones hechas por cocineros
de renombre que innovan con él, pero todos suelen partir siempre de una base bastante
idéntica y aceptada por todos. La receta más esencial consistiría en pescado a trozos, tanto de
mar como de río, zumo de limón, ají, cebolla roja y sal, incluyendo frecuentemente mariscos,
algas marinas u otro tipo de vegetales más convencionales. El resto de los ingredientes ya son
los propios de cada lugar o cada cocinero: desde lechuga a aguacate, desde yuca a cancha
serrana. Es un plato con muchas posibilidades y eso se nota, sin olvidar, por supuesto, la leche
de tigre que lo baña y compone.
Imprescindible también la causa limeña, uno de los platos fríos más famosos y consumidos en
la gastronomía peruana, formado por una base de patata, limón, ají, huevo cocido, lechuga,
palta y aceitunas principalmente, admitiendo otras variantes en función de la zona y versión.
Terminamos acordándonos del arroz chaufa, una de las elaboraciones que se enmarcan
dentro de la cocina chifa, esa fusión entre la comida peruana y la llevada por los migrantes
chinos de Cantón. Se trata de un arroz frito, muy similar al típico de la gastronomía china, en el
que el cereal se saltea con un fuego muy vivo para, después, añadir diferentes ingredientes.
Existe arroz chaufa de pollo, pescado, cerdo, mariscos, langostinos, lagarto e incluso caimán,
existiendo también una variante en la que el arroz se sustituye por quinoa. Sabores
ancestrales, en gran medida, que han evolucionado a lo largo del tiempo y los lugares tomando
personalidad propia.
Entrevista. Gastón Acurio: “He abierto restaurantes que han sido un fracaso”
Diario “La vanguardia” de España
CRISTINA JOLONCH
Actualizado a 10/09/2018 09:11
La prestigiosa Gran Cruz, que el presidente de Perú le impuso en julio o el premio a toda
una carrera que se le entregó en la ceremonia de The World 50 Best Restaurants que acogió
Bilbao en junio, son una muestra de que a Gastón Acurio últimamente se le acumulan los
premios.
“Será que me quieren retirar”, bromea el chef peruano más internacional, que cuenta con unas
cincuentenas de restaurantes en todo el planeta y que este otoño abre dos nuevos negocios.
En esta entrevista reflexiona sobre su vocación, sus logros y sus fracasos y plantea los retos
que aún quedan por cumplir.
- Cada vez hay más cocineros implicados en proyectos sociales. ¿Hasta qué punto
no es una estrategia de marketing?
Cuando hace casi diez años desde el Perú insistimos en la urgencia de ver el poder de la
cocina para transformar vidas y aprovechamos la presencia del Basque Culinary Center en
Lima para enviar un mensaje a los cocineros más jóvenes, se nos criticó mucho. Algunas voces
dijeron que aquella carta a los jóvenes chefs que escribimos era una posición arrogante,
impropia de cocineros cuya única función era cocinar en sus restaurantes. Han pasado diez
años y hoy los cocineros jóvenes que empiezan su camino en los restaurantes llegan con estos
principios y valores de decir “yo cumplo un rol en la sociedad como cocinero y he de ser
consciente de que mis decisiones pueden impactar negativa o positivamente en mi entorno”.
- Y usted se lo cuestionó...
Fui entrenado en París para venir a ser embajador de Francia en mi ciudad, donde hay una
riqueza y una diversidad que yo mismo negaba al comienzo. De pronto sientes que hay un
vacío emocional cada vez que llegas a tu casa porque te preguntas para qué sirve todo esto. Y
te encuentras con una contradicción absoluta.
- ¿Cuál es la contradicción?
Yo soy hijo de andino y de costeña, vivía en el barrio más elegante de Lima y mi casa era un
mundo fascinante de mestizaje: mi padre comía los ingredientes andinos todas las noches
como acompañamiento y mi madre ponía todos los dulces de su casa en la costa limeña. Y eso
que podía ser algo muy hermoso, cuando salíamos a la calle lo intentábamos ocultar. Había
ese fantasma colonial que nos repetía que nuestra herencia o nuestro mestizaje no era algo
digno o valioso.
- ¿Un buen día se sintió ridículo haciendo cocina francesa o fue un proceso
paulatino?
Por supuesto que hubo una crisis. Es un proceso que llega a un punto de ruptura. Llegas con la
convicción de que cuanto más francés seas mejor te va a ir. Y de pronto tus memorias te
empiezan a invadir y van apareciendo en un plato. Ya el carpaccio no era carpaccio sino que
tenía leche de tigre, por ejemplo. El pato ya no era a la naranja sino con frutas de la Amazonia.
Lo que sí era permanente y sostenido era la sensación de desasosiego al llegar a casa.
Teníamos el restaurante lleno casi desde el primer día, nos iba muy bien, pero no estábamos
contentos.
- ¿Por qué?
Porque había un ingrediente, por hablar en términos de cocina, que faltaba. Pasa el tiempo y tu
cocina sigue avanzando y siguen entrando ingredientes peruanos. Un amigo cocinero, maestro
mío en el Perú, adelantado a su tiempo, puso un restaurante al lado nuestro con los
ingredientes que todo el mundo despreciaba y que él intentaba poner en valor y tuvo que cerrar
al poco tiempo porque el público no lo entendió. Pero su mensaje revolucionario quedó
sembrado en mí. Y fue lo que yo hice dos o tres años después, cuando decidí romper el cordón
que me unía con Francia para aferrarme de manera definitiva al cordón que me unía a mi país.
Y lo que hice fue lo más sensato, me tomé unos meses y fui a dar la vuelta por todo el Perú,
pueblito por pueblito, para entender.
“Decidí romper el cordón que me unía con Francia para aferrarme de manera definitiva al cordón
que me unía a mi país”
- ¿En algún momento de su vida ha sintió que ser de Perú era más una carga que
un privilegio?
Para nada. Yo lo que sentí alguna vez cuando me fui del Perú fue miedo a que mi pasaporte
me convirtiera en una persona sospechosa cuando llegara a otro país, por todo lo que había
vivido, por la sensación de que ser peruano no era ni tan importante ni tan valioso. Y ese miedo
me dio más fuerzas para luchar para que mi país fuera reconocido en el mundo al menos en la
actividad de la que yo formaba parte. Estudié en los mejores colegios y pude ir a la mejor
escuela de cocina que en aquel momento sonaba en todo el mundo y cuando regresé a Lima
pude encontrar los recursos económicos para montar mi restaurante a los dos o tres años de
haber llegado con mi esposa. Tuve la suerte de que ella, Astrid, decidiera dejarlo todo y venir al
Perú conmigo. Alguien que a pesar de todo eso pueda pensar “Qué mala suerte haber nacido
en esta tierra” tendría que estar muy mal del cerebro. Hay que estar loco para sentir eso.
“Lo que sentí alguna vez cuando me fui del Perú fue miedo a que mi pasaporte me convirtiera en
una persona sospechosa cuando llegara a otro país”
- ¿Llegó a pensarlo?
Una tarde lo discutimos y al día siguiente dije que sería traicionar a todo lo que habíamos
hecho.