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EL SEÑOR DE MURUHUAY

El pueblo de Muruhuay está ubicado en el departamento de Junín, en la sierra central del Perú,
a dos kilómetros del distrito de Acohamba y a 12 kilómetros de la ciudad de Tarma. En
Muruhuay se venera la imagen de un Cristo crucificado que fue pintada por los lugareños sobre
una cruz que apareció grabada, el 3 de mayo de 1835, en una roca que asoma de un flanco del
abra de la quebrada Tranca, en las asieras del pueblo. La palabra Muruhuay alude a una
epidemia de viruela que asoló hace mucho tiempo la región. En lengua quechua, muro quiere
decir viruela y huay o huazi quieren decir casa. Es en ese entonces que los pobladores sanos
lograron instalarse en el sitio que actualmente ocupa Acobairuba, mientras que los enfermos
fueron aislados en el lugar que posteriormente se denominó Muruhuay. Adolfo Vienrich
describe en pocas palabras la aparición de la cruz y la imagen del Cristo: "Es una piedra rojiza
manchada con una cruz, parece de aceite, pero natural, sobre la cruz se ha pintado la imagen"
(Azucenas quechuas, Tarma, 1905). En efecto, como se ha mencionado, la aparición original
fue la de la cruz, sobre la que la mano del hombre pintó al Crucificado. Las primeras
manifestaciones del culto al Señor de Muruhuay las realizaron los pobladores de Acobamba.
Distrito localizado en las cercanías de Muruhuay, durante el siglo pasado. Se escogió el 3 de
mayo como día central de una fiesta que celebraría año a año el milagro de la aparición de la
cruz sobre la roca. Posteriormente, en 1928, en el mismo Muruhuay y cerca de la roca, se
erigió un primer santuario que sería sede de la fiesta del Señor del lugar. A través del tiempo el
pequeño santuario fue creciendo en tamaño, hasta que se convirtió en un gran santuario
diseñado en arquitectura moderna, como se he puede apreciar en la actualidad, rodeado de
puestos de comerciantes ambulantes que ofrecen a los visitantes todo tipo de productos. El
poético marco de vegetación que ofrece Muruhuay y la roca en la que se operó el prodigio
todavía están allí, pero el silencio y la paz del pasado están poco a poco siendo sustituidos por
e1 bullicio y la algarabía de la feria en la que en el presente se ha convertido la fiesta del Señor
de Muruhuay. En todas maneras, quien contempla la campiña, el santuario y la roca por
primera vez aún logra conmoverse. Antiguamente la fiesta del Señor de Muruhuay duraba sólo
unos días de los primeros de mayo. En la actualidad la fiesta ocupa todo el mes de mayo y, en
algunos casos, se desborda hasta el mes de junio e incluso hasta los meses siguientes, hecho
que se explica por la cercanía de Muruhuay con dos zonas bastante pobladas: la ciudad de
Tarma y los pueblos de la cuenca del río Mantaro. Cada uno de estos pueblos celebra su
propia fiesta del Señor de Muruhuay en los meses de mayo y junio, y es así como, poco a
poco, la festividad se ha ido prolongando hasta que pareciera no llegar a finaliza. La tiesta del
Señor tic Muruhuay se lleva a cabo en el santuario levantado en su nombre y en la explanada
que se tiende frente a él. Hasta allí concurren fieles de los más diversos lugares, organizados
en mayordomías o en grupos de familias hijas de Muruhuay, que llegan incluso por carretera
desde Lima. Muy cerca de donde se levanta el santuario del Señor de Muruhuay se puede
encontrar dos ojos de agua que fluyen de la tierra, fenómeno natural que el pensamiento
arcaico indígena, presente en el campo hasta nuestros días, ha transfigurado en una pareja de
macho y hembra. Este hecho permite explicar la irnago nzundi del hombre andino tradicional,
en la que los objetos suelen convertirse en seres animados, los cuales tienen sexo, hablan y
conceden favores a los humanos, que en respuesta deben agradecer y ofrendar. Este mutuo
intercambio establece una comunicación muy intensa entre el indio y el mundo que lo rodea. En
suma, por ejemplo, piedra y agua, dos elementos sagrados de la antigüedad peruana,
sobreviven y componen la hierofania que representan los dos manantiales en Muruhuay. Y así,
no constituye una sin razón el hecho de que, de pronto, una roca pueda prodigiosamente
manifestarse, en forma velada o clara, y pueda expresar la vida que bulle y la agita desde su
interior, como es el caso de la piedra de Muruhuay. Para una persona que contempla la figura
de la cruz en ha roca, es evidente que la mano que pintó en ella al Crucificado es la mano
inexperta de algún campesino; mas esto no tiene importancia para eh creyente, pues la imagen
pintada de Cristo reafirma eh hecho de que la cruz apareció, de pronto, milagrosamente, sobre
ha roca. Casi se puede decir que la roca cumple en este caso ha función de mediadora entre el
hombre y lo sagrado. La aparición de la cruz sobre ha roca re-presenta un mensaje divino que
el sencillo hombre de campo fue capaz de oír y entender. Hasta el día de hoy multitudes
concurren al pie de esta piedra, en realidad no tanto para venerar la cruz y al Crucificado, sino
la gracia que de ellos emana. Sobre lo mismo existe en la Biblia un ejemplo conmovedor. Al
despertar Jacob de un sueño, después de tener la visión de un sendero de luz tendido entre el
cielo y una piedra que le sirvió para descansar su cabeza, la ungió y la veneró diciendo: "Yavé
estuvo aquí y yo no lo sabía". Esto quiere decir que, al venerar Jacob la piedra, veneró en
realidad la presencia de Dios, lo cual quizá pueda ser útil para entender la admiración y la
atracción que suscita la roca en Muruhuay. Durante la víspera del día central de la fiesta
empiezan a aparecer en Muruhuay danzantes típicos de la región acompañados por bandas de
música folclórica contratadas en Acobamba, Tarma, Jauja y Huancayo. Los danzantes son,
entre otros, chonguinos, chutos, jaraculitos, negrerías y chunchos, y los músicos dejan oír
mulizas, relojeras, huainos, cashuas y huaylas. También aparecen los "mayordomos", o
sustentadores de la festividad, y los "alféreces", o colaboradores más próximos. En el santuario
se reza tas vísperas y el final del "novenario" y luego se quema un deslumbrante castillo de
fuegos artificiales, mientras que por doquier los cohetes no dejan de atronar. El día central de la
fiesta del Señor de Muruhuay espera a sus fieles en el santuario y en la roca donde se realizó
el prodigio de la cruz, aunque también los espera en innumerables carpas de comerciantes y
de vianderas que exhiben los más vistosos rótulos.:"La Flor de Acohambino", "Mi Paibamha",
"El Acohambino" "Fi Cubano" (como se denomina al natural de Acobamba), etcétera. Estos
kioscos y tolderías ofrecen a la venta alimentos, bebidas y productos diversos, y de ellos se
esparce al ambiente una música que resulta poco apropiada para el lugar y la ocasión. Cada
puesto ambulante toca lo suyo, de modo que la tranquilidad y la armonía inherentes a la
celebración religiosa se hacen trizas. Ese día central comienza con una misa solemne en la
que se hacen presentes las autoridades de Muruhuay y las de los pueblos aledaños, así como
los danzantes y los músicos. Terminada la misa sale en procesión desde el santuario una
imagen que replica a la pintada sobre la roca. Después de la procesión intervienen tos
bailarines y las bandas de música. Al mediodía se celebra un gran almuerzo en el que se sirve,
según la dignidad de quienes los reciben, diferentes potajes presentados en diferentes
maneras. La Fiesta termina con un gran baile general y con la quema de fuegos artificiales y la
reventazón de cohetes. Un aspecto del culto al Señor de Muruhuay que no tiene nada que ver
con el bullicio de la fiesta son "las cartas a Dios" que los fieles colocan ya sea en los rincones
del santuario, a los pies de las imágenes sagradas que ocupan el mismo y bajo la imagen
misma de la roca, a través de las cuales solicitan por escrito los más diversos favores. Efraín
Morote Best dio noticias de esta silenciosa costumbre religiosa en 1950, en el número 97 de la
Revista Universitaria del (hjson Posteriormente ha aparecido una recopilación de estas cartas
en el libro Aldeas sumergidas, editado por el Centro de Estudios Rurales Andinos Bartolomé de
las Casas, también del Cusco. "Las cartas a Dios" son, en su cándida firma de expresión,
súplicas esperanzadas y llenas de fe que representan una aproximación más del ser humano al
ser sagrado, escritas a la vez con familiaridad y respeto.

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