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NULIDADES GENÉRICAS. FALTA DE CAPACIDAD DEL TRIBUNAL (art. 185 inc.

1ro. –2do. sup.- C.P.P.): Falta de formación técnica. FUNDAMENTACIÓN DE LA


SENTENCIA: Prueba indiciaria: Requisitos. Contralor casatorio. Posibles agravios:
cuestionamiento del hecho indiciario, y cuestionamiento del método de valoración.
RECURSOS. INTERES EN RECURRIR: Es un requisito de procedencia formal y
sustancial. DECLARACIÓN DEL IMPUTADO: Constituye un medio eventual de
prueba. SILENCIO DEL IMPUTADO: Implicancias procesales. NULIDAD: Falta de
interés. DEFENSA EN JUICIO. DEFENSA TÉCNICA: Término a quo. HOMICIDIO
POR ALEVOSIA (art. 80 inc. 2do. C.P.): Actuar sobre seguro: momento en que debe
verificarse. HOMICIDIO POR PRECIO O PROMESA REMUNERATORIA (art. 80
inc. 3ro. C.P.): Aspecto subjetivo. Fundamento de la agravante.

1. La pretensión de incluir el supuesto desconocimiento jurídico de los magistrados


intervinientes dentro de la hipótesis de nulidades concernientes a la capacidad del
Tribunal, en el marco del artículo 185 inc. 1°, segundo supuesto, del C.P.P., carece
de todo respaldo doctrinario y jurisprudencial. Además, los yerros en que incurriere a
raíz de dicho desconocimiento, al impartir justicia en un caso concreto, son
subsanables a través de las distintas vías impugnativas que habilita la ley ritual.
2. Cuando se trata de prueba de indicios, el método de valoración lógicamente
adecuado ha de ser el de su ponderación conjunta y no separada o fragmentaria.
Ello así por cuanto la meritación aislada de cada indicio con prescindencia de la
inclusión de los demás en el razonamiento, puede conducir a derivar equivocadas
consecuencias. En consecuencia, la fundamentación que prescinde de tal valoración
integrada –que es la que confiere sentido convictivo a los indicios– configura una
motivación omisiva que nulifica la decisión en ella sustentada.
3. Lo que se denomina indicio es un hecho –probado y por tanto conocido– del cual se
puede inferir la existencia de otro que se pretende demostrar. Por ello, también es
posible que la crítica recursiva aborde la sentencia basada este tipo de prueba,
atacando el razonamiento que permitiría derivar, no la conclusión total, sino antes,
cada uno de los indicios que se consideran cargosos, en forma individual, como
presupuestos a partir de los cuales se desencadena una circunstancia fáctica que
el Juzgador tuvo por probada. Ello configura un presupuesto previo al agravio
contra el método de valoración –claro está, en la medida en que exista concreto
agravio sobre el punto– puesto que lógicamente se impone primero analizar si se
encuentran acreditadas las premisas fácticas que luego han de incluirse en una
ponderación integrada.
4. La exigencia de un interés directo como requisito estatuido para los recursos (art.
443 C.P.P.), no sólo es una condición para la procedencia formal sino también para
la procedencia sustancial de la impugnación. Este último aspecto ha sido elaborado
en los precedentes de la Sala, en los que se ha dicho que el interés existe "en la
medida que la materia controvertida puede tener incidencia en la parte dispositiva
del pronunciamiento, anulándolo o modificándolo"; o bien cuando el recurso
deducido resulta ser el medio adecuado para excluir el agravio que aparece como
posible.
5. La declaración del sometido a proceso, analizada desde la óptica del imputado,
importa un medio idóneo para la materialización de su defensa en juicio. Y
justamente, para alcanzar de manera eficaz tal significado, es que desde la
perspectiva del juez en lo penal, se debe traducir dicho acto en una fuente eventual

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de pruebas, pues, de lo contrario, si las manifestaciones del imputado estuvieran
ajenas a todo tipo de valoración, no pasarían de ser meras expresiones formales,
ineficaces desde el punto de vista de la defensa material.
6. El encartado puede abstenerse de prestar declaración sin que de su silencio se pueda
extraer una presunción en su contra. Ello, pues una prolongada, profunda y
humanitaria labor de la doctrina y de la legislación han concluido definitivamente, al
menos entre nosotros, con la pretensión de extraer indicios de culpabilidad del
silencio del imputado, pues si la ley lo reputa inocente, nada tiene que alegar en su
descargo. Si además, y desarrollándose ese axioma de jerarquía fundamental, la ley
procesal manda al Juez a informar al imputado que puede abstenerse de declarar,
resulta patentemente violatorio de la Constitución y de la ley, aceptar aquella máxima
romana: “el que calla no confiesa, más ciertamente no lo niega”.
7. Nuestro sistema procesal no admite la declaración de nulidad de los actos
procesales por la nulidad misma, sino sólo cuando ella efectivamente lesiona el
interés de las partes. Tal exigencia tiene por objeto evitar el establecimiento de un
sistema de nulidades puramente formales, acogiendo sólo aquellas que por su posible
efecto corrector, tengan idoneidad para enervar los errores capaces de perjudicar
realmente aquel interés.
8. Cuando la Constitución de la Provincia de Córdoba, en su art. 40, in fine, manifiesta
que “carece de todo valor probatorio la declaración del imputado prestada sin la
presencia de su defensor", supone que se haya iniciado la persecución penal en
contra de un individuo y que al momento de su declaración no cuente con la
presencia de un defensor técnico. Así se ha establecido del mismo modo por la ley
adjetiva local (arts. 258 y ss. C.P.P.). Entonces, quien al momento de prestar
declaración testimonial no aparece en absoluto sindicado como partícipe del hecho,
no goza de dicha garantía, puesto que aún no reviste calidad de imputado.
9. El obrar sobre seguro que fundamenta el tipo agravado de la alevosía (art. 80 inc. 2°
C.P.), no lo es en relación a una actuación impune ex post, sino en relación a la
propia ejecución del hecho, que se preordena de modo tal de evitar la reacción de la
víctima o de un tercero y así poder dar muerte a la primera con mayores chances de
lograr el resultado querido. En síntesis, no cuenta la reacción posterior al ataque que
pueden asumir los terceros, sino el riesgo que procede del rechazo del ataque
mismo.
10. Como es regla en los delitos dolosos, el tipo subjetivo de la figura del homicidio por
precio o promesa remuneratoria (art. 80 inc. 3ro. C.P.) funciona a modo de espejo del
tipo objetivo, y por ende es suficiente el conocimiento de que la muerte se ejecuta a
cambio de una paga actual o futura, sin que importe que el ejecutor conozca de quién
se trata su víctima. Tan intrascendente es el dato preciso de la identidad del sujeto
pasivo, que aún mediando un error in personam, la calificante se mantiene.
11. El fundamento de la agravante contenida en el art. 80 inc. 3ro. del C.P., atiende,
como su propio texto lo indica, al mayor contenido de injusto que encierra la
muerte por precio o promesa remuneratoria: la ley quiere castigar la determinación
delictiva por lucro, la cual presenta siempre más criminalidad subjetiva que la
determinación por el solo mandato.

T.S.J., Sala Penal, S. nº 267, 5/10/2007, “SINTORA, Oscar Hugo p.s.a. homicidio
calificado –Recurso de Casación-” (Dres. Cafure de Battistelli, Tarditti, y Blanc G. de
Arabel).

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SENTENCIA NUMERO: DOSCIENTOS SESENTA Y SIETE

En la Ciudad de Córdoba, a los cinco días del mes de octubre de dos mil siete, siendo las

once horas, se constituyó en audiencia pública la Sala Penal del Tribunal Superior de

Justicia, presidida por la señora Vocal doctora María Esther Cafure de Battistelli, con

asistencia de las señoras Vocales doctoras Aída Tarditti y María de las Mercedes Blanc G.

de Arabel, a los fines de dictar sentencia en los autos “SINTORA, Oscar Hugo p.s.a.

homicidio calificado –Recurso de Casación-” (Expte. “S”, n° 42/05), con motivo del

recurso de casación interpuesto por los Dres. Manuel Andrés Calderón y Eduardo Alberto

Tarasconi, en su carácter de defensores del imputado Oscar Hugo Síntora, en contra de la

Sentencia número trece de fecha cuatro de julio de dos mil cinco, dictada por la Cámara del

Crimen de Primera Nominación de esta Ciudad.

Abierto el acto por la Sra. Presidente se informa que las cuestiones a resolver son las

siguientes:

1°) ¿Es nula la sentencia por falta de capacidad del Tribunal de juicio?

2°) ¿Es nula la sentencia impugnada por vulnerar las reglas de la sana crítica racional

la conclusión relativa a la autoría del imputado?

3°) ¿Es nula la sentencia por carecer de fundamentación la calificante del homicidio

por alevosía (art. 80 inc. 2°, C.P.)?

4°) ¿Es nula la sentencia por carecer de fundamentación la calificante del homicidio

por precio o promesa remuneratoria (art. 80 inc. 2°, C.P.)?

5°) ¿Es nula la sentencia por carecer de imparcialidad subjetiva la intervención del

jurado popular Raúl Horacio Sponer?

6°) ¿Qué solución corresponde dictar?

Las señoras Vocales emitirán sus votos en el siguiente orden: María Esther Cafure de

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Battistelli, Aída Tarditti y María de las Mercedes Blanc G. de Arabel.

A LA PRIMERA CUESTION:

La Señora Vocal doctora María Esther Cafure de Battistelli, dijo :

I. Por sentencia n° 13, de fecha 4 de julio de 2005, la Cámara en lo Criminal de

Primera Nominación de esta Ciudad resolvió, en lo que aquí interesa, “declarar a HUGO

OSCAR SINTORA, ya filiado, co-autor responsable del delito de homicidio calificado en

los términos de los arts. 80 inc. 2º y 3º y 45 del Código Penal, hecho contenido en la

acusación Fiscal obrante a fs. 7979 de autos y en consecuencia imponerle como

tratamiento penitenciario, la pena de reclusión perpetua, adicionales de ley y costas

(arts.9, 12, 29 inc.3º del C. Penal y 550/551 del CPP)...”.

II. Contra dicha resolución, recurren en casación los Dres. Manuel Andrés Calderón

y Eduardo Alberto Tarasconi, en su carácter de defensores del imputado Oscar Hugo

Síntora, invocando el motivo formal previsto en el segundo inciso del artículo 468 del

C.P.P. y esgrimiendo diversos agravios, cuyo orden será aquí alterado para su mejor

tratamiento.

En primer lugar, los quejosos estiman que la sentencia es nula toda vez que fue

realizada por jueces “incapaces”, “en el marco de las prescripciones del art. 185 inc. 1 del

C.P.P.C., esto es, carentes de la idoneidad técnica-jurídica necesaria que requiere el

ejercicio de las funciones propias de la magistratura” (fs. 9107 y vta.).

Sostienen que en el caso se han desoído las normas constitucionales que prescriben el

derecho que goza toda persona a un proceso judicial regular y legal, donde las personas que

intervienen en el carácter de Juzgadores deben encontrarse formados y demostrar idoneidad

desde un punto de vista moral, psicológico, físico y jurídico que los habilite para decidir la

suerte de los sometidos a su jurisdicción (fs. 9107 vta./9108).

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Explican que dicho requisito constituye uno de los presupuestos procesales externos a

la resolución, que permiten que la relación procesal que surge a partir de la vinculación de

un individuo con la ley penal, tenga existencia legítima y válida. Vinculan la cuestión a las

garantías de defensa en juicio y juez natural. En un segundo orden de cosas, y de forma

directamente relacionada, entienden que se violentan también las prescripciones relativas a

la intervención del imputado en el proceso (arts. 18 C.N. y 185 inc. 1º y 3º en función de los

arts. 259 y 261, todos del C.P.P.; fs. 9108 y vta.).

Profundizando su embate, los defensores manifiestan que “la ignorancia de los

principios y derechos constitucionales básicos que resguardan la persona de todo individuo

vinculado como imputado a un proceso penal, en función de la gravedad e importancia que

éstos revisten, constituyen fundamento más que suficiente a los fines de afirmar la absoluta

incapacidad técnico-jurídica de los Juzgadores, abarcando en esta categoría no solo a los

miembros letrados del Tribunal, sino también a los legos, toda vez que no podemos ignorar

la necesidad de que los particulares que cumplen la función de jueces en los procesos

asistidos por jurados populares, conozcan, al menos, los principios, derechos y garantías

que emanan de nuestra normativa constitucional en cuanto a la protección y resguardo de

la persona del imputado en un proceso penal” (fs. 9110 vta./9111).

Sobre el punto, advierten que hay una serie de manifestaciones que fueron sostenidas

por el Presidente del tribunal y refrendadas por el resto de los miembros del mismo al

acordar (sin disidencia ni reserva alguna) con el voto de aquél, en cuanto al sentido que

debía dársele a la actitud silenciosa desplegada por Síntora durante el proceso,

especialmente en la etapa de debate (fs. 9111).

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Argumentan aquí en idéntico sentido al que lo hicieran al agraviarse por el modo en

que esta ponderación del silencio viciaba la fundamentación fáctica del decisorio (supra,

primera cuestión, VII), lugar al que remito por razones de brevedad.

Afirman los recurrentes que la inconsecuencia expresada por los miembros del

Tribunal respecto de si el silencio adoptado por el imputado en el ejercicio de su defensa

material, debe o no ser valorado como indicio de culpabilidad, habla claramente en relación

a la absoluta ausencia de conocimiento certero respecto de los mismos, lo cual

implícitamente expresa una total ignorancia de los principios básicos rectores del proceso

penal; y por tanto de su incapacidad, desde un punto de vista técnico jurídico, para resolver

acerca de la participación penalmente responsable de nuestro defendido, en estos actuados

(fs. 9113 vta./9114).

Concluyen que la incapacidad demostrada por los miembros de la Cámara torna nula

la sentencia por aplicación de las normas del art. 185 incs. 1 y 3 C.P.P. Argumentan que el

concepto de capacidad al que hace referencia la norma abarca no sólo las cuestiones de

competencia o capacidad psíquica-física del juez, sino también lo relativo a idoneidad

técnica jurídica. Abundan en cita doctrinaria sobre la materia (fs. 9114/9115).

Aclaran, previo finalizar, que la cuestión que plantean nada tiene que ver con

criterios de interpretación de las normas penales y procesales penales; sólo concierne a la

absoluta ignorancia de la norma y de los principios que la invisten, demostrada por el

tribunal en el contenido de su fallo (fs. 9115).

II. El presente agravio no es de recibo. Doy razones.

La hermenéutica que propone la defensa para incluir el supuesto desconocimiento

jurídico de los magistrados intervinientes dentro de la hipótesis de nulidades concernientes a

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la capacidad del Tribunal, en el marco del artículo 185 inc. 1°, segundo supuesto, del C.P.P.,

carece de todo asidero.

No encuentro doctrina ni jurisprudencia que avale semejante afirmación. De hecho,

las dos opiniones que citan los recurrentes han sido introducidas con total desapego a la

opinión de dichos autores. En efecto, cuando Ricardo NÚÑEZ alude a la capacidad “jurídica

y legal”, de una persona para actuar como juez lo hace en clara referencia a la situación de

jueces que no han sido nombrados en debida forma, que no han aceptado el cargo, o que no

lo han asumido; asimismo, incluye los casos de enfermedad, padecimientos mentales,

embriaguez habitual o uso de estupefacientes, que impiden comprender o dirigir las propias

acciones (ob.cit., pág. 149, nota 3 al art. 171). Del mismo modo, la textualización de la

afirmación de Francisco D’ALBORA ha prescindido de la aclaración que el prestigioso autor

efectúa acerca de que el inciso 1° de la norma correspondiente en el digesto procesal

nacional refiere a la “capacidad objetiva” (Código Procesal de la Nación, Lexis–Nexis,

Abeledo–Perrot, Bs.As., 2005, pág. 306).

En similar sentido se expide el resto de los procesalistas; un rápido repaso de sus

obras no arroja ningún resultado en el sentido pretendido por los quejosos (MAIER, Julio

B.J., Derecho Procesal Penal– Parte general, Editores del Puerto, Bs.As., 2003, T.II, págs.

117/121; CREUS, Carlos, Invalidez de los actos procesales penales, Astrea, Bs.As., 2004,

págs. 32/35; CLARIÁ OLMEDO, ob.cit., T.IV, págs. 205/207; CAFFERATA NORES– TARDITTI,

ob.cit., T. 1, págs. 461/462; CLEMENTE, José Luis, Código Procesal Penal de la Provincia

de Córdoba, Lerner, Córdoba, 1998, T.II, págs. 136/138, nota 3 al art. 185 inc. 1°; Torres

Bas, Raúl Eduardo, Código Procesal Penal de la Nación, Lerner, Córdoba, 1996, págs.

631/632, nota 3 al art. 167, entre otros).

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Sucede, en verdad, que además de la falta de apoyo doctrinario obedece a que la

interpretación que se postula desconoce las normas que regulan la materia: la falta de

formación técnica que pudiere evidenciar un magistrado tiene remedio a través de otras vías

diferentes a la intentada por la defensa. Los yerros en que incurriere a raíz de dicho

desconocimento, al impartir justicia en un caso concreto, son subsanables a través de las

distintas vías impugnativas que habilita la ley ritual.

En consecuencia, la pretensión impugnativa de provocar la nulidad del decisorio con

base en el artículo 185 inc. 1° del ordenamiento procesal, carece de todo sustento jurídico y

debe ser rechazada.

Voto, pues, negativamente a esta cuestión.

La señora Vocal doctora Aída Tarditti, dijo:

La Sra. Vocal preopinante da, a mi juicio, las razones necesarias que deciden

correctamente la presente cuestión. Por ello adhiero a su voto, expidiéndome en igual

sentido.

La señora Vocal doctora María de las Mercedes Blanc G. de Arabel, dijo :

Estimo correcta la solución que da la señora Vocal María Esther Cafure de Battistelli,

por lo que adhiero a la misma en un todo, votando, en consecuencia, de igual forma.

A LA SEGUNDA CUESTION:

La señora Vocal Doctora María Esther Cafure de Battistelli, dijo:

I. También bajo el motivo formal de casación, lo quejosos reprochan al decisorio

haber inobservado las reglas de la sana crítica racional, en cuanto a prueba de valor

dirimente (fs. 9019 vta.).

1. Refieren que la sentencia de marras se sustenta en prueba indirecta, consistente en

un cúmulo de indicios, donde cada uno de ellos contiene vicios relevantes que impiden

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derivar lógicamente –ausencia de razón suficiente– un juicio de certeza en relación a la

participación responsable de Síntora en la muerte de Regino Maders (fs. 9109 vta./9110).

Anotan que si bien se advierten en la sentencia remisiones a prueba directa, ésta no

tiene por objeto demostrar la participación de Síntora, sino las circunstancias de tiempo,

lugar y modo en que se produjo el hecho. Sólo se utilizó una prueba directa, como es la

relativa a la pericia por la cual el Tribunal determinó que el arma secuestrada era la que dio

muerte a Maders, vinculándola luego con el imputado Síntora. Sin embargo la consideración

de esa prueba, junto a que la misma se encontraba en poder de su cliente, constituye un

indicio más a los fines de demostrar su participación. En este sentido, esa prueba directa es

un elemento que integra otra prueba de tipo indirecto (fs. 9121 vta./9122).

A continuación, los recurrentes reseñan los indicios sobre los que la a quo apoya la

conclusión condenatoria, a saber:

a. El silencio mantenido por el imputado Síntora durante la audiencia;

b. Las confesiones extrajudiciales que realizó;

c. Su participación mismo en las reuniones donde se realizó el ofrecimiento de dinero

para concretar la muerte de Maders;

d. Su amistad con la persona que cobra una suma de dinero en concepto de la muerte;

e. La individualización del arma homicida y la determinación de que la misma estuvo en

poder del imputado;

f. La mala justificación por parte del imputado en cuanto al origen del bolso con armas.

Sobre dicha nómina, observan los quejosos que un indicio es un hecho probado, es

decir, que para constituir un elemento de juicio a ser utilizado como fundamento de un

juicio asertivo de condena, debe haberse formulado e incorporado a la valoración, de forma

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legítima; esto es, respetando la ley; y a su vez deben estar certeramente probados, con

arreglo a los principios de la sana crítica racional (fs. 9124).

Aseguran, en esta línea de razonamiento, que los indicios nº 1, 2, 4, 5 y 6 contienen

defectos de legitimidad y por lo tanto no pueden constituir elemento probatorio sobre los

que se funde el decisorio; y que por su parte, el indicio nº 3 adolece de defectos lógicos o de

legitimidad. Asimismo, adelantan que la utilización indebida de esos indicios, ocasionó un

perjuicio claro y concreto en contra del mismo toda vez que el juicio asertivo de condena

se basa en ellos (fs. 9124).

2. Previo ingresar al análisis en particular de cada uno de los indicios, y en tanto los

defensores cuestionan la conclusión –fundada en prueba indirecta– asertiva de la autoría de

su representado Oscar Hugo Síntora respecto de la muerte de Regino Maders, estimo útil

efectuar unas breves consideraciones iniciales.

Cuando se trata de prueba de indicios, se ha sostenido en numerosos precedentes

que el método de valoración lógicamente adecuado ha de ser el de su ponderación conjunta

y no separada o fragmentaria (T.S.J., S. n° 45, 29/7/98, “Simoncelli”; "Bona", cit.; A. n°

1, 2/2/04, "Torres", entre muchos otros). Ello así por cuanto la meritación aislada de cada

indicio con prescindencia de la inclusión de los demás en el razonamiento, puede conducir a

derivar equivocadas consecuencias.

En similar sentido se ha expedido la Corte Suprema de Justicia de la Nación, para la

cual “cuando se trata de una prueba de presunciones... es presupuesto de ella que cada uno

de los indicios, considerados aisladamente, no constituya por sí la plena prueba del hecho

al que se vinculan -en cuyo caso no cabría hablar con propiedad de este medio de prueba-

y en consecuencia es probable que individualmente considerados sean ambivalentes”

(“Martínez, Saturnino”; 7/6/88, Fallos 311:948; cfr. T.S.J., Sala Penal, S. nº 45, 28/7/98,

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“Simoncelli”; A. 32, 24/2/99, “Vissani”); "la confrontación crítica de todos los indicios

resulta inexcusable para poder descartarlos, por lo que el argumento de la supuesta

ambivalencia individual de cada uno de ellos constituye un fundamento sólo aparente que

convierte en arbitraria a la sentencia portadora de este vicio" (C.S.J.N., "Fiscal c/ Huerta

Araya", 12/6/90, citado por Caubet, Amanda y Fernández Madrid, Javier, "La Constitución,

su jurisprudencia y los tratados concordados", Errepar, 1995, n° 4840). Así fue que tal

tesitura llevó al Alto Tribunal a dejar sin efecto "la sentencia que absolvió al procesado

desconociendo un cuerpo de pruebas e indicios precisos y concordantes que no permitían

dudar sobre la existencia del hecho ilícito y la responsabilidad del autor del delito"

("Lavia", 12/5/92, citado por Caubet y otro, ob.cit., n° 4390; T.S.J., Sala Penal, "Bona",

cit.).

En consecuencia, en la medida en que resulta inherente a la esencia de la prueba

indiciaria su consideración conjunta (T.S.J., Sala Penal, S. n° 112, 13/10/05, "Brizuela",

entre otros), la fundamentación que prescinde de tal valoración integrada –que es la que

confiere sentido convictivo a los indicios– configura una motivación omisiva que nulifica

la decisión en ella sustentada.

Asimismo, si se repara en que lo que se denomina indicio es un hecho –probado y por

tanto conocido– del cual se puede inferir la existencia de otro que se pretende demostrar,

también es posible que la crítica recursiva se sustente en un diferente modo de abordaje de

la sentencia basada este tipo de prueba, atacando el razonamiento que permitiría derivar, no

la conclusión total, sino antes, cada uno de los indicios que se consideran cargosos, en

forma individual, como presupuestos a partir de los cuales se desencadena una

circunstancia fáctica que el Juzgador tuvo por probada. Ello configura un presupuesto

previo al agravio contra el método de valoración –claro está, en la medida en que exista

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concreto agravio sobre el punto– puesto que lógicamente se impone primero analizar si se

encuentran acreditadas las premisas fácticas que luego han de incluirse en una ponderación

integrada (cfme., T.S.J., Sala Penal, S. n° 103, 11/09/06, “Rossi”).

Tanto una como otra óptica son motivo del presente recurso, en tanto los quejosos

discuten ora la justificación convictiva de los indicios valorados por la Juzgadora, ora su

apreciación conjunta en orden a la afirmación sobre la autoría de Síntora.

Es bajo tales parámetros que corresponde entonces ingresar, a continuación, al

examen propuesto por la defensa, alterando el orden de los indicios, para un más ordenado

tratamiento.

III. Indicio relativo a las confesiones extrajudiciales que realizó Síntora: previo

textualizar las referencias de la Cámara respecto de los comentarios que efectuara Síntora,

recogidos en los testimonios de Roberto Antonio Peralta, Claudio Alejandro Martínez y

Rubén Rodolfo Barrera, los impugnantes afirman –en primer término– que la sentenciante

parcializó tales declaraciones (fs. 9125/9127).

1. En lo atinente a Barrera, se omitió consignar que los dichos de Síntora en los que

habría manifestado haber matado a Maders, se hicieron durante unos asados. Asimismo

refirió el testigo que, en algún momento, fue enemigo de Síntora (fs. 9127/9130).

Luego reseñan las declaraciones de Claudio Martínez, Federico Pelliza, Raúl Gelada,

Juan Carlos Bazán y José Víctor Cuello. De ellas se aprecia, como otra circunstancia

soslayada por la a quo, que quienes se juntaban a comer asados eran varios, entre ellos, los

nombrados (fs. 9130/9132).

De otro costado, la Camara alude al testimonio del policía Carlos Miguel Cabrera, del

que se extrae que entre Síntora y Barrera existían constantes denuncias que éstos se

formulaban por ante la Unidad Judicial Nº 9 (fs. 9132 vta.).

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Apuntan los quejosos que el Juzgador sólo hace una mención de todas estas personas,

pero en ningún momento merita el contenido de sus declaraciones. Si bien es discreción del

Tribunal dar mayor valor a una prueba que a otra, ello no resulta óbice de la obligación del

sentenciante de considerar toda la prueba que fuera incorporada legalmente al proceso y que

tuviera carácter relevante (fs. 9133).

Sin lugar a dudas –aseguran– las manifestaciones de Barrera, en el sentido en que las

lee la Cámara, son tan dirimentes como las de los demás testigos que depusieron en sentido

contrario, y que fueron arbitrariamente –sin justificación alguna– excluidos del proceso (fs.

9133).

Puntualizan los recurrentes que el Tribunal sigue este razonamiento:

Premisa A: Barrera refiere que escuchó a Síntora decir que mató a Maders en

varias oportunidades, mientras comían asado.

Conclusión: Síntora confesó extrajudicialmente su participación en el hecho”.

Sin embargo, si se hubieran contrapuesto a la premisa A, las que expone a

continuación, la conclusión habría sido distinta:

Premisa A: Barrera refiere que escuchó a Síntora decir que mató a Maders en varias

oportunidades, mientras comían asado.

Premisa B: En esos asados también participaron Gelada, Martínez, Pelliza, Bazán y

Cuello.

Premisa C: Gelada no escuchó nunca a Síntora decir que él había matado a Maders.

Premisa D: Martínez no escuchó nunca a Síntora decir que él había matado a Maders.

Premisa E: Pelliza no escuchó nunca a Síntora decir que él había matado a Maders.

Premisa F: Bazán no escuchó nunca a Síntora decir que él había matado a Maders.

Premisa G: Cuello no esuchó nunca a Síntora decir que él había matado a Maders.

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Premisa H: Barrera admitió su enemistad con Síntora.

Premisa I: El policía Cabrera refirió que Síntora y Barrera se hacían constantes

denuncias recíprocas.

Frente a tales indicios, la conclusión, necesariamente, debió ser la opuesta a la

adoptada por la sentenciante (fs. 9133 vta./9134).

En similar sentido, prosiguen con las referencias que el sentenciante hace en relación

a la otra persona que escuchó a Síntora confesar extrajudicialmente el homicidio de Maders,

Roberto Antonio Peralta, donde también se han omitido extremos dirimentes. En efecto,

la valoración que se efectúa de los dichos de Pedro Rubén Loyola, Héctor Domingo

Quinteros y Víctor Hugo Cuello puede resumirse en lo siguiente:

Premisa A: Peralta refiere haber escuchado a Síntora decir que mató a Regino Maders.

Conclusión: Síntora confesó extra judicialmente haber matado a Regino Maders.

Anotan que la situación no resulta de la misma entidad cuando se intercalan entre la

Premisa A y la conclusión, otras premisas soslayadas (fs. 9134/9137):

Premisa A: Peralta refiere haber escuchado a Síntora decir que mató a Regino Maders.

Premisa B: Loyola escuchó decir a Peralta que él había perjudicado a Síntora. Que lo

había hecho por dinero y para lograr un beneficio procesal.

Premisa C: Rodríguez escuchó que en la cárcel se comentaba de beneficios procesales

al que aportara datos sobre la causa.

Premisa D: Cuello refiere que en el ámbito carcelario no se acostumbra a que los

detenidos refieran los hechos en los que participaron. Que esos son los códigos.

Evidentemente –afirman– si estas premisas hubieran sido incorporadas al

razonamiento, la conclusión hubiera sido otra toda vez que las tres premisas evitadas

explicitan, por un lado, que se descarta que los presos hablen de los hechos que han

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cometido, anulándose así la posibilidad de que Síntora hubiera realizado un comentario de

este tipo (fs. 9137 y vta.).

Desde otro aspecto, señalan que quien afirmó haber escuchado la confesión, refirió

en otro ámbito haber perjudicado a Síntora con sus declaraciones, habiéndolo hecho por

dinero y con la expectativa de gozar de beneficios procesales. Además, existían ofertas de

beneficios procesales al que aportara datos en la causa (fs. 9137 vta.).

En consecuencia, el llamado indicio nº 2 se deriva de una valoración ilegítima de los

elementos que permitieron al juez arribar a él; tornándolo de este modo, de imposible

utilización (fs. 9138).

2. Básicamente, los quejosos reprochan al decisorio haber parcializado los

testimonios de Roberto Peralta, Claudio Martínez y Rubén Barrera, en tanto su cotejo con

otros elementos de juicio –testimonios de Pelliza, Gelada, Bazán, Cuello, Cabrera, Loyola,

Quinteros– no permitiría concluir con certeza que Síntora haya efectuado los comentarios

que se le atribuyen, aceptando haber sido quien dio muerte a la víctima.

Sobre el punto, la Cámara expuso que el imputado asesinó a Regino Maders “y luego

se jactó imprudentemente (porque a la larga sus manifestaciones le jugaron en contra) del

mismo en el círculo en que se movía, ya sea fuera como dentro de la Cárcel con el fin de

darse, a lo que dentro de su mente razonaba, poder frente a los otros” (fs. 9070 vta./9071).

Meritó, en este extremo, diversos testimonios que claramente se dividen en dos

grupos: uno, conformado por aquellas personas que supieron de la vinculación de Síntora en

oportunidad del incidente suscitado por la desaparición del arma dejada por su hijo Oscar en

un bolso –junto con otras tres más– en el domicilio de Blanca Fernández, y otro, constituido

por allegados al imputado que recibieron directamente de él comentarios alusivos al

homicidio de marras.

15
2.a) Es importante destacar que lo que de aquí en más individualizaré como el

primer grupo de testigos, no fue –en el examen del presente indicio– considerado por los

impugnantes, quienes direccionaron su esfuerzo argumental hacia el segundo grupo. Si bien

los quejosos analizaron los dichos de aquéllos, lo hicieron en relación al indicio relativo a la

individualización del arma (que numeran como 5°), mas no los incluyeron en el punto aquí

tratado, evidenciando así una primera segmentación del contenido del decisorio que

pretenden conmover.

No obstante la apuntada falta de crítica recursiva, corresponde igualmente abordar

dicho análisis puesto que –como se ha demostrado– la fuerza convictiva del indicio sub

examine no descansa únicamente en los dichos del segundo grupo sino que ellos prestan y

reciben recíproco apoyo de los del primer grupo, que paso a reseñar.

2.a.1) En esta línea argumental, la Cámara valoró el aporte de Blanca Esther

Fernández, de sus hijos Alejandro y Natalia Díaz, de Argentino Guzmán y Heraldo Pagano.

Resaltó la a quo que entre la primera y los dos últimos “nunca hubo contradicción, fueron

dichos coherentes, demostrables en su veracidad (reconocimiento de la pistola), no

antagónicos, con una réplica defensiva que no pudo ser sostenida con firmeza y no logró

confutar lo expresado por los testificantes” (fs. 9071 vta.). Expuso que “tanto Blanca

Fernández como sus hijos refirieron que Oscar Síntora hijo, concurre a buscar el arma que

se encontraba en el interior de un bolso a su casa... que éste lo hace muy nervioso ya que

cuando se da con el bolso, faltaba precisamente la pistola 9 mm con pintura negra y como

el mismo Oscar le dijera a Alejandro ‘que con esa arma su padre (Oscar Hugo) había

cometido un homicidio’ y a Blanca Fernández, según lo dijera la testigo en la audiencia de

debate, le refirió ‘sí Doña, tengo un problema, estoy con mi papá, porque yo le saqué unas

armas y es la que utilizó para matar a Maders’. El hijo del traído a proceso ya conocía del

16
tema sobre el homicidio ocurrido tan sólo un mes antes, conocía por estas manifestaciones

que el autor del homicidio había sido su padre, de ahí su preocupación por rescatar el

arma que lo comprometía a este último en forma directa con el hecho y también por

supuesto de ahí el encolerizamiento del nombrado con su hijo como lo demostró frente a la

casa de los Díaz, cuando toma a su hijo por el cuello al enterarse que el arma no se

encontraba en el lugar” (fs. 9071 vta./9072).

¿Son ajustadas a la prueba estas afirmaciones? La respuesta es afirmativa. En efecto,

Blanca Fernández manifestó que Pedro Guzmán le comentó que Síntora hijo refirió que su

padre había matado a Maders. Congruente con ello, la mujer mencionó haber encontrado –

durante la limpieza de la habitación de sus hijos– un bolso negro con cuatro armas, y que al

otro día de que Claudio Guzmán cayera preso “fue a su casa Oscarcito en un auto de color

oscuro, que paró en la puerta, este se bajó y le dijo ‘...sí Doña, tengo un problema, estoy

con mi papá, porque yo le saqué unas armas y una de esas armas es la que utilizo mi papá

para matar a Maders...’, ella le dijo que fuera al dormitorio y las sacara. Cuando Oscar

regresó con el bolso, lo puso sobre la mesa y lo abrió, entonces le dijo que faltaba una, era

la de color más resaltante, ella le pidió que se llevara todo, le dijo ‘llevate todo eso de

acá’...” (fs. 8885 vta./8886).

El hijo de dicha testigo, Alejandro Díaz, convalida la estancia en su domicilio del

bolso con armas sustraidas al imputado por su hijo: declaró que “en el año 93, él junto con

Oscar Síntora, alias "Orejudo" fueron en la moto de Perona hasta la casa del padre del

Orejudo en barrio San Vicente y éste le sacó al padre una 9 mm. de color negra... Luego

llevaron el arma que saca el "Orejudo" a la casa de su madre... Que en el bolso había

cuatro o cinco armas... Que las armas estuvieron unos días o una semana en la casa de su

madre... Que como ellos se enteraron que se venía una serie de allanamientos, sacaron las

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armas de la casa y al otro día lo detuvieron a él. Que no estuvo presente cuando retiraron

el bolso, pero cuando Síntora hijo lo fue a visitar a la Seccional 13 le dijo que una parte

había ido a parar al taller del "Negro Manuel", entre éstas iba la pistola 9 mm. Que él

vendió un arma, pero no era la 9 mm... Que el padre de Oscar lo andaba buscando a este

por todos lados y al dicente también lo buscaba. Se decía que Síntora padre había andado

en la muerte de Maders, que trabajaba para Johnson y había mensajes de que si se

encontraba el arma, podía haber beneficios por medio de Síntora. Que en el año ‘94 cayó

detenido junto con el Orejudo y éste le dijo que se mencionaba al padre como el autor de

la muerte de Regino Maders” (fs. 8885 y vta.).

Similar relato al de su madre expone Natalia Vanesa Díaz, quien fue, a la sazón, la

que recibió y guardó las armas, pero –lo que es más importante– presenció la ira del

encartado ante el faltante de una de ellas: “recibió un bolso, se lo pasaron por la ventana;

Oscar Síntora hijo, ‘Orejudo’, es amiga de él, el bolso tenía armas... Al otro o a los 2 o 3

días, lo fue a buscar Oscar Síntora, lo atendió su mamá, ella estaba en la pieza, fue con

otra persona, con el padre, el padre fue en un auto grande, de color oscuro y el Orejudo (h)

en una motito, y se llevaron el bolso; Oscar fue y sacó el bolso, estaba debajo de la cama,

no se acuerda bien cuántos días estuvo el bolso en la casa. La madre no sabía de ese bolso,

porque ella lo recibió y lo escondió en el dormitorio. En ese momento su hermano Claudio

estaba preso y Alejandro, “el chupa”, en la calle. Respecto al bolso, dijo el Oreja que

faltaba un arma... Luego de ver que faltaba un arma, discutían en la puerta, el padre lo

agarró del cuello al Orejudo... [Síntora hijo] salió, y volvió y le dijo ‘doña falta un arma’...

El Oreja le comentó a ella que el padre estaba enojado porque faltaba un arma y le

comentó que su padre le dijo que con ese arma había matado a alguien...” (fs. 8886

vta./8887 vta.).

18
En apoyo de los dichos de Blanca Fernández, obra el testimonio de Pedro Argentino

Guzmán, quien recibiera igual versión de parte de la nombrada. Señaló éste que a raíz de

comentarios que le efectuara Natalia Díaz, le transmitió a Pagano el dato sobre el arma, y

puesto a averiguar sobre el tema, Fernández “le dijo que al arma la dejaron en su casa

junto con otras, un día fueron a buscarlas, no sabe si fue el hijo de Síntora o Síntora. Que

la persona que la fue a buscar le dijo a Fernández ‘...dame ésa, con ésa lo han cortado a

Maders, hay que hacerla desaparecer...’, también le comentó que "Oscarcito" le dijo ‘al

arma no la van a encontrar nunca, si lo ha matado la yuta’, entonces él le dijo a esta mujer

que iba a tener problemas”. Agregó que la señora “no quería declarar ya que no se quería

comprometer, pero un día le dijo que se sentía mal, entonces él le recomendó que hablara

con Pagano, a lo que la mujer accedió. El

dicente se contactó con Pagano y concertaron una entrevista entre éste y la Sra. Fernández

y luego de ello la acompañó a esta señora a la Fiscalía” (fs. 8884).

El dato es asimismo corroborado por el propio Comisario Pagano, quien narra el

modo en que llegó a su conocimiento la información: estando comisionado en la

investigación del hecho, “una persona de apellido Guzmán, que suele trabajar con

compañías de seguros y que suele aportar datos sobre autos robados a Sustracción de

Automotores y a la División Robos y Hurtos, inclusive también a la División Homicidios

sobre comentarios que escucha en la calle, le comentó al dicente que una señora de nombre

Franca Esther Fernández, amiga de él, le dijo que tenía datos sobre la muerte del

Ingeniero Maders y que ella había tenido guardada la pistola con la que lo mataron, en su

propia casa, la cual le fue entregada por un tal Síntora. Que también esta señora le expresó

que el tal Síntora fue quien le comentó que con esa pistola habían matado al Ingeniero

19
Maders y que había sido por encargo de Medina Allende...” (fs. 5220, incorporada por su

lectura).

El testigo Miguel Alfredo del Prado también confluye en este sentido; “era

Comisario en la época del Dr. Sarmiento y también con el Dr. Villalba... estaba a cargo del

grupo especial G.O.A.T. y a mediados del año 2000 que empezó a colaborar con la

investigación, lo trasladan al Precinto 26...”. Indicó “...había que hacer un secuestro de

una pistola en un Juzgado de Menores... había un comentario de que había una causa en la

que intervenía el hijo de Síntora y que había un arma. Habían caído algunos, en compañía

del hijo de Síntora. No sabe a quien pertenecía el arma. La versión nace del comisario

Pagano” (fs. 8955 vta.).

2.a.2) A la par de los testimonios analizados, cuentan aquéllos sobre los cuales

específicamente se ocupan los recurrentes, los que hemos denominado segundo grupo. El

embate que estructuran se dirige a restar convergencia a los distintos aportes recabados,

crítica que amerita las siguientes consideraciones.

La Cámara valoró, en primer lugar, los dichos de Roberto Antonio Peralta, quien

compartió celda con el imputado durante algunos días de septiembre de 1991, esto es, a

poco del homicidio de marras. Según el nombrado, Síntora “repitió y repitió, de que él fue

el autor de la muerte de Maders... ahí siempre se tocaba el tema de la muerte de Maders,

‘si Síntora perdió fue porque habló de más, se habló de una reunión en el centro, en un bar,

que no recuerda el nombre, entre Síntora, el Tuerto Medina Allende y Rocha’...” precisó

que “Síntora se arrimó a la habitación que él ocupaba y comienzan a conversar, que éste

se encontraba muy nervioso y al preguntarle del por qué, le contó que sus nervios se

debían a que tenía miedo que saltara una bronca y se ‘ligara una pepa’ es decir una

condena de 25 años, luego le dijo ‘¿conocés el hecho de Maders?’ al contestarle que sí lo

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conocía y le preguntó ‘¿no me digas que tenés algo que ver?’ y Síntora le dijo ‘yo lo

hice’... ‘fue porque la Chancha Aguirre le pagó’. Al referirle el deponente que eso no podía

ser porque Aguirre no tenía dinero para pagar, Síntora le contestó ‘el Tuerto Medina

Allende puso el dinero, porque Maders estaba investigando cosas que no debía’. Que la

Chancha Aguirre visitó a Síntora en la Cárcel...”, dato éste que a su vez corroboró el

guardiacárcel Jorge Alberto Salazar. Prosiguió la a quo señalando que “Héctor Domingo

Quinteros, otro testigo que estaba preso junto al acusado y en el debate refiere que Peralta

le dijo ‘que uno de los autores del crimen de Maders, es Síntora’, también refirió que ‘para

él al Senador lo matan para silenciarlo, sabía lo que tenía que saber para ser peligroso,

íntimamente cree que Síntora participó del crimen’. El testigo Claudio Alejandro Martínez

depuso en el debate que ‘fue Barrera quien le comentó que Síntora había matado a

Maders’; ‘una vez tuvo unas palabras con Síntora y no tuvo contacto, que era muy

sobresaltado... que Síntora nombraba mucho al tuerto Rocha... que en dos oportunidades

aproximadamente, encontrándose el dicente viendo televisión en la casa de Síntora,

pasaron alguna noticia referente al hecho de Maders, frente a lo cual el nombrado dijo ‘ahí

cagué yo’ e inmediatamente se prendía un cigarrillo y se ponía de pie, notándoselo

nervioso’. Rubén Rodolfo Barrera expresa en el debate, que ‘respecto a Síntora, lo conoció

mas o menos en el año 2000... ‘después de tomar unos vinos les decía a ‘a esos pendejos

yo los voy a manejar, porque yo maté a Maders, ustedes no saben quién soy yo’, ésto lo dijo

muchas veces, en varias oportunidades... que un día agarré la guía y busqué el teléfono de

la familia Maders y llamé y le dije que el supuesto asesino era un comerciante de San

Vicente’. Estos dichos se encuentran corroborados al prestar declaración en la audiencia

de debate, Ida Iris Tarquino de Maders, quien expresó que ‘efectivamente recibió un

llamado telefónico donde le informaban que el asesino de Maders, vivía sobre calle

21
Leartes, no recuerda bien, en B° San Vicente’. Continuando con el testigo Barrera, también

hizo referencia a los dichos de Síntora... que ‘el arma que se utilizó (para matar a Maders),

nunca la encontrarían, sólo él lo sabía y el único que podría acarrearle un problema era su

hijo porque él se la había sacado y no se la devolvía’...”. Resaltó la sentenciante la

dirimencia de esta expresión del testigo Barrera sobre dichos del imputado, ya que

corrobora totalmente que Síntora tenía el arma y que su hijo lo complicaría. También

Barrera comentó que Síntora “sabía que lo iban a detener y un policía lo fue a ver antes, de

civil, un hombre de contextura mediana, se fueron atrás y ahí Síntora salió mortal, ‘estoy

esperando en cualquier momento voy a caer’...”. Agregó el testigo que “todo lo que sabe es

por boca de Síntora...”. Concluye la Cámara que las manifestaciones hechas por el

inculpado a distintas personas, a algunas en forma directa, adquiere mucha fuerza

convictiva, mientras que las referidas a otras en forma indirecta pueden ser más débiles pero

resultan consonantes con las anteriores. En este último sentido, destaca el testimonio de

Daniel Rodríguez, según el cual “de adentro de la Cárcel se entera que el loco Síntora fue

uno de los autores de la muerte de Maders, que en la Cárcel se comentaba esto” (fs.

9072/9074).

Contra este razonamiento indiciario, los quejosos reprochan, en primer término, que

según Barrera, Síntora refirió haber matado a Maders durante algunos asados en los cuales

también participaron Gelada, Martínez, Pelliza, Bazán y Cuello; sin embargo –objetan–

ninguno de estos participantes del convite escuchó comentarios semejantes, y además,

Barrera admitió ser enemigo de Síntora, dato que corroboró el policía Cabrera.

Pues bien; es cierto que Barrera ubicó espacio–temporalmente las expresiones del

imputado durante asados en la casa del encartado (fs. 8870 y ss.), y que quienes habrían

compartido tales comidas no escucharon similares confesiones por parte de Síntora, a

22
excepción de Martínez, como se verá. Sin embargo, así presentado, el análisis adolece de

ciertos datos omitidos por los defensores que corresponde destacar.

Como anticipara, Sebastián Pelliza (fs. 8877), Raúl Gelada (fs. 8881 vta./8882), Juan

Carlos Bazán (fs. 8884 vta./8885) y José Víctor Cuello (fs. 8891 vta.) no oyeron que Síntora

se atribuyera el homicidio de Maders, reconocimiento éste del que sólo daría cuenta, en lo

hasta ahora examinado, Rubén Barrera. Claudio Alejandro Martínez, en cambio, si bien

no escuchó a Síntora decir tal cosa, sí indicó que Barrera le comentó haberlo oído. Agregó,

finalmente, que “en dos oportunidades aproximadamente, encontrándose el dicente viendo

televisión en la casa de Síntora, pasaron alguna noticia referente al hecho de Maders,

frente a lo cual el nombrado dijo ‘ahí cagué yo’, e inmediatamente se prendía un cigarrillo

y se ponía de pie, notándoselo nervioso" (fs. 8874 vta./8875).

También surge de los testimonios apuntados que Barrera y Síntora no quedaron en

buenas relaciones. No obstante ello, omiten los recurrentes agregar que el propio Barrera

aclaró que si bien cuando declaró ante la Fiscalía estaba enemistado con Síntora, al

momento de deponer en el debate, en iguales términos a los que lo había hecho en sede

instructoria, ya no tenía sentimientos hostiles, “porque [ahora] le da lástima” (fs. 8871 vta.).

2.a.3) Detengo aquí el razonamiento, para efectuar una digresión en forma paralela.

Este segundo grupo de testimonios se conforma no sólo con los asistentes a los asados en

casa del imputado, arriba mencionados, sino también con otros, provenientes del ambiente

carcelario: Roberto Peralta, Pedro Loyola, Héctor Quinteros y Víctor Hugo Cuello.

Respecto de este nuevo subconjunto de testigos, los quejosos reprochan que los

dichos del primero en cuanto a que Síntora dijo haber matado a Regino Maders deben ser

cotejados con otras declaraciones que indican, a saber: que Peralta admitió haber

perjudicado al imputado por dinero y a cambio de un beneficio en su situación procesal

23
(Loyola), que en la cárcel se comentaba de estas ventajas para quienes aportaran datos sobre

la causa (Quinteros), y finalmente que no es usual que intramuros los detenidos hablen

sobre los hechos en los que participaron (Cuello).

Estos reparos tienen respaldo en los testimonios a los que hacen referencia. Veamos

cuál fue la información proporcionada por Peralta. Dijo el nombrado que “en el pabellón

donde se alojan los ex-policías, tomaban un té con pastillas, eso los volaba y ahí siempre

tocaban el tema de la muerte de Maders. Si Síntora perdió fue porque habló demás. Se

habló de una reunión en el centro, en un bar, que no recuerda el nombre, entre Síntora, el

Tuerto Medina Allende y Rocha. Que la Chancha Aguirre lo fue a visitar a la cárcel a

Síntora, según Síntora el que pasó el dinero fue Medina Allende y no recuerda bien que

pasó con el hijo de Angeloz, pero en la época del hecho, éste se fue a vivir a España. Que

todo lo que él escuchaba, se lo informaba a Salazar...” (fs. 8878).

Pedro Rubén Loyola, por su parte, dijo que en una oportunidad durante su estancia

en Bower “le fue a pedir el diario a Síntora y éste le manifestó ‘mirá en todo lo que me

involucran’... cree que era respecto de la declaración de Peralta... entonces le comentó que

estando detenido en la Penitenciaria de San Martín, en el año 95, en oportunidad de una

charla de varios detenidos, donde se estaba comentando el caso Maders, escuchó a Peralta

decir ‘yo lo dejé embrollado a Síntora, lo dejé con un fierro’; ‘es buena plata y yo puedo

zafar por la condena que estoy sufriendo’...” (fs. 8876 vta./8877).

Víctor Hugo Cuello explicó que en un momento fueron algunos internos del

pabellón de Peralta a declarar en el causa, que particularmente Peralta estaba condenado a

12 años de prisión, y por ello “cree que buscaba un beneficio de la Cámara, por la

desesperación que tenía por salir, se comentaba que habría un beneficio de reducción de

pena o económico”. Aclaró sin embargo que “seguro no recibió ningún beneficio, porque

24
cumplió la condena tal cual estaba establecida”, y que “no tenía relaciones con Síntora”,

quien “estuvo muy poco tiempo”. Puntualizó que “eso del ‘cartel’ en la cárcel, de andar

diciendo lo que cada uno hizo o por lo que está detenido no existe, esos comentarios no se

hacen, esos son los códigos de ahí adentro" (fs. 8878/8879).

El testimonio de Héctor Quinteros se muestra harto fragmentado por los

impugnantes. Aunque es cierto que mencionó los rumores sobre beneficios procesales para

quienes dieran información relevante, lejos de desmerecer los dichos de Peralta, dijo

conocerlo, aclarando que “era uno de los más allegados de los que estaban ahí en la cárcel,

es posible que hayan conversado de la muerte de Maders”. Dijo incluso que Peralta “le dijo

que uno de los autores del crimen de Maders era Síntora, y también del asalto a EPEC ”.

Puntualmente sobre los comentarios de Síntora atribuyéndose la muerte, dijo que “la cárcel

es otro mundo, puede ser que simplemente sea un dicho, esto de que Síntora mató a

Maders, puede haberlo hecho para tener más cartel, para pasar como más pesado que los

otros, para infundir miedo”, con lo cual se va diluyendo la alegada imposibilidad de que el

imputado, entre sus compañeros de encierro, efectuara comentarios como los que se le

endilgan (fs. 8875/8876 vta.).

2.a.4) Pues bien; y aquí retomo el razonamiento, en su afán de señalar prolijas

relaciones lógicas entre premisas y conclusiones, los recurrentes han soslayado atender a

que aún dando crédito a las objeciones formuladas a los dichos de Blanca Fernández y los

suyos por un lado, a la declaración de Barrera por otro y al aporte de Peralta por último,

estas tres fuentes de información –que no guardan relación entre sí– son convergentes

en mostrar a un Síntora que en distintos ámbitos y frente a diversas situaciones, efectúa

comentarios similares dando cuenta de su autoría respecto de la muerte de Regino

Maders.

25
Ello lleva a pensar que aún cuando Barrera haya estado enemistado con el imputado,

que en el ambiente carcelario no fuera frecuente este tipo de comentarios, o que Peralta

hubiera revelado las confidencias de Síntora a cambio de beneficios procesales, etc., los

dichos de los nombrados resultan creíbles en tanto la falta de corroboración dentro de su

propia esfera de convivencia se ha visto compensada desde afuera, por terceros. Esta

convalidación, por provenir de disímiles circunstancias de tiempo, lugar y persona, adquiere

fuerte relevancia convictiva y pone fin a la argumentación impugnativa sobre el punto.

IV. Indicio relativo a la participación de Síntora en las reuniones donde se

realizó el ofrecimiento de dinero para concretar la muerte de Maders. Indican los

impugnantes que el Tribunal de mérito resolvió incorporar al debate la prueba documental

consistente en el acto de reconocimiento de fotografías realizado por el testigo Héctor R.

Maders en el proceso paralelo, por el cual se reconoció a Miguel Ángel Rubio como aquél

que reclamaba el dinero y a quien se lo entregaron esa noche en la ciudad de San Fernando

del Valle de Catamarca, no haciendo lugar al planteo de los defensores que solicitaban la

exclusión del mismo (fs. 9138 y vta.).

1. Dicho acto, manifiestan, es inválido para ser considerado en contra de la persona

de Síntora. Recuerdan que respecto del mismo, y posteriormente a la finalización del debate,

se pronunció el Juzgado de Control Nº 1 tachándolo de nulo, cuestión que a la fecha de

interposición del recurso se encontraba ante la Cámara de Acusación, en razón de recurso de

apelación planteado por el representante del Ministerio Público Fiscal (fs. 9139 vta./9140).

El reconocimiento al que se achaca nulidad tiene exactamente el mismo carácter que

el que fuera nulificado por la Cámara 12° del Crimen –en ejercicio de sus potestades como

Cámara de Apelación con fecha 30/12/04– consistente en un reconocimiento de personas

realizado por el mismo testigo y del que no participó esta defensa. Por tanto les resulta útil

26
hacer algunas consideraciones en relación al real carácter que tienen esas actuaciones

desglosadas durante las cuales se produjeron estos actos (en referencia a las que se

continuaron paralelamente y con posterioridad a la elevación a juicio de la causa llevada en

contra de Hugo Oscar Síntora), en relación al interés defensivo de Síntora (fs. 9140).

En primer término, explican, en esas actuaciones se sostuvo por parte del Sr. Fiscal

de Instrucción, la Jueza de Control Nro. 1, y ahora el Tribunal de juicio, que el desglose

efectuado no significó iniciar una nueva causa sino sólo continuar la investigación del

mismo hecho para individualizar los demás partícipes e instigadores. La calificación legal

atribuida al hecho presupone la existencia de codelincuencia necesaria, dado que además de

los que aceptaron la promesa remuneratoria se requiere una o más personas que la formulen

(fs. 9140 y vta.).

En segundo lugar, en esos actuados, la Jueza de Control acordó con lo dictaminado

por el Sr. Fiscal de Instrucción –y luego también lo hizo la Alzada– en cuanto a que los

autos pasaron a la etapa de plenario en razón que el representante del Ministerio Público

Fiscal consideró culminada la investigación respecto del imputado Síntora (fs. 9140 vta.).

En tercer término, sostiene el magistrado que el planteo de nulidad articulado cumple

parcialmente con el requisito de especificidad en relación a la individualización de un solo

acto vulnerante de garantías constitucionales haciendo referencia genérica a los demás; pero

que en cambio, incumple absolutamente el requisito de trascendencia, toda vez que esos

actos objeto de la queja no afectan intereses del imputado Síntora ni conculcan su derecho

de defensa en juicio. De este modo se afirma que el planteo es de mero tipo ritualista sin que

exista perjuicio concreto derivado de la irregularidad que se denuncia, o al menos éstos no

son referidos en el escrito objeto de resolución (opinión compartida también actualmente

por el tribunal de mérito; fs. 9140 vta.).

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Asienten los defensores que el desglose de actuaciones, materializado en la elevación

de la causa a juicio en relación a Síntora, no implica el nacimiento de un nuevo proceso

judicial, sino la continuación del que se iniciara con motivo del homicidio del Ing. Regino

Maders; ahora bien; bajo el pretexto de investigar los demás partícipes e instigadores del

hecho de referencia, se realizaron actos procesales que modifican la situación procesal del

imputado Síntora (fs. 9140 vta.).

Sin lugar a dudas, apuntan, no es indistinto defender a Síntora con los argumentos de

cargo utilizados durante la investigación que habría concluido y que se hubiera elevado por

ante la Cámara 1º del Crimen, que hacerlo cuando constantemente se continuaban

agregando elementos de juicio que luego fueron introducidos “por la ventana” al debate y

utilizados –ante la constante oposición de estos letrados– en contra de su representado (fs.

9141 y vta.).

Si fuera cierto que la investigación en contra de Síntora se había agotado con el

requerimiento de citación a juicio posteriormente refrendado con el auto de elevación,

solamente debieron haberse producido en la audiencia de debate testimonios que hubieran

sido receptados en la etapa de investigación penal preparatoria y ofrecidos debidamente por

el Ministerio Público en el momento que plantea el art. 363 C.P.P.C.. Empero, señalan,

durante la audiencia de debate se han receptado reiteradamente testimonios de personas que

no depusieron en ningún momento durante la etapa de investigación seguida en contra de

Síntora, que fueron ofrecidos como “testigos nuevos” en la oportunidad del art. 363 o del

art. 400 de la ley de rito, pero a partir de declaraciones que prestaron en el “desglose” que

se lleva adelante ante la Fiscalía de Instrucción a cargo del Dr. Villalba: Walter Leocadio

Antón, Edgar Irineo Allende, Francisco José Coronel, Dagoberto Rogelio Martínez, Raúl

Alberto Areco, etc. (fs. 9141 vta.).

28
Si la investigación en contra de Síntora había terminado, no debió seguirse

produciendo prueba de ninguna naturaleza que pudiera ser utilizada en su contra fuera de la

que surgiera de la audiencia de debate. Lo producido en el desglose afectó sobremanera la

situación procesal de Síntora. Ello es congruente con el hecho de que se expidieran

fotocopias de dicho desglose a los recurrentes, puesto que pone de manifiesto que se les

reconoció interés en el mismo (fs. 9142).

Ingresando ya a la relevancia del reconocimiento practicado por Héctor Maders,

afirman los quejosos que por medio del mismo se procuraba determinar quiénes fueron los

partícipes e instigadores del hecho. En relación a estas circunstancias se formaron relaciones

entre las personas que fueron sometidas a los reconocimientos y el imputado Síntora, en el

marco de una hipótesis en relación al motivo del crimen. Lo que se pretendía,

concretamente, era averiguar si Miguel Ángel Rubio había participado del hecho de alguna

forma, indagación que arrojó un resultado positivo. Por ello se logró establecer una relación

precisa entre Rubio y el hecho y de este modo, con Síntora. Esta línea de investigación fue

la causa de posteriores actos procesales tendientes a corroborarla (fs. 9143 y vta.).

Ese acto, sin embargo, no fue notificado y por ende no pudo ser controlado en su

realización. Recuerdan los impugnantes que el reconocimiento, tanto de personas como

fotográfico, es un acto de naturaleza compleja, que se inicia con el interrogatorio previo –

del cual los letrados tienen derecho a participar para poder analizar, corroborar y valorar el

proceso cognoscitivo del testigo– y continúa con la exhibición (ya sea personal o en

fotografías) de la persona sospechada junto con otras de características similares. Agregan

que no puede aceptarse que la presencia de otros letrados, sean particulares o de oficio, que

oficien de defensores de las personas a reconocer, o de los ausentes, haya suplido la

29
ausencia de los recurrentes, ya que aquéllos se encontraban abocados a la protección de sus

clientes y no de Síntora (fs. 9143 vta.).

El perjuicio que este acto nulo irrogó al imputado –aditan– quedó de manifiesto en

los fundamentos de la condena dictada en contra de Síntora: el resultado positivo del

reconocimiento fue utilizado como un indicio más de culpabilidad en relación al imputado.

La resolución se ocupa, en forma bastante prolongada, de establecer esta cuestión

describiendo serias relaciones entre Síntora y Rubio, como así también el pago que éste

último habría recibido es valorado a los fines de confirmar que Síntora mató en función de

ese pacto de dinero (fs. 9144 y vta.).

Lógicamente, apuntan, no resulta un indicio en contra de Síntora (en razón de faltar

al principio de derivación) que cualquier persona hubiera percibido la retribución, sino que

el que la haya percibido fuera, particularmente, Miguel Ángel Rubio, una persona

relacionada directamente con aquél (fs. 9145).

Si el acto de individualización de Rubio contiene vicios de legalidad, sólo queda la

existencia de un pago de dinero por la muerte de Maders; el cual puede ser utilizado a los

fines de fundar la calificación legal del hecho más no, la participación de Síntora (fs. 9145).

2. Los quejosos se agravian –en prieta síntesis– por cuanto entienden que la

valoración del reconocimiento fotográfico realizado por Héctor Maders en el proceso que

por desglose del presente se sigue en contra de Luis Medina Allende, ha sido ilegal en tanto

no fue agregado a los presentes durante el término del art. 363 del C.P.P., ni tampoco fue

notificado –previo a su realización– a la defensa del imputado.

La pretensión es improcedente, en cuanto tergiversa el contenido de la sentencia

sobre el punto, defecto que impacta en el análisis de dirimencia requerido por el artículo

413 inc. 4°, del C.P.P. (T.S.J., Sala Penal, S. 13, 16/8/84, "Pérez"; S. 72, 20/8/96,

30
"Calvimonte"; A. n° 333, 7/9/99, "Rey"; A. n° 178, 7/6/02, "Bravo"; entre muchos otros).

Aseguran los quejosos que dicho elemento de juicio es decisivo ya que la a quo lo

valoró para vincular a Miguel Angel Rubio y Síntora, en el marco de una hipótesis en

relación al motivo del crimen. Tal apreciación es incorrecta, ya que el único pasaje de la

sentencia en que se advierte meritado el reconocimiento fotográfico es el que se textualiza a

continuación, donde se pretende “confirmar el pago del dinero previamente pactado para

cometer el asesinato. Para ello se toma en cuenta los testimonios directos de Héctor

Regino Maders y Eduardo Rubén Alvarez, Juez de Instrucción en la ciudad de Catamarca,

capital de igual provincia. Ambos depusieron en el debate resaltando Maders lo ya

transcripto en esta Sentencia, de que encontrándose en el bar ‘Mónica’, frente a la

Terminal de Ómnibus de Catamarca, en el mes de enero del año 1992, y en una mesa se

encontraban tres personas, ‘una de ellas de espaldas, otro de frente y otra al costado’,

respecto al deponente quien primero había dicho que había cuatro, luego recordó que eran

tres las personas. Que escuchó que uno de ellos decía ‘no, si no me pagan les a va a pasar

los mismo que a Regino Maders’, y el otro respondió ‘ésto es lo que me dieron, mitad

dólares, mitad efectivo’. Luego se retiraron y los siguió hasta que uno de ello ascendió a

Dodge 1500 de color verde oscuro y se fue, ‘éste era el que pedía el dinero”. El testigo

describe físicamente a los tres sujetos y luego expresa que ‘a esto lo consultó esa misma

noche con el Dr. Álvarez para ver que hacía, y como es Juez, se comunicó a Córdoba y

luego lo trajeron a declarar’. Que participó de un reconocimiento de fotografías donde

‘reconoció a una de las personas que estuvo en el bar, era el que pedía el dinero...’.

Edgardo Rubén Álvarez expone ante el Tribunal, confirmando los dichos de Maders y se

completa esta prueba con el reconocimiento fotográfico y que fuera tratado al inicio de la

Sentencia tratada en la cuestión incidental. En este reconocimiento, la persona que

31
reconoce Héctor Maders, es Miguel Angel Rubio. Lo analizado nos lleva a preguntarnos

¿qué relación existe entre el acusado y Rubio?, la respuesta es obvia, la relación de Síntora

y Rubio está plenamente comprobada, relación policial, de amistad, de grupo, inclusión

traída por boca de Rocha que afirma que Rubio vivió con él y con Síntora” (fs. 9086 y vta.).

Como se aprecia, surge de dicho párrafo que la vinculación entre el imputado y

Rubio ya se encontraba “plenamente comprobada”, afirmación que se asienta en la

confluencia de numerosos testimonios: Diego Maders (fs. 8853 vta.), Fernando Martín

Rocha (fs. 8904), Oscar Alberto Aiza (fs. 8916/8919 vta.), Ricardo Mario Lencina (fs.

8920/8924), Pedro Armando Moreno (fs. 8924/8926), Máximo Flores (fs. 8929 y vta.), Luis

Eduardo Tula (fs. 8949 vta./8960), Juan Carlos Nievas (fs. 8986/8993), por citar algunos.

La mención de esta conversación, en cambio, sólo pretendió acreditar la entrega del

dinero; sin embargo, la propia sentencia aclara que la efectivización del pago –que, insisto,

es lo que intenta acreditar la prueba que se reputa ilegal– no fue un aspecto relevante para la

condena, ya que “como ha existido una promesa de pago en dinero, que es lo admitido por

la ley, no necesariamente se debe concretar el pago ni cumplir con la promesa lo que sí

cuenta es que en este caso, Síntora actuó por este incentivo y no bajo la “creencia” de que

recibiría el pago sino por la importancia del pacto sobre el precio” (fs. 9079 vta./9080).

Y si bien es innegable que la individualización de Rubio como quien supuestamente

comentara haber recibido un pago por la muerte de Regino Maders constituye un indicio

más de cargo en contra de Síntora, también es cierto que suprimiéndolo hipotéticamente del

cuadro convictivo meritado, su ausencia no hace desplomar la certeza que surge del resto de

los indicios que –como se ha visto– sustentan suficientemente la existencia de un

ofrecimiento de dinero para “matar a un político” y la participación del encartado en

reuniones en las que se formalizó la oferta. Si a ello se suman los indicios relativos a la

32
tenencia del arma homicida y los comentarios que el propio imputado realizó a terceros

reconociendo la autoría del hecho, la conclusión condenatoria no se ve conmovida por el

agravio bajo examen.

En este sentido, esta Sala tiene dicho que la exigencia de un interés directo como

requisito estatuído para los recursos (art. 443 C.P.P.), no sólo es una condición para la

procedencia formal sino también para la procedencia sustancial de la impugnación. Este

último aspecto ha sido elaborado en los precedentes de la Sala, en los que se ha dicho que el

interés existe "en la medida que la materia controvertida puede tener incidencia en la parte

dispositiva del pronunciamiento, anulándolo o modificándolo"; o bien cuando el recurso

deducido resulta ser el medio adecuado para excluír el agravio que aparece como posible

(T.S.J., Sala Penal, S. n° 107, 7/12/00, "Bonino"; S. n° 30, 11/4/01, "Torres"; S. n° 59,

5/8/02, "Matta", entre otros).

No configurándose esta exigencia, por las razones apuntadas más arriba, estimo que

el reproche es inconducente, y por ello debe ser rechazado.

V. Indicios relativos al hallazgo del arma: a continuación, los recurrentes

introducen al análisis dos aspectos íntimamente vinculados entre sí, en relación al valor

indiciario de la vinculación entre la pistola Browning n° 302247 y el imputado Oscar Hugo

Síntora.

Indicio relativo a la individualización del arma homicida y su detentación por el

imputado. Advierten que el indicio de la posesión del arma homicida en manos de Síntora

tiene como presupuesto de hecho de que se considere al arma que Síntora tuvo en su poder,

como la que se utilizó para ultimar a Regino Maders (fs. 9146).

Sobre este preciso punto, sostienen que la a quo omitió valorar prueba dirimente que

de haber sido tenida en cuenta hubiera llevado, ya a una conclusión distinta –que el arma

33
secuestrada no es “el” arma–, ya a la decisión de realizar un nuevo acto pericial sobre

aquélla (fs. 9146).

Apuntan que la Cámara afirma que la única pericia balística que debe ser tenida en

cuenta en las presentes actuaciones es la practicada por Gendarmería Nacional, por entender

que no hay prueba alguna de que previo a dicho examen el arma haya sido analizada, y que

Pino no recuerda la entrega de la misma ni la pericia (fs. 9146 y vta.). Textualizan los

pasajes de la sentencia que estiman pertinentes, y concluyen que la misma, para arribar a la

conclusión relativa a que Síntora tuvo en su poder el arma homicida, parcializa las

manifestaciones de Pino y de Del Prado (fs. 9146 vta./9148).

Sintetizan la fundamentación relativa a este extremo en tres elementos: 1) Que no

existe constancia escrita en el expediente relativa a que la pericia a la que hace referencia

Pino se hubiera realizado; 2) Que Pino no recuerda el acto de entrega del arma. 3) Que,

según el testigo Del Prado, sobre ese arma no se realizó pericia alguna (fs. 9148 vta.).

En primer término, y en relación al punto 1 y 2, refieren que la a quo ha valorado

parcialmente las expresiones del testigo Gustavo Rubén Pino (perito balístico de Policía

Judicial), omitiendo especialmente, las constancias de las actas de debate producidas el día

21/03/05 de las cuales se desprende que la manifestación del Tribunal en el sentido de que

“no existe constancia escrita en el expediente respecto que Pino hubiera realizado esa

pericia” resulta arbitraria toda vez que sí existe en el expediente constancia que refiere una

pericia encomendada a Pino a respecto del arma y es la que consta, como se hubiera

expresado, a fs. 5.335, donde se consigna que se hace entrega a Pino del arma marca

Browning cal 9 mm., numeración limada, con cargador sin zócalo, proporcionada por el

Juzgado de Menores de 7ma. Nominación, Secretaría 7ma. para que realice informe técnico

34
con el objeto de determinar si la misma guarda relación con los hechos de la causa Maders

(fs. 9149 y vta.).

Destacan que también se omite valorar que respecto de los resultados, Pino expresa

que no de todas las pericias quedaban constancias por escrito, que todas las tareas que le

fueron encomendadas, fueron cumplidas, que peritó más de cien armas y por ello no

recordaba (fs. 9149 vta./9150).

Aseguran que las manifestaciones de Del Prado también fueron fragmentadas; se

tomó exclusivamente lo que éste expresa en relación a que él no vio que Pino se hubiera

llevado el arma para peritar, pero se soslayó su alusión a la posibilidad de que se la hubieran

entregado y él no se hubiera enterado (fs. 9150 y vta.).

Si el juez hubiera tenido en cuenta al analizar por qué no existe en autos una

expresión escrita de los resultados de la pericia encomendada a Pino, la circunstancia por

éste referida a que no todas las pericias se contestaban por escrito, habría descartado utilizar

el elemento “ausencia de resultado escrito”, como un elemento que permita inferir que la

única pericia que se realizó sobre el arma es la de Gendarmería Nacional. Si hubiera

reparado en por qué Pino no recuerda esa pericia ni haber recibido el arma, en que éste

expresó que realizó más de cien pericias sobre distintas armas, habría descartado el

elemento “olvido por parte de Pino en relación a la recepción y realización de la pericia”

(fs. 9150 vta./9151).

En la misma línea, si hubiera meritado las expresiones de Del Prado, en relación a

que a él no le consta que se hubiera entregado el arma a Pino pero que esto podría haber

ocurrido sin que él supiera, no habría podido considerar la negativa de Del Prado como

elemento que sirviera para concluir que la única pericia que se realizó sobre el arma fue la

de Gendarmería Nacional (fs. 9151).

35
Expresan que el acto practicado por el perito balístico Rubén Gustavo Pino es válido

y legítimo, y por la trascendencia de la información que producía, debió ser valorado por la

a quo, el que de haberlo hecho, habría concluido de una manera distinta a como lo hizo (fs.

9151 y vta.).

Afirman los impugnantes que habiéndose evidenciado que el Juzgador omitió valorar

elementos de valor decisivo que necesariamente hubieran producido una convicción

contraria, o hubieran obligado al Juzgador a actuar según las facultades que le atribuyen los

arts. 400, 241 y 407 C.P.P.C. en el sentido de ordenar una nueva pericia sobre el arma; y al

constituirse este elemento como ilegítimo, debió haberse descartado la valoración (fs. 9151

vta./9152).

Indicio n° 6: mala justificación sobre el origen del bolso con armas. Anotan los

quejosos, por otra parte, que el Juzgador considera como indicio de mala justificación la

contradicción existente entre la declaración de Síntora vertida a fs. 8059, en relación a las de

su hijo, Oscar Hugo, de fs. 7976 y de la madre de éste, Sra. Liliana Pacheco, de fs. 7977 (fs.

9152).

Compendian el camino lógico seguido por el sentenciante de la siguiente manera:

Premisa A: Síntora expresa en su declaración, la cuestión X, donde invoca, para

corroborarla a la Sra. Pacheco y a su hijo.

Premisa B: La Sra. Pacheco niega que la cuestión X se hubiera producido.

Premisa C: Su hijo, Oscar Hugo, niega que la cuestión X se hubiera producido.

Conclusión: Síntora mintió en su declaración. Esto constituye un indicio de mala

justificación.

Ahora bien, para arribar a tal conclusión el Tribunal omitió en su valoración prueba

de carácter fundamental: los testimonios vertidos por Juan Carlos Nievas, Luis Eduardo

36
Tula y Estela María Quevedo (fs. 9153 y vta.). Los quejosos textualizan estas declaraciones

como así también la del Dr. Juan Eduardo Hernández (fs. 9153/9166 vta.), y afirman que

todas ellas evidencian que –de haber sido meritadas– el razonamiento antes mencionado

habría variado:

Premisa A: Síntora expresa en su declaración, la cuestión X, donde invoca, para

corroborarla a la Sra. Pacheco y a su hijo.

Premisa B: La Sra. Pacheco niega que la cuestión X se hubiera producido.

Premisa C: Su hijo, Oscar Hugo, niega que la cuestión X se hubiera producido.

Premisa D: El comisionado de la causa, Comisario Nievas, refiere que durante el

año 1.993 es detenido el hijo de Síntora y éste va a buscar un bolso con armas a la

villa La Maternidad. Que esas armas fueron a cotejo balísitico. Una de esas armas

se la dan a Tula.

Premisa E: El comisionado de causa, Luis Eduardo Tula, refiere que durante el

año 1.994 en la casa de Viera había un bolso con armas. Que Viera le dijo que al

bolso lo había entregado Síntora y que lo fueron a buscar cerca de una villa. Ese

bolso estaba relacionado con el hijo de Síntora. Esas armas fueron a cotejo

balístico. Que él se quedó con un arma de ese bolso.

Premisa F: El Dr. Juan Hernández refiere que Viera acompañó un bolso con

armas para cotejo. Que cree que esa entrega tenía relación con Síntora.

Premisa G: Estela Quevedo refiere que, durante el año 1.993, por un problema

judicial que tenía el hijo de Síntora, fueron a buscar un bolso con armas junto a la

Sra. Pacheco a la villa La Maternidad. Que esas armas fueron entregada a Viera.

Que Tula conserva una de esas armas (fs. 9166 vta./9167 vta.).

De ello se desprende que, si estas últimas cinco premisas hubieran sido incluidas

37
dentro del razonamiento seguido por el Tribunal, nunca hubiera podido concluirse que las

manifestaciones de Síntora constituyen un indicio de mala justificación, toda vez que no

hubieran podido determinarse certeramente las referencias de Pacheco y su hijo (fs. 9167

vta.).

Concluyen, en consecuencia, que la formulación de este indicio se funda en la

valoración parcial y arbitraria de los elementos probatorios incorporados legalmente al

debate (fs. 9167 vta.).

2. La a quo escindió la cuestión relativa a la individualización del arma homicida y

su detentación por el imputado a la fecha del hecho en dos líneas de argumentación; una

tendiente a establecer si el arma obtenida es la que mató a Regino Maders, y otra orientada a

determinar si ella, a la fecha del hecho, se encontraba en manos de Síntora.

2.a. Identificación del arma homicida: sobre este aspecto, la Cámara se abocó a

dirimir si la pistola Browning 9 mm secuestrada a los menores Sergio Gabriel Galíndez y

Walter Esteban Aguero fue la utilizada en el homicidio, si ella fue peritada por Gendarmería

Nacional, si los proyectiles secuestrados fueron los que impactaron en el cuerpo de Maders,

si ellos son los mismos que luego fueron peritados, si fueron disparados por la pistola de

marras y, finalmente, si las vainas secuestradas se corresponden con dichos proyectiles.

2.a.1) El Tribunal de mérito comenzó indicando que el 7 de agosto de 2000, dos

empleados policiales detuvieron a dos jóvenes identificados como Walter Esteban Agüero y

Sergio Gabriel Galíndez, secuestrándosele al primero una pistola Browning 9 mm, “...con

la numeración del cañón limada, en buenas condiciones, mejor que las que usa la policía,

era bien negra, como si estuviera pintada, ...es difícil encontrar en la calle un arma en esas

condiciones, pero no puede precisar si estaba pintada o empavonada...”. Por este hecho se

labraron actuaciones Judiciales por ante el Juzgado de Menores de Séptima Nominación,

38
Secretaría Nº 7, autos “Walter Esteban Agüero p.s.a. tenencia de arma de guerra”. En ellas,

el acta de secuestro da cuenta de la incautación de “una pistola 9 mm de color negra con las

cachas de plástico de color negra, sin números, marca Browning con cargador, que a la

parte de abajo del cargador le falta la base... en poder de Agüero Walter...”. Explicó la

sentenciante que al deponer en la audiencia de debate, Agüero refirió que “el arma que

tenía era negra, el Comisario de la Séptima dijo que era una Browning, dijo que él conocía

esa arma y les preguntaba de dónde la habían sacado, que él le había prestado esa arma a

un muchacho, luego dijo ‘cómo le van a dar el arma a estos pendejos barderos’...”, Agüero

negó conocer a quien se la vendió, pero dijo que la compró en $100 y le dieron a cambio

una moto el mismo día que les vendió el arma. Resaltó la Cámara que esto es coincidente

con los dichos de quien vendió la pistola secuestrada a Agüero, Gabriel Giorgis, y recordó

también que el arma salió a la venta y entró en la distribución en las calles, al ser vendida

por Díaz en Octubre de 1991 (fs. 9048 vta./9049 vta.).

Explicó luego que el mismo día en que fue secuestrada se ordenó que el arma fuera

mantenida en el depósito Judicial del Precinto 24. Con fecha 25 de Agosto de 2000, el Juez

de Menores remitió un oficio al Director de la Policía Judicial, Sección Balística, para que la

pistola secuestrada fuera entregada al Oficial Miguel A. Del Prado. Éste, al deponer como

testigo, refirió no recordar bien, pero sí que a fines del año 2000 concurrió al Juzgado de

Séptima Nominación en compañía del Juez Dr. Sarmiento, a cargo en ese momento de la

investigación, por haber tomado conocimiento de que en el mismo se encontraría un arma

cal. 9 mm y que al día siguiente la retiró del Juzgado de Menores “...sin llevar ni recibir

ninguna documentación y no le hicieron firmar recibo alguno según recuerda, cree que

directamente trajo el arma al Tribunal y no recuerda si luego se la mostraron a Pino de

Balística, pero esta seguro de que nunca fue remitida a dicha sección para confeccionar

39
informe o pericia al respecto”. En el debate y con el control de las partes, agregó “...había

que hacer un secuestro de una pistola en un Juzgado de menores, que me pide Sarmiento

que lo haga, fui solo, había un comentario de que había una causa en la que intervenía el

hijo de Síntora y que había un arma, habían caído algunos en compañía del hijo de Síntora,

no sabe a quién pertenecía el arma... llevó el arma personalmente a Sarmiento...el arma

quedó en el Juzgado, no sé los pasos que siguieron, en ese momento no fue peritada... yo no

lo he visto a Pino llevar el arma, para mi nunca la llevó, nunca ví que la llevaran ni conocí

que la llevaran... puede ser que a Pino le hayan dado el arma y que el dicente no lo sepa ”.

Resume la a quo que de su testimonio se extrae que el arma no fue peritada ni sacada del

Tribunal por Pino, que aunque no lo descarta, él no vio nada en ese sentido (fs. 9049

vta./9050 vta.).

Continúa la sentenciante con el testimonio del perito balístico Rubén Gustavo Pino

quien dijo haber revisado numerosas armas con motivo del presente hecho, “no menos de

cien, que la modalidad era que todas las pistolas 11,25 mm o 9 mm que se secuestraran

fueran peritadas, pero que eran tantas armas que no se realizaban oficios por parte del

Tribunal ordenando las medidas, sino que directamente eran llevadas, observadas y si no

había ninguna conexión con la causa, eran devueltas...”. El nombrado dijo no recordar el

acto material de haber recibido y haber hecho una pericia sobre esta última arma, pero al

hacerle notar la defensa un oficio donde el mismo habría recibido el arma para peritarla,

afirma entonces que si esto es así, el acto se llevó a cabo. Lo que no existe en las

actuaciones es que dicha arma haya sido peritada por Pino, sólo tenemos sus dichos, que no

recuerda nada de haber practicado este acto, cosa que sería a todas luces imposible de

olvidar porque si así hubiera sido, se habría conocido ya para esa fecha el resultado técnico

sobre el arma en cuestión (fs. 9050 vta./9051).

40
Concluye la Juzgadora, sobre esta base, que no existe ninguna prueba que demuestre

que el arma haya sido peritada antes que el acto practicado en Gendarmería Nacional y que

su actor principal, Pino, “no recuerda el acto material de entrega de la misma, ni la

pericia”. Entonces –reseña la a quo– “tenemos que con fecha 7 de agosto de 2000, por

orden del Sr. Juez de Menores de Séptima Nominación, se ordena el peritaje del arma

secuestrada a Walter Agüero (fs.7087 C-35), pero con fecha 25 de agosto de igual año y

por orden del mismo Magistrado, el Sr. Director de Policía Judicial –Sección Balística-

hizo entrega del arma al Oficial Principal Miguel Alfredo del Prado (fs.7185 C-35), el que

la trasladó al Juzgado de Instrucción a cargo del Juez, Cesar Sarmiento, según su

testimonio, quedando a resguardo del mismo”, situación que se corrobora además por el

oficio de fecha 22 de agosto de 2002 dirigida por Policía Judicial al Fiscal de Instrucción

Villalba (quien ya se encontraba abocado a la investigación de estas actuaciones)

informándole que el material que el Dr. Sasso había mandado oportunamente el 25 de

agosto de 2000, fue entregado al Oficial Principal Miguel. A del Prado (fs. 9051 y vta.).

En cuanto a los proyectiles, indica la Cámara que conforme lo consignan el acta de

inspección ocular de fecha 6 de septiembre de 1991 (fs. 5) y el testimonio de quien la

labrara, el Cabo José Rodolfo Domínguez, surge que en el domicilio de Regino Maders

“...se puede observar en la puerta de ingreso un proyectil alojado en la madera de la

misma, un impacto de diez centímetros de distancia del proyectil; un proyectil en el piso al

frente la puerta; una cápsula servida de calibre nueve milímetros sobre la vereda y otras

cápsula servida del mismo calibre sobre la calle...”. Aunque no hubo un correcto resguardo

del lugar del hecho por cordón perimetral, este material fue limpiamente identificado

mediante el acta de inspección ocular, luego fotografiado y finalmente secuestrado. Seis

días después, el perito Pérez Allasia indica que lo secuestrado se trata de dos proyectiles

41
correspondiente al calibre 9 x 19 mm... uno de los cuales es “Parabellum” y el otro “Nato”,

los que “han sido lanzados por una misma arma que podría ser tipo Browning o similar y

están en buenas condiciones para un eventual cotejo”. Destaca la a quo que a los seis días

de acaecido el hecho de la muerte de Maders, ya obraba como prueba –aunque no se tenía el

arma homicida– que los proyectiles habían sido lanzados por una misma arma y de tipo

Browning. Este informe se presentó ante el Juzgado de Instrucción de Decimosexta

Nominación el día 12 de septiembre de 1991 con el material de causa, por lo que no cabe

ninguna duda en cuanto a que tanto la pistola 9 mm Browning sin numeración remitida por

el Juzgado de Menores de Séptima Nominación al despacho del Dr. Sarmiento, como los

proyectiles y vainas, han quedado a resguardo del Tribunal obrando la descripción de ambos

efectos (fs. 9051 vta./9052 vta.).

También sobre los proyectiles, un informe de Rubén Pino (fs. 729) indica que se

realizó una serie de tomas fotográficas sobre la munición secuestrada en la causa Maders,

para compulsar todas las armas de ese calibre que ingresaran para su peritación. A partir de

ello, fue clara la investigación que se llevó cabo, se compulsaron numerosas armas con estos

proyectiles secuestrados agregándose los informes técnicos. El informe arriba mencionado

destaca como detalle que “de los distintos macizos-fondos de un proyectil, revela que el

ánima-cañón que lo lanzó, presenta improntas muy particulares, fundamentalmente en dos

sectores de la denominada “banda de forzamiento, conocidos como campos de fondo”,

luego agrega “los elementos de juicio que me brinda el conjunto “proyectil-vaina servida”

son de gran valor para el trabajo de comparación”. En función de ello, la Cámara arriba

“a una sola conclusión, y es que siempre se trató lo cotejos realizados con distintas

pistolas, con los mismos proyectiles de causa, secuestrados el 6 de septiembre de 1991,

[los que] nunca fueron cambiados, ya que no sólo tenemos la descripción de los mismos,

42
sino que también están fotografiados (fs. 9053 y vta.).

El día cuatro de diciembre del año 2001 –prosigue el Tribunal– el Fiscal de

Instrucción Villalba ordena practicar una pericia balística a través de la Sección Pericias de

Gendarmería Nacional, identificando entre las pistolas remitidas, en el punto “C”, “una

pistola calibre 9 mm, con numeración adulterada (pintada con pintura color negro)”, es

decir, la secuestrada según constancias de autos, a Walter Agüero el 7 de agosto de 2000.

El día 18 de abril de 2002, el Fiscal de Instrucción hizo entrega del material al perito oficial

Mara, consignándose en el número 2, “la pistola calibre 9mm, con numeración limada,

pintada con pintura color negro” y con el número 10 “los dos proyectiles correspondiente

al calibre 9 x 19 mm (nueve milímetros parabellum) ambos presentan blindaje completo y

dos vainas servidas calibre 9 x 19 mm, una de ellas con origen de la Fábrica Militar San

Francisco en el año 1976, la otra del mismo calibre también con origen Fábrica Militar

San Francisco de Octubre de 1987, secuestradas del lugar del hecho”. No hay dudas para

la Cámara de que lo que se remitió a Gendarmería fue “el arma 9 mm de la causa Walter

Agüero y los proyectiles y las vainas de causa secuestrados en oportunidad de acaecer el

homicidio de Maders” (fs. 9053 vta./9054).

De la pericia llevada a cabo por Gendarmería Nacional, surge: a) que los dos

proyectiles que impactaron en el occiso “fueron disparados por la misma arma”; b) que la

pistola Browning en cuestión fue la que disparó ambos proyectiles; c) que las vainas

encontradas en el lugar de los hechos fueron disparadas por una misma arma, y d) que no

había identidad entre dichas vainas y la Browning. Asimismo, se determinó que dicha

pistola tenía su numeración limada, correspondiéndole el n° 302247, bajo el cual se

encontraba registrada mediante legajo UC 9172000 en la Policía de la Provincia de Córdoba

y mediante legajo UC 9175000 en el Servicio Penitenciario de la Provincia de Córdoba (fs.

43
9054/9055).

Sobre la no correspondencia entre las vainas y dicha arma, al deponer en la audiencia

el Comandante Mara explicó que ello obedecía a que “la marca dejada por la aguja

percutora, difiere de las marcas en las vainas”; agregó a ello, que la aguja es una pieza

cambiable. El dictamen pericial, asimismo, estableció que cabía “la posibilidad que se

haya cambiado o modificado alguna de las partes constitutivas de los mecanismos de

repetición y disparos (conjunto extractor de vainas, percutor etc.)”. El dictamen indica

ciertos cambios en el arma (se ha pintado la zona de la corredera y empuñadura donde se

encuentra la numeración limada) y además explicita que “salvo el cañón, la armadura y la

recámara que llevan consigo la numeración del arma, el resto de las piezas no llevan

numeración ni ningún tipo de identificación... y si se tiene un acabado conocimiento de la

constitución de los mecanismos, es relativamente sencillo cambiar estas piezas sin dejar

rastros”. Una minuciosa observación constató anomalías en el extremo anterior de la aguja

de percusión no siendo posible determinar si hubo o no reemplazo del resto de las piezas.

De estos elementos de juicio derivó el sentenciante que la falta de identidad de las vainas de

la causa con la pistola n° 302247 se explica por la posibilidad de que la aguja percutora

haya sido cambiada (fs. 9055 vta./9055 vta.).

Se aboca luego el sentenciante a aventar toda conjetura acerca de la posibilidad de

que al intervenir Gendarmería Nacional los elementos peritados hayan sido cambiados

o sustituidos por otros (fs. 9057 vta./9059 vta.). Esta premisa no ha sido controvertida por

los quejosos, por lo que permanece firme en el cuadro indiciario.

2.a.2) En lo medular, el argumento impugnativo pretende postular que el arma que

fuera inicialmente secuestrada a Walter Agüero ha sido oportunamente peritada por Pino,

sin resultado positivo. Subyace a esta idea, la insinuación de que el arma examinada por

44
Pino –antes en poder de Agüero– fue luego sustituida por otra, la que efectivamente diera

muerte a Maders, para ser analizada por Gendarmería Nacional.

Este razonamiento se basa en una lectura fragmentada del cuadro convictivo, donde

los impugnantes sólo seleccionan aquellos indicios que aisladamente considerados resultan

favorables a su pretensión, pero desoyen las suficientes explicaciones que brindó la Cámara.

En efecto, con respaldo en prueba testimonial y en los oficios correspondientes, se ha

acreditado que el arma n° 302247 fue oportunamente llevada desde el Juzgado de Menores

de Séptima Nominación al Juzgado de Instrucción interviniente. Se ha probado asimismo

que se labró un acta en la cual consta que con fecha 29 de Agosto de 2000 se encargó a Pino

la realización de una pericia sobre la pistola Browning proveniente del Juzgado de Menores

de Séptima Nominación y se le hizo entrega de la misma.

Ahora bien, aún aceptando que el arma se haya puesto a disposición del nombrado, lo

cierto es que en el contexto de informalidad en que el propio Pino da cuenta de que se

peritaba la gran cantidad de armas que se remitían al Juzgado, puede razonablemente

diluirse el categórico sentido de su afirmación acerca de que no obstante no recordar ni el

acto material de la entrega del arma ni el haber realizado la pericia, el acto se llevó a cabo

ya que consta su firma en el oficio y de que “no quedó informe encomendado que no se

haya hecho el trabajo y de todas ellas arrojó resultado negativo” (fs. 8769 vta.).

Si a ello se suma que una posterior remisión de varias armas, entre las cuales se

encontraba la Browning en cuestión, permitió que Gendarmería Nacional identificara a ésta

como la empleada para dar muerte a la víctima, la suerte de este reproche parece quedar

sellada.

Entender lo contrario importaría desmerecer todo un iter lógico conformado por

prueba testimonial y documental, en razón de los dichos aislados de un testigo que incluso

45
vería comprometida su labor como auxiliar del proceso de no haber ocurrido los hechos tal

como férreamente afirma, sea porque no efectuó una pericia que le fue expresamente

encomendada, sea porque la realizó de manera deficiente, no detectando la identidad que

luego sí comprobó una segunda intervención pericial.

Por último, es la hipótesis sostenida por la Cámara y no la alegada por los defensores

la que se explica en función del resto de los indicios meritados, tal como se verá al finalizar

el tratamiento de cada uno de ellos.

2.a.3) Detentación del arma homicida por parte de Oscar Hugo Síntora, a la

fecha del hecho: habiéndose así dado por acreditado que el arma que dio muerte a Regino

Maders fue la pistola 9 mm. Browning n° 302247, que oportunamente se secuestrara en

poder de Walter Agüero, resta ahora abordar un segundo eslabón para verificar si se ha

probado acabadamente que dicha arma se encontraba, a la fecha del hecho, en poder de

Oscar Hugo Síntora.

2.a.3.1) Sobre el punto, la Cámara de juicio meritó que el arma fue secuestrada con

fecha 7 de agosto de 2000, en poder de Walter Esteban Agüero quien portaba en su poder la

pistola 9 mm. El Juzgado de Menores interviniente autoriza a Miguel Alfredo del Prado para

que le sea entregada el arma y la traslade al Juzgado de Instrucción a cargo del Dr. César

Sarmiento, donde permanece a resguardo. En el año 2001, la presente causa es redistribuida

y recae en la Fiscalía de Instrucción Distrito III, turno 1, a cargo del Dr. Luis Eduardo

Villalba. Éste dispone en Diciembre de 2001, la realización de pericias sobre armas

secuestradas. En ese trámite, el 18 de abril de 2003 es entregado todo el lote de armas entre

las que se encontraba la secuestrada a Walter Agüero el 7 de agosto de 2000, la pistola 9

mm Browning, pintada de negro, sin numeración visible, junto a los dos proyectiles

obtenidos del lugar del hecho al Comandante Mara. La indagación permitió obtener la

46
numeración del arma, y establecer su identidad con los proyectiles mencionados (fs. 9060

vta./9061 vta.).

El arma se encontraba registrada en el Registro Nacional de Armas, bajo el legajo UC

9172000, como perteneciente a la Policía de la Provincia de Córdoba, mediante legajo UC

9175000, Servicio Penitenciario. Había sido provista a un empleado policial de nombre

Eduardo Ramón Loyola, a quien le fuera secuestrada en Febrero de 1990 en el marco de una

imputación penal en su contra. La pistola fue remitida a la Sección Balística de la Policía

Judicial. Loyola fue condenado y el arma no se solicitó para el juicio. Siguiendo su rastro,

en Marzo de 1990, el Agente de Correo de la Seccional Séptima trasladó varias armas, entre

las que estaba la número 302247, desde la Policía Judicial a la Seccional, las que fueron

recibidas por el Oficial de Guardia Carlos Dante Temporini. El correo Oviedo recuerda que

Temporini las puso en el cajón de la guardia donde se guardaban los secuestros, y que el

Comisario Bartolomé le preguntó varias veces que es lo que había pasado con el arma, que

incluso le dijo que buscara en Tribunales y en Balística si no estaba el arma; se enteró

además que Bartolomé exigía explicaciones a Temporini por el arma que no aparecía (fs.

9061 vta./9062 vta.).

Prosigue la sentenciante destacando que aquí entran en escena los policías retirados

“Tuerto” Rocha, Rubio, otro que le decían el “Perro”, los que eran atendidos por Temporini

y luego pasaban hablar con Bartolomé, “que ellos estaban asiduamente en la seccional”;

agregó Oviedo que también “muchas veces llamaban diputados, no daban explicaciones,

puede haber sido Medina Allende” (fs. 9062 vta.).

Bartolomé negó conocer sobre la desaparición del arma, negó conocer a Medina

Allende y con respecto a Rocha dijo que sólo lo conocía por la profesión, pero no recuerda

si frecuentaba la Seccional. Carlos Dante Temporini, por su parte, manifestó que “recibió

47
las armas, las guardó en el cajón del segundo Jefe... a la mañana siguiente cuando fue a

buscarlas, las habían sustraído, no las buscó ni siquiera en el depósito porque pensó que se

le venía un problema, ...de este hecho no tomó conocimiento el Comisario Bartolomé, no le

avisó a nadie...”. Indicó Temporini que con motivo de la investigación del homicidio de

Cecilia Ruesch conoció a Manzanelli y el “Perro” Antón; recordó que una o dos veces

Rocha visitó a Bartolomé; también conoce a Rubio, a quien no vió en la Seccional pero sí

una vez lo atendió por teléfono. Desmintió a Bartolomé en cuanto a su relación con Luis

Medina Allende: dijo que lo llamaba por teléfono al Comisario, y en otras ocasiones lo

visitaba personalmente (fs. 9062 vta./9063).

En función de estos elementos de juicio, concluye la a quo que la pistola Browning

nº 302247, desapareció del Seccional Séptima de Policía entre el día 23 y 24 de marzo de

1990. Destaca a la vez que el comisionado Juan Carlos Nievas, el Comisario Edgar Irineo

Allende y el comisionado Luis Eduardo Tula, hacen referencia a que Oscar Hugo Síntora y

Carlos Dante Temporini se conocían, de lo que deducen que el arma ha ido a parar a manos

del primero, ya que además ambos integraban una banda delictiva muy grande que se

dedicaba a ilícitos de envergadura (fs. 9063).

Continúa la Cámara indicando que el 13 de Septiembre de 1991, Oscar Síntora y

Víctor Fernández, ingresan al mismo Pabellón carcelario, a disposición del mismo Tribunal,

Instrucción 16, y por igual causa, saliendo en libertad el día, el 19 de septiembre de 1991.

Roberto Peralta, por su parte, se encontraba alojado también en el mismo Pabellón 20, pero

desde el 24 de abril de 1989 y permaneció hasta el 27 de abril de 1992 (fs. 9063 vta.). En

función de esas fechas, y ponderando los testimonios de los Díaz, Guzmán y Pagano (ya

referidos supra, III.2.a.1), destaca luego que Claudio Díaz fue detenido el 11 de Octubre de

1991, por lo cual fue el día 10 del mismo mes y año que su madre encontró el bolso con

48
cuatro armas (que esta testigo describe) en su habitación, debajo de la cama. El día 12 (“al

otro día que cayera el Claudio”) fue Síntora hijo al domicilio a buscar “unas armas” que le

había sacado a su padre, “y una de esas armas es la que utilizó mi papá para matar a

Maders”. Cuando “Oscarcito” abrió el bolso, le dijo que faltaba una, por lo cual se lo vió

muy preocupado, nervioso. La mujer dijo haber visto el arma faltante cuando le fueron

exhibidas varias en la Fiscalía. Indica el Tribunal que el 18 de Julio de 2002 se efectuó un

reconocimiento de objetos sobre la pistola Browning n° 302247, ubicándose ésta entre otras

cinco. La testigo testigo sindicó –precisamente– el arma mencionada “señalando con la

mano el arma n° 5, era algo así”, y ante preguntas de la Sra. Asesora Letrada acerca de la

seguridad de tal señalamiento, dijo que “le parece que se trata de dicha arma, no estando

totalmente segura de ello en razón de que no la tuvo en sus manos en la oportunidad en que

la vió”. Y para dotar de mayor certeza esta identificación, ya en el debate, la Cámara le

exhibió nuevamente el arma entre otras similares, y volvió a señalarla, expresando a su vez

que había una marca que antes no la tenía, tratándose ésta de la impronta dejada por el

revenido químico en el cañón en la ampliación de pericia de Mayo de 2003. La consistencia

de este testimonio, a juicio de la a quo, no pudo ser destruida por la defensa, siquiera frente

al careo de Alejandro y Vanesa Díaz con “Oscarcito” Síntora, quien curiosamente “no

recordaba la verdad de lo que pasó” (fs. 9066 y vta.).

A continuación se expuso el vínculo entre el joven Síntora y Alejandro Díaz, quienes

junto con Hugo Urquiza, Claudio Perona, Claudio Caro, Carlos Gómez, etc., también

integraban una banda delictiva. Díaz recordó que en numerosas oportunidades ha concurrido

a la casa del padre de Síntora a buscar armas, indicando incluso que en alguna oportunidad

sacó una Browning 9 mm, que cree tenía los números limados. Dijo que rotaban las armas,

que estuvieron en su casa como una semana, pero como se enteraron que vendrían

49
allanamientos, sacaron las armas de la casa. No estuvo presente cuando sacaron el bolso con

las armas, pero luego Oscar Síntora (h) le refirió que una parte de ellas –entre ellas, la

pistola 9 mm– había ido a parar al taller del “negro” Manuel, a quien se la vendió en $100

(fs. 9067 y vta.).

Señala aquí la Cámara la coincidencia entre los dichos de Díaz con los de su madre y

su hermana: el primero dijo que en la casa del imputado tomaron un bolso y colocaron allí

varias armas: una pistola 9 mm Smith & Wesson, un pistola 9 mm Browning color negro,

una 9 mm marca Astra, un revólver cal.22 al que le pusieron una cinta y un 38 “lechucero”

y que este bolso lo llevaron a su casa y se lo pasaron por la ventana a su hermana Natalia

para que lo guardase. Blanca Fernández, por su parte, había descripto –al encontrar el

bolso– similar contenido: “dos de caño fino y dos más gruesa, había una con una cinta

azul, eran de color oscuro, una más opaca, la otra era como más brillante, como más

nueva”. Natalia Díaz, finalmente, previo negar haber abierto el bolso con tres o cuatro

armas, luego reconoció haberlo hecho y dijo que en su interior “había pistolas y revólveres

y una tenía una cinta azul, una era negra y otra cromada”; asimismo, ratificó el episodio

del día en que el “Oreja” fue a buscar el bolso con su padre, y que a falta de una de ellas,

padre e hijo “discutían en la puerta, el padre lo agarró del cuello al ‘Orejudo’ y lo

acogoteó... el ‘Oreja’ le comentó a ella que el padre estaba enojado porque faltaba un

arma y le comentó que su padre le dijo que con esa arma había matado a alguien” (fs.

9067/9068).

Refirió además Alejandro Díaz que encontrándose detenido, se apersonó el “Oreja”

(Síntora hijo), y le transmitió –de parte de su padre– que “si no decía nada referente al

origen de las armas, él los podría beneficiar ya que la causa había caído en Instrucción 16,

cuyo Juez tendría contacto con Síntora padre” (fs. 9067/9068).

50
De los dichos de Natalia Díaz y de Síntora hijo, establece la mala relación existente

entre éste y el imputado (fs. 9068), y deriva que en razón de ello, fue mientras el encartado

se encontraba detenido (entre el 13 y el 19 de Septiembre de 1991), que su hijo y Alejandro

Díaz sacaron de su casa el bolso con armas; que una vez puesto en libertad, y al no

encontrar la pistola con la que había dado muerte a Maders, se lo reclamó a su hijo (fs. 9068

y vta.).

Por último, la Cámara merita los dichos de Rubén Barrera, quien escuchó de Síntora

decir que era el único que sabía dónde estaba el arma, pero que luego “a los dos o tres

minutos se transformó y dijo ‘estoy preocupado’... ‘uno de mis hijos tiene un arma que me

va a comprometer seriamente y no me la quiere devolver’...”. Con este testimonio, cierra el

círculo que se cierne sobre el acusado, en cuanto a que la pistola Browning n° 302247 se

encontraba en poder de Síntora a la fecha del homicidio de Regino Maders (fs. 9068 vta.).

A tal razonamiento, la a quo agrega un elemento más: como indicio de mala

justificación, valora la negativa de Síntora acerca de que existieran dos bolsos con armas

(uno, el aludido por los Díaz, y otro, que fuera entregado por Viera a Tula). Explica que

Oscar Hugo Síntora manifestó que en el año 1993 su ex mujer Liliana Pacheco y su hijo

Oscar le pidieron ayuda porque a este último se le atribuía un hecho de robo calificado en

Cruz del Eje, en el que intervenía el Juzgado de Instrucción 16 al que el imputado estaba

ligado. Dijo el encartado que habló con Viera para que hablara con Johnson y éste lo

mando a llamar expresándole que iban a “cajonear”, la causa siempre y cuando él continuara

con la investigación de Maders. Indicó que como sabía que su hijo tenía armas, le pidió que

su grupo le trajera todas las que tuvieran. A raíz de ello, le entregaron un bolso con cuatro

armas una 9 mm cromada, otra 9 mm con pavonado gastado y la corredera agujereada y

rellenada con bronce, un revólver cal. 38 con cinta en la empuñadura y una Bersa cal.22”.

51
Dijo haber observado estas armas y habérselas llevado a Viera para peritarlas porque si

alguna era la del homicidio, le iban a entregar 180.000 dólares. Viera le dijo que estaban

“limpias” y por orden del Tribunal, le entregaban la 9 mm con el relleno de bronce en los

agujeros “para que se cuidara”. Éste es el bolso que la defensa intenta postular como el

único bolso en cuestión. Sin embargo, este bolso tiene una diferente ubicación temporal, que

no se condice con el dato coincidente que aportan Blanca Fernández y sus dos hijos, como

así también el hijo del imputado. La versión, indica la Cámara, tampoco tiene sustento en el

testimonio de este último y de su madre. En efecto, Oscar Síntora hijo negó el episodio

referido por el encartado, como así también haber concurrido en cualquier otra oportunidad

con su madre al domicilio de su padre a solicitarle ayuda, ni con ella y la señora Quevedo a

la Villa La Maternidad a buscar un bolso con armas. Liliana Pacheco ratifica la negativa, y

de allí deriva el Tribunal que la explicación de Síntora ha sido “mala y contradictoria” (fs.

9069 vta./9070).

2.a.3.2) Pues bien, frente a semejante cuadro convictivo, estimo que el razonamiento

de la sentenciante encuentra cabal sustento en la prueba rendida y que la crítica de los

impugnantes no logra conmoverlo.

En efecto, recuérdese que en contra del indicio relativo a la detentación del arma

por el imputado a la fecha del hecho, la Cámara de juicio analizó tres grandes ejes: a) uno,

relativo a la tarea pericial que permitió la identificación material de la pistola Browning n°

302247 como aquélla que diera muerte a la víctima; b) otro, vinculado a los testimonios de

la familia Fernández–Díaz, en cuanto al ocultamiento en la vivienda familiar, de un bolso

con armas obtenido del domicilio del imputado; y c) un indicio de mala justificación

consistente en haber intentado posicionar otro bolso –con otras armas– en sustitución de

aquél que lo incriminaba.

52
El recurso, empero, cuestiona el primer y el último extremos, pero nada dice en

relación al segundo, con lo cual deja a éste incólume en soporte de la decisión. A la vez, la

objeción dirigida contra la tarea pericial, como se ha visto en el apartado precedente (supra,

V.2.a.1), no ha sido exitosa, con lo cual el reproche queda nudamente apoyado en la

supuesta incorrección del razonamiento del Tribunal acerca de la mendacidad de la

postura exculpatoria ensayada por Síntora.

Ello, per se, relevaría a esta Sala de abordar este último análisis, puesto que –al no ir

acompañado de un embate integral del resto de los elementos de juicio que llevaron a la

condena– lleva a un análisis inconducente por lo parcializado.

No obstante ello, estimo que aún ingresando al argumento, y aceptando que hubiese

existido la circunstancia negada por Pacheco y Síntora hijo, ello sólo pondría de manifiesto

la existencia de un segundo bolso, en el año 1993, donde no se encontraba la Browning en

cuestión, sin negar la efectiva aparición del primero, en el año 1991. Esta última, como

se viera más arriba, ha quedado plenamente acreditada en función de testimonios

coincidentes que tienen una muy puntual referencia cronológica: la detención de Claudio

Díaz, ocurrida el 11 de Septiembre de 1991, a la sazón, en fecha muy próxima a la muerte

de Regino Maders (ocurrida el 6 de Septiembre de 1991), y explicada por la ausencia del

imputado a raíz de haber sido detenido en los días intermedios, que a su vez habría dado la

ocasión a que su hijo ingresara al domicilio en busca de armas, entre ellas, la que dio muerte

a Maders.

Como se ve, la crítica se encuentra desprovista de la dirimencia requerida por el

artículo 413 inc. 4° del Código ritual para habilitar la nulidad pretendida.

De otro costado, resulta curioso que los impugnantes citen como prueba de descargo

el testimonio de Juan Carlos Nievas, cuando éste, precisamente, sostiene la ya aludida

53
existencia de dos bolsos, e incluso efectúa una serie de consideraciones adicionales

altamente incriminantes. En efecto, es cierto que el testigo refirió que... “en el ‘93 cae preso

el hijo de Síntora. Síntora padre, preocupada por la situación del hijo y con la intervención

de Johnson, se ofrece para colaborar con Viera, consiguiéndole un arma... fueron a buscar

un par de armas en un bolso a Villa La Maternidad, Johnson les dijo que se las dieran a

Pino para que las peritara. En esa ocasión podrían haber aclarado el caso del playero

Jiménez. Después de peritar las armas, Johnson le dijo a Viera que le devolviera las armas

a Síntora, pero Viera decide ofrecerle una a Tula, otra se la queda él y Síntora se lleva el

resto” (fs. 8989).

Sin embargo, también es cierto que en la misma declaración Nievas manifestó haber

establecido el camino seguido por el arma que fuera finalmente secuestrada a Agüero;

éste la había comprado a Gabriel Giorgis, a quien “se lo sabía ver en el taller del Negro

Manuel... Manuel Herrera, tenía un taller donde reclutaba chicos para trabajar en el taller,

juntaba armas, compraba y vendía armas, a ese lugar iba Giorgis. Que las armas se las

vendía a Rene Díaz, el Alemán, Síntora hijo, el Condorito. Síntora hijo era amigo de los

Díaz y sabia andar con el Condorito Urquiza. Que en el año 91 de acuerdo a lo que dice

Rene Díaz, habían empezado a robar con Síntora hijo y como andaban tratando de

organizarse, necesitaban armas. En una oportunidad deciden con Síntora hijo que iban a ir

a la casa del padre de este para robarle armas. Que fueron a la casa de Síntora padre, el

Claudio Díaz se quedó afuera y Síntora hijo entró y le sustrajo un bolso con armas. Que al

llegar a la casa de los Díaz, el Claudio le pasó el bolso a la Natalia y ésta lo guardó en la

pieza de los chicos... Que con fecha 11/10/91 lo detienen a Claudio Díaz, ese mismo día

llegó Oscar Síntora a la casa de los Díaz... a buscar un bolso porque el padre ‘lo traía

corriendo’ con las armas. La madre de los Díaz le dio el bolso, Síntora hijo sacó una 9mm.,

54
que la señora Fernández le dijo que sacara todo porque el Claudio estaba preso y se iban a

llevar todo. Que esa no era el arma, lo que buscaba el padre era otra. Que en el bolso

había cuatro armas, un revolver, un lechucero y dos pistolas. Que Síntora hijo se va con el

padre y se llevan el bolso de las armas. Que al otro día Síntora hijo vuelve a la casa y le

cuenta a la madre de los Díaz que el padre con esa arma había matado a Maders y que

los que estaban con el padre iban a tener muchos problemas si no encontraba el arma”

(fs. 8986/8987).

Al rastrear el arma por el número, se estableció que pertenecía a Loyola, a quien se le

secuestró y se mandó a peritar; que el arma fue luego llevada a la Seccional Séptima, donde

la recibió Carlos Dante Temporini, vinculado a un tal Baigorria, que se dedicaba a asaltar

bancos junto con el imputado Síntora, entre otros. Precisó incluso que fue Temporini quien

entregó el arma en cuestión al grupo para que cometieran estos hechos. Más en detalle,

indicó que Giorgis no dijo de dónde sacó el arma que le vendió a Agüero, que el arma que

buscaba Síntora hijo era una que tenía una pintura negra opaca, que ésa era la que faltaba

del bolso. Hablando con René Díaz, “el chupa” tenía inconvenientes con su hermano menor,

cuando dejaron el bolso ahí, sacó el arma y le vendió la pistola 9 mm al negro Manuel, pero

antes de irse le dijo que limara el número; que así lo hizo René Díaz y se la dió a Manuel,

quien a su vez la entregó a Giorgis: éste se la vendió a Agüero, y en su poder se produjo el

secuestro del arma (fs. 8987/8988).

Se explayó Nievas además acerca de la vinculación de Síntora con Luis Medina

Allende, los supuestos motivos del crimen –el conocimiento que Maders tenía acerca de

ilícitos en la E.P.E.C.–, y los intervinientes en el homicidio: dijo que fueron Rubio,

Navarrete, Rocha y Síntora. Explicó incluso que como Rubio no podía disparar por su

enfermedad (temblaba mucho), Rocha no veía bien de noche y Navarrete era muy grandote

55
(y por eso no podía pasar desapercibido), el apto para disparar era Síntora. El testigo narró

incluso cómo a su entender ocurrió la muerte, según la investigación que realizó: Rubio y

Síntora fueron hasta el lugar del hecho, Síntora fue el que disparo y Rocha y Navarrete los

aguardaron a unos ciento cincuenta metros, en un auto, cerca de la placita (fs. 8988/8993).

Por último, los testimonios de Tula, Quevedo y Hernández refieren el episodio del

año 1993, pero en nada refutan el dato de 1991.

Como se aprecia, aún suprimiendo la valoración a título de indicio de mala

justificación, de la alusión por parte del imputado a un bolso con armas en el año 1993,

resulta elocuente que la conclusión de la Juzgadora en cuanto a la detentación, a la fecha del

hecho, por parte de Síntora, del arma que dio muerte a Maders no sólo no se ve conmovida

por la prueba invocada por los quejosos sino incluso reforzada por uno de los

testimonios que se reputan omitidos y no negada por los tres restantes, todo lo cual

permite predicar la sinrazón del agravio.

VI. Indicio relativo a la participación de Síntora en reuniones donde se realizó el

ofrecimiento de dinero para dar muerte a Maders. En relación a este punto, adelantan

los recurrentes que de los elementos de convicción citados en la sentencia resulta

absolutamente imposible derivar (siguiendo las reglas de la lógica), la conclusión relativa a

que el imputado participó de las reuniones donde se ofreció la muerte de un político, a

cambio de una suma de dinero (fs. 9168).

1. Reproducen las expresiones del testigo Fernando Rocha y Pedro Armando Moreno

(fs. 9169/9171), valoradas por la sentenciante, y afirman que de ellas no surge elemento que

permita al Juzgador –en uso de las reglas del buen pensar– derivar que el imputado Oscar

Hugo Síntora haya participado en tales reuniones (fs. 9171).

Reseñan los impugnantes que la Cámara empleó el siguiente razonamiento:

56
Premisa A: Rubio hizo la oferta a Navarrete, posteriormente, cuando yo me retiraba,

llegó Síntora con otro (del testimonio de Rocha).

Premisa B: Moreno dijo que Rubio le hizo una oferta para matar, en dos oportunidades,

la primera en un bar, estaban sólo él y Rubio.

Premisa C: Moreno dijo que Rubio le hizo una oferta para matar, en dos oportunidades,

la segunda, en la oficina de Rocha. Síntora y Rocha estaban en otra habitación. No

participaban de la conversación.

CONCLUSIÓN: Síntora participó de las reuniones donde se realizó el ofrecimiento de

dinero para matar a un político. Esto constituye un indicio en su contra (fs. 9171 y vta.).

Evidentemente esta cuestión sufre de defectos graves de fundamentación por lo cual

no debió haberse considerado en la conclusión arribada por el Tribunal, como indicio de

culpabilidad en contra de Síntora toda vez que resulta de imposible derivación a partir de las

premisas explicitadas en la resolución (fs. 9172).

Expresan los defensores que la motivación respecto de este punto tiene un carácter

“aparente” o también denominada “ausente” (fs. 9172 y vta.).

Explican que se cuenta con tres testimonios que fueron transcriptos por el Juzgador,

como los del Crio. Juan Carlos Nievas, del Of. Luis Eduardo Tula y de Ricardo Mario

Lencina, los cuales sí hacen referencias expresas a la participación de Síntora en las

reuniones y de los cuales podría razonablemente derivarse la conclusión que el Juzgador

utiliza. Los dos primeros refieren que Síntora participó efectivamente de las reuniones

donde se ofreció dinero por la muerte de Regino Maders. Nievas refiere que las reuniones

fueron cuatro y Tula sólo refiere una reunión (fs. 9172 vta.).

Luego transcriben los dichos de Lencina, y concluyen que a pesar de las diferencias

en relación a la cantidad de reuniones, la a quo extrae de estos testimonios la presencia de

57
Síntora en las mismas. Sin embargo, ello importa una omisión arbitraria e injustificada de

las otras declaraciones (Rocha y Moreno), las que de haber sido valoradas en el verdadero

sentido que se expresan, esto es, como prueba de descargo, la conclusión respecto a que

Síntora participó de las reuniones hubiera sido exactamente la contraria (fs. 9173 y vta.).

El error lógico en el que incurre el Tribunal –aseguran– consiste en considerar como

prueba de cargo, la que en realidad es de descargo. Se valoró la prueba de descargo, en

contra de los intereses del imputado y provocó que la fundamentación adolezca de la

violación al principio de derivación. Resulta obvio que de la prueba de descargo no podrá

derivarse nunca una conclusión de cargo. La verdadera prueba de cargo no fue valorada,

sino sólo mencionada. Y como, según el razonamiento anterior, la de descargo no puede

variar su carácter y permitir arribar a conclusiones de cargo, la prueba utilizada (aunque no

valorada expresamente) para concluir esa cuestión es la relativa a las manifestaciones de

Lencina, Nievas y Tula. Y concluir de este modo surge de la omisión de la prueba de

descargo (testimonio de Rocha y Moreno) según el exacto carácter que esta tiene (fs. 9173

vta./9174).

Refieren que si el juez, frente a la prueba de cargo, hubiera contrapuesto la de

descargo, la conclusión tampoco habría sido la relativa a que Síntora participó de las

reuniones. Ello surge del siguiente esquema (fs. 9174):

Esquema que utilizó el sentenciante, de forma expresa:

Premisa A (de descargo) +

Premisa B (de descargo) +

Premisa C (de descargo) =

CONCLUSIÓN DE CARGO, No obstante existe una imposibilidad lógica (violación

principio de no contradicción) de arribar a la formulación del indicio a partir de estas

58
premisas.

Esquema que no utilizó, expresamente, el sentenciante, pero del que se deriva su

conclusión:

Premisa D (testimonio de Nievas) +

Premisa E (testimonio de Tula) +

Premisa F (testimonio de Lencina) =

SE DERIVA CONCLUSIÓN DE CARGO.

Sin embargo, durante la realización de este razonamiento, no fueron introducidas al

mismo las premisas A, B y C; de forma arbitraria e injustificada toda vez que,

probablemente, ni siquiera ha sido percibido por el Tribunal, el carácter exculpatorio que las

mismas revestían. Esa omisión de prueba de valor fundamental (toda vez que emanaba de

las únicas dos personas que el juez considera que participaron de las reuniones), de haber

sido tenidas en cuenta, hubieran determinado que el Juzgador concluya en el sentido de

considerar que Síntora no participó de las reuniones (fs. 9174 y vta.).

En definitiva, si la conclusión se basó en las Premisas A, B y C, el defecto del que

sufre este elemento es de carácter lógico. Por su parte, y si la conclusión se funda en las

Premisas D, E y F, la formulación del indicio sufre de defectos de legitimidad toda vez que

el sentenciante ha sido arbitrario al excluir de su valoración elementos de carácter

fundamental y dirimente (fs. 9174 vta.).

2. La crítica que los impugnantes dirigen contra esta valoración no es de recibo. Es

que, en primer lugar, parece postular una suerte de tarifación de la prueba, la que resultaría

inicialmente clasificada como “de cargo” o “de descargo”, y que una vez asignada una u

otra condición, impediría su meritación en sentido inverso.

59
Tal premisa, no sólo ha sido enunciada sin ningún tipo de argumentación que la

sustente en abstracto, sino que tampoco ha sido acompañada de una concreta ponderación

de los elementos de juicio colectados en la causa.

Puntualmente, agravia a los recurrentes que se haya valorado los dichos de Rocha,

cuando éste en verdad indicó que el ofrecimiento dinerario de Rubio se dirigía a Navarrete,

y el testimonio de Moreno, en cuanto a que al reunirse con Rubio para tratar la oferta

estaban Rocha y Síntora pero “en la cocina tomando unos vinos”, sin intervenir en la

entrevista. Según la defensa, al no incriminar estos testigos directamente a Síntora, no podía

luego la sentenciante meritarlos para la condena.

En efecto, Fernando Martín Rocha dijo conocer acerca “de una oferta para matar

a un político hecha por Rubio, la misma se realizó en un bar ubicado en la Avda. Colón;

ésto sucedió en el año 1991, entre mayo y julio” (dos meses antes del asesinato de Maders).

Narró que “en el bar se encontraban Navarrete y Rubio, y Rubio dijo ‘hay una plata que se

está ofreciendo para voltear a un gremialista o a un político’, Rubio se dirigía a Navarrete,

que ahí se retiró”; pero inmediatamente agregó “y se cruzó con Síntora que venía con otra

persona” (fs. 9082 vta./9083). El testigo Pedro Armando Moreno, por su parte, dijo que

Rubio “le ofreció un negocio, le dijo si no se animaba a matar a un político, a una persona

que molestaba al poder político... ofrecían 30000 pesos o dólares”. Aclaró que le habían

ofrecido ese negocio a Rubio y que éste se lo ofreció a él, que lo rechazó. Detalló que el

primer ofrecimiento fue en un bar, pero como Rubio trabajaba en una agencia de vigilancia

con Rocha, se juntaron allí. Mencionó que en la agencia Rubio le planteó el negocio, cree

que estaban Síntora y Rocha, “pero ellos no participaban, ellos estaban en la cocina

tomando unos vinos” (fs. 9083 vta./9084).

60
Como se aprecia de la reseña que precede, aún cuando el imputado no haya sido

mencionado por ambos testigos como quien expresamente recibiera el encargo de matar por

precio, lo cierto es que Rocha y Moreno denotan la estrecha vinculación de Síntora con

Rubio y Navarrete, y hasta una coincidencia temporal y espacial con la ocasión en que

se discutió el plan homicida. Repárese en que ambos mencionan a Síntora en llamativa

cercanía a la discusión sobre el homicidio: Rocha lo sitúa llegando al lugar del cual él se

retiraba luego de haber sido convocado para el “trabajo”; Moreno, conversando en la cocina

de la agencia donde Rubio le hacía similar comentario.

Valorar sólo una parte de estos testimonios y seccionar otra, importa un proceder

antojadizo que sólo busca aprovechar los segmentos que pueden resultar favorables y

silenciar los más cargosos. Cabe aclarar además, que tampoco los testimonios de Rocha ni

Moreno desvinculan a Síntora de los ofrecimientos, negando toda intervención de éste;

simplemente refieren que al momento de producirse la conversación sobre el tema, el

imputado no estaba sentado a la mesa o tomaba la palabra.

Por ello es que tales relatos, anexados a otros que también consideró la a quo,

terminan echando por tierra el intento defensivo. En primer lugar, Ricardo Mario

Lencina, trajo a colación un comentario que le efectuara Navarrete luego de la muerte de

Rubio. Navarrete le dijo “que estaba cansado, empelotado porque se lo involucraba con la

muerte de Maders y le cuenta que Rubio, y también Síntora, habían participado en la

muerte de Maders, que el “loco” Síntora, se había mandado un moco, que era para

asustarlo por una denuncia que iba a realizar sobre el banco social, juegos y máquinas de

videos de Caruso y compañía, que quien efectuó los disparos fue Síntora, era para

asustarlo no para matarlo. Que todo se planificó en la casa de Síntora, la forma en que se

iba a llevar a cabo y que en esa reunión estaba presente Valoy Vallejos...” (fs. 9084 vta.).

61
Luis Eduardo Tula precisó que “Síntora le comento que en el año 89 y cuando

funcionaba la agencia de seguridad ‘Cónsul’ y en las oficinas de éste, Miguel Angel Rubio

le había ofrecido a él (Síntora), plata para matar a un político, luego le dijo que quien le

dijo esto fue Rocha, pero Rocha y Síntora tuvieron una entrevista en el estudio jurídico del

Dr. Morelli y Rocha llorando le pidió no lo nombrara, después de esta entrevista Síntora

cambio la declaración y lo nombró a Rubio. Luego refiere Tula en el debate, confirmando

sus dichos anteriores, que “cuando Síntora prestaba una declaración ante el Juez Johson

dijo del ofrecimiento de dinero para matar un político, pero no dijo cuál. Luego fuera del

acta (de la testimonial que se le recepcionaba), le dijo que no lo quiso decir en el acta, pero

que el político era Maders pero que no lo dijo por temor a su vida o de su familia” (fs.

9085 vta./9086).

Roberto Peralta, por su parte, dijo que a su entender Síntora “había perdido” por

hablar demasiado; que se habló de una reunión en el centro, en un bar, que no recuerda el

nombre, entre Síntora, el “Tuerto” Medina Allende y Rocha (fs. 9080).

Finalmente, más allá de los hasta aquí nombrados, el Tribunal de mérito también

valoró testimonios de quienes no involucraron directamente a Síntora en tales reuniones,

pero sí confirmaron su estrecha vinculación con quienes sí intervinieron (Rocha y Rubio),

Héctor Quinteros (fs. 9080), Rubén Barrera (fs. 9080 vta.), Walter Antón (fs. 9081), Oscar

Alberto Aiza (fs. 9081 y vta.), Fernando Martín Rocha (fs. 9082), Máximo Flores (fs. 9084

y vta.). Esta conexión, sumada a los anteriores testimonios, refuerza el valor indiciario de

la efectiva participación del imputado en el encargo de la muerte.

VII. Indicio relativo al silencio del imputado: finalmente, afirman los recurrentes

que de las expresiones formuladas por parte de los Juzgadores, se demuestra un absoluto

desconocimiento de los principios constitucionales básicos que abonan el proceso penal,

62
entre ellos, la imposibilidad de la utilización del silencio en el ejercicio de la defensa

material como indicio de culpabilidad.

1. Destacan que la a quo resaltó el “llamativo silencio” que Síntora mantuvo,

agregando no creer que tal actitud obedeciera sólo a un consejo profesional, puesto que sus

abogados refirieron –desde el primer día que esta causa se radicó en el Tribunal– que era

imposible manejar a Síntora por su carácter muy fuerte, no dominable. Conjeturó entonces

el Vocal que lideró la votación, que si tal conducta obedeció al temor por su vida o su

familia, constituía un indicio cargoso porque “sólo la tranquilidad acompaña la inocencia”,

según se lo enseñaba la experiencia personal (fs. 9111 y vta.).

De lo arriba expuesto, aseguran los impugnantes, puede colegirse que la a quo

consideró un indicio de culpabilidad el silencio mantenido por el imputado durante la

audiencia de debate frente a las manifestaciones inculpatorias efectuadas por los testigos

que comparecieron al mismo.

Del mismo modo, en otro tramo la Cámara vuelve sobre el punto, agregando que

“con la prueba contundente que existe en su contra y que él mismo pudo percibir cuando

comenzó a participar todos los días del debate, nunca hizo referencia alguna sobre por

ejemplo la procedencia del arma”, siendo que “fue entrevistado por los medios de Prensa

de Córdoba poco antes de la finalización del debate y dijo que hablaría en su momento, que

se sabría la verdad”, lo que nunca ocurrió. Luego de reconocer que no puede valorar en

forma desfavorable su silencio, el sentenciante manifestó no comprender por qué nunca

concretó tal anuncio “porque no obstante las enseñanzas a los señores miembros del

Jurado Popular que no debían llevarse por su íntima convicción, esa fue una pregunta que

obligadamente nos formularon a los tres Jueces, ¿por qué no se defendió cuando estaba en

juego su libertad de por vida?. No tuvimos respuesta...” (fs. 9112).

63
Sobre tales expresiones, la defensa efectúa un triple análisis:

a) En un primer momento, el Juzgador afirma que el silencio del imputado es un

indicio de culpabilidad, aseveración que carece de todo valor jurídico toda vez que resulta

clara e indiscutida la facultad que asiste al imputado de elegir el modo que crea de mayor

conveniencia a los fines del ejercicio de su derecho de defensa material (arts. 259 y 261

C.P.P.; fs. 9112 vta.).

Efectúan consideraciones acerca del principio de inocencia (art. 1 C.P.P.C., Art. 40

Const. Prov. Cba., Art. 18 C. Nac., Art. 8 Inc. 2 CADH., Art. 26 de la DADDH, Art. 11

DUDH y art. 14 inc. 2 del PIDCP) y su correlato en cuestiones relativas a la carga procesal

de la prueba, señalando que la normativa procesal expresamente releva al acusado de la

obligación de demostrar su inocencia (art. 362, C.P.P.), de colaborar en la demostración de

la misma, siquiera ejerciendo efectivamente el derecho a su defensa material mediante una

declaración desincriminante. Es el Estado (en la persona del representante del Ministerio

Público Fiscal) quien tiene a cargo la obligación de reunir elementos probatorios que, una

vez que fueran legítimamente incorporados al proceso, puedan dar fundamento a un juicio

de condena (fs. 9113).

b) Párrafos más abajo, la misma Cámara menciona que si bien le ha llamado

poderosamente la atención el silencio mantenido por el imputado, éste no puede ser

valorado en contra del mismo. Ésta es una expresión –apuntan los quejosos–

eminentemente falaz, ya que aunque reconoce que no puede meritarse el silencio, lo

menciona como algo llamativo y particular a la óptica de los Juzgadores, argumentándose

incluso que esta conducta no pudo ser explicada a los vocales legos que formaban parte del

tribunal frente al reiterado cuestionamiento respecto de porqué era esa la conducta

64
desplegada por Síntora. Explican que si ciertamente el espíritu del sentenciante hubiera sido

de no valorar el silencio, no debió mencionarlo (fs. 9113 y vta.).

c) Si por caso hubiera de entenderse a la inversa la segunda expresión, habría una

total contradicción entre ésta y la primera, defecto que torna incierto el conocimiento de

los Juzgadores en cuanto a cuestiones de principios, derechos y garantías

constitucionales que se erigen como escudo protector sobre la persona de todo individuo

sometido a un proceso penal. Afirman los recurrentes que la duda expresada por los

miembros del Tribunal –que surge del análisis de las dos afirmaciones contradictorias–

respecto de si el silencio adoptado por el imputado en el ejercicio de su defensa material,

debe o no ser valorado como indicio de culpabilidad, habla claramente en relación a la

absoluta ausencia de conocimiento certero respecto de los mismos, lo cual implícitamente

expresa una total ignorancia de los principios básicos rectores del proceso penal a la hora de

resolver acerca de la participación penalmente responsable de nuestro defendido, en estos

actuados (fs. 9113 vta./9114).

Concluyen que el estado jurídico de inocencia del que goza el imputado lo releva de

cargar con la prueba de su inocencia, lo que torna su valoración abiertamente violatoria de

principios y garantías fundamentales (fs. 9124 vta./9125).

2. Como se aprecia, los recurrentes reprochan la meritación del mutismo que observó

Oscar Síntora en el transcurso del debate.

2.a) Cierto es que la Cámara incluyó en su razonamiento dicha circunstancia en dos

tramos de la pieza sentencial. Primero, al abordar el indicio relativo a las denominadas

confesiones extrajudiciales realizadas por el acusado en cuanto a “que él fue el autor del

homicidio de Maders”. En efecto, luego de meritar tales comentarios, la a quo advirtió que

“mucho cambió en su actitud, cuando frente al Tribunal y en los ocho meses de Juicio...

65
guardó siempre un llamativo silencio, incluso ante expositores que lo comprometían

directamente, sólo roto en un momento para hacer una aclaración en lo relativo a su

detención en Gendarmería Nacional y al momento de dársele la última palabra, en que sólo

resaltó la profesionalidad de sus defensores, proclamó su inocencia y que deseaba pasar el

día del padre en su casa...”. Prosiguió el Vocal que lideró la votación explicando no creer

que “esta actitud silenciosa haya sido tomada sólo por consejo profesional porque los

mismos y desde el primer día que esta causa se radicó en este Tribunal refirieron ante el

suscripto y miembros de la Cámara, lo imposible de manejar a esta persona, de carácter

muy fuerte, no dominable y que en la audiencia podía llegar acarrear problemas, por lo

que si esta actitud de no hablar fue por miedo, a alguna otra cuestión como de peligro por

su vida o su familia si así lo hacía, lo podemos también tomar entonces como otro indicio

más y es el de culpabilidad porque ‘sólo la tranquilidad acompaña la inocencia’ (esta

expresión no me pertenece, la traigo como ejemplo) y lo expresado lo hago desde la óptica

de la experiencia personal” (fs. 9071 y vta.).

Volvió asimismo sobre el punto más abajo, al tratar la alevosía en el modo de matar,

indicando que “con la prueba contundente que existe en su contra y que él mismo pudo

percibir cuando comenzó a participar todos los días del debate, nunca hizo referencia

alguna sobre por ejemplo la procedencia del arma, y digo esto porque fue entrevistado por

los medios de Prensa de Córdoba poco antes de la finalización del debate y dijo que

hablaría en su momento, que se sabría la verdad. Nunca ocurrió, sólo fue una expresión

que nunca la concretó ¿por qué?, sólo él mismo tendrá que buscar ahora la respuesta

porque sin duda que nada vale legalmente la obligación a hacerlo, sé que su silencio no

puedo valorarlo en su contra, pero no puedo dejar de señalarlo porque no obstante, las

enseñanzas a los señores miembros del Jurado Popular que no debían llevarse por su

66
íntima convicción, esa fue una pregunta que obligadamente nos formularon a los tres

Jueces, ¿por qué no se defendió cuando estaba en juego su libertad de por vida?. No

tuvimos respuesta” (fs. 9091).

2.b) Asiste razón a los quejosos en cuanto a lo indebido de la meritación del silencio

del imputado.

La garantía de la inviolabilidad de la defensa en juicio, tiene su base en el art. 18 de

la Constitución Nacional toda vez que, en forma implícita y explícita establece que "nadie

puede ser condenado sin ser oído" y "nadie puede ser obligado a declarar contra sí

mismo". Igual reconocimiento tiene dicha garantía a través de los Pactos y Tratados

Internacionales incorporados por la misma Constitución Nacional en su art. 75 inc. 22

(Declaración Universal de Derechos Humanos, art. 10; Declaración Americana de los

Derechos y Deberes del hombre, art. XXVI, segundo párrafo; Convención Americana sobre

Derechos Humanos, art. 8, 1, 2, g) y 3); al igual que en nuestra propia Constitución

Provincial (arts. 39 y 40).

Así las cosas, nadie pone en duda hoy en día que la declaración del sometido a

proceso, analizada desde la óptica del imputado, importa un medio idóneo para la

materialización de su defensa en juicio. Y justamente, para alcanzar de manera eficaz tal

significado, es que desde la perspectiva del juez en lo penal, se debe traducir dicho acto en

una fuente eventual de pruebas, pues, de lo contrario, si las manifestaciones del imputado

estuvieran ajenas a todo tipo de valoración, no pasarían de ser meras expresiones

formales, ineficaces desde el punto de vista de la defensa material (T.S.J., Sala Penal, S.

n° 45, 28/07/98, “Simoncelli”; S. n° 20, 12/04/02, “Santalises”; S. n° 46, 26/05/05, “Jarma”,

entre muchos otros).

Ahora bien; cuando el legislador local se propone diseñar un código adjetivo útil para

67
la realización de la ley penal, puede establecer el alcance de las garantías constitucionales

que tutelan los intereses social e individual reconocidos en el proceso penal, de modo tal

que se haga posible la realización de la verdad objetiva (su fin inmediato) (T.S.J., Sala

Penal, S. n° 24, 28/9/95, "Campillo”; “Simoncelli”, cit.).

En esta línea, nuestro ordenamiento ritual dispone que previo receptársele

declaración, y luego de hacérse conocer al imputado el hecho que se le atribuye y las

pruebas de cargo, debe informársele “que puede abstenerse de declarar sin que su silencio

implique una presunción de culpabilidad...” (art. 261, C.P.P.), norma que va en directa

tutela de la defensa en juicio (CLARIÁ OLMEDO, Jorge A., Tratado de Derecho Procesal

Penal, Ediar, Bs.As., 1962, T.II, pág. 419; CAFFERATA NORES, José Ignacio– TARDITTI,

Aída, Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba– Comentado, Mediterránea,

Córdoba, 2003, T. 1, págs. 607 y 622/623).

Por ello es que sin dificultad se ha sostenido que el encartado puede “abstenerse de

prestar declaración sin que de su silencio se pueda extraer una presunción en su contra”

(T.S.J., “Simoncelli”, cit.). Ello, pues “una prolongada, profunda y humanitaria labor de la

doctrina y de la legislación han concluido definitivamente, al menos entre nosotros, con la

pretensión de extraer indicios de culpabilidad del silencio del imputado, pues si la ley lo

reputa inocente... nada tiene que alegar en su descargo. Si además, y desarrollándose ese

axioma de jerarquía fundamental, la ley procesal manda al Juez a informa al imputado que

puede abstenerse de declarar... resulta patentemente violatorio de la Constitución y de la

ley, aceptar aquella máxima romana... él que calla no confiesa, más ciertamente no lo

niega’...” (T.S.J., Sala Penal, S. n° 18, 5/09/69, “Bortoletto”; cfme., NÚÑEZ, Ricardo C.,

Código Procesal Penal, Lerner, 2° ed. actualizada, Córdoba, 1986, pág. 267, nota 1 al art.

294).

68
Cabe concluir entonces que aquellos pasajes del decisorio en los que el Tribunal de

juicio efectúa conjeturas acerca de las razones por las cuales el encartado Síntora optó por

no declarar, incurren en una argumentación viciada que debe descalificarse por

contravenir la garantía fundamental de la defensa en juicio.

2.c) Ahora bien; no obstante lo expuesto, debe recordarse que en reiteradas

ocasiones, esta Sala ha dicho que nuestro sistema procesal no admite la declaración de

nulidad de los actos procesales por la nulidad misma, sino sólo cuando ella efectivamente

lesiona el interés de las partes. Tal exigencia tiene por objeto evitar el establecimiento de

un sistema de nulidades puramente formales, acogiendo sólo aquellas que por su posible

efecto corrector, tengan idoneidad para enervar los errores capaces de perjudicar realmente

aquel interés (T.S.J., Sala Penal, A. nº 73, 4/11/85, “Leyría”; A. nº 220, 21/8/98, “Salinas”;

S. n° 91, 31/10/00, "Castro"; A. n° 166, 27/4/01, "Cuello"; S. n° 31, 20/05/02, entre otros).

Del mismo modo se ha expedido la Corte Suprema de Justicia de la Nación, aún

tratándose de nulidades absolutas, al sostener que la nulidad procesal requiere un

perjuicio concreto para alguna de las partes, porque cuando se adopta en el sólo interés del

formal cumplimiento de la ley, importa un manifiesto exceso ritual no compatible con el

buen servicio de justicia (Fallos 295:961, 298:1413, 311:2337, entre muchos otros).

En consecuencia, corresponde ahora establecer si la valoración del silencio del

imputado resulta dirimente en la valoración probatoria que dio base a la condena recaída en

su contra.

La respuesta es, adelanto, negativa.

Habiéndose desechado las objeciones dirigidas por los recurrentes contra cada uno de

los indicios en particular (supra, III a VI), estimo que suprimiéndose hipotéticamente estos

pasajes viciados de la sentencia, ninguna mella sufre la certeza requerida para la condena.

69
Ésta queda suficientemente asentada en la pluralidad de indicios convergentes ya tratados:

Síntora es quien, a la fecha del hecho, tenía en su poder el arma que dio muerte a Regino

Maders; integraba, asimismo, un grupo de ex policías vinculados al ámbito político y

actividades delictivas; algunos miembros de este círculo se reunieron, en fechas previas al

homicidio, para tratar un ofrecimiento dinerario a cambio de llevar a cabo el hecho,

oportunidades éstas en las que Síntora –al menos– se encontraba en las inmediaciones, ya

sea en una habitación contigua o llegando al lugar. Luego del hecho –y para más– el

imputado efectuó repetidos comentarios a diversas personas atribuyéndose la autoría del

homicidio.

La participación de Oscar Hugo Síntora queda, como se ha visto, firmemente

apuntalada desde diversos ángulos, al haberse acreditado circunstancias anteriores,

concomitantes y posteriores al hecho que dan debida cuenta de su autoría, y que no han

logrado ser efizcazmente derribadas por los impugnantes.

En consecuencia, en la solidez de este cuadro convictivo no impacta de ninguna

manera la exclusión de la meritación del silencio del imputado, y el reproche deviene

carente de interés.

VIII. Esta apretada síntesis de los indicios que confluyen en la determinación de la

autoría del imputado opera aquí de cierre al tratamiento de los agravios deducidos contra la

fundamentación fáctica de la sentencia. Brevemente, dicha reseña pone en evidencia que los

defectos de motivación que los quejosos han atribuido al decisorio no se compadecen con el

verdadero contenido de éste, el que ha resuelto la cuestión relativa a la intervención de

Oscar Hugo Síntora en la muerte de Regino Maders, con arreglo a la sana crítica racional.

Voto, pues, negativamente a esta cuestión.

La señora Vocal doctora Aída Tarditti, dijo:

70
La Sra. Vocal preopinante da, a mi juicio, las razones necesarias que deciden

correctamente la presente cuestión. Por ello adhiero a su voto, expidiéndome en igual

sentido.

La señora Vocal doctora María de las Mercedes Blanc G. de Arabel, dijo :

Estimo correcta la solución que da la señora Vocal María Esther Cafure de Battistelli,

por lo que adhiero a la misma en un todo, votando, en consecuencia, de igual forma.

A LA TERCERA CUESTION:

La Señora Vocal Dra. María Esther Cafure de Battistelli, dijo:

I. Manteniéndose en la hipótesis formal de casación, los quejosos afirman que la

sentencia carece de fundamentación en lo relativo a la calificación legal atribuida al hecho,

violentando de este modo también, los preceptos del art. 413 inc. 4 C.P.P.C., esto es, por

falta de fundamentación.

En lo atinente a la agravante del homicidio por alevosía (art. 80 inc. 2°, C.P.), luego

de reseñar las exigencias típicas de esta forma calificada (fs. 9175 vta./9176 vta.), explican

los impugnantes que ésta se excluye cuando la víctima hubiera gozado de una defensa de

terceros, de forma concomitante al ataque del que era objeto, viéndose así marginado el

requisito objetivo que plantea el tipo penal, esto es, el estado de indefensión que debía

recaer sobre la víctima (fs. 9177).

De otro costado, apuntan que si bien la valoración de las pruebas y las conclusiones

fácticas quedan excluida del análisis del Tribunal de alzada, sí es controlable el

razonamiento que da sustento a la motivación de la sentencia, la que debe cumplir, para el

caso concreto que nos convoca, con el principio lógico de no contradicción y tercero

excluido. Concretamente, dirigen su embate contra la meritación que otorga a un mismo

informe técnico –la Cooperación Técnica Nº 18.648 realizada por Dirección de Policía

71
Judicial– dos sentidos distintos y contradictorios, dejando infundado el aspecto relativo a la

exigencia típica de una víctima indefensa (fs. 9177 y vta.).

Puntualizan que en un primer término el juzgador le confiere valor al tratar la

cuestión relativa a cuál de las autopsias realizadas daba por creíble. Allí, estimó que “si se

observa la Cooperación Técnica n º 18648, y que se encontraba a disposición de las partes

y que al parecer no se examinó correctamente, en el Gráfico nº 1, vemos que el disparo

parte, de acuerdo a la trayectoria del proyectil, desde el frente del domicilio de calle

Larrauri al 3.668, pega y rebota en la vereda de la esquina de esta arteria y calle Taboada,

a 2,70 m del cordón, y va a dar a la casa del frente, Larrauri 3721. Amén a esto debemos

también leer el informe pericial obrante en la misma carpeta de prueba, de fecha 3 de

noviembre de 1999 que lleva la firma de diez especialistas, en fotografía legal,

reproducción videográfica etc. y que en el punto 4 del informe dice textualmente “El

disparo y proyección ejecutado por un arma de calibre 22, cuyo ángulo establece la

posibilidad que no fue dirigido hacia el cuerpo de Maders, sino hacia los agresores...”.

Descarto totalmente entonces tanto la versión del forense, de la Querella y de la defensa

que adhiere a los dichos de la Dra. Martínez en lo que hace a esta cuestión porque la

prueba así lo dice...” (fs. 9177 vta./9178).

Sin embargo luego, al tratar específicamente la cuestión de la calificación legal, el

sentenciante refiere que “...según la Cooperación Técnica 18648, en la planimetría

balística sobre la trayectoria del proyectil lanzado y secuestrado que es del calibre 22,

partió por calle Larrauri, a la altura del 3668, impactó en la vereda de la esquina de

Larrauri y Taboada del lado de la vivienda de Maders, rebota y va a dar contra el frente

de la vivienda de Lucrecia Aliaga, la esquina del frente. Lo especulado desde esa óptica

por la defensa sobre quien fue el autor, son sólo suposiciones sin ningún sustento

72
probatorio, porque se han practicado los allanamientos correspondientes en las viviendas

ubicadas en el lugar de donde partió este disparo, no lográndose el secuestro de ninguna

arma que resultara compatible con el proyectil secuestrado en autos, por lo que si así

fuera, podría dentro de este terreno presumir por qué no, que puede haber sido realizado

por alguno de los propios cómplices en el asesinato para asegurar luego la impunidad,

pero esto es entrar en un terreno especulativo de la cual no tengo ninguna prueba para

afirmar una cosa o la otra, tampoco la defensa....” (fs. 9178).

De este modo, aseguran los quejosos, las primeras afirmaciones sentenciales le

atribuyen al disparo en cuestión un carácter defensivo (esto debe leerse, contra los

agresores) mientras que en una segunda oportunidad le atribuye a ese mismo disparo, y a

partir del análisis del mismo elemento probatorio, un sentido en el que no puede afirmarse

que fue defensivo o no. Se vulneraron así, los principios lógicos de no contradicción y

tercero excluido (fs. 9178 y vta.).

Que el disparo calibre 22” existió, no está cuestionado por el sentenciante. Empero,

el interrogante es si existió un disparo calibre 22” en contra de los agresores de Regino

Maders, o si no tuvo ese carácter (fs. 9178 vta.). Anotan los recurrentes que si la sentencia,

al fundamentar por qué la víctima se encontraba indefensa al momento del ataque, utiliza

dos afirmaciones absolutamente contradictorias entre sí al punto que una de ellas excluye la

posibilidad de la indefensión; este punto, sin lugar a dudas carece de la fundamentación a la

que hace referencia especialmente el art. 408 inc. 2 C.P.P. (fs. 9178 vta./9179).

Agregan que la sentencia se encuentra privada de razón suficiente, para justificar

unos de los elementos esenciales que hacen a la calificación legal por alevosía, cual es, la

ausencia del elemento objetivo consistente en la indefensión de la víctima.

73
II. Acerca del modo alevoso en que establece que se cometió el homicidio, la

Cámara a quo expuso que en base a prueba testimonial se acreditó que “aproximadamente

a las cero horas, Regino Maders, abandona en su vehículo la Universidad, sita en la

“Ciudad Universitaria” y se dirige a su domicilio, en Larrauri 3695 de bo. Residencial

Velez Sarsfield, donde llega luego de la cero horas, aproximadamente entre las cero diez y

las cero quince del día seis de septiembre” (fs. 9089 vta./9090). Tomando en cuenta la

forma en que se pactó el precio por su muerte, el Tribunal analiza que en la noche del

hecho, Síntora contaba a su favor: conocer de armas (era ex policía), especialmente una

calibre 9 mm como la que se utilizó porque es la provista por la Institución Policial a su

fuerza; haber desarrollado una tarea muy activa durante la época del “proceso militar” y

luego en la División Inteligencia de la Policía y en el “D 2”, los que se conoce llevaban a

cabo procedimientos en forma clandestinas; y ser conocedor de cómo manejar situaciones

sin poner en peligro su vida ya que también desarrollaba tareas de seguridad. Asimismo,

meritó que Síntora contó con un tiempo de planificación ya que “la oferta del dinero por la

muerte” se conocía desde bastante, de lo que se deriva que conocía perfectamente el lugar y

los movimientos que llevaba a cabo el occiso, en cuanto a sus costumbres, horarios, etc..

Ponderó asimismo el escaso tránsito de personas por el lugar en razón de la hora elegida y

de la época del año –noche con temperaturas más bien bajas–. También valoró que esa

noche la presencia policial estaba dirigida a custodiar la seguridad pública en lugares muy

lejanos al domicilio de Maders, por el cierre de campañas de agrupaciones políticas, tema

que Síntora como ex policía, manejaba a la perfección. Concluye entonces que “todo este

proceder, estaba perfectamente aceitado como para que nada falle y poder actuar con total

impunidad ni riesgo para la vida del autor... fue tan perfecto que la investigación para

74
traerlo a Juicio a Síntora, llevó catorce años. El hecho fue tan meditado, que la

determinación para su ejecución fue libremente decidida” (fs. 9090 y vta.).

Es a esta altura del análisis que entra en consideración la Cooperación Técnica nº

18648, de la cual extrae que en razón del ángulo de ingreso al domicilio Síntora se

encontraba perfectamente oculto junto a los otros secuaces de acuerdo a los relevamientos

que previamente habían hecho del sitio y se encontraban en vigilancia continua desde unos

momentos antes, al acecho, esperando su víctima (fs. 9091).

Analiza luego el testimonio de Sergio Federico Miotti, quien refiere que luego de los

disparos, observa pasar un vehículo de tamaño mediano de color claro, no puede precisar la

marca del automóvil y el sonido de otro un Fiat 128 o 125, a varias cuadras de su casa y por

la aceleración que se escuchaba del moto, parecía que iba aumentando la velocidad de la

marcha, luego una desaceleración como para doblar y nuevamente volvió a sentir la

aceleración del motor. La madre de este testigo, Lucrecia Elena Aliaga, domiciliada en

Larrauri 3721, en la casa esquina frente a la de Maders, que depuso en la audiencia, refirió

que su hijo cree haber escuchado algo, pero estaba acostado y no se levantó. Ella sintió

ruidos en el techo, como que se deslizaban por una pared, momentos antes de los disparos,

pensó incluso que se podría tratar de un gato que se deslizaba, “no puede asegurar que el

ruido que parecía provenir del deslizamiento de ropa sobre la pared se debía a que alguien

baja del techo o se dirigía rozando la pared desde el lado del garage hacia la casa de

Maders”, esto fue lo primero que escuchó, luego como que habían rozado el portón de su

casa, luego a los cinco o diez minutos escuchó los estampidos, muy fuertes. Su marido que

ya ha fallecido le refirió que el también había escuchado ruidos y se fue en dirección a la

cocina para ver si la puerta que da al patio se encontraba cerrada, “escuchó los tiros y que

alguien gritó en la calle, luego corridas y supuso que eran policías que iban corriendo,

75
persiguiendo a alguien, pero su esposo le decía que no dijera nada, que no hablara”. La

parte de la calle de su lado es oscura, la ventana de casa que sobre Taboada “por lo menos

habría visto dos personas, una mas grande y otra mas baja que iban para el lado de la

plaza por Taboada” (es coincidente en esta parte con los dichos de Marcos Spíndola),

“había un silencio sepulcral”, que se encontró un proyectil en la pared de su casa. “Que

unos días antes de esto encontró en el poste de alumbrado público que está en la esquina de

entrada a su casa, una persona trepada en el poste, sobre Taboada, no tenía herramientas

ni nada, estaba solo, en una camioneta blanca, sin ningún logo identificatorio, pensó que

eran los de Telecom, por eso entró rápido a su casa y probó el teléfono, pero éste

funcionaba bien”, “que luego volvió a ver, también unos días antes, otra persona como a

las veintitrés horas, que era un hombre que luego se sentó encima de una casilla de gas que

está en la esquina en diagonal con lo de Maders, que se quedó un rato, luego se levantó y

se fue”. Héctor Horacio Bosque, quien en el debate declaró que es amigo de Diego

Montañés y concurría frecuentemente a visitarlo a su casa, frente a lo de Maders, dijo que

cuando sonaron los disparos, fue el primero en asomarse y vio desde calle Rosi, que es

paralela a Larrauri, “doblando hacia Lascano un automóvil Fiat 128 o 125, (en consonancia

con los dichos de Miotti), se alejaba a gran velocidad”, las calles se encontraban bien

iluminadas, en lo de Maders la iluminación era buena, pero para el lado de la puerta del

garage, la visibilidad era dificultosa porque existían sombras. La iluminación por Lascano

hasta Rosi es regular. Marta del Valle Céspedes de Miotti, declara haber escuchado luego

de los disparos, los motores de al menos dos automóviles, uno de ellos se sentía como que

lo aceleraban constantemente. Federico Miotti declara que después de los disparos escuchó

la aceleración de un automóvil, cree que pudo ser un Fiat, que el ruido que percibió era “era

similar a una marcha, la primera larguísima, que se iba”. Jorge Rubí Arcurio refiere que

76
llegó a su casa aproximadamente a las veintitrés horas y que no ha visto nada. Rogelio

Martínez Delgado (fs. 120 C-1), domiciliado en Larrauri 3681, escuchó los disparos y

ruidos de automóviles inmediatamente después. Marcos Spíndola, que se domicilia sobre

Taboada al 925, dijo que vive a unos 60 de la casa de Maders, que llegó a su casa a las

23,50 horas, era una noche fría, la calle estaba desierta, no había buena iluminación, sintió

disparos e inmediatamente sintió una persona que corría por la calle y dada la velocidad que

lo hacía, debió tratarse de una persona joven. Los pasos se perdieron inmediatamente para el

lado de la plaza que tiene piso de tierra. Blanca Amalia Muso, declara haber escuchado los

estampidos, un grito y “luego los motores de vehículos”. Marcos Spindler en el debate dijo

que “escuchó tres detonaciones, estampidos, sin solución de continuidad, con la misma

sonoridad, solo el tiempo que lleva accionar el arma, luego escuchó pasos corriendo de

una sola persona, que entre el último estampido y los pasos, pasaron unos veinticinco

segundos, calcula”, “agrega que no hubo intercambios de disparos, que ese día cuando

regresó a su casa, notó que la luz era defectuosa, estaba en penumbras, eso no era normal”

(fs. 9092/9093 vta.).

Coteja la Cámara que estos testimonios “no son coincidentes en cuanto al número de

disparos, que escucharon, dos, tres o cuatro, tampoco coinciden en si había o no buena

iluminación, unos que sí otros que era defectuosa, pero ello en definitiva no hace a la

prueba en concreto porque lo que sí tenemos seguro y da la certeza por todo lo narrado,

que los disparos fueron dos que impactaron en Maders y que hubo un tercer disparo de un

calibre 22” (fs. 9093 vta.).

Es este último disparo el que da pie a la defensa para alegar que puede haber sido

realizado para amedrentar a los agresores. Pretenden derivar de allí que Maders habría

recibido ayuda y por ende no se encontraba desvalido. Vuelve la a quo aquí sobre

77
Cooperación Técnica 18648, según la cual en la planimetría balística sobre la trayectoria del

proyectil lanzado y secuestrado del calibre 22, partió por calle Larrauri, a al altura del 3668,

impactó en la vereda de la esquina de Larrauri y Taboada del lado de la vivienda de

Maders, rebota y va a dar contra el frente de la vivienda de Lucrecia Aliaga, la esquina del

frente. Estima el Tribunal de mérito que “lo especulado desde esa óptica por la defensa

sobre quien fue el autor, son sólo suposiciones sin ningún sustento probatorio, porque se

han practicado los allanamientos correspondientes en las viviendas ubicadas en el lugar de

donde partió este disparo, no lográndose el secuestro de ninguna arma que resultara

compatible con el proyectil secuestrado en autos, por lo que si así fuera, podría dentro de

este terreno presumir por qué no, que puede haber sido realizado por alguno de los propios

cómplices en el asesinato para asegurar luego la impunidad, pero esto es entrar en un

terreno especulativo...”. Pondera que de esta cooperación técnica surge que en la vivienda

de Eduardo José Esper y de Rosa Antonia Robles de Montañés –frente a la casa de Maders

por Larrauri, el primero a la altura del 3696 y la segunda del 3688– existía a la fecha del

hecho, un arbusto ubicado a la par de la tapia, que dividía los espacios verdes entre ambos

domicilios, cuyas dimensiones son confirmadas por la señora rosa Robles de Montañés y la

altura del vegetal llegaba hasta la del techo y su follaje rebasaba la tapia señalada que tiene

una altura de 1,30 m, inclusive superaba el límite invadiendo una parte no significativa

hacia la entrada de la cochera de Montañés. También examina que el testigo Carlos Alberto

Jalil que se domicilia sobre Larrauri 3661, sobre la misma vereda que la casa de Maders,

tenía en la vereda ladrillos y materiales de construcción porque tenía obras en su casa.

Razona, en base a ambos extremos, que “había lugares donde ocultarse, que los lugares

elegidos fueron tan eficaces que ninguno de los actores fueron vistos por vecinos que

momentos antes pasaron por el lugar, ni siquiera por la propia víctima... Síntora y quienes

78
lo acompañaban se habían asegurado de no ser vistos antes, ni durante y garantizada la

huida, todo estaba muy calculado, la víctima a esta altura, ya no tenía forma de escapar de

sus agresores” (fs. 9093 vta./9094).

Recapitula la Cámara: “Maders llega a su casa pasada la medianoche, abre el

portón del garage, ingresa su Renoleta, cierra el portón y se dirige caminando por la

vereda de calle Larrauri hacia la puerta de ingreso que está en la esquina, en intersección

con Taboada. Nada observó, nada sintió pero cuando ya estaba parado frente a la puerta

de entrada, dentro del ángulo recto formado entre la pared de su costado izquierdo, de

aproximadamente un metro y medio de largo, con el ángulo de la puerta, lo que no le daba

ningún tipo de salida o escape, más que por el lado de su derecha, pero es cuando Síntora

aparece por detrás sorprendiéndolo, lo que hizo que Maders al sentirlo, girara un poco su

cuerpo que iba en dirección a la puerta, de izquierda a derecha y en ese momento, el antes

nombrado, a una distancia como lo determina la pericia balística de Gendarmería

Nacional no mayor a los tres metros, efectúa los dos disparos seguidos, con la pistola

Cal.9 mm n º 302.247 (que a esa distancia de tres metros y con ese tipo de arma de fuego

que portaba, las municiones son lanzadas a una velocidad de metros por segundo de

331,53 –Peritación nº 27.954-), impactando los proyectiles en la humanidad de Maders, el

primero en sentido horizontal en su zona abdominal derecha, sale por la izquierda,

atraviesa su codo y va a impactar contra la puerta de entrada al domicilio, al igual que el

segundo de los disparos que ingresa en la zona escapular derecha, sale por la axila

izquierda y va a dar también contra la puerta. Visto en el lugar, sorprendido por detrás

porque los impactos ingresan por el costado derecho de atrás hacia delante, sin darle

ningun tipo de posibilidad de defensa o de protección, quedando de espaldas a la pared de

la izquierda (visto el frente de la casa) y de costado a la puerta, ‘fue una ejecución’, dijo el

79
policía retirado José Arturo Acevedo interviniente en el hecho, lo que así pareciera por la

forma en que es sorprendida la víctima, sin correr su agresor ningún tipo de riesgo ya que

el occiso no poseía arma alguna ni elemento de defensa y ni siquiera tuvo tiempo de hacer

un gesto de protección, por lo que puede deducirse de los testigos que encontraron su

cuerpo y en la forma que quedó tirado en el piso” (fs. 9095y vta.). Continúa: “Síntora no

corrió ningún tipo de riesgo, solo salió del lugar donde se encontraba oculto que como ya

lo dijera, había varios lugares donde hacerlo incluso por calle Taboada donde según

testigos la luz era deficiente, y portando una pistola de grueso calibre lo que le aseguraba

mas el logro de su acción y el no peligro para el mismo, tanto, que ni siquiera tuvo

necesidad de corroborar el resultado porque los disparos que hizo, sabía perfectamente por

su profesión, que habían sido mortales porque Maders cayó y ya no se movió mas” (fs.

9095 vta.).

III. El eje alrededor del cual gira la argumentación de los quejosos finca en la

existencia acreditada de un proyectil calibre 22”, que permite afirmar que Síntora no fue el

único que disparó aquella noche, y por ende –si hay margen para suponer que tal disparo

pudo haber sido efectuado por algún vecino, en defensa de la víctima, debería descartarse el

homicidio alevoso. La pretensión no puede prosperar.

1. En primer término, porque los defensores apoyan su agravio en una contradicción

en que habría incurrido el Tribunal de mérito al analizar la Cooperación Técnica n° 18.648

ya que primero le confiere valor convictivo –al determinar cuál de las autopsias realizadas

era creíble– pero luego se lo niega al descartar que el disparo pueda haber partido de una

casa vecina, auxiliando a Maders.

La contradicción, empero, no existe, toda vez que lejos de desmerecer dicho informe

a la hora de explicar el hallazgo del proyectil calibre 22”, simplemente ofrece una diferente

80
alternativa a la expuesta por los recurrentes: mientras éstos postulan que pudo haber

provenido del accionar defensivo de un vecino, el Tribunal estima que también puede haber

sido disparado por los cómplices de Síntora, para asegurar el resultado del obrar de éste.

2. En segundo lugar, los quejosos restringen su análisis únicamente a dicha

Cooperación Técnica, cuando según se observa en la reseña consignada en el apartado II

que antecede, la conclusión relativa a que Oscar Hugo Síntora dio muerte a Regino Maders

en forma alevosa se ha basado no sólo en dicho elemento de juicio sino además en diversos

testimonios y otras pruebas que han sido aquí completamente soslayadas por los recurrentes.

En efecto, ha derivado dicha conclusión del adiestramiento que tenía el imputado

para planificar y llevar a cabo un hecho como el de marras (ex policía en la época del

proceso militar, integrante de la Div. Inteligencia y del D2, luego dedicado a tareas de

seguridad), la escena elegida para ejecutar el encargo (en horas de la noche, con bajas

temperaturas, frente al domicilio donde luego de guardar su vehículo debía transitar un

pequeño trecho hasta la puerta de ingreso, en un momento en que la atención policial estaba

centrada en otro lugar de la Ciudad), el tiempo que tuvo Síntora para observar, recabar

información y en base a ello diseñar un plan para abordar a su víctima sobre seguro, lo

rápido del hecho (seguidilla de disparos y vehículos en rápida aceleración), etc..

Ninguna de estas premisas ha sido incluida por los recurrentes en su análisis, y por

ende el decisorio queda incólume y suficientemente asentado sobre ellas.

Vale agregar que, en lo súbito del ataque no parece viable que hubiera tiempo para

que el disparo del calibre 22” pudiera haber sido producto de la reacción de un vecino. Los

testigos han sido contestes en ilustrar acerca de la rápida sucesión de los hechos, secuencia

en la que no restaría el tiempo necesario para que –al oir los primeros disparos– alguien en

las inmediaciones se anoticiara del ataque, tomara un arma y repeliera la agresión. El modo

81
en que han ocurrido los hechos torna más plausible el razonamiento del sentenciante, en

cuanto a que el disparo en cuestión haya provenido de quienes acompañaran a Síntora,

posicionados más alejados del lugar.

3. Por último, debo decir que aún aceptándose la conjetura de que el disparo calibre

22” hubiese provenido del auxilio de alguien que reaccionara ante los disparos dirigidos

contra Maders, la agravante por alevosía igualmente se mantiene.

Es que esta Sala –en otra integración– ha sostenido que “el obrar sobre seguro que

fundamenta el tipo agravado de la alevosía (art. 80 inc. 2° C.P.), no lo es en relación a una

actuación impune ex post, como parece entenderlo la defensa, sino en relación a la propia

ejecución del hecho, que se preordena de modo tal de evitar ‘la reacción de la víctima o de

un tercero’ y así poder dar muerte a la primera con mayores chances de lograr el resultado

querido (NÚÑEZ, Ricardo C., Derecho Penal Argentino, Bibliográfica Omeba, Bs.As., 1965,

T.III, p. 37; CREUS, Carlos, Derecho Penal –Parte Especial–, Astrea, Bs.As., 1996, T.1, p.

28). Se busca ‘una víctima desprevenida’ (SOLER, Sebastián, Derecho Penal Argentino,

T.E.A., Bs.As., 1960, T. III, p. 27), ‘que se encuentre en situación de indefensión que le

impida oponer resistencia que se transforme en un riesgo para el agente’ (CREUS, ob. y lug.

cit.), ‘una marcada ventaja en favor del que mata, como consecuencia de la oportunidad

elegida’ (FONTÁN BALESTRA, Carlos, Tratado de Derecho Penal, Abeledo–Perrot, Bs.As.,

1968, T. IV, p. 91). En síntesis, no cuenta ‘la reacción posterior al ataque que pueden

asumir los terceros, sino el riesgo que procede del rechazo del ataque mismo’ (CREUS, ob.

y lug. cit., con negrita agregada)” (T.S.J., Sala Penal, Sent. n° 165, 30/07/07, “Salvay”).

En el caso, la situación es clara: el imputado ha abordado a un hombre solo que a la

medianoche intentaba ingresar a su domicilio, habiendo previamente elegido el mejor

momento y lugar para hacerlo, parapetado en un lugar donde aquél no puede advertir a su

82
agresor, y haciéndolo objeto de un ataque súbito, con un arma de grueso calibre, desde atrás

y a una distancia no mayor a tres metros. En este cúmulo de circunstancias, todas ellas

favorables al imputado, algunas de ellas creadas por él y otras deliberadamente

aprovechadas en su plan delictivo, indudablemente han colocado a Síntora en una posición

segura para llevar a cabo su designio homicida en muy breves instantes.

En semejante cuadro de situación, cualquier reacción defensiva por parte de terceros

habría sido tardía, esto es, cuando el ataque ya se había producido e incluso cesado, lo cual

da cabal muestra de que en el caso bajo análisis se encuentran holgadamente satisfechos los

presupuestos fácticos de la agravante del homicidio contenida en al artículo 80 inc. 2° del

Código Penal.

Voto, pues, negativamente.

La señora Vocal doctora Aída Tarditti, dijo:

La Sra. Vocal preopinante da, a mi juicio, las razones necesarias que deciden

correctamente la presente cuestión. Por ello adhiero a su voto, expidiéndome en igual

sentido.

La señora Vocal doctora María de las Mercedes Blanc G. de Arabel, dijo :

Estimo correcta la solución que da la señora Vocal María Esther Cafure de Battistelli,

por lo que adhiero a la misma en un todo, votando, en consecuencia, de igual forma.

A LA CUARTA CUESTION:

La señora Vocal doctora María Esther Cafure de Battistelli, dijo:

I. Del mismo modo, los defensores se agravian por la calificación del hecho atribuido

a su defendido como homicidio agravado por precio o promesa remuneratoria (art. 80

inc. 3°, C.P.).

83
Efectuan una síntesis de los requerimientos típicos de esta otra forma calificada (fs.

9179/9180 vta.), para luego criticar la sentencia en cuanto carece de razones en lo relativo a

uno de los elementos que fundan el ilícito bajo examen, cual es que el pacto necesario

hubiera sido a los fines de matar, concretamente, a Regino Maders (fs. 9179 vta.).

Apuntan que la sentencia ha sostenido como ciertos diferentes hechos a los fines de

motivar el derecho que se aplica. Así, en procura de dicha finalidad venal ha establecido, sin

lugar a otra interpretación, que la víctima objeto del pacto homicida era el Ingeniero

Maders. Si bien de sus razonamientos se desprende que el grupo al que se encomendó la

tarea tenía perfecto conocimiento de quién se trataba esa persona que iba a ser la destinataria

de la agresión, no surgen de esos mismos razonamientos los motivos por los cuales el

sentenciante realiza esa afirmación. Concretamente sostienen que no puede derivarse del

resto de las constancias que forman la unidad resolutoria, la afirmación de que el pacto

había sido para matar a Regino Maders (fs. 9179 vta./9180).

En cuanto al contenido concreto de la resolución en las partes pertinentes, lucen las

transcripciones de los testimonios que efectuó la a quo, y que, concretamente, dan cuenta de

las reuniones previas donde según el Tribunal se pactó el precio y la muerte de Regino

Maders. Transcriben los testimonios de Rocha y Moreno, de los que surge que en aquellos

encuentros se hacía una oferta a determinadas personas “para matar a un político” o “para

matar un político o un gremialista” (fs. 9180/9181).

De la lectura de tales deposiciones, destacan, no se infiere ni se desprende el

conocimiento del nombre del político que se pretendía ultimar (fs. 9181).

Puntualizan que aquí aparece la misma situación que la invocada en torno al indicio

relativo a que Síntora había participado de las reuniones en donde se ofreció la muerte de

Maders: de las premisas arriba expresadas y que se infieren de los testimonios de Rocha y

84
Moreno, no surge esa conclusión toda vez que no pueden derivarse de las mismas (premisas

de descargo), una conclusión de cargo (fs. 9181 y vta.).

Por ello es que se debe derivar aquélla conclusión de otras expresiones. Se remiten, a

tal efecto, a las manifestaciones que en este sentido realiza el testigo Luis Eduardo Tula.

Según las referencias volcadas en la sentencia, el imputado habría referido que durante las

reuniones se determinó expresamente que el destinatario de la muerte era Regino Manuel

Maders, quien, a la postre, resultó víctima del hecho objeto de este proceso. Sin embargo,

antigua doctrina procesalista, tanto judicial como particular ha determinado la imposibilidad

de valorar, en contra del imputado, cualquier manifestación que el mismo hubiera prestado y

que resultare incriminante de algún modo para sí en el ámbito de una causa judicial, sin la

presencia de su abogado defensor (fs. 9181 vta.).

Argumentan que la declaración que hubiera sido prestada por Síntora, y de la cual se

habría extraído el contenido de las expresiones de Tula, fueron con el imputado en carácter

de testigo; esto es, con el peso del juramento y la obligación de decir verdad que incumbe a

toda persona que ocupa esa posición procesal. Sin dudas, esa obligación implicó, a todas

luces, por parte de Síntora, manifestaciones auto-incriminatorias en el sentido de que quien

debía ser muerto era Regino Manuel Maders (fs. 9181 vta.).

No obstante lo expresado, también contamos con la declaración de Juan Carlos

Nievas quien también refiere que de una de las reuniones (específicamente la cuarta), surgió

el nombre de Maders como la víctima del hecho (fs. 9182).

Afirman que no puede extraerse la conclusión arribada de las referencias que la

sentencia realiza en relación a los testimonios de Rocha y Moreno. Sin embargo sí se

permitiría hacerlo de las referencias en relación a Tula (para el caso que se considere legal

su inclusión) y Nievas. Sin embargo, una formulación en estos términos importa haber

85
omitido de la valoración las premisas contenidas en las referencias sentenciales relacionadas

a los testigos Rocha y Moreno, quienes, según la propia sentencia, estuvieron presentes en

esas reuniones. Similar al anterior, el esquema sería el siguiente (fs. 9182):

El esquema correcto:

Premisa A: Rocha no refiere la identidad de la víctima.

Premisa B: Moreno no refiere la identidad de la victima.

Conclusión: no puede determinarse la identidad de la víctima.

El esquema utilizado por el sentenciante:

Premisa A: Rocha no refiere la identidad de la víctima.

Premisa B: Moreno no refiere la identidad de la víctima.

Conclusión: de lo anterior se deriva que la víctima era Regino Maders.

Reiteran que de premisas como éstas –de descargo– no es posible, sin violar el

principio de no contradicción, derivar conclusiones de cargo. Por lo tanto, el Juzgador debió

haber extraído la conclusión de las alusiones que en la sentencia constan en relación a Tula

y Nievas. Sin embargo, concluir en ese sentido implicaba, también en este caso, haber

omitido la participación en el iter del razonamiento de las premisas A y B arriba referidas.

Si estas hubieran sido incorporadas a la ilación, la conclusión hubiera sido relativa a que la

identidad de la persona de la víctima, no surgió de las reuniones (fs. 9182).

Concluyen, por lo dicho, que la sentencia se encuentra privada de razón suficiente o

de legitimidad (según cual se considere que fue el razonamiento utilizado por el Juzgador)

en lo atinente al deber de justificar uno de los elementos esenciales que hacen a la

calificación legal por precio o promesa remunerativa prevista en la figura penal dispuesta en

el art. 80 inc. 3º, cual es, que se haya producido un acuerdo entre el mandante y el matador

86
por el cual se haya expresado de forma clara, precisa e indubitable quien era la persona

objeto del homicidio.

II. Sobre el punto, la Cámara dio por cierto que existía un grupo de personas, que se

conocían bien, que participaban en carácter de custodios en funciones de vigilancia,

especialmente por el tema juegos en la Provincia, que se reunían en forma frecuente, que era

un grupo en su mayoría integrado por ex policías, que tuvieron una actividad importante

formando parte de las estructuras policiales especialmente en las tareas de Inteligencia y de

lo que se conoció como el D2, que entre ellos se pasaban informes para cometer ilícitos. De

estas reuniones salió el ofrecimiento –pago de por medio– para matar a una persona. El

grupo tenía perfecto conocimiento de que lo que se ofrecía pagar como recompensa, era por

matar a una persona perfectamente sindicada y era Regino Maders (fs. 9078 vta./9079 vta.).

Luego se introduce en una extensa reseña de testimonios que, básicamente, versan

acerca del ofrecimiento para dar muerte “a un político o un gremialista”, como asimismo de

la vinculación de Síntora con el grupo de personas que recibieron este ofrecimiento, y a la

vez con sectores políticos de la Legislatura –especialmente, con Luis Medina Allende– (fs.

9080/9088).

III. Previo ingresar al análisis que se solicita, es necesario desentrañar el preciso

alcance del reproche recursivo.

Los impugnantes estiman que no se ha acreditado que el pacto venal haya tenido

como objeto matar, concretamente, a Regino Maders. Entienden que si bien de los

testimonios de Rocha y Moreno surge que se concertaban encuentros en los que se hacía una

oferta a determinadas personas, ésta era “para matar a un político” o “para matar un

político o un gremialista”, de lo que no se desprende el conocimiento del nombre del

político que se pretendía ultimar.

87
1. Objetan en primer término que en tanto estos testimonios son pruebas de

descargo, no puede de ellos derivarse premisas cargosas para el imputado. El razonamiento

defensivo es similar al ya empleado en otro agravio: ni Rocha ni Moreno incluyeron a

Síntora en las reuniones donde se efectuó la oferta; en lo que aquí respecta, tampoco

individualizaron que fuera Maders la persona cuya muerte se planeaba; por ello la catalogan

como prueba de descargo, y ello se erige en una suerte de valla insuperable para cualquier

otra valoración de dichas declaraciones para fundar la responsabilidad del imputado.

El argumento ya ha sido antes descartado (segunda cuestión, punto VI.2), en tanto

trasluce una inconsulta tarifación de la prueba que desconoce la esencia de la prueba

indiciaria: aún cuando ambos testigos nada hayan dicho en relación al preciso extremo bajo

análisis, ello en nada obsta a su interrelación con otros elementos de juicio que permitan ir

eslabonando las distintas premisas hasta llegar al hecho que se pretende probar.

2. Tampoco es correcta la invalidación que los impugnantes proponen de los dichos

de Luis Tula, en cuanto afirmó que al declarar Síntora como testigo ante el Juez de

Instrucción, dijo –fuera del acta– que el ofrecimiento fuera para matar a Maders.

En primer lugar, el solo hecho de que tales manifestaciones hayan sido vertidas fuera

de su declaración testimonial muestra a las claras que no asiste razón a los quejosos en

cuanto a que hayan sido prestadas bajo juramento.

Empero –y es ésto de mayor peso– no es verdad que por el solo hecho de tratarse de

una declaración prestada por el ahora imputado, en aquel momento, como testigo, no pueda

el Tribunal de juicio valorarlas. En este sentido, en forma reiterada hemos sostenido que

cuando la Constitución de la Provincia de Córdoba, en su art. 40, in fine, manifiesta que

“carece de todo valor probatorio la declaración del imputado prestada sin la presencia de

su defensor", supone que se haya iniciado la persecución penal en contra de un

88
individuo y que al momento de su declaración no cuente con la presencia de un defensor

técnico; de tal modo es también por la ley adjetiva local (arts. 258 y ss., C.P.P.; T.S.J., Sala

Penal, S. n° 162, 21/12/98, "Esteban"; S. n° 46, 26/05/05, “Jarma”).

Distinta es la situación de quien al momento de prestar declaración testimonial no

aparece en absoluto sindicado como partícipe del hecho, puesto que aún entonces no reviste

calidad de imputado, y por ello no se activa todavía la garantía invocada. En el caso bajo

análisis, al momento en que Síntora expresara lo referido luego por Tula, lejos de estar

señalado por la investigación, era uno de los que la llevaban a cabo.

Así entonces, no existía óbice para la valoración de sus dichos, y el argumento cae

por soslayar tal extremo.

3. De otro costado, cabe aclarar que para resistir eficazmente la calificante del

homicidio por precio o promesa remuneratoria (art. 80 inc. 3°, C.P.), era necesario que el

argumento defensivo impugnara la determinación de que el imputado dio muerte a la

víctima a raíz del móvil económico, afirmación que ha quedado incólume y que en modo

alguno se ve afectada por la mera circunstancia de que Síntora hubiese ignorado que la

persona a quien se le encomendó dar muerte, era Regino Maders.

En este sentido, como es regla en los delitos dolosos, el tipo subjetivo de la figura

agravada funciona a modo de espejo del tipo objetivo, y por ende es suficiente el

conocimiento de que la muerte se ejecuta a cambio de una paga actual o futura, sin que

importe que el ejecutor conozca de quién se trata su víctima.

Es que el fundamento de la agravante atiende, como su propio texto lo indica, al

mayor contenido de injusto que encierra la muerte por precio o promesa remuneratoria:

“la ley quiere castigar la determinación delictiva por lucro, la cual presenta siempre más

criminalidad subjetiva que la determinación por el solo mandato... La agravante atiende

89
aquí al espíritu económico como fuente de la delincuencia de sangre... es elemento esencial

de la agravante que el autor haya obrado movido por el incentivo pactado...” (NÚÑEZ,

Ricardo C., Derecho Penal Argentino, Bibliográfica Omeba, Bs.As., 1965, T.III, págs.

49/50); “...la gravedad del hecho... reside en que el ejecutor realiza el hecho sin motivo

personal alguno y por tan bajo impulso como es una recompensa...” (SOLER, Sebastián,

Derecho Penal Argentino, T.E.A., Bs.As., 1970, pág. 35); “el bajo motivo que inspira al

ejecutor y el peligro que socialmente representa el homicidio lucrativo, dan pie a la

intensificación de la punibilidad” (CREUS, Carlos, Derecho Penal –Parte Especial, Astrea,

Bs.As., 1996, T.1, pág. 34); “el fundamento del severo castigo se encuentra en el mayor

reproche que merece quien mata por un puro interés” (DONNA, Edgardo Alberto, Derecho

Penal –Parte Especial, Rubinzal–Culzoni, Bs.As., 1999, T.I, pág. 43).

Y tan intrascendente es el dato preciso de la identidad del sujeto pasivo, que aún

mediando un error in personam, la calificante se mantiene: “el error en la persona de la

víctima por parte del mandatario no excluye la calificación” (NÚÑEZ, ob.cit., T. III, pág.

51); “el hecho queda consumado como homicidio calificado con la muerte de una persona

en virtud del pacto, aunque la víctima, por error del ejecutor, no se a la indicada por el

mandante” (CREUS, ob.cit., T.1, pág. 35).

De la unánime doctrina arriba citada puedo extraer, en consecuencia, que la crítica

recursiva se ha dirigido contra un extremo irrelevante a los fines de enervar la condena, y

por tal motivo carece del interés requerido por el artículo 443 del C.P.P. (T.S.J., Sala Penal,

S. n° 107, 7/12/00, "Bonino"; S. n° 59, 5/8/02, "Matta"; S. n° 32, 20/03/97, “Moreno”, entre

otros).

4. Previo finalizar, y si bien se trata de un aspecto que, como he dicho, no ha sido

controvertido por la defensa, vale agregar que la conclusión de la a quo acerca de que el

90
homicidio cometido por Oscar Hugo Síntora ha sido por encargo, se encuentra sólidamente

apoyada sobre la prueba rendida.

En efecto, habiéndose acreditado que a la fecha del hecho el imputado integraba un

grupo de ex policías vinculados al ámbito político y actividades delictivas, y que algunos

miembros de este círculo se reunieron, en fechas previas al homicidio, para tratar un

ofrecimiento dinerario a cambio de la muerte de Maders, resulta harto razonable que Síntora

fuera también destinatario de la oferta, en especial si se ha probado que al momento de

celebrarse tales entrevistas él se encontraba en el mismo lugar, o llegando allí y, finalmente,

que fue él quien llevó a cabo la muerte. A ello se agrega que si bien no ha podido

establecerse con certeza el móvil del encargo, se ha descartado la hipótesis de un robo y

tampoco surge motivación alguna que en lo personal pudiere haber tenido Síntora para darle

muerte.

Los presupuestos fácticos del homicidio por precio o promesa remuneratoria,

concluyo, se encuentran satisfechos en la sentencia de mérito.

Voto, pues, negativamente.

La señora Vocal doctora Aída Tarditti, dijo:

La Sra. Vocal preopinante da, a mi juicio, las razones necesarias que deciden

correctamente la presente cuestión. Por ello adhiero a su voto, expidiéndome en igual

sentido.

La señora Vocal doctora María de las Mercedes Blanc G. de Arabel, dijo :

Estimo correcta la solución que da la señora Vocal María Esther Cafure de Battistelli,

por lo que adhiero a la misma en un todo, votando, en consecuencia, de igual forma.

A LA QUINTA CUESTION:

La Señora Vocal doctora María Esther Cafure de Battistelli, dijo :

91
I. En forma subsidiaria, y también bajo el motivo formal (art. 468 inc. 2°, C.P.P.), los

recurrentes impugnan la sentencia tachándola de nula, toda vez que el día 15 de febrero de

2005 el vocal Raúl Horacio Sponer adelantó su opinión personal respecto del juicio en curso

y la participación de Síntora en el hecho, violentando de este modo el derecho a un debido

proceso, privando al Tribunal de la imparcialidad requerida para legitimar su decisión.

1. Imparcialidad del Tribunal: la ausencia de este presupuesto procesal externo a la

sentencia, derivado de las previsiones del art. 18 C.N., 39 y 156 C.P.C. y 1 C.P.P., implica

la nulidad de los actos que se produzcan en función de esa violación (fs. 9109).

Explican que en la audiencia de debate el día 15 de febrero del 2005, cuando uno de

los jurados populares, Sr. Raúl Horacio Sponer interrogaba al testigo Miguel Ángel SOSA,

dijo: “preguntado de manera diferente...¿usted escuchó quienes fueron los actores

materiales?. No, ya lo sabemos, hay uno”. Posteriormente el presidente aclaró

dirigiéndose al testigo Sosa: “...a la referencia del miembro del jurado en cuanto que

ya hay un autor material, es un supuesto autor material, eso se va a definir en el final

del juicio”. Esta situación llevó a la defensa a incidentar la recusación de Sponer, por

haber demostrado una absoluta parcialidad de su parte, con base en los arts. 558 inc. 3º

en función de los art. 60 inc. 8º y 12º, y art. 66 y según las formalidades que determina el

art. 68, todos del C.P.P.. Se ofreció como prueba el video casette correspondiente a la

audiencia de fecha 15/02/05, y se formuló expresa reserva de casación y caso federal. La

instancia fue rechazada in límine por manifiestamente improcedente (fs. 9116 vta./9117).

Refieren los quejosos que en virtud de lo establecido en el artículo 369 del código

ritual, los jurados tienen las mismas atribuciones que los Vocales. Ello, conectado con los

artículos 2 inc. 2° y 64 de la Ley Orgánica del Poder Judicial, y 154 y 156 de la Const.

Pcial., impone la absoluta imparcialidad de su actuación. En sintonía, el inc. 3º del art. 558

92
del C.P.P. dispone, en relación a los jurados que deberán inhibirse y podrán ser recusados

por las mismas causales establecidas para los jueces. Tales prescripciones se vieron

reflejadas, además, en el documento instructivo confeccionado por el T.S.J. para jurados

populares dictado por Acuerdo n° 232 serie “A” del 23/07/98 (fs. 9117 y vta.).

Frente a tal cuadro normativo –apuntan los recurrentes– tan temprana conclusión

arribada por el Vocal, expresada de forma intempestiva e inapropiada, es demostrativa de la

ausencia de imparcialidad por parte del jurado Sponer (fs. 9118 y vta.).

Considera la defensa que tales manifestaciones tienen el carácter de expresiones

extrajudiciales puesto que, un miembro de un tribunal judicial colegiado sólo puede

expresar sus manifestaciones respecto del proceso en el que interviene a través de

resoluciones judiciales. Fuera de las formas establecidas legalmente, sus expresiones son

extrajudiciales, independientemente que hubieran sido vertidas en el marco de un proceso

(fs. 9118 vta.)..

La actividad desarrollada por el jurado Sr. Raúl Horacio Sponer, concluyen, se

encuentra comprendida dentro de las previsiones de los artículos 184, 185 inc. 1º, 186 y

190, todos del Código Procesal Penal de la Provincia de Córdoba (fs. 9118 vta.).

Esta parcialidad, agregan, se deja traslucir en la sentencia en una referencia

sumamente importante que constituye uno de los elementos indiciarios que son utilizados

por el tribunal como corroborantes de la participación responsable de Síntora en el hecho,

esto es, la valoración del silencio que guardó Síntora durante el proceso (fs. 9119).

Las referencias hechas por el sentenciante en relación a que constantemente se le

hacían a los miembros del jurado previsiones relativas a que no debían llevarse por su

íntima convicción y que no obstante ello, los jurados les formulaban preguntas como la que

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consta arriba, hacen evidente que no obstante las advertencias de los jueces letrados, el

jurado Sponer carecía de criterios jurídicos (fs. 9119 vta.).

2. Por otra parte, pero de modo directamente relacionado con el anterior, los

impugnantes critican el procedimiento seguido ante la recusación formulada.

Indican que el artículo 68 del C.P.P. establece taxativamente la necesidad de

imprimirle a la cuestión el trámite de incidente donde, previa recepción de la prueba, se

correrá vista a las partes, para que posteriormente pueda resolver el Tribunal en un término

no superior a las 48 horas. El incumplimiento de las formas prescriptas, hace que el

procedimiento efectuado devenga nulo. La regulación inobservada tiende a preservar la

garantía constitucional sustentada en el régimen republicano de gobierno, cual es, asegurar

la publicidad de la audiencia, (la recepción de las pruebas, y el informe de las partes) y con

ella la de las razones que tuvieron los jueces para pronunciarse en la forma que lo hicieron,

permitiendo el control de la sociedad, como medio de resguardo contra la arbitrariedad de

los Tribunales. Los recurrentes atribuyen la falta de realización de la audiencia, a la

intención de evitar que dichas expresiones tuvieran estado público (fs. 9120 y vta.).

En lo atinente a la relevancia que esa formalidad reviste en función de los intereses

del imputado Síntora, y el perjuicio concreto que la misma ocasiona, afirman que ella se ha

traducido en un doble perjuicio: a) en primer término la no realización de la audiencia

implica necesariamente que la resolución del tribunal fue formulada sin haber apreciado la

prueba ofrecida por esta parte, lo que implica una grave violación al derecho de defensa en

juicio (fs. 9120 vta.); b) en segundo lugar, se cercenó el derecho de la defensa a informar las

razones por las que se realizaba el planteo y dar los motivos que sustentaban la

imposibilidad de que el jurado Sponer continuara ejerciendo la función jurisdiccional en

este caso, durante el trámite incidental que quedara trunco (fs. 9121).

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Concluyen que esta inobservancia procesal al resolver la recusación de Raúl Horacio

Sponer sin cumplir la normativa procesal específica, deviene su decisorio en nulo, por haber

violentado abiertamente el derecho de defensa, el debido proceso judicial y el respeto del

régimen republicano (fs. 9121).

II. Vuelve a tornarse necesario aquí recordar que en razón del principio del interés,

la nulidad que se denuncia ha de ser trascendente, esto es, debe haber sido dirimente en el

resultado que agravia al recurrente, y la invalidación que se pretende debe tener un efecto

corrector del perjuicio que se ha causado. Ello no ocurre si, aún en el caso de haberse

efectivamente configurado el yerro nulificante, su subsanación de ningún modo impacta en

la solución impugnada (supra, segunda cuestión, VII.2.c).

Elocuente ejemplo de la denuncia de una nulidad intrascendente es el del caso bajo

examen. Aceptando en forma provisoria que uno de los jurados pudiere haber evidenciado

una actitud parcial en el juzgamiento de Oscar Hugo Síntora, lo cierto es que el voto del Sr.

Héctor Horacio Sponer ha integrado un veredicto por unanimidad en el que el restante

jurado –Sr. Elio Enrique Luna– y los Sres. Vocales Dres. Lorenzo Víctor Rodríguez, Jorge

Luis Fantín y Alberto Crucella –cuya imparcialidad no ha sido objetada por la defensa– se

expidieron coincidentemente por la condena del imputado.

En consecuencia, aún suprimiendo hipotéticamente la actuación del jurado Sponer, la

condena que agravia a Síntora igualmente se habría producido, inmutabilidad de la decisión

que es patente muestra de la falta de interés en el presente agravio.

Se suma a lo expuesto, que al efectuar el control lógico tanto de la valoración

probatoria acerca de la autoría del imputado (segunda cuestión) como de la calificación

legal dispuesta (tercera y cuarta cuestiones), hemos afirmado que ambas conclusiones han

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sido emitidas por el Tribunal de mérito con arreglo a derecho, con lo cual termina de

disiparse toda posibilidad de crítica en relación a la intervención del jurado Sponer.

Voto, pues, negativamente.

La señora Vocal doctora Aída Tarditti, dijo:

La Sra. Vocal preopinante da, a mi juicio, las razones necesarias que deciden

correctamente la presente cuestión. Por ello adhiero a su voto, expidiéndome en igual

sentido.

La señora Vocal doctora María de las Mercedes Blanc G. de Arabel, dijo :

Estimo correcta la solución que da la señora Vocal María Esther Cafure de Battistelli,

por lo que adhiero a la misma en un todo, votando, en consecuencia, de igual forma.

A LA SEXTA CUESTION:

La Señora Vocal doctora María Esther Cafure de Battistelli, dijo :

Atento al resultado de la votación que precede, corresponde rechazar el recurso

deducido por la defensa, con costas (arts. 550 y 551, C.P.P.).

Así voto.

La señora Vocal doctora Aída Tarditti, dijo:

La Sra. Vocal preopinante da, a mi juicio, las razones necesarias que deciden

correctamente la presente cuestión. Por ello adhiero a su voto, expidiéndome en igual

sentido.

La señora Vocal doctora María de las Mercedes Blanc G. de Arabel, dijo :

Estimo correcta la solución que da la señora Vocal María Esther Cafure de Battistelli,

por lo que adhiero a la misma en un todo, votando, en consecuencia, de igual forma.

En este estado, el Tribunal Superior de Justicia, por intermedio de la Sala Penal;

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RESUELVE: Rechazar el recurso de casación interpuesto por los Dres. Manuel Andrés

Calderón y Eduardo Alberto Tarasconi, en su carácter de defensores del imputado Oscar

Hugo Síntora, con costas (C.P.P., arts. 550/551).

Con lo que terminó el acto que, previa lectura y ratificación que se dio por la

señora Presidente en la Sala de Audiencias, firman ésta y las señoras Vocales, todo por ante

mí, el Secretario, de lo que doy fe.

Dra. María Esther CAFURE DE BATTISTELLI


Presidenta de la Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia

Dra. Aída TARDITTI Dra. M. de las Mercedes BLANC G. DE ARABEL


Vocal del Tribunal Superior de Justicia Vocal del Tribunal Superior de Justicia

Dr. Luis María SOSA LANZA CASTELLI


Secretario del Tribunal Superior de Justicia

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