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UNIVERSIDAD ARGENTINA JOHN F. KENNEDY

ESCUELA DE PSICOLOGÍA

Directora: Dra Alicia Risueño

Trabajo Final Integrador

ANOREXIA: “Un llamado de Amor”.

Autora: Karina A. Fragale

Tutora: Lic. Marcela Bianchi

Diciembre de 2010
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ÍNDICE.

Introducción 4

Capítulo 1. Antecedentes de la anorexia nerviosa

1.1 Etimología del término anorexia 8

1.2 Santas …y Anoréxicas 9

1.2.1 Ayuno Religioso 12

1.3 Las poseídas de Morzine: el pueblo que no quería comer 15

1.4 La anorexia a la luz de la ciencia 18

Capítulo 2. Aspectos clínicos de la anorexia nerviosa

2.1 Definición de la anorexia nerviosa 25

2.2 Formas de inicio, evolución y detección de la enfermedad 26

2.3 Signos clínicos 29

2.3.3 Causas de mortalidad y criterios de internación 31

2.3.2 Sintomatología psíquica 32

2.4 Diagnóstico 34

2.4.1 Clasificación 35

2.42 Diagnóstico diferencial 36

2.4.3 Diagnóstico psicodinámico 37

2.5 Población de riesgo 39

2.5.1 Factores predisponentes, desencadenantes y de mantenimiento 40


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Capítulo 3. Una demanda de amor

3.1 La pulsión oral: qué significa comer para el ser humano 42

3.2 Concepto de objeto en psicoanálisis 44

3.2.1 El objeto oral: como objeto de deseo 45

3.2.2 El objeto oral: como objeto de la pulsión 49

3.3 Estrago materno 53

3.4 Demanda y deseo 56

3.4.1 El malentendido madre-bebé como causa de la anorexia 58

Capítulo 4. Imagen corporal e imagen del cuerpo en la anorexia

4.1 Organismo y cuerpo pulsional 62

4.2 Imagen corporal 64

4.2.1 Imagen corporal en la anorexia 68

4.3 La imagen del cuerpo en la clínica de la mujer 71

Capítulo 5. Anorexia: un tratamiento particular de lo femenino en un mundo

capitalista

5.1 El cuerpo como nombre 74

5.1.1 Mujer privada 78

5.2 Anorexia y discurso capitalista 80

Conclusión 85

Referencias 97
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INTRODUCCIÓN.

El amor demanda amor. No cesa de demandarlo.

Lo demanda… aun. “Aun” es el nombre propio de la

falta de donde en el Otro parte la demanda de amor.

Lacan, 1972 (p.12).

En el presente trabajo final integrador abordaremos la anorexia nerviosa,

enfermedad que se caracteriza por ser un grave trastorno de la conducta alimentaria,

en que la persona presenta un peso inferior al esperable debido a las graves

anormalidades en el comportamiento de la ingesta. Se manifiesta mediante el rechazo

del alimento y una fuerte referencia a la imagen corporal, en la que el cuerpo se

presenta como testigo real de una compleja problemática subjetiva (Martín, 2000;

Tubert, 2007).

En la actualidad, la anorexia nerviosa ha generado gran preocupación dentro

del ámbito de la salud pública, no sólo por ser una de las patologías de mayor índice

de mortandad dentro de las enfermedades psiquiátricas, sino también por el aumento

vertiginoso de casos registrados en los últimos veinte años, especialmente en los

países de consumo del mundo occidental. Los estudios epidemiológicos señalan que

el 90% de ellos afecta a las mujeres: adolescentes y adultas; aunque también ha

aumentado su incidencia en los varones, y se ha observado un corrimiento del inicio

hacia edades más tempranas. Su desencadenamiento suele situarse en torno al

despertar de la vida sexual, la menarquia, la aparición de los caracteres sexuales


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secundarios, a los primeros encuentros con el Otro sexo (Martín, 2000; Sobral, 2008;

Tubert, 2007).

El Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM IV)

1995, la engloba dentro de la categoría trastornos de la conducta alimentaria,

conjuntamente con la bulimia nerviosa y los trastornos alimentarios no

especificados. La define como un trastorno en el que la persona se niega a mantener

un peso mínimo dentro de lo esperable, tiene un temor intenso a engordar o a ganar

peso y una significativa mala interpretación de su cuerpo y de su forma. La clasifica

en anorexia nerviosa de tipo restrictivo o purgativo; y considera a estos trastornos

como una entidad nosológica per se (APA, 1995; Martín, 2000).

En el marco de este trabajo, la hipótesis de la cual partimos sostiene que el

desencadenamiento del síntoma anoréxico se vincula con fallas ocurridas en el

período infantil, producto de un fracaso en la operatividad de la demanda de amor y

de reconocimiento del Otro significativo (Cosenza, 2009). Es a partir de aquí que

plantearemos la anorexia como una patología de la demanda, como una enfermedad

del amor.

El objetivo de nuestra exposición será tratar de comprender y ubicar de qué

rechazo se trata en la anorexia, dado que se verifica que el rechazo no es sólo a la

comida sino que incluye al lazo social y al cuerpo como campo de deseo (Cosenza,

2009).

Consideramos que para dar respuesta sobre la anorexia nerviosa, debemos

abordar esta compleja problemática con una mirada que contemple lo bio-psico-

social como aspectos constitutivos del ser humano, es decir; abarcar todas las

dimensiones que constituyen al sujeto anoréxico.


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En un principio nos ocuparemos de analizar la etimología del término

anorexia, para luego ubicar este síntoma en relación a la historia. Partiremos del

período medieval, momento en que en grupo de mujeres místicas mediante la

práctica cristiana del ayuno decidieron sacrificar su vida por amor a Dios. A partir de

allí intentaremos articular y analizar las similitudes y diferencias que se presentan

con el síntoma anoréxico en el actual momento histórico.

Haremos referencia a las diferentes descripciones médicas de la enfermedad,

lo que no sólo nos permitirá ubicar la anorexia como una entidad clínica

diferenciada; sino que además podremos observar cómo a lo largo de la historia se le

han atribuido diferentes causas, es decir, su etiología multicausal, que dio lugar a

diversos abordajes explicativos y terapéuticos.

A continuación definiremos la anorexia nerviosa para luego centrarnos en los

aspectos clínicos de la enfermedad. Es a partir de estos signos y evidencias clínicas

que podremos comenzar a observar, cómo el discurso anoréxico se centra en el

control del hambre, de la comida, de las calorías, del peso, del Otro; de modo tal que

el rechazo del alimento y la dieta restrictiva, generan graves alteraciones orgánicas,

que en muchas ocasiones ponen en peligro la vida del paciente.

Dado que en la anorexia el rechazo del alimento adquiere un lugar central,

analizaremos la relación del sujeto con el objeto alimentario, haciendo especial

hincapié en la importancia que el alimento adquiere en la constitución subjetiva

Tomando las conceptualizaciones de Roland Chemama y Diana Rabinovich,

definiremos el concepto de objeto en la teoría psicoanalítica, para a partir de allí

introducir el concepto de objeto oral como objeto de deseo y como objeto de la

pulsión. Estos conceptos nos permitirán analizar la relación madre-niño en tiempos


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tempranos de la constitución psíquica, estableciendo las diferencias entre necesidad,

demanda y deseo, trípode conceptual que nos permitirá responder el enigma de lo

que quiere el sujeto anoréxico. Desde allí podremos comprender no sólo la posición

del sujeto anoréxico en relación al deseo y la pulsión, sino también su actitud de

rechazo hacia el objeto alimentario; o bien, como señala Lacan, precisar la nada que

la anoréxica come.

Prosiguiendo, desarrollaremos cómo se constituye la imagen corporal, para

luego centrarnos en por qué para el sujeto anoréxico verse o sentirse gordo, aún

teniendo un cuerpo extremadamente delgado, resulta intolerable.

Al hablar de la imagen corporal nos detendremos a analizar la relación de la

mujer con la imagen de su cuerpo. Allí expondremos el concepto de mascarada

fálica, que se refiere al modo en que una mujer se vuelve deseable para un hombre,

pero precisamente partiremos de considerar que en la anorexia la mascarada falla, en

tanto da a ver la nada del cuerpo.

En este punto buscaremos reflexionar si podemos pensar la anorexia como un

intento de sostener el cuerpo en la inhibición o nominación imaginaria, en tanto

desaparecen todos los atributos del cuerpo ligados a la feminidad.

Terminaremos nuestro recorrido analizando la incidencia del discurso

capitalista, de los ideales estéticos en la constitución subjetiva.

Y finalmente presentaremos las conclusiones que pudimos extraer de este

desarrollo investigativo.
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CAPÍTULO 1
“ANTECEDENTES DE LA ANOREXIA NERVIOSA”

“Somos los únicos seres de la

tierra, que podemos cambiar

nuestra biología, por lo que

pensamos y sentimos”.

Deepak Chopra, 1994.

1-1) Etimología del término anorexia.

La palabra anorexia proviene del vocablo griego “anorektous” y se la ha

conocido desde siempre como sinónimo de falta de apetito. Etimológicamente está

conformado por el prefijo privativo “an” que es el grado de negación y “orexis”:

apetito, por lo que se lo traduce como “sin apetito” o “pérdida de apetito”; mientras

que el adjetivo “nerviosa” expresa su origen psicológico (Blas Erkizia, 2005; Martín,

2000).

Si nos atenemos a las raíces del término: sin apetito, la anorexia puede

presentarse como síntoma de diferentes enfermedades médicas: infecciones,

trastornos digestivos, cardiopatías, cáncer, entre otras enfermedades. También puede

presentarse como síntoma psicótico, generalmente ligado a connotaciones paranoides

y delirantes en relación a la comida: “temor a ser envenenado”; o en cuadros con

trastornos depresivos. Es de mencionar que en ninguno de estos casos hay intención

de disminuir la ingesta, lo que existe es una sensación de no tener apetito o de no

poder comer (Zukerfeld, R. y Zukerfeld, R.Z., 1996).

Si entendemos el término anorexia como “pérdida de apetito”, esta definición

es incorrecta para hacer referencia a la anorexia nerviosa, en la que hay apetito contra
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el que se lucha en función de un temor intenso a engordar, lo que está relacionado

con un trastorno de la imagen corporal, siempre se ven gordas aunque así no sea. Hay

una búsqueda constante a alcanzar la delgadez extrema, en la que la pérdida de

apetito se instala tardíamente con la evolución del cuadro y junto a la intolerancia

gástrica para la alimentación (Blas Erkizia, 2005; Zukerfeld, R y Zukerfeld, R.Z.,

1996).

1-2) Santas… y Anoréxicas….

Los primeros antecedentes de la anorexia nerviosa han sido conocidos desde

los orígenes de la civilización occidental, siendo en la religión cristiana, durante la

Edad Media, donde se encuentran numerosas descripciones de mujeres jóvenes que

ayunaban hasta el total rechazo del alimento. Estas conductas eran consideradas

como un signo de elección divina o como un signo de posesión demoníaca, que

podían conducir indistintamente a la canonización o a la hoguera. Se hablaba de una

enfermedad misteriosa que transformaba a la persona y se caracterizaba por una

pérdida de peso a partir de una dieta de hambre autoimpuesta (Guillemont y

Laxenaire, 1994; Rausch Herscovici y Bay, 2000).

Las redacciones y descripciones medievales cuentan que Santa Catalina de

Siena (Catalina Benincasa), hermana melliza e hija de veinticinco hermanos, murió

con apenas 25 kilos de peso después de pasar varios años casi en ayuno total, en su

deseo de entrega a Dios. De niña tuvo su primera visión: Jesús vestido de blanco, le

sonreía, rodeado de varios santos aureolados de rayos luminosos. A partir de esta

edad, Catalina comienza a renunciar a la comida, y en la pubertad se niega

obstinadamente a casarse como sus padres le ordenan. Se impone penitencias de todo


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tipo: ayunos, flagelaciones, etc. Desde los 16 años hasta su muerte, sólo come pan e

hierbas crudas, bebe agua y pierde rápidamente la mitad de su peso (Caparrós y

Sanfeliu, 2004).

En la historia de las santas católicas los casos de ayuno eran comunes. En el s

X, la hija del rey de Portugal Santa Wilgefortis (del Latín virgo fortis, “Virgen

fuerte”), o Liberata como es conocida en Francia, España y Portugal; se negó a

comer hasta morir para evitar su matrimonio con el rey moro de Sicilia, hombre por

el que sentía un profundo desprecio. Esta rebeldía, imperdonable en la Edad Media,

hizo fracasar los planes matrimoniales de su padre quien luego la hizo crucificar

(López Herrero, 1999). Se dice que Santa Wilgefortis ayunó y le rezó a Dios,

rogándole le arrebatara su belleza para así ahuyentar la atención de los hombres. Al

cabo de un tiempo de adoptar un régimen de plegarias, ascetismo y dieta de

inanición, su rostro y su cuerpo comenzaron a cubrirse de vello. Luego esta Santa fue

adoptada en muchos países de Europa como santa patrona por aquellas mujeres que

deseaban verse liberadas de la atención masculina (Rausch Herscovici y Bay, 2000).

También está documentado cómo al otro lado del Atlántico, Sor Juana Inés de

la Cruz y Santa Rosa de Lima, Patrona de Perú, América y Las Filipinas, sometían su

cuerpo al hambre y a la tortura como vehículo para acercarse a Dios (Gamero

Esparza, 2002). Citamos un pasaje de la vida de Santa Rosa que consideramos de

interés:

Desde niña manifestó su inclinación al retiro y a la penitencia,

ayunando continuamente; se alimentaba con yerbas y raíces cocidas

y para evitar las alabanzas que continuamente le prodigaban por su


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belleza, se frotaba el cutis con pimienta hasta corroerlo (…) (Beccar

Varela y Udaondo 1910, citado en Almenara Vargas, p.120)

Tomando como modelo a Catalina de Siena, hizo voto de virginidad, y al

poco tiempo, como una de las mayores bellezas de su persona era su espléndida

cabellera, se la cortó de raíz (Almenara Vargas, 2006).

Estas santas, entre otras, formaban parte de este grupo de mujeres religiosas,

que aisladas del mundo o recluidas en monasterios por imposición o voluntad propia,

entretejieron la insólita historia de la anorexia nerviosa, enfermedad que en la

actualidad ha adquirido un carácter epidémico afectando a mujeres jóvenes y adultas

más que a los hombres (Gamero Esparza, 2002).

A partir de la historia de las “Santas Anoréxicas”, podemos comenzar a

observar una vida regida por privaciones y comportamientos autodestructivos, en la

que el rechazo del alimento no sólo implicaba la negación de la vida terrenal, sino

también la pérdida de cualquier rastro de feminidad.

Ayunos, flagelaciones, una imagen de mujer carente de formas sexuales y

eróticas, además, de una búsqueda a privarse de todo aquello que del ser femenino

pudiera despertar el deseo de un hombre; se presentan de manera constante en estas

vivencias místicas. Si bien, todo ello era realizado en nombre del Ideal Divino de la

época; no podemos dejar de apreciar, que allí, en medio de este entramado de

sufrimiento y padecimiento, estas aspirantes a santas hallaron algún tipo de

satisfacción, que las impulso a sacrificar su vida por la iglesia; en las que el cuerpo se

presentaba como testigo real de una experiencia que unificaba amor y goce.
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1-2-1) Ayuno Religioso.

En el pensamiento cristiano tomó cuerpo la imagen de la mujer como

instrumento del pecado. Eva, perversa y tentadora, y junto a ella, como contrapunto,

la imagen de la Virgen, negando su sexualidad y resaltando su papel de madre. Para

la doctrina cristiana el cuerpo es considerado de naturaleza débil y pecaminosa,

exigiendo control y regulación estricta por parte de la mente (Sáenz, 2003).

La angustia cristiana por la carne y su corrupción conduce a una lucha franca

del espíritu contra el cuerpo. El cuerpo debe ser purificado, y en esta operación de

expurgación, el rechazo del alimento aparece como crucial porque el mismo nutre el

cuerpo carnal (Recalcati, 2004).

En el período medieval, el ayuno se presentaba como forma de “purificación

y sacrificio” a Dios, en donde estar “sin comer” era considerado un signo de

santidad, y el hecho de resistir a la tentación era lo valorado. Mientras los monjes

ayunaban para purificarse frente a las tentaciones del mundo, la mujer lo hacía para

liberarse de su propio cuerpo, considerado por el pensamiento cristiano como el

verdadero origen del pecado. El ayuno religioso constituía un medio para obtener la

gracia, el perdón, la iluminación mística, pero sobre todo la identificación con Dios

(Brusset, 1994; Sáenz, 2003).

Vemos cómo en esta época, la oralidad estaba estrechamente vinculada con lo

religioso y lo sagrado. Por medio de la comida sacrificial (ayuno), el sujeto se

vinculaba con Dios Padre y con el grupo social de pertenencia. La “santa anoréxica”

fue respetada por la sociedad, ya que el ayuno se presentaba como un método que la

mujer utilizaba para limpiar y purificar su alma, permitiéndole acceder a un estado de

mayor espiritualidad. El ayuno constituía una experiencia individual, pero


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compartida en su dimensión simbólica con la comunidad. El carácter milagroso y

santo de sus prácticas era atribuido por el entorno social que, fascinado, contemplaba

el fenómeno junto con la autoridad religiosa, la que en ocasiones le otorgaba el

carácter de santidad (Gamero Esparza, 2002; Isoletta, 2009).

En la actualidad, la anorexia nerviosa no aspira a ninguna santidad, no

obstante, hay en estas pacientes una profunda y férrea voluntad idealizada: prescindir

del cuerpo, ignorar sus necesidades, gozar con su control y sus consecuencias

autodestructivas. El ideal ya no es un dios religioso, pero sin embargo hay una

ofrenda del cuerpo a un dios particular, un dios que también proviene del imaginario

colectivo: el ideal de perfección y de control, el ideal de la renuncia a la sexuación

(Isoletta, 2009).

A partir de la historia de estas santas ayunadoras podemos vislumbrar una

posición particular frente a la pulsión y el deseo; hay en ellas un profundo rechazo no

sólo del objeto alimentario, sino del cuerpo como fuente de placer y atracción

libidinal. Como en las Santas anoréxicas, en la anorexia nerviosa actual, el cuerpo se

presenta asexuado, indiferente a la diferenciación sexual (Gamero Esparza, 2002).

Tomamos el ejemplo de Santa Wilgefortis, quien le pidió al Señor que la

liberara de la mirada masculina, y de Santa Rosa de Lima quien se despojó de toda

belleza que podía despertar el deseo de un hombre, para preguntarnos e intentar

responder a lo largo de este trabajo si podemos pensar la anorexia nerviosa como una

defensa frente a la angustia que experimenta el sujeto al verse confrontada con el

deseo del Otro, al deseo del hombre; y si el rechazo del objeto alimentario se

presenta como una maniobra del sujeto para preservar su propio deseo (Ferrero,

2009)
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Siguiendo a Furst y Graham, 1992; Bell, 1985 (citado en Rodríguez Peláez,

2007), el ayuno místico no sólo expresaba un modo de identificación con Dios, sino

un medio para expresar la propia subjetividad. Estas mujeres expresaban mediante

sus escritos o mediante lo que dijeron a sus confesores, una vida mística dedicada a

Cristo, lo que incluía el ayuno y la desnutrición, la auto-mutilación, las

alucinaciones, la auto-negación de cualquier deseo o, de lo que es más, de su propio

yo. Furst (citado en Rodríguez Peláez, 2007) expresa que estas mujeres han utilizado

su cuerpo como instrumento de subversión y transgresión a las rígidas normas

sociales de su época. Bajo la búsqueda acérrima de la espiritualidad, se encontraban

mujeres que rompieron con las estrictas normas y convicciones sociales. En su

ostracismo y marginación, pudieron decidir escapar de los preceptos familiares que

le imponían desde pequeñas, la imposición del matrimonio concertado desde el

nacimiento o la infancia.

La vida espiritual de Catalina de Siena constituyó un freno a las demandas

maternas y familiares. Ella comparte con las jóvenes anoréxicas de hoy una voluntad

inflexible, un rechazo a someterse a los demás y una negación total de su cuerpo y de

su sufrimiento, además del conflicto con su madre, del que dejó numerosas

manifestaciones epistolares sobre su perturbada relación (Gómez Piñero de Nitsche,

2006 Guillemont y Laxenaire, 1994). De este modo, el ayuno no sólo se presentó

como un medio para estar más cerca de Dios, sino también para revelarse a los

mandatos sociales y familiares. Es en la espiritualidad y la religión donde estas

mujeres místicas pudieron reafirmar su voluntad y autonomía, y es ahí donde

Catalina, entre otras ayunadoras, forjó un nombre propio y con él una obra personal

(Rodríguez Peláez, 2007).


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A través de estas experiencias religiosas podemos observar como las “santas

anoréxicas” ponían en riesgo su ser mediante la privación del tener. En la moral

cristiana el valor del ser se impuso como proporcional a la renuncia al tener. La

pobreza será invocada como principio ético fundamental para alcanzar una vida

auténticamente religiosa. Esta es la posición de la santa: ascetismo del tener para ser,

lo que produce una desposesión radical del sujeto ordenando su vida en la privación.

Sólo podían comer hostias benditas, un alimento que no pertenece al registro del

tener. La hostia, como fragmento del cuerpo de cristo, es ausencia del tener, es puro

don del ser (Recalcati, 2004).

A diferencia de la mística que consagra su ser en el culto a la trascendencia,

la anoréxica lo hace en nombre de la imagen y de la estética. Retomaremos este tema

al hablar del discurso capitalista, el que sostiene la ilusión que mediante la

multiplicación del tener se puede alcanzar el ser (Recalcati, 2003); para ingresar en

los siglos XIX y XX, momento en que el discurso religioso pierde hegemonía frente

al discurso médico.

1-3) Las poseídas de Morzine: el pueblo que no quería comer.

En el siglo XIX, siglo del progreso, cuando las poseídas se creían

desaparecidas de la faz de la tierra, las poseídas de Morzine interpretarán un libreto

que evoca el mismo teatro diabólico que había presenciado Europa en siglos

anteriores, cuando alrededor de las poseídas se apretaban filas de exorcistas, de

inquisidores, y de todo tipo de gente absolutamente convencida de la existencia del

demonio (Gamero Esparza, 2002).


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Fendrik, en su libro “Santa Anorexia…” (1997), expresa que: “entre los

siglos XVI y XVIII se cometió un holocausto contra las mujeres, acusadas de brujas,

que en la cultura popular están representadas como viejas esqueléticas” (p.27).

Fendrik establece una continuidad en el “país del nuncacomer” entre santas y brujas,

manifiesta que: “la semejanza entre la auténtica religiosa y la poseída por el

demonio era muy difícil de establecer, en primer lugar, porque ambas acreditaban

poderes sobrenaturales y, sobre todo, compartían un lugar común: vivir casi sin

alimentarse (…)” (p.27).

En esos tiempos, uno o dos siglos antes a la experiencia de Morzine, los

médicos no se involucraban o, si lo hacían, de ningún modo se autorizaban a afirmar

que podría tratarse de enfermedades y no de estados de posesión diabólica.

En Morzine, una región al sur de Francia, acontece una epidemia de posesión

demoníaca, la iglesia se negó a implementar el exorcismo y solicitó la intervención

de los médicos. Éstos resolvieron que eran casos típicos de demoniopatía.

Enfermedad que se presentaba con secreciones de fluido nervioso, provocando

convulsiones y pensamientos confusos, los que eran atribuidos a los efectos nefastos

de una religión mal interpretada por ignorantes, o a mentes sugestionables de mujeres

campesinas. La medicina para estos síntomas propuso el nombre de

“histerodemonopatía epidémica” (Gamero Esparza, 2002).

La historia relata que jovencitas de un colegio de monjas y, a veces, mujeres

y hombres de la aldea, comenzaron a sufrir ataques en los que blasfemaban,

insultaban a Dios y se arrastraban por el piso, queriendo demostrar que estaban

poseídos por el demonio. No se alimentaban y vomitaban cuando se los obligaba a

comer. Las jóvenes, exigían ser exorcizadas por el sacerdote, éste se negaba y
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solicitaba la intervención de los médicos. La epidemia tardó mucho tiempo en ser

dominada, alrededor de veinte años, dado que los rebrotes eran constantes; y alcanzó

tales proporciones que casi la mitad de la población femenina fue afectada.

Finalmente terminó por desaparecer, los médicos triunfaron y las enfermas se

sometieron a la ciencia, pasando a ser simples histéricas. Las que continuaron

resistiéndose fueron denominadas erotómanas y su destino fue el hospital

psiquiátrico (Gómez Piñero de Nitsche, 2006).

En Morzine, fueron muchos los médicos que intentaron probar hasta qué

punto las ideas de posesión eran consecuencia del fanatismo y de la ignorancia.

Surgieron diferentes posturas, en las que algunos emprendieron una batalla contra la

religión y las supersticiones. Otros intentaron demostrar la tesis de la histeria

constitucional. También estaban los que adoptaron una visión más “sociológica”,

señalando, que debido a la fuerte migración masculina que había padecido la aldea,

las mujeres debían arreglárselas solas para realizar las tareas pesadas, y que ya no

tenían las mismas perspectivas que sus madres y abuelas. El objetivo, era buscar las

causas de la enfermedad, y demostrar que todo tiene una explicación racional: el

clima, tipo de alimentación, virus o bacterias, etc., (Gamero Esparza, 2002).

Diez años más tarde, Charcot, nombrado titular de la cátedra de Clínica de las

Enfermedades Nerviosas en la Salpêtrière, en 1982, comenzará a transmitir sus

investigaciones sobre la histeria. Un discípulo de Charcot, Bouchet, hará su tesis de

psiquiatría en 1899, y se referirá a los sucesos de Morzine, clasificándolos dentro de

un cuadro nosológico que, para ese entonces, ya había sido reconocido y definido por

Charcot como “gran histeria” (Gamero Esparza, 2002).


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En este trabajo, hemos decidido incluir la experiencia de Morzine, por dos

razones. Por un lado, porque aunque constituye un ejemplo paradigmático y diferente

del de las santas anoréxicas, nos permite ver que el síntoma del que venimos

hablando no es propio de nuestro tiempo, y que el rechazo del alimento ha adquirido

diferentes connotaciones dependiendo del discurso social y de los instrumentos de

conocimiento de cada época. Cada momento histórico da cuenta de sus síntomas en

función de sus ideales, así durante la edad media fueron llamadas santas, hoy

podríamos pensar, que Catalina, ante los estragos a los que sometía a su cuerpo, bajo

el discurso médico podría ser diagnosticada de enferma mental; durante la edad

moderna fueron llamadas poseídas o histéricas; mientras que en la actualidad, bajo

la importancia que se le asigna al imperativo estético, la anorexia ha adquirido el

rango de síntoma contemporáneo, y como tal, da cuenta del discurso imperante al

que a su vez le plantea ciertas objeciones. Por otro lado, porque una vez más nos

permite ver y a su vez preguntarnos, por qué casi siempre son las mujeres las que

manifiestan sus síntomas mediante el rechazo del alimento, aún a riesgo de poner en

peligro su propia vida. Por el momento, dejaremos este interrogante en suspenso;

para a continuación hacer una breve reseña de las primeras descripciones médicas de

la enfermedad.

1-4) La anorexia a la luz de la ciencia.

Fue en el año 1694, cuando apareció la primera descripción clínica de la

anorexia nerviosa. La misma se le atribuyó al médico inglés Richard Morton. En ese

entonces, fue denominada “consunción nerviosa”, consumición física derivada de

trastornos nerviosos (Raich, 1994).


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Cuadros similares al presentado por Morton, lo describieron el médico inglés

Whyte en 1767, y el médico francés Nadeau en 1789. Sin embargo la anorexia

nerviosa cobró entidad clínica merced a los esfuerzos clasificatorios del s XIX

(Caparrós y Sanfeliu, 2004).

Con el médico francés Ernest Charles Lasègue, en el año 1873, la anorexia

dejó de ser definitivamente asunto divino y demoníaco para entrar a la ciencia

médica desde el ámbito de la psique (Martín, 2000). Lasègue, en un artículo

publicado durante ese año, con el título “L anorexia hystérique”; reconoció que la

histeria es la causante de dicho trastorno, denominando a la enfermedad anorexia

histérica. Para él esta patología es una enfermedad mental: un cuadro clínico preciso,

con una evolución bastante típica y un tratamiento propio. La definió como

“perversión insólita del apetito” (Goldman, 2005). Describió el cuadro haciendo

referencia a la progresiva restricción alimentaria, a fenómenos concomitantes tales

como hiperactividad motriz, amenorrea y constipación. Al aludir a la familia, presta

atención a los dos métodos que los padres agotan siempre: “rogar y amenazar”. Con

perspicacia señala: “el exceso de insistencia llama a un exceso de resistencia”

(Losinno, 2001).

Por esta misma época, 1873, el médico psiquiatra inglés Sir William Gull,

describe cuadros de anorexia en una conferencia celebrada en Oxford, y acuña el

nombre de “anorexia nerviosa”, término que prevalece hasta nuestros días (Raich,

1994).

En esta presentación, Gull destaca la presencia de un estado mental mórbido

caracterizado por: el adelgazamiento extremo, su aparición en la adolescencia, los


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efectos del agotamiento calórico sobre los signos vitales, y su incidencia en el sexo

femenino (Guillemont y Laxenaire, 1994; Rausch Herscovici y Bay, 2000).

Es de mencionar que ya en esta época se insistía en la importancia de la

actitud del entorno, especialmente de los médicos en el tratamiento y de la influencia

negativa de la familia como controladores durante el proceso terapéutico. En este

sentido, cabe destacar a Jean Martín Charcot (1885), como el precursor del

aislamiento familiar con finalidad terapéutica (Guillemont y Laxenaire, 1994;

Losinno, 2001).

El psicoanálisis también hace sus aportes, y en la obra de Freud podemos

encontrar diversas referencias a la anorexia, entre ellas:

- La carta 14 a Fliess del 6-10-1893, en la que Freud se interesa por el valor

etiológico del coitus interruptus, y describe el caso de un hombre de 34 años, que

desde hace tres años presenta anorexia, y durante el último dispepsia, con pérdida de

veinte kilos.

- En el caso Emmy von N, publicado en los “Estudios sobre la histeria”

(1893-95), Freud describe dos formas de abulia: la que es consecuencia de una fobia

y la derivada de asociaciones no desenlazadas y saturadas de afecto. Freud Señala:

La anorexia de nuestra enferma nos ofrece el mejor ejemplo

de una tal abulia. Si come tan poco, es porque no halla gusto ninguno

en la comida, y este último depende (…) de que el acto de comer se

halla enlazado en ella, desde hace mucho tiempo atrás, con recuerdos

repugnantes, cuyo montante de afecto no ha experimentado

disminución alguna (…) (p108).


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- En “Sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos” (1893),

incluye los vómitos persistentes y la anorexia, llevada hasta la repulsa del alimento,

dentro de una larga enumeración de síntomas propios de la histeria traumática.

- En el “Manuscrito G” (1895), al escribir sobre la melancolía plantea una

fórmula un tanto distinta, en la que describe a la anorexia como una psiconeurosis de

defensa o neurosis de alimentación con melancolía. Freud dice:

El afecto correspondiente a la melancolía es el del duelo, o

sea, la añoranza de algo perdido. Por tanto, acaso se trate en la

melancolía de una pérdida, producida dentro de la vida pulsional.

La neurosis alimentaria paralela a la melancolía es la

anorexia. La famosa anorexia nervosa de las niñas jóvenes me parece

(luego de una observación detenida) una melancolía en presencia de

una sexualidad no desarrollada. La enferma indicaba no haber

comido porque no tenía apetito, nada más que eso. Pérdida de

apetito: en lo sexual, pérdida de libido (p 240).

Siguiendo lo planteado por Freud podemos observar como la anorexia puede

presentarse como un síntoma de la neurastenia; en la histeria como derivado del

trauma y como repulsa sexual, en que la repulsa y la repugnancia tienen un origen

claramente histérico, pero cuando Freud esboza la categoría de “neurosis

alimentaria”, la anorexia queda asociada a la melancolía, a la sexualidad

rudimentaria y a la pérdida de libido, y no a la clásica dialéctica deseo-rechazo

(Martín, 2000; Zukerfeld, R. y Zukerfeld, R.Z., 1996).

Resulta interesante observar como desde el inicio de la obra freudiana la

anorexia puede quedar localizada dentro del grupo de las neurosis actuales o de las
22

psiconeurosis. A partir de ello podemos comenzar a vislumbrar las diferencias en el

abordaje terapéutico. La etiología de las neurosis actuales se asienta sobre una

inadecuada satisfacción sexual, y el síntoma no parece responder a la clásica

interpretación analítica como lo hacen los síntomas conversivos, fóbicos u obsesivos.

En este sentido, la anorexia se presenta muy próxima a las neurosis actuales, en la

medida en que no se presenta aliada al discurso del inconsciente ni al dispositivo

analítico, sino más bien refractarias a esto (Eidelberg, Schejtman, Dafunchio,

Ventoso, 2003).

En el año 1914 la nosología de la anorexia se enriqueció con una nueva

aportación: Simmonds, patólogo alemán consideró a la anorexia nerviosa como

“caquexia hipoficiaria” –enflaquecimiento extremo causado por fallas en la hipófisis.

Describió a una paciente, a quien después de hacerle una autopsia, le encontró una

destrucción pituitaria. Señaló que era una enfermedad que afectaba a las mujeres con

una pérdida de peso significativa después del parto (Guillemont y Laxenaire, 1994).

Fue en el año 1938, con el doctor Otto Sheehan, que se estableció claramente

el diagnóstico diferencial entre anorexia y caquexia hipoficiaria, lo cual no impidió

que hasta los años 50 la anorexia sea considerada de etiopatogenia endocrina, dando

lugar a importantes trabajos en torno a exploraciones biológicas y

anatomopatológicas (Guillemont y Laxenaire, 1994).

A partir de 1940 resurgieron las teorías de causalidad psicológica, muy

influenciadas por los conceptos psicoanalíticos que tiñeron el pensamiento

psiquiátrico durante varias décadas. Desde esta óptica la anorexia simbolizaba el

repudio de la sexualidad y la presencia de fantasías de embarazo oral (Rausch

Herscovici y Bay, 2000). Cabe mencionar, entre otros, los trabajos de Kart Abraham
23

(1916) sobre el papel del sadismo oral en la inhibición del apetito; de Otto Fenichel

(1941), que estudia el significado dinámico de la anorexia nerviosa en los conflictos

propios de cada estructura psicopatológica. Ambos inscribieron la anorexia dentro de

las formas de perversión debido a la fijación de la libido a estadios pregenitales del

desarrollo sexual (Caparrós y Sanfeliu, 2004).

Es en 1940 que este trastorno se consideró un síndrome, y en 1980 la

Sociedad Americana de Psiquiatría incluyó a la bulimia en el manual de psiquiatría

como una enfermedad diferente de la anorexia (Losinno, 2001).

En los últimos cuarenta años la anorexia nerviosa adquirió entidad propia y

diferenciada, con ramificaciones tanto biológicas como psicológicas. Los trabajos de

Hilde Bruch en 1973 constituyeron un gran aporte, e hicieron hincapié en la

distorsión de la imagen corporal, en el defecto de interpretación de los estímulos

corporales, tales como los signos de necesidad nutricional (Guillemont y Laxenaire,

1994).

Russell (1970-1977), intenta mostrar la relación entre las teorías biologisistas

del origen de la enfermedad con las psicológicas y sociológicas (Raich, 1994).

Garfinkel y Garner (1982) a partir de sus estudios, han contribuido al

establecimiento del modelo vigente de la anorexia como una enfermedad

diferenciada, de patogénesis compleja, con manifestaciones clínicas que son el

resultado de múltiples factores predisponentes y desencadenantes (Rausch

Herscovici y Bay, 2000).

Fue a partir de los años 60, que los escritos sobre el tema no dejaron de

multiplicarse. El hecho de considerar a la anorexia nerviosa como un síndrome de

características bio-psico-sociales, ha dado lugar a una gran diversidad de abordajes


24

explicativos y terapéuticos del trastorno: psicoanálisis, cognitivo conductual,

biológicos y sistémicos (Guillemont y Laxenaire, 1994).

De lo desarrollado en este capítulo creemos importante señalar, que si bien a

lo largo de la historia se han registrado diferentes momentos en que el ser humano ha

tomado la decisión de dejar de alimentarse. Las “santas anoréxicas” para alcanzar la

pureza del espíritu, hoy para alcanzar una imagen estética que se impone desde lo

social. Si bien podemos apreciar que los motivos son diferentes, no obstante,

comparten el rechazo del alimento: ayuno religioso-dietas, un cuerpo asexual, un

goce por el cuerpo y la privación que no hace mas que revelar una constitución

subjetiva particular, en la que se pone en juego un tipo de placer ligado a la

satisfacción pulsional. Así como hoy podríamos decir, que más allá de la influencia

del discurso social, no todas las mujeres desarrollan una anorexia nerviosa, también

podríamos pensar que en la edad media no todas las mujeres resolvieron su amor por

dios mediante la restricción alimentaria.


25

CAPÍTULO 2
“ASPECTOS CLÍNICOS DE LA ANOREXIA NERVIOSA”

Nuestro cuerpo desnuda nuestra alma

la anuncia y la va gritando por el mundo.

Nuestra carne es un medio transparente donde

da sus refacciones, la intimidad que la habita.

Ortega y Gasset, 1941.

2-1) Definición de la anorexia nerviosa.

Joseph Toro en su libro “El cuerpo como delito…” (1999), define la anorexia

nerviosa como “un trastorno del comportamiento alimentario caracterizado por una

pérdida significativa de peso corporal, habitualmente fruto de la decisión voluntaria

de adelgazar” (p7).

García Rodríguez en “Las adoradoras de la delgadez…” (1993), la

conceptualiza como “la fobia a la obesidad, con un deseo irracional de estar

delgada y unas alteraciones en el control de la ingesta, acompañada de una grave

perturbación secundaria de la mente con importantes alteraciones de la esfera

familiar y social” (p10).

Way en “Anorexia nerviosa” (1996), señala que “es una adicción como

cualquier otra, en la cual ser delgada es la obsesión y perder peso el modo de

satisfacerla; de modo que la base de la anorexia nerviosa radica en un nivel

insuficiente de autoestima (…)” (p 36-37).

Raich, 1994; Rausch Herscovici y Bay, 2000 la definen como un grave

trastorno de la conducta alimentaria, en que la persona presenta un peso inferior al

esperable, debido a las graves anormalidades en el comportamiento de la ingesta,


26

poniendo en riesgo la vida de quien la padece. Se caracteriza por la pérdida de peso

autoinducida por medio de la restricción alimentaria, el uso de laxantes y diuréticos,

provocación del vómito o exceso de ejercitación física.

2-2) Formas de inicio, evolución y detección de la enfermedad.

El inicio de la anorexia nerviosa suele consistir en la aparición y repetición

obsesiva de una serie de ideas relacionadas con el cuerpo y su valoración estética. El

rasgo más característico del paciente es el temor obsesivo a engordar, el que puede

expresarse inicialmente como una preocupación específica por una parte del cuerpo,

como ser: abdomen, muslos, caderas, piernas o la redondez del rostro (Raich, 1994;

Rausch Herscovici y Bay, 2000).

El deseo de adelgazar y el temor obsesivo a engordar son dos ideas que se

alimentan mutuamente, convirtiéndose en la guía de actitud y comportamiento del

paciente. De este modo, la restricción alimentaria para alcanzar su objetivo hacia la

delgadez, puede ser justificada inicialmente haciendo referencia a cierto grado de

gordura o a ciertos trastornos digestivos o gastralgia. Pero en realidad, como

mencionamos en el capítulo anterior, en la anorexia nerviosa la disminución de la

comida no es más que una lucha feroz contra el hambre, la que esta relacionada con

un trastorno de la imagen corporal (Blas Erkizia, 2005; Zukerfeld, R y Zukerfeld,

R.Z., 1996).

La presentación del cuadro suele ser insidiosa, generalmente el paciente se

propone comenzar con un plan de adelgazamiento con dieta, la que muchas veces se

acompaña de un aumento de actividad física, así comienza con la pérdida de peso,

situación que complace al paciente y le genera bienestar ya que está alcanzando su


27

objetivo hacia la delgadez; pasando inadvertido para la familia la señal de que algo

grave se ha iniciado. Tanto la hiperactividad, que suele ser un recurso que utilizan los

paciente para intentar demostrar que no sólo no están debilitados, sino que gozan de

más energías que nunca; como los diversos recursos de engaño que utilizan para que

su familia no controle qué comen y cuánto comen, hace que sean llevados a consulta

tardíamente. Muy difícilmente estos pacientes consultan por si solos, dado que

carecen de conciencia de enfermedad. Lo más habitual es que nieguen sus síntomas y

el riesgo que están asumiendo, ya que no son concientes de su adelgazamiento

mostrando así un profundo trastorno en la percepción de la imagen corporal, siempre

se ven gordos incluso cuando están muy delgados (Rausch Herscovici y Bay, 2000).

La alarma comienza cuando la negativa a comer y la pérdida de peso es muy

significativa; situación que generalmente coincide con la instauración de la verdadera

anorexia, pérdida de apetito, que se presenta cuando se ha alcanzado un estado de

desnutrición severa y ayuno prolongado (Blas Erkizia, 2005; Rausch Herscovici y

Bay, 2000).

Muchos pacientes reconocen tener hambre, pero sienten miedo a perder el

control sobre la ingesta si prueban un bocado más de lo que se habían propuesto.

Para paliar el hambre a veces toman cantidades exageradas de agua, otras veces en

cambio, se sienten muy satisfechos de poder controlar con su autodisciplina no sólo

la ingesta de alimentos sino también de líquidos; esto hace que muchas veces lleguen

a la consulta deshidratados (Rausch Herscovici y Bay, 2000).

La baja ingesta y desnutrición hace a que sean pacientes con constipación

crónica, lo que da lugar a que la saciedad también sea percibida de forma

distorsionada por la sensación de plenitud. Esto los lleva a hacer uso de purgantes,
28

los que en muchas ocasiones son usados con el objetivo de quitarse la culpa por

haber comido (Rausch Herscovici y Bay, 2000).

El comienzo de la anorexia nerviosa por lo general se asocia a un

acontecimiento estresante o traumático, y su curso y desenlace son muy variables y

dependen del caso particular. Algunas personas se recuperan totalmente después de

un único episodio, otras presentan un patrón fluctuante de ganancia de peso seguido

de una recaída y otras sufren un deterioro crónico a lo largo de los años (Caparrós y

Sanfeliu, 2004; Parral y Otros, 1996; Raich, 1994).

La remisión o no del cuadro, depende entre otros factores de las

características de personalidad del paciente, de la detección precoz, de la oportunidad

de tratamiento y del contexto socio-familiar que rodea al paciente (Parral et al, 1996).

La edad temprana de inicio de la enfermedad y el seguimiento del paciente son

factores favorables en cuanto al pronóstico, mientras que la presencia de vómitos, el

uso de laxantes, la personalidad obsesiva-compulsiva y la cronicidad de la

enfermedad se consideran factores desfavorables para el pronóstico (Staudt, Rojo

Arbelo y Ojeda, 2006).

Para la detección de la anorexia nerviosa es necesario hacer una evaluación

clínica, la que puede ser llevada a cabo por profesionales de diferentes disciplinas:

médico, psicólogo, nutricionista; en la que se ponga de manifiesto: el deseo de perder

peso, la inducción de la pérdida de peso por la práctica de dietas hipocalóricas, el

temor a recuperar el peso, la existencia de vómitos autoinducidos, el uso de laxantes,

la práctica de ejercicios continuos y extenuantes, etc. Estos son algunos de los

síntomas que conjuntamente con el examen físico, que a continuación detallaremos,


29

nos permitirán orientar con cierta precisión en el diagnóstico (Fernandez y Turón,

1998).

2-2-1) Signos Clínicos.

En el examen físico de estos pacientes en ocasiones se podrá constatar la

presencia de algunos de los siguientes signos: piel seca, áspera y fría, que a veces

puede llegar a agrietarse. Lanugo o aparición de vello fino y oscuro, preferentemente

en mejillas, espalda, antebrazo y muslos. Petequias en la piel (hemorragias

puntiformes). Color amarillento en la palma de las manos y la planta de los pies.

Manos y pies fríos. Uñas quebradizas y caída de cabello. Hipertrofia parotidea. Los

dientes pueden presentar alteraciones en el esmalte y caries, especialmente cuando se

autoinducen el vómito. Un signo develador de esta costumbre son las lesiones en los

nudillos de la mano, signo de Rusell (Raich, 1994; Rausch Herscovici y Bay, 2000).

Otros aspectos clínicos que pueden observarse en la evaluación física del

paciente son: el aspecto pálido del rostro; cuerpo huesudo con coyunturas

estridentes, las mejillas y los ojos se presentan hundidos en sus cavidades, y junto

con la nariz arrugada confieren al rostro un aspecto de cadáver viviente (Blas

Erkizia, 2005).

En las mujeres desaparecen las formas femeninas del cuerpo: los pechos, las

caderas y los muslos se esfuman, y bajo la amplia vestimenta, las extremidades

adquieren un aspecto de palillos de tambor (Blas Erkizia, 2005). Por lo general estas

pacientes utilizan mucha ropa, amplia y superpuesta, la que cumple una doble

función: disimular la delgadez y paliar la sensación de constante frío (Rausch

Herscovici y Bay, 2000).


30

Dado que en estos pacientes todo el cuerpo se encuentra comprometido, como

consecuencia de la restricción alimentaria, además de los signos anteriormente

mencionados, se han descripto otras alteraciones, entre ellas: cardiovasculares

(bradicardia, hipotensión y, en ocasiones, adelgazamiento de la pared del ventrículo

izquierdo); gastrointestinales (hinchazón y flatulencia, dolor abdominal y

estreñimiento). En algunos casos, por la falta de grasa intra-abdominal, pueden

presentar un síndrome obstructivo al pasaje del alimento (compás aortomesentérico).

Con frecuencia, cuando se abusa de laxantes, aparecen cuadros de acidosis

metabólica o diarrea, la que produce un desequilibrio electrolítico. A veces, se

pueden presentar cuadros de intoxicación hídrica, como consecuencia de ingerir

cantidades exageradas de agua, ya sea para frenar el apetito o previo a un control de

peso. En el aparato músculo esquelético, suele haber atrofia de los músculos

estriados; y en los casos en que la enfermedad se prologa puede haber osteoporosis,

osteopenia, aumentando la posibilidad de fracturas patológicas. También se han

descripto alteraciones renales (elevación de la creatina plasmática, azotemia);

hematológicas (anemia frecuente, pero no muy importante) y cambios a nivel

hipotalámico y endocrino (amenorrea, la que puede provocar esterilidad definitiva, si

su evolución se prolonga a más de cinco años), así como cambios en la actividad y

secreción de diferentes hormonas y neurotransmisores (Parral et al., 1996; Raich,

1994).

La evaluación biomédica de la anorexia nerviosa es imprescindible,

especialmente en aquellos casos en que el peso es tan bajo, que se aconseja la

hospitalización del paciente ante la posibilidad de muerte (Raich, 1994).


31

2-2-2) Causas de mortalidad y criterios de internación.

Las causas de mortalidad en la anorexia nerviosa son múltiples y su

frecuencia aumenta después de los cinco años del inicio de la enfermedad. La muerte

del paciente puede producirse por desequilibrio hidroelectrolítico, inanición, suicidio

y excepcionalmente por infecciones secundarias. Otra de las causas puede

presentarse durante el período de realimentación del paciente por colapso de

dilatación aguda del estómago, o por arrítmias cardíacas ya sea durante el período de

inanición o realimentación (Parral et al, 1996).

En casos de hospitalización, los criterios que se tienen en cuenta para

internación del paciente son:

- Pacientes con un peso inferior al 25% del mínimo normal acorde para su

edad y altura

- Signos de deshidratación moderada o severa, y/o desequilibrio electrolítico.

- Oliguria (escasa emisión de orina), e incluso anuria (falta completa de

emisión de orina). Episodios recurrentes de lipotimia (desmayos)

- Signos de insuficiencia cardiaca: bradicardia, arritmias.

- Hipotensión arterial: con una T.A. sistólica menor de 70 mm Hg.

- Hematemesis (vómito de sangre), lo que puede indicar desgarro esofágico

por vómitos autoprovocados.

- Deposiciones melénicas (heces negras, por presencia de sangre digerida; lo

que puede indicar la presencia de una úlcera gástrica o duodenal sangrante).

- Signos y síntomas de anemia severa.

- Infecciones intercurrentes: neumonías, sepsis (infección generalizada).

- Signos de colapso gastrointestinal por dilatación aguda del estómago.


32

- Intentos de suicidio (Parral et al, 1996; Staudt et al, 2006).

La internación del paciente también puede ser indicada ante la falta de

continencia familiar, lo que dificulta el cumplimiento de las indicaciones médicas,

pudiendo haber riesgo para la vida del paciente ante conductas autodestructivas.

También puede ser recomendada cuando hubo fracasos en el tratamiento

ambulatorio; o por la incidencia de factores sociales, tales como: falta de medios

económicos, vivienda inadecuada, hacinamiento, etc., (Parral et al, 1996).

2-2-3) Sintomatología Psíquica.

En el plano psíquico, el perfil del paciente se caracteriza por la presencia de:

- Cambios rápidos del carácter y del humor.

- Irritabilidad.

- Ansiedad.

- Tristeza.

- Hiperactividad

- Insomnio.

- Aislamiento familiar y social.

- Desinterés por todo lo que no sea trabajo y estudio. Suelen ser muy buenas

estudiantes, perfeccionistas y con una enorme autoexigencia.

- Rechazo de la sexualidad, la satisfacción es autoerotica, no hay investidura

erótica del cuerpo (Blas Erkizia, 2005).

Los cambios del comportamiento se manifiestan mediante un deseo claro y

patológico de perder peso. Esto hace que las pacientes se vuelvan expertas en el

mundo de las dietas, transcurren todo el día pensando en la comida, en contar


33

calorías, en recoger recetas light, etc. De este modo los alimentos pierdan todo su

valor nutritivo y se conviertan en un verdadero peligro para los requerimientos

vitales. Solo comen determinados alimentos en determinadas cantidades.

Primeramente suprimen dulces e hidratos de carbono, luego van eliminando de su

dieta cada vez mayor número de alimentos, hasta llegar a consumir únicamente

verduras o frutas, cada vez en menor cantidad, e incluso como mencionábamos

anteriormente, pueden evitar el consumo de líquidos (Blas Erkizia, 2005).

Además de reducir la ingesta comen en forma especial, desarrollando hábitos

alimentarios particulares y rígidos:

- Cortan los alimentos en pequeños trozos o los desmenuzan.

- Mastican largo tiempo antes de tragar o expulsan los alimentos de la boca a

escondidas.

- Cuentan calorías.

- Vigilan la preparación de las comidas familiares o pueden tener un marcado

interés por la nutrición familiar, cocinándoles suculentos platos que ellas

nunca comerán.

- Comen cuando están solas, y si están acompañadas se la pasan cortando el

alimento en pequeños trozos o moviéndolo por todo el plato.

- Aumento de la actividad física para favorecer la pérdida de peso.

- Se quejan de estar gordas o tener celulitis.

- Se oponen a comer en cantidades normales a pesar de los ruegos,

recomendaciones o amenazas familiares e incluso médicas. Por este motivo

prefieren comer solas.


34

- Sufren sentimientos de culpabilidad después de haber comido (Martín,

2000).

2-3) Diagnóstico.

Actualmente los criterios diagnósticos más utilizados para diagnosticar la

anorexia nerviosa son el manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales

(DSM IV), de la Asociación Americana de Psiquiatría; y el C.I.E 10, décima

revisión de la clasificación internacional de enfermedades.

Los criterios propuesto por el DSM IV (1995) para el diagnóstico de la

anorexia nerviosa son:

A) Rechazo a mantener el peso corporal igual o por encima del

valor mínimo normal considerando la edad y talla (…), con la consecuencia

que el peso permanece por debajo del 85% de lo previsto.

B) Miedo intenso a ganar peso o a convertirse en obeso, incluso

estando por debajo del peso normal.

C) Alteración de la percepción del peso o la silueta corporales, o

excesiva influencia del peso o de la forma del cuerpo en el nivel de la

autoestima, o negación del peligro que comporta el bajo peso corporal.

D) En las mujeres pospuberales, presencia de amenorrea; por

ejemplo, ausencia de al menos tres ciclos menstruales consecutivos…. (p.255)

Los criterios propuestos por el C.I.E 10 (1992), para el diagnóstico de

anorexia nerviosa son:

A) Pérdida significativa de peso. Los pacientes prepúberes pueden

mostrar fracaso en la ganancia de peso esperable durante el período de

crecimiento.
35

B) La pérdida de peso es autoinducida por medio de: 1) la evitación de

alimentos que engordan; y uno o más de los siguientes puntos: 2) vómitos

autoinducidos, 3) laxantes, 4) exceso de ejercicio físico, 5) uso de inhibidores

del apetito y/o diuréticos.

C) Una psicopatología específica, según la cual persiste como idea

sobrevalorada e intrusiva el horror a la gordura y/o flacidez, y la paciente se

impone un umbral de bajo peso.

D) Un trastorno involucra el eje hipotálamo-hipofisiario-gonadal, que se

manifiesta en la mujer como amenorrea y en el varón como pérdida de interés

sexual y de la potencia. También puede haber niveles elevados de la hormona

de crecimiento, en los niveles de cortisol, cambios en el metabolismo de la

hormona tiroidea y anormalidades en la secreción de insulina.

E) Si la aparición es prepuberal, la secuencia de acontecimientos

puberales se retrasa o aun se detiene (se interrumpe el crecimiento, en las niñas

no se desarrollan los pechos y hay amenorrea primaria; en los varones los

genitales permanecen juveniles). Con la recuperación, generalmente se

completa la pubertad en forma normal, pero se retrasa la menarca.

2-3-1) Clasificación.

Siguiendo los criterios propuestos por el manual diagnóstico y estadístico de

los trastornos mentales (DSM IV), se diferencian dos grupos de pacientes con

anorexia nerviosa:
36

a) Tipo restrictivo:

“Durante el episodio de anorexia nerviosa, el individuo no recurre

regularmente a atracones o a purgas (p. ej., provocación del vómito o uso excesivo

de laxantes, diuréticos o enemas)” (p 256).

b) Tipo purgativo- compulsivo:

“Durante el episodio de anorexia nerviosa, el individuo recurre

regularmente a atracones o purgas (p. ej., provocación de vómito o uso excesivo de

laxantes, diuréticos o enemas)” (p 256).

El atracón es la ingesta voraz de una gran cantidad de alimentos, sin elegir ni

saborear lo que se come. El individuo ingiere una cantidad de calorías muy superior a

lo que es de esperar en poco tiempo. Les cuesta parar de comer, sólo lo hacen por la

distensión y el dolor abdominal; porque aparece la culpa que los obliga a recuperar el

control; porque los descubren o temen ser descubiertos. Esta conducta alimentaria

siempre la llevan a cabo en forma secreta, ya que sienten gran vergüenza si son

descubiertos (Parral et al, 1996).

2-3-2) Diagnóstico diferencial.

Caparrós y Sanfeliu, 2004; Rausch Herscovici y Bay, 2000, Parral et. al,

1996, señalan que desde el punto de vista médico el diagnóstico diferencial debe

hacerse con afecciones gastrointestinales tales como: colon irritable, úlcera, síndrome

de mala absorción, enfermedad de Crohn. Con afecciones del sistema endocrino

como: hipertiroidismo, enfermedad de Addison, hipopituitarismo y diabetes; con

tumores del sistema nervioso central como: tumores hipotalámicos, diencefálicos o

de fosa posterior. Estos dos últimos son los más proclives a hacer cometer errores en
37

el diagnóstico, y para ello es necesario evaluar dos aspectos: desde el punto de vista

sintomático se deben analizar los vómitos, que en los casos de existir son

espontáneos; pero sobre todo se debe tener en cuenta el perfil característico de la

personalidad del anoréxico, que en estos casos está ausente.

Desde el punto de vista psiquiátrico, se debe diferenciar la anorexia nerviosa

de la depresión, con pérdida de apetito y peso; de la anorexia del melancólico que

como consecuencia de su inhibición se acompaña de sentimientos de indignidad y de

culpa; de la esquizofrenia con la presencia de ideas delirantes en torno a la comida; y

de la drogadicción (consumo de cocaína, estimulantes, etc) (Raich, 1994).

Parral et al., señala que se debe diferenciar la anorexia nerviosa de las

dietantes crónicas y de toda una serie de trastornos no especificados de la conducta

alimentaria clasificados en el D.S.M. IV. En este caso el aspecto fundamental a tener

en cuenta para establecer el diagnóstico diferencial, es que la dietante crónica hace

dieta pero eventualmente la transgrede, no disminuye progresivamente la cantidad de

alimentos, mantiene las relaciones sociales y familiares; está sexuada y manifiesta

deseos hacia el partenaire.

2-3-3) Diagnóstico Psicodinámico.

Desde la teoría psicoanalítica, a diferencia del diagnóstico descriptivo

fenomenológico propuesto por los manuales de psiquiatría; la anorexia no es

considerada un trastorno alimentario sino un síntoma, y como tal, una satisfacción

sustitutiva. De este modo el psicoanálisis nos enseña a entender el síntoma no como

la alteración de una función, sino como el índice fundamental de la verdad reprimida

del sujeto. Este es el aspecto central para orientar la dirección de la cura, la que no se
38

orienta hacia la normalización de una función, por ejemplo, restablecer la

alimentación, sino hacia la escucha de la palabra del sujeto (Ons, 2003: Recalcati,

2004).

El diagnóstico psicoanalítico se basa en un criterio estructural, por lo tanto, se

trata de reconducir las manifestaciones sintomáticas a la estructura de fondo que la

anima, de tal manera, que nos permita identificar el rasgo diferencial de la anorexia,

en su función de suplencia o de defensa del deseo, que marcan su dimensión

psicótica y neurótica respectivamente (Recalcati, 2003, 2004).

Establecer un diagnóstico metapsicológico apropiado y específico resulta una

tarea preliminar, que nos orientará respecto a las estrategias terapéuticas a

implementar en la dirección de la cura, pues el tratamiento adquirirá particularidades

específicas según la estructura psíquica del paciente en cuestión.

Hay sujetos neuróticos y psicoticos que presentan síntomas anoréxicos, pero

sobre todo hay sujetos cuya estructura no esta clara y podemos sospechar que se

sostienen en el síntoma que es lo que les permite su “funcionamiento”, es decir que

funcionan sin un desencadenamiento psicótico (Ons, 2003).

Cuando se trata de una psicosis debemos ser muy cuidadosos, pero aún más,

cuando ésta no esta declarada, cuando no se trata de una psicosis clínica, es decir,

cuando la estructura psicótica no esta manifiesta como tal porque el síntoma hace de

suplencia y evita el desencadenamiento. Estos casos son comunes en las anorexias,

donde muchas veces el síntoma estabiliza al sujeto, con la consiguiente dificultad en

la dirección de la cura, porque sería muy riesgoso ir “contra” el síntoma teniendo en

cuenta su función de suplencia (Sobral, 2003).


39

2-4) Población de Riesgo.

“La Asociación Americana de Psiquiatría en el Manual diagnóstico y

estadístico de los trastornos mentales” (1995), señala que la edad promedio de inicio

de la anorexia es de 17 años, aunque algunos datos sugieren la existencia de picos de

frecuencia entre los 14 y 18 años, siendo rara su aparición en mujeres mayores de 40

años (Guillemont y Laxenaire, 1994).

Datos aportados por la Asociación de Lucha contra la Bulimia y la Anorexia

[ALUBA] 2005, señala que en los últimos años, la edad de inicio de la anorexia

nerviosa, ha presentado un corrimiento hacia edades más tempranas, situándose su

aparición entre los 8 y 9 años, no obstante la edad promedio de presentación es de 13

años, con un rango de edad comprendido entre los 10 y los 25 años.

El mismo informe señala que en relación al sexo, el 89% de los casos

corresponde a las mujeres mientras que el 11% corresponde a los hombres.

Garner y Garfinkel (1980, citado en Raich, 1994) a partir de investigaciones

realizadas, consideran que existen profesiones de riesgo, entre ellos: modelos,

bailarines, atletas y gimnastas.

Guillemont y Laxenaire (1994), consideran que desde las primeras

descripciones clínicas de la anorexia nerviosa, se podía observar que este trastorno

afectaba principalmente a las mujeres de las clases sociales más favorecidas de los

países industrializados. En este sentido, Josep Toro, opina que el ideal de delgadez

corporal femenino, comienza a difundirse a partir de la segunda guerra mundial entre

las clases más altas de la sociedad occidental, y rápidamente gracias al desarrollo e

influencia de los medios de comunicación, llega a todas las clases sociales de los

países occidentales. Todo ello ocurre en un momento histórico en el que se producen


40

importantes cambios en el papel social de la mujer. Su progresiva inserción en el

campo laboral, político, económico, académico; junto a la incorporación del cuerpo

delgado al imaginario colectivo, como sinónimo de belleza, control de sí mismo,

libertad y éxito social, hace que comiencen a devaluarse las formas femeninas del

cuerpo, convirtiéndose las mujeres y adolescentes en un grupo vulnerable a la

transmisión de dicho mensaje (Toro, 2004).

Este autor considera que ideal de delgadez corporal femenino, transmitido por

los medios de comunicación y compartido culturalmente, constituye un importante

factor de riesgo, predisponerte y de mantenimiento de la anorexia nerviosa; y junto

con la disposición genética puede explicar la mayor parte de la etiopagenia de este

trastorno (Toro, 2004).

En este punto, creemos importante hacer referencia, que a lo largo de la

historia se han desarrollando diferentes teorías para intentar dar cuenta de las causas

de este trastorno; pero en la actualidad, ningún investigador sobre dicha temática cree

que exista una sola causa, la opinión más generalizada es que la anorexia nerviosa es

de etiología multicausal; es decir, de la conjunción de factores individuales,

familiares, interpersonales, biológicos y socioculturales, y de su combinación

oportuna y suficiente dependerá que se desarrolle o no dicha patología (Alterman,

2001; Raich, 1994).

2-4-1) Factores predisponentes, desencadenantes y de mantenimiento.

Los factores predisponentes son aquellos que están presentes antes del

desarrollo de la enfermedad y aumentan el riesgo de su aparición. Pueden ser

factores individuales (biológicos y/o psicológicos) o culturales; entre ellos: factores


41

genéticos, edad, sexo femenino, factores familiares y socioculturales Toro y Vilardell

(1987, citado en Raich, 1994). Se describen como rasgos de la personalidad

premórbida de la anorexia, el perfeccionismo, expectativas personales altas,

inmadurez afectiva, tendencia a complacer las necesidades de los demás,

personalidad vulnerable a influencias externas, baja autoestima (Toro, 2004).

Dentro de los factores desencadenantes se incluyen los acontecimientos

vitales potencialmente estresantes, es decir aquellas circunstancias que aparecen en la

vida de una persona y que dan lugar a cambios: mudanzas, cambio de escuela,

separaciones, pérdida de un ser querido, insatisfacción corporal por alteraciones en la

percepción de la imagen, etc. Una situación estresante y frecuente en la adolescencia

son las primeras relaciones con personas del sexo opuesto, y los comentarios y risas

del grupo de pares en relación al cuerpo (Raich, 1994).

Dentro de los factores de mantenimiento o perpetuadotes, juegan un papel

importante la presión social ejercida a través del modelo ideal de delgadez, las

perturbaciones psicológicas por la restricción alimentaria, depresión, aislamiento

social y familiar, baja autoestima, alteraciones en la percepción de la imagen

corporal (Toro, 2004).


42

CAPÍTULO 3
“UNA DEMANDA DE AMOR”

“La pasión por la boca, la más

apasionadamente engullida, es esa Nada en

la que, en la anorexia mental, reclama la

privación donde se revela el amor”.

(Lacan 1958, citado en Recalcati, 2003).

3-1) La pulsión oral: qué significa comer para el ser humano.

La ingesta no es exclusivamente una función biológica, alrededor de la

alimentación sucede todo un ceremonial decisivo para el resultado de la

humanización.

Si bien al acto de comer podemos considerarlo un acto cultural y fisiológico

de supervivencia y de placer, es también un aspecto característico de la vida familiar.

El alimento no sólo está ligado a lo que se incorpora, sino que es un momento de

comunión y de relación con el semejante, que implica la asunción de reglas de

convivencia, de estar juntos, del gusto, de la tradición familiar y cultural (Alterman,

2001; Caparrós y Sanfeliu, 2004; Recalcati, 2004).

La comida forma parte de la tradición cultural de los pueblos, es algo que se

transmite de generación en generación y constituye un rasgo de identidad. En este

sentido, podemos considerar la alimentación como una actividad relacional del ser

humano, de tipo simbólico, y no solo como una fuente de nutrientes para la

supervivencia del organismo. No es casual que muchas religiones mantengan ciertas

prescripciones y prohibiciones en relación a la ingesta, así en determinadas


43

celebraciones o festejos impiden u obligan a consumir alimentos no propiamente

nutritivos, pero sí simbólicos. Por ejemplo, como vimos en el primer capítulo de este

trabajo; en la doctrina cristiana, la hostia como sacramento del cuerpo de Cristo,

privada de cualquier valor nutritivo, marca la identificación con Dios y la pertenencia

de un grupo de fieles a esta tradición religiosa (Contreras Colín, 2008).

El alimento, también constituye el primer vínculo afectivo entre la madre y el

niño, y es por el estado de indefensión biológica, que el bebé durante los primeros

años de vida, depende enteramente de otro para ser alimentado. Son estas primeras

experiencias alimentarias las que van más allá de la función nutricia del cuerpo y

están ligadas al nacimiento de las relaciones del sujeto con los otros (Hernández

Ricárdez, 2009).

Para que el acto de alimentación se pueda concretar, la madre tendrá que

aceptar que en este vínculo con el niño hay dos posiciones, la propia que es activa y

es la de “dar”; y la del niño que necesita alimentarse, que es pasiva y es la de

“recibir”. Si bien el reflejo de succión está biológicamente dado en el bebé, es él

quien necesita aprender no solo el ejercicio de alimentarse sino también “aprender a

recibir”. El acompañarlo en este aprendizaje con tolerancia y paciencia lleva

implícita la vivencia de amor, experiencia que marcará al niño a lo largo de su vida,

y que determinará la modalidad de vínculo y de sentimiento, que él tenga en el “dar”

en la relación con los demás (Alterman, 2001).

Como podemos observar, la comida no solo está ligada a una necesidad vital

y la paciente anoréxica lo demostrará a través de la relación que mantiene con el

alimento. Como vimos en el capítulo anterior, ella no sólo come nada, sino que

además transgrede las reglas de convivencia: abandona la mesa del Otro, come sola,
44

y en muchas ocasiones prepara platos para el Otro que ella nunca comerá (Broca,

2000; Recalcati, 2004).

Freud en “La interpretación de los sueños” (1900), en el apartado C, titulado

“Acerca del cumplimiento de deseo”, establece una distinción entre la satisfacción

de la necesidad y la realización de deseo. En este punto consideramos importante

hacer una breve referencia al concepto de objeto en psicoanálisis, lo que no sólo nos

ayudará a ubicar el objeto oral en la anorexia, sino también a comprender la posición

del sujeto anoréxico en relación al Otro materno.

3-2) Concepto de objeto en psicoanálisis.

Para el psicoanálisis el objeto: (fr. objet; ingl. object; al. Objekt, Gegenstand,

Ding); es aquello a lo que el sujeto apunta en la pulsión, en el amor, en el deseo. En

los escritos de Freud, la palabra Objekt siempre viene unida a un determinante

explícito o implícito: objeto de la pulsión, objeto del amor, objeto con el cual

identificarse. En oposición a Objekt, das Ding (la cosa) aparece más bien como el

objeto absoluto, objeto perdido de una satisfacción mítica (Chemama, 2002).

Así el concepto de objeto, se considera bajo tres aspectos principales, y Diana

Rabinovich, sitúa el punto de convergencia y divergencia en torno al objeto primero,

la madre, en tanto ésta desempeña un papel en las tres dimensiones del objeto, pero

de manera diferente en cada una de ellas. Por un lado, ubica a ese Otro primordial e

inolvidable que en función del desamparo y la indefensión del ser humano, permite

el surgimiento del objeto de deseo como diferente al objeto de necesidad. Por otro

lado, articula simultáneamente a ese Otro, con la pulsión parcial, ejemplo de esto, es

el pecho como objeto pulsional; y finalmente, con el Complejo de Edipo, en el que


45

juega un papel central en tanto persona amada, es decir, objeto total (Rabinovich,

1990).

3-2-1) El objeto oral como objeto de deseo.

En la teoría freudiana, el concepto de objeto de deseo, tiene como paradigma

el objeto oral, el seno, cuya referencia ineludible es la experiencia de satisfacción

descripta en “La interpretación de los sueños y en el Proyecto…”. Esta vivencia

mítica tiene como marco un primer encuentro entre el sujeto y el objeto de

satisfacción, cuyo efecto será una huella mnésica de ese objeto perdido de la

satisfacción original. Allí, Freud encuentra una nueva modalidad de satisfacción, la

realización de deseo, que aparta al sujeto de la satisfacción de la necesidad, y lo

encamina en una búsqueda infructuosa desde la perspectiva adaptativa, búsqueda

signada por la repetición de una percepción primera, del encuentro con ese Otro

primordial para siempre perdido. Acá el objeto se presenta como inalcanzable, como

perdido en la estructura misma (Rabinovich, 1990).

A partir de la experiencia de satisfacción podemos ubicar aquello referente al

orden del deseo, de ese deseo inconsciente que Freud calificó como eterno.

La posición del sujeto como morador en el lenguaje lo ordena en la función

significante, que podríamos definir como la función de encuentro-pérdida-

reencuentro, pero jamás captura. El deseo no captura su objeto, la repetición no

alcanza su meta, la pulsión no logra su descarga; y así concebimos la

indestructibilidad del deseo inconsciente. Esto nos permite pensar que el deseo está

referido al objeto primordialmente perdido, porque el objeto es siempre metonimia

del deseo y metáfora del objeto primordial. Entonces podemos decir, que el deseo no
46

es plenamente articulable, pues si así lo fuera quedaría satisfecho al articularse con

un objeto y perdería su estatuto de deseo (Imbriano, 2000).

Acá se organiza el campo del más allá del principio del placer, el campo del

goce. Deseo y objeto son excluyentes: si hay deseo no hay objeto, si hay objeto no

hay deseo; pero, el deseo está articulado a la demanda de amor y de reconocimiento

como sujeto (Imbriano, 2006). Precisamente, esta posibilidad es la que ha quedado

solapada en la anorexia (Ferrero, 2009). Ella sabe bien que el amor no es un objeto

comestible, y denuncia que ningún objeto del mundo vale el signo de amor. Así,

eligiendo comer nada, reclama su derecho a ser, su derecho al amor (Recalcati,

2004).

Esto nos permite plantear la anorexia como una patología de la demanda,

como una enfermedad del amor, y no como un mero trastorno de la alimentación. Si

bien el problema con el alimento adquiere un lugar central, el conflicto no es con la

comida sino, como veremos, responde motivos inconscientes que se hallan

desplazados y encuentran su vía de expresión a través del alimento.

A partir del desarrollo de Freud, acerca del objeto perdido de deseo, Lacan

conceptualizará el objeto (a), real, como aporte original al concepto de objeto en

psicoanálisis. Sin extendernos en la conceptualización de objeto (a), que Lacan hace

a lo largo de su obra, dado que excedería nuestro marco de trabajo; haremos una

breve referencia que nos permita ubicar al sujeto anoréxico en relación al Otro, y

fundamentalmente en relación al Otro materno.

La conceptualización de objeto (a) como real se funda, como ya vimos, en la

experiencia de la realización de deseo que Freud descubre. Experiencia cuyo motor

es un objeto perdido muy especial, pues en realidad nunca existió, excepto en la


47

temporalidad de una retroacción. Curioso objeto que se lo define por ser

irrecuperable, cuando aún nunca ha sido poseído, y sólo se lo recupera en la

identidad de percepción. Recuperarlo no es posible, por ende es un objeto imposible.

Según Freud, es imposible volver a encontrarlo y, por ello, responde a la definición

lacaniana de lo real como imposible lógico (Rabinovich, 1990).

Lacan a lo largo de una construcción que progresa desde el Seminario 9 “La

identificación” hasta el Seminario 18 “De un discurso que no fuese semblante”,

precisa su articulación diferencial entre el goce y el deseo, a fin de dar cuenta de la

diferencia de la función del objeto en la pulsión y de la función del objeto en el

deseo, que según funcione en uno u otro es causa de deseo o plus de gozar

(Rabinovich, 1990).

Siguiendo a Rabinovich, diremos que el primer objeto (a) es el bebé. Él es

cuerpo para el Otro, no cuerpo fisiológico, sino cuerpo relacionado con el deseo y

con el goce del Otro.

En este primer tiempo de la constitución subjetiva, que Lacan denomina

operación de alienación, el niño es fundamentalmente objeto de la voluntad del Otro,

es él quien debe responder y satisfacer sus expectativas. El niño se identifica al

significante de la demanda del Otro, aquello que el Otro quiere de él, convirtiéndose

en objeto del fantasma materno. Así, se transforma en ese objeto que le sirve a la

madre para completar su propio ser. De esta forma el sujeto nace inicialmente como

objeto, y su función es ser objeto de la demanda del Otro (Recalcati, 2004).

Durante esta primera relación comenzará a entretejerse la trama que podrá o

no concluir en la anorexia nerviosa; tanto como testimonio del amor exigido a la


48

pareja maternal, como aplastamiento del deseo cuando la demanda queda reducida al

campo de la necesidad (Ferrero, 2009).

Si durante la infancia el sujeto se encuentra en un estado de impotencia

respecto a la omnipotencia del Otro, que es el estatuto de objeto que el niño

necesariamente debe asumir; lo que vemos en la anorexia es que eligiendo comer

nada el sujeto intenta cerrarle el paso al Otro, busca desengancharse de su

dependencia alienante, reduciendo la omnipotencia del Otro en impotencia

angustiante. En efecto, se trata de una separación que tiende a desligarse de la

alienación significante (Recalcati, 2003).

En el segundo tiempo de la constitución subjetiva, la relación del sujeto con

el Otro, estará marcada por lo que Lacan en el Seminario XI “Los cuatro

conceptos…” denomina operación de separación. En este momento el sujeto

encuentra una falta en el Otro, a la que responderá con su propia falta. Así, queda

singularmente inaugurado el camino del deseo y el entramado significante con el

cual el sujeto responderá no sólo frente al Otro, sino a sus semejantes (Ferrero,

2009).

Con el proceso de separación, el Otro no es más el Otro del tener: el que

posee los bienes, el saber…etc.; sino que es el Otro en su condición de falta en ser,

del deseo, posibilitando al sujeto inscribirse como sujeto deseante; en tanto para

Lacan, el deseo está estructuralmente coordinado al deseo del Otro, viene del Otro

(Recalcati, 2004).

Una de las formas con las que el sujeto responde ante la falta del Otro, es con

su propia desaparición, ¿puede el otro perderme?; situación que queda vinculada a la

anorexia mental, ya que implica una manera peculiar de responder frente al


49

cuestionamiento del propio deseo (Ferrero, 2009). El cuerpo de la anoréxica se

consume, se esqueletiza, y deviene un instrumento para chantajear al Otro del amor.

Es un llamado para empujar al Otro a dar lo que no tiene, a hacer un signo de su falta

y donar un signo de amor (Recalcati, 2003).

De allí que el rechazo en la anorexia se configura de manera fallida y

paradójica: rechaza todo lo que viene del Otro para preservar su deseo, pero la

supervivencia del deseo, es también aniquilación nirvánica del deseo: deseo de nada

(Recalcati, 2004).

3-2-2) El objeto oral como objeto de la pulsión.

En este punto abordaremos el objeto de la pulsión para precisar la nada que la

anoréxica come; lo que además nos permitirá dar cuenta, siguiendo a Diana

Rabinovich, de la pérdida de la satisfacción de la necesidad como condición de

posibilidad del surgimiento del objeto pulsional y del objeto de amor. Para ello

citaremos a Freud en “Tres ensayos de la teoría sexual” (1905), en el capítulo sobre

“El hallazgo de objeto”. Dice:

Cuando la primerísimo satisfacción sexual estaba todavía

conectada con la nutrición, la pulsión sexual tenía un objeto fuera del

cuerpo propio: el pecho materno. Lo perdió sólo más tarde, quizá

justo en la época en que el niño pudo formarse la representación

global de la persona a quien pertenecía el órgano que le dispensaba

satisfacción. Después la pulsión sexual pasa a ser, regularmente,

autoerótica, y sólo luego de superado el período de latencia se

restablece la relación originaria. No sin buen fundamento el hecho de


50

mamar el niño del pecho de su madre se vuelve paradigmático para

todo vínculo de amor. El hallazgo [encuentro] de objeto es

propiamente un reencuentro (pp. 202-203).

En este párrafo, Freud primeramente hace referencia a la realización

alucinatoria del deseo, en la que sitúa esa “primerísima satisfacción sexual”. En ese

momento, el objeto fuera del cuerpo: el pecho materno, aparece como ese otro

inolvidable; y la experiencia de satisfacción se ubica como anterior al autoerotismo.

En dicha experiencia la pérdida se instala entre la necesidad y el deseo, entre la

satisfacción y la realización. Esta primera pérdida, señala Rabinovich, no debe ser

confundida con la pérdida a la que alude Freud al presentar el nacimiento del

autoerotismo: pérdida del objeto “real” y su interiorización. El objeto pecho se pierde

frente a la madre como objeto total de amor, hay incompatibilidad entre el objeto y la

persona, entre la totalización del amor y el carácter parcial de la satisfacción

pulsional (Rabinovich, 1990).

Así, tenemos esbozadas tres pérdidas diferentes, a saber, la pérdida de la

satisfacción de la necesidad, que da lugar al surgimiento de la realización del deseo y

a la pérdida de naturalidad del objeto; la pérdida del objeto real, que determina la

estructuración del autoerotismo; y la pérdida del objeto como objeto de amor, que

funda la importancia de la pérdida de amor para el sujeto hablante. Estas tres

pérdidas mencionadas corresponden, respectivamente, al deseo, la pulsión y el amor.

De este modo, el objeto de la pulsión y el objeto de amor son formas de sustitución

del objeto perdido de deseo (Rabinovich, 1990).

Freud, en el texto anteriormente mencionado, en el capítulo: “Pulsiones

parciales y zonas erógenas”, escribe: “la pulsión es el representante psíquico de una


51

fuente de estímulos intrasomática en continuo fluir…” (p.153). Luego explicita que

cualquier lugar del cuerpo puede ser o devenir zona erógena a partir del momento en

que una pulsión lo inviste. Tomó como modelo de las exteriorizaciones sexuales el

chupeteo infantil, el que no tiene por finalidad la nutrición, ya que sólo al comienzo

la satisfacción de la zona erógena se apuntala en la necesidad de alimentarse, de la

que mas tarde se independiza funcionando de manera autoerótica. De este modo

Freud distingue dos grupos de pulsiones: las pulsiones sexuales y las de

autoconservación o pulsiones del yo (Chemama, 2002).

A partir de lo desarrollado, observamos cómo desde un primer momento la

presencia del Otro materno separa la satisfacción de la necesidad de la realización de

deseo, encaminando al sujeto en una búsqueda infructuosa de encuentro con aquella

primera satisfacción mítica. La realización de deseo, siempre destinada a fracasar, se

acompaña de un excedente, que Freud llama ganancia de placer, y que debemos

entender como satisfacción pulsional, en términos de Lacan goce; en la cual la boca

del bebé se consagra a la actividad repetitiva del chupar ( Imbriano, 2000; López

Herrero, 1999).

Entonces, con respecto a la pulsión oral, es necesario diferenciar la necesidad

de comer que responde a una función vital, de la satisfacción pulsional; porque no

sólo se come para aplacar el hambre, no sólo se come comida, también se come para

gozar, y efectivamente la anoréxica come nada, come el vacío; en tanto comer el

seno es comer el vacío, pues el seno es el objeto perdido de la primera satisfacción

(Recalcati, 2004).

En “Pulsiones y destinos de pulsión” (1915), Freud, al definir el objeto

pulsional dice: “…es aquello en o por lo cual puede alcanzar su meta. Es lo más
52

variable de la pulsión; no está enlazado originariamente con ella, sino que se le

coordina (…) para posibilitar la satisfacción. No necesariamente es un objeto ajeno;

también puede ser una parte del cuerpo propio. (…). Un lazo (…) de la pulsión con

el objeto se acusa como fijación de aquella” (p.118). Vemos como Freud señala la

variabilidad y contingencia del objeto pulsional, pero el contrapunto a ello lo brinda

el concepto de fijación, el que a menudo está determinado por rasgos singulares de la

historia del sujeto, principalmente de la historia infantil (Laplanche, Pontalis, 2003).

Lacan en el Seminario 11, en el capítulo: “Desmontaje de la Pulsión” (1964),

consideró a la pulsión como uno de los cuatro conceptos fundamentales del

psicoanálisis. Retomando lo que había dicho Freud acerca del objeto de la pulsión,

subrayó que ningún objeto puede satisfacer a la pulsión, dado que cuando la pulsión

consigue dar con el objeto, se entera que no es así como se satisface. De esta manera

deja claramente explícito que ningún objeto de necesidad puede satisfacer la pulsión,

de modo tal que para captar el funcionamiento pulsional hay que concebir al objeto

como la presencia de un hueco, de un vacío; al que Lacan conceptualizó como

pequeño objeto (a). (Roudinesco, 2008). Lacan en este capítulo señala: “Aunque la

boca quede ahíta (…) no se satisface con comida sino, como se dice, con el placer de

la boca.” (p.175). Entonces para la pulsión oral no se trata de alimento, es decir, no

tiene su origen en un programa genético-biológico predefinido, sino que da vueltas

en torno a un vacío. Su satisfacción no está en lo lleno que puede obtener del objeto,

sino en la repetición de la vuelta en torno al vacío del objeto. Por esto el “objeto

primordial de satisfacción”, que el postfreudismo encarnó en lo real del seno

materno, es presentado por Freud como perdido desde siempre (Gómez Piñeiro de

Nitsche, 2006; Recalcati, 2004).


53

Esta dimensión del vacío, es la que adquiere en la anorexia un valor de vital

importancia, y hace que podamos decir, siguiendo a Massimo Recalcati, que la

anorexia es una verdadera pasión por el vacío, por la nada, dado que su elección no

solo es el rechazo del objeto-comida: “Como nada, sino también, quiero nada…,

deseo nada..., debo sentir nada…” (Recalcati, 2003).

La anorexia revela algo esencial de la estructura misma de la pulsión, ya que

la raíz última del objeto pulsional es propiamente la nada, porque la pulsión no se

extingue en el objeto, en cuanto no existe un objeto capaz de saturar el hiato. En este

sentido el objeto de la pulsión es básicamente un vacío, una nada. Aquella nada, que

como precisa Lacan, la anoréxica come (Recalcati, 2004).

Para comprender esta relación tan peculiar que el sujeto mantiene con el

alimento en forma de rechazo, consideramos importante analizar la relación

primigenia del sujeto vivida con la madre.

3-3) Estrago materno.

En el Seminario 17 titulado “El reverso del psicoanálisis”, Lacan propone

que el deseo de la madre no puede soportarse tal cual, pues siempre produce

estragos. Lo grafica mediante una boca de cocodrilo, en la que un palo de piedra está

allí, solo en potencia, para trabarla, dado que en cualquier momento puede cerrarse

(Berkoff, Ons, Salamone, 2002).

En el estrago encontramos a un sujeto sin recursos ante la demanda ilimitada

del Otro, una demanda de amor absoluta y mortífera, en tanto el amor devora el

deseo. El deseo de la madre (DM) se presenta como un imperativo de goce: “se todo

para mi como yo lo soy para ti”. En este sentido, la madre puede ser una figura del
54

estrago si la función DM no está coordinada al Nombre del Padre (NP) (Ons, 2003).

Antes de continuar, creemos importante definir qué se entiende en psicoanálisis por

Nombre del Padre.

El Nombre-del-Padre, es una expresión introducida por Lacan, para

conceptualizar el significante de la función paterna (Chemama, 2002). Es el

significante de la ley en el Otro, es el padre simbólico efecto de discurso (Imbriano,

2003).

El padre simbólico es aquel que remite a la ley, ya que la prohibición en la

estructura, siempre está proferida en el Nombre-del-Padre. Podemos decir, que se

trata del padre muerto descripto por Freud, en “Tótem y tabú” (1912-13), si en este

texto, la prohibición se funda a partir de la culpabilidad de los hijos después de la

muerte del padre de la horda primitiva, es porque en el inconciente de cada uno, la

Ley está referida ante todo a un significante. Es en tanto hay un significante del

Nombre-del-Padre como puede haber castración, es decir, esa operación que limita y

ordena el deseo del sujeto (Chemama, 2002).

Lacan postula la metáfora paterna, en la que un significante el Nombre-del-

padre (NP), sustituye a otro significante el Deseo de la Madre (DM). Esta sustitución

introduce la función normativa y ordenadora de la castración, limita el goce materno,

y al mismo tiempo, predispone la significación fálica: orienta el deseo de la madre

hacia la incógnita fálica separándola del objeto-niño (Recalcati, 2004).

Podríamos decir que el buen funcionamiento del DM, implica que la madre

consienta dividirse: como mujer al lugar de causa para el hombre, lugar de (a) para

su fantasma, mientras que como madre tiene sus propio objetos (a), que actúan como
55

causa para ella. Esta diferencia entre ser-mujer y ser-madre es la condición para que

el niño no resulte objeto tapón de la castración materna (Berkoff et al., 2002).

En la anorexia, el deseo de la madre no estuvo suficientemente barrado,

limitado, contenido por la función patena. Pero no se trata necesariamente de una

forclusión del Nombre del Padre, sino más bien de una debilidad en el ejercicio de su

función ordenadora respecto al deseo de la madre (Recalcati, 2004). De esta manera,

el único recurso que encuentra el sujeto anoréxico para sobrevivir al canibalismo

materno, es permanecer en una posición de rechazo total de todo lo que proviene del

Otro; hacerse no apetecible, hecha de huesos, para no correr el riesgo de ser devorada

(Recalcati, 2003).

Así, la clínica de la anorexia evidencia una relación ambivalente entre el

sujeto y el Otro materno. Si por un lado se pone en acción una maniobra de

separación para sustraerse al canibalismo materno: no comer para no ser comida, o

preparar la comida para el Otro, para tener la garantía de no ser devorada mientras el

Otro come; por otro lado, asistimos a un tipo de relación que el psicoanálisis post-

freudiano califica de simbiosis; el sujeto anoréxico se siente nada sin el Otro, pues

vive en realidad para el Otro (Recalcati, 2004).

La dependencia materna es un rasgo fenomenológicamente recurrente en la

experiencia anoréxica, y es lo que lleva, por ejemplo, a Mara Selvini Palazzoli a

definir el sistema familiar de los pacientes anoréxicos como un “matriarcado

superyoico” (Rauch Herscovici y Bay, 2000). Esta dependencia muchas veces asume

la forma de estar pegado al Otro, y puede transformarse en un hacer como la madre,

para ser la madre: “el sujeto es el Otro” (Recalcati, 2004).


56

Podemos concluir diciendo que tanto la simbiosis como el estrago son dos

formas de mostrar los efectos de cuando “falta la falta”.

3-4) Demanda y deseo.

Como señala Spitz en “El primer año de vida del niño” (1965), “la

satisfacción de las necesidades básicas no son suficientes para garantizar el

nacimiento psicológico del ser humano”.El sujeto no es un conjunto de necesidades

primordiales, sino fundamentalmente deseo de ser deseado. Es como escribe Lacan:

“deseo del Otro” (Recalcati, 2004).

Durante los primeros años de vida, la madre es para el niño, dada su

inmadurez, su indefensión, el ser de quien más depende. Por esta razón, por ser la

primer persona con la que se vincula y de la que siente que necesita todo, es vivida

como un ser omnipotente y poderoso, ya que la necesita para su supervivencia

(Alterman, 2001). Nos preguntamos, entonces, qué da la madre cuando alimenta, qué

demanda el bebé al ser alimentado.

Para responder a estos interrogantes, comenzaremos por recordar a Freud,

quien ya en el “Proyecto…”, había postulado como el estado de indefensión y

desamparo del lactante requiere de una ayuda externa, es decir, de la presencia de un

otro (Rabinovich, 1990).

A la función de comunicación, de llamado (demanda), que se manifiesta

mediante el grito del bebé, la madre responde interpretándolo como una demanda

porque más allá del grito, ella supone la demanda de un niño. Es así como el sujeto

recibe su propio mensaje invertido (Chemama, 2002).


57

La posibilidad que tiene el Otro materno de responder o no al llamado, la dota

de un poder que es el fundamento de su omnipotencia; pero a su vez introduce la

dimensión fundamental de su presencia-ausencia. Cuando la madre accede a este

poder, pasa a ser, según Lacan, real, y brinda a su respuesta un valor: los objetos de

satisfacción se vuelven signos de su buena o mala voluntad, es decir, en signos de su

amor. Estos signos de amor del Otro materno, son los que transforman al objeto u

objetos reales de necesidad en objetos diferentes desde el ángulo de la necesidad; así

el objeto que era real deviene en objeto simbólico: el don (Rabinovich, 1990).

Lacan en el Seminario 4 “La relación de objeto” (1956-57), escribe: “(…) lo

que se pide como signo de amor, es siempre algo que sólo vale como signo y como

ninguna otra cosa. O, por ir todavía más lejos, no hay mayor don posible, mayor

signo de amor, que el don de lo que no se tiene. Pero nótese que la dimensión del

don sólo existe con la introducción de la ley. (…), el don es algo que circula, el don

que uno hace es siempre el don que ha recibido. (…), pues lo que establece la

relación de amor es que el don se da, digámoslo así, por nada.

El principio de intercambio es nada por nada. (…) lo que constituye el don es

que un sujeto da algo de forma gratuita, pues tras lo que da está todo lo que le falta,

el sujeto sacrifica más allá de lo que tiene (p.142).

En este punto nos preguntamos nuevamente ¿qué demanda el bebé?

Debemos decir que no toda demanda queda articulada en ese objeto que

calma la necesidad, demanda transitiva. El niño habiendo saciado sus necesidades

sigue chupando, pide algo más, lo que demuestra que siempre habrá un resto que

hará que el niño se muestre insatisfecho. En este punto de insatisfacción, podemos

decir que el bebé demanda amor, demanda intransitiva, para tratar de restituir su
58

pérdida en ser. Es decir, el sujeto afectado por una falta, que es de orden estructural y

es la que mantiene vivo el deseo; buscará un complemento en el Otro, con la

particularidad que a ese Otro a quien le demanda, no tiene ese complemento para dar

porque también es un sujeto en falta. Pero como dice Lacan, si “amar es dar lo que

no se tiene a quien no lo es”, entonces el niño demanda ese don de amor como una

nada, como un vacío. El amor viene a ser la nada del objeto como perdido. Confundir

ese pedido de amor con la satisfacción de la necesidad, sólo conduce al peor de los

aplastamientos, la anorexia mental (Hernández Ricárdez, 2009; López Herrero,

1999).

3-4-1) El malentendido madre-bebé como causa de la anorexia.

Comenzaremos citando una frase de Lacan en “La dirección de la cura y los

principios de su poder” (1958).El autor señala:

Pero el niño no se duerme siempre así en el seno del ser,

sobre todo si el Otro, que a su vez tiene sus ideas sobre sus

necesidades, se entromete, y en lugar de lo que no tiene, le atiborra

con papilla asfixiante de lo que tiene, es decir confunde sus cuidados

con el don de su amor.

Es el niño al que alimentan con más amor el que rechaza el

alimento y juega con su rechazo como un deseo (anorexia mental).

(…) el niño, al negarse a satisfacer la demanda de la madre

¿no exige acaso que la madre tenga un deseo fuera de él, porque es

éste el camino que le falta hacia el deseo? (p. 608).


59

En el caso de la anorexia nos encontramos con una madre completa que

confunde las necesidades del niño con el amor y trata, así, constantemente de obturar

el vacío estructural con el objeto alimento. Es una madre que atiborra toda demanda

con lo que tiene, con papilla, y no deja lugar alguno a la demanda de amor, esto es,

demanda de nada (López Herrero, 1999). Responde al amor desde el registro del

tener, ofreciendo cosas, cuidados, comida, pero no ofrece al niño el signo de su falta;

por lo tanto, no crea aquel lugar tan particular para el sujeto, que es el de valer algo

para el Otro, de hacer falta al Otro (Recalcati, 2004).

El matiz más problemático de la anorexia, es que para salir de la frustración

de la demanda de amor, acaba logrando un plus de satisfacción pulsional con el

objeto nada, que no es más que el objeto oral vaciado, productor de satisfacción

pulsional (López Herrero, 1999).

En las santas anoréxicas la demanda de amor fue padecer el hambre,

convertirse en un esqueleto viviente, exhibir los estigmas del cuerpo aún a riego de la

propia muerte, con el fin de lograr la mirada de Dios y mostrar así una especial falta,

una necesidad de amor. Si recordamos el caso de Catalina de Siena, melliza e hija de

veinticinco hermanos, a ella la anorexia le permitió lograr una pequeña separación

del Otro materno y dirigirle al Padre Ideal, Padre Dios, su deseo. Su demanda a Dios

en su impulso místico, era una demanda radical de amor. Soportó el hambre para que

Dios pudiera verla, sometió su cuerpo a las penitencias más inhumanas para que Dios

pudiera escucharla y acompañarla eternamente. El odio de Catalina por su cuerpo

parecería reflejar la ausencia de deseo del otro. Tener hijos parece haber sido, para la

madre de Catalina, una tarea natural privada de deseo, a la cual su madre se doblegó

sin amor, sólo por deber. Así Dios le aseguraba a Catalina la existencia de un Otro
60

del amor que el Otro materno no había podido encarnar. Mientras rechazaba el

alimento ella solo deseaba alimentarse con la hostia consagrada, cuerpo de Cristo,

pedazo sensible del Otro del amor, puro significante del deseo del Otro, que a veces,

sólo bastaba contemplarlo para que infundiese en ella su poder de pacificación

(Gómez Piñeiro de Nitsche, 2006; Recalcati, 2003; 2004).

Como señala Lacan, el Otro de la anoréxica, no es que no haya tenido amor

por el sujeto, sino que lo dio con la misma lógica que ofreció la comida, atiborra con

lo que tiene, en lugar de ofrendar su propia castración. La paciente anoréxica al

rehusarse a comer entrega al Otro materno a la castración. Es un llamado a que la

madre sea deseante, y no ser el sujeto el que obtura el deseo de la madre, porque en

este punto queda en impase el propio deseo. Negarse a comer es la manera de

mostrarle al Otro, que lo que se pide no es ningún objeto en particular, sino algo que

ese otro tampoco tiene porque el amor no se dirige a lo que el objeto posee sino a lo

que le falta (Hernandez Ricárdez, 2009; Recalcati, 2003; Ventoso, 2009).

Ahora bien, el punto de riesgo y de gravedad de la anorexia, es que en este

intento de preservar su deseo y de garantizarse como sujeto en falta, allá donde no

encuentra la falta en el Otro; puede identificarse y gozar con ese objeto pulsional

nada, hasta tal punto que comiendo nada lleva la pulsión de muerte hasta su límite,

transformando el cuerpo en un emblema transparente e invisible (López Herrero,

1999).

Llegados a este punto y a modo de conclusión, deseamos remarcar la

importancia que el alimento adquiere en la constitución subjetiva, dado que es por

vía del alimento que el ser humano es introducido en la dimensión de la relación con

los otros. Hemos visto como el niño pequeño por su carácter prematuro depende
61

completamente del Otro que lo cuida, pero más allá de esta debilidad estructural, el

futuro del niño depende de cómo y de qué es lo que el Otro le da al niño. El ser

hablante no sólo se nutre de alimentos, porque más allá de la satisfacción de las

necesidades el ser humano demanda otra cosa, demanda amor, demanda la presencia

y palabras de reconocimiento del Otro, y es por su presencia que los objetos de

necesidad se transformen en símbolos, en dones de la madre, en signos de su amor.

Así, el valor del objeto no depende tanto de la necesidad que satisface sino del hecho

de ser dado por el Otro. Esto da cuenta que hay algo indispensable para la vida del

sujeto y está constituido por la inmaterialidad del deseo: “dime que soy para ti”. Este

reconocimiento simbólico es el que ha faltado en la anorexia; el Otro no ha sabido

valorar su ser, su imagen y su falta. Por ello la protesta anoréxica se concentra en la

comida: porque la comida es el símbolo de aquello que procede del otro.

Si la nada es el objeto que se intercambia cuando se ama, si el amor es el

signo de la falta, la anoréxica mediante el rechazo del alimento denuncia que ante

una madre estragante y un padre que falla en su función de anudar el goce y el amor,

la estructura del amor no está garantizada. Entonces, podemos comprender porque la

anoréxica desea nada, porque nada es lo que falta para ser reconocida como sujeto

deseante. Ella arriesga su vida, se niega a toda satisfacción de objeto para obtener del

Otro un signo de amor, pero el peligro en la anorexia es que el sujeto goza de comer

nada, la nada aparece anatomizada en el cuerpo, coincidencia fatal de un deseo en el

que el sujeto al borde de la muerte intenta sostener su ser.


62

CAPÍTULO 4
“IMAGEN CORPORAL E IMAGEN DEL CUERPO EN LA
ANOREXIA”

“El yo es ante todo un yo corporal.”

Freud, 1923.

“Ese cuerpo adquiere su peso por vía de la mirada.”


(Lacan 1956, citado en Goldman, 2005).

La anorexia nerviosa no sólo se caracteriza por afectar lo real del cuerpo:

alteraciones neuroendocrinológicas, gastrointestinales, del aparato músculo-

esquelético, etc.; sino que además, presenta una fuerte referencia a la imagen

corporal, en la que la percepción distorsionada de la misma adquiere un lugar central

(Recalcati, 2004).

Hoy la imagen femenina de cuerpo delgado se ha convertido en un icono

social, pero la anorexia no se detiene en evocar este ideal de cuerpo flaco, sino que es

una carrera que avanza hasta mostrar la nada del cuerpo (Recalcati, 2003).

En este capítulo nos ocuparemos de la imagen corporal, luego

desarrollaremos cómo se constituye la misma en la anorexia, lo que nos permitirá

comprender por qué en estas mujeres verse o sentirse gorda, aún teniendo un cuerpo

extremadamente delgado, resulta intolerable; finalmente analizaremos la relación de

la mujer con la imagen de su propio cuerpo.

4-1) Organismo y cuerpo pulsional.

Fue Freud en su trabajo con las pacientes histéricas, quien tuvo la ocasión de

comprobar que el cuerpo no es el organismo, que hay algo que lo excede…; el


63

cuerpo de las histéricas hablaba, y sin duda, fue esta la experiencia fundamental en

su elaboración del concepto de pulsión (Burgos, Grases, Pep Requejo, 2004).

¿Qué es entonces el cuerpo? Para la medicina organismo y cuerpo coinciden,

son una misma cosa; pero el psicoanálisis introduce una diferencia esencial entre el

cuerpo humano y el organismo viviente. Este último está presente desde el origen, es

el cuerpo biológico, y está compuesto por una serie de órganos que desempeñan las

funciones para las que están programados. Su expresión más directa es el instinto en

cuanto brinda una respuesta a las necesidades internas. El cuerpo humano en cambio,

no es reductible al campo biológico, es aquel que tiene la posibilidad de nacer del

encuentro con el significante (Grases, 2005; Recalcati, 2004).

Lacan desde los comienzos de su obra afirma la anterioridad y la permanencia

de lo simbólico en la constitución del sujeto. El mundo del lenguaje espera al niño

desde antes de su nacimiento. De esta forma el nacimiento biológico no anticipa

simplemente el nacimiento psicológico, porque en realidad el nacimiento del niño es

anticipado por Otro: en la elección del nombre, en las expectativas imaginarias

creadas antes de su propia concepción. Esta dependencia estructural del cuerpo al

campo del lenguaje, es lo que Lacan ha afirmado como el cuerpo es el lugar del

Otro. El pasaje por el campo del Otro, denominado alienación significante, le dará al

sujeto una existencia simbólica, un efecto de sentido, pero sólo a cambio de una

pérdida de ser, de una pérdida de goce. Es por la acción del significante que se

produce una desnaturalización del organismo, y el cuerpo biológico se transforma en

cuerpo pulsional, es decir, cuerpo erótico, sexual. Un cuerpo dibujado por la pulsión

que recorta las zonas erógenas, o sea, los lugares por donde algo de goce se perdió

(Grases, 2005; Recalcati, 2004).


64

Es en este punto donde podemos decir que el rechazo en la anorexia no es

sólo al objeto oral, sino al cuerpo como campo de deseo. Hay un rechazo del propio

cuerpo en cuanto cuerpo sexual; y en este sentido, la anorexia puede ser un intento de

construir un cuerpo con características especiales: sin grasa, sin carne, donde el

hueso debe ser visible, palpable. Pero el cuerpo pulsional esta allí, resiste; y como

bien nos ha enseñado Freud, si la fuerza de la pulsión se mantiene constante,

entonces, justamente por la imposibilidad de huir de la pulsión, es que la anorexia

deviene una verdadera batalla por el peso, una confrontación con la pulsión (Grases,

Burgos, Ballester, Cunha y Ramos, 2006; Recalcati, 2004). De hecho, como

planteamos anteriormente, sabemos que el discurso anoréxico se caracteriza por el

control del hambre, de las calorías, donde la dieta se hace cada vez más inflexible,

pero siempre hay un resto de carne que le demuestra al sujeto que la batalla por el

peso continúa. Esto hace que el control por el cuerpo llegue a sus límites y se

presente fuera de sexo, indiferente a la diferenciación sexual (Recalcati, 2004).

Un elemento fundamental que opera en la transformación del organismo en

cuerpo es la imagen, pero la imagen del cuerpo no se sostiene sin una carga libidinal

que esté regulada por la función paterna. Luego veremos qué sucede cuando falla

esta función reguladora tal como sucede en la anorexia (Burgos et. al., 2004).

4-2) Imagen corporal.

El concepto de imagen corporal fue introducido por el neurólogo Pick en

1922, quien enfatizaba el aspecto visual. Este autor indicaba que cada persona

desarrolla una imagen espacial del cuerpo a partir de la información sensorial

(Boschan, 2002).
65

Un aporte importante a este concepto lo hizo el psicoanalista Paul Schilder en

1923, tomando la noción de esquema corporal enunciado en 1911 por el neurólogo

inglés Hanry Haed. Shilder, al definir la imagen corporal integró aportaciones

provenientes de la fisiología, del psicoanálisis y de la sociología. Empleó el concepto

de imagen corporal para designar una representación a la vez consciente e

inconsciente de la posición del cuerpo en el espacio, basada en sus tres aspectos de

sostén: fisiológico, estructura libidinal y significación social (Boschan, 2002;

Roudinesco, 2008). Al respecto dice: “La imagen del cuerpo es la figura de nuestro

propio cuerpo que formamos en nuestra mente, es decir, la forma en la cual nuestro

cuerpo se nos representa a nosotros mismos” (Schilder, 1950, citado en Boschan,

2002).

Françoise Dolto define el esquema corporal, como la representación mental

del cuerpo humano a partir del conocimiento biomédico. La base está en el cuerpo

como organismo vivo, y es compartido por todos los individuos de la especie

humana, de una misma edad. El esquema corporal es inconsciente, preconsciente y

conciente; mientras que la imagen corporal es la imagen inconsciente del cuerpo, está

ligada a la singularidad de cada sujeto, y es el producto del entrecruzamiento entre

historia, deseo y carga libidinal. En su constitución interviene el otro, como soporte

vincular de la imagen (Dolto, 2005).

Freud en “Introducción del narcisismo” (1914), dice: “…el yo tiene que ser

desarrollado. Ahora bien, las pulsiones autoeróticas son iniciales, primordiales; por

lo tanto, algo tiene que agregarse al autoerotismo, una nueva acción psíquica, para

que el narcisismo se constituya” (p.74). Es decir, la constitución del yo se produce

con una nueva acción psíquica, a la que llama identificación primaria y la define,
66

como el primer enlace afectivo con otro investido como modelo o ideal. El niño toma

como modelo una imagen sobreestimada de sí que le devuelven sus padres, y bien

como señala Freud podría llamarse His Majesty the Baby o Su Majestad el yo. Así, el

narcisismo primario designa este primer momento constitutivo de la vida, en el que

el amor de los padres y sus palabras de reconocimiento cargan libidinalmente al yo

del niño. Es por vía del narcisismo que el yo se toma como objeto libidinal,

alcanzando una imagen unificada que le da constancia e integridad.

Freud en “El yo y el ello” (1923), va más lejos y afirma que los afectos de

tales identificaciones serán duraderos y universales. En este mismo texto señala que:

“el yo es ante todo una esencia-cuerpo; no es sólo una esencia-superficie, sino, él

mismo, la proyección de una superficie” (P.27).

Lacan formaliza esto en el estadio del espejo, donde muestra que el niño

pequeño, aún con un cuerpo fragmentado, desprovisto de coordinación motriz y del

poder de la palabra, a merced del Otro materno, encuentra, gracias al aporte de la

imagen especular, su unidad, su Gestalt. De ahí que Lacan afirma, que la imagen en

su exterioridad es más constituyente que constituida. Este es el punto central del

estadio del espejo, donde algo de lo fragmentado en lo real, se recompone a nivel de

la imagen, a nivel narcisístico. Es decir, el niño anticipa imaginariamente la forma

total de su cuerpo por medio de una identificación, estableciéndose así, el primer

esbozo del yo (yo ideal), tronco de las identificaciones secundarias (ideal del yo).En

este primer momento el niño es sostenido por la mirada de la madre, y allí reside

todo el campo de narcisización como fundadora de la imagen del cuerpo del niño

(Grases et al., 2006; Recalcati, 2004).


67

La primera reacción del niño ante el reconocimiento de su imagen en el

espejo se refleja en el júbilo y en su rostro de alegría, pero para que el niño pueda

apropiarse de esta imagen, para que pueda interiorizarla, necesita tener un lugar en el

Otro, que el Otro lo autentifique en su descubrimiento (Grases et al., 2006).

Si en el estadio del espejo la instancia fundamental es el yo ideal, momento

en que el niño ocupa el lugar de objeto que cubre la falta en el Otro materno;

podríamos decir que en el caso de la anorexia el niño no ocupa satisfactoriamente

este lugar, en la medida en que lo que organiza la relación con la imagen especular es

la falta del Otro, la castración. Sabemos que en la madre de la anoréxica hay cierta

debilidad en la inscripción de la función normativa; por lo tanto la imagen del cuerpo

del niño no va a estar cubierta por el brillo fálico, más que de un cuerpo libidinizado,

se trata de un cuerpo que carga sobre sí un goce doloroso y mortificante. Este es un

punto central en la clínica de la anorexia: la existencia de un goce de la imagen

(Meyer, Sobral, 2004; Recalcati, 2004).

Vemos que la imagen del cuerpo es un elemento fundamental en la

constitución del narcisismo y del yo, la que además tiene gran valor como elemento

clínico de determinadas patologías, en las que se dan fenómenos de alteración en la

percepción de la imagen del cuerpo.

A continuación, nos centraremos acerca de qué sucede con la imagen en la

anorexia, en donde el espejo le devuelve al sujeto una percepción distorsionada de su

propio cuerpo.
68

4-2-1) Imagen corporal en la anorexia.

La alteración en la percepción de la imagen del cuerpo constituye uno de los

fenómenos principales para el diagnóstico de los cuadros de anorexia.

Al hablar de las perturbaciones corporales no podemos dejar de mencionar el

Simposio de Gottingen, de 1965, el que constituyó un viraje importante en la historia

científica de la anorexia. A partir de ese momento, el acento comenzó a estar puesto

en la imagen del cuerpo, y la anorexia comienza a ser interpretada como una

dificultad en la constitución de esta imagen. Cabe destacar los trabajos

psicoanalíticos de Hilde Bruch, durante la década de los años 60, para quien la

alteración de la imagen corporal constituye uno de los rasgos psicopatológicos de la

anorexia. Para esta autora la anorexia tiene tres características principales: un

paralizante sentimiento de ineficacia personal, la incapacidad para reconocer la

información interna proveniente del cuerpo, y en tercer lugar, una alteración de la

imagen corporal. Es decir, ella considera que en el sujeto existe una dificultad para

discriminar las propias sensaciones internas, como el hambre y la saciedad, a causa

de una relación conflictiva con el Otro materno en particular, y con el ambiente

familiar en general. La distorsión perceptiva de la imagen corporal es parte de la

dificultad para discriminar los estímulos internos, como efecto de una interacción

conflictiva en la díada madre-hija, en tiempos constitutivos de la subjetividad (Baile

Ayensa, 2002; Recalcati, 2004).

Massimo Recalcati en el libro “La Clínica del Vacío…” (2003), sostiene que

un defecto primario en la constitución narcisista del cuerpo es lo que daría lugar a las

alteraciones relacionadas con la imagen corporal.


69

Para este autor, dichas alteraciones no se deben simplemente a la dificultad

del yo para discriminar los propios estados internos, sino a la imposibilidad del

sujeto para simbolizar la dimensión real del cuerpo pulsional.

Si el sujeto en el espejo mediante la mirada de reconocimiento del Otro, logra

construir un yo unificado en un momento de prematuración fisiológica, podemos

decir, entonces, que el cuerpo no es algo dado sino algo que el lenguaje y el deseo

del Otro moldean; luego la voz y la mirada son cortes significantes, cortes de goce

(Argüelles, 2007).

En el caso de la anorexia, el sujeto no encontró en el espejo una mirada de

reconocimiento, sino una mirada crítica y superyoica, que al no ofrecerse como

especularidad simbólica buena y positiva, capaz de permitir al sujeto el

reconocimiento de su propio ser a través del Otro; hace que algo de lo fragmentado

del cuerpo no entre en la especularización de la imagen y quede como algo separado,

extraño. Esto significa que existe un goce de la imagen, que para Recalcati sería el

fundamento de lo que Hilde Brusch considera como percepción distorsionada y

delirante de la anorexia (Recalcati, 2003, 2004).

En la anorexia, hay una especie de independencia de la imagen respecto al

cuerpo del sujeto, entonces nos encontramos con la dificultad que tienen estas

pacientes, para integrar entre sí el cuerpo como imagen narcisista y el cuerpo como

ser pulsional. Es decir, la imagen narcisista no forma el cuerpo, y hace que aparezca

aquello que en el cuerpo no pudo reducirse a imagen, el objeto (a) como ser del

sujeto (Recalcati, 2003). Se trata del retorno de un objeto libidinal, que mientras esta

regulado por la función paterna funciona como velo de la castración, pero a la vez

elidido del campo imaginario, sostenido por detrás. En cambio, cuando se hace
70

visible en el espejo, su goce ya no se deja regular por aquella función y deberá ser

tramitado con ayuda de otros recursos, por ejemplo, mediante dietas estrictas

(Argüelles, 2007).

En la anorexia verse o sentirse gorda resulta insoportable porque se trata de

un goce localizado en el cuerpo y en la imagen del cuerpo. Es un goce pulsional no

regulado, que se experimenta en el cuerpo como algo intolerable porque es pura

pulsión de muerte (Meyer, Sobral, 2010). En este sentido, lo que el sujeto anoréxico

quería borrar de sí, la dimensión pulsional del cuerpo, retorna del exterior como

imagen imperfecta. Recalcati, aclara, que este retorno de aquello que no ha sido

simbolizado por el sujeto, puede asumir distintas formas: desde el retorno

alucinatorio de lo real del goce que agujerea la pantalla de la imagen provocando un

colapso psicótico, hasta trastornos perceptivos más sutiles que dan lugar a

alteraciones imaginarias menos determinadas estructuralmente (Recalcati; 2003).

Como habíamos planteado en el punto anterior, acerca de que la imagen en su

exterioridad es más constituyente que constituida con respecto al ser del sujeto; cabe

decir que en la anorexia, al contrario, nos encontramos con un sujeto que quiere

hacer de la imagen de su cuerpo, una imagen constituida por la voluntad, por el

sacrificio superyoico (Recalcati, 2004). La imagen debe obedecer al ideal del yo, que

es un yo tiránico, que impone un vasallaje absoluto: “nada alcanza ni es suficiente

como el ideal ordena” (Burgos et al., 2004).

En la anorexia habría una construcción patológica del yo ideal que impide el

acceso a una sólida institución del ideal del yo. Por ello, en la anorexia, toda llamada

por parte del Otro tiende a ser asumida por el sujeto de manera superyoica, tanto en

el sentido de un sí indiscriminado, como a menudo sucede con los estudios; como del
71

no en el sentido de un rechazo igualmente indiscriminado (Cosenza, 2001; Recalcati,

2004). De este modo la relación de la anoréxica con el espejo representa una

paradoja: la necesidad de ir al encuentro con el espejo y el efecto maligno de cada

encuentro, en el que el sujeto se ve demasiado gordo con respecto a su imagen ideal

(Cosenza, 2009).

La clínica de la anorexia no sólo refleja que la imagen especular y su

deformación son dos constantes clínicas, sino que al mismo tiempo, tal como lo

demuestran los datos estadísticos; es una clínica de lo femenino.

A continuación analizaremos la relación de la mujer con la imagen de su

propio cuerpo, en la medida en que pensamos que a partir de allí, podemos comenzar

a delinear una posible respuesta de por qué el discurso anoréxico encuentra una

declinación privilegiada en la clínica de las mujeres

4-3) La imagen del cuerpo en la clínica de la mujer.

Para comenzar a abordar la cuestión de lo femenino haremos referencia a la

Conferencia 33 “La feminidad” (1933), donde Freud va a plantear que la

importancia que las mujeres le atribuyen a su propio cuerpo es una compensación por

la falta fálica. Lo citamos:

Adjudicamos a la feminidad, pues, un alto grado de

narcisismo, que influye también sobre su elección de objeto, de

suerte que para la mujer la necesidad de ser amada es más intensa

que la de amar. En la vanidad corporal de la mujer sigue participando

el efecto de la envidia del pene, pues ella no puede menos que


72

apreciar tanto más sus encantos como tardío resarcimiento por la

originaria inferioridad sexual (p.122).

Recalcati en el texto “La clínica del Vacío...” (2003), señala que la doctrina

del estadio el espejo, en la mujer marca una sensibilidad particular hacia la

especularización de la imagen de su cuerpo. Si en el hombre la presencia del falo,

ofrece un punto de sostén visible y representable, que lo protege del encuentro con el

vacío, con la ausencia; en la mujer, por el contrario, la imagen especular se apoya

sobre un trasfondo de ausencia, que viene a cubrir un vacío y, por lo tanto, se presta a

ser un lugar sobreinvestido narcisisticamente. Para la mujer, la imagen de su cuerpo

funciona de por sí como una máscara que recubre su no tener fálico. De acá la

distinta intensidad libidinal del investimiento ante el espejo, y el valor que la imagen

estética del cuerpo adquiere en la mujer respecto al hombre (Recalcati 2003, 2004).

¿Cómo especularizar aquello que no existe? ¿Cómo especularizar una

ausencia simbólica?

En el Seminario 4 “La relación de objeto”, Lacan (1957), presenta el velo

como aquello que viene a cubrir la falta. Al respecto dice: “(…) al estar presente la

cortina, lo que se encuentra más allá como falta tiende a realizarse como imagen.

Sobre el velo se dibuja la imagen. (…) La cortina cobra su valor, su ser, y su

consistencia, precisamente porque sobre ella se proyecta y se imagina la ausencia

(p.157).

Es decir, una vez colocado el velo, sobre él se dibuja algo que dice que el

objeto está más allá. El objeto que se imagina sobre el velo o cortina viene a colmar

la falta que fue introducida por la castración, entendida como falta fálica.
73

El concepto de mascarada está en estrecha relación con el de velo, entonces

podemos decir, que la mascarada femenina se dibuja sobre el velo, se vuelve velo.

Así la niña sobre el fondo de no tener, va a construir la mascarada femenina que es la

manera en que la mujer se vuelve falo para el deseo de un hombre. La mascarada

fálica es un modo de tratar lo femenino, de constituir el ser con la nada; pero

partimos de considerar que en la anorexia, la mascarada femenina, como semblante

del vacío esencial en la mujer, falla porque la anorexia no se detiene en evocar un

velo a ser descubierto, en ofrecer un semblante, la anorexia es la nada que avanza y

se hace visible mostrando la nada del cuerpo (Crivella, Gurfinkel, 2002).

En este punto nos planteamos si no podemos pensar la anorexia como un

modo particular de tratar lo femenino, en tanto, la mascarada falla no estamos en el

campo del deseo sino en el campo del goce, entonces, ¿qué goce se pone en juego

allí? Por otro lado, si la anorexia da a ver la nada del cuerpo, es decir, desaparecen

todos los atributos ligados a la feminidad, ¿no podríamos considerar la anorexia

como una posición que sostiene el cuerpo en la inhibición o nominación imaginaria?

En el siguiente capítulo retomaremos estos interrogantes para dar una posible

respuesta.
74

CAPÍTULO 5

“ANOREXIA: UN TRATAMIENTO PARTICULAR DE LO

FEMENINO EN UN MUNDO CAPITALISTA”

“La propia mujer, la mayor parte del tiempo,

no sabe lo que este mal la priva de deseo”.

(Marguerite Duras 1964, citado en Goldman, 2005).

Hoy la anorexia afecta principalmente a las mujeres de las sociedades de

consumo. Y es en este medio social, regido por el discurso capitalista y caracterizado

por el rechazo del amor y de la castración; donde la imagen femenina de cuerpo

delgado se ha convertido en un icono social (Argüelles, 2007; Recalcati, 2003).

Por ello, no podemos dejar de analizar ciertas características de la sociedad de

consumo, sociedad donde la anorexia se presenta como uno de sus síntomas más

sobresalientes, en vínculo con los ideales estéticos y sociales y trayendo como

novedad no tanto su cuadro como su carácter epidémico.

En un mundo en donde los objetos y el propio cuerpo se han convertido en un

imperativo de consumo; el sujeto anoréxico dando a ver la nada del cuerpo parece

mostrar su no acuerdo con respecto al orden del discurso universal.

5-1) El Cuerpo como nombre.

Freud, en “Sobre la sexualidad femenina” (1931) y en la Conferencia 33 “La

Feminidad” (1933), expone que la vida sexual de la mujer se divide en dos fases, la

primera es de carácter masculino, mientras que sólo la segunda es específicamente


75

femenina. A la primera de estas fases la sitúa antes del complejo de Edipo, y es la

decisiva para el futuro de la mujer, ya que la ligazón madre preedípica deja fijaciones

intensas y duraderas. La dificultad fundamental que se plantea allí para la niña es la

salida de esta primitiva vinculación con la madre, que excluye al padre como un

molesto rival.

A su vez, en el texto “Sobre la sexualidad femenina”, ubicará en este

momento constitutivo: (…) el temor sorprendente, pero invariablemente hallado, de

ser asesinada (¿devorada?) por la madre” (p.229). Es decir, la niña toma como

objeto de amor a la madre fálica, produciéndose una completud imaginaria entre

ambas, cuyo correlato inevitable es el fantasma de devoración materno (Soria, 2000).

Para Freud, tanto el fantasma de devoración como la fantasía de la vida

prenatal en el seno materno, son versiones de un mismo fantasma: el retorno al

cuerpo de la madre. Y ambos, que permanecieron latentes desde la infancia, se

actualizan en la pubertad, particularmente en las mujeres (Soria, 2000).

En “Metamorfosis de la pubertad” (1905), Freud, expresa que hasta la

pubertad no surge una clara diferenciación entre el carácter femenino y el masculino.

“La pulsión sexual era hasta entonces predominantemente autoerótica, ahora halla

al objeto sexual, fuera del propio cuerpo” (p.189).

Aquí nos interesa ubicar qué pasa con el cuerpo femenino en la pubertad,

pues en la clínica de la anorexia hallamos que mayormente es en ese momento

cuando ellas se encuentran con su cuerpo como extranjero, como Otro, un cuerpo que

les perturba, ya sea por la mirada de los hombres, o por el cambio de su talla, o

porque el espejo les devuelve una imagen extraña; y sitúan allí lo no reconocido en la

imagen misma (Eidelberg et al., 2003).


76

La mujer, al hacer que su cuerpo opere como falo, como compensación por la

envidia del pene, el penisneid, se ubica en una posición narcisista donde ese

imaginario cuerpo falo conduce a la mujer a apartarse de la castración simbólica.

Lacan va a desplegar esto en su texto “La significación del falo”, donde dirá que en

las mujeres todo el cuerpo suple al falo faltante, es decir que el cuerpo mismo toma

valor fálico.

Es en la pubertad cuando se producen las transformaciones corporales ligadas

al surgimiento de los caracteres sexuales secundarios: las redondeces del cuerpo, la

menstruación; y el cuerpo fálico infantil se quebranta, y se reviven los fantasmas de

devoración con la madre, frente a los que la identificación al falo en la infancia

operaba como defensa. Así, en este período, lo que irrumpe en la imagen es el exceso

fálico del cuerpo femenino que estaba supliendo por entero al falo que falta (Ons,

2003; Soria, 2000).

En la anorexia, en cambio, hay un real puberal que no pudo ser

especularizado, y se produce entonces un actuar sobre el cuerpo para producir una

marca que no es la simbólica. El rechazo del alimento trae como consecuencia el

borramiento de estos signos secundarios: primeramente amenorrea y luego la

desaparición de las curvas del cuerpo (Recalcati, 2003; Ruesgas y Solíz, 2005).

Freud, en la “Conferencia 33…”, situará el complejo de castración como el

factor específico de alejamiento de la madre para la niña, de donde parten tres

caminos posibles, de los cuales ubicaremos el primero, a saber, la inhibición sexual,

como aquél que eligen los sujetos que toman la posición anoréxica (Soria, 2000).

En el texto “Inhibición, síntoma y angustia” (1926) Freud, expresa que la

inhibición es una restricción funcional del yo que evita la represión. Lacan, por su
77

parte, planteará en el Seminario 22 “R.S.I” a la inhibición como una nominación

imaginaria; esto implica que cuando está operando este mecanismo, el sujeto se

nombra a partir de lo imaginario del cuerpo. En la anorexia, la nominación como

mujer no se da mediante la mascarada fálica, dado que el cuerpo no se presenta para

causar el deseo de un hombre, sino que se aleja de la mirada deseante, ubicándose

como un objeto en función de desecho (Buendía, 2002; Soria, 2000). En este sentido,

ella intenta nominarse recurriendo a la imagen: “soy anoréxica”; de ahí que podamos

decir que en la anorexia la feminidad se sintomatiza vía el rechazo del cuerpo, en su

doble vertiente: rechazo del propio cuerpo en cuanto cuerpo sexual, y rechazo del

cuerpo del Otro en cuanto sede de goce y de deseo (Recalcati, 2010; Ruesgas y Solíz,

2005). Esto último, nos permite retomar el interrogante que habíamos planteado en el

primer capítulo, a saber, si podemos pensar la anorexia como una defensa frente a la

angustia que experimenta el sujeto, al verse confrontado con el deseo del Otro, el

deseo del hombre.

Lacan en el Seminario 10 “La angustia”, plantea que la angustia es ante el

objeto (a). Es el afecto que captura a un sujeto cuando se ve confrontado con el deseo

del Otro.

Pensamos que la angustia es ante la pérdida del cuerpo de la infancia, ante el

goce del Otro. Si adquirir formas femeninas ubica a la mujer ante la mirada deseante

de un hombre; también podemos pensar que al mismo tiempo se pone en juego la

pregunta sobre qué es ser mujer.

Si en la anorexia hay un déficit en lo simbólico, que hemos vinculado con el

estrago materno y cierto fracaso en la función paterna de anudar el goce y el amor,

anudamiento fundamental para que la mujer consienta en ubicarse como objeto causa
78

de deseo de un hombre, entonces podríamos preguntarnos ¿cómo responde la

anoréxica al encuentro con el Otro sexo? Si ante la mirada deseante del Otro, la

anoréxica queda reducida a objeto de goce, en tanto el goce está desanudado del

amor; ella tiene una sola respuesta: sustraerse de ser objeto de goce mostrando la

nada del cuerpo. Es decir, se nombra a partir del cuerpo, de una imagen magra y

asexual: “soy anoréxica”. Su actuar sobre el cuerpo impide la aparición de todos los

atributos corporales ligados a la feminidad, por lo que la anorexia parece destinada a

negativizar todo aquello que vino a agregarse a la imagen del cuerpo: no bastará con

adelgazar, sino que habrá que eliminar hasta la carne misma.

La anorexia así no sólo es un modo particular de tratar lo femenino, en tanto

da a ver la nada del cuerpo; sino también una posición que sostiene al cuerpo en la

inhibición y la nominación imaginaria.

5-1-1) Mujer privada.

Eric Laurent, en su libro “Posiciones femeninas del ser” (1993), se detiene en

el tema del goce de la privación, y señala que Lacan introduce el concepto de

privación para dar cuenta del ser de la mujer.

En el Seminario 4 “La relación de objeto” (1956), Lacan presenta las tres

formas de falta de objeto, una de ellas es la privación a la que va a definir como una

falta en lo real. Señala:

(…) si puede hablarse de privación es a propósito de lo real

como algo muy distinto de lo imaginario. (…) Parece muy

problemático que un ser que se presenta como una totalidad pueda

sentirse privado de algo que, por definición, no tiene. Diremos pues


79

que la privación, en su naturaleza de falta, es esencialmente una falta

en lo real. Es un agujero (p.38).

Lacan nos dice que la ausencia de algo en lo real es simbólica, ya que si

decimos que falta un objeto es porque mediante una ley se define que debería estar

allí. En lo real nada le falta a la mujer, sólo puede faltarle el falo en la medida en que

éste es un objeto simbólico. El término privación nos permite pensar en algo por

fuera del registro del tener y como la mujer, en términos de Freud, no sufre de la

amenaza de castración puesto que ha sido efectuada, ella puede constituir su ser

despojándose del tener (Crivella y Gurfinkel, 2002).

Introducimos aquí el concepto de potlach. Este término es utilizado por los

Indios de America del Norte, para designar las ceremonias de lucha por el

reconocimiento, donde cada uno busca sacrificar más bienes que el otro. A diferencia

de las sociedades de consumo, que ambicionan acumular bienes; estos grupos

anhelan destruir más, en función de obtener más prestigio social (Laurent, 1993).

En las mujeres, hay algo que puede ubicarse en esta dirección; así como en el

hombre va por el lado del tener; lo esencial de la posición femenina no va por la vía

del tener, y por ello les es posible sacrificar el tener (Ventoso, 2009). Este es el

llamado goce de la privación: fabricarse ese plus a partir de la sustracción del tener

(Laurent, 1993).

A su vez Lacan, a diferencia de Freud, no va a resaltar la carencia fálica en

las mujeres, sino por el contrario, lo que hay de suplementario en ellas como goce, es

decir, marca un más de goce en lugar del menos fálico de Freud. El concepto de

privación que introduce Lacan, permite pensar la feminidad por el lado del goce,
80

pero de un goce suplementario al goce fálico, un goce que ya no tiene la medida

fálica (Crivella y Gurfinkel, 2002; Ruesgas y Solíz, 2005).

Si el goce de la privación es despojarse del tener y a partir de allí construir el

ser, lo que vemos en la anorexia es que el sujeto lleva al extremo este sustraerse del

tener, puesto en su propio cuerpo. Hay un sacrificio de tener: de tener un cuerpo, de

tener formas femeninas, y de todo aquello que suele suponerse que sería del ser

femenino (Crivella, Gurfinkel, 2002; Ventoso, 2009). Esta modalidad de goce es la

que se presenta en las experiencias místicas, pues estas mujeres, como vimos en el

primer capítulo; despojándose de sus bienes mundanos, de los placeres de la vida

terrenal, y de todo rastro de feminidad, lograron constituir su ser. Allí la anorexia se

equipara a la experiencia mística, en la medida en que ambas son expresiones de un

goce que esta más allá del ordenamiento fálico (Recalcati, 2004).

Y así la anorexia, en tanto síntoma social, plantea ciertas objeciones al

discurso imperante: ella lo cuestiona en la medida que elige privarse (Ventoso,

2009).

Pasemos ahora a delinear algunas características de las sociedades de

consumo.

5-2) Anorexia y discurso capitalista.

Una de las características más destacadas de los países de consumo del

mundo occidental, es el desarrollo científico-tecnológico que ha dado lugar a la

producción de objetos tecnológicos a gran escala, de gadgets, como decía Lacan; que

abastecen incansablemente nuestro medio social. Sin embargo, bajo esta oferta

ilimitada de objetos para el consumo, hay un aspecto de uniformidad tiránica, un


81

superyó del capitalismo que ordena: “Como quieran, ¡gocen! Siempre y cuando estén

dentro del sistema, siempre y cuando el plus de gozar esté encarnado en algún objeto

del mercado” (Goldenberg, 2000; Sobral, 2003; Ventoso, 2009).

El discurso capitalista, teorizado por Lacan como el quinto discurso, se

caracteriza por el rechazo de la castración y del amor (Ons, 2003). En efecto, en este

discurso, no hay objeto perdido, sino reciclaje constante del goce en un sistema

aparentemente sin pérdida; es decir, en lugar de pérdida hay recuperación del objeto

tecnológico que funciona como un objeto plus de gozar. El rasgo de este discurso

consiste en cubrir la pérdida de la Cosa a través de la oferta ilimitada del objeto; pero

la otra cara de este discurso es que ningún objeto debe ser verdaderamente

satisfactorio para permitir que la maquinaria productiva lance continuamente nuevos

objetos de consumo. Este es el verdadero engaño del discurso capitalista: “renovar la

falta y perpetuar la constante insatisfacción”, porque la falta del sujeto es falta en ser

y no de objeto, y justamente porque es falta en ser no puede, por estructura, ser

saturada con la oferta ilimitada de objetos de consumo (López Herrero, 1999;

Recalcati, 2004).

Si el sujeto de deseo se constituye a partir de una falta estructural que lo

empuja a una búsqueda incesante, hay en el ser humano otra dimensión, la de la

satisfacción pulsional, que lo conduce a una inercia de goce. El objeto de deseo es un

objeto más buscado que encontrado, es un objeto prometido que nos hace andar por

la vida, que nos hace vivir. Pero hemos pasado de un mundo que estaba orientado por

la dialéctica del deseo y la palabra a otro en el que la caída de los ideales, del Otro de

la Ley, de la garantía y de su función normativa conduce a una tiranía de goce; esto

es lo que caracteriza el discurso capitalista (Sobral, 2003).


82

Nuestro mundo favorece que las personas encuentren la satisfacción en

circuitos integrados por el propio cuerpo y los objetos, donde el propio cuerpo

funciona como un nuevo objeto de consumo. El culto al cuerpo joven, delgado y

esbelto se ha convertido en un icono social de gran valor, en un imperativo de

consumo, constituyendo uno de los lugares en que se manifiesta el predominio de lo

imaginario. Hoy la palabra y el deseo han sido desplazados por la imagen, se trata de

las apariencias del dar a ver (Berkoff et al., 2002).

Hay ideales que son aspiraciones o modelos a los que referirse y se coordinan

muy bien con el deseo, cuyo objeto se define por ser siempre inalcanzable; pero hay

otros que devienen pura exigencia. El discurso capitalista cuyo correlato es la

sociedad de consumo, transforma los objetos inalcanzables de deseo, en objetos

necesarios, en objetos de goce; y como consecuencia, promueve que el ideal se

convierta en exigencia. Se trata, entonces, de un ideal correlacionado con el goce y

no con el deseo (Meyer, 2006).

En este contexto decimos que la anorexia tiene algo encontrado con el

discurso capitalista, es decir, este discurso tiende al desenfreno del consumo,

mientras que la anorexia tiende a ponerle freno a ello, denunciando el exceso de

satisfacción propio de la sociedad imperante. Parecería que sólo en una sociedad de

abundancia tiene lugar un posicionamiento como el anoréxico, que requiere de

sobreabundancia de alimento para poder rechazar. De hecho no es casual que en

África Negra y en la sociedad preindustrial, no se registren casos de anorexia

(Sobral, 2003; Recalcati, 2004).

Encontramos así una primera relación entre el estrago materno y el discurso

capitalista, en tanto hay estrago cuando falta la falta, cuando falta el amor, pero
83

también cuando el amor no contempla la falta. Agnes Aflalo plantea que el matema

del amor puede escribirse como significante del Otro barrado (Berkkof et al., 2002).

Y esto se vincula con lo que señala Lacan acerca de la madre de la anoréxica: aquella

que confunde el don de su amor con el don de sus cuidados.

En este sentido, pensamos que la profusa disponibilidad de objetos de

consumo que ofrece el Otro social, podrían equipararse a la “papilla asfixiante” que

ofrece el Otro materno; y la respuesta de la anorexia subvertiría entonces la lógica

dominante del discurso capitalista, la del consumo, que vende la ilusión de que

mediante el tener se puede alcanzar el ser. El sujeto anoréxico diciendo no al

consumo, manifiesta que una montaña de regalos, toda la abundancia del tener, no

hacen al amor (Ons, 2003; Recalcati, 2004).

Y por fin, una segunda correspondencia entre el estrago materno y el discurso

capitalista la ubicamos en dos afirmaciones de Lacan: cuando plantea que el Otro de

la anoréxica confunde el don de su amor con el don de sus cuidados, suministrando

papilla asfixiante; y cuando caracteriza el discurso capitalista por el rechazo del amor

y de la castración.

¿Cómo responder ante el Otro familiar y social, que constantemente atiborran

con lo que tienen, obturando la falta, borrando la dimensión subjetiva y en

consecuencia el funcionamiento deseante? La respuesta anoréxica es a nivel del ser:

“soy anoréxica”, esta es su carta de presentación.

Esto quizás explique la anorexia como epidemia social. Acá también se trata

de una oposición a la lógica del tener, rechaza la serialidad de objetos para mantener

vivo el deseo, pero paradójicamente ella se consume mostrando la nada del cuerpo.

En este punto, cabe reflexionar acerca del anudamiento entre el goce de la privación,
84

y el cuestionamiento del ser, en tanto la anoréxica alcanza imaginariamente el ser,

poniendo en peligro su propia vida.


85

CONCLUSIONES.

Después del recorrido realizado en torno a la anorexia nerviosa, iniciaremos

este apartado haciendo una síntesis de los puntos más relevantes de nuestro

desarrollo, exponiendo paralelamente las conclusiones a las que fuimos arribando.

En el primer capítulo hemos abordado cronológicamente las manifestaciones

y descripciones médicas de la enfermedad, lo que nos ha permitido observar que la

restricción alimentaria no es un síntoma actual, sino que ha estado presente a lo largo

de la historia en el mundo occidental, pero en particular modo desde la Edad Media,

alcanzando así diferentes expresiones y connotaciones según el discurso socio

cultural de cada época.

Fue en la comunidad cristiana del período medieval donde encontramos

numerosas descripciones de mujeres jóvenes que ayunaban hasta la inanición. En

general, se trataba de un grupo de devotas que mediante la práctica del ayuno

decidían sacrificar su vida por amor a Dios.

A partir de la historia de estas religiosas, conocidas hoy como “santas

anoréxicas”, pudimos observar vidas regidas por privaciones y comportamientos

autodestructivos, en las que el repudio de la ingesta no sólo implicaba la negación de

todos los placeres de la vida terrenal, sino también la pérdida de cualquier rastro de

feminidad.

En la doctrina cristiana el ayuno religioso estaba ligado a prácticas de

santidad, purificación e identificación con Dios, pero la comida sacrificial, el ayuno

religioso, también fue el modo como estas místicas pudieron rebelarse y oponerse a

las rígidas normas sociales y familiares.


86

A mediados del siglo XIX, cuando la comunidad científica de la época

comenzó a interesarse por la anorexia, esta dejó la particularidad de sus raíces

religiosas para entrar al ámbito de la ciencia médica. Desde ese momento, el

creciente interés por indagar acerca de sus causas, dio lugar a numerosas

investigaciones, las que le atribuyeron una etiología multicausal. Así la anorexia,

incluyendo las descripciones freudianas; ha pasado por distintos cuadros: desde la

neurosis hasta la psicosis, fundamentalmente neurosis histérica, pero también fobia,

melancolía, etc.

Aquí concluimos que tanto la santa anoréxica como la anorexia nerviosa

actual no sólo comparten un cuadro sintomático caracterizado por el rechazo del

alimento y un cuerpo carente de formas femeninas sexuales y eróticas; sino que

además, fue mediante la repulsa del alimento como alcanzaron un nombre y un

reconocimiento como sujeto.

Sabido es que el síntoma psíquico siempre depende del imaginario que

domina cada época y de sus instrumentos de conocimiento. Así, las místicas del

medioevo se nombraron “santas”, hoy estas jóvenes se nombran “anoréxicas”; pero

la singularidad sintomática, el rechazo de la ingesta, les dio un reconocimiento social

como sujetos: ambas alcanzan el ser mediante ser nada. Esta predominancia del

“ser” será retomada cuando hablemos del goce de la privación.

En el capítulo dos, nos centramos en los aspectos clínicos de la anorexia

nerviosa, enfermedad de origen psíquico pero que tiene la particularidad de implicar

en modo profundo y dramático lo real del cuerpo.


87

En la anorexia hay apetito, apetito contra el que el sujeto lucha en función de

un temor intenso a engordar; sólo en etapas avanzadas, y en virtud de ciertas

alteraciones metabólicas dejan de tener hambre.

El cuadro suele comenzar con una serie de ideas relacionadas con el cuerpo y

la valoración estética, por lo que el paciente comienza con un plan de dieta y

aumento de actividad física; lo que lo complace y le genera bienestar, en la medida

en que está alcanzando su objetivo hacia la delgadez. Tanto la hiperactividad como

los diversos recursos de engaño que utilizan para no ser controlados sobre qué comen

y cuanto comen, hace que sean llevados a consulta tardíamente; muy difícilmente

consultan por sí solos dado que carecen de conciencia de enfermedad.

La decisión voluntaria de dejar de comer da lugar a diversas alteraciones

orgánicas, que en muchas ocasiones generan graves complicaciones clínicas, las que

al poner en riesgo su vida exigen la hospitalización.

Actualmente los criterios que se tienen en cuenta para diagnosticar la

anorexia son los propuestos por los manuales de psiquiatría; desde esta concepción la

anorexia es considerada un trastorno de la conducta alimentaria y una entidad clínica

en sí misma.

Desde la teoría psicoanalítica, la anorexia es un síntoma, y como tal,

constituye una formación sintomática de cualquier estructura clínica; las que se

diferencian por su relación al deseo y por el posicionamiento del sujeto frente a la

castración simbólica. Hacer un diagnóstico metapsicológico apropiado resulta una

tarea preliminar, que nos orientará respecto a las estrategias clínicas a implementar

en la dirección de la cura, pues el tratamiento adquirirá particularidades específicas

según la estructuración psíquica del paciente en cuestión.


88

Hemos concluido allí que la anorexia ofrece al sujeto un nombre, un

reconocimiento, en tanto, ante la mirada del Otro, la paciente anoréxica se da a ver

como anoréxica, es decir; se ofrece a la mirada del Otro mostrando un cuerpo

huesudo y esquelético. Se trata de un cuerpo que más que hacer enigma ante la

mirada del Otro se presenta como pura evidencia: “soy anoréxica”.

Dado que la posibilidad real de muerte se anida estructuralmente en la clínica

de la anorexia; consideramos que como profesionales de la salud mental, debemos

reconocer los límites de la palabra además de sus poderes. Con un sujeto al borde de

la muerte no podemos emprender un análisis, por lo tanto, debemos tener muy

presente la posibilidad de un abordaje bio-psico-social que contemple la complejidad

constitutiva del ser humano; porque cuando se presenta una urgencia hay que

afrontarla, y en estos casos es imposible pensar solamente en el poder de la palabra.

Si bien consideramos que es importante avanzar en las significaciones que en

cada caso puedan tener las perturbaciones de la conducta alimentaria, rescatando a

cada paciente en su singularidad, más allá de su inclusión en un diagnóstico general;

no debemos olvidar que en la anorexia la alimentación no sólo está implicada en su

aspecto simbólico sino también en su valor estrictamente biológico.

En la anorexia el problema con la comida es central, por ello, en el tercer

capítulo nos concentramos en analizar los primeros momentos de la constitución

psíquica; dado que es por vía del alimento que el ser humano es introducido en la

dimensión de las relaciones, primeramente con el Otro materno y luego con sus

semejantes.

Hemos señalado que no toda demanda del niño queda articulada en el objeto

que calma la necesidad, porque precisamente es por la presencia del Otro materno,
89

que los objetos de necesidad se transforman en signos, en dones de la madre, en

dones de su amor.

Pero el niño pequeño habiendo saciado su necesidades reclama algo más, y en

este punto de insatisfacción demanda amor, demanda las palabras de reconocimiento

como sujeto.

Si amar es dar lo que no se tiene a quien no lo es, si el objeto que se

intercambia cuando se ama es la nada; el niño demanda ese don de amor como una

nada, como un vacío, porque el amor viene a ser la nada del objeto como perdido.

Esto da cuenta que hay algo indispensable para la vida del sujeto y está constituido

por la inmaterialidad del deseo: “dime quien soy para ti”. Este reconocimiento

simbólico es el que ha faltado en la anorexia, el Otro no ha sabido valorar su ser, su

imagen y su falta; por eso la protesta anoréxica se concentra en la comida, porque la

comida es el símbolo de aquello que procede del Otro.

La madre de la anoréxica no es que no haya tenido amor por el niño, sino que

respondió a la demanda de amor con papilla asfixiante, ofreció cosas, cuidados,

comida, pero no ofreció al niño el signo de su falta.

Como hemos señalado, podríamos decir que en la anorexia nos encontramos

con una madre toda madre, una madre que no ha podido articular en su vida su ser

madre con su ser mujer, entonces; cuando el padre queda fuera del deseo de la

madre, es cuando ella hará del niño su único objeto de satisfacción. En estos casos la

demanda materna se presenta de manera ilimitada, absoluta, porque cuando el deseo

de la madre no contempla la falta, deviene un imperativo de goce “se todo para mi

como lo soy yo para ti”. Así, ante una madre estragante y un padre que falla en su

función de anudar el goce y el amor, la estructura del amor no está garantizada.


90

Ante la demanda ilimitada y mortífera del Otro, el sujeto anoréxico rechaza

todo lo que viene de él para preservar su deseo; pero esa repulsión se configura de

manera fallida y paradójica, en tanto el rechazo que ejecuta de todo lo que viene del

Otro para la supervivencia de su deseo, deviene aniquilación nirvánica del deseo

mismo: deseo de nada.

El matiz más problemático de la anorexia es que el sujeto, para salir de la

frustración de la demanda de amor, se identifica y alcanza un plus de satisfacción

pulsional con el objeto nada, que no es más que el objeto oral vaciado, productor de

satisfacción pulsional. Este es el verdadero punto de riesgo y gravedad de la

anorexia, el sujeto lleva la pulsión de muerte hasta su límite; goza de comer nada, la

nada aparece anatomizada en el cuerpo, coincidencia fatal de un sujeto que al borde

de la muerte intenta sostener su ser.

Desde aquí, hemos planteado la anorexia como una patología de la demanda,

como una enfermedad del amor, en la medida que consideramos que los problemas

que el sujeto manifiesta con la comida, ya sea mediante el rechazo o comiendo nada,

responden a conflictos ocurridos en tiempos tempranos de la constitución subjetiva.

Pensamos que abordar la anorexia como un mero trastorno de la alimentación, sería

detenerse en un nivel muy visible de la patología, en las evidencias clínicas, dejando

en la sombra lo particular de la constitución subjetiva.

En el capítulo cuatro, abordamos la imagen corporal para luego centrarnos en

la imagen del cuerpo en la anorexia, en donde el espejo siempre le devuelve al sujeto

una percepción distorsionada de su propio cuerpo.


91

Hemos señalado que en la anorexia ha faltado un reconocimiento simbólico,

un reconocimiento como sujeto, de ahí que las alteraciones en la percepción de la

imagen corporal se presentan de manera constante.

En la anorexia más que de un cuerpo libidinizado, recubierto por el brillo

fálico, se trata de un cuerpo que carga sobre sí un goce doloroso y mortificante.

Entonces, verse o sentirse gorda resulta intolerable porque se trata de un goce

localizado en el cuerpo y en la imagen del cuerpo, es un goce pulsional no regulado

por la función paterna, que se experimenta en el cuerpo como algo intolerable porque

es pura pulsión de muerte.

De aquí que la anorexia resulta una verdadera batalla con la pulsión, y el

sujeto erige un riguroso método de control por el cuerpo, el hambre, el peso, las

calorías, no obstante; siempre hay un resto de carne que le demuestra al sujeto que la

batalla por el peso continúa.

En este punto hemos podido concluir que en la anorexia el rechazo no es sólo

al objeto oral, sino al cuerpo como campo de deseo.

A continuación analizamos la relación de la mujer con la imagen de su

cuerpo, para a partir de allí delinear una posible respuesta de por qué la anorexia

encuentra una declinación privilegiada en la clínica de las mujeres.

Hemos señalado que la importancia que las mujeres le atribuyen a la imagen

de su cuerpo es una compensación por la falta fálica. Allí introducimos el concepto

de mascarada fálica, que es el modo en que una mujer se vuelve deseable para un

hombre; para luego ubicar que en la anorexia la mascarada falla, porque el cuerpo

anoréxico no se detiene en evocar un semblante a ser descubierto, sino que es una

carrera que avanza hasta mostrar la nada del cuerpo.


92

Y por fin, en el último capítulo hemos planteado la anorexia no sólo como un

modo particular de tratar lo femenino, en tanto da a ver la nada del cuerpo; sino

también como una posición que sostiene el cuerpo en la inhibición o nominación

imaginaria. Desde allí articulamos y buscamos responder a uno de los interrogantes

que nos habíamos planteado en el primer capítulo, a saber, si podemos pensar la

anorexia como una defensa frente a la angustia que experimenta el sujeto al verse

confrontada con el deseo del Otro, al deseo del hombre. Luego hicimos referencia al

concepto de goce de la privación; y finalmente analizamos ciertas características de

las sociedades de consumo, dado que es en este medio social donde la anorexia ha

alcanzado un carácter epidémico.

Hemos podido concluir que la angustia es ante la pérdida del cuerpo de la

infancia, ante el goce del Otro. Si adquirir formas femeninas ubica a la mujer ante la

mirada deseante de un hombre; también y al mismo tiempo se pone en juego la

pregunta sobre qué es ser mujer.

Si en la anorexia hay un déficit en lo simbólico que hemos vinculado con el

estrago materno y cierto fracaso en la función paterna de anudar el goce y el amor,

anudamiento fundamental para que la mujer consienta en ubicarse como objeto causa

de deseo de un hombre, entonces podríamos preguntarnos ¿cómo responde la

anoréxica al encuentro con el Otro sexo? Si ante la mirada deseante del Otro, la

anoréxica queda reducida a objeto de goce, en tanto el goce esta desanudado del

amor; ella tiene una sola respuesta: sustraerse a ser objeto de goce mostrando la nada

del cuerpo. Es decir, se nombra a partir del cuerpo, de una imagen magra y asexual

“soy anoréxica”.
93

Su actuar sobre el cuerpo impide la aparición de todos los atributos corporales

ligados a la feminidad, por lo que la anorexia parece destinada a negativizar todo

aquello que vino a agregarse a la imagen del cuerpo: no bastará con adelgazar, sino

que habrá que eliminar hasta la carne misma.

Desde aquí ubicamos la anorexia no sólo como un modo particular de tratar

lo femenino, en tanto da a ver la nada del cuerpo, y en ella la feminidad se

sintomatiza vía el rechazo del cuerpo en su doble vertiente: rechazo del propio

cuerpo en cuanto a cuerpo sexual, y rechazo del cuerpo del Otro en cuanto sede de

goce y de deseo; sino también como una posición que sostiene al cuerpo en la

inhibición y la nominación imaginaria.

Luego, planteamos el concepto de goce de la privación, el que sostiene que el

sujeto puede alcanzar ese plus de satisfacción mediante la sustracción del tener.

Lo que vemos en la anorexia es que el sujeto constituye su ser mediante la

privación del tener, y lleva al extremo este sustraerse del tener, puesto en su propio

cuerpo. Hay un sacrificio de tener un cuerpo, de tener formas femeninas, y de todo

aquello que suele suponerse que sería parte del ser femenino. En las experiencias

místicas, las mujeres logran constituir su ser, despojándose de los bienes mundanos,

de los placeres de la vida terrenal, y de todo rastro de feminidad. Aquí entonces

situamos la equiparación entre la anorexia y la experiencia mística, en tanto ambas

son expresiones de un goce que esta más allá del ordenamiento fálico.

Finalmente, analizamos ciertas características de las sociedades de consumo,

y desde allí hemos señalado, que la anorexia, como síntoma social, cuestiona al

discurso imperante en la medida que elige privarse.


94

Para dar cuenta de ello, hicimos referencia a una primera relación que

encontramos entre el estrago materno y el discurso capitalista, en tanto hay estrago

cuando falta la falta, cuando falta el amor, pero también cuando el amor no

contempla la falta. Articulamos esto con lo que señala Lacan acerca de la madre de la

anoréxica: aquella que confunde el don de su amor con el don de sus cuidados.

En este sentido, consideramos que la profusa disponibilidad de objetos de

consumo que ofrece el Otro social, podrían equipararse a la “papilla asfixiante” que

ofrece el Otro materno; de este modo la respuesta de la anorexia subvertiría la lógica

dominante del discurso capitalista, que es la del consumo, aquella que vende la

ilusión que mediante el tener se puede alcanzar el ser. El sujeto anoréxico diciendo

no al consumo, manifiesta que una montaña de regalos, toda la abundancia del tener,

no hacen al amor.

Una segunda correspondencia entre el estrago materno y el discurso

capitalista la encontramos en dos afirmaciones de Lacan: cuando plantea que el Otro

de la anoréxica confunde el don de su amor con el don de sus cuidados,

suministrando papilla asfixiante; y cuando caracteriza el discurso capitalista por el

rechazo del amor y de la castración.

Concluimos pues que, desde lo social, también podemos pensar la anorexia

como una enfermedad del amor. Dado que en una sociedad de abundancia en la que

nada puede faltar, donde tener todo no da lugar a la falta ni al deseo del sujeto; la

anoréxica eligiendo comer nada rechaza el mundo del tener y reclama su derecho a

ser, su derecho al amor. De este modo denuncia que ningún objeto del mundo vale el

signo de amor, por más que el discurso capitalista pretenda cancelarlo.


95

Así, ante un Otro familiar y social que atiborra con lo que tiene, la respuesta

del sujeto se concentra a nivel del ser: “soy anoréxica”. Esto quizás explique la

anorexia como epidemia social. Acá también se trata de una oposición a la lógica del

tener, rechaza la serialidad de objetos para mantener vivo el deseo, pero

paradójicamente ella se consume mostrando la nada del cuerpo.

En este punto, cabe reflexionar acerca del anudamiento entre el goce de la

privación y el cuestionamiento del ser, en tanto la anoréxica alcanza imaginariamente

el ser poniendo en peligro su propia vida. Este es el verdadero peligro de la anorexia:

el sujeto intenta sostener su ser al límite de la muerte; goza de la nada: de comer

nada, de la nada puesta en su propio cuerpo. Así en la anorexia nos encontramos con

un sujeto en una posición masoquista, que no hace más que develar una economía

libidinal al servicio de la pulsión de muerte.

Después de lo desarrollado y para finalizar, consideramos que una posible

respuesta de por qué la anorexia halla una declinación privilegiada en la clínica de

las mujeres, se encontra en el terreno de la sexualidad femenina.

La problemática anoréxica muestra la incidencia del vínculo originario con el

Otro materno, es así que en la pubertad frente a los cambios corporales, se actualizan

las fantasías de devoración con el Otro materno. De hecho, no es casual, que sea en

la adolescencia cuando mayormente se desencadena la respuesta anoréxica, en la

medida, que es en relación con el partenaire sexual que se pone verdaderamente a

prueba el deseo y la identidad sexual.

Nuestro juicio nos indica que las motivaciones sociales o la moda de la

delgadez no son suficientes para producir sujetos anoréxicos. No cualquiera


96

desarrolla una anorexia. Así, como no todas las mujeres místicas resolvieron su amor

por Dios mediante el ayuno religioso, hoy no todas las mujeres son anoréxicas.

La moda de la delgadez puede producir sujetos que se pasan la vida

atormentándose con dietas para tener un cuerpo delgado o que sufren por no tenerlo,

pero eso no es ser anoréxico.

Pero aun así, es muy importante reflexionar de qué manera los ideales

estéticos inciden en la economía psíquica, para entender el alcance de estos

componentes actuales en la enfermedad.


97

REFERENCIAS.

Almenara Vargas, C. A. (2006). Análisis histórico crítico de la anorexia y bulimia

nerviosa. Tesis para optar el título profesional de Psicólogo. Facultad de

Psicología. Universidad Nacional Mayor de San Marcos, Lima, Perú.

Extraído el 10 Diciembre, 2009 de:

http://www.cybertesis.edu.pe/sisbib/2006/almenara_vc/.../almenara_vc-

th.4.pdf

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