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DEL FRAGMENTO A LA SITUACIÓN

Lewkowicz, Ignacio y Grupo Doce

I
LÓGICA DE ESTADO

¿En qué crisis estamos? 1

Hay crisis y crisis. Las que adquieren la forma de un devenir caótico


pertenecen al segundo tipo. Porque al primero pertenecen las crisis cuya
entidad se reduce a ser pasaje entre una configuración y otra. La crisis, como
impasse en el que transcurre la descomposición de una lógica y la composición
de otra, describe un estado de cosas donde hay destitución de una totalidad,
pero también hay fundación de otra. Es lo que solemos llamar transición. La
crisis como devenir caótico reseña unas condiciones en las que, si bien hay
descomposición de una totalidad, nada indica que esa descomposición esté
seguida de una recomposición general, diferente en su forma pero idéntica en
su función totalizadora. Así pues, la crisis actual posiblemente sea de este
segundo tipo.
Según una definición histórica, una lógica entra en crisis cuando encuentra
dificultades para reproducirse como hasta entonces. La definición en regla
designa un campo problemático: dificultades para reproducirse como hasta
entonces. La interrupción de la cadena reproductiva pone en jaque la lógica
en cuestión. Ante tal interrupción, cabe preguntarse por el status de la crisis.
¿Qué es lo que encuentra hoy dificultades para reproducirse como hasta
entonces? O dicho de otro modo, den qué crisis estamos?
La crisis actual consiste en la destitución del Estado Nación como práctica
dominante2, como modalidad espontánea de organización de los pueblos,
como paninstitución donadora de sentido, como entidad autónoma y soberana
con capacidad de organizar una población en un territorio. En este sentido, lo
que encuentra dificultades para reproducirse es la metainstitución Estado
Nación. Esta imposibilidad reproductiva no describe el mal funcionamiento de
las instituciones del Estado Nación, o por lo menos no se trata solamente de
eso. Este agotamiento describe una variación de otra estirpe: la
descomposición del Estado para todas y cada una de las situaciones. Mutilado
de esa capacidad, el Estado ya no es el que era. Su estatuto es otro.
Ahora bien, sin Estado capaz de articular simbólicamente el conjunto de las
situaciones, las fuerzas del mercado también alteran su estatuto, y en esta
alteración devienen práctica dominante. Que el mercado sea práctica
dominante no significa que sustituya al viejo Estado Nación en sus funciones
de articulados simbólico. La dominancia del mercado desarrolla otra
operatoria, que no es la articulación simbólica sino la conexión real. Si el
Estado Nación era ese terreno que proveía un sentido para lo que allí
sucediera, el mercado es esa dinámica que conecta y desconecta,

1
Sobre el concepto de crisis, ver: I. Lewkowicz y otros, XXII Jornada Anual "Psicoterapias de crisis y en la crisis" en
Centro de Estudios en Psicoterapias, Buenos Aires, 1999.
2
Sobre el concepto de práctica dominante, ver: M. Campagno e I. Lewkowicz, La historia sin objeto, Buenos Aires,
1998.
inevitablemente, lugares, mercancías, información, personas, capitales o
tecnología, sin que esa conexión/desconexión asegure a priori un sentido.
Ahora bien, éste es el terreno agotado, pero aún no indagamos el status de
esta crisis. Ante todo es preciso aclarar que la crisis actual no remite al
pasaje de una totalidad a otra (de la totalidad Estado Nación a la totalidad
mercado). Tampoco se trata de un impasse entre dos configuraciones
cualesquiera. La crisis actual resulta de la disgregación de una lógica
totalizadora sin que se constituya, en sustitución, otra totalidad equivalente
en su efecto articulados. De esta manera, lo específico de nuestra condición
es que no pasamos de una configuración a otra, sino de una totalidad
articulada a un devenir no reglado.
Si es cierto que el Estado se ha desvanecido en su función articuladora, si es
cierto que se ha agotado la configuración nacional sin que sea sustituida por
otra, suponer que la crisis actual es una transición que dará lugar a otro
esquema totalizador puede ser, por lo menos, un error estratégico. En
principio, nada autoriza a pensar que el agotamiento del Estado Nación dará
lugar a una lógica totalizadora, Por el contrario, hay indicios que permiten
pensar que la operatoria de mercado no necesita, para su funcionamiento, la
puesta en forma de una lógica de ese tipo. Más bien, pareciera que le hace
obstáculo. En este sentido, la crisis actual no es un impasse entre dos
formaciones sino la modalidad de una dinámica cuya forma irrev ocable es el
devenir no reglado.
Por lo señalado, la crisis actual no revela un impasse sino un funcionamiento
determinado. Si el devenir no reglado es la temporalidad específica de la
dinámica actual, la noción de crisis como interrupción tal vez complique la
posibilidad de pensar en su especificidad el despliegue actual del mercado.
Por qué? Porque hoy la crisis no es impasse ni coyuntura sino modo de
funcionamiento efectivo. En este sentido, la crisis como devenir caótico ha
llegado para quedarse.
El término perplejidad circula con insistencia en los últimos años. Se lo
escucha de modo recurrente en conferencias y charlas; se lo lee en libros y
revistas. Podría tratarse de una moda. Pero también podría tratarse de otra
cosa: un indicador del estatuto distintivo de la crisis actual. O más
precisamente, un indicador de un tipo específico de reacción ante la crisis.
Perplejidad tal vez sea el término que designa, sintomáticamente, la pérdida
de vigencia de los parámetros capaces de leer la crisis actual. Si frente a algo
estamos perplejos, no es ante el cambio de una configuración por otra. Sobre
esto hay experiencia. Por el contrario, estamos perplejos ante ese cambio
desreglado, ante ese devenir aleatorio que se ha convertido en un término
central de nuestras vidas.
Ahora bien, investigar la crisis actual implica investigar cuáles son las
operaciones de pensamiento capaces de operar en la crisis. Si se verifica una
serie de dificultades para que una lógica se reproduzca como hasta entonces,
es posible pensar que también entra en crisis la serie de recursos y
operaciones de pensamiento disponibles para percibir la crisis. En este
sentido, los cambios aleatorios y desreglados que constituyen la experiencia
actual llamada crisis, convierten en obsoletos los parámetros disponibles para
pensar. Así, también entran en crisis los recursos para pensar la crisis.
Estas nociones están en crisis porque la superficie de implicación se ha
alterado radicalmente con el agotamiento del Estado Nación como
metainstitución. Sin duda, ya nada es igual. Tampoco las categorías. Las
categorías pensadas en condiciones nacionales son incapaces de pensar
la crisis como dato permanente de nuestras vidas, también son incapaces de
pensar el devenir aleatorio como funcionamiento efectivo de la dinámica
actual. Pero este devenir aleatorio ha venido para quedarse. Entonces, será
necesario pensarlo, más allá de que estemos perplejos ante el despliegue de
un devenir imposible de anticipar.

La muerte del Estado

En Así habló Zarathustra, Zarathustra postula la muerte de Dios. No se trata


de la descripción de unas objetividades, se trata de una declaración que
sanciona la muerte de Dios en unas condiciones específicas. Esto no quiere
decir que cualquier enunciado sea capaz de sancionar tal cosa. Esto quiere
decir que la declaración de Zarathustra mata a Dios, y mata a Dios porque de
allí en más organiza un recorrido sin soporte divino. Ahora bien, este
recorrido está marcado por la muerte de Dios. Al respecto, Zarathustra señala
que los dos siglos posteriores a la declaración serán los siglos de las sombras
de Dios. Así se dejará sentir la última maldición divina: habrá que lidia r con
los fantasmas del muerto.
La figura de Zarathustra es, en algún sentido, una figura lejana: las
condiciones políticas en las que escribe, el muerto en cuestión, el mundo que
habita. Pero en algún otro sentido, es nuestro contemporáneo, y somos
contemporáneos en la medida en que estamos tomados por un mismo tipo de
problema. Para nuestra estrategia, no se trata de Dios sino del Estado, pero se
trata -y aquí la contemporaneidad problemática- de ser testigos del
agotamiento de una dominante. Ahora bien, ser testigos no significa ser
espectadores de una transformación exterior, significa determinar el sentido
de esa transformación3. La declaración nietzscheana proclama la
transformación de las condiciones habitadas, pero al hacerlo, también las
altera.
En este sentido, Zarathustra no es el mismo después de sancionar la muerte
de Dios, pero Dios tampoco. La declaración de muerte termina de matar al
moribundo.
Por lo menos, hay dos tipos de cambio: los cambios que acontecen en el
interior de una lógica, y los cambios de lógica. Esta diferenciación clasifica los
recursos de pensamiento con diversa suerte. Para pensar las transformaciones
en una lógica, disponemos de una variedad de herramientas. Variedad que se
forja y multiplica al ritmo de las transformaciones en el interior de ese
sistema. Para pensar los cambios de lógica, estamos inevitablemente menos
entrenados, porque la mutación de una lógica no puede ser pensada con los
recursos de esa lógica. ,Justamente por eso, el patrimonio en esas
condiciones es escaso. Pensar el pasaje del Estado al mercado sitúa esa
dificultad. La muerte del Estado, la vigencia del Estado en condiciones de
mercado y la operatoria de mercado no pueden ser tomados en su novedad
por las herramientas disponibles para pensar las mutaciones en el interior de
la lógica, estatal y nacional. Los cambios actuales exigen, entonces,
reinventar los recursos para pensar estas alteraciones.
Nuestra subjetividad estatal piensa el pasaje de una lógica a otra desde
representaciones estructurales. En este sentido, el agotamiento del Estado
Nación como modalidad dominante de organización social sólo puede ser
considerado como desarticulación de una lógica y surgimiento de otra,
3
Sobre los conceptos de testigo y espectador, ver: C. Corea. Espectadores y testigos, en elabor ación.
distinta pero equivalente en su función totalizadora. Ahora bien, el pasaje del
Estado al mercado implica una mutación que no es sustitución de un
paradigma estatal por otro, sino alteración esencial en los modos de
organización.
Los modos de organización actuales componen un paisaje poblado de términos
de diversa procedencia- Las instituciones nacionales en condiciones de
mercado ya no son lo que eran, y la presencia de los artefactos mediáticos de
mercado también alteran el status de la viejas instituciones. Muerto el
Estado, sus sombras no deban de producir efectos en esa fluidez llamada
mercado. La superposición entre términos y operatorias de Estado y de
mercado no puede ser pensada bajo el esquema estructural, necesita de otros
recursos. La formulación nietzscheana sobre la muerte de Dios y la vigencia
de sus sombras posiblemente nos oriente en la tarea de pensar el agotamiento
del Estado Nación y la naturaleza de sus sombras en tiempos de mercado.
Antes de detenernos en la naturaleza de la muerte anunciada, tal vez sea
conveniente reseñar el estatuto del Estado en los tiempos nacionales. Dicho
de modo menos elegante, antes de enterrar al muerto, veamos de quién se
trataba.
Ya fue señalado que nuestro punto de partida es la destitución del Estado
Nación como modalidad hegemónica de organización de los pueblos. Aquí
importa señalar qué es lo que se ha agotado de esa modalidad que supo ser
dominante entre el inicio de las rev oluciones burguesas y el fin de la Guerra
Fría. En principio, vale decir que aquello que se ha desvanecido es el Estado
como metainstitución donadora de sentido. Ahora bien, qué significa que el
Estado sea metainstitución? Significa que es la condición de existencia
institucional, el principio general de consistencia y el articulador simbólico
que dona sentido a las situaciones que son parte de esa lógica. Si el Estado
Nación es tales cosas, implica que el Estado es el marco organizativo donde
transcurre la vida. En la lógica nacional, fuera de ese universo
metainstitucional, no hay existencia socialmente instituida.
Es preciso señalar que ese marco organizativo donde transcurre la vida en
tiempos nacionales produce la subjetividad capaz de atravesarlo. Es decir, las
instituciones disciplinarias de los Estados Nacionales (familia, escuela.
hospital, cuartel, fábrica, prisión, etc.) instituyen la serie de operaciones
necesarias para habitar la metainstitución estatal. En este sentido, la
dominación de los Estados Nacionales es correlativa de un tipo específico de
subjetividad. A saber: la subjetividad ciudadana. Si esta correlación es
inevitable, la destitución de uno de los términos en cuestión tiene
consecuencias sobre el otro. Sin Estado Ilación como metainstitución, no hay
subjetividad ciudadana; sin ciudadanos como soporte subjetivo, no hay
posibilidad de Estado Nación. En este sentido, el agotamiento del Estado
Nación como metainstitución también implica el agotamiento de un tipo
específico de subjetividad: la subjetividad ciudadana.
Destacada la naturaleza del Estado en tiempos nacionales, retomemos nuestro
punto de partida: den qué consiste la muerte del Estado Nación? Consiste en
la destitución del Estado como marco general de la vida en sociedad, en el
desvanecimiento del Estado como práctica dominante. Ahora bien, el Estado
que resulta de esta destitución altera radicalmente su estatuto. De esta
manera, si el Estado deviene incapaz de producir un sentido para orientar la
experiencia vital (social e individual), pierde su condición de articulador
simbólico, es decir, de Estado Nación. Siendo esto así, estamos en presencia
de otro tipo de Estado: el Estado Técnico-administrativo. Justamente por eso,
trazar continuidad entre las funciones, el alcance y las formas del Estado
Nación y el Estado actual es, por lo menos, un abuso de lenguaje.
Hasta aquí la indagación acerca del agotamiento del Estado nos permite
señalar lo siguiente: por un lado, la muerte del Estado Nación consiste en su
desvanecimiento como marco organizativo de la vida en sociedad; por otro, la
muerte del Estado no implica la extenuación de todo tipo de estatalidad, sino
la desaparición del Estado como práctica dominante.
La muerte del Estado Nación y la emergencia del Estado
Técnico-administrativo son contemporáneas de otra variación decisiva: si el
Estado ya no es lo que era, el mercado tampoco lo es. En otros términos, la
destitución del Estado Nación acontece cuando el mercado deja de ser una
institución regulada, en mayor o menor medida, por los Estados Nacionales.
Sobre la operatoria actual del mercado volveremos en otro apartado, pero
resta realizar aquí, por los menos, dos observaciones: primero, si el Estado
supo ser práctica dominante en tiempos nacionales, el mercado deviene
práctica dominante en tiempos postnacionales; segundo, si el mercado
deviene práctica dominante, la naturaleza de la dinámica social se altera
radicalmente. Dicho de otro modo, el pasaje del Estado al mercado tiene
consecuencias t radicales en los modos de organización social. Por qué?
Porque la variación no se limita a la sustitución de un sistema de lugares
llamado Estado por otro llamado mercado. La variación consiste
fundamentalmente -y aquí su radicalidad-, en la abolición de esa
metaestructura de lugares, sentidos y funciones, llamada Estado Nación.
Puesta en jaque esta estructura estatal, emerge otro tipo de dinámica, y esta
dinámica resulta incompatible con cualquier sistema fijo de determinaciones.
En este sentido, el pasaje del Estado al mercado implica el pasaje de un tipo
de organización basada en una metaestructura de lugares a una dinámica que
no necesita ni de una posición metaregulatoria ni del anudamiento integral de
los términos que forman parte de ese universo. En síntesis, la operatoria
mercantil no es la articulación simbólica entre los términos institucionales de
una metaestructura, sino la conexión aleatoria entre los nodos de esa red
llamada mercado.
El paisaje actual está marcado, entre otras, por tres condiciones: la
destitución del Estado Nación como metainstitución; la instalación de un
Estado que se legitima como administrador técnico de las nuevas tendencias;
y la dinámica de mercado como práctica dominante. Claro está que se trata
de presencias con diversa potencia; claro está que, de alguna manera,
componen el terreno por el que transita la subjetividad contemporánea.
Ahora bien, este tránsito por operatorias diversas no resulta sencillo para una
subjetividad, como la estatal y nacional, acostumbrada a lidiar con una
institución supra y excluyente como el Estado Nación. Pero sobre todo, este
movimiento resulta complejo porque nuestra subjetividad, marcada por las
viejas representaciones, se resiste a pensar y habitar las nuevas coordenadas.
Nuestra estrategia de pensamiento en relación con las nuevas condiciones se
organizó desde una declaración: la muerte del Estado. Declaración cuyo
estatuto no es la descripción de unas alteraciones objetivas, sino la
determinación del sentido para esas variaciones. Podría decirse que la figura
paradigmática de esta operación es Nietzsche, porque decide darle crédito a
una percepción: Dios ha muerto. Declarada esa percepción, Nietz sche
organiza un recorrido sin Dios. ¿Qué significa esto? Significa ser fiel a esa
declaración, esto es, inventar modos de pensar y operar sin esa condición
supra llamada Dios. Ahora bien, las condiciones contemporáneas invitan a un
mismo tipo de experiencia. Declarada la muerte del Estado, será necesario
organizar un recorrido sin ese soporte supra que aseguraba un sentido, a
priori, para todas y cada unas de la situaciones. Declarada la muerte del
Estado, la tarea subjetiva parece consistir en inventar modos de pensar y de
habitar capaces de operar en condiciones sin Estado metainstitucional.

Lógicas activ as, lógicas agotadas

Somos contemporáneos de una serie de transformaciones en el lazo social y la


subjetividad instituida. Sobre este registro, no hay dudas. Pero las dudas
prosperan cuando se intenta precisar el estatuto de esas transformaciones. En
este texto, no se trata de detenernos, nuevamente, en las variaciones que
libera el agotamiento del Estado Nación como paninstitución donadora de
sentido. Más bien, se trata de ensayar la definición de una categoría
estratégica en la indagación de esas variaciones. Vale señalar, entonces, que
la pregunta que orienta esta nota es la siguiente: ¿a qué llamamos
agotamiento?
Supongamos una lógica social cualquiera. Supongamos que esa lógica dispone
de un tipo específico de enlace social. Supongamos que esos lazos son
discursivos y prácticos, es decir, efecto de unos dispositivos que instituyen un
sentido para transitar esa lógica. Supongamos que ese sentido, que se inscribe
prácticamente, significa y orienta a los agentes que son parte de ese universo.
Supongamos que todo eso sucede a la vez. De ser así, estamos en presencia de
una lógica activa. Ahora bien, supongamos una variación en esa actividad.
Supongamos que el sentido producido por tales dispositivos deviene incapaz
de significar y orientar a los agentes de ese sistema. Supongamos que el lazo
social que deriva de tales instituciones se desvanece en sintonía con la
ausencia de significación. Supongamos, otra vez, que todo eso sucede a la
vez. Supongamos, entonces, que las condiciones ya no son las mismas. De ser
así, estamos en presencia de una lógica agotada.
Por lo antes señalado, una lógica está activa cuando tiene capacidad de
significar lo que allí sucede. Por otra parte, una lógica está agotada cuando
deviene incapaz de simbolizar lo que en ese terreno acontece. Se podría
decir, entonces, que el agotamiento de una lógica no implica la desaparición
de sus dispositivos productores de sentido. Más bien, implica que esos
dispositivos devienen incapaces de semejante empresa. En otros términos, el
agotamiento no describe la desaparición de los términos de la lógica en
cuestión sino el desvanecimiento de su consistencia integral.
Perdida la consistencia, el sistema ya no es lo que era. Tampoco sus agentes.
Las sombras de la vieja lógica complican la posibilidad de leer en su
especificidad las nuevas condiciones. El ocupante de la lógica afectada
percibe que los recursos con los que contaba ya no le permiten orientarse,
pero también percibe que esos recursos desgarrados son el patrimonio
heredado del que dispone. Entre la inconsistencia y la consistencia de las
herramientas, entre las viejas representaciones y las nuevas prácticas, se
inicia la tarea de pensamiento.
Ahora bien, qué es pensar el pasaje de una lógica activa a una lógica
agotada?, Cómo pensar el agotamiento de una lógica desde esa lógica.? Pensar
el agotamiento de una lógica exige la declaración de ese agotamiento, por
qué? Porque el agotamiento de una lógica cualquiera no se deduce a partir de
la observación de unas objetividades alteradas, sino que se decide a partir de
unos términos sintomáticos. En este sentido, la postulación del
desvanecimiento de una lógica como entidad integral no es una operación
descriptiva de naturaleza académica, sino una estrategia subjetivante que
habilita la posibilidad de indagar las consecuencias de esa desarticulación.
Así definida, la noción de agotamiento deviene decisiva para pensar tanto el
desvanecimiento del Estado Nación, suelo metainstitucional, como sus
consecuencias sobre los términos que supieron componer esa lógica. Sin
Estado Nación como práctica dominante, las viejas instituciones ya no son las
mismas: su existencia y su consistencia se han visto alteradas. Sobre los
alcances de esta alteración en los dispositivos nacionales, insistiremos en las
próximas páginas. Pero resta decir que, declarada la muerte del Estado
Nación como lógica activa, ya nada será l0 mismo. Y nada será lo mismo
porque de aquí en más, el Estado Nación como condición supra-institucional
ha desaparecido, por lo menos, para nuestra estrategia de pensamiento .

IV

OPERATORIA DE MERCADO

Desgarro, fragmentación, desligadura

Para esta estrategia no es posible pensar las transformaciones actuales en el


lazo social y la subjetividad sin apelar al agotamiento de la lógica nacional y
la emergencia de la dinámica de mercado. En este sentido, la alteración que
nos permite pensar la contemporaneidad es lo que venimos llamando pasaje
del Estado al mercado. Sobre el estatuto del agotamiento del Estado Nación
como paninstitución donadora de sentido, los argumentos ya fueron
presentados en otro apartado. Sobre la naturaleza de este pasaje, la
operatoria de mercado y sus efectos en la subjetividad (desgarro,
fragmentación, desligadura), ya es momento de pronunciarnos. Empecemos,
entonces, por la modalidad que adquiere ese pasaje.
Si el pasaje del Estado al mercado consistiera en la sustitución de una
metainstitución estatal por otra mercantil, la transformación actual queda
reducida a simple relevo. De esta manera, el agente en cuestión varía, pero
los procedimientos de dominación permanecen. Ahora bien, si el pasaje del
Estado al mercado también implica la variación de esos procedimientos, la
alteración no es reemplazo sino emergencia de una dinámica social
radicalmente diversa. En otros términos, si el mercado no es metainstitución
donadora de sentido ni principio general de consistencia, estamos en
presencia de una operatoria que no es posible reducir a variante del modelo
de organización social propio de los Estados Nacionales. Si esto es así, será
necesario pensar de qué se trata esa dinámica que surge cuando el Estado
Nación deja de ser práctica dominante.
¿Qué significa que el mercado no proceda del mismo modo que los Estados
Nacionales? Por un lado, que la nueva dinámica social opera sin ligar
objetivamente sus términos, sin regular lo que allí sucede, sin anudar
consistencias; por otro lado, que su operatoria no busca la articulación
simbólica de los agentes de la lógica en cuestión, sino la conexión real entre
distintos puntos de esa red llamada mercado. Pero esta conexión que pone en
contacto los nodos de la red no produce una regulación previa para esos
roces. Más bien, todo lo contrario. Ahora bien, por lo planteado hasta aquí, el
pasaje del Estado al mercado implica el agotamiento de una lógica
totalizadora capaz de ligar simbólicamente al conjunto de los agentes de la
paninstitución Estado Nación y el surgimiento de una dinámica que conecta
los términos que son parte de esa red, sin ligar ni producir significación
alguna. Se trata, en definitiva, del pasaje de un lógica de encuentros
metaregulados a una dinámica de amontonamientos destituyentes. Y las
consecuencias subjetivas se dejan sentir. De esta manera, la desligadura de lo
ligado y la fragmentación de lo articulado componen el paisaje por el que
tendrá que transitar la subjetividad contemporánea.
Si el ciudadano de los Estados Nacionales tenia que lidiar con una
metainstitución que anudaba con una normativa que reprimía y alienaba, las
condiciones en las que están enredados los ocupantes de la lógica de mercado
son radicalmente otras. Justamente por eso, su sufrimiento no tiene que ver
con el disciplinamiento de los cuerpos y las conciencias, sino con el desgarro
que genera la lógica de mercado en las subjetividades.
Pero, ¿qué es lo que desgarra a la subjetividad actual qué es un desgarro? En
principio, el desgarro está causado por la dinámica de mercado. Más
precisamente, es un efecto-en la subjetividad- de una lógica cuya
temporalidad es la velocidad, la sustitución, la inmediatez. Dicho de otro
modo, la subjetividad mercantil intenta adaptarse a unas condiciones que
varían permanentemente, pero ese intento, que necesita de la creación de
unas operaciones específicas (reinvención y flexibilidad), tiene consecuencias
subjetivas. Vale decir, entonces, que el desgarro es el subproducto de la
puesta en juego de esas operaciones en conexión con los estímulos del
mercado. En este sentido, desgarro es el término que designa una serie de
marcas constitutivas de la subjetividad actual. A saber: destitución de
consistencias y desligadura de anudamientos simbólicos. En definitiva,
desvanecimiento de la máquina de pensar disponible.
El desgarro de la subjetividad contemporánea prospera como destino en
condiciones de fragmentación, y la fragmentación sólo es posible en
coordenadas postnacionales. Esto es, en ausencia de lógicas totalizadores
capaces de convertir un término cualquiera en término de esa totalidad. Sin
procedimientos de unificación bajo un mismo régimen de sentido -es decir, sin
Estado Nación como metainstitución reguladora de las significaciones-, el
paisaje actual se puebla de fragmentos, de esas instancias que resultan de
una lógica incapaz, pero sobre todo desinteresada, en articular esa
disgregación sin centro.
Sin centro metainstitucional que regule los encuentros entre los agentes del
sistema social, el desgarro y la fragmentación se transforman en vida
cotidiana. Esto es, en las condiciones que tendrá que subjetiv ar la
subjetividad contemporánea. Ahora bien, si los efectos de la lógica a
subjetivar son la desligadura y la destitución de consistencias, será necesario
hacer un balance de las herramientas para hacer algo con lo que han hecho de
uno. Por qué este balance? Porque las herramientas disponibles -y forjadas en
lógica estatal y nacional-, están diseñadas para operar con otro tipo de
obstáculos (entre tantos, alienación, represión, institucionalización),
obstáculos que no son los nuestros. Por el contrario, los padecimientos
actuales no parecen estar causados por la sobreregulación de las instituciones
del Estado, sino por la ausencia de reglamentación en tiempos de mercado.
Entonces, la tarea subjetiva necesita orientarse a la transformación de los
fragmentos, espacios desreglados por excelencia, en situaciones habitables.
Esto es, con capacidad de forjar su propias reglas. Para que esto suceda, será
condición convertir los procedimientos heredados en estrategias para producir
ligaduras en tiempos de destitución.

Desgarros en tiempos de mercado

En alguna parte de La corrosión del carácter, Richard Sennett nos pone al


tanto de las razones de este título provocador. Sin duda, el subtítulo de la
obra participa de la provocación: Las consecuencias personales del trabajo en
el nuevo capitalismo. Título y subtítulo anticipan, de algún modo, un
problema que insistirá a lo largo del texto. Por no decir, de nuestra
actualidad. Si es cierto que flexibilidad y reinvención son operaciones
ineludibles en tiempos de mercado, vale preguntarse por los efectos que
produce en la subjetividad contemporánea -Sennett dirá en el carácter de las
personas-semejantes requerimientos. En otros términos, qué tipo subjetivo
resulta de transitar una lógica que necesita, para su funcionamiento, de la
flexibilidad y reinvención permanente de sus agentes?
No hay dudas, flexibilidad y reinvención prosperan como virtudes en tiempos
de velocidad, esto es, cuando las condiciones varían de ocasión en ocasión.
Ahora bien, si las virtudes son tales, nada parecido a los planes quinquenales
organiza hoy el destino de los capitales, los Estados o las personas. Todo
transcurre en el corto plazo, y la destitución amenaza la existencia de
cualquier emprendimiento (personal, profesional, político). Sin Estado Nación
que garantice la consistencia del suelo donde apoyaban sus acciones los
actores nacionales, el mercado hace libremente su número. Y en este hacer
sin restricciones, conecta y desconecta los términos de esa red.
Por lo señalado, la existencia mercantil exige flexibilidad y reinvención, pero
sobre todo exige que estas operaciones estén pautadas por la dinámica del
mercado. En este sentido, flexibilidad y reinvención devienen requisitos para
estar en la partida. Pero ser participante de este juego tiene consecuencias, y
las consecuencias también se dejan sentir en el campo identitario de la
subjetividad. Sin consistencia asegurada y en plan de renovación permanente,
la destitución identitaria se transforma en destino. Esto es, en una condición
con la que tendrán que lidiar, inevitablemente, los ocupantes de la lógica en
cuestión. Por otra parte, es preciso señalar que esa destitución implica el
desvanecimiento de las consistencias disponibles. Ahora bien, ese
desvanecimiento en las condiciones actuales significa dispersión, desligadura y
desarticulación de los ordenadores simbólicos de la subjetividad en ciernes.
De esta manera, los efectos no calculados de la adaptación a un medio
siempre cambiante marcan la subjetividad contemporánea, y el desgarro deja
su huella.
Si es cierto que la subjetividad mercantil busca adaptarse a la velocidad del
mercado vía innovación y flexibilidad, no es menos cierto que en ese intento
desgarra la subjetividad, destituye consistencias, desliga los términos ligados.
Pero el destino de la reinvención y la flexibilidad, tal vez pueda ser distinto.
Pero para que esto suceda, estas operaciones tendrán que suspender su
conexión con los requerimientos del mercado. Si la flexibilidad y la
reinvención no son imposición de la dinámica dominante sino operaciones de
una tarea subjetiva orientada a ligar de otro modo el tejido desgarrado, su
estatuto podrá ser otro.
Según la caracterización realizada, la operatoria de mercado desgarra la
subjetividad contemporánea, y este desgarro describe una consistencia
mutilada. En este sentido, la destitución no remite a la liberación de una
ligadura alienante, como podría ser en tiempos nacionales. En la lógica de
mercado, la producción de consistencias no es empresa de la práctica
dominante sino tarea subjetiva orientada a imponer restricciones a la
destitución, efecto de la operatoria de mercado. Ahora bien, la imposición de
estas restricciones no busca la restitución de la metaconsistencia perdida por
el agotamiento del Estado Nación como paninstitución donadora de sentido.
Tampoco sería posible. Por el contrario, busca la reinvención de una
consistencia en otra clave. Y esta otra clave no es estatal ni mercantil; es fiel
a un recorrido subjetivo.

Inv entarse o desaparecer

En la renovada literatura de management de los años `90, insiste un


imperativo que podría ser formulado en estos términos: reinventarse o
desaparecer; alterarse o morir. Ese imperativo entiende la reinvención como
estrategia de adaptación a un medio ambiente cambiante. Así definida, la
alteración se transforma en operación necesaria para perm anecer en la
dinámica de mercado. Entonces, la subjetividad mercantil tendrá que
entrenarse en semejante quehacer.
Esa innovación constante, que para el management de los `90 es un destino
inevitable, no es más que el requerimiento de una lógica que condena el
proceder del mismo modo, en una y otra ocasión. La estadía en esta lógica
exige, entonces, de la reinvención permanente de sus agentes en conexión
con las demandas cambiantes del mercado. Ahora bien, que esas demandas
sean cambiantes significa, entre otras cosas, que la temporalidad de la
reinvención es un cada vez que prospera al ritmo de los estímulos del
mercado. La dominancia de este cada vez produce un tipo de efecto que, a
falta de mejor nombre, podríamos llamar caducidad sin experiencia. ¿Qué
significa esto? Significa que el abandono de un recurso por parte de un agente
mercantil, no resulta de una operación que hace la experiencia y agota, en su
productividad, ese recurso. Por el contrario, se trata de un mecanismo de
adaptación a unos estímulos variables. Estos estímulos ciegos a la
experimentación impiden -en nombre de la sustitución innovadora- cualquier
posibilidad de indagación. Por qué? Porque bloquean la retención de ese
término a indagar. Sin posibilidad de retención, no hay posibilidad de
apropiación y agotamiento. Entonces, la variación exigida por el mercado
marca la caducidad inmediata de las cosas, las personas, las ideas. De esta
manera, la innovación queda reducida a un imperativo neoliberal. Esto es, a
una sustitución sin experiencia, a una caducidad sin apropiación.
La exigencia innovadora del management de los '90 subraya un rasgo de la
subjetividad actual, pero también subraya los modos en que esa subjetividad
transita el mundo del que forma parte. En este sentido, el discurso del
management ofrece una estrategia de tránsito: la reinvención en conexión
con las demandas del mercado. Ahora bien, esta conexión es la que asegura
que la estrategia en cuestión quede, inevitablemente, sometida a los ritmos
del I mercado. Dicho de otro modo, el sujeto debe reinventar-
se otro cuando los estímulos del mercado así lo demanden. Pero esta demanda
será necesario entenderla como operación constitutiva de la subjetividad
mercantil. Es la dinámica de producción de la subjetividad instituida.
Si es cierto que la reinvención postulada por el management de los '90
describe un modo de estar en el mundo, no es menos cierto que se trata de un
modo causado por los ritmos del mercado. Que la reinvención sea un modo de
transitar las condiciones actuales no significa que sea el único. Por el
contrario, significa que es el modo ofrecido por la dinámica dominante. Si la
reinvención es la modalidad producida por los agentes del mercado, será
posible preguntarse por el status de un estar no pautado por los tiempos
mercantiles. Ahora bien, un estar no sometido a la temporalidad del mercado
implica otro modo de subjetividad. Antes que estar, podemos llamar habitar a
la práctica de determinación subjetiva de un campo en autonomía respecto
de las for- mas dominantes. Se trata de la subjetivación en el envés, de la
subjetividad instituida.
Así definido, el habitar requiere de una serie de operaciones de pensamiento
capaces de suspender, situacionalmente, los imperativos de la lógica en
cuestión, las operaciones de la subjetividad dominante. Vale decir, entonces,
que esa suspensión no necesita de la puesta en jaque de la lógica. Más bien,
necesita de la interrupción de su eficacia en la situación que pretenda ser
habitada.
Una precisión tal vez pueda aclarar el registro de lo que estamos llamando
habitar como interrupción situacional de una dinámica de partida. La
temporalidad del mercado es sustitución sin alteración subjetiva, caducidad
sin experiencia. Si es así la temporalidad dominante. no será posible que
prosperen las figuras del habitar y del habitante. Para que esto acontezca,
será necesario construir un dispositivo competente tara desacelerar la
velocidad del mercado y albergar otra temporalidad. Dicho de otro modo,
será necesario producir un tiempo capaz de habilitar la retención (y no la
sustitución) de aquello que se presente.
Por lo dicho hasta aquí, estar y habitar describen operaciones de pensamiento
radicalmente distintas, aunque ambas condicionadas por las transformaciones
actuales. Si bien el terreno es el mismo. las estrategias de relación con ese
terreno no lo son. Y no lo son porque el estar, como estrategia de reinvención
continua, permanece sometido a la operatoria de mercado. Mientras que el
habitar, como operación sobre ese funcionamiento, determina un espacio y un
tiempo en autonomía respecto del mercado.
Vimos la noción de habitar, pero aún no nos detuvimos en las operaciones de
pensamiento características del habitante. Aquí importa una de ellas, la
reinvención. Ante todo es preciso aclarar cuál es el status de la invención para
el habitante. Para orientarnos en esta empresa, tal vez sea estratégico
distinguir entre reinvención como exigencia objetiva y reinvención como
decisión subjetiva. Respecto de la re-invención como imperativo objetivo, es
lo que describe el management de los '90. Respecto de la reinvención como
decisión subjetiva, será necesario destacar -por lo menos- dos cosas: por un
lado, la invención subjetiva no consiste en un mecanismo sometido a la
velocidad del mercado, sino en una estrategia de invención de un espacio y un
tiempo en diferencia con la velocidad; por otro, la invención no queda
determinada por las demandas cambiantes del mercado, sino por el recorrido
subjetivo del que formará parte. En este sentido, la reinvención no es
imperativo neoliberal sino herramienta disponible para un recorrido.
Ahora bien, inscripta en una trayectoria subjetiva y no sometida a la lógica de
mercado, la reinvención tiene otro estatuto. Entonces, la reinvención podrá
ser instrumento de mercado u operación subjetiva. Usted decide.
La v iolencia de los resultados

En una entrevista a un joven gerente, en el suplemento Económico de Clarín


del 29 de octubre de 2000, se lee. "Trabajamos en una compañía muy
orientada a los resultados, y hoy la violencia de los resultados es enorme". Al
parecer, no se trata de una denuncia. Tampoco de una queja o de la puesta en
circulación de una posición ideológica. Más bien, parece tratarse de una
definición en regla, pero de una definición con capacidad de exceder el
campo que, en principio, describe. Esto es, la compañía. Tengan el estatuto
que tuvieren esas palabras, los dichos del entrevistado describen una
alteración radical en los parámetros de racionalidad instituidos por los Estados
Nacionales. Esto es, en los modos de leer y calificar un recorrido personal,
profesional o político. Ahora bien, la confesión del joven gerente también
revela una transformación no menos radical: hoy los resultados operan como
principio general de consistencia.
Por lo señalado, los parámetros de racionalidad actuales son otros que los
nacionales. La violencia de los resultados o simplemente los resultados,
marcan los movimientos de los agentes que danzan al ritmo de los
requerimientos del mercado. Desde la subjetiv idad forjada por los Estados
nacionales, podrá decirse que esta variación no es más que la decadencia
moral de unos parámetros de racionalidad más nobles. Pero para una
subjetividad no estatal se trata de la alteración de los principios de lectura y
evaluación que orientaron la subjetividad en tiempos nacionales.
La mutación general que permite situar la dominancia de los resultados como
parámetro de racionalidad se advierte en el agotamiento del Estado Nación
como paninstitución donadora de sentido. Ahora bien, este agotamiento
también implica la destitución de sus principios de racionalidad como
principios generales de orientación. Por otro lado, esa destitución no es
efecto de la desestimación moral, por parte de los agentes de la lógica
desvanecida, de tales principios -o por lo menos, no se trata solamente de
eso-. Más bien, el abandono de aquellos principios no es más que la
consecuencia de su incapacidad para evaluar un recorrido en condiciones
post-nacionales.
Antes de precisar las condiciones en las que los resultados prosperan como
parámetro de consistencia, detengámonos en el horizonte de racionalidad
propio de los Estados Nacionales.
En la lógica nacional, los resultados no administran la suerte de una carrera
(personal, profesional, política). Por el contrario, el destino de una carrera
descansa en la acumulación progresiva de logros, logros posibles (por ser
lineal y anticipable el devenir), y adquiribles mediante esfuerzo. Esfuerzos y
logros constituyen, entonces, los parámetros de racionalidad de un recorrido
en tiempos de Estado Nación. Esto es posible, entre otras tantas condiciones,
por la vigencia de una institución lineal y progresiva del tiempo. Sólo sobre
esa temporalidad los logros pueden llegar a ser acumulativos y el porvenir
anticipable. Pero ese tiempo lineal y progresivo también es una institución de
los Estados Nacionales. De esta manera, sin Estado Nación como
metainstitución, tampoco hay tiempo lineal y progresivo.
Sin institución nacional del tiempo, la posibilidad de acumular esfuerzos y
logros en un derrotero resulta, en principio, imposible. Esta imposibilidad se
desarrolla cuando las reglas de juego, sean las que fueren, se desvanecen
como principio general de consistencia. Es decir, cuando las instituciones
donde operan los agentes varían de situación en situación. Sin reglas de juego
ni condiciones estables, no hay modo de saber a priori cuáles de las
estrategias serán productivas y cuáles no. Si esta es la dinámica, los',
instrumentos de orientación y lectura que suponen linealidad y progreso
devienen obsoletos. Sólo en estas coordenadas operan los resultados como
principio general de racionalidad. El disco más vendido, la película más vista,
el vídeo más alquilado o el futbolista del siglo son las figuras de esta nueva
racionalidad. Figuras capaces de leer una producción sólo desde sus resultados
objetivos.
Si los parámetros de racionalidad instalados por el mercado son los resultados,
si la vigencia de estos parámetros es posible en una dinámica ciega a lo
sucedido en un recorrido, la pregunta de la subjetivación es: cómo habitar
una experiencia sin sepultarla en sus resultados.
Dicen que habitar un recorrido también consiste en la producción de sus
parámetros de lectura y evaluación. Dicen que una experiencia tiene valor de
experiencia cuando inventa en autonomía los modos de hacer su balance. Sea
del tipo que fuere, cualquier experiencia subjetiva necesita de esta
elaboración. De no ser así, los resultados dominan. Y una experiencia pensada
exclusivamente desde los resultados se desrealiza como recorrido subjetivo
porque queda sometida a los parámetros de racionalidad instalados por el
mercado. Habitar un recorrido exige, entonces, trazar otros criterios de
racionalidad. Pero otros no significa otros cualesquiera, significa otros en
tanto que específicos de ese recorrido. La producción de esa especificidad
necesita, por un lado, de la interrupción de la temporalidad caótica del
mercado y sus parámetros específicos; por otro, de la invención de una
temporalidad en inmanencia con el recorrido, esto es, atenta a las
producciones, los retrocesos, los obstáculos y las fidelidades que libera ese
trayecto subjetivo.
Hoy nos toca navegar en las aguas del mercado. Algunos se podrán lamentar
por eso. Pero lo decisivo no parecen ser las aguas sino el modo en que
decidimos navegarlas. Es decir, estamos atentos a resultados, o en fidelidad
con '` los recorridos subjetivos emprendidos.

Del empleo v italicio al empleo temporario

Partamos de una evidencia compartida: el trabajo ya, no es lo que era. El uso


de nuevas tecnologías, los efectos del mercado global, la sustitución de
pirámides institucionales por organizaciones en red, la desaparición de la
programada carrera abierta al talento, la inestabilidad, el riesgo y la
flexibilidad como rutina describen algunos rasgos del nuevo modo de trabajo.
Un buen indicador de esta alteración es el desvanecimiento del empleo
vitalicio como destino social por excelencia. Que el empleo no sea
centralmente vitalicio tiene consecuencias. Entre ellas: es necesario buscar,
una y otra vez, empleo: es necesario ofrecer, una y otra vez, nuestras
capacidades. Esto indica una doble variación: por un lado, la condición
temporaria del empleo no es un accidente sino la temporalidad específica del
trabajo actual; por otro, la búsqueda de trabajo transita unas condiciones
distintas a las supuestas por la subjetividad ciudadana.
Que una búsqueda, en este caso de empleo, no coincida con la representación
de esa búsqueda, en principio, indica poco. Se podrá señalar que entre la
representación que un sujeto tiene de una búsqueda y esa búsqueda hay una
distancia ineliminable. La distancia que aquí importa no es la distancia
inevitable pero transitable entre la representación y la práctica propias de
una misma lógica social, sino la distancia intraducible entre las
representaciones de una situación histórica y las prácticas de otra. Si la
primera distancia es insalvable, la segunda aparece en determinadas
condiciones, condiciones que son las de nuestra actualidad.
Esta actualidad está marcada por la presencia de una serie de prácticas que
no se deja leer en su novedad por las viejas representaciones (estatales).
Forjada en condiciones nacionales, la subjetividad ciudadana procesa, piensa,
resiste y se equivoca en clave nacional. Los modos de estar en el mundo y el
lenguaje de la subjetividad ciudadana resultan de transitar las instituciones
disciplinarias de los Estados Nacionales. Agotada esta paninstitución como
instancia dominante, prosperan prácticas que no encuentran modo de ser
leídas desde las representaciones que tramaron la subjetividad nacional. Esta
distancia intraducible entre viejas representaciones nacionales y nuevas
prácticas es lo que define nuestra contemporaneidad.
Volvamos sobre las alteraciones en el status del trabajo y los modos de pensar
estas alteraciones. El pasaje del empleo vitalicio al empleo temporario
produce una diversidad de efectos. No se trata aquí de rastrear esa
diversidad, sino de detenerse en algún aspecto de ella. A saber: qué
temporalidad forja el empleo temporario; qué subjetividad resulta de esa
temporalidad; qué estrategia de búsqueda de empleo exige una lógica de
empleo fundamentalmente temporaria.
El empleo vitalicio como destino social por excelencia es posible en unas
condiciones determinadas. Entre otras, una institución lineal y progresiva del
tiempo. Un ciudadano promedio de los Estados Nacionales, criado en esa
linealidad progresiva, sabía de su destino porque el futuro era, entonces,
predecible. En el ámbito laboral, por ejemplo, rara vez se registraban
cambios radicales. Lo mismo sucedía en otros ámbitos de la vida social. De
esta manera, nuestro ciudadano sabía -entre otras cosas- dónde y cuándo iba
a jubilarse. Pero también sabía que antes de esa jubilación, los logros
resultaban acumulativos en una carrera profesional.
Ahora bien, sin progresividad ni linealidad, el tiempo, social es otro. Así
modificado, también es otro el tiempo de trabajo. Una buena guía de esta
modificación es la! condición temporaria del empleo, condición que no pa-
rece ser una coyuntural interrupción del empleo vitalicio y sino un nuevo
modo de organización del trabajo. Este: modo de organización introduce,
entre otras, una novedad decisiva: la estacionalidad del empleo exige buscar
reiteradamente trabajo. Se vera que no se trata de la búsqueda a la que nos
tenía acostumbrados la regular estabilidad de los tiempos progresivos y
lineales. Se trata de una búsqueda que transcurre en otras coordenadas.
Justamente por eso, nos obliga a revisar la estrategia.
Si es cierto que se ha desvanecido el empleo vitalicio, si es cierto que la
condición temporaria define el trabajo actual, suponer que la búsqueda de
empleo sigue siendo lo mismo destaca la impericia de una subjetividad que se
resiste a habitar en unas condiciones que han cambiado. Si habitar significa
habilitar las operaciones necesarias para transitar ese nuevo terreno, será
conveniente pero sobre todo estratégico suspender, por un lado, las
operaciones que impidan habitar la temporalidad actual del trabajo; por otro,
inventar las operaciones capaces de entrar en relación con esa novedad. En
definitiva, este habitar nos invita a hacer la experiencia de una autoivención
en conexión con un problema: forjar las condiciones de empleabilidad
pertinentes para una lógica de empleo temporaria.
Un ejemplo puede aclarar esto último. Según la definición vitalicia de
empleo, el curriculum vitae describe las instituciones por las que pasó un
trabajador, y el juego de calificaciones adquirido a lo largo de una vida de
trabajo. Así pues, las condiciones de empleabilidad parecen forjadas en una
dirección y para siempre. El curriculum vitae, entonces, presenta un recorrido
uniforme y progresivo. Este curriculum anclado en la estabilidad garantizada
por la paninstitución Estado Nación resulta inoperante a la hora de lidiar con
la velocidad actual del mercado. Los flujos del mercado son demasiado
dinámicos para un solo juego de calificaciones. En este sentido, el mercado
transcurre en el cada vez y solicita como efecto de esa operatoria, menos un
saber a priori que unas operaciones capaces de entrar en relación con ese
cada vez. Definido de este modo, el curriculum vitae se convierte en un
obstáculo (y no en una herramienta) en la búsqueda de empleo. ¿Cuál será,
entonces, el formato curricular capaz de habitar y operar en las nuevas
condiciones?
Declarada la inoperancia del curriculum vitae en una lógica de empleo
temporario, el curriculum actual como herramienta productora de
subjetividad empleable necesitará transitar el cada vez. ¿Qué significa este
cada vez? Será necesario investigarlo. Pero posiblemente poco tenga que ver
con la lineal novela laboral, y mucho tenga que ver con una operación de
historización capaz de discriminar qué aspectos del recorrido profesional
generan posibilidades para la obtención del empleo en el cada vez. Así
definido, el currículum actual opera como un procedimiento de selección de
los recursos y las operaciones pertinentes para cada situación. Ahora bien,
este procedimiento no consiste en un proceso burocrático de selección de lo
existente, sino en una operación producida por un habitante de las situaciones
características en las transformaciones contemporáneas.

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