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ED I CIÓN,
PRÓLOGO Y NOTAS DE
ALDER TO MONTA N E R.
CRÍTICA
BARCELONA
•
A A.D.
•
UN CANTO DE FRONTERA:
<~LA GESTA DE MIO CID EL DE BIV AR»
Las bodas de l<u hijas del Cid co11 los infantes de Carrión, en Valencia
la mayor, se celebraron tan espléndidameme, en un salón «tan bie11 etr·
cortinado», radiante de •latr/a pórpola e tanto xamed e latrto paño pre·
ciado•, que el juglar no resiste la tetrtnciótr de poner/e{ los dietrtes largos
n quienes le están tsCIIchmrdo: ·,
Pronto, •las duerias• vuelven a mbir al alcázar para ver con qué jot,ial
arrojo el Cid defiende Valencia frente a las lmestes de Marruecos: •¡aJar·
to verán por los ojos cómmo se gana el pan!•. El corazón le crece a
él cuanto a ellas se les achica. ¿No hay que ir pemanda en las bo,/as
de Elvira y Sol? Pttes de Marmecos les viene la dote: •por casar so1t
vuestras ftjas, adtízenvos axuvar>o (vv. 1643, 1650). En ese 'ajuar' está
la más auténtica conquisra de Valencia w el Cantar. Valencia no repre-
seltla ya un bastión cristiano frente a la morería de 1094, sino 1111 hogar
y tma hacierrda que muestra roda la grandeza del héroe, mejor que al
lejano rey de León, a los 'ojos hennosos' de su nutjer y de sus /tijas.
Así, pues, la corrquista de VPiencia es en el Cantar menos la duplica·
ción de tmos mcesos de flttales del siglo XI, como complacería a algunos
lectores modemos, que pieza eflcacísima de tma delicada conslrucción IW ·
rrativa, que tietJe puseute pero uo acata, seg1ín l1oy quisiertw otros, l~ts
~llinas de la epopeya románict1. El juglt~r concede al episodio toda ¡,,
relevancia deseable, pero no la mide en el maptl de la Reconquisw o
del juego de fuerzas en los tiempos de Alfonso VI, ni de acuerdo con
los planteamientos de rigor m IIIS gestas, sino que la acota en otro cam-
po: la verdad familiar, personal, lmmana de Rodrigo Díaz. SJ/o si
se perribe que ese es precisamente el rerreno privilegiado por el autor se
comprende también la eslmcmra de la obra, 110 gobemada por las
convenciones de la !pica al uso 11i sttjeta a las consrricciones t!e /11 historio-
XVIII fi\ANC I SCO 1\ICO
•tstos dineros t estos avtrtJ largos•... (w. 795 y ss.). Es tJa •ganancia•
inmtdiata, tn bienes mueblts, la qut a corto plazo les otorga prtstigio
y tm:umbramitnto: gracias a tila, los caballeros infanzones (•qllt todos
ciñen espadas•, v. 917) se tltvan en la escala nobiliaria a cuyos ptldailos
inferiores ptrteneun, y •los que f11eron de pie caballeros se fazen•
(v. 12IJ), es decir, los peones se toman libres e ingresan en la ca ballena,
siquiera sea por la puerta de servicio de la cabal/mÍ! villana. En wanto
al propio Rodrigo, que estarnenralmente no pasa de infanzón, de simple
hidalgo, los rendimientos de la guerra le devnelven y le aumenran la
estimacióÍr de Alfonso VI (y eso era de hecho y derecho un asunso
de cattgon'a), la conquista de Valencia lo convierte en uñor de tierras
y hombm (y hasta le depara la'regia prerrogativa de designar obispo). y,
par ende, como il habra prometido (•si les yo visquiu, urán duerlas
ricas•, v. 8:25), ve a sus hijas casadas con •ricos omnes•, miembros de
la nobleza inmemorial, la flor y 11ata del poder y la influencia, y luego
alzadas al estatuto que rwnca se lrabn'an atrevido a soflar, a la esfera
de la misma realeza.
Cuando st recuerdan esas grandes lftrtas de fuerza, cobra plenitud
de sentido la incontrovertible observación de don Ramón Menéndez Pi·
da/ sobre el carácter local del Cantar, donde los itinerarios se cnrzan
una y otra vez, con prtcisionts y apostillas toponímicas insólitas para
walquier otra comaro~, en los parajes que se n:tienden dtsde ti enlomo
de San Esteban de Gormaz al de O.latay11d. Es esa, a todas lum,
la región q11e ti juglar conoce de urca y cuyos moradores, t11 primer
término los rle Gormaz, •siempre mtsnmdos•, •muy pros• y «COI1osudo·
res• (w. 2820 y ss.), constiwyen el príblico de elección a quien tiene
presente. Pero la fisonomía del territorio no es menos nítida. Estamos
en uno de los centros neurálgicos de kr frontera tle Casti//ir, en la extre·
madura del Duero, que desde el bastión de la Medinaceli reconquistadt~
por Alfonso VI y nunca rmtlta a perder, dtsdt la •peña muy Juert•
de la vitja lltitnza (v. 2691), en los tiempos de Alfonso VII y Alfon·
so Vlll p11ja por consolidar las bases tlt la ofemiva cristiana.
La froutera, sobre toda desde los J(as del •bueu Empuadoro (v. JOOJ),
es una sociedad en armas, permanentemente dispuesta para el ataque
y el saqueo. Los pobladores se han asentado al/( atraídos por apetitosas
exerrciones t im111111idades, con fiwombles expectativas de medro, a costa,
eso sí, de u11a vida recia como uinguna. En las cindades fronterizas y
en sus nlfoc~s. se vive para la guerra y de In guerra. No se buscan
las tierras, siuo las riquezas dt los moros, el batín que proporcio-
nan las caba/gatlas y myo repart<> St llml a cabo atmdinrdo tsenrpuiiJSQmnl-
XX FRANCISCO RICO
los it'.fot~tes, •los de Vanigómez» (v. 3443), los AriSIÍrez y toda Sl4 pa·
reme/a represemabnu 1111 obstáculo tan palpable como el infanzón Rodri-
go Díaz un acicate ideal.
No es este el lugar de perseguir las implicaciones sociales y políticas
del Cantar. Las sumarias consideraciones que a81teceden debieran servir
JÍnicameme para devolvemos a nuestro puuto de partida. Como rasgo
priucipal del poema, seria/aba, en efecto, •la aproximación a las coorde-
uadas del piÍb/ico, a m ámbito de vivwcias y referencias•. Era una mane-
ra de decirlo, a bulto y eu abstracto. Cuaudo comprobamos que la concor·
daucia de paisaje g~ográflco y paisaje auímico nos lleva derechos a uu
piÍblico e11 coucreto, al Far East, al nuwdo de la frontera del siglo XII,
entendemos hasta q11é grado el destiuatario determiua la siugularidad
del Cantar tambiéu en aspectos tales como el retrato de los persouajes
y el ajre de interior, familiar o de corte, 110 bélico, de la segunda mitad.
Eu ese ambiente del alto Duero, las gestas al modo convenciot~al,
co11 s11s paladi11es agigamados como por quien los mim de rodillas, con sus
prodigios )' sus t!esaji~eros, podían sin tl11da oírse con gusto, como diver·
sión y alimento de los s11erios heroicos, porque escuchá11dolas a aq11ellos
lwmbres •les crecién los corafones e esforrcívanse faziendo bien e querien-
do llegar a lo q11e otros fazieran o pasamn• (Partidas, II, XXI, 20).
Pero uua caucióu sobre el Cid 11ecesariamente l1abía de ir por otro carni-
up, porque el Cid era meuos atractivo como figura de retablo que corno
espejo. El Cid de la historia y la leyenda que sobrevivían estaba dema-
simlv ccmwv, m wrrem tenía dcmasinclo qne ver con la realidad comem-
p<mÍnea, con la mellllllitlrul de las milicias, con las ambici011cs sociales
de /,>s c,rfNilleros, sn sombra era 1lemasiaclo coutemporánea, para echar
por la vfa de la fabulación a rieuda suelta. Por d contrario, el infauzóu
Rny Díaz de Vhmr resultaba fasciuante justamente por lo mucl1o que
se parecía a los espectadores: pimarlo igual que ellos er: los momentos
lmjos, eu la adversidad, en la vida memula, significaba incitarlos a identi·
jicarse con él eu las horas de triunfo y esplendor. Así había encontrado
·sus huellas el jng/,,, emre las gentes de la extremadnra, y ese modo
de captllf la historia había determinado toda lrr poesía del Cantar.
mónimo qu~ tn II20 luchó con los almorávides tll la batalla Je Clllan-
da, en las cerca11fas del Poyo, pero no cabe afirmar que Juera t~ltnide
de la villa qu~ se le adjudica, ni ao111 C011Iemponl11co tic Rodrigo. En
cambio, 11na /~gua al norte de Moli11a (y no ltjos de una •Cabeza
Jtl Cid-), sobreviv~ cinta Torrt d~ Miguel Bo11, q11e e11 el $tiscie11tos
lo era •de Migalbó11• y en el siglo XII, corno certiflcall otros top611imos
afines, •de Abingalbón•. U11a fortaleza tfe n11evo estratégicamc111e sitlla-
da ~n la rula entre Castilla y Valencia, ~n la Jro11tera errtre moros y
cristianos, ¿no era acaso 1111a incitación a imaginar al Abe11galvó11 q11e
le hab{a dado 110mbre como el -amigo 11atural• (v. 1479) que e11 esa
área ta1110 co11verdn a los movimiento$ de las ge11tes del Cid y 11 1111
butn equilibrio argum~11tal y paf{tico? •
No qoli~ro decir q•u• el juglar mpitra exclusivtlllrtlllt lo que le drcf,,.
los lugares, sino que los lugares, pnm come11zar, 110 estab"" w/1"'/os
para él. Como Jorge Guillé11, como todo poeta, IIIICSiro juglar
imemes R o1y Dfaz veló /talmente durallle años... Los ejemplos se dejan
multiplicar hasta el cansancio. Es cierta la existencia de la mayorfa de
los personajes, la realidad de alnmdantes suasos, la adewación topográfi·
ca de los lugares a las peripecias que en ellos se sitoí1w. Pero a cada
paso se compnuba asimismo que los personajes no pudieron estar en
los lugares, los lugares contemplar los sucesos, los sucesos corresponder
a los personajes que el Cantar afirma.
En especial, ti ptHma se trabuca tll la cro11ología, en el orden de
los hechos. He aludido a la algara por el Henares, a la intervenció11
de Á/var Fátlez t11 Valencia, a las relaciones co11 T111nín; y cabrfa alegar
muchos otros mome.,tos: pocos aparecen ttl la uwettcia .que re~!mente
los eslabonó en la vida del Campeador. El juglar ha pisado los eswoarios
que pi111a, está ell/erado de cuáles son los grandes jalones en la trayecto·
ria de Rodrigo, y es llamativa, q11izá por encima de todo, la agilidad
con q11é se m11eve entre los contemporáneos del loéroe. (El bando de los
infantes de Ozrrión, as{, está capita11eado moralmente por Carda Ordó·
zlez - repoblador, 110 lo olvidemos, de la extremad11ra oriema/ dtl alto
Duero- y co .. stituido por ricos hombres q11e fueron e11 efecto parien·
tes y aliados, pero el Cantar no especifica qul vínculo los une para
que actoím como act1Ían, y solo las laboriosas investigaciones de Menén·
dez Pida/ hato roroseguido desentratiarlo.) Sin embargo, el hilo 11arrativo
que·e,hebra todos esos demell/os, si bie11 tiene una pasmosa fuerza poéti·
c11, no obedece a la secue11cia cronológica de la verdadera biografla cidiana.
Tal jizlta de adec11ación nos ilustra singularmente sobre el origen y
los fines del poema, m tamo zoos allloriza, por ejemplo, 11 negar co11
rotomdidad que ti juglar lmbiera ma11ejado la Historia Roderici. Este
o aquel detalle e11 oíltirna insta'r~cia proctdtnte de ella sí pudo quizá /Je.
garle por v1ÍI ir~directa, pero el cotifunto de la obra no lo conoti6 de
11Í11guna de las maneras, porque la crónica le lutbr{a suministrado precisa·
mente lo que no ten{a y con el Canrar queda C011seguir, lo que el veris·
mo y la verosimilitud con que trabaja los materiales nos certifica como
uno de sus objetivos primarios: unas líneas de jiterza que le permitieran
articular más cabalmente los tlatos sutltos de que disponía y q•te 111111as
vetes siwó donde no hubiera dibido; 1111a armazó11 o cat1amazo para
dar mejor forma y muido a las noticias fragmentarias sobre hechos y
personas, los retazos legendarios, las sugereucias de la topo11irnia, que
cottstituíall ti caudal de 'docommllos' que habían suscitado su interés por
el Cid y que co11lit111amente combinó y revolvió sin atinar a ponerlos
e11 su sitio.
Los recuerdos de Ruy D(az de Vivar, precisos e imprecisos, persistían
XXVII I FRANCISCO RICO
nas bodas hicieron las chicas de Ruy Dfaz! Ni siquiera con ricos hom·
bres: con irrfames, que sé yo, con príncipes... Hoy en España l•ay reyes
que so11 parientes suyos'. ,
Así debieron de ir cobra11do came, huesos y poesía las memorias y
las leyendas del Campeador qtle pervivían e11 la ex/remadura. Notemos
además que el fñigo Ximénez que se le owrre al juglar como oportuno
mensajero ..del infante de Aragón• Ita de ser casi irremediablemente
el poderoso ser1or de Segovia, de Medinaccli, de Septílveda, de Calata-
yud, que se documenta entre III5 y IIJO, en algtín caso en compañ{a
de u11 Ocharra y.bien relacionado con Alfonso el Batallador. Por más
que todo el Cantar desemboca en sus bodas, 'el poeta confunde los nom·
brei' de las hijas y las circu11sla11cias de los yemos del Cid, 110 se atreve
a poner werpo a los •infalltes- que 11os dirfa11 qué •reyes d'Espaiia ...
sos parierues son• (v. 3724). En cambio, le es familiar un perso11aje
de menor rango, pero que a principios de siglo se ha movido por el
mtmdo de las ciudades fronterizas. Es, todo lo indica, que tiene los
ojos vueltos a un pasado heroico y los oídos a unas tradicio11es funda·
mentalmente locales. (¿Habrá eswcltado con especial ate11ción a los •Ca·
val/eros huerios e a11CÍa11os•, •que alcallftlroll más las cosas d'aquel 'tiem·
po• y •cuentan de lo muy auciano•, mencionados en las Partidas y
en la Primera crónica general?) No tie11e emdición 11i quere11cias de
...eruendido de letrtts» (v. 1290), que enronces marcaban tanto y la111o
gustaba oste11111r; uo mema a nadie posterior a Alfonso VII, •el buen
Fm¡rerwl"r• (v. ]00.1), y sólc> porque ,asomll •el conde tl()lt Remonrl•,
su padre, el repob/,ulor de Segovia y Avila; poco o nada sabe de pleitos
diruísticos y cambios de alianzas. Los suyos, en suma, so11 11110s horizon-
. tes que no va11 más allá de las tierras de jro11/era, de los intereses,
los id~ales y los mitos de quienes bajo ese cielo llevan u11a vida demasía·
do áspera y volcada et1 otros problemas más inmediatos como para preo·
cuparse siqt~iera de la gran polftica de los /~anos •reyes de España•:
tillOS hombres a quienes importaba m11cho q11e el Cid lt11biera humillado
a García Ordótiez, pero cuyas tragaderas admitían q11e •do11 Elvira
e dmia Sol~ (anónimas hasta el verso 2075) se se11tara11 e11 los tronos
de Nmmrra y Aragó11.
Esa limitación de perspectivas se corrobora, por ~emplo, con sólo 1111
rápido vistazo al tínico texto romance del siglo XII que, por wanlo pare·
ce, hace sonar los ecos de 11n Cantar del Cid sus/ancialmeme eu coillci·
deucia con el conservado. Al11do al breve Linaje de Rodrigo Díaz ....
que decían Mio Cid el Campeador, que circuló acoplado a 11uas ge11ea·
lc~gías de los reyes de España i11serlciS e11 la versión primitiva del Liber
ESTUD I O PRELIMINAR XXXI
Para !!48, los wntares de gesta habían andado en Espatla 11n camino
más que sewlar. Debieron de llegamos en las inmediaciones del atlo
IOOO, al calor del flanumte estilo épico propapado por la Chanson de
Roland q11e entonces tri11nfaba, wyo rastro se percibe en el menos inafe·
mrble de .los poemas castellanos surgidos de tal coy11ntura, Los siete
infantes de Llra. Entre I054 y 1076, la Nota Emilianense prueba
que los espatioles estaban tan familiarizados cott el Cantar de Rodlane
como con los del ciclo de Guillermo, justamente por los días en que
la mr$s influyeute rejimdició11 de la gesta carolirrgia abría o estab11 a
punto de abrir, .con In renovnciótt del género, la época de apabullame 1
h;gemou(a rolmuli11na de que todavía utt siglo después las mozas de
Avila se reswtían en los corros, deplorando q11e por todas partes sonaran
tmuo los pares de Fmttcia y t<llt escas11mente los bravos g11erreadores
1
i
df /11 frontera:
Cant•n de Roldan,
cantan de Oliveros,
e non de ~orr3qufn,
que fue buen cavallero ...
1
El jugltJr del Cid no era ajeno a ese talmtte. También él habra de
estar 11n poco cansado .de tantas caucioues y paladines de Pirineos al/en·
de, o, comoquiertt que fuese, cavilar qu! valía la pena introd11cir no·
vedndes que quebraran las r11tiuas de la epopeya. Todo ett n11estro
Cant~r nuuclw por ahí, desde la matizada utilización de las fórmu·
las y tnotit'OS fran ceses hasta el espíritu profundo que lo anima. He
not<ttlo 'lu" las citeu11stancitts e11 que el juglar había hec!to . suyos los
recumlos tlel Campeador en el alto Duero lo llevaban por la vía de
un sillgular realismo. Hay que subrayar ahora, por otro lado, que el
propósito de illnot,ación de las gesttiS no le ve11ía solo de tales circttnS·
ta11cias (tiÍ, por supuesto, de un Selltimiento 'naCÍOIIaf' qtte no pod{a
te11er), si11o que se fundaba asimismo en razo11es intemas de la propia
trtttlitió11 épica, contemplada, naiuralmettte, cou una resuelta voluntad
d" odgi~talitlat!.
E11 la prpfo11gada a11dadum -de las canciones jra11cesas, no faltó una
etapttile ret1isión y muocrítica. Le pelerinage de Charlemagne, por ejem·
pi~. pi11ta r.l Emperr~dor y a los doce pttres como u11os botarates del motJtón,
qne s~ enfruloll por nit1erías, se enzt~rzan en est•ípidas disputas con Stl
""!Í"' o se emborrac!wn rid(culmuettte. La prise d'Orange saca t1 esce·
ua t1 Jm Cuillmuo tan atrardo por las batallas tle a11ror como por las
ti" <'SJ''•ttla y aplicndt> a gautÍrselas a la mora Orable con todas las argu·
ESTUDIO PRELIMINAR XXX IX
cías de 1111 avezado cortesano y a defender frente al rey sris propios imere-
ses con un egoísmo que no le conocíamos. Ahí, los dioses se pasean
en zapatillas. Los grandes espacios se truecan por el salón y la alcoba,
y los móviles y las conductas se adaptan asimismo a los decorados de
interior. Es el momento de la humanización.
El Pelerinage y la Prise, como otros poemus, no atinan a expresar
ese crep•lsculo de los mitos sino con las fáciles armas de la parodia y
la sustitución de 1m arquetipo por ·otro, de la epopeya al roma n cour·
tois. Tampoco nuestro juglar ignora las matlas amílogas, si bien las
emplea con elegancia lwto mayor. La comicidad tiene en el Cantar
un papel magistralmente analizado por Dámaso AlotiSo eu las caricaru-
ras del Conde de Barcelona o di!' los irifanres de Carriórt: la sal gorda
aperzas si asoma al paso, «no hay monstmosidad alguna, no fray nada
burdamente grotesco y que no pueda darse en la realidad psicológica
normal•. La ironía tirle los labios del mismo Rodrigo cuando anuncia
a jimena la llegada del ejército marroquí (•por tasar son vuestras fifas,
adzízenvos axuvar•, v. 1650), cuando le grita al enemigo que sale huyen-
do: «¡Acá torna, Bucar!... 1 ¡Saludamos hemos amos e tajaremos amis-
tad!• (vv. 2409 y ss) Sin rayar en petimetre, como el Guillermo de
la Prise, el Cid se conduce con los suyos con sobria gentileza, trata
a las damas c~n los miramientos y la galamerfa de un cumplido caballero
(•A vós rne omillo, duer1as... •, vv. 1748 y ss.) y ni siquiera le son extra-
nos los efectos del 'amor-virtud' que da coraje para la lucha: •Crécem'
el corarón•, le dice a Jimena, •porque esf<ldes delartt• (v. I654)·
Pero el humor y el amor, que el Cid exhibe con tonalid<tdes propias,
agotan en 'la aludida etapa de las canciones francesas los rasgos que los
héroes de antaño acaban por cornpnrtir con el comiÍn de los mortales.
En cambio, el Cantar, como queda apuntado, dibrifa a todos los persoua-
jes, y antes qr.e a ninguno al protagonista, con las más varias titrtas
de una irifalible lmnzanidad. Podemos celebrarlo, sin entrar en <tverigua-
ciones, por las muclras págiuas de gustosa lectura que así nos proporcio-
na; pero lo celebraremos todav{a más si no descuidamos que tal proceder
equivale de suyo a una posición polémica freme a las gestas consideradas
en tauto poesía. Una posición que el juglar, desde lueg~, no ter.ra necesi-
dad rri posibilidad de declarar etr términos exp/{citos, pero que no puede
ser más diáfana cuando se advierte córno persiste en volver del revés
las conveudones más caras a la epopeya.
Es bien sabido, en particular, que si wza cualidad tiette derecho a
ser contemplada como pumo en que couvergen los rm!ltiples trazos del
retrato de Ruy Dlaz, esa es irtdudablemente la mesura, pero esa es igual-
XL FRANCISCO RICO
y los méritos del poema. Tan irresistible era esa tentación, sin embargo,
que los poetas de menos genio cayeron luego de hoz y coz en el cliché
qo¡e el Cantar .había deseclmdo con plena deliberación y transformaron
al Cid en el revoltoso, todo desplantes y bravatas, que gaiiM hasta más
allá del romancero. ·
Camo ese, trÓ son pocos los casos en que la posteridad devolvió a
Rodrigo a los arrabales de la trivialidad épica orillada en el Cantar.
Una antigua novelerfa, admirablemente escmtada por Samuel C. Ar·
mistead, lo hacía hijo de nna villana a quien Diego Laínez forzó couuodo
•llevava de comer a su marido al era». Para dar a la parábola del héroe
oma trayectoria de ascenso mcís deslumbrante, los fa bu/adores rewrrían,
pues, a oma sobada tacha que la epopeya no perdonó a Rolclán ni al
mismfsimo Carlomagno: la bastan/(a. Pero, por otro lado, tampoco re·
mmcÚlban al determinismo más primariamente estamental y le recono·
dan la ilustre parentela fantaseada por la leyenda de los jueces de Casti-
lla. Entre omo y otro extremo, entre las folletinescas irwenciones de los
copleros al uso y las supercherías interesadas de los leguleyos, nuestro
poeta había destacado en el Cid las serias del modesto irifanzó,, del
soldado que se labra la fortuna con su bra>:o y e" cuya talla extraorclina·
ria hay sitio para las emociones cotidianas, para las penas y las alegrías
del padre, el marido y el amigo. Eran las señas que más lo aproximaban
al mundo de realidades e ideales en que el juglar se movía, pero eran al
mismo tiempo las bases de un manifiesto de vanguardia, en favor de
oma poesía de la experierocia y la naturalidad.
Por todas partes volvemos a la observación de que partíamos: la poéti·
ca del Cantar de Mio Cid está presidida por om propósito de acerca·
miento ti/ ámbrto de vivencias y referencias que a su vez ilumi,aban
la image~ de Rodrigo que percibía el juglar. Frente al vetusto espejismo
de ]oseph Bedier, que imaginaba la epopeya francesa acunada en las
leyendas clericales del camino de Santiago (•Au commencement était
la route...•), Alberto Varvaro loa apostillado sagazmente que las chan·
sons de geste son más bien poes{a de la frontera de Espat1a: la frontera
bárbara y remola de un pa{s enteramente quimérico, a cuyos "loabitcmtts,
ninguno cristiar~o, les toca sólo elegir entre la conversión y la muerte.
Para un juglar de la autérttica frontera de Castilla, esos chateaux en
Espagne eran oma provocación, no patri6tica, desde luego, si11o artística,
un desajfo a crear una epopeya nueva: una gesta cerca11a, 1111 estilo de
cantar en que-el fulgor de la tratlicicí11 épica 110 cegara los ojos para
aprecÚlr los claroscuros de la realidad.
A 1111 tratamienw 'realista' de la gesta del Cid, Ílwitabmo al autor,
XLII ' FRANCISCO RICO
pues, no sólo las coordenadas ele espacio y tiempo que lo acogían, sino
adenuís un impulso de innovació11 poética. Así, la historicidad del Can·
tar s11rge también de un estricto deseo de pqesía. Una concepción no
fabulosa del relato, frente a las libérrimas ficciones del repertorio épico,
obl~faba a completar lo que el poeta creía saber mediante el recuno a
expliwciones que fueran generalmente aceptables, fundadas en patrones
que, si no era posible de otro modo, los espectadores pudieran corroborar
eu si mismos, en las cosas, personas e ideas que les resultaban familiares.
De ahí, emre tantas consecuencias, la cambiante estrategia del juglar
para enfren!ane con elementos que se le ofrecen con distinto grado de
certidumbre. He esbozado antes algunas de las razones que reducen la
toma militar de Valencia a unos cua11tos versos en ta11to la captura de
Alcocer se extiende por cemenares. Cabría añadir algunas más que re-
plallleamll·el asu1110 etr 11uestro colllexto de ahora. Para acabar con otro
mfoquc, daré mejor 1111 ejemplo de la lÍitima parte del Cantar. Tras
el cruel ultr.tje a qne los i11jmtes de Carrión someten a las hijas del
Cid, Félez A1wioz las encuentra ~sangrientas en las camisas»~ «atnorte·
tid"s•, en el robletlo de Corpes. Las reanima dándoles agua •con un
sombrero ... 11uevo e fresco•, las deja a resguardo en la torre de dotla
Urmca, y él marclw en busca de mtxilio a San Esteban de Cormaz,
donde se tropieza con Diego Téllcz, •el que de Á/bar Fáriez fiu». Die-
go recoge a doria Elvim y dotla Sol, ' las aloja en Gortnaz, y allí todos
las cuidan y honm11 •fma t¡ue sanas son» (vv. 2763 y ss.)
Dt•spreow¡Jcimonos en este momento de la afrenra de Corpes, los in-
fautes ele Carrión y las hijas del Cid, para reparar sólo en los dos com-
parsas mencionados. Ni los arcllivos ni las bibliotecas nn1estran rastro
de niug1ín Félez Mmioz mtre los pnrimtes y compañeros de Rodrigo
Díaz: si 110 es pura iuveució11 del juglar, debe tratarse de alguien tan
iusiguiflcaute, que contadísimos podrían couocerlo. Por el contrario, Die-
go T¿l/ez s{ está dowmeutado y sí era 1111 slifeto de importanc~a: gober-
uador de Septilveda, e11 wya repoblación en efecto intervino Alvar Fá-
tlez, debfa de tener imereses y relaciones en San Esteban, de donde ti
C•ntar parece hacerlo oriundo. Que no se nos escape el contras/e: el
personaje ficticio o desconocido de los más está bosquejado con 1111a exqui-
sita l' erosimilitud, miemras el personaje real comparece sólo al paso de
una tUJrrtU'ÍÓII sustmrcialmente imaginaria, como lm dt ser la afrenta
de Corpes. P<•ro esas formas de proceder n primera vista 11111 opuestas
sou de hecho manifestaciones complementarias de uua misma poética.
Félez Mwloz se nos vuelve inolvidable gracias a ese sombrero • m1evo
... e fresco, que tle Valeucia·l' sacÓ• (v. 2800). Nos hacemos una pufec-
ESTUDI O PRELIMINAR XLIII
FRANCISCO RICO