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CANTAR DE MIO CID

ED I CIÓN,
PRÓLOGO Y NOTAS DE
ALDER TO MONTA N E R.

CON UN ESTUDIO PRELIMINAR DE


FRANCISCO RICO

CRÍTICA
BARCELONA

A A.D.


UN CANTO DE FRONTERA:
<~LA GESTA DE MIO CID EL DE BIV AR»

Brinda, poeta. un c-•nto de fronter;~_ ...


Antonio Ma(hado

Las bodas de l<u hijas del Cid co11 los infantes de Carrión, en Valencia
la mayor, se celebraron tan espléndidameme, en un salón «tan bie11 etr·
cortinado», radiante de •latr/a pórpola e tanto xamed e latrto paño pre·
ciado•, que el juglar no resiste la tetrtnciótr de poner/e{ los dietrtes largos
n quienes le están tsCIIchmrdo: ·,

¡Sabot abriedes de ser e de comer en el palacio!

La observación, poco metros que impertitrente si dirigida a gttrtes de


alta condición, sin duda resrtltnría npropiadamenu srtgestiva para el audi-
torio de menos pelo - •civibus laborantibus ti rnediocribus•- que Juan
de Grouclry prefería para las gestas. En cualquier caso, el verso (2208)
equivale a una invitación a que los oyentes se si11íe11 co11 In fantasía
erz el centro mismo de In acción y compartan mesa y matrteles con los
protagonistas. •
E11 exacta correspondencia y a fa vez t11 sintomática contrapartida,
el Cantar lmbra evocado ames (v~. 1T70 y ss.) el cuadro dramático de
rwa Vah•trcia largilmCtlte nsedind11, dot~de IM nlimctltos se agota11 y 110
hay de dónde echar mano, n quiéu rewrrir:

¡Mab cueta es, señores, avec mingua de pan,


fijos e mugieres verlos murir de fanbrer

A nosotros el pasaje sigue conmoviétrdonos, e11 especial watrdo caemos


en la wentn de que los sufrimiemos que han arrancado esa reflexión
trarJSida de piedad son los del enemigo, y además infiel. Pero los especia·
dores del siglo XII lrubiero11 de estremecerse más y sentirse más e11 la
piel de los sitiados, porque sabían tambiétr más de cerca lo que era morir
de hambre, comiéndose no ya la tierra o las wlebras, sitro itrcluso (lo
wetrta RaiÍI el Glabro) .virorum ac nurlienrm itrjnntumque cames•. El
poeta no pretendía descubrirles tJnda truevo, atrtes bie11 quería ponerlos
n ellos mismos por testigos, itrducirlos a comrastar el relato en su propia
experiencia, n recouocerse en él.
XI
XII FRANCISCO lli CO

Digamos ya, a rtstrva de ir ilustrándolo !.•ego en algunos p1m1os,


que quizá no hay rasgo que marque el Cantar de Mio Cid más horula
y extensamente que la actitud que suponen esos do¡ momemos simétricos,
! . con el doble designio de hacer emrar a la audiencia en el lema y, por
otro lado, de apro.Yimar el tema a la audiencia. Precisemos tn seguMa
que es decididamente eu •íltimo movimiento, la aproximación a las CIHir·
denadas del público, a su ámbito de vivencias y referencias, el que marca
la orientación dominan/e en el poema, en talllo a ella se pliegan los
principales faaores del argumento, l11 estmclura o la üleología, desde los re·
cursos memulos de la téwica narrativa a las grandes ltneas en la selucidn
y disposición dt la materia, pasando por los perfiles y matices en el rttm·
10 de los personajes o por la imagen de la sodedad q11e les sirve de
fondo. Atladamos todavía que tal orientación es indisociable de las cir·
etrnSiandas de lu,~ar, tiempo y perspeai11a histórica en que se concibió
la versión original del Cantar, cuando mediaba el siglo XIJ, en la fronlt·
ra castellana wmarcada por las meneas altas del Duero, el Henares y
el Jalón, y, en fin, que esúÍ animada por u11 deseo de i1111ovar profunda·
mente la tradición de la potsfa lpira.
Una parte de todo ello, sin emborgo, estaba en la naturaltza del géne·
ro. Una canción de gesta pone 11 1111 juglar frente a un p1iblico, sin ape·
nas distancias, sin mediacio11es, para recorrer j1111tos durante varias horas
los derrottros de una narración heroica. El .ft•glar no es como el mritor
que publica una 11ovela y se tsfiuna para siempre tras el volumen impre·
so: está en medio del corro, el desarrollo de la narración es tambiln 1111a
acción sllyn, 1111 comportamiento SII )'O perso11al, que además tie11e q11e
ver con la relación q11e establece con los oye11tes, c11yas circllnsta11cias
y rMaiones pueden llevarlo a m11tlar w más tle 1111 asputo la fisonom(a
tlel poema, a aultrar o rttar~lar tltempo, alttrar ti papel de 1111 perso-
naje, omitir litiOS tltmt11tos, a1t1111nr o mbrayar otros. E11 walquier caso,
el especúÍculo sólo llega a buen puerto si se establece 1111 vínculo sólitlo
y contin11ado, sí el j11glar se ga11a la complicidml dtl p1íb/ico y de 11na
o de otra manera logra implicarlo t11 la 11arraciót1.
De ah(, por tjmrplo, la frecue11cia con q11e la aparició11 de 1111 persona·
je o la i~rtroducción de un parlamemo se rtalz:an co11 un ademá11 mostra·
tivo o con una llamada de attnció11 que equivalen a otras tanta; exhorta·
ciones a represemarse la escena con plena inmediatez, a verla, a o(r/a
como si todo ocurriera en la mis1n11 plaza, en ltl misma estatteicr, do11de
suena el Cant3r:
ESTUDIO PRELIMINAR XI 11

Afevos doña Ximena con sus fijas dó va lle¡l'ndo .


señas dueñas las traen e adúzenlas adelant... (vv. 2Ó2·26J}
Fabl6 Mmfn Antolrnez, odrtdtl lo que á dicho ... (v. 70)

En análogo semilla, /m referencias a los cnmbios tle mm/Jo de la rwrm-


ción postulan más de una vez que la comtmcción del rtlato no es rlnim-
mente cosa del juglar, sino asimismo drl ptíblico:

Dexémosttos de pleitos de ifanlcs de Carrión ... ,


foblemos tt&s d'aqucstc que en buena ora nació... (\'. 3708 y ss.)

y de ambos son igualmente el juicio moral o la toma de p<utitlo <¡ue


ahr van implfcitos pero en orms ocasiones se "'''niflcsrnn co11 t~da la
vehemencia tle quien se lw metido en la histori11 hast/1 los cotlos:

¡Cuál ventura serié esta, sí ploguiesse al Cria<.[or,


que assomasse essora el Cid Campeador! (vv. 2741-2742)

Todo eso, Jeda, está en p<lrlt en la naturaleza mismtr de /,u gestas,


segrín u compmeba al verlo concretado gracias a los procedimienros ex-
presivos que el Cantar ha heredado de la épica francesa, origen de la
epopeya románi(lf. (Que talts procedimiemos no se limi1en al ccdco de
unas fórmulas 11i suelan rtcnrrir a las adaptacionn lirerales, no si,~niflca
que la deuda pueda ponme "' duda. As{, los dos tí/rimos versos copia·
dos, por no ir mrfs lejos, son una afommada versi<fll del mismo tm¡uc-
tipo que la Chanson de Roland, al referir cómo se aposra el ejérciro
pogano, ualiza cott bien diverso teuor literal: •Deau, qaul dulur que
li Franceis trt'l Stlltntl•.) Ptro, como tambilu aputrttll~wt, lcz nortt clr PCtrJS
pewliar al texro casrdla110 es ¡,, predilecció11 por la segunda de lt~s dos
direcciones arrilxt m1aladas: sira rerumcittr en absoluro 11 hacer ,.,,r.rr 11
la amliencia ttl ti ttma, a pr«urar qut st sitnta vívMmneme tr.mSJ'Orfll·
da al marco de la narraci6n, ti Cantar del Cid se singulariza l"'r el
arle de aproximar el tema a la arulie11cia, de ajusrar los iugredicmcs
riel poema 'al rala11te, los inrereses, la realidad del príblico 11 'luicll se
destina. La meta era que el Cid les pareciera a los oyemes t<TII vecino
como ti mismo juglar.

S ODRE HÉROE S Y 1! O M B RE S. l lrisróre/cs )' Val/e-lnc/rín (brrsltlflÍ


cirar a don Ramón Morr.1) proclamab.m 'i'" •hay tres motlos de ver
el mundo art(srica o esrbicomeme: rlt rO<Irllas, Cll pit o lct•arllado era
XIV FRANCISCO RICO

el ttirr. Cumulo se mira de rodillas... , se da a los personajes, a los héroes, ·


uua coudición mperior a la condición /rumana ... As( Homero atribuye
a sus héroes cowliciones t¡ue en modo alguno timen los hombres. Se
crean ... seres superiores a la naturaleza humana~.. Hay una segunda
1/tattertt, que es mirar a los protago11istas novelescos como de nuestra
propia rtaturaleza•, wl en Sltakespeare. • Y Ita y otra tercer manera, que
es mirar altmmrlo desde un plano superior... y comiderar a los personajes
t!e la trama como sert•s inferiores al autor con un punto de ironía.»
1

No mnutcia el Can¡ar a ese irónico grano de sal, y no simplememe


para fantoclres como los infantes a~ CArrión, ni, desde luego, le regatea
a Rodrigo el resplandor de una indiscutible preemhtencia. Pero con todo
y con eso la perspi'Ciit•a <lUe mejor define los lufbitos y los logros del
jugl., consiste en conretttplar a los ltéroes puesto ett pie, Jrettte a frente,
a ras, de la misma cierra que pismt él y los espectadores.
N o lwy que pasttr de los primeros versos para advertir que los rasgos
m1ís notorios del Campeador, apenas sale a escena, 110 son el (mpetu y
la excremosidad discincilmmellle épicos, sino actitudes y sentimielllos que
perwrecen al ancho marco de las experiencias posibles en todos los ltom·
bres. En Le charroi de Nimes, wando el uy Luis se muestra injusto
con ¿1, Guillermo de Orange se celta a dar gritos, «a sa voiz clere con-
mt·nra a lmcltier•, increpa al soberano, pierde les estribos, pretende arran-
C<lrle la coronel de la cabeza ... La situación es comparable a la del Can-
tar: lrt ingratitrul de Luis empuja ttl caballero a irse a ganar los duros
J~udos de la frontera de Espmla, aunwuando la parva mesnada con que
!te~ etttr.tt!J en Parrs -uen sa compaigue qrummle boc/,elers•- con la
multirutl de guerreros que en seguida se le unen y a quieues promete
"'lenirrs et lleritez, clwsteaus et marches•. Pero, allí, Guillermo es solo
extaioridad aparatosa y vocljemnte. Ett el poema espariol, en cambio,
tras d regio mmu/aro rle d(stierro, lo importm1te está en el trance {mimo
del persouaje, e~t el dolorido sentir que waja en lágrimas serenamente
wllmlas.
De los sos ojos tan fuertemientre Horando.
torna va la cabep e estávalos cl!ando .. .

Lo 'fU" 11( d proscrito upalascios deseml.ulos e sin gente•, «puertas


SOII
aiJi~rtas t: UfOS sin cmimlos, nlcámloms vaziciS••: visiones de w1a nortnali·
¡/,u/ bmtnlmetu" imemwtpida, imágenes del despojo que Rodrigo sufre
también por demro. En las gestas francesas, en el mismo Charroi de
Ni mes, uo fitlta d lréroe que t'udtte la wl1eza, suspimmló, /,acia los
1u.~.rrc·s 'luc·rid,>s de dowle lw ,¡,. ahjttrse: lc> 'lue Jnlttt por completo es
ESTUDIO PRELIMINAR XV

el tono de cotidianidad, el encuadramiento de la pena en un panorama


de cosas domésticas, la traducción del drama a términos de vida privada
que todos p11eden asumir como propios.
TatJ cierto es que desde el mismo arranque el poeta busca con delibera-
ción subrayar en el protagonista la dimensión no específicamente heroíca,
sino ampliamente humana, y por ahí condivisib/e. Al p1mto comproba-
mos, e11 efecto, que todas las gentts de buena voluntad, t<>da la ciudad
de Burgos, hacen suyos los •grandes cuidados• del Campeador.

Exiénlo ver mugieres e varones,


burgeses e burgesas por las finiestras son,
plorando de los ojos, tanto avién el dolor.

De twevo, la situación tiene en la epopeya francesa paralelos con los


cuales, como de costumbre, el Cantar se enlaza a través de antecedentes
comunes; pero no hay al/{ ni rastro de esa vasta sympátheia, de esa
correspandencia de ánimos, con q11e todos los moradores de la villa entien-
den y comparten la aflicción del expatriado. Nada que conozcamos en
esa tradición equivale a la inolvidable «nitra de nuef atlos• que, porque
los burgaleses han sentido como Rodrigo, exhorta a Rodrigo a sentir
como ellos:

Cid, en el nuestro mal v6s non ganades nada,


mas el Criador vos val. con todas sus vertudes santas.

Las •mugieres e varones• de Burgos ie conducen justamente como el


juglar quena del p1íblico que le rode11ba.
Nadie l1a dejado jamás de apreciar la densidad del retrato del Citl
1'" dib•ya el Cantar, ni a nadie se le Ita escapado. que todas las cualida-
des heroicas están en él matizadas por 1111a iufalible lwmanitlad: los visa·
jes épicos ceden el puesto a la sonrisa (ningut~o de sus pares la tiene
/atl Jácilj o a la emoción viril que llega a •descubrirle las telas del cora-
;ón» (v. 3260). Imítil, pues, insistir en que In semblanza del protagonis-
ta es la manifestación primaria de la volutltad de arrimar el mundo
de la gesta al mundo del auditorio. Pero no a otra querencia responde
asimismo la disposición de In materia, la estmctura del relato, y no en
otra parte está' In clave de las supuesttiS anomnl(ns al respecto que a
veces se han insinuado. - -- -··--- .
La cdtica no lw tenido empacho en opi11nr, por ejemplo, que el Can·
tar habnn resultado más acorde con los ltábitos de la epopeya romá11ica
,XVI FRANCISCO RICO

si concluyera con la conquista de Valencia, sin extenderse a lo ·[argo


de una segunda mitad centrada en la afrenta de Corpes y la consiguiente
venganza, es decir, en un asumo con notables repercusiones sociales y
hasta políticas, pero en definitiva de índole pridda. Todavía más fre-
cuente ha sido y es· la desazón de quienes observan y aun lamentan
la falta de cor~espondencia entre el relieve que el texto otorga a determi-
nados hechos y la importancia que tales hechos pudieran revestir en la
Espaila de finales del siglo XI. Para no luchar en demasiados frentes,
contentémonos con echar un vistazo a un factor que sale a relucir en
una y otra poswrt!. A muchos ha desconcertado, en efecto, q•~e el sometí-'
miento de Valencia, la hazaña en que wlmina la carrera d,. Rodrigo
Dfaz, se liquide en unos cuantos versos (tres sólo, II67-II69, se dedican
a los •tres atios» centrales de la camp01ia), mientras a la ocupación de
dos poblachon(s como Castejón de Henares y Alcocer se le reserva medio
millár cumplido.
Dejemos de lado que carecerfa de sentido exigir al juglar que pintara
el asedio de ValeriCia en términos análogos a los empleados para Gaste,
jón y A /cocer. Las walidades del Cid como caballero y estratega ;¡¡¡edan
sobradamente claras en la primera ocasión en que /10 de exhibirlas, cuan-
do, desterrado y en apuros, todo debe fiarlo en ellas. Al presentarlas
ofrece además el poema un espléndido repertorio de los procedimientos
· narrativos - propios o mostrencos- capaéd de dar una imagen vivadsi-
ma de la guerra. La hoja de servicios militares del Campeador puede
llenarse copiosamente con esas dos batallas: las restantes es obligado supo-
nérselas, como al juglar las dotes para contarlas. En el planteamiento
del Cantar, por otro lado, Alcacer está sujeta •al rey de Valencia•,
quien, perfectamente al tanto de que no hacerlo supone franq~<ear el paso
al .enemigo (•Ribera de Salón todo irá a ';na~ 1 assí ferá lo de Si/oca,
que es del otra part•), envía en socorro de la plaza a •aquestos dos
reyes que dizen Fáriz e Calve» (vv. 627, 634- 635, 654): al vencerlos,
pues, el Cid anticipa la conquista de Valencia. En Alcacer está Valen-
. cía, y allí se despliegan tan brillamemente las excelencias de Rodrigo
como soldado, que l<aberlas ilustrado también a la orilla del Turia habrfa
sido poco menos que una reiteración enojosa.
De todos modos, ¿de verdad la conquista de Valencia se relata con
tanta prisa? Los combates en el Valle de Henares sin duda están más
detallados, pero tJo es cierto que la conquista de Valencia 110 reciba
el adecuado resalte. Porque la conquista que el juglar rea1za es que el
Cid puede establecer ahí una sede episcopal (•¡Dios, qué alegre era todo
cristianismo!»), !tablar de t1l a t1l a A/fot~so VI (por nu1CI1o que se guar-
ESTUDIO PRELIMINAR XVII

de de hacerlo) y, por encima de cualquier otra cosa, mandar por jimena


y sus hijas. Cierto que •alegrt era el Campeador con todos los t¡ue
ha, 1 cuando su setla cabe/al sedié err somo del alcácer•, recién entrado
tlt la ciudad (w. 1219-1220). Pero Valeucia 110 acaba ele ettlregársele
por entero hasta que puede abrazar •a la madre e a /,IS fijas• (v. 1599)
y llevarlas a tomar posesiótt cle la rica heredad desde lo ttuís alto de
esa misma atalaya, símbolo de supremada y dominio:

Ojos vellidos catan a todas partes,


miran Valencia cómmo yue la cibdad,
e del otra parte a ojo han el mar ...

(fieue razón Azorfu: jauuis antes lwbíau visto t.•l mar.)

.. . miran la huerta, espessa es e grand ,


al~an las manos por a Dios rogar
d'em ganancia cómmo es buena e grand. (vv. 1612 y ss.)

Pronto, •las duerias• vuelven a mbir al alcázar para ver con qué jot,ial
arrojo el Cid defiende Valencia frente a las lmestes de Marruecos: •¡aJar·
to verán por los ojos cómmo se gana el pan!•. El corazón le crece a
él cuanto a ellas se les achica. ¿No hay que ir pemanda en las bo,/as
de Elvira y Sol? Pttes de Marmecos les viene la dote: •por casar so1t
vuestras ftjas, adtízenvos axuvar>o (vv. 1643, 1650). En ese 'ajuar' está
la más auténtica conquisra de Valencia w el Cantar. Valencia no repre-
seltla ya un bastión cristiano frente a la morería de 1094, sino 1111 hogar
y tma hacierrda que muestra roda la grandeza del héroe, mejor que al
lejano rey de León, a los 'ojos hennosos' de su nutjer y de sus /tijas.
Así, pues, la corrquista de VPiencia es en el Cantar menos la duplica·
ción de tmos mcesos de flttales del siglo XI, como complacería a algunos
lectores modemos, que pieza eflcacísima de tma delicada conslrucción IW ·
rrativa, que tietJe puseute pero uo acata, seg1ín l1oy quisiertw otros, l~ts
~llinas de la epopeya románict1. El juglt~r concede al episodio toda ¡,,
relevancia deseable, pero no la mide en el maptl de la Reconquisw o
del juego de fuerzas en los tiempos de Alfonso VI, ni de acuerdo con
los planteamientos de rigor m IIIS gestas, sino que la acota en otro cam-
po: la verdad familiar, personal, lmmana de Rodrigo Díaz. SJ/o si
se perribe que ese es precisamente el rerreno privilegiado por el autor se
comprende también la eslmcmra de la obra, 110 gobemada por las
convenciones de la !pica al uso 11i sttjeta a las consrricciones t!e /11 historio-
XVIII fi\ANC I SCO 1\ICO

gmfra, lino atenida a una concepción propia y lingular de la verdad poi·


tica.
No hay, par supufito, ni11goma pasibilidad de cortar el relato a la
altum ele la toma de Valtncia, ni siquiera en ra vitieta de la subida
al alcñzar, sin r~mper lol Jirmel hiiM que liga11 lo$ fimdamentol mismos
de leo moma, COIJ la i11equívoca omción y promem del Cid (•¡...que noí11
co11 mil mmool caWestnl mis ftjasl•, v. 282b), a las dos bodm de do1la
Elvirn y dona Sol sobre las cuales gira la stgunda mitad dtl poema,
co11 su arell/o en 11n conflicto privado y Sil aire doméstico. Pero li por
pura Jalltru{a nos im11gináramos u11 Cantar del Cid qo:e se cerrara COII
la emw/,, tll Vale11cia, tendríamol, s(, un ttXIO mál conforme con la
crnditiJn lpim, pero por eso mismo más itoconciliable con los designios
dd poettl, ugoí11 wy,, jerarquía d( valores el protago11ista no es tanto
ti g•~erur~ invicto, el conquistador co11 aureola de mito - el oínico Mio
Cid de quim t~lcmoznría algunas noticias el cotmín de los oyellttl-,
wamo el Ruy Dínz de Vivar a quie11 110 rma grandeza tslnr loecho
¡/e/ mismo barro t¡toe quie11es eswchn11 stu hazañas.

Ni que tlecirst tiene que la idea de la sociedad, lol idealtf y. si st quiere,


In ideolog{a que respira ese Rodrigo 110 podfa11 str tampoco otros que
lol Jtl juglar y su p•íblico. Don Quijote st tcltó o/ camino fin dineros,
•porque il mmca lwbía leída tn las historias <lt los caballeros andantes
q11( ningt111o lol lmbiest traído. (1, 3). Imítilmtnte los b1oscaríamos noso-
tros '"' /t1s .~w,u frtutr<sas: ni por excepción se trata al.r de pagar so/da.
tlal ni l~t~y Mroe que amle t n apurO$ crtmtltísticos. Al Cid, por ti comrn·
rio, el primer problemá q11e le s11le al pmo es co11seguir fomlos pnm
ateuder ltiS lltcesidndes de su mesnada y 1/e su familia; y la solución
qut 1( eucueutr• no tietlt parangón t11 los a11nles de la epopeya: pedir
rw prislamo a uuos usurtros, en JtrJ tpisotlio ad~rtzado noveltstamttllt,
pero en o!/tima instancia de tan nulo aliemo lpico ·como lo una hoy
tmpetlar 111111 joya (falsa) o hipottcnr Utla cam (ajma).
U11a vez Jiuanciado el comienzo de la campatla, las diJiCIIItarlel ptcU·
nic1Ti11s d,·sn¡JartWt para siempre. porque la actividarl militar y la activi·
d,u/ ecouómim lOtt 1"'"' rl Cid oma solll cofa y sus triunfos en la tuta
110 se disti11gue11 de sm logros etr In otm. Guerreros de projesi611 ll y
/¡os suyos, lms//1 apoderarse de Vnle11cill no tituetl más i11gresos que ti
WIÍII del tomb11te (•.Si cou moros 11011 lidiámnos, 110 nos dará11 del pmo•,
v. 673). porque no les interesa, digamos, la posesión de Alcocer, sino
los tm mil marcos que la morerfn poga por la plaza y las demás presas
'l"t pur,/t'll llr•'"' ro11sigo: ..mUtlot•, •arnhll,., ..cavallos•, •oro t plata•,
ESTUDIO PR EL IMINAR · X IX

•tstos dineros t estos avtrtJ largos•... (w. 795 y ss.). Es tJa •ganancia•
inmtdiata, tn bienes mueblts, la qut a corto plazo les otorga prtstigio
y tm:umbramitnto: gracias a tila, los caballeros infanzones (•qllt todos
ciñen espadas•, v. 917) se tltvan en la escala nobiliaria a cuyos ptldailos
inferiores ptrteneun, y •los que f11eron de pie caballeros se fazen•
(v. 12IJ), es decir, los peones se toman libres e ingresan en la ca ballena,
siquiera sea por la puerta de servicio de la cabal/mÍ! villana. En wanto
al propio Rodrigo, que estarnenralmente no pasa de infanzón, de simple
hidalgo, los rendimientos de la guerra le devnelven y le aumenran la
estimacióÍr de Alfonso VI (y eso era de hecho y derecho un asunso
de cattgon'a), la conquista de Valencia lo convierte en uñor de tierras
y hombm (y hasta le depara la'regia prerrogativa de designar obispo). y,
par ende, como il habra prometido (•si les yo visquiu, urán duerlas
ricas•, v. 8:25), ve a sus hijas casadas con •ricos omnes•, miembros de
la nobleza inmemorial, la flor y 11ata del poder y la influencia, y luego
alzadas al estatuto que rwnca se lrabn'an atrevido a soflar, a la esfera
de la misma realeza.
Cuando st recuerdan esas grandes lftrtas de fuerza, cobra plenitud
de sentido la incontrovertible observación de don Ramón Menéndez Pi·
da/ sobre el carácter local del Cantar, donde los itinerarios se cnrzan
una y otra vez, con prtcisionts y apostillas toponímicas insólitas para
walquier otra comaro~, en los parajes que se n:tienden dtsde ti enlomo
de San Esteban de Gormaz al de O.latay11d. Es esa, a todas lum,
la región q11e ti juglar conoce de urca y cuyos moradores, t11 primer
término los rle Gormaz, •siempre mtsnmdos•, •muy pros• y «COI1osudo·
res• (w. 2820 y ss.), constiwyen el príblico de elección a quien tiene
presente. Pero la fisonomía del territorio no es menos nítida. Estamos
en uno de los centros neurálgicos de kr frontera tle Casti//ir, en la extre·
madura del Duero, que desde el bastión de la Medinaceli reconquistadt~
por Alfonso VI y nunca rmtlta a perder, dtsdt la •peña muy Juert•
de la vitja lltitnza (v. 2691), en los tiempos de Alfonso VII y Alfon·
so Vlll p11ja por consolidar las bases tlt la ofemiva cristiana.
La froutera, sobre toda desde los J(as del •bueu Empuadoro (v. JOOJ),
es una sociedad en armas, permanentemente dispuesta para el ataque
y el saqueo. Los pobladores se han asentado al/( atraídos por apetitosas
exerrciones t im111111idades, con fiwombles expectativas de medro, a costa,
eso sí, de u11a vida recia como uinguna. En las cindades fronterizas y
en sus nlfoc~s. se vive para la guerra y de In guerra. No se buscan
las tierras, siuo las riquezas dt los moros, el batín que proporcio-
nan las caba/gatlas y myo repart<> St llml a cabo atmdinrdo tsenrpuiiJSQmnl-
XX FRANCISCO RICO

te a la aportación económica y pmonal de cada 11110. Las milicias conuji·


les y las huesta constimidas expresamtntt para las razias no esperan
que ti rty las movilice (a mer111do, ni siquiera reparan en las convenien·
cias y los compromisos del monarca): toman la ;;,;dativa por su wenta
y riesgo, con entera autonom{a, y no se limitan a incursiones de corto
radio, sino que a veca se internan hasta Sevilla, hasta Córdoba. Los
lfmitts de las clases se difuminan: al instalarse en fa frontera, los infan·
zones con frecuencia han dt remmciar a sus privilegios fucalu y jlldicia-
les, ptro tambiln st la abre la p•urta a akanzar la condKión dt serlorts
adquiriendo· el dominio sobre territorios yermos; los caballeros villanos,
vale decir, quienes reciben de un wlor o logran por s{ mismos caballo
y ptrtrtchos, titlltll a su vez txule11tes opart11nidades de hacer fortuna y
en su momer1to distribuine co11 los hidJigos el poder rmmKipal.
E¡ compreruible que ptiTII esas gemes el Citl fuera el hlroe por exct·
lencia. En difinitiva, lo que wenta la primera mitad del Cantar es
una larga inwni6n guiada por 1111 adalid con todas las virtudes que
para el puesto se requerían y apreciaban, desde imerpretar el v11elo de
las aves hasta cuidar cada detalle del combate, y rematada eor unos
benifuios espectaculares para todos: •a cavalleros t a peones }echos los
ha 1Kos• (v. 848), •el oro t la plata ¿quiln vos lo podría contar?.
(v. 1214). Una inCJmión, por otro lado, coronada por una conquista corno
muchas en las que intervinieron las ,),;licias conctjiles y proseg11ida l1asta
unas timas no más distalllts que las que alg~~r10s asolaban. Las ttlerni·
gos del Cid temfan que cualquier noche se plantara •allá dentro en Ma-
m•ecos• a darles •salto•, a pasar el !m(s a saco, puo él r10 pensaba
embarcane en operaciones tan insensa}as (w. 2499 y ss.). E11 II72,
en cambio, un gn1po de caballeros de Avil.z no sólo st proponfa expulsar
de Esparla a los sarracenos, sino acosarlos hasta Mam1ecos y continuar
desptlb hasta ]mualén ... El Comprador de la flcci6n dejaba volar la
fantas(a menos que algunos gutrrtadora enardecidos por la realidad át
la frontera.
En tal atmósfera, pues, el Cantar narraba ww historia que no sólo
se sent(a S!Utancialmelllt verdadera como cosa áel pasado, sino como mo·
delo viable para el porvtnir. La elevación del Cid y lus suyos era un
proceso que caballeros y aun peones de la txtrernadura de Sor/a y Sego·
via pod(an imaginar como propio, eu tarifo acorde cor1 sus mejores tspe·
ranzas tCOIIÓmicas y sociales. A la postre, lucl1ab.m bajo las mismas
divisas (•¡Firidlos, cavalltros, todos sines dubdanfal 1 ¡Co11 la mtretd
del Criador, nuestm es la ganancial•, w. 598-599), e incluso el singu·
lar ten co11 ttn de Rodrigo co11 el rty co11decía con s11 propia actitud,
ESTUDIO PRELIMINAR XX I

e11 la mal la lealtad al sobera11o iba de la ma11o co11 la conflaiiZII en


sí mismos y con la sensación de imlependencia que u11a vez, en la época
de A/fomo VII, se expresaba por boca de las milicias de Salammrw:
-Onmes $utnus príncipes et duces capitum tiOsrronmJ», 'somos todos pr{udpcs
y caudillos de 1111estrns propias perso11as'.
Por otro lado, 11i siquiera la i11triga privada, familiar, que mllrc /11
segunda mitad del poema enreda de unas dimensiones sociales perfecta·
mellle asumibles por los hombres de las ciudades jro11terizas. Los i11fa11·
tes de Carrión, que poseen •villas• y •heredades" (vv. 3220 y ss.J, se
ha11 casado con dona Elvira y doria So/movidos por la codicia del gé11ero
de riquezas que a ellos les faltan, el dinero, las cabalgad11ras, los objetos
preciosos que las victorias han reportado pródi,eamc11te al Campeadt>r
(~marcos de plata~+, #(mulas e palaj;ls», HVtstidumsn, "espmlas», vv. 2570
y ss.); y han ultrajado y repudiado a sus mujeres en veng11nza de lm
burlas desderiosas con que la memada del Cid ha acogido su cobardía
y flojedad en el combate, excusando y racionalizando su despedro con
rm declarado orgullo de clase: •ca 11011 [nos] pertcllccién fijas de ifanro·
nes• (v. 3298).
Obviamente, la afmrta de Corpes es sólo la anéalota romnrrcesca en
que cristaliza una querella de imerests de más alca11u que el clrama
de dos mue/rae/ras maltratadas. Los infn11tes 110 acaba11 de tener e11tidatl
propia, de personajes e11terizos, si11o que como •el co11de do11 Go11ralo•,
su padre, o como •Gómez Peláyet•, se dil~tye11 e11 b~tella medida err
i
!
el ba11do encabezado por "" viejo e11emigo del Cid, el co11de Gard11
Ordóriez, •el crespo de GrarlÓit• (v. JTT2), privado de A/fomo VI, y
e11 las filas del estameltto q~te co11 dios iruegra11: los •ricos omiteS•, la
alta nobleza, la vieja oligarquía, e11 suma, afl11cada tlt vn1tas posesio11es
t al norte del Duero y monopolizadora, al arrimo del rey, de las clav(S
mayores del poder. Ninguna duda cabe, y con razón lo subraya Diego
1 Catalán, sobre •el desprecio del poeta por los ricos-hombres de solares
conocidos, con propiedades en la Tierra de Campos y en La Rioja, car·
gados de 'onores' (v. 2565) pero faltos de 'a,.eres mondados' (v. 3236),
poderosos etr la corte y en el interior de C1stilla y León, pero ajenas
J a las exigencias de rma vida ele acci6n en la Jro11tcra y opuestos a !tn
sistema de derecho» como el reivindicado por Rodrigo cumulo coufía la
restauracióu de m honra a 11n d11elo j11dicinl. Ni puede cl11darse q11e ocnc·
tameute ese era el desprecio o el rencor de los caballeros de In c;~treuuufu.
ra castellaua, cuyos ojos estaban vueltos a 1111 reaj!tste de prestigios e
influencias que les recouociese el importaute papel q~te etr In prtfaicn
desemperlabau eu la nueva dinámica de la sociedad. A esas nspiracioucs,
XXII FRANCISCO RICO

los it'.fot~tes, •los de Vanigómez» (v. 3443), los AriSIÍrez y toda Sl4 pa·
reme/a represemabnu 1111 obstáculo tan palpable como el infanzón Rodri-
go Díaz un acicate ideal.
No es este el lugar de perseguir las implicaciones sociales y políticas
del Cantar. Las sumarias consideraciones que a81teceden debieran servir
JÍnicameme para devolvemos a nuestro puuto de partida. Como rasgo
priucipal del poema, seria/aba, en efecto, •la aproximación a las coorde-
uadas del piÍb/ico, a m ámbito de vivwcias y referencias•. Era una mane-
ra de decirlo, a bulto y eu abstracto. Cuaudo comprobamos que la concor·
daucia de paisaje g~ográflco y paisaje auímico nos lleva derechos a uu
piÍblico e11 coucreto, al Far East, al nuwdo de la frontera del siglo XII,
entendemos hasta q11é grado el destiuatario determiua la siugularidad
del Cantar tambiéu en aspectos tales como el retrato de los persouajes
y el ajre de interior, familiar o de corte, 110 bélico, de la segunda mitad.
Eu ese ambiente del alto Duero, las gestas al modo convenciot~al,
co11 s11s paladi11es agigamados como por quien los mim de rodillas, con sus
prodigios )' sus t!esaji~eros, podían sin tl11da oírse con gusto, como diver·
sión y alimento de los s11erios heroicos, porque escuchá11dolas a aq11ellos
lwmbres •les crecién los corafones e esforrcívanse faziendo bien e querien-
do llegar a lo q11e otros fazieran o pasamn• (Partidas, II, XXI, 20).
Pero uua caucióu sobre el Cid 11ecesariamente l1abía de ir por otro carni-
up, porque el Cid era meuos atractivo como figura de retablo que corno
espejo. El Cid de la historia y la leyenda que sobrevivían estaba dema-
simlv ccmwv, m wrrem tenía dcmasinclo qne ver con la realidad comem-
p<mÍnea, con la mellllllitlrul de las milicias, con las ambici011cs sociales
de /,>s c,rfNilleros, sn sombra era 1lemasiaclo coutemporánea, para echar
por la vfa de la fabulación a rieuda suelta. Por d contrario, el infauzóu
Rny Díaz de Vhmr resultaba fasciuante justamente por lo mucl1o que
se parecía a los espectadores: pimarlo igual que ellos er: los momentos
lmjos, eu la adversidad, en la vida memula, significaba incitarlos a identi·
jicarse con él eu las horas de triunfo y esplendor. Así había encontrado
·sus huellas el jng/,,, emre las gentes de la extremadnra, y ese modo
de captllf la historia había determinado toda lrr poesía del Cantar.

GEOGilAFÍA E HISTORIA. A/ poyo •que es sobre Mont Real•


(11. 863), d<>millluulo el v11lle del ji/oca (no en balde los romanos habíau
alzado allí ww imponeute fortaleza), donde Rodrigo Dfaz ha acampado
uuos meses y desde clomle ha sometido a parias a Daroca, Molina de
Arag&n, Teme/,
ESTUDIO PREtlMINAR XXIII

mientras que seo el pueblo de moros e de la yente cristiana


ooel Poyo de Mio Cid. así·!' didn por cam. (vv. 901-902.)

No pnede tomarse en cuenta la ocurrencia de quienes adivinan en esos


vtrsos 11na referencia al Fnero de Molina, perdida entre cnya~ páginas,
en rma trivial relación de lindes, se halla la más antigna confinnación
accesible de que tn el siglo XII el cerro m cuestión (l10y ·de San Este·
ban•) se llamaba efectivamente •Poyo de Mio Cid•. Lo que e/·pasaje
nos revela ts que el juglar sabía o crefa saber de a/grln docwnenio t11
qne el Poyo aparecía de forma destacada, o cuando menos que comidera·
ba la plaza digna de tal disti11CÍÓ11; y, todavía cOtJ más certeza, que
para ll 110 era cosa corriente /rallar consignados •por carta" los nombres
11i de los lugares ni del hiroe que celebraba. •
Segrí11 nuestro jr1glar, la •Carta*, el pergamino, la escritura, se reserva·
ba para amedremadoras órdenes reales •futrtemientre selladas• (v. 24),
para el sacrosanto reparto del botín (v. JII), para tratados entre soberanos
(v. 527), 110 para divulgar noticias como las que elaboraba él en Sil Wll·
ció11. El tollo de emusiasmo, revemrcia y, sobre todo, excepcio11alidatl
con q11e metrcio11a la •carta• e11 que figuraba o mtucen'a figurar el Poyo
11os garatrti:z:a que si en otros casos hubiera podido autorizarse con textos
escritos, se habría apmnrado a lracerlo con satisfecha oste11tación. (Como
a la menor oportunidad lo hacían, dnrante el primer siglo d:• la litemlllra
esparlola, hasta el Poema de Beneviverc, hasta La vida de San Mill3n
de la Cogolla, todos los versificadores de a111nws históricos; como se
pirml.rn 1"''' darse /otro itrvenllitrdost tttl o cr~t~ltlocumento tatrttts ch~nsons
de geste.)
Notemos, por otra parte, que no hay 11inguna garantía de que el poyo
de marras lmbiera sido oc11pado ni fortificado por el Campeador, ni si·
q11iera de que futst Rodrigo Díaz el •Mio Cid,. que lo battti:z:ó. Tam·
poco nos comta en absoluto, antes bien existen motivos para no creerlo,
que Daroca, Molino o Teme/, y no digamos las tres, fuemn tributarias
snyas. .Únicamente podemos tentr por ~egnro qne el Cid había pasado
por la regi6n, y no solo en 1089, )' que en el siglo siguiente el poyo
u relacionaba con il. Pero esa relnci6n entre 1111 cerro amurallado y unas
11ictorias de Rny Dínz en el val/~ del ji/oca no podía irse a buscar e11
ningtin libro (la Historia Roderici, al referir /11 estancia en Cnlt~moclur,
habla solo de una entrevista con el rey de Albarradn para renovar su
pacto con A/fo11so VI), y tamo tntiiOS si no se ltabt'a dado e11 la realidad,
ni podía forjarla quim solo se hubiera tropezado cotr el poyo entre los
ren.~lo11es de un docnrnento. Es el tipo de troti!ia que rínicarntnte se deja
rt<ANCISCO RICO

mtender como llegada de la tradición local, 11acida y bebida sobre elterre11o.


Supongamos que la tradición tiO es exacta. E11 tal caso, para hacerla
brotar bastarfa11 simplemettte dos factores: •me>, estar al tanto de las pro·
piedades estratégicas del poyo -por el mome11to: sigamos supo••iet~do,
todavía úmomit1ado-, tanto más palmarias por wanto a los restos ro·
ma11os se sumaba un baluarte co••stntido, y no por capricho, en torno
al año IIOO; otro, recordar que el bata!!,..!or jamás vencido que fue Ro·
drigo Dfaz habra estado en la zona. No se necesitaba más, en verdad, ·
para !tablar del •Poyo de Mio Cid• y ltacerse la cue11ta de qJte desde
élltabfa obte11ido el co11quistador de Valencia los tri•mfos que la posición
del poyo facilitaba y sus celebéffimas walidades guerreras i•witabmt a
presumir; Desde luego, si el ceffo era llamado ya .de Mio Cid., fiurtt
quie11 fi•ese el epó11imo, el proceso había de ser, 110 más smcillo, si11o
prácticamente .i11cvitab/e.
De tilla cantera análoga, opino, deben de proceder la inspiració11 del
jttglar, ese11cialmente, y u11a buwa parte de los materiales que p011e a
co11tribuciÓ11 en el Cantar del Cid. El j7orecimie11to de los estudios sobre
la tradició11 y la historia oral, perfilalldo en los últimos años los fecundos
pla11teamientos de Ménendez Pida/, 11os proporcio11a ahora una inmensa
base de comparación para ente11der mejor aspectos importalltes en la gé·
11esis y m la co11flguració11 de nuestro poema: por qué el respeto de una
;gesta a determi11ados pormet1ores históricos arguye proximidad temporal,
pero la deformación tto implica lejmtía; cómo se co11cilia la exactitud
de muchos datos con la inexactitud del cotifunto; en qué semido la pers·
pectiva loca/tiende a favorecer ciertas articulaciones del relato ... Tal vez
en .primer término, los paralelos de diversas épocas y wlmras 110s asegu· 1
l
rmt hasta qué pu11to el modo de proceder del Cantar es caracteristico
de quien se abreva e11 fi•wtes 110 escritas, y ert particular en honta11ares
locales.
En tal sentido, es bien mgestivo que sucesos y persotlajes problemáti·
cos se explique11 con nitidez por la toponimia. Probablemente nuestro
· poeta sabía bastante más y mejor fimdado, pero, en rigor, era suficiente
conocer el poyo y ttner la más elemelltal de Jas informaciones sobre el
Campeador, t!O ignorar que había tomado Valencia y vencido a un con·
de de Barcelona (•domuit 111mtros, comites domuit quoque nostros•, indi·
1
1
ca, sin más, el Poema de Almería), para concebir según la presenta
el Cantar la campat1a por el ji/oca, ett el cmnino hacia Levante. Algo
sm¡ejante pudo ocuffir con Ctwnto atat1e a Abengalvón, •alcáyaz• de
l
Moli11a, donde acoge siempre con carilla a lo~ familiares y compatieros
del Cid, de quien es .amigo sin falla• (v. 152/J). Está atestiguado 1111 ho-

ESTUDIO PRELIM I NAR XXV

mónimo que en II20 luclró con los almorávides eu la batalla de Curan·


da, eu las cercmr{as del Poyo, pero no cabe afirmar que Juera alcaide
de la villa que se le adjudica, ni aun contemporáueo de Rodrigo. En
cambio, uua legua al norte de Molino (y no lejos de una •Cabcm
del Cid»), sobrevive citrta Torre de Miguel Borr, que err el Sciscierrtos
lo era •de Migalbón• y err el siglo XII, como certíflcmr otros topónimos
afirres, ~de Abingalbón•. Una fortaleza de nuevo estratégicamerrte sirua·
da en la ruta errtre Castilla y Valencia, eu la Jroutera curre moros y
cristianos, ¿uo era acaso mra incitacióu a imagiuar al Aberrgalvóu que
le lrab{a dado uombre como el •amigo wrwral• (v. 1479) que eu esa
área tanto convw{a a los movimiemos de las gerrres del Cid y a uu
buen equilibrio argumental y polfríco? >
No quiero decir que el juglnr supiera exclusivcrllwrtc lo que le dedan
los lugares, sino que los lugcrres, pnrcr comeuzar, no esrabmr callcrclos
para él. Como Jorge Guillétr, como todo poeta, nuestro juglar

empieza a ver. ¿Qué? Nombres.


Est~n sobre la pátina
de Jas cosas ...

Los 11ombres de la extre11wdura, tautas veces ligcrdos y tmr ostensiblc-


mer~te sryetos a las vicisitudes de la repoblación y la rccouqrtisra, llevaban
una pátina de memorias, eran crónica breve de ttmclros aconttcimiemos
y convidaban a reconstruir otros por largo. No se mentaba •la Torre
de don Urraca• (v. 2812), •Navas de Palos• (v. 401), •do d'Amor•
(v. 2872) o •Bado de Rey- (v. 2876) con la asepsia con que nosotros
decimos La Torre, Navapalos, Riodamor o Vadorrey: las palabras arras·
traban a menrrdo resonancias de hechos y personas, y la cos/mnbre de
encontrarlas empryaba a buscarlas (no hay mds que /rojear la Cr6nica
de la población de Á vila). Los versos más misteriosos del Cantar
(vv. 2694-2695) son justamente testimo11io de arencíórr hacia ese nimbo
de evocacíorres y leyendas que orlaba los topóuimos:

A siniestro dexan a Griza, que AJamos pobló,


allí son caños do a Elpha encerró ...

Tampoco preterrdo generalizar indebidameme los ejemplos aducidos, sirro


apuntar que la historia empapaba incluso !tt geograjra, como dimensióu
viva y preserrre de la realitlad. Las lurelltiS de un pasado no Ida"'' "
todarn'n J"''"'":.. ,. ... ~- 1· ''
XXIV FRANCISCO RICO

elllenáer como llegada de la tradición local, nacida y btbitla sobre el terreno.


Supongamos q11e la tradición no es exacta. En tal caso, para hacerla
brotar bastaria11 simplemente dos factores: uno, estar al tanto de las pro·
piedades estratlgicas del poyo - por el momento; sigamos suponiendo,
todavía irmominad~, tanto más palmarias por cuanto a los restos ro·
manos se s11nraba 11n baluarte co11stmido, y no por capricl10, tn torno
al año IIOO; otro, recordar que el bata!!"Jor jamás vencido que fue R<>-
drigo Díaz ltab(a estado en la zona. No se nece1itaba más, en verdad, ·
para hablar del •Poyo de Mio Cid» y hacerse la wenta de q¡¡e desde
ti había obtenida el conq11istador de ValttJCia los triunfos q11e la posición
del poyo facilitaba y sus celebt!rrinras c11alidades g11erreras invitaban a
presmnir. Desde lt~ego, si el ctrro era llamado ya ·de Mio ciJ., fuera
q11ie11 fi•~se el epónimo, el proceso habra de ser, no 'más mtcillo, sino
prácricmnente .inevitable.
De una cantera análoga, opino, debtn de proceder la inspiración del
j11glar, e1encia/mente, y 11na b11ena parte de los materiales que pone a
contribución en el Cantar del Cid. El florecimiento de los estudios sobre
la tradición y la historia oral, perfilando en los 11/timos años los fecundos
planteamientos de Méne11dez Pida/, nos proporciona ahora una inmensa
base de comparación para elllender mejor aspectos importantes en la gi·
nesis y en la configuración de n11estro poema: por q•tt el respeto de 11na
gesta a dettrmitJados pormenores históricas arguye proximidad temporal,
pero la deformación no implica ltja11ía; cómo se concilia la exactit11d
de m•JChos datos con la ino:actit11d del conj1mto; en q•tt sentido la pm·
pectiva loca/tiende a favorecer ciertas arric11laciones del relato... Tal vez
en.primer térrni11o, los paralelos de diversas épocas y culturas nos aseg11·
ran Izas/a qul p11nto el modo de prowler del Cantar es caracreristico
de q11ien se abreva en jiten/es no escritas, y en partimlar en hontanares
locales.
En tal sentido, es bien sugestivo que sucesos y personajes problemáti·
cos se expliquen co11 nitidez por la topo11Ímia. Probableme11te lllltSiro
· poeta sabía bastante más y tnejor fundado, pero, en rigor, era s•tftciente
conocer el poyo y tener la más eletntlltal de las informaciones sobre el
Campeador, 110 iguorar que había tomado Valencia y ve11cido a 1111 COII·
de de Barcelo11a (•domuit Ma11ros, comites dom11it q~<oq•te nos/ros•, i11di·
ca, sin más, el Poema de Almería), pana concebir seglin la presenta
el Cantar la campaña por el ji/oca, en el camino hacia Leva11te. Algo
_ semeja11te p11do ocurrir cott Cltalllo alntle a Abengalv6tt, •alcáyaz• de
Moli11a, donde acoge siempre con cariño a los familiares y compañeros
del Cid, de quittt es .amigo si11 fa/la .. (v. I$28). &tá atestig11ado un ¡,.,.
ESTU D IO PRELIMINAR XXV

mónimo qu~ tn II20 luchó con los almorávides tll la batalla Je Clllan-
da, en las cerca11fas del Poyo, pero no cabe afirmar que Juera t~ltnide
de la villa qu~ se le adjudica, ni ao111 C011Iemponl11co tic Rodrigo. En
cambio, 11na /~gua al norte de Moli11a (y no ltjos de una •Cabeza
Jtl Cid-), sobreviv~ cinta Torrt d~ Miguel Bo11, q11e e11 el $tiscie11tos
lo era •de Migalbó11• y en el siglo XII, corno certiflcall otros top611imos
afines, •de Abingalbón•. U11a fortaleza tfe n11evo estratégicamc111e sitlla-
da ~n la rula entre Castilla y Valencia, ~n la Jro11tera errtre moros y
cristianos, ¿no era acaso 1111a incitación a imaginar al Abe11galvó11 q11e
le hab{a dado 110mbre como el -amigo 11atural• (v. 1479) que e11 esa
área ta1110 co11verdn a los movimiento$ de las ge11tes del Cid y 11 1111
butn equilibrio argum~11tal y paf{tico? •
No qoli~ro decir q•u• el juglar mpitra exclusivtlllrtlllt lo que le drcf,,.
los lugares, sino que los lugares, pnm come11zar, 110 estab"" w/1"'/os
para él. Como Jorge Guillé11, como todo poeta, IIIICSiro juglar

empieza a ver. ¿Qu~? Nombres.


Est~o sobre la ~tina
de las cosas ...

Los nombra de la extmnadura, ta11tas veus ligados y tan oslellsible-


mellte Slljetos a las vicisiwdes de In repoblació11 y la reco11quista, llevt•ban
HtJa pátitJa de memorias, trtm cr6nita breve de mucl1tJs acontecimieutos
y co11vidaban a reconstn~ir otros por largo. No u mwtaba •la Torre
de don Urraca- (v. 2812), •Navas de Palos• (v. 401), •TÍo d'Amono
(v. 2872) o •Bado de Rey- (v. 2876) co11 la asepsia con q11e 11osotros
decimos La Torre, Navapnlos, R iodamor o Vadorrey: hJS palabras llrms-
traban a menudo resonancias de hechos y perso11as, y la cost11mbre de
encontrarlas emp•ifaba a buscarlas (no hay más que hojear la Cr6nic:a
de la población de Ávila). Los versos más misteriosos Jel Cantar
(vv. 2694-2695) son jusfamcutc testimouio de atc11rióu hacia ese nimbo
de t11ocaciones y leye11das que orlaba los topónimos:

A siniestro dexan • Griu, que AJamos pobló,


alli son caños do a Elpha enceuó ...

Tampoco pretendo generalizar indebidamente los tjemplos aducidos, siuo


apuntar que la l1istoria empapaba incluso la geografú•, como dimeiiSiÓn
viva y preseute de la realidatl. Las huellas de u11 p11saclo no lcjauo y
todav(a determinaulc de mil ma11eras hndau surgir ftJ sombra tlel Cam·
XXVI FRANCI SCO RICO

¡uador literalmente tle /m piedras (•Cid• y •Mio Cid» compareun a


memulo en la toponimitl desde Á vi/a a Casrellón, por Atienza, Teme/
o MontalbtítQ y despertaban la mriosidad y las gaqas de atar los muchos
cabos me/tos que dejaban los recuerdos vagar, las tradiciones p11rcia/es
y los cont<1.·'os datos autbtticos. Por eso es tan sintonuítica la reciettte
itlmtiflradón de A /cocer y ..T vecino •otero bien cerca del agua• (v. 560),
por wérito, eu espaiol, de José Luis Corral y Fraudsco J. Martínez.
Eu rllrimn iustrutcill importa pqco qut Ruy Díaz st instalara o no en
1

t!l <lctowl cerro de Totrnid y tomara o no el desaparecitlo castillo de


Alcocer. Si en tf.,.e/nto del Cantar loay 11na base exacta, 110 parece
aupt<~ble que el poeta ¡mdiera alcanzarla si11o por fioentes orales, wando
ttlllfo y tillt e11 Otiii/O se loa" eswrlritinclo las escritas, siempre m:~das al
res¡mto. Si no la lony, la posición del otero, sobre todo si u llamaba
comO>tliÍu cu tinestros dt'as, bauaba para suponerlo mlcleo de las brillan·
tes accio11es que el Cid, siempre en idas y venidas e11tre Castilla y Zara·
goza, a través de Gormaz y Calatayud, por fiter:Zll tenía que haber
realizarlo a su pmo por la rowarca. En walquiera de las dos evtntualida-
tles, el episodio de i!lcocer en el poema sólo es inteligible en ranto conocí·
Jo o cotocebitlo por quien a>tdab,, al pie de los lugares y lo percibra -dan
g11nas de dt'Cir- como "" elemtttto dtl paisaje, como un componente
del universo de vivt11cias y saberes que ren(a por suyo. El otero de Aleo·
m tt a la vega del ja/611 como el Poyo de Mo11real al valle del ji/oca,
imneditrtamentc ,/~s¡mb. Pao urgt ttWIOt cotutatar la contimridaJ temá·
tiw y l11 r<ita<1ciÓ11 del pmr<Ín militllf que dttCIIbtir ttt ambos casos un
mismo mertmitmo dt tJclquiJitiÓtl y tlaboraciÓII de Jos materiales recrt:ll·
dos tll el Canur.

La historia couflmw m ueltameute el fimciotlamiemo de ese mecanismo


i11simwdo por la geografr'a . .11 quim lo analiza con la perspicacia de
Jodes Horrttlt, el poema se le ofr«e como •oma mezcla i11extricable
de errores y verJacles hutóricas, 1mot al lado de las ocms, et~carlemfndose
elllu sf-. Es cierta la ra!Ktlgmla a lo largo del Hettares, pero 110 al
salir para el exilio, si11o como causa del primero dt los dos destierros
que c11 el Cantar so11 t1ttO solo. Es cinto que Álvar F<ítitz, •que 9ori·
111 mnm/ó. (v. 735). represenró e11 Valettcia a Alfotlso VI, en ro85,
y trrt sobrino <le Rodrigo, pero 110 que lo arompat1ara siempre, «que
tto· s' le parte de so bmro• (v. 1244). ui le sindert1 de coustallle emboja·
<lor a11tt el motwwr. Es cierto '1'" 1111 Tamf11 se tntzó en la vida del Cid,
pero no el su¡mwo rey ¡{e Valmcia '1 '" socorre a tut sríbditos de Alcacer,
· · .t . .... _,.;., ,/, ?.<~rauoza. verd,ulero sttlor del jalón y por cuyos
llSTUOIO PRELIMINAR XXVII

imemes R o1y Dfaz veló /talmente durallle años... Los ejemplos se dejan
multiplicar hasta el cansancio. Es cierta la existencia de la mayorfa de
los personajes, la realidad de alnmdantes suasos, la adewación topográfi·
ca de los lugares a las peripecias que en ellos se sitoí1w. Pero a cada
paso se compnuba asimismo que los personajes no pudieron estar en
los lugares, los lugares contemplar los sucesos, los sucesos corresponder
a los personajes que el Cantar afirma.
En especial, ti ptHma se trabuca tll la cro11ología, en el orden de
los hechos. He aludido a la algara por el Henares, a la intervenció11
de Á/var Fátlez t11 Valencia, a las relaciones co11 T111nín; y cabrfa alegar
muchos otros mome.,tos: pocos aparecen ttl la uwettcia .que re~!mente
los eslabonó en la vida del Campeador. El juglar ha pisado los eswoarios
que pi111a, está ell/erado de cuáles son los grandes jalones en la trayecto·
ria de Rodrigo, y es llamativa, q11izá por encima de todo, la agilidad
con q11é se m11eve entre los contemporáneos del loéroe. (El bando de los
infantes de Ozrrión, as{, está capita11eado moralmente por Carda Ordó·
zlez - repoblador, 110 lo olvidemos, de la extremad11ra oriema/ dtl alto
Duero- y co .. stituido por ricos hombres q11e fueron e11 efecto parien·
tes y aliados, pero el Cantar no especifica qul vínculo los une para
que actoím como act1Ían, y solo las laboriosas investigaciones de Menén·
dez Pida/ hato roroseguido desentratiarlo.) Sin embargo, el hilo 11arrativo
que·e,hebra todos esos demell/os, si bie11 tiene una pasmosa fuerza poéti·
c11, no obedece a la secue11cia cronológica de la verdadera biografla cidiana.
Tal jizlta de adec11ación nos ilustra singularmente sobre el origen y
los fines del poema, m tamo zoos allloriza, por ejemplo, 11 negar co11
rotomdidad que ti juglar lmbiera ma11ejado la Historia Roderici. Este
o aquel detalle e11 oíltirna insta'r~cia proctdtnte de ella sí pudo quizá /Je.
garle por v1ÍI ir~directa, pero el cotifunto de la obra no lo conoti6 de
11Í11guna de las maneras, porque la crónica le lutbr{a suministrado precisa·
mente lo que no ten{a y con el Canrar queda C011seguir, lo que el veris·
mo y la verosimilitud con que trabaja los materiales nos certifica como
uno de sus objetivos primarios: unas líneas de jiterza que le permitieran
articular más cabalmente los tlatos sutltos de que disponía y q•te 111111as
vetes siwó donde no hubiera dibido; 1111a armazó11 o cat1amazo para
dar mejor forma y muido a las noticias fragmentarias sobre hechos y
personas, los retazos legendarios, las sugereucias de la topo11irnia, que
cottstituíall ti caudal de 'docommllos' que habían suscitado su interés por
el Cid y que co11lit111amente combinó y revolvió sin atinar a ponerlos
e11 su sitio.
Los recuerdos de Ruy D(az de Vivar, precisos e imprecisos, persistían
XXVII I FRANCISCO RICO

junto a una eficaz pr<$encia dtl héroe como punto de rif<rencia en el


vivir de las gentes de la ex/remadura castellana, en la raya de Aragón.
A la llamada de esos recuerdos y de esa presencia fesponde creadoramen·
te el juglar. El Cantar de Mio Cid uace como uu intento de explicar,
de explicarse el poeta" y quienes con él comparten el mismo espacio geo·
gráfico y me'.'tal, la figura, las hazatlas y el temple de Rodrigo Díaz.
Para lograrlo no ltabía otro camitto que procurar ir hilvanando orgánica·
mente los elemwtos de juicio que ofrecía la tradición oral de la región:
elementos parciales y diJpersos, como imponía el carácter de esa tradición
(con infinidad dé análogos en otras edades y culturas), y, por ahí, penosos
de restituir al ignorado orden y concierto que hubiera rejlejado las reali·
dades históricas que con frecuencia les subyacían. Ese 'ensayo de com·
preusión e intcrprctaci6n', amén de tJO poder darse, por principio, sino
segrítt el sistema de valores y los modos de percepción cottumes al juglar
y al público, no era tampoco posible más que cou el auxilio de unos
esquemas aceptados pt~ra expresar la realidad, de 1111 género de diswrso
que ayudara a descifrar y estmcturar los materiales: y eltíuico modelo
viable estaba eu el disetio poético ele las canciones de gesta.
No dudemos en llamar historia, si11 mengua de saludarlo también
como gra11 poesía, al resultado de tal impulso y de tal proceso. La histori·
cidad d~/ Cantar no debe cotifimdirse cop la verdad -como Dios la
ve, si El la ve-, con la exactitud objetiva de las informaciones que
recoge o proporciona, sino ·que consiste en el significado que asumían
para el juglar y su auditorio. Difíciln~e~;:.: tendría nunca el poeta el seuti·
miento de estar miniiendo. Eltratamiettlo realista a que somete multitud ·
de pormeuores sin duela alguna imaginados apuuta a que aplicaba id.:ntica
pauta a los iugredientes de mayor alcance. Él creía saber sólidameme
un buen niÍmero .de cosas sobre el Campeador, y para conjugar unas
con otras le era forzoso llenar las lagunas con hipótes~ q11e le resultaran
plausibles. (A la postre, no procedían de distinta forma los compiladores
· a/fonsíes que prosificaron el Cantar otorgándole valor de crónica.) Teuía,
. por otro lado, una uítida imagen de Rodrigo y de muchos otros hombres
. de su tiempo, y para c.omunicarla ttecesitaba concrewrla en acaeceres y
conductas. Como en Homero, como ett In esencin de la poes{a épica,
veía menos categorías abstractas que acciones que las volvían tangibles
(ni siquiera distingufa demasiado etttre el honor como 'patrimonio del
alma' y como 'patrimonio' a secas); y si todavía en el otoño del renaci·
miento no siempre se discemía In realidad de la ficción (en la posibilidad
de equívoco se apoyaron el Lazarillo de Tormes y los textos fundado·
ESTUDIO PRELIMINAR XXIX

na/es de la novtla modtma), a él no le sena sencillo establecer confines


entre suposiciones y formulaciones.

No es cuestión de perderse, no obstantt, "' los laberintos que rodean


la noción misma de mito. La historiciclacl profimcla del Cantar pucdt
aquilatarse en campos más modestos. En la escena ele la demanda contra
los infantes de Carrió11, en un golpe de efecto,

afé dos cavalleros, entraron por la cott,


al uno dizen Ojarra e al otro Yéñcgo Simcnoz,
el uno es del ifante de Navarra e el otro del infante de Aragón,
besan las manos al rey don Alfonso,
piden sus fijas a Mio Cid el Campeador,
por ser reínas de Navarra e de Ar>gón... (vv. 3392 y ss.)

¡Ved cuáJ ondea crece al que en buen ora n:~ció,


cuando señoras son sus f~as de Navarra e de Aragón!
(vv. 3P2-J723)

Ocharra, probabltmente, y con certeza ftligo Ximt!nez no son tntts de


ficción, pero s{ posteriores a Rodrigo Dfaz. Con todo, el punto que ha
ocupado teruzzmente a partidarios e impugnadores de la veracidad dd
Cantar es más bien el matrimo11io de las hija:s del Cid, porque, natural·
mente, Mana (¿Sol?) casó con 1111 conde de Barcelona, y Cristina (¿Eivi·
ra?), con un •itifante» navarro que jamás empurió ti cetro, el bastardo
Ramiro, padre de Garda Ram{rez el Rest<turador.
Sin embargo, ¿habremos de pensar que el verso 3723, porque no se
ajusta a lo que nos en.stJ1an analts y Jocumen.tos, coutieue una falseclacl?
¿Creemos que el juglar está deformando dtliberadmnente uuos elatos '1 '"
le constan? Según todas las serias, ni lo uno ni lo otro. La corijetura
era muchas veces lt1 sola historia posible. El juglar tiene entendido que
la cumbre de la buena fortuna de Rodrigo fite ver a sus hijas desposadas
con novios de sangre real, o tal vez alcanza si'mplemente que entre quie·
nts la llevan en SHS propios d{as hay descetrdientes del Cid. Pero esa
vaga noticia, que as{ rducida a una quintaesencia a nosotros 110 nos
duele dar por auténtica, ¿cómo podna plasmarse en una epopeya sino
co11 una estampa y en tmos términos semejalltes a los del Cantar, con
un colorido anecdótico que a nosotros pt!sa ya a a11tojtirseuos en.~arioso?
No, el Juglar no miente. •Seriaras son sus fijas de Ntwarra e ele A m·
gón ...• es utta de las matteras en que una gesta pucrle decir lo que /m
corrido como ambición de irifanzones y chisme de comadres: '¡Que b11e·
XXX FRANCISCO RICO ·

nas bodas hicieron las chicas de Ruy Dfaz! Ni siquiera con ricos hom·
bres: con irrfames, que sé yo, con príncipes... Hoy en España l•ay reyes
que so11 parientes suyos'. ,
Así debieron de ir cobra11do came, huesos y poesía las memorias y
las leyendas del Campeador qtle pervivían e11 la ex/remadura. Notemos
además que el fñigo Ximénez que se le owrre al juglar como oportuno
mensajero ..del infante de Aragón• Ita de ser casi irremediablemente
el poderoso ser1or de Segovia, de Medinaccli, de Septílveda, de Calata-
yud, que se documenta entre III5 y IIJO, en algtín caso en compañ{a
de u11 Ocharra y.bien relacionado con Alfonso el Batallador. Por más
que todo el Cantar desemboca en sus bodas, 'el poeta confunde los nom·
brei' de las hijas y las circu11sla11cias de los yemos del Cid, 110 se atreve
a poner werpo a los •infalltes- que 11os dirfa11 qué •reyes d'Espaiia ...
sos parierues son• (v. 3724). En cambio, le es familiar un perso11aje
de menor rango, pero que a principios de siglo se ha movido por el
mtmdo de las ciudades fronterizas. Es, todo lo indica, que tiene los
ojos vueltos a un pasado heroico y los oídos a unas tradicio11es funda·
mentalmente locales. (¿Habrá eswcltado con especial ate11ción a los •Ca·
val/eros huerios e a11CÍa11os•, •que alcallftlroll más las cosas d'aquel 'tiem·
po• y •cuentan de lo muy auciano•, mencionados en las Partidas y
en la Primera crónica general?) No tie11e emdición 11i quere11cias de
...eruendido de letrtts» (v. 1290), que enronces marcaban tanto y la111o
gustaba oste11111r; uo mema a nadie posterior a Alfonso VII, •el buen
Fm¡rerwl"r• (v. ]00.1), y sólc> porque ,asomll •el conde tl()lt Remonrl•,
su padre, el repob/,ulor de Segovia y Avila; poco o nada sabe de pleitos
diruísticos y cambios de alianzas. Los suyos, en suma, so11 11110s horizon-
. tes que no va11 más allá de las tierras de jro11/era, de los intereses,
los id~ales y los mitos de quienes bajo ese cielo llevan u11a vida demasía·
do áspera y volcada et1 otros problemas más inmediatos como para preo·
cuparse siqt~iera de la gran polftica de los /~anos •reyes de España•:
tillOS hombres a quienes importaba m11cho q11e el Cid lt11biera humillado
a García Ordótiez, pero cuyas tragaderas admitían q11e •do11 Elvira
e dmia Sol~ (anónimas hasta el verso 2075) se se11tara11 e11 los tronos
de Nmmrra y Aragó11.
Esa limitación de perspectivas se corrobora, por ~emplo, con sólo 1111
rápido vistazo al tínico texto romance del siglo XII que, por wanlo pare·
ce, hace sonar los ecos de 11n Cantar del Cid sus/ancialmeme eu coillci·
deucia con el conservado. Al11do al breve Linaje de Rodrigo Díaz ....
que decían Mio Cid el Campeador, que circuló acoplado a 11uas ge11ea·
lc~gías de los reyes de España i11serlciS e11 la versión primitiva del Liber
ESTUD I O PRELIMINAR XXXI

Regum, coniputsto en tiempos .k Sancho el Sabio de Navarra {IISO-


II94), pm cuyo primera refundición conservada se copió en Castilla,
para 11.10 de leguleyos, en el siglo siguiente. La piewilla, todavía pisima-
mente editada, pero ahora tslitdiada con acierto por Diego Catalán y
Georges Martín, se aparta media docena de veces dt su latonismo habi-
tual para engalanarse con fraseología de raigambre lpica e incluso con
retazos cercanfsimos a la de nuestro poema: •fu mtslurado con .el rey
el yssiós de su tierra•, pongamos, a un paso de •por malos mesmreros
de ríerra sodes ec},ado• (v. 267), o bien •se combatió. en Tévar con
el con/e de Ba'falona, qué av{a grandes poderes•, tan próximo (y no
solo en la forma) a •grandes son los poderes e aprima llegándose van ...,
1 a/canfaron a Mio Cid e11 Tlvar e el Pinar» (vv. 967, 971). La
filtratióll de tal lenguaje tn ta11 sucinta obrita a d1tras penas puede signi-
ficar sino que a su redactor k bai/aba11 en la cabeza las tiradas del
Cantar del Cid.
Como Juera, el designio del Linaje está declarado con pelos y sei!alts.
•Rodric Dfaz ... vení dreytament del linage de Lajn Calba, qui fue
copaynero de Nueno Rausera, e fueron anvos ilídices de Castieylla•,
mientras •dellinage de Nueno Rasuera vino '/ Emperador•. De suerte
que Garc(a RarH{rez y Sancho el Sabio, gracias a la sangre del Cam-
peador .que había apartado Cristina al casar con el bastardo Ramiro,
purgaban 1ma estirpe mawlada y }¡mtfaban la legitimidad de los quiml-
ricos jueces de Castilla, que eclraban barró11 y cuenta mteva en las Jinas-
tím ti~ Esp(ll1tJ. El Linaje, <ts{, a "'"Y"r lustre rle l11 impum msa rlc
Navarra, omab<1 con tonos épicos u11a leye11da cidiana de íudole más
bien curialesca. -
Pues bie11: la letra conwerda en mds de un caso, pero en el espíritu
no cabe mayor contradicción con el Cantar, desde el pri11cipio hasta el
final. Desde el principio, ciertamente, Rodrigo y jimena se pintan t11
el poema como modestos •iJatJfones•, •fifosdalgos• de mediano estado,
wyo eiiCJtmbramietJIO solo se consolida al enlazar con •los reyts d'Espa·
tia•. Ese camino de perfección, ya no ''!oml y material, sino nobiliaria,
y por eso mismo suprtmamentt atractiva tri la ipoca, es de suyo 11110
rle Jos factores esenciales m la concepci611 y compqsición de la gesta.
Nos lrallarnos a11te 1111 arquetipo eslntctural e11 abierta discrepancia con
el trazado del Lin~je. Si e11 el C~nt~r el pare11tesco regio es punto
de llegada y proporciona al Cid lo lftlico que le falta, tll el Linaje Rodri-
go se equipara t11 alwrnia al Emperador, •do11a Xemenc• se dice • nieta
del rey do11 Alfonso• (como asimismo sabe la Historia Roderici), y
es 1uta hija del lttroe quim trae a los solrtra11os de Navarra patentes
XXXII . FRANCISCO RICO

de nobleza que compensan la ilegitimidad de García Ramírez. Hasta


ti final, decía, wando, frente al silmcio (y terminus ad quem) del
Cantar, el Linaje 110 deswida setlalar que las t~esnadas del Campeador
lo llevaron •a soterrar a Sanct Per de Cadeyna, prob de Burgos• y,
por supuesto, se detiene en prolongar la genealogía de Rodrigo y jimena
hasta •don Sancho de Navarra, a qui Dios dé vida el hondra•, no sin
registrar como wmple el matrimo11in de •dona María· con el conte de
Barfalotta•.
Un abismo qe diferettcias, en informaci6n, en 6ptica, et1 bifasis, sepa-
ra el Cantar de Mio Cid y el Linaje de Rodrigo Díáz, que sin
embargo lo tiene en cuenta. Son las diferencias que median entre los
ambientes cancillerescos y clericales, e11 las cortes y f.os grandes mollaste-
rios, y el 1111110mma que abarca 11n juglar de la Jr<>11tera, q11e tie11e el
puuto de mira a ras de tierra y solo e11 la leja11fa l!lltrevé, tan remotos
e i11asequibles como el propio Alfonso VI, a •los reyes dt España•.

UNA EPOPEYA NUEVA. Hacia 1148, el Poema de Almeríaabre


1111 paréntesis en el catálogo de las h11estes de Alfonso VII, '¡ara remon-
tarse dos ge,neraciones atrás y celebrar las glorias de •mta Jardiáa lanfa•
(v: 489), Alvar Fátlez, ab11elo de uno de los capitanes del •huett Em-
perado1'»:
Tcmporc Roldaru si tcrtius Alvarus esset
Post Oliverum, f-ateor sine crimine verum,
Sub iuga Francorum fuerat gens Agarenorum
Ncc sodi cari iacuissent morte pcrcmpti.
Nullaque sub celo m~Üor fuit hasta sereno ..
Ipse Rodericus, Meo Cidi sepe-vocatus,
De quo cantatur quod ab hostibus haud superatur,
Qui domuit Mauros, comites domuit quoque nostros,
Hunc extollebat, se laude minore ferebat.
Sed fateor verum, quod tollet nulla dicrum:
Meo Cidi primus fuit, Aluarus atque secundus.

['Si tll tiempo de Ro/Já11 Álvar viniera 1 a zaga de Olivero>, e>toy


cierto 1 que al yugo de los francos " pltgaran 1 lo> moro>, y lo> bue-
nos compatieros 1 no cayeran vtt~cidos por la mutrlt: 1 lanza me·
jor 110 ha habido bajo ti citlo. 1 Rodrigo, aqutl a quie11 llama11 Mio
Cid, 1 de quien catJiatl que muren lo vencieron, 1 él que al moro
humilló, y a 11uestros conde>, 1 se te11(a a "' lado por pequetlo; 1 mas
yo O$ confle>o la verdad per~nnt: 1 Alvar >egu11do fue, Mio Cid pri-
mero'.)
ESTUDIO PRELIMINAR XXXIII

A un docto poeta y cronista latino, así, el Cid y Álvar Fáliez se le


ven{an a las mientes hacia I148 como mmca los /~abra visto la realidad:
convertidos en compañeros, al igual que Roldán y Oliveros, con idbrtica
jerarqu{a, y al arrimo, pues, de 1m cantar de la misma estirpe que la
Chanson de Roland.
Es 1m oportuno recordatorio de que la llistoria de la épica románica
es en buena medida historia de la épica francesa y que 1ma y otra mar·
chan tenazmente tras las huellas de la Chanson de Roland. Pocas
certezas más tmemos al propósito. Con los datos a mano, 110 podemos
demostrar 11inguna de las teodas sobre el orige11 y la evolució11 de las
gestas: es en los planteamientos de principio, y en particular en los crite·
rios de verosimilitud y econom{a de interpretación, as{ como en el recurso
a la at~alog(a, do11de e11contramos l11s mzo11es pam i11clirumws por 1111<1
determinmla explic11ción.
Por ahí, la hipótesis, con muclw, mejor constnrida, porque co11 menos
elementos da wenta orgánicamente de más indicios, apunltl a la existen·
cia de una actividad poética oral en torno a la muerte de Roldán desde
los mismos días de la batalla de Roncesvalles (778) o poco más actf.
Tal actividad poética aclara, por ejemplo, el hecho en otro caso i11com·
prtnsible de que ni el personaje ni el suceso quedaran pronto olvidados,
sino, por el contrario, q11e segrí11 avanzaba11 los tiempos estuvierm1 cada
vez mtfs presentes en la memoria de Francia. En los alrededores del
año 1000, y probablemente a mediados ya del siglo X , esa actividad
debió de conocer una importa11te renovaci611 por obra de un C/lntar que
creó un muvo estilo de epopeya (y, e11 un ordetl de cosas más anecdótico,
dejó desde el alto Loira hasta Barcelo11a y Sicilia 1111a estela de Oliveros
emparejados co11 Roldanes en la onomástica com1ín). E11 los ríltimos dece·
nios del siglo XI, el cantar en cuestión fue objeto de 1111a reft~ndición
excepcionalmente valiosa y afortunada, que esttf en la ra{z de todas las
versiones hoy co11ocidas, y en especial, entre 1087 y 1095, de la versión
del manuscrito de Oxford, para la que arbitrariamente suele reservarse
en exclusiva el t(tulo de Chanson de Roland. No hay medio de resol·
ver si fue más decisiva la renovacióu de hacia el arlo IOOO o bien la
refundición 1111 siglo posterior, wyas singularidades quiztÍ tienen que ver,
como sin duda su éxito, con la posibilidad de que fuera la primera ve::
que la tradición poética rolandiana u elaboraba en forma de cantar de
gesta con una intervención prominente de la escritura. En walq11ier caso,
ni siquiera en los siglos XII y XIII, cuando son nwchos los poemas
que nos constan como difimdidos también por escrito, dejó la épica de
ser 11n género predomi11antemente oral.
XXXIV FRANCISCO RICO

Seg1í11 Ull modo de vida rraditio11al con nllmtrosos paralelos en es~·


cíes JX><ticas de otros tiempos y po{ses, cada gesta txist{a ttJ un prototipo
lo sJJJitimtememe estable como pam 110 cambiar de sJJStancin al concre·
tarse e11 1111n ejecución normal, n11i11aria, pero a'/11 va lo bastante fluido
y malet~ble como para aceptar e11 todas ellas abundantes variaciones de
mn yor o menor emidad. Son las diverge11cias e11tre los diversos manllscri·
tos de m1n misma canción, siempre de euvergadura incomparabltmelltt
mayor q"c las lwbituales en otros gé11eros medievales, las que nos ptrmi·
ten emrrvtr el alcance de tales variaciones, ~ro no nos obligan, no obs·
tante, a conjt:lllmr q11e cada texto rtf/eje u11a efectiva ejecución p•íblica.
Q11e en general esas divergencias COIIStitJJyen tltras.mto o equivalente
escrito rle JJna ejt'CIIlÍÓn posible, no la fiel reproducción de ninguna, nos
lo imlim11 otros rasgos de los poemas comervados, comenzando por la
P'J'Pia Chanson de Roland.
As(, los códices, sea11 ricas piezas ele biblioteca o humildísimos cartapa·
cios de jllglar, 11os remile11 a cada paso a las irJCitlencias de la ejecuci6n,
con alusiorJcs a los oyerJtes, al cansancio del cantor y a la recompensa
q11e tsptrn, a las Íllterrupcioftes del espectáwlo... Si11 embargo, como co11
característica aglldeza observó Mart{ll de Riqller, solo por excepción cabt
tomar a la letra tales alusiones. Cllando e11 el Huon de Bordeaux
se diu qlle es hora de acabar, porqllt se l1act de nothe, y se convoca
a In a1Jdie11cia para d día siglliente •apr~s disner•, ¿habremos de enttn·
der que al11; w aquella precisa putsta de sol, estaba preser1te un esttn6-
grnfo 'J"C copiaba punto por pumo /m palabras del rapsoda? Los pasajes
similares son rlwwsiado frewentes en las epopeyas frar~cesns para admitir
que uu tJ:tar de ese tipo se repitió tantas V(US como sería necesario postular.
Las imlicaciones rle esa f11do/e nos dicen más bien que, incluso cuando
se pom'nn por escrito, las gestas se aten(an al modelo de una epo~ya
oral, y no simplemwte, desde luego, e11 Cllnnto a las ci,.unstancia< previ·
sibles tll In ejecución, sino, sobre todo, en el estilo y en la disposición.
(Es un proetdtr regular y no puede descoucertamos en absoluto. Hasta
demtbrir y explotar su propia especifidad, las técnicas ru1eva< se inician
n menwlo reiterando, más o mmo< duradermnente, los patrones de las
vi~jns: el teatro calen las celebmciones religiosas o las diversiones cortesa-
nas qne lo ve11 nacer, el cine temprano descorre telones y lltilizn decora·
dos d~ tentr~, la televisión persiste al principio m los enfoqlltS de la
cámara de cine...) Por aln;. pues, ts /(cito pensar que las diferencias entre
lo< •mrios códices de una misma cnruió11, inc/.uo cuando se producen tn
el plano de In transmisión escrita, tstiÍII fundamentalmente COIIctbitlas
¡,•g•ín los P'"'uligmns orales de JJrJ<I épica tradicional. Solo tn ""período
ESTUDIO PRELIMINAR XXXV

posterior, en ·el otorio de la Edad Media, ·impuso la escritura lltl dominio


más enérgico en todos los terrenos de la vida y de la literatura: y entonces
las gestas perdierotl su razón de ser y desaparecieron absorbidas por los
· otros géneros, de la crónica a la novela, que ahora cumplran las funciones
que durante tantos siglos les habían correspondido a ellas.

Por rápidos e incompletos que sean, los párrafos precedentes bastarán,


espero, para satisfacer el requisito mínimo de· quien tiene que referir-
se a la dataci6n de un cantar de gesta: dejar claro que asignar tal _o
cual texto a un determinado año no tiene sentido si no se sustenta en
una visión global del nacimiento y modo de vida de la epopeya romá-
nica. La ri?s11mida líneas arriba· supone que 11n cantar erq básicamente
•Uf! complejo de estadios poéticos •mificados por 1111 corifunto cormín de

datos narrativos fijados en una serie de .constantes: los personajes, los


nombres de los lugares y las acciones subyacentes a las distintas versiiJ-
nes• (adapto una definición de ]oseph J. Duggan), de suerte que los
juglares, que lo aprendúm de memoria, verso por verso, gozaban no obs·
tante de una gran libertad para reformularlo dentro de los márgenes
del estilo tradicional e insertar rmos elementos o prescindir de otros: Una
cosa, p11es, es la fecJ¡a del prototipo, y otra, la fecha de cada una de
tales versiones.
El roiiititrce de la •Muerte del pdncipe don Juan•, tal como en mayo
de 1900 se recogió por primera vez en la época modema y tal como
luego ha reaparecido et1 docenas de variantes, quizá no contet1ga t1i
un ocrasi1abo igual a los de la balada que sobre la agonía tlel hered.,o
de los Reyes Católicos se compuso et1 1497, pero posee "" m1cleo consti:
tutivo -la princesa encinta, •aq11el doctor de la Parra•, una cierta
concatenación- q11e debe dotarse forzosametlte cuatrocientos atlos atrás:
las versiones, los textos que t10S brinda la recolecciótl folclórica, son todas
de mustro siglo, pero el prototipo, 'el romance', es del siglo XV. Sit1.
necesidad de equiparar/as a los casos extremos del romancero, las gestas,
en las redacciones Jamás coincidentes en q11e nos las han transmitido
los trescientos doce manuscritos que forman el corpus épico de la Ro·
manía, son asimismo el producto de 1111 juego parejo de diacrotiÍa y
sincronía, de materia y forma, y no deberá sorprendernos que los diJe·
rentes factores de cada versión del camar pertenezcan a estratos cronoló-
gicos también diferentes: segrín de wál de esos factores estemos hablan-
do - el fondo histórico, los varios lances que trenzan el hilo argu:
mental, la dicción et ceura-, la fecha de la canción podrá ser 1ma
u otra.
XXXVI FRAN CIS CO RICO

En esa dirección nos lleva justamente ti Cantar de Mio Cid. En


algunos aspectos delleng•wje y la ambientación, el tnanustrito de 1207
copiado en el apógrafo de la Biblioteca Nacional muestra serios indicios
de responder a una versió11 pergeñada en la 'seg1mda mitad del siglo
Xll, pero la armazón de la gesta, la gran trama de personajes, lugares
y acciones, debe ronerse en la primera mitad, antes de 1148. Para ese
alTo, en efecto, e Poema de Almería nos exige suponer la existencia
de m1 cantar sobre Ruy Dfaz ninguno de cuyos ingredientes presumibles
difiere significativamente del que conocemos ni deswbre coincidencias ma·
yores con otras recreacio11es polticas de la flg•~ra del Cid, del Carmen
Campidoctoris a las Mocedades de Rodrigo. Una elemental econo·
m(a explicativa, de awerdo con el sabio criterio de non multiplicanda
entia praeter necessitatem, nos recomienda, por ende, entender que se
trata de m¡a versión primitiva del Dnur conservado.
•Éste, por otra parte, seg•ín el testimonio de las prosificaciones, sólo
se aleja del Cantar que corrió en el siglo XIII en u11os cuantos pu11tos
sin excesiva relevancia e11 la conformación total del poema (as{. B•icar,
en vez de morir a manos dtl Cid, lograba rifugiarse m una barca).
Podrfamos pensar que la persistencia de la trama ctnlral en las prosifica-
ciones se debe a que para ellas se emplearon meras copias del códice
de 1207, pero esa eventualidad seda tan insólita, que hemos de descartar·
la sin reparos: en todo el aludido corpus épico de la Romanía, no se
conoce 11ing•ln caso en que un manuscrito derive de otro; en cambio,
las prosificaciones introducen nuevos episodios y personajes llegados clara-
mellte de refimdiciones del Cantar, que, por tanto, aun acícalándolos
y acrecentáudolos, respetaban los grandes datos argumentales del prowti·
po. As{ las cosas, y habida cuenta de q11e en el itinerario de 1ma gesta
las etapas tardías como las correspondientes a las prosifiCIJcioties son tam·
biln las más proclives a las refimdiciones, In analogía nos induce ahora
a sospechar que e11 los tres o watro decenios que, cuando mt!s, pueden
separar el Poema de Almerfa y el texto transcrito por Per Abad lampo·
' co debieron de insertarse novedades de mucha sustancia, si11o, aporte los
retoques de menor cuantía, adiciones o supresiones relativamente ligeras.
(En wnlquier taso, sería especialmente peligroso corifeturar que la unidad
eslmctural que hoy apreciamos implica •midad de composici6n originaria,
porque son numerosos los ejemplos franceses en que la incorporación de
extensos episodios, de hasta ctntenares de versos, resultaría ellleratnenle
imperreptible Ji no pudiéramos cotejar entre sí los distintos remanie-
ments de una ca11ciÓ11. Como sin semejantt posibilidad tampoco percibi-
rfamos que La Celestina en veiuthfn actos proviene de 1ma Celestina
ESTUDIO PR ELIM I NA!I XXXVII

en dieciséis, y nos equivocaríamos al asignar a la totalidad de Ir~ obra,


itJcluidas las muchas páginas del «antiguo auctor• y de la Comedia,
la feclta que dedujéramos de los actos XIV- XVIII de /" Tragicome-
dia.) Naturalmente, tanto antes como después de II48, 1" ejecucióu
príblica supondría multitud de modificaciones de detalle y frewe11tes
remozamientos lingiiísticos; pero el núcleo jimdamental del Cantar debió
de perdurar con notable firmeza igual en el siglo XII que e11 el si-
guiente.
Más allá de esas conclusiones, inevitablemente vagas, opi11o que poco
se puede conjeturar sobre la génesis y el desarrollo de nuestro poema.
Entre 1148 y la muerte de Rodrigo en 1099 media rm lapso demasiado
corto para pretender que los elementos históricos, incluso menudos, que
sobreviven en el códice de lll Biblioteca Nacionaluos coruluzcmr " II20
mejor que a II4D (en cuauto a los ficticios, los modemos estudios sobre
la tradición oral nos garantizan que pueden aparecer eu cualquier mo-
mento)- Entre 1207 y II48, a stt vez, tampoco es tmrta la distaucia
como para juzgar que la actualización en materia de lenguaje o costum-
bres tuviera que afectar gravemente a la fisonomía primigenia del Can-
tar. No hay portillo por donde discemir el contenido de las distilllas
versiones que por fuerza están al fonclo tlt nuestro mmwscn'to, ni mettos
por donde sondear los márgenes de itmovaci6n que permitían las realiza-
ciones orales del prototipo.

En una amplia perspectiva de la epopeya, sin embargo, la vida tradicio-


nal del Cantar del Cid, aun si nos limitamos al perfodo atestiguado
por las prosifrcaciones, llama l<1 atención por la estabilidr~d. Es, tllmbién,
porque nos las habemos con una gesta tardía y twómola. Ruy Díaz
de Vivar es el lriroe más rezagado en la senda de la épica romance:
ningún otro protagonista de una canción dista ttm poco del texto que
lroy sobrevive. Esa cercanía y las implicaciones de actuolidad que ayuda,
ba a insuflar en el relato de sus lrazmias cotttribuyerott sitt dnda " que
el poema se betteficiara de urra peculiar patettte de veracidad y duratttc
largo tiempo disuadiera de alterarlo co11 postizos y ortuttllelllos denwsiado
fantásticos. Pero, por otro lado, la pate11te e11 cuestió11 rro era mera ilnsi6u
óptica: los caracteres de historicidad y verismo entraba11 decisillmnente
en el designio con q11e lo co11cibi6 el juglar, 110 sólo porque con ellos
se le había ofrecido la estampa del Campeador en las tierras de la ex/re-
madura, sino_igrwlmerrte porque al mantenerlos en la raíz del Cantar
se propo11ía componer urra epopeya nueva, mudar audazmente los patro-
nes ttsuales de la épica.
XXXVIII FRANC I SCO RICO ,

Para !!48, los wntares de gesta habían andado en Espatla 11n camino
más que sewlar. Debieron de llegamos en las inmediaciones del atlo
IOOO, al calor del flanumte estilo épico propapado por la Chanson de
Roland q11e entonces tri11nfaba, wyo rastro se percibe en el menos inafe·
mrble de .los poemas castellanos surgidos de tal coy11ntura, Los siete
infantes de Llra. Entre I054 y 1076, la Nota Emilianense prueba
que los espatioles estaban tan familiarizados cott el Cantar de Rodlane
como con los del ciclo de Guillermo, justamente por los días en que
la mr$s influyeute rejimdició11 de la gesta carolirrgia abría o estab11 a
punto de abrir, .con In renovnciótt del género, la época de apabullame 1
h;gemou(a rolmuli11na de que todavía utt siglo después las mozas de
Avila se reswtían en los corros, deplorando q11e por todas partes sonaran
tmuo los pares de Fmttcia y t<llt escas11mente los bravos g11erreadores
1
i
df /11 frontera:
Cant•n de Roldan,
cantan de Oliveros,
e non de ~orr3qufn,
que fue buen cavallero ...
1
El jugltJr del Cid no era ajeno a ese talmtte. También él habra de
estar 11n poco cansado .de tantas caucioues y paladines de Pirineos al/en·
de, o, comoquiertt que fuese, cavilar qu! valía la pena introd11cir no·
vedndes que quebraran las r11tiuas de la epopeya. Todo ett n11estro
Cant~r nuuclw por ahí, desde la matizada utilización de las fórmu·
las y tnotit'OS fran ceses hasta el espíritu profundo que lo anima. He
not<ttlo 'lu" las citeu11stancitts e11 que el juglar había hec!to . suyos los
recumlos tlel Campeador en el alto Duero lo llevaban por la vía de
un sillgular realismo. Hay que subrayar ahora, por otro lado, que el
propósito de illnot,ación de las gesttiS no le ve11ía solo de tales circttnS·
ta11cias (tiÍ, por supuesto, de un Selltimiento 'naCÍOIIaf' qtte no pod{a
te11er), si11o que se fundaba asimismo en razo11es intemas de la propia
trtttlitió11 épica, contemplada, naiuralmettte, cou una resuelta voluntad
d" odgi~talitlat!.
E11 la prpfo11gada a11dadum -de las canciones jra11cesas, no faltó una
etapttile ret1isión y muocrítica. Le pelerinage de Charlemagne, por ejem·
pi~. pi11ta r.l Emperr~dor y a los doce pttres como u11os botarates del motJtón,
qne s~ enfruloll por nit1erías, se enzt~rzan en est•ípidas disputas con Stl
""!Í"' o se emborrac!wn rid(culmuettte. La prise d'Orange saca t1 esce·
ua t1 Jm Cuillmuo tan atrardo por las batallas tle a11ror como por las
ti" <'SJ''•ttla y aplicndt> a gautÍrselas a la mora Orable con todas las argu·
ESTUDIO PRELIMINAR XXX IX

cías de 1111 avezado cortesano y a defender frente al rey sris propios imere-
ses con un egoísmo que no le conocíamos. Ahí, los dioses se pasean
en zapatillas. Los grandes espacios se truecan por el salón y la alcoba,
y los móviles y las conductas se adaptan asimismo a los decorados de
interior. Es el momento de la humanización.
El Pelerinage y la Prise, como otros poemus, no atinan a expresar
ese crep•lsculo de los mitos sino con las fáciles armas de la parodia y
la sustitución de 1m arquetipo por ·otro, de la epopeya al roma n cour·
tois. Tampoco nuestro juglar ignora las matlas amílogas, si bien las
emplea con elegancia lwto mayor. La comicidad tiene en el Cantar
un papel magistralmente analizado por Dámaso AlotiSo eu las caricaru-
ras del Conde de Barcelona o di!' los irifanres de Carriórt: la sal gorda
aperzas si asoma al paso, «no hay monstmosidad alguna, no fray nada
burdamente grotesco y que no pueda darse en la realidad psicológica
normal•. La ironía tirle los labios del mismo Rodrigo cuando anuncia
a jimena la llegada del ejército marroquí (•por tasar son vuestras fifas,
adzízenvos axuvar•, v. 1650), cuando le grita al enemigo que sale huyen-
do: «¡Acá torna, Bucar!... 1 ¡Saludamos hemos amos e tajaremos amis-
tad!• (vv. 2409 y ss) Sin rayar en petimetre, como el Guillermo de
la Prise, el Cid se conduce con los suyos con sobria gentileza, trata
a las damas c~n los miramientos y la galamerfa de un cumplido caballero
(•A vós rne omillo, duer1as... •, vv. 1748 y ss.) y ni siquiera le son extra-
nos los efectos del 'amor-virtud' que da coraje para la lucha: •Crécem'
el corarón•, le dice a Jimena, •porque esf<ldes delartt• (v. I654)·
Pero el humor y el amor, que el Cid exhibe con tonalid<tdes propias,
agotan en 'la aludida etapa de las canciones francesas los rasgos que los
héroes de antaño acaban por cornpnrtir con el comiÍn de los mortales.
En cambio, el Cantar, como queda apuntado, dibrifa a todos los persoua-
jes, y antes qr.e a ninguno al protagonista, con las más varias titrtas
de una irifalible lmnzanidad. Podemos celebrarlo, sin entrar en <tverigua-
ciones, por las muclras págiuas de gustosa lectura que así nos proporcio-
na; pero lo celebraremos todav{a más si no descuidamos que tal proceder
equivale de suyo a una posición polémica freme a las gestas consideradas
en tauto poesía. Una posición que el juglar, desde lueg~, no ter.ra necesi-
dad rri posibilidad de declarar etr términos exp/{citos, pero que no puede
ser más diáfana cuando se advierte córno persiste en volver del revés
las conveudones más caras a la epopeya.
Es bien sabido, en particular, que si wza cualidad tiette derecho a
ser contemplada como pumo en que couvergen los rm!ltiples trazos del
retrato de Ruy Dlaz, esa es irtdudablemente la mesura, pero esa es igual-
XL FRANCISCO RICO

mmte la cualidad que más escaua en la lpica. •Roland, héroe mftico,


dtja desbordar la desmesura de su orgulloso pundonor, negándose a pe·
dir auxilio a Carlomagno y sacriftcando la vida de veinte mil JratiCt·
ses; el Cid, hlrot humano, apareu siempre d•;eño de sus más pnngentts
pasiones. Cuando se ve agobiado de dolor al abandonar sns palacios de
Vivar para salir al destierro, promunpe en una simple queja contra ms
enemigos, no cotllra el rey: Jab/6 mio Cid bien e tan mesurado: 1 ~sro
me han vnelro mios enemigos malos' (v. 7 y ss.) ... La cólera no esta lla
jamás etl su pecho. Al recibir en Valencia a ms hijas ultrajadas y herí·
das, 'besándo1as a amas; tornós' de sonrisar' (v. 2889); el gozo de verlas
tomar con vida a su hogar quitre el hlroe que attule toda su tristeza;
pide a Dios favor y, sin más, pasa a preparar el castigo de los w/p<lbles.•
Dice perfectamellle Menlndez Pida/. Pero aqu( conviene realzar que est
t~mple mesnrado no es sólo un factor argumental positivo, 1ma faceta
en la caracterización del protagonista, sino que, elevado al puesto central
qne ocnpa en el marco de un cantar de gesta, se convierte ineludiblemente
en una actitud negativa, en la crftica (en definitiva, 'literaria) de todo
un género. · ·
En el mismo sentido hablan otros numerosos aspectos del Cantar,
mfnimos y máximos. Entre los IÍlrimos se cuentan las relaciones de Ro-
drigo con el rey, siempre bajo el signo de la paradoja: al condenarlo,
Alfonso le abre la pnerta de todos los' triomfos; cuando quiere mostrarle
afecto casando a doña Elvira y dotla Sol con los infantes de Carrión,
lo aboca a la mayor de las desgracias. A tuertas o a derechas, no obstan-
le, el Citl mantiene hacia m •señor nalllral» moa lealtad por encima
· incluso de la que exig(an las leyes y la prudencia aconstjaba. Tal postnra
estaba en parle favorecida por la perspectiva desde la wal .los hombres
de la frontera divisaban al monarca. Pero quienes la o(an exaltar una
y otra vez, con tan concretos ponnenores y tanta prominencia a lo largo
de la acci4n, mal padfan no compararla con la sosttnida por los héroes
qne otros cantores no se habfan catJSado de ensalzar, quizá en la misma
plaza: mando el rey los destierra o les ttitga justicüt, Fernán González,
Reina/dos de Motttalbán, Ogier de Dittatnarca 110 rrplican con ademattes
de acatamielllo y el qui11/o del botftt, sino combatiéndolo a sangre y fue·
go. El Campeador reclamaba a voces la etiqueta de vasallo rebelde que
las gestas letdan siempre a punto, y si nuestro juglar 110 se la colgó,
hubo tle ser por meridiano afá" de contradecirlas y porque· contaba con
que los espectadores se sintieran cotJiitlllamenle tentados.a.ponérsela y
así, forzados a confrontar el tipo y el personaje, la especie y el individuo,
el gbtero y la variación, apreciaran más In impar figura de Ruy Díaz
ESTUDIO PRELIMINAR XLI

y los méritos del poema. Tan irresistible era esa tentación, sin embargo,
que los poetas de menos genio cayeron luego de hoz y coz en el cliché
qo¡e el Cantar .había deseclmdo con plena deliberación y transformaron
al Cid en el revoltoso, todo desplantes y bravatas, que gaiiM hasta más
allá del romancero. ·
Camo ese, trÓ son pocos los casos en que la posteridad devolvió a
Rodrigo a los arrabales de la trivialidad épica orillada en el Cantar.
Una antigua novelerfa, admirablemente escmtada por Samuel C. Ar·
mistead, lo hacía hijo de nna villana a quien Diego Laínez forzó couuodo
•llevava de comer a su marido al era». Para dar a la parábola del héroe
oma trayectoria de ascenso mcís deslumbrante, los fa bu/adores rewrrían,
pues, a oma sobada tacha que la epopeya no perdonó a Rolclán ni al
mismfsimo Carlomagno: la bastan/(a. Pero, por otro lado, tampoco re·
mmcÚlban al determinismo más primariamente estamental y le recono·
dan la ilustre parentela fantaseada por la leyenda de los jueces de Casti-
lla. Entre omo y otro extremo, entre las folletinescas irwenciones de los
copleros al uso y las supercherías interesadas de los leguleyos, nuestro
poeta había destacado en el Cid las serias del modesto irifanzó,, del
soldado que se labra la fortuna con su bra>:o y e" cuya talla extraorclina·
ria hay sitio para las emociones cotidianas, para las penas y las alegrías
del padre, el marido y el amigo. Eran las señas que más lo aproximaban
al mundo de realidades e ideales en que el juglar se movía, pero eran al
mismo tiempo las bases de un manifiesto de vanguardia, en favor de
oma poesía de la experierocia y la naturalidad.
Por todas partes volvemos a la observación de que partíamos: la poéti·
ca del Cantar de Mio Cid está presidida por om propósito de acerca·
miento ti/ ámbrto de vivencias y referencias que a su vez ilumi,aban
la image~ de Rodrigo que percibía el juglar. Frente al vetusto espejismo
de ]oseph Bedier, que imaginaba la epopeya francesa acunada en las
leyendas clericales del camino de Santiago (•Au commencement était
la route...•), Alberto Varvaro loa apostillado sagazmente que las chan·
sons de geste son más bien poes{a de la frontera de Espat1a: la frontera
bárbara y remola de un pa{s enteramente quimérico, a cuyos "loabitcmtts,
ninguno cristiar~o, les toca sólo elegir entre la conversión y la muerte.
Para un juglar de la autérttica frontera de Castilla, esos chateaux en
Espagne eran oma provocación, no patri6tica, desde luego, si11o artística,
un desajfo a crear una epopeya nueva: una gesta cerca11a, 1111 estilo de
cantar en que-el fulgor de la tratlicicí11 épica 110 cegara los ojos para
aprecÚlr los claroscuros de la realidad.
A 1111 tratamienw 'realista' de la gesta del Cid, Ílwitabmo al autor,
XLII ' FRANCISCO RICO

pues, no sólo las coordenadas ele espacio y tiempo que lo acogían, sino
adenuís un impulso de innovació11 poética. Así, la historicidad del Can·
tar s11rge también de un estricto deseo de pqesía. Una concepción no
fabulosa del relato, frente a las libérrimas ficciones del repertorio épico,
obl~faba a completar lo que el poeta creía saber mediante el recuno a
expliwciones que fueran generalmente aceptables, fundadas en patrones
que, si no era posible de otro modo, los espectadores pudieran corroborar
eu si mismos, en las cosas, personas e ideas que les resultaban familiares.
De ahí, emre tantas consecuencias, la cambiante estrategia del juglar
para enfren!ane con elementos que se le ofrecen con distinto grado de
certidumbre. He esbozado antes algunas de las razones que reducen la
toma militar de Valencia a unos cua11tos versos en ta11to la captura de
Alcocer se extiende por cemenares. Cabría añadir algunas más que re-
plallleamll·el asu1110 etr 11uestro colllexto de ahora. Para acabar con otro
mfoquc, daré mejor 1111 ejemplo de la lÍitima parte del Cantar. Tras
el cruel ultr.tje a qne los i11jmtes de Carrión someten a las hijas del
Cid, Félez A1wioz las encuentra ~sangrientas en las camisas»~ «atnorte·
tid"s•, en el robletlo de Corpes. Las reanima dándoles agua •con un
sombrero ... 11uevo e fresco•, las deja a resguardo en la torre de dotla
Urmca, y él marclw en busca de mtxilio a San Esteban de Cormaz,
donde se tropieza con Diego Téllcz, •el que de Á/bar Fáriez fiu». Die-
go recoge a doria Elvim y dotla Sol, ' las aloja en Gortnaz, y allí todos
las cuidan y honm11 •fma t¡ue sanas son» (vv. 2763 y ss.)
Dt•spreow¡Jcimonos en este momento de la afrenra de Corpes, los in-
fautes ele Carrión y las hijas del Cid, para reparar sólo en los dos com-
parsas mencionados. Ni los arcllivos ni las bibliotecas nn1estran rastro
de niug1ín Félez Mmioz mtre los pnrimtes y compañeros de Rodrigo
Díaz: si 110 es pura iuveució11 del juglar, debe tratarse de alguien tan
iusiguiflcaute, que contadísimos podrían couocerlo. Por el contrario, Die-
go T¿l/ez s{ está dowmeutado y sí era 1111 slifeto de importanc~a: gober-
uador de Septilveda, e11 wya repoblación en efecto intervino Alvar Fá-
tlez, debfa de tener imereses y relaciones en San Esteban, de donde ti
C•ntar parece hacerlo oriundo. Que no se nos escape el contras/e: el
personaje ficticio o desconocido de los más está bosquejado con 1111a exqui-
sita l' erosimilitud, miemras el personaje real comparece sólo al paso de
una tUJrrtU'ÍÓII sustmrcialmente imaginaria, como lm dt ser la afrenta
de Corpes. P<•ro esas formas de proceder n primera vista 11111 opuestas
sou de hecho manifestaciones complementarias de uua misma poética.
Félez Mwloz se nos vuelve inolvidable gracias a ese sombrero • m1evo
... e fresco, que tle Valeucia·l' sacÓ• (v. 2800). Nos hacemos una pufec-
ESTUDI O PRELIMINAR XLIII

ta composición de lugar. El viaje al Carrión de los infantes es una visita


de cumplido, que aconseja estmrar premias de calidad, y Félez Mu floz
pude pmnít(rulas, porq11e rro en baltle armrellla día a dta la riq11eza
dt la mtsnada del Cid. Ni un Instante de índ~isíón hay tn srt gtsto
· de llenar de agua el sombrero, ptro el juglar está al tanto de qrre el
príblico sí se dirá: •¡Y para colmo de desastres, un buetl sombrero nuevo
echado a perder/•; y esa rejltxíón tragicómica j11ncionará como un agile·
ro optimista. No hay cabos sueltos: la si/Ilación imaginaria má delinta·
da con ingredientes de fino realismo. Diego Tlllez, en cambio, carece
de una frsonomfa peculiar y de cualquier detalle que lo individualice:
es sólo el nombre que resume la vmlad y la sensatez de todos •los dt
Cormaz•. El juglar quizá lo !ligió llevado por la ímprtsiórr de que
un hombre con ligámenes con Alvar Fárlez wrdría que estar vinwlado
al Cid de una o de otra manera. Pero rtmmció a prestarle rasgos más
especíjlcus, porque estimó que bastaba ton que firera 1111 magnate recorda·
do en San Esteban para asegurar la coloración vtrista de la nuna.
Filez Mur1oz, de qrríen nadie o sólo un pmiado debta haber oído,
exigía una tlaboraciórr poética que lo hiciera verosímil. Diego Tlllez
no la necesitaba, porque la mera presencia de un ptrsorraje con rtlieve
histórico m~o mfrtientt pora reforzar artísticamente la aporierrcia de ver·
dad de la Intriga fingida. En ambos casos, no obstatlle, ti objetivo era
ti mismo: aurcane a fas pmptaívas del poíblito, a SI/ mundo de rea/ida·
des e ilusiones. La historicidad del juglar, así, a meruodo es también
11na ticnica pollita, utt rwmo m<is al servicio de un ttuevo modelo de
q>Optya· Tan nuevo, tan diferente, que bastaría a aclarar que ti Mio
Cid sea elrínico cantar espaflol que se nos Ita cottservado sustancialmente
completo y err 11n mamo.scríto para él solo. •

FRANCISCO RICO

• Las prcscntts piginu aprov«:h.an matC'rblt-J d~ un libro en preparación,


El'""'" oigl. J, l. littnJ/uN <11"'/lol., del que hay umbién adelantos, entre otros
lugares, ecn -.Del CAntar Jtl CiJa b EMiJa: tradiciones épic:as en torno al Potma
J, Almu(a•, Bo/tt(n Je la R<al Academia Eo¡u11lo/a, LXV (198$). pp. 197•211,
y en 111La poesf:L de la historia... Brtllt bibliottt<l dt autorts tJpoiloln, B.ucelon:a,
1991', pp. 1$·18.

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