Está en la página 1de 11

MODULO UNO: LA PREPARACIÓN DE LA MESA DE ESCRITURA

Modulo 1: La preparación de la mesa de escritura.

Saber y querer escribir: conocimientos, habilidades y actitudes. Reconocimiento de las


circunstancias comunicativas. Quién escribe y quién lee, con qué propósitos.

1Palabras, para comenzar 

Nos encontramos entre las primeras palabras de un espacio en el que nos dedicaremos a conocerlas,
explorarlas, desafiarlas, acomodarlas, elegirlas, disfrutarlas, con el objetivo de comunicar una idea,
un proceso, un trabajo realizado, algo –de alguna manera- siempre importante, porque tiene
consecuencias en nuestro entorno profesional.
Nos encontramos aquí, al inicio de un curso de escritura, nosotros que probablemente el último
contacto consciente con el aprendizaje de la escritura lo hayamos tenido en la escuela
secundaria. ¡Qué desafío sumamos a los nuestros de cada día!
¿Qué decirles antes de comenzar este trayecto, que les sirva de orientación y estímulo, que
les sirva para reconocerse y retomar el camino de la escritura en sus ambientes profesionales
con mucha mayor destreza y eficacia?
Creo que aporta decirles algo que siempre resulta una clara respuesta a por qué hacer un curso de
escritura. Aquí nos proponemos desterrar para siempre la resignación, a veces la excusa, sobre
nuestros escritos: “No me gusta, pero me salió así”.
Como dice Daniel Cassany, un investigador catalán que nos va a asistir mucho durante este curso, en
relación con la habilidad de escribir “se acuñan y aplauden expresiones opacas como estar
inspirado o tener maña”.
El autor lo fundamenta en que “la formación en escritura que la mayoría de los usuarios
poseemos es fragmentaria, o incluso bastante pobre. Lo prueba la larga lista de prejuicios de
todo tipo que nos estorban. Muchas personas creen que los escritores nacen; que no se puede
aprender a redactar, que no hay técnica ni oficio en la escritura y que, por lo tanto, no se
puede enseñar ni aprender de la misma manera que un aprendiz de carpintero aprende a
montar armarios” (Cassany, 1995: 37).
Pero para escribir también hay técnicas, como en cualquier oficio. Nadie tiene el don de la
escritura, sino que alguien que escribe, y que escribe bien, se ha hecho consciente de los
mecanismos que se activan en nuestra mente al momento de redactar, y puede controlar, dominar,
conducir el proceso hacia el objetivo deseado.
Por supuesto que también este es el momento de tomar conciencia de las dificultades que nos
esperan, ya que –como veremos- la escritura tiene una dimensión compleja; y de proponernos
objetivos adecuados a las necesidades de cada uno, en este programa de trabajo bastante general,
que convoca a perfiles profesionales diversos.

2 ¿Necesitamos la escritura para ejercer nuestra profesión?

Cassany, quien se ha dedicado a investigar y a asesorar en distintos campos profesionales sobre


técnicas de escritura específica, lo dice: “La mayoría de las profesiones calificadas requiere de
algún tipo de transacción oral o escrita más o menos específica o sofisticada. Hay que
verbalizar mucha actividad laboral para comunicarla, para valorarla o para archivarla. Se
escribe un informe de un enfermo curado, se presenta por escrito el resultado de un análisis
químico o se fundamenta en un dictamen la interpretación de una ley. Los médicos redactan
informes y protocolos médicos; los químicos, memorias y proyectos; los abogados,
denuncias, recursos y argumentaciones” (Cassany, 2007: 12).
Es más, agrega el mismo autor: “Si estos profesionales pretenden estar al día en su campo,
deberán participar en foros de investigación y deberán leer y escribir artículos, ponencias,
comunicaciones para congresos y revistas. La formación permanente también utiliza la
escritura” (Cassany, 2007: 12).
Ustedes mismos estarán asintiendo, puesto que ya tomaron conciencia de la necesidad de la
escritura en sus campos de acción, y están aquí por esa razón.
Ahora bien, para valorar el proceso que iniciamos –¡y del que no tendremos retorno!- es
preciso advertir también que escribir no es sólo un modo de transmitir información, que las
ideas están íntimamente relacionadas con la forma en la que se las dice/escribe, que nuestra imagen
en el mundo –y no solo en el profesional- está construida por nuestros textos (desde el examen que
nos permitió aprobar la carrera, al CV con el que iniciamos un trayecto profesional, hasta el correo
electrónico a través del que pedimos o damos indicaciones de trabajo, todo habla de nosotros).
Porque optimiza nuestro tiempo manejar las técnicas de la escritura, porque no nos perdemos en
eternos minutos frente a la hoja en blanco, pero también porque nos expresaremos mejor, porque
dejaremos archivo de lo que hicimos y porque el modo en el que lo escribimos –que no siempre debe
ser automático, llano, convencional, aburrido- define nuestra impronta en el entorno donde
trabajamos, condiciona a los demás, construye poder.
Por eso necesitamos la escritura para nuestra profesión.

3 ¿Qué propiedades tienen los textos de cada profesión?

Ya reconocimos que necesitamos escribir, y qué importante es hacerlo bien, pero ¿qué


características presentan los escritos que la profesión de cada uno demanda? 
Para Cassany (2007: 14), los escritos suelen:
 Ser Concisos y poco redundantes. Buscan la objetividad y la precisión y
evitan las ambigüedades.
 Ser despersonalizados: evitan las referencias al autor y al lector y esconden
la emotividad.
 Tener un porcentaje elevado de léxico técnico, procedente de varias
disciplinas.
 Incluir recursos visuales como tablas numéricas, fotografías o gráficos.
Para esa lista de características que podrían ser comunes, cada disciplina ha desarrollado además
sus propios recursos y los ha adaptado a sus necesidades. Por lo tanto, también tenemos que cada
discurso tiene una identidad propia, y en consecuencia, un estilo, una estructura, un léxico que le
sirven de base.
Como describe Cassany (2007: 13), los escritos profesionales “son heterogéneos, tienen diversos
grados de especificidad, con terminología y fraseología propia. Cumplen varias funciones,
según contexto. Dan fe de hechos, proponen medidas, descubren datos, argumentan a favor o
en contra, se estructuran con apartados y componentes particulares en cada caso. También
tienen distintos niveles de formalidad. Pero todos comparten altos niveles de sofisticación.
Son complejos y elaborados”.
Por lo tanto, se hace exigencia crucial el dominio de todas las aristas de los textos, de todas sus
particularidades, para poder comprenderlos y, aún más, para poder construirlos y llevarlos por buen
camino.
En general, como ha dado cuenta Cassany (2007:), y como ustedes seguramente podrán testimoniar,
los profesionales se enfrentan a los textos con precipitación, porque el mundo laboral exige
inmediatez, no espera, y además se apresuran sobre los textos porque tienen poca formación.
Ya hablamos de la exigencia, entonces, de dominar la escritura: se trata de producir textos que
tienen una trascendencia, a veces mayor de la que alcanzamos a ver:  “cierran y abren empresas,
promueven empleados o los despiden, curan personas, producen ganancias o pérdidas, dan o
quitan prestigio, fijan nuestros derechos o deberes” (Cassany, 2007: 15).
El texto -cualquier discurso, en realidad- es una herramienta que puede ser poderosa, eficaz,
resolutiva, si está usada (es decir, producida y puesta a circular) estratégicamente. Pero, a la vez,
puede confundir, ocultar, decir de más, entorpecer el curso profesional, además de irritar al
entorno, si se usa con apuros y poca táctica.
Constituye una meta inabordable recorrer todos los tipos discursivos que podemos usar en cada
entorno profesional de todos quienes estamos aquí, porque además, las formas, los soportes, los
criterios de tiempo y espacio de escritura y lectura van cambiando constantemente (pensamos
también en el mail, las redes sociales –las populares, comoFacebook y Twitter- y las redes internas
de la empresa-).
Sin embargo, aquí avanzaremos sobre las bases de la escritura profesional, que además de sostener
los textos en general, atraviesan todos los géneros discursivos y las prácticas profesionales de
escritura. Nos centraremos en focalizar propósitos y destinatarios, en identificar estructuras y en
apropiarnos de técnicas para establecer la coherencia global o local de los textos.
Hacia allí vamos. Pero como el trayecto es largo y trabajoso, conviene que antes de empezar a
escribir, preparemos un entorno cómodo, agradable y funcional. Para sentirnos a gusto, y tener
todo lo que necesitemos a mano, conviene que preparemos la mesa de escritura.

4 Preparar la mesa de la escritura

Así como en la cocina, para escribir el uno prepara su ambiente de trabajo. Cuando nos disponemos
a cocinar, dejamos a mano diversos utensilios, insumos necesarios, libros de recetas, el recorte de
un envase vacío, o la computadora conectada a Internet, un teléfono también para consultar con
nuestros referentes cercanos si vamos bien.
Para escribir sucede –o debería suceder- algo parecido. ¿Qué hay en la mesa de escritura de quien
se dispone a construir un texto? ¿Qué no debería faltar?
 Computadora, papel, lápices, marcadores
 Apuntes, libros, documentos
 Conocimientos, habilidades, actitudes
 Conocer el contexto de comunicación
 Identificar al lector
 Definir al autor
 
Computadora, papel, lápices, marcadores
Todos los utensilios con los que podamos concretar la escritura deben estar a mano. Papeles donde
podamos anotar datos, hacer esquemas, garabatear una idea, cuando aún no se ha asomado con
claridad a nuestra mente.
En general, en nuestros ámbitos de trabajo, ya concebimos imprescindible la disposición de una
computadora. Abrimos un documento y, muchas veces, -¡horror!- nos pasamos largos momentos
preguntándonos por dónde empezamos a abordar esa blancura. Conviene siempre empezar por lo
más básico: anotar ideas claves en algún papel que ande por allí.
En muchas ocasiones no se puede, puesto que usamos los dispositivos portátiles y vamos escribiendo
mientras viajamos, en una sala de espera, en un bar o un parque, mientras nos distraemos. Si
estamos en casa, mientras se hace la comida o hasta que llegue el turno del baño. Es así. En las
prácticas modernas de trabajo, no siempre estamos cuatro horas en la misma oficina, con un
escritorio exclusivo para nosotros, donde podamos tener a mano otras herramientas que nos
permitan resolver rápidamente el desafío de la hoja en blanco.
Supongamos que ese es el caso ideal, escritorio con computadora, papeles, lápices, marcadores,
hasta la foto motivadora de un ser querido o de un espacio acogedor. Pero si no fuera nuestra
situación cotidiana, cómo tener armado un espacio de escritura lo suficientemente completo para
permitirnos construir un buen texto, en cualquier circunstancia.
Un escrito, en general, lleva mucho más tiempo que el que usamos frente al monitor. Lo venimos
pensando, aunque a veces inconscientemente. ¿Cómo es esto? Las ideas vas cobrando forma desde
el momento en que sabemos que tenemos que escribir el texto. A veces, desde antes de decidir
escribirlo. Por eso, cuando iniciamos el proceso de escritura, conviene anotar las ocurrencias, para
facilitar la tarea de escritura propiamente dicha. Una libretita siempre es conveniente tener a
mano.
Los escritores expertos, o los estratégicos, suelen hacer planes de escritura en sus mentes, y al
momento de escribir ya tienen decidida la estructura, el orden de las ideas o argumentos. Pero los
principiantes, o los que se acercan a un tema nuevo, desconocido, conviene que puedan exteriorizar
sus ideas, aunque sea en símbolos sólo comprendidos por uno mismo, para objetivarlas, y entonces,
verlas, manipularlas, pensarlas mejor, trabajarlas, hacerlas crecer o cambiar.
¿Hay marcadores de colores? Se hará más agradable el proceso. Más claro. ¿Hay computadora? Se
hará más ágil la escritura, no hay que preocuparse por errores mientras se escribe, ya habrá tiempo
de editar con facilidad y con herramientas automáticas del sistema, de dar vuelta párrafos enteros
a lo largo de todo el texto. ¿Hay lápiz y papel? Se puede avanzar un escrito con mayor confianza,
especialmente quienes aprendieron a hacerlo con estos instrumentos. Con todos los elementos
juntos, mejor. Pero con alguno de ellos a mano,  la escritura siempre se hace lugar.
 
Apuntes, libros, documentos
Apuntes, fichas, artículos, páginas de Internet. Aquí queremos solamente mantener en cuenta que
nunca nadie escribe algo por primera vez. Cada vez que escribimos, estamos interactuando con
alguien, o con algo ya escrito por alguien. Retomamos un informe inicial -propio o de terceros-,
continuamos una línea de investigación -o la fracturamos para dar lugar a una nueva-, enviamos el
memorándum de una reunión en la que alguien tomó apuntes de las discusiones y los acuerdos,
elaboramos el informe de auditoría sobre entrevistas y documentos, configuramos el articulado de
una norma que concreta una costumbre social o que varía de disposiciones anteriores.
Siempre conviene tener a mano las piezas que ya fueron escritas, para recordar, para precisar el
punto de partida, para trasladar datos no memorizados, para dialogar con otros autores, para
facilitar a la memoria el esfuerzo de hacer converger las ideas necesarias cuando se retoman de los
ámbitos en los que ya se empezó o ya se habló mucho de ellas. Aunque sea que inauguremos la
escritura sobre un tema, siempre es importante tener visto, aunque sea, un documento de propósito
o estilo similar al que necesitamos producir. A escribir como quien escribe lo que debemos escribir,
se aprende…¡leyéndolo!
¿No tenemos estos insumos? Habrá que forzar la memoria, consultar con compañeros, jefes y
colaboradores, en el peor de los casos, postergar la escritura hasta haber encontrado en archivo los
documentos necesarios. Habrá que esforzarse en escribir en un estilo que se imagina el
convencional, aunque corramos el riesgo de que no sea adecuado a lo que la comunidad espere de
ese texto.
 Conocimientos, habilidades y actitudes
 “En la escuela nos enseñan a escribir, y se nos da a entender, más o menos veladamente, que lo
más importante –y quizás lo único a tener en cuenta- es la gramática. La mayoría aprendimos a
redactar pese a las reglas de ortografía y sintaxis. Tanta obsesión por la epidermis gramatical ha
hecho olvidar a veces lo que tiene que haber dentro: claridad de ideas, estructura, tono, registro,
etc. De esta manera, hemos llegado a tener una imagen parcial y también falsa, de la
redacción” (Cassany, 1995: 36).
Para poder escribir bien hay que tener, como lo dice Cassany, “aptitudes, habilidades y
actitudes”. Claro que hay que conocer la gramática, pero también se tiene que saber aplicar, de
acuerdo con unas circunstancias determinadas. “¿De qué sirve saber cómo funcionan los pedales de
un coche, si no se saben utilizar los pies?”, hace un paralelo Cassany, y propone que además de los
conocimientos de la lengua,  “hay que dominar las estrategias de redacción: buscar ideas, hacer
esquemas, hacer borradores, revisarlos, etc.”. Habla de las habilidades para producir un texto,
pero no omite las actitudes del autor: “Estos dos aspectos están determinados por un tercer nivel,
más profundo: lo que pensamos, opinamos y sentimos en nuestro interior acerca de la
escritura” (Cassany, 1995: 36).

 ¿Qué debemos saber? Adecuar el texto a la necesidad de comunicación, identificar o


construir la estructura adecuada, las reglas de la gramática, de la ortografía, los recursos de la
retórica. La escritura, en su dimensión cognitiva, es compleja. Son muchos los elementos que es
preciso manejar bien.
Por ejemplo, sabemos que un nombre propio de escribe con mayúsculas. Pero en el momento de
aplicar, suelen aparecer dudas. Cumple los años el 9 de Julio o el 9 de julio. Depende de qué
cumpleaños hablemos. Si se trata del de cualquiera de nosotros, será la segunda opción, pero si
hablamos de la independencia argentina? ¿Cuándo corresponde usar guiones en lugar de paréntesis?
¿Se cierra una cita con comillas y luego punto o al revés? Son muchos los aspectos de la normativa y
el uso del español que danzan entre las posibilidades de escritura a la hora de redactar un texto, o
de editarlo.

 ¿Qué habilidades tenemos que desarrollar? Necesitamos ser capaces de analizar el


problema de comunicación que exige la circulación del escrito que estamos produciendo, es
imprescindible construir ideas para transmitir, hacer esquemas para facilitar la comprensión antes
de trabajar en ordenarlas hacerlas comunicables. También es una habilidad dejar “reposar” el texto
para volverlo a leer, mejorarlo, rehacerlo, si fuera necesario.

 ¿Qué actitudes facilitan la tarea de escribir? Por supuesto, si nos gusta siempre es más
fácil, si estamos motivados por las consecuencias que el escrito provocará. Siempre conviene
encontrar una motivación, un aspecto por el que sintamos que escribir un buen texto tiene sentido.
Porque será publicado, porque alguien se emocionará al leerlo, porque alguien aprenderá, porque
recibiremos felicitaciones, porque terminamos un proyecto o porque lo formulamos para buscar
financiamiento. Aunque sea -y presten atención a lo que digo- que la motivación radique en que
aliviarnos de esa actividad nos llevará a disponer de tiempo libre para hacer otra cosa que en ese
momento tengamos ganas. Lo importante es encontrar entusiasmo durante el proceso, aunque no
esté directamente relacionado con la escritura de ese texto particular.
 Sintetiza Cassany (1995, 37): “Los conocimientos son las propiedades que debe tener cualquier
producto escrito para que actúe con éxito como vehículo de comunicación. Es lo que los autores
deben saber imprimir a sus obras. Las habilidades son las principales estrategias de redacción que
se ponen en práctica durante el acto de escritura, como si fuera las herramientas del carpintero.
Podríamos añadir las destrezas psicomotrices de la caligrafía o del tecleo. Las actitudes son las
preguntas básicas sobre las motivaciones de escribir, que condicionan el conjunto”.
 
Identificar el contexto de comunicación
Escribir cualquier tipo de texto no es solo una cuestión gramatical o léxica.
También hay que tener en cuenta las convenciones socioculturales de cada disciplina, las
instituciones en las que se producen los textos, y los autores y los lectores que los procesan.
Aprender a escribir un escrito es aprender a desarrollar la práctica social correspondiente.
Daniel Cassany.
 A esta altura de la clase, conviene afinar conceptualmente el eje de trabajo de este curso. Ya
hablamos de la escritura profesional, y sobre el segundo componente del binomio, ustedes tienen
toda la formación necesaria. Lo que este curso proveerá son herramientas sobre el primer término:
redacción o escritura, que aquí usaremos como sinónimos, aunque no lo son.
Como definen Mabel Marro y Amalia Dellamea (1990: 22), “redactar es tener algo que decir a
alguien para conseguir algo de la mejor forma posible para equis condiciones dadas”.
Es decir, la redacción implica una dimensión comunicacional, que se sirve de la escritura como
herramienta. Pero la escritura no necesariamente contempla al otro. Escribir puede referirse a
producir escritos sin propósitos de comunicación. En este curso podremos usar ambos términos como
sinónimos, pero es interesante conocer esa diferencia teórica.
Nos posicionamos, entonces, desde una perspectiva comunicacional, que exige el conocimiento de
los autores acerca de la manera más eficaz de comunicarse, a través de diferentes formatos
textuales y diferentes lenguajes, según la situación planteada en cualquier instancia de la vida.
En el concepto de Marro y Dellamea se despejan los elementos que completan nuestra mesa de
escritura. “Algo” es el texto, sobre el que nos concentraremos en las próximas clases. Pero además
del texto, aparecen la figura del destinatario (“a alguien”) y la noción de situación de
comunicación, compuesta por las condiciones dadas, en las que queremos cumplir un propósito
comunicacional, y para eso usamos estrategias de mayor o mejor eficacia.
Es a través del texto que vehiculizamos ideas, significados. Pero esas ideas están íntimamente
relacionadas con la comunidad donde circulan. Ya sea una comunidad de hablantes del mismo
idioma, o una comunidad de edad similar, o una comunidad profesional, que “maneja una jerga”.
Explica Menéndez (2006: 10) que “cada actor social (podemos especificar, profesional) asume
una condición de hablante distinta, un rol comunicativo particular, de acuerdo con la
situación ante la que se presente”. Y ante esa situación elige entre un conjunto de opciones
disponibles en la lengua, como se tratara de un menú, para viabilizar su mensaje.
Pensemos en este ejemplo simple. En nuestra comunidad, tenemos pronombres para interpelar a un
interlocutor. Y podemos elegir de acuerdo con la situación de comunicación. Si nos encontramos en
un congreso profesional, y desde el auditorio tenemos la posibilidad de consultar a nuestro jefe,
que acaba de terminar su exposición, en el espacio de diálogo con el público, seguramente
utilizaremos la forma: “¿Cómo concibe usted que se podrá aplicar este método en ambientes
similares?”.
Sin embargo, si nos encontramos en una reunión de equipo, en la oficina jerárquica, a la misma
persona, que es nuestro jefe desde hace 5 años, les preguntaremos: “¿Cómo pensás (vos) que se
puede aplicar este método en ambientes similares?”. Es la misma pregunta (contenido, mensaje,
texto), se trata de las mismas personas, en este caso en los mismos roles, pero ha variado la
situación de comunicación.
Un ejemplo que siempre usamos en la Cátedra de Redacción I de la Universidad Nacional de Rosario,
(www.bdp.org.ar), me gustaría compartirlo también aquí:
Si un principiante profesional, se acerca a un jefe de personal en busca de trabajo y le
dice “Chabón, yo vengo a ofrecerme para laburar, sé que andan con unos quilombos que yo te
puedo arreglar”, es muy probable que no cumpla su propósito de comunicación. Se trata de un
ejemplo muy exagerado, pero que sirve para afianzar la idea de situación de comunicación, de
elección del registro y el estilo apropiados para transmitir un mensaje que cumpla su objetivo, ante
una persona, en determinadas situación, de la mejor manera posible.
Aunque el ejemplo pertenece a la oralidad, bien cabría en una situación comunicativa escrita.
Importa entonces comprender que la escritura se piensa en contexto, porque es una
herramienta de interacción. “Un texto no puede ser pensado sin el contexto, el contexto
determina y condiciona la aparición de un texto, porque el texto es la unidad del lenguaje en
uso” (Menéndez, 2006: 11).
Todavía más: “Un texto tiene como propiedad definitoria su coherencia. La coherencia supone
propiedades de adecuación interna, pero también requiere de adecuación a un contexto
determinado. Si a un texto no podemos asignarle un contexto, no podrá decirnos nada. Es
como un texto en una lengua que no conocemos. No significa nada para nosotros. En realidad,
no es un texto para nosotros” (Menéndez, 2006: 16).
Retomando la proposición inicial de este curso, sobre los conocimientos ya aprendidos sobre la
escritura, muy vinculados con las reglas ortográficas y poco a las situaciones de comunicación
concretas, podemos decir, con Menéndez, una primera conclusión que reasegura la razón de
encontrarnos aquí: “No existen personas que escriban bien o mal, sino de manera adecuada o
no con la situación en que les toca interactuar” (Menéndez, 2006: 13).
En eso nos vamos a entrenar, en tomar conciencia de la variación de registros y en la producción de
estrategias para concretar las opciones, de la mejor manera, de acuerdo con cada situación en el
ámbito profesional propio.
 
Reconocer al lector
Escribir es como saltar un canal o un arroyo.
Antes de hacerlo, conviene fijarse bien en la otra orilla:
 la arena, las piedras, la altura, la pendiente.
Si no calculas bien la distancia o el estado del terreno,
fallas en el salto y acabas en el agua.
Daniel Cassany
 
Que la identificación del contexto es esencial para garantizar la eficacia de los textos, implica
también el reconocimiento de los actores de la comunicación. Sin actores, no hay contexto, y
mucho menos hay comunicación. El primer elemento de este par imprescindible para que se
produzca la comunicación, el primero que abordaremos aquí, es el lector, el destinatario, el
receptor, el tú, el otro, la audiencia, cualquiera de estas formas –y más- que quieran elegir. En esta
instancia, para introducirnos, todas son correctas.
Dice Cassany (2007: 18): “Todos los estudios de comunicación profesional destacan la
importancia de analizar al lector, es decir, de tener en cuenta el destinatario. Saber qué
intereses tiene, qué conocimientos previos, qué punto de vista o incluso qué manías
lingüísticas, ayuda a decidir cómo tenemos que escribir”.
Tomemos dos ejemplos de textos que propone el mismo autor:
 “La propuesta de formación se basaba en  algunas teorías de Sigmund Freud, un psiquiatra
austriaco de principios del siglo XX que se considera fundador del psicoanálisis”.
 “La multinacional propone un estilo homogéneo y refuta las conocidas teorías de Canagarajah”.
Para él, ambos fragmentos fracasan: “El primero insulta, porque presupone que ignoramos quién
es Freud. En el mejor de los casos, nos aburre, porque explica lo que ya sabemos. En cambio,
el segundo no lo entendemos: presupone que dominamos la teoría del lingüista Suresh
Canagarajah sobre cómo se proyecta la identidad de la lengua y la cultura propia cuando se
escribe en un segundo idioma” (Cassany, 2007: 19).
 “En ambos casos, el autor calcula erróneamente el conocimiento previo del lector y provoca
efectos negativos” (Cassany, 2007: 20).
Lo que necesitamos los escritores de un texto que se pretende comunicativamente eficaz es
imaginar, identificar rasgos del lector (no decimos conocer, porque rara vez ocurre que tenemos
idea del lector real del texto y, aunque lo conozcamos personalmente, nunca sabremos del todo qué
sabe, qué siente en el momento de lectura, qué espera exactamente de este escrito).
Pero es necesario imaginarlo, calcular qué sabe y qué ignora, qué busca en este texto, cómo va a
estar en el momento de la lectura (agobiado, rodeado de gente, viajando, apurado, con o sin
expectativas). Luego, el escritor usará esa información, aunque siempre sea aproximada, para
decidir qué ideas incluir, cómo ordenarlas, qué extensión dar al texto, qué estilo imprimirle.
Pero eso no es fácil. “Muchos escritos tienen audiencias múltiples, heterogéneas, desconocidas.
A veces lectores distintos buscan cosas diferentes en el mismo texto, A veces un documento
pretende cumplir funciones variadas. A menudo es imposible establecer un perfil común de los
lectores. Incluso cuando nos dirigimos a un lector individual, conocido y próximo, puede ser
complicado discernir sus intereses, conocimientos y puntos de vista” (Cassany, 2007: 20).
“Desde otra perspectiva, hay lectores durante todo el proceso de confección del documentos y
a lo largo de su ciclo comunicativo. Muchos documentos se escriben a cuatro manos o más,
llevan el visto bueno de un superior o fueron revisados o corregidos por otros”, por lo tanto,
se complejiza más la identificación “del lector” (Cassany, 2007: 21).
Además, en la instancia de recepción, Cassany (2007: 26) identifica a varios tipos de lectores: lector
filtro (que deja seguir su curso al documento o no), lector principal y secundarios, lector indirecto,
que llega al escrito por textos intermedios, lector periférico, que accede al escrito por azar, rumor
o curiosidad.
 “Analizar al lector es una tarea reflexiva, prospectiva, intuitiva. Lo hacemos antes de
escribir y mientras escribimos”. El siguiente esquema puede ayudarnos a pensar minuciosamente
en el lector, y las consecuencias de esa información aplicadas a un escrito.
Características del lector Criterios para el documento

1. Propósito de la comunicación: ¿por qué lee?, Incluye los datos que interesan, ordénalos de más
¿qué datos busca?, ¿qué debe hacer?, ¿cómo lo a menos relevantes y redáctalos de manera que
usará?, ¿qué le interesa?, ¿qué leerá primero? puedan usarse provechosamente en el lugar y
momento adecuados.

2. Conocimientos: ¿qué información previa tiene?, Explica todo lo que sea desconocido y evita la
¿qué teorías, conceptos y autores conoce?, ¿qué obviedad de lo ya sabido. Céntrate en el enfoque
terminología domina?, ¿qué enfoque tiene del conocido o justifica los que sean diferentes.
tema?

3. Habilidades de procesamiento: ¿lee en otros Prefiere los idiomas originales y las formulaciones
idiomas?, ¿entiende formulaciones lógicas, específicas, si son conocidas, pero tradúcelos si no
matemáticas, químicas?, ¿lee mapas y gráficos?, lo son. Comenta los gráficos, las tablas, los mapas
¿lee esquemas, cuadros, tablas? difíciles. Modera la complejidad de los apoyos
visuales.

4.Condiciones de la lectura: ¿cuánto tiempo tiene Elige el diseño más idóneo: letra, formato,
para leer?, ¿dónde leerá?, ¿estará cómodo?, ¿qué presentación. Ayuda al lector a leer, con sumarios,
edad tiene?, ¿qué manías tiene? conectores, subíndices, tablas, notas a pie de
página o finales. No excedas la extensión
apropiada.
(Cassany, 2007: 21)
Queda claro, en todo caso, que tener en cuenta esta actividad de manera previa a la escritura,
permite tomar decisiones más certeras en el momento de la producción. Pero, como ya lo dijimos,
no siempre tenemos información necesaria para responder a todas estas preguntas. Por eso, Cassany
propone otra estrategia, la del acercamiento al lector ideal de cada uno de nuestros textos.
Lo primero que propone es usar la clasificación de Pearsall (1969), que ofrece 5 categorías que
surgen de la combinación de criterios básicos: el conocimiento del tema y la profesión. Esa
clasificación, aplicada al ejercicio de imaginar al lector ideal, permite establecer características
comunes a lectores similares, en situaciones parecidas.
Profano. Lee desde fuera del campo especializado, no conoce ni la terminología ni los conceptos ni
los fundamentos teóricos. Tampoco domina las habilidades específicas de procesamiento. Solo
quiere hacerse una idea del escrito o entender algunos datos.
Ejecutivo: Busca más detalles. Debe tomar decisiones, y por eso le interesan las justificaciones y la
visión prospectiva de los hechos. Busca argumentos a favor y en contra, valora las consecuencias y
los proyectos. Tiene poco tiempo y necesita comprender bien los datos.
Experto: conoce bien el campo porque es un científico o un ingeniero o un doctor universitario. Lee
con estímulo y espíritu crítico, contrastando los datos del texto con los que ya sabe. Se fija en todo.
Exige el uso de la terminología, las teorías y los recursos propios del campo.
Técnico. Tiene un nivel variable de conocimientos previos sobre la disciplina, con frecuencia
superior al del ejecutivo e inferior al experto. Tiene interés por la resolución práctica y lo aturden
las abstracciones. Debe aplicar, desarrollar, trasladar a la realidad la información del documento.
Operario. Combina el nivel de conocimientos del profano con la necesidad de aplicación práctica
del técnico. Solo pretende entender lo que afecta a su trabajo.
 (Cassany, 2007: 23 y 24).
 Ya lo dijimos: “El lector de un texto no es único, ni homogéneo ni simple. Tampoco es estático
o prefijado. Varios lectores y muy diversos se acercan a un escrito para hacer lo que les
convenga. La pregunta es: ¿cuáles nos interesan más, cuál es el principal, tenemos filtros, hay
supervisores o periféricos? Cuanto más conscientes seamos de nuestros lectores, mejor
podremos escribir” (Cassany, 2007: 27).
 “Lo primero que hay que hacer es no subestimar al lector. No es un lector superficial,
desinformado, aislado, incapaz de cuestionar el escrito. Al contrario, es una persona
interesada, avispada, ¡con ideas propias! Pertenece a grupos sociales determinados y trabaja
en organizaciones perfectamente planificadas. ¡Nos juzgará a fondo y sin piedad!” (Cassany,
2007: 29).
 ¿Con qué técnicas podemos analizar a ese colectivo numeroso, más o menos desconocido y
probablemente heterogéneo para el que escribimos, que se conoce como audiencia? Nos basamos en
estrategias que propone Cassany en una de las obras de referencia de este curso, Afilar el lapicero
(Cassany, 2007: 30-39).
1. Análisis sociodemográfico. Consiste en recoger datos sobre el perfil de los lectores.
Personales. Edad, sexo, nacionalidad, estado civil, lugar de nacimiento y residencia, lengua y
cultura materna, experiencias interculturales, conocimientos de otros idiomas, intereses, etc.
Profesionales. Empleo, cargo, años de experiencia, función, empleos previos, horario laboral,
condiciones de trabajo, actitudes respecto del trabajo.
Académicas. Titulación académica, centro educativo donde estudió año en que se licenció,
formación profesional continua, habilidades informáticas.
Socioeconómicas. Renta per cápita, patrimonio, estatus social y económico, ideología política.
2. Imaginar que escribimos para un autor real, alguien que conocemos entre los que sabemos que
leerán el texto. En el caso de las tesis, conviene pensar en el tribunal examinador. No podremos
conocer hasta entregado el trabajo quiénes serán, pero sí podemos imaginar sus perfiles. En el caso
de un artículo de divulgación, podemos pensar en alguien que conozcamos que lee ese medio, y
escribir para esa persona.
3. Segmentar
“Si el lector es colectivo y heterogéneo, es difícil reducirlo a un perfil único. Entonces, podemos
utilizar técnicas de mercadotecnia, como segmentar el público. Consiste en fragmentar la masa
amorfa de lectores en grupos o sectores más reducidos y homogéneos, luego podremos elaborar
mensajes más precisos y eficaces para cada grupo. O establecer prioridades dentro del mismo
texto”.
 4. Identificar el circuito del mensaje. En el entorno laboral, los escritos no son aislados, sino que
participan de un entorno organizativo, que comparten el autor y el lector. Un modo de proyectar
lectores será tratar de reconfigurar el circuito por el que avanzará la producción y pensar en cada
uno por cuyas manos pasará nuestra producción.
 5. “Cuando escribimos a un conocido, es más fácil el análisis psicológico, que los
anteriores. Consiste en imaginarnos cómo reaccionará el lector con nuestro escrito. Y en anticipar y
corregir los problemas que puedan surgir. Preguntarnos sobre conocimientos, habilidades, actitudes.
Ese análisis nos dirá cuáles pueden ser los mejores argumentos, o las palabras más acertadas,
incluso cual es el mejor momento para hacer llegar el escrito”.
 6. Imaginar una situación. El autor puede ser un buen especialista, que se gana la vida haciendo
evaluaciones y redactando informes correspondientes. Tiende a hacer escritos prolijos,
pormenorizados y técnicos, con la intención de demostrar los conocimientos que tiene o del trabajo
minucioso que ha hecho. Pero el superior suele encontrar difíciles esos textos, porque ni tiene la
formación necesaria para entenderlos ni está interesado en conocer los detalles no tampoco dispone
del tiempo suficiente. No es lo más importante que realiza en el día.
La discordancia entre estos interlocutores genera frustración. El autor cree que el lector no aprecia
su empleo y que menosprecia el esfuerzo que le ha dedicado. El lector se siente incómodo con un
documento que le complica el trabajo más que facilitárselo.
El análisis le permitirá al lector percatarse de que su lector tiene un perfil generalista y de que
espera un escrito sintético, redactado con un lenguaje plano, sin terminología, para tomar una
decisión rápida y segura. Así el lector quedará satisfecho y estará más dispuesto a reconocer el
trabajo del especialista.
Pero el documento debe tener toda la información sobre un tema y debe archivarse, con el fin de
que pueda consultarse en el futuro. Entonces, ¿cómo puede ser un informe sintético y completo al
mismo tiempo? ¿Cómo se puede elaborar un discurso que satisfaga tanto las necesidades de un jefe
ocupado, que quiere ir al grano, como los requerimientos implacables del archivo de una
organización, que exige la documentación completa? (Cassany, 2007: 39).
Lo dejamos planteado con Cassany, y lo abordaremos nosotros en la clase 3.
 
Definir al autor
Llegamos al último elemento de nuestra mesa de escritura. Nosotros mismos, en nuestro rol de
escritores.
El autor siempre deja rastro. En los discursos profesionales, también. Es falsa la idea de que la
técnica o los negocios son independientes de sus autores, que los escritos científicos reflejan la
realidad con objetividad y frialdad absoluta. Si hay discurso, hay autor, porque los discursos no se
hacen solos. Y los autores somos de carne y hueso, vivimos en un lugar y un tiempo y pertenecemos
a una cultura y no a otras. (Cassany, 2007: 41).
No podemos cambiar ese hecho, pero sí podemos decidir cómo queremos presentarnos. Podemos
modular nuestras voces. ¿Debemos escondernos detrás de la impersonalidad?, ¿cómo introducimos
las voces de nuestros colegas?, ¿qué adjetivos, sustantivos, verbos debemos usar?, ¿por qué?
(Cassany, 2007: 41)
El escrito especializado tiende a esconder a los interlocutores y a usar sobre todo la tercera
persona. Por un lado, omite a menudo al lector. Por otro lado, el autor a menudo se esconde detrás
de las formas impersonales como se suele entender, se dice o se opina, circunloquios como el autor
cree, según el autor, para evitar los creo que o en mi opinión que parecen demasiado “subjetivos”.
También es frecuente el denominado plural de modestia, el nosotros que solo abarca a un autor
individual. (Cassany, 2007: 42).
La voz del autor, como propone Cassany en el siguiente ejemplo, se puede oír en  otros lugares de
manera más sutil:
Es un tratamiento largo.
Es un buen tratamiento.
Es un tratamiento intravenoso.
¿Qué frase es más objetiva? La tercera, diremos todos. Porque la primera depende de una
referencia implícita. ¿Cuánto dura un tratamiento?, ¿una semana?, ¿un mes?, ¿medio año? Y quizá no
haya ningún acuerdo claro. Lo que es largo para un especialista puede ser normal para otro. Por
tanto allí de deja escapar el punto de vista del autor y es subjetivo (Cassany, 2007: 44).
¿Dónde encontramos nuestras huellas como autores del texto? En los sustantivos, que esconden
juicios de valor (el “descamisado, el villero, el la botinera, la rutina, mamotreto), en palabras con
sufijos apreciativos (mujerzuela, vivillo, jefesucho, hallazguito, amigazo), en las metáforas, los
adjetivos con más o menos carga subjetiva (los que describen propiedades empíricas –
soltero/casado-, los valorativos –mucho/poco, barato/caro), en los verbos
(hace/interviene/avasalla, pregunta, curiosea, inquiere, se entromete), en los adverbios
(obviamente, lamentablemente).
También solemos usar atenuantes e intensificadores para cumplir con determinados propósitos a
través del texto. Por ejemplo, “en la prosa científica debemos usar un estilo humilde para fomentar
el diálogo con los colegas, pero otras veces hay que destacar la importancia de la investigación sin
ser arrogantes, interpretar resultados que no son concluyentes o criticar las investigaciones previas”
(Cassany, 2007: 46).
Para esos casos, vienen a socorrernos los atenuantes o mitigadores y los intensificadores o
enfatizadores. Los primeros permiten rebajar una afirmación. Por ejemplo valoramos positivamente
estos resultados / podríamos valorar bastante positivamente estos resultados. Matizamos la
primera oración con un verbo modal (poder), el tiempo condicional y el adverbio (Cassany, 2007:
46).
O usamos intensificadores que permiten fortalecer una afirmación, incrementar su rotundidad o
blindarla de posibles críticas. Expresan la convicción del autor sobre lo que dice, su certidumbre y
su solidaridad con la audiencia. Los resultados aportan claros valores positivos / la valoración
claramente positiva de los resultados …(+ predicado) (Cassany, 2007: 46).
¿Conviene evitar estas expresiones?, nos preguntamos con Cassany. “Si y no. Es imposible
esconder todos los rasgos de subjetividad. Es más inteligente tomar conciencia de ellos e intentar
gestionarlos. Ser explícitos cuando nos convenga dar una opinión, o evitar los referentes implícitos o
imprecisos y las connotaciones coloquiales cuando pretendamos describir hechos de la manera más
empírica posible”. (Cassany, 2007: 45).
Estos recursos permiten ser cautos, decididos, humildes, seguros o premeditadamente imprecisos,
según sea el caso. El autor debe decidir siempre cómo conviene hacerse presente, de acuerdo –otra
vez, sí- con la situación de comunicación.

Como autores de nuestros textos ¿podemos pasar desapercibidos a los ojos de nuestros lectores?

El autor siempre deja rastro.

la técnica es independiente de los autores.

ACTIVIDAD MÓDULO I
Ya vimos algunos elementos que deberían estar disponibles en nuestra mesa de escritura, y también
repasamos que cada uno cuenta con los que puede o los que quiere.
En esta instancia, antes de seguir, les proponemos que describan cómo se compone generalmente la mesa de
escritura de cada uno. Esa mesa puede variar de acuerdo con el tipo de texto que deban producir. Sería
interesante que señalen esas diferencias.

En este ejercicio sencillo, ya pondremos en juego ciertos aspectos de la redacción que profundizaremos más
adelante, como la función del lenguaje (en el caso de la descripción puede ser informativa o expresiva), la
estructura del texto y la riqueza y organización de las ideas. ¡No se preocupen! No evaluaremos estas
decisiones ahora, pero las tomaremos en cuenta para comenzar a señalar potencialidades de sus escritos o
dificultades que hagan necesario apuntalarlos.

En este curso tratamos de trabajar en taller, haciendo aportes entre todos a las producciones de todos. En un
marco de respeto hacia la producción ajena, y de gratitud por la generosidad de quien aporta sus opiniones en
relación con el trabajo propio, interactuaremos como estrategia de aprendizaje. Y les aseguro que será un
placer.

Adelante… 

También podría gustarte