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CONTRA LA MENTIRA

SAN AGUSTIN.

Existen dos obras en las que San Agustín hace un estudio sistemático sobre la mentira: “De
mendacio y Contra mendacium”. La primera obra denominada “La Mentira”, la escribe
poco antes de ser nombrado obispo de Hipona (395 d.C.); y es una investigación que él
hace sobre la naturaleza del mentir. La segunda obra denominada “Contra la Mentira”, la
escribe en el año 420 d.C, esta obra va dirigida al obispo Consencio, de origen español, a
quien le plantea la delicada cuestión del mentir para convertir a alguien 1. Otro escrito donde
San Agustín habla del falso testimonio, lo encontramos en “El decálogo”, una doctrina que
la dedico a dos largos sermones2. En el octavo mandamiento: “No darás falso testimonio
contra tu prójimo” (Ex. 20, 16), San Agustín, prohíbe el falso testimonio, y lo compara con
la plaga de la langosta, una plaga que destruye todo el cultivo. Afirma: “el falso testigo
hace daño mordiendo y consume mintiendo”.3

La definición de mentira de San Agustín suele ser considerada la definición de la mentira


por excelencia.4 En primer lugar es necesario constatar que existe un estrecho paralelismo
entre las definiciones de mentira que encontramos respectivamente en el De mendacio y en
el Contra mendacium:

Def.1- “Por tanto, decir una cosa falsa con la determinada intención de engañar, es una
mentira5”

Def. 2-“Mentira es la significación de una cosa falsa unida a la voluntad de engañar6”

La definición del Contra mendacium se considera la definición agustiniana clásica, en base


a la cual se pueden descomponer dos características de la mentira: (I) la falsa significación
y (II) la voluntad de engañar7. Aspectos en los cuales profundizaré a continuación, después
de ubicarnos en el contexto en el que fue escrita.

La obra Contra la Mentira, se escribe en un contexto, en donde está tomando mucha fuerza
el movimiento ascético de Prisciliano. Los escritos muestran que el obispo Consencio, está

1
GRAMIGNA Remo, La mentira en San Agustín, 46.
2
Sobre los sermones de San Agustín Pierre-Patrick VERBRAKEN, Études critiques sur les sermons
authentiques de saint Augustin, Martinus Nijhoff, La Haye 1976. Contiene, sermón por sermón, referencias a
las ediciones críticas y a la datación.
3
SAN AGUSTÍN, De decern plagis, p. 88.
4
Vecchio, 200:848.
5
De mendacio. IV, 5.
6
Contra Mendacium XII, 26.
7
GRAMIGNA Remo, La mentira en San Agustín, 46.
muy preocupado porque en su iglesia, hay católicos negligentes, y además hay herejes
ocultos.

En la presentación de la obra se percibe que San Agustín desde su faena de obispo,


mantiene una asidua comunicación con el obispo Consencio, por medio de
correspondencias, a través del buen siervo de Dios, Leonas. “Y el obispo, en una de sus
cartas le había preguntado expresamente, si para un cristiano católico es admisible hacerse
pasar por un adepto de Prisciliano, con la finalidad de infiltrase entre los priscilianistas, los
cuales, a su vez, se escondían con mentiras y engaños”.8 Para dar respuesta a esta cuestión,
San Agustín escribe la obra Contra la Mentira, que consta de XXI capítulos, en los cuales,
él expone sus argumentos, sustentándolos con pasajes bíblicos; y a la vez, orienta al
obispo, sobre la manera como se debe obrar en este caso.

Sobre la cuestión de que “si es lícito mentir en el ámbito religioso 9”, San Agustín le dice,
que de hecho, si es necesario descubrir aquellos herejes para enseñarles la verdad, o al
menos convencerlos de su error y, así, se impide que puedan dañar a otros. Le afirma que
su tarea como obispos consiste en destruir la mentira, o que nadie caiga en ella, y lograr que
triunfe la verdad divina. Insiste, que no se puede corregir una mentira con otra mentira, la
mentira nunca será buena, así se tengan buenos propósitos, o sea una táctica para convertir
a alguien10.

Insiste además, que si los priscilianistas se han atrevido a hacer de la mentira un dogma
para ocultar lo que ellos creen. Y que para justificarla, citan testimonios de las Escrituras,
exhortando a los suyos a mentir según el ejemplo de los patriarcas, los profetas, los
apóstoles y los ángeles. ¡Y hasta osan añadir que también el mismo Cristo, el Señor, obró
así! No, no hay que seguir sus tácticas. Más bien hay que defender la verdadera doctrina de
los mártires, hay que ser maestros de la verdad frente a los mentirosos. Puesto que, este
error priscilianista deshonra a los mártires cristianos, que sostuvieron con firmeza lo que
está escrito y en su boca no hubo mentira. Os pide, que se debe aborrecer toda clase de
mentiras, sin distinción. Ya que, toda mentira es contraria a la verdad, las dos son
totalmente opuestas entre sí. Y le invita a amar la verdad, y a odiar la mentira11.

“San Agustín, clasifica la mentira de la siguiente manera: el primer caso, es que, si bien
existen mentiras con la intensión de engañar, en nada dañan al que las cree, aunque sean
dañinas para el que las dice. El segundo caso, es que, si alguien miente, en lo que atañe a la
doctrina de Cristo, de modo que quien lo crea venga a convertirse en hereje, tanto más daño
se hace a sí mismo el que miente, cuanto más miserable hace a aquel que le cree. Frente a

8
GRAMIGNA Remo, La mentira en San Agustín, 46.
9
GRAMIGNA Remo, La mentira en San Agustín, 46.
10
Contra la Mentira, Presentación del tema, Cap. I.
11
Contra la Mentira, El error priscilianista deshonra a los mártires, Cap. II.
esto, existe una gran responsabilidad cuando se miente contra la doctrina de Cristo, puesto
que se mata el alma del que cree la mentira. Recalca que nadie se aparta de la norma
católica, por creer católico a un hereje que profesa engañosamente los dogmas católicos,
pues lo cree católico, y, por eso, no le hace daño. Ahora bien, cuando los priscilianistas
enseñan su herejía, el que les cree y la juzga verdadera, se hará partícipe de su error y de su
condenación.

Según Agustín, lo más peligroso es que los católicos mientan para captar a los herejes, que
el mismo hecho de que mientan los herejes para ocultarse ante los católicos. Porque el que
cree a los católicos, que fingen lo que no son, o se hace hereje o se confirma en su herejía;
en cambio, el que cree a los herejes, que mienten para ocultarse, no deja de ser católico.
Para Agustín el mal de la mentira es tan grande que, aun si hay un empeño, de captar a los
herejes por medio de la mentira y cambiarlos, y este prosperase de modo que se los captase
y se los cambiase, ninguna ganancia puede compensar este daño”12.

Agustín manifiesta, que la mentira destruye la fe, porque cada hermano se convierte en
sospechoso, para cada hermano. Y, así, mientras se pretende enseñar la fe por medio de la
mentira, se consigue que nadie tenga fe en nadie. Y si, además, mentir es hablar contra
Dios, entonces se trata de un mal tan impío que hay que evitarlo por encima de todo.13

San Agustín indica, que la mentira priscilianista es más tolerable que la católica, porque el
priscilianista tiene la ceguera de opinar falsamente, pero, al menos, tiene el deseo de decir
la verdad; mientras que el católico ve la verdad en su interior, pero miente voluntariamente.
Que cuando los católicos quieren aparentar ser priscilianistas, dicen dos cosas falsas: que
son priscilianistas y que el alma es parte de Dios. Sin embargo si algún día los priscinalistas
se convierten a la fe católica, podrán consolarse a sí mismos porque pueden decir lo que
dijo el Apóstol: “Primero fui blasfemo, pero he alcanzado misericordia de Dios, porque “no
sabía lo que hacía” (1 Tm 1:13). Pero, al contrario, cuando un católico blasfema, porque
quiere pasar por hereje, nunca podrá decir: no sabía lo que hacía14.

“Agustín aconseja al obispo, de que el fin no justifica los medios, le dice, que el Señor
siempre ofrece caminos, cuando tiene misericordia, para que se llegue a su descubrimiento.
Le hace ver, que para lograr la conversión de los priscilianistas se la consigue más fácil si
se destruye su peligroso error con verdaderos debates. Le invita a que realice escritos
saludables, en los que se destruya la perversidad prisciliana, escritos que deben ser
difundidos cada vez más entre los católicos, los divulgarán los obispos en sus alocuciones
al pueblo, al igual que todos los estudiosos entusiasmados del celo divino.

Le dice que hay que tener en cuenta lo que dijo Jesús, cuando anuncia, que vendrán
muchos a vosotros vestidos con piel de oveja, pero en el interior son lobos rapaces; a
12
Contra la Mentira, Las mentiras católicas más perniciosas que las priscilianistas, Cap. III.
13
Contra la Mentira, La mentira destruye la fe Cap. IV.
14
Contra la Mentira, La mentira priscilianista, más tolerable que la católica, Cap. V
quienes se les puede conocer por sus frutos. Le insiste que las mentiras hay que evitarlas
con la verdad, desenmascararlas con la verdad y aniquilarlas con la verdad. Que es peor lo
que se hace con una mentira que lo que trata de evitar.

Trae como ejemplo la negación del apóstol Pedro, la cual es una negación que se mantuvo
dentro la verdad, mientras profirió al exterior una mentira. Y, si no, ¿por qué disolvió con
sus lágrimas lo que había negado con su boca, si bastaba para la salvación lo que creía de
corazón? ¿Por qué, pues, mientras hablaba la verdad en su corazón, castigó con un llanto
tan amargo la mentira que dijo con la boca, sino porque vio que era una ruina, puesto que
con el corazón se cree para la justicia, pero con la boca se confiesa para la salvación? Caso
contrario ocurre con los herejes priscinalistas dicen la verdad con su boca, pero no en su
corazón. Y por eso se les ha de distinguir de aquel del que se ha dicho que dice la verdad en
su corazón. Aquel que habla la verdad en su corazón, no tiene engaño en su lengua (Sal
15:2)

Agustín sigue insistiendo, en que hay que hablar con la verdad con nuestro prójimo, porque
“somos miembros del cuerpo de Cristo” (1 Cor 12, 27). Además trae el ejemplo del
samaritano extranjero que se hizo prójimo de aquel al que hizo misericordia (Lc 10 25-37).
De acuerdo con este último ejemplo, le exige, que se debe tener por prójimo y no por
extraño a todo hereje para que no siga siendo extraño. También le menciona, que en el
tiempo de los apóstoles algunos predicadores fueron tolerados aun cuando anunciaban la
verdad con espíritu insincero, pero nunca se alabó a nadie por anunciar, con recta intención,
la mentira. Así pues, de muchos modos se puede rastrear el camino de los herejes ocultos
sin vituperar la fe católica ni glorificar la impiedad herética.

Vuelve y reitera, que lo que se hace de palabra se hace también con un miembro, porque la
lengua es un miembro con el que se hace la palabra, y ninguna acción nuestra se da a luz
con un miembro si no ha sido concebida antes en el corazón. Por tanto, no está libre de
culpa el alma cuando realiza algún acto en ese sentido, dado que eso no se haría si el alma
no decidiese hacerlo.

Afirma que las acciones humanas, serán buenas o malas según las causas que tengan. Pero
cuando las obras humanas son pecados, nadie puede decir que fueron hechas por buenos
motivos, o que estas obras son pecados justos. Testifica que las obras que han sido hechas
por causas buenas nunca se han de tener por malas. Insiste nuevamente, en que no es lícito
entregar a los fieles católicos como arma de iniquidad al pecado, utilizando la artimaña de
la mentira para desenmascarar a los Priscinalistas ocultos.” 15

Asegura, que la buena intención disminuye el pecado, son menos graves los pecados que se
hacen por realizar una obra de misericordia, pero, aquí no se trata de saber qué pecado es

15
Contra la Mentira, El fin no justifica los medios, Cap. VI y VII.
más leve o qué pecado es más grave, sino de qué cosas son pecados y cuáles no. Nadie
debe, decir que debió pecar, cuando consta que ha pecado, pero se puede decir si se debe
perdonar o no, cuando se ha cometido pecado de esta o de la otra manera16.

“Agustín acude a dos (2) casos bíblicos donde aparentemente se muestran sucesos de
pecados de compensación: menciona el caso de Lot padre de dos hijas, que cuando los
sodomitas, en un abominable ímpetu de lujuria, se precipitaron sobre sus huéspedes. Dijo:
“Tengo dos hijas que no han conocido varón, os las sacaré a vosotros, y haced con ellas
como os plazca, pero a estos varones no les hagáis mal alguno, porque se acogieron a la
sombra de mi techo” (Gn 19, 8-9). Manifiesta que horroriza ver el crimen que pretenden
cometer los sodomitas contra los huéspedes de aquel santo varón, y que aquel justo varón
prefirió que esta maldad se cometiese contra sus hijas que contra sus huéspedes. Y esto no
solo lo deseó interiormente, sino que lo manifestó de palabra y lo hubiera cumplido de
hecho si aquéllos lo hubieran aceptado.

Agustín explica que metidos en este laberinto por el cual tuvo que pasar Lot, que un
hombre puede pecar menos para que otro no peque más; los otros nunca se abstendrían de
pecar más, a condición de que nosotros pecáramos, aunque fuera algo menos. Entonces
estaríamos totalmente al arbitrio del enemigo, que podría decirnos: Si tú no cometes este
pecado, yo cometeré otro mayor, si tú no perpetras este crimen, yo cometeré otros muchos.
Y, así, parece que deberíamos admitir el crimen, si queremos abstenernos del crimen. Dice
que pensar de este modo, es volvernos locos. A lo cual insiste, que lo único que se debe
cuidar para evitar el castigo, es el propio pecado, y no el ajeno, porque el alma que peca,
muere. Sigue insistiendo en que no se debe cometer pecado, por mucho que horrorice el
pecado ajeno. Pues, por mucha diferencia que exista entre el pecado personal y el pecado
ajeno, el personal será siempre es personal y el ajeno será siempre ajeno. E insiste además,
que cuando leemos estas cosas en las Santas Escrituras, no debemos pensar que porque
creemos que así se han hecho, así las debemos hacer, no sea que vayamos a violar los
preceptos por imitar, servilmente, los ejemplos.

El segundo caso que expone, se trata del impulso que tuvo el rey David de matar a Nabal,
aunque después inducido por la clemencia no lo hizo (1 Samuel 25, 1- 43). Al santo rey
David, justamente se le pudo decir que no debió haberse encolerizado ni siquiera contra el
ingrato que le devolvía mal por bien. Pues aunque, como humano, la ira le sorprendió, no
debió imponerse tanto que llegase a jurar lo que no podía hacer sin ser un despiadado, ni
dejar de cumplir sin ser un perjuro. Pero, ciertamente, de ningún modo se puede decir
correctamente que David debía haber jurado hacer lo que después vio que no debía hacer.
A lo que Agustín añade, que no todo lo que los santos y justos varones han hecho
legítimamente, hay que tenerlo como norma de costumbres. E invita a que hay que
considerar las palabras del Apóstol Pablo: “Hermanos, aunque, ofuscado, alguien cometiese
algún delito, vosotros, que sois espirituales, instruidle con espíritu de mansedumbre; fíjate
16
Contra la Mentira, La buena intención disminuye el pecado, Cap. VIII.
en ti mismo, no sea que también tú seas tentado” (Ga 6, 1). Ofuscaciones son esas
situaciones en las cuales se delinque, ya porque no se ve qué es lo que se debe hacer, ni el
momento apropiado, o, si es que uno lo ve, es vencido, de modo que se comete el pecado,
ya sea porque se oculta la verdad, o porque empuja la debilidad.”17

Agustín sostiene, que lo que más perturba, en todas nuestras acciones, aun a los hombres
de bien, son los pecados de compensación, de manera que ni siquiera se juzgan como
pecados. Que hasta la mentira se ha impuesto en la opinión de la gente, de tal modo que
cuando alguien miente para utilidad de otro, o para no dañar a otro, se cree incluso que son
buenas. Añade además, que la verdad no solamente se la oculta al mentir, sino también al
callar. Trae el ejemplo de Jesús que tampoco mintió cuando dijo: “Tengo muchas cosas que
deciros, pero todavía no estáis preparados para recibirlas” (Jn 16, 12). Jesús calló cosas
verdaderas, porque observo que sus discípulos no estaban preparados para oírlas, pero
nunca dijo cosas falsas. E insiste que por estos motivos Jesús es un gran ejemplo de
autoridad.

Indica, que existen hombres de bien, que se apoyan en los ejemplos de las Santas
Escrituras, para justificar el hecho de mentir; y citan pues, el ejemplo de Abrahán, quien
llamó a Sara su “hermana y no su mujer” (Ge 20, 3-7). Esto lo confirmó al que se la había
quitado cuando se la devolvió, al responderle diciendo: Efectivamente, es hermana mía de
padre, no de madre, es decir, por línea paterna, no materna. Por tanto, calló algo verdadero,
no dijo algo falso; calló que era su mujer y dijo que era su hermana. Esto hizo también su
hijo Isaac, pues sabemos que también él tomó por esposa a una pariente. También en la
biblia se habla, que Jacob utilizó a su madre para despojar a su hermano mayor de la
primogenitura, y según parecía, engañar a su padre (Ge 27, 5-10), pero si se examina con
sinceridad y diligencia, las Santas Escrituras, no se trata de una mentira, sino, más bien, de
un misterio.

Dado los anteriores ejemplos, enfatiza, que si bien la biblia presenta acontecimientos que
no se pueden tomar al pie de la letra, y que se usan para significar otras cosas, no se les
puede llamar como mentiras. Sino que más bien, hay que tener presente que en la biblia
existen palabras y acciones proféticas que apuntan a la comprensión de otras verdades.
Esas verdades se ocultan bajo velos simbólicos para estimular el espíritu del piadoso
investigador, de tal manera que no se envilezcan al presentarse desnudas y evidentes.

Agustín le exige al obispo, que haga todo lo posible, para vencer a los priscilianistas, le
insiste, que más que descubrir a los mentirosos, hay que destruir las falsedades que están
ocultas en sus corazones. Que hay que aniquilar ese dogma que afirma que las personas
piadosas deben mentir, para ocultar sus sentimientos religiosos. Agustín le suplica, que se
apresure en destruir este dogma impío e infame que pretenden fundamentar con testimonios

17
Contra la Mentira, Pecados de compensación. Dos casos bíblicos, Cap. IX.
tomados de la Escrituras, en los que parece que no solo se ha de perdonar y tolerar la
mentira, sino que se la debe honrar. Esto es lo primero que hay que combatir de ellos.”18

Agustín, expone tres principios que debe poner en práctica para combatir el priscilianismo.
Le indica al obispo, que en primer lugar, hay que demostrar, que algunas cosas que parecen
mentiras, en las Escrituras, no son lo que se piensa, si se entienden rectamente En segundo
lugar, sí, en las Escrituras, hay alguna mentira manifiesta, no se debe imitar. Y en tercer
lugar, contra la opinión de todos los que piensan que pertenece al oficio de hombre bueno
el mentir alguna vez, se ha de mantener, por encima de todo, que, en la doctrina de la
religión, nunca se debe mentir19.

Para demostrar el primer principio, indica que hay que analizar que los herejes encuentran
en los libros proféticos y no en los libros del Nuevo Testamento, sus seudo-ejemplos de
mentiras. Ellos siempre citan sucesos de los libros del Antiguo Testamento que se han
escrito en sentido figurado. Pero no citan sucesos de los libros del Nuevo Testamento,
puesto que allí, no se encuentra a nadie que mienta, ni alguien que autorice la libertad de
mentir. En consecuencia, los priscilianistas no nos pueden proponer, ningún hecho, ni dicho
apostólico como ejemplo de mentira, para que sean imitados20.

Agustín insiste, que ninguna mentira es justa; que más bien hay que decir, que existen
pecados graves y que existen pecados leves; pero decir que hay pecados justos e injustos,
es absurdo en la boca de los cristianos. Cita dos textos del apóstol Juan: “Todo el que
comete pecado, obra la iniquidad, pues el pecado es iniquidad” (Juan 3, 4). “Ninguna
mentira viene de la verdad” (1 Jn 2:21). Y concluye que tanto el pecado, como la mentira
son injustos21.

Agustín reconoce, que el que nunca miente, se acerca mucho a la justicia, porque obra con
la intención de beneficiar a otro, sin dañar nadie, y que hay que alabar su conducta por esa
esperanza que ofrece su inclinación de ánimo. Pero eso, de que un hombre honrado alguna
vez puede mentir para salvar a otro, la respuesta es no: “Ninguna mentira puede venir de la
verdad” (1 Jn 2:21). Puesto que muchos hombres que nos antecedieron y que están en la
ciudad eterna, siempre nos hablaron con la verdad. Si a estos hijos de la Jerusalén santa,
como humanos que son, se les desliza alguna mentira, piden humildemente perdón y no
esperan recibir, por eso, la gloria22.

Con relación a los casos analizados de las Escrituras, Agustín insiste, que aunque la
mentira, envuelva cierta significación profética, no puede ofrecerse, prudentemente, como
un ejemplo a imitar. Aunque Dios le haya premiado de manera memorable el bien que hizo
18
Contrala Mentira, Los casos de Abraham y de Jacob, Cap. X.
19
Contrala Mentira, Tres principios para combatir el priscilianismo, Cap. XI.
20
Contrala Mentira, Aplicación del primer principio, Cap. XII.
21
Contrala Mentira, Ninguna mentira es justa, Cap. XV.
22
Contra la Mentira, ¿Puede un hombre honrado mentir por salvar a otro?, Cap. XVI.
y haya perdonado, misericordiosamente, su pecado. Y si alguna vez nos sorprenden, como
cualquier otro pecado, no hemos de intentar justificarlas, sino que hemos de pedir perdón23.

“Agustín indica, que vivimos entre hombres, que para nada les turban los pecados de
compensación. Que él se sorprende, cuando se le dicen: he aquí un enfermo oprimido por
una grave enfermedad, con la vida en peligro, sus fuerzas no podrían soportar si se le
anuncia que su hijo único y queridísimo ha muerto, y te pregunta si vive aquel cuya vida tú
sabes que ha terminado. A lo cual, San Agustín añade, que de todas maneras el enfermo
creerá que ha muerto, porque se da cuenta, que hay un cierto temor por decírselo. Pero aquí,
lo único verdadero, es que: ha muerto, perturbaría al enfermo de tal modo que le
sobrevendría la muerte, y se oiría un clamor de que tú le has matado.

Agustín señala, ¿Y quién soportará a los hombres exagerando el gran mal que es negarse a
decir una mentira saludable y preferir la verdad homicida?, añade que estos extremos le son
conmovedores, pero por una sabia admiración; que en estas situaciones, él, se pone ante los
ojos de Jesús, de cuya boca nada falso procede, ni hay sombra de mentira. Que ante estos
hechos, hay que recordar que somos el buen olor de Cristo en todo lugar, así para los que se
salvan como para los que se pierden. Pero, como somos hombres, también nos supera y
fatiga muchas veces, estos problemas y contradicciones, el sentido humano. Por eso añadió
también el Apóstol: Mas para este ministerio ¿quién será idóneo? (1 Tim 3: 5)”24

Dice que existe un riesgo más lamentable, que el mismo consentimiento de mentir, al
preguntarnos por la vida del hijo, para conservar la salud de dicho enfermo. Dice que
crecerá el mal, sin darnos cuenta, de manera paulatina. Y disimuladamente se llegará a
constituir un montón de mentiras infames que no podremos parar, ni hallar modo de
contener, como si intentásemos combatir una gran peste con unos remedios mínimos.
porque, para retrasar un poco la muerte de un hombre mortal, no solo quieren que
mintamos, sino también que perjuremos, ¿quieren que tomemos en vano el nombre de
Dios? Y hasta hay entre ellos sabios, que establecen y fijan reglas sobre cuándo se debe y
cuándo no se debe perjurar, esto no se puede justificar. Agustín añade, que esto es lo que él
sabe: que, incluso, el que enseña que conviene mentir, quiere ser tenido por maestro de la
verdad. Pero contra esto clama el apóstol Juan: “Ninguna mentira puede venir de la verdad”
(1 Jn 2:21). No es, pues, verdad que alguna vez se pueda mentir, y lo que no es verdadero
no se puede aconsejar a nadie en absoluto.

Agustín sostiene, que es cierto que se toleran muchas cosas a la debilidad humana, que no
están de acuerdo con la auténtica verdad. Pero en todo caso, nunca se ha de llegar al
extremo de permitir que las mentiras se conviertan en blasfemias y perjurios. Pues nunca es
adecuado pretextar una causa por la que se deba blasfemar de Dios. Y en definitiva, el que
afirma que se debe mentir por salvar la salud temporal de un hombre, y hasta llega a decir

23
Contra la Mentira, Conclusión de los casos analizados, Cap. XVII.
24
Contra la Mentira, ¿Si se ha de mentir al enfermo o la verdad es homicida?, Cap. XVIII.
que, por ese motivo, se puede blasfemar o perjurar, se descarría totalmente del camino de la
salvación y la vida eterna25.

Agustín exhorta que no se puede mentir, ni por la salvación eterna del hombre. Por
ejemplo, en caso, que un hombre sin bautizar se encuentra en manos de unos impíos
infieles, y al que no se puede llegar, para bautizarlo y regenerarlo, a no ser mintiendo para
engañar a sus guardianes. Ante este odiosísimo clamor, que nos quiere obligar a mentir, por
la salud eterna del hombre, “hay que refugiarse en la Verdad”. La verdad enseña, que ni
para conseguir bautizar a un hombre, debemos hacer lo que es contrario a la castidad. Pues
un buen hijo, se abstiene tanto de la mentira, como del pecado. La verdad de Dios siempre
prevalece sobre mi mentira, así dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a
nosotros mismos. Pero, si nada falso sale de la boca, se vivirá conforme a la gracia de la
que se dijo: “El que ha nacido de Dios no peca” (1 Jn 3:9).26

Al final, Agustín sugiere, que se han de evitar las mentiras obrando rectamente, o se han de
confesar haciendo penitencia. Al que cree que ha de socorrer a alguien, con alguna mentira,
por peligro en su salud temporal o eterna, al menos hay que convencerle, que no debe, por
ningún motivo, perjurar ni blasfemar; pues estos pecados son más graves que los impuros,
porque ponen a Dios por testigo falso de su mentira. Lejos, pues, del cristiano renegar o
blasfemar de Cristo para conseguir que otro se haga cristiano. Busque al que se pierde para
encontrarlo, pero sin perjurios esas cosas que lo echarán a perder una vez encontrado27.

Conclusiones finales

Como podemos ver, en este tratado, Agustín expresa claramente el concepto de mentira
como: “decir una cosa falsa con la determinada intención de engañar” 28 Para Agustín, la
mentira es contraria a la verdad, las dos son totalmente opuestas entre sí. 29 Ninguna mentira
es justa, puesto que “ninguna mentira viene de la verdad” (1 Jn 2:21), tanto el pecado,
como la mentira son injustos30. No es, pues, verdad que alguna vez se pueda mentir, y lo
que no es verdadero no se puede aconsejar a nadie en absoluto. Añade además, que la
verdad no solamente se la oculta al mentir, sino también al callar. Trae el ejemplo de Jesús
que tampoco mintió cuando dijo: “Tengo muchas cosas que deciros, pero todavía no estáis
preparados para recibirlas” (Jn 16, 12)31.

Agustín descompone la mentira en dos (2) características: “(I) la falsa significación y (II)
la voluntad de engañar. Con relación a la primera característica él dice, que, el
priscilianista habla falazmente porque tiene la ceguera de opinar falsamente, pero, al
25
Contra la Mentira, No se puede mentir por la salud temporal de nadie, Cap. XIX.
26
Contra la Mentira, No se puede mentir ni por la salvación eterna del hombre, Cap. XX.
27
Contra la Mentira, Cap. XXI.
28
De mendacio, IV, 5.
29
Contra la Mentira, Cap. II.
30
Contra la Mentira, Cap. XV.
31
Contra la Mentira, Cap. X.
menos, tiene el deseo de decir la verdad. Con relación a la segunda característica él dice,
caso contrario ocurre con el católico porque él ve la verdad en su interior, y por ende tiene
la voluntad de engañar. De ahí que la mentira priscilianista sea más tolerable que la
católica. A lo que añade, si algún día los priscinalistas se convierten a la fe católica, ellos
podrán consolarse a sí mismos, porque pueden decir lo que dijo el Apóstol: “Primero fui
blasfemo, pero he alcanzado misericordia de Dios, porque no sabía lo que hacía” (1 Tm
1:13). Pero, al contrario, cuando un católico blasfema, porque quiere pasar por hereje,
nunca podrá decir: “no sabía lo que hacía”32.

Agustín es muy enfático en decir que “no se puede corregir una mentira con otra mentira”
33
, y por eso no es lícito entregar a los fieles católicos como arma de iniquidad al pecado,
utilizando la artimaña de la mentira para desenmascarar a los Priscinalistas ocultos.” 34 Que
es peor lo que se hace con una mentira que lo que trata de evitar 35. Agustín insiste, que
aunque la mentira, envuelva cierta significación profética, no puede ofrecerse,
prudentemente, como un ejemplo a imitar. Quién miente como un hombre, peca como un
hombre.36 Nunca se ha de llegar al extremo de permitir que las mentiras se conviertan en
blasfemias y perjurios.37 Se han de evitar las mentiras obrando rectamente o se han de
confesar haciendo penitencia.38 La verdad de Dios siempre prevalece sobre mi mentira.39

Con todos estos argumentos, queda claro, que por ningún motivo se puede mentir. No se
puede mentir, porque las mentiras deshonran a los mártires cristianos, quienes sostuvieron
con firmeza lo que está escrito y en su boca no se encontró mentira 40. No se puede mentir
porque un católico, nunca podrá justificar: que “no sabía lo que hacía” (1 Tm 1:13) 41. No se
puede mentir, porque la mentira destruye la fe, puesto que al obrar con mentiras, se
consigue que nadie tenga fe en nadie 42. No se puede mentir, así, existan causas buenas, el
fin no justifica los medios; porque las obras que han sido hechas por causas buenas, nunca
se han de tener por malas43. No se puede justificar la mentira, así las Escrituras muestren
algunos sucesos en sus relatos más antiguos, porque hay verdades que se ocultan bajo el
lenguaje simbólico44. No se puede mentir, así nos horroricen los pecados ajenos, porque se
corre el riesgo de perder el alma 45. No se puede mentir, porque la mentira conlleva a
32
Contra la Mentira, Cap. V.
33
Contra la Mentira, Cap. I.
34
Contra la Mentira, VII.
35
Contra la Mentira, Cap. VI.
36
Contra la Mentira, Cap. XX.
37
Contra la mentira, Cap. XIX.
38
Contra la Mentira, Cap. XXI.
39
Contra la Mentira, Cap. XX.
40
Contra la Mentira, Cap. II.
41
Contra la Mentira, Cap. V.
42
Contra la Mentira, Cap. IV.
43
Contra la Mentira, Cap. VI.
44
Contra la Mentira, Cap. X.
45
Contra la Mentira, Cap. IX.
perjurar y a blasfemar de Dios46. No se puede mentir, ni por socorrer a alguien, por peligro
en su salud temporal o eterna, porque “ninguna mentira puede venir de la verdad” (1 Jn
2:21),47 y porque “el que ha nacido de Dios no peca” (1 Jn 3:9) 48. No se puede mentir,
porque somos el buen olor de Cristo, de cuya boca nada falso procede, ni hay sombra de
mentira.49

BIBLIOGRAFIA

46
Contra la Mentira, Cap. XVIII.
47
Contra la Mentira, Cap. XVI.
48
Contra la Mentira, Cap. XX.
49
Contra la Mentira, Cap. XVIII.
GRAMIGNA, Remo. La mentira en San Agustín. Versión electrónica: designisfels.net., pp
45-55. Recuperado de: https://ddd.uab.cat/pub/designis/designis_a2016m7-
12n25/designis_a2016n25p48.pdf

LLUCH BAIXAULI, Miguel. El decálogo en los escritos de San Agustín. Pdf. Recuperado
de: https://revistas.unav.edu/index.php/anuario-de-historia-
iglesia/article/download/24522/20764/

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