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INSTITUTO ARGENTINO DE FORMACIÓN PROFESIONAL

Y CAPACITACIÓN LABORAL BALCARCE


Inscripto en REGICE Nº 192073 – Secretaría de Empleo y Capacitación del
Ministerio de Trabajo de la Nación - Capital Federal – Bs. As. –Argentina

Surgimiento del Acompañamiento terapéutico.


HISTORIA, fundamentos

INTRODUCCION
La necesidad de compañía y estimulación humana es algo
que se ha reconocido desde tiempo inmemorial. En la
mayoría de las culturas existe la costumbre de que los
afligidos por enfermedades, muertes o desgracias, reciban
ánimo y apoyo de parientes, amigos, vecinos o incluso
extraños que puedan permanecer con esa persona hasta que
recupere su entereza. Ante un desastre o peligro repentino
externo o interno, los adultos con frecuencia aumentan sus
exigencias de otras personas, buscando la proximidad de un
ser conocido y en quien confían, manifestando una conducta
de apego que prolonga de modo directo la de la infancia.
Las teorías psicodinámicas han puesto de manifiesto la
eficacia terapéutica del contacto personal entre el agente
terapéutico y el paciente. Sabemos que la historia antigua
del abordaje de la locura marginó al enfermo de diferentes
maneras con recursos poco terapéuticos, produciendo un
efecto de segregación en los demás; transitando el camino
de la incertidumbre y del encierro, hasta que sucesivas
innovaciones modificaron su abordaje hacia lo familiar y
comunitario. En este encuadre se observó la eficacia del
análisis de los tipos vinculares. Los psicoterapeutas
necesitaron implementar técnicas nuevas ante la demanda
de un contacto personalizado. Entonces, se vieron
necesitados de prescribir Agentes de Salud Mental que
pudieran absorber esta tarea. Así el acompañamiento

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Terapéutico aparece ante las nuevas exigencias que se


plantean en la Psicología Clínica contemporánea.
En 1947, una terapeuta suiza, la Dra. M. A. Sechehaye,
publicó un libro dando cuenta de una de las primeras
experiencias en este tipo de abordaje.
En “La Realización Simbólica”, describió este nuevo método
psicoterapéutico aplicado a su paciente Renée, con
diagnóstico de esquizofrenia, y un pronóstico en el que se
había dado por perdido el caso, ya que los tratamientos
tradicionales fracasaron. Ella logró reinsertar a Renée a la
sociedad, gracias a su interés, constancia, intuición
maternal, afecto, comprensión psicoanalítica, y una gran
disponibilidad de tiempo. Pero , debido a que Renée
necesitaba atención permanente, debió instruir a una
enfermera psicológicamente capaz y entrenada, para que
actuara como auxiliar, permaneciendo con la paciente en
los momentos en que ella no podía hacerse cargo, dando un
parte detallado de las reacciones, y siguiendo
concienzudamente las instrucciones de la Dra. Sechehaye.
Es así como el Acompañamiento Terapéutico comienza
como una necesidad del terapeuta, que por lo general no
puede dedicarle tantas horas a un paciente, y entonces
designa a una persona entrenada y capacitada para la
contención. Su presencia en sí es un acto terapéutico,
entendiéndose por tal: el que “cura”, cuida y alivia. Y en el
cual se va a establecer un vínculo que el enfermo no tuvo
hasta ese momento, y que le posibilitará instaurar una
diferencia, creando nuevos lazas de resocialización.
Acompañar es estar con el otro, compartir.
Etimológicamente: hacerse compañero, compartir el mismo
pan. Sin embargo, no se trata de una relación simétrica, de
igualdad, ni de amistad. Sino que hay una estrategia

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dirigida a una cura, y esto es lo que la diferencia de una


situación no terapéutica, en la que sólo se comparte algo
con el otro. Lo curativo hace que “desaparezcan los
síntomas”, haya un enriquecimiento personal y se adquiera
la tan ansiada capacidad o habilidad para estar solo.  

LA CAPACIDAD DE ESTAR SOLO


Todos tenemos la necesidad primitiva de estar con otros,
desde el comienzo de nuestra vida necesitamos del sostén
materno, de la presencia del otro. El bebé nace con un yo
inmaduro que no tiene defensa, y que está sostenido por el
yo de la madre, que funciona como su medio ambiente
protector. Según Winnicott, a ese yo el niño lo va a ir
introyectando, para luego ser capaza de estar solo sin la
alusión frecuente a la madre o símbolo materno. La base
para adquirir la “capacidad de estar solo”, es entonces una
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paradoja; es la capacidad de estar solo mientras otra


persona se encuentra presente, y que sin una cantidad
suficiente de esta experiencia no puede desarrollarse. Esta
capacidad o habilidad es uno de los más importantes rasgos
de madurez en el desarrollo emocional. Y el acompañante
terapéutico (A. T.), en tanto presta su persona, practica y
vivencia un rol de protección, apoyo, soporte, sostén y
fundamentalmente de contención permanente. Un asistir, o
sea un co-vivenciar el mundo interno del paciente, lo que se
supone una relación y un compromiso emocional con ese
sujeto. Esto constituye el aspecto más primario de la
relación, por eso entronca con el llamado “maternaje”.
Permitiendo así acompañar al paciente en el proceso que va
de su regresión a su individuación.
ROL Y FUNCION
El Acompañamiento Terapéutico constituye un rol de
múltiples funciones: compartir, escuchar, observar, ayudar a
hacer cosas, frenar impulsos, contener, estimular, etc., pero
no interpretar. Y fundamentalmente una función de
maternaje. Es el método menos agresivo de contención a
pacientes descompensados, sólo hace falta recordar: la
exclusión social, las cadenas, el encierro, la convivencia con
delincuentes y vagabundos, latigazos, animalidad, baños de
inmersión con agua fría, duchas por sorpresa, chaleco y
tratamientos eléctricos. Los psicofármacos que fueron una
gran revolución, aparecieron en la época del ’50. Y
contrariamente a la institución custodial, Maxwell Jones
crea la comunidad terapéutica. Antes se alejaba al loco de la
familia y la comunidad, hoy se lo acerca a su ambiente y a su
historia. Se lo reinserta socialmente.

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EN QUE CASOS SE UTILIZA ESTA TÉCNICA


El Acompañamiento Terapéutico tiene que ver con la
jerarquización de la contención humana en pacientes
crónicos y agudos, con quienes los abordajes terapéuticos
clásicos fracasaban.
El A.T. es un agente de salud capacitado para sostener,
cuidar, aliviar y compartir: las ansiedades, angustias y
desequilibrios de enfermos con perturbaciones emocionales,
que han entrado en crisis al no poder generar respuestas
adaptativas, ante situaciones externas e internas que se
presentan en la vida del sujeto, y que desencadenan en
trastornos de la personalidad llevando a situaciones de:
descontrol, crisis, ideas suicidas, actuaciones auto y
heteroagresivas, empobrecimiento del yo, etc., en los
distintos cuadros psicopatológicos: neurosis graves,
borderline, adicciones (drogas, alcohol), psicopatías
descompensadas y psicosis. También en pacientes
psicofísicos y terminales.
Discapacidad. Demencias. Diferentes trastornos. Trabaja
con niños y adultos.

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EL TERAPEUTA Y EL EQUIPO INTERDISCIPLINARIO


Cuando desbordan las posibilidades de contención del
terapeuta, el A. T. va en su representación, funcionando
como un soporte, y siendo un yo auxiliar que brindará un
vínculo distinto a los ya conocidos, con el objetivo de
generar un cambio.
El paciente se debe sentir: cuidado, protegido y apoyado en
una función de maternaje en la que el terapeuta triangula.
El terapeuta, además de indicar el Acompañamiento
Terapéutico(él o el equipo tratante), será el encargado de
establecer las consignas: horarios, tipos de salidas, permisos,
restricciones, riesgos, urgencias, hacia donde apunta el
acompañamiento, cuál es su objetivo y el número de
acompañantes terapéuticos. Será de uno o lo mínimo: para
ampliar el mundo relacional y afectivo del paciente, cuando
la contención se hiciera dificultosa, para ensayar una misma
conducta con distintas personas o diferentes conductas con
la misma.

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El equipo esta constituido básicamente por: un terapeuta


individual, uno familiar, uno o más A. T. y un coordinador de
éstos si fuera necesario.

EL INFORME
Es aconsejable realizarlo al finalizar el acompañamiento o
en el tiempo más breve posible. A veces el intercambio de
información resulta urgente, por ejemplo cuando trabajan
varios A. T. en turnos rotativos de 4 horas a 6 horas, y la

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comunicación se debe hacer en el mismo momento, pero no


en presencia del paciente.
El informe se realiza para: el terapeuta, el coordinador o el
A. T. que sigue. Puede ser oral o escrito. En algunas
instituciones se vuelca en la historia clínica del paciente.
Debe ser esencialmente descriptivo y vivencial.
 SOBRE QUIENES OPERA EL ACOMPAÑANTE TERAPÉUTICO
Se trata de una tarea en la que no sólo se deberá tener en
cuanta la contención individual del paciente, sino también
la de su pareja, familia y grupo circundante, ya que no
solamente se acompaña al enfermo sino también a su
entorno.
El A. T. deberá detectar el “el punto de urgencia” de la
familia o grupo, sin dejar de realizar un trato personalizado.
Por ejemplo: la mucama puede estar necesitando más ayuda
que el resto de los integrantes de la casa en determinado
momento.
FAMILIA Y A. T.
Hoy día, se concibe al paciente no ya como un caso aislado
sino como lo que en realidad es: el emergente de un grupo
familiar enfermo; dejando en evidencia que es imposible
ubicar y encuadrar a la enfermedad psíquica en el exclusivo
plano individual y que para comprenderla, es imprescindible
considerarla dentro del ámbito del grupo constituido por los
seres vinculados al enfermo por lazos familiares.
Para poder realizar la asistencia familiar es importante que
la familia esté motivada, y solamente un desequilibrio
suscita dicha motivación promoviendo:
1) la búsqueda de ayuda ó
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2) la aceptación al ofrecimiento de ayuda


En el grupo familiar se tratará de ver:
a) cómo funciona el paciente dentro de él
b) cómo se dan los roles, ya que la crisis familiar provocada,
hace que se produzcan: redistribuciones y nuevos roles. Es
decir, sus cambios van a generar otros cambios.
Es aconsejable que el A. T. se incluya en esta estructura con
“pie de plomo”, y se gane la confianza de sus miembros.
DONDE SE DESARROLLA EL ACOMPAÑAMIENTO
TERAPÉUTICO
INSTITUCIONAL

 La institución le permite al paciente volcar sus contenidos


patológicos en un marco de más seguridad. A pesar de ser el
lugar de mayor contención, hay pacientes que sin embargo
necesitan también Acompañamiento Terapéutico, por
encontrarse por ejemplo en un período confusional. La
presencia física, el afecto y a veces hasta la ayuda corporal,
favorecen notablemente a su estado. Llegando el enfermo a
necesitar un Acompañamiento Terapéutico desde 2 horas a
24 horas por turnos rotativos.
En un segundo momento el A. T. funcionará como el
trasmisor de la cultura institucional, ayudando al paciente a
la adaptación de la actividad comunitaria, y a cumplir las
reglas institucionales.
AMBULATORIO:

 Aquí el A. T. será el transmisor de la ley social, ayudando al


paciente en su resocialización, ordenamiento y
planificación. Programando estrategias que pauten las

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salidas, pues éstas no deben ser azarosas. Pueden realizarse


desde la casa o la institución. Incluso viajes con el paciente
sólo, o con su pareja, familia o amigos.
DOMICILIARIO:

 El lugar donde se desarrolle el Acompañamiento


Terapéutico va a determinar conceptos terapéuticos
diferentes. En el domiciliario tanto la familia como el
paciente intentarán imponer sus reglas. Aquí el A. T. Tendrá
la complicada tarea de revertir la situación, reconociendo al
o a los aliados con quienes contará para introducir su
palabra.
El A. T. No deberá interpretar, sino recoger material
relacional y vivencial, para comunicárselo al terapeuta y al
equipo.

EL CONTRATO

Lo pueden realizar: el A. T., el coordinador, el terapeuta o la


institución; con la familia o el paciente.
Se deberán especificar: cantidad de horas, horarios,
honorarios y formas de pago (por vez, semana, mes, etc.)
Los gastos de salidas que el paciente realice para él y el A. T.,
irán por su cuenta.
Todo lo que no se especifique en el contrato, luego será
difícil revertirlo.
VINCULO A. T. – PACIENTE

Los seres humanos se conectan entre sí a través del


encuentro.

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Luego con la interacción, que es la primera forma de


comunicación, se va a ir estableciendo un vínculo.
En el vínculo participan dos o más personas, necesitándose
una a la otra en la misma forma, y surgiendo en un campo
común en el que tiene que haber reciprocidad.
Investigaciones diversas han demostrado que desarrollar un
vínculo cálido y empático con el paciente, permite fomentar
cambios más rápidos. Y ésta es un poco la clave del
Acompañamiento Terapéutico: al establecer un buen
vínculo, ligazón, unión o lazo, se van a generar más logros
terapéuticos.
EL CONTACTO FISICO

Los pacientes que necesitan ser acompañados


terapéuticamente, por lo general son personas a las que se
las ha privado o inundado afectivamente; con lo cual se es
dificultoso demostrar sus sentimientos, o por el contrario
tienen a desbordarse. Y es por eso que la tarea del A. T., será
la de regular el dar y recibir adecuadamente los
intercambios afectivos, a partir de brindarles un vínculo
más sano, para mejorar la relación del paciente consigo
mismo y con los demás. Al demostrarles cariño, y tratarlos
con ternura y amor, se les eleva la autoestima y se les brinda
un modelo de identificación.
Hay distintos tipos de contacto físico con el paciente, como
el abrazo y las caricias, que favorecen el bienestar
emocional y corporal.
Sin embargo, hay que saber, cuándo y cómo, acariciar y
abrazar, para que resulte realmente terapéutico. Realizarlo
en un momento y con una presión inadecuados, puede ser
perjudicial, porque tenderá a manifestarse como refuerzo de
la enfermedad, por ejemplo: madres ahogantes. Si se repite
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este esquema, se lo mantiene, y no se produce un cambio


favorecedor.
Es de suma importancia tener en cuenta, el momento del
paciente y su cuadro psicopatológico; no es lo mismo el
contacto que se establece con un esquizofrénico. Y, cuando
uno se acerca a un psicótico crónico deteriorado (como
patología severa extrema), comprende rápidamente que las
palabras están de más.
De todas maneras, los acercamientos deben ser graduales,
cautelosos y cuidadosos, en cualquiera de los casos.

Proceso histórico y actual del Acompañamiento Terapéutico

Desde su surgimiento en Argentina, en una fecha indeterminada que podríamos


situar entre finales de los años 60´ y principios de los 70´ del pasado siglo XX, el
Acompañamiento Terapéutico nace como una herramienta clínica que se inscribe en
una búsqueda —compartida por una buena parte de los profesionales del campo de
la Salud Mental — cuyo propósito no era otro que intentar subvertir los lineamientos
por entonces imperantes, aun fuertemente arraigados, del modelo manicomial.
Momentos de intensa convulsión política y social tanto en Argentina como en
distintos países del mundo occidental, fueron el terreno propicio para la puesta en
marcha de toda una serie de experiencias que, a partir del fuerte impulso de la
Psiquiatría Dinámica, la Anti psiquiatría y, fundamentalmente, el Psicoanálisis,
comenzaron a dar consistencia a la idea de que era posible avanzar en el
tratamiento de aquellos pacientes afectados de diversos modos por padecimientos
psíquicos severos, más allá del mero control social en que derivaron,
indeseadamente, los objetivos terapéuticos de la internación hospitalaria. Este
movimiento de apertura y transformación, que comenzara a madurar desde el inicio
del siglo pasado —y que se acentúa desde su segunda mitad, cuando se suma el
importante desarrollo que comenzó a tener la Psicofarmacología— fue generando
las condiciones para la implementación de novedosos dispositivos de atención

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ambulatorios, los cuales a su vez propiciaron el desarrollo de nuevas y diversas


disciplinas, como respuesta a las renovadas necesidades clínicas que, a partir de
ello, comenzaron a tener lugar. Entre esos dispositivos, no podemos dejar de
mencionar la creación del Hospital de Día, que pasa a tener un lugar cada vez más
importante al término de la 2ª Guerra Mundial, y que es correlativo de una nueva
significación de la locura y de las revigorizadas expectativas sobre su tratamiento.
En nuestro país, la creación por parte de Mauricio Goldenberg, en 1956, del primer
Servicio de Salud Mental con Sala de Internación para pacientes de Psiquiatría que
tuviera lugar en el marco de un Hospital General —experiencia que hay que señalar,
por otra parte, como inédita hasta ese momento en el mundo occidental—,
constituye una guía referencial indispensable en esa búsqueda de recursos, de
herramientas, de dispositivos más eficaces para el tratamiento de la locura. Vale la
pena detenernos por unos instantes en la evocación de esa experiencia, a todas
luces paradigmática e ilustrativa de ese momento histórico. Nos remitiremos para
ello al Dossier «Instituciones e 1 Según señalan Enrique Carpintero y Alejandro
Vainer esta expresión, «campo de la Salud Mental», surge justamente en esa época,
como un término aglutinador de esta nueva corriente —integrada indistintamente por
psiquiatras, psicólogos, psicoanalistas y demás profesionales afectados al trabajo
clínico con pacientes psicóticos— que se proponía superar el modelo manicomial
como única forma de asistencia. Se encontrará un desarrollo más amplio del tema
en Las huellas de la memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la Argentina de los
’60 y ’70, Tomo I (1957-1969), Buenos Aires, Editorial Topía, 2004. 2 El desarrollo de
los Hospitales de Día para enfermedades psiquiátricas, específicamente, se produce
luego de la finalización de la Segunda Guerra Mundial, cuando van a ir teniendo una
progresiva divulgación y expansión en Occidente. Rodolfo Iuorno (1983), refiere que
han sido determinantes para su creación y para la delimitación de sus
particularidades lo realizado en Moscú por M. A. Zahagarov en 1935, donde aparece
su «fundamento de inicio» en el quite de camas del Hospital Psiquiátrico, recibiendo
el nombre de Hospital sin Camas. Y por otra parte, en 1947, será Even Cameron, en
Canadá, quien le dará la denominación actual. Es García Badaraco quién, en 1967,
crea en el país el primer Hospital de Día, en el Hospital Borda. En 1970, se crean el
del Tobar García y el del Centro de Salud Mental Nº 1. En 1972, en el Hospital
Moyano y en el Italiano. Posteriormente, en los años 80, surgen en el Hospital Alvear

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y en el Alvarez. Historia», publicado en el segundo número de la revista Diarios


Clínicos , el cual nos acerca el testimonio de algunos de sus más destacados
protagonistas. En el primero de esos artículos, y a modo de introducción, uno de
ellos, Dardo Tumas, rememora: «Se hace necesario volver la vista atrás para ubicar
aquellos referentes desde los cuales las prácticas en salud mental fueron un desafío
transformador y creativo, donde no sólo se marcó un hito sino que “se hizo historia”
constituyendo un modelo institucional de prácticas en salud mental: el servicio de
Psicopatología del Hospital Lanús...». El 1 de octubre de 1956 el Dr. Goldemberg se
hace cargo por concurso de la jefatura de ese servicio para organizar su estructura y
funcionamiento, contando en el inicio con tres psiquiatras, un neurólogo, un electro-
encefalografista y un consultor externo... Pronto llegaría a tener, según relata su
fundador, «...veinte consultorios externos, sala de internación para treinta y dos
pacientes, un hospital de día, dos cámaras Gesell y aulas para docencia, en las que
atendíamos e impartíamos docencia un gran número de profesionales de distintas
disciplinas distribuidos en doce departamentos: internación, consultorio externo,
hospital de día, niños, adolescentes, gerontopsiquiatría, alcoholismo, grupos,
neurología y docencia e investigación...». Resulta asimismo interesante cómo él
mismo describe cuáles eran los ideales en juego en el inicio de esa experiencia:
«Nuestro proyecto, cuando comenzamos, era ver si podíamos hacer otra psiquiatría
y, más aún, ampliar el campo para trabajar en “salud mental”. Para realizarlo,
teníamos que integrar a trabajadores de otras áreas vinculadas a la psiquiatría,
formar equipos interdisciplinarios y prestar una asistencia comunitaria —prevención
primaria, secundaria y terciaria— a partir de un servicio —abierto— de psiquiatría en
un hospital general, en el que se asistiera al amplio espectro de la psicopatología,
con todos los recursos terapéuticos disponibles (...) Lo característico de nuestra
actitud era el intento de superar las limitaciones de un mero ejercicio técnico, en un
esfuerzo permanente por comprender y comprometerse con la totalidad de la
condición humana». En apoyo de este relato, señala Valentín Baremblit en otro de
los artículos del mismo Dossier: «...el punto de partida para desarrollar proyectos
que tuvieran una concepción distinta de lo que fue siempre la psiquiatría oficial se
asentó como marco teórico en el psicoanálisis (...) y como marco ideológico filosófico
en una serie de propuestas que pasaban, por ejemplo, por poner en cuestión la
posición hospital o céntrica del hospital psiquiátrico con sus modalidades represivas,

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custodiales, sin o con muy poca capacidad de recuperación en salud (...)


Goldenberg —continúa Baremblit— diseña una propuesta en la que convoca a
jóvenes profesionales y encuentra en el Hospital General el espacio social para
desarrollarla». Es decir, su propuesta está fuertemente vinculada a una posición
ideológica que se pronuncia sin ambigüedades en apoyo de la asistencia pública, en
la convicción de que «...una buena práctica en asistencia psicológica y psiquiátrica
era factible dentro de las instituciones de la administración pública». Ese correlato
ideológico-filosófico que marcó fuertemente a las generaciones que pasaron por el
Lanús, incluía además un descentramiento del poder del psiquiatra como eje básico
y excluyente, poniendo en evidencia la necesidad de configurar un equipo
interdisciplinario: «Hecho que hoy en día está bastante difundido pero que por
entonces, cuando la experiencia del Lanús comenzó, era realmente una propuesta
de avanzada. Así es que en Lanús, tanto médicos psiquiatras, psicoterapeutas,
psicoanalistas, psicólogos, psicopedagogos, asistentes sociales, enfermeras,
educadores sanitarios —incluso antropólogos y sociólogos— se unieron en una
propuesta que intentaba diseñar un nuevo campo que pasara de la concepción de la
asistencia psiquiátrica a una concepción de la atención en salud mental». Más allá
de las vicisitudes políticas y sociales que atravesaron a nuestro país por esos
tiempos —marcados por la proscripción de Perón y la inestable alternancia de
frágiles gobiernos democráticos y cruentas dictaduras—, es de destacar que la
solidez y consistencia de ese proyecto permitieron su afianzamiento al punto de
convertirse en una referencia paradigmática a nivel mundial. 3 AAVV; Revista
Diarios clínicos, n° 2, Ediciones Diarios Clínicos, Buenos Aires, 1990. Cabe
destacar, asimismo, que el cambio de paradigma que vemos operar allí no se limita
solamente al campo de las psicosis, sino que se hace extensivo al abordaje de otros
pacientes que pasaron a poblar ciertas áreas clínicas que paulatinamente se fueron
delimitando en su especificidad, las cuales, asimismo, presentaban con frecuencia
sus propios desafíos, urgencias, y complicaciones en su abordaje. Podemos
mencionar, entre ellas, el trabajo con niños y adolescentes con trastornos severos
como el autismo, el retraso mental y la psicosis infantil; los trastornos de la
alimentación, las adicciones, el alcoholismo y otras patologías de consumo; el
tratamiento de pacientes oncológicos, terminales, de la tercera edad, y con
trastornos neurológicos graves como epilepsias, demencias, Alzheimer; a las que

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podríamos agregar unas cuantas afecciones más. El Saber de la Psiquiatría deja de


ser entonces la herramienta exclusiva para el tratamiento de las enfermedades
mentales, pasando a compartir ese terreno con aquellos Otros Saberes que
empezaban a dar muestras de ofrecer aportes importantes —a veces decisivos— en
el desarrollo de las nuevas estrategias clínicas que esa misma búsqueda llevaba a
implementar. La aparición en escena del Acompañamiento Terapéutico está
fuertemente atravesada por ese contexto: ligada a una praxis que se ubica más
como una investigación que como una ciencia establecida —habida cuenta de que el
destronado «Paradigma Pineliano» no halló sin embargo un pronto y claro sucesor
—, sería necesario un prolongado período de maduración para que, más allá del
multiatravesamiento de saberes que le da origen, pudieran comenzar a delimitarse
con alguna precisión los contornos de su figura. Esto permite entender la diversidad
de versiones que pueden escucharse sobre su creación y surgimiento, así como la
dificultad con que nos encontramos en el inicio de nuestra experiencia para
establecer un marco conceptual propio y distintivo. Durante décadas, de hecho, el
único material bibliográfico específico sobre el tema estuvo constituido por apenas
un puñado de artículos publicados en diversos medios porteños del ámbito Psi, en
los que el denominador común era poner de relieve los obstáculos que se
planteaban para los acompañantes en su tarea debido, entre otras cosas, a la falta
de un claro lineamiento teórico, y de algún marco regulatorio de la actividad. Como
testimonio de ello podemos citar un artículo de Alicia Donghi — la primer publicación
que hemos hallado sobre el tema4 — en cuyo comienzo, y luego de formular una
serie de interrogantes sobre los fundamentos y la especificidad de esta práctica,
hace referencia al estado de cosas en esos momentos aún fundacionales: «Es tarea
ardua sistematizar la función del acompañante por varios motivos: primero, porque
es un recurso terapéutico recién descubierto en el horizonte del tratamiento
comunitario de la psicosis. No hay aportes teóricos que fundamenten y avalen su
nacimiento, éste surgió desde la empiria» (Donghi, 1979). Recién seis años
después, en 1985 se publicaría el primer libro dedicado íntegramente al tema —
cuyos lineamientos se debatían entre la Psiquiatría Dinámica y el Psicoanálisis—,
con una perspectiva sin embargo muy restringida acerca del campo de acción y la
potencialidad de este recurso5 . A modo de ilustración de esas primeras
experiencias que desembocan en la creación de la figura del acompañante

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terapéutico, resulta de gran interés el relato de Juan Carlos Stagnaro sobre las
condiciones en que se presentaban por entonces las cosas para quienes se hallaban
comprometidos en ese desafío: «Recordemos que a fines de los años '60, y
comienzos de los '70, en la Argentina tuvo mucha importancia la influencia de la
antipsiquiatría inglesa y de los textos de Basaglia relatando su experiencia en Italia.
Había en los psiquiatras jóvenes una inclinación muy fuerte hacia el psicoanálisis y
una hostilidad muy grande hacia el manicomio, hacia las internaciones permanentes,
hacia el encierro de los locos. Desde posiciones menos revolucionarias, como el
modelo de Comunidad Terapéutica de Maxwell Jones, venía una ola de
pensamiento similar. Era la época del «Lanús» de Goldemberg y de los Centros de
Salud Mental, etc. Y también fue la época de mayor difusión de la
psicofarmacología, que algunos calificaban con la famosa metáfora del «chaleco
químico» como continuando al electroshock, pero que en realidad permitió, cuando
fue Donghi, A.; «El acompañamiento terapéutico: una aproximación teórica»,
publicado en la revista Actualidad Psicológica Nº 49, Buenos Aires, septiembre de
1979. 5 Kuras de Mauer, S., y Resnizky, S., Acompañantes terapéuticos y pacientes
psicóticos. Bs. As., Ed. Trieb, 1985. Bien usado, la existencia de los servicios
abiertos, la deambulación de los psicóticos en la ciudad, la reinserción social, etc. No
estaba enterado de que en aquellos años se practicaran internaciones domiciliarias
en forma regular. Yo hice algunas, pero no recurría para ello a la participación de lo
que hoy llamamos acompañante terapéutico, más bien trataba de implementar los
recursos de la familia o de la realidad social inmediata. Recuerdo una chica boliviana
a quien traté, por pedido de unos amigos ocasionales que ella había hecho, en una
pensión que quedaba cerca de la Facultad de Medicina. No tenía otro recurso y pedí
el apoyo de una compañera de pieza y de la encargada que se ocuparon muy bien
de ella. La acompañaron, le daban la medicación, las comidas, etc. Una vez que
remitió el período agudo del episodio psicótico la paciente pudo volver a su casa en
Bolivia. Había venido buscando trabajo. Tuve otras intervenciones así, pero medio a
los ponchazos, con mucho voluntarismo y poca conceptualización de lo que hacía.
Por el contrario, a principios de los '70, entre el '71 y el '76, en el Hospital de Día del
Hospital Infanto-Juvenil Carolina Tobar García que llegué a dirigir, se desarrolló una
técnica que se aproximaba al acompañamiento terapéutico actual. Allí trabajaban
estudiantes, luego licenciados en Psicología, que iniciaron una actividad con el

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nombre de líderes de grupo. Estos profesionales pasaban gran parte del tiempo de
sus actividades con los chicos y también salían a realizar paseos y visitas
domiciliarias con el grupo de pacientes a la casa de alguno de ellos rotativamente.
Viajaban en la ciudad enseñándoles a orientarse, comprar su boleto de colectivo,
cuidarse en el viaje, bajar en el barrio correspondiente, ambientarse en él, y luego
trabajaban con la familia y los vecinos. Era una actividad de convivencia y
socialización con niños y adolescentes psicóticos o con neurosis graves. No se
privilegiaba la interpretación de conductas, sino que se trabajaban más las actitudes
y contra actitudes, etc. Susana Levato, Norberto Calarame, Rubén Di Marco y otros
participaban de esa tarea complementaria del Hospital de Día. Y Ángela Mauvecin,
que también trabajaba en esos grupos, filmó esas actividades con las que luego se
ha confeccionado un cortometraje de investigación. Luego estuve ausente del país,
trabajando en Francia. Cuando volví en 1984 ya se conocía ampliamente el tema de
los acompañantes terapéuticos...» . Conviene detenernos aquí para situar un
infortunado hecho histórico que ha tenido una incidencia muy importante respecto
del desarrollo del Acompañamiento Terapéutico y su difusión a otros países de
nuestro continente. Nos referimos al golpe militar ocurrido en Argentina a comienzos
de 1976, el tristemente célebre «Proceso de Reorganización Nacional», cuyos
efectos en el campo de la Salud Mental bien podrían calificarse como catastróficos:
se produce en ese momento el liso y llano desmantelamiento de todas esas
experiencias que veníamos describiendo, por calificárselas de «subversivas»,
obligando por otra parte a los profesionales que las sostenían a un largo y penoso
destierro a países como España, Brasil, Perú, Venezuela y México, entre otros. El
Acompañamiento Terapéutico, sin embargo, encontró su lugar de supervivencia en
el ámbito de las clínicas e instituciones psiquiátricas privadas, entrando de ese modo
en una suerte de período de hibernación. Por otra parte, aquellos colegas que por
entonces debieron exiliarse, oficiaron al mismo tiempo de agentes de difusión de
esta especialidad tanto como de aquellas experiencias que dieron marco a su
surgimiento, esparciéndola hacia aquellos países a los que emigraron. Pasados
siete años, una vez caída la dictadura militar, el campo de la Salud Mental, al igual
que cada elemento del tejido social en nuestro país, había sido devastada, y esas
experiencias parecían haber ido a parar a la sombra del olvido. Sabemos que luego
de un incendio forestal la vegetación no vuelve a crecer inmediatamente, debe pasar

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algún tiempo hasta que el terreno vuelva a mostrarse fecundo. De la misma manera,
el resurgimiento de aquellas ideas y proyectos que tan brutalmente habían sido
desterradas no se produjo sino a partir de un complejo proceso de maduración, aún
hoy en ciernes. Ese es el escenario en el que iniciamos nuestra propia labor clínica,
momentos en que las dificultades para el ejercicio de esta especialidad estaban a la
orden del día: carentes de espacio 6 Pulice, G. y otros; Acompañamiento
Terapéutico, Buenos Aires, Polemos, 1997. Módulo III, «Entrevistas». Alguno de
capacitación académica, sin una bibliografía adecuada, y privados de todo
reconocimiento formal o legal... Surgió así para nosotros —incluyo aquí a Federico
Manson, y otros colegas con quienes compartíamos por entonces tales atolladeros—
la convicción de que, si deseábamos modificar esa situación, era necesario avanzar,
en primer lugar, en la producción de aquella articulación teórico clínica que hiciera
posible establecer de algún modo las coordenadas de esa labor de los
acompañantes terapéuticos que, a pesar de todo, demostraba tener una
potencialidad y una eficacia muy fuerte en el tratamiento de una gran cantidad de
pacientes, incluidos aquellos que arrastraban por años el calificativo de
«inabordables» o «irrecuperables». En esa dirección, consideramos que el primer
paso debía ser el de propiciar el encuentro entre quienes se hallaban por entonces
lidiando —muchas veces en forma solitaria— con todas esas dificultades recién
mencionadas, por lo que nos decidimos a impulsar la organización del Primer
Congreso Nacional de Acompañamiento Terapéutico, que tuvo finalmente lugar en
nuestra ciudad, en el mes de noviembre de 1994. Se logró reunir en ese momento a
una buena parte de los equipos e instituciones que estaban abocando sus esfuerzos
al desarrollo de esta especialidad —la gran mayoría residentes en Buenos Aires—,
imponiéndose como lema del evento: «Hacia una articulación de la clínica y la
teoría». Era necesario avanzar, y todo lo producido allí resultó ser un excelente
punto de partida, dándose inicio a un creciente intercambio con un importante
número de colegas que desde hacía varios años estaban empeñados en esa misma
tarea a través del ejercicio de la docencia, la supervisión, la coordinación de equipos
privados y la implementación de pasantías en hospitales públicos. Quedó entonces
como un legado —para quienes lo quisieran asumir— el desarrollo y la realización
de esa propuesta, la de avanzar en una articulación entre la clínica y la teoría del
Acompañamiento Terapéutico. Quedó también, como testimonio de ese esfuerzo

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colectivo, la publicación de un texto —cuya primera edición se ha agotado hace ya


muchos años— que pasó a ser por entonces una nueva referencia bibliográfica para
la formación de los acompañantes terapéuticos

Ciertamente distinto fue el panorama que pudimos captar algunos años después, en
ocasión del Segundo Congreso Nacional, realizado en la ciudad de Córdoba en
septiembre de 2001. No sólo por la activa participación de colegas de las más
diversas regiones de nuestro país, sino también por la sorpresiva concurrencia de
participantes de otras latitudes —entre ellos, Marisa Pugès, de Barcelona, y Kleber
Duarte Barretto, de São Paulo— quienes se hallaban confrontados en su práctica
cotidiana con problemas análogos. Estaba a la vista que, a esa altura, se imponía la
necesidad de producir nuevos puntos de avance, más allá de esa formalización
conceptual que ya se había comenzado a fortalecer con la publicación del material
bibliográfico que recién mencionábamos. Ese nuevo objetivo que por entonces nos
trazamos, quedó asimismo expresado en el nuevo lema que nominó al evento:
«Hacia una inscripción institucional y académica del Acompañamiento Terapéutico».
Tomamos conocimiento por entonces de que ya estaba comenzando a tener lugar
en una Universidad del interior de nuestro país la implementación de la primera
Carrera Terciaria de especialización en esta disciplina}

Las puertas del ámbito universitario comenzaban a abrirse… Hecho que fue luego
tomando consistencia a partir de la multiplicación de nuevas instancias de
capacitación específica con creciente reconocimiento formal, inaugurándose en
nuestra ciudad —al igual que en otras ciudades del interior de nuestro país como
Paraná (Entre Ríos), Bahía Blanca, Mar del Plata y La Plata (Buenos Aires), Esquel
(Chubut), Viedma (Río Negro); Rosario (Santa Fe), San Juan y San Luis; y de
Latinoamérica, como Porto Alegre, San Pablo y Río de Janeiro (Brasil), Lima (Perú),
Querétaro (México) y Montevideo (Uruguay), entre otras— diversas instancias de
capacitación, incluso en algunos casos de nivel 7 Pulice, G., Manson, F.; y otros.
(Compiladores), Publicación del Primer Congreso Nacional de Acompañamiento
Terapéutico, Buenos Aires, Ediciones Las Tres Lunas, 1995. Cabe destacar que,
como parte de las actividades de este evento, se presentó la primera edición de
Acompañamiento Terapéutico. Aproximaciones a su conceptualización. (Pulice, G.;
Buenos Aires, Xavier Bóveda, 1994), texto reeditado luego por Editorial Polemos,
Buenos Aires, 1997. 8 Universidad Católica de Cuyo, en su sede de la Provincia de

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San Juan. Terciario y universitario, para la formación profesional de Acompañantes


Terapéuticos. En Buenos Aires, este título terciario —en la modalidad de Tecnicatura
— cuenta con el reconocimiento de la Secretaría de Educación del Gobierno de la
Ciudad, dictándose actualmente en diversos establecimientos educativos. Asimismo,
en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires fue incorporada,
desde el año 2002, la materia Práctica Profesional y de Investigación: Fundamentos
Clínicos del Acompañamiento Terapéutico como asignatura electiva de la formación
de grado de la Carrera de Psicología, tomando posteriormente nuevo impulso el
proyecto para la creación de una Tecnicatura en esta especialidad, que toma el
relevo del proyecto presentado en 1995 —consistente en la creación de un título
intermedio para los estudiantes de la Carrera de Psicología— el cual, habiendo sido
por entonces aprobado por el Consejo Directivo de esa Facultad, fue luego
«cajoneado» sin justificativos por el Consejo Superior de la UBA, instancia que sólo
debía formalizar su aprobación final para que pudiera ponerse en marcha. Cabe
consignar, asimismo, que paralelamente fueron desarrollándose en forma articulada
a estas instancias de capacitación numerosas pasantías y prácticas profesionales en
esta especialidad en diversas instituciones públicas tanto del ámbito de Salud Mental
—entre ellas en varios Servicios del Hospital Psicoasistencial e Interdisciplinario
José T. Borda, el Servicio de Hospital de Día del Hospital T. Álvarez, el Servicio de
Salud Mental del Hospital Municipal de Oncología María Curie, el Hospital Infanto
Juvenil C. Tobar García, entre otros—, como del ámbito Judicial —entre ellas
algunas Curadurías de Menores e Incapaces, dependientes del Poder Judicial de la
Nación— y del ámbito de la Secretaría de Promoción Social del Gobierno de la
ciudad —a través del Departamento de Chicos de la Calle—, etc. No podemos dejar
de señalar que quedaron además, como fruto de ese Segundo Congreso Nacional,
la publicación de un nuevo libro, Eficacia Clínica del Acompañamiento Terapéutico, y
el proyecto —puesto en marcha, como pronto veremos, un año después— de
comenzar a crear las instancias institucionales necesarias para nuclear formalmente
a los profesionales e instituciones abocados a la clínica y a la capacitación en esta
disciplina. La inauguración, a finales de 2002, de nuestro seminario Fundamentos
clínicos del acompañamiento terapéutico, en Psicomundo —en el que contamos con
varios miles de inscriptos procedentes de unos 25 países de nuestro continente
(incluyendo Canadá y los EEUU), España y, en menor medida, de otros países de

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Europa— nos permitió corroborar lo que en el congreso de Córdoba ya habíamos


comenzado a percibir: la fantástica expansión que había alcanzado esta actividad,
junto con el creciente interés que el tema generaba en profesionales de muy diverso
recorrido y orientación, en general abocados al trabajo clínico y la investigación de
todo lo relativo al tratamiento de pacientes con trastornos graves en el campo de la
Salud Mental. Este nuevo escenario nos condujo a pensar que estaban dadas las
condiciones para organizar, en forma conjunta con el Tercer Congreso Argentino, el
Primer Congreso Ibero Americano de Acompañamiento Terapéutico, el cual
finalmente tuvo lugar en la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires
a finales de noviembre de 2003, contando este nuevo encuentro con la participación
de numerosos colegas de Argentina, Brasil, Chile, Colombia, España, México, Perú
y Uruguay, reforzándose más aún la necesidad de establecer sólidas vías de
intercambio y colaboración para la realización de los objetivos que manifiestamente
teníamos en común... Cabe destacar, además, que la organización de ese evento
estuvo fuertemente ligada al nacimiento, ese mismo año, de la Asociación de
Acompañantes Terapéuticos de la República Argentina (AATRA), que por primera
vez dio a la realización de estos eventos un marco 11 institucional. 9 AAVV; Eficacia
clínica del Acompañamiento Terapéutico, Buenos Aires, Polemos, 2002. 10
Coordinado conjuntamente con Federico Manson.

Entre sus miembros fundadores e integrantes de la primera Comisión Directiva


podemos mencionar, además del autor, a Karina Chayán, Gustavo Racca, María
Vargas, María Laura Frank, Pablo Dragotto, Carlos Graiño y Verónica Fernández —
entre otros—, siendo Federico Manson su Presidente hasta el momento de su
fallecimiento en noviembre de 2008. Fue en ese contexto que tomamos
conocimiento del importante trabajo de investigación teóricoclínica que, sobre este
tema, se venía desarrollando en algunos de los países mencionados: por ejemplo,
en la Universidad Autónoma de Querétaro, en donde poco tiempo después —a
instancias del Dr. Marco Antonio Macías López— tuvo lugar la creación del primer
Diplomado de esta especialidad en México, en la cual junto a Federico Manson
tuvimos el gusto de colaborar. En Lima, por su parte, Carolina Benavides y Roxana
Dubreuil acababan de fundar la Sociedad Peruana de Acompañamiento Terapéutico.
En esa misma ocasión, el reencuentro con Kleber Duarte Barretto, y la participación
de una nutrida delegación de colegas de distintas ciudades del Brasil — como Alex

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Sandro Tavares da Silva, Karol Veiga Cabral, Márcio Belloc Mariath, N. Lopes Kühn,
entre otros—, nos permitió confirmar el notable desarrollo que esta especialidad
había alcanzado ya en ese país desde hacía varios años, tal como vislumbráramos
en nuestro primer encuentro con Kleber, en 2001, cuando tuvimos el grato placer de
conocer su ingeniosa articulación teórico-clínica de la función del acompañante
terapéutico con las Andanzas de Don Quijote y Sancho Panza12. De las
conversaciones con Kleber, con quien por entonces habíamos tenido ocasión de
compartir ese evento desde sus mismos preparativos —además de ser uno de los
coordinadores del SubComité Brasil, fue invitado a formar parte de la Comisión
Científica— surgió entonces la idea de postular a la ciudad de São Paulo como sede
del 2º Congreso Iberoamericano, acordándose su realización para septiembre del
2006. El proyecto fue tomando consistencia, siendo nuestro 4° Congreso Argentino:
«Construyendo redes en tiempos de exclusión» —realizado nuevamente en la
ciudad de Córdoba, en noviembre de 2005—, el momento propicio para formalizar la
realización de ese nuevo evento internacional en forma conjunta con los colegas
brasileños, por primera vez fuera de las fronteras de nuestro país. Entretanto,
tuvimos la grata noticia de que un nuevo libro había sido publicado en la ciudad de
Porto Alegre, siendo esa la ocasión en que nos pusimos en contacto con su autora,
hasta ese momento por nosotros desconocida: Analice de Lima Palombini. La
lectura de ese texto13 nos permitió conocer una experiencia —cuyos inicios se
remontaban al año 1996—, que estaba en plena sintonía con nuestro modo de
considerar la inserción clínica y comunitaria del Acompañamiento Terapéutico, con
el agregado de una enriquecedora conceptualización sobre aspectos cruciales de
nuestra tarea, que hasta el momento no habían sido abordados en su debida
profundidad: el escenario urbano y la temporalidad de una clínica cuya definición no
podría ser más precisa: «…en movimiento…». Descubrimos también que parte de
esa experiencia no nos era del todo desconocida, puesto que algunos de los
capítulos incluidos en ese texto habíamos tenido el gusto de escucharlos en boca de
sus propios autores, apenas un año atrás, en Buenos Aires. El encuentro de Niterói,
de que tuve el agrado de participar por invitación de Analice en enero de 2006 —y
que contó con el apoyo y representación del Ministerio de Salud y la Coordinación
General de Salud Mental de Brasil, la Universidad Federal Fluminense y la
Universidad Federal de Río Grande do Sul—, resultó ser la oportunidad más propicia

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para apreciar in situ, y con mayor claridad, la magnitud del trabajo que los colegas
brasileños vienen llevando adelante, siendo uno de los temas que fue instalándose
en el centro de las intervenciones más apasionadas del evento la articulación entre
la clínica, el ámbito académico y las políticas en Salud Mental. Articulación que, sin
dudas, es preciso continuar cimentando, siendo éste quizás el más importante
desafío para quienes nos hallamos comprometidos en el desarrollo del trabajo
clínico en este campo. Los encuentros, jornadas y congresos nacionales e
internacionales ya no dejaron de sucederse — Bahía Blanca (2007), Porto Alegre
(2008), San Luis (2009), Querétaro y Mar del Plata (2010), nuevamente Buenos
Aires (2011)—, y los lazos que se fueron generando en todos estos años han dado
lugar a un creciente intercambio de información y una incesante producción de
bibliografía, de experiencias, que hicieron posible que aquella herramienta clínica
surgida en cierto momento como 12 Duarte Barretto, K.; Ética e técnica no
Acompanhamento Terapêutico, Unimarco Editora, São Paulo, 1998. 13 De Lima
Palombini, A.; Acompanhamento Terapêutico na Rede Pública: a clínica em
movimento, UFRGS Editora, Porto Alegre, 2004. una pura praxis, haya alcanzado ya
su carta de ciudadanía como una profesión cada vez más reconocida y jerarquizada,
encontrando en la actualidad a esta actividad —más allá de los diversos mitos
acerca de su origen— muy fuertemente arraigada entre los recursos de mayor valía
surgidos en las últimas décadas en el intento de dar alguna respuesta eficaz a las
más estragosas expresiones del padecimiento psíquico.

En primer lugar quiero citar a G. Pulice Y G. Rossi, quienes se expresan en el


prefacio de su obra Acompañamiento Terapéutico, sobre la función del acompañante
terapéutico de la siguiente forma: "…Desde nuestro criterio, la función del
acompañante terapéutico solo puede definirse en relación a la estrategia de un
tratamiento, e irá cobrando sentido en la medida en que este avance, es decir, en
relación a las particularidades de cada caso. En la dirección de un tratamiento, no
hay un saber previo. Sí hay un saber supuesto que el paciente, en la transferencia,
atribuye al terapeuta… Es necesario aclarar, no obstante, que cuando hablamos de
estrategia no es en sentido de un saber previo puesto del lado de quien conduce un
tratamiento, acerca de cómo intervenir frente a cada entidad clínica, de manera

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general. Y menos aún de parte de los distintos profesionales que pudieran participar
en ese tratamiento, incluido el acompañante.

Si bien, respecto de lo leído hasta aquí, se puede pensar la función del


acompañante terapéutico como el "lugar” que tiene éste en un tratamiento, entonces
es necesario que todos los agentes de salud pensemos que no hay sólo un "lugar”
posible para este recurso: desde cada escuela psicológica y psiquiátrica, como
desde cada especialidad médica y asistencial, y según el marco teórico que la
sustenta, se le puede otorgar tácita o explícitamente un "lugar” diverso y válido. El
mismo redundará en una inclinación y fundamentación, en cada caso particular, de
la nominación de funciones específicas que asumirá el acompañante terapéutico de
cara a su trabajo concreto y que las mismas se particularizarán en la reflexión sobre
y en la práctica que cada área requiera.

 Creo que en la apreciación del párrafo citado, los autores se refieren especialmente
al acompañamiento terapéutico en salud mental, y más precisamente desde una
mirada psicoanalítica, lo que algunos, por su especificidad, están empezando a
denominar "acompañante psicoterapéutico”. Aunque es de destacar que en la
actualidad los pedidos de acompañantes terapéuticos no sólo están siendo
formulados por profesionales del ámbito "psi”, sino también desde otras
especialidades, en donde hablar de "saber supuesto del terapeuta” no es operativo,
ni un lugar desde donde "intervenir” y/o ubicarse en un tratamiento.

         Los autores también hablan de un "saber previo”, que termina por no ser tal, en
relación a un posicionamiento profesional, que permite no definir una estrategia a
priori frente a determinada entidad clínica en el área de  psicopatología o clínica
psicológica. Esto es característico del psicoanálisis, en donde también se dice que:
el "saber” lo tiene el paciente por estar HABITADO por un síntoma que habla más
allá de él (también ocurre esto en un sueño, un acto fallido, un lapsus, como lo
postuló Freud en su época).Para mí esto ya es un posicionamiento estratégico.

          Desde el punto de vista de los autores, este planteo condiciona tanto al


terapeuta como al acompañante terapéutico, los deja en un "lugar” en el que no
pueden precisar ni sus funciones específicas ni su estrategia de tratamiento a priori.

         G. Pulice y G. Rossi hacen una crítica, en la obra mencionada, acerca de


una nominación de funciones específicas que hicieron en una publicación anterior S.

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Kuras de Mauer y S. Resnizky. Los autores se expresan así: "…una de estas formas
de plantear una estrategia es pensar que ésta supone un saber previo de parte del
terapeuta acerca de la dirección que dará al tratamiento, al saber la evolución que
tendrá el paciente a partir de determinado diagnóstico. Consecuentemente, desde
esta perspectiva, el acompañante terapéutico también debe tener un saber previo
acerca de cómo intervenir en cada situación, de cómo "manejar” al paciente, el que
es puesto de esta manera en el lugar de objeto. Según este criterio, las funciones
del acompañante terapéutico también pueden ser definidas a priori. Esto es lo que
vamos a encontrar en el texto de Susana Kuras de Mauer, Acompañantes
terapéuticos y pacientes psicóticos…” (Pulice y Rossi: 1997:22)

         Si bien se puede estar de acuerdo con este planteo, para los casos de
abordajes en psicopatología desde la óptica psicoanalítica, es sabido que hoy el
acompañamiento terapéutico trascendió esas primeras intervenciones fundantes
para irse definiendo respecto a las problemáticas que aborda hoy como un recurso
más plástico y multifacético.

         En relación al "lugar” del acompañante terapéutico, también en salud mental,


S. Kuras de Mauer y S. Resnizky expresan lo siguiente: "…consecuentemente, lo
que aquí conviene poner en juego es la habilidad personal necesaria para poder
establecer un buen vínculo con el paciente, desde el posicionamiento que se tiene y
desde el lugar que realmente se ocupa, y no desde el lugar en el cual el paciente
desea situarnos…” (S. Kuras de Mauer y S. Resnizky: 2003: 30/31)

         Esta última cita es importante para uno de los aspectos que me gustaría poner
de relieve de diversas maneras en este artículo: la capacidad operativa que tiene el
vínculo para intervenir desde el lugar del acompañante terapéutico. Dicho lugar,
desde mi punto de vista, está centrado en la construcción y desarrollo de un vínculo,
en este caso acompañante – acompañado. Además dicho concepto es teorizado
desde la psicología social, a la cual le guardo mucho respeto y la considero
pertinente como práctica psicosocial, significándose desde ese esquema conceptual,
al vínculo, como sumamente operativo y eficaz para producir modificaciones;
mientras que para otras escuelas psicológicas se sostiene que no se debe hacer
vínculo o lazo con el paciente.

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Para las autoras las algunas de las funciones son las siguientes:

 "…1) Contener al paciente: La contención es fundamental y constituye la primera


función del Acompañante Terapéutico, cualquiera sea el momento del proceso en
que se hallen los pacientes. El Acompañante Terapéutico se ofrece como sostén,
auxiliando al paciente en su imposibilidad de delimitarse a si mismo. Acompaña y
ampara al paciente en su desvalimiento, su angustia, sus miedos, su desesperanza,
e incluso en aquellos momentos de mayor equilibrio…

 2) Ofrecerse como referente: …El Acompañante Terapéutico es para su paciente un


"referente”, incluyéndose como tercero. Cuando hablamos de "terceridad”, lo
hacemos aludiendo a un posicionamiento del Acompañante Terapéutico que opera
en el vínculo a la manera de organizador psíquico que lo ayuda a regularse…

 3) Ayudar a "reinvestir”: En virtud del grado de vulnerabilidad del Yo en las psicosis,


el Acompañante Terapéutico se ofrece a la manera de un "organizador psíquico”
capaz de intervenir operativamente y decidir por el paciente en aquellos ordenes
donde éste no es aun capaz de hacerlo por sí mismo. Asume por momentos
funciones que "el Yo del paciente”, por estar comprometido y debilitado por la
enfermedad, no puede desarrollar…

4) Registrar y ayudar a desplegar la capacidad creativa del paciente: …La


canalización de las inquietudes del paciente cumple un doble objetivo: sirve para
liberar la capacidad creativa inhibida y tiende a la estructuración de la personalidad
alrededor de un eje organizador. Al proponer y ayudar a investir tareas acordes con
los intereses del paciente, se lo ayuda a reencontrarse con la realidad y se
promueve y refuerza en el la noción de proceso, opuesta a la concepción mágica del
tiempo y el espacio, cuyo rasgo distintivo es la dilución en la inmediatez y la
negación de lo procesual…

5) Aportar una mirada ampliada del mundo objetivo del paciente: …El Acompañante


Terapéutico dispondrá de información ampliada sobre su modo de discurrir en
ámbitos diversos, sobre los vínculos que mantiene con los miembros de la familia, el
tipo de personas con las que prefiere relacionarse, las emociones que lo dominan.
Registrará también conductas llamativas de la vida diaria en relación a la

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alimentación, el sueño, higiene personal…todo ello contribuirá a una mejor


evaluación de las alternativas a la hora de trazar una estrategia clínica

Dichas autoras, también incluyen dentro de las funciones: "…Habilitar un espacio


para pensar…, Orientar en el espacio social… e Intervenir en la trama familiar…” (S.
Kuras de Mauer y S. Resnizky: 2003: 34/35)

         En mi opinión todo lo mencionado debe hacernos reflexionar sobre si la


definición de un rol, en este caso el de acompañante terapéutico, y con todo lo que
esto conlleva, consiste en delimitarlo para darle entidad e identidad, lo cual redunda
desde otro punto de vista en un recorte, un encapsulamiento. O bien, si ese rol
surgido de un contexto histórico – social, debe permanecer abierto a las
problemáticas que los diferentes contextos le "adjudiquen” para resolver y/o dar
respuesta, problemáticas que son también de una época.

         La opinión anterior se puede plantear también de la siguiente forma: la


teorización, forma, práctica y función del recurso acompañamiento terapéutico va a
remolque de la necesidad social, o el registro de necesidad social produce y
requiere siempre roles ya definidos y cerrados, y de no ser así: ¿porque tendemos a
esto?

         Algo similar ocurre cuando se pretende dividir el rol en acompañante


terapéutico y acompañante psicoterapéutico en dos prácticas distintas. En lo
personal, no estoy de acuerdo, creo que se trata de sumar y no de dividir, debemos
construir un rol, que como auxiliar de diversos tratamientos, se pueda ubicar en un
lugar de "no saber a priori sus funciones” y en otros, momentos, casos o aspectos
del mismo caso, permitirse dar ciertas directivas desde un lugar de "saber”, más
común del modelo médico y no me refiero sólo al modelo psiquiátrico.

         Como vemos, dentro del mismo campo "psi” hay distintos posicionamientos. Se


observa en esas primeras bibliografías del tema, una polarización de posturas y
marcos teóricos que comunican y ponen el énfasis en "la adhesión y pertinencia a
definir a priori las funciones del acompañante terapéutico” y el intento convencido de
no caer en ese lugar de "saber” a priori sobre dichas funciones. Desde mi esquema
referencial estos dos polos, si bien parten de posicionamientos teóricos distintos en
el área de salud mental, permitieron y posibilitaron el desarrollo dialéctico de dicho
rol, que en una síntesis dialéctica y de cara a la demanda social que sostiene, fue

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creciendo más allá de esos intentos por "colonizarlo” y "adjudicárselo” con la


inevitable marca que ello hubiera significado de quedar cerrado de una vez y para
siempre.

         Para ver este desarrollo y alcance actual del acompañamiento terapéutico


analicemos, por ejemplo, la abundante demanda de este rol que se genera hoy por
hoy desde el área de la geriatría en casos de enfermedades crónico-degenerativas y
demencias (alzhéimer, párkinson, etc.).

         En estos casos se pueden mencionar como funciones a priori y, desde mi


punto de vista esto es bastante atinado, las que detallo a continuación:

Apoyo en las Actividades de la vida diaria (ABD), que suponen y necesitan un "saber


previo” y no un "saber supuesto al analista” y requieren de otro tipo de profesional de
la salud como puede ser un Terapista Ocupacional.

Apoyo en Estimulación Cognitiva (en lo cotidiano), que suponen por ejemplo el


alineamiento a las directivas por parte del acompañante de: un Psicopedagogo, un
Terapista Ocupacional, un Neurólogo y/o un Psicólogo.

 Es decir, que en estos casos se requieren intervenciones directivas desde un saber
previo y diría técnico, con funciones para el acompañante pautadas a priori y
orientadas hacia un objetivo. No obstante puede suceder que en el marco de
realización de estos apoyos, se deba mantener además una disponibilidad de "no
saber a priori”  sobre ciertas funciones, sobre todo si se tiene en cuenta que el
acompañante terapéutico trabaja en lo cotidiano, donde hay por lo general otras
personas o familiares (red de vínculos), cercanos al paciente y que hacen lazo con el
acompañante terapéutico, en donde un terapeuta familiar, de pareja o grupal, según
sea el caso, requiera esta condición en el acompañante terapéutico, para con los
vínculos del paciente, permitiéndole una operatoria particular.

    Respecto al desarrollo histórico social del acompañamiento terapéutico, queda


pendiente aclarar que el mismo no se desplegó solamente en un contexto teórico.
Cada acompañante terapéutico construyó en su recorrido profesional, especialmente
en los primeros años de su labor, proyectos de trabajo que incluyeron funciones
definidas a priori, en base a sus conocimientos, y que se plasmaron en su propuesta
de abordaje. Las mismas fueron redefinidas como respuesta a la demanda de
instituciones, profesionales y familias, dando lugar a adaptaciones y nuevas
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funciones. Con esto deseo señalar que la ampliación del rol del acompañante
terapéutico, tal como lo concebimos actualmente, fue producto de un proceso que
conjugó aspectos teóricos y prácticos: la teoría configuró la práctica y, a su vez, la
práctica generó desarrollos teóricos sobre nuevas funciones específicas de este
recurso. Esto sucedió como respuesta a los requerimientos que la sociedad efectuó,
centrados en la resolución de sus problemáticas emergentes, es decir, como parte
del devenir de cada sociedad, modificación que no posee punto de culminación

 Algunas funciones generales del acompañamiento terapéutico


            En este apartado deseo compartir algunas de las funciones específicas que
formulé en el transcurso de mi desempeño profesional y que formaron parte de las
propuestas de trabajo que presenté en organizaciones destinadas a la atención de
pacientes.

         Cabe destacar que algunas de ellas coinciden con las enunciadas por diversos
autores.

           Motivar la continuidad de los tratamientos.


 
Acompasando los vaivenes emocionales del paciente en relación al mismo.
 
Haciendo presente la lógica del tratamiento en lo cotidiano del acompañado.
 
Promoviendo la Resiliencia humana y la planificación de la esperanza.
 
 
Favorecer el intercambio con el medio social, funcionando como un semejante con
quien compartir actividades recreativas, laborales y/o educativas.
 
Ofreciendo presencias en los lugares donde el acompañado desarrolla sus
actividades cotidianas.
 
Realizando salidas a la vía pública.
 
Creando nuevos contextos de desarrollo para el paciente.
 
Ofrecer un espacio de diálogo donde lo subjetivo se pueda expresar a través de la
palabra.

 Acompañando con una escucha empática.


 
Otorgando una palabra objetivarte o continente.
 
Acompañar al paciente y a su familia en sus cuadros afectivos.
Reforzando sus propios esquemas de contención y regulación.
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Mediando en posibles situaciones de conflicto, apuntando a generar convergencia.
 
 
Promover calidad y estilo de vida.

 
Reduciendo factores de riesgo.
 
Potenciando factores protectores.
 
 
Fomentar la capacidad creativa del paciente.

 
Favoreciendo una adaptación activa.
 
Aportándole una vía de expresión.
 
 
Favorecer el desarrollo de las potencialidades sanas del paciente.

 
Potenciando las posibilidades y capacidades del sujeto.
 Apoyando en lo anímico y lo concreto la realización de actividades.
  
Cooperar con la construcción de una cotidianidad y un vínculo beneficioso para el
paciente.

Otorgando un espacio más de producción subjetiva.


 
 
Facilitar las condiciones que le permitan el diseño de HÁBITOS sanos.
 
 
Limitar en situaciones interpersonales en donde el paciente pueda resultar
perjudicado.
Oficiar de terceridad en los vínculos.
El Acompañamiento Terapéutico constituye un rol de múltiples funciones: compartir,
escuchar, observar, ayudar a hacer cosas, frenar impulsos, contener, estimular, etc.,
pero no interpretar.
Funciones:
1. Contener al paciente. En el caso del AT, ésta es la función primordial y se da
desde el inicio del tratamiento hasta el final. El AT hace las veces de un soporte o
continente de la ansiedad, angustia, miedo, desesperanza, alegría, gratitud, etc. del
paciente. Es quien los escucha y acompaña, junto con el equipo terapéutico.

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2. Ofrecerse como modelo de identificación.- Lo quiera o no el AT, dada su función


de trabajar a un nivel directo, será una muestra de cómo actuar y reaccionar ante
situaciones de la vida diaria. Resulta terapéutico porque el paciente encuentra otras
formas de vinculación a las que había estado sometido, porque indirectamente
aprende a esperar y a postergar, y porque se le permite adquirir mecanismos de
defensa más adaptativos.
3. Prestar el Yo.- Significa impulsar al paciente a planificar y decidir sobre asuntos
que él aún no es capaz de hacer con el propósito que éste se desarrolle. Por
ejemplo, organizar y cumplir con las actividades diarias, verificar que cumpla sus
citas con el médico, dentista, psicoterapeuta, etc., e incluso tomar decisiones si el
paciente no está en condiciones.
4. Percibir, reforzar y desarrollar la capacidad creativa del paciente.- Primero,
durante el diagnóstico se intentará registrar las capacidades evidentes y las latentes
del paciente de manera que se las organice en orden jerárquico. Luego, se reforzará
el desarrollo de las áreas más organizadas buscando reducir los efectos de los
aspectos más perturbados. El propósito de canalizar las partes más desorganizadas
del paciente es sacar a la superficie toda esa creatividad o estilo particular del
paciente, que ha permanecido oculto durante tanto tiempo para poder estructurar su
personalidad de manera más...

Si bien, respecto de lo leído hasta aquí, se puede pensar la función del


acompañante terapéutico como el "lugar” que tiene éste en un tratamiento, entonces
es necesario que todos los agentes de salud pensemos que no hay sólo un "lugar”
posible para este recurso: desde cada escuela psicológica y psiquiátrica, como
desde cada especialidad médica y asistencial, y según el marco teórico que la
sustenta, se le puede otorgar tácita o explícitamente un "lugar” diverso y válido. El
mismo redundará en una inclinación y fundamentación, en cada caso particular, de
la nominación de funciones específicas que asumirá el acompañante terapéutico de
cara a su trabajo concreto y que las mismas se particularizarán en la reflexión sobre
y en la práctica que cada área requiera.

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