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Desde el Concilio Vaticano II, se destaca cada vez más que el laico en la Iglesia católica es
una auténtica vocación. El contenido de esta vocación es la santificación de las
obligaciones ordinarias del cristiano y, en primer lugar, las familiares. Así, la Constitución
Dogmática Lumen Gentium afirma que su vocación consiste en "iluminar y organizar todos
los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se
realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria
del Creador y del Redentor" (n. 31). El Decreto conciliar Apostolicam Actuositatem indica
que forma parte de esta vocación el apostolado, entendido como deber de acercar almas a
Dios.
[…] ejercen el apostolado con su trabajo por evangelizar y santificar a los hombres, y por
perfeccionar y saturar de espíritu evangélico el orden temporal, de tal forma que su
actividad en este orden dé claro testimonio de Cristo y sirva para la salvación de los
hombres. […] Dios llama a los seglares a que, con el fervor del espíritu cristiano, ejerzan su
apostolado en el mundo a manera de fermento.7
Apostolicam Actuositatem, 2
Por institución divina, entre los fieles hay en la Iglesia ministros sagrados, que en el
derecho se denominan también clérigos; los demás se denominan laicos.
Los cánones 224 y siguientes establecen el estatuto de los fieles laicos al dar una lista de
derechos y deberes de los fieles laicos. De ellos destaca el canon 225 porque de él se puede
extraer una definición positiva del fiel laico: según este canon, los laicos son aquellos que
tienen la obligación general de trabajar para que el mensaje divino de salvación sea
conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo. Esta obligación les apremia
todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden los hombres
oír el Evangelio y conocer a Jesucristo.
Puesto que, en virtud del bautismo y de la confirmación, los laicos, como todos los demás
fieles, están destinados por Dios al apostolado, tienen la obligación general, y gozan del
derecho tanto personal como asociadamente, de trabajar para que el mensaje divino de
salvación sea conocido y recibido por todos los hombres en todo el mundo; obligación que
les apremia todavía más en aquellas circunstancias en las que sólo a través de ellos pueden
los hombres oír el Evangelio y conocer a Jesucristo.
Por lo tanto, en el lenguaje católico, el estado laical es uno de los estados en los que el
cristiano puede ejercer su misión dentro de la iglesia, además del clerical y del religioso. El
laico es aquella persona bautizada, perteneciente a la Iglesia que no ha recibido el
sacramento del orden sacerdotal ni ha hecho votos dentro de alguna comunidad religiosa.
La Constitución dogmática Lumen gentium aprobada en el Concilio Vaticano II establece
"a los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el Reino de Dios
gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios". El Compendio de doctrina
social de la Iglesia señala -a su vez- "Es tarea propia del fiel laico anunciar el Evangelio
con el testimonio de una vida ejemplar, enraizada en Cristo y vivida en las realidades
temporales..." (Comp DSI, 543); "Los fieles laicos están llamados a cultivar una auténtica
espiritualidad laical, que los regenere como hombre y mujeres nuevos, inmersos en el
misterio de Dios e incorporados en la sociedad, santos y santificadores"