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INTRODUCCIÓN
Contamos ya dos mil años de historia desde que el mandato evangelizador fue dado, y la
Iglesia no ha cesado en dicha misión, la cual se manifiesta sobre todo en los momentos de
crisis como los que estamos atravesando en la época actual. Estamos en un mundo que
parece caminar con pasos inseguros e inciertos, pronto a tropezar ante la debilidad del
pensamiento, abrazándose a subjetivismos que tratan de relativizar los todos nuestros
contextos sociales, sobre todo aquellos que tienen que ver con la moral humana y la
dignidad de la persona.
Porque aún y cuando el propósito fuese el negar a Dios aludiendo a un cierto ateísmo, el
hombre aun declarándose ajeno a lo divino, siempre estará sometido a «dioses» en los
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cuales proyecte su fe, pues por así decirlo, el hombre ateo «cree» que «no cree». No
obstante, si se pretendiese cortar el cordón umbilical entre hombre y Creador, no puede
entenderse o ser coherente si no existe de por medio la gratitud de parte de la criatura. Es
decir, el hombre que libremente quiere separarse de Dios y rechazar todo lo propuesto en el
evangelio, no debe primero si no mostrarse agradecido con aquél que lo creó y lo moldeó
para que fuese imagen y semejanza suya, aun y en el aspecto racional y que es
consecuencia de que sea capaz de conocer y entender su propia humanidad y asumirse
como un ser capaz de autonomía.
La Iglesia se confía del liderazgo pastoral de sus dirigentes, empezando por el Santo Padre
y todos los obispos unidos a él, que constituyen el Magisterio de la Iglesia, garantizan que
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el Evangelio de Cristo sea interpretado, transmitido y enseñado correctamente y en su
totalidad (Wehner, 2012). Aunque si bien la tarea de transmitir el Evangelio, recae en
primer lugar en ellos, No hemos de olvidar que toda la Iglesia está llamada a asumir, de
acuerdo a la vocación de cada creyente, la tarea evangelizadora.
Hablar de una nueva evangelización, implica el hecho de responder a la crisis actual, que
está determinada ante el poder y saber hablar de Dios; tema que no puede pasar inadvertido,
sobre todo después del Concilio Vaticano II, que tuvo entre sus principales objetivos el
hablar de Dios al hombre de hoy de manera comprensible. En este panorama, la crisis que
se vive no debe entenderse como la de un Dios que es negado, sino más bien de un Dios
que es desconocido (Fisichella, 2016).
El Pontificado de Juan Pablo II, estuvo inundado del concepto de Nueva Evangelización. El
Santo Padre mencionaba la necesidad de una nueva expresión y nuevos métodos en la
acción evangelizadora; su sucesor, Benedicto XVI, agregó que también debía ser nueva en
su ardor, y así, en la medida que pudiésemos ser capaces de esto, ofrecer al mundo
contemporáneo la respuesta que espera o que debemos provocar en él (Wehner, 2012). La
Nueva Evangelización, por tanto, parte de aquí: de la credibilidad de nuestra vida de
creyentes y de nuestra convicción de que la gracia actúa y transforma hasta el punto de
convertir el corazón de los demás.
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Aquí radica la novedad evangelizadora, en el hecho de ser capaces de testimoniar una fe
por convicción y autenticidad, y no por mero «ritualismo» o «costumbrismo». El mundo de
hoy tiene necesidad profunda de amor, porque ya ha visto demasiado de cómo se puede
fracasar. Los esfuerzos actuales están enfocados hacia esta vivencia de una fe más
enraizada en la verdadera caridad. El Papa Francisco ha acuñado neologismos como
«primerear» o «misericordiar», cuya intención es la de mover a la acción. Quizá este sea el
nuevo rumbo de la labor evangelizadora, la de la Iglesia en salida, un Iglesia de acción.
La Nueva Evangelización busca que todas las personas, incluso los no creyentes, puedan
beneficiarse de la verdad sobre el significado de la vida y el amor. Implica así el reto de
hacer de la vida del cristiano, un verdadero Evangelio viviente, ante todo por la imposición
de normas o leyes que quieren hacer callar las bocas de los creyentes, lo cual exige que el
obrar sea el que siga proclamando.
CONCLUSIÓN
Ante un mundo cada vez más secularizado, en el cual los creyentes, en especial los
católicos, no son capaces de comprender, expresar, explicar y defender su fe, no podemos
pensar en una nueva evangelización. Debemos comprender, que para que el Evangelio se
inserte realmente en la sociedad y las culturas de los pueblos, los creyentes deben vivir su
fe en todos los aspectos de su vida.
Este reto va dirigido en primer lugar a los cristianos comprometidos y que de alguna
manera están más activos dentro de las comunidades. La necesidad de una buena catequesis
en una nueva evangelización, implica que los católicos entienden la naturaleza de su fe, y
así poder ser más auténticos, serios y sinceros al vivirla.
De no ser así, la fe se reducirá, como bien estamos viendo ahora dentro de nuestras
comunidades, a una mera disciplina de hábitos sin ningún sentido esencial, lo cual nos lleva
a ofrecer y celebrar ritos sin sentido. Los creyentes y sus familias deben permitir que la
Palabra de Dios (Evangelio) sea capaz de encender su ser (ardor) y estilo de vida
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(expresión) de tal manera que todas sus acciones y decisiones (métodos) reflejen una vida
de fe verdadera.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS: