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Los ayamanes eran una etnia americana que vivía en territorio de lo que
ahora es el centro norte de Venezuela cuando llegaron los europeos. Su
territorio correspondía a lo que hoy es el sur de Falcón y gran parte del
estado Lara y colindaba con zonas habitadas por los jirajaras y caquetíos.
Se dice que los ayamanes eran muy unidos con la naturaleza, eran muy
hábiles para movilizarse de un lugar a otro dentro de su territorio, colindante
con los jirajaras y caquetíos. Según Federmann, eran de muy baja estatura,
al punto que algunos llegaban a medir 1,10 metros de altura, aunque
“estaban bien hechos y bien proporcionados” indicó el mismo Federmann.
Se dedicaban a la agricultura, cultivaban maíz, frijol, quinchoncho, yuca,
ñame, mamones, semerucos y maya. Según algunos historiadores, los
ayamanes pertenecían a la familia lingüística Arawak. Los jirajaras decían
que “aunque eran enanos, eran muy valientes y la comarca salvaje y
montañosa”. Podrían describirse como racistas, según las formas
modernas, ya que despreciaban la mezcla con otras razas, e incluso
rechazaban a los de su tribu que se mezclaron con los Xidehara.
Los arcos miden 1,50 metros de largo, tienen una sección de 22×18
milímetros en el centro y son fabricados de una madera rojiza, muy dura,
llamada palo de arco.
El baile de Tura
Entre tanto los bailadores cantan y cierran sus filas para impedir la huida del
furioso animal. Se balancean al compás de las notas arrancadas a las turas.
Los recesos entre uno y otro baile son aprovechados por parejas, músicos y
ciervos para refrescarse con frecuentes libaciones de chicha y aguardiente.
Estas fiestas suelen durar dos, tres o más días; depende siempre su
duración de la cantidad de chicha, hasta que no se acaba, sigue la fiesta.
El baile se funda en un acto del culto religioso con ofrendas que procuran el
favor de los espíritus. Se presume que los sacrificios y flagelaciones eran
parte de las ceremonias, tal como lo hacían los Timotes. Se cree que el
rollete debió ser el látigo con que se flagelaban mutuamente los danzantes
masculinos.
El 1° de noviembre los que han perdido algún pariente ponen sobre una
mesa batatas, yuca, miel y más manjares. Durante la noche colocan sendas
luces que se mantienen encendidas hasta el alba. Creen que los espíritus
vienen a comer a su hogar. Al día siguiente invitan a amigos para que
vengan “a comer la comida de la llora de sus hijos”. El 2 de noviembre para
los fallecidos el día de todos los santos, se repite la ceremonia. Son más
abundantes y variadas las viandas y no debe faltar el cocuy. Como señal de
luto se quita la cuerda al arco y se adornan de negro éste y las flechas.
Deben permanecer durante tres meses con los dardos en tierra.
La ceremonia de la sequía
Colocan sobre una mesa algunos envases con cocuy y carato, tres monedas
de plata y tres tabacos. Con eso se remunera al curandero. La casa debe
estar cerrada y todos los perros del vecindario amarrados y bozaleados. El
piache entra por el techo de la casa y así se cree que ha venido volando
desde Moroturo. Esto se hace en tiempos de sequía para que vuelvan las
lluvias y no se pierdan las cosechas.