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VAMPIRE SANGUINE (Sangre de vampiro)

Por: Pablo Nicoli Segura.

Cuando en la década de los noventa (en el siglo XX) la dama inglesa Sarah Ellen, nacida en
Blackburn en 1893: “Cuarta esposa del conde Drácula”, según los títulos que impone el saber
popular, NO RESUCITÓ EN SU TUMBA, el tumulto de gente y pobladores de Pisco, en el Perú,
además de los distintos medios de información de todas partes del mundo, que esperaban
atestiguar en vivo tal evento sobrenatural, quedaron indignados con la no-muerta, aunque en la
ficción los vampiros, en realidad no resucitan sino que duermen y luego despiertan.

- ¿Cómo era posible –se decían unos a otros- qué la vampiresa los hubiera dejado con los crespos
hechos? ¡No había derecho! Esto era una afrenta, una promesa incumplida…

Pues, nuevamente el saber popular decía que, Sarah había prometido resucitar antes que
terminara el siglo XX –a los 100 años de su supuesta muerte- para vengarse, pues le habían
acusado, además, de bruja y negado la cristiana sepultura en su pueblo natal. Entonces un
anónimo pueblerino de Pisco planteó una respuesta o salida a tal situación que no llegó, aunque
solo fuera promesa y no juramento. Explicó que Sarah y para consumar su venganza, seguramente
volvería a nacer en otro cuerpo, quizás el de un pariente ¡una nieta…? Y que aun faltarían algunas
décadas para verla materializar su promesa en el cuerpo de esa vampira reencarnada, o al menos
eso fue lo que los tabloides publicaron por aquellos años.

Lo cierto es que a mí me llegó la información de que una niña llamada Sara (sin la “h” final),
aunque ya no Ellen, sino con otro apellido bastante común en el Perú y que mantendré en el
anonimato pues no pretendo una demanda legal, nació aquella misma noche de espera y supuesta
resurrección en el cementerio de Pisco, de la abuela vampiresa en cuestión. Y, hoy, que cuento su
historia, tiene –en 2020- tiene cerca de treinta años de edad y una prole fecunda que pequeños
vampirillos revoltosos.

Pero lo curioso de esta historia, que me contó un amigo escritor de nombre Antonio Casas, es que
Sara, la nieta poseída por el espíritu de su abuela, y lista para consumar su venganza no solo
contra su pueblo natal sino contra la iglesia católica que la condenó (y esa sacro-santa institución
está en todos lados) se vio una noche en una situación poco normal por decirlo suave y, no hablo
de lo sobrenatural sino, de que en sus paseos nocturnos por la ciudad buscando, como es natural,
un cuello dispuesto a ser mordido -por los afilados dientes de una bella mujer de tez pálida y
cabello oscuro, aunque de ojos de fuego- de pronto, en medio de la confusión de sirenas y
vehículos, una redada policial motivada por la pandemia del covid19, le cayera encima con el
consiguiente confinamiento en una celda de 2 x 2 junta a otras detenidas una más ebria que otra.
Claro que la ebriedad o falta de ésta en Sara, era más bien por sangre que por un pisco barato de
marca dudosa

Sara se preguntó si había nacido en el tiempo adecuado para consumar su venganza o si por
segunda vez, la sociedad la condenaría por el solo hecho de buscar y sorber un poco de sangre
fresca para vivir con decencia, como cualquier vampiro respetable. Resultaba, ahora, su dilema, en
que de día Sara dormía en su ataúd cama y de noche no podía salir a la calle sin que media docena
de energúmenos policías la capturaran, pese a sus gritos y protestas de que el gobierno no
consideraba su caso como era debido. Para colmo en tiempos de pandemia, sus primos cercanos –
los murciélagos- no tenían buena fama por eso de que fueron los causantes de que el virus pasará
a enfermar a los humanos y los vampiros no estaban exentos de tal responsabilidad, sobre todo
por eso la prohibición del acercamiento social al morder… sobre todo al morder ¿Carajo…! ¿Qué
mala suerte?

A las horas Sara fue soltada junto a las otras féminas, justo antes de que el sol volviera a salir y el
sueño la venció. No le quedó sino irse a casa y soñar con pesadillas menos tristes que la de su
actual situación real, tanto como la pandemia.

Para evitar sus salidas, no le quedó sino buscar que sorber en casa, el escaso plasma de sangre del
que pudo proveerse unos días antes de la cuarentena ya estaba seca pero aun había cosas que
morder y chupar. Como buen pobre, ella no comería arroz con huevo o pan seco sino ratones
gordos, insectos. Y como una araña, viviría y resistiría por siempre.

Al final Sara se dio cuenta que su situación era como la de todos, no podía salir de casa, no había
de que alimentarse con abundancia y la situación se pintaba de color hormiga. Entonces por
primera vez se identificó con la gente, con los humanos y sus vecinos, se sintió a gusto, ya no era
alguien diferente al resto, olvidó sus antiguos deseos de venganza a la humanidad, y pensó algo
lindo: que el planeta, y gracias a la pandemia, se había convertido en algo democrático, sin
diferencias entre sociedades, razas o castas -vampiros incluidos- y que ahora el planeta era mejor,
aunque tuviera que chupar insectos y alimañas hasta salir de aquello y cuando una vacuna, hecha
de su sangre, salvara al mundo y lo convirtiera en el planeta de los vampiros, pero sanos y sobre
todo INMORTALES…

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