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A mis padres Carmen e Irwin


Sin cuyo apoyo y fortaleza
no concibo esta vida m’a.

Dep—sito Legal 4-1-602-02


LPB

PROLOGO

La cada vez m‡s diestra y suelta mano literaria de Pilar Pedraza Perez
del Castillo nos entrega una nueva obra "La Amante del Loco", en la
cual nos introduce en el maravilloso y complejo mundo de la novela.
Universo real e irreal al mismo tiempo. Real, en cuanto es el marco en
donde acontece todo lo narrado por el autor. Irreal, porque los
episodios novelescos deben tener mucho de fantas’a `pura y algo de
ficcion arreglada por el escritor, que los ha observado en el ambiente
social y los manipula para convertirlos en relato literario.

Novela de fuertes pasiones para un tiempo de pasiones intensas, como el


que vivimos en la actualidad; donde los intereses cruzados producen la
historia contemporanea con episodios de odio, violencia, explotacion,
etc. porque los seres humanos de hoy en d’a escuchamos m‡s a las voces
del poder, de la carne y del dinero m‡s que a las voces del esp’ritu.

En la nueva obra de Pilar Pedraza campea la amoralidad, encarnada en


pr‡cticamente todos los personajes, quienes actœan haciendo lo que se
les ocurre siempre que eso convenga a sus intereses inmediatos y sin
pararse a pensar en si el acto que realizan es intr’nsecamente bueno o
malo; si ha de producir da–o o beneficio en el otro; si es socialmente
positivo y, por lo tanto, retarda su evolucion espiritual o, inclusive,
si la revierte al devolvernos a la pura animalidad.

"La Amante del Loco" es una historia de historias. Es una saga donde
vemos las peripecias de la familia de Francisca Acarrea, que comienza
en 1916 y se prolonga hasta nuestros d’as, teniendo siempre a las
mujeres como a sus protagonistas. Porque es una saga, comienza con un
brev’simo relato hist—rico de la esclavitud en el Perœ; continœa con
los episodios de las tres generaciones femeninas de esa familia; se
relaciona con el mundo m‡gico; es decir, nos muestra diferentes niveles
de la acci—n e interacci—n humana: Žste, el de la historia en la que
vivimos temporalmente y, ese otro, del m‡s all‡, donde viven las almas
de los difuntos, los cuales, en determinadas oportunidades, se juntan
con nosotros para interferirnos o ayudarnos; para ayudar a los elegidos
libremente por ellos, lo cual les permite ser o tener m‡s que el comœn
de los mortales. Novela plenamente inserta en la cultura andina, donde
esa peculiar cosmovisi—n es cotidiana.

El mundo m‡gico creado por Pilar Pedraza, sin embargo ya tiene


elementos occidentales; por ejemplo el concepto de un ser humano
plenamente libre, capaz de luchar con las fuerzas del otro mundo y
vencerlas, si lo quiere. Veamos. (...) Este descanso le fue
interrumpido por sobresaltos ocasionados por el esp’ritu del difunto
(padre), quien desconsiderado, no cesaba de increparla mostr‡ndole cuan
disgustado realmente se hallaba, que hasta le rompi— su enorme espejo
veneciano haciŽndolo caer abruptamente al suelo. "Lo hecho, hecho est‡,
le dec’a Celina a su padre con un cansado conformismo. Deje Ud. de
hostigamientos, no ten’a alternativa y no me arrepiento de lo que hice,
si a Ud., padre, le parece mal... cuanto lo siento, es hora de que se
vaya acostumbrando a lo que realmente soy, mala, envidiosa, amoral,
viciosa y prostituida, pero gracias a ser como soy he logrado lo que
tengo, he salido del hueco de donde provengo y pretendo llegar muy alto
aunque para ello deba asesinar, robar, calumniar o meter justos en las
c‡rceles, que le quede bien claro; Ud. padre, pierde su tiempo ac‡ en
la tierra, regrese al infierno que es a donde siempre ha pertenecido y
espere por m’ all‡ que tendremos una eternidad para discutir el tema".-
Tal declaraci—n lo dej— perplejo y anonadado y no le qued— otra cosa
que emprender una honrosa retirada por tiempo indefinido, mientras la
bondad de Mar’a E. de las Nieves no entend’a por quŽ su arbusto de
margaritas, de la noche a la ma–ana, estaba seco y con cientos de
flores marchitas-.

Aqu’ hay tres aspectos. El primero, la relaci—n de un ser de este plano


de existencia con el que habita en el otro, en el nivel de los
desencarnados, y la preocupaci—n de Žste por aquella, porque su hija
viva esta existencia de tal manera, que no tenga problemas en el otro
nivel. El segundo, la libertad c’nica de Celina que, al escuchar a su
padre, reconoce su error, pero no quiere enmendarse y, pr‡cticamente,
manda al diablo tanto a su padre como a la ayuda que este le ofrece. El
tercero, la influencia del otro plano sobre las realidades materiales
del de Žste es tan fuerte, que la mata de margaritas de Mar’a E. de las
Nieves, madre de Celina, queda agostada de la noche a la ma–ana.

Novela circular en la que Pilar Pedraza PŽrez del Castillo muestra la


peregrinaci—n de un amor, el de Mar’a E. de las Nieves, que se enamora
de un apuesto oficial de la marina peruana, amor que no tiene futuro
por la distancia social que hay entre ella y Žl; motivo por el que lo
pierde, mas al final de su vida lo recupera para morir feliz al saber
que ha sido intensa y permanentemente amada por el objeto de sus
sentimientos y sufrimientos. La mujer, de esta manera, recupera la
esperanza para entrar, de esta forma, en el otro plano del amor, el
eterno.

Parece que Pilar Pedraza PŽrez del Castillo ha escrito esta novela como
una protesta, consciente o inconsciente, contra la forma de vivir del
ser humano de hoy en d’a, tan amoral, tan sin sentido, tan opaca y
falta de elegancia espiritual.

Novela de acci—n, de pasiones desordenadas, de desesperanza, pero no de


desesperaci—n; obra de amor que busca y realiza el amor, humano y
divino, como forma de salvaci—n de nuestra especie.

Jaime Martinez Salguero

LA AMANTE DEL LOCO

NOVELA POR PILAR PEDRAZA PEREZ DEL CASTILLO

El comienzo de esta historia...

Los primeros negros que arribaron a Chincha en calidad de esclavos


fueron tra’dos desde el Africa para trabajar en las haciendas de Ca–ete
y sus alrededores, as’, los antepasados de Jerem’as y Francisca
Celina, fueron desembarcados en el puerto de Tambo de Mora y conducidos
hasta la hacienda "El Carmen" a travŽs de larg’simos tœneles
subterr‡neos (construidos por los cazadores de esclavos), que iban
desde el puerto, hasta los patios traseros de la Catedral porque, al
iniciarse la esclavitud negra en Perœ, en Žpocas remotas, la Curia, a
travŽs de sus varias congregaciones, sol’a ser la principal due–a de
casi todas las haciendas del departamento de Ica. El motivo de los
largos tœneles subterr‡neos que iban desde el puerto de Tambo de Mora
hasta la Catedral o hasta la hacienda de "El Carmen", obedec’an al
temor de que los negros pudieran escaparse si sab’an donde se hallaban
secuestrados; muchos de los miles de infelices jam‡s conocieron el mar
chinche–o que no estaba muy distante de la hacienda, debiendo
conformarse con sentir s—lo la brisa, el olor y el murmullo apenas
perceptible de las olas. Sus Dioses y rituales prohibidos... todo se
volvi— leyenda a fuerza de trabajo, palos, azotes y religi—n cat—lica.

Aunque la esclavitud se aboli— en Perœ el a–o de 1821, muchos de los


negros prefirieron quedarse donde estaban por no tener otro lugar a
donde ir; mal que mal, ten’an casa y comida y la œnica diferencia con
sus antepasados era que, ahora, en vez de algod—n y ca–a, los due–os de
la hacienda "El Carmen" cultivaban la uva y que los patrones abolieron
l‡tigos y remates de negros que efectuaban los d’as domingo en la plaza
central de todos los pueblos. Mientras no aprendieran a leer y
escribir, no podr’an aspirar a algo que no fuese labores del campo y
trabajos pesados en las nuevas f‡bricas de harina de pescado que ya
hab’an iniciado la contaminaci—n al ambiente del pueblo. A sus
descendientes nos les ir’a mucho mejor, tan s—lo conseguir’an acceso a
la salud de los blancos y a una precaria educaci—n que no pasar’a del
saber leer, escribir, sumar y restar. Quiz‡s con el tiempo las cosas
cambiar’an, esto dec’an siempre los pol’ticos y candidatos al Congreso
en Žpocas de proselitismo. Con la llegada al milenio y debido a la
estupidez de l’deres criollos, Chincha fue perdiendo su gran potencial
agr’cola para convertirse lentamente en un minifundio incontrolable,
poco productivo y paupŽrrimo.

Era una calurosa ma–ana de aire sofocante y escaso de uno m‡s, de los
mon—tonos y envejecidos veranos de Ca–ete, del pueblo de Chincha. Los
habitantes de la hacienda de "El Carmen", ubicada muy cerca del puerto,
viv’an el ambiente aœn m‡s pesado. Corr’a el a–o de 1916 cuando la
hermosa negra (leg’tima mujer del negro Jerem’as Acarrea), la imponente
mulata Francisca Celina, se debat’a entre la vida y la muerte dando a
luz, con ayuda de la negra partera de la hacienda, a otra criatura
bastante m‡s blanca y menos mulata, a la que de inmediato bautizaron
con el nombre de Mar’a E. de las Nieves Acarrea Acarrea ya que era el
œnico apellido disponible, puesto que, Francisca Celina aunque ten’a,
adem‡s del tormento de un amor prohibido, a dos nombres, carec’a de un
apellido; incidente que no fue impedimento ni raz—n para no fornicar
por amor engendrando aquella hermosa criatura, como prueba m‡xima y
altruista de la creaci—n realizada por dos amantes que, para defender
su amor, desafiaron tanto a Dios como al demonio.

Francisca Celina, apodada Pancha, era la nieta de un esclavo comprado


por los patrones de El Carmen en aquella œltima remesa que arrib— a Ca–
ete justo un par de a–os antes de la abolici—n de la esclavitud. Al
igual que su abuelo y sus padres, Pancha jam‡s puso un pie fuera de los
predios de la hacienda y del pueblo de Chincha. Su vida, aunque libre,
no dej— de ser llena de limitaciones que ella gustosa pasaba por alto
cada ma–ana conjunto sus oraciones.

Se dec’a que el abuelo de la negrita Pancha fue el œltimo sumo


sacerdote de aquella secta Vudœ, poseedor de esp’ritus m‡gicos tan
fuertes como capaces de acabar con la vida de negros o blancos a petici
—n de cualquier desesperado o agraviado devoto. La prueba m‡s tangible
de los poderes del abuelo, sin duda alguna era la existencia de Pancha
(nacieda de una madre entrada en a–os), quien no tuvo marido
conform‡ndose tan s—lo en mantener concubinatos pasajeros con los
esp’ritus de negros y blancos que dejara su padre abandonados aquella
madrugada, en la que march— al mundo de la luz y la oscuridad, justo
despuŽs de cumplir los 122 a–os de edad. Afirman las malas lenguas que
Panchita es producto de las mezclas de aquella bacanal de org’as
sexuales protagonizadas por los esp’ritus tanto de negros como de
blancos que, en concubinato, se aparearon con su madre, engendr‡ndola.

Algo de cierto debi— haber, Panchita era diferente desde ni–a, sus
facciones eran finas y, aunque su piel era oscura, ten’a unos hermosos
ojos verdes que siempre andaban echando chispas irradiando una fuerza
desconocida o sobre natural. Ella era intocable, nadie osaba molestarla
o hacerle da–o, ni siquiera su madre se atrev’a a llamarle la atenci—n,
tampoco era necesario, ella era de personalidad tranquila y viv’a semi
ausente con la mente en el infinito presagiando el acontecimiento de
cuanto evento bueno o malo estuviera por suceder. As’ fue como lo supo
de antemano. La muerte de su madre tendr’a lugar el Viernes Santo
durante la procesi—n que desfilaba dando vueltas incesante a la Plaza
Principal del pueblo de Chincha. Contaba doce a–os (cuarenta menos que
su madre), cuando qued— huŽrfana y bajo sus propios cuidados, no sinti—
pena ni volvi— a pensar en la difunta, es m‡s... ella la segu’a viendo
cada noche, le bastaba dirigir sus chispeantes ojos verdes al
firmamento, all’ yac’a su madre, en sus bacanales espirituales de
negros y blancos, alguno de aquellos esp’ritus ser’a con seguridad el
que la engendr—.

La comunidad de El Carmen, preocupada por el abandono y soledad en que


quedara aquella ni–a tan diferente a las dem‡s, decidi— hablar con los
patrones para dar soluci—n al tema. Pancha lo supo de antemano, supo
que se mudar’a a vivir a la casa de hacienda para integrar el plantel
de servicio. Cuando vinieron a buscarla para darle la noticia, Pancha
estaba lista, con su peque–o morral de usadas pertenencias, esperando
muy tranquila a que vinieran a recogerla. Sus paisanos respiraron
aliviados al saberla segura en la casa de los patrones.

All’, en la casa de hacienda, Pancha permanecer’a por m‡s de quince a–


os. Aunque los patrones ten’an siete hijos varones, viv’an acompa–ados
œnicamente por los tres menores cuya edad oscilaba entre los siete y
once a–os, mientras que el resto, estudiaba en la capital. Francisca
Celina, cari–osamente conocida por Pancha, era la encargada de
entretener a los tres diablillos, hijos menores de sus patrones, la
tarea le encantaba y los muchachos la adoraban, no desaprovechaban una
sola de sus incre’bles historias producto del conocimiento con el que
vino al mundo, tampoco la perd’an de vista un instante y la segu’an por
toda la hacienda cual cachorros falderos. La patrona estaba encantada
con aquella negrita de hermosos y chispeantes ojos verdes; entre sus
obligaciones estaba la de asistir con los diablillos a la escuela y por
las tardes, de tres a cinco, a las tediosas clases de catecismo, a las
que Pancha curiosa y sorprendida no faltaba jam‡s. El d’a de la
primera comuni—n de los tres diablillos y suya, la patrona le regal—
una hermosa cadena con su medallita de oro de la imagen de la Virgen
del Carmen, adem‡s de una docena de estampitas que pudo obsequiar e
intercambiar con sus compa–eros. Aquella ma–ana durante la misa a
Pancha le ocurri— algo terrible de explicar; ante tanta contradicci—n
de los diez mandamientos y normas de conducta cristianas, Francisca
Celina se anim— a cuestionar a Dios el asunto del espiritismo ya que
desde que ella recordaba, no pas— un solo d’a durante el cual no
conversara con por lo menos cuatro

diferentes esp’ritus ( de negros y blancos) que pululaban los patios y


las habitaciones de la casona de hacienda. No eran conversaciones
importantes, tan s—lo charlas triviales de cuestiones cotidianas; ellos
se le aparec’an para anticiparle sucesos que estaban por acontecer.
DespuŽs de explicarle a Dios lo que le suced’a sinti— como muy
despacito, Diosito, la levantaba de su banca hasta elevarla delante de
El, frente a su cruz, veinte metros por encima de los fieles que
atend’an la ceremonia masiva de comuni—n. S—lo ella se daba cuenta,
nadie notaba que levitaba, Diosito muy bondadoso le dijo que no se
inquietara, que conoc’a de sus facultades y que cuando El quisiera
comunicarle algo tambiŽn hablar’a con ella, le dijo cuanto la amaba y
le prometi— quedarse cerca de ella hasta el d’a en que decida llevarla
del todo a vivir entre las nubes del cielo de la hacienda de El Carmen.
DespuŽs de esta breve charla, Panchita descendi— tan silenciosamente
como ascendi— y sus ojos estuvieron m‡s verdes y chispeantes que de
costumbre.

Pancha s—lo termin— la escuela primaria pues, los ni–os, al igual que
sus hermanos mayores, fueron enviados a la capital a proseguir sus
estudios. Por un par de a–os la hacienda se sumi— en un triste
silencio, œnicamente Pancha, que contaba los diecisiete a–os ya, segu’a
llena de vida. Si no estaba cantando alegremente en voz alta,
conversaba animadamente con sus esp’ritus en voz m‡s baja; ya estaban
acostumbrados a ella y la aceptaban y quer’an como era, nadie se
atrev’a a cuestionarle nada por temor a alguna represalia de sus
esp’ritus protectores adem‡s, era ella y s—lo ella, quien lo sab’a
todo, el pasado, el presente y el futuro. El œnico d’a de esa dŽcada en
que Panchita dej— de cantar, fue el fat’dico d’a del accidente en el
que el hijo mayor de sus patrones perdiera la vida . Ella lo supo con
tres d’as de anticipaci—n, es m‡s, estuvo presente en el lugar de los
hechos, vio como aquŽl hermoso caballo negro azabache tropezaba con una
roca rompiŽndose la pata izquierda, derribando a su jinete para caerle
encima mat‡ndolo aplastado. No lo coment— con nadie, nada sacar’a con
anticiparlo, era algo que suceder’a y, por supuesto,

sucedi— justo el d’a en que ella dej— de cantar, sus ojos chispeaban
sin poderlos contener, m‡s verdes que de costumbre. El patr—n lo not—;
notaba que siempre que Pancha dejaba de cantar y sus ojos chispeaban
sin parpadear suced’a algo diferente, a veces bueno y otras veces muy
malo; asustado y temeroso conmin— a Pancha a "desembuchar" el mal
presagio; no fue necesario, en ese preciso instante le informaron lo
ocurrido.

El duelo en la hacienda El Carmen dur— por siempre en el coraz—n de la


madre del fallecido y por tiempo indefinido en el del padre. Nada volvi
— a ser como anta–o, se escuchaban sollozos de llantos contenidos y los
moradores semejaban tristes y mudos fantasmas caminando de uno a otro
lado sin ton ni son. Durante un a–o consecutivo Pancha comparti—
charlas secretas con el esp’ritu del primogŽnito fallecido; al comienzo
eran superfluas y muy convencionales, luego se tornaron ’ntimas y
confidenciales hasta volverse indispensables. Pancha hizo del esp’ritu
su confidente, le manifestaba hasta su m‡s m’nima preocupaci—n y
viceversa, anticip‡ndole informaci—n econ—mica importante relacionada
con la prosperidad de los negocios de la hacienda que ella obediente
retransmit’a a su patr—n y Žste, agradecido, retribu’a los saludos y
buenos deseos a su difunto hijo, al igual que su patrona quiŽn
resignada, segu’a extasiada todos los movimientos de la negra Pancha,
pensando que en cualquier instante su hijo podr’a cobrar vida para
reintegrarse al ‡mbito familiar como si nunca hubiese muerto.

V’speras de la Navidad, el esp’ritu del primogŽnito le anunci— su


partida definitiva, ya los hab’a acompa–ado por un a–o entero y el tema
familiar se tornaba aburrido adem‡s de mon—tono, lo que le indujo a
emprender vuelo en direcci—n al universo de los esp’ritus para poder
reencarnar. Antes de irse definitivamente, previno a Pancha de aquel
que estaba por llegar, habr’an grandes cambios en

su vida, mucha pasi—n, un amor imposible que terminar’a haciŽndola


sucumbir si ella se descuidaba, no le adelantaba m‡s porque el resto no
era ni bueno ni agradable para ella, le suger’a que trate de alejarse
de la hacienda cuanto antes. Por primera vez, Francisca Celina desoy—
los consejos de un esp’ritu sin imaginarse cu‡nto lo lamentar’a.

Faltando una semana para la Noche Buena; la hacienda recuper— la


alegr’a de anta–o, los patrones se quitaron el luto y dieron el duelo
por concluido, regresaban sus hijos, los seis, los tres mayores ya
profesionales, uno de ellos (el segundo) vendr’a con su esposa para
establecerse en la hacienda y hacerse cargo de la administraci—n y
comercializaci—n de vinos. Todos re’an, se limpiaba la plater’a,
brillaban los pisos, sacud’an el polvo de muebles y almas en fin...
toda una algarab’a que Panchita asumi— muy entusiasta.

El mismo veinticuatro de Diciembre a las once de la ma–ana arrib— la


caravana de hijos, esposas, novias e invitados que festejar’an tambiŽn
el a–o nuevo en la hacienda. Pancha encabezaba el comitŽ de recepci—n
de la planta de servicio, estaba realmente hermosa, por primera vez le
compraron el uniforme de gala con la cofia, cuello y pu–os blancos, sus
ojos eran de un verde distinto y las chispas que desped’an eran color
dorado, as’ la reconocieron los tres diablillos que casi la tiran al
suelo con tanta efusividad, los del medio la saludaron con cordialidad
y el encuentro con el mayor no pudo ser de otro modo, era su destino,
ella lo sab’a y no podr’a evadirlo, se miraron a los ojos y el
escalofr’o que les recorriera el cuerpo de ambos lleg— hasta el fondo
de sus corazones, se amaron desde ese preciso instante, ella
consciente, Žl sin saberlo.

Nada fue igual desde su llegada, Pancha cantaba en voz baja y


cuchicheaba muy tenue con algœn esp’ritu, perdido en el mundo de los
vivos tratando de regresar. El verde de sus ojos se oscureci— dejando
de chispear, haciŽndolo perceptible a quienes la rodeaban;

los patrones absortos y ocupados con hijos y huŽspedes nada notaron,


tampoco notaron las profundas miradas cargadas de er—ticos mensajes que
intercambiaba Pancha con Ernesto cada vez que coincid’an
voluntariamente. Para la œnica que Žsta pasi—n no pas— desapercibida,
fue para la esposa de Ernesto, se asust— tanto de ver ese extra–o fuego
en la mirada de su marido cada que Pancha aparec’a, que le suplic— para
que regresaran a la capital posponiendo su radicatoria en la hacienda
hasta que Pancha haya desaparecido. Ningœn argumento fue v‡lido, estaba
decidido y ahora m‡s que antes, se quedar’an all‡.

Francisca Celina ard’a en deseos de fornicar con Ernesto, ansiaba


sentir el contacto de esa piel blanca con la suya mestiza, so–aba
acariciando la desnudez del joven patr—n, sent’a sus manos tibias rodar
por su cintura estrecha hasta estremecerla de gozo, su busto se ergu’a
tan s—lo de pensar en Žl y aquella humedad le corr’a por los muslos
cuando lo ve’a aparecer. Pancha ten’a diecinueve a–os y no conoc’a
hombre en su lecho; sin embargo, la calentura que la asfixiaba era
propia m‡s en una prostituta que en una virgen. A Ernesto le suced’a
algo similar, la mulata lo llevaba por la calle de la amargura, la
deseaba como jam‡s dese— a otra mujer, dar’a su alma al demonio por
tenerla toda una noche en su cama, transpiraba copiosamente por
imaginarla cerca, su miembro pasaba erecto la mayor parte del d’a hasta
que, llegada la noche, su esposa lograba satisfacerlo a sabiendas de la
causa de su excitaci—n. Esta tortura no podr’a continuar por m‡s
tiempo, Žl se hab’a rendido ante los encantos y la belleza de esos ojos
verde oscuro que lo hac’an temblar de una mirada.

Sin pensarlo dos veces, se lanz— esa noche en pos de Pancha, no le fue
dif’cil hallarla, lo estaba esperando pues sab’a de antemano que
vendr’a trayendo con Žl la perdici—n para ella. Pancha retozaba
completamente desnuda en la hamaca de su habitaci—n, no solamente lo
escucho entrar, tambiŽn lo vio decidido cuando atraves— el umbral

de su habitaci—n para quedarse luego paralizado ante su morena


desnudez. Levant‡ndose con lentitud, se le acerc— hasta pegar su cuerpo
al de Ernesto y, sin decir palabra, le ofreci— sus labios y se ofreci—
toda ella. El amante vivi— una pasi—n desconocida hasta entonces, era
cuesti—n de piel, la negra lo ten’a loco, podr’a hacerle el amor el d’a
entero sin cansarse o aburrirse, la deseaba las veinticuatro horas y
pasaba con ella, en su destartalada hamaca, fornicando deliciosamente
todas las noches sin excepci—n. La esposa de Ernesto estaba tan
afligida que fue a quejarse con su suegra, amenazando con abandonar al
marido antes de pasar la vergŸenza de ser abandonada por Žl, y todo por
causa de una criada mestiza. La suegra muy preocupada, llam— a la
mestiza para pedirle que abandone la hacienda porque estaba
protagonizando un esc‡ndalo. Muy al contrario, el padre de Ernesto
pensaba que era un buen pasatiempo para su hijo, que as’ se "foguear’a"
un poco y que no pod’a menos que felicitarlo por su buen gusto; para
dar soluci—n al conflicto y tranquilizar a su nuera, propuso a Pancha
contraer nupcias con el negro Jerem’as Acarrea, as’ se quedaba en la
hacienda y pod’a continuar sus amores con Ernesto, siendo mas
cuidadosos y menos sinvergŸenzas. De acuerdo las tres partes
intervinientes, se celebr— una boda que jam‡s se consum—, al contrario,
Jerem’as fue promovido a capataz y recibi— una buena "dote" como
agradecimiento por los servicios prestados por Pancha en la casa de
hacienda durante trece a–os. Francisca Celina muy contenta con la
decisi—n salom—nica del patr—n, mud— sus b‡rtulos a la nueva casa de
Jerem’as, a su cuarto privado, en donde d’a por medio ven’a Ernesto
para fornicar con ella, am‡ndola sin saberlo.

DespuŽs de un a–o de felicidad, erotismo y pasi—n desmedida; como era


de esperarse, Pancha estaba embarazada. Lo supo como de costumbre, de
antemano, el verde de sus ojos volvi— a aclararse chispeando
nuevamente a causa de su maternidad. TambiŽn sab’a que el d’a del
alumbramiento dar’a su vida a cambio del fruto de sus entra–as. Ni
siquiera el volumen de su vientre (que crec’a mientras

avanzaba la gestaci—n), evit— que Ernesto deje de amarla, jam‡s se lo


dijo porque ni Žl lo supo, Pancha no necesitaba o’rle decir cuanto la
amaba, eso lo sab’a ella de antemano, tambiŽn sab’a que el tiempo se le
agotaba y por ello lo viv’a con intensidad, correspond’a en besos,
caricias y puro e inc—modo sexo, dado lo avanzado de su maternidad.

LA PARTIDA

Me voy...

Y no quiero partir
pero me llevas
arrebatas
la carne a mi carne
ese unico y mio
eso tibio y amado
salido de mis entra–as
y transformado en ser
No dejo nada y
todo te llevas
mis iluciones y una mirada
la risa plena
la lagrima dulce
la estirpe orgullosa
fortaleza sin llanto
de la raza negra
tanto y tan poco a cambio
de una vida nueva.
Y a ti mi peque–a...
acostada en el follaje
de las ansias de una
agon’a incontenible
a merced del tiempo
las culpas y los pesares
mi vida que ya no siento
y la nada del desconsuelo
har‡n para ti un ma–ana
tan incierto y lejano
como la cercan’a
a nuestro cielo Chinche–o

LA INFANCIA...

Sin poder detener el tiempo, lleg— el momento del alumbramiento junto


al de su partida ya que, como ella lo supiera de antemano, no
sobrevivir’a al parto en aquella ma–ana demasiado c‡lida, durante la
cual Diosito cumpli— la promesa que le hiciera el d’a en que,
celebrando su primera comuni—n, levit— ante Su presencia para que le
prometiera llevarla a radicar a las nubes del cielo chinche–o. El
fallecimiento de la negra Francisca Celina no les afect— mucho;
œnicamente la esposa del patr—n estuvo m‡s que contenta al saber que
aquella mulata con la que su marido ten’a relaciones sexuales casi
interdiario balance‡ndose en la vieja hamaca, ya no ser’a una amenaza
para ella y la estabilidad de su familia. No es que estos temores los
tuviera antes, su marido como era costumbre de los hacendados de la
regi—n de Ca–ete, hac’a lo mismo que hicieran tanto su abuelo como su
bisabuelo o su chozno, de mantener relaciones con varias de las negras
en cualesquiera de las barracas pero esta vez, realmente, su marido s’
se hab’a extralimitado en los amor’os descarados con la negra Francisca
Celina, volviendo esta interminable historia por dem‡s preocupante.
Aquella mulata reciŽn nacida ser’a la œltima y œnica prueba de los
amores prohibidos que, por conveniencia y como era de esperarse, fueron
achacados al pobre negro Jerem’as, de apellido Acarrea (de tanto que le
gritaban "vamos moreno.. acarrea esto o acarrea aquello")
convenientemente convertido en el leg’timo esposo de la fallecida.

Producto y resultado de esas fogosas noches de amores entre la mulata


y el joven patr—n, fue el nacimiento de la pobre Mar’a E. de las Nieves
Acarrea Acarrea, bautizada con la inicial del nombre de su verdadero
padre y Nieves en alusi—n a la claridad de su piel, quien
fue a parar a manos y cuidados de la hermana del negro Jerem’as, sin
que por ello se pudiera disimular el gran parecido que ten’a con su
padre biol—gico, hijo del due–o y se–or de esa y otras muchas haciendas
con interminables plantaciones vitivin’colas, de algod—n y de ca–a,
mientras en todo Ica y sus alrededores abundaban vi–edos que le dieran
fama por sus buenos vinos como el cotizado "Tacama", hoy en d’a con
calidad de exportaci—n; adem‡s, estaba el boom del momento... nuevas
f‡bricas de harina de pescado que se instalaban omnipotentes en los
alrededores del puerto de Tambo de Mora.

Transcurrieron algunos a–os desde el fallecimiento de Francisca Celina


para que su peque–a hija, Mar’a E. de las Nieves Acarrea Acarrea (que
contaba ya seis a–os de edad) empezara a ser tomada en cuenta para las
faenas del hogar y del campo bajo el apelativo de Nieves, (ya que el
resto de su nombre carec’a de importancia adem‡s de considerarlo muy
pomposo y rimbombante para alguien de su estracci—n y procedencia)
quien, adem‡s participaba en todos los festivales nacionales de baile
negroide o en verbenas populares, demostrando la gracia y ritmo de un
convoyŽ de dioses afro-chinche–os aunque, lamentablemente, no heredara
los ojos verdes chispeantes de su madre ni la facultad de comunicarse
con los esp’ritus o presagiar el futuro, la œnica herencia que recibi—
de la difunta fue la medallita de oro con la imagen de Nuestra Se–ora
del Carmen que llevaba colgada al cuello desde su nacimiento. Nieves
conviv’a con su t’a, el esposo de Žsta y los cuatro negritos que
oscilaban entre los 11 y 3 a–os; era la encargada del cuidado de los
m‡s peque–os y tambiŽn de mantener relativamente limpia aquella choza
de esterilla con piso de tierra, sin otra ventilaci—n que la que
suministraban la puerta y una peque–a ventana demasiado alta para poder
atisbar a travŽs. Nieves sab’a bien de sus ocupaciones; junto a sus
t’os se levantaba a las cinco de la ma–ana, corr’a con su peque–o balde
a la œnica pila de agua destinada al consumo de los peones, llenaba su
balde y retornaba (haciendo grandes esfuerzos dada su corta edad),
justo a tiempo para preparar el tŽ o la sultana que servir’a de
desayuno acompa–ada por secos y guardados trozos de pan. Una vez
consumido el desayuno se encargaba del aseo de sus primos, les lavaba
la cara, el trasero y volv’a a colocarles aquellos viejos trapos que
serv’an de vestimenta precaria, pero decorosa. Sin perderlos de vista,
sancochaba unas mazorcas, pl‡tanos, camotes algo de pescado y cualquier
otro alimento disponible; a media ma–ana deb’a llevar su peque–o y
pesado balde de agua al huerto de las uvas para refrescar las sudorosas
frentes de sus t’os labradores. Ella anhelaba la llegada del atardecer,
all’ si se sent’a a gusto, no dejaba nada pendiente, nada que pudiera
evitarle escabullirse a las plantaciones a sentarse debajo de esos
enormes e interminables parrales, "cuquear" las uvas maduras aspirar el
nuevo aroma a harina de pescado y sentarse a so–ar al comp‡s de su
mœsica negroide, junto a la invisible presencia de su difunta madre,
transmitida a travŽs de su medallita de oro.

So–aba... que viv’a el mundo de los blancos, al fin y al cabo, se daba


cuenta que era menos morena que el resto. Segœn sus comparaciones, ella
era casi blanca y deb’a vivir casi como los blancos; sin embargo, viv’a
igual o peor que muchos de los negros pobres de la plantaci—n. As’
ven’an sucediŽndose los d’as, uno tras otro, sin modificaciones
importantes, tal vez algœn castigo de vergonzosa amonestaci—n a un
negro perezoso y bailar’n, ante la obligada asistencia de todos los
dem‡s, incluidos ni–os, adolescentes y enfermos; ella ya se hab’a
acostumbrado a esa rutina morbosa y soportable. En sus sue–os era
princesa. La monjita que ven’a semanalmente a curar los enfermos de la
plantaci—n le habr’a contado la historia de La plebeya que se cas— con
un hermoso y valiente pr’ncipe, convirtiŽndose as’ en princesa; fue
cuando padeci— la fiebre escarlatina. Durante su convalecencia, aquella
bondadosa y angŽlical monjita la hab’a acompa–ado un par de horas todas
las tardes relat‡ndole (a diario e inmodificable), la misma historia
por no conocer otra apropiada. Nieves la asimil— convirtiŽndola en
parte de sus sue–os diarios y obsesivos de todos los atardeceres que
pasaba oculta y melanc—lica debajo del mismo parral, acariciando su
medallita de oro, ignorando que su difunta madre vivi— una historia muy
similar. Eu pr’ncipe de sus sue–os era m‡s blanco que moreno, casi con
el mismo color de tez que el suyo, ten’a ojos pardos, era delgado y
alto, amoroso y tierno y le regalaba golosinas, las mismas que le tra’a
la
monjita, Sor Catalina, los d’as viernes a las tres en punto, no conoc’a
otras, no conoc’a nada, nada del mundo blanco, œnicamente la gran
casona que, a diferencia de su madre, ella no hab’a visitado jam‡s,
pero que por alguna raz—n desconocida aœn, la inclu’a en sus sue–os de
princesa, en ellos... si que la conoc’a, se paseaba por sus
interminables y pulidos corredores, disfrutaba de los grandes salones,
se sentaba en aquella mesa enorme de sillas talladas en madera de Žbano
que amoblaban el sal—n comedor, retozaba en una enorme cama dorada con
cobertores de seda y edredones de plumas de ganso (sin tomar en cuenta
el tremendo calor del pueblo de Chincha y la fetidez que produc’a la
cercana f‡brica de harina de pescado ). Era feliz, no pod’a evitarlo;
la monjita dijo que de tanto desear las cosas uno puede llegar a
conseguirlas... ella las deseaba todos los atardeceres debajo del
parral, con la œnica compa–’a de su medallita de oro, la mœsica
negroide y las uvas muy maduras que recog’a del suelo antes que los
p‡jaros se las arrebataran o los cosechadores las retiraran para
convertirlas en pasas en el convento de las monjitas de Santa Clara.
TambiŽn ten’a sue–os gastron—micos que formaban parte de su historia de
princesa; satisfac’a todo antojo y saciaba ese hambre acumulado durante
tantos a–os de miseria y conformismo, degustaba los manjares de
variadas carnes acompa–adas de verduras cocidas, menestras y vegetales
que los negros probaban una vez al a–o celebrando la Navidad, o algunos
d’as en que, gracias a la generosidad de los encargados del servicio
domŽstico ten’an acceso a todas las sobras de las comidas diarias de
los patrones. Todo esto formaba parte de sus sue–os; hermosos y lujosos
trajes, joyas de piedras brillantes y coloridas, zapatos... estos eran
una fijaci—n, ya no andaba descalza, ten’a un enorme cuarto lleno de
zapatos, acomodados en anaqueles desde el piso al techo, eran miles, de
todos los colores y formas existentes, planos, con tac—n, con mo–as,
cintas y brillos, Áque hermosos zapatos!, hac’an ver sus pies delgados
y peque–os como los de las hijas del patr—n, zapatos... dec’a para s’
sonriendo en silencio antes de volver a su realidad.

Desde que contrajo escarlatina, la monjita Sor Catalina, se hab’a


encari–ado mucho con ella, tal vez porque era mas blanca que negra;
segœn la monjita, Nieves deb’a aspirar a un futuro mejor, tener acceso
a una educaci—n, dejar ese baile sensual y pornogr‡fico y, porquŽ no, a
ingresar al servicio del Se–or aunque careciera de una dote para
fortalecer al millonario patrimonio de la Santa Madre Iglesia; Žsto,
ser’a remediable si el patr—n acced’a a enviarla al convento de Santa
Clara en la ciudad de Lima, pasar’an por alto lo de la dote ya que el
se–or patr—n siempre fue generoso con esa instituci—n. Sor Catalina no
se cansaba de hablar de ello pero los t’os de Mar’a E. de las Nieves no
ten’an ningœn interŽs en concretar tal aberraci—n, ella era negra, la
mejor bailarina de candombe de todo Ca–ete, descendiente directa del
œltimo sacerdote practicante de Vudœ en Chincha e hija de la nunca
olvidada Francisca Celina, cuyos chispeantes ojos verdes ve’an con
antelaci—n lo que habr’a de acontecer. Por todos estos antecedentes,
deb’a someterse a la suerte de los habitantes de la plantaci—n, el
hecho de haber sido engendrada por el hijo del patr—n no le significaba
ninguna goller’a, hab’an muchos morenos hijos de patrones en aquella
plantaci—n, claro que hab’a que reconocer que Nieves era la m‡s
blanquita y bonita de todos ellos, pero ni el patr—n parec’a haberlo
notado, no la volvi— a ver desde la ma–ana de su nacimiento en que la
culp— por el fallecimiento de su madre a la cual am— apasionadamente
sin aceptarlo ni darse cuenta.

Cuando Sor Catalina se enter— de la procedencia genŽtica de Nieves, se


felicit— por confirmar sus sospechas, era demasiado obvio; aquŽl
parecido con su padre biol—gico no era mera casualidad como le dec’a el
negro Jerem’as. Sor Catalina se impuso como tarea del Se–or, lograr que
Nieves fuera a educarse al convento de Santa Clara en la ciudad de los
Virreyes; para tal efecto, comenz— a asediar la casona de hacienda
atormentando al patr—n por el consentimiento de permiso para evacuar a
la ni–a mulata de aquŽl inh—spito lugar, al fin y al cabo Žl era el
leg’timo padre. Al patr—n realmente era poco lo que le importaba,
mientras mas lejos estuviera la escuincla tanto mejor, menos le
recordar’a aquŽl apasionado romance que sostuvo con la œnica mujer que
adoro en su vida, a la cual infructuosamente segu’a tratando de
olvidar. A su esposa le encantar’a que esa mocosa bailarina, de gran
parecido f’sico con su marido, se alejara de una vez por todas de sus
predios, tanto m‡s aœn despuŽs de escuchar las œltimas charlas entre su
marido, el cura p‡rroco de Chincha y los dos diputados por el partido
liberal que cenaron en la casona la v’spera. Eso de que en el Congreso
se especulan nuevas reformas y leyes para mejorar las condiciones de
los descendientes de esclavos (indios o negros), el hacer una reforma
agraria y tambiŽn erradicar el tŽrmino de "ileg’timo" en cuanto a los
hijos concebidos fuera de matrimonio, era algo duro de aceptar. Segœn
ella, el mundo andaba de cabeza, los negros serian siempre negros, los
indios y los hijos bastardos jam‡s podr’an volverse leg’timos, mucho
menos tener acceso a los bienes materiales o al apellido de quien,
involuntariamente los engendrara. No era justo. Los negros deb’an estar
agradecidos de que los blancos se ocuparan de su supervivencia d‡ndoles
magras fuentes de trabajo y, los bastardos, deber’an pedir cuentas a
sus madres por permitir ser violadas o aceptar promesas de hombres
casados, a sabiendas de que no se cumplir’an ni hoy ni ma–ana, ni
nunca, ni con la ley de legitimidad o sin ella. Para tranquilidad de la
dama, esto no sucedi— sino hasta el a–o de 1972, bajo el rŽgimen del
Gral. Velasco Alvarado., cuando ya ella descansaba en paz.

Con tanto argumento no fue nada dif’cil para sor Catalina conseguir la
autorizaci—n y carta notarial de poder en favor del convento de Santa
Clara, para que Nieves Acarrea Acarrea, quede bajo la tutela y el
eterno cuidado de las buenas monjitas. Terminadas las gestiones, Sor
Catalina, muy entusiasmada, recogi— a la peque–a ante el asombro y
resignaci—n de sus t’os y emprendi— el viaje de retorno a la ciudad de
Lima en direcci—n a su convento de Santa Clara.

Durante las doce horas de viaje en el aquŽl coche tirado por seis
hermosos caballos, bastante agotados y viejos, Sor Catalina no se
cansaba de hablar como metralleta, exitada y muy convencida de haber
reclutado un alma al servicio del Se–or. A Nieves lo œnico que le
interesaba era que le repitiera aquella historia (para su infantil
intelecto, totalmente leg’tima y cierta) de la plebeya casada con un
pr’ncipe. Mientras acariciaba su medallita de oro, la mulata quer’a
saber los detalles, c—mo era el lugar de los hechos y si el convento
quedaba cerca de algœn castillo o si Sor Catalina conoc’a a algœn
pr’ncipe que fuera de su edad o algo mayorcito, pero bien parecido y
tambiŽn le preocupaba saber a quŽ edad deb’a ella comenzar a esperar
por su pr’ncipe. Estar’a siempre de acuerdo y con toda la buena
predisposici—n del mundo para iniciar los preparativos de su formaci—n
que la habiliten para conocer cuanto antes a su pr’ncipe y prometido.
Sor Catalina la escuchaba pero no le prestaba atenci—n, estaba en su
cavilaci—n muy cerca de nuestro Se–or Jesœs, pidiŽndole por el alma de
esta criatura, para que la acepte y le dŽ la vocaci—n necesaria puesto
que ante El, la raza y el color son uno solo, (prueba clara era la
existencia del mulato San Mart’n de Porras) no podr’a pues ser de otra
forma, Nieves deb’a tomar los h‡bitos y ser parte de la orden de Santa
Clara, hasta tal vez llegara a ser otra santa mulata dando gloria a la
orden de las clarisas.

AMOR...

OCƒANOS
QUE AGAZAPADOS
GOLPEAN MI INTERIOR
CON GIGANTESCAS OLAS
DE ENCRESPADAS COLUMNAS
DE ESPUMA EFERVESCENTE
Y BLANCA NUBE

ME SACUDO
Y
MI VOLUNTAD TIEMBLA
ANTE TU PRESENCIA
QUE SOMETE MI CUERPO
SALPICANDO LA LUJURIA
DE TUS DESEOS
A LOS PLACERES Y LA CARNE

EN TAL GRANDEZA
LA SED DESAPARECE
NO FLUYE MAS LA SANGRE
ME COLMA LA CALMA
Y ALCANZO LA PLENITUD
DE TU ALMA

ENTONCES
EN COMUN ABANDONO
UNIDA
JUNTO A LA TUYA
UNA SOLA
SOMOS LOS DOS
EL AMOR.....

La llegada de Sor Catalina, acompa–ada de aquŽl "bicho raro" de un


color no identificable a primera vista, caus— revuelo entre novicias y
monjitas del convento. Nieves fue considerada como una especie de
"mascota" criada con toda la austeridad y en forma tan estricta, capaz
de ser tolerada y entendida solamente por una persona adulta. Aquella
ni–a de casi siete a–os, no entend’a semejante cambio, extra–aba las
ma–anas frescas en las que iba con su baldecito a recoger agua de la
pila, a–oraba los atardeceres bajo los parrales en los que se le daba
libertad para sus sue–os, sent’a nostalgia por sus d’as de miseria y le
faltaba el olor a almizcle y sudor de su raza negra, necesitaba bailar
candombe aspirando el olor a harina de pescado. Sin saberlo le faltaba
la silenciosa e invisible compa–’a de su madre muerta; es curioso,
ahora junto a tanta monjita blanca ella se sent’a m‡s negra. En el
convento, su color moreno destacaba sintiŽndose dolida y menospreciada,
sin embargo, deb’a resignarse a su suerte; oriunda del campo,
acostumbraba bailar y correr descalza sobre suelo de tierra y arena...
le hac’a tanta falta aquel correr con los pies descalzos por entre los
sembrad’os tan grandes que, en sus sue–os con palacios y pr’ncipes, el
enorme cuarto repleto de zapatos multicolores, otrora parte importante
de sus fantas’as en la hacienda de Chincha, jam‡s volvi— a aparecer. Si
bien ahora usaba zapatos, Žstos s—lo mortificaban a sus gruesos pies
llen‡ndola de dolorosos callos y ampollas que le entorpec’an su diario
caminar impidiŽndole el baile, pues le rebasaban de aquellos inc—modos
botines.

El tiempo transcurria ocioso y todo quedaba lejano, las ampollas de sus


pies se curaron merced a la paciencia de sor Catalina y sus callos
aprendieron a tolerar los botines. Lejanos quedaron tambiŽn sus t’os,
su padre el negro Jerem’as, los parrales, la casona prohibida a la que
jam‡s logr— acercarse, su pueblo olvidado y miserable, tan miserable
como sus habitantes, ya todo era demasiado lejano y casi estaba por
completo en el olvido. ÁJam‡s volver’a a bailar candombe!

Las monjitas no eran ni malas ni buenas, ni justas o injustas, ni


siquiera cari–osas o tampoco piadosas con ella, no eran otra cosa que
monjas y todo lo que hac’an era rezar hasta el agotamiento y cantar
hasta el cansancio. Nieves tuvo que adaptarse a su nueva vida. Lo que
m‡s la aterraba eran los enormes muros que rodeaban el convento
quit‡ndole toda la vista a desconocidos alrededores; se sent’a presa,
vigilada y sometida a rituales nuevos, no deseados y ajenos a toda
ella. Tard— mucho en comprender la existencia de Dios y el servicio que
hab’a que prestarle, mientras m‡s aprend’a, mas conciencia tomaba en lo
ajeno y no deseado que era todo esto de la religi—n cat—lica. Su t’a
cre’a œnicamente en Jemanga, diosa del bienestar y salud, en Jodixa,
dios del amor, en Axerija dios del mal y la venganza y otros muchos
para diferentes conflictos, segœn lo requiera la ocasi—n. ÀComo era que
ahora exist’a un s—lo Dios? Àno tendr’a demasiado trabajo? Àpor quŽ no
hab’an otros que le alivien con todas las peticiones de negros y
blancos?; miles de preguntas y ninguna respuesta. Nieves ya no se
atrev’a a insistir sobre sus dudas y temores, cada pregunta le hab’a
costado un castigo adicional a los que recib’a a diario por esto o
aquello; para las monjitas, este procedimiento era parte de su nueva
formaci—n. A ra’z de estos acontecimientos, Nieves dej— de so–ar con el
asunto de la plebeya y el pr’ncipe conform‡ndose con que aquellas cosas
les suced’an solamente a los blancos.

Sor Catalina se le present— una tarde, despuŽs del Angelus,


para

comunicarle que hab’a sido transferida a la ciudad de Arequipa, al


convento de la misma orden y que partir’a el fin de semana, le recomend
— que sea buena ni–a, que estudie y aproveche todo lo que se le ense–
aba, ya sab’a leer y escribir, algo de historia, mucho de Geograf’a y
poco de lo dem‡s; para los tres a–os de permanecer enclaustrada en
aquŽl —frico lugar denominado "Convento de Santa Clara" era un gran
avance. Sor Catalina march— muy preocupada por la poca fe y falta de
vocaci—n que mostraba la ni–a mulata a pesar de sus insistentes
oraciones y sœplicas a nuestro Se–or Jesœs, quien parec’a no
escucharla, haciŽndola sentir tan culpable como arrepentida por haberla
extradictado de Chincha.

La partida de Sor Catalina (su protectora) afect— a Nieves de tal forma


que, alarmadas las monjitas, hac’an lo imposible por sacarla de ese
letargo interminable que la convirti— en un zombi descalzo, deambulante
y melanc—lico. Nieves no ten’a ningœn interŽs en abandonar aquel
interminable letargo, es m‡s, le comenz— a sacar provecho, la
alimentaban mejor, le prestaban atenci—n y ya no ten’a obligaci—n de
asistir ni al Angelus ni al rosario de las cinco y media de la ma–ana,
dorm’a m‡s y hasta engord— dos kilos; en cambio, le sustituyeron todas
estas pesadas tareas por clases de costura, bordados, manualidades,
cocina y reposter’a. Al finalizar aquel a–o, Mar’a E. de las Nieves era
una experta cocinera, dominaba el oficio del bordado y mostraba gran
aptitud para la costura, definitivamente hab’a encontrado su real
vocaci—n... ser ama de casa, esposa, amante, madre o costurera.

A la espera de su pr’ncipe azul, Nieves continuaba su educaci—n. Al


cumplir los trece a–os las monjitas le anunciaron que ya estaba
preparada para salir al mundo exterior; la idea de traspasar los
infranqueables muros del convento llen— de algarab’a a la ni–a mulata
que ahora estaba convertida en una atractiva adolecente demasiado
desarrollada para su edad. La primera salida al mundo exterior fue para
ella como un nuevo despertar. Acompa–ada de una novicia regordeta y
chaparra, adem‡s de Sor Angelina, tan risue–a y distra’da como
simp‡tica y bonachona; este disparejo tr’o se lanz— a las calles
cŽntricas de Lima en busca de limosnas y donativos para sus
desamparados y menesterosos.

Para la mulata adolescente fue la experiencia m‡s importante de su


vida, ve’a con cara de asombro y susto todo cuanto estuviera en frente,
al lado y por detr‡s. Se–oras y se–ores vestidos de forma œnica y
extravagante, ni–os y ni–as que correteaban con sus enormes aros
met‡licos que rodaban calle abajo, j—venes montados en bicicletas de
llantas enormes y otras m‡s recientes de ruedas de igual tama–o, autos
europeos conducidos por elegantes caballeros, alguno que otro carruaje
tirado por caballos sumisos y sudorosos y lo que casi la mata del
susto... el tranv’a. Sor Angelina no pudo evitar darle gusto y
malversando alguna peque–a cantidad de lo recaudado para sus
menesterosos, trep— a la novicia regordeta y a la mulata adolecente en
aquel "veloz" tranv’a rumbo a cualquier lugar. Para terminar el
festejo, cerrando con broche de oro la primera salida de Nieves, Sor
Angelina se acerc— al carrito de helados Donofrio (reciŽn salidos al
mercado) y compr— tres deliciosas paletas de vainilla ba–adas en
chocolate. AquŽl d’a inolvidable le permiti— volver a so–ar,
recuperando sus fantas’as de pr’ncipes y plebeyos, de amor y aventura,
bailes de negros, mulatas, mestizos y blancos. Dentro de aquellos sue–
os ella se vio como era actualmente, con aquellas ropas anticuadas que,
bastante ra’das y deste–idas, le serv’an para cubrirla disimulando la
belleza de su cuerpo exuberante con porte de princesa mandinga que
heredara de sus padres. De regreso al convento, a ra’z de tanta
excitaci—n y aventura Nieves dejo de ser ni–a para convertirse en
Mujer. De los asuntos de la menstruaci—n y temas relacionados a la
sexualidad nadie le hab’a siquiera prevenido, el susto que se llev—, la
oblig— a correr a la enfermer’a pensando que el viaje en tranv’a era el
culpable de aquel terrible sangrado. La monjita de la enfermer’a, tan
claro como pudo le explic— a la ni–a mulata que este asunto era parte
de su desarrollo, que suceder’a cada mes y el œnico tiempo que dejar’a
de sucederle ser’a durante aquel de la gestaci—n y/o embarazo, la
monjita omiti— informarle el tema del embarazo y como era que Žste se
produc’a, no le pareci— importante ni necesario.

Resignada Nieves retom— su rutina del convento esperando impaciente las


salidas en compa–’a de Sor Angelina y la novicia chaparra y regordeta.

Por fin... el ansiado d’a lleg— otra vez. Nuevamente enrumbaron las
tres en busca de limosnas y caridad. Esta vez, la madre superiora las
enviaba con una direcci—n precisa a un palacete alejado de los
suburbios, ubicado en Chorrillos, frente de la Costanera, muy cerquita
del mar. Para llegar hasta all’ era preciso hacer uso del tranv’a, para
disfrute y algarab’a del disparejo tr’o.

El tranv’a demor— cuarenta y cinco minutos dej‡ndolas a tres cuadras de


su destino, era la parada y hab’a que continuar a piŽ, de todos modos
el paseo fue un deleite para la mulata. No pod’a creer lo que ve’an sus
enormes ojos negros, el OcŽano Pac’fico, aparentemente inm—vil
descansaba casi a sus pies, el olor era inconfundible, mezcla de yodo,
pescado y algas, el ruido que produc’an las olas al reventar en la
costa era aquel que formaba parte de sus sue–os de ni–a adolecente; tan
cercano y lontano lo sinti— toda su vida hasta ese m‡gico momento de
realidades. Nuevo y maravilloso, en ese instante pas— por alto y perdon
— todas sus desventuras... valieron la pena. Sin dejar de acariciar su
medallita de oro con la imagen de Nuestra Se–ora del Carmen, Nieves
rompi— en grandes sollozos, parte de alegr’a y parte de tristeza. Sor
Angelina, dejando resbalar impertinentes lagrimones, decidi— que
tendr’an tiempo para bajar por el malec—n a dar un peque–o paseo a
orillas del mar. Decidido estaba, con gran entusiasmo las tres
desataron los cordones de sus botines negros, se sacaron las medias
remendadas y corrieron a hundir sus cansados pies en aquella arena del
OcŽano Pac’fico.

La monja tuvo que hacer uso de su autoridad para que la novicia


regordeta y la mulata de Ca–ete recobraran cordura, dejando de
corretear sobre la arena hœmeda salpic‡ndose con agua salada para que
retornaran a su cometido. Nieves qued— tan agradecida de haber vivido
semejante experiencia que, por primera vez, crey— en un solo Dios.
Vistieron sus mojados pies con aquellas medias zurcidas y calzaron los
botines negros que tanta transpiraci—n le causaban durante los
calurosos y hœmedos veranos de Lima, retomando la direcci—n hacia el
palacete que se divisaba imponente a menos de media cuadra a orillas
del malec—n.

Impulsivamente, la novicia regordeta jal— el cordoncillo de la


campanilla de la reja principal; al cabo de unos minutos apareci— el
mayordomo, un moreno muy uniformado que no dejo de mirar a la bella
mulata mientras Sor Angelina se anunciaba y el tr’o ingresaba al sal—n
de estar del palacete en donde las esperaba Madam.

Madam era una dama bell’sima, de una elegancia y modales encantadores,


muy fina, delicada y muy "europea", de tez blanca y ojos rasgados de un
verde claro. Segœn Nieves, se trataba de la princesa de sus sue–os,
seguramente su esposo ser’a el vivo retrato de su buen pr’ncipe. El
palacete era tan elegante que daba pena caminar por sus pisos de m‡rmol
y sentarse sobre los hermosos tapices de gobelino tra’dos desde Europa;
todo era nuevo ante los ojos de la mulata, jam‡s pens— contemplar tanta
cosa bella. Adornos en porcelana Limoge, Cevres, Capo di Monte y
estatuas de alabastro bellamente esculpidas por famosos artistas
italianos compet’an entre s’ por su belleza. Para Madam estas
impresiones causadas a la formidable mulata no pasaron desapercibidas,
es m‡s, despertaron curiosidad por aquella provinciana que no
disimulaba su candoroso asombro ante todo aquel lujo y confort al que
ella estaba tan acostumbrada. Madam invit— a Sor Angelina, a la novicia
regordeta y a la formidable mulata a tomar asiento y compartir un
delicioso tŽ acompa–ado de exquisitos "petit furs" que, segœn
descubrieran las tres, eran deliciosos pastelillos rellenos con frutas,
chocolate o crema, con los que la aristocracia peruana acompa–aba su
habitual tŽ de las tardes. Repuesta de la impresi—n, Nieves cont— que
ven’a de Chincha y se hab’a criado en el convento a cargo de las
monjitas de Santa Clara, dejando bien en claro y entredicho, su total
ausencia de vocaci—n para entrar al servicio del Se–or; coment— mas
bien su vocaci—n por los oficios domŽsticos y su gran afici—n y
destreza para los bordados. Madam qued— my impresionada con su historia
y manifest— que le agradar’a encargarle unos trabajos ahora que se
avecinaban las fiestas de Navidad, ser’a bien remunerada por supuesto.

DespuŽs de m‡s de una hora de entretenida charla, sor Angelina anunci—


que era hora de partir, no sin antes hacer un "recordaris" del generoso
donativo que hac’a Madam por estas fechas cercanas a la Pascua; les
hizo entrega de un valioso aporte y tambiŽn encarg— a Mar’a E. de las
Nieves un mantel bordado con motivos navide–os para su mesa de comedor
de 24 personas, con sus correspondientes servilletas, m‡s dos tapetes
para los paneros de plata y cuatro toallitas para los dos ba–os de
invitados. Nieves prometi— tener las toallitas listas en una semana,
as’ ella apreciar’a su trabajo y ver’a si continuaba con el mantel de
lino. Acordado el trato Madam se despidi— cari–osamente llamando al
elegante mayordomo para que acompa–e a ese tr’o suigŽneris hasta la
puerta principal.

All’ fue que lo vio, pr‡cticamente sus miradas chocaron de frente, ella
perdi— el equilibrio y contuvo la respiraci—n... era su pr’ncipe, el de
sus interminables sue–os, sus ojos claros, su porte de rey, aquella
vestimenta real con el sable al cinto y la gorra en la cabeza; llevaba
los hombros adornados por los galones del uniforme de la Escuela de la
Fuerza Naval, que para ella era no era otra cosa que el uniforme de la
realeza. El cadete salud— atento, impresionado por la belleza ex—tica
de aquella mulata; no le pas— desapercibida la impresi—n que le causara
su porte a la pobrecilla mal vestida y zaparrastrosa, sientiŽndose
halagado en su vanidad. Sin darle mayor importancia les hizo una
reverencia y sigui— de largo en busca de Madam, su madre.

El elegant’simo cadete naval, luciendo uniforme de gala, bes— cari–


osamente a su madre a tiempo de preguntarle el origen y motivo de las
visitantes, muy divertida, Madam cont— sus impresiones a–adiendo
algunos comentarios, decidida a recolectar entre sus amigas arist—
cratas alguna ropa decente para la pobrecilla mulata chinche–a que la
visitar’a el pr—ximo fin de semana trayŽndole sus toallitas bordadas
que, con toda seguridad, lucir’an divinamente en los ba–os para
invitados.

Nieves fue incapaz de articular palabra durante todo el trayecto de


retorno, era entrada la noche cuando arribaron al Convento justo a
tiempo para rezar, cenar, volver a rezar y echarse a dormir. Ella no
durmi—, ni esa ni la siguiente noche, el est—mago le produc’a tantos
ruidos y movimientos incontrolables de intestino que apenas si pod’a
mantenerse en posici—n horizontal. Era Žl, su sue–o personificado, el
amor de su vida, su pr’ncipe, lo hab’a encontrado y no lo dejar’a
partir sin ella; deb’a verlo nuevamente, casi no pod’a respirar por la
agitaci—n que le causaba esta alternativa. Durante los siguientes d’as,
no despeg— los ojos del prolijo bordado de aquellas toallitas que Madam
le encargara, lo hac’a con esmero y el debido cuidado de no ensuciar o
arrugar la tela de lino blanco, deb’a estar listo en pocos d’as y, por
supuesto... ser’a un trabajo artesanal m‡s que perfecto, el mejor que
haya hecho.

Por fin lleg— el d’a, se ba–— mas largo que de costumbre, revis— y
volvi— a planchar su œnico y envejecido traje de calle, lustr— sus
gastados botines que calz— junto a las mismas medias zurcidas; estaba
lista, ella y su paquete conteniendo las perfectas y hermosas toallitas
bordadas para Madam. Sor Angelina y la novicia regordeta tambiŽn
estaban listas y ansiosas por volver a degustar los "petit furs" en el
palacete de Madam; as’ pues emprendieron el largo viaje en tranv’a que
ya les parec’a un paseo rutinario. Sin embargo, la mulata volvi— a
sentir el mismo impacto que le produjera su anterior visita a la playa,
s—lo que esta vez, olvid— el paseo por el malec—n, la caminata descalza
por la playa y el sabor del agua salada de cuando la novicia regordeta
le salpicara la cara con los resabios de olas marinas. Como avalancha,
sus pensamientos se suced’an uno tras otro, en ellos œnicamente cab’an
"Žl", Madam, ella, Sor Catalina, Sor Angelina, la novicia. Todos c—
mplices aquiescentes de su amor. Mientras corr’a presurosa para jalar
el cord—n de la campanilla, juraba que estaba decidido y que ser’a tal
y como en su sue–o. Nuevamente apareci— el mismo moreno uniformado
quien muy solemne y serio, despuŽs de una reverencia como saludo, las
introdujo a la salita de estar.
Madam las esperaba enfrascada en la silenciosa lectura de una novela de
Flauber, "Madam Bobary", que apart— tan pronto las vio entrar. Igual
que hac’a una semana, entraron las tres y, al verlas, la escena, le
record— a una fotograf’a de aquellas tomadas por fot—grafos ambulantes
en los parques los d’as domingo; sonr’o distra’da y las salud— con un
suave y c‡lido apret—n de manos. Al instante y muy nerviosa, escudri–
ando cuidadosamente los rincones del sal—n, la ex—tica mulata hizo
entrega de su precioso trabajo envuelto con cuidado en papel de seda
blanco. Madam no disimul— su asombro y muy complacida elogi— la
perfecci—n lograda por aquellas manos de dedos delgados y largos
creadoras de tanta maravilla, jam‡s hab’a visto algo tan pulcro, ni
siquiera los bordados europeos m‡s costosos. Seguramente sus amigas
envidiar’an aquellas peque–as creaciones art’sticas que lucir’a durante
los diferentes banquetes y reuniones que ofrecer’a en el palacete por
las fiestas Navide–as y la celebraci—n de fin de a–o. Hecha la entrega,
intercambiada por emotivas expresiones de agradecimiento, gratific—
generosamente el trabajo a Nieves, entreg‡ndole adem‡s, un enorme
paquete que conten’a hermosos y fin’simos trajes que recolectara de sus
amigas de sociedad, explic‡ndole que se trataba de ropa poco usada que
ella, con su habilidad, lograr’a entallarla y adecuarla a su hermosa
figura; el paquete inclu’a varios pares de botines de fina cabritilla y
unos bolsos que le har’an falta para portar sus trabajos de bordado.
Nieves recibi— el obsequio muy agradecida y pregunt— si podr’a probarse
alguna de las prendas para estar segura de que podr’a arreglarlas o,
caso contrario, prefer’a dej‡rselas para que las aproveche otra
persona, no ser’a bueno a los ojos de Dios privar a alguna buena
persona de trajes tan hermosos y costosos. Con gesto de complicidad,
Madam pidi— disculpas a Sor Angelina y la novicia regordeta,
invit‡ndolas a servirse sodas con galletas navide–as mientras ella y la
mulata se ausentaban unos minutos. La esperanza de la mulata era que al
llegar su pr’ncipe (ella estaba segura que no tardar’a en aparecer, se
lo dec’a ese enloquecido coraz—n que no dejaba de palpitar
alocadamente), luciera atractiva y elegante como para llamarle la
atenci—n, al fin y al cabo, todos coincid’an en que era atractiva y
ten’a porte real, aunque fuera de la realeza Chincha. Cu‡nta raz—n
ten’a, ni bien termin— de probarse los siete diferentes atuendos, sinti
— sonar la campanilla de la puerta principal. Sin pensarlo dos veces y
agradeciendole a Madam, manifest— que se llevar’a puesto el conjunto
palo de rosa, de falda entallada con vuelo inferior, la blusa crema con
bastillas y la chaqueta de cuatro botones con cintur—n delgado, casi
todos los botines le quedaron peque–os, pues, lamentablemente sus pies
eran gruesos y muy grandes, como dos empanadas gigantes, tampoco le
ayudaba ese pelo negro azabache, demasiado encrespado para poderlo
convertir en un distinguido y aristocr‡tico mo–o; al notarlo, mand—
Madam a la mucama a traerle dos capelinas que obsequi— a la morena para
que completara la elegancia de su atuendo. De todos modos, calz— el
œnico par de botines que apenas si pod’an tolerar sus pies, eran color
crema con una hebilla dorada en un costado, sin cordones que trenzar,
un dise–o de œltima moda que no se le quejaba por las medias viejas y
zurcidas a las que deb’a encubrir. Satisfecha al verse tan cambiada,
dio un par de vueltas frente al espejo, empaquet— el resto de los
trajes regresando muy contentas al sal—n de estar, dentro del cual, su
apuesto pr’ncipe vistiendo el mismo uniforme que la paralizara,
dej‡ndola turulata la semana pasada, charlaba animosamente con sor
Angelina y la novicia regordeta quien ten’a la boca atorada con tanta
galletita que hab’a introducido en ella.
Avanzando a grandes zancadas y sin miramientos, el joven cadete, se
apresur— a besar la mano de su madre y hacer lo propio con aquella
mulata tan sofisticada como elegante que, por alguna raz—n, le
resultaba tan familiar, sin recordar que hac’an escasos ocho d’as se
cruzaron en el umbral de la entrada principal. No ocult— su interŽs ni
la curiosidad que le inspir— aquella visitante, curiosidad que su madre
satisfizo ipso-pucho cont‡ndole con, forzada candidez, de la habilidad
manual y la humilde "procedencia" de aquella morena chinche–a joven y
muy atractiva, cort‡ndole as’ cualquier intenci—n de cortejarla, puesto
que no ven’a al caso. Sin quitarle la vista de encima, el cadete de la
Fuerza Naval, no se apart— de Mar’a E. de las Nieves, el origen de la
joven pareci— interesarlo m‡s (claro que, al igual que Madam... no era
con intenciones matrimoniales ni nada serio, esto lo hab’a entendido
bien claro despuŽs del mensaje que, con forzada candidez, acababa de
enviarle su progenitora), le charl— de todo, le pregunt— que hac’a
aparte de bordar cosas tan prolijas, ella le puso al tanto de su
cotidiano y aburrido horario, que inclu’a una vida de semiclaustro,
canciones, misas, rezos matutinos y vespertinos que s—lo la hac’an
bostezar.

-"QuŽ morena tan graciosa y a la vez sensual"-, se dec’a para s’;


pose’a una coqueter’a nata que ni ella misma conoc’a. No era linda, tal
vez merec’a el calificativo de atractiva, pero en conjunto era un mujer
—n sensacional que causar’a envidia entre sus camaradas cadetes,
quienes sufrir’an una inevitable "Parada Militar de Vergas" de ver el
contoneo sensual y acompasado de esas voluptuosas y perfectas caderas
de mulata. Con estos pensamientos, el cadete invit— a Nieves a un paseo
campestre que se celebrar’a el s‡bado siguiente, quedando en pasar a
recogerla a las once de la ma–ana para devolverla sana y salva a las
seis de la tarde en punto. Por supuesto, la mulata acept— m‡s que
encantada, con la seguridad de estar iniciando un sue–o, para ella
convertido en realidad.

Muy de acuerdo con la invitaci—n, Sor Angelina la aprob— encantada, sin


darse cuenta que estaba excluida de la misma. El ambiente era en verdad
agradable, Madam pensaba solamente en el momento en que pudiera retomar
su lectura de Madam Bobary. El Joven cadete, con mirada lujuriosa, no
dejaba de desvestir a la atractiva mulata. Nieves toda disforzada, no
se cansaba en regalarle l‡nguidas miradas entrelazadas con c‡lidas
sonrisas mientras que, la ingenua de Sor Angelina, juraba haber
encontrado marido para la mulata (y -que partidazo- se dec’a a s’
misma), estaba dispuesta a poner todo el esfuerzo necesario para
consagrar esa uni—n. La novicia regordeta se sent’a dichosa y
afortunada por los deliciosos "petit furs" y galletas navide–as que
no cesaba de ingerir una tras otra, "-debo venir con m‡s frecuencia-",
se dec’a. Liquidados los "petit furs", galletas navide–as y dem‡s, las
visitantes se despidieron muy contentas acordando regresar dentro de
diez d’as trayendo a Madam su hermoso mantel de lino blanco,
pulcramente bordado, con detalles navide–os, por la habilosa morena
chinche–a. Antes de retomar su agradable lectura, advirti— muy cari–
osamente a su inquieto y enamoradizo hijo, que no "ahondara" con la
mulata, -"era buena chica y no ser’a justo perjudicarla o hacerla
ilusionar con falsas promesas y piadosas mentiras de amor. Lo de la
pobreza era remediable, el apellido no hac’a falta, la procedencia
puede ocultarse, pero hijo m’o... el color de la piel, no lo cambias ni
cepill‡ndolo con lavandina; me suicido si llego a tener nietos
ligeramente obscuros. Áno lo olvides hijo! a tu prometida no le
gustar’a enterarse de m‡s infidelidades, podr’a cancelar la boda
definitivamente-, Lady Leonora es el mejor partido del pa’s y no le
costar‡ nada reemplazarte por cualquier otro afortunado joven", acot—
con firmeza la dama, dando por finalizado el tema de conversaci—n.

Otra noche sin pegar los ojos para Nieves, ÁquŽ guapo!, ÁquŽ elegante!,
era todo un pr’ncipe se repet’a una y otra vez, lo amaba con locura y
lo seguir’a hasta que la muerte los separe. Esta manera inmadura y
f‡cil de ver las cosas, no era otra que la visi—n del amor por la vida,
considerados desde el punto de vista de una ni–a de catorce a–os, que
desconoc’a cualquier tema relacionado con la sexualidad. A pesar de
todo y consciente como estaba del peligro carnal, Sor Angelina no se
atrevi— advertir a la pobre mulata el grave riesgo que ten’a en
puertas, prefer’a creer que trat‡ndose de una familia importante y rica
de un Cadete de la Marina de Guerra del Perœ, las cosas ir’an sobre
ruedas, ella desconoc’a los reparos que pone la sociedad en este tema
del color, raza, fortuna, procedencia y cuanto cabe; de todas formas,
se prometi— conversar con la mulata antes de su cita para ir al paseo
del s‡bado; tanto m‡s ahora, que se entero que estaba excluida del
mismo.

Los d’as avanzaban lentos pero ajetreados, la mulata no pegaba los ojos
esmer‡ndose en la pulcritud del bordado en el mantel de lino para
Madam. Adem‡s de este trabajo, la mulata se puso a entallar los
distintos y fin’simos trajes que recibiera aquŽl d’a como obsequio,
estaban primorosos y le quedaban estupendos, nadie dir’a que no fueron
confeccionados para ella originalmente. Sin pensarlo dos veces, eligi—
el que lucir’a para el paseo del d’a s‡bado, ser’a ese vestido celeste
pastel de falda amplia con encaje en el cuello y los pu–os, ten’a dos
hileras de botones forrados que le marcaban la cintura y resaltaban sus
protuberantes caderas, le quedaba regio y se sinti— satisfecha; como no
ten’a otro par de botines, se resign— a sufrir un poco usando aquellos
que Madam le obsequiara, junto con un hermoso bolso del mismo color.
Todo estaba listo, incluso el mantel de lino.

Por fin... lleg— el d’a S‡bado y antes de las once en punto Nieves ya
se hallaba sentada en el banco del hall de entrada del convento de las
reverendas madres clarisas, muy acicalada y ba–ada, escoltada por sor
Angelina, a la espera de su futuro "prometido". La monjita, muy
nerviosa, se apresur— a tocarle (muy de pasada y para acallar su
conciencia), el tema "aquŽl" tan desagradable, pero necesario ante las
circunstancias que se avecinaban, del peligro que conlleva la pr‡ctica
indecente del sexo. Poco entendi— la mulata por su estado de nervios,
su pr’ncipe ya llevaba diez minutos de retraso, pero la monjita repet’a
de paporreta: "-que no se deje tocar los senos, las piernas, las partes
’ntimas y dem‡s, que evite las zalamer’as exageradas, que no se quede a
solas con el cadete, que no permita que se propase en comentarios y
actuaciones etc. etc."-, del acto sexual en s’... nada se habl— esta
vez.

Once y treinta y cinco de la ma–ana y por fin... su pr’ncipe apareci—


en el hall disculp‡ndose por la peque–a demora y presto a salir mas que
volando de aquŽl lugar, no sin antes hacerle a sor Angelina todas las
promesas del caso, jurando retornarla a las seis de la tarde. La mulata
desped’a chorros de felicidad a travŽs de todos y cada uno de los poros
de su piel morena, se asi— del brazo de su gal‡n y enrumbaron al
carruaje que los esperaba junto a otros tres cadetes muy bien acompa–
ados. Para Nieves pas— desapercibida la vestimenta llamativa y el
exceso de maquillaje de las "se–oritas" o el fuerte olor a bebidas
alcoh—licas que desped’an los seis ocupantes, total para ella todo era
nuevo, ajeno y desconocido. Sin embargo, s’ not— las miradas de
admiraci—n y deseo que brotaban de los ojillos de aquellos uniformados
que at—nitos y envidiosos le besuquearon sus manos morenas dej‡ndolas
hœmedas y llenas de baba.

Ella estaba radiante, nada le interesaba y nadie exist’a excepto su


pr’ncipe; por supuesto que lo contemplaba mientras le hablaba, lo
admiraba cuando re’a y lo amaba todo el tiempo Eso era la felicidad, no
se cambiaba por ninguna blanca de la ciudad, por primera y œnica vez se
sinti— orgullosa de su color y tan segura de s’ misma como nunca antes
lo estuvo. Entre charlas en voz alta, coquetos cuchicheos y risas
sonoras, el carruaje se alejaba de la ciudad. DespuŽs de una hora y 20
minutos de viaje, arribaron a un hermoso bosquecillo cercano al r’o
Rimac. Con algarab’a las muchachas descargaron los canastos de
esterilla repletos de carnes asadas, ensaladas, papa sancochada, platos
de loza, cubiertos de plaquŽ, enormes servilletas de tela cuadrille
color rojo, mantel haciendo juego y hasta un centro de flores que
adornaron con margaritas y ramas de musgo recogidas all’ mismo. Los
cadetes en cambio, se preocuparon del champan frapŽ, el vino tinto al
clima, los pocos refrescos y las dos guitarras que depositaron junto a
la improvisada y bien atendida mesa. El pic nic pod’a comenzar.

Jugaron badmington, un poco de criquet y despuŽs de una abundante


merienda (regada de mucho vino y m‡s champ‡n), iniciaron la serenata
para las "se–oritas" quienes coquetas y complacidas retozaban
apoy‡ndose en cualquier parte de los robustos y musculosos torsos de
los cantantes. Nieves demostr— una calidad œnica, bebi— poco vino, no
comi— en exceso, evit— el champ‡n por encontrarlo de un sabor horroroso
que le hac’a cosquillas en el paladar, aprendi— el Criquet, observ—
interesada el badmington y tambiŽn se"acurruc—" muy junto a su pr’ncipe
para escucharlo cantar. Terminada la serenata, cada cual desapareci—
por ah’ con su pareja, solo la mulata se quedo desconcertada
contemplando a su pr’ncipe que a causa de tanto vino y champan iba
perdiendo garbo, ropa y compostura. La mulata record— las
recomendaciones de Sor Angelina, gracias a las cuales pudo reprimirse y
no dar rienda suelta a la calentura que sent’a por dentro cada que su
pr’ncipe la llenaba de besos desde la cabeza hasta... el cuello (no lo
dejo pasar de all’). Aburrido y consciente de que nada m‡s lograr’a
esta vez, el cadete opt— por resignarse anunciando que deb’an retornar
pues Nieves deb’a llegar a las seis de la tarde. De mala gana el resto
de los participantes ayudaron a recoger los trastos, empacaron todo, se
pusieron las chaquetas del uniforme de gala y subieron al carruaje para
retornar a la ciudad.

Eran pasadas las seis cuando con gran bullicio depositaron a la mulata
en la puerta del convento de Santa Clara. El pr’ncipe la volvi— a
invitar para la semana entrante, sugiriŽndole ser m‡s cari–osa y
condescendiente con Žl o se ver’a obligado a no convidarla otra vez.
Ella juro que as’ ser’a y se dej— acariciar las piernas (solo hasta las
rodillas), se dejo besar el escote y desapareci— llena de vergŸenza en
el zagu‡n de la entrada al convento. Nerviosa y desesperada Sor
Angelina caminaba de un extremo al otro del hall, al verla aparecer
suspir— aliviada y comenz— el bombardeo de preguntas que ella,
contenta, respond’a sin parar, derrochando caudales de felicidad. Por
supuesto omiti— los detalles de los besos y futuras promesas de amor
que, sin retractarse, cumplir’a a cabalidad, con premeditaci—n y
alevos’a la siguiente salida del d’a domingo.

Nada le importaba, en nada m‡s pensaba, suspiraba desde la ma–ana a la


noche, se probaba el traje que lucir’a en su siguiente salida, hasta
convenci— a sor Angelina que le permitiera comprar un nuevo par de
medias con el dinero que gan— bordando las toallitas para Madam. Sor
Angelina le sugiri— que tambiŽn adelantara las compras para algo de su
ajuar pues estaba segura de que pronto la pedir’an en matrimonio,
tambiŽn le anunci— que el dinero que le pagar’a la dama por el mantel
bordado ser’a enteramente para sus gastos. El d’a martes enrumbaron las
tres nuevamente hacia el palacete, llevando orgullosamente el hermoso
mantel de lino blanco que, gracias a la especial dedicaci—n para Žste
trabajo, hab’a quedado magn’ficamente Ámagn’fico!. Para desconcierto y
decepci—n, Madam no las recibi— Žsta vez, dijo estar atareada en una
junta de beneficencia pero hab’a dejado un jugoso cheque para pagar el
trabajo de la mulata, junto a tres bolsas navide–as repletas de
galletitas, panetones y los apreciados "petit furs", todo el recado fue
entregado por el elegante mozo sin ninguna muestra de pena o felicidad,
dese‡ndoles una muy feliz Navidad en nombre de Madam y su familia.

La m‡s sorprendida fue sor Angelina, le pareci— de muy mal gusto no


recibir a su futura nuera, ten’a prioridad ante cualquier junta
benŽfica. Sin embargo, la importante cantidad que pag— por los bordados
de la mulata, le hac’an pensar que estaba por dem‡s complacida y sus
conclusiones fueron que no hab’a que ser tan susceptibles y que
seguramente las mandar’a a llamar muy pronto. Acto seguido retornaron
cabizbajas sin hacer mas comentarios. Sor Angelina prometi— llevar a
Nieves, ese mismo Lunes para que compre lo necesario para iniciar la
confecci—n de su ajuar.

Ese Lunes, como prometido, Sor Angelina llev— de compras a la mulata


por la tarde. Fueron caminando pues las calles de las telas estaban a
pocas cuadras del convento. Nieves escogi— cada cent’metro de lino para
sus s‡banas, cada metro de tela para sus manteles y servilletas, cada
yarda de seda para sus camisones, los encajes de su ropa interior, la
pulgada del gipiur para su traje de bodas... revisaron toda la lista,
compraron poco pero de todo y aœn les sobraba una buena cantidad.
Pasaron por la Botica Francesa y entraron a tomar unos deliciosos
helados con crema de fresas. La tarde fue maravillosa y completa.

La mulata se la pas— cortando las telas y avanzando con la costura


durante toda la semana, pensando a cada segundo en cuantos d’as, horas
y minutos faltaban para estar con su amado. El d’a Jueves a las cinco
de la tarde las monjitas llamaron a la mulata y muy contentas, le
entregaron una caja con dos orqu’deas, un broche de oro y perlas junto
a una amorosa nota del cadete, record‡ndole que la recoger’a el d’a
domingo a las once y que cenar’an en casa de su madre, por lo que ped’a
permiso para traerla de regreso a eso de las 10.30 de la noche. Las
monjitas y Nieves, tan ingenuas las unas como la otra, quedaron m‡s que
satisfechas con aquella importante invitaci—n y pensaron que hab’a que
ayudar a la mulata con el asunto del ajuar o no estar’a listo a tiempo;
como ve’an venir las cosas, pensaban que fue amor a primera vista y que
pronto la mulata celebrar’a su boda en la capilla del convento,
oficiada por Monse–or Badini, acompa–ada por el cura Fray Ruperto y
cantada por el coro de las novicias y monjitas de Santa Clara. Le
har’an su enorme pastel de bodas y seguramente la recepci—n ser’a en el
palacete de Chorrillos, ofrecida por los padres del novio, asistida por
la crema y nata de la sociedad lime–a, sin que faltaran la madre
Abadesa, Sor Angelina y habr’a que mandar llamar a Sor Catalina para
que venga desde Arequipa. Terminados los preparativos se pusieron manos
a la obra y cuatro monjitas, dirigidas por la mulata, se esmeraban a
diario por apurar el ajuar de la "cuasi" novia que, de tanto escuchar a
sor Angelina toda la perorata de la boda, llego a autoconvenserse de
que realmente estaba sucediendo.

Lleg— el ansiado domingo, Nieves, mas guapa y elegante que otras veces,
sali— al encuentro de "su novio" escoltada por sor Angelina que,
previas recomendaciones de: -no llegar mas tarde de las diez treinta,
portarse bien, no consumir m‡s vino del necesario y por supuesto...
enviando recuerdos y agradecimientos a Madam-, deposit— a la mulata en
poder del gallardo caballero que, por primera vez, no vest’a su
uniforme de gala. A la morena ya poco le importaba el uniforme o
cualquier atuendo que luciera el caballero, lo amaba tanto... le
produc’a extra–as sensaciones cada vez que le tomaba la mano o pasaba
su brazo enlazando su cintura. Una vez en el carruaje ella le agradeci
— el precioso broche de perlas que lucia orgullosa en el escote de su
vestido amarillo con marr—n. El, muy caballero, le dijo que Žste ser’a
el primer reconocimiento a la larga y hermosa relaci—n que iniciar’an
aquŽl d’a. Para corroborarlo, la invit— a almorzar en un restaurante de
mariscos, bastante alejado, poco frecuentado por amigos, familiares o
conocidos, pero con vista al mar y muy bien decorado. Para ella... era
el para’so, jam‡s estuvo en ningœn restaurante, ya sea de cinco o una
estrella. El almuerzo fue abundante, degust— camarones, cebiche mixto,
picante de mariscos y de postre pudo elegir varias cosas del carrito
que elegantemente le acerco el maitre. No falt— el vino en abundancia
que ella beb’a pensando que era inofensiva sidra. Se dio cuenta del
efecto en el momento que casi se cae al ponerse en piŽ.

Terminaron de almorzar casi a las cuatro de la tarde, fueron de paseo


por el Jir—n y la avenida Arequipa para luego dirigirse hacia Barranco
y atravesar el reciŽn inaugurado "puentesito de los enamorados". Todo
era romance, planes, viajes, Žl le promet’a todo menos matrimonio, ella
le aceptaba todo, menos matrimonio, a estas alturas lo daba por hecho y
estaba segura de que todas esas promesas eran el matrimonio.

A las siete y cuarenta, le anunci— que estaba listo para llevarla a


cenar a casa de su madre, subieron al carruaje y partieron presurosos
llegando a una preciosa casa, muy moderna, ubicada en el nuevo y
desconocido barrio de San Isidro. Ella, muy curiosa, le dijo que
pensaba que ir’an a cenar al palacete, Žl, muy suelto de cuerpo, le
aclar— que cenar’an en casa de su madre y que esa era la casa de su
madre, totalmente deshabitada y de uso exclusivo para el romance,
juerga y sexo. A ella le importaba un comino, mejor si no hab’a nadie,
mejor si no cenaban, mejor si la besaba, mejor si le reiteraba cuanto
la amaba y que ser’a una interminable relaci—n y mejor... todo con Žl
era mejor.

Efectivamente hab’a cena, con candelabros de seis velas, mantel de


lino, vajilla de porcelana y copas de cristal, mœsica suave que tocaba
la vitrola, una ama de llaves acostumbrada a ver lo mismo cada fin de
semana sin inmutarse, un hermoso dormitorio, una enorme cama y un
sediento amante. Le ayud— su sangre caliente de negra chinche–a, se dej
— besar por todas partes desoyendo las recomendaciones de sor Angelina,
se dejo tocar toda entera, se dej— amar ardientemente y repetidas veces
hasta la saciedad de ambos, aquellas s‡banas de seda quedaron
manchadas, como mudo testigo de su virginidad, al igual que la
medallita de oro que fue todo lo que vistiera su cuerpo esa noche. Nada
le doli—, nada le avergonzaba, solamente sent’a, dando rienda suelta a
una pasi—n nueva, descontrolada y desconocida por ella. Era tan hermoso
amar siendo amada que el resto carec’a de importancia, no habr’a d’a,
noche ni hora lo suficientemente larga para disfrutar del amor. Tan o
m‡s satisfecho se sinti— su pr’ncipe; "la morena era buen’sima, ni
siquiera el tema de su virginidad fue tomado en cuenta para disfrutar
del sexo, al d’a siguiente lo contar’a con lujo de detalles para que
sus camaradas se hicieran un buen "pajaso" muertos de la envidia". La
ardiente morena lo hechiz— y estaba dispuesto a mantenerla de su amante
un buen tiempo; total... faltaban tres meses para su boda con Lady
Leonora y ten’a bastante tiempo, dinero y ganas para disfrutar su corto
solter’o con aquella espectacular y ardiente morena de Chincha; eso s’,
habr’a que inventar algo bueno para que la monjita Sor Angelina no
pusiera peros o inconvenientes a sus futuras salidas.

A las diez treinta y cinco los recibi— sor Angelina en la puerta del
convento. Muy galante, el cadete ayud— a la morena a descender del
carruaje, se acerc— a la monjita y respetuosamente le pidi— permiso
para recoger a Nieves el jueves a las cinco pues la llevar’a a la
joyer’a Wells a escoger una preciosa sortija de brillantes; la monjita
accedi— de buena gana pensando que gracias al cielo el ajuar de la
morena estaba casi concluido. Bes‡ndole salameramente los dedos
delgados y ‡speros, el pr’ncipe se despidi— de su princesa
intercambiando largas miradas de inmoral complicidad.

La monjita, hablando como metralleta, le pregunto que c—mo estuvo la


cena, que si quŽ dijo Madam, para cuando pensaban fijar la fecha de la
boda, cuantos hijos tendr’an, que nombres les pondr’an y ojal‡ que no
salieran muy morenitos y un sin fin de preguntas que se quedaron sin
respuestas y que Sor Angelina las dio por contestadas. La morena se
despidi— con una bendici—n de la monjita, asegur‡ndole que continuar’an
la charla al d’a siguiente.

Una vez a solas, a la luz del lampar’n, en aquella estrecha y austera


celda, sentada en su modesto camastro, Nieves regres— a sus momentos de
lujuria y pasi—n acariciando nerviosa su medallita de oro con la imagen
de la Virgen del Carmen, testigo mudo de lo sucedido. Sor Angelina
jam‡s le coment— o le explic— mucho de lo que le sucedi— esa noche,
tampoco hizo falta, lo sab’a al estar cerca de su amado, lo disfrut—
sin mezquinar caricias o evitar atrevidos besos en las partes m‡s
’ntimas de su cuerpo. El recordar lo vivido la encend’a nuevamente de
pasi—n y hac’a que el deseo la carcoma por dentro. Se hizo un aseo, se
preocup— de disimular su nueva felicidad de mujer y quedo sumida en un
profundo y restaurador sue–o.

Al d’a siguiente logr— evadir respuestas comprometedoras con las


monjitas, las dej— y alent— a pensar que el matrimonio era cuesti—n de
poco tiempo. Enterada de los avances en el romance de la morena, la
abadesa del convento se comunic— con el se–or notario para consultarle
por los tr‡mites y permisos necesarios para la boda de Mar’a E. de las
Nieves que, como contaba tan s—lo catorce a–os y medio, requer’a de
permiso por parte de sus padres o tutores. Solucionado el tema, ser’a
el convento quien dar’a todos los consentimientos notariados para la
gran boda de la morena con el cadete.

Nieves sent’a algunos remordimientos de rato en rato, tal vez no era


justo que dejara creer a las monjitas que su boda ser’a en breve; sin
embargo, no estaba dispuesta a abandonar o prescindir de su amado, de
sus caricias y del sexo. No le importaba si la boda era pronto o
despuŽs, ella estaba convencida de que habr’a boda en algœn momento;
mientras tanto, lo œnico que deseaba era volverse a revolcar con su
gal‡n en su lecho de s‡banas de seda y cobertor de brocado. Impaciente
por que llegara el d’a Jueves (sal’an los Jueves y domingos y algœn
s‡bado tambiŽn), la morena termin— el ajuar con la ayuda de las cuatro
monjitas. Qued— un primor: tres juegos de s‡banas, media docena de
toallas con los monogramas de ambos, media docena de toallas peque–as,
tres camisones de seda, dos manteles de diario, uno de gala (con sus
respectivas servilletas), tres juegos de ropa interior, una bata de
algod—n con pu–os y cuello de seda bordada y para concluir... un
discreto y hermoso traje de novia en organza blanca, con pechera de
gipiur y velo de cinco metros de largo. ÁTodo listo!. DespuŽs de ense–
‡rserlo a la madre abadesa, lo envolvieron en papeles de seda y lo
acomodaron en un baœl de madera que Sor Angelina le obsequi— como
regalo de bodas.

El Jueves a las cinco en punto se present— el cadete con su impecable


uniforme, recogi— a Nieves y partieron como acordado, al centro de Lima
a la joyer’a Wells. El dependiente, halagando el buen gusto de su
œltima conquista, llen— de atenciones a la pareja. Convidando un tŽ
helado a la morena despleg— la bandeja con sortijas de brillantes
(dentro del presupuesto que sol’a tener el cadete para esos
menesteres). La morena no pod’a creer lo que ten’a delante de sus
enormes ojos azabache, muda y sin expresi—n qued— a la espera de la
sugerencia del cadete; sin vacilar, Žste escogi— el mismo modelo de la
vez anterior (el que regal— a una espa–ola cantante de zarzuela que
estuvo present‡ndose en el Teatro Municipal el mes antepasado), era un
peque–o brillante con dos zafiros a los costados engarzado sobriamente
en platino. Por supuesto que no hubo objeciones, todo lo contrario, la
mulata no cab’a en su pellejo, jam‡s pens— que pudiera ser poseedora de
una joya tan bonita. Amorosamente, el cadete se la coloc— en el dedo
anular, firm— el pago y salieron presurosos a celebrar el
acontecimiento con mucho sexo y amor. En retribuci—n a la sortija,
Nieves le obsequi— al cadete la œnica posesi—n de valor que llevaba
colgada de su cuello desde su nacimiento y que le perteneciera a su
difunta madre, su medallita de oro con la imagen de la Virgen del
Carmen; el cadete, realmente conmovido, le prometi— no quit‡rsela jam‡s
devolviŽndosela tan s—lo despuŽs de muerto ...y as’ lo hizo. Dos horas
m‡s tarde, la morena fue depositada en las puertas del convento; como
de costumbre, Sor Angelina estaba ansiosa por admirar la sortija de
compromiso que, aunque le pareciera muy peque–a para la ocasi—n, pens—
que no dejaba de ser hermosa.

Pasaron casi tres meses desde que la morena iniciara, adem‡s de sus
libertinas demostraciones amorosas, la confecci—n de su ya concluso
ajuar. DespuŽs de mas de 90 d’as de continuas salidas, visitas,
valiosos obsequios, revolcadas sexuales y dem‡s. Segœn Sor Angelina,
las cosas iban viento en popa. La morena, totalmente desubicada, juraba
que lo que viv’a era parte del noviazgo previo al matrimonio. Tan
ensimismada estaba con el tema, que no se percat— de la ausencia de su
menstruaci—n por dos per’odos consecutivos, hasta que se lo record— el
terrible malestar que le aquejaba, nauseas, mareos y rechazo a todo lo
que fueran alimentos sin saber lo que aquello significaba. Sor
Angelina, muy preocupada, hizo venir al mŽdico de cabecera. DespuŽs de
un breve examen mŽdico, el galeno confirm— el embarazo de 10 semanas
que portaba Nieves. Este ya era asunto de la abadesa, sin tiempo que
perder, se comunicaron con el palacete exigiendo de inmediato la
presencia de madam y su hijo a fin de fijar la fecha de la boda; el
asombro las dej— sin habla; Madam hab’a partido ese domingo hacia
Milano - Italia, en compa–’a de su esposo, su hijo y otros invitados,
para celebrar la boda de su hijo cadete, con Lady Leonora; estar’an de
regreso en aproximadamente seis meses. Sin embargo, hab’a dejado un
cheque por una muy buena suma de dinero, para aliviar y asegurar el
futuro de la morena chinche–a que supo hacer tan felices los œltimos
meses de solter’a de su amado hijo... el cadete de la escuela naval de
guerra.

Madam insist’a con lo mismo durante la traves’a por el Pac’fico, rumbo


a Italia, en aquŽl lujoso barco.- "No quiero que vuelvas a mencionar el
nombre de la mulata, te lo advert’ no s—lo una... varias veces, es
negra, en nuestra familia no hubo, hay, ni habr‡n negros emparentados
ni siquiera lejanamente. No quiero que se entere tu padre, Àte has
vuelto loco? querer romper tu compromiso con Lady Leonora Àpor haber
perdido la cabeza de calentura por esa negra?; Ásobre mi cad‡ver!, la
boda est‡ arreglada y, a menos que sea Lady Leonora quien decida
suspenderla o cancelar el compromiso, no habr‡ poder sobrehumano que
cambie las cosas. Est‡ dicho, ni una palabra m‡s, podr‡s morirte de
amor por ella antes que matarnos de un vergonzoso esc‡ndalo"-

Culpas van, culpas vienen, monjas histŽricas, la morena sin entender ni


papa, en fin.. el revuelo dur— un par de horas, despuŽs de las cuales,
la madre abadesa decidi— poner punto final al tema, anunciando a la
mulata su tr‡gico destino. Hab’a sido v’ctima de un malvado
sinvergŸenza que la hab’a pre–ado y abandonado a su suerte. Nieves
pensaba que las monjitas de pronto enloquecieron, su pr’ncipe no
tardar’a en buscarla el domingo a las once como de costumbre, ella lo
esperar’a muy perfumada dominando ese malestar incomprensible. Lo esper
—, ese domingo, el siguiente y tambiŽn el subsiguiente. Las monjitas
muy acongojadas trataron de hacerla entrar en raz—n, le explicaron una
y mil veces que aquŽl sinvergŸenza ya hab’a contraido nupcias con una
tal Lady Leonora en Mil‡n-Italia. La morena no lo aceptaba, no las
escuchaba y no quer’a entender. dos meses despuŽs, el volumen de su
abdomen la hizo darse cuenta de la terrible realidad, no exist’a el
pr’ncipe, no habr’a boda y lo œnico que ten’a como recuerdo de aquella
historia, era un embarazo de cuatro meses.

Sor Angelina que no dejaba de culparse por su estupidez, llam— por


conferencia a Sor Catalina, al convento en Arequipa, para ponerla al
tanto de lo acontecido con la pobre criatura de quince a–os cumplidos
que se convertir’a en madre soltera en unos pocos meses m‡s. Sor
Catalina despuŽs de escuchar, renegar y reprochar, dijo que le enviaran
a la mulata lo antes posible para ver la forma de enmendar este
descalabro. Sin pensarlo dos veces, Sor Angelina prepar— a la mulata
junto al baœl de su ajuar, los bellos trajes que le obsequiara Madam,
algunas otras pertenencias y recuerdos, el broche de perlas, la pulsera
de oro, el camafeo italiano y otros regalos costosos que le diera su
pr’ncipe en pago y agradecimiento a las largas y confortantes horas de
placer que ella le brindara durante varios meses, ignorante y
desinteresada. Empacado todo, parti— la mulata en el tren de las ocho
con destino a la ciudad de Arequipa, (al convento de las monjas
clarisas), para tratar de componer su torcido y vergonzoso destino.

Ni bien hubo arribado a la estaci—n, Sor Catalina fue a su encuentro,


estaba algo m‡s gorda y vieja tambiŽn, pero con el mismo aire bonach—n
de mirada compasiva. La morena no hab’a tenido suficiente tiempo como
para reaccionar o asimilar lo ocurrido, aœn no entend’a el porquŽ del
alboroto, al fin y al cabo... -su pr’ncipe no tardar’a en venir por
ella y todo volver’a a ser como antes-, si llegaba el ni–o que le
anunciar‡ el galeno del convento, nada cambiar’a, el cadete se har’a
cargo del asunto y ellos seguir’an disfrutando sus tardes de amor en
casa de Madam.

SUFRO...

y si pudiera evitarlo
Àlo har’a?
renunciar a verte
no ser’a nada
pero nada
equivale a mi muerte

Prefiero
morir hoy en vida
pero haberte amado
ayer
que no amarte nunca
para vivir sin ti hoy

Me dejas...
lo tuve todo
riqueza y pobreza
felicidad con tristeza
pero de ti me llevo
me llevo
lo poco que me diste
que no ser‡ m‡s
de lo mucho
que hoy te doy

EL SUFRIMIENTO...

Nada ser’a igual, Sor Catalina ya ten’a el asunto arreglado, habr’a


boda despuŽs de todo, el ajuar ser’a utilizado y la criatura que se
gestaba en su vientre nacer’a con un apellido, evit‡ndoles la vergŸenza
de ser bastardo. Y es que Sor Catalina hab’a negociado el matrimonio de
la morena con un sub oficial de ejŽrcito ya retirado, due–o de unas
fincas en algœn lugar del lago sagrado, en el departamento Alcanfores
de la ciudad de Valle Alto, Pa’s de las Alturas. A travŽs del p‡rroco
de su iglesia, en la localidad de Huaracawana, este individuo, habr’a
solicitado a las monjas una buena esposa, de aquellas huŽrfanas que
sol’an criar y educar bajo todas las normas de la fe cat—lica. Se sab’a
que eran esposas obedientes y madres abnegadas. Adem‡s de esto, Nieves
ten’a su buena dote (prevista por las consideraciones de Madam), dinero
suficiente como para comprar una finca o capitalizar cualquier negocio
existente, esto compensar’a el embarazo de cuatro meses y medio aœn
posible de disimular.

El pretendiente, un hombrecillo petiso, regordete, negro mestizo (m‡s


negro y mestizo que Nieves), de cabeza enorme y carente de cabellera,
aœn algo moteroso al hablar el espa–ol, ser’a el futuro marido y
verdugo de la pobrecita mulata chinche–a, cuyo œnico gran pecado fue
amar sin l’mites ni fronteras. Los antepasados de Žste personaje fueron
sobrevivientes de negros tra’dos como esclavos a la ciudad de Potos’,
para trabajar en la Casa de la Moneda acu–ando macuquinas con la plata
del cerro rico. Como dice la historia: de dieciocho mil negros que
arribaron a Potos’ entre 1775 a 1780, los pocos sobrevivientes a la
inclemencia del clima altipl‡nico, fueron transplantados por sus
preocupados propietarios a Valles c‡lidos como la regi—n de los Yungas
y Kanata (Cochabamba). As’, el bisabuelo de Don. Juan JosŽ Reaves
Salsas fue uno de los ciento setenta y cinco negros censados por
Francisco de Viedma en el a–o de 1793 en el Valle de Cochabamba; sin
embargo y posteriormente, emigr— a la regi—n de Chuma, en donde
contrajo nupcias y festej— la abolici—n y sus descendientes casados con
mestizas, emigraron al Pa’s de las Alturas, a la regi—n del Lago
Sagrado para afincarse por all’ definitivamente. Si las monjitas
hubieran sospechado el maltrato y padecimiento de que ser’a objeto su
morena... por misericordia hubieran desistido de la empresa. As’ pues,
en austera ceremonia religiosa, sin torta ni pasteles, pero con ajuar y
apretado traje de novia, Nieves fue entregada como leg’tima esposa del
se–or gamonal, sub oficial retirado de ejŽrcito Don. Juan JosŽ Reaves
Salsas quiŽn podr’a ser su padre, o tal vez hasta su abuelo ( tan grave
y notoria era la diferencia de edad). El repugnante y libidinoso
hombrecillo, adem‡s de recibir una buena dote, fue gratificado con
aquella hermosa potranca. Si bien era cierto que estaba pre–ada, no era
menos cierto que era muy hermosa as’ como saludable. El embarazo no era
muy notorio y el sabr’a manejar el asunto a su manera. Pasada la
ceremonia religiosa Don. Juan JosŽ apenas si pudo disimular sus ansias
ladinas por poseer el cuerpo de su mujer. La pobre de Nieves aœn
esperaba la llegada de su pr’ncipe salvador, m‡s por el contrario y
obediente, hubo de someterse a complacer los deseos de aquel asqueroso,
convertido no s—lo en su marido sino tambiŽn en ejecutor de justicia.
QuŽ diferencia... debi— aceptar su realidad dejando atr‡s los recuerdos
dolorosos de sus amores, debi— aceptar los vej‡menes a que era sometida
por no amar al marido, junto a los azotes que recib’a aœn con la panza
a punto de reventar. El acto sexual, lleg— a convertirse en un castigo
dif’cil de soportar, prefer’a cerrar los ojos y abandonarse a los
caprichos morbosos de aquŽl libidinoso y masoquista que nunca terminaba
de golpearla y maltratarla como parte de un sat‡nico y diario ritual.

Naci— su hijo var—n... era un ni–o precioso, mucho mas blanco que ella
(y que el actual marido por supuesto), lo amaba m‡s que a nada en el
mundo. Era la œnica prueba real de esa felicidad de anta–o. El gamonal
debi— intuirlo. Ni bien nacido el angelito, la emprendi— a golpes con
la parturienta, so pretexto de haber parido un var—n blanco en lugar de
uno mestizo o mulato como ellos dos. Desde el d’a de su nacimiento, la
madre y su criatura fueron objeto del maltrato por parte del
desgraciado, tanto as’ que, enterada por un telegrama misericorde de la
vecina, Sor Catalina fue al rescate de la criatura para llev‡rsela a
Arequipa y criarla en el convento, igual que lo hiciera con su madre a–
os atr‡s. Muy espantada del estado de salud en el que encontr— a la
mulata, la monja amonest— al gamonal amenazando con llevarse a la
mulata tambiŽn y, por supuesto, retirarle la dote que las monjitas le
hicieran entrega el d’a de su boda. El marido entre arrepentido y
asustado prometi— no reincidir en los malos tratos y dedicarse de lleno
a su esposa morena y a sus fincas a orillas del lago.

Desaparecido el ni–o blanc—n, el marido de la morena anunci— que se


trasladaban a la localidad de Huaracawana, para vivir en una de sus
fincas a orillas del lago sagrado, a trabajar por el desarrollo y
crecimiento de sus bienes y la regi—n. La mulata, m‡s muerta que viva,
sin expresi—n en el rostro, con absoluta resignaci—n y sin esperanza
alguna, empac— sus b‡rtulos, algunas pertenencias del marido y parti—
compungida, inmersa en sus recuerdos y perdida en su pasado.
No se acordaba cuanto tiempo dur— aquŽl viaje, si d’as, horas, minutos
o tal vez meses, no le importaba, tampoco le interesaba, com’a cuando
se lo recordaban, continuaba cuando se lo mandaban y cual m‡rtir de fe
cristiana, se sacrificaba como una aut—mata las veces que el viejo
requer’a de sus servicios. Todo le daba lo mismo, la vida era
miserable, ojal‡ se hubiese muerto el d’a en que la casaron con aquŽl
infeliz. Como un paliativo a su miseria, el sub oficial moteroso instal
— en la mesa de su dormitorio un aparato de radio, reciŽn adquirido en
la Casa Grace, que estar’a destinado a transmitir las noticias de las
siete de la ma–ana y ocho de la noche y que, ’nterin, servir’a para
consolar las desgracias de Nieves acompa–‡ndola en su soledad. La
morena se prend’a de la radio todas las ma–anas de 10 a.m. a 11.30 a.m.
para escuchar, por la œnica sinton’a de Radio Del Valle A.M., a su
cantante preferida de boleros, a quiŽn ya escuchaba en el convento de
las clarisas en Lima y con la cual, ahora, se identificaba m‡s que
nunca. Cuando Olivia de Montenegro interpretaba Mar y Cielo la morena
no pod’a m‡s que llorar en silencio. DespuŽs de unos a–os comenzar’an
las interminables novelas de Elvira y Raœl en las cuales, tambiŽn se
identificar’a con las peripecias de la protagonista principal, al igual
que con sus boleros, llorando con sentimientos de desahogo.

Cuando supo que estaba pre–ada tampoco le intereso, pari—, volvi— a


pre–arse y volvi— a parir sin inmutarse, nacieron machos, negros o
mestizos pero siempre machos. Cursaba su sŽptimo embarazo, ten’a doce
a–os de matrimonio (esclavitud sin esperanzas como ella sol’a decir),
segu’a guapa aunque hab’a perdido su figura sensual y su porte de reina
chinche–a, era m‡s bien lo que quedaba de una mujer aœn joven y guapa
(contaba veintisiete a–os apenas). El viejo la segu’a deseando, la
pose’a cada noche con el l‡tigo en la mano, a veces lo usaba y otras
no, dependiendo del grado de su excitaci—n, ella resist’a callada y
toleraba totalmente muda soportando d’a tras d’a, noche tras noche,
semanas, meses, a–os. Ya ni siquiera so–aba, su resentimiento hab’a
acabado hasta con sus recuerdos, no ten’a en quŽ refugiarse, no sab’a,
no quer’a y sin embargo... viv’a.

Los d’as en la finca eran siempre iguales, ten’a siete hijos varones,
los criaba con monoton’a, sin afecto ni ternura, no sent’a nada, estaba
vac’a. Tampoco se compadec’a con el sufrimiento de los indios golpeados
constantemente por su marido. Su sufrimiento era mayor, œnico
inentendible y continuo. Cuando se entero de su octavo embarazo tampoco
se inmut—, ten’a los pechos ca’dos de tanto amamantar, las caderas
anchas. las piernas llenas de v‡rices y los cabellos prematuramente
canos. El viejo asqueroso de su marido, que cada d’a estaba m‡s viejo y
m‡s asqueroso, (para ella era igual) le comunic— que regresaban a vivir
a Ciudad de las Alturas, en vista de que la reforma agraria le quitar’a
mitad de sus haciendas y la otra mitad quedar’a a merced de las
circunstancias.

Para proteger a sus hijos y atemorizado ante posibles represalias de


sus colonos, que conoc’an y practicaban la ley del tali—n, el gamonal
hab’a decidido reubicar a su familia en la ciudad. Compr— una casa
confortable en el distinguido barrio de Los Olivares, instal— a los
siete hijos con su mujer y retorn— valiente a sus actividades de las
fincas de Huaracawana. Nieves se sinti— libre por primera vez en
catorce a–os, nadie la acosaba sexualmente por las noches, pod’a
descansar, pasear, ir a la iglesia, hacer amistades en el barrio y un
sin fin de cosas cotidianas pero para ella extraordinarias. Se volvi—
asidua de la MatineŽ del cine Par’s; cada Martes por la tarde, se
arreglaba el cabello, se pon’a su falda de calle con la blusa blanca de
cuello alto llena de botoncillos, cepillaba su sombrerito de fieltro
color gris con cinta beige, se pon’a su capa gris de piel de camello,
sacaba del estuche de terciopelo su broche de oro con perlas, se pon’a
su anillo de brillante y zafiros en el dedo me–ique (ya no le calzaba
en el anular) y solitaria pero feliz, part’a siempre en el mismo
colectivo nœmero seis de color rojo, en un viaje de 40 minutos hasta
llegar a la Plaza Central, a las tres en punto. La pel’cula no era en
s’ lo importante, le daba lo mismo verla repetida; podr’a decirse hoy
en d’a que aquello equival’a a varias horas de terapia psicol—gica.
Durante tres horas era de libre albedr’o, aunque solamente fuera para
sentarse a ver una misma pel’cula, tambiŽn era importante recrear la
vista en los alrededores. Curiosa, una y otra vez, atisbaba la vitrina
de la cafeter’a del Hotel Par’s, vecina al cinema. A travŽs de los
cristales observaba por breves instantes a las damas elegantemente
vestidas y ataviadas con sombreros de plumas de ganso o de avestruz
luciendo costosos collares de perlas, quienes sosten’an animadas
charlas apoyando coquetas y elegantes sus hermosas sombrillas de encaje
al piŽ de sus respectivas sillas, mientras un maduro pianista se
esforzaba por capturar su atenci—n en las melod’as que interpretaba y
que ella, desde afuera no pod’a escuchar. Su contento era mayor cuando
la pel’cula era con Jorge Negrete, Pedro Infante o Luis Aguilar. El
premio gordo se daba si actuaban por lo menos dos de ellos junto a
Rosita Quintana; entonces s’ que disfrutaba las canciones de El Gallo
Giro. No pod’a comprarse ni una sola golosina, su presupuesto cubr’a
los 3.50 del cine y el peso de ida y vuelta en colectivo, ella ahorraba
65 centavos todos los d’as no comiendo pan a la hora del tŽ, prefer’a
su matineŽ de los martes en el cine Par’s; mas, aquella tarde de
involuntaria demora, cuando lleg— al cinema lo suficientemente
retrasada como para encontrar las puertas cerradas y aseguradas, sin
pensarlo dos veces, tomo la decisi—n de entrar a servirse un delicioso
tŽ inglŽs.

Cruzando desafiante el umbral del "CafŽ Par’s", se ubic— en la primera


mesita que avistara muy nerviosa; de inmediato se acerc— el mozo a
preguntarle quŽ deseaba servirse, comunic‡ndole que, a partir de esa
tarde, serv’an una tasa de tŽ o cafŽ con tres pastelillos por el precio
fijo de cuatro pesos que ella acept— gustosa, feliz de poder cubrir ese
monto aunque le significaba regresar a casa caminando. Cuando el mozo
retorn— con su orden, la nostalgia golpe— furiosa su memoria, aquellos
pastelillos eran los mismos "petit Furs" que degustara por vez primera
en casa de Madam, asustada y temblorosa, sus labios se semi abrieron
con pena para introducir aquel manjar. Para su suerte, el sabor no era
el mismo; anta–o le supieron a miel, hoy le sab’an a hiel. El pianista,
observ‡ndola entre curioso y apenado, trat— de adivinar sus
pensamientos y consolar su soledad complaciŽndola con la interpretaci—n
de rom‡nticos boleros que ella agradeci— con una venia y el rictus de
amarga sonrisa. Aunque el primer instante fue un fugaz torbellino de
dulces y amargos recuerdos, aquella tarde se dio el gusto de ser una
dama elegante como aquellas que frecuentaban el lugar exhibiendo sus
sombreros importados y charlando con vanalidad; esa hora que transcurri
— con la grata compa–’a de su tasa de cafŽ, sus pastelillos y las
melod’as rom‡nticas de aquŽl gentil pianista, quien no par— de tocar
para no romper su mœtuo encanto, compensaron todo lo dem‡s. Cuando el
piano dej— de sonar y el cafŽ y pastelillos se terminaron, el momento
de encantamiento tambiŽn ces— y ella, entre feliz y nost‡lgica, pag—
sus cuatro pesos y, sin dejar propina, abandon— aquel maravilloso lugar
m‡gico (al que no retornar’a nunca m‡s) y enrumb— en direcci—n a su
monoton’a.

Nieves rara vez exced’a su presupuesto, el haber visitado el CafŽ Par’s


en lugar de asistir a su matineŽ fue algo inusitado que no volver’a a
suceder. TambiŽn ahorraba mensualmente lo que pod’a; inflaba su
presupuesto del mercado, consultas mŽdicas, ropa para sus hijos y cosas
en las que el sub oficial no se percataba. Ella ocultaba sus ahorros
dentro de una vieja caja de zapatos que guardaba segura en el armario
de los trastos, all’ ten’a d—lares, bolivianos y unas monedas de oro
que le compr— por miserias a una india ladrona, ella tampoco sab’a su
valor real y pag— lo que crey— era justo de acuerdo a sus
posibilidades. Le gustaba pensar en que algœn d’a la joyer’a Par’s de
la Plaza Central, al lado del cinema y la cafeter’a, le har’a un
brazalete de oro en el que colgar’a esas hermosas monedas con la
silueta de una reina inglesa; Žsto, siempre y cuando no las necesite
para algo m‡s importante, como el huir de casa para ir al convento de
las clarisas a ver a su ni–o, que de seguro ya era un adolecente tan
buen mozo como su padre. Todos estos a–os lo so–— imaginando su
crecimiento y desarrollo dese‡ndole todo lo mejor, consolada por el
hecho de haberle salvado la vida aquŽl d’a en que Sor Catalina lo
rescatara llev‡ndoselo al convento.

Su embarazo estaba muy avanzado y ella continuaba sin inmutarse, lo


ignoraba por completo igual que a los anteriores, ni siquiera hab’a
pensado en nombre para la criatura, total... ella no ten’a derecho a
decidir ni siquiera eso. A media noche la despert— el barullo de la
puerta principal; pesadamente se puso una vieja bata de franela y se
levant— a ver que suced’a. Ni bien traspas— el umbral, el viejo gamonal
la emprendi— a latigazos por no haberlo esperado despierta, tanto as’
que le adelant— el parto casi en un mes. Naci— una ni–a, muy morena y
de gran parecido al marido (eso quiere decir muy fea). Sin embargo, por
primera vez despuŽs de catorce a–os, Nieves esboz— una leve sonrisa de
conformidad porque de pronto sinti— llenado su vac’o abandonando la
monoton’a de su espl’n .

Como naciera hembra el marido, arrepentido por la golpiza que le


propinara la v’spera, le permiti— escoger uno de los nombres. Eligi—
Celina recordando a su madre muerta, evoc‡ndola y deseando que su hija
tuviera aquellas facultades especiales de vidente o por lo menos el
hermoso color verde de sus chispeantes ojos; el viejo aument— Mar’a en
homenaje a la suya, que en paz descanba, as’ quedo claro que se
llamar’a CELINA MARIA REAVES ACARREA.

Ni bien cumplido el mes de nacida, la criatura fue llevada por sus


padres a Huaracawana, al santuario de la Virgen a orillas del lago
sagrado, para ser bautizada. Luego de la ceremonia bautismal, la
familia decidi— pasar unos d’as en su propiedad muy cercana. Nieves
instal— a la reciŽn nacida en la misma canasta de mimbre que les
sirviera a sus siete hermanos con anterioridad. Tan s—lo para
satisfacer su curiosidad, tanto criados como peones y campesinas de la
finca, desfilaron toda la tarde ante la cuna de la reciŽn nacida
presentando sus "respetos". Los comentarios que suscit— la criatura
dejaron mucho que desear, no s—lo era una wawa muy negra, ten’a la
nariz muy ancha, los p—mulos muy salidos, el cabello demasiado
encrespado, en resumen... todos estuvieron de acuerdo en que "su madre
del agotamiento y la tristeza no la hab’a parido sino cagado", es por
Žsto que en las fincas la apodaron la negra "cagacha", apelativo que le
sobrevivi— a su muerte.

Para Nieves la vida cobr— importancia desde el nacimiento de cagacha,


si bien era cierto que no era nada agraciada, que no heredara los
chispeantes ojos verdes de su abuela; el solo hecho de ser hembra lo
compensaba todo; adem‡s, a ella s’ la casar’a con un pr’ncipe aunque
tuviera que inventarlo. Programaba cuidadosamente su ni–ez,
adolescencia y juventud. Tendr’a todo lo que a ella el destino le neg—,
desconociendo las diferencias sociales y el vigente racismo que, para
la bondad de su alma, eran incomprensibles; educar’a a su ni–a en el
mejor colegio de monjitas de la ciudad, cultivar’a amistades de la
mejor sociedad, le escoger’a buenos pretendientes y un gran marido que
la llenar’a de joyas, viajes, mimos, amor y poder; lo tendr’a todo
aunque para ello debiera empe–ar su alma al mism’simo demonio,
content‡ndose con invocar los favores de su fallecida madre, a pesar de
que no le demostr— conmiseraci—n por su suerte y menos por su
sufrimiento. Estos deseos generosos y ardientes de fe, golpearon las
rec—nditas puertas del bien y del mal que a partir de ese instante
compitieron por el alma de Mar’a Celina Reaves Acarrea, poniendo como
mudos testigos de Žste compromiso tanto a dioses andinos como a ‡ngeles
y demonios.

Celina y sus hermanos viv’an la vida de las fincas pero en plena


ciudad. Su padre (el sub oficial retirado), sin importarle el quŽ dir‡n
de los vecinos, trajo de sus fincas, una fin’sima vaca lechera que
instal— en el jard’n trasero de su casa para que Celina tuviera leche
fresca cada ma–ana; les dijeron que deb’an darle mucha leche reciŽn
orde–ada para que la piel se le aclare un poco. La pobre vaca dur— tan
s—lo un par de a–os, antes de ser reemplazada. Ten’a tan poco espacio
para moverse que viv’a con las pezu–as embarradas en su propia bosta
cubiertas por cientos de miles de moscas, a tal extremo, que los
vecinos hicieron intervenir al Se–or Alcalde de Ciudad de las Alturas
para que notificara a su ignorante propietario que no se permit’a
ganado en los jardines de las residencias de Los Olivares

Nieves pensaba œnicamente en su hija, los otros mocosos (m‡s y menos


negros), crec’an por s’ solos; se dio cuenta del pasar de los a–os
cuando uno de ellos anunci— que se casaba con la hija de la modista de
la esquina, ya era profesional, hab’a terminado la carrera de
contadur’a y pod’a mantener a su mujer. Sin que a ella le signifique
preocupaci—n o siquiera novedad, se limit— a decirle que le alegraba
mucho y tambiŽn le pregunt— cuantos a–os cumplidos ten’a; cuando el
joven le respondi— que 26, ella se asombr— y le pregunt— si era el
mayor; se sorprendi— m‡s al saber que era el tercero, que el mayor
estaba a cargo de las fincas y era agr—nomo, que el segundo no estudi—
ni hizo nada, que el cuarto estaba en la universidad estudiando
auditor’a, que el quinto hab’a decidido ser maestro, el sexto terminaba
el colegio ese a–o y el menor de los varones el a–o entrante.
Complacida del reporte tratar’a de no olvidarlo para cuando el
siguiente de sus hijos, anuncie tambiŽn su matrimonio con la hija de
los carniceros del mercado del Olivar. Esa fue una de las pocas veces
que Nieves se acord— de esos hijos.

Con su hija era diferente, la complac’a en todo y no tem’a enfrentarse


a su marido aœn sabiendo que llevaba las de perder. Segu’a recibiendo
azotes a vista e impotencia de sus hijos mayores, pero no le importaba
mientras no se desviaran hacia Celina. Algunas veces eran los hijos que
la defend’an del maltrato de su padre, otras veces ella los proteg’a y
as’ se suced’a un d’a tras otro, pasaba un a–o m‡s y ella viv’a
solamente para su negrita cagacha.

Don Juan JosŽ ten’a las mismas aspiraciones que su mujer para el futuro
de su hija, no escatim— dinero ni tiempo o recomendaciones influyentes
para que las monjitas del "Sacre Coeur" la aceptaran en el Kinder. Era
tan negra la pobrecilla que el racismo siempre la confund’a con la hija
de la empleada o de la dulcera del colegio. Sin embargo, era due–a de
una viveza extraordinaria y no se daba por aludida, consciente de su
inferioridad social y del color de su piel, sab’a mostrarse sol’cita
con todos, compart’a su merienda, invitaba golosinas y no se cansaba de
hacer favores a sus compa–eras de clase que, con el tiempo, la llegaron
a apreciar tom‡ndola en cuenta como a una m‡s del exclusivo grupo de
se–oritas de sociedad. Los padres de Celina Mar’a hac’an lo propio con
las monjitas del colegio, sol’citos, las llenaban de atenciones
envi‡ndoles semanalmente quesos, huevos, carne de cordero, papas de
primera y todo cuanto sacaban de sus fincas. As’, Celina se sent’a a
gusto y sus padres y las monjas tambiŽn.

Nieves se percataba del crecimiento acelerado de su hija, era la m‡s


alta de su clase por lo que fue nombrada la encargada de tocar el
pesado bombo en la banda cada vez que hab’a desfile c’vico. Ella lo
aceptaba entre complacia y resignada; al fin y al cabo, le significaba
ser parte de la banda del colegio, para la cual, s—lo eran tomadas en
cuenta las muchachas m‡s bonitas o estudiosas del colegio, adem‡s, a
partir de entonces, debido al repicar del bombo y los tambores,
comenzaba a saber m‡s que las dem‡s. Predec’a acontecimientos futuros
sin saber el por quŽ de sus nuevas facultades. M‡s inteligente que su
madre, ambiciosa y decidida, evaluando su situaci—n, opt— por ser
incondicional con las compa–eras m‡s populares y bonitas de la clase.
Su casa siempre estaba disponible para cualquier reuni—n o fiesta que
hiciera falta, donaba constantemente esto y aquello, era confidente de
todas y viv’a a la sombra de las dem‡s. A pesar de sus esfuerzos y de
que, gracias al desarrollo hab’a mejorado bastante su f’sico ex—tico,
no lograba encontrar pretendiente, content‡ndose con arreglar los
entuertos amorosos de sus amigas o ser su confidente prediciŽndoles el
futuro. Cualquier muchacho (y fueron muchos) del cual ella se
enamoraba, tan s—lo la tomaba en cuenta para pedirle que intercediera
para ser aceptado como novio por alguna de sus amigas. Igualmente las
amigas... la buscaban cuando requer’an de sus servicios o la
necesitaban como emisario o alcahuete. Se acostumbr— a ese trato y se
conform— con ser lo que era, que ya era bastante m‡s de lo fueron su
madre o su abuela, total... paciencia era aquello que le sobraba.

Cuando Celina alcanz— los quince a–os, med’a un metro setenta, calzaba
40 y ya ten’a cuerpo de mujer; su tez era demasiado morena, sus pies,
al igual que los de su madre y su abuela muerta, siempre rebasaban de
sus zapatos; sus manos, a diferencia de las de su abuela y su madre,
eran de dedos cortos y gruesos que le imposibilitaron avanzar con las
clases de piano, ten’a p—mulos muy salidos, nariz ancha y corta, boca
de labios demasiado gruesos, un cabello espeso, oscuro y muy crespo
que, junto a su uniforme gris, le daban apariencia de dirigente de
algœn sindicato de vivanderas del mercado Central.
Los cambios en su vida eran mucho m‡s premonitorios durante los
solsticios de invierno o verano, cuando las fuerzas de los dioses
aymar‡s dejaban sus monta–as nevadas para asistir al convite de sus
pueblos aglutinados en diferencia de raza, cultura e idioma, que
fervorosos y entristecidos copaban las apachetas del altiplano con la
certeza de que Wirajkocha y Pachamama abrir’anan sus o’dos y henchir’an
sus corazones para escuchar las peticiones de sus yatiris y kallawayas,
brind‡ndoles resignaci—n y consuelo ante la lucha infructuosa, causada
por el libre albedr’o de la raza humana.

Anunciado el arribo del invierno, con la nevada en que ese amanecer


envolviera a la ciudad con destellante y transparente manto blanco,
Celina sinti— un fr’o nuevo y distinto que la hizo despertarse
temblando de ansiedad, sin poder justificar la verdadera causa a su
desvelo. Al contemplarse en su antiguo espejo, disconforme y, por vez
primera due–a absoluta de una desconocida envidia, comenz— a elucubrar
nuevos planes. Estaba harta de ser la eterna "andaveydile" de su clase,
de comprar amistades, de tener que ser Sor "Celestina" para todo el
grupo de sus selectas amigas de sociedad que la invitaban al sentirse
comprometidas por algœn favor que eternamente le andaban debiendo. Ese
d’a, frente a su viejo espejo y con descontrolada valent’a, decidi—
volverse mala, arrasar con todo, comprar no solo amistades sino tambiŽn
amores; en lugar de hacer m‡s favores los cobrar’a, en fin... de
pronto y sin saber el c—mo o el porquŽ, a sus quince a–os lo cambi—
todo, la misma edad que ten’a su madre cuando la casaron con el viejo
perverso de su padre. (odi— a su padre desde su nacimiento hasta
despuŽs de la muerte del infeliz demonio); s—lo que su madre a los
quince a–os ya hab’a amado, dominaba el tema del sexo y adem‡s hab’a
engendrado y perdido un hijo por amor.

Sin pensarlo dos veces fue a comentar con su madre aquella irrevocable
decisi—n inducida, segœn ella, por los dioses de la Cordillera. Nieves
se felicit— de tener una hija tan perspicaz y ambiciosa, seguramente
sali— a su abuela (ojal‡ ella misma hubiese sido as’). No solamente
consinti— en ello, la solap—, ingenua e ignorante la encubri—, la ayudo
y, sin darse cuenta, la prostituy— mientras pudo. Comenz— a revivir su
vida a travŽs de la de su hija. El problema o tal vez ventaja, era que
Nieves era totalmente amoral por exceso de bondad, falta de educaci—n,
formaci—n, criterio y un inagotable sufrimiento a ra’z del ausentismo
total en su vida tanto de dioses del Norte como del Sur; en cambio
Celina se volvi— amoral por exceso de envidia y ante tanta frustraci—n,
conveniencia, comodidad, auto complacencia y voluntad propias. Ambas
conformaron un buen equipo de lidia entre los demonios del mal y sus
‡ngeles del bien.

La tertulia de ambas fue interrumpida por dos peones que compungidos y


temerosos ven’an a informar a sus patrones que uno de sus hijos hab’a
fallecido, linchado por los campesinos, quienes so pretexto de celebrar
las fiestas de San Pedro y San Pablo habr’an generado sendas
borracheras, bajo cuyos efectos y tentados por huestes de malignos,
habr’an asaltado la casa de hacienda tomando como rehenes a su hijo
mayor y al que anteced’a a Celina, que estaba pasando vacaciones en la
finca. Nieves enmudeci— de sorpresa mientras los dos campesinos
relataban el atroz linchamiento. Apenas manifestaron clemencia
perdonando la vida de la viuda y sus tres peque–os por tratarse de "ni–
as y mujeres". El hijo menor sobrevivi— gracias a que fue arrojado a un
barranco y dado por muerto. Celina se crisp— furiosa encontrando el
motivo de su sobresalto y sed de venganza. Mientras Nieves, sin poder
reaccionar, trataba de entender lo sucedido, Celina montaba en c—lera
y, tomando el arma de su padre, parti— junto a la nueva alborada,
viajando hasta darle encuentro para. ambos, impartir la ley con sus
propias manos. DespuŽs de seis horas de interminable viaje le dio
encuentro, para ser testigo ocular de aquella indiscriminada matanza.
Tan pronto fue avisado de lo sucedido, Dn. Juan JosŽ Reaves Salsas, tom
— sus armas y junto a dos de sus hijos llev— a cabo el "ajuste de
cuentas" correspondiente, que dur— exactamente veintisiete minutos. Los
campesinos enardecidos, culpaban de los acontecimientos al excesivo
consumo de alcohol como el causante que les indujera a ejecutar una
venganza rezagada siquiera por doscientos a–os. Sin contemplaciones ni
explicaciones o posibilidad de excusa, los agitadores responsables del
crimen fueron apresados por sus patrones para ser fusilados (sin juicio
previo) aœn ebrios, ante un total sometimiento de la arrepentida y a la
vez aterrada Comunidad, que mustia y sin chistar, se contentaba con
lanzar impotentes miradas de odio reprimido mientras presenciaban
obligados el ajusticiamiento. Ante tal panorama de llanto y desgracia,
Celina crey— apropiado y justo apoyar la determinaci—n de su padre,
ella hubiera hecho lo propio.

Consumado el acto de ajusticiamiento, mandaron llamar a las autoridades


de Huaracawana entre las cuales se contaba con un primo hermano y un
compadre de Dn. Juan JosŽ quienes, sin miramientos, ordenaron los
entierros respectivos adem‡s de proferir un largo discurso de
reprimenda que apenas si pudo ser entendido por los campesinos. A
partir de esa fecha se suspendi— la celebraci—n de San Pedro y San
Pablo. Cabizbajo, pero satisfecho por haber saciado su sed de venganza,
Don Juan JosŽ emprendi— el retorno acompa–ado por Celina y sus otros
dos hijos. El sub oficial no dej— de admirar el valor y la seguridad de
su hija al presentarse armada y decidida. Sin embargo, le prohibi—
repetir la haza–a bajo ninguna circunstancia.

La muerte violenta de su hijo dejo at—nita y desorientada a su madre,


Nieves aœn no entend’a los misterios de la vida y mucho menos
entender’a los de la muerte, simplemente comprendi— que, a partir de
ese momento, la ausencia de su hijo ser’a total y definitiva y ella no
sab’a si Žsto la entristec’a o no. Lo que si qued— claro y establecido
es que: ni ella ni Celina Mar’a volver’an por aquellas tierras
maldecidas por los dioses andinos.

Madre e hija, depusieron tristezas y estuvieron de acuerdo en retomar


los cambios previstos para lograr la nueva apariencia de Celina.
DespuŽs de muchas cavilaciones coincidieron en que necesitaban la opini
—n de un tercero. Les fue muy dif’cil llegar a un consenso, la una
dec’a que una mujer con criterio amplio y conocedora de la vida ser’a
la indicada, la otra opinaba que un caballero bien relacionado,
exquisito en gustos y costumbres ser’a el apropiado pero... por fin,
ambas se felicitaron por haber llegado a la misma decisi—n; nadie mejor
que un amigo marica para ayudar y opinar en estos menesteres. Partieron
prestas a casa de do–a Bertolina (quien viv’a muy cerca de all’), en
busca de "awicho" el hijo menor de la buena mujer, quien jam‡s acept—
la existencia siquiera de la homosexualidad. Italiana de nacimiento,
Bertolina fue tra’da por sus padres a SudamŽrica cuando apenas contaba
dos meses de nacida. Sus progenitores, emigraron de la regi—n de la
Toscana, en busca de trabajo como recolectores de cafŽ en las grandes
haciendas brasile–as. Una vez abolida la esclavitud, los hacendados
debieron afrontar el Žxodo masivo de sus esclavos negros en todas las
plantaciones; Žstos, fueron sustituidos por trabajadores italianos que
escapaban de la crisis en su pa’s. Bertolina vivi— su infancia en
Brasil, estudi— en un colegio del Estado y posteriormente entr— a
trabajar como costurera en una gran f‡brica de uniformes militares.
All’, merced a su destacada belleza, fue rescatada por un diplom‡tico
del Pa’s de las Alturas quien se prend— de ella durante una visita a la
f‡brica. Una vez casada con el ilustre visitante, acompa–— a su esposo
en varias misiones por Europa y Latino AmŽrica, tuvo cuatro hijas
mujeres y un œnico var—n que, por criarse entre ni–as, se contagi— de
su comportamiento y gŽnero, recibiendo el apelativo de awicho (abuelo
en lengua aymar‡), pues adem‡s de nacer viejo en f’sico y ma–as ten’a
una imborrable cara de abuelo. Bertolina fue una buena madre, esposa
cari–osa y muy amada por su consorte; lamentablemente, el honesto
diplom‡tico se jubil— radicando en su ciudad natal para sobrevivir de
una magra pensi—n que le otorg— el Ministerio de Relaciones. Como los
ingresos no eran suficientes, Bertolina retom— su costura contribuyendo
con sus ganancias a la canasta familiar. Su amante esposo, honorable
como pocos hoy en d’a, no pudo soportar tal vergŸenza ni adaptarse a su
nueva pobreza, por lo que prefiri— volarse la tapa de los sesos en una
œltima ma–ana de un fr’o invierno alture–o.

A ra’z de la temprana desaparici—n de su esposo, Do–a Bertolina, una


se–ora de apellido rimbombante pero heredado, qued— poco m‡s que en la
indigencia con cinco hijos que alimentar y cuidar. Mientras ella se
dedicaba a la costura y al bordado, su peque–o "awicho" asimilaba la
preferencia por las manualidades en lugar del juego de balompiŽ, a su
madre no le incomodaba en absoluto, es m‡s, le encargaba el dise–o y
selecci—n de materiales para sus confecciones. Las malas lenguas dec’an
que el pobre de awicho estaba locamente enamorado de un negro americano
perteneciente a las Naciones Unidas quiŽn sol’a frecuentar la casa de
Bertolina; otros dec’an que era a ra’z de las necesidades econ—micas
que habr’a terminado prostituyendose, Celina, personalmente sab’a que
si era marica, ser’a porque le daba la gana y lo disfrutaba.

Durante tres horas de consultas y confidencias con awicho, madre e hija


no dejaron la verborrea, finalmente Žste, muy seguro y profesional, dio
su veredicto: Celina deb’a someterse a un paulatino cambio. Comenzar’an
por arreglarle ese desastre que ten’a por cabellera y que le sentaba
"horroroso", -"luego habr’a que depilarle las cejas para agrandarle los
ojos, tambiŽn las pesta–as deb’an encresparse a diario usando una
cucharilla de plata; ser’a m‡s sexi si usaba medias de nylon debajo de
los calcetines del uniforme y buenos sostenes ayudar’an a mantener sus
pechos erguidos. No era mucho lo que se podr’a lograr sin cirug’a
estŽtica pero -tratar’an... tratar’an"-, aunque m‡s adelante tendr’a
que operarse esos p—mulos y esa nariz o su vejez ser’a espantosa. "Por
supuesto que necesitaba ropa elegante y de moda para lucir los fines de
semana y lograr ser el "centro de la atenci—n" se la ver’a muy "shick"
y explotar’a su tipo ex—tico que tanto atra’a a los hombres"-. Con
estos comentarios, awicho suger’a que se estire mucho el cabello y lo
recoja por encima de la nuca (muy alto) en un peque–o pero impecable
mo–o, que ense–e las buenas piernas que ten’a y que aprendiera a
moverse sinuosamente caminando con distinguida coqueter’a. Por
supuesto, -entre mam‡ y Žl,- le confeccionar’an una peque–a colecci—n
de ropa "pret a porter" que estaba tan de moda en Par’s. Muy contentas,
madre e hija se despidieron saliendo a planear y so–ar con el Žxito del
ma–ana.

Obedeciendo a awicho, el primer paso fue dado, se hizo cortar y alisar


el cabello que recog’a en diminuto mo–o los fines de semana, la
depilaron, usaba las medias de nylon y poco a poco fue adquiriendo su
colecci—n de ropa "pret a porter", gracias a las honestas
malversaciones de su madre en los mercados semanales, adem‡s estaban
las clases de modales, caminado y maquillaje que recib’a tres veces a
la semana (sin costo alguno), por parte de awicho, sazonadas con todos
los chismes de conocidos y extra–os que el marica, a su manera, no
pod’a dejar de "confidenciar" con su disc’pula. El cambio ya se notaba,
su grupo de amigas la alentaban percibiendo la predisposici—n a
incursionar, no s—lo en cambios f’sicos, sino tambiŽn en los "tabœes"
del erotismo y la sexualidad. El tema "prohibido" imperaba en las
charlas de adolescentes, convirtiŽndolas en copuchas cotidianas y
habituales. Ella fue la nominada (por tener tantos hermanos hombres), a
recabar todo la informaci—n que pudiera obtener espiando a sus hermanos
en todo acto de intimidad. Ni siquiera en la mejor escuela de monjas el
tema de educaci—n sexual era permitido en esos tiempos, los padres y
parientes hac’an lo que pod’an y c—mo pod’an para que sus hijas
supieran lo indispensable respecto a la conducta sexual. Jam‡s se
ahondaba el tema, era falta de recato y pudor; el marido ser’a, llegado
el momento, el encargado de ense–ar el arte de amar. Por lo tanto, a
los quince a–os la informaci—n de la que dispon’an los j—venes era por
dem‡s escasa y carente de veracidad; puras especulaciones basadas en
comentarios de personas mayores o de infidentes j—venes esposas
(algunas felices y otras desgraciadas). Que era factible y exquisito
disfrutar del sexo... eso solo lo recordaba Nieves. El d’a en que
Celina le preguntara al respecto, despuŽs de espiar las frecuentes
masturbaciones que se hac’an sus hermanos, su madre crey— prudente
contarle toda la verdad, todo su pasado, sus or’genes, sus amores y sus
desventuras. Al finalizar la historia de su vida, madre e hija se
abrazaron para llorar.

Este relato aport— una nueva visi—n a la existencia de Celina, entendi—


que aquŽl don de clarividencia que le ven’a esporadicamente era
herencia de su abuela m‡s que una contribuci—n de la mitolog’a aymar‡.
En cuanto al tema del sexo... estaba resuelto, lo disfrutar’a sin
importarle el resto, desde ahora ella estaba en primer y segundo lugar.
Jam‡s amar’a como su madre, jam‡s la har’an sufrir de esa forma, nunca
nadie sabr’a siquiera si ella lleg— a amar de verdad; tan solo Dios y
el demonio (con quienes entablar’a su lucha final), ellos dar’an su
veredicto.

El grupo de sus compa–eras de colegio estaba liderizado por Macarena


Mack Bean. Celina era su sombra, nunca pudo esclarecer el por quŽ la
envidiaba tanto... desde el color claro de su piel, sus cabellos lacios
color miel, sus ojos pardos, era m‡s rubia que blanca, espigada, no tan
alta como ella, sus manos finas y delgadas, sus pies... como los que
deseaba para ella, peque–os y sin exceso de carnes, sus piernas largas
y torneadas, su talle corto y su busto prominente, tal vez jam‡s debi—
o’r lo que oy— para entender lo que no entendi—. No solamente era el
aspecto f’sico el que envidiaba, quiz‡ era ese don de mando nato del
que hac’a uso sin siquiera parpadear o levantar el tono de su voz. Era
inteligente, bailaba precioso y ten’a una colecci—n de discos de
45r.p.m. con lo œltimo de Los Beatles, Los Monkeys, Adamo, Aznavour,
Enrique Guzman, Rafael, Palito Ortega y por supuesto el romance de Non
no leta de Gigiola Cincueti; como si todo esta fuera poco, Macarena
pertenec’a a la banda del colegio (tocaba el tambor), era miembro del
coro y parte del elenco de teatro, Macarena Mack Bean, la chica con
"‡ngel" admirada y popular, reun’a todo lo que ella deseaba ser.
Cuantas veces tuvo que declinar sus sentimientos y pretensiones
amorosas para limitarse a ser portavoz e intercesora de amigos que
amaba, pero cuyos intereses no se centraban en ella, cu‡ntas veces en
silencio tuvo que presenciar besos que deseaba para ella, cuantas
muchas veces tuvo que asumir su rol de "andaveydile" o de celestina sin
poder siquiera ser infidente; tanto sacrificio y humillaciones para
lograr formar parte de ese selecto grupo de se–oritas que eran sus
compa–eras de colegio. Ahora estaba segura que las cosas ser’an
distintas; al igual que su abuela, ella lo sab’a de antemano.

Macarena, ignorante y ajena a estos pensamientos producto de tanta


envidia, se consideraba una de las mejores amigas de Celina. Ella s’ la
estimaba, le demostraba solidaridad y preocupaci—n, pernoctaba en su
casa, tomaba de desayuno leche fresca orde–ada a alguna pobre vaca
famŽlica y est‡tica en el jard’n trasero de aquella casa, compart’a las
serenatas que le tra’an sus admiradores mientras espiaban en
complicidad por la ventana, presenciaba, impotente y apenada, los
azotes que el sub oficial retirado le arrimaba con frecuencia a su
amiga dej‡ndole marcadas sus buenas piernas. Jam‡s le coment— las miles
de veces que su padre, el viejo carcamal y moteroso, trat— de
manosearla toc‡ndole los pechos y ella tuvo que pellizcarle las manos
regordetas y sucias. Jam‡s le dijo a ella cu‡nto asco y vergŸenza
sent’a por el sub oficial de ejŽrcito; nunca quiso mortificarla.

El paulatino cambio no pas— desapercibido ante la inquisitiva mirada


del sub oficial; no le gustaba para nada que su hija anduviera
coqueteando y ense–ando las piernas, le echaba la culpa a "la bruta de
su madre" que sin lugar a dudas quer’a volverla como ella. El viejo
lascivo juraba que la hija le hered— la calentura a su madre y dentro
de poco terminar’a entreg‡ndole el culo al primero que pasara por su
calle; para evitarlo, la emprend’a a latigazos con la madre y con la
hija hasta que los vecinos compadecidos ped’an clemencia gritando desde
sus ventanas. Celina no pod’a ocultar ante las monjas del colegio las
marcas verdes y moradas que tardaban semanas en desaparecer de sus
piernas, horrorizadas por la frecuencia con que ven’a sucediendo este
acto bochornoso, las monjitas del Sacre Coeur citaron con urgencia al
sub oficial para que, a la brevedad, se apersonara al colegio a
explicar el por quŽ de estos injustificados malos tratos. DespuŽs de
gran reprimenda y amonest‡ndolo con expulsar a su hija del exclusivo
colegio para se–oritas de sociedad ( a un a–o de su graduaci—n), el
hombre empe–— su palabra comprometiŽndose a que jam‡s lo volver’a a
hacer y muy acongojado y avergonzado, abandon— el elegante colegio con
el rabo entre las piernas, -Ájam‡s hab’a sido tan humillado en su
vida!. -No le fue necesario faltar a su palabra. Llegando a su casa,
una bala perdida de algœn franco tirador caritativo le perfor— el
cr‡neo, dej‡ndolo paraplŽjico por muchos a–os, hasta que por fin...
todos celebraron su muerte llorando para disimular. Tres d’as antes del
accidente Celina anticip— la visi—n, fue tan clara, que hasta vio las
facciones del autor de los disparos; convencida de que por fin, los
dioses que habitan la Cordillera y aquellos conservados por sus
or’genes, habr’an escuchado las suplicas de su liberaci—n; tanto ella
como su madre guardaron muda complicidad.
El RETORNO...

Vuelvo a verte hoy


despuŽs de mil a–os
de eternidad y ausencia
y me asusta el coraz—n por su alboroto
me alegra la alegr’a
con la que invade
junto a la tristeza
el arrepentimiento

Pero te tengo,
poseo tu mirada en mi mirar
abrazo la armon’a del anta–o
de nuevo beso tu rostro de milenio
y con esos mis besos
silentes de ancianidad
te cubro de m’
escondiendo tu pesar
por haberte perdido
sin dejarte de amar
EL REENCUENTRO...

Renovada por la esperanza y agradecida por los acontecimientos que le


permitir’an dar comienzo a una nueva vida, Nieves se sumergi— en los
recuerdos que la obligaron a retroceder m‡s de cuarenta a–os en la
nostalgia de anta–o. En remembranza y como tributo a la madre tierra,
sembr— en el jard’n delantero de su casa una planta de la familia de
las compuestas, vulgarmente conocida por sus flores silvestres de color
amarillo y blanco como"margarita", las mismas con las cuales decor— la
mesa de aquŽl paseo campestre que compartiera con su amado. En ese
instante la Pachamama, generosa y complacida, abri— sus entra–as
conmovida y fecund— la planta con amor maternal regal‡ndole sus aromas
y la belleza de su reino vegetal a travŽs de un suave roc’o. En cambio,
el viejo sub oficial retirado, en bata, con gorro y pantuflas, tapado
con una mantilla escocesa, pasivo y resignado, observaba desde su sill—
n aquellas alteraciones de h‡bitos y conducta en el nœcleo familiar.
Apenas si lo tomaban en cuenta a la hora del almuerzo, su œnico
entretenimiento era la lectura de los diarios y revistas pasadas que
caritativamente alguien le hac’a llegar. La lengua se le trababa y le
era embarazoso poderse expresar, las piernas poco le obedec’an y los
brazos igual, hab’a que alimentarlo como a ni–o de meses con puras
papillas y sopitas licuadas que apenas si pod’a tragar. Nieves sumisa
aœn, le conversaba todas las tardes mientras escuchaba su novela por la
radio; sin esperar respuestas le comentaba de sus hijos, de sus nietos,
que las monjitas de Santa Clara le habr’an anunciado la llegada de su
primogŽnito convertido en un se–or de cuarenta a–os y padre de dos
hijas, tambiŽn le recriminaba lo desgraciada que la hab’a hecho y como
la hab’a atormentado estos a–os y siempre terminaba record‡ndole que
-ese era su castigo y que todos agradec’an a Dios por ello, que la
justicia "tarda pero llega"-. Terminaba de desahogarse cuando
finalizaba el episodio de su novela, cesaba de recriminarle en el
momento en que apagaba la radio para salir presurosa, ya sea a la misa
de las cinco o a la tertulia en casa de su buen amigo awicho, el maric—
n, quiŽn hab’a conseguido hacerse cargo de la p‡gina social de un peri—
dico nuevo y desconocido dentro del mercado, por lo que estaba
completamente realizado, salpicando sus cr—nicas sociales con
maquiavŽlicos y malŽvolos comentarios de los chismes de sociedad que
Žl, solapadamente, los hac’a pœblicos entre todo acontecimiento al que
era convidado. Ella nunca retornaba antes de las nueve de la noche,
justo para asear al marido y meterlo a dormir en su cama con el
escondido y m—rbido deseo de que fuera su œltima noche y, as’, su amigo
awicho podr’a comentar en su cr—nica social tambiŽn un funeral.

Como su hija le anticipara, ese d’a tocaron el timbre a las nueve y


treinta de la ma–ana; la mucama irrumpi— en su dormitorio anunciandole
que la buscaba un se–or que dec’a ser hijo suyo, pero que ella cre’a
que eso era imposible pues el caballero adem‡s de muy apuesto, era
tambiŽn blanquito y ella, que ten’a veinte a–os trabajando en esa casa,
conoc’a a todos los hijos de la patrona. El coraz—n anunciaba sal’rsele
del pecho, le vinieron calores, mareos y unos deseos incontrolables de
orinar. Indic— que lo hiciera pasar a la sala mientras ella se
sobrepon’a a sus s’ntomas y sal’a presurosa a darle el encuentro.

Y lo vio, all’ de piŽ. Retrocedi— cuarenta a–os y era el mismo, su


pr’ncipe, su œnico amor. El parecido era asombroso, quiz‡ su hijo era
un poco m‡s alto y ten’a el cabello oscuro y crespo, pero aquello...
nadie, excepto ella lo sab’a. Ambos se miraron con timidez, se
observaron por segundos antes de fundirse en un leg’timo y emotivo
abrazo escoltado por susurros de mœtuos reproches contenidos durante
una eternidad. Intercambiando frases triviales y convencionales se
dijeron cuanto se amaban y su hijo le entreg—, adem‡s de su amor
filial, un enorme ramo de hermosas margaritas silvestres que hicieron
sollozar a su madre.

Finalizado el ritual del primer saludo en cuarenta a–os, madre e hijo


se pusieron al d’a en lo que les interesaba, Miguel Acarrea Acarrea
(como fuera bautizado por las monjitas clarisas), resumi— para su madre
las vivencias de sus cuarenta a–os en un breve compendio de un solo
cap’tulo. Era maestro de profesi—n y hab’a ense–ado un tiempo en el
ciclo b‡sico pero se dedicaba al comercio antes que a otra cosa. La
mayor parte del tiempo oficiaba de vendedor ambulante de toda clase de
chucher’as y art’culos de limpieza; acababa de dejar a su mujer y dos
hijas para venirse al Pa’s de las Alturas en busca de mejores
oportunidades. Hac’a ya m‡s de diez a–os que emigr— de Lima para
radicarse en Salta pero las cosas no le hab’an salido como el quer’a;
sus hijas jovencitas, estaban a la espera de venirse con Žl, la mujer
ya le hab’a anunciado que ten’a otra pareja y no pensaba regresar,
hab’a llegado de Argentina hac’a dos meses pero no se atrevi— a
buscarla para no causarle problemas con el sub oficial puesto que era
de conocimiento pœblico de los maltratos que recib’a por parte del
viejo carcamal. Cambi— de opini—n (alegr‡ndose sobremanera), en cuanto
le avisaron de su accidente; quer’a conocerla y preguntarle si lo
podr’a ayudar a conseguir algœn trabajito que le permitiera traer a sus
dos hijas de Salta.

Nieves, de inmediato, lo nombr— su administrador y liquidador oficial


de lo poco que aœn quedaba de sus fincas, despuŽs de la reforma
agraria. Convoc— a cuatro de sus hijos (los mayores), para presentarles
a su, hasta entonces ignorado y desconocido, hermano. Mucha gracia nos
le hizo; aceptaron que se hiciera cargo de arreglar los entuertos
financieros domŽsticos, ya que de los temas de mayor importancia
estaban a cargo los dos profesionales, el contador y el auditor. Dicho
esto, inmediatamente finalizada la reuni—n familiar y a hurtadillas,
Mar’a E. de las Nieves trep— en su banquito de madera para rebuscar en
el closet de trastos olvidados y sacar desde muy adentro una viej’sima
caja de zapatos, con la tapa bien asegurada por resecados y gruesos
el‡sticos. Ante la curiosa y angurrienta mirada de su primogŽnito
bastardo, Nieves sac— de all’ varios fajos de billetes. Hab’an pesos, d
—lares, marcos alemanes y diez libras esterlinas en monedas de oro;
haciendo una suma total, los ahorros de toda esa vida de sacrificio y
de horror sumaban nueve mil ochocientos treinta y dos d—lares
americanos que entreg— a su primogŽnito, explic‡ndole que los hab’a
juntado, para esa ocasi—n, que era todo lo que pod’a darle por ahora y
que con ese dinero (era la dŽcada de los sesenta), podr’a comenzar
algœn negocito o comercio minoritario trayendo a sus nietas de Salta.
Ella ya no pensaba en el brazalete que le har’a la joyer’a Par’s para
lucir sus moneditas de oro que tan solo eran diez libras esterlinas de
gran valor. Aquella ma–ana, su planta se convirti— en arbusto
regal‡ndole los primeros frutos de su siembra, seis hermosas y
perfumadas margaritas que cort— llev‡ndolas a su iglesia para la Virgen
de la Esperanza.

Los hijos de Nieves no le hicieron ninguna pregunta indiscreta que la


pudiera mortificar, pensaban que todo lo que hubiese pasado con
anterioridad en la vida de su madre no ameritaba el castigo de convivir
con el viejo carcamal de su padre, el sub oficial retirado; tampoco se
interesaron por aquŽl nuevo hermano salido de la nada, sencillamente
apenas si lo tomaban en cuenta de rato en rato. Contraria a esta
actitud, Celina se mostraba complacid’sima de la felicidad que, por
primera vez, ve’a en el rostro envejecido y abrumado de su madre, por
consiguiente, ella form— parte inmediata e incondicional con el nuevo
personaje y la reciente situaci—n, apoyando a su madre y adorando a su
nuevo medio hermano (mucho mayor que ella), que a la larga, se
convertir’a en otro de sus "protegidos" y ella ya lo sab’a de antemano.

Desde el accidente que dejara semi paraplŽjico a don Juan JosŽ, las
cosas hab’an mejorado incre’blemente en la vida de Celina; sus hermanos
que la cuidaron y protegieron (en medio de sus limitadas
posibilidades), de los abusos y malos tratos que recib’a de la torpeza
de su padre, considerando ya innecesaria su participaci—n en el tema de
la educaci—n y formaci—n moral de su hermanita menor, se declararon
pues, totalmente ajenos al tema, deslindando responsabilidades. Nieves
no ten’a el discernimiento necesario como para poder sentar normas de
conducta para su hija, estaba feliz y convencida de que nunca jam‡s, su
paraplŽjico marido podr’a volver a verdearle las piernas o azotarlas a
ambas como si fueran esclavas. Celina ten’a 17 a–os cuando sucedi— todo
esto. Con estas s—lidas bases de amoralidad y el total apoyo de su
espor‡dica clarividencia, dio rienda suelta a sus malas inclinaciones.

Las cosas Ási que hab’an cambiado! no s—lo en el pa’s, sino


principalmente en la vida de los Reaves Acarrea. A ra’z del accidente,
lo que quedaba de las fincas (despuŽs de la Reforma del Agro), se hab’a
mermado considerablemente, los hermanos hac’an lo que pod’an para el
sustento de la familia y para cubrir las interminables cuentas mŽdicas
y dotaciones de diversos remedios para el convalesciente. Al cabo de
un a–o, Celina se preparaba para la fiesta de su graduaci—n, la mayor’a
de sus compa–eras de curso se ir’an (como era costumbre en las familias
adineradas y distinguidas), a continuar sus estudios al extranjero, ya
sea a los Estados Unidos de Norte AmŽrica o al viejo continente. La
econom’a de los Reaves Acarrea descart— cualquier posibilidad de viaje
para Celina Mar’a a pesar de las airadas quejas (m‡s de la madre que de
la hija), pero qued— demostrado que el patrimonio actual de la familia
se hab’a reducido a la casa en que habitaban y la pensi—n del sub
oficial y Žste peque–o detalle, Celina tambiŽn lo supo de antemano.
DespuŽs de la graduaci—n, se despidi— de todas las compa–eras que
viajaban al extranjero. Envidiosa y ensimismada, abraz— a Macarena (que
part’a para Francia), con una mueca fingida de tristeza, deseando en su
fuero interno estar en su pellejo; -Àc—mo era que la vida volv’a a
negarle algo?, Àno fueron suficientes aquel maldito color ancestral y
las toscas facciones con las que naci—?-, para colmo de sus
interminables males, deb’a soportar aquella humillaci—n de ser la negra
pobretona del grupo de ni–as de sociedad, destinada a quedarse para
estudiar en la Universidad Estatal code‡ndose con toda la pobreza y el
socialismo del pa’s. En momentos como esos, Celina pensaba en el error
que cometieron sus padres al ponerla a estudiar en ese costoso colegio
de ni–as ricas; quiz‡s debi— asistir a una escuela fiscal como lo
hicieran sus hermanos mayores. Para disimular y, como disculpa, inform—
a sus amistades que, por la enfermedad de su padre, se ve’a
imposibilitada de abandonar a su madre con semejante carga emocional y
que entre sus planes, siempre contempl— estudiar abogac’a y para ello
era imprescindible quedarse en el pa’s; sin embargo, har’a su "Post
Grado" sobre Derecho Internacional en la Sorbona de Par’s. Concluido su
discurso de despedida, dese‡ndoles "lo mejor", con l‡grimas de
impotencia, se despidi— de aquŽl selecto grupo de amigas con el cual se
vincul— durante sus 12 a–os de escuela.

LA AMBICION...

Quiero obtenerlo todo


fama, poder
riqueza y placer
tal vez hoy
tal vez ma–ana
si los dioses andinos me aclaman
y si las huestes de lo profundo
desde el averno
me halan

Es por que soy la elegida


de alma comprometida
voluntad perdida
y al maligno vendida
capaz de ganarlo todo
soy
sin nada que perder
me voy

Mas quŽ precio


el que
he de pagar por ello
que de haberlo sabido
jam‡s a las huestes malignas
ni menos a los adivinos
mi alma a cambio
hubiera comprometido

LOS LOGROS...

Decidido como estaba (entre ella y su madre), comenzaron a trazar el


curso de su vida. Quer’a estudiar en la nueva universidad Salesiana que
estaba pronta a inaugurarse. No ten’an dinero, sus hermanos le dijeron
que deb’a esperar un par de a–os para que la pudieran ayudar, pues el
menor aœn no terminaba su maestr’a en econom’a y no hab’a forma de
estirar el presupuesto adem‡s de que:- "una mujer deb’a estudiar un
secretariado y no toda una carrera"-. Las visiones que la persegu’an en
sus noches insomnes le anunciaban golpes de suerte y mejoras en sus
finanzas personales. Estos argumentos no deleznables eran suficientes
para animarla. Sin dilaci—n, decidi— conseguirse un trabajo de
recepcionista en un hotel de cinco estrellas y ahorrar para pagarse la
universidad. Con ayuda de una compa–era de colegio, cuyo padre
gerentaba el recientemente inaugurado Hotel Sheraton y, gracias al poco
francŽs que aprendi— en colegio, Celina Mar’a obtuvo el puesto de
recepcionista. El trabajo le encantaba, trataba con gente de diferente
nacionalidad; los huŽspedes eran sol’citos y galantes y no tard— en
darse cuenta de que su f’sico, aquŽl que tanto detest— durante los a–os
de escuela, era ahora muy admirado por los huŽspedes americanos,
alemanes y franceses, quienes le regalaban jugosas propinas acompa–adas
de todo tipo de invitaciones que ella comenz— a aceptar aquiescente a
sus premoniciones.
A diferencia de su madre, su primera experiencia sexual no fue por
amor, obedeci— a una mezcla de necesidad con curiosidad. Pr‡cticamente
ella escogi— al candidato, se trataba de un joven muy buen mozo y
distinguido a quien ella admiraba secretamente, consciente y a
sabiendas de que jam‡s la llegar’a a amar y mucho menos a cortejar. Se
dio la oportunidad. Coincidieron en una fiesta, el bebi— m‡s de la
cuenta, ella lo asechaba. Lo abord—, se present— y llegado el momento,
parti— muy contenta con Žl en direcci—n a su casa; los padres del joven
estaban en Europa y ten’an aquel hermoso caser—n en la avenida de Los
Sauces, del barrio del Olivar, para ellos dos (avenida donde anta–o
estaban ubicadas hermosas mansiones de gente adinerada y de sociedad,
hoy convertidas en desabridos edificios de departamentos, oficinas y
comercio). Hizo lo mejor que pudo, se abandon— a la incomodidad de
aquel peque–o sill—n de la sala, su sorprendido amigo qued— mas
sorprendido aœn cuando se dio cuenta de que era el primero; Celina no
perd’a el hilo del asunto, no era lo que esperaba, no sent’a esos
calores de pasi—n que le relatara su madre, tampoco se exitaba con los
apasionados besos o los bien mojados lengŸetazos de su pareja; en
resumen... la experiencia fue un total desastre para ambos. Cerrando el
acto con broche de oro y como no se le ocurriera una explicaci—n
coherente, emprendi— una abrupta y veloz retirada abandonando la
incomodidad del peque–o sill—n, olvidando su ropa interior y perdiendo
el tac—n de su zapato izquierdo en el af‡n de correr sin parar hasta
llegar a su casa, ubicada a pocas cuadras del lugar de los hechos. Esa
noche la vidente fue su madre que sin saber c—mo, supo de lo sucedido
pero no lo coment—.

Sin poder entender la pesadilla de aquella aventura descalabrada y


pensando que jam‡s sucedi— en verdad, su c—mplice y coautor de aquella
extra–a e inolvidable primera experiencia no volvi— a dar ninguna se–al
de vida. Celina estaba acostumbrada a los sœbitos y constantes
abandonos sin previa o post explicaci—n, le suced’a desde la Žpoca del
colegio, es por Žsto que aprendi— a contener sus emociones, a reprimir
sus sentimientos y a guardar sus secretos, tampoco hubo alguien que se
interesara por ellos as’ es que daba igual, hasta ahora nadie supo de
su primer beso, o si am—, o de su primera experiencia sexual, su madre
tampoco la entender’a, ella, a fuerza de entereza, debi— esconder la
calentura chinche–a de su sangre ardiente de mulata, para reemplazarla
por una gran frigidez que encubr’a sus frustraciones.

Olvidando el incidente Celina retorn— a su mostrador del Hotel Sherat—


n. Solucionado el tema del impedimento de su virginidad, acept— la
primera propuesta de un cliente americano que la invit— a pasar la
noche con Žl, a cambio de un "regalo" de la millonada de trescientos d—
lares de aquella Žpoca. No le cost— trabajo Žsta vez, el cliente rayaba
en los cuarenta y cinco a–os, bien parecido, cabello casta–o, nariz
aguile–a y peque–os ojitos color cafŽ. Aunque un poco pasado de peso y
no muy alto, el caballero con mucha clase, adem‡s de obsequiarle flores
y un perfume Chanel # 5 de la boutique del hotel, la trat— con
consideraci—n y fue un acto convencional de sexo entre dos personas que
quedaron satisfechas. Esa y muchas otras noches, Celina lleg— a su casa
al amanecer sin que nadie se atreva siquiera a cuestionarle donde
anduvo o quŽ hizo. Al cabo de un a–o, ten’a suficiente dinero para
solventar el primer a–o de facultad en la nueva Universidad. Sin
embargo, como el asunto del sexo le hab’a resultado tan agradable
adem‡s de beneficioso y sus visiones le mostraban los resultados con
anterioridad, reclut— a tres compa–eras de colegio (con fama de
p’caras) y, ducha en el tema, las convenci— para "abrir " su peque–o
negocio; se trataba de j—venes agraciadas, bien educadas, menores de
edad, de familias respetables pero sin un centavo excepto deudas.

Para ejercer el negocio, comenzaron alquilando un departamento amoblado


de tres dormitorios, en un edificio reciŽn construido por la empresa
municipal en la elegante avenida de Los Olivares, relativamente cerca a
su casa. El presupuesto que les demandaba la infraestructura del
"negocio", entre gastos de mantenimiento, renta, servicios, aseo,
tragos, refrescos y comida era de alrededor de 760.- d—lares americanos
por mes. Lo que podr’a ganar cada una, con un cliente al d’a (de cuatro
de la tarde a ocho de la noche), eran unos dos mil d—lares, sin
trabajar los fines de semana (que ser’an opcionales). La atenci—n ser’a
principalmente para extranjeros, huŽspedes de hoteles cinco estrellas,
pol’ticos, empresarios exitosos o militares de alto rango. Celina, como
due–a de la idea, ser’a la administradora y presidenta del grupo (con
mayor participaci—n en las utilidades), al que por unanimidad
bautizaron como "El Club de las Cuatro". Bastaron un par de reuniones
con las integrantes para poner las reglas del juego y hacer nœmeros de
la inversi—n. Los dormitorios quedaron c—modamente habilitados con
camas Queen size, elegantes s‡banas y finos cobertores que podr’an
utilizarse dependiendo los requerimientos; sin embargo, se prefer’a el
servicio en hoteles o moteles (esto para comenzar). A sugerencia de
awicho, el comedor fue convertido en oficinas, pusieron un escritorio
con sill—n ejecutivo para Celina, dos sillones de cuero, un telŽfono y
un gavetero con doble llave para guardar informes confidenciales y
kardex de los clientes con sus telŽfonos privados, sus preferencias
sexuales y uno que otro comentario importante, como ser: tema de
conversaci—n preferida, cargo que desempe–a, ‡mbito en el que se
desenvuelve y otras cosas m‡s. Adicionalmente Celina los calificaba con
estrellas. Si era cliente de cinco estrellas significaba que era
generoso, importante y bien parecido, las estrellas disminu’an a la par
que las cualidades o defectos; tambiŽn tomaba en cuenta la "size" del
individuo, calific‡ndolo con "S" de small, "M" de mŽdium "L" de largue
y uno que otro "XL"; no faltaban las notas recordatorias de "muy
sexual", "pasivo", "en divorcio", "impotente, charla œnicamente", "D"
para diputado, "S" de senador, "J" de juez, "F" de fiscal o "A" de
abogado etc. etc. Era impresionante el sistema que desarroll— Celina
para que el negocio fuera de primera (en todo sentido).

No hubo quejas por parte de los clientes, el servicio era caro pero
bien lo val’a, inclu’a todos los arreglos para viajes de placer,
trabajo o negocios, los mejores hoteles, alquileres de limosinas,
organizaciones de eventos y cuanto cabe mencionar. Siempre innovadora,
ampliaba los servicios a cenas para ejecutivos, despedidas de solteros,
o simplemente banquetes para allegados o gobernantes; el asunto era
hacerlos sentir bien, importantes, encantadores, inteligentes y œnicos.

Tampoco olvid— lo m‡s importante, publicidad, -nada se hace sin


publicidad se dec’a- as’ es que mand— imprimir atractivos y finos
tr’pticos anunciando los innumerables servicios con grandes ventajas
que inclu’an a bellas y cultas j—venes que brindaban grata compa–’a a
caballeros solos, desgraciados en sus hogares, en v’as de divorcio,
solteros, casados aburridos, empresarios del extranjero, turistas del
viejo continente, gringos de embajadas etc. etc. etc. Los servicios
eran variados, desde acompa–antes para eventos sociales, viajes al
extranjero o fines de semana en el interior del pa’s. Si el cliente
requer’a otro servicio m‡s ’ntimo deb’a negociarlo directamente con su
acompa–ante, comprometiŽndose a evitar malos tratos, no excederse en el
consumo de alcohol o cualquier tipo de drogas y a comportarse con
gentileza. Los clientes pod’an conocer a las candidatas y hacer su
elecci—n durante la "Happy Hour" que, diariamente a partir de las
16.30, ofrec’a "El Club de las 4", con atenci—n de mozo, tragos finos,
bocadillos y mœsica suave para amenizar la charla y familiarizarse con
ellas. Todo como cortes’a por supuesto. Una vez hecha su elecci—n, el
cliente deb’a acercarse a la oficina para hacer un pre-pago de cien d—
lares americanos que le dar’a derecho a la compa–’a de una elegante y
culta dama por una tarde o, doscientos d—lares por toda la noche. Los
volantes fueron distribuidos con cautela y confidenciabilidad, llegaron
a los hoteles cinco estrellas, a las gerencias de los bancos, al alto
mando de las Fuerzas Armadas, al Senado, ministerios, a ejecutivos de
alto nivel, a miembros especiales del club de Tenis, del club de Golf
y Club H’pico entre otros.

El negocio arranc— de inmediato y con gran Žxito, era el primero en el


Pa’s de las Alturas de tan impresionante nivel. Las bellas j—venes
estaban en completa libertad de aceptar o no a un cliente, la empresa
no les exig’a que acompa–aran a un caballero que no llene los
requisitos. Celina manejaba h‡bilmente su negocio; empezaba la ma–ana
con la rutina de llenar los kardex de los clientes sin omitir detalle,
sus preferencias, gustos, filiaci—n pol’tica etc. etc., adem‡s de las
estrellas de calificaci—n que dibujaba al piŽ de la identificaci—n.
Todos los lunes (d’a muy flojo para el trabajo del Club), se reun’an
las integrantes para revisar cuidadosamente su vestuario (compuesto de
ropa casual, elegante y nada barata, adem‡s de trajes de cocktail y
tenidas para viajes de imprevisto), comentaban el comportamiento de los
clientes, sus fantas’as sexuales. Si el cliente era un asiduo
visitante, las cuatro integrantes del Club avanzaban en cualquier
conocimiento de interŽs del caballero, dependiendo su profesi—n o
simplemente su afici—n a algœn deporte o hobby, hab’a que saber
conversar superficialmente de todo, no se aceptaban temas pol’ticos,
raciales ni religiosos, las "damas" deb’an ser delicadas y astutas para
llevar los temas de conversaci—n torn‡ndolos agradables y de interŽs
mœtuo.

Celina ya no ten’a tiempo para la universidad, El Club le quitaba


alrededor de diez horas diarias de interminable y agotador trabajo y si
bien ella no aceptaba muchos clientes, deb’a mantener las riendas del
negocio para que el Žxito continuara y el nivel tambiŽn. A los seis
meses del inicio de actividades El Club ya ten’a una incre’ble demanda
de servicios, los parroquianos cada d’a eran mayores, el departamento
les qued— chico y tuvieron que mudarse a una casa en las inmediaciones
de la Plaza del Olivar que fue bellamente decorada por su inseparable
amigo y confidente Awicho quien, por supuesto, se abstuvo de publicar
la gran inauguraci—n en su columna de sociales, sin dejar de
promocionarla a media voz. A pesar de la premonici—n negativa que tuvo
una noche al respecto, cuando en sue–os, fue transportada a un
bellisimo edŽn de ‡rboles, cuyos frutos de piedras preciosas incitaban
su posesi—n tent‡ndola con sus delgadas ramas cual largos brazos
alados; sin poder contener la codicia de su inconsciencia, a sabiendas
de sus pecados, atolondrada y presurosa, opt— por desvestir la riqueza
que abiertamente se le ofrec’a. Una vez consumado el acto vand‡lico y
llenas sus arcas, trat— de darse a la fuga, mas impotente, no le
obedec’an los pies y la madre tierra furiosa, abri— sus fauces
sepult‡ndola en la oscuridad de sus entra–as, regresando entonces a la
realidad, aliviada de sus sue–os.

A pesar de esta advertencia a manera de pesadilla, por unanimidad de


grupo, decidieron reclutar a otros miembros para integrar el club, pues
ellas cuatro no daban abasto a la gran demanda. Sin embargo y, aunque
trabajaban ocultando su identidad, el medio tan peque–o, sumado a las
indiscreciones de los caballeros, hicieron en breve una comidilla del
asunto. Cuando sus hermanos se enteraron del esc‡ndalo, pegaron el
grito al cielo culp‡ndose por haberla abandonado a su suerte evitando
los azotes que le diera su padre y que ahora le hac’an tanta falta.
Gracias a Dios, Celina acababa de cumplir 21 a–os y apel— a su mayor’a
de edad para continuar con su lucrativo negocio. La opini—n de Nieves
al respecto era muda, s’, muda, ya que muy en el fondo, le parec’a
maravilloso lo que su hija, sin ayuda de nadie, hab’a logrado, -Átoda
una empresa rentable!- se dec’a para s’, abundante de gentil ignorancia
y pensando lo mucho que le gustar’a estar a veces en su lugar; con su
sangre ardiente y sin represiones hubiera disfrutado cada segundo de
placer, cada minuto de caricias, cada noche de sexo y sus pr’ncipes
hubieran sido incontables.

Entre los asiduos de "El Club de las 4" y, quiz‡ por cuesti—n de origen
ancestral, se contaba con la asistencia de varios empresarios del
vecino pa’s de Costa Morena a quienes les encantaba hacer alarde de su
boyante posici—n y magn’fica econom’a. Nunca regateaban, no escatimaban
y eran generosos; en especial aquel ostentoso "millonario", due–o de
una empresa textil en nuestro pa’s, productor masivo de lanas de
acr’lico y fibra sintŽtica. La m‡s impresionada por este individuo era
sin duda Celina, generalmente ella lo atend’a en persona y como
retribuci—n a su esmero recib’a valiosos regalos, tambiŽn en persona.
Nuestro ejecutivo buen mozo no carec’a de nada, aparentemente era
"millonario", bordeaba los 45 a–os, buen f’sico y para completar su
buena fortuna, era casado con una duquesa de origen alem‡n de apellido
Von Kšllnern, que sin ignorar las preferencias de su marido, ella
disfrutaba de las suyas como amante de su embajador, siendo Žsta su
conducta de conocimiento pœblico, pero pasada por alto e ignorada a
prop—sito por la sociedad de Las Alturas en comandita con Awicho que se
complacia en codearse con la seudo nobleza alemana y fortuna lim’trofe.
Era sabido el largo alcance de la "lengua viperina" de la condesa y que
sus comentarios (en competencia con las cr—nicas de Awicho), habr’an
causado grandes altercados matrimoniales adem‡s de tres divorcios y de
comentarios que no excluyeron ni a su propia madre, a la que involucr—,
(falsamente) con un conocido y distinguido caballero de nuestra
sociedad tan s—lo por el placer que le causaba la intriga.

Al cabo de alguno meses de frecuentar "El Club de las 4", el


"millonario" se brind— para asesorar a Celina en sus finanzas,
ofreciŽndose muy gentilmente - por tratarse de una ’ntima amiga tan
querida-, a aceptar la suma de dinero que ella considere conveniente
invertir, a cambio de pagarle un interŽs del 22% anual, (mientras que
el mejor pago bancario era de 14%). Como garant’a de su inversi—n, Žl
le extender’a acciones de su pr—spera f‡brica de lanas. Muy
entusiasmada, embelesada al son de la mœsica negroide, al comp‡s del
sonar de cajones y guitarras, sin siquiera intentar predecir el futuro
de Žsta transacci—n (y es que se hab’a enamorado), le entreg— sesenta
mil d—lares constantes y sonantes m‡s cuarenta y cinco mil de su
hermano mayor y quince mil de sus padres. El millonario, muy agradecido
por la confianza depositada en Žl y sus m‡gicos cajones (que tocaba con
maestr’a), le extendi— acciones por los montos estipulados, brindando
con champagne Dom Perignon para celebrar el buen negocio, por el cual
puntualmente, cada cinco de mes, le hac’a entrega de sus usurarios
intereses.

Parece ser que el desastre econ—mico y la quiebra, le sobrevinieron a


ra’z del gran esc‡ndalo que se suscit—, cuando la esposa del embajador,
en una "visita sorpresa", descubri— en su propia cama, a su fogoso
marido haciendo el amor con la condesa. La embajadora, que no tem’a al
alcance de la lengua viperina de la protagonista (excepto por lo que
pudiera hacerle al Embajador durante sus pr‡cticas de sexo), la sac— a
empellones de su cama y de su casa, semi desnuda, tir‡ndole el resto de
su vestimenta por los balcones de la residencia de la embajada, a
vista y paciencia de los pocos y at—nitos transeœntes y de los muchos y
espantados criados, escoltada por dos disparos de escopeta que erraron
su blanco. Como resultado, los vecinos llamaron a la polic’a y no hubo
manera de acallar el mayor esc‡ndalo en la historia diplom‡tica del
Pa’s de las Alturas, aunque inventaran un allanamiento a la residencia
de la Embajada por probables terroristas desconocidos. El marido
cornudo de la Condesa casi la muele a palos, la sac— al exilio y la
mantuvo un a–o sin poder poner un piŽ en su casa. Por su propia
seguridad, el Embajador, fue removido del cargo la semana siguiente
pero el incidente fue comentado durante diez semanas (tiempo
extraordinario por tratarse de una infidelidad).

Transcurrido el a–o, el retorno de la condesa fue silencioso y


discreto, segœn comentaban, sal’a muy poco y habr’a venido a la boda de
su hija con el hijo de un prominente banquero. Ambas familias
atravesaban una oculta quiebra de sus respectivas empresas y pensaron
que, con el matrimonio, el banquero recibir’a una inyecci—n importante
de capital y el empresario pens—, a su vez que, su consuegro, podr’a
hacerle un prŽstamo (aunque fuese vinculado) para retardar la inminente
quiebra de su f‡brica. La desilusion de ambos no se hizo esperar
pero... la boda estaba hecha adem‡s de consumada con anterioridad.

Voluntariamente ajena a los apuros financieros de su pretendiente,


Celina segu’a ahorrando en d—lares para poderlos poner a intereses con
el industrial pues ten’a visiones premonitorias de mucho dinero, pero
antes de haber juntado siquiera diez mil d—lares m‡s, al magnate de las
lanas se lo trag— la tierra y no volvi— a aparecer. Celina se enter—
antes que la prensa, lo supo esa noche durante su sue–o, vio como su
dinero desaparec’a en una laguna de agua turbia dentro de una maleta a
la que, el industrial, sin Žxito, trataba de rescatar. Esa ma–ana, las
noticias informaban de la quiebra y fuga del involucrado en compa–’a
de la condesa que, para ese momento, Awicho disgustado, hab’a
descubierto que no ten’a m‡s t’tulo que el de su hipotecada vivienda.
Fue muy f‡cil aumentarle el "von" a su apellido, obviamente que nadie
le pidi— credenciales y lo œnico que ella hizo, fue escoger un lindo
escudo de armas de una enciclopedia OcŽano, hacerlo pintar por un
pintor cualquiera, enmarcarlo en un lujoso marco dorado y mandar al
joyero a reproducirlo en cuatro sortijas de oro para su dedo me–ique y
los de sus tres hijas mujeres, el resto... ingenuidad criolla.

Cuando Celina present— sus acciones ante la junta de acreedores, le


notificaron que, despuŽs del pago de impuestos en mora, de salarios
adeudados, beneficios sociales, gastos judiciales y otros, si sobraban
diez mil d—lares habr’a que distribuirlos entre 22 acreedores que, al
igual que ella, eran due–os de acciones al portador. Se calculaba que
tocar’a a 100 d—lares por acreedor. No pod’a creerlo, regres— a su
trabajo muy mortificada y deprimida, sobre todo por el dinero que
entreg— y que pertenec’a a su familia; por supuesto que lo devolver’a
pero le tomar’a m‡s de un a–o juntar esa cantidad. Tanta preocupaci—n
no pas— inadvertida para sus amigas quienes, a modo de consuelo, le
sugirieron las siguientes alternativas: tomarse unos buenos tragos,
pasar un buen momento de sexo, salir de compras, irse de viaje o
fumarse un troncho de la mejor marihuana que consum’a AidŽ ; ella opt—
por lo œltimo cre‡ndose desde ese momento una voluntaria adicci—n que
hac’a sus visiones muy n’tidas y m‡s frecuentes.

Pas— un buen tiempo sin desatender sus sue–os, gui‡ndose por sus
presagios, hasta que recuper— su econom’a de la debacle en que la
dejara el industrial. Sin embargo algo le molestaba, aspiraba ser m‡s y
carec’a de audacia; esta agria sensaci—n no era otra cosa que aquellos
s’ntomas causados por sus demonios que volv’an al acecho. Al cabo de
tres a–os y medio de exitoso funcionamiento del negocio, a ra’z de una
denuncia sentada por un enardecido padre de familia, se arm— la
podrida. Intervino la prensa, hubo allanamiento a la sede del Club y
todas las integrantes, atemorizadas, salieron en estampida dejando a
Celina plantada y anonadada pero no liquidada, tal vez solo v’ctima de
las circunstancias.

Aprovechando la existencia de sus kardex, de inmediato, puso en


antecedentes de lo ocurrido a casi todos sus clientes que, trat‡ndose
de ser tan importantes como adinerados (por razones obvias), se
encargaron de mantener el anonimato de las "menores de edad", acallar a
la prensa, encubrir procesos legales, desaparecer evidencias y echar
tierra al asunto sin ensuciar sus conciencias. Sin embargo y a ra’z de
las premoniciones, el negocio no se reabri—, las integrantes fueron
seriamente amonestadas por sus padres y familiares adem‡s, Karina hab’a
encontrado entre sus clientes a un pretendiente rico, uno de los
principales exportadores de cafŽ, con quien a los pocos meses contrajo
matrimonio (por supuesto que Celina no fue tomada en cuenta para la
gran fiesta de celebraci—n), oprobio que Awicho no perdon—, ignorando
este importante evento de sociedad en sus cr—nicas y comentarios. AidŽ
no tuvo tanta suerte, sin saber en quŽ momento, hab’a incursionado,
adem‡s de en la marihuana. en el consumo de coca’na y se dedic— de
lleno al tema; la tercer miembro de El Club de las 4, debido a un mal
ajuste de fechas, qued— embarazada sin saber de quien y tuvo que
escapar a Norte AmŽrica rehus‡ndose a abortar. La m‡s beneficiada fue
sin duda Celina, adem‡s de lograr una importante suma de dinero, se
hab’a relacionado (aunque a otro nivel), con la gente que siempre dese
—, grandes empresarios, pol’ticos, miembros del gobierno, Fuerzas
Armadas y un sin nœmero de extranjeros y diplom‡ticos. Ella conservar’a
los "kardex" no como recuerdo sino por seguridad.
POLITICA...

Ef’mera gloria
de perseguidos
torturados en sacrificio
virtud de un honor transparente
intocable longevo y lontano
como realidad de
ideales rebeldes ind—mitos
ignorados a la postrer del abatimiento

Cuerpos
inertes y retorcidos
en medio del abandono
y la libertad
que cuando todo se ha perdido
arde escondida
con llamas de patriotas
trat‡ndo
de acallar la voz

Sobre cenizas...
festejos y algarab’a
cantos entremezclados
de sabores nuevos y a–ejos
del poder al vencedor
la riqueza y la gloria
al vencido...
ausencia de su intelecto
adioses y represi—n
expulsi—n de su paraiso
nada visto sera peor

LA POLITICA...

Sin m‡s alternativas, Celina retom— su segundo semestre de derecho en


la Universidad privada de Ciudad de las Alturas. Como era de esperarse,
poco tard— en vincularse a un grupo de j—venes pol’ticos con tendencias
muy izquierdistas que la acogieron sin importarles su pasado o filiaci—
n y que, m‡s bien, agradec’an su predisposici—n, tanto para fumar
marihuana, como para brindar su casa para todo tipo de reuniones y
charlas inbtelectuales y pol’ticas. Nieves no dud— en apoyar esta nueva
iniciativa convirtiendo la sala en auditorio de conferencias y
preparando interminables ollas nocturnas de chocolate caliente para el
alma y bu–uelos con miel para el est—mago, ante la mirada perdida de su
esposo paraplŽjico que, a esas alturas, ya hab’a sustituido la lectura
silenciosa de viejas revistas por el œnico canal de televisi—n en
blanco y negro que observaba de cinco de la tarde hasta el cierre de
emisi—n a las once de la noche.

Aœn quedaban algunos fieles clientes de "El Club de las 4" que llamaban
de tanto en tanto para saludarla pregunt‡ndole si no re- inaugurar’a
los eficientes servicios prestados a la comunidad de varones felices e
infelices, reiter‡ndole sus incondicionales respetos y eterna gratitud.
Aunque dio por finalizada esa etapa de su vida, no se deshizo de los
"kardex" que atesoraba cual joyas de incalculable valor pensando que,
llegado algœn momento de necesidad, sin duda har’a buen uso de ellos.
Mientras su grupo izquierdista ya estaba convirtiŽndose en partido
pol’tico de oposici—n, Celina se contar’a entre una de las militantes
fundadoras.

No s—lo se involucr— con el partido pol’tico de izquierda, tambiŽn


confraterniz— ’ntimamente con un l’der del grupo (a esas alturas
considerado subversivo), que al igual que ella, era de origen
extranjero, de ascendencia ‡rabe y mezcla mestiza. Por costumbre era
incondicional con su pareja; otra vez estaba enamorada y serv’a con
vocaci—n a la causa, mientras el l’der y su partido se serv’an de ella
como era su karma, con la misma o tal vez mayor vocaci—n. Las cosas en
el ‡mbito pol’tico no se pintaban muy bien, el gobierno era derechista
y a la cabeza estaba un militar (presidente de facto), que combat’a,
implacable, cualquier brote izquierdista u opositor por lo que las
reuniones se tornaron clandestinas y los que conformaban el grupo
pol’tico comenzaron a ser perseguidos optando por salir al exilio.
Solidaria con sus sentimientos amorosos, Celina no mezquin— un solo
centavo y transfiri— sus ahorros a la bolsa de viaje de su pretendiente
quien apenas si tuvo tiempo para agradecerle y salvar el pellejo a la
vez, gracias a las prevenciones que le hiciera al relatarle sus sue–os
unas horas antes .

La v’spera de la partida de su amante, en la que se acostara


relativamente temprano, Celina vio su interior con mortal claridad.
DesprendiŽndose de su cuerpo inici— un paseo por la eternidad. Al
llegar a un punto de luz brillante y c‡lida, un rostro moreno de mujer
joven y bella que apareci— de sœbito saliendo de su interior, le tendi
— la mano para guiarla de regreso al horizonte (que ella calific— como
su entorno mortal). All’, observ— tres enormes lobos que, furiosos
echando espuma por sus fauces, acechaban a su amado mir‡ndolo con ojos
inyectados de sangre mientras Žste, acorralado e inm—vil, sintiŽndose
atrapado trataba de defenderse protegiŽndose con una enorme vara de
mediano grosor. En ese preciso instante, la furia de los animales se
desat— sin piedad saltando sobre su presa. Para asombro de ambos, la
mujer morena comenz— a desafiar a los lobos lanzando torrentes de
chispas que expulsaba de sus enormes ojos verdes y que se convert’an en
diminutos dardos, hiriendo mortalmente a los animales mientras la mujer
extend’a la mano a su amante para levantarlo en vilo y depositarlo a
salvo a orillas de un mar dorado, al otro extremo del horizonte. Al
voltearse para mirar atr‡s, vio el cad‡ver de dos de los lobos que
yac’an inm—viles sobre la tierra cubierta de su sangre y a un tercero,
que sal’a en persecuci—n de otros hombres desconocidos y desnudos.

Despertando a media noche sobresaltada por el aviso, se puso un abrigo


encima de sus pijamas y corri— en busca de su compa–ero con el œnico y
loable deseo de lograr salvarle la vida. Aunque Celina lo hizo por
sentimientos, el beneficiado pas— por alto la gratitud y el
reconocimiento, aunque fuera a–os despuŽs. Se enter— de su buena
fortuna por terceros; supo que olvid— por completo sus ideales, su
patria y tan pronto se sinti— a salvo, contrajo nupcias con una jud’a
fea pero adinerada.

El final de este episodio pol’tico, coincidi— con el retorno de su


amiga y compa–era de curso Macarena Mack Bean. Por supuesto que ella lo
supo de antemano en un sue–o de la v’spera. Se vieron y reanudando una
vieja amistad que cada una puso al d’a a la otra con los
acontecimientos y vivencias m‡s importantes de los œltimos cinco a–os.
Macarena hab’a terminado sus estudios gradu‡ndose como dise–adora de
modas en la casa Chanel de Par’s, hab’a tenido dos novios franceses
pero no se cas— con ninguno pensando en que no era su voluntad ni
destino radicar definitivamente en Europa, extra–aba a su familia, su
casa, sus amigos y sobre todo... el sub desarrollo y la calidez de los
habitantes del Pa’s de las Alturas. La experiencia fue enriquecedora,
la estad’a agradable y el estudio de primera, ahora deseaba trabajar y
afincarse definitivamente en Las Alturas, formar su propia familia y
disfrutar de la vida.

LA ENVIDIA

Si yo pudiera ser tu
desandar’a las piedras
de tu caminar sinuoso
doblaria las esquinas de mi pasado tormentoso
para converger en los rios de tu ayer

Danzar’a sobre picos


de olas marinas embravecidas
tocar’a estrellas de todos
los universos
adornar’a mi cuerpo con algas y corales
bajar’a a las pronfundidades
convertida en Diosa de siete mares

Si yo fuese como tu
besaria la copa de la frondosidad
abrazando la humedad del roc’o
encontrando en el interior
de su cause
un mil y un rios
Mas hoy,
tu presencia me acongoja
me conmueve
y enfurece
porque aunque tanto lo desee
tu sigues siendo tu
y yo
debo conformarme con lo que soy

Celina Mar’a Reaves Acarrea tamiŽn le cont— lo suyo (omitiendo el


episodio del Club de las 4 por supuesto), hizo hincapiŽ en el asunto de
su militancia pol’tica y su incipiente y varias veces truncada carrera
de derecho. La invit— a formar parte de lo que quedaba del movimiento
de izquierda y le ense–— fotos de su novio en el exilio. Terminado este
intercambio de vivencias acordaron seguir en contacto y verse a menudo.
No pudo menos que admirarla nuevamente, Macarena estaba m‡s linda que
antes, toda rubia, sus cabellos lacios y largos, sus ojos color miel,
su porte, su elegancia, ese no se quŽ, que hac’a verla como una aparici
—n de esas elegantes modelos que sal’an en las revistas europeas de la
moda... todo lo envidiaba. No le cupo duda, se llenar’a de
pretendientes tan pronto como se anoticien de su llegada, a ella s—lo
le quedaba conformarse como anta–o, en las Žpocas de colegio. Su vida
se tornaba miserable con la llegada de su amiga del alma.

Macarena comenz— a interesarse en la pol’tica debido a las inquietudes


y contactos de su amiga Celina y es que ocurr’a que, el hermano de su
madre (renombrado pol’tico), era tambiŽn militante de un partido de
izquierda ca’do en desgracia como toda oposici—n. bajo la direcci—n de
Žste personaje tan importante, ambas emprendieron la lucha para ganar
las elecciones del a–o entrante (a "sugerencia" de los gringos y en pro
de la democracia), organizando grupos femeninos, asistiendo a cursos de
capacitaci—n pol’tica y muchas otras actividades agotadoras pero
interesantes. Fue durante una charla pol’tica que el t’o de Macarena
les present— a un coronel de ejŽrcito muy amigo suyo, quien retorn— del
exilio para trabajar en la campa–a pre-electoral. El elegante militar,
veintid—s a–os mayor que ellas, centr— su interŽs en este dœo femenino
y se avoc— a prepararlas pol’ticamente junto a varios compa–eros y
compa–eras que juraron militancia pol’tica. Como era de suponer y
suced’a siempre, el interŽs del coronel estaba abiertamente canalizado
hacia Macarena, quien ni cuenta se daba de este peque–o gran detalle.
Celina comenz— a ser considerada por el coronel como posible celestina
(funciones a las que estaba acostumbrada), cosa que no hizo falta
puesto que Macarena ten’a sus propios planes. Por primera vez en su
vida, Celina se qued— sin competencia ante una posibilidad de comenzar
una relaci—n amorosa. El coronel, un poco despechado, debi— conformarse
con cortejar a la morena quien tom— tan en serio el enamoramiento, que
m‡s que de prisa, a manera de impeler la relaci—n, invit— al coronel
para conocer primero su lecho y luego a sus padres, pidiŽndole en sue–
os a su abuela que le otorgara el coraz—n de su nuevo pretendiente.

Nieves estaba extasiada. La visita de su futuro yerno coincidi— con el


florecimiento de su arbusto de margaritas reviviŽndole el coraz—n y
refrescando en su memoria el primer encuentro con su pr’ncipe (tal vez
porque el coronel fue vestido de uniforme); no se daba cuenta de la
diferencia de edad que exist’a entre ambos. Ella no se daba cuenta de
nada, quer’a un marido para su hija que ya le hab’a comenzado a
preocupar porque no ten’a idea de a d—nde fue a parar todo el dinero
que gan— con su negocio de "El Club de las 4", tan s—lo sab’a que
Celina dej— otra vez la universidad por falta de recursos. Incre’ble
pero cierto, el padre de Celina, ahora paraplŽjico, reconoci— en su
visitante a un ex camarada de armas, que, llen‡ndose de paciencia y
caridad, le mantuvo una corta charla con intercambio de conceptos
respecto al partido y sus nuevos militantes; hablaron del trabajo para
la campa–a de las pr—ximas elecciones y otras peque–eces. No omiti—
comunicarle que estaba cortejando a su hija y que le ped’a su
consentimiento para frecuentar su casa, consentimiento que fue dado con
benepl‡cito.

A nadie se le ocurri— preguntarle al coronel si ten’a familia, por lo


menos hijos o una difunta esposa. Aunque Žl no se lo dijo, Celina lo
sab’a desde hac’a tiempo y tambiŽn sab’a como encarar el tema de la
mejor manera y muy a la ligera, sin inmutarse; no por ese detalle
insignificante ella iba a dejar a su œnico pretendiente; no despuŽs de
enterarse por una de sus constantes visiones y el anuncio que le
hiciera su abuela muerta, del buen patrimonio y gran futuro pol’tico
con el que ven’a incluido aquel apetitoso paquete; muy al contrario,
recurriendo a la ayuda del Yatiri de Hueco Profundo y al embrujo que le
mand— oficiar, Celina se aferr— a la idea e hizo todo de su parte para
volvŽrsele imprescindible. Con la experiencia de "El Club de las 4" y
el caudal de conocimiento que dispon’a sobre la materia del
encantamiento y el sexo no le fue nada dif’cil convertirse en su sombra
total; la familia del coronel se hab’a quedado radicando en el exilio y
no ten’a ganas ni interŽs en regresar. No despuŽs de lo que sufrieron
al enfrentar el total saqueo de su casa por una turba enardecida
durante la œltima revoluci—n.

El proceso pre electoral transcurri— muy agitado, nada pudieron la


oposici—n ni las premoniciones de Celina contra el abierto y demostrado
fraude electoral, muy t’pico de los pa’ses en desarrollo. Los militares
derechistas se incrustaban nuevamente en el poder y todos los
opositores debieron salir en estampida a un nuevo exilio, (incluido el
coronel). Celina pas— sus apuros, la llevaron detenida identific‡ndola
como la querida del infrascrito, pero, como su abuela se lo anunci—
tres noches antes, pudo tomar sus previsiones, cosa de que, antes de
que cante un gallo, fuera reconocida por un antiguo habituŽ de "El Club
de las 4", quien sin dilaci—n le facilit— el acceso al uso de sus
Kardex salvadores permitiŽndole hacer las suficientes llamadas para
que, antes del anochecer, durmiera pl‡cidamente en el dormitorio de su
garante retribuyŽndole atenciones. Celina sab’a perfectamente que la
suerte no se daba dos veces para el mismo tema y como no ten’a nada que
perder, decidi— obedecer sugerencias, preparando sus maletas y
siguiendo los consejos de su difunta abuela. Dejando at—nitos a sus
padres, a la ma–ana siguiente parti— a Brasil, en voluntario exilio
detr‡s de su amante.
ARDOR

si tocas en el interior
de mi sangre
y palpas
en el Žbano de mi piel
si encuentras nostalgia
en mi alma
y logras sacudir mi ser

despertar‡s al
gigante dormido
por siglos de padecimiento
porque bulle
mi cuerpo por dentro
con deseo y exitaci—n

y la sed de revancha
hace inevitables mis ansias
e incontenible el deseo
de amarte y poseer

EL ADULTERIO...

Mientras el coronel era nombrado catedr‡tico en la mejor universidad de


R’o de Janeiro con un salario por dem‡s abundante, ella se dedic— a los
quehaceres del hogar y a gestar su embarazo (un viejo ardid para
retener al conviviente). Durante el primer a–o, entre el embarazo y los
quehaceres del hogar no tuvo tiempo para nada ni nadie m‡s. Nieves
estuvo presente para el alumbramiento de su hija que dio a luz una ni–a
casi tan morena como ella a la que, a solicitud de la abuela,
bautizaron como Carlota de las Nieves. Su padre muy contento, les
sugiri— retornar al Pa’s de las Alturas para que el abuelo conociera a
la peque–a y pudiera pasar unos meses con su familia, as’ el podr’a
dormir mejor, sin tener que soportar los llantos y malas noches t’picos
en una reciŽn nacida y malos para el rendimiento acadŽmico de un
exitoso catedr‡tico que deb’a madrugar. Adem‡s de su c‡tedra en la
universidad, estaba esa hermosa muchacha de Minas Jeraix que le
coqueteaba siempre que pod’a, insinu‡ndole cuan dispuesta se encontraba
para "conocerlo m‡s a fondo". As’ es que, una vez de acuerdo las
partes, Celina acompa–ada por su madre y la reciŽn nacida retornaron a
su patria.

A su llegada, s—lo Macarena fue a visitarla, le cont— muy contenta que


estaba preparando su boda con un ciudadano mejicano que ejerc’a el
consulado de su pa’s en Ciudad de las Alturas. Aunque ella ten’a un
buen vivir, una hija, un conviviente adinerado y mucho futuro de
prosperidad, segœn su propio or‡culo, no pudo menos que envidiar
nuevamente la vida de Macarena, su cara tan linda, su porte, el color
de la piel, sus estudios en Europa, sus pretendientes y como si todo
esto fuese poco... se casaba con un diplom‡tico -Áno era justo!,-
pensaba para sus adentros dolida y angustiada. Acostumbrada a
disimular, dio sus parabienes y cambi— el tema del matrimonio, deseando
ser ella la novia. Aunque Macarena ya no la frecuentaba, no omiti—
incluirla en la lista de sus invitados, tanto para sus despedidas de
soltera como para la recepci—n de su boda.

DespuŽs de la fastuosa boda y tres meses de aburrida estad’a en su


ciudad natal, un buen d’a inclinada por las premoniciones de sus
visionarios sue–os que se ven’an sucediendo hac’a diez noches, en las
cuales ve’a desvanecerse el rostro rejuvenecido y feliz de su marido,
dentro de un hermoso y difuso perfil de perfecta desnudez femenina, que
ella sab’a, no era la suya. Sin pensarlo dos veces, empac— sus maletas,
olvid— a su hija en poder de Nieves y regres— al exilio, justo a tiempo
para evitar que el coronel la diera "de baja" para sustituirla
definitivamente por esa hermosa mulata de ojos que, como luceros del
alba, estaba semi instalada en su departamento. El sorpresivo arribo
dej— at—nita a la joven visitante, quien fue desalojada a punta de
palo, por una negra furibunda y exasperada. Enterado el coronel y para
disimular el "entrevisto", dio miles de estœpidas excusas y se defec—
en lo ocurrido, dejando a la iracunda negra completamente indefensa y
sin ganas de seguir insistiendo con el tema. Fue la primera infidelidad
del coronel.

DespuŽs del incidente, nada volvi— a ser lo mismo en su vida de


conviviente. Ingres— a la universidad de derecho para no aburrirse,
asumiendo que su hija estar’a en buenas manos; le reconocieron un
semestre, pues el segundo no lo hab’a terminado y la ausencia del
idioma no la favorec’a; era comenzar de cero pero no le importaba,
jam‡s se volvi— a tocar el tema del desliz del coronel, muy al
contrario, Žste hac’a mŽritos para agradarla y darle una convivencia
llevadera. Su marido reconoc’a la solidaridad y lealtad que Celina le
demostr— en trances tan dif’ciles como los de un forzado e intempestivo
exilio, por lo tanto y en agradecimiento siempre ver’a la forma de
compensarla por aquello.

Adem‡s del ingreso a la universidad en R’o de Janeiro, Celina hizo su


ingreso a la mejor "Escolla do Zamba" de R’o que preparaba su
participaci—n en la pr—xima entrada del carnaval. Sin saberlo o
comprenderlo, sus or’genes africanos se identificaron a plenitud, domin
— el candombe y fue primera figura de la zamba. Convivi— entre morenos,
mulatos, negros y blancos, la mayor’a de ellos habitantes de las
"favellas" de R’o practicantes y devotos del ritual de la "macumba".
Celina se sinti— como en casa, conoci— y comparti— con el esp’ritu de
su difunta abuela que la poseyera durante la ceremonia de su iniciaci—n
como devota. Enfrent— demonios propios y ajenos y obtuvo alianzas con
‡ngeles ingenuos a quienes habr’a de traicionar con sus
concupiscencias, defraud‡ndolos al otorgar m‡s crŽdito a sus esp’ritus
malignos, a aquellos hijos de Dios que dirigen el mal como instrumento
de logros y venganzas; tal vez, s—lo tal vez... quedarse
definitivamente en Brasil hubiera significado la derrota a las huestes
de sus demonios y el triunfo para sus agazapados y encogidos ‡ngeles de
bondad que yacen olvidados y cautivos, en sus entra–as.

Con pinceladas de bailes y brochazos de percusi—n, Celina exteriorizaba


todo ese sentir que le sacud’a el cuerpo meciendo a la vez su alma con
armon’a cada que bailaba candombe o se perd’a en el infinito repicar de
sus zambas al comp‡s de panderetas, trompetas y tambores, aprovechando
la comodidad de sus enormes y anchos pies desnudos que se afirmaban
tanto al cielo como a la tierra, d‡ndole un extenso e indescriptible
placer. El ondular de sus caderas anchas y los movimientos sensuales de
su peque–o pero firme busto, superaban a la fogosidad de cualquier
instante de amor o sexo, Áno hab’a nada mejor en este mundo de
mortales!; nada la satisfac’a tanto como el baile durante los ensayos
de su Escolla do Zamba previos al carnaval. Para ella, eran la fusi—n
etŽrea y perfecta entre el bien y el mal, con la excusa de que ambos
eran lo bastante buenos.

Entre las amistades de la pareja, estaba un importante nœmero de


exilados radicados en esa ciudad; hicieron muy buenas migas con varios
de ellos compartiendo tertulias agradables de fin de semana, recordando
y componiendo la pol’tica y la econom’a de su patria; estas reuniones
iban acompa–adas de platos t’picos de las diferentes regiones del Pa’s
de las Alturas. Durante estas frecuentes noches de esparcimiento,
Celina no pudo evitar intimar con el esposo de su mejor amiga de aquŽl
momento. No sent’a culpa ni remordimientos de ninguna clase, al
contrario, era parte de una discreta venganza que, adem‡s, la hac’a
sentirse feliz. Le gustaba recordar su pasado, la Žpoca de oro de "El
Club de las 4". Ambos amantes sab’an que, llegado el momento, la cosa
terminar’a ah’ y punto, ninguno ten’a intenciones de dejar a su pareja
o destruir su matrimonio. Ella comparaba su adulterio con un ensayo de
zamba, "concluido el carnaval, terminados los bailes". Celina Mar’a
aprovechaba las ma–anas en las que el coronel dictaba sus c‡tedras, el
amigo en comœn hac’a su visita diaria de nueve de la ma–ana a doce del
d’a; era buen amante, m‡s joven que el coronel y tambiŽn m‡s experto,
ella... ni que se diga, podr’a dar c‡tedra si Žsta existiera, ambos
gozaban del sexo, ella lo esperaba desnuda, cubierta por una bata larga
de seda verde agua que dejaba al descubierto su cuerpo al natural,
moldeado por una exuberante juventud morena. El sexo se practicaba en
cualquier lugar, -"donde los agarre la calentura"- (como ella dec’a),
era igual encima de la mesa del comedor, sobre las alfombras, bajo la
ducha o dentro de la ba–era... no qued— un rinc—n ajeno a las pr‡cticas
de sexo en ese departamento, excepto y, por profundo respeto, la cama
matrimonial.

Como resultado de este descontrolado libertinaje, Celina Mar’a (que


precavidamente aseguraba haberse cuidado usando protecci—n, llevando
bien las cuentas y fechas), tres d’as despuŽs y, previo sue–o de su
nueva maternidad, result— embarazada. Coincidiendo con el embarazo,
llam— su madre para inform‡ndole que su padre paraplŽjico estaba muy
delicado y no deb’a morirse sin verla. Al saber con bastante anticipaci
—n de la irremediable muerte de su progenitor, se vio obligada a echar
mano a sus kardex nuevamente, logrando obtener de esta manera el
permiso de ingreso para que el coronel, alegando motivos de salud, la
acompa–ara y permaneciera en ciudad de Las Alturas durante dos semanas.
Algo que lamentar’a toda su vida, era el no haber participado en la
entrada del carnaval de Rio con su "Escolla do Zamba" para la que ensay
— a diario durante cinco meses y tres semanas con dos d’as pero, como
se lo confirmaran los esp’ritus que la poseyeron... no pod’a tenerlo
todo en esta vida maldita; el regalo de su nueva maternidad tampoco la
favorecer’a, las bailarinas viven tres d’as de ininterrumpido frenes’
de tambores, melod’as contagiosas y ritmos de bailes interminables y
para ese entonces su gestaci—n estar’a lo suficientemente avanzada como
para desentonar la armon’a y belleza escultural de los cuerpos semi
desnudos de las dem‡s integrantes de la comparsa. Esta situaci—n la
conmocion— de tal manera que la llen— de incontenida tristeza, por lo
que antes de abandonar definitivamente su voluntario exilio, Celina fue
a despedirse de la "Mae Sereia" (madre sirena) para que le leyeran por
ultima vez su suerte en los caracoles, mas Žstos, en se–al de tristeza,
se negaron a comunicarle su inmediato futuro enmudeciendo durante el
œltimo ritual de macumba. Ese atardecer de despedida œnicamente se
limitaron a recomendarle que no aleje lo bueno de su vida porque ya era
notoria su inclinaci—n al mal. Al igual que su madre, aquella noche
bail— candombe por œltima vez desterrando de su interior todo el apego
que profesaba a su Mae Sereia y a la Macumba.

CONFIANZA

Y siempre te dirŽ
lo que quiero que me creas
para que tu vista no vea
lo que quiero que mires
la profundidad de tus sue–os
en la superficie de mis ansias

Estamos
los dos creados
de defectos
tu alma y la m’a
plagados
como la mies de
placeres
que lo vanal y mundano
van sembrando
en las profundidades
de nuestras ansiedades

Y siempre me dir‡s
tœ a m’
aquello que sŽ pero ignoro
ya que para los dos
vivir as’
ser‡ estar siempre juntos
para poder morir separados

EL ENGA„O...

Regresaron despuŽs de tres a–os de ausencia, Carlota ya correteaba por


la casa de sus abuelos mirando a sus padres con extra–eza y temor. No
cab’a duda, era hija de ella y del coronel, ten’a el color de su madre
con las facciones finas de su padre y en sus peque–os ojos negros ya se
percib’a el brillo de maldad de su abuelo. DespuŽs de un descanso y de
lograr vencer la timidez de Carlota, con ayuda de un l‡piz y un papel,
el coronel tuvo una œltima, pero larga charla con su suegro; terminada
la misma, le anunci— a Celina que se casar’an en diez d’as y que se
hiciera cargo de conseguir lo que hiciera falta, (incluido su divorcio
que se logr— dos a–os despuŽs de la boda). No le fue necesario, lo
ten’a arreglado de antemano.

A partir de ese instante conmenz— el correteo, Nieves invit— solamente


algunas amistades muy ’ntimas (incluido Awicho, el maric—n), les
comunic— a sus hijos y prepar— en su casa un peque–o cocktail para
despuŽs de la ceremonia civil; organizaci—n que recayera por entero en
Awicho a solicitud del mismo y bajo promesa de abstenerse de publicar
la boda en su cr—nica de sociales. La cantidad interminable de
margaritas que, para la ocasi—n le obsequiara su arbusto, abastecieron
para decorar la casa y confeccionar el bellisimo bouquet de novia de
Celina. De lo que quedaba de sus amistades de colegio, œnicamente
asisti— Macarena sola puesto que su marido, el diplom‡tico, se
encontraba en MŽjico recibiendo su cambio de destino a la Guyana
Holandesa, en el Caribe.

Ese d’a y sin mucho tr‡mite pero en gran intimidad, Celina se convirti—
en la leg’tima esposa del coronel, (mientras Žste a su vez, se
convert’a en b’gamo) despuŽs de una convivencia de cuatro a–os, con una
hija de tres a–os y otro hijo ajeno en el vientre. Dos d’as despuŽs de
transcurrida la ceremonia, Don. Juan JosŽ Reaves Salsas, sub oficial
retirado de ejŽrcito, a los 99 a–os de edad y habiendo sido cumplida su
œltima voluntad, dej— de existir para felicidad y benepl‡cito de toda
su familia. Por fin descans— y dej— descansar. La œnica persona que lo
apreci— dentro de ese entorno, fue el marido de Celina, al extremo de
arriesgarse cometiendo una bigamia por el solo hecho de cumplir la
œltima voluntad del moribundo y Žsto, porque intim— con Žl durante su
prolongada enfermedad sin ser testigo presencial de sus diarios actos
de violencia, temidos en su casa y escuchados por todo el barrio de Los
Olivares, aunque tambiŽn prim— el sentimiento de gratitud a la
incondicional lealtad, habitual en su mujer en tiempos dif’ciles. Hab’a
saldado la cuenta, toda retribuci—n estaba dada sin quedar nada
pendiente.

Como se avecinaba una nueva elecci—n y, en aras al nacimiento neonato


de la democracia, las medidas pol’ticas se ablandaron, permitiendo el
retorno a miles de exiliados y fijando fecha para los pr—ximos comicios
electorales. Gracias a los kardex de Celina su marido pudo radicar
definitivamente en Las Alturas. Junto a ellos, de imprevisto, tambiŽn
retorn— de su breve exilio el esp’ritu de Don. Juan JosŽ Reaves Salsas
su difunto y desaparecido padre, indigestado por las descalabradas
acciones de su hija que entorpec’an su eterno descanso en el infierno.

Celina fue madre por segunda vez, ella ya sab’a que ser’a un var—n. El
ni–o que le naci— era blanc—n y de ojos pardos, rasgados, se parec’a
mucho a su verdadero progenitor, pero s—lo ella se percato asustada,
temiendo que el parecido delatara su adulterio. Bautizaron de inmediato
al infante y no hubo objeci—n por parte del coronel, en nombrar como
padrino del ni–o a su buen amigo de exilio, amante de su mujer y
verdadero padre de la criatura, en honor a quien, bautizaron al ni–o
con su nombre. Parad—gicamente, el esp’ritu de Don Juan JosŽ la acompa–
aba tenaz, e incesante, durante sus visitas al cuarto de ba–o. Al
comienzo estaba mudo, ensimismado y dolido. Al cabo de unas semanas no
pudo resistir y le habl— como no lo hiciera en el transcurso de sus
quince a–os de convalecencia.

- No creas que no lo sŽ todo- dec’a el difunto sub oficial - VergŸenza


me das y por tu comportamiento estoy aœn vagando miserablemente en este
limbo, lamento no haberte azotado bastante m‡s. La estupidez de tu
madre es en parte causa de tu amoralidad, quisiera saber que har’a tu
marido si se enterara que no ha engendrado al que cargaste los nueve
meses en tu vientre. As’, ir‡s de mal en peor encubierta por tu madre
que, lo œnico bueno que ten’a y lo perdi— pronto conmigo, fueron su
f’sico y su calentura, voy a atormentarte el tiempo que sea necesario
hasta lograr enderezar tu conducta, busca en tu interior, en lo rec—
ndito de tu conciencia, de lo contrario no podrŽ salvarte de lo que ac‡
te espera, algo horrendo y macabro, as’ es como te he visto... junto
conmigo en el mism’simo infierno -. Al comienzo estaba muy asustada,
nadie excepto ella ve’a o escuchaba al esp’ritu de su padre, primero se
autoconvenc’a que era parte de sus visiones o sue–os premonitorios,
luego ante la insistencia y perseverancia de las apariciones no le qued
— otro remedio que recurrir a su madre cont‡ndole lo que la
atormentaba. Mar’a E. de las Nieves le rest— importancia, estaba
acostumbrada a saber del tema, por el mismo asunto relacionado con los
poderes de su difunta madre, de los que toda la hacienda no le dejara
de comentar durante su ni–ez. Su hija hab’a heredado estas facultades
de vidente y esp’rita y deb’a darse por bien servida e incluso sacarle
mayor provecho a esta virtud. Al cabo de seis meses, Nieves, tambiŽn se
hizo cargo de la crianza del segundo hijo de su amada Celina quien para
evadir tal responsabilidad decidi— retomar su carrera de derecho,
regresando a la universidad mientras que, ’nterin, su esposo era
ascendido a general adem‡s de convertirse en firme candidato a la
Vicepresidencia por la oposici—n, cosa que ella supo seis d’as antes.
Definitivamente, le encantaba asistir a la universidad, rejuveneci—
diez a–os, fumaba marihuana, discut’a a diario con el esp’ritu de su
padre, sin inmutarse siquiera y viv’a su vida de "estudiante" a
plenitud junto a sus compa–eros y compa–eras que, entre una noche de
estudio y otra de juerga, la pasaban bomba. Su sinvergŸenzura era
tal... que ni siquiera la atormentante y cont’nua presencia del
esp’ritu iracundo de su difunto padre lograban intimidarla. No
incursion— en pol’tica esta vez; siendo su marido candidato estaba
prohibida de enrolarse en cualquier actividad que le perjudique la
brillante carrera. Por lo tanto, no tard— en involucrarse
sentimentalmente con un compa–ero de estudios siete a–os m‡s joven que
ella. De estas noches de juerga intelectual, apareci— pre–ada
nuevamente. Se enter— (antes de consultar con su ginec—logo), a travŽs
de un caudal polif—nico de voces de dioses buenos y malos que, junto al
esp’ritu de su abuela le anunciaron la mala nueva. No le dio mucha
importancia pues sab’a que ese embarazo "no deseado" no llegar’a a
tŽrmino. Sin embargo, Žsta vez, el mensaje de su difunto padre,
amenaz‡ndola con buscar la forma y medios para que el cornudo de su
marido s’ se enterara de este banal acto de corrupci—n marital y le
pusiera fin a su carrera de meretriz clandestina moliŽndola a palos,
fue tan claro como el agua. Como quiera que hac’a varios meses que su
marido no cumpl’a su deber conyugal, (ten’a, adem‡s de una amante
joven, mœltiples ocupaciones y le llevaba 22 a–os) y ante el miedo de
las cont’nuas amenazas del esp’ritu del difunto, Celina se vio forzada
a apresurar el aborto. En complicidad con la benevolencia de su ingenua
madre (promovedora de sus deslices y secretos) y bajo arreglos y
direcci—n de su confidente e incondicional amigo marica, se orquest—
exitosamente la interrupci—n a su embarazo.

Sin pena ni gloria, la acompa–— Awicho a una cl’nica de mala muerte


ubicada en la zona de San Sebasti‡n; esper—, paciente y nervioso, para
luego llevarla de regreso en un taxi hasta Los Olivares a la casa de su
madre, para que descanse como si nada hubiera sucedido. Muy a su pesar
este descanso le fue varias veces interrumpido por sobresaltos
ocasionados por el esp’ritu del difunto, quien desconsiderado, no
cesaba de increparla mostr‡ndole cuan disgustado realmente se hallaba,
que hasta le rompi— su enorme espejo veneciano haciŽndolo caer
abruptamente al suelo. "-Lo hecho, hecho est‡, le dec’a Celina a su
padre con un cansado conformismo, deje Ud. de hostigamientos, no ten’a
alternativa y no me arrepiento por lo que hice, si a Ud. padre le
parece mal... cuanto lo siento, es hora de que se vaya acostumbrando a
lo que realmente soy, mala, envidiosa, amoral, viciosa y prostituida,
pero gracias a ser como soy he logrado lo que tengo, he salido del
hueco de donde provengo y pretendo llegar muy alto aunque para ello
deba asesinar, robar, calumniar o meter justos en las c‡rceles, que le
quede bien claro; usted padre, pierde su tiempo ac‡ en la tierra,
regrese al infierno que es donde siempre ha pertenecido y espere por m’
all‡ que tendremos una eternidad para discutir el tema."- Tal declaraci
—n lo dej— perplejo y anonadado y no le qued— otra cosa que emprender
una honrosa retirada por tiempo indefinido, mientras la bondad de
Nieves no entend’a por quŽ su arbusto de margaritas, de la noche a la
ma–ana, estaba seco y con cientos de flores marchitadas.

Al igual que para Nieves, el embarazo no era nada importante ni


definitivo en su vida, es m‡s, con el pretexto de la pol’tica del
general y sus idas diarias a la universidad, a sus hijos los malcriaba
la bondad de la abuela, que, incansable y a pesar de tanta experiencia,
de educar no sab’a de la misa a la media. Al final, el general nunca
sab’a donde andaba su joven esposa, que entre sus estudios en la
universidad y las frecuentes pernoctadas en la casa de su madre, era
poco lo que la ve’a, hasta que... un buen d’a, un amigo cercano,
tratando de hacerle un favor quit‡ndole el peso de sus enormes cuernos,
le confes— haberla visto, m‡s de una vez, saliendo del mismo bar, a las
cuatro de la ma–ana muy abrazada de su amante, mientras supuestamente
estar’a durmiendo en casa de su madre. Furibundo, irrumpi— el general
en casa de su suegra y tild‡ndola de alcahueta, recogi— definitivamente
a sus hijos sacando a patadas a la infiel de su mujer. Fue la primera
vez que Celina evacu— del susto ensuciando sus calzones, mientras le
juraba que todo aquello era una vil mentira, que eran chismes de la
oposici—n, que sus amigos no la quer’an y un sin fin de miles de falsas
explicaciones que el general intentaba creer. De todas formas, recibi—
su merecido castigo; tuvo que hacerse cargo de la crianza de sus hijos,
nuevamente dej— la universidad por falta de dinero (el general ya no le
daba un centavo) y, encerrada en su casa, rumiando su soledad sin
arrepentirse de sus actos, enfrentaba a los testigos de la lucha
interna que, sin detenerse, segu’an librando sus demonios contra los
‡ngeles del bien.

Sin su madre cerca como involuntaria encubridora, se sent’a perdida,


deb’an verse algunos minutos a hurtadillas conform‡ndose con
conversaciones telef—nicas. Nieves, que era un compendio de bondadosa e
ingenua estupidez, no comprend’a la conducta anormal de su yerno, al
contrario, ella pensaba que deb’a estarle agradecido a su hija por
haberlo llevado tan lejos convirtiŽndolo en un pol’tico importante;
ella, en su atrevida ignorancia, estaba convencida de que tales mŽritos
pertenec’an por entero a su hija, -"Celina sab’a siempre lo que hac’a,
como lo hac’a y porquŽ lo hac’a y siempre ser’a lo correcto e
indicado"- dec’a; indudablemente ella hubiera hecho lo mismo si hubiera
podido, total... demostrado estaba... los hombres eran todos iguales,
en cambio -Celina era una sola, era especial, tal vez ambiciosa, un
poco corrupta, algo infiel y quiz‡ bastante prostituida pero... quien
no lo era? no dijo Jesœs " que lance la primera piedra aquŽl que estŽ
limpio de pecado?."- Se dec’a y lo repet’a a cuanto o’do quisiera
prestarle atenci—n para escuchar sus quejas.

Esta ca—tica situaci—n se le torn— insoportable; tan descontrolada


estaba que, recordando su inmediato pasado, volc— nuevamente su fe a
la "Mae Sereia". Sin respuestas de caracoles ni macumberos y ante la
desesperaci—n, opt— por suplicar la presencia del esp’ritu de su
difunto padre para hacerle una proposici—n sin precedentes. Ante el
mutismo de su entorno espiritual decidi— recurrir a Matilda, pitonisa y
respetada bruja que "atend’a" (previa cita), en sus miserables
cuartuchos de una callejuela maloliente y olvidada en Villa de las
Mercedes. Previo pago de veinte d—lares por la consulta y tras una
larga espera de hora y media, le lleg— su turno. En cuanto Matilda la
vio lo supo, se asust— y quedo intimidada ante el destello de los
fuertes colores que apreciaba en el aura de su visitante. Esto era
anormal y propio s—lo en personas ligadas a esp’ritus de las tinieblas.
Segœn se percat— a travŽs de la charla con Celina, Žsta ignoraba el
buen uso que podr’a haberle dado a los contactos frecuentes de
esp’ritus que pululaban su entorno y la acosaban desde el m‡s all‡.
Celina, le confi— a Matilda con toda honestidad sus visiones y las
charlas con su abuela muerta, adem‡s de las constantes recriminaciones
de las que injustamente era objeto por parte del impertinente esp’ritu
de su difunto padre que no la quer’a dejar en paz y que ahora que lo
necesitaba, brillaba por su ausencia.

Muy agradecida y orgullosa ante el privilegio de semejante visitante,


Matilda se comprometi— a reanudar el di‡logo y las apariciones de su
padre muerto, para lo cual tendr’an que iniciar una peque–a ceremonia
el siguiente Viernes de luna llena justo a la media noche; ser’a
preciso sacrificar a un gato negro que, a precio razonable, la misma
pitonisa podr’a proporcionarle junto a otros ingredientes secretos que
no le era permitido revelar, aœn trat‡ndose de alguien tan especial
como ella.

Le cost— mucho trabajo, gran concentraci—n y miles de promesas que


contrajo en arreglos directos con el demonio pero, persistente como
siempre... lo logr—. El esp’ritu de su padre ya se hab’a resignado y
radicaba apacible en su infierno perteneciŽndole por entero a Satan‡s.
Por lo tanto, carente de alternativas y obedeciendo a las —rdenes de la
oscuridad, se present— nuevamente ante su hija (despuŽs de varios
meses, semanas y d’as de enojada ausencia), para escuchar sus
propuestas haciendo de intermediario entre la pitonisa Matilda y el rey
Belcebœ, entablando las negociaciones que beneficiar’an a ambas partes,
tanto a los planes de Celina Mar’a Reaves Acarrea, como a los de
Belcebœ Satan‡s, alias el diablo.

- Heme aqu’ y que quede bien claro que no es por mi voluntad, dec’a el
aparecido, -ante tus cotidianas acciones y malŽvolos actos, estoy
resignado a recibirte en el infierno en un futuro no tan lejano; aunque
desde ya, me preocupo por lo que puedas lograr estando all’ abajo
conmigo, tal vez no solamente consigas algunos "negociadillos" o hagas
un par de infernales estafas, o quien sabe si vuelvas a organizar otro
"Club de las 4" que m‡s bien y dada tu capacidad, ser’a el Club de las
1000 Diablas Putas que apocar’a hasta a "Pantale—n y las Visitadoras".
Capaz eres de todo con tal de escalar pelda–os suficientes que te
acerquen a Belcebœ con miras a enamorarlo para derrocarlo, hasta Žl
deber‡ cuidarse de ti en cuanto llegues, lo que es yo... me lavo las
manos, dime lo que deseas-

-Esta es mi propuesta- le dijo a su padre muy pancha y suelta de cuerpo:

-Se–or padre, deseo lo que b‡sicamente deseamos el comœn de todos los


mortales, riqueza, amor y poder. Deseo servirme de la gente porque ya
me cansŽ de tener que servirla, deseo que me amen en lugar de tener que
amar; deseo el poder para manipular a mi antojo, deseo riqueza y por
œltimo... deseo permanecer atractiva y joven mientras tenga
posibilidades econ—micas de pasarla bien, viajar bastante y morirme
cuando me dŽ la gana. Como puede apreciar mi se–or padre, no es nada
imposible para Satan‡s; transm’tale mis deseos y que me ponga su
precio.-

- Sea como tœ dices y espero que no te arrepientas y que hayas medido


las posibles consecuencias al concederse tus deseos puesto que la
honestidad es necesaria hasta en el infierno.-

En ese preciso instante qued— claro y establecido que la inclinaci—n de


su balanza espiritual estaba ladeada por completo hacia el maligno y
que as’ permanecer’a inamovible por varias dŽcadas, ausente del amor
verdadero. Se despidi— de Matilda muy emocionada y satisfecha
obsequi‡ndole una generosa propina en gratificaci—n a sus eficientes
servicios. La pitonisa le recomend— que no abusara de sus facultades y
privilegios de esp’ritus buenos, regulares y malos que continuar’an
acech‡ndola a lo largo de su azarosa vida; tambiŽn le dijo que su
suerte ser’a la misma de la de su madre cuando comience a envejecer,
excepto por lo de su pareja, que terminar’a sus d’as en un manicomio y
ella los suyos como su amante (la amante del loco). La vida de su œnica
hija ser’a una rŽplica de la suya con igual fin; en cambio su hijo, por
tener otro padre, se salvar’a de pertenecer al reino de las tinieblas.
Algo que incomod— a Celina fue el enterarse por la pitonisa que el
mayor castigo para un ser humano es que le conviertan su vida terrenal
en un infierno. Celina no le prest— la debida atenci—n descartando a
prop—sito cualquier comentario que calificara de imprudente, molesto o
sencillamente inaceptable a sus prop—sitos

Amainado el enojo de su marido y gozando de una tarde de libertad


provisional, en una de sus pocas salidas de casa (tal vez logradas a
ra’z del inicio de sus negociaciones con Belcebœ), Celina se encontr—
con Macarena. Hab’a transcurrido cinco a–os desde que se vieron por
œltima vez, su amiga le cont— de su reciente divorcio del mejicano y
que estaba enamorando con un paisano, con quien se casar’a en breve;
por supuesto estaba invitada etc. etc. Como por arte de magia y por
enŽsima vez, sin poder evitarlo le resurgi— la envidia marcando la
expresi—n de su rostro. All’ estaba Macarena, divorciada de un
diplom‡tico y presta a casarse por segunda vez con un gran partido,
siempre tan linda y elegante. ÀPodr’a ella volverse a casar si dejara
al general??- se qued— pensando en ello todo el d’a.

Esa noche reapareci— el esp’ritu de su difunto padre, trayŽndole las


condiciones de Belcebœ para dar curso a sus solicitudes.

Muy parco su se–or padre dijo- Esto es lo que Belcebœ propone:

Punto 1.- Te dar‡ la viveza (pues con la inteligencia se nace) para


servirte de la gente antes de que ella pueda servirse de ti; te
conceder‡ toda la cantidad de amor y amantes que desees tan s—lo con
llevarlos al lecho de tu casa, en presencia de tus hijos y con el
consentimiento de tu madre, siempre y cuando excedan de cinco en menos
de cinco a–os y que los involucres en actos que atenten a la moral y
buenas costumbres.

Punto 2.- Se te dar‡ la posibilidad de hacer negociados productivos y


buenas inversiones adquiriendo bienes (de personas acosadas por
problemas econ—micos), a precios atractivos y de ocasi—n, no te faltar‡
patrimonio haciendo uso del chantaje y depender‡ de ti
aumentar o disminuir ese capital.

Punto 3.- Por supuesto que te mantendr‡s joven y atractiva siempre y


cuando te sometas a varias cirug’as estŽticas; el demonio, te dar‡ las
oportunidades con los mejores cirujanos, sin costo alguno o a "precios"
que tu sepas negociar. Lamentablemente, est‡n excentas de estas
composturas tus enormes pies, a los cuales calificas de empanadas y que
seguir‡n rebalsando de todos los zapatos que compres, por m‡s finos que
Žstos sean; tus anchas manos de dedos gruesos y cortos tampoco podr‡n
modificarse ni con cirug’a. A cambio de mantenerte atractiva,
promover‡s el ingreso ilegal al Pa’s de las Alturas de no menos de cien
ciudadanos extranjeros indocumentados, registr‡ndolos como nacionales
en base a documentaci—n falsificada. Mi se–or, el demonio, piensa que
no hay suficiente corrupci—n y quiere protagonizar un par de buenos
esc‡ndalos para mantenerse vigente, tœ ser‡s autora intelectual de
estos hechos.

Punto 4.- Viajar‡s el a–o redondo si lo deseas porque, como medio,


ser‡s propietaria de una Agencia de Viajes, que la vender‡s cuando te
enamores de verdad, te satures de viajar o estŽs lista para claudicar y
venir conmigo al infierno, esto vendr‡ acompa–ado de mucha diversi—n,
drogas y alcohol. El precio por ello... que consigas un cuerpo de mujer
joven y bella que lo abandone a causa de una sobredosis de cualquier
droga emprendiendo su "vuelo"al infierno para revolcarse con Satan‡s.

-Como ver‡s, todos los puntos a tus peticiones vienen con su precio ya
incluido, si no lo pagas... no se cumple; es m‡s, quedar‡ todo
revertido haciendo tu vida tan miserable en la tierra como en el propio
infierno. Tœ decides, yo no puedo verter ni opini—n ni advertencia, los
poderes infernales son nulos ante el albedr’o que Dios regal— al
hombre. Esto es todo, puedes pensarlo 48 horas. Te aclaro que tu alma
hace ya mucho que pertenece al demonio, por lo que no puede
considerarse dentro de la negociaci—n. Y una œltima advertencia...
cuidado con enamorarte con sentimientos reales de renuncia absoluta y
abnegaci—n total, ser’a el comienzo de su ruina y la tuya convirtiendo
la vida terrenal de ambos en infernal-

- No es necesario, mi se–or padre, est‡ decidido, diga Ud. a Satan‡s


que estoy de acuerdo y que cumplirŽ mi parte de la mejor manera. Que Žl
se preocupe de cumplir tambiŽn la suya a cabalidad o a mi muerte, serŽ
yo quien le haga miserable su propio infierno.-

Dicha la œltima palabra, el acuerdo qued— sellado por ambas partes


dejando como mudo testigo una densa y fŽtida r‡faga con hedor a azufre
que, lejos de asustarla o incomodarla, la dej— por dem‡s satisfecha.
LA FUEZA DEL DESEO

Si deseo
lo ajeno
s—lo me apodero
lo convierto en m’ misma
lo entierro y manipulo
lo utilizo y as’
... destruyo

Pero aœn
cuando no est‡s se que existes
en mis dos mundos vives
atorment‡ndome el ser
requiebras lo que no hay
escarbando
la inexistencia del sentimiento
evadiendo mi muerte
oculta
bajo la profundidad
de tu sinraz—n

LA ENVIDIA...

Cuando junto a la crema y nata de la sociedad, asisti— a la gran boda


de su amiga (por segunda vez), se dio cuenta de que los a–os hab’an
transcurrido de prisa y, por las miradas de su marido, tambiŽn se dio
cuenta de que los sentimientos de admiraci—n por Macarena no le hab’an
desaparecido a pesar del tiempo transcurrido. Desde ese momento, el
flamante esposo de su amiga se convirti— para ella en una fijaci—n y
desaf’o secretamente guardado para alguna pr—xima oportunidad, que ella
misma propiciar’a en retribuci—n a ese detalle de inmortal admiraci—n
que, sin quererlo, dejo aflorar su marido durante ese œnico instante.

Sin saberlo, y deslumbrada por las apariencias, Macarena se cas— con un


hombre que, aunque proven’a de una familia adinerada, importante, con
antepasados famosos y bien relacionada, le dar’a en lugar de hijos...
muchos palos, dolores de cabeza adornados con incontables sufrimientos
y abundantes infidelidades. La recepci—n tuvo lugar en el exclusivo
Club de Golf de Ciudad de las Alturas, sobrepasando los setecientos
invitados y, como era menester, la cobertura de sociales recay— en
awicho, para aquŽl entonces convertido en la "gran Madonna" de las cr—
nicas de los eventos sociales con decenas de interesadas admiradoras.
Damas y caballeros lo halagaban persiguiŽndolo insistentes con el œnico
af‡n de ser fotografiados y mencionados en su columna social, pero
detest‡ndolo y temiŽndole a la vez.

Rodolfo Vallesteres de los R’os, (flamante esposo de Macarena), a


diferencia de su padre, naci— revestido de amoralidad y malas
inclinaciones, creci— amigo de las drogas y frecuentador de
prostitutas; sus actividades nunca fueron claras, hizo fortuna r‡pida
con la ayuda del narcotr‡fico y la perdi— toda, tambiŽn con la misma
ayuda; no era muy inteligente pero lo disimulaba con su prepotencia y
ostentaci—n de grandeza, cosa que tampoco le favorecer’a a lo largo de
sus actividades. Aunque amaba con locura a su mujer, no discern’a entre
lo bueno y lo malo, medicamente estaba diagnosticado como
esquizofrŽnico declarado. El, se autodefini— personalmente as’, como
legado p—stumo antes de perder la cordura:

-Rodolfo Vallesteres de los R’os, ese soy yo, un canalla que alcanz— su
perfeccionamiento practicando maldades incesante desde la ni–ez. Soy
como quien dice "torcido de nacimiento" ;aunque quiera no puedo evitar
el goce con la desgracia ajena y mucho m‡s si yo puedo ser el autor de
cualquier sufrimiento premeditado. ÀA quiŽn debo culpar? Àa mis
progenitores, tal vez?, Àa la pol’tica que destroz— la vida de mis
padres con prisi—n y posterior exilio?, Àa la intempestiva muerte de mi
hermana mayor?, Àal alcoholismo de mi padre que luego se lo contagi— a
mi madre? o tan s—lo a las infidelidades de ambos; o m‡s bien a
circunstancias casuales e inmodificables; nunca lograrŽ saberlo. Tal
vez nadie tiene m‡s culpa que yo mismo.

Es probable que la causa fuera el embarazo, no deseado, de mi madre.


ƒramos ya cuatro hermanos cuando mi padre fue tomado preso por
conspiraci—n pol’tica, pero el meollo del asunto distaba mucho de ser
as’. Mi padre era un pr—spero industrial maderero que se neg— de muy
mala forma a vender su aserradero de Los Troncales a un pol’tico
encumbrado del oficialismo, era nada m‡s y nada menos que el Ministro
de Industria y Comercio de aquella Žpoca. As’ es que el gran pecado de
mi padre fue defender lo que por derecho le pertenec’a. Nuestra vida se
jodi— aquel d’a en que apareci— en nuestro aserradero esa camioneta
destartalada, que m‡s parec’a una jaula para perros que un veh’culo
policial; sin embargo y, a empellones, en ella encerraron a mi padre
que con lo que llevaba puesto y sin despedirse de mi madre fue
trasladado a Ciudad de Las Alturas, bajo cargos de conspiraci—n, sedici
—n y dem‡s.

Desolada, parti— mi madre presurosa detr‡s de la camioneta llevando


consigo algo de dinero, una frazada, una poca de ropa y las medicinas
de mi padre. Pens— que el malentendido se aclarar’a de inmediato y
podr’an retomar sus ocupaciones regresando en un d’a o dos a lo sumo.
Jam‡s regresaron. DespuŽs de muchas penurias de ir de un lado para
otro, mi madre, bastante guapa y joven aœn, opt— por intercambiar sexo
a cambio de la libertad de mi padre, previa venta forzada de nuestro
aserradero de Los Troncales a un pariente cercano del se–or Ministro,
quien, muy "magn‡nimo", entre gallos y media noche, sac— a mi padre de
la c‡rcel, en calidad de exilado, con un salvoconducto para el vecino
pa’s del Valle Bajo.
Durante los meses en que mi padre estuvo preso, no atorment— œnicamente
a mi afligida e impotente madre, tambiŽn atorment— su salud como
venganza a su destino. Protestando, airado, por las incomodidades y mal
estado de aquellos desatendidos mingitorios del penal, decidi— que no
los usar’a m‡s hasta que el Alcaide de la prisi—n atienda las
innumerables peticiones de los 1.861 internos y procediese a la
habilitaci—n, aseo y reparaci—n de las letrinas. Por supuesto, el
Alcaide se defec— en la airada protesta por parte de un recluso como
mi padre; en cambio, Žl, a fin de dar estricto cumplimiento a sus
amenazas y con la ayuda de ingerir mucho estreptocarbocaptiazol y otras
yerbas estri–entes, contuvo la evacuaci—n de sus intestinos hasta que
casi revienta. Esta manifestaci—n inusual de protesta lo recompens—
llev‡ndoselo al m‡s all‡ con un c‡ncer terminal de colon, 20 a–os
despuŽs. Desde su amotinamiento, su intestino grueso qued— tan averiado
que el est—mago le funcionaba por periodos, unos meses con demasiada
frecuencia y otros espor‡dicamente, Žl nunca le dio importancia, hasta
que sœbitamenbte un buen d’a, ya en el m‡s all‡, se enter— por terceros
de la violenta causa de su muerte. Fue en Žste ’nterin que aprovechando
una visita conyugal en la que desahog— su estre–imiento, mi madre qued
— pre–ada sin yo ser consultado. Tal vez sea Žste el motivo real y
original para que tantas y reiteradas veces me digan que soy una mierda.

Con tanto relajo, mi madre opt— por tratar de lograr un involuntario


aborto. Partir al exilio con cuatro hijos y otro en el vientre, con un
marido desempleado y sin recursos no era lo ideal. Mam‡ hizo lo que
pudo, cargaba maletas tan pesadas que ni mi padre pod’a con ellas,
inger’a mates de yerbas amargas que le recetaban las mismas yerberas en
los mercados. Por œltimo y sin medios para un aborto cl’nico, ambos se
dieron cuenta de que yo me rehusaba a abandonar su vientre, no hasta
dentro de los nueve meses de normal gestaci—n.

Desde el d’a en que nac’ no fui bien recibido, mis padres concordaban
con que era demasiado feo pero abrigaban esperanzas de que con el
tiempo mejorar’a mi apariencia y ser’a "normal". No recuerdo el d’a en
que mi padre me hiciera ni la primera ni la œltima de ausentes caricias
que tanta falta me hicieron, tampoco recuerdo a mi madre amamant‡ndome
amorosa o d‡ndome un ins’pido beso de despedida o bienvenida. Lo que no
puedo olvidar aœn despuŽs de 50 a–os de existencia, son los castigos
aberrantes, atentatorios a mi salud f’sica y mental. Hasta hoy padezco
de los ri–ones porque mi madre sol’a obligarme a permanecer sentado
durante horas interminables de agon’a en una palangana de agua helada
congelando a mi pene junto a mis test’culos ( no sobrepasaba los diez
a–os). Sigo escuchando a mi padre llamarme tonto, inepto y bueno para
nada. Creo que el patito feo se hubiera sentido mejor conociendo mi
realidad. A pesar de tanta rudeza, de tanto rechazo y recriminaci—n
porque no era lo que deb’ ser, siendo que ellos me engendraron de esta
forma, yo segu’a tratando; trataba de agradarles, fing’a una estœpida
simpat’a, trataba de ser m‡s guapo y menos tonto, trataba de que me
amaran siquiera un poquito sin Žxito alguno. El peor momento de mi vida
fue cuando muri— mi hermana mayor, graduada con honores en la Sorbona
de Par’s, siempre sobresali— en sus estudios, era guapa, reciŽn casada
y madre de una ni–a de dos a–os. La noche del velorio, entre
incontenibles sollozos, mi padre, consolando a mi madre, recriminaba a
Dios en voz alta por esta injusticia cuestion‡ndole el que no fuera yo
el escogido, yo el tonto, yo el feo, el bueno para nada, Àpor quŽ era
yo el que segu’a con vida?. Como Dios evadi— la respuesta, mi padre
comenz— a beber, primero un poco, despuŽs m‡s y termin— induciendo a mi
madre hasta convertirse ambos en alcoh—licos. Ahora que lo recuerdo
todo, ya sŽ por quŽ soy como soy y quiŽn tuvo la culpa. --------------

Mientras tanto, para escapar a su presente (cuatro a–os de tortuoso e


infeliz matrimonio), Macarena se dedic— de lleno al trabajo, abri— una
agencia de publicidad, que en poco tiempo lleg— a ser muy productiva e
importante y que le permit’a alejarse de su marido con mucha
frecuencia. A tropezones Celina hab’a terminado su carrera de derecho,
que jam‡s ejercer’a por incapacidad de poder elaborar, presentar y
defender su tesis. As’ estaba la vida de ambas cuando se volvieron a
reencontrar.

El estado f’sico de Celina dejaba mucho que desear, produciendo tanta


l‡stima a Macarena que, sin dubitar ni adivinar las consecuencias, no
dud— en ayudarla invit‡ndola a trabajar con ella en su agencia de
publicidad. Transcurrido un mes desde que Celina comenzara a trabajar
en la agencia de su amiga, que el general (quien fuera candidato a
Vicepresidente), fue nombrado Ministro para alegr’a y benepl‡cito de
ambas. No por esto Celina dej— su trabajo, le agradaba de sobremanera;
con el asesoramiento de Macarena aprendi— r‡pidamente el "teje y
maneje" de la parte de relaciones pœblicas; tambiŽn y bajo la misma
direcci—n, aprendi— a vestirse adecuadamente, se cort— el abundante y
desordenado cabello encrespado obteniendo un nuevo "loock" que ni
siquiera Awicho, en su anterior intento pudo lograr con sus consejos,
el Ministro estaba muy complacido pensando en el favorable cambio de su
joven esposa. Para sorpresa de ambos, Celina arremeti— nuevamente en el
tema que no dejar’a jam‡s, la infidelidad conyugal.

Sin recato alguno involucr— en su vida sentimental al edec‡n de su


esposo, un militar alto y buen mozo quien divid’a su tiempo atendiendo
a ambos esposos, a Žl en la rutina de su trabajo y a ella en la rutina
de su alcoba. Celina no era cuidadosa respecto a sus continuos deslices
amorosos, era incapaz de ocultar sus acciones o sentimientos para con
sus amantes. Como de costumbre, despuŽs de haber logrado que Celina le
consiga el ascenso que necesitaba (intercediendo ante el Ministro), el
edec‡n se retir— de sus vidas sin mal ni m‡s. Celina no pareci—
molestarse u ofenderse, total... ya hab’a logrado algunos acercamientos
con Rodolfo Vallesteres, el esposo de su amiga y benefactora. Ambos
parec’an llevarse muy bien, comenzaron a asociarse en algunos negocios
(bastante turbios por supuesto), exportaban oro "de contrabando"
aprovechando la inmunidad y pasaporte diplom‡tico de Celina, viajaban a
Venezuela a concretar "negocios" que inclu’an drogas adem‡s de otros
placeres mœtuos, llevaban al pa’s del norte remesas de cheques de
cuentas bancarias pertenecientes a narcotraficantes clandestinos, (para
cobrar o depositar), girados por enormes cantidades de d—lares; en
fin... se juntaron el hambre con las ganas de comer, eran tal para cual
y con la deficiencia de su mœtuo intelecto, ella, en su altruismo,
fusionaba el Žbano de su piel con el marfil de la piel de Žl
convirtiŽndolas en melod’as sensuales cada vez que se escond’an para
aparearse.

Macarena, ignorante de las actividades de su marido, no dudar’a jam‡s


de su mejor amiga y protegida, por esto, cuando Wanda le coment— haber
visto a su marido en su oficina, besuqueando apasionadamente a la
negra, fue incapaz de darle crŽdito. Sin embargo, y por si un casual,
lanz— una seria advertencia a su esposo que, de inmediato, "enfri—" su
affaire con Celina, cambiandola por su prima Ana Mar’a, la de
Venezuela. Aunque sin olvidar la afrenta, Celina tuvo que conformarse
con retornar al acostumbrado papel de andaveydile o de celestina. Por
toda excusa, le ech— la culpa a Belcebœ de no honrar su acuerdo.

Para ayudar a sobreponerse del abandono por parte de su "socio y


amante", m‡s que de prisa se involucr— con uno de los gerentes del
banco estatal de Ciudad de las Alturas, al que conoci— en un viaje que
hiciera acompa–ando al marido a una reuni—n del Fondo Interamericano de
Desarrollo. El pretendiente, diez a–os menor que ella, inexperto y
entusiasmado por hacerle el amor a la "famosa" aunque bastante
desprestigiada esposa del ministro, m‡s tard— en regresar de la reuni—n
que en publicar sus deslices jact‡ndose de su buena suerte. Esta vez
ser’a diferente, Celina sobrepas— su entusiasmo y su amante el suyo, a
pesar de las advertencias por parte de la abuela muerta hac’a m‡s de
cincuenta a–os. La pareja se luc’a a vista y paciencia del cuerpo
diplom‡tico, el ‡mbito gubernamental y el pa’s entero. Nuevamente
Nieves ofici— involuntariamente de "alcahuete" en el nuevo contubernio
de su hija, involucrando tambiŽn a sus nietos adolescentes, que se
acostumbraron a viajar con su madre, encubriŽndole sus amor’os.

Los viajes de Celina, acompa–ada por su madre, sus hijos y su amante de


turno (el banquero), se hicieron tan frecuentes que nadie, ni el propio
ministro los pod’a ignorar, mucho menos despuŽs de tanta broma pesada
que circulaba en el ‡mbito gubernamental, respecto a la cantidad, tama–
o y peso de sus cuernos. Tomando cartas en el asunto y sentando un
precedente que lo redimiera de ser cornudo, el ministro movi— cielos y
tierra y no cej— hasta hacer destituir al banquero por haberse
inmiscuido en su vida sentimental arruin‡ndole, no s—lo una brillante
carrera bancaria, sino todo un futuro promisorio. Los desvergonzados
amor’os, obligaron al banquero a mudarse de ciudad, aceptando
inconsolable las terribles consecuencias de sentirse perseguido y
proscrito, por el œnico delito de haberse "encamado", al igual que
muchos otros, con la mujer del ministro. El banquero result— ser el
chivo expiatorio del asunto. No es que a estas alturas al ministro le
importase mucho, era cuesti—n de Žtica y moral, Žl no era un santo,
pero s’ un pol’tico reservado que jam‡s daba quŽ hablar o involucraba a
sus hijos en sus "aventuras" pasajeras. Apreciar’a si su esposa hubiera
mantenido en reserva y discretamente su comportamiento vergonzoso. Lo
que el Ministro no tom— en cuenta es que œnicamente logro deshacerse
del "sof‡" en lugar de quiŽn hac’a mal o buen uso de Žl.

Enterado del esc‡ndalo y bastante molesto con el comportamiento y falta


de recato de Celina, Awicho decidi— castigarla aplic‡ndole la ley del
hielo absteniŽndose de mencionarla en sus cr—nicas sociales por m‡s de
dos meses. Al darse cuenta del enfado que caus— a su dilecto amigo la
impertinencia de su œltimo"affaire" y para suavizar y enmendar la
terrible situaci—n que la hizo caer en desgracia ante el relator de
"chismes" de la Žpoca, Celina decidi— recompensar una vez m‡s la
fidelidad y amistad de su ’ntimo amigo, poniŽndole coto al asunto con
su nombramiento dentro del gabinete ministerial. Ante tal ofrecimiento,
Awicho olvid— las murmuraciones, perdon— los agravios y de prisa asumi—
sus nuevas funciones, comenzando por la redecoraci—n del Sal—n de
Conferencias y su propia oficina.
MIEDO...?

Se inclina la plebe
ante el temor a mi presencia
Se esconden...
y cesan los murmullos
las pisadas de mi sigilante caminar

No hay atrevimiento
impune
al ejemplar castigo
para aquŽl que ose el desafio
de mirarme fijo
o hablar de mal

Due–a absoluta
soy
del instrumento preciso
de argumentos
y deseos
las —rdenes habr‡n de acatar
y es que poseo el poder
de los hombres de esta tierra
y de los esp’ritus del mal
EL PODER...

Ni bien su esposo asumiera el ministerio y sin que nadie se inmute por


ello, Awicho ser’a nombrado Jefe de Prensa del Gabinete ante la
protesta airada y el desagrado de la Asociaci—n de Periodistas, que no
comprender’an tal afrenta, puesto que Awicho jam‡s ejerci— la carrera
de periodismo o alguna rama af’n. El poder y estatus que le
significar’a el nombramiento ser’a un pago m‡s que suficiente al apoyo
incondicional que le dedic— a su amiga a lo largo de todos estos a–os
tanto de triunfos como de derrotas.

Al d’a siguiente de ser nombrado Awicho, las puertas se le abrieron de


inmediato, tanto en el ‡mbito gubernamental como diplom‡tico; h‡bil
como era en el arte de adular o atacar las debilidades humanas y
manipular los temores de la sociedad, se adue–— de cuerpos y almas de
conocidos o extra–os. El temor y angustia a que somet’a a cuanto
convidado asistiera a las recepciones de las cuales era responsable por
la cr—nica social, manten’a en sufridas ascuas a los comensales
oblig‡ndolos a medir sus comentarios, contener sus antojos y controlar
la sed; cualquier exceso en estos casos jam‡s pasaba inadvertido por el
ojo inquisidor y sentencioso de quien, inclemente, pon’a en evidencia a
cualquier culpable del delito de pasar un momento agradable,
degustar la gastronom’a o hacerle
honores a un buen vino, acus‡ndolos en su cr—nica del d’a siguiente de
anarquistas, carentes de cultura "gourmet" o simplemente de alcoh—licos
consumados, protagonistas todos ellos de un inexistente papel—n.

Por razones de frustraci—n sexual, las se–oras eran las v’ctimas


principales en sufrir el escarnio en las cr—nicas de Awicho, m‡s aœn si
eran j—venes, bellas, divorciadas o si ten’an el descaro de gozar de un
discreto romance a hurtadillas, prototipo admirado por casados, viudos,
divorciados o diplom‡ticos. Los celos que le atormentaban en estos
casos eran canalizados implacables a travŽs de sus malŽvolos y molestos
comentarios (muchas veces muy fuera de lugar), contrarios a lo que una
buena cr—nica social indica. A nadie le pas— inadvertido el comentario
que publicara al d’a siguiente del cocktail de aniversario en la
embajada de un pa’s lim’trofe, Žste suscit— airadas protestas por parte
de su agregado naval, a cuya joven y bella esposa acus— de su mal gusto
y falta de roce social, por vestir para aquŽl acontecimiento un traje
estampado, segœn Awicho, muy similar al de las cortinas de uno de los
salones, asegurando que la dama, por falta de recursos o exceso de
antojos en su imperceptible embarazo, se habr’a atrevido a echar mano
de uno de los vistosos cortinajes. El incidente oblig— a la joven
pareja a pedir su inmediato traslado para evadir las miradas
indiscretas y no escuchar los constantes cuchicheos que generaba su
presencia en cualquier evento social.

Tampoco exoner— de culpas a aquella otra dama golosa que cometi— el


grave delito de guardar celosamente varios de los deliciosos dulcesitos
que ofrec’a en su maravilloso buffet cierta persona. El sacrilegio fue
visto por el inquisidor y publicado al d’a siguiente acompa–ado por un
fallo inapelable de excluir el nombre de la dama para futuros convites.
Muy avergonzada, pero de fluido ingenio, la aludida restituy— al d’a
siguiente los seis dulcesitos en sus respectivos pirotines acompa–ados
de un enorme arreglo floral y una gran tarjeta que env’o a Awicho,
disculp‡ndose por el atrevimiento. Pareciera que esta ingeniosa
actitud en la dama y el detalle que demostr— "clase", lograron motivar
el perd—n del cronista, reincorpor‡ndola en sus cr—nicas sin volverla a
ofender, al contrario, de a muchas otras que, por peque–os detalles que
fastidiaran al "gay", fueron declaradas personas "non gratas" en su
columna de sociales a veces a perpetuidad. Sus comentarios suspicaces
(acusadores entre l’neas), pusieron en evidencia muchos altercados
matrimoniales; los caballeros o damas que asist’an sin su habitual
compa–era (o), corr’an presurosos a su encuentro implor‡ndole
anticipada clemencia justificando la ausencia ya sea motivada por viaje
o por enfermedad, caso contrario... el veredicto a travŽs de sus cr—
nicas hacia entrever que algo inusual se "cocinaba" en el ‡mbito social
y la inquisici—n lanzaba su primera piedra.

Cuando Awicho era ignorado o no le rend’an la debida 'pleites’a,


reaccionaba escribiendo el apellido del infractor con algœn percatable
error ortogr‡fico o cambiando el nombre de pila al protagonista de
acuerdo a su innovadora y propia ortograf’a, especialmente si se
trataba de un nuevo Embajador; pero tambiŽn demostraba sus preferencias
y ten’a sus favoritos a quienes no obviaba de mencionar o publicar
reiteradamente en sus fotos, Žstos eran los integrantes de un grup’culo
de personas adineradas o de sociedad, cuya realizaci—n personal y mayor
aspiraci—n consist’a en aparecer en la cr—nica social de cualquier peri
—dico y, tanto mejor, si se trataba de la publicaci—n de Awicho. Este
grupo de nuevos ricos estaba compuesto en su mayor’a por se–oras ya
mayores esposas de importantes banqueros, industriales, pol’ticos o
diplom‡ticos, cuyos maridos disfrutaban los pocos a–os de vigor amoroso
en los brazos de sus j—venes y bellas amantes. Contrarrestando estas
circunstancias, Awicho promov’a la popularidad de la sindicada
mencion‡ndola en todas y cada una de sus publicaciones, tan s—lo para
demostrar a las j—venes y crŽdulas de las amantes, que aquellos
matrimonio eran s—lidos como la roca y la sociedad que Žl comandaba,
jam‡s aceptar’a a ninguna intrusa que osara, siquiera intentar,
arrebatarle el marido a cualesquiera de las damas en cuesti—n, por m‡s
nuevas ricas que fuesen. Por lo tanto, era sabido que si una dama de
sociedad era frecuentemente mencionada en sus cr—nicas, se deb’a a que
el marido de la infeliz estaba enredado hasta el cuello con alguna
joven, bella e inteligente dama, no de esa sociedad por supuesto.

DespuŽs de lograr el dominio en su propio imperio de sociales, awicho


(con la participaci—n de Celina), se perfeccion— en el rubro de las
antigŸedades, que Žl las consideraba como a su segunda debilidad,
dejando bien en claro cual era la primera. Conocedor experto del arte
colonial, realiz— una gira silenciosa por el interior del pa’s, estuvo
en ciudades del Valle, Tr—pico, y Las Alturas que aœn en ese entonces,
conservaban un oculto patrimonio de arte colonial celosamente guardado
o en poder de inescrupulosos religiosos, civiles herejes, parroquianos
ignorantes o descuidados anticuarios. Awicho "rescataba" obras de arte,
pagando sumas irrisorias a sus necesitados propietarios. En un lapso de
tres a–os, pose’a una importante colecci—n de arte por encima de las
doscientas ochenta piezas entre lienzos y l‡minas, algunas aœn
conservaban sus marcos originales, otras sin ellos y una que otra era
enrollada por falta de espacio o comodidad, hasta ser ofertadas y
posteriormente adquiridas por coleccionistas extranjeros o diplom‡ticos
inexpertos que algunas veces, v’speras de su partida definitiva, eran
estafados por Awicho adquiriendo una rŽplica a un costo de pieza
original. Todo depend’a de la buena o mala fortuna de ambos.

Los presagios de Celina eran de vital importancia para el Žxito de los


negocios mancomunados, ya que compart’an lucro y rŽdito en partes
iguales, as’, su amistad se fortalec’a con el crecimiento de las
utilidades y la expansi—n de los negocios a los mercados de Europa, que
gustosos les ofrec’an buenas sumas de dinero por exhibir un Melchor
PŽrez de Holguin en sus museos, Awicho consegu’a las pinturas a su
habitual manera, aunque en dos oportunidades debi— "robar" a sus
propios clientes para vender dos veces el mismo cuadro, la rŽplica y el
original, otras veces, aprovechando su c‡mara indiscreta desviaba la
lente para, a pedido de algœn comprador, captar pinturas originales
(en lugar de aburridos invitados), reproducirlas y vendŽrselas despuŽs.
El negocio hubiera seguido produciendo de no haber sido por el
tri‡ngulo amoroso en el que se vio envuelto con dos diplom‡ticos
homosexuales, quienes, disputando la preferencia de sus sentimientos,
ocasionaron un esc‡ndalo mayor, que le cost— una fortuna acallar, sin
olvidar la perdida de m‡s de la mitad de su patrimonio cultural, que le
fue confiscado por la polic’a como prueba sustancial de aquel hecho
bochornoso, tipificado como tr‡fico de arte con connotaciones de
adulterio "gay", hecho que no por
el cual, perdiera su pedestal dentro de su imperio amoral del mundo
social y decadente; tan s—lo perdi— dinero que era f‡cil de recuperar.
De todas formas, en el transcurso de cinco a–os hab’a logrado hacerse
de un buen capital, ahora Bertolina, su madrecita muy anciana y ajena
al origen de su bonanza, podr’a disfrutar su vejez siendo tratada con
las consideraciones de una reina y gozando de todos los adelantos de la
ciencia moderna que le prolongar’an su merecida longevidad que, por
cierto, bien merecido se lo ten’a.
INDELEBLE

De hoy sŽ
del ma–ana presiento
sufro sue–os de tormento
veo estrellas del m‡s all‡
estoy cielo adentro
habitando la profundidad

Calmo vientos
arrullando tempestades
due–a soy
de la mortandad
me obedece el aire
el sol me somete
Voluntades domino
porque soy quien soy

Poseedora del espacio longevo


transito mundos de eternidad
paseo el Universo
retozando en las nubes
hasta que me sobresaltan
los truenos
y me despierta el rel‡mpago
en medio de tu claridad

LA IGNORANCIA...

Al aceptar Celina la fuerza desconocida, nueva y poderosa que se


manifestaba ocasionalmente a travŽs de sus oscuros ojos (herencia
declarada de su abuela), empujada por el atrevimiento de su ignorancia
no superada, un buen d’a, decidi— cambiar el color a sus ojos negros
por el verde chispeante de los de su antepasada para que as’, sus
espor‡dicos poderes se pusieran de manifiesto con la misma fuerza con
la que los chispeantes ojos de su abuela hicieran tantas maravillas.
Este ingenuo pensamiento la motiv— a usar lentes de contacto de un
color verde jaspeado tan irreal... que chillaba en contrastes y
proporci—n, cambio que, hip—critamente, le alabaron sus pretendientes,
amigos y amantes. Unicamente su leg’timo marido le hizo este fugaz
comentario- "Te veo diferente hoy, tienes algo extra–o, Àte sientes
bien?"-. Para su infortunio, el efecto fue contradictorio a lo esperado
y al cabo de unos meses de total ausencia de sue–os y premoniciones,
reconociendo el garrafal error, se vio forzada a erradicar los lentes y
junto a ellos esa apariencia de gatœbela mestiza que aullaba a falsedad
d‡ndole mas bien un aire con halo de caricatura.

Como al inicio de su aventura estŽtica, el retorno al color original en


sus ojos volvi— a generar un aislado comentario en su marido - "Te veo
bien hoy, Àya te sientes mejor?" -.

A ra’z de su constante e il’cita actividad y ya sin gozar de la


protecci—n de la mujer del ministro Rodolfo Vallesteres fue a parar a
la c‡rcel acusado de mœltiples estafas, tanto a bancos como a personas
particulares que, al igual que al industrial de Costa Morena, le
hicieran entrega de los ahorros de toda la vida a cambio de jugosos
intereses imposibles de pagar. Lo parad—gico y curioso del asunto fue
que, Celina se encarg— personalmente de que as’ sucediera, como
venganza por el abandono junto al desplante que sufriera tiempo atr‡s y
que jam‡s le perdonar’a. Entre sus innumerables amantes estaba ese
compa–ero de universidad que, a diferencia suya, culmin— brillantemente
la carrera especializ‡ndose en derecho penal y consiguiendo, gracias a
Celina, que lo nombraran abogado del banco estatal; a cambio del favor,
Žl le dar’a una participaci—n del 20% de sus honorarios. Una mina de
oro que le abri— los ojos. Aprovechando el momento y para orgullo de
Satan‡s, se dedic— a los "negociados" tipificados como Corrupci—n
dentro del incipiente c—digo penal de las leyes del Pa’s de las
Alturas. La venta de consulados honorarios le report— un gran
patrimonio; vendi— un consulado honorario en Taiw‡n, otro en Jap—n y un
tercero en Europa, cada uno fue negociado por cincuenta mil d—lares y a
ella tan solo le costaron sus buenos oficios y una que otra encamada (a
espaldas de su marido) con los amigos del ministro para que le hicieran
el favor. Muy satisfecha con sus logros pens— que Belcebœ se hab’a
puesto "las pilas" y el trato finalmente comenzaba a funcionar. Ella
estaba en lo suyo.

El hueco de Rodolfo Vallesteres al banco estatal ascend’a a trescientos


mil d—lares que, por el 20% de la comisi—n que recibir’a Celina, Žsta,
no dud— en asociarse con su ex amante el abogado, para que la justicia
tomara preso a Rodolfo, quien, supuestamente del susto, desembuchar’a
el monto adeudado en menos de lo que canta un gallo. Con enga–os,
Celina convoc— la presencia del infortunado que, ni bien puso un piŽ en
las oficinas del banco, fue detenido por cuatro detectives vestidos de
civil y bien armados que lo trasladaron de inmediato a la c‡rcel de
Alcantras, ante la pasiva y triunfante mirada de la negra. Cuando
Macarena fue a rogarle a su buena amiga por la libertad del condenado,
Žsta, imp‡vida e indolente manifest— que el "tema" no era de su
incumbencia, con lo cual, la amistad de ambas qued— rota para siempre.
Lo que los abogados y Celina ignoraban, era que Vallesteres estaba tan
quebrado que no pose’a un solo centavo, lo que implicar’a que cumpla
una condena de por lo menos diez a–os de reclusi—n. Sus negocios con
los narcotraficantes hab’an sufrido impredecibles reveses, al extremo
de haber expuesto a merced del narcotr‡fico (sin querer), la vida de su
esposa y de los hijos engendrados en sus amantes, que estuvieron a
punto de ser eliminados por algœn incumplimiento en los negocios de
ambos. Si Macarena hubiese sabido tantas cosas de su marido, con
seguridad no lo hubiera ayudado a escapar de la c‡rcel y a dejar el
pa’s. Sin embargo, lo hizo por considerar Žsta, la œnica manera de
librarse legalmente de Žl.

Los meses que Vallesteres paso en la c‡rcel de Alcantras le sirvieron


para hacer un exhaustivo an‡lisis de conciencia. De la noche a la ma–
ana lo hab’a perdido todo. De sus incontables amor’os œnicamente dos
mujeres se acordaron de visitarlo, Nelly, la de Valle Bajo (tambiŽn
amiga de su mujer), madre de su primogŽnito y Ana la de Caracas, prima
de la negra Celina y madre de dos de sus tres hijos. El resto... a rey
muerto, rey puesto. A pesar de todo lo ocurrido, Macarena estaba ah’,
incondicional, moviendo cielo y tierra por ayudarlo mientras que Žl se
hac’a consolar con sus amantes en su inc—moda y diminuta celda del
penal. Entre las cosas que recordaba y tal vez de las que se
arrepent’a, estaba aquella aventura en un prost’bulo de mala muerte
durante un viaje a Ciudad Campestre, fue esa prostituta de catorce a–os
que, oliendo a sexo guardado le peg— sus ladillas; lo peor del asunto,
es que quien descubri— a estos inc—modos huŽspedes alojados en sus
partes ’ntimas fue su esposa, haciŽndolo avergonzarse ante la
imposibilidad de evitar seguir siendo el mismo canalla intachable. Para
exterminar ladillas, es imprescindible no solamente afeitarse los
bellos pœbicos y lavarse con desinfectantes tan fuertes que enronchan
la piel, sino extraer los bichos que peor que garrapatas, incuban bajo
la piel, tornando el proceso molesto y doloroso. Por este peque–o
incidente casi pierde a su familia; su esposa lo abandon— dos meses,
tiempo durante el cual se la paso arrodill‡ndose a diario pidiŽndole
perd—n y jurando una fidelidad imposible de profesar, pues le
significar’a lo mismo que un celibato forzado.

Le sobraba tiempo para recordar. Recordaba a sus amantes, le encantaba


deslumbrarlas convid‡ndolas a viajes estupendos y cruceros por el
caribe; les obsequiaba joyas, vestidos caros, inclusive a Nelly, la de
Valle Bajo, (madre de su primogŽnito, con la cual anduvo m‡s de un a–o
y medio) le compr— un peque–o departamento y un bonito auto. Haciendo
un balance, por primera vez se dio cuenta de lo poco que le hab’a dado
a Macarena en comparaci—n a otras mujeres... Áni siquiera una casa
propia! y eso que se trataba de la mujer de su vida, tal vez fue porque
nunca ped’a nada o no quiso darle descendencia, se conformaba con el
fruto de su trabajo y la mensualidad para cubrir los gastos de la casa.
Se consolaba a s’ mismo prometiendo que cambiar’a; en el futuro ser’a
buen padre y mejor esposo pero, lo que Žl no se imaginaba, era que ya
no habr’a futuro, acababa de cerrar con broche de oro la relaci—n con
su familia. Macarena lo ayudar’a a fugarse de la c‡rcel y salir del
pa’s por el solo hecho de tratarse de su marido pero, para ella...
estaba decidido que su matrimonio hab’a concluido indefectiblemente.

Vallesteres pudo soportarlo todo, la quiebra, la c‡rcel, la fuga, la


pŽrdida de amantes y supuestos ’ntimos amigos, vivir en un forzado
exilio y miles de peripecias que tuvo que pasar al iniciar una nueva
vida pr‡cticamente comenzando de cero y sin un centavo. Su tormento y
mayor castigo fueron la pŽrdida de su esposa y la separaci—n de sus
hijos, jam‡s pens— que esto le pudiera suceder a Žl y para sobreponerse
a su desdicha y desventura, comenz— a desvariar, en su locura, unas
veces encontraba a su esposa desnuda a la vuelta de su casa para
arroparla con sus besos y cubrir con caricias su desnudez, otras veces,
culpaba a Macarena de todos sus infortunios, juraba que lo hab’a
estafado adue–‡ndose de su despilfarrada fortuna e insist’a en que ella
era la deudora y deb’a pagarles a sus acreedores. Se desestabiliz—
emocionalmente, elucubr— miles de historias (que se las creer’a hasta
su muerte), incluida la de los hijos que Macarena tuvo con su nuevo
esposo y Žl reclamaba como suyos; historias que lo exoneraban de sus
delitos y errores (muri— totalmente loco, internado en el manicomio de
Ciudad Sol, solo y abandonado pero sin percatarse jam‡s de ello).
Durante el proceso que dar’a lugar su locura, trabaj— arduamente sin
dejar por esto de seguir siendo un canalla. Estaf— a los que pudo con
la excusa de que Žl tambiŽn fue estafado, soport— estoicamente las
crisis emocionales que espor‡dicamente le causaban el exceso en el
consumo de alcohol o de droga. Al cabo de 14 a–os de forzado exilio y
gracias a la prescripci—n de sus deudas pendientes con la justicia del
Pa’s de las Alturas se sinti— apto y decidi— retornar con su incipiente
locura, poco equipaje pero acompa–ado de un importante patrimonio:
enormes deseos de venganza por el "inexplicable" abandono de su esposa
y los hijos que tuvo con otro y que a Žl nunca le quiso dar, deudas que
deb’a hacerse pagar por ella y, m‡s que nada, la necesidad de volver a
sentirse importante, adinerado, respetado y temido; estaba predispuesto
a reconstruir su pasado, no importar’a si el narcotr‡fico o los
negociados y estafas volvieran a formar parte de sus actividades, el
fin justificar’a los medios; aprendi— de sus errores y se prometi— ser
cuidadoso, menos confiado y nada generoso... un perfecto canalla.

La negra Celina no desaprovech— en nada los catorce a–os de exilio de


Vallesteres. Su marido, cansado de tantos cuernos y ya sin ser
ministro, retom— su curul en el Senado y se dedic— por entero a la
pol’tica en la oposici—n. Entre los distintos ajustes que el general
introdujo a su vida estuvieron: el divorcio de Celina y un nuevo y muy
estable matrimonio con una bella y joven extranjera que lo hizo
inmensamente feliz hasta el d’a de muerte, much’simos a–os despuŽs.

Celina tuvo que conformarse y aceptar la inesperada y sorpresiva fuga


de la c‡rcel de Vallesteres que le arrebat— su "comisi—n" del 20%; a
cambio Belcebœ, consol‡ndola, le proporcion— otras muchas utilidades de
los juicios por mora que manten’a el banco estatal con asustados e
indefensos parroquianos que, de la noche a la ma–ana, se encontraron a
merced de las inescrupulosas garras del dœo Celina/abogado. Ella, al
igual que Vallesteres, culpaba a Macarena tanto por la fuga como por el
divorcio o el nuevo matrimonio de su ex marido el general. De haber
continuado siendo la esposa del Ministro, su fortuna personal hubiese
sido considerable pero a su divorcio, le sobrevinieron varios males, la
rescisi—n del contrato del banco estatal con su ex amante (a ra’z de
sus comisiones), la desaparici—n de un sinf’n de pretendientes que la
cortejaban para sacarle algœn provecho o meterla, adem‡s de en sus
camas, en cualquier negocio dudoso pero productivo. Dej— de ser
importante para regresar a lo que siempre fue, con la diferencia de
haber "amasado" una il’cita y peque–a fortuna.

Con su peculado, emulando a Macarena, compr— una agencia de viajes, una


casa, dos departamentos, una vagoneta, algunas joyas y otras pocas
chucher’as que inclu’an un hermoso departamento ubicado en el malec—n
de Miraflores en Ciudad Coste–a. Otra buena parte la gast— en asociarse
con su hermano mayor Miguel Acarrea Acarrea poniendo un sals—dromo en
la que fuera casa del extinto sub oficial; esta œltima inversi—n merced
a un "recordaris" de Satan‡s que insatisfecho por su buen
comportamiento, œltimamente la acosaba a travŽs del esp’ritu de su
difunto padre.

- Satan‡s no est‡ contento contigo hija m’a- dec’a Don. Juan JosŽ, es
poco lo que has hecho hasta ahora, tienes pendientes de cumplimiento
varios puntos de lo acordado, es hora de que te apresures con lo
estipulado o el se–or de las tinieblas otorgar‡ a tus enemigos el poder
d‡ndoles las cosas que te prometi— a ti, no lo enfades, debes cumplir,
no te sometas a tu albedr’o puesto que ya no tienes salida y mientras
m‡s te demores... apresurar‡s tu muerte dejando inconclusa tu venganza.-

Estas advertencias la inquietaban esforz‡ndose por reivindicar su


involuntaria demora. El sals—dromo ser’a un valioso instrumento de
encubrimiento a varias actividades deshonestas que inclu’an: venta de
droga al menudeo (para clientes consumidores), prostituci—n al mayoreo
y consumo de bebidas alcoh—licas totalmente adulteradas; todo esto, con
el desaprobado conocimiento de su hermano el administrador, quien no
pudo evitar que su Celina, reclutara a sus dos hijas j—venes y guapas
para encargarles el entretenimiento de los clientes, logrando con sus
encantos un sustancial incremento en las utilidades y lo que fuese
necesario, con tal que reporte ganancias a la sociedad en comandita.

La idea del sals—dromo le sobrevino a ra’z de innumerables contactos


que adquiri— durante sus incontables viajes al Caribe. No olvidar’a
jam‡s su primera visita a La Habana, al igual que Duvallier en Hait’,
hasta el mismo Fidel confraterniz— con ella llen‡ndola de atenciones
por ser esposa de un importante Senador. Identificada con sus or’genes,
abandon— la aburrida compa–’a de su marido para descubrir el encanto de
la costa Norte de AmŽrica del Sur, justo en el punto en donde se une
con el agua color turquesa del mar Caribe, para cobijarse (durante una
semana de sana estad’a y de meditaci—n), en el anonimato del tranquilo
y poco visitado Puerto la Cruz, ubicado a lo largo de la bah’a de
Pozuelos. DespuŽs de muchos a–os sinti— abrirse los poros de su piel
morena que sedientos, albergaron el roc’o de cada amanecer que cortŽs y
se–orial, se desped’a de las estrellas al iniciar un nuevo d’a en la
tierra. La energ’a que aspiraba en cada alborada la invad’a de bondad y
amor por el universo, la naturaleza toda, se un’a para envolverla con
sus aromas de frescura tropical; a la llegada del atardecer el astro
sol se posaba con lenta delicadeza en el horizonte de su mar de aguas
tibias y cristalinas; era entonces cuando Celina se transportaba
caminando embelesada sobre los colores del arco iris cruzando ese mar
hasta el infinito, para retozar su desnudez sublimando su esp’ritu. En
esa semana de descanso espiritual, purific— el cuerpo y el alma
avivando las escorias de bondad que aœn adormec’an su interior.

Aprovechando la situaci—n y burlando la compa–’a de su esposo (en


reiteradas ocasiones), aprovech— para contactarse, no s—lo con
autoridades de gobierno, sino tambiŽn para intimar con incontables
disidentes pol’ticos, pobres pero ansiosos de libertad y mejoras econ—
micas. Los primeros "arreglos" que hiciera Celina (durante una de sus
visitas a las islas), para evacuar legalmente a un grupo de cuatro
profesionales mŽdicos, fue un trueque de servicios por los grandes
arreglos que le hicieran de todo su f’sico, aprovechando el desarrollo
de la ciencia mŽdica en avanzadas pr‡cticas de cirug’a estŽtica con que
cuenta una de estas islas. No solo le afinaron la nariz ancha que
ten’a, le disminuyeron los p—mulos, le cambiaron la irregular dentadura
y por supuesto... no se descuid— la lipoaspiraci—n de grasas del
abdomen, ni el levantamiento de sus pechos que, gastados por la edad y
los acontecimientos, estaban bastante fuera de su lugar de origen. Lo
œnico que qued— sin soluci—n, tal y como se lo mandara a decir el
demonio, fueron sus enormes pies anchos y sus regordetas manos de dedos
cortos y gruesos. A pesar de aquello, estaba muy satisfecha y presta a
retribuir el trato.

En menos de tres meses, arribaron al pa’s sus amigos galenos,


"legalmente", invitados por cl’nicas tan importantes como inexistentes
que les firmaron contratos indefinidos de trabajo, al poco tiempo y sin
saberse como... resultaron haber nacido en cualquier rinc—n del extenso
Pa’s de las Alturas. Este peque–o "arreglo" dio piŽ a muchos m‡s. Sin
que las autoridades se percaten, el pa’s se llen— de caribe–os que tan
s—lo con pisar nuestra tierra se convert’an en alture–os de nacimiento,
con sus respectivas cŽdulas de identidad vigentes y en orden, aœn sin
dominar el idioma espa–ol. Llegaron mŽdicos mestizos, tŽcnicos medios
mulatos, mœsicos morenos, brujos negros, peluqueros blancos pero
maricas y hasta mozos mandingos que, por supuesto, trabajaban por
precios muy m—dicos en su sals—dromo u otro lugar. Para felicidad de
Matilda la pitonisa, Henry arrib— a la ciudad en las alturas como
espirita avanzado y portador de secretos poderosos de ciencias ocultas
de origen africano que ayudaban a Celina en sus cometidos. Ella,
cobraba por sus nacionalizaciones un precio diferente dependiendo del
f’sico y buena voluntad del parroquiano; por ejemplo, la llegada de
Henry se origin— como retribuci—n a varios "trabajitos" que
exitosamente le realizara, a pesar de haberle anunciado su futuro
inmediato como la amante de un loco desafortunado, que le acarrear’a
tanto el infortunio como el sufrimiento; en cambio, entusiasmada por el
"buen parecido" del mœsico trompetista, no s—lo lo trajo libre de
costo, sino que tambiŽn lo instal— en su estupenda cama King size.
Enamorada del trompetista se convirti— en su manager promoviŽndole su
talento durante los 16 meses de luna de miel que le tom— convertirlo en
famoso; una vez alcanzada la fama, el mœsico agradecido, sustituy— a su
amante y promocionadora por una valluna joven, bella y acaudalada que
lo pidi— en matrimonio durante el frenes’ en uno de sus conciertos en
Valle Bajo. Fue un duro golpe para Celina, realmente se enamor— del
tarambana siete a–os menor que ella, llevaba sangre de negros en las
venas y revest’a un ardiente torrente de pasi—n que desbord— a menudo
haciŽndole el amor; tal vez le recordaba un poco al padre de su hijo,
pero s—lo un poco. Carlota tambiŽn sinti— el abandono del trompetista
que una que otra noche, en un descuido de su madre, incursionaba en su
habitaci—n para acariciar su joven desnudez dej‡ndola exitada y a la
vez maravillada.

Descontenta con este primer resultado que la dej— infeliz y desabrida,


Žsta vez, reclut— para sus amores a un cirujano estŽtico que, aunque
menor que ella, era m‡s serio y daba menos que hacer que su compatriota
anterior. Como intercambio de servicios a su nuevo conviviente, adem‡s
de mantenerlo, le consegui— trabajo y documentaci—n; a cambio... el la
contentaba sexualmente tanto como pod’a. El galeno fue m‡s inteligente
que cualquiera de los amantes que desfilaron por sus aposentos.
Aprovechando la agencia de viajes y las constantes invitaciones a
"viajes de familiarizaci—n" para agentes, Celina accedi— a la
insistente solicitud de su amante, para que le patrocinara la
asistencia a un congreso de cirug’a maxilofacial que tendr’a lugar en
la ciudad Miami. El viaje saldr’a gratis si ella lo enviaba como
empleado suyo. Decidida a premiar la buena conducta y los esfuerzos que
hac’a (como concubino de turno), por satisfacerla sexualmente siempre
que se lo ped’a, lo nacionaliz— de inmediato compr‡ndole un pasaporte
que, munido de su respectivo carnet de identidad, acreditaban su
nacimiento en Puerto Lejano, ciudad de Valle Alto que aquŽl mŽdico no
llegara nunca a conocer. Listos los arreglos y con gran facilidad, se
le tramit— la visa para los Estados Unidos y as’, con documentaci—n en
mano y en orden, una ma–ana muy temprano, embarc— a su amante desde el
Aeropuerto de las alturas, en el vuelo de American Airlines con destino
a la ciudad de Miami, bajo promesa de ir a recogerlo personalmente
dentro de una semana.

Al tercer d’a y sin noticias del amante, preocupada, debi— hacer un


mont—n de llamadas a diferentes hoteles hasta enterarse de que el tal
"congreso de cirug’a maxilofacial" nunca se realiz— y que al galeno se
lo trag— la tierra en cuanto puso piŽ en suelo americano. Jam‡s volvi—
a saberse de Žl. Pero no por estos peque–os y desagradables detalles
claudicar’a en las legalizaciones de sus importaciones ciudadanas; el
negocio estaba montado y le reportaba buenas utilidades que ella
derrochaba sin poderse contener.

Para promocionar su sals—dromo y la banda de sus mœsicos caribe–os, una


vez m‡s, desempolv— su kardex de hojas amarillentas y envejecidas para
recuperar las direcciones de uno que otro cliente que aœn sobreviv’a.
Una vez localizados, sus viejos y leales amigos no tardaron en hacer
acto de presencia pas‡ndole la "voz" a uno que otro conocido y
confidente. El asunto es que al cabo de un par de meses, como anta–o,
el negocio marchaba a las mil maravillas. Sus dos sobrinas asimilaron
de inmediato los consejos y ense–anzas de su querida t’a y, al cabo de
unos meses, eran amantes, la una de un juez cincuent—n, retaco y calvo
(pero lleno de dinero y ganas de gastarlo) y la mayor, de un
diplom‡tico argentino, buen mozo, bordeando los sesenta que perdiendo
la cabeza y cordura deshizo un matrimonio de 35 a–os para casarse con
ella, llev‡ndosela como a su leg’tima esposa a vivir en Europa. La otra
sobrina no tuvo tanta suerte, pues al enterarse la mujer del juez de
las andanzas y amor’os del carcamal de su marido, se present— en el
sals—dromo organizando un terrible despelote, agredi— a los
parroquianos que quisieron detenerla y le sac— la infundia a la
espantada sobrina rompiŽndole la nariz y vol‡ndole los dos dientes
delanteros de un violento paragŸaso. Ni el propio juez pudo impedir el
esc‡ndalo que propici— su mujer, muerto del susto y a rastras, logr—
alcanzar la salida posterior desapareciendo muy de prisa, abandonando
terminantemente el lugar de los hechos antes de la oportuna llegada del
carro patrulla, que cargo con justos y pecadores hasta la comisar’a m‡s
cercana.

Asesorada por Celina, la sobrina adem‡s de las -"mil disculpas por el


tremendo incidente", recibi— por parte del juez una buena suma como
indemnizaci—n, aparte del pago de los servicios mŽdicos y dentales que
la dejaron mucho mejor que antes, lista para enganchar a cualquier otro
individuo rico e importante. As’ fue en efecto, una noche resbal— por
el boliche (de mera casualidad) un suizo viudo, tan viejo como
millonario que qued— flechado y estupefacto ante las buenas piernas y
enormes senos de la sobrina; sin importarle mucho el "que dir‡n", esa
misma noche la invit— para que se mudara a su elegante residencia del
Vergel a convivir indefinidamente con Žl, sin otro compromiso que el de
darle gusto en todo mientras Dios lo mantuviera con vida (ten’a 72 a–
os), logrando as’, que la sobrina cuidara de Žl como si se tratara de
un fr‡gil cristal o fin’sima porcelana, matrimonio... jam‡s. Joyas,
pieles, viajes, departamento y mercedes Benz, estaban incluidos.

Pronto el sals—dromo se convirti— en un lugar "de levante" frecuentado


por la clase media baja de la ciudad, en su mayor’a hombres maduros en
busca de aventureras j—venes o de mujeres mayorcitas dispuestas a
saciar sus reprimidos apetitos sexuales con la ayuda de los extranjeros
que estaban en gran demanda para esos menesteres. Los esc‡ndalos y
grandes borracheras estaban a la orden del d’a haciendo famoso al sals—
dromo desde que puso como ayudante de su hermano mayor a su otro
hermano mayor, aquŽl sinvergŸenza que aœn a sus cuarenta a–os segu’a
sin oficio ni beneficio viviendo al amparo y protecci—n del dinero de
su hermana menor. Este maleantillo hac’a de todo por dinero, desde
introducir de contrabando tractores y maquinaria pesada para grandes
empresarios tan corruptos como Žl, hasta "fabricar" todo tipo de p—
lizas fraudulentas, tan bien hechas que ni siquiera una de las
prefecturas de Valle Bajo, pudo percatarse del enga–o cuando, de buena
fe, compr— de una "empresa acreditada" un tractor internado con p—lizas
fraguadas. Por supuesto que tambiŽn era el autor material de la
falsificaci—n de carnets y pasaportes para los inmigrantes ilegales.
Ten’a como parte de sus actividades y bajo el auspicio econ—mico de su
hermana, la venta de coca’na al menudeo en el sals—dromo. Adem‡s de
consumidor, era conocido como ("pusher") distribuidor bajo el alias de
"Cucaracho", se dec’a que su mercanc’a era de primera y sus contactos
tambiŽn. Era f‡cil localizarlo y con su busca personas, la atenci—n era
ininterrumpida las 24 horas. Por supuesto que Cucaracho estaba siempre
rodeado de clientes sin recursos que se convert’an en prostitutas,
maricas o "mensajeros" a fin de obtener como caridad su dosis diaria de
droga. Elenita era parte de estos ac—litos, no por falta de dinero,
sino por exceso de corrupci—n y ganas insaciables de prostituirse; en
cambio el pobre de Rogelio Miri–equez alias El Til’n, fue reclutado por
Cucaracho durante un recorrido por barrios marginales de la ciudad.

El Til’n tuvo, a la vez, la ventura y desventura de conocer a


Cucaracho. Desde su infancia vivi— en las calles a merced de las
inclemencias de la humanidad y el tiempo, comi— de basureros, se cobij—
dentro de abandonadas tumbas en los cementerios, vivi— temporadas
largas y cortas en diferentes albergues, fue violado por polic’as y
golpeado por sus compa–eros, cuando motivados por el hambre o la falta
de droga se desahogaban con Žl aprovechando su delgadez y desnutrici—n.
El depender de Cucaracho le significaba un plato de comida seguro, ropa
limpia y una cama decente en una boardilla de un suburbio despoblado de
maleantes, era m‡s de lo que pod’a aspirar alguien de su cala–a y
condici—n. El saber leer y escribir favorecieron siempre al Til’n cuyo
apodo ven’a por la debilidad y vicio que sent’a por los juegos
mec‡nicos apodados tilines. Aunque calculaba que tendr’a casi dieciocho
a–os, hab’a perdido varios dientes en peleas desventajosas o por mala
alimentaci—n y conservar’a indefinidamente las cicatrices del rostro,
los brazos y piernas causadas en su af‡n de sobrevivir. Cucaracho
siempre fue bueno con Žl, tan s—lo deb’a entregar los sobrecitos de
coca’na fraccionada a determinados clientes que hac’an sus pedidos
telef—nicos las veinticuatro horas. DespuŽs de dos a–os de arduo
trabajo, El Til’n hab’a ahorrado tres mil cuatrocientos treinta y siete
d—lares, entre propinas y "cachueleos", pesaba cinco kilos m‡s, ten’a
todos sus dientes y vest’a con modestia. A pesar de sus tristes
or’genes callejeros, el Til’n ten’a m‡s de bueno que de malo. Seguro de
la oportunidad que le dar’a el destino decidi— que, llegado el momento
propicio, abandonar’a todo negocio de la vida il’cita.
Entre los inmigrantes indocumentados se hallaba el negro Marcel
Mathieux y su hija Jolie Mathieux de 14 a–os, ambos oriundos de Port au
Prince (Haiti) quienes formaban parte del personal de servicio del sals
—dromo, ademas de vivir all’ en calidad de cuidadores. Marcel era
estibador en el puerto de su ciudad natal, ten’a cuatro hijas mujeres y
tres varones que tambiŽn lo acompa–aban en el muelle, el mayor era un
buen pescador y quien m‡s apoyo econ—mico aportaba a sus paupŽrrimas
vidas. A la muerte de su mujer producto de una mal curada tuberculosis,
la situaci—n lejos de mejorar empeor—, no ten’a dinero suficiente ni
para pagar las cuotas mensuales por el sepelio de su esposa, poco
despuŽs, su hija mayor consigui— un puesto de cocinera en casa de unos
gringos que se la llevaron a los dos a–os, nunca supo de su existencia.
La segunda de sus hijas se "concubin—" con un buen hombre algo menos
pobre y con mas suerte que la suya; la tercera de sus hijas (la m‡s
bella), fue engatusada por un Caficcio que la puso de prostituta barata
en un lenocinio de los muelles. Su hijo mayor desapareci— en la
inmensidad del ocŽano una tarde de tormenta, el segundo se meti— a la
guerrilla y se intern— selva adentro, el tercero consigui— un puesto de
mesero en un restaurante para turistas y fue rescatado de la miseria
por una turista australiana que se lo llev— con ella a su pa’s. En
menos de tres a–os Marcel se qued— tan s—lo con la peque–a Jolie, cuya
belleza era un regalo a la vista de propios y extra–os; su carita
angelical pose’a todas las cualidades, sus enormes ojos azabache eran
dos bolas de pulido y brillante —nix y sus labios gruesos y bien
delineados ten’an el toque del coral. El complemento a su gracia era
sin duda la sonrisa que, amplia y fresca, avistaba un cofre de perlas
blancas y regulares a las que semejaban sus perfectos dientes; sin
lugar a dudas los a–os venideros le traer’an de regalo la belleza de su
cuerpo que perfilaba una completa simetr’a.

Para olvidar tristezas y perder la conciencia, Marcel pasaba largas


horas sentado en el muelle con una botella de ron por compa–’a; Sin
embargo, algo era distinto aquel atardecer de una gŽlida y misteriosa
humedad; mirando en lontananza, m‡s all‡ del m‡s all‡, una enorme ola
se levant— encrespada empap‡ndolo por fuera y moj‡ndolo por dentro. No
sinti— ni fr’o ni calor, ni siquiera hab’a vestigios del l’quido
elemento en su entorno, tan solo aquella voz que consoladora lo
invitaba a partir, le auguraba ventura y le se–alaba el Continente
Americano. El mensaje fue corto pero conciso, en un abrir y cerrar de
ojos todo estaba ausente, excepto Žl y su inseparable botella de ron.

Impresionado hasta los huesos por aquella visi—n extra–a, Marcel


encamin— sus pasos hacia su destartalada vivienda con paredes
fabricadas de viejos cajones y techo de jatata, ubicada muy cerca de
all’; al llegar, no pudo menos que compartir con Jolie su "visi—n" y el
mensaje que, de seguro, le fue enviado por su hijo desde las
profundidades del mar. La preciosidad que ten’a por hija, totalmente
incrŽdula y compasiva, le regal— la mejor de sus sonrisas, lo arrob— en
su peque–o regazo y le dio de cenar, pensando que el diario consumo de
ron terminar’a por enloquecer a su padre, al igual que lo hizo con su
amigo Francoise que ahora anda por el muelle enloquecido tratando de
escapar de sus pesadillas y diablos azules. Como todo amanecer, Marcel
sali— presuroso en direcci—n al muelle, a la espera de estibar en algœn
buque que necesitara mano de obra. Entonces lo vio, era un barco
enorme, el primero que viera en su vida de ese tama–o y belleza, la
aparici—n repentina de esta deidad de los mares caus— ingentes
especulaciones entre los marineros y trabajadores del puerto, Marcel
sigui— hipnotizado y no atinaba ni a balbucear hasta que alguien (nunca
se acord— quien), le toc— el hombro y susurr‡ndole al o’do le pregunt—
si no estar’a interesado en trabajar para ese buque que se dedicaba a
promover el turismo con cruceros por el Caribe. Sin siquiera voltear la
cabeza asinti— incrŽdulo, el hombre de mediana estatura y que vest’a
con gran elegancia le hizo firmar un contrato que lo acreditaba como
parte del personal de servicio; el buque partir’a en una hora y Žl
deb’a estar all’ para entonces. Le crecieron alas a sus pies pues en
contados minutos estaba haciendo su ligero equipaje y el morral con las
pocas y ra’das pertenencias de Jolie. Antes de la hora indicada, Marcel
Mathieux estaba a bordo de aquella belleza llamada "POSEIDON".

Durante tres meses estuvo de asistente de cocina, mientras Jolie se


encargaba de entretener a peque–os pasajeros que oscilaban entre tres y
ocho a–os de edad. Al cabo de tres meses y durante una de las
traves’as, inesperadamente, el "Barman" (cantinero) de la wiskeria de
cubierta cayo gravemente enfermo y tuvo que ser evacuado a un hospital
cercano; ante este impase, Marcel fue nombrado Barman interino pero,
como el trabajo no le era desconocido, a las dos semanas fue
posesionado en definitiva. Hasta all’ todo iba bien, Marcel y Jolie
ten’an ahorrados m‡s de cinco mil d—lares, con los cuales pensaban
abrir un negocio de artesan’a para los turistas, ya sea en Hait’ u otro
pa’s. Fue entonces que tuvo la desgracia de conocer a Celina, era
pasajera de primera clase del Poseid—n y estaba acompa–ada por un
caballero que nunca supo quien era ni en que momento desapareci—.
Celina le inici— una grata charla mientras era atendida en el bar por
Marcel. DespuŽs de varios encuentros, y volteando la espalda a su
destino, Marcel decidi— aceptar la proposici—n de Celina que, por cinco
mil d—lares le ofrec’a el para’so hecho realidad, un trabajo de
cantinero en su sals—dromo, otro trabajo de lavaplatos para Jolie all’
mismo, adem‡s de casa, comida y por supuesto un sueldo que, sin contar
con las propinas le ser’a suficiente para ahorrar, no tendr’a ningœn
gasto y podr’a aplicar a la ciudadan’a en Pa’s de las Alturas tan
pronto hubiera ahorrado otros cinco mil d—lares (cosa que le tomar’a
muchos a–os y que Celina se abstuvo de informar). Fue as’ como Marcel y
Jolie Mathieux llegaron a ser parte del sals—dromo.

Til’n estaba enamorado hasta el tuŽtano de Jolie, sent’a un terrible


cosquilleo en la espalda y el cuello cada que ella estaba cerca. Le
transpiraba la mano izquierda cuando Jolie lo envolv’a con su sonrisa o
lo miraba traspasando el total de su anatom’a. Jolie estaba prendada de
la bondad de Til’n, gracias a su tiempo y dedicaci—n aprendi—
r‡pidamente el espa–ol; en su grata compa–’a camin— calles y visit—
iglesias; los d’as de descanso Til’n se esmeraba por hacerla feliz, la
invitaba al cinema, le convidaba un helado, la llevaba a los parques y
compart’an las ferias. El amor floreci— en ambos por igual.
Un d’a inesperado, se rompi— el encanto para dar paso a la tragedia. La
belleza de Jolie, que ahora contaba los 16, fue puesta en descubierto
para un grupo de parroquianos quienes pasados de copas, avistaron su
hermosura y perfecta simetr’a morena, mientras que ella, ajena a su
desdicha, no cesaba de lavar vasos y secar platos en el interior de la
cocina. Enterados de que se trataba de la hija del cantinero, lo
abordaron para proponerle que les alegre la noche en el lecho de su
cama; Marcel muy educado, les inform— que su hija era virgen y estaba
comprometida; el mayor de los parroquianos, cliente frecuente y
bastante entrado en copas, propuso a los diez caballeros de su mesa que
cada uno aporte cien d—lares y que los mil d—lares ser’an un precio
justo para pagar la virginidad de Jolie, ante tal suma de dinero,
Marcel abri— las puertas a sus demonios, dio paso a la angurria y pens—
que con ese dinero terminar’a de juntar lo que les hacia falta para
obtener sus papeles de ciudadan’a, total, no ser’a cuesti—n de mucho
rato y ya era tiempo de que Jolie se hiciera mujer. Aceptado el trato,
Jolie fue llamada por su padre y entregada al parroquiano, quien, a
rastras, la introdujo en sus aposentos. Los gritos y llantos de la
peque–a tan s—lo exitaban m‡s a los nueve clientes restantes que en
fila esperaban su turno, cuando Marcel reaccion—, comenz— a discutirles
diciendo que el precio era por la virginidad de su hija y que no
inclu’a ningœn otro servicio, all’ fue cuando todo se sali— de control
y comenzaron las discusiones y agresiones de unos contra otros. Jolie
fue salvajemente golpeada por tratar de salvar su honra; el culpable,
fuera de s’, no se conform— con arrebatar la pureza y belleza de la ni–
a, la posesi—n fue brutal dej‡ndola inconsciente, permitiendo a su
agresor disfrutar varias veces de la hermosura de su castidad. En ese
preciso instante, irrumpi— en escena Til’n, quien fuera de s’ y munido
de una botella, golpe— con ella la nuca del violador para dejarlo
inconsciente, rescatando lo que quedaba de la fragilidad de su amada.
Al salir con Jolie en brazos, vio a Marcel ensangrentado y agonizante a
los pies de la barra, se acerc— para escuchar los susurros de
arrepentimiento y recibirle el pago por el vejamen de su peque–a,
rog‡ndole que la cuide y la lleve muy lejos de all’, le dijo que ten’an
otros cientos de d—lares ocultos dentro de su colch—n y que con todo
ese maldito dinero, procuraran hacer una nueva vida juntos.

Tan pronto hubo retirado el dinero como lo pidi— Marcel, Rogelio Miri–
equez sali— por la puerta trasera, escuchando las sirenas de las
patrullas que, a pedido del vecindario, acababan de llegar. Til’n
rescat— a Jolie y, aœn inconsciente, la llev— al albergue de las
monjitas de la caridad para que la auxiliaran, mientras se debat’a por
ganarle la moral a su conciencia recorriendo lentamente la distancia
entre dos puntos y salvar su vida. Til’n fue en busca de la venganza,
nuevamente en sus calles, reclut— a viejos amigos y enemigos, les
ofreci— cien pesos y los llev— hasta la puerta de casa del agresor,
all’ hicieron guardia d’a y noche intercept‡ndolo una madrugada al
salir de su movilidad. De inmediato, los diez mozuelos (polillas) se le
echaron encima, lo maniataron, lo subieron a su mismo carro y
desaparecieron con Žl. Al d’a siguiente la polic’a anunci— haber
encontrado en un basural, el cad‡ver de un hombre cuya identidad aœn se
desconoc’a, brutalmente torturado, violado y asesinado. Parece que con
Žsta noticia, Jolie pudo vencerle a la muerte para comenzar una vida
nueva, protegida por el grandioso amor de su flamante esposo Rogelio
Miri–equez. Ambos partieron de all’ para iniciar su nueva vida, en paz
con Dios y alejados del demonio. Se sabe que fueron muy felices y
vivieron eternamente.
VICIO...
arena fr’a
de blancura impura
me penetras los sentidos
inundando
caudales
de ef’mera cordura

Quieta
permaneces pl‡cida
hasta que abrupta
te desvaneces
y partes tr‡nsfuga
dej‡ndome en la
intranquilidad que mata
y el desasosiego me aturde

al notar tu ausencia
mi piel se seca
se me dislocan los sentidos
y el ansia por aspirarte
es mucha y tan fuerte
que no me importa
perderlo todo
tan s—lo por volver a ti
a recuperar el placer
de so–ar y tenerte

EL VICIO...

Celina, Ingebor y Elenita se convirtieron en ’ntimas e inseparables


amigas, compartiendo droga, amantes, sexo, farra y corrupci—n. Todo era
insuficiente para saciarlas. Elenita era bastante menor que Celina
pero como resultado de su disipada vida, ten’a la piel seca y llena de
profundos surcos en las comisuras y abundantes patas de gallo en las
sienes, (dif’ciles de hacer desaparecer aœn con el milagro de la
cirug’a estŽtica). Sus fosas nasales estaban demasiado anchas y
constantemente irritadas, surcadas por peque–as venitas perceptibles a
simple vista como resultado de las placas de platino que reemplazaban
su tabique nasal. Su cabellera larga y rubia estaba seca y opaca, semi
muerta, la expresi—n de sus ojos claros eran de infinita tristeza y
gran desasosiego que, acompa–ados de la constante dilataci—n de sus
pupilas, le produjeron una irreversible vejez prematura aparentando 55
a–os por lo menos. A pesar de ello, aœn conservaba su buen cuerpo que
en otros tiempos le valiera el t’tulo de reina del CafŽ y de se–orita
amistad pero que ahora, con gran esfuerzo, s—lo le serv’a para
conquistar a algœn parroquiano pasado en copas que ve’a m‡s su cuerpo
que todo lo dem‡s. Ya no eran los tiempos de antes, su Žpoca de oro pas
— de prisa, se le termin— su "sharm" y aquel "sexappeal" que enloquec’a
a los hombres haciendo que varios de sus pretendientes perdieran la
cabeza. Uno de ellos, sin poder sobreponerse a su abandono, decidi— dar
fin a su existencia arroj‡ndose por el puente de las Alturias una noche
loca y de muchas copas.

Ingeborn en cambio, era un par de a–os mayor y de origen saj—n, sus


padres jud’os inmigrantes y sobrevivientes del holocausto de la segunda
guerra mundial fueron, anta–o, due–os de varias minas de bauxita en la
localidad de Oro Verde pero, ni bien dejaron de existir en un tr‡gico
accidente aŽreo, sus tres hermanos y ella dilapidaron la fortuna hasta
quedarse en la calle. La belleza de Ingeborn se manten’a intacta a
pesar de los a–os y gracias a un par de arreglos. Su pasatiempo sexual
era realizar sus fantas’as vistiŽndose de odalisca para bailar desnuda
la danza del vientre o cabalgar frenŽtica encima de su pareja mientras
hac’an el amor, todo este ritual bajo efectos de anfetaminas o unos
buenos "jales". Sus pretendientes (en un comienzo innumerables), casi
siempre despuŽs de copular, eran perseguidos por los hermanos quienes
mor’an de celos al tener que compartir el amor y sexo que le profesaban
a su hermana. Esta inaceptable situaci—n obligaba a Ingeborn a tener
sexo de ocultas, sin prescindir de pr‡cticas que con frecuencia y muy
contenta, retribu’a a sus tres hermanos. Nadie, excepto el demonio,
supo a donde fue a parar este cuarteto incestuoso que se esfum— de la
noche a la ma–ana.

El tiempo no perdona, asustada y temerosa Celina contemplaba su


envejecimiento cotidiano pues en algunas semanas cumplir’a medio siglo
de vida y Žsto no hac’a m‡s que conturbarla.

Como propietaria de una agencia de viajes, recorri— todo el mundo sin


m‡s erogaciones que unos pocos centavos; los viajes fueron siempre con
servicios de primera, hoteles cinco estrellas con paseos y alimentaci—n
incluidos... en fin, como acordado, ella disfrutaba de todo: amantes
con quienes viv’a por per’odos no mayores a seis meses a vista y
paciencia de sus hijos adolescentes y de su madre anciana, pero
ingenuamente "alcahueta". Nieves estaba m‡s ida que nunca, ya ni se
acordaba de la edad que ten’a y confund’a a sus nietos con sus hijos y
a los amantes de su hija con su inolvidado pr’ncipe pero, por lo menos,
su arbusto de flores hab’a vuelto a reto–ar reverdeciendo sus ma–anas
con entregas de inagotables y bellas margaritas que ella contemplaba
candorosa bajo el sol de cada ma–ana. Hac’a ya m‡s de cinco a–os que
Celina transplant— el arbusto a su jard’n, justo el mismo d’a en que
trajo a su madre a vivir con ella, a fin de disponer de la casa de sus
padres para abrir su sals—dromo y para que su madre siga al cuidado de
sus hijos, a cargo del desorden que siempre imperaba en su casa. A
estas alturas y despuŽs de tantos a–os, sus hijos mayores de edad
hac’an con su abuela lo que les ven’a en gana, Carlota era ociosa
adem‡s de mal geniada, ten’a 26 a–os, un hijo bastardo y segu’a
cursando el cuarto semestre de derecho sin poder graduarse de la
universidad, convertida en la eterna estudiante alternando la estad’a
de su amante de turno con el de su madre. Su hermano andaba en lo
mismo, expulsado de colegios y universidades no tuvo otra alternativa
que aceptar un trabajo en una linea aŽrea (gracias amistades de su
madre). Consciente de que no le gustaba estudiar escogi— una salida
honrosa y f‡cil; por lo menos algo de decencia le quedaba a Žl.

Como era de suponerse, Elenita pernoctaba en su casa con frecuencia, en


el ’nterin de un amante con otro. En un principio esta relaci—n era
œnicamente amistosa y muy divertida. Celina no recuerda cuando comenz—
todo, o cual fue la primera vez en la que permiti— que Elenita le
hiciera el amor, tal vez fuera despuŽs de aquella noche en que ambas
(pasadas de copas), hicieron un recuento del nœmero de sus amantes,
cuando sobrepasaron el ciento estuvieron de acuerdo en que ya eran
suficientes de ser nombrados cambiando el tema de la conversaci—n. Para
cuando acord—... el comportamiento sexual de ambas era cosa habitual,
lo aceptaba porque s’, en cambio esta vez, Elenita, exponiendo su
marcada tendencia bisexual, se involucr— emocionalmente enamor‡ndose
perdidamente de su amiga ’ntima; se desviv’a en atenciones, la llenaba
de caricias que despertaban ardientes pasiones o que terminaban
bordeando las fronteras del asco. Otras veces le acariciaba el cuerpo
desnudo prodig‡ndole largos masajes logrando as’ exitarla; entonces,
consintiendo en el sexo incursionaba juguetona en su intimidad para
derramar el contenido de sus perturbaciones forz‡ndola a retribuir su
satisfacci—n.

Aunque Celina disfrutaba espor‡dicamente de estas actitudes, siempre


preferir’a al sexo opuesto, le agradaba sentir la virilidad de su
amante entre sus muslos crispados de ansiedad, gozaba la total posesi—
n, siguiendo ese ritual de movimientos sensuales que culminaban d‡ndole
placer absoluto. Esto formaba parte de su herencia ancestral, un legado
de sabidur’a que le permit’a desnudar a sus personajes para
conturbarlos. Quiz‡s nunca tuvo el ardor o la calentura de su madre
pero de seguro que le encantaba fornicar.
PLACER...

Me places
cuando
exacerbas mis sentidos
y penetras mi interior
para ramificar en mi
tu cuerpo
dentro de un todo
redimidor

Te plazco
cuando al recibirte
me otorgo,
cobijo tu piel
en mi vientre
fundiendo tus r’os
con el caudal
de mi simiente

Propiciamos entonces
en conjunto
la uni—n
del torbellino
de un renacer apacible
por almas perturbadas de deseo
alcanzando el goce mœtuo
y la inmortalidad de sus sue–os

EL PLACER...

La importante y trascendental celebraci—n de su medio siglo de


existencia coincidi— con el reencuentro con Rodolfo Vallesteres.
Mientras ella festejaba en el sals—dromo sus 50 a–os de buena vida, Žl
festejaba su retorno definitivo al Pa’s de las Alturas. Ella acababa de
regresar del Caribe en donde le volvieron a moldear en un todo sus
diferentes partes refrescando su moreno atractivo, cosa de que, aunque
celebrara los cincuenta pareciera de cuarenta a–os. El regresaba del
Pa’s del Sur despuŽs de catorce largos a–os de solitaria subsistencia y
de ind—mitas luchas internas entre el bien y el mal. Ambos decidieron
aunar motivos y celebraciones que despuŽs de varias horas de conjunta
"salsa", muchos tragos y unos buenos "jales", terminaron compartiendo
el mismo lecho King size, ante la mirada imp‡vida de los hijos de
Celina y la curiosidad de Nieves quien no pod’a acordarse donde vio
antes esa cara de canalla del nuevo amante de su hija. En la intimidad
de la alcoba sobrevinieron perdones y arrepentimientos de ambos lados
por actitudes del pasado, concluyendo en que, si el destino los junt—
nuevamente, era para empezar una vida como pareja. Segu’an siendo tal
para cual, el uno para el otro, por lo que por vez primera, Celina
experiment— una entrega sin l’mites ni fronteras, Rodolfo la am— a
plenitud haciendo que su excŽntrico comportamiento sea aceptado como
natural y su incipiente locura pase como conducta proba y natural. El
embadurnar con aceite de oliva la amplia desnudez del cuerpo moreno de
su pareja, para de inmediato y al un’sono estremecerse crispados de
gozo saboreando un inveros’mil Žxtasis, fueron la causa y motivo para
que, sin pensarlo dos veces, Vallesteres trajera su equipaje y se
instale para vivir definitivamente en ese conventillo, cohabitado por
los dos hijos, el amante de turno de Carlota, el nieto bastardo, la
madre senil, la empleada con su hija, los dos perros y ahora... Rodolfo
Vallesteres alias "el loco". A partir de esa noche de redenciones,
Celina experiment— aquella calentura y ardor de los que tanto disfrut—
su madre y, por primera vez en su batallar de placeres y gozos, supo
que juntos, recorrer’an sus interminables carreteras de esperanzas,
atravesar’an las grandes avenidas de optimismo, salvando los obst‡culos
de las callejuelas que edificar’an sus vidas de amantes y a partir de
ese entonces, ella acept— ser la amante de un loco.

Como anta–o, Vallesteres retom— sus torcidos negocios involucrando a


Celina y a su patrimonio o viceversa; hablaba de negocios millonarios
que obviamente dejaban entrever que no eran cristalinos. Celina no se
cambiaba por nadie, era dichosa; por primera y œnica vez en muchos a–os
ten’a una pareja de la crema y nata de la sociedad de Ciudad de las
Alturas, el ex marido de Macarena, le tomo m‡s de 25 a–os pero por
fin... era suyo y har’a lo que fuera para no perderlo. Como primera
medida le entreg— doscientos mil d—lares que ten’a ahorrados en un dep—
sito a plazo fijo (producto de sus nacionalizaciones), para completar
lo que necesitaba para reflotar las negociaciones de su empresa
mar’tima de carga. Nadie sab’a bien c—mo Rodolfo hab’a adquirido un
buque de carga carente de nacionalidad, tampoco se sab’a a ciencia
cierta las condiciones y autoridades con las que ven’a "negociando" el
permiso y la libertad del buque durante los dos œltimos a–os; lo que s’
sabia Celina era que tanto cambio de autoridades ven’a postergando el
negocio y comiŽndose el patrimonio de ambos, que se evaporaba entre
comisi—n al uno y comisi—n al otro. No importaba, a pesar de la recesi—
n que azotaba implacable la econom’a del pa’s, Celina cre’a tener el
suficiente dinero para ambos, adem‡s, su ex marido el general, jam‡s
dejaba de pasarle la mensualidad de cuatro mil d—lares americanos para
su manutenci—n, la de sus hijos, su nieto, su madre y sus amantes.

Elenita estaba abatida; desde la llegada de Vallesteres a la vida de


Celina, la hab’a perdido como amante, ni siquiera su nueva sociedad
gourmet la consolaba; si bien segu’a en continuo contacto con ella,
visit‡ndola en su restaurante e invit‡ndola a cenas y bacanales en su
casa... de sexo e intimidad ya no quedaba nada entre las dos. La gota
que rebals— el vaso fue el comportamiento amoroso de Celina durante la
fiesta sorpresa que le diera a Vallesteres por su cumplea–os. Como
cumpl’a medio siglo de vida, organiz— algo espectacular en su honor y
sin escatimar gastos, contrat— la cena del restaurante de Elenita,
trajo las mejores amplificaciones y los mariachis de moda, invit— a
viejos y nuevos amigos de ambos, abundaron el whisky importado y el
champan francŽs, estuvo la banda del sals—dromo y Cucaracho reparti—
"jales" de cortes’a. Áƒxito total!, Rodolfo estaba gratamente
complacido; la primera persona que le ofreci— una fiesta sorpresa
(aunque no de esas magnitudes ni con esos comensales, prontuariados en
su mayor’a), fue su ex esposa Macarena hac’an m‡s de veintisŽis a–os.

Celina ten’a ojos œnicamente para Rodolfo, lo contemplaba am‡ndolo con


inusitada lealtad. En cambio, Elenita se sent’a desdichada como nunca.
Sin poderse contener y bajo efectos del alcohol, sazonado con los
"jales" (cortes’a de Cucaracho), arm— el espect‡culo de su vida,
acompa–ado de un inusual e ins—lito berrinche de celos. Muy molesta por
el esc‡ndalo que puso en evidencia un aspecto de su vida privada y
temiendo disgustar a Vallesteres arruin‡ndole su fiesta, la due–a de
casa, sin poder disimular su enojo, increp— a su amiga expuls‡ndola sin
remilgos ni consideraci—nes. En el estado depresivo en que se
encontraba, Elenita enrumb— al sals—dromo, bebi— hasta vomitar y como
aœn as’, no lograba la inconsciencia, ingiri— alucin—genos que la
hicieron sentirse tan ligera como un ave, con deseos irreprimibles de
volar en libertad as’ es que, subiendo a su departamento ubicado en un
sexto piso, abri— la ventana de la sala de par en par y se lanz— al
vaci— cual experimentada paloma, logrando tan s—lo estrellarse contra
el pavimento para morir (instant‡neamente), reventada, esparciendo sus
sesos y parte de sus entra–as en la avenida principal; para benepl‡cito
de Satan‡s que ya se hallaba inquieto por la demora. Al cabo de tres
horas y justo cuando amanec’a, Celina Mar’a Reaves Acarrea fue
informada del tr‡gico y triste deceso que dio por terminada la fiesta
cerrando la apote—sica farra con broche de oro, para ir a un velorio
con su funeral.

Celina agradeci— al esp’ritu de su difunto padre por haberle quitado de


encima ese engorroso episodio de su lesbianidad, es mas, apenas si pudo
disimular su expresi—n de contento durante la misa de cuerpo presente
mientras se imaginaba la llegada de Elenita a los predios de Sat‡n,
seguro que organizar’a un "quilombo" digno de un infierno en fin... ya
se reencontrar’an cuando ella llegase por all‡. Para llenar ese vaci—
que dejaba Elenita, Celina incorpor— a Edelmira como amiga sustituta.

Edelmira, tambiŽn apodada Bubulina, se integr— al dœo m‡s que de prisa,


entrometiŽndose hasta crear ataduras de reciprocidad en esa nueva pero
incondicional amistad. Al igual que la mestiza, proven’a del anonimato
social de algœn pueblo olvidado al oriente de Valle Bajo, o sea...
ven’a de la nada. Como premio a su perseverancia y falacia, lograba
mantener su concubinato a pesar de la mala situaci—n econ—mica que ya
era parte estable de su vida. Del mismo modo que Celina, ella jam‡s
abandonar’a a su pareja pese a la adversidad de las circunstancias que
siempre la asediaban. No pensaba prescindir del estatus que le
proporcionaba ser la concubina "reconocida y aceptada oficialmente"
tanto por parientes como por la sociedad, ya que su conviviente, lo
œnico que aportaba era su abundante alcurnia y relaciones sociales que
enmendaban la total ausencia de patrimonio, por lo que la parte econ—
mica reca’a por entero como responsabilidad œnica y exclusiva de
Bubulina quien, despuŽs de siete a–os de vida en comœn, ya hab’a
mermado casi por completo su herencia de ganado y tierras que pignor—
para pagar deudas del "marido", gastos de supervivencia y vicios tanto
propios como ajenos.

Este dŽficit econ—mico en la vida de hogar de Edelmira ser’a ahora


cubierto mensualmente por su amiga Celina, con generosos prŽstamos de
dinero a fondo perdido; a cambio, Bubulina se preocupar’a en relacionar
a la pareja Reaves-Vallesteres con las importantes amistades de su
distinguido marido y las suyas propias, organizando cuanto evento fuera
necesario para tal fin. Por supuesto que los gastos que demandaba la
vida social de las dos parejas eran cubiertos enteramente por los
Reaves-Vallesteres sin escatimar un centavo por considerarlos como
"gastos de inversi—n". Este trueque de favores llegar’a a su fin en un
par de a–os, tan pronto las donaciones econ—micas se suspendieran por
agot‡rseles el patrimonio a los Reaves-Vallesteres.

Edelmira vio la soluci—n del momento a sus problemas econ—micos con esa
reciente amistad, ya estaba cansada y aturdida con todas las piller’as
que se ve’a obligada a cometer con tal de lograr subsistir; como quiera
que ya se comentaba de los constantes "faltantes" en cucharillas de
plata, ceniceros de cristal de roca o de bohemia y uno que otro adorno
en plata o porcelana que se viera obligada a sustraer de las casas de
amigos o parientes adinerados del marido, Bubulina dej— de ser
convidada por los damnificados que despuŽs de breves conclusiones se
decidieron por proteger la conservaci—n de sus pertenencias, eludiendo
muy conscientes la compa–’a de la pareja.

Los œltimos seis meses previos a la aparici—n de los Reaves -


Vallesteres, Bubulina vivi— de la venta que le hiciera a un senador del
gobierno, de aquel hermoso collar de cincuenta y tres brillantes y tres
esmeraldas, robado a una de las la joyer’as m‡s grandes de Valle Bajo.
Con la astucia que inspira una necesidad revestida de herej’a,
Bubulina, en concomitancia con su soledad, plane— y llev— a cabo
exitosamente el œnico robo importante de su vida, del cual nunca nadie
(y menos el marido), llegaron siquiera a sospechar.

La idea comenz— a tomar cuerpo y macerarse desde el d’a en que acompa–


ara a su t’a Encarna a las sesiones de terapia que recib’a interdiario,
por parte de uno de los psicoanalistas m‡s guapo y famoso de la ciudad
que, por cierto, ten’a su consultorio situado a tres casas de la
elegante joyer’a frente a los escaparates, ante los cuales, ambas se
deten’an en su rutina interdiaria intercambiando opiniones sobre gustos
de piedras y joyas. Desde que vio el collar supo que lo obtendr’a. A
los dos d’as regres— sola y tan arreglada y compuesta como le fue
posible. Cruz— el umbral de la elegancia y se aperson— al dependiente,
un joven rubio de barba y peque–os lentes ovalados, de unos treinta y
ocho a–os, quien, sol’cito, le mostr— la joya indicando que se trataba
de un collar Art. Novou, joya francesa y de gran exquisitez en su dise–
o, creada por la joyer’a Tiffany y que, si realmente adquir’a la joya,
Žsta ten’a su correspondiente certificado de autenticidad que le ser’a
endosado; tambiŽn explic—, acotando que se trataba de una joya en
consignaci—n y de propiedad de unos ganaderos ca’dos en desgracia, que
ped’an veintiocho mil d—lares por una prenda que no costaba menos de
sesenta mil. Edelmira converso con el dependiente sobre las grandes
inversiones de su esposo en el extranjero y su dŽcimo tercer
aniversario de bodas a celebrarse en dos d’as, sin evitar comentarle
que su esposo era el famoso psicoanalista que ten’a su consultorio a
pocas casas de all’, por lo que andaba en busca de su regalo de
aniversario y estar’a entre el collar y un brazalete de brillantes que
viera en la joyer’a de la Plaza Roma (dependiendo la decisi—n del
marido), claro est‡, pero que a ella le gustar’a m‡s el collar. El
dependiente, muy impresionado y ante la posible ganancia en una venta
de esa envergadura, se desviv’a en atenciones. Esa misma tarde,
Bubulina pidi— una cita mŽdica con el galeno explic‡ndole que el
problema de su esposo consist’a en una fijaci—n de persecuci—n por
supuestas deudas o pagos inexistentes, producto de su imaginaci—n y que
deseaba ponerlo en observaci—n para ver como superar este trauma que
tanto la incomodaba, por lo que le pidi— enfocar el tema con cuidado
pues le cost— m‡s de dos a–os lograr que su esposo acepte ir con ella a
la consulta. Enterado el psic—logo de la complejidad del caso, prometi—
llevar la consulta muy discretamente para darle luego su diagn—stico.
La consulta qued— fijada para el d’a Viernes a las 19.oo horas, la
œltima cita de la tarde, poniendo en antecedentes del caso a la
enfermera recepcionista.

Ese Viernes a œltima hora, Bubulina (muy nerviosa por dentro),


elegant’sima y muy biŽn maquillada visit— por tercera vez la joyer’a
portando un cheque (tan falso como su apariencia), por el valor
estipulado de la joya. El dependiente, muy seguro, le inform— que
reciŽn podr’a recoger la joya el d’a lunes despuŽs de haber presentado
el cheque al banco. Bubulina le dijo que entend’a su desconfianza pero
que podr’an ir al consultorio del marido a tres casas de distancia para
que avale el pago del cheque. Complacido, el vendedor le puso el collar
al cuello para que lo luciera ante su esposo y juntos, con el cheque en
la mano del dependiente se presentaron en el consultorio del galeno.
Bubulina salud— con confianza a la enfermera diciendo que ven’a para
que su marido avale el cheque de la deuda con la joyer’a; muy al
corriente del caso, la enfermera los hizo pasar al consultorio; una vez
dentro, Bubulina se dirigi— al dependiente y al mŽdico al mismo tiempo
sin mirar a ambos - "Amor, ac‡ est‡ el cheque para que discutan la
forma de hacerlo efectivo el Lunes a primera hora. yo los dejo un
momento, debo ir al tocador de damas"- dicho Žsto, collar al cuello,
sali— como un b—lido en direcci—n a la parada de autobuses,
desvistiŽndose en un ba–o pœblico, sustituyendo su elegante atuendo por
unos ra’dos blujeans, liberando su larga cabellera negra de aquella
peluca de melena rubia y cubriŽndose los ojos con lentes oscuros, para
comprar un pasaje con destino a Ciudad de las Alturas. Hasta que el
galeno y el dependiente se pusieran de acuerdo en aclarar aquŽl
entuerto Bubulina tuvo el tiempo suficiente como para desaparecer hasta
el d’a de hoy, dejando a todos los involucrados completamente atontados
e impotentes.

Por si acaso, a partir de aquella noche, Edelmira decidi— cambiar su


apariencia, cort‡ndose el cabello y cambi‡ndole el color negro por el
de un rojo borgo–a tan llamativo como su falta de belleza y, es que,
Bubulina no era precisamente bonita, ni siquiera algo agraciada pero
estas carencias eran compensadas por su gran predisposici—n y voluntad
para brindar sus buenos oficios a quienes les hiciese falta, siempre y
cuando sean de fortuna o sociedad.

Ignorante de este magistral "atraco", Awicho la mencionaba


constantemente en su columna de sociales, resaltando su asistencia en
cuanto evento social acontec’a, aœn sin haber estado invitada. Se
trataba de la ’ntima amiga de Celina y Žste era motivo por dem‡s
suficiente para levantarle su autoestima, adem‡s de incrementar la
admiraci—n que sent’a Bubulina por el comentarista de sociales que,
segœn ella, era miembro de la Real Academia de la Lengua Espa–ola y
escritor de varias novelas; mas, quienes conoc’an sus or’genes la
disculpaban divertidos por su atrevimiento ya que, al igual que Celina,
Bubulina no sabr’a diferenciar entre la Real Academia de la Lengua y la
de la Lengua Viperina o, la diferencia, entre el resumen de una cr—nica
social y la autor’a de un ensayo literario.

Tras la muerte de Elenita, las cosas comenzaron a ponerse feas y


dif’ciles en la vida de Celina. Como le anticipara su difunto padre, lo
que le sucediera en adelante no ser’a nada halagador, ella, no s—lo era
la amante del loco; estaba perdidamente enamorada de Žl. Ya hab’a
dilapidado toda su peque–a gran fortuna, los prŽstamos a Bubulina, las
exigencias de sus hijos, la salud de Mar’a E. de las Nieves y la
convivencia con Vallesteres le costaban mucho dinero y era poco lo que
Žl aportaba para el mantenimiento y sustento del batall—n cuchara de
aquŽl conventillo. Los constantes viajes que hac’an juntos (como socios
del negocio naviero) al puerto del Sur para constatar la sobrevivencia
del buque carguero, cada a–o m‡s viejo y destartalado por la falta de
uso y mantenimiento, hab’a terminado el patrimonio de la Agencia de
Viajes que, adem‡s y debido al descuido en su administraci—n, su
contadora y brazo derecho, le hab’a producido un forado por cincuenta y
siete mil d—lares que no ten’a con quŽ pagar. De remate, Migraci—n le
cay— encima por el asunto aquel de los cientos de inmigrantes, ahora
ciudadanos alture–os, que ella import— de diferentes puntos del Caribe,
para nacionalizarlos despuŽs. Cucaracho hab’a sido descubierto
"infraganti" con varios pasaportes y cŽdulas de identidad
brillantemente falsificadas; como excusa y pensando liberarse de culpa
no dud— en "cantar" inculpando a su hermana de ser la autora
intelectual de este embrollo. Para paliar este entuerto, tuvo que
contentar a inspectores y administrativos cediŽndoles el derecho
propietario de la agencia de viajes para que "ellos", en sociedad
conjunta, se hicieran cargo del negocio exoner‡ndola a cambio por
cualquier pecadillo que le fuera denunciado posteriormente. As’, lo mal
habido se lo llev— de regreso el diablo, perdi— su agencia de viajes y
la continuidad del negocio de los ilegales mientras que ella, enamorada
y de libre albedr’o, amaba cada d’a con mayor intensidad desafiando al
demonio sin siquiera recordarlo.

Fue all’ que comenzaron sus sue–os, se ve’a en su dormitorio, la misma


cama King size y Vallesteres durmiendo con ella a su lado. De repente,
acompa–ada de un silencioso rel‡mpago, aparec’a aquella terror’fica
figura. La cara era la de su difunto padre, ten’a sin embargo un
cuerpo de drag—n peque–o, una cola con aguij—n, pezu–as y cuernos
adem‡s de una enorme espada al cinto, todo esto contrastando con la
dulce expresi—n y la voz de su madre que quedamente le dec’a:

-Celina, he venido por lo que me pertenece, he venido a saldar las


deudas que tienes conmigo; tu mutaci—n debe comenzar y para ello
necesito llevarme tu brazo derecho-

Acto seguido, la terror’fica figura desenvainaba su espada y le


mutilaba el brazo derecho de un solo golpe, sent’a el dolor en su
hombro desnudo y ve’a el chorro de sangre tibia que brotaba sin cesar
inundando la cama y ti–endo de rojo el rostro de su amante quien
despertaba de sœbito para gritar de espanto. Ah’ terminaba la visi—n y
ella retornaba a la realidad, sintiendo aœn el agudo dolor e impregnada
de olor a sangre fresca. Sin embargo y para su tranquilidad, se tocaba
el hombro y su brazo derecho, aœn muy adolorido, segu’a en el mismo
lugar, al igual que su amante que yac’a en su lecho dormido.

Asustada con sue–os y acontecimientos decidi— poner en venta su sals—


dromo para cubrir el hueco que le dej— la agencia de viajes adem‡s,
debido a la crisis y lo sucedido con Marcel y jolie Mathieux, el
boliche a penas daba para mantenerse solo y ellos (Celina y su amante),
necesitaban efectivo para incursionar en un negocio de comunicaciones
que, segœn Vallesteres, ser’a muy lucrativo haciŽndolos millonarios a
corto plazo; hab’a que coimear tan s—lo a un par de pol’ticos del
gobierno para que les firmen los permisos de funcionamiento. Celina
pensaba estafar al resto de sus hermanos vendiendo la casa de sus
padres y disponiendo por entero de ese patrimonio. Qued— anonadada al
revisar los papeles de propiedad y enterarse que Nieves, a la muerte de
su padre y cuando hicieron los papeles de la sucesi—n, hab’a cedido su
parte, en adelanto de leg’tima (que equival’a a la mitad m‡s uno), en
favor de su primogŽnito bastardo Miguel Acarrea Acarrea. Lo que obtuvo
de la venta, despuŽs de compartirlo con sus ocho hermanos, a penas si
les alcanz— para una buena juerga. El d’a en que se cerr— la venta del
sals—dromo y de la casa de sus padres Celina volvi— a so–ar. El mismo
sue–o, el drag—n de aspecto repulsivo, con pezu–as y cuernos, adem‡s de
enano, que le dec’a usando la misma voz de su madre:

-Celina, nuevamente debo tomar mi parte, ya tengo tu brazo derecho pero


ahora me hace falta tambiŽn el izquierdo-

Acto seguido, desenvainando la espada y de un solo golpe, le mutil—


tambiŽn el brazo izquierdo. Celina volvi— a sentir un dolor agudo
escuchando aterrorizada el sonido que produjo la ruptura del hueso ante
tal amputaci—n. Sent’a deseos de palpar la humedad de su sangre que
seguia fluyendo incesante; tambale‡ndose camin— hasta el espejo de su
tocador y ah’ fue cuando se vio... le faltaban ambos brazos, perd’a el
equilibrio al andar, no pod’a siquiera cambiarse el camis—n
ensangrentado y desesperada comenz— a gritar. Rodolfo la sacud’a con
fuerza mientras ella volv’a a la realidad recuper‡ndose de su
pesadilla, le dol’an ambos hombros aunque sus brazos seguian intactos
en su lugar.

Sin otra alternativa, decidi— vender su departamento de Costa Morena.


Como estaba apurada y la situaci—n econ—mica no era la mejor, de la
venta tan s—lo obtuvo setenta y siete mil d—lares, de los cuales uso
cincuenta y seis mil para cubrir el hueco que le dejara su agencia de
viajes y el resto, por entero, lo dispuso Vallesteres para aquel
negocio de las comunicaciones que pronto los har’a ricos.

No pasaron veinte d’as de este costoso incidente en la vida de Celina


que Rodolfo Vallesteres de los R’os fue notificado del hundimiento de
su buque involuntariamente abandonado en el puerto del Sur. Junto con
el buque se hundieron tambiŽn los doscientos mil d—lares que aport—
Celina al negocio del transporte de carga mar’timo, junto a otros
trescientos mil que Rodolfo llevaba invertidos en el mismo tema.
-"Cosas del destino, se repet’a una y otra vez. Es la œnica vez que
pretendo hacer un negocio totalmente legal y resulta que lo œnico que
he logrado es ofender al demonio defraud‡ndolo al extremo de hacerme
fracasar"-

El golpe fue muy duro para la pareja Reaves-Vallesteres. Con la


inestabilidad emocional que le caracterizaba, Rodolfo fue perdiendo
paulatinamente el control y la sanidad mental a causa de su declarada
esquizofrenia, v’ctima de nuevos ataques de locura que comenzaron a
preocupar a su concubina. El momento m‡s inesperado y menos pensado
cambiaba su personalidad torn‡ndose agresivo, malcriado y sumamente
violento, al extremo de que Carlota deb’a encerrarse en su alcoba, con
su hijo, para proteger la integridad f’sica de ambos, la œnica que no
le tem’a porque ignoraba de su existencia a pesar de llevar diez a–os
conviviendo juntos era Nieves, tranquila y resignada cumpl’a su rutina
diaria dentro y fuera de la casa, cada vez m‡s aislada y cada vez m‡s
lejana.

Sin el buque y sin el medio mill—n de d—lares de inversi—n, adem‡s de


la pŽrdida de la agencia de viajes y el cierre del sals—dromo, los
‡nimos y la convivencia de la pareja se vio muy afectada; no por ello
Celina dej— de amar a Rodolfo, lo dar’a todo por Žl sin esperar nada a
cambio, solamente porque era el ex marido de Macarena y lo am— y dese—
desde que lo viera por vez primera en el d’a de la boda con su mejor
amiga.

Tratando de devolverle el ‡nimo a su pareja, lo entusiasm— con un


negocio de desarrollo alternativo en la selva oriental; comprar’an una
buena extensi—n de tierra y plantar’an bananas y pi–as para exportarlas
a Europa. Vallesteres, muy ap‡tico, le augur— un gran fracaso porque no
ten’a nada de torcido o ilegal, por lo tanto Satan‡s frustrar’a su
proyecto ni bien hayan invertido lo poco que les quedaba de patrimonio,
al contrario, Žl le suger’a incursionar en hoteler’a construyendo un
Hostal que podr’a fungir de prost’bulo en cualquier emergencia, ya que
un negocio as’ se prestaba para grandes irregularidades. Desoyendo las
sugerencias, sin dar vuelta atr‡s, Celina vendi— su departamento duplex
completamente amoblado y echando mano de todo el dinero parti— con
Rodolfo a la selva oriental en busca de sus fruct’feras tierras para
cultivar bananas y pi–as de exportaci—n. Un mes se perdieron internados
selva adentro hasta encontrar el lugar de sus sue–os. Rodolfo cada vez
menos cuerdo y m‡s drogado, se limitaba a aceptar las decisiones sin
dejar de repetir que eran precipitadas y que no les ir’a nada bien.
Todo era demasiado legal para ser cierto. Rodolfo sent’a que le faltaba
esa adrenalina que le sub’a cuando negociaba con los narcotraficantes o
coimeaba para lograr un buen acuerdo, encontraba su vida una mierda,
sin nada que lo motive, a la espera de aquŽl negocio de las
comunicaciones que lo sacar’a de este interminable letargo de buena
conducta y trabajo honesto. Celina no era mala, al contrario, era la
mejor compa–’a por el peor precio que pod’a pagar, si no fuera por ella
estar’a drogado o borracho en algœn bar de mala muerte, a la espera de
nada, regateando amor filial a los esp’ritus de sus padres.

Dos a–os transcurrieron apresurados desde el hundimiento del buque de


carga, dos largos a–os de pesado trabajo agr’cola que les conllev— a
ambos muchos sacrificios, peleas y cortas separaciones que terminaban
en sentimentales reconciliaciones. Celina no se daba por vencida,
soportaba con estoicismo (al igual que lo hizo su madre en su momento),
el mal trato f’sico y verbal de su conviviente, lo soportaba con la
excusa de su incipiente locura (que para entonces ya no era tan
incipiente), lo soportaba cre’da de que los tiempos mejorar’an y las
cosas se compondr’an en cuanto saliera el permiso para el negocio de
las comunicaciones; lo soportaba por lo mucho que lo amaba. Les hac’an
falta cincuenta mil d—lares para pagar la licencia y otros cincuenta
mil para inyectarlos en el negocio de la selva del oriente que ya
comenzaba a producir la primera cosecha que saldr’a en 20 d’as para el
viejo continente. Sin tener otra alternativa, Celina Mar’a Reaves
Acarrea ech— mano a su œltimo patrimonio. Aquella noche no pudo
librarse de la misma pesadilla.

Esta vez el drag—n enano, con pezu–as, cola con aguij—n y cuernos era
de color amarillo brillante, ya no llevaba la espada al cinto sino un
enorme trinche como el de el dios Neptuno. Sin mayores comentarios fue
directo al grano para reiterarle lo que ella ya se imaginaba:

- Celina, mestiza, no bastan tus dos brazos, necesito tu pierna derecha


- Acto seguido, sinti— el agudo dolor del trinche que se le clavaba en
el muslo forcejeando hasta arrancarle la pierna derecha. El dolor era
mucho mayor, ella no pod’a siquiera agarrar su cercenada pierna para
contener el torrente de sangre que sal’a de sus arterias y venas. Un
pedazo del hueso asomaba del muslo, ella aullaba del dolor pero no
pod’a m‡s que arrastrarse hasta el espejo para contemplar su calamidad,
le faltaban ambos brazos y ahora la pierna derecha. ÀPor quŽ no le
quitaban la vida de una vez?; el drag—n no le contestaba, se alejaba
victorioso con su pierna adherida al trinche que portaba en alto a
manera de estandarte bŽlico. Despert— ba–ada en un sudor agrio y mal
oliente, debi— darse una ducha sin que su conviviente se diera por
enterado y sin que ella entendiera aœn el significado de sus sue–os.

La venta de su casa les report— el dinero que necesitaban, quedando un


peque–o excedebnte que lo utiliz— para llevar a Vallesteres al pa’s del
Norte a un chequeo mŽdico, que no hizo m‡s que confirmar el diagn—stico
de su amigo el psiquiatra colombiano. La locura del pobre hombre era
irreversible, su diagn—stico fue terminante, adem‡s de esquizofrŽnico
declarado, ten’a un desequilibrio emocional congŽnito, agudizado por el
continuo consumo de drogas que derivar’a a la larga en una locura
agresiva, que requerir’a internamiento en un hospital psiqui‡trico, sin
esperanzas de recuperaci—n. A ra’z de todo este desajuste econ—mico,
tuvieron que suspenderle a Bubulina las donaciones mensuales de dinero
a fondo perdido, lo que ocasion— el alejamiento de ambas y Bubulina no
tuvo m‡s remedio que recortar sus gastos, incluyendo el de la comida de
su perra pequinesa con la cual, cada d’a, aumentaba su enorme parecido
f’sico y lo belicoso de su personalidad, para retomar su conspicua
piller’a de cucharillas de plata y adornos de cristal.

Ese d’a, al regreso de la cl’nica, en la habitaci—n de su hotel tres


estrellas, Celina llor— amargamente. Estaba consciente de no haber
cumplido del todo su acuerdo con Belcebœ pero por un solo punto en el
incumplimiento no era justo que Žsto le estŽ sucediendo, no ahora que
lo ten’a todo y es que Vallesteres lo era todo para ella, el resto la
tra’a sin cuidado. Sin encontrar justificativo o explicaci—n record—
aquŽl adagio que dice "lo mal habido se lo lleva el diablo" y el otro
que dice "el infierno existe, pero en la tierra", ella estaba pagando
sus culpas desde el d’a en que, por causa suya, Elenita decidiera volar
cual paloma, lanz‡ndose desde un sexto piso para estrellarse contra el
pavimento de la acera. Por primera vez, despuŽs de a–os de lo sucedido,
le sobrevino un desconcertado arrepentimiento acompa–ado por l‡grimas
de autŽntico dolor y sollozos de impotencia tan genuinos que, por
instantes, el bien ilumin— su vida y se apiadaron los ‡ngeles de ella
en aquella œnica noche, porque la intensidad de su sufrimiento atraves—
todos los espacios; los gritos silenciosos y desgarradores del dolor
que profiri— su alma fueron escuchados en el cielo, ante la insistencia
vehemente que la caracterizaba y que excepcionalmente transgredi— toda
frontera del entendimiento humano. Aquella noche misericorde, Celina
fue consolada por su ‡ngel guardi‡n quien, generoso y desobediente le
regal— una extraordinaria maternidad para recordarle que aœn ten’a una
oportunidad para reivindicarse, ella decidir’a.

De regreso a la Ciudad de las Alturas, Vallesteres encontr— en su


correo la carta con el permiso que otorgaba la nacionalidad a su buque
mercante de carga. Le hab’a tomado cinco a–os y medio mill—n de d—lares
de inversi—n, cinco largos y penosos a–os que el pobre buque, en su mal
estado, fue incapaz de resistir y ahora se hallaba cual chatarra con la
proa hundida en el mar del Sur albergando cardœmenes de visitantes.

La noticia signific— una reca’da al fr‡gil estado mental de Rodolfo,


quien perdi— la cordura por periodo de un mes y hubo que mantenerlo en
un cuarto obscuro, dopado y con camisa de fuerza ante el incontenible
sufrimiento de su amante.

La recuperaci—n y convalecencia de Vallesteres eran prometedoras,


Celina tuvo que ausentarse un tiempo largo a la selva del oriente.
Entre tantos paros, huelgas indefinidas y bloqueos de caminos
protagonizados por cocaleros encabezados por sus dirigentes, los
productores y exportadores de frutas del programa alternativo de
sustituci—n a la hoja de coca, estaban sencillamente jodidos. Celina no
daba crŽdito a su mala suerte, esto era lo œltimo que podr’a pasarle,
ten’a la fruta lista para ser exportada, los certificados
fitosanitarios en orden, la calidad de sus productos era de primera y
la fruta en su punto exacto de maduraci—n. El demonio le meti— otra
estocada, el bloqueo de caminos dur— un mes completo antes de ser
suspendido por las fuerzas antinarc—ticos apoyadas por el ejŽrcito,
hubo cocaleros y militares muertos y heridos y ella sin poder regresar
al lado de su amado... era demasiado, lo œnico que la calmaba eran los
"jales" de la buena coca’na de la regi—n que, adem‡s de su calidad, era
barata. Cuando por fin se suspendi— el bloqueo, ten’a la nariz tan
irritada que parec’a un tomate y por la ansiedad, hab’a copulado con
seis de los diez exportadores varados en sus haciendas (sin importarle
su incipiente maternidad, que se mantuvo inc—lume), ni dejar de amar
locamente a Rodolfo Vallesteres de los R’os.

Toda la cosecha se perdi—, tanto ella como los dem‡s exportadores


tuvieron que liquidar sus pi–as, bananas y otros productos a precio de
regalo en el mercado local y ciudades aleda–as, aœn as’, vio podrirse,
en sus narices, cinco toneladas de su producci—n. Aunque los
exportadores juraron enjuiciar a los dirigentes culpables del
latrocinio, Celina emprendi— el regreso a casa en total desolaci—n con
una mano adelante y la otra atr‡s, consol‡ndose con la lectura de la
prensa local.
Lo Malo...

Del ayer fui rodeada


acosada
concomitando y
en concupiscencias

Regocijo del mal ajeno


satisfacci—n y sufrimiento
de penas que no son mias
ni mio es lo que siento

Odios que se destruyen


vanidad predominante
no hay lo que tengo
ni tu tienes lo mio
de lo bueno
ya no hay nada
todo en t’
todo es el mal

EL MAL...
Aunque lo perdi— todo, Celina no desist’a; aœn le quedaba la tierra que
tratar’a de venderla cuanto antes, no quer’a saber nunca m‡s de pi–as
ni bananas ni de programas para el desarrollo alternativo. Rodolfo la
recibi— como si su ausencia fuese del d’a anterior, aparentemente ya
hab’a perdido la noci—n del tiempo y desvariaba con m‡s frecuencia.
Tanto es as’ que no se acordaba de sus tierras ni del proyecto de la
selva del oriente, ni, mucho menos, del negocio de las comunicaciones
que no se dio jam‡s. Esa noche la pesadilla volvi— a atacar sus sue–os.

El drag—n era de mayor tama–o y de tres colores, rojo, naranja y


amarillo, ten’a la cara de Elenita, dos cuernos enormes y ven’a montado
por su padre que portaba la espada en la diestra y el trinche en la
siniestra, su voz segu’a siendo la de Mar’a E. de las Nieves.

-Celina, no estoy satisfecho, quiero devorar tu pierna izquierda,


necesito alimentarme de maldad, si no llegas a saciar mi apetito
hoy...regresarŽ ma–ana por lo que reste de ti-

Antes de sentir el impacto del trinche seguido del de la espada, Celina


se vio tal cual era, sin los dos brazos y con una sola pierna que ya no
le serv’a de mucho, se hab’a convertido en una especie de mutaci—n a
reptil, ella misma se causaba asco y espanto al verse arrastr‡ndose
empujada por una cansada pierna. Vallesteres la contemplaba ajeno sin
siquiera pretender conocer esa "cosa" horrenda que lo segu’a a rastras.
Su madre, para entonces convertida en un hermoso ‡ngel encumbrado, la
observaba con tristeza desde el m‡s all‡, sus hijos la desconoc’an y se
volvi— transparente desapareciendo a la vista de los dem‡s; pero ella
s’ se ve’a, sent’a, sufr’a y no mor’a. Ni siquiera pudo morir cuando
esa criatura demoniaca le asesto el golpe seco y certero que le quit—
su œnica pierna dej‡ndole la cabeza prendida a su tronco; entonces se
sinti— ‡gil, liviana y, apurada, comenz— a rodar cuesta abajo, hasta
arribar al infinito, dejando como testigo de sus amputaciones un
sendero de sangre hasta su meta final. Y por fin pudo despertar,
asumiendo con irreal cansancio su triste realidad.

Su embarazo, que en un comienzo confundir’a con la menopausia, no fue


ni notorio ni conllev— trastorno alguno. El vientre casi no le creci— y
lo disimulaba bien bajo su nueva gordura. A los seis meses de gestaci—
n, Celina dio a luz una ni–a tan bella... que bastaba verla para saber
que no era de este mundo; asemejaba un querub’n con piel de p‡lida
porcelana, cabello dorado y, como naciera de pie y con los ojos
abiertos, se evidenci— de inmediato el color verde esmeralda con jaspes
dorados de sus enormes ojos. Ante lo conmovedor de Žsta inusitada
belleza, Celina estremecida, se postr— ign’cola en acto de contrici—n,
rodeada de huestes celestiales que desvistieron sus demonios desnudando
de todas sus miserias y grandes males a su cuerpo terrenal y, as’, en
estado de renovada pureza rindi— culto a aquella criatura angelical sin
entender en quŽ momento la concibi— ni el momento en que la diera a
luz. AquŽl extra–o embeleso hizo presa en Celina por m‡s de un mes,
preocupando a las fuerzas de la oscuridad por la intervenci—n de los
‡ngeles del cielo.
El malestar que provoc— este alumbramiento en el seno familiar del
conventillo cre— una tormenta que Celina no supo capear. Vallesteres
estaba plenamente consciente y convencido de no tener nada que ver en
ese asunto; mientras ella, tambiŽn incrŽdula, le juraba que Žl era el
œnico responsable y, por lo tanto, el verdadero padre de la criatura.
Su conciencia se debat’a y su mente, infructuosamente, trataba de
encontrar el parecido de la ni–a con alguno de los seis exportadores de
fruta de la selva del oriente con los que mantuvo relaciones: a ninguno
de aquellos se parec’a el angelito.

Como la mente de Vallesteres andaba m‡s perdida dentro que fuera de su


hogar, la discusi—n genŽtica de este incomprendido nacimiento dej— de
importarle y lo olvid— adrede. Carlota persist’a en que su madre (al
igual que la abuela), hab’a perdido el juicio pariendo de vieja,
mientras que para su hermano, era la criatura m‡s especial de este
mundo que les hablaba con la mirada, pero nadie, excepto su abuela, se
deten’an a escucharla. Celina vulnerable, quebr— el embeleso a los tres
meses, rompiendo la magia para vestir nuevamente la armadura de sus
demonios retornando a su pospuesta realidad. A insistencia de Nieves,
la ni–a fue bautizada con el nombre de Angeles Vallesteres Reaves.
Finalizada la ceremonia de bautizo la criatura fue abandonada al
cuidado de los dem‡s; su madre la visitaba temprano por la ma–ana y por
las noches antes de dormir tan s—lo para recrear su interior, sin
entender el significado de la presencia de aquella criatura angŽlical
en el holocausto de su vida y su padre ni se percataba de su
existencia, logrando que despuŽs de seis meses, ella tambiŽn dejara de
verla, mientras el querub’n se debat’a por sobrevivir a tanta maldad;
es m‡s, su madre comenz— a evadirla, pues le incomodaba su sola
presencia y a la vez se sent’a culpable de errores y misterios
irresueltos que la sacud’an con fuerza desconocida de arrepentimiento,
induciendo la amargura de su llanto. Rodolfo la observaba de reojo y a
distancia sabedor de que "aquella cosa" revest’a divinidad y Žl, como
propiedad del maligno, se proteg’a de cualquier redenci—n o salvaci—n
para su alma.

El œnico que adoraba a aquella criatura era su hermano mayor, a los


ocho meses de edad, Angeles balbuceaba palabras aisladas, al a–o, su
hermano era el œnico capaz de entenderlas sin esfuerzo alguno con el
convencimiento de que aquella ni–a era sobrenatural; trasminaba una
bondad contagiosa que el recib’a agradecido, se comunicaban con las
miradas y le salvaba la vida y el alma con cada d’a de su compa–’a. S—
lo Žl quiso ser salvado, am— aquŽl querub’n de ojos verdes, tez p‡lida
y cabellos dorados que fuera engendrado por un ‡ngel para librar
batallas terrenales con el demonio.

Celina Mar’a Reaves Acarrea cumplir’a los sesenta a–os en dos semanas.

Nieves se perd’a constantemente en aquŽl nuevo conventillo habitado


por gente a veces extra–a y la mayor’a de las veces desconocida. A ella
le encantaba ese ambiente, siempre la escuchaban, le regalaban tiempo y
le ten’an paciencia, nadie la azotaba y le permit’an convivir con su
amado. En su avanzado deterioro senil, Nieves sufri— una irreversible
regresi—n, hab’a un fuego melanc—lico en su mirada. Entablaba
interminables di‡logos con Sor Angelina y otras monjitas del convento,
discut’a con Madam recrimin‡ndola por lo que le sucedi— y luego no le
sucedi—, hablaba con el dependiente de la joyer’a Wells reclam‡ndole
otras joyas que le obsequiaron, pero que nunca recibi— y enamorada...
se revolcaba con su pr’ncipe sudorosa y afiebrada en su gastado lecho
nupcial. Si Celina sent’a algo por alguien era œnicamente gratitud por
su madre, no solamente le dol’a, era m‡s lo que le fastidiaba verla
convertida en un ente inservible deambulando molestosamente por su
casa, as’ es que, como f‡cil soluci—n a tremendo drama, invoc— al
esp’ritu de su padre para pedirle que se la llevara.

-Se–or padre- creo que ambas partes estamos contentas con nuestro
rendimiento, ahora debo pedirle que recoja a mi madre, pues se ha
convertido en un lastre muy pesado de arrastrar, llŽvesela y que espere
por m’, junto a usted, en el infierno, exoner‡ndola a cambio, por
cualquier falta que tuviera aœn pendiente de culpa-.

- Que grato decepcionarte hija- le dec’a el esp’ritu del sub oficial


con sorna- aunque no lo creas... tu madre pertenece m‡s al cielo que
al infierno. No me lo preguntes, todo posible pecado le fue perdonado
por soportarnos. Por cada una de sus inocentes estupideces ya fue, en
vida, duramente azotada; por sus infidelidades de pensamiento le hice
la vida un martirio. El sufrimiento de toda su vida por haber amado sin
limitaciones pariendo un hijo bastardo, han sido suficiente castigo. El
haberme soportado abnegadamente, el haberse sometido a m’ cuid‡ndome
con altruismo y resignaci—n durante interminables y tediosos a–os de
convalescencia, le ser‡n ampliamente recompensados a tu madre... se ha
ganado el cielo y nada puedo hacer para ayudarte, su alma no es del
diablo, sino de Dios; que te aproveche y soportes sus desvar’os hasta
el final de sus d’as. Si acaso no recuerdas, estabas imposibilitada de
amar a plenitud y de enamorarte de la forma inconsciente en que lo has
hecho convirtiŽndote en la amante de un loco, mucho menos suplicar al
cielo logrando una opci—n de perd—n a travŽs de tu œltima maternidad,
aunque haya sido involuntaria- acot— el esp’ritu de su padre en tono
burl—n antes de desvanecerse, dej‡ndole ese inconfundible y hediondo
olor a azufre.

La ira que desped’a Celina a ra’z de este œltimo encuentro, le provoc—


por vez primera un incontenible chispear de sus ojos negros que le
impidi— mantenerlos cerrados durante casi toda la noche. No quer’a
premoniciones ni sue–os llenos de remordimientos, deseaba arrancar de
su entorno la molestosa presencia de su madre, sin siquiera recordar
que la peque–a Angeles, a la que no ve’a hac’a una semana, cumplir’a
ese S‡bado tres a–os de edad. Lo que ella no aprovech—, enceguecida por
la rabia, fueron diez horas de m‡gico poder que lo desperdici—
ignorante, mientras se le escapaba a raudales en cada chispa que
brotaba de su mirada. ÁAh! si ella lo hubiese sabido....
Bien...

que te dejŽ pasar


sin esperarte
y teniŽndote en mi
no te retuve
perdida
anduve
en tu caminar certero

Y me dejaste ir
con el silencio
aunque estando all’ contigo
sola estaba
cual hoja seca a la deriva
de ningœn viento
y leve brisa

Y me sumerg’
en lo profundo
para ocultarte
y as’ perdernos
yo de t’
para siempre
y tu
tambiŽn,
tambiŽn de mi ya te perdiste

EL BIEN...

Ese S‡bado irrumpi— su hijo, temprano por la ma–ana, pregunt‡ndole si


festejar’an el cumplea–os de Angeles; le tom— unos breves segundos
acordarse de su hija y, sin reconocer su olvido, balbuce— que no hab’a
dinero para ninguna celebraci—n y que podr’a llevarla al parque como lo
hac’a cada tarde; el muchacho la increp— duramente, molesto por esa
falta imperdonable, recrimin‡ndole la ausencia de cari–o y su
incapacidad de ejercer la maternidad aun siendo vieja. Aduciendo que no
se merec’a ser madre de aquŽl querub’n, dio un portazo quit‡ndole el
habla durante los pr—ximos tres a–os de convivencia.

Para paliar el malestar de su sublevada conciencia Celina intern— a su


madre en una casa de reposo para la tercera edad administrada por unas
monjitas alemanas. Al cabo de diez d’as tuvo que recogerla, pues las
monjitas estaban escandalizadas por las diarias escenas de amor que
protagonizaba la senil calentura de la anciana, que desnud‡ndose, se
masturbaba a cualquier hora y en cualquier lugar reviviendo las tardes
de amor y sexo que gozara con su pr’ncipe setenta y tantos a–os atr‡s.
Probablemente Nieves era feliz de nuevo, hab’a reconquistado al amor de
su vida, amaba y era amada, lo ten’a todo nuevamente. Acompa–ada por su
pr’ncipe y, por Angeles, paseaba en carruajes tirados por cansados
caballos, cenaba en casa de Madam, visitaba la joyer’a Wells en el
centro de Lima, luc’a joven y hermosa con la ropa elegante que le
obsequiara esa œnica vez su suegra; bordaba su ajuar en compa–’a de
monjitas y novicias, alistaba su traje de novia mientras tenia sexo con
amor en abundancia; Àcomo no habr’a de sentirse feliz y plena si junto
a su juventud hab’a regresado tambiŽn el amor?. Celina comenz— a
entender a su madre y a tolerarla a la vez, le enternec’an sus mon—
logos de amor y ya no le sorprend’a verla bailar semi desnuda en la
sala de su casa o escucharla agitada haciendo el amor con sus
recuerdos.

Carlota (con la maldad de su difunto abuelo) y la intolerancia de la


juventud, cansada de los papelones que deb’a soportar ante sus
amistades, por la conducta de su abuela senil (sin mencionar el estado
mental de Vallesteres), decidi— encerrarla en su habitaci—n mientras
duraba la ausencia de su madre, quien se fue de vacaciones a las playas
del Sur olvidando a su peque–a, prefiriendo la compa–’a de su amante.

Nieves no soport— el encierro ni la separaci—n forzada de su peque–a


nieta; en su apagado y lejano mundo ya no pod’a bailar con su pr’ncipe,
pasear en carruaje ni cenar en casa de Madam. Esta ausencia de hechos
le hicieron recuperar la cordura por un corto lapso, para releer el
texto de aquella carta dirigida a ella, que Sor Angelina le hiciera
llegar antes de morir; estaba escrita con plumilla y tinta china negra
en preciosa letra p‡lmer. La sab’a de memoria pero le deleitaba leerla
una y mil veces sin evitar derramar l‡grimas de nostalgia y dolor.
DespuŽs, y como siempre, guardaba la carta dobl‡ndola con cuidado como
si fuera el mayor y œnico tesoro de su miserable existencia, para
esconderla en su brasier. Por œltima vez decidi— releerla para
compartir su secreto con ese querub’n de ojos verdes chispeantes que,
sin importar c—mo... se hallaba sentado sobre su lecho sosteniŽndole
amorosa la mano izquierda, ayud‡ndola a partir, el texto dec’a as’:

Srta. Mar’a E. de las Nieves Acarrea:

Distinguida se–orita:

Cumpliendo la œltima voluntad de mi se–or esposo, le dirijo esta misiva


para darle la explicaci—n que ambos tenemos pendiente con Vd. desde
hace m‡s de sesenta a–os y, que por injusticias del destino, jam‡s
pudimos, o mejor sea dicho, no tuvimos el valor de hacerle llegar.

ComenzarŽ por contarle que, a la usanza de aquellos tiempos, nuestro


matrimonio estaba concertado de antemano por nuestros padres; la dote
estaba negociada, las invitaciones repartidas y la boda no se pod’a
suspender, sobre todo por "el que dir‡n" y la vergŸenza que
significar’a para ambas familias, nobles y distinguidas. Sin embargo,
mi se–or esposo, ahora difunto, Almirante de la Marina de Guerra del
Perœ, tuvo la suficiente honestidad para confesarme, a su llegada a
Mil‡n, la relaci—n amorosa y el gran amor que sent’a por Vd.,
suplic‡ndome para que lo liberara de aquel compromiso de matrimonio
pues el œnico y ardiente deseo que pose’a en su vida, era el de
regresar cuanto antes a Lima, en su busca, para hacerla su esposa,
am‡ndola por el resto de su vida. Al principio, lejos de enojarme u
ofenderme, la historia me pareci— graciosa y una simple excusa para
posponer nuevamente nuestra boda, que yo, tomŽ bastante a la ligera.
Admito que me equivoquŽ, pero como disculpa a mi ligereza debo
confesarle que mi difunto esposo siempre fue considerado un empedernido
Don Juan, rodeado de historias amorosas que nos daban, a sus padres y a
m’, muchos dolores de cabeza.

Al igual que Vd., yo amaba a mi difunto esposo. Desde ni–os supimos que
ser’amos el uno para el otro, pasaban los a–os y mis deseos de
adolescente y mujer crec’an tambiŽn, con la contenida impaciencia de
llegar al momento de ser enteramente suya. Nuestro noviazgo fue
mayormente por carta, mis padres se fueron a vivir a Europa cuando
cumpl’ trece a–os y, aunque part’ con ellos, mi coraz—n lo dejŽ con Žl.

Le aclaro todo esto para que sepa disculpar mi ego’smo, no fui capaz de
entender su petici—n, no quer’a admitir que no me amara, no quise
devolver la palabra empe–ada y lo obliguŽ a casarse conmigo, sin saber
que lo estaba matando. As’ es Srta. Acarrea, su coraz—n se marchit— por
amor justo en el preciso momento en que se cas— conmigo. Nuestra
primera noche como esposos no la pas— conmigo, la pas— con Vd., al
igual que miles de noches en las que me am— con locura confundiŽndome
con su merced, repitiŽndome su nombre al o’do. Tuvimos una sola hija
que, de mœtuo acuerdo, fue bautizada con el nombre de Leonora de las
Nieves, ahora bien casada y madre tambiŽn.

No me arrepiento de lo que hice, me fue preferible tenerlo de esta


forma a perderlo por Vd. Sin embargo, Žl jam‡s logr— amarme, nunca la
olvid—, so–aba con Vd., a–oraba su cuerpo, la deseaba constantemente
convirtiendo su fijaci—n en un martirio. Muy enfermo (c‡ncer de pulm—n)
durante los meses que agonizaba con lentitud, me hizo jurar que esta
carta le llegar’a. Supo de su matrimonio y de su infelicidad, lo que
nunca le dijimos fue la existencia de su hijo Miguel, hubiera sido
terrible para m’, creo que si se enteraba, a pesar de la palabra empe–
ada, me hubiera abandonado para ir en su busca, con tal de recuperarlos
a ambos. Debo disculparme por esto, me ha atormentado por a–os, sobre
todo cuando me enterŽ, por Sor Angelina, que al ni–o, hijo de mi esposo
con el amor de su vida, lo hab’an terminado criando las monjitas del
convento. Que Dios y Vd., puedan perdonarme. Mi esposo falleci—
gritando su nombre con su œltimo aliento, no el m’o. Le adjunto la
medallita con la imagen de Nuestra Se–ora del Carmen que siempre llev—
puesta.

Atte. de Vd. su segura servidora


LADY LEONORA

Fue el texto de esta carta el que, secretamente, le dio aliento de vida


por muchos a–os, pero ahora, era tiempo de descansar, era tiempo del
reencuentro con el ayer, era tiempo de partir... Nieves Acarrea Acarrea
hizo pedazos la carta para comŽrselos despuŽs saboreando golosa aquel
manjar para el alma. Terminado su desayuno, se recost— sobre su cama y
cerro sus cansad’simos ojos para no despertar jam‡s, sin que nadie
nunca supiera el contenido de su œltimo bocado. Comenz— su regresi—n.
Volvi— a sentir ese penetrante olor a harina de pescado. Sentada otra
vez bajo su habitual parral, degust— algunas uvas maduras, convers— con
sus t’os, atendi— a sus sobrinitos, hizo el aseo de su precaria
vivienda para luego, en el caluroso atardecer iniciar el baile de
candombe; bail— hasta desvanecerase yendo luego (al son de sus
tambores) a casa de Madam, al encuentro de su pr’ncipe. En complicidad
con la enorme alcoba lo encontr— desnudo recostado en la misma cama,
esper‡ndola por m‡s de setenta y cinco a–os, luciendo, fuerte,
musculoso, hermoso presto a amarla durante toda la eternidad, ante la
apacible mirada de aquellos chispeantes ojos verdes de su difunta
madre..

Celina regres— de su viaje a los dos d’as de la partida de su madre a


la eternidad, pero no se enter— de inmediato de su muerte, es que nadie
lo sab’a aœn, Carlota ni se acord— de la existencia de su abuela, a la
que d’as atr‡s hab’a encerrado en su alcoba aceler‡ndole la partida.
Celina pens— que algo faltaba en su casa, algo importante que no
recordaba; reciŽn a la hora de la cena, cuando todos se hicieron
presentes para recibir los obsequios que sol’a traer de sus viajes, sin
olvidar a ninguno de los que habitaban su conventillo, reciŽn record— a
su madre. Carlota, como siempre, fue muy regalada, tambiŽn hab’a un par
de mocasines para el novio de su hija y padre de su nieto, a su hijo le
llev— un toca CDs port‡til con la œltima tecnolog’a del momento, a su
nieto y a la peque–a Angeles un par de juguetes, a su empleada dos
blusas y a la hija de su empleada una mu–eca con su cochecito. En ese
instante, cuando sac— de su maleta el vestido gris que regalar’a a su
madre, pregunt— por la vida de NIEVES.

Su hija de tres a–os le cont— que su abuelita habr’a partido para dar
alcance a las huestes de esp’ritus y ‡ngeles que la encumbrar’an a su
arribo otorg‡ndole las alas de la inmortalidad y que ella, al igual que
su abuela, partir’a tambiŽn en vista de la poca falta que les hacia a
los habitantes del conventillo.

Carlota palideci— unos instantes y sin arrepentimiento, explic— a su


madre que en vista del comportamiento insano de la abuela, no tuvo m‡s
opci—n que la de confinarla en sus habitaciones y que probablemente
seguir’a encerrada en ellas disfrutando con sus locuras. De inmediato
subi— Celina en busca de su madre. Cuan grande ser’a su sorpresa al
encontrarla bien muerta, con una expresi—n de felicidad en su
rejuvenecido rostro y con aquella sonrisa que esbozara solamente un par
de veces durante toda su vida de mierda. El mŽdico de la casa de
enfrente fue el encargado de expedir el correspondiente certificado de
defunci—n, manifestando sorprendido que, llevando ya dos d’as de
ocurrido el deceso de la occisa, era por dem‡s extra–o que su cuerpo no
se hubiese comenzado a descomponer. La causa de su muerte ni les import
— y nunca se supo, la atribuyeron a su terminal vejez.

Sin producir palabra ni derramar una solitaria l‡grima, ante la muda


presencia de Angeles, Celina Mar’a Reaves Acarrea visti— el cad‡ver de
su madre con el traje gris nuevo; al hacerlo, por primera vez se percat
— de aquella medalla de oro que pend’a de su cuello, no recordaba
habŽrsela visto antes, pero por piadoso instinto tampoco se la quit—,
la empac— en un modesto ataœd y dio inicio al velatorio y posterior
entierro en el Campo Santo. Lloraron sus hermanos, algunos de los
nietos, las nueras, Awicho, m‡s viejo y marica, y uno que otro de los
visitantes; lloraron todos menos ella. Celina estaba conforme, conforme
y agradecida con la consideraci—n que tuvo su madre para con ella
(hasta en el œltimo instante), al no seguir viviendo.

Durante esa y muchas otras noches, Nieves se rehusaba a abandonar el


reino de los mortales. Blanca y transparente bat’a sus alas de ‡ngel
haciendo temblar a los moradores del conventillo, en su locura, Rodolfo
la confund’a con su hermana la muerta aduciendo que, -"Nuevamente,
despuŽs de m‡s de cuarenta a–os, ven’a a joderle la vida, fue por ella
que sus padres nunca lo amaron, fue por ella que se alcoholizaron, fue
por ella que su vida era una mierda... y ahora, ten’a el tupŽ de
regresar Áa seguir jodiendo!"- Durante el tiempo que duraron los
permanentes aleteos, diurnos y nocturnos, Rodolfo entablaba
interminables batallas tratando de mutilarle sus hermosas alas munido
de un enorme cuchillo de cocina; nada pudo lograr, no pod’a ganarle la
batalla a ningœn ‡ngel encumbrado por m‡s perdido en el reino de los
mortales que Žste se encuentre; el demonio no puede vencer lo que es de
Dios.

Al cumplir Angeles sus cuatro a–os de vida e ignorada por sus padres,
comprendi— que ambos eran un caso perdido pues, de momento, como
arpegio lastimero, eran manipulados por el mal liberando sus
imperfecciones humanas. Aunque su estad’a en el mundo de los mortales
no fuera vana, el motivo principal de la misma era de por s’
irrecuperable. Unicamente el hijo de Celina abri— su lado bueno y
ciment— principios de fe, esperanza y caridad, gracias a los cuales (y
a pesar de otros grandes males que le aquejaron en determinado
momento), no lo abandonar’an para inclinar su balanza al lado bueno el
d’a del juicio final. Por tanto, decidi— darle alcance al esp’ritu
celestial de su abuela, dejando aquella batalla librada
infructuosamente en casa de sus padres. Ten’a otras cosas por hacer,
otras almas desdichadas a quienes salvar y no hab’a tiempo que perder
en esta vida sin principio y sin fin. DespidiŽndose de su hermano, la
presencia Divina la visti— con su traje de luz eterna y transcendente
para luego ver ascender su esp’ritu hasta convertirlo en un punto de
luminosidad conocido en el firmamento como una estrella.

CELINA...

Yo soy as’
capaz de tocar
nubes transparentes
de no sufrir
ni sentir
ni siquiera de morir
pero de amarte

Malo o bueno
bello o feo
claridad de mi ensue–os
visi—n que ciegas
los entornos
donde te busco

Me colma luego
el deseo de tu mirar
y la plenitud me llega
acompa–ando a tu locura
que una vez adentrada
en mis miedos
me hace sentirte
y as’ soy feliz

CELINA...

La "muerte blanca" como calificaron a la desaparici—n de Angeles, fue


otro h‡lito de esperanza para Celina; si bien la entristeci— m‡s de lo
esperado con remordimientos de lo que pudo hacer y no hizo o lo que
quiso decirle y no pudo, estaba convencida de que la vigilancia y
acecho de aquella criatura que engendrara en condiciones extra–as
pariŽndola a destiempo sin saber de su progenitor, se habr’an
terminado. Nunca, nadie, en aquella casa volvi— siquiera a recordarla y
los cuatro a–os de convivencia con un ‡ngel fueron ignorados pasando
desapercibidos.

A la muerte de su madre sobrevino el fallecimiento de su amigo y


confidente Awicho, a la edad de casi ochenta a–os, de bien llevado
homosexualismo y, despuŽs de una severa amonestaci—n a su coraz—n, que
desobediente dej— de latir un d’a domingo, justo un Cuatro de Julio,
durante la recepci—n de aniversario en la Embajada Americana. Hasta
para morir Awicho escogi— esa recepci—n, logrando quitarles el centro
de atenci—n tanto a embajadores como a ministros, y, hasta al propio
Presidente del Pa’s de las Alturas, para convertirse en el protagonista
principal de su propia cr—nica de sociales, siendo comentado en lugar
de comentador. Precediendo segundos de agon’a, awicho elucubraba un
malŽvolo comentario acerca de aquella dama parlanchina y de voz
chillona cuyo f’sico asemejaba a una gigante Parava del oriente. Es muy
probable que la grotesca escena hiriera su sensibilidad femenina al
extremo de causarle la muerte; de haber le’do sus pensamientos, los
alaridos que aquella benefactora y caritativa dama exteriorizara,
hubieran sido de gusto en lugar de susto, ante la seguridad de que su
sobrepeso y el agudo timbre de su voz, se mantendr’an en el anonimato
merced a aquella desventura.

Celina, al igual que la sociedad alture–a, estaba consternada con la


noticia que, cual reguero de p—lvora, invadi— al pa’s hasta sus
confines. Los caballeros de buena conducta pœblica, libres de aquella
tiran’a, aprovecharon el lugar y la ocasi—n para brindar con champagne
francŽs por el eterno descanso del occiso, seguros de que sus ocultas
infidelidades ya no ser’an comentadas entre l’neas. A su vez, las
esposas de los caballeros tambiŽn presentes en el lugar de los hechos,
brindaron en silenciosa complicidad porque dejar’an de ser acosadas,
unas veces por aparecer con demasiada e inusual frecuencia en las cr—
nicas y otras por no aparecer en ellas. Los œnicos que realmente fueron
afectados (en utilidades por las ventas) y brindaron con sentimiento
por el eterno descanso de su "asesor" y columnista, fueron los due–os
del matutino y las revistas en cuesti—n, que ve’an esfumarse varios
miles de pesos por la disminuci—n de sus ediciones.

Las se–oras, muy compungidas e hip—critas, lloraban contentas la


desaparici—n de aquel viejo chismoso que manejara sus vidas
sentimentales y familiares a su real antojo al mismo tiempo que se
regocijaba solidario con sus desgracias, sin dejar de actuar como juez
y parte, amparado en la impunidad de su inmunidad periodista.

Los diplom‡ticos lamentaban la abrupta desaparici—n de su esp’a y


relacionador pœblico, capaz de manipular a la sociedad y a algunos
miembros del gobierno en beneficio de intereses for‡neos.

La casta pol’tica fue la menos afectada, Awicho los ignoraba


obvi‡ndolos con notoriedad en sus comentarios, convencido de que se
trataba de un entorno amorfo y cambiante de gente sin abolengo ni
cultura, generalmente compuesta por nuevos ricos o advenedizos que
siempre estar’an de "paso" ejerciendo obnubilados un fugaz poder. Sin
embargo, en ciertos casos, la falta de alcurnia era compensada por el
ejercicio de poder, as’ es que tampoco quer’a nombrarlos y los ignoraba
para evitar fastidiarlos, a menos que se tratase del Presidente, el
Canciller y uno que otro ministro de apellido m‡s o menos.

El entierro de Awicho estuvo por dem‡s concurrido, todos los asistentes


quer’an cerciorarse de que estuviera bien muerto; entre los presentes,
vimos desde ministros atemorizados por represalias conyugales, a
diplom‡ticos sedientos de ausentes chismes, o a esposos relajados y
sonrientes, hasta a se–oras alivianadas sin el "stress" previo a la
publicaci—n de las cr—nicas sociales. No pod’a faltar Celina, la œnica
realmente compungida por la pŽrdida de su incondicional amigo y socio.

Por supuesto y en primera fila, estaban aquellas damas que hicieran


historia por ser blanco certero de los comentarios molestos del
cronista. Aquella ingeniosa se–ora puesta en evidencia y ridiculizada
por esconder seis dulces dentro de su bolso, durante la celebraci—n de
un cocktail de diplom‡ticos, se dio el gusto de "apedrear" el ataœd del
muerto con varias docenas de exquisitas golosinas en sus respectivos
pirotines, que mand— a preparar para la ocasi—n y que acompa–aron al
fallecido hasta la eternidad soportando las toneladas de tierra con las
que ambos fueron cubiertos; nadie os— cuestionar este exabrupto, es
m‡s, fue silenciosamente aplaudido por la audiencia que solidaria
particip— en este acto pœblico de terapia colectiva.

La diplom‡tica, exiliada del Pa’s de las Alturas a ra’z de la funesta


acusaci—n de haber cometido estelionato o usucapi—n por disponer, para
su uso personal, uno de los cortinajes de la residencia de su embajada
confeccion‡ndose un horroroso traje de fiesta y, m‡s aœn, que tuvo el
atrevimiento de lucirlo durante la fiesta de aniversario, envi— un
telegrama al muerto invit‡ndole a la gran fiesta de disfraces que
celebraba en honor a su defunci—n y que fuera le’do durante las
exequias, creyendo que se trataba de una condolencia m‡s.

No se perdi— de estar presente aquŽlla joven y sensual dama que gustaba


de vestir insinuante, luciendo siempre como complemento a sus tenidas,
ex—ticos sombreros que hac’an entrever su hermosa y larga cabellera y
que sin que se sepa el motivo, enfurec’a a Awicho cada vez que
coincid’an en un evento de sociedad. Aunque en un comienzo se pensaba
que los elegantes sombreros ser’an los causantes del disgusto del
cronista, luego se supo que el verdadero motivo, era el del interŽs del
difunto por el marido de la dama a quiŽn, adem‡s, la admiraban los
hombres guapos, feos, solteros o casados. Si el marido de la acusada no
hubiese sido el causante de sus sue–os er—ticos irrealizables, de
seguro que los sombreros de Žsta hubieran pasado inadvertidos en sus cr
—nicas. Como homenaje p—stumo, la dama de los sombreros se present— en
compa–’a de su esposo, vistiendo luto estricto, medias y gafas oscuras
adem‡s del gran detalle... una hermosa capelina roja que tir— encima
del ataœd con la esperanza de hacer revolcar de indignaci—n al muerto.

Cuando el buen p‡rroco de la iglesia del Campo Santo estaba dando por
concluida la ceremonia y exequias, irrumpi— en el lugar de los hechos
una mujer de condici—n humilde, bordeando los cincuenta, llevando de
las manos a dos adolescentes de unos catorce a–os quienes, luciendo
riguroso luto, se acercaron a depositar su ofrenda, consternados por un
dolor real f‡cil de entrever en sus rostros p‡lidos y compungidos. Cu‡l
no ser’a la sorpresa de los presentes al constatar el tremendo parecido
f’sico de esos gemelos que demostrando ser hijos leg’timos y
reconocidos por su difunto padre, ven’an en pos de su herencia, a
reclamar lo que por justicia les pertenec’a. Su madre, en confesi—n,
explic— al at—nito cura los amor’os que hac’an dŽcadas manten’a con
Awicho y ocultaba a la sociedad para proteger la salud mental de sus
hijos. Enterada de la cuantiosa herencia, consider— que la salud mental
de sus hijos estaba apta para disfrutar la bonanza que su padre jam‡s
les diera en vida.

As’ concluy— el homenaje p—stumo a la liberaci—n de nuestra sociedad


que goz— a partir de entonces por recuperar su libre albedr’o. A rey
muerto rey puesto, Awicho fue inteligentemente sustituido por una dama,
periodista de carrera, que publicar’a sus cr—nicas sociales, no s—lo
con Žtica profesional, sino tambiŽn con aplaudido carisma y real
educaci—n.
SIN TI...

DE QUE ME SIRVE LA VIDA, d’melo tu.


Por quŽ le temo a la muerte, al silencio y a ti
a quŽ nac’ yo atada amarrada sin voz sino tu
de que est‡n hechos los hombres el mundo tu y yo
para que existe el silencio, el cielo, el infierno y un Dios
por quŽ a Žl no le temo y si temo a lo habido al mismo temor

De quŽ me sirve la vida d’melo tu


si te quiebras me quiebras
requiebras el todo de nuestro interior
Si me dejas te dejo
dejamos lo poco lo mucho y la nada
entre tu y yo

Si me explicas con versos


me dices poemas y cantas sin voz
si me llamas me buscas
te encuentro por dentro
te regalo aliento como una explosi—n
es que todo converge
lo que llevo puesto y lo que vistes vos

Lo que pienso y no pienso, digo y me callo y veo sin ver


lo que siento y vos sientes
es lo mismo de ayer y no lo de hoy
es tu piel en mi cuerpo tu saliva en mi voz
es tu aroma que grita, estremece y escucha
llamando a ese sue–o lejano y consolador

Si te tengo y me tienes
es que ambos tenemos la luz interior
De quŽ me sirve la vida d’melo tu..
A m’ solo me sirve
me sirve si en ella
si en ella est‡s vos.

LA SEPARACION...

Celina manten’a el conventillo con la pensi—n que generosamente le


segu’a pasando su moribundo ex marido. Las ausencias de Mar’a E. de las
Nieves y de la peque–a Angeles hab’an sido substituidas por otro nieto,
esta vez de padre desconocido. Su hijo mayor de treinta y nueve a–os
hab’a invitado a su "amiga" y el perro mast’n de Žsta a convivir con
ellos ya que ambos segu’an catalogados como estudiantes. Carlota,
tambiŽn olvid— a sus dos hijos al cuidado de su madre y despuŽs de a–os
de hueveo, desisti— de ser profesional content‡ndose con trabajar de
auxiliar en un estudio jur’dico, para convertirse en la amante de un
juez viejo pero poderoso que la llenaba de joyas, viajes y le manten’a
un carro del a–o. (casi como en los inicios de Celina). Celina con m‡s
de setenta a–os encima, cansada por la mala vida, la falta de dinero y
la locura de Vallesteres, comenz— a depender para todo de Carlota.

Ese a–o las cosas se pusieron intolerables oblig‡ndola a poner punto


final a su ‡spera convivencia con Vallesteres. Su ex marido falleci—
despuŽs de casi cien a–os de buena y productiva vida. En su testamento,
declaraba que, su "generosidad" econ—mica, hacia su ex mujer durante
todos estos a–os, obedeci— al chantaje al que fue sometido por todos
los acontecimientos durante sus a–os de pol’tico, en los cuales y por
azar del destino logr— amasar fortuna, acontecimientos de los cuales
Celina ten’a no solamente conocimiento, tambiŽn conservaba las pruebas.
Ahora tres metros bajo tierra le val’a un carajo lo que ella pudiera
hacer o decir. Dejaba sus bienes a ser repartidos por partes iguales
entre los hijos de sus tres matrimonios y tambiŽn con su œltima esposa,
la extranjera casi treinta a–os menor que Žl. Los casi cuatro mil d—
lares que recib’a Celina desaparecieron para convertirse en una pensi—n
vitalicia de trescientos d—lares mensuales, ya que nunca volvi— a
casarse. De ahora en adelante depender’a econ—micamente de sus hijos.
Su hijo var—n emprendi— las de villa Diego seguido por su "amiga" y su
enorme perro mast’n negro. Carlota fue tajante y muy clara con su
madre, le ofreci— tenerla en su casa a cambio de que se encargue del
cuidado y educaci—n sus nietos, que ya eran tres contando a la œltima
hija que tuvo para el Juez, antes de que lo enviaran a la Corte Suprema
de Valle Alto en compa–’a de su leg’tima esposa. La invitaci—n era
exclusivamente para ella, deb’a deshacerse de aquŽl loco a quien ya
nadie pod’a soportar; s—lo ella segu’a am‡ndolo con sublimada compasi—n
m‡s que con otro sentimiento pues a su edad, el verdadero amor
œnicamente se ejerc’a de la cintura para arriba. Recurri— a todas las
magias negra, roja, amarilla y blanca, trat— con cuantos "brujos",
Yatiris y "Curanderos", adem‡s de "naturistas" que pudo... todos le
contestaban lo mismo: NO HAY CURA, ES IRREVERSIBLE, ES COSA DEL
DEMONIO, para colmo, con el cansancio y la edad, el espor‡dico chispear
de sus ojos hab’a desaparecido por completo.

El ver a Vallesteres era deprimente, se hab’a encogido de tama–o por lo


menos en 40 cent’metros, andaba encorvado y con la mirada perdida en un
mundo accesible tan s—lo para Žl. Pac’fico unas veces, mascullaba
di‡logos coherentes con su pasado o su presente. Violento otras veces,
atacaba a Nieves con una hoja de papel bond, que la bland’a cual
cuchillo de cocina queriendo cortarle sus enormes alas de ‡ngel
encumbrado. Su cabello blanco y largo se notaba descuidado, la barba
igualmente larga compet’a con la del viejito pascuero y sus dedos
amarillentos de tabaco barato ten’an unas u–as largas y sucias; no se
cambiaba los pijamas ni para dormir y como abrigo, usaba una gruesa
bata de franela gris y una bufanda escocesa al cuello, ten’a pantuflas
acolchadas y gruesas medias de alpaca; Žsta era su vestimenta diaria de
muchos a–os. Hac’a como diez a–os que Vallesteres tuvo su œltima charla
coherente y cuerda con Celina rog‡ndole que no lo abandonara en su
locura, que cuidara de Žl hasta su muerte. Ahora ante la encrucijada
ella deb’a escoger: o aceptaba mudarse con su hija para ser su ni–era y
ama de llaves (como la fue Mar’a E. de las Nieves para ella), o se
quedaba a merced de nada, con trescientos d—lares como patrimonio en
compa–’a de su loco inmortal..

Hac’a muchos a–os que Celina estaba exhausta, demasiado pesada por su
gordura y su edad, tambiŽn ella se hab’a encogido, no solamente por
fuera, sino tambiŽn por dentro, se le encog’a el alma un poco cada d’a
pero nunca se le terminaba del todo, la sent’a marchita y acongojada
por el incumplimiento al acuerdo con Satan‡s, pero ÀquŽ pod’a ya ella
hacer para remediarlo?, se enamoraba con facilidad de sus amantes
pero... amar... s—lo a Vallesteres, a Žl lo am— desde el d’a en que lo
vio por vez primera en su matrimonio con Macarena Ahora se daba cuenta
del significado de sus terribles pesadillas, la mutilaci—n de sus
miembros eran sus pŽrdidas econ—micas, de poder y de amor, todo le fue
arrebatado por pedazos, igual que sus miembros; la decapitaci—n final
ser’a el alejamiento definitivo junto a la locura terminal de su amado.
Todo le sali— mal porque ella actu— siempre mal. Jam‡s debi— ser
causante del divorcio de su mejor amiga, jam‡s debi— obsesionarse con
Vallesteres, jam‡s debi— ser lo que fue, jam‡s debi— nacer. A estas
alturas de su abandono y miseria opt— por incumplir la promesa que le
hiciera al œnico amor de su vida en tiempos de felicidad. A la
siguiente ma–ana, muy serena, visti— de tristeza, se pein— de amargura
y calzando resignaci—n, en un corto vuelo de Lineas AŽreas, Celina
Mar’a Reaves Acarrea arrib— a Ciudad Sol, acompa–ada de un gnomo
gigante que apenas si sab’a ir al ba–o solo, para poder orinar o
defecar. Vallesteres fue depositado en el Manicomio local en definitivo
abandono y sin m‡s pertenencias que sus viejos pijamas, su bata, sus
pantuflas, su bufanda escocesa y sus medias de alpaca. Muri— seis meses
despuŽs a ra’z de su voluntaria inanici—n.

EL ADIOS...

No me duele la partida
ni halla remordimientos
mi conciencia
es mi coraz—n que
ya llevaste
el que parti— contigo
en ese d’a

ya no recuerdo ni el tiempo
si me dejaste solitario el ayer
s—lo tengo vivo
un presente
pero tu ausencia
habita en el

te imagino de estrellas
y cielos de mar
acaricio el espacio
y juntos
unidos en ellos
se que ma–ana
podremos
volvernos y amar

LA PARTIDA...

La noche de su muerte, en medio de sue–os espesos y opacos conteniendo


turbulenta apat’a, Vallesteres en persona se comunic— con Celina.
DespuŽs de a–os, Celina recuper— sus pesadillas; esta vez, el anuncio
apocal’ptico ser’a su œltima visi—n; era Rodolfo quien acompa–aba al
drag—n, a su padre y al rostro de Elenita que al un’sono arrancaban de
su tronco lo œnico que le daba vida...su cabeza. Vallesteres le
recriminaba el abandono de que fuera objeto y el incumplimiento a sus
promesas de amor. Ya desprendida del torso, su cabeza, comprensiva y
aquiescente lo miraba desde el suelo, de abajo hacia arriba, era Žl, su
amado, como antes, alto, fornido y bien cuerdo. Mientras ella hac’a
estas evaluaciones, Rodolfo furibundo, de una patada, lanzaba su cabeza
a cien metros del lugar; rodando y dando botes; Celina sent’a las
sacudidas y la impotencia de no poderlas frenar, estos rebotes de
cabeza le segu’an durando aœn hasta despuŽs de que, despierta,
agradec’a que fueran œnicamente pesadillas.

Con m‡s de setenta y siete gastados a–os, Celina serv’a a su hija como
a ella le sirvi— su madre. Se hac’a cargo de la mala educaci—n de sus
dos nietos y su nieta que ya eran adolescentes; apa–aba los romances
il’citos de su hija, aceptaba el reciente homosexualismo de su hijo ya
maduro, aprend’a a amarlos para poder tolerar esa vida que no era
desigual a lo que fue la suya. Revestida de insensibilidad ve’a pasar
los d’as hasta formar a–os, sus nietos perversos e intolerantes sol’an
mantenerla (al igual que a Nieves), encerrada en un obscuro armario a
veces hasta por dos d’as consecutivos, con el reconfortante consuelo de
su hija muerta quien retorn— trayŽndole otra oportunidad, mientras que
Carlota ya madura, viajaba por ah’ manteniendo a algœn nuevo amante
z‡ngano con el magro legado que le quedaba de la herencia de su padre.
De tanto en tanto evaluaba su vida desviando la mirada hacia su
interior y no sent’a sino otra cosa que un antagonismo incomprensible
entre lo bueno, lo malo, lo bello y lo feo de su realidad humana,
realidad que, vanamente, se empe–aba en esconder para reiterar su
convencimiento... hac’an a–os que viv’a en el mism’simo infierno.

Para alcanzar la paz al igual que su madre difunta, Celina tambiŽn


prefer’a que la encerraran en el armario en donde gozaba la compa–’a de
su peque–a hija muerta. All’ encontraba la libertad, deliraba y, de
igual forma que hiciera su madre en vida, ella tambiŽn revert’a sus
pasiones, viajaba en compa–’a de Vallesteres, sacaban a flote su barco
hundido hac’a cincuenta a–os, iniciaban su flota mercante de carga,
reaparec’a el negocio de las comunicaciones y florec’a la empresa de la
selva oriental. All’ en la oscuridad de su antiguo ropero era
millonaria, era feliz, era madre abnegada de su querub’n. Estaba con el
œnico amor de su vida, por el que tuvo que competir a la locura sin
poderle ganar, aquŽl amor tan grande por el que desafi— el poder de
Satan‡s sin haberlo vencido. De la misma manera en que su madre anta–o,
comenz— a delirar, ve’a en otra dimensi—n, ignoraba al resto de sus
hijos y tambiŽn a sus nietos por lo que todos los habitantes de ese
conventillo se sintieron alegres de ignorarla tambiŽn. Cansada de
soportar sus pesadillas, prefer’a encerrarse voluntaria en la
obscuridad para pasar inadvertida un par de d’as que los dedicaba por
entero al arrepentimiento, recordando el œnico pensamiento del Conde de
Saint Germain, atribuido a Shakespeare, que se aprendi— de memoria: "NO
HAY NADA BUENO NI MALO, EL PENSAR LO HACE ASI.

Tuvo que interceder el esp’ritu del ‡ngel encumbrado que


misericordioso, ante la interminable agon’a y el arrepentimiento total
y sincero de su amada hija, orden— al demonio de su difunto marido para
que Celina Mar’a Reaves Acarrea, el d’a en que cumpl’a los ochenta y
siete a–os, festeje su santo de la mejor manera... abandonando su
infierno, mandando a todo el entorno de mortales a la mism’sima mierda
para que el esp’ritu del cabr—n de su difunto padre, honrando su
promesa, le arranque de una vez por todas lo œnico que aœn faltaba de
ser mutilado... su alma y, as’, saldando sus cuentas pendientes con
Belcebœ, dado que todo lo que hizo fue por verdadero amor y que el AMOR
ES EL PRINCIPIO ACTIVO DE DIOS, la deje transportarse a la eternidad,
sonriente y presurosa en busca de Vallesteres.

Cumplida esta exigencia, ese atardecer, Celina Mar’a Reaves Acarrea


visti— sus galas de grandes amores, peinando su cabellera de
incontenible ansiedad, calz— sus pies de gracia y romance para partir
silenciosa y di‡fana a su mundo del m‡s all‡. Mar’a E. de las Nieves
suspir— aliviada; batiendo sus alas transparentes y difusas se extingui
— definitivamente del entorno de los mortales... Átodo estaba bien por
primera vez en m‡s de cien a–os!
FIESTA DE
CUMPLEA„OS

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àßàÿ enfrascada en estos pensamientos: " Dime crueldad de este mundo,
Àque da–o hice yo?, Àfue tan grave amar as’?, Àhice tanto da–o para
merecer lo que tengo?, y si dejara de amarlo... Àcesaria mi tormento?.
Ojal‡ pudiera ser tan f‡cil; pero si dejo de amar tu recuerdo pierdo la
fortaleza que me das y ni siquiera me muero, tendr’a que olvidarte y no
quiero, me aferro a la ef’mera felicidad de mi pasado, que es el aliento
que me da vida. C—mo ans’o volar al infinito paraes que la
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ÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿÿ óôöÞ verte tan s—lo un instante, porque sŽ, que esa
fracci—n de segundo bastar’a para comprender, para entender lo que aœn
no logro aceptar, para saber si me amaste mucho, poco o de la manera en
que te amo yo a t’... Ay si pudiera volver atr‡s... ser’a todo tan
diferente "ener tantos hermanos hombres), a
,,, la atormentaba.do no cumpl’a su deber conyugalcon ,,,,,,
encubridora, se sent’a perdida;breves cÇíÐEВвÐØÐåÑXÑqÑsѓєѕії
ѧÑÆÑÊÑËÑÌÑÍÑÎÑÏÑÐÑðÑ÷ÔÔ Ô?Ô@Ô`ÔaÔbÔcÔ‚ÔÔ¹ÔÙÕÕ&Õ'ÕGÕgÕhÕsÕ…Õ¤ÕÃÕÇÕçÕéÖ
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@b la conducta anormal de su yern;en dice "torcido de nacimiento" arŽ
saberlo. Tal vez nadie tenga-"", pudo lograr con sus consejos; como
Jefe de Prensa del gabinete, a Awicho las puertasar la gastronom’a o
hacerle nar o publicar reiteradamente sus fotograf’as piezas entre
lienzos y l‡minas;, PŽrez de Holguin en sus museos.uadro, la rŽplica y
el original;,utilidades hecho que no por onalmente de que as’
sucediera,lo que implicar’a que cumpliera coniempo durante el cual se
la pas—se. Macarena lo ayudar’a a fugar"""n, el pa’s se llen— de
extranjeros ella EdelmiraEdelmiraEdelmiraEdelmiraEse Viernes a œltima
hora,Edelmira EllaEdelmiraella,su falta de belleza y, es que, Edelmira
delante no ser’a nada halagador;Edelmirasu madreEdelmiraEdelmirando el
de la comida de su perra, con la cual, cada d’a ala abuela
"",,junto a la locura
el interior de izquierda, ayud‡ndola a partir. E-"ta carta el que,
secretamente, mpor muchos a–os, pero ahora, me lleg— el tiempo de
descansar, el del reencuentro con el ayer; es".Mar’a E. de las jos
verdes de su difunta madre.Ea los moradores del conventillo;fund’a con
su hermana la muerta: -"Nuevamente yregresas a joderme la vida. Fue por
t’ que mis padres nunca me, fue por t’e se alcoholizaron, fue por t’
que mi vida se convirti— en una mierda... y ahora, tienes el tupŽ de
regresarme las de Nieves, fugazllenandome la felicidad
, que,la aparici—n de .-"Ahora me doy cuenta del significado de mis
pesadillas, la mutilaci—n de mison misicas, de poder y de amor, todo
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3£$$.batado por pedazos, igual que mi se dar‡ conjunto a la locura
terminal de mi. Todo m actuŽ siempre mal. Jam‡s deb’ ser causante del
divorcio de mi‡s deb’ obsesionarme con Vallesteres, jam‡s deb’ ser lo
que fu’; jam‡s deb’"- pensaba silenciosa y con el alma adolorida-

en ,madre abnegada de su querub’n; ele a la locura sin poder de Nieves,

"CUALQUIER SIMILITUD CON PERSONAJES Y HECHOS DE LA VIDA REAL, SON MERA


COINCIDENCIA"
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