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LUNA DE HIEL

Por Pablo Nicoli Segura.

Me casé un día como hoy, hace ya casi 30 años y, recuerdo que la luna de miel, duró cerca de
un mes. Fueron diez días maravillosos visitando el Cusco y Machu Picchu y, otras tres semanas
en las costas de Arequipa. Un pariente cercano nos prestó su casa que daba con vista al mar y,
a los acantilados Mollendinos. Era una casa de veraneo enorme, de unas seis habitaciones y
hasta tres niveles, con una terraza en la cual se veía todo el mar y, en la que por las tardes,
descansábamos con mi esposa sentados en unas cómodas hamacas, charlando sobre los temas
más diversos. Mirando hacia abajo de la casa, había un caminito de rocas que llegaba hasta el
mar, pero que nos daba miedo usar, pues las olas, por momentos barrían con todo y era mejor
verlo que caminarlo. Dos personas solas en una casa tan grande -con puscina- y, de luna de
miel, pocas veces salen a caminar las playas abarrotadas de gente, o las calles, salvo por un
tiempo muy corto; en realidad los esposos en ciernes, les gusta permanecer al interior de una
casona llena de comodidades, olor a mar y ruidos misteriosos. Charly, el cuñado de mi esposa y
dueño de la casa, nos había contado algunas historias bastante macabras de la tradición local,
como la de los bañistas, otras veces pescadores que, se habían ahogado en las costas
arequipeñas y, cuyos cuerpos muchas veces perdidos para siempre, quedaban a merced de los
peces, o se hacían una bola informe entre algas y redes que les confería un aspecto a novela
de horror...

Cuando uno vive en una casa ajena, desconoce los motivos reales de uno u otro ruido y, a
veces, la imaginación echa a volar, entonces los esposos muertos de miedo, comienzan a
encender la luz del corredor, de las habitaciones y,val final, de toda la casa, para descubrir que
son o de donde provienen aquellos sonidos guturales que, parecen provenir de las afueras con
vista al mar y que, por supuesto, no son causados por aves o lobos marinos, sino que asemejan
otro tipo de sonido, más parecido a un aullido o lamento que, no es totalmente ajeno, pero
que nos paraliza por momentos en un gran abrazo, pero lo peor viene cuando descubrimos el
rastro de humedad que sube por el caminito de piedras que, desde el mar conducen con
destino a la casa y que, mojan la terraza, las gradas de madera, y el pasillo que conduce a
nuestra habitación. Descubrimos y recojo lo que asemeja una tela -en realidad una fibra- verde
oscura y pegajosa que, nos hace pensar en aquellos cuentos que el cuñado, entre risa y risa
nos ha contado de aquellos pescadores ahogados que, arrastrándose, suben hacia algunas
casas para asustar a los vivos; entonces abrimos el cajón de un viejo mueble y, encontramos,
un manuscrito dejado por algún visitante anterior, en un verano pasado y, en donde, parece
confirmar nuestras sospechas, los muertos en el mar suelen regresar a tierra... Y, entonces,
obligados por el miedo y las circunstancias, decidimos salir con solo lo puesto, huyendo de la
casa a coger el coche con destino hacia Arequipa; pues aunque aquellas absurdas historias
que, apenas asustarían a un niño, cuando uno las vive en carne propia, parecen dejarte sin
fuerza ni valor y, siempre es mejor un acto de evasión y cobardía, a tener que asumir las
horribles consecuencias y no estar más para contarlas.

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