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Reseña El universalismo de Shakespeare

Valentina Mateus Rodriguez


Gleyson Cifuentes Gaviria
Samuel Puerto

Harold Bloom fue uno de los críticos y teóricos literario estadounidenses más
destacados, se desempeñó, además, como profesor de humanidades en la universidad de Yale
en la que también desarrolló sus estudios, murió en el año 2019 dejando tras de sí una
veintena de libros con una fuerte influencia en el campo de los estudios literarios.
Shakespeare: The Invention of the Human fue publicado en 1999 en la ciudad de Nueva
York.
Bloom parte por plantear un interrogante que busca situar al lector: ¿por qué
Shakespeare? La respuesta al porqué Shakespeare tiene una importancia tan notable en la
cultura occidental empieza a esbozar en varios aspectos de su obra; el crítico estadounidense
parte de plantear la multiplicidad de personajes entrañables que se pueden encontrar en la
obra de Shakespeare, se empieza a percibir la gran admiración que Bloom sentía por
Shakespeare al asegurar que lo que se puede aspirar como lectores al acercarse al dramaturgo
inglés es equivocarse ya que su intelecto se encuentra por encima del resto de autores tanto
antes como después de él, y es necesario tener en cuenta esta superioridad para evitar recaer
en análisis que al buscar acertar sobre su persona no logran su cometido.
Prosigue planteando una revisión sobre lo que diversos críticos de Shakespeare han
dicho, trayendo a colación la capacidad del autor inglés de inventar diversos caracteres en sus
personajes y cómo a través de estos es capaz de lograr representar la naturaleza humana en sí
misma, su esencia. Este es uno de los factores que permiten que Shakespeare sea un autor
atemporal, si bien esto no quiere decir que este aislado de su propio contexto histórico, lo que
más destaca es su capacidad de encarnar “cúspides humanas” que elevan a su creador y
generan una simpatía con el lector ya que le traen a su mente experiencias de la vida real aun
siendo creaciones. Esta atemporalidad le permite a Shakespeare llegar a diversos contextos y
no sólo hallarse en el contexto académico empezando a permear así toda la cultura occidental
equiparandose a autores como Homero.
Uno de los elementos que Bloom nombra y que forma parte de esa herencia universal
shakesperiana es la personalidad, esa capacidad de creación de una interioridad, de una
autopercepción que les permite a los personajes alcanzar cierta ilusión de independencia y
libertad dentro de la creación y que alcanza su cumbre en dos de sus personajes: Falstaff y
Hamlet. Esta personalidad está relacionada con el monólogo moral interior del que somos
herederos y del que han hablado autores desde Homero hasta Kant, sólo allí se hace evidente
el universalismo del que habla el texto.
Allí el crítico estadounidense hace una revisión de los contemporáneos de
Shakespeare para demarcar que la capacidad creadora de esta “personalidad” no se reduce a
un momento específico sino que forma parte de esa genialidad propia del dramaturgo inglés y
que diferencia personajes elocuentes de seres que parecen ser de carne y hueso, seres que
percibimos vivos dentro del espacio de creación. Otro factor que contribuye a la concepción
de los personajes es el vitalismo con el que Shakespeare caracteriza cada personaje,
otorgándole características “propias” como por ejemplo una manera propia de hablar, una
construcción personal del lenguaje.
Las obras de Shakespeare, a pesar de ambientarse en contextos específicos y de
desarrollarse en unas condiciones sociales, no están construidas para ser el factor central en
la obra. El propio Bloom plantea que hay representaciones en las que es la propia puesta en
escena busca imponer una lectura o una interpretación forzando a la obra a responder a una
problemática, olvidando que la obra busca problematizar ya ciertos conflictos a los que se
ven representados los personajes; siguiendo esta línea, Bloom asegura que es más probable
saber ciertos aspectos acerca de Shakespeare como sus gustos en comida que sus opiniones
políticas y sociales, estos enfrentamientos a la verdad propia de cada individuo se encuentran
en el centro mismo de la estética shakesperiana
Bloom procede a mencionar brevemente que Shakespeare reemplazó a la Biblia
dentro de la conciencia humana, ya que se mantiene vigente después de tantos siglos,
reafirmando su universalismo. Luego se retoma la idea de que a Shakespeare no se le debe
atar a un contexto histórico, social o cultural (de ningún tipo, ni a los de su época ni a los
actuales), ya que esto es hacer que el peso de su trabajo sea pormenorizado: Shakespeare,
como Bloom mencionaba, se ha convertido en un “dios mortal”, lo que lo desprende de
cualquier atadura que la humanidad quiera imponer para tratar de desglosar la complejidad de
sus obras.
Las tragedias de Shakespeare son ejemplares y omnipresentes, ya que como el autor
comenta: “Nietzsche (…) enseñaba que el dolor es el auténtico origen de la memoria
humana” (p. 27). Esa imitación de dolor que evoca un dolor real en los receptores de las
obras de Shakespeare (ya sea como lector o como espectador), puede generar que la gente le
tema a las mismas, no solo por el sentimiento que transmite sino también debido a la
facilidad con la que una persona se puede ver a sí misma en un personaje. Esto no hace más
que demostrar que el placer y el sufrimiento que genera el trabajo del dramaturgo puede ser
igual de intenso.
Así es como Shakespeare se ha convertido en el primer autor universal, sustituyendo a
la biblia en la conciencia secularizada; a propósito de la conciencia colectiva y la subsistencia
a través del tiempo, Bloom nos comenta: el dolor es el auténtico origen de la memoria
humana. El dolor memorable, o la memoria engendrada por medio del dolor se sigue de una
ambivalencia cognitiva y afectiva, cuestión que inevitablemente nos recuerda a Hamlet.
Shakespeare nos hizo teatrales, afirma Bloom, haber inventado nuestros sentimientos es
haber ido más allá de nuestra psicologización. Bloom considera que la educación y el mundo
de habla inglesa (e incluso otras naciones) ha sido shakesperiana, es así como Shakespeare
pone en perspectiva sus dramas de tal manera que, medida por medida somos juzgados
nosotros mismos al intentar juzgar «Si el Falstaff de usted es un cobarde jactancioso, un
confidente manirroto, un bufón no solicitado del príncipe Hal, bueno, entonces sabemos algo
de usted, pero no sabemos más de Falstaff», así Bloom nos explica cómo Shakespeare es un
espejo dentro de un espejo; que tenemos que ejercitarnos y leer a Shakespeare tan tenazmente
como podamos, sabiendo a la vez que sus obras nos leerán más enérgicamente aún «Nos leen
definitivamente».
Otro de los aspectos que se resaltan, es el de la importancia del poder de la voluntad
dentro del teatro shakesperiano, ya que es esta pasión la que determina en su totalidad la
mayoría de aspectos destacables de sus mejores trabajos, ya sea porque los personajes se
abandonan a ella, como Enrique V, o el total desprecio hacia la misma, como es el caso de
Hamlet.
Bloom plantea en este capítulo que toda la humanidad es teatral debido a
Shakespeare, independientemente de si conocemos a Shakespeare, ya que como se mencionó
previamente, es él quien modela el mundo y crea todo lo que procede. Bloom menciona que
puede parecer que Hamlet es real, pero que ha sido introducido en la comedia equivocada.
Shakespeare lo sabía todo, aunque deja ver en sus obras lo justo para que su público lo pueda
asimilar, lo cual el autor considera bastante nihilista por parte del dramaturgo.
La caracterización shakespeariana es a fin de cuentas tan variada que no podemos
llamar «verdadero» a ningún modelo suyo. Quizá no haya gran diferencia entre hablar de
«Hamlet como personaje» y «Hamlet como papel para un actor», sin embargo, para Bloom,
poco se gana recordándonos que Hamlet está hecho de palabras y con palabras, que «no es
más que un conjunto de marcas sobre una página», pues «carácter» significa a la vez una letra
del alfabeto y también ethos; el modo de vida habitual de una persona. El carácter literario y
dramático es una imitación del carácter humano, o eso se pensaba antes, cuando se daba por
supuesto que las palabras se parecían a la gente tanto como a las cosas, pero su impacto sobre
nosotros emana, como dice Martin Price, del ámbito empírico en que vivimos y donde
atribuimos valores y significados a nuestras ideas de las personas. Estas atribuciones son una
especie de hecho, y así lo es nuestra impresión de que algunos caracteres literarios y
dramáticos refuerzan nuestras ideas de las personas y otros no.

A lo largo del texto se hace evidente una fuerte admiración hacia el Shakespeare autor
y hacia el Shakespeare persona, recalcando constantemente su relevancia no solo en el
sistema literario occidental sino también en la cultura occidental. Por otro lado, si bien
destaca al dramaturgo inglés y a sus múltiples virtudes, no solo pasa por alto el factor
histórico y social sino que además lo condena e ironiza cualquier aproximación panfletaria, a
los cuales denomina de manera crítica como las escuelas del resentimiento, demostrando de
facto un rechazo total a la hora de reconciliar aproximaciones a la obra y su autor predilecto
que no correspondan a su confesa bardolatría, todo lo demás parece ser sacrílego.

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