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de CHARLES FAULHABER
El autor comienza afirmando que cualquier discusión sobre épica medieval española
debe comenzar con el NEOTRADICIONALISMO de Ramón Menéndez Pidal. No fue hasta la
primera década del siglo XX que Menéndez Pidal desarrolló una teoría coherente acerca de los
orígenes y la evolución de la épica.
Menéndez Pidal sostuvo que la épica romance medieval (estudia la épica española y
francesa en conjunto) desciende directamente de la temprana épica germánica y, como ésta, fue
compuesta oralmente por un juglar, el cuál -probablemente- haya aprendido esta tarea mediante
un largo aprendizaje, como un medio para conmemorar sucesos más o menos cercanos. Dichos
«cantos noticieros» fueron transmitidos también de «boca en boca». y, modificados por los
exitosos juglares, para responder a los cambios en la sensibilidad artística y en el gusto del
público. Inevitablemente, se alejarían de la realidad histórica a medida que pasaban de un juglar
a otro.
Por otro lado, para explicar el supuestamente absoluto silencio concerniente a las
chansons de gestes entre el período carolingio y la fecha del primer manuscrito, M. Pidal
postuló un «estado latente» durante el cual la poesía anónima, popular de los juglares, cantada
en vernáculo, simplemente falló en atraer la atención de los clérigos o perdió el prestigio que
induciría a éstos últimos a usar los escasos y caros pergaminos para escribirla.
Por otro lado, J. Bédier, desde un enfoque INDIVIDUALISTA, escribía su estudio Les
Légendes épiques, el cual contradecía la teoría de M. Pidal e intentaba demostrar que los textos
son virtualmente todos los que alguna vez existieron y que se originaron con la colaboración de
monjes y juglares en condiciones específicas del siglo xi y xi, a lo largo de caminos de
peregrinación. Para Bédier, cada poema es la obra de un hombre; y lo tenemos en la forma en
que fue compuesto, salvo en la medida en la que haya sido corrompido por la transmisión
escrita.
El punto central de desacuerdo entre los dos estudiosos se centra en la naturaleza de la épica:
individualista y erudita para Bédier, tradicionalista y profana para Menéndez Pidal.
Entre los ’40 y los ’50, las teorías de M. Pidal fueron casi artículos de fe entre los hispanistas,
tanto como las de Bédier lo fueron entre los especialistas en épica francesa, y en 1960 recibieron
un poderoso empujón de una fuente inesperada: la publicación de The Singer of Tales de Albert
Lord, una recopilación de estudios sobre composición oral formulística de la épica sur-eslava
moderna. Los cantores estudiados por Milman Parry y Albert Lord, la mayoría iletrados, pueden
componer cantos de gran extensión y complejidad sobre temas tradicionales, improvisando
líneas de versos libres de diez sílabas sobre la base de fórmulas y frases formulares. El poeta
memoriza el «esqueleto» del poema, la serie de temas en torno a los cuales éste se organiza, y,
mientras canta, recubre ese esqueleto con su repertorio de fórmulas. Por supuesto, cuando más
frecuentemente se recita una canción, mayor es la tendencia de que las varias versiones se
parezcan unas a otras. A la inversa, las canciones presentadas con menor frecuencia tienden a
variar mucho más, particularmente en el final.
Por otro lado, el autor afirma que la mayor diferencia entre la postura de Parry-Lord y la
de Menéndez Pidal yace en el rol otorgado a la memoria en los dos sistemas: para Lord, la
memorización de un texto fijo es un signo de la decadencia de la tradición épica; para
Menéndez Pidal, la improvisación es una aberración moderna. En un artículo de 1966, asegura
que la improvisación es ajena a una edad primitiva y marca el comienzo de la época de la
autoría individual.
Para la épica romance medieval, él, opone una «re-creación conservadora», una
transmisión oral relativamente fiel, contra una «re-creación innovadora» un intento consciente
de renovar un poema.
El primer intento a gran escala de aplicar las pruebas de Parry-Lord (fórmulas, falta de
encabalgamiento, composición temática) a la poesía española medieval fue emprendido por E.
de Chasca, quien reclamó resultados positivos para sus estudios del Cid. Además, la
investigación de J. Rychner sobre los principales motivos (los “temas” de Lord) de diez épicas
antiguas francesas mostró que esos motivos fueron organizados precisamente en la misma
forma en todos los poemas. El concluyó que un estilo oral tradicional era responsable de las
semejanzas, pero que el Roland mismo mostraba demasiada artesanía para ser oral.
Finalmente, fue J. J. Dugan quien dio una metodología e información que derramó
“nueva luz”. Propuso, a su vez, que cualquier hemistiquio repetido en una épica francesa
antigua puede ser aceptado como fórmula. Usando esa definición, encontró que el 35,2% de los
hemistiquios del Roland de Oxford son formulísticos. En su análisis del Mío Cid demostró que
el 37,1% de sus hemistiquios están repetidos. El acuerdo cercano en la densidad formulística del
Mío Cid, el Roland y el corpus homérico es contundente.
El individualista inveterado puede aún desear continuar la oralidad de estas obras, pero
estará duramente presionado para negar que son productos del mismo proceso de composición,
todo oral, todo escrito, o todo «transicional».
Sin embargo, a pesar de que la tesis neo-tradicional esté reforzada por la teoría de
Parry-Lord, no mantuvo por ningún medio la lealtad de todos los estudiosos. La discusión se
centró en el origen del Mio Cid. Por un lado, P. E. Russell sugirió que el Mío Cid fue
compuesto en la última parte del s. xii, por un autor instruido en leyes y que fue escrito para
apelar al pueblo de los alrededores de Burgos. Inclinandose al neotradicionalismo, él se abstuvo
de sugerir que el autor era un clérigo. Por otro lado, A. Ubieto Arteta, concluyó que el Mio
Cid, en su estado actual, debe datar de 1200. Finalmente, en 1967, D. G. Pattison adujo varias
razones basadas en el lenguaje para situar el poema en la misma fecha, ofreciendo además, más
ejemplos de terminología legal.
Por otra parte, en 1971 C. C. Smith, en sus estudios sobre el Mio Cid, afirma que:
hay semejanzas definitivas entre el Mio Cid e historias latinas del s. XII, como
la Chronica Adefonsi Imperatoris y la Chronica Najarensis. Dichas semejanzas
demuestran mutua influencia.
La aparición de personajes históricos menores en el poema se explica mejor
admitiendo la existencia de un “archivo cidiano” en Burgos o Cardeña.
La de deformación de los personajes históricos mayores presupone una fecha
muy posterior a 1140, probablemente el 1200.
La presencia de terminología legal señala a un autor familiarizado con la ley.
En una introducción escrita por él, Smith usa los anteriores argumentos para desafiar al
neotradicionalismo explícitamente y defiende una revisión completa de la opinión critica sobre
el Mio Cid. Smith discute la historicidad del poema como una cualidad inherente a la épica
española medieval, viéndola más bien como un rasgo individual del Mío Cid, usada como
propósito de verosimilitud literaria. Si bien en cuanto a los orígenes entiende que tiene una
tradición épica oral-popular, simple, sin forma y episódica; señala que entender que el autor
haya sido un trovador o juglar itinerante y probablemente iletrado, como los pidalistas parecen
sostener, es insostenible, debido al gran talento del poema, sus numerosos rasgos eruditos y su
naturaleza escrita. Entiende, entonces, que el autor ha sido un abogado o, por lo menos, una
persona instruida en leyes. Así, sea lo que sea que sacó de la tradición, el alto grado de unidad
que le dio al poema confirma, para Smith, que el autor trabajó en la escritura y que no pudo
haber sido un trovador iletrado.
Además, el autor sostiene que Smith debe aceptar una larga tradición oral para
explicarse la calidad artística de la obra; al mismo tiempo niega que la tradición oral tenga algún
valor artístico: es «sin forma y episódica». Sin embargo, puesto que Lord sostiene que las
técnicas pulidas de composición formulista no pueden ser llevadas a cabo por el escritor
principiante, y que ningún individualista está tentado a negar la validez de sus descubrimientos;
surgen dos problemas para la interpretación de Colin Smith. En ese sentido, si se admite la
artesanía de Mío Cid a todo nivel sólo puede haber dos explicaciones:
H. López Morales, a partir de las formulaciones de Menéndez Pidal, sostiene que la épica
castellana desciende de la tradición visigoda vía las canciones asturo-leonesas sobre la caída de
España. A Várvaro, por su parte, (en el marco básico del neo-tradicionalismo) distingue entre la
«tradición de motivos y la específica tradición formal del poema heroico»: la primera podría
derivar de la tradición germánica, pero no hay evidencia para que la última lo haga. Si bien
acepta la relevancia de las teorías de Parry-Lord, entiende que los textos existentes pertenecen a
una tradición escrita y, como López se dedica al análisis de los textos existentes.
Faulhaber sostiene que la extensión de la opinión de los estudiosos no podía ser más
amplia, ni la falta de acuerdos más absoluta. Uno de los pocos puntos sobre el cual los
contendiente coinciden concierne a la presencia de fórmulas: ese rasgo demuestra que la épica
medieval, oral en su origen, fue difundida oralmente por juglares, ya sea que los textos
existentes hayan sido compuestos oralmente o en forma escrita. Sin embargo, ¿es la poesía
formulista necesariamente oral? Magoun Jr., partiendo de la densidad formulista de ciertos
poemas anglosajones, los declaró orales en su origen. En 1966, L. D. Benson mostro obras
obviamente eruditas, anglosajonas, eran también formulistas.
MEMORIZACIÓN
Otro punto crucial es la naturaleza del proceso de composición en forma escrita. Los
individualistas ven al poema compuesto en forma escrita. Lord lo ve improvisado en el acto de
cantarlo. Pero muchos analistas dudan de que este proceso pueda producir poemas de la calidad
artística del Roland o Mío Cid. Para los neotradicionalistas pidalistas, la analogía básica de
composición es con la balada, la cual depende de una previa composición oral y transmisión
memorística.
Por otra parte, ¿son los textos existente eruditos o populares? Si son la combinación de
elementos populares y cultos, ¿qué clase de proceso podría explicar tal combinación? La
dicotomía entre clérigos y juglares es falsa. Ni los juglares ni los clérigos vivían en
compartimientos estancos. Que hubo hostilidad se demuestra por muchas restricciones a las
actividades del juglar impuestas por la Iglesia, pero hubo también relaciones amistosas.
Además, el autor sostiene que no se puede decir mucho sobre el proceso por el cual el
juglar absorbería material del clérigo, o por le cual el clérigo daría forma a un poema épico, con
propósitos extra-poéticos.
Unos pocos de estos problemas pueden resolverse con relativa facilidad; algunos, tal
vez nunca sean aclarados. Pero sólo intentando atacarlos es que podemos tener éxito en
establecer la cuestión más amplia de la épica en general.