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González Herráez.
INSTITUCIONES
BÁSICAS DE
DERECHO
ADMINISTRATIVO.
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Miriam González Herráez.
Aunque hablemos de Administración Pública en singular, debemos saber que son muchas las
Administraciones Públicas que existen en nuestro país, según los niveles de gobierno: estatal,
autonómico o local, cada uno con su propia AP. Esto viene contemplado en el ArMculo 2.3 de la
Ley 40/2015, de 1 de octubre, de Régimen Jurídico del Sector Público: Tienen la consideración
de Administraciones Públicas la Administración General del Estado, las Administraciones de las
Comunidades Autónomas, las EnAdades que integran la Administración Local, así como los
organismos públicos y enAdades de derecho público previstos en la letra a) del apartado 2.
(organismos públicos y en4dades de derecho público vinculados o dependientes de las AAPP).
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Miriam González Herráez.
El hecho de que los principios que inspiran el Derecho Administra4vo sean diferentes a los
propios del Derecho Civil nos señala que esa diferencia marca una forma dis4nta de aplicar e
interpretar este derecho par4cular, que no sólo es dis4nto, sino que es un derecho peculiar:
un término que va más allá de una simple diferencia, haciendo referencia a que ésta diferencia
existente es muy profunda.
Es importante, aun así, destacar que los límites de la definición de Derecho Administra4vo no
están siempre claros.
Por una parte, esta definición es insuficiente porque el Derecho AdministraGvo no es el único y
exclusivo que se aplica en la Administración Pública, sino que ésta, a veces, también está
some4da a otras ramas del Derecho, como el privado o el laboral. Esto ocurre también con el
personal de la Administración, estando algunos regidos por el Derecho Administra4vo –los
funcionarios- y otros por el Derecho laboral –los contratados laborales. Este 4po de Derecho es
usado por la AP porque considera que mediante él ob4enen ventajas.
Por otra parte, la definición de Derecho Administra4vo queda superada al comprobar que éste
también se aplica a otros sujetos públicos dis4ntos de las Administraciones Públicas. Así, el
Poder Legisla4vo hace las leyes y controla polí4camente al Gobierno, pero también realiza
tareas de administración, como ges4onar los Bole4nes Oficiales de las Cortes.
El Derecho Administra4vo no se iden4fica como tal hasta comienzos del siglo XIX. Ahora bien,
debe saberse que antes de este siglo ya exis\a una administración en su sen4do material, pues
toda sociedad organizada ha desarrollado tareas que, al margen de su denominación, se
corresponden con las que hoy consideramos como propias de la Administración.
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Miriam González Herráez.
La primera manifestación del Estado es la del Estado Absoluto, en el que el poder se concentra
en una persona: el monarca absoluto, cuyo fin era la garan\a de la seguridad.
Este primer modelo del Estado se rompe a par4r de las revoluciones liberales, dando lugar al
Estado Liberal. Sus fines eran la libertad, propiedad, igualdad y la solidaridad. El medio para
garan4zar estos fines era la división de poderes, ideada por Montesquieu: “que el poder frene
el poder, ya que no podemos hacerlo desaparecer.”
Desde el punto de vista de la ciencia polí4ca, el Estado Liberal establece una separación entre
lo público y lo privado: se pretende evitar que el Estado intervenga en las relaciones sociales,
con la excepción de inmiscuirse en el caso de existencia de conflictos graves: lo que se
denomina Estado general. En ese Estado Liberal, la Administración Pública 4ene un carácter
pasivo o excepcionista: contempla, pero no actúa.
A par4r del pensamiento marxista, se producen una serie de revoluciones, lo que lleva al
Estado Liberal a adaptarse a las circunstancias, apareciendo de esta forma el Estado Social,
cuyo fin es la garan\a de igualdad material –que no formal o jurídica (tratar desigual a los
desiguales, es decir, si mi situación económica es desigual a la de otra persona, la ley debe
prever diferentes regulaciones para ambos). Para ello, se establece que el Estado actúe como
un corrector de esas desigualdades originarias existentes entre las personas, estableciendo una
“discriminación posi4va” y es así el Estado, a través de la Administración Pública, el que actúa
como corrector mediante el intervencionismo administra4vo y la prestación de servicios
públicos (sanidad, educación, servicios sociales, etc.).
A par4r de esto se produce una crisis financiera de los Estados debido al sostenimiento de los
servicios públicos a través del régimen de gratuidad, ya que estas prestaciones gratuitas suelen
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llevar a demandas ilimitadas. Ante esta situación de crisis europea, se plantean una serie de
fenómenos, conocidos con el nombre de la Liberación de los servicios públicos (es decir, se
priva4zan estos servicios). Esto significa que la Administración no puede intervenir en todos los
ámbitos de la vida pública, sino únicamente a los necesarios. Esta nueva concepción del Estado
Social se conoce como Estado garante, en el que éste se sitúa como garante de que los
servicios públicos se presten por la vía privada en una serie de situaciones. Es decir, estos
servicios los presta una organización privada bajo supervisión de la Administración Pública,
reduciéndose así su papel, ya que sólo actúa como supervisora. Actúa como supervisor
independientemente del Gobierno, como el Banco de España, una Administración Pública que
no depende del Gobierno, sino que sus vocales son elegidos por el Parlamento, al que rinden
cuentas.
La diferencia es que, en el Estado Social, la Administración 4ene el monopolio de prestación de
servicios públicos, mientras que, en el Estado garante, éste proporciona únicamente los
servicios necesarios con la supervisión de las Administraciones independientes.
En toda esta evolución histórica, por una parte, el Derecho Administra4vo 4ene todo su
esplendor a través del Derecho Público. Sin embargo, más adelante, las administraciones
públicas huyen del Derecho Administra4vo mediante su independencia del mismo.
Esta evolución se produce en el con4nente y, más concretamente, en España y Francia. Sin
embargo, en los países anglosajones, las administraciones se someten a la Common Law, es
decir, al mismo derecho, no hay una jurisdicción contencioso-administra4va.
Son varias las perspec4vas desde las que puede abordarse el tratamiento cons4tucional de la
Administración Pública. En este caso examinaremos el marco cons4tucional en el que se
inserta el Poder Ejecu4vo y la Administración, lo que nos permite analizar cada uno de los
preceptos en los que la CE se refiere a la Administración de manera sistemá4ca y, además,
contemplar históricamente a la misma.
La Administración Pública es una administración al servicio del Gobierno, algo que viene
reflejado en el Título IV CE, concretamente, en el art. 97. Así, la Administración debe responder
a los fines establecidos por la CE en el Título I, apartado I. Los valores jurídicos quedan
recogidos en el Ar\culo 1 de la Cons4tución Española.
ArMculo 1.
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pluralismo políAco. Esa proclamación 4ene consecuencias para todos los poderes y también
para la Administración Pública.
Como Estado de Derecho, se garan4za a todos los ciudadanos la libertad y la igualdad formal o
jurídica (art. 14 CE); como Estado Social, la igualdad y jus4cia; y como Estado democrá4co, el
pluralismo polí4co.
Como Estado Social, deben garan4zarse una serie de derechos en relación con servicios
sociales. Los derechos que garan4za el Estado social son “imperfectos” ya que, a diferencia de
los Derechos Humanos, que pueden ser alegados directamente ante el Tribunal de Jus4cia;
éstos requieren la previa existencia de una ley que desarrollen tales derechos (ej.: art. 17 CE
sobre el derecho de tener una vivienda digna). Esto viene contemplado en el art. 53.3 CE.
Esta “imperfección” de los derechos sociales es denominada por una doctrina como
“irreversibilidad de los derechos sociales”, que obedece al hecho de que las medidas que
puedan suponer vaciar el contenido de ese derecho, deberían ser incons4tucionales (ej.:
recortes en sanidad). Sin embargo, el TC se ha situado en la posición contraria a este concepto,
alegando que tales derechos sí pueden reducirse para adecuarlos a la situación económica. Por
tanto, siempre y cuando ese recorte esté fundamentado y jus4ficado, no es incons4tucional.
Además, estos Derechos están en relación con las posibilidades económicas que tenga el
Estado ya que éste quizá no disponga de los fondos necesarios para garan4zar tales derechos,
como puede ser el de garan4zar una vivienda digna a cada uno de sus ciudadanos.
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polí4ca. Esta visión del Estado democrá4co se da, desde luego, en el Poder Legisla4vo, pero no
se da de la misma manera en los demás poderes.
En el caso del Poder Judicial, los jueces y magistrados no son elegidos por el pueblo ni directa
ni indirectamente. La explicación de esto puede venir dada por el pensamiento de que lo
importante es que jueces y magistrados aseguren la aplicación de la Ley surgida de la voluntad
del pueblo. En esa medida no son un poder desvinculado de la voluntad popular puesto que,
justamente, la aplican.
En el caso del Poder Ejecu4vo, la designación no es directa por el pueblo, puesto que en
nuestra Cons4tución el Presidente del Gobierno es inves4do por el Congreso de los Diputados.
Lo que aquí nos interesa es, sin embargo, la Administración. Esta se dis4ngue del Gobierno a
pesar de que los altos cargos de la misma son también miembros del Gobierno. Pues bien, la
Administración se erige como un aparato neutral que no es elegido por el pueblo, sin perjuicio
de que los Ministros sean designados por el Presidente del Gobierno, a su vez designado por el
Congreso de los Diputados (elegidos por los ciudadanos); al igual que los altos cargos –
Secretarios de Estado, Secretarios Generales, Subsecretarios, etc.- sean designados por el
Gobierno o Ministros. Ello no puede ocultar que el resto del aparato de la AP no responde a un
sistema de elección democrá4ca por el pueblo.
El principio democrá4co no conlleva así que el pueblo elija a los empleados públicos, sino que
únicamente eligen el Gobierno, al cual le compete dirigir la Administración y decidir quién se
encuentra a la cabeza de la misma. La Administración responde así a un principio burocrá4co,
suavizado por el hecho de que su acción es dirigida por el Gobierno que, él sí, es expresión
directa o indirecta de la voluntad popular.
Por su parte, el Estado Autonómico hace referencia a la organización territorial del poder.
Como sabemos, los Estados pueden clasificarse en dos grandes grupos: el Estado unitario o
centralizado y el federal (Estado en cuyo interior hay organizaciones estatales) o
descentralizado. Sin embargo, hay fórmulas intermedias entre estos dos 4pos.
El Estado autonómico español es una fórmula intermedia entre ambos 4pos de Estado. La
estructura territorial del poder queda fijada en nuestra Cons4tución en su Título VIII,
concretamente en:
ArMculo 2.
La ConsAtución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación española, patria común e
indivisible de todos los españoles, y reconoce y garanAza el derecho a la autonomía de las
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Así, el poder se divide entre el Estado central, las Comunidades Autónomas y las en4dades
locales (municipios y provincias). Obedeciendo al principio de autonomía polí4ca (art. 137 CE),
vemos que:
El principio de unidad entre estas CCAA viene dado por la existencia de una única Cons4tución
y la cierta superioridad del Estado, al que le queda reconocido las competencias no asumidas
por las CCAA.
Finalmente, el principio de solidaridad viene recogido en el art. 138 CE. Este establece un
fondo internacional para que las CAA de los territorios más importantes contribuyan y se
reparte entre las CCAA que 4enen un nivel bajo de déficit. Es decir, las CCAA con un mayor
fondo económico, deben contribuir y solidarizarse con aquellas “más pobres”.
Estado de Derecho es un Estado en el que el poder está regulado por un Derecho que respeta
las libertades y derechos mencionados en este ar\culo. Esto se garan4za a través de diferentes
principios:
a) Principio de legalidad: La organización y actuación de la Administración Pública está
some4da al Derecho (gobierno de las leyes). Esto lo establece el Ar\culo 9.3 CE de
manera general; art. 103.1 CE de manera más concreta: La Administración Pública sirve
con objeAvidad los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de
eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con
someAmiento pleno a la ley y al Derecho. En este úl4mo hace referencia también a las
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En esta lección abordaremos la pregunta qué es la Administración Pública. Para ello, debe
tenerse en cuenta que adoptaremos una perspec4va subje4va en relación a esta, en cuanto a
que es una ins4tución individualizada dentro de la organización estatal. La AP es tanto
organización como ac4vidad y ambas dimensiones son objeto del Derecho Administra4vo.
Como vemos, uno de los elementos fundamentales es su existencia autónoma dentro del
Estado, que permite iden4ficarla y dis4nguirla dentro del Poder Ejecu4vo. Por ello, el punto de
par4da es el de la personalidad jurídica.
Las personas `sicas gozan de personalidad jurídica por el mero hecho de serlo, ya que dicha
personalidad se deriva de la propia dignidad de la persona, y se ar4cula en lo dispuesto en el
Código Civil. Con respecto a las personas jurídicas, su personalidad se deduce de lo dispuesto
en la CE y en los Estatutos de Autonomía. Las personas jurídico-privadas encuentran el
fundamento de su personalidad jurídica en normas de naturaleza civil o mercan4l, mientras
que las personas jurídico-públicas 4enen reconocida su personalidad en normas
administra4vas concretas.
Tanto las personas jurídico-públicas como las jurídico-privadas presentan una similitud: son
organizaciones, es decir, un conjunto de medios personales y materiales dispuestos para un fin.
La diferencia reside en los fines asignados y los instrumentos para su consecución. Así,
mientras que las primeras tendrán fines de naturaleza privada (ánimo de lucro), los segundos
persiguen la realización del interés general a través del ejercicio de funciones y potestades. Por
eso, si bien ambas actúan a par4r de la capacidad jurídica, la proyección de esta en el ámbito
público presenta unas caracterís4cas singulares, aunque, a su vez, ciertas similitudes.
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La atribución de personalidad jurídica a las AAPP resulta esencial para la ejecución del Derecho
Administra4vo, ya que permite:
- Entablar relaciones jurídicas con los ciudadanos, entre ellas mismas y con otros sujetos
de carácter público y privado.
- La atribución por parte de los ciudadanos de actuaciones de las que son objeto.
Por úl4mo, debe aclararse que la personalidad jurídica de las Administraciones Públicas es
disGnta de la personalidad jurídica de las personas `sicas que la componen, estas son,
autoridades y empleados públicos. Cuando las personas qsicas actúan como parte de la AP, no
pierden su propia personalidad, que permanece ac4va a efectos de las relaciones internas de la
propia Administración, sino que sus actuaciones se atribuyen a todos los efectos a la propia
Administración.
Las Administraciones Públicas actúan para el cumplimiento de sus fines con personalidad
jurídica única. A los efectos que nos interesan, esta personalidad jurídica permite iden4ficar
claramente las Administraciones Públicas existentes en el seno del Estado español y
determinar las funciones que desempeñan, así como los ámbitos en los que lo hacen. Así,
vemos que dentro del Estado español podemos situar a una Administración Pública
caracterizada por ser voluminosa, descentralizada y diversificada.
No existe una única AP, sino tantas como instancias en que se encuentra descentralizado el
poder territorialmente: a nivel estatal (AGE), autonómico (Administración Autonómica) y local
(Diputaciones, Aytos, Cabildos, Consejos Insulares, etc.).
España se cons4tuye en un Estado social y democrá4co de Derecho del que forman parte las
AAPP. Para iden4ficar la posición que ocupan en el seno del Estado debemos hacer referencia a
su doble dimensión organizaGva: territorial o ver4cal y horizontal o funcional.
Nos remite a la división clásica de los dis4ntos poderes conforme a las funciones estatales que
respec4vamente cumplen: poder legisla4vo, ejecu4vo y judicial. En concreto, el Poder
Ejecu4vo está formado por el Gobierno y la Administración Pública, que está al servicio del
mismo. Este poder diseña y desarrolla las polí4cas públicas que es4me oportunas y se encarga
de la ejecución de las Leyes en las que aquellas se concretan.
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Además, el Gobierno de la Nación y los autonómicos cuentan con la potestad para dictar
normas con fuerza de ley (Decretos-Leyes y Decretos Legisla4vos). Por otro lado, el Gobierno
estatal y autonómico y el Pleno de las Administraciones Locales 4enen reconocida la potestad
reglamentaria, con la que desarrollan el contenido de las Leyes concretando y ar4culando su
contenido.
Desde esta perspec4va de la organización territorial del Estado, podemos comprobar que
existe una pluralidad de AAPP en cada uno de los dis4ntos niveles territoriales: Estado,
Comunidades Autónomas y Entes locales.
Para catalogar las AAPP existentes en nuestro país, que se caracterizan por su carácter plural y
descentralizado, debemos aplicar un criterio de clasificación basado en su carácter territorial o
instrumental.
A) ADMINISTRACIONES TERRITORIALES.
Son aquellas que se integran directamente en la organización existente en cada uno de los
niveles territoriales y forman parte esencial de entes políGcos primarios, como son el Estado,
las CCAA o los Entes Locales.
- Administración General del Estado (AGE): A nivel estatal. Depende del Gobierno de la
Nación (art. 97 CE) y se rige específicamente por la Ley 40/2015, de 1 de octubre, de
Régimen Jurídico del Sector Público. La AGE, bajo la dirección del Gobierno y con pleno
some4miento a la Ley y el Derecho, sirve con obje4vidad los intereses generales.
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Todas las Administraciones Locales se rigen por el Capítulo II del Título VIII de la CE (de
la Administración Local) y por la Ley 7/1985, de 2 de abril, Reguladora de las Bases de
Régimen Local.
Por úl4mo, merece una mención específica de los territorios de Ceuta y Melilla, que
gozan ambos de Estatutos de Autonomía, pero que se cons4tuyen como Ciudades
Autónomas con organización propia similar a la de los municipios.
Estas Administraciones ins4tucionales han proliferado en cada uno de los tres niveles
anteriores de Administraciones territoriales. Son el resultado del desdoblamiento de la
personalidad jurídica que experimentan estas Administraciones territoriales de carácter
primario, producido por la necesidad de dar respuesta a tareas específicas. Así, la acumulación
de funciones y ac4vidades cada vez más complejas y especializadas en manos de las AAPP
mo4vó a una “descentralización funcional”, esto es, una asignación de determinadas funciones
a sujetos específicamente creados para ello fuera del centro originario que sería la
Administración territorial correspondiente.
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Este mismo esquema se reproduce con dis4ntas denominaciones a nivel autonómico y local.
El Poder Ejecu4vo está cons4tuido por Gobierno y Administración, cuya arquitectura presenta
una cierta complejidad por sus numerosos ma4ces. Debemos tener en cuenta que el Poder
ejecu4vo no es único, sino que se descompone en función de los dis4ntos niveles territoriales
existentes: Estado, Comunidades Autónomas y Entes Locales y es, en este úl4mo, donde la
diferenciación entre Gobierno y Administración no existe.
En el caso del Estado y las CCAA, el Gobierno de la Nación y los Gobiernos autonómicos
cons4tuyen órganos dis4ntos de las AAPP que dirigen. Sin embargo, el Gobierno 4ene una
naturaleza dual: es tanto Gobierno como Administración.
EL GOBIERNO.
Las funciones del Gobierno vienen recogidas en el Ar\culo 97 CE: El Gobierno dirige la políAca
interior y exterior, la Administración civil y militar y la defensa del Estado. Ejerce la función
ejecuAva y la potestad reglamentaria de acuerdo con la ConsAtución y las leyes; y los
correspondientes Estatutos de Autonomía. En desempeño de estas ejerce funciones
cons4tucionales de gobierno y de administración, que dan como resultado actos polí4cos y
actos administra4vos, diferenciados por el régimen jurídico que siguen y el control al que están
some4dos. También 4ene la inicia4va legisla4va, pudiendo así adoptar normas con rango de
Ley (Decretos-Leyes y Decretos Legisla4vos) o disposiciones reglamentarias (Reales Decretos
del Presidente o del Consejo de Ministros) y, asimismo, adoptar decisiones en cues4ones
concretas.
El control sobre el Gobierno es absoluto, ya que está sujeto a la Cons4tución y al resto del
ordenamiento jurídico en toda su actuación (ar\culo 25 LG). Este mismo ar\culo señala que el
Gobierno está some4do a:
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El Poder Ejecu4vo, a nivel estatal, se compone del Gobierno de la Nación y de la AGE, a los que
se refiere el Título IV CE. El Gobierno es un órgano cons4tucional diferenciado de la AGE con la
que, sin embargo, se encuentra ar4culado. Esta separación se manifiesta en el Título IV CE (Del
Gobierno y la Administración) y en las normas que ordenan su respec4va organización,
competencia y funcionamiento:
- Ar\culo 100: Los demás miembros del Gobierno serán nombrados y separados por el
Rey, a propuesta de su Presidente.
A par4r de esta composición surgen tres principios. En primer lugar, el principio de dirección
presidencial, ya que, dentro del Gobierno, la figura del Presidente es fundamental, pues decide
su estructura y composición, dirige su acción y coordina las funciones de los demás miembros
del mismo y de sus respec4vos Departamentos, todo ello en ejercicio de su legi4midad
democrá4ca.
Por otro lado, el principio de colegialidad, ya que los miembros del Gobierno se reúnen como
órgano colegiado en el Consejo de Ministros.
Por úl4mo, el principio departamental, que otorga al 4tular de cada Departamento una amplia
autonomía y responsabilidad en el ámbito de su respec4va ges4ón.
De ese ministerio están adscritos organismos autónomos del ministerio o, incluso, en algunas
ocasiones, empresas públicas: empresas autónomas cuyo capital pertenecen total o
mayoritariamente a la AGE, pero otra parte puede pertenecer a socios privados.
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Dentro de esta estructura, la posición del Alcalde y del Pleno no se puede equiparar a la
correspondiente del Presidente y del Gobierno, ya que la organización del poder local presenta
una lógica propia. En primer lugar, no se proyecta la división de poderes ya que carecen de la
potestad legisla4va y judicial, por lo que se encuadran en el marco del Poder Ejecu4vo.
La PROVINCIA es una en4dad local con personalidad jurídica propia, determinada por la
agrupación de municipios y división territorial para el cumplimiento de las ac4vidades del
Estado. La estructura y organización se asimila a la propia de los municipios sobre la base de un
Presidente, Junta de Gobierno y un Pleno, que presenta la par4cularidad de que la elección de
sus miembros es indirecta entre los concejales de los municipios integrados en la provincia
sobre la base de los resultados electorales municipales. Los Cabildos y Consejos en las ISLAS se
asimilan en su organización a las Diputaciones Provinciales.
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Cada una de las Administraciones Públicas actúa para el cumplimiento de sus fines con
personalidad jurídica, por lo que cons4tuyen un único sujeto de derecho. Conviene en este
momento asimilar a la Administración con un cuerpo compuesto por órganos que actúan de
forma unitaria desempeñando cada uno de ellos una función para la consecución de un fin.
2.4.1. ÓRGANOS.
Sin embargo, la cues4ón no es tan sencilla, porque este sujeto con personalidad única actúa a
través de sus órganos compuestas por personas qsicas que son las que verdaderamente
manifiestan su voluntad. Al margen de esto, los órganos pueden definirse como la unidad
dentro de una organización que reúne un conjunto de medios personales y materiales para el
cumplimiento de unas funciones determinadas. Esta definición es común para cualquier 4po
de organización, por lo que los órganos administra4vos se dis4nguen por su pertenencia a una
organización singular como es una AP, pero también porque sus actuaciones 4enen efectos
jurídicos frente a terceros o es precep4va (at. 5 LRJSP).
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a) Titular del órgano: Es la persona qsica que expresa la voluntad de este y vincula al
conjunto de organización a través de una relación de imputación (EJ.: Mariano Rajoy es
el 4tular del Gobierno). Hay órganos que 4enen más de un 4tular: son los llamados
órganos colegiados.
La imputación exige unas condiciones determinadas para que se produzca, que son:
- Actuación del 4tular o gestor del órgano en ejercicio de las competencias atribuidas
a este y no al margen de estas o a \tulo privado.
- Territorial
- FuncionalJerárquico.
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Son elementos organiza4vos básicos de las estructuras orgánicas que dependen de un órgano
administra4vo y cons4tuyen una ac4vidad administra4va plenamente profesionalizada al
servicio de los órganos, por lo que carecen de capacidad para comprometer la voluntad de la
Administración.
Las unidades forman un conjunto de empleados públicos que desempeñan sus ac4vidades de
forma racionalizada conforme a una organización basada en puestos de trabajo o dotaciones
de plan4lla vinculados orgánicamente por una jefatura común al responsable del correcto
funcionamiento de la unidad y de la adecuada ejecución de las tareas que se les asignan.
Existen puestos de libre designación que permiten a los 4tulares de los órganos direc4vos
encomendar tareas de mayor responsabilidad a personas de su confianza.
Las unidades presentan una estructura compleja que varía para cada Administración, aunque
suele ar4cularse en unidades comunes (área, servicio, sección y negociado) y especiales (que
reciben dis4ntas denominaciones).
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En esta lección vamos a estudiar el primer principio del Estado de Derecho: el principio de
legalidad. Así, veremos cómo la Administración Pública debe someterse a la ley, que a su vez le
entrega potestades a la propia Administración.
Cuando hablamos de que la AP está some4da al Derecho, nos referimos a todo el Derecho,
pero, concretamente, al Derecho Administra4vo, una rama que 4ene peculiaridades. Es
importante saber que el Estado de Derecho limita a todos los poderes públicos mediante el
propio Derecho (art. 9.1 CE). Las propias normas dan poderes a los dis4ntos órganos, pero son
también las que consagran polí4camente el principio de legalidad, por el que todos los órganos
deben ajustarse al Derecho, a la totalidad del ordenamiento jurídico.
Así, también el concepto de norma jurídica es importante: mandato general y abstracto que
impone una conducta, muy comúnmente exigida por la coacción. Además, estas conductas
pueden ser tanto posi4vas como nega4vas. La posible coacción que acompaña a la obligación
de cumplir la conducta impuesta es lícita debido a la fuerza legí4ma que 4ene el Estado
organizado, algo que la diferencia defini4vamente del resto de órdenes.
Podemos diferenciar entre dos 4pos de normas: las escritas (la ley en un sen4do amplio) y las
no escritas (la costumbre y los principios generales del Derecho). El Ar\culo 1 del Código Civil
dice claramente que las fuentes del ordenamiento jurídico son la Ley, la costumbre y los
principios generales del derecho. La prelación entre estas normas es la del orden citado,
aplicándose unas frente a otras en caso de defecto de la anterior.
- LEY: Son creadas por un órgano legisla4vo, un poder norma4vo en representación del
pueblo.
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- PRINCIPIOS GENERALES DEL DERECHO: Están incorporados a las normas, pero no de una
forma expresa, sino que hay que deducirlos: tarea que es llevada a cabo por la
jurisprudencia. Algunos de estos principios se encuentran en la CE, pero no todos y, de
hecho, los que aparecen lo hacen porque han sido anteriormente acuñados por la
jurisprudencia.
Pluralidad y heterogeneidad de sus normas. Estas normas se rigen por dos principios: el
principio de jerarquía norma4va y de competencia.
El principio de jerarquía establece que las normas escritas prevalecen sobre las no escritas (Ley
> costumbre, principios generales del Derecho. Sin embargo, respecto a las normas jurídicas
también hay una clara jerarquía atendiendo al órgano del que emana esa norma. Por eso, la ley
que proviene del legisla4vo 4ene mayor rango que la proveniente del gobierno, pues el
legisla4vo 4ene una legi4midad democrá4ca mayor que la del gobierno. Además, dentro del
ordenamiento también hay jerarquía, de manera que los reglamentos dictados por órganos
superiores 4enen mayor rango que los dictados por órganos inferiores.
Por su parte, el principio de competencia es también muy importante, ya que no hay sólo que
atender a la jerarquía de la norma sino a si esta ha sido creada por el órgano competente para
ello, ya que, de no ser así, esa norma carecería de validez.
Debemos hacer un repaso de cuáles son las normas que integran el ordenamiento jurídico:
NORMAS ESCRITAS.
La primera de esas normas es la ConsGtución Española de 1978. Sobre esta nos interesa el
concepto jurídico (frente a otros polí4cos, sociológicos, etc.), entendiendo que es la norma
suprema fundamental y fundamentadora de todo el ordenamiento jurídico. Esta norma 4ene
carácter supremo por dos razones:
- Superlegalidad material, que implica un mayor rango de esta norma. Esta superlegalidad
viene dada por dos razones: en primer lugar, que se trata de una norma jurídica
obligatoria y, en segundo lugar, porque incluye los valores superiores del ordenamiento:
autonomía, igualdad, etc. Además, es una ley de leyes, pues es la ley que establece el
procedimiento exigido para la elaboración del resto de leyes. Establece que aquella ley o
norma con rango de ley que contradiga las normas de la CE, quedaría derogada,
derivándose la inaplicación de esa norma y el hecho de hacer que no ha exis4do.
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Además, debemos hacer referencia a su eficacia, pues, como sabemos, hay preceptos con
enunciados muy abiertos, preparados para que se ajusten a la situación que el país 4ene en
cada momento. Así, todos los preceptos de la CE, a pesar de su elas4cidad, obligan, aunque en
diferente rango en función de cada ley, dependiendo de si es ley orgánica u ordinaria (art. 53
CE).
La Ley es una norma que emana de los órganos cons4tucionales que 4enen atribuida la
potestad legisla4va, y aparece posteriormente publicada en el BOE, en razón al principio de
publicidad de las normas.
Podemos diferenciar dis4ntos 4pos de leyes en razón al objeto que regula o bien al
procedimiento, pues en algunos 4pos de leyes se exigen unos procedimientos concretos: leyes
ordinarias, leyes orgánicas, leyes marco, estatutos de autonomía, etc. Todas estas leyes 4enen
el mismo rango, pues provienen del mismo órgano.
Sin embargo, se ha dicho que las leyes orgánicas 4enen un rango superior a la ordinaria. Las LO
exigen una mayoría absoluta para su aprobación (mitad + 1 de la totalidad del Congreso), lo
que hace referencia a su registro formal. Esto se completa con un requisito material, y es el de
determinadas materias reservadas para ser reguladas únicamente por LO, como los estatutos
de autonomía, los DDFF, etc. Esta jerarquía 4ene también que ver con el principio de
competencia, pues las leyes ordinarias no deben inmiscuirse en materias de LO, ya que, de ser
así, estaría violando una ley establecida por la CE.
Por otro lado, debemos hacer mención a las normas con fuerza de ley, normas que no son
leyes, pues no provienen del Parlamento, pero que 4enen el mismo rango que estas. Son dos:
Los Decretos-leyes son decretos porque provienen del Gobierno y leyes porque 4enen tal
rango. Se dictan en un momento de extraordinaria necesidad, por lo que para su promulgación
4ene que darse el hecho habilitante.
Los Decretos legisla4vos (art. 82 CE) dan lugar a dos 4pos de normas:
- Textos ar4culados. El legisla4vo aprueba una ley de bases que desarrollará el gobierno.
- Textos refundidos. Norma ordinaria que autoriza al gobierno para que refunda o armonice
normas que están dispersas por tener dis4nto rango o ser promulgadas en dis4ntas
fechas, por lo que es necesario armonizarlas. Este es un concepto muy importante en
Derecho administra4vo.
Por úl4mo, cabe referirnos a los Reglamentos, normas escritas emanadas del gobierno o de las
Administraciones Públicas, órganos ejecu4vos de menor rango que el poder legisla4vo, por lo
que las normas emanadas de los mismos 4enen también 4enen menor rango que el de las
leyes. Entre los dis4ntos reglamentos hay también una jerarquía (art. 128 L39/2015).
NORMAS NO ESCRITAS.
En primer lugar, debemos hacer referencia a la costumbre, norma que surge de la reiteración
de una conducta que se en4ende como jurídicamente vinculante. En el ámbito del derecho
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Miriam González Herráez.
privado, esa norma 4ene mucha u4lidad, aunque en el derecho administra4vo no es así. En
algunos casos apela a la costumbre, pero siempre como algo excepcional. Sin embargo, en
ocasiones, la Administración man4ene un criterio a la hora de resolver un asunto determinado
y se ha planteado si esa manera reiterada de resolver ese asunto equivale a la costumbre. Se
ha respondido que no, pues es solo un sujeto el que lleva a cabo este criterio. A pesar de ello,
la costumbre vincula también a la Administración Pública, ya que, en el caso de que esta se
aparte de la misma, debe argumentar la razón de ello.
En segundo lugar, los principios generales del derecho no son solo los mencionados en el art.
9.3 CE, sino otros no contenidos en la CE, como el Principio de mínima intervención, de
proporcionalidad, etc. Los principios no contenidos en la CE deben ser deducidos de las leyes
dictadas por la jurisprudencia, doctrina que sientan los tribunales de jus4cia y, en este caso,
concretamente, el TS.
El concepto de legalidad es uno de los principios centrales del Derecho Administra4vo. Para
entenderlo, primero conviene precisar sobre el concepto de legalidad, de uso muy habitual el
Derecho Administra4vo, así como en el lenguaje corriente.
Se emplea en ocasiones para dis4ntas expresiones como: “actúa de acuerdo con la legalidad
vigente” y otras. En este 4po de expresiones, el concepto de legalidad se u4liza sin demasiada
precisión. No se aclara si por respetar la legalidad se refiere a respetar la Ley en un sen4do
formal (la emanada del Parlamento o las normas con rango de ley), si incluimos también las
normas con rango inferior a la Ley e incluso la superior a la misma, la Cons4tución, o si
hacemos referencia también al respeto al Derecho en todas sus fuentes (costumbre, principios
generales, etc.).
La realidad es que este concepto admite muchos significados, tanto en el lenguaje vulgar, como
en el de la doctrina o el de los abogados.
En todo caso, la dis4nción entre Ley en sen4do formal y material pone de manifiesto que, si
por ley se en4ende una regulación de conductas, la misma puede contenerse tanto en una
norma emanada del Parlamento como de cualquier otra autoridad.
El concepto de legalidad en su sen4do más literal parece vinculado con la idea de Ley en su
sen4do formal, ya sea emanada del Parlamento o norma con rango de Ley (Decretos
legisla4vos y Decretos-Leyes). Así, la legalidad remi4ría a la conformidad con la Ley en un
sen4do formal. Esta concepción, sin embargo, no se corresponde con el uso generalizado del
término.
Por lo general, el concepto de legalidad suele ser u4lizado en un sen4do más amplio que el de
la Ley formal. Reflejo de ello es el ar\culo 103.1 CE, que se refiere a la conformidad de la
actuación administra4va con la Ley y con el Derecho. Así, se ma4za que la Ley no agota el
alcance del some4miento de la Administración, sino que hay un concepto más amplio al que
queda some4da: el Derecho, que va más allá de la ley, comprendiendo en sí todo el resto del
ordenamiento jurídico. En este sen4do, la AP, si viola, por ejemplo, un reglamento, estaría
actuando ilegalmente, aunque lo infringido no sea directamente la Ley formal.
Por otra parte, la propia Cons4tución en su ar\culo 106 hace uso de ese alcance general
cuando establece que los tribunales controlan la “legalidad de la actuación administra4va, así
como el some4miento de ésta a los fines que la jus4fican”. Es evidente que está queriendo
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emplear el término legalidad de una forma amplia, puesto que los Tribunales no sólo controlan
que la actuación administra4va se sujete a la Ley formal, sino a todas las fuentes del
ordenamiento.
Todo esto es una idea del concepto amplio de legalidad de la actuación administra4va y que es
el más frecuente empleado en la doctrina y en los tribunales.
Por un lado, la propia del sistema alemán basado en el “principio monárquico”, que
consideraba que el Poder ejecu4vo, encabezado por el Rey, estaba ciertamente some4do a la
Ley, pero únicamente en las materias que eran competencia del Parlamento, estas eran, la
libertad y la propiedad. Más allá de estas, el Rey tenía legi4midad propia, que provenía de la
voluntad de Dios. Así, hay una doble legi4midad: la del pueblo y la del rey. Esto hace referencia
al principio de vinculación nega4va.
Por otro lado, el sistema francés, que interpreta que el Poder Ejecu4vo está some4do al
Parlamento, pues este es 4tular de la soberanía. Por ello, 4ene que haber una ley preexistente
que autorice a la Administración a actuar, pues sin esa Ley no podría.
Por tanto, en todo momento, la ley 4ene la primacía. Una úl4ma consecuencia de esto es la de
materias reservadas a la ley, lo que quiere decir que los reglamentos dictados por el Gobierno
no sólo no pueden contradecir lo establecido en una ley, sino que, además, deben estar
fundamentados en ellas en cuanto a las materias que puede regular.
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En esta lección se pretense examinar cómo las Administraciones Públicas se relacionan con la
Ley y con el Derecho. Para ello, es ú4l diferenciar la forma en la que nos relacionamos los
ciudadanos con el Derecho y la forma en la que lo hace la Administración.
Tanto los ciudadanos como los poderes públicos están some4dos a la Ley y al Derecho, de
acuerdo con lo dispuesto en el ar\culo 9.1. de la Cons4tución. Sin embargo, esta sujeción al
Derecho no es la misma para los ciudadanos y para la Administración.
Por un lado, los ciudadanos, en cuanto a personas que son, 4enen el reconocimiento de su
dignidad en el ar\culo 10 CE y en los contenidos de los DDFF. Entre ellos, uno de los más
importantes es la libertad: las personas son libres y pueden hacer lo que quieran, sin más
límite que los que ponga la Ley o los que deriven del respeto a los derechos de los demás. Pero,
fuera de estos límites, el ciudadano es libre para hacer lo que quiera. Se parte de la autonomía
que preside la posición del ciudadano: es él mismo el que decide qué hacer con su libertad y la
Ley es simplemente un límite externo a la misma.
La máxima “está permi5do todo lo que no está prohibido” cons4tuye una buena síntesis de la
posición del ciudadano ante el ordenamiento jurídico, pues parte del principio de la libertad
absoluta en un primer momento para el ciudadano (todo está permi4do), frenado
excepcionalmente por la ley.
La posición de la Administración Pública es muy dis4nta, ya que ésta no es libre de hacer todo
lo que quiera salvo que la Ley se lo prohíba, sino que, por el contrario, sólo puede hacer lo que
la Ley y el Derecho le permitan: la forma en que queda la Administración sujeta al Derecho
responde a la máxima “está prohibido lo que no está permi5do”.
Así, si la Administración se legi4ma por las tareas y funciones que 4ene encomendadas, se
debe prestar atención a dichas encomiendas para comprobar si existen realmente y, por tanto,
si al actuar la AP cuenta con la cobertura y legi4mación necesaria.
Ahora bien, el principio de legalidad, como ya hemos visto, no se limita sólo a la Ley, por lo que
todo lo que hasta aquí se ha dicho se puede entender referido a la totalidad del Derecho. De
esta forma, puede decirse que la relación de la Administración con el Derecho se inspira en el
principio de vinculación posiGva: el Derecho no es un límite a la libertad de la Administración
para hacer lo que quiera, sino que es el propio fundamento para que esta pueda actuar. La AP
actúa legí4mamente en la medida que el Derecho se lo permite, si el Derecho no lo permite
deberemos entender que la actuación de la Administración no es legí4ma porque carece de
cobertura o del apoyo previo que siempre debe encontrar en el Derecho.
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A raíz de esto surge un debate doctrinal por el principio de vinculación posi4va, con el que una
minoría no está de acuerdo. Este desacuerdo se fundamenta en la potestad reglamentaria que
4ene el Gobierno en aquellos supuestos en los que la Ley formal no remite expresamente al
reglamento.
Para seguir con esta lección debemos dejar a un lado este debate y centrarnos en la realidad
de la Administración Pública. Como ya hemos dicho, el Derecho limita el poder de la misma,
pero estas ataduras no la debilitan. La Administración es una persona jurídica poderosa, pues
para atender al interés público se le conceden poderes jurídicos exorbitantes (potestades) que
la colocan en una posición de supremacía respecto de los par4culares.
Este concepto de potestad se define como el poder jurídico atribuido por la ley, en interés de
un tercero, consistente en la posibilidad de definir situaciones jurídicas. Esto quiere decir que
en el campo del ámbito privado también existen potestades (ej.: patria potestad, poder de los
padres frente a sus hijos menores de edad, etc.). Sin embargo, en el caso del derecho público,
este concepto de potestad está mucho más extendido.
El origen de la potestad está en la ley, pues se atribuyen en normas con rango de ley. Estas
potestades sa4sfacen intereses ajenos al 4tular, intereses públicos y no privados. Además, son
poderes abstractos que dan la posibilidad de producir efectos jurídicos. Estas potestades no
son transferibles ni embargables, lo que significa que están fuera del comercio de los hombres
-en conceptos romanos.
Por otro lado, en función de su ejercicio, dis4nguimos entre las siguientes potestades:
- Regladas Cuando las normas establecen de forma exhaus4va en todos los aspectos la
manera en la que se ejerce esa potestad. Ej. Sancionadora y expropiatoria.
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d) Desviación del poder: Puede ocurrir en el caso de ejercicio de esas potestades. Tiene
que ver con el hecho de sa4sfacer intereses ajenos al 4tular, y, más concretamente, con el
ejercicio de la potestad para fines dis4ntos de los fijados para el ordenamiento (art. 70.2
ley). Esto ocurre cuando se mezcla las potestades concretas para un fin, con fines que no
4enen nada que ver.
La legalidad se proclama en la Cons4tución en sus ar\culos 9.1, 103 y 106; y en ellos y otros
ar\culos se ponen los medios para que sea una realidad garan4zada. Esos medios son muy
diversos. Así, el conjunto de potestades se equilibra con un extenso sistema de controles
internos y externos que recaen sobre la Administración.
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c) El Consejo del Estado: Es el supremo órgano consul4vo del Gobierno. Una ley orgánica
regulará su composición y competencia. (art. 107 CE). Aunque es un órgano consul4vo,
lo cierto es que la propia ley establece el carácter precep4vo del mismo.
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El Derecho administra4vo es una rama del Derecho público que regula el funcionamiento de
las Administraciones Públicas. Sabemos también que la Administración Pública es un
componente del Poder Ejecu4vo junto con el Gobierno, y que, cada una de las
Administraciones que integran esta “Administración” Pública individual 4enen personalidad
jurídica, por lo que son personas jurídicas sujetas a las leyes de todo el ordenamiento jurídico,
ya sean normas escritas o no escritas, operando estas úl4mas de forma subsidiaria.
Dentro de las escritas estaría en primer lugar el Derecho de la unión, que 4ene una aplicación
preferente al derecho interno. Por debajo de este estaría la Cons4tución, Norma Suprema que
no puede ser contradicha por ninguna otra. Después de la CE estarían las Leyes, aprobadas por
el Parlamento (estatal o de las CCAA). Al mismo nivel están las normas con fuerza de ley,
aprobadas por el Gobierno (decretos leyes y decretos legisla4vos, en sus dos formas). Por
debajo de las leyes y normas con rango de ley estarían los Reglamentos Administra4vos, como
úl4mo escalón de las normas escritas. Por debajo de estos estarían únicamente las normas no
escritas, que 4enen carácter subsidiario (costumbre y principios generales del Derecho), por lo
que se recurre a ellos únicamente en el caso de que exista una laguna jurídica.
Esta jerarquía de normas jurídicas depende de la legi4midad del órgano que las dicta, por eso,
la ley, que proviene de las Cortes, representante del pueblo, es la Norma Suprema.
Proviene de la propia administración, que se autodisciplina al aprobar esa norma, ya que ella
también ella 4ene que respetar dicha norma. La importancia del reglamento es cualita4va, en
cuanto a que es una norma que proviene de la misma administración; y cuan4ta4va, por la
motorización de esa norma.
Ese poder jurídico de dictar normas jurídicas se llama potestad reglamentaria, que se
contrapone a la potestad legisla4va de las Cortes. El origen de la potestad reglamentaria ha
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Por un lado, el Reglamento —aunque norma escrita al igual que la Ley— se diferencia de ésta
en todo lo demás, pues carece de las caracterís4cas que cons4tuyen a la misma. Estas son, en
primer lugar, el carácter supremo en la creación del Derecho, la incondicionalidad de su
contenido, la irresis4bilidad de su eficacia por la legi4mación en la voluntad de la comunidad
de que goza; y, por úl4mo, la condición de norma originaria (en el Derecho interno). En el
Reglamento no puede expresarse directamente la voluntad de la comunidad, porque la AP,
lejos de ser representante de aquélla, es una organización puramente servicial de la misma. La
función básica del Reglamento es la de colaborar con la Ley formal en la regulación de una
materia.
Por otro lado, que la potestad reglamentaria sólo la 4enen el Gobierno (por expresa atribución
de la norma cons4tucional) y las en4dades territoriales en las que se ha descompuesto la
Administración, a par4r de la estatal, en CCAA y Administraciones Locales (municipal, insular y
provincial).
Así, la potestad reglamentaria de que puedan disponer las organizaciones administra4vas y sus
órganos 4enen su fundamento en habilitaciones legisla4vas específicas: sin esa ley previa, las
Administraciones no podían dictar esas disposiciones administra4vas. En esta específica
construcción se destacan los Reglamentos ejecu4vos, que descansan en una previa y específica
habilitación de la Ley.
Otras posiciones posteriores de mayor actualidad, como sería la de Parada, consideran que es
cierto que deba exis4r una ley previa que atribuya ese poder. A esto ma4zan que esto no es
necesario en todo caso, sino únicamente en aquellas materias que por la Cons4tución han sido
reservadas a la ley. La Administración podría desarrollar Reglamentos, cuando se refiere sobre
todo a la potestad domés4ca, la que hace referencia al funcionamiento de sus servicios y
empleados públicos en general. Esta tesis viene a decir que no es necesario que una ley lo
habilite, porque ya la propia CE se convierte en el fundamento de la propia potestad.
Respecto de las Leyes, el Reglamento presenta tanto diferencias como similitudes del
reglamento con estas.
La diferencia más importante del reglamento respecto de la Ley es el órgano del que
provienen: la ley es aprobada por las Cortes, elegidas directamente por los ciudadanos. Otra
diferencia es la consecuencia cuando entra en contradicción con una ley: cualquier reglamento
que vulnere lo establecido por una norma con rango de ley es nulo de pleno derecho, es decir,
el reglamento dejaría de tener efectos jurídicos, y bien su nulidad podría ser ex nunc (nulidad
irretroac4va, conservándose todos los efectos anteriores que éste haya tenido) o ex tunc
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Miriam González Herráez.
Analogías:
Se trata de una norma jurídica igual que la ley con mandato abstracto y general y, como todas
las normas jurídicas, está some4da a un procedimiento de elaboración (L 39/2015 de
Procedimiento Administra4vo Común de las Administraciones Públicas, ar\culos 128 y
siguientes; y en la Ley de Gobierno:).
Ar\culo 47. 2: También serán nulas de pleno derecho las disposiciones administraAvas que
vulneren la ConsAtución, las leyes u otras disposiciones administraAvas de rango superior, las
que regulen materias reservadas a la Ley, y las que establezcan la retroacAvidad de
disposiciones sancionadoras no favorables o restricAvas de derechos individuales.
Como cualquier norma escrita, para ser válida, ha de seguir ese procedimiento y para ser eficaz
es necesaria su publicación, de acuerdo con el ar\culo 9.2 CE. La vacaAo legis entre la
publicación y la validez de la norma es de 20 días naturales de carácter subsidiario, ya que esto
dependerá de que la norma establezca otro periodo diferente.
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A los reglamentos administra4vos hay que diferenciarlos también de los actos administra4vos.
Las normas jurídicas en general con4enen mandatos abstractos que se aplican a supuestos
concretos de la realidad. En Derecho Administra4vo, las administraciones son personas
jurídicas y, por tanto, dictan actos administra4vos, actos jurídicos que provienen de la
Administración. (v.gr.: Si recibimos una sanción o una beca, ese otorgamiento es un acto
administra4vo que genera un derecho (beca) o una obligación (sanción)).
Por tanto, el acto es una aplicación de la norma jurídica en un caso concreto, a través del cual
se individualiza un mandato general. Así, el acto administra4vo es la aplicación de la norma,
mientras que la norma es la pura existencia.
Desde el punto de vista general parece que no hay dificultad en diferenciar entre actos
regulares o específicos o reglamentos. El problema se plantea cuando hay actos de la
administración que van dirigidos a una pluralidad indeterminada de sujetos y parece que
4enen unos efectos generales (v.gr.: convocatoria de una oposición) al publicarse. Parece que
estos actos generales se aproximan a los reglamentos, que son normas jurídicas.
La conclusión a la que se ha llegado es que no son normas, sino actos en esencia, ya que la
norma no se agota en su cumplimiento (al contrario, refuerza su eficacia), mientras que el acto,
aunque sea general, cuando se cumple, se agota y, si se quiere rehabilitar, hay que dictar un
nuevo acto. Además, hay que decir que la norma ordena, mientras que el acto es algo
ordenado.
Otra de las diferencias es el procedimiento de elaboración de actos y reglamentos, así como los
recursos para impugnar ambos.
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CIRCULARES E INSTRUCCIONES.
Junto a los Reglamentos en sen4do estricto, existe todavía una pluralidad de disposiciones
emanadas tanto de éstos, como de las AAPP que dirigen. Se trata de disposiciones dictadas con
el fin de conducir y ordenar la ac4vidad de los órganos inferiores en la construcción
jerarquizada del complejo Gobierno-Administración.
El citado art. 6 LRJSP quiere dejar claro que las instrucciones y órdenes de servicio son actos
administra4vos, es decir, con4enen órdenes de los órganos superiores a los inferiores. Aunque
esto puede afectar a terceros, se publican, pero en sí mismo ya se dice que son meros actos sin
naturaleza o consideración de norma jurídica. Por tanto, las instrucciones y circulares, en
principio, no son normas jurídicas.
No obstante, es importante tener en cuenta que existen Administraciones independientes que
4enen reconocida de forma expresa la potestad reglamentaria y, en esos casos, los
reglamentos que de ellos derivan se denominan Circulares (ej.: Banco de España). En estos
casos concretos, sí que son disposiciones administra4vas.
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Es un concepto polémico que para determinada doctrina jurisprudencial sólo 4ene cabida en el
ámbito organiza4vo o domés4co de la Administración o las relaciones especiales de sujeción
(relaciones con los funcionarios, presos o usuarios de los servicios públicos).
Reglamentos de necesidad
Son normas reglamentarias que dicta la Administración con carácter excepcional y transitorio,
para hacer frente a situaciones de emergencia, de calamidades o catástrofes públicas.
En estos casos, el Alcalde, en caso de calamidades, sí que 4ene potestad de dictar bandos de
necesidad, que son normas jurídicas muy singulares que no necesitan ni publicaciones en el
BOE ni procedimiento de elaboración. Esto viene regulado en el ArMculo 21.1. m) de la Ley
7/1985: El Alcalde es el Presidente de la Corporación y ostenta las siguientes atribuciones: m)
adoptar personalmente, y bajo su responsabilidad, en caso de catástrofe o de infortunios
públicos o grave riesgo de los mismos, las medidas necesarias y adecuadas dando cuenta
inmediata al Pleno.
Los supuestos más relevantes vienen regulados en la LO 4/1981, de 1 de junio, de los estados
de alarma, excepción y si4o. Por eso, se trata de reglamentos previstos expresamente por la
Ley y no dictados al margen de ella.
Así, podemos señalar cuatro notas por las que están caracterizados estos reglamentos:
1ª. Titularidad conferida a órganos dis4ntos que ordinariamente 4enen atribuida la potestad
reglamentaria.
2ª. Validez de las normas dictadas con el único límite de la duración de la situación anormal
que las provoque.
3ª. Establecimiento de un régimen jurídico transitorio diferente del vigente en situación de
normalidad.
4ª. Inaplicabilidad del procedimiento general para la elaboración y aprobación de las
disposiciones reglamentarias.
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Actuación dentro de la materia reglamentaria; amplia disposición de los límites de ésta por la
Ley (reserva de Ley).
Este límite debe entenderse hoy en el sen4do de demarcación del Reglamento a las materias
accesibles cons4tucionalmente a su normación por:
1º. No ser objeto de una reserva de Ley, ni encontrarse previamente ocupada por una
regulación establecida por Ley. Por esta razón se han anulado, por ejemplo, preceptos
reglamentarios de desarrollo de la legislación de extranjería.
2º. Aun siendo objeto de una reserva de Ley, por haberle sido abierto válidamente el acceso
por una Ley que, cumpliendo las exigencias de la reserva cons4tucional per4nente, le llame a
la colaboración en términos de Reglamento ejecu4vo o remi4do.
Puesto que el poder legisla4vo es universal, es decir, carece de límites implícitos, la Ley 4ene
disposición sobre la determinación de los límites de la materia reglamentaria, condicionada
cons4tucionalmente por la técnica de la reserva de Ley.
Salvo para el contenido cons4tucionalmente reservado en todo caso a la regulación por la Ley
formal, el reglamento puede proceder a crear cualquiera de estas situaciones intermedias:
- La ocupación plena de una materia por regulación propia (con exclusión, por tanto, de la
norma reglamentaria).
- La entrega de la regulación de la materia a la norma reglamentaria, la cual recibe la
denominación técnica de deslegalización cuando se realiza exis4endo ya una regulación
legal previa.
En todo caso, en la CE no existe una reserva de materias a la norma reglamentaria, y el modo
de operar del Derecho comunitario (Reglamentos y Direc4vas) está conduciendo a una
considerable ampliación del ámbito de actuación discrecional de las AAAPP nacionales.
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En las CCAA
El esquema competencial así expuesto con referencia a la AGE es válido —con la ma4zación del
añadido, a la CE, del correspondiente EA como norma atribu4va de la competencia originaria—
para los órganos de las dis4ntas CCAA.
En la Administración local
En el caso de la AL, debe ser la Ley ordinaria la que determine la competencia para el dictado
de dichas normas estatutarias, cuya realización corresponderá a los Plenos de las respec4vas
en4dades (Aytos, cabildos).
Jerarquía normaGva
Este principio se establece en el ar\culo 9.3 CE. Ahora bien, su juego en el ordenamiento
presenta caracterís4cas propias por la pluralidad de los centros competentes para producir
normas jurídicas, cuyo funcionamiento está ordenado por el principio de competencia,
determinante de la separación de los ordenamientos territoriales en los que se agrupan las
dis4ntas fuentes.
La única norma que opera en la totalidad del ordenamiento como jerárquicamente superior es
la CE. Del resto, el principio de jerarquía opera sólo en el seno de cada uno de los
ordenamientos, separados unos de otros por el principio de competencia.
Al interior de cada ordenamiento territorial (general, autonómico y local) la norma superior es
la Ley. Por debajo de ésta, los Reglamentos se ar4culan entre sí jerárquicamente en función de
la jerarquía existente entre los órganos de los que han emanado.
Así, por lo que hace a los generales: Reales Decretos, para los aprobados por el Gobierno en su
manifestación colegiada máxima o por el presidente; y Órdenes, para los dictados por las
Comisiones Delegadas del Gobierno o los Ministros.
El esquema anterior se reproduce en el interior de cada uno de los ordenamientos de las
dis4ntas CCAA, hasta el punto de que la denominación de los Reglamentos emanados de los
dis4ntos órganos de gobierno de las CCAA es prác4camente la que reciben en el ordenamiento
general.
Las normas de los entes locales están 4pificadas por la LrBRL.
Debe insis4rse en que sólo existe jerarquía entre los reglamentos (o normas estatutarias
locales) de un mismo ordenamiento territorial, pero no entre los que pertenezcan a dis4ntos,
por ejemplo, entre un Reglamento general y otro autonómico.
Procedimiento de elaboración
Las Administraciones están some4das a un procedimiento que depende del 4po de
administración, así tendrán un procedimiento u otro, por lo que no existe una regulación
común para todas las Administraciones. La nueva ley 39/2015 introduce los principios de
buena regulación en el art. 129, que sí son comunes a todas las AAPP, y deben ser respetados
por cualquier 4po de normas reglamentarias:
- Principio de necesidad y eficacia: Es decir, que la norma reglamentaria responda a una
finalidad concreta y sea la medida más idónea, es decir, no haya una medida más
inmediata para la solución de ese problema: no hay medio más adecuado.
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2. Trámites precepGvos
Estos trámites son: el de audiencia o información pública, el Informe del Ministerio de
Administraciones Públicas, el informe de la Secretaría General Técnica del Ministerio
competente y el Dictamen del Consejo de Estado cuando proceda conforme a su Ley
reguladora.
2.1. El trámite de audiencia es obligatorio cuando la futura norma afecte a los derechos o
intereses legí4mos de los ciudadanos.
Se en4ende que es innecesaria cuando han par4cipado ya en el procedimiento organizaciones
o asociaciones que representen a los 4tulares de tales derechos o intereses y cuyos fines
guarden relación con la protección de los mismos; así como cuando se trate de reglamentos de
carácter meramente organiza4vo.
El órgano que tramita el procedimiento decide la forma en que deba tener lugar la audiencia:
bien mediante par4cipación directa de los ciudadanos afectados, o mediante intervención de
las organizaciones y asociaciones que representen sus intereses.
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El trámite debe otorgarse por un plazo razonable y no inferior a quince días. No obstante, este
plazo puede ser reducido hasta el mínimo de siete días hábiles, cuando razones debidamente
mo4vadas lo jus4fiquen.
La información pública procede sólo cuando los afectados son numerosos o diqciles de
determinar a priori, y debe acordarse por el mismo plazo que la audiencia.
2.2. El Informe del Ministerio de Administraciones Públicas resulta exigible cuando la norma
reglamentaria pueda afectar a la distribución de competencias entre el Estado y las CCAA.
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La legi4mación para impugnar los reglamentos, cualquiera que sea la vía, la 4enen los 4tulares
de derechos o intereses legí4mos afectados por la norma, así como las organizaciones y
asociaciones representa4vas de intereses profesionales o colec4vos.
Mientras que mediante el recurso directo se procedía a anular el reglamento con alcance
general (eficacia erga omnes), las consecuencias del recurso indirecto son más limitadas: sólo
se anula el acto, pudiendo ser aplicado el reglamento considerado ilegal en más supuestos.
La vigente LJCA de 1998 ha venido a corregir esta situación atribuyendo al Juez o Tribunal que
conozca del recurso indirecto la potestad de anular el reglamento, si 4ene competencia para
conocer también del recurso directo, o si no lo fuere, para plantear ante el que lo sea la
llamada cuesGón de ilegalidad (art. 126.4 LJCA), a fin de que éste se declare, en su caso, la
nulidad del reglamento con eficacia erga omnes. La sentencia en estos casos es firme.
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La Administración, cuando actúa, hace lo que debe, pues el servicio con obje4vidad a los
intereses generales es siempre un deber. Por el contrario, el par4cular hace lo que quiere, con
el único límite de las normas que le pongan restricciones a esa posición inicial de libertad.
Todo esto puede contribuir a tener una impresión de la Administración como menos libre que
el ciudadano y con menos poder. Ahora bien, esa impresión no significa que la Administración
no esté dotada de formidables poderes que la dis4nguen del ciudadano y permiten
configurarla y entenderla como una “potenAor persona”, como una persona más poderosa de
lo que lo son los ciudadanos. Así, la Administración 4ene estos poderes de los que, desde
luego, carece el ciudadano. Poderes que podríamos llamar así exorbitantes, en cuanto
excesivamente superiores a los que estos úl4mos 4enen.
El principio de autotutela nos da también una visión más justa de la posición que la
Administración ocupa. A través de ella, se observa cuáles son esos poderes que hacen que la
Administración sea capaz de comportarse en su actuar de forma muy dis4nta a como lo hacen
los ciudadanos, de modo que la Administración es capaz de imponer su voluntad e incluso
ejecutarla sin necesidad de acudir a los jueces y tribunales para imponer sus decisiones.
En tanto que los ciudadanos han de acudir a un tercero (heterotutela), que son los Jueces y
Tribunales, para tutelar y hacer valer sus derechos; la Administración puede, por sí misma
(autotutela) establecer lo que es conforme al Derecho, declararlo, imponer unilateralmente
derecho y obligaciones a los ciudadanos y hacerlos ejecutar sin necesidad de acudir a un
tercero.
La ins4tución de la autotutela nos muestra, así, una dimensión dis4nta a la que nos ofrecía la
ins4tución del principio de legalidad. Nos muestra la cara poderosa y exorbitante de la
Administración. Sin embargo, no se trata de principios contrapuestos, ni mucho menos la
autotutela es una negación del principio de legalidad.
De hecho, la autotutela se funda también en la legalidad. Por tanto, como se ha dicho, no son
principios contrapuestos, sino principios o ins4tuciones que contemplan la realidad del
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Por otra parte, el hecho de que la Administración se beneficie de la autotutela no quiere decir
que su actuación no esté sujeta en úl4mo término al control de los Tribunales, tan solo que las
normas y actos administra4vos se presumen legí4mos y por tanto son ejecu4vos y suscep4bles
de ejecución forzosa. Ahora bien, es el Poder Judicial quien 4ene la úl4ma palabra sobre si la
actuación administra4va se ajusta al Derecho.
La Administración 4ene así una ventaja posicional, en el sen4do de que coloca a los ciudadanos
en la posición de ser los recurrentes ante los Tribunales contra sus decisiones, ya que, si no hay
impugnación ante los mismos, sus actos se devienen firmes y, en principio, inatacables.
Autotutela y heterotutela designan dos modos dis4ntos de relacionarse con los Jueces y
Tribunales.
Por su parte, heterotutela expresa que la declaración, defensa, conservación y ejecución de los
derechos de cada uno no le quedan encomendados a su propio 4tular, sino que debe acudir a
un tercero, a un órgano del Estado y más concretamente al Poder Judicial, para solicitar que el
mismo declare sus derechos, adopte medidas para su protección o los haga ejecutar o realizar.
Un principio consustancia con la idea de Estado es el de la reserva para este del monopolio de
la fuerza. Esa renuncia al uso de la fuerza por medio del pacto social que apenas 4ene
excepciones implica como contrapar4da que alguien ha de garan4zar la defensa y buen fin de
los derechos de los ciudadanos. Ese alguien es el Estado, que se refiere a la garan\a de los
derechos de los par4culares, es el Poder Judicial el que recibe la encomienda, como poder del
Estado, de decidir lo que es derecho en cada caso y hacerlo ejecutar. Es el poder de ejercer, por
tanto, funciones jurisdiccionales (iuris dicAo), es decir, declarar el derecho en los casos
concretos. El legisla4vo establece las normas generales, pero no las aplica a los casos
concretos. Es el Poder Judicial quien establece quién 4ene derecho a algo y quién queda
obligado a algo.
Una consecuencia más del monopolio de la fuerza reconocido al Estado es la obligación de que
este ponga los medios para que los ciudadanos puedan hacer valer sus derechos ante los
órganos judiciales, obligados a ejercer su función jurisdicción, que comprende tanto declarar el
derecho -decir el derecho (iuris dic4o)- como realizarlo o ejecutarlo.
Son contados los casos en los que el ordenamiento jurídico permite el uso de la fuerza directo
en defensa de los propios bienes o derechos. No obstante, algún caso sí hay. Podemos destacar
esencialmente dos. En primer lugar, en el ámbito del Derecho Penal, los casos de actuación en
defensa propia, que implica un daño para un tercero, pero, sin embargo, no merece reproche
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Miriam González Herráez.
del ordenamiento cuando se dan las circunstancias previstas en el ar\culo 20 de Código penal,
lo que a posteriori deberá apreciar un Tribunal.
En segundo lugar, en el ámbito civil, existen casos en los que la actuación en defensa del
propio derecho no 4ene consecuencias para el que actúa sin esperar la decisión de un juez. Así
ocurre en el caso de la prenda, que el acreedor puede retener legí4mamente en caso de que el
deudor no cumpla sus obligaciones. Lo mismo sucede con la llamada excepAo non adimpleA
contractu, en cuya virtud la parte cumplidora de un contrato puede negarse a seguir
cumpliendo sus obligaciones mientras la parte incumplidora no cumpla con las suyas sin
necesidad de esperar la decisión del juez. Esto aparece regulado en el art. 1214 C.c.
En todo caso, se trata de casos muy singulares. Sin perjuicio de estas excepciones, la regla
general es la de que nadie puede tomarse la jus4cia por su mano, ni realizar el propio derecho,
sino que debe acudir a los Jueces y Tribunales para defenderlos y hacerlos efec4vos.
Pues bien, frente a esa norma general, nos encontramos con que la Administración Pública no
actúa sujeta a la misma gracias a la autotutela. Ésta puede declarar unilateralmente lo que es
derecho e imponer obligaciones y reconocer derechos con fuerza ejecu4va y sin esperar a que
un Tribunal decida si la decisión administra4va es correcta y ajustada a Derecho.
La Administración no 4ene que acudir al Tribunal para denegar una licencia de construcción a
un individuo que pretende construir en terrenos de su propiedad y que considera que 4ene
derecho a hacerlo. Incluso si el propietario inicia la construcción, se encuentra con que la
fuerza pública puede pararle la obra iniciada, y todo ello sin que un solo juez haya intervenido.
Es también la Administración la que impone una sanción de trafica y coloca al individuo la
condición de obligado a pagarla si la resolución que la impone ha agotado la vía administra4va.
Los ejemplos pueden mul4plicarse, pues la Administración actúa sujeta a unas reglas bien
dis4ntas de las que deben cumplir los individuos en todos los sectores de la acción pública.
Esto se establece en preceptos legales, como los ar\culos 39 y 99 de la Ley 39/2015, que han
determinado la posición singular de la Administración que, después, la doctrina caracterizaría
como autotutela.
Aunque hasta ahora se ha hablado de la autotutela de forma general, existen dis4ntos 4pos o
formas de autotutela. Podemos dis4nguir entre autotutela declara4va, ejecu4va y
reduplica4va.
En este ámbito entran casos como en los que la Administración deniega a alguien la licencia de
construcción de unos apartamentos en terrenos de su propiedad o el cierre de un
establecimiento público nocturno que no cuenta con los requisitos de seguridad, higiene y
protección contra ruidos que exige la Ordenanza municipal correspondiente.
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Miriam González Herráez.
Los actos administra4vos de la Administración 4enen efectos similares a una sentencia civil.
Ese acto se presume legí4mo y, por tanto, surte efectos y es ejecu4vo, es decir, puede
ejecutarse.
Tiene efectos semejantes a la sentencia civil, se dice, porque ese acto podrá ser objeto de
impugnación ante los Tribunales, pero si no es impugnado y deviene firme una vez transcurrido
el plazo para hacerlo, entonces estaríamos ante un acto inimpugnable y ejecu4vo.
El acto declara cuál es el derecho y las obligaciones de las partes en una concreta relación
jurídica, y esa declaración se presume legí4ma con presunción iuris tantum, que significa que,
mientras no se destruya esa presunción, el acto es eficaz desde la fecha que se dicta y, además,
es ejecu4vo, pues se supone que es ajustado al ordenamiento y no precisa de otro
procedimiento que acredite su validez y legi4midad.
Una cosa es que el acto administra4vo se presuma legí4mo y sea suscep4ble de ser ejecutado,
y otra su efec4va ejecución material.
La Administración Pública puede ella misma proceder a la ejecución material de sus propios
actos. Estos se presumen legí4mos y son ejecu4vos. Para ejecutarlos, la AP no necesita acudir a
ningún juez.
Los medios para llevar a cabo la ejecución quedan establecidos en los ar\culos 99 y 100 de la
Ley 39/2015, y son:
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Miriam González Herráez.
c) Multa coerciGva. Son obligaciones que solo puede cumplir esa persona y no otra, son
personalísimas. En esos supuestos, 4ene que exis4r una ley formal que lo establezca y
permita que se reiteren multas por determinados plazos de 4empo hasta que se
obtenga el cumplimiento. Pretenden obligar a cumplir. La diferencia con el apremio es
que este es para sanciones de obligaciones líquidas o monetarias, mientras que la
coerci4va es para obligaciones muy personales.
La autotutela ciertamente permite a la administración gozar de una gran ventaja puesto que le
permite actuar primero y esperar luego la eventual corrección que le pueda imponer el Poder
Judicial si anula sus actos; pero no se trata sino de una ventaja que no configura una situación
defini4va.
Comporta también el derecho a obtener una sentencia que se pronuncie sobre el fondo,
mediante una resolución que sea congruente con las pretensiones deducidas por las partes y
que aborde de forma racional las cues4ones planteadas.
El Derecho a la tutela judicial efec4va no comporta, sin embargo, el derecho a obtener una
sentencia favorable a las pretensiones del recurrente. Ello sólo será posible si 4ene razón de
fondo, pero, aunque no la tenga, sí comporta el derecho a que la sentencia se pronuncie en
términos de congruencia y razonabilidad sobre todas las cues4ones planteadas.
Comporta el derecho a la ejecución de la sentencia por los propios tribunales y, por úl4mo, el
derecho a la tutela cautelar.
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Miriam González Herráez.
La tutela cautelar efec4va se proclama en el art. 24 CE. Ha ido cobrando cada vez más
importancia en la prác4ca judicial y en la propia formulación de la Ley jurídica contenciosa-
administra4va, en cuyos ar\culos 129 y siguientes se ha regulado con más detalle.
Por otra parte, la propia doctrina del Tribunal Cons4tucional ha reconocido que la tutela
cautelar no es un instrumento o expediente que pueda regular o no el legislador a su capricho,
sino que forma parte integrante del derecho fundamental a la tutela judicial efec4va.
El contenido de las medidas cautelares consiste en la adopción por los Jueces y Tribunales de
cuantas medidas aseguren la efec4vidad de la sentencia (art. 129 LJCA). La más común consiste
en la suspensión del acto administra4vo o de la disposición impugnada, pero no es la única
posible. En algunos casos, la medida ha consis4do en el otorgamiento posi4vo y provisional de
un permiso o licencia que había sido denegado por silencio administra4vo.
Existe una medida cautelarísima (art. 135 LJCA) en la que el juez puede suspender los actos
cuando existe un caso excepcional de especial urgencia, de forma inmediata. A los 4 o 5 días,
las partes comparecen y, oídas las partes, resuelve sobre esa suspensión.
La medida cautelar que consiste en la suspensión del acto recurrido cons4tuye el nega4vo de
la autotutela: el acto que se presumía legí4mo y por eso podía ser ejecutado o lo había sido,
deja de producir tales efectos en virtud de las medidas acordadas por la Jus4cia.
El ar\culo 71 LJCA dispone que “los órganos jurisdiccionales no podrán determinar la forma en
que han de quedar redactados los preceptos de una disposición general en susAtución de los
que anulen, ni podrán determinar el contenido discrecional de los actos anulados.” Se trata de
mantener la separación de poderes: el Tribunal puede anular el acto o reglamento, pero no
redactar uno nuevo. Esta tarea le corresponde a la Administración. Incurrirían en exceso si no
se limitasen a controlar que la actuación impugnada es razonable en relación con la
discrecionalidad otorgada o con el margen de indeterminación conferido por el ordenamiento.
Se trata de una cues4ón que 4ene que ver con el principio de separación de poderes, al tener
que determinarse qué poder –el Ejecu4vo o el Judicial– es el competente para conocer del
asunto que ambos poderes reclaman para sí. Tiene, por tanto, una dimensión cons4tucional, si
bien no va a ser el Tribunal Cons4tucional el encargado de solventar el conflicto, sino que su
solución viene determinada por las normas legales que regulan la competencia de cada uno de
los poderes en presencia.
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Miriam González Herráez.
Solo los conflictos de jurisdicción entre Jueces y Tribunales y la Administración interesan a los
efectos de esta lección, pues sólo ellos 4enen que ver con la Administración y, por tanto, con el
Derecho Administra4vo.
Lo más notable del sistema de conflictos es que, en el momento actual, se rompe con la
tradición inmediatamente anterior a la LOCJ –que daba preferencia al Ejecu4vo en la
resolución de los conflictos en cuanto quién era el órgano decisor (Ley de conflictos
jurisdiccionales de 17 de julio de 1948)– al configurar un órgano ad hoc denominado Tribunal
de Conflictos de Jurisdicción que se regula en el ar\culo 38 de la Ley Orgánica 6/1985, de 1 de
julio, del Poder Judicial, presidido por el Presidente del Tribunal Supremo y por cinco vocales
de los que dos serán magistrados de la Sala de lo contencioso-administra4vo del Tribunal
Supremo y tres Consejeros permanentes de Estado. El presidente del citado órgano –que lo es
el del Tribunal Supremo– tendrá voto de calidad en los casos de empate, siempre posible, pues
como se ve el órgano citado lo integra un número par de miembros si se cuenta al propio
presidente.
Por lo que respecta al procedimiento, los conflictos de jurisdicción pueden ser suscitados tanto
por los Jueces o Tribunales, que en4endan que la Administración se interfiere en sus
competencias jurisdiccionales, como por los órganos de la Administración, pues no cualquier
órgano puede plantear el conflicto, sino aquellos que establece el citado ar\culo.
Tampoco los Jueces o Tribunales pueden suscitar conflictos a las Administraciones públicas en
relación con actos que hayan agotado la vía administra4va, salvo que verse sobre la
competencia para la ejecución del acto. Contra las sentencias del Tribunal de Conflictos de
Jurisdicción no cabe otro recurso que el de amparo cons4tucional.
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Miriam González Herráez.
7.2. Las técnicas de composición del interés público con el interés privado.
En esta lección se va a hablar de los fines materiales a los que sirve la Administración Pública y
los dos valores que están detrás de estos fines. Así, tanto en la Administración, como en el
Derecho administra4vo, los dos ejes sobre los que se gira son, por una parte, el poder y, por
otro, el interés público. El interés público es el fin, la potestad el medio.
Decimos que la Administración Pública sigue fines altruistas, colec4vos: intereses públicos y
generales; a diferencia de las empresas privadas, que persiguen fines estrictamente egoístas y
par4culares de esa organización.
El interés público que persigue la Administración se encuentra vinculado a los valores y fines
del Estado: 4enen un sen4do evolu4vo desde la libertad del Estado de Derecho, la jus4cia e
igualdad en el Estado Social y el pluralismo polí4co del estado democrá4co. Así, los valores del
estado 4enen que influir en los fines e intereses públicos que persiga la Administración.
El Estado, definido como una organización polí4ca a par4r del siglo XV, ha ido teniendo a lo
largo de su historia de Estado moderno diferentes fines y valores que cumplir. En primer lugar,
surge con un fin natural de seguridad. Posteriormente, este fin sería la libertad al cons4tuirse el
Estado liberal, y, a con4nuación, en el Estado social, la igualdad y jus4cia. Por úl4mo, en el
estado democrá4co, su fin es el pluralismo polí4co.
Así, en la perspec4va material propia de los Estados de la segunda mitad del siglo XX, el
reconocimiento del valor norma4vo de las Cons4tuciones y la mayor precisión de los DDFF en
las Cons4tuciones de posguerra hace que los nuevos Estados que surgen tras la IIGM den la
importancia que merece a los valores materiales presentes en la Cons4tución. Estos valores
son importantes en cuanto a que suponen un límite al poder, valores que fueron cons4tuidos
por el poder cons4tuyente –el pueblo-, y que se expresan en la supremacía de la Cons4tución.
Estas ideas hay que ponerlas en relación con las anteriores lecciones, en cuanto al principio de
legalidad y de autotutela. Decíamos que el principio de legalidad es la forma que la
Administración 4ene de relacionarse con el Derecho, mediante su some4miento; mientras que
la autotutela es la forma que 4ene la administración de relacionarse con los ciudadanos.
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Miriam González Herráez.
En el análisis de los intereses generales, desde el punto de vista formal, se desciende a las
metas que 4enen que sa4sfacer las Administraciones públicas: la jus4ficación de su existencia,
pues, si para algo existe la Administración, es para garan4zar la sa4sfacción de los intereses
públicos o generales. Es precisamente con el estudio de esos intereses públicos como se
explica el funcionamiento de la Administración, y jus4fica su existencia, legi4mando así su
actuación.
Como hemos indicado, el elemento más importante de una organización es el fin que han de
cumplir. Así, también en la Administración existe un fin que, como ya sabemos, es la
sa4sfacción del interés público. Esto no es solo una deducción lógica, sino que 4ene un
componente polí4co claro, pues la CE así lo establece en su arMculo 103: La Administración
Pública sirve con objeAvidad los intereses generales y actúa de acuerdo con los principios de
eficacia, jerarquía, descentralización, desconcentración y coordinación, con someAmiento pleno
a la ley y al Derecho. En efecto, lo primero que hace la CE consiste en definir para qué sirve la
AP y, esto es, para servir a los intereses generales.
Esto lo reitera el cons4tuyente en el art. 106, cuando habla del control de los Tribunales en la
jus4cia: 1. Los Tribunales controlan la potestad reglamentaria y la legalidad de la actuación
administraAva, así como el someAmiento de ésta a los fines que la jusAfican. Y esos fines serán
los que hayan de ser en cada caso concreto, pero siempre han de estar dirigidos al servicio del
interés general.
Por tanto, se podría concluir con la idea que venimos repi4endo de que el interés general es el
rasgo más caracterís4co de la Administración pública: su actuación y organización 4ene que
estar presidida por ese fin, de modo que la AP es una ins4tución servicial de los intereses
generales, y son estos intereses los que explican la posición de la Administración y poderes y
potestades que ostentan.
En relación con esto, hubo una época durante el siglo XIX en la que el Dcho Administra4vo se
venía caracterizando como el derecho singular de una persona poderosa: la Administración
Pública. De este modo, la AP se caracterizaba por sus poderes exorbitantes, que explicaban el
Derecho administra4vo. Sin embargo, el interés público es esencial hasta el punto de que, en
Francia, a finales de este siglo y, sobre todo, principios del siglo XX, aparece la Escuela de
Burdeos, en la que se invierte este pensamiento y los poderes exorbitantes de la AP se explican
desde otra perspec4va: la AP no tenía poderes exorbitantes porque fuera una persona
poderosa, sino que era una persona poderosa porque prestaba servicios públicos y al público, y
es esto lo que explica el porqué de su poderío, esto es, para un mejor desempeño de los
servicios.
Dejando de lado la perspec4va histórica del interés general como objeto de la AP, ahora
procederemos a definir el concepto de interés general como tal, que encuentra su dificultad en
que siempre tendrá un carácter impreciso y evanescente si se examina en un plano abstracto,
pues sólo permite su concreción en supuestos concretos.
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Miriam González Herráez.
- Interés general vs. Interés par4cular: La contraposición de interés general con los intereses
par4culares puede darnos una imagen falsa en cuanto se en4enda que los intereses
par4culares y los generales están siempre enfrentados. Ello no 4ene por qué ser así, puesto
que no hay una necesaria contradicción entre ambos, lo que no significa que la sa4sfacción
de intereses generales no pueda comportar restricciones e incluso sacrificios de los bienes e
intereses par4culares en determinados supuestos, pero, de igual forma, los intereses
generales pueden coincidir con los par4culares de muchos, aunque no de todos. En cualquier
caso, el interés general no es la suma de los intereses par4culares de la mayoría.
- Interés general vs. Interés público: En muchos casos, ambas expresiones se u4lizan como
sinónimas, sin ma4zaciones que los diferencien. Sin embargo, el interés general 4ene una
dimensión más sociológica y el interés público más polí4ca. Así, el interés general está
referido a una comunidad humana, sea la nacional, regional o local.
7.2. LAS TÉCNICAS DE COMPOSICIÓN DEL INTERÉS PÚBLICO CON EL INTERÉS PRIVADO.
Visto a grandes rasgos lo que es el interés público y el interés privado, se debe hablar de cómo
se concilian entre ambos, pues, como hemos visto, en numerosas ocasiones surge el problema
de que la acción administra4va tropieza con los intereses par4culares. Admi4endo que eso sea
así, podemos deducir que los par4culares afectados por la actuación de la AP pueden tratar de
resis4rse a la ejecución de los actos y a la aplicación de las normas administra4vas y, por tanto,
dificulten el servicio al interés general que es la misión de la Administración. En todo caso, de
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Miriam González Herráez.
debe intentar armonizar ambos intereses: los de los ciudadanos con los generales. En esa
armonización, el Derecho u4liza una serie de técnicas para que prevalezca el interés público:
Para ello, debe evitarse que la norma lesione nuestros intereses a través de las técnicas de
par4cipación en la elaboración de las normas reglamentarias, mediante consultas y
audiencias en las que se pone de manifiesto que la medida que 4ene esa norma es
perjudicial para los intereses de un determinado sector y, por tanto, no se debe aplicar.
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Miriam González Herráez.
Puede ocurrir en ocasiones que una misma conducta realizada por una persona, esté
4pificada tanto en el Código penal como en el ordenamiento administra4vo. En esos
casos, 4ene prevalencia el cas4go penal frente al cas4go administra4vo. Aplicada la pena,
no se aplica la sanción.
- Expropiación forzosa. Si hay una ins4tución que pueda expresar una concordia entre
interés público y general, sin ninguna duda, es la expropiación forzosa. De hecho, aparece
reconocida en la DDHC como una garan\a del derecho del ciudadano. Entre estos
derechos par4culares, uno de los más caracterís4cos es el derecho de propiedad. De esta
forma, estamos ante un derecho consagrado en la CE como derecho fundamental que,
como tal, debe ser respetado obligatoriamente por los poderes públicos.
Ahora bien, hay circunstancias en las que los intereses generales exigen que una obra
pública se acometa y, en tales casos, debe sacrificarse el derecho de propiedad y los
intereses par4culares en favor de las necesidades generales, siempre y cuando haya una
causa jus4ficada de u4lidad pública o interés social. En cualquier caso, se busca y se
quiere privar singularmente de la propiedad a alguien. El art. 33 CE recoge precisamente
esta ins4tución de expropiación forzosa: 3. Nadie podrá ser privado de sus bienes y
derechos sino por causa jusAficada de uAlidad pública o interés social, mediante la
correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto por las leyes.
Así, la expropiación supone la privación singular de u bien o derecho por causa de una
u4lidad pública o interés social, mediante la correspondiente indemnización. De acuerdo
con esta ins4tución se puede privar a un par4cular de una propiedad privada, pero
acompañando tal acto por una contrapar4da que deje indemne al afectado.
A pesar de que el daño producido no sea voluntario, debe indemnizarse tal perjuicio por
parte de la Administración. En el caso de la responsabilidad patrimonial, hablamos de una
indemnización obje4va en cuanto a que la AP no sólo indemniza los daños cuando hay
culpa –subje4vo- sino también cuando no la haya –obje4va.
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Miriam González Herráez.
La úl4ma parte del tema hacer referencia a los conceptos de delimitación y limitación de
derechos subjeGvos.
Dentro de los poderes jurídicos, hay tres grandes categorías: la potestad, el derecho subjeGvo
y el interés legíGmo o directo. Están ordenadas en función de una mayor amplitud del
contenido que conlleva ese poder jurídico.
La potestad 4ene su origen en la norma, nace de la ley. El interés que se sa4sface en ese poder
jurídico no es el del 4tular de la potestad, sino de un tercero: ej. Patria potestad, poder que
4enen los padres sobre sus hijos en función del interés del hijo. En principio, no es negociable
ni trasferible con carácter general.
El Derecho subjeGvo, por su parte, puede nacer de la ley, pero lo habitual es que nazca de un
contrato, a diferencia de la potestad, que nunca puede nacer de un contrato. El interés que
sa4sface el derecho subje4vo es el derecho del acreedor, el interés propio, no de un tercero.
Los derechos, salvo los personalísimos, son transmisibles y por supuesto negociables. De tal
manera, el derecho subje4vo se puede definir como la facultad que 4ene una persona para
obligar a otra persona en beneficio de un interés propio.
Ahora bien, el contenido de los derechos –el de propiedad, en concreto- no sólo puede verse
afectado por la acción de la AP, sino que también puede serlo como consecuencia de la acción
del legislador, si bien en este caso de formas dis4ntas.
En uno y otro caso es la presencia del interés general lo que explica y legi4ma esta incidencia
en los derechos de los par4culares. Así, es el poder legisla4vo el que lleva a cabo la función de
delimitar los derechos de la propiedad de cada persona para hacer prevalecer el interés
general y público.
- Delimitación del derecho. Implica que no nos encontramos ante un derecho absoluto,
sino que este se ve delimitado en su contenido de forma general. Delimitar un derecho
es señalar cuáles son sus límites naturales, limites que todos los derechos 4enen, incluso
los DDFF. Dicho de otra forma, la delimitación implica todo aquello que se reconoce a
par4r de ese derecho y lo que este incluye.
En todo caso, la delimitación, de acuerdo con el ar\culo 53 CE, deberá respetar el contenido
esencial del derecho. El TC en su jurisprudencia ha precisado el concepto de contenido
esencial estableciendo que, para respetarlo, el derecho delimitado debe resultar reconocible
después de su regulación por Ley.
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- La limitación del derecho supone que, sobre un derecho ya decidido, se priva a una
persona sobre una parte de ese derecho, es decir, se restringe o comprime su alcance
natural. Si hay una privación singular de ese derecho, hay que compensar al 4tular del
mismo (ej. Si soy 4tular del Palacio de X, tengo el derecho de propiedad. Sin embargo, a
mí se me imponen unas condiciones como propietario en función del interés general,
como puede ser la visita al palacio del que yo soy propietario, que no se las ponen al
resto. Esas obligaciones me las 4enen que compensar de alguna manera).
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Miriam González Herráez.
Con la expropiación forzosa, se pone de manifiesto cómo el interés general prevalece sobre los
intereses privados y el derecho más pleno que 4ene una persona sobre sus bienes jurídicos,
observando así que, ni si quiera el derecho de la propiedad es absoluto frente a los intereses
generales.
De esta forma, la Ley de Expropiación Forzosa de 1954, en su ar\culo primero, la define como
«cualquier forma de privación singular de la propiedad privada o de derechos o intereses
patrimoniales legíAmos, cualesquiera que fueren las personas o EnAdades a que pertenezcan,
acordada imperaAvamente, ya implique venta, permuta, censo, arrendamiento, ocupación
temporal o mera cesación de su ejercicio». Esa privación de propiedad debe indemnizarse en
todo caso mediante el jus4precio y estar fundamentada en un interés público que prevalece
sobre el privado. De esta definición podemos destacar varias ideas.
En primer lugar, que es una potestad administra4va y, por tanto, sus 4tulares son las
Administraciones territoriales. En el derecho histórico español no siempre ha sido así.
Anteriormente, se contemplaba una expropiación judicial en la que eran los jueces y tribunales
los que seguían el procedimiento de expropiación y fijaban el jus4precio. Sin embargo, en estos
momentos, esta capacidad corresponde a la AP y, concretamente, a las Administraciones
territoriales (del Estado, CCAA y locales).
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Miriam González Herráez.
propiedad, sino privar de la propiedad a las concretas y singulares personas, por muy
numerosas que sean, que vayan a quedar afectadas por la obra.
Por úl4mo, toda expropiación conlleva de manera inherente una justa y correspondiente
indemnización, de tal manera que el patrimonio del expropiado permanece inalterado antes y
después de la expropiación. El procedimiento para fijar la cuan\a de indemnización es lo que
más conflictos plantea en el ámbito administra4vo y judicial.
Una idea más cercana al concepto de expropiación puede ofrecérnosla su dis4nción con otras
ins4tuciones o figuras más o menos afines, puesto que hay otras figuras que también
indemnizan a los ciudadanos que debemos dis4nguir de la expropiación forzosa.
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Miriam González Herráez.
Así, la expropiación puede verse como la negación del derecho de propiedad, reconocido por la
Cons4tución española como uno de los derechos fundamentales de la persona. Sin embargo, la
expropiación paradójicamente es también su consagración. Esto es así puesto que, dado que la
Cons4tución conceptúa la propiedad como derecho fundamental, sólo la Cons4tución misma, y
nadie más, puede prever en qué supuestos tal derecho fundamental puede ser sacrificado. La
idea es que nada, si no es la u4lidad pública o el interés social, puede explicar la privación de la
propiedad como derecho subje4vo.
Así, con la expropiación se pone fin a las prác4cas del An4guo Régimen mediante las cuales el
rey podía re4rar las propiedades a sus ciudadanos sin ningún 4po de compensación, lo que
suponía, claramente, un abuso. Se ha llegado a decir, incluso, que la ins4tución expropiatoria
exis\a ya en el Derecho Romano clásico, aunque los autores no se pongan de acuerdo en ello
ni en su alcance.
Sin embargo, pese a la claridad de este ar\culo, las CCAA 4enen también reconocidas por sus
Estatutos, de acuerdo con el ar\culo 148 o 149.3 de la CE, determinadas competencias con
carácter exclusivo, que deben siempre respetar la legislación estatal. Así ocurre, por ejemplo,
en materias de urbanismo, agricultura, obras públicas de interés autonómico, etc.
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La competencia legisla4va del Estado no se agota por otra parte en la LEF. El hecho de que la
Cons4tución reserve al Estado la competencia legisla4va en materia de expropiación implica
que la puede ejercer en un texto legal o en cuantos quiera. Eso es lo que sucede en la medida
en que el Estado, aunque 4ene en la LEF el régimen general de referencia, no ha dejado de
hacer regulaciones y referencias sectoriales en muchas ocasiones. Entre las más recientes e
importantes pueden citarse la que hizo en la Ley 38/1999, de 5 de noviembre, de Ordenación
de la Edificación, o en, sobre todo, en el Real Decreto Legisla4vo 2/2008, de 20 de junio, por el
que se aprueba el texto refundido de la Ley de suelo que, en algunas partes importantes, como
es el caso de las valoraciones, ha venido a sus4tuir a la LEF.
La competencia legisla4va es para regular con carácter general la expropiación, pero eso no
debe ser confundido con la posibilidad de la expropiación legal, esto es, que la Ley no regule la
expropiación en general, sino que sea ella misma la que expropie directamente un bien o
derecho. Eso no es frecuente que ocurra, pero ha sucedido bastantes veces en nuestra historia
y en la historia de los países de nuestro entorno. Supone una privación al afectado de defensa
ante los Tribunales de lo contencioso. Aquí, el legislador está privando a un ciudadano de su
bien produciéndose una paradoja, pues, si es el legislador el que expropia sus derechos, el
expropiado se vería con menos posibilidades de defensa que si le expropia la Administración.
Las cues4ones que suscita ese requisito previo –la necesaria existencia de una u4lidad pública
o un interés social– son dos: por una parte, determinar en qué consiste o cuál es el concepto
de u4lidad pública o interés social; por otra, aclarar cómo y quién determina qué fines son de
u4lidad pública o de interés social.
La LEF establece a ese respecto algunas cosas, entre las que puede citarse en primer lugar la
previsión en su ar\culo 9 de que “para proceder a la expropiación forzosa será indispensable la
previa declaración de u5lidad pública o interés social del fin a que hay de afectarse el objeto
expropiado”. Por tanto, no es el objeto sino el fin al que se quiere dedicar el objeto que se va a
expropiar lo que 4ene que calificarse como de u4lidad pública o interés social para legi4mar la
expropiación. Ese fin debe estar contenido en una norma con rango de ley, de forma que es la
ley la que otorga el carácter de u4lidad pública o social.
Entre estos dos conceptos de u4lidad pública e interés social deben hacerse ma4ces para
diferenciarlos.
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Miriam González Herráez.
La uGlidad pública se iden4fica con fines que acabarán sirviendo a todos de forma directa y
concreta o podrá ser aprovechado por todos (una carretera, un aeropuerto, etc.) o bien
acabará sirviendo a todos de forma genérica e indirecta (obras de defensa o para un centro
penitenciario), vayan a tener o no acceso al mismo los ciudadanos, pues la u4lidad pública no
siempre se conecta con la posibilidad de su uso por todos, sino, en algunos de esos casos, con
el hecho de que todos se benefician de la existencia de ese objeto.
Por su parte, el fin de interés social al que se dedica el objeto expropiado no está abierto al uso
directo por todos, sino a algunos que pueden beneficiarse par4cular y directamente del objeto.
Tal es el caso de las viviendas de protección oficial. Esto no quita que exista un interés social
que va más allá de tales beneficiarios; un interés social que asume el conjunto de la sociedad y
el Estado y que acaba también beneficiando a todos o a la sociedad en su conjunto, haciéndola
más justa, más solidaria y, también, más estable.
Así, en el ar\culo 11 LEF se establece una regla general: En todos los casos no previstos en el
arcculo anterior y relaAvos a bienes inmuebles, siempre que no se trate de los que con arreglo
a esta Ley se regulan por disposición especial, la declaración de uAlidad pública deberá hacerse
mediante Ley aprobada en Cortes.
Tal es la regla general si bien deja abierta la excepción de una previsión legal especial, además
del régimen especial de los planes de obras y servicios a que se refiere el ar\culo 10 anterior
en que establece que “la uAlidad pública se enAende implícita, en relación con la expropiación
de inmuebles, en todos los planes de obras y servicios del Estado, Provincia y Municipio”
Así, cabe decir que la cues4ón más importante es que el fin jus4fica y fundamenta la privación
singular en la que consiste la expropiación. Ese fin se vincula al objeto expropiado, y ha de
realizase de manera permanente, de tal forma que, si por cualquier circunstancia, la obra
pública no se lleva a cabo, es decir, no se cumple el fin, el expropiado 4ene derecho la
reversión del bien: “anular la expropiación”. Obviamente tendría que devolver el jus4precio,
pero recupera el bien. Además, si alguna parte del objeto que es sobrante y no se haya
u4lizado para su fin, también cabe pedir la reversión de ese sobrante.
La actual legislación establece que, si hay un bien al que está adscrito un fin y luego hay una
modificación del mismo, pero sigue siendo público, no se puede pedir la reversión. Lo mismo
sucede con ocasión de los cambios de fines públicos cuando transcurren más de 10 años, no
cabe ya la reversión, es decir, si el bien ha alcanzado 10 años de su fin, transcurridos esos 10
años, podría modificarse ese fin sin que procesa a la reversión.
63
Miriam González Herráez.
No pueden ejercer la potestad expropiatoria las Administraciones instrumentales como son las
agencias, ni los Organismos autónomos, ni las En4dades públicas empresariales, ni las
en4dades del sector público como las sociedades de capital público, las fundaciones, ni
ninguna en4dad del 4po. En todo caso no 4enen tal potestad las no mencionadas en el ar\culo
2.1, con la excepción de las CCAA y los Entes de carácter territorial que menciona la LRBRL de 2
de abril de 1985.
El expropiado es el 4tular del derecho o interés legí4mo que se expropia (Art. 3.1 REF). Se
puede expropiar a cualquier persona, aunque sea pública. Lo único que no se puede expropiar
es un bien de dominio público (ej. Carretera).
La condición de expropiado la puede tener cualquiera que tenga alguna relación con los bienes
o derechos que van a ser objeto de expropiación, por lo que pueden ser personas qsicas o
jurídicas. En cuanto sean 4tulares de bienes o derechos suscep4bles de expropiación todos
ellos quedan sujetos a la potestad expropiatoria.
La condición de expropiado por razón de un mismo y único objeto puede determinar que sean
llamados al procedimiento expropiatorio diversas personas, pese a que estemos ante un solo
objeto. Ello es posible porque las relaciones con las cosas pueden desenvolverse con dis4ntas
intensidades sobre un mismo objeto sobre la base de dis4ntos derechos sobre el mismo:
derechos reales o derechos obligacionales.
La LEF toma en cuenta la posición más fuerte que liga a una persona con una cosa (la
propiedad) cuando dispone que las actuaciones del expediente expropiatorio se entenderán,
en primer lugar, con el propietario de la cosa o 4tular del derecho objeto de la expropiación,
pero eso no excluye que además hayan de tenerse en cuenta a los demás expropiados no
propietarios; ya sea porque la Administración expropiante 4ene no4cia de su presencia, ya sea
porque se presentan en el procedimiento.
64
Miriam González Herráez.
La Ley prevé la presencia del Ministerio Fiscal como representante de los desconocidos o
ilocalizables o no presentes en el procedimiento, que sean 4tulares de bienes o derechos o
bien por cuenta de los menores o incapacitados que no tengan completada su capacidad.
La tercera figura subje4va de la expropiación es el beneficiario, que no 4ene por qué aparecer.
El ar\culo 2 de la LEF, en su apartado segundo, reconoce la figura del beneficiario por causa de
u4lidad pública a “las enAdades y concesionarios a los que se reconozca legalmente dicha
condición”. Como es evidente, la u4lidad pública que existe en una obra pública, por ejemplo,
4ene en cuenta la u4lidad que esa obra reporta a la colec4vidad y singularmente, en su caso, a
los usuarios. Sin embargo, puede haber personas que directamente se beneficien,
par4cularmente y con mayor intensidad, de la obra pública sin perjuicio de la u4lidad pública o
general que se reconoce que 4ene la obra.
En caso de interés social, el mismo ar\culo segundo, en su apartado tercero, establece: Por
causa de interés social podrá ser beneficiario, aparte de las indicadas, cualquier persona
natural o jurídica en la que concurran los requisitos señalados por la Ley especial necesaria a
estos efectos. puede ser beneficiario cualquier persona privada.
La presencia del beneficiario 4ene algunas consecuencias en orden a su posición a lo largo del
procedimiento expropiatorio, por ejemplo, en el momento de la determinación del jus4precio
o del pago por el mismo de las can4dades necesarias a esos efectos. De esta forma, el
beneficiario, al obtener el bien expropiado, debe pagar el jus4precio y cumplir con el fin
público al que está des4nado esa expropiación. Cuando no existe tal beneficiario, es el
expropiante quien paga el jus4precio.
Aparte de los sujetos que intervienen en el proceso, debemos referirnos también al objeto:
qué bienes pueden ser expropiados. El objeto de expropiación puede ser cualquier bien o
derecho que tenga contenido patrimonial (bienes muebles, derechos inmuebles, derechos
sobre cues4ones de 4po inmaterial, etc.) y que esté en el comercio de los hombres. Los únicos
derechos que no pueden ser expropiados son los derechos personalísimos del hombre ni el
dominio público: derecho al honor, al nombre, a la libertad, etc.
65
Miriam González Herráez.
INTRODUCCIÓN
La expropiación forzosa puede definirse como el procedimiento legal adecuado para promover
la transmisión impera4va de derechos y hacer efec4va la justa indemnización correspondiente
en favor de los 4tulares afectados, cuando así resulte necesario para asegurar la prevalencia
del interés general al colisionar con los intereses privados.
Por lo tanto, la expropiación forzosa se caracteriza por ser tanto una potestad administra4va
dirigida a realizar de forma eficaz y eficiente el interés general, como por ser un conjunto de
garan\as para los par4culares dirigidas a la defensa de sus derechos patrimoniales. El
equilibrio entre ambas se alcanza de forma dinámica a través de un procedimiento: el
procedimiento de expropiación forzosa, de ahí su importancia.
Son tres las garan\as de este procedimiento, de acuerdo con el ar\culo 33 CE: 3. Nadie podrá
ser privado de sus bienes y derechos sino (1) por causa jusAficada de uAlidad pública o interés
social, mediante la (2) correspondiente indemnización y (3) de conformidad con lo dispuesto
por las leyes.
Con carácter previo a estas fases y presupuesto indispensable estaría la declaración de u4lidad
pública e interés social del fin de la expropiación.
66
Miriam González Herráez.
que los elementos esenciales permanecen constantes si bien se proyectan de diferente manera
en función del objeto a expropiar, las razones de interés general por las que expropia y a la
índole de los intereses afectados por el sacrificio.
Como señala la sentencia del Tribunal Cons4tucional 166/1993, tan sólo son objetos incluibles
en la expropiación aquellos que sirvan a su fin legi4mador, y ello convierte en injus4ficada la
expropiación de bienes o derechos que no son sean estrictamente indispensables al
cumplimiento de dicho fin. Por ello se explica que, con respecto a los bienes expropiados que
pierden dicha vinculación, se reconozca a los an4guos propietarios el derecho a la reversión,
esto es, a la recuperación mediante el pago actualizado de la indemnización que recibieron.
El beneficiario debe, por tanto, formular una relación concreta e individualizada, en la que se
describan, en todos los aspectos, material y jurídico, los bienes o derechos que considere de
necesaria expropiación, lo que influirá en la determinación posterior del jus4precio. Esta tarea
de iden4ficación de los bienes o derechos a expropiar conlleva, en muchas ocasiones, una
verdadera ac4vidad de inves4gación que no siempre resulta sa4sfactoria, por lo que el
beneficiario puede no llegar a iden4ficar con exac4tud los bienes y sus 4tulares.
Una vez que el órgano administra4vo expropiante recibe la relación de bienes y derechos
formulada por el beneficiario, se abre un período de información pública durante un plazo de
quince días para permi4r la intervención de los par4culares y de cualquier otro interesado.
67
Miriam González Herráez.
Durante este trámite de información pública, cualquier persona –no sólo los 4tulares de los
bienes o derechos afectados– puede formular alegaciones, que pueden limitarse a la
rec4ficación de posibles errores de la relación publicada o bien oponerse a la necesidad de la
ocupación, para lo que deben indicar los mo4vos. A la vista de las alegaciones formuladas, el
órgano administra4vo expropiante debe resolver, en el plazo máximo de veinte días, sobre la
necesidad de la ocupación.
Frente al acuerdo de necesidad de ocupación cabe interponer recurso de alzada cuando éste
no agote la vía administra4va, o recurso de reposición cuando sí agotan la vía administra4va. El
plazo para interponer el recurso es diez días y para resolver de veinte. Una vez resuelto el
correspondiente recurso de alzada (o, en su caso, de reposición), o bien directamente cuando
el acto ponga fin a la vía administra4va, se podrá en todo caso interponer recurso contencioso-
administra4vo ante el Juzgado o Tribunal competente.
Debe tenerse en cuenta que esta fase únicamente se inicia cuando es firme el acuerdo de
necesidad de ocupación (art. 25 LEF), es decir que no cabe acción legal alguna contra la misma.
En todo caso debe recordarse que debe ser una indemnización integral, esto es, una can4dad
que deje el patrimonio del expropiado indemne o inalterado una vez efectuada la
expropiación. Por lo tanto, el valor del bien debe ser un valor de sus4tución que no sólo se
refiere al valor del mercado del bien sino también todos los daños, perjuicios y costes
derivados de la expropiación.
Comienza con una descripción qsica y jurídica del bien (derechos existentes sobre ese bien:
persona a las que pertenece, si 4ene una hipoteca, etc.), lo que determina el valor de ese bien.
Ese cálculo se realiza siguiendo un procedimiento en principio amistoso y, en segundo término,
por vía contradictoria.
En caso de que en el plazo de 15 días no se llegara a tal acuerdo, lo que procede es una
determinación de jus4precio contradictoria, lo que significa que la Administración le indica al
par4cular que realice una valoración de su bien o derecho. El par4cular así lo hace en una hoja
de aprecio, que puede ir respaldada por algún importe pericial.
68
Miriam González Herráez.
Una vez presentada la hoja de aprecio, la Administración puede tomar dos decisiones: aceptar
la valoración o denegarla. En el caso de denegación, la AP 4ene que hacer su hoja de aprecio y
no4ficársela al interesado, que puede a su vez aceptar el jus4precio que le ofrece la AP o
rechazarlo. Si lo rechaza, el expediente se envía al Jurado de Expropiación forzosa, un órgano
administra4vo de composición mixta cuyo presidente del jurado es el presidente del TSJ de la
Comunidad Autónoma. Forman parte de él un representante del colec4vo o par4cular
especialmente afectado por la expropiación, un notario, un representante del Poder Judicial y
un representante de la Administración expropiante.
Ese jurado recibe y analiza las hojas de aprecio que han formulado ambas partes y dicta una
resolución administra4va fijando el jus4precio que en4ende que es conforme con la norma4va
privada. Esa cuan4ficación o importe del jus4precio agota la vía administra4va, de forma que,
si la administración expropiante o expropiado está disconforme con la valoración del jurado, la
única vía que queda es acudir a los TSJ.
El valor que debe reconocer el jurado, tal y como ya se ha señalado, es de sus4tución del bien
en su medida monetaria, un valor de mercado que debe dejar indemne el patrimonio del
expropiado antes y después de la expropiación, y se deben valorar todos los bienes y perjuicios
que se ocasionen como consecuencia de la expropiación. (ej. Gastos por traslados, pérdida de
beneficios, etc.).
Los criterios que deben seguirse en estas valoraciones están fijados en las leyes. Por ejemplo,
en la Ley del Suelo aparece detallado el importe de la expropiación del suelo dependiendo de
su 4po.
En todos los casos de expropiación se abonará al expropiado, además del justo precio fijado en
la forma establecida en los ar\culos anteriores, un 5% como premio de afección (art. 47 LEF).
Se trata de una valoración obje4va y general de los daños morales derivados de la expropiación
Sólo se aplica el premio de afección a aquellos conceptos que impliquen privación defini4va de
los bienes, por tanto, a las expropiaciones en pleno dominio.
Cuando hayan transcurrido seis meses desde la iniciación legal del expediente expropiatorio sin
haberse determinado por resolución defini4va el justo precio de las cosas o derechos, la
Administración expropiante culpable de la demora estará obligada a abonar al expropiado una
indemnización que consis4rá en el interés legal del justo precio hasta el momento en el que se
haya determinado (ar\culo 56 LEF).
69
Miriam González Herráez.
similar al expropiado. La AP puede pedir que se module el pago para hacerlo en plazos. Para
ello 4ene que presentar un plan de pagos que 4ene que ser aprobado por el órgano judicial.
Si tras la determinación del jus4precio, transcurren los seis meses sin que se haga efec4vo el
pago de la can4dad fijada, a par4r de entonces dicha can4dad producirá de forma automá4ca
el interés legal correspondiente a favor del expropiado, hasta que se proceda a su pago (art. 57
LEF).
En el caso de transcurrieran dos años sin que se hiciese efec4va o se consignase la can4dad
fijada como justo precio se haga efec4vo o se consigne, será necesario llevar a cabo una
retasación, esto es, una nueva evaluación de las cosas o de los derechos objeto de
expropiación, aplicando de nuevo el procedimiento para la determinación del jus4precio.
El pago 4ene que ser siempre previo a la ocupación y, una vez que se haya hecho efec4vo se
extenderá un acta de ocupación, que irá acompañada por los jus4ficantes del pago, \tulo
suficiente para que en el Registro de la Propiedad y el resto de Registros Públicos se inscriba la
propiedad como perteneciente a la Administración expropiante. Con todo ello, puede
procederse a la toma de posesión, esto es, la ocupación de la finca por vía administra4va o
hacer ejercicio del derecho expropiado (art. 51 LEF).
Hasta ahora se ha llevado a cabo una descripción del procedimiento general de expropiación
forzosa de carácter ordinario. Sin embargo, dentro procedimiento general existe una
modalidad extraordinaria por razón de la urgencia que, finalmente, se ha conver4do en el
procedimiento usual.
La declaración de necesidad de ocupación existe igualmente, pero además se declara que esa
ocupación es urgente, procediéndose a una ocupación previa del bien y consignación del
jus4precio que son valores fiscales A par4r de ese momento, ya la AP dispone del bien y es
entonces cuando el par4cular empieza el procedimiento para fijar la cuan\a del jus4precio.
I. CONCEPTO
La “reversión” es la “resAtución de algo al estado que tenía” (DRAE). En el ámbito del Derecho
administra4vo, la reversión cobra su plena dimensión en materia de expropiación mediante la
vinculación de aquélla a la jus4ficación misma de la potestad expropiatoria.
Como ya hemos visto, para que se lleve a cabo la expropiación no es suficiente sus4tuir el
derecho de propiedad por su equivalente económico, sino que sólo se puede llevar a cabo si
existe una finalidad declarada de u4lidad pública o interés social. Por consiguiente, si el
sacrificio de este derecho se ve legi4mado por la sa4sfacción de este interés público,
desaparecida la causa, carece de sen4do tal sacrificio.
Según la Ley de Expropiación Forzosa de 16 de diciembre de 1954, la reversión es el derecho
que corresponde al expropiado o a sus causahabientes para recobrar la totalidad o la parte
sobrante de lo expropiado, en caso de no ejecutarse la obra o de no establecerse el servicio
que mo4vó la expropiación. Se aplica a toda clase de expropiaciones, cualquiera que sea la
forma en la que se haya llegado a la determinación del jus4precio.
El Tribunal Supremo ha señalado que la reversión es un derecho subje4vo, de origen legal, y,
por tanto, aplicable exclusivamente a los supuestos previstos en la norma que lo crea, aunque
vinculado a una condición personal, la de expropiado, y de adquisición.
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Miriam González Herráez.
2. La existencia de sobrante
Entre la causa expropiandi y la determinación de los bienes y derechos que han de ser objeto
de la expropiación existe siempre una relación necesaria, de manera que sólo han de integrar
la expropiación los que sirven al fin legi4mador, resultando injus4ficada la de aquellos que no
sean estrictamente indispensables para alcanzar dicho fin. Así, este supuesto contempla la
posibilidad de que existan bienes sobrantes.
3. La desafectación
El tercer y úl4mo de los supuestos indicados contempla la posibilidad de que, con
posterioridad a la realización de la obra o del establecimiento del servicio, se hayan
abandonado los fines que jus4ficaban la actuación expropiatoria.
Sin embargo, se excluyen los casos en los que se produzca la desafectación de un fin de u4lidad
pública, cambiándose este por otro también declarado de u4lidad pública o interés social,
siempre y cuando se cumplan unos requisitos, entre los que resalta la publicidad que la
Administración ha de dar a la sus4tución. También se excluyen aquellos supuestos en los que la
afectación se prolonga durante diez años desde la terminación de la obra o el establecimiento
del servicio.
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Miriam González Herráez.
III. PROCEDIMIENTO
No basta con que concurran los presupuestos de la reversión para que ésta tenga lugar, sino
que ha de seguirse un procedimiento, que se inicia mediante la solicitud presentada por los
expropiados, o sus causahabientes, a la autoridad administra4va expropiante.
Para ello se dispone del plazo de tres meses, que comienza a contar desde el día siguiente a la
no4ficación formal del acto que diere lugar a la reversión.
La competencia para resolver corresponde a la Administración en cuya 4tularidad se halle el
bien o derecho en el momento de la solicitud o, en su caso, a la que se encuentra vinculado el
beneficiario de la expropiación. El pronunciamiento 4ene carácter reglado, no discrecional,
teniendo plena vigencia las reglas rela4vas al silencio administra4vo.
Contra la resolución cabrá interponer los recursos administra4vos que correspondan y, tras
agotar la vía administra4va, acudir a la judicial.
IV. EFECTOS
En principio, la reversión implica el cese de los efectos de una expropiación, de modo que el
expropiado va a recuperar los bienes y los derechos y el beneficiario va a obtener una
indemnización por los mismos. Para determinar la indemnización, la regla general es que ha de
res4tuirse lo percibido por el expropiado, actualizándose la can4dad conforme a la evolución
del índice de precios.
Sin embargo, por excepción, si el bien o el derecho expropiados ha experimentado cambios en
su calificación jurídico que condicionen su valor, ha incorporado mejoras aprovechables o ha
sufrido menoscabos de valor, debe efectuarse una nueva valoración.
El pago de la indemnización condiciona la toma de posesión del bien o derecho rever4do y ha
de efectuarse en el plazo de tres meses desde su determinación, bajo pena de caducidad.
Hay veces en que no es posible hacer la res4tución de lo expropiado como consecuencia de
una alteración indebida, que abarca la imposibilidad de devolución tanto qsica como jurídica.
En estos supuestos, la obligación de devolver se transforma en la de indemnizar los daños y los
perjuicios.
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Miriam González Herráez.
El derecho administra4vo sancionador es una parte del derecho administra4vo que regula el
ejercicio de la potestad sancionadora, potestad que supone la imposición de sanciones por la
vulneración culpable de normas jurídicas administra4vas. El conjunto de esa regulación se
encuentra en ese concepto de derecho administra4vo sancionador.
Dentro de las ins4tuciones dispuestas para garan4zar la conciliación de los intereses generales
y los par4culares, la potestad sancionadora se diferencia de la expropiación forzosa y de la
responsabilidad patrimonial, ya que no equilibra unos y otros, sino que se dirige a asegurar la
prevalencia del interés general mediante su imposición coac4va frente a las conductas de los
par4culares que van en contra del ordenamiento jurídico, desencadenándose de este modo
una consecuencia nega4va para los par4culares.
En este sen4do, las sanciones administra4vas –junto a las sanciones penales- cons4tuyen la
cláusula de cierre del ordenamiento jurídico ya que, si bien las normas son obligatorias, cuando
se dirigen a los ciudadanos prescribiendo determinadas actuaciones, éstos las cumplen por el
efecto disuasorio que produce la existencia de un mecanismo de reacción frente a su
incumplimiento con consecuencias nega4vas para sus intereses.
En este punto, debemos dis4nguir los dis4ntos 4pos de consecuencias. Un primer caso, en el
que el incumplimiento se deriva de una lesión que afecta a intereses generales, cuya reacción
adquiere un carácter puni4vo (ius puniendi), que pretende conseguir una doble finalidad: por
un lado, asegurar que ese sujeto no volverá a incurrir en la misma conducta (prevención
especial) y, por otro, desalentar ese mismo 4po de conductas por otros (prevención general).
De esta forma, la imposición del interés general se plasma en dos momentos: cuando el interés
par4cular no puede llevar a cabo una determinada actuación, quedando así some4do al interés
general expresado en la norma; y cuando se ha producido el incumplimiento, cuya
consecuencia es la reacción frente a la lesión en los intereses par4culares.
Así apreciamos la potestad sancionadora como un uso ins4tucionalizado de la fuerza por parte
del Estado, ya que se emplea como medio coac4vo para que se cumpla el contenido de las
normas. Esta función de derecho administra4vo sancionador la comparte con el Derecho
Penal, que cons4tuye el núcleo duro del ius puniendi del Estado, y que define los delitos y faltas
que cons4tuyen una pena criminal.
Llegados a este punto, es necesario apreciar diversas diferencias entre el sistema penal y
administra4vo sancionador.
73
Miriam González Herráez.
Además de ese fundamento formal, hay otro material, recogido en los arMculos 24 y 26 de la
ConsGtución. Se en4ende que los tribunales de jus4cia se verían colapsados si de ellos
dependiera la aplicación de las sanciones y declaración de infracciones administra4vas, puesto
que se producen en masa. Por tanto, hay una razón de orden prác4co, entendiéndose que la
Administración aplica de manera más eficaz, directa y rápida esta potestad sancionadora, que
en todo caso podrán reclamarse ante los tribunales de la Sala contencioso-administra4va.
Esta potestad sancionadora ha de estar atribuida expresamente por una norma con rango de
Ley en favor de la norma que corresponda. No cabe el ejercicio de esta potestad de forma
implícita, sino que debe darse un reconocimiento expreso, some4éndose así a un principio de
legalidad establecido en el art. 25 L40/2015: 1. La potestad sancionadora de las
Administraciones Públicas se ejercerá cuando haya sido expresamente reconocida por una
norma con rango de Ley […].
De esta forma, la potestad sancionadora es una potestad reglada, ya que su ejercicio está
regulado tanto en la 4pificación de las infracciones, así como en la ley. Al igual que con la
74
Miriam González Herráez.
Además, a las infracciones administra4vas se les une una consecuencia jurídica: la sanción, que
puede cons4tuir la privación de un derecho, así como una multa pecuniaria, la pérdida de
puntos en el carné de conducir, etc. Por tanto, la infracción es la conducta que contradice la
norma, y la sanción la consecuencia, consistente en un mal infringido que la norma prevé para
esa conducta an4jurídica. Las sanciones se imponen por órganos de la Administración Pública,
que se rigen por normas de esta misma naturaleza.
Debe tenerse en cuenta, además, que la configuración de las sanciones parte de la prohibición
de que estas sean priva4vas de libertad, quedando esto regulado en el arMculo 25.3 CE y 29 de
la Ley 40/2015.
A par4r de esta exclusión, las sanciones que pueden imponerse a los infractores se estructuran
en obligaciones pecuniarias (sanción de multa) o limitación o recisión de derechos (sanciones
priva4vas de derechos).
La sanción más común es la de multa, por la que se impone una obligación pecuniaria sobre los
infractores. Conforme al principio de proporcionalidad, las sanciones de multa han sido
estructuradas en leves, graves y muy graves, estableciendo mínimos y máximos de multas para
4po de infracción. A falta de un límite concreto, las dis4ntas normas sectoriales disponen como
máximo los 600.000 euros.
En el caso del ámbito penal, las penas son la consecuencia del comportamiento an4jurídico, y
se regulan en el Código Penal y en la Ley de Enjuiciamiento Criminal.
Esta es la denominación que reciben en la rúbrica del capítulo III de la Ley 40/2015 los
principios inspiradores de la potestad sancionadora de la Administración Pública.
El Tribunal Cons4tucional, en una sentencia del año 1984, fue el primero que vino a recoger
esa idea de que la potestad sancionadora es una manifestación del derecho a cas4gar. En base
75
Miriam González Herráez.
a esto, el TC ha asentado la doctrina de que los principios inspiradores del Código Penal son de
aplicación con ma4zaciones al derecho sancionador, ya que ambos son manifestaciones del
ordenamiento puni4vo del Estado.
Estos principios quedan recogidos en los ar\culos 25 y siguientes de la Ley 40/2015. Los
principios aplicables al Derecho administra4vo sancionador pueden clasificarse en aquellos
rela4vos a:
- Dimensión formal, en el sen4do de que exige una norma con rango de Ley en el
ar\culo 25 L40/2015: 1. La potestad sancionadora de las Administraciones Públicas se
ejercerá cuando haya sido expresamente reconocida por una norma con rango de Ley,
con aplicación del procedimiento previsto para su ejercicio y de acuerdo con lo
establecido en esta Ley y en la Ley de Procedimiento AdministraAvo Común de las
Administraciones Públicas y, cuando se trate de EnAdades Locales, de conformidad con
lo dispuesto en el Título XI de la Ley 7/1985, de 2 de abril.
Esta dimensión formal de la reserva de Ley requiere dos ma4zaciones: el 4po de Ley –
orgánica u ordinaria- que resulta necesaria, y la colaboración de los reglamentos en
esta materia. En cuanto al primer asunto, el TC ha interpretado que es suficiente una
Ley ordinaria –de origen parlamentario o disposiciones del Gobierno con fuerza de Ley-
a diferencia de lo que ocurre en el ámbito penal en el que será necesaria su aprobación
mediante ley orgánica conforme a lo dispuesto en el ar\culo 81 CE, en relación a los
ar\culos 53.1 y 25 CE.
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Miriam González Herráez.
En relación con los reglamentos, debemos mencionar que existe una colaboración
entre ley y reglamento. La ley ha de regular la conducta que cons4tuye la sanción,
mientras que el reglamento desarrolla esta ley introduciendo especificaciones y
aclarando detalles de esa conducta, o graduando las sanciones sin alterar la naturaleza
o límites de esas sanciones, y sin que se pueda introducir por un reglamento nuevas
infracciones. Por tanto, el reglamento en el campo sancionador es meramente
ejecu4vo, de desarrollo, con límites puestos por la ley.
2. PRINCIPIO DE IRRETROACTIVIDAD.
Este principio está recogido con carácter general en el ar\culo 9.3 CE, que establece la garan\a
irretroac4vidad de las disposiciones sancionadoras no favorables o restric4vas de derechos
individuales. Además, se considera asimismo implícito en el ar\culo 25 CE y viene regulado en
el ar\culo 26 L40/2015, que recoge expresamente dicho principio y dispone que 1. Serán de
aplicación las disposiciones sancionadoras vigentes en el momento de producirse los hechos
que consAtuyan infracción administraAva. 2. Las disposiciones sancionadoras producirán efecto
retroacAvo en cuanto favorezcan al presunto infractor.
3. PRINCIPIO DE TIPICIDAD.
Se recoge de forma específica en el art. 27 L40/2015, que afirma que sólo consAtuyen
infracciones administraAvas las vulneraciones al ordenamiento jurídico previstas como tales
infracciones por una Ley, y, asimismo, que las sanciones están delimitadas por la Ley (apartado
segundo).
Por úl4mo, el principio de 4picidad alcanza las reglas de interpretación de las normas jurídicas.
El problema de la analogía en la norma4va sancionadora es que ésta admi4ría sanciones o
infracciones no establecidas y precisadas específicamente por una ley, vulnerando el principio
77
Miriam González Herráez.
de legalidad material. Por esta razón, la jurisprudencia ha reiterado que las normas definidoras
de infracciones y sanciones no serán suscep4bles de aplicación analógica.
4. PRINCIPIO DE PRESCRIPCIÓN.
Es consecuencia del principio de seguridad jurídica, razón por la que se establece un plazo para
la exigibilidad jurídica de la responsabilidad por incumplimiento de las normas, transcurrido el
cual ya no es posible imponer las sanciones o ejecutar las sanciones impuestas.
Está regulado en el art. 28 L40/2015. Esta responsabilidad o culpabilidad supone que el sujeto
que realiza la conducta infractora ha de ser imputable y culpable. Imputable quiere decir que
sea realizado por una persona que tenga capacidad y conciencia del acto que realiza; culpable
significa que 4ene que intervenir un cierto grado de culpabilidad. Hay tres grados:
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Miriam González Herráez.
- Dolo. Hay una intención de causar el daño, una conducta que pretende
inmediatamente ese daño.
En el ámbito del derecho administra4vo, los requisitos que da el legislador de manera implícita
en el art. 28: Sólo podrán ser sancionadas por hechos consAtuAvos de infracción administraAva
las personas nsicas y jurídicas, así como, cuando una Ley les reconozca capacidad de obrar, los
grupos de afectados, las uniones y enAdades sin personalidad jurídica y los patrimonios
independientes o autónomos, que resulten responsables de los mismos a ctulo de dolo o culpa.
Cuando el órgano administra4vo resuelva, se le exige que exprese con detalle cuales son a su
juicio los argumentos que fundamentan que existen los hechos, que están probados y que
ponen de manifiesto esa culpabilidad.
7. PRINCIPIO DE PROPORCIONALIDAD.
Tiene una clara relación con el principio de responsabilidad. Puede tener dos manifestaciones,
una que hace referencia al plano obje4vo de la cues4ón, en cuanto a que impone al legislador
la obligación de que clasifique las infracciones y sanciones en función de su gravedad, de modo
que se dan tres categorías de sanciones: leves, graves y muy graves.
En ocasiones ocurre que, por vagancia del legislador, 4pifica las sanciones muy graves y graves,
declarando que todas aquellas infracciones que no aparezcan en esa categoría, son
consideradas leves.
Las circunstancias que gradúan esta infracción vienen dadas en el art. 29 de la Ley 40/2015.
Estos criterios generales para la graduación de la sanción son:
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Miriam González Herráez.
Es decir, la prohibición de una doble sanción. Este principio ha sido interpretado por el propio
TC que ha señalado una doble ver4ente material y procesal:
• Dimensión material: que no haya duplicidad de sanciones por los mismos hechos, ya
sean administra4vas o penales, o las dos administra4vas., en los casos en que se
aprecie iden4dad de sujeto, hecho y fundamento.
• Dimensión procesal: consiste en evitar que un mismo hecho sea objeto de dos
procedimientos dis4ntos, dando prioridad al ámbito penal, ya que en el caso de que
haya condena penal no puede haber sanción administra4va.
Se impone la dimensión material, ya que el obje4vo es impedir que un mismo sujeto reciba
una doble sanción por unos mismos hechos.
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Miriam González Herráez.
INTRODUCCIÓN
En la presente Lección se con4núa con el análisis de las sanciones administra4vas ahora desde
una perspec4va dinámica, centrándonos en el ejercicio de la potestad sancionadora a través de
un procedimiento específico con singularidades que se analizarán a par4r del estudio de sus
principios inspiradores y los trámites de este procedimiento, atendiendo, por úl4mo, a las
especialidades en la ejecución de las sanciones impuestas.
La potestad sancionadora, como ya vimos, no es un invento del legislador, sino que la propia
Cons4tución contempla la posibilidad de que la Administración pueda sancionar en su ar\culo
25. El desarrollo legisla4vo de este ar\culo se hizo por una ley única, la Ley 30/92, de Régimen
jurídico de las Administraciones Públicas y Procedimiento Común, que se ha derogado y
diversificado en dos nuevas leyes: la Ley 40/2015, de Régimen Jurídico del Sector Público,
donde aparecen recogidos los principios que cons4tuyen límites de la potestad sancionadora
(principio de legalidad, proporcionalidad, etc.); y la Ley 39/2015, donde se regula el
procedimiento de esta potestad.
Estas dos ramas se diversifican aún más en normas y leyes sectoriales, que regulan por
materias la potestad sancionadora y complementan a las leyes generales. Con estas normas
sectoriales descubrimos cuál es el origen que nos permite comprobar cuáles son los
comportamientos que dan lugar a la infracción y qué sanciones 4enen como consecuencia.
Igual que ocurre con cualquier potestad, la administración debe seguir un procedimiento, es
decir, una serie de actuaciones que, en este caso, están dirigidas a comprobar los hechos y el
sujeto que ha llevado a cabo la actuación an4jurídica, que finaliza con la imposición o no de la
sanción.
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Miriam González Herráez.
En la ley 30/92, el procedimiento estaba regulado con el apoyo de un Real Decreto. Junto a
este procedimiento había procedimientos sectoriales. Sin embargo, con la ley 39/2015 hay un
único procedimiento: el Administra4vo común. Cuando se trata del procedimiento sancionador
se establecen especialidades, pero no son procedimientos dis4ntos, sino el mismo
procedimiento común con sus especialidades propias.
La primera garan\a está recogida en el arMculo 63.2 de la Ley 39/2015, que establece que en
ningún caso se podrá imponer una sanción sin que se haya tramitado el oportuno
procedimiento.
Otra de las garan\as es la presunción de inocencia, por la que la Administración Pública tendrá
que probar la culpabilidad del sujeto, teniendo que recabar todas las pruebas para poder
imputar al mismo de determinada infracción. De esta suerte, la sanción requiere la prueba de
cargo válida y suficiente para despejar cualquier duda razonable, de forma que la existencia de
duda hace entrar en juego el principio in dubio pro reo (en caso de duda, a favor del acusado).
Además, a par4r del contenido del ar\culo 24 CE, la doctrina incluye entre las garan\as
aplicables a los procedimientos administra4vos sancionadores los derechos a la defensa y a la
acGvidad probatoria, presuponiendo primero el derecho a conocer los cargos antes de la
imposición de la sanción y de ser informado de la acusación, de forma que resulta
imprescindible que en el documento se reflejen de forma suficientemente precisa tanto los
hechos como su respec4va calificación legal; pero también el derecho a no declarar contra sí
mismo y de asistencia letrada, aunque no gratuita.
1º. Ser no4ficado de los hechos que se le imputen, de las infracciones que tales hechos
puedan cons4tuir y de las sanciones que, en su caso, se le pudieran imponer, así como de la
iden4dad del instructor, de la autoridad competente para imponer la sanción y de la norma
que atribuya tal competencia.
2º. Formular alegaciones y u4lizar los medios de defensa admi4dos por el ordenamiento
jurídico que resulten procedentes. El plazo para realizar alegaciones es de diez días desde que
se produce la no4ficación.
Por úl4mo, la ley 39/2015 (LPAC) menciona unos principios específicos o especialidades del
procedimiento sancionador dentro de la regulación procedimental común, que son:
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Miriam González Herráez.
3º. De resolución de todas las cuesGones planteadas en el expediente sancionador (art. 90.1
LPAC) y de interdicción de la declaración como probados de hechos dis4ntos de los
determinados (art. 90.2 LPAC).
El art. 85 LPAC establece ahora la terminación del procedimiento en los supuestos de pago
voluntario por el presunto responsable de la sanción pecuniaria pedida; y el reconocimiento
por el infractor de la responsabilidad, con posibilidad de la imposición de la sanción
per4nente.
5º. La posibilidad de denuncia (art. 62 LPAC), acto de un sujeto mediante el cual pone en
conocimiento de la Administración Pública la actuación de unas determinadas personas. La
administración debe comprobar la veracidad de esos hechos. La denuncia debe reunir una
serie de requisitos: quién es la persona que denuncia, los hechos que se consideran
cons4tu4vos de la infracción, etc.
La iniciación del procedimiento sancionador se produce siempre de oficio y mediante acto del
órgano competente.
83
Miriam González Herráez.
2) La exposición sucinta de los hechos mo4vantes, su posible calificación y las sanciones que
pudieran corresponder, sin perjuicio de lo que resulte de la instrucción.
6) La comunicación de las medidas provisionales adoptadas, sin perjuicio de las que puedan
acordarse posteriormente.
El instructor y las unidades administra4vas que tengan asignada tal función son los
responsables directos de la tramitación del procedimiento
La resolución debe dictarse dentro de los diez días siguientes a la recepción de la propuesta
correspondiente y puede formalizarse por cualquier medio idóneo para acreditar la voluntad
del órgano, debiendo cumplir los siguientes requisitos (art. 90 LPAC):
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Miriam González Herráez.
1º. Mo4vación y valoración de las pruebas prac4cadas (sobre todo las cons4tu4vas de los
fundamentos básicos de la decisión) y la fijación de la o las infracciones come4das y de la
sanción o las sanciones impuestas, o bien, alterna4vamente, la declaración de no existencia
de infracción o de responsabilidad
2º. Decisión de todas las cues4ones planteadas por los interesados y de las derivadas del
procedimiento.
Permite una tramitación simplificada del procedimiento ordinario en un menor plazo por razón
de la menor complejidad de los hechos, y sobre todo por la menor gravedad de la infracción, y
por tanto de la sanción aplicable. También se regula por el RPS. La instrucción, en este caso, se
concentra en un plazo de 10 días a par4r de la comunicación y no4ficación del acuerdo de
iniciación. Transcurrido dicho plazo, el instructor formulará la propuesta de resolución excepto
cuando aprecie que los hechos cons4tu4vos de la sanción pueden ser muy graves, que deberá
acordar que con4núe tramitándose por el procedimiento ordinario, no4ficándolo a los
interesados para que en el plazo de 5 días propongan prueba si lo es4man conveniente.
Una vez formulada la propuesta de resolución el órgano competente para resolver deberá
dictar resolución en el plazo de 3 días. En todo caso la duración del procedimiento es de 1 mes.
Las resoluciones y sus consecuentes sanciones son actos administra4vos a los que se les
reconocen las circunstancias \picas de la autotutela administra4va, por lo que goza de una
presunción de validez que la convierte en inmediatamente ejecutoria (autotutela declara4va),
por lo que obliga desde el momento de su no4ficación y puede iniciarse su ejecución forzosa
toda vez que no sea voluntariamente cumplida en plazo (autotutela ejecu4va).
Sin embargo, ésta puede ser objeto de recurso por cualquiera de los interesados en el
procedimiento. Por tanto, en los casos en los que quepa un recurso frente a la sanción, esta no
se presume ejecu4va. Así, las resoluciones sancionadoras no serán ejecu4vas hasta que se
ponga fin a la vía administra4va.
Para considerar esta úl4ma expresión debe tenerse en cuenta que en nuestro país existen dos
vías de recursos de los actos administra4vos: uno ante la propia Administración (vía
administra4va) y otra ante Jueces y Tribunales (jurisdicción contencioso-administra4va). En
determinadas circunstancias, es necesario recurrir en vía administra4va ante el superior
jerárquico mediante el recurso de alzada para poder recurrir ante la jurisdicción contencioso-
administra4va. En todo caso, los actos dictados que directamente pongan fin a la vía
administra4va se pueden recurrir ante el mismo órgano que los dictó mediante recurso de
reposición, que es potesta4vo y alterna4vo al recurso contencioso-administra4vo.
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Miriam González Herráez.
De esta forma, si se interpone alguno de estos dos recursos administra4vos –el recurso de
alzada o el recurso de reposición–, las sanciones así recurridas no serán ejecu4vas hasta que
no se ponga fin (defini4vamente) a la vía administra4va y no quede otra posibilidad que
interponer un recurso contencioso-administra4vo.
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Miriam González Herráez.
Otra de las ins4tuciones rela4vas a la composición del interés general con los intereses de los
par4culares es la responsabilidad patrimonial o extracontractual de las Administraciones
Públicas. Para una mejor comprensión se hace necesario comenzar su estudio a par4r de la
determinación de su concepto y de la dis4nción de otras ins4tuciones afines.
- Ser un sistema general, es decir, la responsabilidad se aplica a todas las AAPP, que
deben indemnizar en todo caso en el que su actuación genere un daño.
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Miriam González Herráez.
La incidencia sobre los derechos e intereses de los par4culares por parte de los poderes
públicos 4ene lugar en el proceso de realización del interés general al que éstos responden, y
puede producirse de dos formas.
En primer lugar, un daño sujeto de una decisión directa y voluntaria dirigida deliberadamente a
despojar a los par4culares de tales derechos o intereses en la medida que resulta necesario. En
estos casos, nos encontraríamos en la ins4tución de expropiación forzosa.
Por otra parte, pueden darse actuaciones cuya finalidad no es la privación de estos derechos e
intereses par4culares, ni tampoco causar una lesión, sino que ésta se produce de forma
accidental como resultado colateral de la acción pública que afecta nega4vamente a sus
derechos o intereses produciendo una disminución patrimonial, en cuyo caso se trataría de un
supuesto de responsabilidad patrimonial. La obligación de responder de las consecuencias
dañosas de su ac4vidad o inac4vidad se exige a todos los poderes públicos.
Otras dos figuras afines de las que se debe dis4nguir la responsabilidad patrimonial es de las
indemnizaciones y ayudas.
Entre las más similares se encuentran las indemnizaciones previstas legalmente que se
disponen ante supuestos en los que se lleva a cabo una delimitación de derechos como medida
para modular el perjuicio causado. Se trata de una manifestación de la responsabilidad
patrimonial del legislador. Se trata, por ejemplo, compensaciones previstas en el caso de la
modificación del régimen de una ac4vidad.
Desde siempre, el ordenamiento jurídico español ha sido garan4sta y mucho más avanzado
que otros sistemas de derecho comparado en este punto. La primera ley que recoge esta
ins4tución de la responsabilidad patrimonial es la Ley de Régimen Jurídico de la Administración
Pública de 1957.
88
Miriam González Herráez.
Sin embargo, la responsabilidad no alcanza únicamente al Poder Ejecu4vo, sino a todos los
poderes públicos. Así, la CE proclama en su arMculo 9.3 el principio de responsabilidad de la
totalidad poderes públicos. En consecuencia, los Jueces y tribunales quedan también sujetos a
la ins4tución de la responsabilidad en el arMculo 121 CE: Los daños causados por error judicial,
así como los que sean consecuencia del funcionamiento anormal de la Administración de
JusAcia, darán derecho a una indemnización a cargo del Estado, conforme a la Ley.
En el caso del legislador, se contemplan los casos en los que este pueda aprobar leyes
incons4tucionales que originen daños a quienes, confiando en esas leyes, hayan actuado de
una manera lesiva para sus derechos y bienes. Por tanto, aunque no de manera expresa, el TC
sí reconoció la responsabilidad del legislador y, ahora, de forma más desarrollada, se recoge
esa responsabilidad del legislador en el art. 32.3 L40/2015.
Pero es en el caso del Poder EjecuGvo y, dentro de éste, de la Administración Pública, donde la
responsabilidad patrimonial encuentra una mayor razón de ser en tanto su función ejecu4va
está llamada a incidir directamente sobre los par4culares. Su some4miento a esta ins4tución
de responsabilidad patrimonial queda establecido en el arMculo 106.2 CE, que dice: Los
parAculares, en los términos establecidos por la ley, tendrán derecho a ser indemnizados por
toda lesión que sufran en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza
mayor, siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento de los servicios públicos.
En los orígenes del Estado Absoluto, el poder no respondía de las ilegalidades o de los daños
que pudieran cometerse bajo el principio romano reformulado por teóricos ingleses «the king
can do not wrong».
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Miriam González Herráez.
Tuvo que ser la ConsGtución de 1931 la que introdujo con carácter general la responsabilidad
de los entes públicos, aunque limitada a una responsabilidad subsidiaria por daños de
funcionario en incumplimiento de sus deberes.
Sería precisamente en el ámbito local en el que surgiría poco después, mediante la Ley de
Régimen Local de 1950, la responsabilidad directa de la Administración, que se limitaba
exclusivamente a este ámbito en las situaciones de culpa o negligencia grave de los
funcionarios y únicamente cuando actuase como persona jurídico-pública afectando a
derechos e intereses administra4vos.
Esta situación de limitación de la Administración del Estado frente a los daños patrimoniales no
expropiatorios causados por su ac4vidad concluyó con la Ley de Expropiación Forzosa de 16 de
diciembre de 1954, que más allá de las garan\as frente a supuestos expropiatorios incluyó la
indemnización por otros daños. Este fue el primer paso hacia un sistema de responsabilidad
directa de carácter obje4vo, ya que el arMculo 121 incluía la indemnización de toda lesión que
los parAculares sufrieran, siempre que aquélla fuera consecuencia del funcionamiento normal o
anormal de los servicios públicos, o la adopción de medidas de carácter discrecional no
fiscalizables en vía contenciosa, sin perjuicio de las responsabilidades que la Administración
pudieran exigir de sus funcionarios con tal moAvo.
La ConsGtución de 1978 man4ene los elementos básicos de este sistema en su arMculo 106.2
que dispone que «los parAculares, en los términos establecidos por la ley, tendrán derecho a
ser indemnizados por toda lesión que sufran en cualquiera de sus bienes y derechos, salvo en
los casos de fuerza mayor, siempre que la lesión sea consecuencia del funcionamiento de los
servicios públicos». Por otra parte, el arMculo 149.1. 18.ª CE garan4za su some4miento a un
90
Miriam González Herráez.
régimen común al reservar al Estado la competencia exclusiva para fijar «el sistema de
responsabilidad de todas las Administraciones Públicas».
Este régimen fue desarrollado en la Ley 30/1992, de Régimen Jurídico de las Administraciones
Públicas y de Procedimiento AdministraGvo Común, actualmente derogada, que se bifurcó en
dos nuevas leyes: la Ley 40/2015, de Régimen Jurídico del Sector Público, que regula los
aspectos materiales de esta ins4tución en su Capítulo IV del Título Preliminar, ar\culos 32 a 37;
y, por otro lado, la Ley 39/2015, del Procedimiento AdministraGvo Común de las
Administraciones Públicas, que regula las especialidades procedimentales en la exigencia de la
responsabilidad de la Administración.
Para que se establezca la responsabilidad patrimonial es preciso, en primer lugar, que la lesión
sea imputable a un servicio público cuya 4tularidad corresponda a una AP. Por consiguiente,
hay responsabilidad administra4va cuando:
ii) Se produce una lesión como consecuencia del funcionamiento de dicho servicio
público. Es decir, “toda actuación, ges4ón, ac4vidad o tarea propias de la función
administra4va que se ejerce, incluso por omisión o pasividad” en palabras de las
Sentencias del TS.
La imputación del daño o perjuicio a la AP correspondiente 4ene lugar por cualquiera de las
causas siguientes:
2ª. La generación por el servicio público de un riesgo, cuya actualización haya determinado el
daño o perjuicio. Debe tenerse en cuenta que no todo riesgo que conlleve el desarrollo de la
función administra4va o el servicio público es suscep4ble de desencadenar la responsabilidad.
Es indiferente en todo caso que el funcionamiento del servicio sea normal o anormal, pues,
como se señala en jurisprudencia, la responsabilidad es obje4va por ser de resultado, de
manera que lo relevante no es el proceder an4jurídico de la AP, sino la an4juridicidad del
resultado o lesión, de lo que se deriva que el par4cular no tenga deber jurídico de soportarlo.
De ahí que, conforme al arMculo 106.2 CE y 32.1 L40/2015, solo el caso de fuerza mayor exime
la imputación y, por tanto, la responsabilidad: Los parAculares, en los términos establecidos por
la ley, tendrán derecho a ser indemnizados por toda lesión que sufran en cualquiera de sus
bienes y derechos, salvo en los casos de fuerza mayor, siempre que la lesión sea consecuencia
del funcionamiento de los servicios públicos. Se en4ende por fuerza mayor el acontecimiento,
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Miriam González Herráez.
extraño o ajeno, imprevisible o inevitable por irresis4ble que, por ello, excede de los riesgos
propios del funcionamiento o derivados de la propia naturaleza de los servicios públicos.
3ª. Enriquecimiento sin causa. Se refiere al caso de obtención por la AP de un beneficio o una
ventaja sin contraprestación o \tulo para ello, y a costa del administrado o ciudadano.
4ª. Disposición legal específica. Se da cuando el legislador, más allá del régimen general y por
razones, entre otras, de solidaridad, expresamente establece la responsabilidad. Es el caso de
daños causados por la actuación de bandas armadas o terroristas, aun cuando no exista
causalidad entre la lesión patrimonial y los servicios públicos.
a) El daño debe ser efecGvo, actual y real que implica una pérdida, que puede ser una
pérdida patrimonial (daño emergente), así como pérdida de ganancia (lucro cesante).
Tanto en un caso como en otro, no se excluyen los daños futuros –por ejemplo, la
indemnización del mayor ruido que va a soportar una vivienda como consecuencia de
una nueva autopista. El carácter efec4vo del daño es lo que permite su valoración real en
términos económicos para proceder a la indemnización individualizada, ya que no
resulta evaluable una mera hipótesis.
92
Miriam González Herráez.
La fijación del valor económico del daño se encuentra condicionada por la naturaleza de los
daños sufridos entre los que se puede dis4nguir entre daños patrimoniales y los daños
personales y morales.
- Los daños personales o morales exigen una operación de conversión de los mismos en
términos económicos, lo cual resulta muy problemá4co. En algunos casos resulta diqcil o
imposible aplicar los criterios de valoración predominante en el mercado a la que se
refiere el ar\culo 34.2 LRJSP por lo que pueden u4lizarse criterios es4ma4vos basados en
baremos existentes para la evaluación de daños en el ámbito civil o de la Seguridad Social.
En todo caso las Administraciones man4enen una capacidad discrecional para determinar
la cuan\a defini4va de la indemnización que puede ser revisada judicialmente, con la que
se genera una jurisprudencia que actúa igualmente como punto de referencia.
c) El daño deber ser individualizable. La individualización del daño se predica con respecto
a una persona o grupo de personas e implica un sacrificio especial. Se trata de que una
determinada o un grupo de personas sufre un daño sobre su patrimonio de forma
concreta y singularizada. Quedan excluidos los daños que afectan a un grupo
indeterminable o indefinido de sujetos.
Por su carácter individualizable suelen quedar excluidos aquellos daños que son considerados
cargas sociales y colec4vas que exige la vida en común y que impone la Administración al
organizar libremente las obras y servicios públicos, como pueden ser simples moles4as o
incomodidades sufridas por el funcionamiento de los servicios públicos –por ejemplo, la
espera en la colas para efectuar un determinado trámite– o las derivadas con carácter general
de obras públicas –por ejemplo, los desvíos que genera el cierre de una calle para la
realización de unas obras–. Debe atenderse a cada caso concreto para valorar si esta carga
social y colec4va afecta en concreto a unos determinados sujetos en cuyo caso sería
individualizable.
d) El daño debe ser anGjurídico. El ar\culo 34 LRJSP dispone que «sólo serán
indemnizables las lesiones producidas al parAcular provenientes de daños que éste no
tenga el deber jurídico de soportar de acuerdo con la Ley». Se trata de una condición que
no se refiere a las condiciones materiales del daño, sino a las jurídicas, y, en concreto, se
apunta a las caracterís4cas obje4vas del propio daño, ya que, como hemos señalado, la
responsabilidad se trata de un sistema de responsabilidad obje4va que no a4ende a las
circunstancias de producción del daño.
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Miriam González Herráez.
En lo que se refiere al carácter directo del nexo causal, la doctrina jurisprudencial del TS ha
señalado que la responsabilidad de la AP no puede ser tan amplia que alcance a los daños
derivados de actos puramente personales de sus funcionarios que no guardan relación con el
servicio.
Por lo tanto, la existencia de nexo causal, los términos en que determina la imputación y, en su
caso, la ruptura de dicho nexo con la consecuente inculpabilidad de la AP son cues4ones que
se deben apreciar en sede judicial en función de los hechos concurrentes en el caso concreto.
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Miriam González Herráez.
1. En metálico: bien en forma de can4dad determinada abonada de una sola vez, bien
mediante pagos periódicos.
2. En especie.
En todo caso, el pago de la indemnización preferente es de una sola vez, ya que los pagos
periódicos y en especie precisan de acuerdo con el interesado y su procedencia está en función
de que resulten más adecuadas para la reparación debida y convengan al interés público.
1. Es de prescripción (no de caducidad), lo que significa, entre otras cosas, que es suscep4ble
de interrupción por su ejercicio ante los Tribunales, por reclamación extrajudicial del acreedor
y por cualquier acto de reconocimiento de la deuda por el deudor. (art. 1973 Cc).
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Miriam González Herráez.
2. El dies a quo (día a par4r de…) para el cómputo es el mismo que el de la fecha en el que se
ha producido el hecho o el acto que mo4ve la indemnización o manifestado su efecto lesivo.
Hay dos excepciones:
a) Referida a los daños personales, tanto de carácter qsico como psíquico: el plazo de
prescripción comienza a contar desde la curación o la determinación del alcance de las
secuelas (art. 67.1 LPAC).
b) En los casos en que proceda reconocer derecho a la indemnización por anulación en vía
administraGva o contencioso-administraGva de un acto o disposición de carácter general, el
derecho a reclamar prescribe al año de haberse no4ficado la resolución administra4va o
sentencia defini4va. (art. 67.1 LPAC).
El art. 67.1, párr. 2º LPAC añade, para los casos de responsabilidad del Estado legislador, la
prescr0ipción en el plazo de un año a contar desde la publicación en el BOE o, en su caso, el
Bole\n Oficial de la UE de la Sentencia que declare la incons4tucionalidad o de la contradicción
con el Derecho de la UE.
1. Iniciación: Puede iniciarse de oficio, pero lo común es que se inicie a solicitud del
interesado/a. El contenido de la solicitud para presentar la acción queda regulado en los arts.
66 y 67.2 de la L39/2015:
b) IdenAficación del medio electrónico, o en su defecto, lugar nsico en que desea que se
pracAque la noAficación. Adicionalmente, los interesados podrán aportar su dirección de
correo electrónico y/o disposiAvo electrónico con el fin de que las Administraciones Públicas
les avisen del envío o puesta a disposición de la noAficación.
d) Lugar y fecha.
Art. 67.2 LPAC: Además de lo previsto en el arcculo 66, en la solicitud que realicen los
interesados se deberán especificar las lesiones producidas, la presunta relación de
causalidad entre éstas y el funcionamiento del servicio público, la evaluación económica de
la responsabilidad patrimonial, si fuera posible, y el momento en que la lesión
efecAvamente se produjo, e irá acompañada de cuantas alegaciones, documentos e
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Miriam González Herráez.
- En el caso de las En4dades de Derecho Público, las normas que determinen su régimen
jurídico podrán establecer los órganos a quien corresponde la resolución de los
procedimientos de responsabilidad patrimonial.
La resolución pone fin a la vía administra4va en todos los casos. El silencio por transcurso del
plazo máximo para la resolución expresa (en principio, seis meses) 4ene sen4do
deses4matorio de la indemnización.
Cuando razones de interés público o la falta de complejidad del procedimiento así lo aconsejen,
las AAPP podrán acordar, de oficio o a solicitud del interesado, la tramitación simplificada del
procedimiento. En cualquier momento del procedimiento anterior a su resolución, el órgano
competente para su tramitación podrá acordar conAnuar con arreglo a la tramitación
ordinaria. (art. 96 LPAC).
El procedimiento debe ser resuelto en treinta días, a contar desde el siguiente al que se
no4fique al interesado el acuerdo de tramitación simplificada del procedimiento. Consta de los
siguientes trámites:
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Miriam González Herráez.
f) Informe del Consejo General del Poder Judicial, cuando éste sea precep4vo.
Cuando la lesión resulte de un incorrecto funcionamiento del servicio público por tener lugar
una acción u omisión culposa de una autoridad, funcionario, empleado o agente, cabe la
opción para el sujeto perjudicado, a reclamar directamente a la AP (responsabilidad obje4va y
directa), o bien, a ejercer la acción civil de responsabilidad contra la autoridad, funcionario,
empleado o agente correspondiente (supuesto regulado por el Derecho Civil).
Este 4po de responsabilidad debe exigirse de acuerdo con la legislación de orden penal.
En relación con la posible concurrencia de proceso penal y administra4vo, así como del
carácter subsidiario o directo de la responsabilidad de la AP, el art. 37.2 LRJSP establece que la
exigencia de responsabilidad penal del personal al servicio de las AAPP no suspende los
procedimientos de reconocimiento de responsabilidad patrimonial que se instruyan, ni
interrumpe el plazo de prescripción para iniciarlos, salvo que la determinación de los hechos
en el orden penal sea necesaria para la fijación de la responsabilidad patrimonial.
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