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Autor: Julia Urabayen
Índice
1. Biografía
7. Bibliografía
1. Biografía
Hannah Arendt nació el 14 de octubre de 1906 en Hannover en el seno
de una familia hebrea asimilada y pasó su infancia en Königsberg, la ciudad
de Kant, en donde fue criada por su madre. De una inteligencia clara y
precoz, Arendt lee a Kant y a Jaspers a los catorce años, y se apasiona por
el estudio del griego y por Kierkegaard, a quien lee a los diecisiete años. En
1924 asiste en Marburgo a las clases de Heidegger, y en 1925 en Friburgo
acude a las lecciones de Husserl y conoce a Jaspers, quien dirigió su tesis
(obtenida en 1928 y publicada en 1929: El concepto de amor en San
Agustín) y con quien mantuvo una profunda amistad y relación de
intercambio intelectual durante toda su vida. Desde esta época de juventud,
la mayor influencia filosófica en la obra de Arendt es el pensamiento de
Heidegger. Ésta leyó muy pronto Ser y tiempo, obra que dejó una huella
profunda en su pensamiento, especialmente en su libro más conocido: La
condición humana. A pesar de ello, la filosofía arendtiana sigue un curso
propio que le llevará, como se verá en el apartado cuatro, a planteamientos
alejados de los del pensador del olvido del ser. Tras años de separación,
maestro y discípula se reencontraron y reanudaron su relación personal e
intelectual (Arendt se ocupó de la publicación de las obras de Heidegger en
lengua inglesa). Aunque la filósofa hebrea conservó su admiración por el
pensamiento de Heidegger y leyó sus nuevos trabajos con interés, la
influencia de éstos es menor que la de la gran obra de 1927.
Por otro lado, señala que el factor clave que explica, en parte, la falta de
estudio de la vida activa y de sus dimensiones está vinculado a la distinción
entre privado y público, pues algunas de las actividades de la vida activa
forman parte de lo privado, de lo no público. Arendt destaca que en el
ámbito griego el mundo privado supone una privación, pues todo lo que se
realiza en él carece de significado y consecuencia para los demás, pero es
una esfera necesaria y que coexiste con la otra. A veces se ha considerado
que la pensadora hebrea posee una visión peyorativa de lo privado, pero no
es así, ya que para ella esta actividad es muy importante: tiene que ver con
el nacimiento, el amor y la muerte. Ahora bien, para la filósofa alemana hay
que tener en cuenta que, como lo privado representa lo que no es accesible
a los ojos del conocimiento, no se ha constituido en objeto de reflexión
filosófica. Pero la comprensión de su sentido es clave.
Así pues, Arendt decide realizar ese estudio necesario y urgente de la
actividad no política del hombre y establece una distinción entre la labor y el
trabajo. La labor trata de cubrir o satisfacer las necesidades naturales y
primarias de la vida. Es una actividad que implica incomodidades, fatigas y
dolores, y que, a pesar de ello, al final retorna al círculo de los procesos
naturales, pues es el metabolismo que el ser humano comparte con los
otros organismos vivos: es el ciclo productividad-consumo. Esta actividad se
rige por el signo de la necesidad, de la supervivencia, y, a pesar de eso,
posee una productividad, que reside en el superávit de la fuerza humana
que no se agota en lo producido para cubrir su necesidad. Los bienes de
consumo sucumben rápidamente al ciclo natural, pero el poder de la labor
del hombre supera a sus necesidades.
Por ello, tras destacar el papel que juega la acción dentro de la vida
activa, Arendt aborda su rasgo más característico: la fragilidad, su rápido
paso sometido a la posibilidad de caer en el olvido; que se plasma en la
irreversibilidad, pues las acciones no pueden ser deshechas; y en su
carácter impredecible, ya que la acción no se deduce de nada previo sino
que surge de la libertad y se desarrolla en el marco de las relaciones
humanas, lo que hace que su resultado final quede fuera del control del
actor y sea un proceso sin fin. Todos estos aspectos de la acción humana
hicieron que la filosofía se olvidara de ella en favor de la vida contemplativa
buscando eludir esa fragilidad. La solución que Arendt encuentra a este
rasgo de la acción reside en las potencialidades mismas de la acción. La
fragilidad de la acción se supera gracias a los relatos, a las historias que
conservan el recuerdo de las acciones gloriosas, lo que reclama un narrador
y unos espectadores. Aquello que remedia la irreversibilidad es la facultad
de perdonar, lo que no supone la impunidad porque una cosa es el perdón y
otra el perdón judicial. El carácter impredecible, por su parte, es remediado
por la facultad de hacer y mantener promesas, que asienta la estabilidad y
permanencia en los acuerdos. El perdón y el poder de la promesa están
constituidos desde la misma acción, pues ambos suponen la expresión
lingüística, la presencia de otros y una conexión con la temporalidad.
Esta libertad política como acción con otros es identificada por Arendt
principalmente con el discurso. Los intérpretes de su pensamiento han
mostrado que en su obra hay dos nociones de acción. Por una parte la
acción es el hecho o hazaña (debido a la influencia de Homero) y, por otra,
es el discurso (por la influencia de Aristóteles y la idea del ciudadano
deliberativo). La experiencia política de Grecia para la alemana muestra que
la acción política, a diferencia de la prepolítica, es discurso y no violencia.
Por ello Arendt insiste en que la vida política es la relación entre las
personas por medio del discurso y el debate. Como han señalado diversos
estudiosos del pensamiento arendtiano, especialmente Canovan, estas
ideas inscriben a Arendt en la tradición del republicanismo, que considera el
espacio público como espacio de libertad política [Canovan 1992].
De ahí que para Arendt lo más urgente sea la delimitación del poder y la
violencia. El poder, entendido como gobierno, puede y suele utilizar la
violencia, pero no hay ningún gobierno basado exclusivamente en el uso de
medios violentos, pues es necesaria una base o apoyo y el uso de medios
violentos es una opción entre otras: «el poder es, en efecto, propio de la
esencia de todo gobierno, pero la violencia no. La violencia es por
naturaleza instrumental; como todos los medios, necesita siempre la guía y
justificación por medio del fin que persigue» [On Violence: 51]. Es decir, el
poder es un fin en sí mismo y es lo que permite a un grupo pensar mediante
las categorías de medios-fines, en donde entra la opción de acudir a la
violencia. Por ello el poder no necesita justificación, pero lo que hace sí que
necesita legitimidad. La violencia, en cambio, puede ser justificada, por ser
el medio más adecuado para un fin, pero «nunca será legítima» [On
Violence: 52].
De hecho, la distinción entre soledad y vida solitaria, que será clave para
entender el pensar y su responsabilidad, se encuentra ya en Los orígenes
del totalitarismo. El hombre que piensa lo hace en la vida solitaria, en un
diálogo de dos en uno que tiene presente el mundo de los otros seres
humanos, representado en el yo con el que el yo dialoga. Es más, ese dos
en uno del pensamiento necesita a los demás para convertirse otra vez en
uno. El problema, como destaca Arendt, es que la vida solitaria puede
convertirse en soledad. Este paso se produjo en el siglo XIX, cuando los
filósofos comenzaron a decir que nadie les comprendía. La soledad, a
diferencia de la vida solitaria, es la pérdida del yo que no ve confirmada su
identidad.
Por otra parte, como ella misma estableció, las reflexiones sobre el juicio
toman como referencia central a Eichmann, visto como ejemplo de la
incapacidad de pensar. Eichmann no era estúpido, pero carecía de la
capacidad de pensar por sí mismo y de juzgar; se limitaba a cumplir
órdenes. Eso es lo más terrorífico: los seres humanos se mueven en la
irreflexión, eluden su capacidad y necesidad de juzgar, así como su
responsabilidad. De ahí que en los años 50, Arendt se centrara
principalmente en el juicio desde el punto de vista del actor, pero apuntando
también al juicio desde el punto de vista del espectador, el juicio del que
juzga sin haber tomado parte activa y que busca comprender el sentido de
lo acontecido y la reconciliación con el pasado. Estas reflexiones aparecen
dispersas en una serie de textos: “Thinking and Moral Considerations”, “The
Crisis in Culture” y “Truth and Politics”; y en la obra póstuma, que recoge
principalmente un curso impartido en 1970, Conferencias sobre la filosofía
política de Kant. En la consideración del juicio desde el punto de vista del
actor se incide en que el juicio juega un papel político; en cambio, en la
reflexión sobre el juicio desde el punto de vista del espectador lo que se
destaca más es que éste es un aspecto de la vida del espíritu.
Como en el caso del estudio del juicio desde el punto de vista del
espectador, nos encontramos con un tratamiento fragmentario y no
totalmente desarrollado. Hannah Arendt insiste en que el juicio del actor
afronta el futuro, a diferencia del juicio del espectador, centrado en el
pasado. Otro rasgo distintivo de esta capacidad de juicio es que constituye a
quien lo realiza como persona frente al impersonal sujeto burocrático:
«dicho de otra manera: el mayor mal que puede perpetrarse es el cometido
por nadie, es decir, por seres humanos que se niegan a ser personas.
Dentro del marco conceptual de estas consideraciones, podríamos decir
que los malhechores que rehúsan pensar por sí mismos lo que están
haciendo y que se niegan también retrospectivamente a pensar en ello, es
decir, a volver atrás y recordar lo que hicieron (que es la teshuvah o
arrepentimiento) no han logrado realmente constituirse en personas. Al
empecinarse en seguir siendo nadie, demuestran no ser capaces de
mantener trato con otros que, buenos, malos o indiferentes, son por lo
menos personas» [Responsabilidad y juicio: 124]. En varios textos, Arendt
manifiesta su rechazo de la idea de culpa colectiva, ya que donde todos son
culpables, nadie lo es. Para ella, aceptar esa supuesta culpabilidad colectiva
sería conceder una victoria al nazismo. La culpa, como la responsabilidad,
es siempre personal. Por ello, el proceso judicial devolverá a su ser
personal al sujeto que es juzgado y determinará la culpa de cada uno.
Cuando aborda el tema del juicio desde el punto de vista del espectador,
la alemana tiene muy presente que el totalitarismo ha dinamitado todos los
criterios de juicio y nos ha dejado sin las categorías morales y políticas
tradicionales. La articulación o relación entre el pensar y el juzgar es uno de
los temas claves de La vida del espíritu, donde Arendt afirma que el pensar
prepara el terreno para el juicio, ya que disuelve los hábitos fijos del
pensamiento y las normas aceptadas de conducta, dejando espacio para el
juicio de lo particular sin categorías universales, para el pensar por sí
mismo. El pensar crítico es, por tanto, como una corriente de aire que limpia
el lugar en el que se producirá el ejercicio de la facultad de juzgar. Esta
forma de pensar sin contar con categorías previas suele darse en
momentos de crisis, como la que se vive tras el totalitarismo. Pero el pensar
como pensar representativo juega un papel más amplio cuando se entiende
como “la mentalidad alargada” de Kant, que convierte el juicio de gusto en la
capacidad de pensar en el lugar de cualquier otro.
El espectador que juzga poniéndose en el lugar del otro necesita
imaginación y sentido común. Juzgar sin criterios establecidos que no
ordenan ni subsumen apela a la imaginación. Hay que ser capaz de
ponerse en el lugar del otro, mentalidad alargada, y “entrenarse para ir de
visita”, lo que supone no tanto ponerse en el punto de vista del otro, sino
juzgar el propio juicio desde la perspectiva de lo público. La mentalidad
ampliada es, por tanto, ir imaginando cómo enjuiciarían los otros desde sus
perspectivas y compararlos con la nuestra para superar el interés propio. De
este modo, el juicio remite al sensus comunis, a la experiencia de un mundo
compartido.
7. Bibliografía
7.1. Obras de Arendt en español
—, Hombres en tiempos de oscuridad, Gedisa, Barcelona 1992.
Índice
I. Introducción
1. Rasgos biográficos
2. Los escritos de Aristóteles
4. Aristóteles y Platón
II. La Lógica
a) Los predicables
b) La ciencia
III. La física
1. La composición hilemórfica
2. Sustancia y accidentes
3. El cambio o movimiento
5. Del cielo
IV. La Metafísica
1. Concepto y características
2. La unidad de la metafísica
3. El principio de no contradicción
4. Los sentidos del ser
5. Las causas
V. La causa primera
1. La existencia de Dios
a) La prueba de la Física
b) La prueba de la Metafísica
4. Dios y el mundo
1. La vida y el alma
2. La vida sensitiva
3. La vida intelectiva
2. Las virtudes
3. El acto voluntario
4. Política
X. Bibliografía
1. Corpus aristotelicum
a) Ediciones
b) Traducciones
2. Estudios
a) Estudios generales
b) Lógica
c) Física y psicología
d) Metafísica
e) Ética y Política
f) Poética y Retórica
I. Introducción
1. Rasgos biográficos
Aristóteles nació en Estagira, colonia griega de la Calcidia, el año 384
a.C. Hijo de Nicómaco, médico del rey de Macedonia Amintas III, que fue el
abuelo de Alejandro Magno. Su madre Festis era originaria de Calcis, en la
isla Eubea, en donde Aristóteles, como veremos, transcurrirá sus últimos
días de su vida. La fuente principal de información sobre la vida de
Aristóteles es Diógenes Laercio [Vida de Filósofos ilustres, Libro V, 1-17].
Huérfano desde niño, fue confiado a los cuidados de un anciano pariente,
Próxeno, con quien vivirá hasta los 17 años. Al llegar a esa edad eligieron la
Academia como el mejor lugar para continuar su formación, y allí
permanecerá durante los siguientes veinte años, hasta la muerte de Platón.
Para Aristóteles existirían, por tanto, dos grandes ámbitos del saber que
constituyen los dos principales núcleos de su pensamiento: el teórico y el
práctico [Bodéüs 2002]. Dos polos no estrictamente paralelos, ni
completamente autónomos. La sabiduría (σοφία) pretende conocer los
principios, las causas primeras de todo aquello que es; la política, en
cambio, busca conocer los principios universales del obrar. Son principios
diversos: ni el conocimiento teórico lleva al conocimiento práctico, ni éste
último puede ser entendido como la simple aplicación a la vida del saber
teórico. Y, sin embargo, Aristóteles, si bien no explica con claridad la
relación entre estos dos ámbitos, tampoco excluye el recíproco influjo del
uno en el otro.
4. Aristóteles y Platón
Con el fin de completar la visión de conjunto del pensamiento aristotélico,
puede ser útil precisar un poco más su posición con respecto a la filosofía
platónica [Reale 2004: 4, 21-34]. Con frecuencia se presenta a Aristóteles
subrayando su oposición a las enseñanzas de Platón y, en efecto, el
Estagirita, como se ha dicho, criticó y negó la doctrina de las Ideas; sin
embargo, con ello no pretendió negar la existencia de realidades diversas
de lo sensible, sino quiso más bien demostrar que la realidad trascendente
era distinta de como Platón la pensaba.
a) La inmanencia de los universales
Para Platón las Ideas son la causa de las cosas. En cuanto tales, deben
estar presentes en el interior de las cosas, pues cada realidad sensible
participa de alguna de ellas. Pero además, las Ideas son trascendentes y,
en consecuencia, subsisten separadas de la realidad sensible. Aristóteles
rechaza este modo de concebir lo sensible, sobre todo debido a la
trascendencia de las Ideas; aquello que constituye la esencia de las cosas,
su fundamento, sólo puede ser interior a ellas y no algo trascendente y con
subsistencia propia.
Junto a la forma, que Aristóteles entiende como acto, coloca otro principio
de la realidad sensible: la materia, que se comporta respecto de aquella
como potencia. Así puede Aristóteles salvar la realidad de lo sensible,
negando la trascendencia de las Ideas, pero manteniendo el principio
platónico de la primacía de la forma sobre la materia y, más en general, el
primado del acto sobre la potencia.
II. La Lógica
1. Estructura y contenido de los libros del Órganon
La dificultad de encontrar un lugar en la clasificación aristotélica de las
ciencias a los tratados que componen el Órganon, probablemente llevó al
recopilador de las obras de Aristóteles a agruparlas bajo ese nombre,
interpretando de este modo la naturaleza del saber que en ellos se expone:
los instrumentos y medios necesarios para llevar a cabo cualquier quehacer
científico. Aristóteles usó el término lógica en un sentido general y reservó el
de Analítica para referirse a un saber en cierta medida previo, propedéutico
[Metafísica, IV, 3, 1005 b 3], que se ocupaba de lo que hoy designaríamos
como lógica formal y teoría de la ciencia. El término lógica para designar
este saber propedéutico comenzó a difundirse en tiempos de Cicerón y su
significado era semejante al de dialéctica. Se considera que fue Alejandro
de Afrodisia (200 d.C.) quien empleó por primera vez el nombre de lógica en
su sentido actual.
Así como los conceptos son elaborados por abstracción a partir de las
sensaciones —formamos el concepto de hombre como resultado de ver
muchos hombres particulares—, del mismo modo los principios surgen por
inducción (ἐπαγωγή) a partir de fenómenos particulares; por ejemplo, al ver
que este todo es mayor que sus partes, capto en universal el principio
indemostrable, pero evidente, de que cualquier todo es mayor que sus
partes.
b) La ciencia
Así pues, son objeto de la metafísica las sustancias que están “más allá”
de la física, las sustancias suprasensibles, inmortales, eternas e inmóviles:
ocupándose de Dios y lo divino, la metafísica alcanza una de las causas
universales de la realidad. Sin embargo, como después diremos, objeto de
la metafísica no es sólo la realidad trascendente, sino, como afirma el
mismo Aristóteles, el ente en cuanto ente y las propiedades que le
corresponden.
De esta clasificación de las ciencias teóricas parece poder deducirse que
Aristóteles ligaba el grado de perfección del saber especulativo o bien al
grado de inmaterialidad de su objeto, o bien al modo particular en que la
inteligencia lo considera. Ciencia suprema es para él, sin duda, la filosofía
primera, pues estudia los inteligibles más altos y logra la más profunda
comprensión de la realidad.
III. La física
En su clasificación de las ciencia teóricas, antes apuntada, Aristóteles
determina que el objeto de la física son aquellas realidades caracterizadas
por el movimiento del que ellas mismas son su causa, es decir, las
sustancias materiales, que van desde los entes corpóreos más simples
hasta los astros y el cielo. A cada uno de estos géneros de realidad le
corresponde un movimiento propio que Aristóteles estudia en los diversos
tratados de filosofía de la naturaleza. Es, sin embargo, en los libros de
la Física donde afronta las cuestiones previas y más generales: en los dos
primeros las primeras causas y principios de la naturaleza, y en los seis
restantes el movimiento en cuanto tal.
1. La composición hilemórfica
A partir de la observación de las realidades materiales y de su cambio
más radical —su generación y corrupción—, y teniendo también en cuenta
el pensamiento de sus predecesores, Aristóteles elabora una teoría para
explicar su estructura. Lo que define el cambio sustancial, la generación de
una nueva sustancia, es la forma (μορφή) que adquiere una vez terminado
el proceso generativo; la forma es lo que define a cada sustancia en cuanto
a su naturaleza [Física, II, 1; Metafísica, VII, 7-9]. Sin embargo, durante el
proceso generativo de la nueva sustancia es necesario suponer la
permanencia de un sustrato, un fondo estable y real en el que el cambio se
realiza, pues de otro modo habría que admitir que cada nueva realidad
surge de la nada. Tal sustrato es para Aristóteles la materia (ὕλη). Por
ejemplo, en la combustión del carbón, que genera la ceniza, debe
suponerse un sustrato permanente y real que nuestros sentidos no
perciben.
2. Sustancia y accidentes
El análisis del devenir muestra que los cambios que pueden sobrevenir a
la sustancia corpórea tienen esencialmente dos diversos grados de
profundidad: el cambio sustancial, que acabamos de ver, y el cambio
accidental [Física, V, 1]. Para Aristóteles, el cambio sustancial no es un
movimiento en sentido estricto, pues el movimiento requiere un sustrato que
conserve durante el proceso su propia identidad; en la generación y la
corrupción, sin embargo, la identidad del sustrato —la materia— cambia
mientras dura el proceso. Por el contrario, en el movimiento propiamente
dicho el sustrato es siempre una sustancia corpórea a la que pueden
sobrevenirle algunas modificaciones —movimientos— que no afectan su
identidad. Estas modificaciones son:
1) la alteración o cambio cualitativo, mediante el cual la sustancia puede
adquirir, perder o ver modificada alguna cualidad, por ejemplo, el color
o la temperatura;
3. El cambio o movimiento
Si bien Aristóteles distingue el cambio (μεταβολή) del movimiento
(κίνησις), con frecuencia usa este último término para referirse de modo
general a todo cambio. Cuando Aristóteles estudia la naturaleza del
movimiento, tomado en su sentido genérico, subraya su dimensión a la vez
procesual y real.
Los principios o causas del movimiento son el objeto del libro segundo de
la Física, a saber:
3) la causa motriz, puesto que todo lo que se mueve es movido por otro;
5. Del cielo
En Del cielo Aristóteles nos ofrece una visión del universo que, en
algunos aspectos, permanecerá inalterada hasta Copérnico. En este libro no
todas las afirmaciones son originales del Estagirita, ya que recoge en él las
teorías del platónico Eudoxo de Cnido y de Calipo de Cícico. El propósito de
Aristóteles es hacer comprensible y explicar la estructura del proceso
natural del universo.
Para él, como se ha dicho antes, el cosmos está dividido en dos grandes
sectores, el mundo sublunar —por debajo de la órbita de la luna— y el
mundo supralunar o celeste, por encima de su esfera.
IV. La Metafísica
1. Concepto y características
La metafísica es para Aristóteles la más alta de las ciencias
especulativas. Sin embargo, conviene aclarar en primer lugar que el término
metafísica, con el que se designan los 14 libros de Aristóteles que versan
sobre esta ciencia, no es propiamente aristotélico. El Estagirita la llamaba
habitualmente “filosofía primera”, para distinguirla de las “filosofías
segundas” o ciencias particulares.
Por consiguiente, la metafísica estudia qué significa ser, cuáles son las
propiedades que se siguen de ser, cuáles son las modalidades del ente en
cuanto tal: ente potencial o actual, ser en sí o en otro, etc.
2. La unidad de la metafísica
Estos cuatro objetos distintos que Aristóteles asigna a su metafísica han
suscitado no pocos problemas y numerosas interpretaciones. De una parte,
Jaeger y todos los que siguieron el método evolutivo veían en los 14 libros
de la Metafísica una ciencia fluctuante cuyo objeto variaba según el
momento del estadio evolutivo en el que Aristóteles había escrito cada uno
de los libros o incluso sus partes. La unidad de la Metafísica sería entonces
la del espíritu aristotélico, vivo y cambiante a lo largo de toda su vida.
3. El principio de no contradicción
Frente al relativismo y escepticismo de algunos filósofos de la naturaleza
y los posteriores sofistas, representados principalmente por Heráclito y
Protágoras, Aristóteles busca la verdad más cierta, la base o principio de
toda demostración y, por tanto, de toda ciencia. La encuentra en el principio
de no contradicción:
Por ser primero, no puede demostrarse; todos lo usan en cuanto ley del
ente y de la inteligencia, y es evidente a todos. Sin embargo, entre los
filósofos antiguos hubo quienes quisieron negarlo, y contra ellos arguye
Aristóteles mediante la confutación. El principio de no contradicción no
puede demostrarse, pero sí se puede mostrar que cualquier raciocinio que
intentara negarlo no tendría ningún sentido, sino haciendo uso del principio
mismo. Si alguien dice algo, y admite para lo que dice un sentido
determinado, es imposible que a la vez admita el sentido contrario. El simple
hecho de decir algo con sentido implica ya hacer uso del principio de no
contradicción [Metafísica IV, 4 y XI, 5].
Así pues, hay que buscar, entre todas las cosas que son, aquellas que
son en sentido primordial. Una vez descubiertas éstas, todas las demás se
dirán en relación a aquéllas. Ese único principio, esa única realidad
fundamental implicada en los diversos significados de ente es, para
Aristóteles, la sustancia individual, es decir, las cosas concretas e
independientes: este hombre, este caballo, etc.
Sin embargo, todo esto no basta para entender el alcance del acto
aristotélico. Si hasta el momento se ha hecho referencia al acto y a la
potencia con relación a las categorías, a los modos de ser, es preciso dar
un paso más para comprender que Aristóteles no concibe el ser, como
Platón, sólo en una dimensión objetiva, formal, sino también y sobre todo
como subsistencia. Como antes se advertía, el centro de la metafísica
aristotélica no es la sustancia, sino la sustancia individual, esto es, la
sustancia en acto. Y este mismo hecho, que la sustancia sea susceptible de
ser en acto y en potencia, hace entender la prioridad del acto respecto al ser
categorial. La distinción categorial la establece Aristóteles desde el lenguaje
y la estructura predicativa, siendo, sin embargo, consciente de no abrazar
con ella la realidad en su dimensión más profunda. La dificultad que el
mismo Aristóteles encuentra para exponer el acto, da prueba precisamente
de su prioridad respecto a la forma, de su carácter no objetivable.
Por último, Aristóteles habla también del ser en cuanto verdadero (el ser
veritativo), y su opuesto, el no-ser en cuanto falso. El ser veritativo es
puramente mental, pero no por eso se identifica sin más con el ser lógico,
es decir, con el modo de ser que las cosas tienen en el entendimiento. El
ser veritativo añade una referencia a la realidad extra-mental: es el ser de
las cosas en el entendimiento en cuanto poseen un refrendo real; si no lo
poseen se da la falsedad.
5. Las causas
La doctrina aristotélica de las causas se encuentra dispersa entre sus
diversos tratados. Por ejemplo, en los Analíticos posteriores encontramos la
noción de causa al definir la ciencia como conocimiento por las causas. Sin
embargo, es en el libro segundo de la Física y en la Metafísica donde el
Estagirita hace un estudio detallado de esta cuestión.
b) causa formal: es la forma o esencia de las cosas, lo que hace que una
cosa sea lo que es: una determinada estructuración interna hace que
una estatua sea como efectivamente es;
V. La causa primera
La metafísica, al ocuparse del ente en cuanto ente y de sus causas debe
tratar también de Dios, principio causal de los entes. El motivo es obvio para
Aristóteles, ya que todos concuerdan en señalar a Dios como una de las
primeras causas del universo.
1. La existencia de Dios
a) La prueba de la Física
b) La prueba de la Metafísica
4. Dios y el mundo
Según Aristóteles Dios se contempla a sí mismo. Pero ¿conoce también
el mundo y los hombres que están en él? Aristóteles no responde en modo
claro a esta pregunta, y parecería tender a una respuesta negativa. Es claro
que Dios, conociéndose a sí mismo, debería saber que es el principio
primero del mundo, así como el modo en que ejerce su causalidad
[Metafísica, XII, 9].
1. La vida y el alma
La distinción aristotélica entre seres vivos e inanimados, caracterizada
por el movimiento, responde a su concepción de la vida. Para Aristóteles, la
vida es, sobre todo, auto-movimiento, capacidad de moverse y obrar por sí
mismo en diversos grados. El principio de la vida es el alma (ψυχή), de
modo que es lo mismo decir seres vivos que decir seres animados.
Las funciones fundamentales de la vida son [El alma, II, 2, 413 a 22]:
a) de carácter vegetativo, como la reproducción, la nutrición y el
crecimiento;
2. La vida sensitiva
Los animales se distinguen de los vegetales por poseer la facultad del
conocimiento sensitivo y, consiguientemente, por el apetito sensitivo y la
potencia locomotora. De ahí que Aristóteles se esfuerce por explicar qué es
sentir. Para ello recurre a la doctrina del acto y de la potencia, traducida
ahora en términos de actividad y pasividad. Aristóteles compara la
sensación a la intelección. En ambos casos se trata de poseer la forma de
la realidad conocida: la forma sentida o entendida adquiere en el sujeto un
nuevo estatus ontológico; no es posesión natural de la forma, que es el
modo como el árbol físico tiene la forma sustancial de árbol, sino posesión
intencional y, en algún grado, inmaterial. La diferencia es que la sensación
en acto es de objetos individuales, de formas sensibles, mientras que la
intelección es de universales.
Éste es el caso de los aspectos cuantitativos del objeto sensible, que son
objeto de la vista y el tacto: la figura, por ejemplo, es captada por la vista y
el tacto [El alma, II, 6-11, y Sobre la sensación y el sentido, passim].
2) discernir los objetos de los diversos sentidos, así por ejemplo, que lo
blanco es objeto de la vista y lo amargo, del gusto. De este modo, el sentido
común viene a ser el sentido interno que unifica los 5 sentidos externos y
permite la captación unitaria de un objeto sensible [El alma, III, 1 y 2].
3. La vida intelectiva
En el grado superior de la vida se encuentra el hombre, cuya forma
sustancial es el alma intelectiva. Así como la sensibilidad no puede
reducirse a la vida vegetativa, pues contiene algo más que no puede
explicarse sino introduciendo el principio ulterior del alma sensitiva, del
mismo modo el intelecto y las operaciones propias de la vida intelectiva son
irreductibles a la sensibilidad y a la vida sensitiva, ya que pertenecen a un
orden superior que requiere un principio más alto: el alma intelectiva.
Aristóteles afirma que «el intelecto viene de fuera y sólo él es divino» [La
generación de los animales, II, 3, 736 b 27], mientras las facultades
inferiores del alma están en potencia ya en la facultad generativa. Este
“venir de fuera” parece indicar, como mínimo, que el intelecto es una
realidad trascendente, diferente en cuanto a su naturaleza respecto del
cuerpo. Significaría así la afirmación de la dimensión suprasensible y
espiritual que hay en nosotros [Reale 2004: v. 4, 137].
Esto le permite hacer una nueva suposición: todo indica que debe haber
un fin último de la conducta humana en relación al cual se entiendan todos
los otros fines. Si no existiera tal fin, no se podría concebir la vida del
hombre de un modo unitario, no habría propiamente conducta, sino un
conjunto episódico de acciones desligadas entre sí [Annas 1993].
2. Las virtudes
Ya que la felicidad ha sido definida como la actividad del alma según las
virtudes, es preciso determinar ahora qué debe entenderse por virtud. La
virtud (ἀρετή) es lo que añade perfección a una actividad. Del mismo modo
que entre la actividad del músico y la del buen músico media la virtud, la
perfección del oficio, entre el hombre y el hombre bueno y feliz media la
virtud humana.
Por lo tanto, para Aristóteles hay dos tipos de virtudes humanas, unas
éticas (ἠθική) o morales, que consisten en dominar las tendencias e
impulsos irracionales, propios del alma sensitiva, y otras que corresponden
a la parte racional, y que el Estagirita llama dianoéticas (διανοητική) o
intelectuales [Ética a Nicómaco, II, 1, 1103 a 14-18].
Aristóteles distingue dentro del alma sensitiva las pasiones (πάθη), que
son movimientos transitorios de la afectividad; las potencias (δυνάμεις), raíz
activa de los actos humanos, y las disposiciones adquiridas o hábitos
(ἕξεις), cualidades estables que otorgan al sujeto una facilidad para realizar
ciertos actos. Los hábitos buenos son las virtudes, y los malos, los vicios.
Las virtudes y los vicios no son pasiones porque éstas, que vienen dadas
por la naturaleza, no son ni buenas ni malas; en cambio, los hábitos pueden
ser buenos o malos, pues son perfecciones o imperfecciones de las
potencias y se adquieren libremente con el ejercicio [Ética a Nicómaco, II,
4].
Por lo tanto, la virtud ética se puede definir como la justa medida que
impone la razón a los sentimientos, acciones y pasiones, que sin el control
de la razón tenderían hacia un extremo u otro. Las virtudes éticas son, pues,
hábitos adquiridos voluntariamente, por la repetición de actos, y consisten
en un justo medio, tal como los determinaría la recta razón de un varón
prudente.
1) Las que tienen un origen natural y que en todas partes tienen los
mismos efectos. Estas normas son inmutables y no dependen de las
opiniones de los hombres. Se llaman normas de ley natural, porque
tienen la misma estabilidad que las propiedades naturales. De modo
gráfico las compara con el fuego, que «quema lo mismo en Grecia que
en Persia» [Ética a Nicómaco, V, 10, 1134 b 27].
3. El acto voluntario
En la descripción hecha hasta ahora de la ética aristotélica hemos
destacado casi exclusivamente el elemento racional: la felicidad última es la
actividad de la parte superior del alma racional y en las virtudes humanas,
tanto éticas como dianoéticas, está presente también la razón. Sin embargo,
esto no quiere decir que Aristóteles no dé cabida al elemento volitivo; es
más, su ética debe entenderse como un intento consciente de superar el
intelectualismo de sus predecesores, y aunque no llegará a expresar con
toda precisión una teoría de la voluntad, tal doctrina no está sin embargo
ausente de su obra [Hardie 1968: 178].
4. Política
Al final de la Ética a Nicómaco Aristóteles introduce el estudio de
la Política, tratado de ocho libros que analiza la naturaleza de la ciudad, los
diversos tipos de regímenes políticos —rectos o desviados— y el mejor
régimen posible.
X. Bibliografía
1. Corpus aristotelicum
a) Ediciones
b) Traducciones
2. Estudios
a) Estudios generales
c) Física y psicología
d) Metafísica
e) Ética y Política