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Dios, pandemia y ciencia


Los creyentes estamos convencidos de que todo lo que se mueve en este mundo es por voluntad de
Dios.

Amadeo Rodríguez Castilla

Por: Amadeo Rodríguez Castilla 31 de marzo 2021 , 09:25 p. m.


 La pandemia de la que hoy padece el mundo es una especie de versión perversa de la
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globalización que se ha formulado y querido aplicar como modelo eficiente de gestión


 económica por los grandes centros de poder a nivel mundial.
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Contrario a las otras epidemias, originadas en el llamado tercer mundo y que, con
cierto tono despectivo eran calificadas como enfermedades tropicales, asociadas a
condiciones sanitarias deficientes y a una subcultura del atraso y descuido, esta
pandemia se inició en la segunda potencia económica mundial, como es China, y de
ahí saltó a Europa, ocasionando muchos estragos, desde donde se ha expandido al
resto del mundo.

El escenario derivado de esta crisis epidemiológica ha sido de dimensiones


planetarias en la salud, la economía, la organización social y, paradójicamente, ha
representado un respiro pausado para la naturaleza y el medioambiente, como ha sido
la reaparición de especies animales que se habían escondido en las profundidades
selváticas, algunas que se creía extinguidas, y la reducción de la contaminación del
aire y los océanos.

Hemos visto, también, una respuesta pronta y de óptima calidad de la ciencia, que a
los siete meses ya se tenían prototipos de vacunas, en diversas naciones, para un
virus totalmente desconocido y que, por consiguiente, planteaba un desafío
investigativo de grandes proporciones.

También se ha puesto de manifiesto la discusión sobre la vigencia de ciertos valores


que orientan la conducta de los seres humanos, y el modelo de organización social en
el cual se desempeñan.

Hemos podido advertir cómo cuando las organizaciones sociales creen que con el
desarrollo científico y tecnológico tienen el control suficiente del desarrollo material y
humano con sus estilos de vida y bienestar, surgen eventos que ponen a prueba la
creatividad y capacidad de reacción para superarlos.

En esta crisis hemos sido testigos de lo que algún hombre público dijera hace muchos
años, “los hombres somos briznas de hierba en las manos de Dios”, de lo cual se deriva
que, así como Adam Smith decía que la dinámica de la economía dependía de una
especie de mano invisible, los creyentes estamos convencidos de que todo lo que se
mueve en este mundo es por el poder y voluntad de Dios. Y esta pandemia es una
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prueba de ese enfoque, pues no se siente en el ambiente ni se ve, y solo quienes la
padecen pueden dar el respectivo testimonio. A riesgo de incurrir en una irreverencia
podemos decir que, como a Dios, no la vemos ni observamos, pero que está en todas
partes.

Esta situación me ha hecho recordar a un sector de científicos quienes creyeron


encontrar el origen del universo en un experimento extremadamente costoso,
realizado en Suiza, que implicó la construcción de un túnel de 45 kilómetros, con un
enjambre de sofisticados aparatos, especialmente acondicionado para simular las
condiciones previas al nacimiento del universo, y en el que el objetivo era identificar
una partícula que les hacía falta para que el modelo, construido por ellos, funcionara.

En palabras de la científica española Mariam Tórtola:

“Quienes nos dedicamos a investigar esta rama de la física pensamos, porque así lo
dicen los mejores modelos que tenemos, que cuando el universo acababa de nacer,
solo una millonésima fracción de segundo tras su inicio, eso era lo que había. Nada
más que esas partículas fundamentales y una gigantesca energía, o lo que es lo
mismo, calor, y el espacio y el tiempo que acababan de nacer. De las interacciones
entre esas partículas surgió todo lo que ahora forma el universo”.

A esa partícula fundamental derivada de tal experimento la llamaron, inicialmente, “el


bosón de Higgs”, pero el entusiasmo por el ese hallazgo fue tal “que el premio nobel de
Física Leon Lederman escribió un libro de divulgación sobre las partículas
elementales que se llamó La partícula de Dios. “Y en él, Lederman cuenta que él quería
llamar a su libro La maldita partícula (The Goddamn Particle) porque su detección se
resistía con tozudez, pero los editores pensaron que podía resultar ofensivo y se
inclinaron por La partícula de Dios, (The God Particle), que les pareció mucho más
comercial”.

Agrega la física Mariam Tórtola que “el libro fue un éxito y popularizó esa fórmula para
referirse a un bosón, el de Higgs, tan esquivo para la ciencia y del que se esperaba que
resolviera una buena parte de lo que se desconocía sobre los primeros instantes del
universo”.

Las citas anteriores solo tienen la finalidad de mostrar lo que fue un momento de
soberbia y autosuficiencia de un sector de los científicos, quienes creían haber
descubierto el origen del universo, pero a quienes el nombre de Dios les sirvió para
una operación de mercadeo en gran escala.

Sobre dicho evento, y el calculado estremecimiento de conciencia que se produjo con


ese promocionado descubrimiento, la mejor crítica que este columnista ha leído fue
una estupenda caricatura del maestro Héctor Osuna en El Espectador, en la que
aparecen san Pedro con sus famosas llaves y un Dios preocupado por su
protagonismo, y el primero le dice al segundo: “Tranquilo que apenas van en una
partícula”.

Amadeo Rodríguez Castilla


Economista consultor

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