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WEB OF LIES

Inmaculada Linares Sillero


Las mentiras te pueden llevar muy lejos,

pero no te permiten volver.

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PRÓLOGO

El tiempo es la única riqueza que le queda a un ser como yo.

Ese tiempo que voy a necesitar para intentar volver a ser quien era, y

digo bien, intentar, aunque desde lo más profundo de mí, sé que eso ya no va a

ser posible.

Ella se lo ha llevado todo. Me ha dejado vacío, sin corazón ni alma.

Por ella he llegado a lo que jamás habría pensado que podría llegar a

hacer por alguien. Y ahora...ahora ya todo ha terminado.

Recostada sobre mi pecho, cierro sus ojos ya sin vida, que miran sin ver

el cadáver del hombre que acabo de matar.

La miro con dulzura, pero solo un instante antes cuando me ha contado

su verdad, el amor que sentía por ella ha desaparecido y la ira y el odio se han

apoderado de mí. Por un segundo he deseado su muerte. He oído un disparo

y ha caído desplomada ante mi mirada de espanto. Ahora mis ropas y mis

manos están manchadas con su sangre.

Oigo la estridente sirena de la policía acercándose. Quiero despedirme

de ella, sé que nos van a separar para siempre. Por primera y última vez beso

sus labios, los mismos que tanto y tantas veces he deseado.

La policía irrumpe en el salón de su casa. Me detienen acusándome de

doble asesinato.

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Al salir, ya esposado, en el quicio de la puerta la veo a ella, la mujer de

la que estoy completamente enamorado, lo que hace que una leve mueca de

ilusión se plasme en mi rostro. Nadie se percata de ello.

Hay esperanza, aún no está todo perdido. Solo necesito tiempo.

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CAPÍTULO I

El día ha sido largo. He tenido turno de mañana en el trabajo, cita con el

dentista a primera hora de la tarde, junta vecinal a la que por cierto he llegado

tarde y para rematar el día, reunión familiar para ultimar los detalles de la boda

de Víctor y Julia.

Está comprobado que como bien dice el refrán; «Nadie escarmienta por

cabeza ajena». Mi hijo Víctor se casa dentro de seis meses. Se ve que no le ha

influido la separación de sus padres, ni posteriormente el divorcio de su madre

conmigo.

Está enamorado de Julia, una chica de origen argentino que conoció en

la sede de la ong donde ambos prestan sus servicios como voluntarios.

Mi hijo me ha propuesto que sea su padrino de boda. No es algo que me

haga especial ilusión, pero viendo el entusiasmo con el que me lo ha pedido,

no puedo negarme. La verdad es que creo que no pinto nada en la mesa

presidencial al lado de Lola, mi exmujer, que va acompañada por Gonzalo su

actual pareja; Vicente, padre biológico de Víctor, acompañado por su mujer y

sus dos hijos, y por parte de Julia sin padres con sus respectivas parejas. Es

obvio que el concepto de familia está cambiando.

Cuando conocí a Lola, hace ya más de quince años, me pareció la mujer

más guapa y encantadora que jamás había visto. Hacía unos meses que había

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roto con Antigua, una chica vecina de la casa de mis padres en el pueblo. Era

también una chica estupenda y el motivo de la ruptura no fue ni el desamor, ni

la aparición de terceras personas, el motivo fue porque a su padre, médico de

profesión, le trasladaron a Barcelona, lo que le vino bien a ella para empezar

allí sus estudios de imagen y sonido que no podía cursar en nuestra localidad.

Fue una etapa bonita de mi vida. La recuerdo con mucho cariño. Continuamos

teniendo contacto y en fechas señaladas, como navidad y cumpleaños, nos

llamamos para felicitarnos y de ese modo aprovechamos la ocasión para hablar

de aquellos tiempos.

Lola era y es, muy distinta a mí. Ella es charlatana, vivaracha, activa, allí

donde hay movimiento está metida de lleno. Y por el contrario yo soy tímido, de

pocas palabras, prefiero quedarme en casa a salir cada noche que si a cenar ,

que si a un concierto, a la opera o pasar por costumbre cada fin de semana

fuera de casa, cuestiones que ella anhelaba, motivo por el que hace cinco

años, cuando nuestras hijas Laura y Alba tenían diez y doce años

respectivamente, Lola me pidió el divorcio. Había conocido a Gonzalo, no sé ni

donde, ni cuando, ni de que manera, nunca le pregunté, era demasiado

doloroso para mí conocer tanta información. Yo aún la quería, pero no podía

hacer nada. No se puede obligar a nadie a que te quiera y esté a tu lado. Ella

se había enamorado de otro y debía aceptarlo. Rompió con todo y con todos.

Se fue durante dos años como cooperante a Somalia, la misma ong en la que

luego trabajó Víctor y donde conoció a Julia.

Mis tres hijos, porque desde que conocí a Víctor cuando tenía ocho

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años, siempre lo he considerado como a un hijo, se quedaron conmigo.

Cuando su madre volvió de África, continuaron en casa.

En aquel momento, aprovechado que Lola se había marchado de casa y

que mi madre viuda, mayor y vivía sola, le propuse que se mudase a vivir con

nosotros, lo que aceptó encantada.

Si hubiese estado mi exmujer habría sido imposible, nunca se llevaron

bien. Mi madre es una mujer tradicional, educada a la antigua usanza y le

cuesta comprender ciertas cuestiones y maneras de actuar y comportarse de

Lola y por otro lado, esta, no permitía que nadie la controlase ni que le dijesen

lo que tenía o debía hacer. De modo que en las ocasiones que se han visto,

que han sido pocas, las dos han hecho un esfuerzo y durante unas horas se

han llevado mediana y aparentemente bien.

Ahora mismo estoy sentado en el sofá de casa. Mañana tengo turno de

tarde, no tengo que madrugar y tampoco tengo sueño. Estoy solo. Solo se oye

como ruido de fondo la televisión a la que no presto ninguna atención.

Después de la cena en el jardín de casa, mis hijas y mi madre se han ido

a la cama, Víctor se ha ido con su chica a su casa, un apartamento en la calle

Marqués de la Ensenada, donde llevan conviviendo casi tres años.

Me gustan estos momentos de soledad, yo diría que hasta los necesito.

Es mi momento de relax. Es cuando puedo hacer aquello que quiero sin tener

que dar explicaciones, ni tener a nadie preguntándome por qué hago esto o

aquello, momento en que ya las obligaciones e imposiciones del día han

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terminado y puedo desconectar de todo y de todos.

Son momentos que suelo aprovechar para conectar mi portátil y echar

un vistazo a mi Facebook, echarme unos solitarios a las cartas o entrar en

alguna que otra página donde pasar el rato charlando con mujeres e incluso en

algunas web de sexo donde me llevó hace un tiempo la curiosidad y que por

supuesto por nada del mundo reconocería nunca ante mi familia, o amigos, o

conocidos o compañeros de trabajo o vecinos o quien sea, me moriría de la

vergüenza, no por mi comportamiento en las charlas sino por el mero hecho de

haber entrado y participado en ellas.

No es que lleve mucho tiempo haciéndolo y pensándolo bien tampoco

hago mal a nadie, no tengo pareja y mi actitud siempre es educada y

caballerosa. Siempre he pensado que se puede hablar de sexo sin tener que

ser vulgar o zafio ni ofender a nadie.

Tecleo en el buscador de Google;

«Chat amistad» .

«Página más de 40 años».

Nick:

«Maduro-56».

Una lista inmensa de apodos se abre ante mí. Los leo. Descarto los que

dan a entender que hay un hombre tras el nombre. La mayoría son bastantes

explícitos, por lo que no cuesta trabajo identificarles. «Verga-28»,

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«Folladordelapradera-72», «Casado-cachondo», «Abuelito-aburrido».

«Y eso que se supone que el chat es simplemente de amistad» —pienso.

Bajo el cursor con el ratón, «Zorra-19», «Calentita-22», «Sexi-18»,

«Morena-juguetona». Son muchos más los usuarios masculinos que

femeninos, pero también las hay o al menos el nick lo parece, porque en

realidad en este mundo virtual que nos hemos creado cualquier coincidencia

con la realidad es pura casualidad.

Hoy me decido por «Rubia-excitante», el pinchar sobre su nombre me

lleva a otra pantalla donde me permite hablar de forma más privada con ella.

La saludo;

>Hola, qué tal?

Espero respuesta. Esto es lo mismo que pescar, lanzas el anzuelo con la

esperanza de que alguien al otro lado pique.

Durante la espera me entretengo haciendo un solitario y otro y otro más.

Parece ser que no ha habido suerte con «Rubia-excitante», así que lo

intento con «Sumisa-90» , la saludo y al igual que antes espero respuesta.

«¡Ah, mira! Esta sí ha contestado» —me digo.

>Qué tal, guapo? Cuántos años tienes?

>56 —contesto.

«Pregunta un poco tonta porque lo he puesto en el nick» —pienso.

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>Cómo de sumisa eres? —le pregunto por el nombre que se ha puesto.

No obtengo respuesta. Juego durante un tiempo más al solitario y cuando ya

me pican los ojos por culpa del sueño y de la luz de la pantalla, desconecto el

ordenador y me voy a la cama pensando; «Quizás la próxima vez haya más

suerte».

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CAPÍTULO II

En la sala de actividades del «Centro de Rehabilitación Hope» se encuentra

reunida Celia junto a su grupo de compañeros con los que lleva trabajando

desde que ingresó en el centro buscando librarse de su adicción al juego.

Después de pasar los peores años de su vida, se siente feliz. ¡Por fin lo

ha conseguido! Ha logrado librarse de la dependencia que le había llevado a

tentar contra su vida, después, eso sí, de destrozar la de su familia.

—Tenemos que dar la enhorabuena a nuestra amiga Celia. Aunque hoy nos

deja, esperamos que no se olvide de nosotros y venga de vez en cuando a

visitarnos. Nos sentimos orgullosos de ella y de todo lo que ha conseguido. Es

todo un ejemplo de superación para todos vosotros —se dirige a los demás

miembros del grupo una de las psicólogas del centro—, para que veáis que de

la adicción al juego se puede salir y volver a ser una persona feliz e integrarse

completamente en la sociedad.

—Por supuesto que vendré —contesta al instante—. También tengo

pensado participar en los talleres del centro y echar una mano a quien lo

necesite, lo mismo que habéis hecho conmigo. Quiero agradecer a Santi, a

Diego, Azucena, Remedios, a todo el personal facultativo que hacen una

inmensa labor con todos los que como última alternativa llegamos al centro. No

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me gustaría olvidarme de nadie, le agradezco a Sergio su paciencia conmigo y

a Raquel por estar siempre que la he necesitado, por supuesto a ti también ,

Teresa, la mejor terapeuta, por todo el apoyo que he sentido todo este tiempo,

por la confianza que me habéis infundido hasta que he conseguido confiar en

mi misma, cosa impensable cuando llegué al centro. Cuando hace un año

empecé esta terapia estaba prácticamente segura de que no iba a conseguirlo,

ya lo había intentado en otra ocasión y a los pocos meses volví a recaer, por lo

que estaba llena de dudas y miedos. Sin embargo ahora me siento fuerte y con

la suficiente confianza como para enfrentarme a las miles de tentaciones que

nos bombardean a diario dibujándonos el juego como algo divertido, cuando en

realidad es un arma de doble filo, que puede hacer mucho daño y llegar a

destruir a una persona y a todos los que le rodean, como me ocurrió a mí.

Ahora me siento preparada para recuperar mi vida y volver a ser la mujer feliz

que una vez fui, antes de meterme en este infierno del juego. Muchas gracias a

todos, de verdad, de corazón —se despide con la voz entrecortada por la

emoción y lágrimas en los ojos.

Sus oyentes cierran el discurso de agradecimiento con un sonoro

aplauso.

Al salir del centro, Daniel, su marido, acompañado por su única hija

Carla, le esperan enarbolando una pancarta donde se puede leer; «Mamá, te

queremos».

Ambos están vestidos con la mejor de sus sonrisas, lo que provoca un

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pellizco en el corazón de Celia debido a la emoción del momento.

—Hola cariño —saluda a su marido con un dulce beso y un efusivo abrazo.

—¡Mi niña! —exclama apretando a su hija entre sus brazos.

—Mamá, ya no soy ninguna niña. Ya voy a la universidad.

—¡Ya! Ya lo sé, cielo. Pero por muchos años que tengas siempre serás mi

pequeña. Te quiero.

—Y yo a ti, mamá.

—Bueno, no nos pongamos tristes que hoy es un día para estar felices y

contentos. ¿Qué os parece si nos vamos los tres a almorzar a algún sitio

bonito? Por ejemplo ese que tanto te gusta —le propone a su hija.

—Esto...mejor no. Es que...no puedo —contesta titubeando.

—¿Cómo qué no puedes?

—Cariño —interviene Daniel—, será mejor que nos vayamos a casa. Ya

tendremos tiempo de ir a ese restaurante y a donde quieras. Tenemos todo el

tiempo del mundo.

—Es cierto. Vamos a casa.

Durante el trayecto apenas hablan. Celia lo observa todo a través de la

ventanilla del coche. Se siente como si fuese una forastera en la ciudad que la

vio nacer, una extraña en su propio barrio. Lo ve todo distinto. Como si en un

año todo fuese diferente. Para ella todo está cambiado.

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Lo que si reconoce es la fachada de la sala de juego donde pasó tantas

horas dilapidando el dinero de su familia. No puede evitar una desagradable

sensación de ahogo y tiene que bajar la cabeza. Al instante siente la mano de

su marido asirle la suya transmitiéndole todo su apoyo. «¡Tranquila! Cariño,

todo va a salir bien» —consuela—. Celia contesta con una leve sonrisa.

Al llegar a casa toda la familia y amigos les esperan, le han preparado

una fiesta sorpresa. Celia no puede contener las lágrimas al volver a ver a toda

su familia unida en su honor. Es un momento maravilloso que ha quedado

grabado en su memoria y en su corazón. Es un momento que jamás olvidará.

El reencuentro con su familia ha sido portentoso. El día ha estado lleno

de emociones. Está agotada.

Hoy ha sido ella la sorprendida. Todos han participado en la argucia

preparada por Daniel y Carla para que todo saliese bien, pero ella también

guarda un as en la manga con el que quiere sorprender a su marido.

Una vez terminada la fiesta. Ya en el dormitorio, Daniel se pone el

pijama y se mete en la cama. Celia está en el baño.

Tras unos minutos al salir ella del aseo, Daniel no puedo dejar de mirarla

sin esperar el espectáculo que su esposa le está regalando. Está preciosa.

Está tan sorprendido que es incapaz de articular palabra.

Celia luce un camisón corto blanco semitransparente, dejando muy poco

a la imaginación. Su melena castaña ondulada le descansa sobre los hombros.

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Un mechón rebelde le cae por la frente haciendo más interesante su mirada.

Los dos se observan durante un tiempo que no sabrían determinar.

Ambos saben lo que en esos momentos uno quiere del otro y los dos desean lo

mismo ardientemente.

Una pícara sonrisa asoma en sus rostros. Daniel le invita a acercarse

extendiéndole su brazo. Ella contesta avanzando hacía él lentamente, como si

quisiese que ese momento no terminase nunca.

Antes de meterse en la cama Celia, con un leve y estratégico

movimiento de hombros, hace que los finos tirantes de raso bajen y el camisón

caiga a sus pies. Está completamente desnuda, ofreciéndose a él para que

satisfaga sus deseos y ambos lleguen a la máxima culminación del amor y la

pasión.

Dani aparta las sábanas para permitirle a Celia entrar en la cama.

Ya juntos, uno al lado del otro, inician su juego sexual con un

apasionado beso. Sus cuerpos se pegan aún más, se funden llegando a ser

una sola persona, sus piernas se entrelazan, son un solo cuerpo del que mana

pasión y deseo.

Daniel mientras besa sus labios, su mano derecha recorre una y otra vez

el cuerpo desnudo de Celia. Aprieta sus nalgas contra él queriendo sentir sus

pechos pegados al suyo. Un solo instante después abarca sus senos,

masajeándolos con delicadeza para no dañarlos. Se entretiene jugando con el

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pezón, que debido a la excitación está firme y duro. Lo pinza y pasa rozando

las yemas de los dedos por él, provocando en ella un gemido de placer lo que

hace que él se excite aún más.

Despacio, sin dejar de acariciar cada centímetro de su cuerpo, va

bajando su mano hasta llegar a su entrepierna. A Celia la piel se le eriza al

notar la mano sobre su monte de venus, separa las piernas para facilitarle el

camino.

La mano entera de él palpa el sexo de Celia. Le gusta tener un primer

contacto, para después, poco a poco ir examinándolo por completo.

Sus dedos con destreza y cuidado entran en su tajo ya mojado. Separa

con maestría los labios de su sexo buscando el clítoris, el punto álgido de

placer de ella.

Lo roza levemente, lo acaricia, eleva el éxtasis de ella de tal modo que

agarra con fuerza las sábanas para no enloquecer de gusto. Su sexo se inunda

de flujo y deseo.

Daniel sabe que es el momento de cambiar de posición y ahora es su

lengua la que juguetea con su clítoris. Llevada por el goce, ella agarra la

cabeza de él situada entre sus piernas pidiéndole que continúe. El placer le

ahoga. Su espalda se arquea dominada por el deseo. Sabe que está a punto

de explotar cuando empieza a sentir ese calor sobre su sexo, pero no quiere,

quiere prolongar ese momento , la euforia, la pasión descontrolada.

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Ahora es ella la que quiere cambiar. Ahora quiere ser ella la que domine

la situación. Quiere hacerle sentir a él lo mismo que está consiguiendo de ella.

Ha controlado el orgasmo para dilatar la situación.

Extiende el brazo buscando la dureza de su miembro viril, que agarra

con firmeza. Mueve la mano haciendo que su pene suba y baje. Dibuja su

silueta con el índice de su mano izquierda para acabar manoseando sus

testículos mientras su lengua juega con la puntita de su pene, mojándola de

arriba abajo haciendo más fácil el que entre en su boca. La abraza con sus

labios haciendo que se mueva dentro de su boca lo mismo que dentro de unos

instantes va a hacer dentro de su vagina.

La pasión, la excitación, el deseo, la complicidad se palpa en el

ambiente.

Celia se coloca a horcajadas sobre las caderas de Daniel. Ella consigue

con un suave movimiento que el pene duro y erecto de él entre sin dificultad en

ella. El placer les envuelve a los dos.

Ella cabalga sobre sus caderas de manera acompasada, sus

movimientos son lentos, haciendo que su pene entre y salga una y otra vez de

ella. El acaricia sus pechos. El movimiento comienza a ser más rápido. Ambos

empiezan a perder el control de su cuerpos. Se dejan llevar por el ansia de

gozo, por el apetito sexual que les devora por completo.

Celia no puede controlar más su orgasmo, siente como va llegando, el

momento de máximo placer está a punto de pasar. «¡Así!», «¡Sigue, sigue!» —

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le pide—. No puede más y su cuerpo recibe una descarga de gozo que le

arranca gemidos incontrolables.

Aún continua cabalgando sobre él cuando siente fuertes sacudidas de

semen caliente dentro de ella, lo que hace que su orgasmo se prolongue.

Unos minutos después Celia se deja caer sobre él. Se coloca a su lado.

Él la abraza. Se besan dándose a entender lo mucho que ambos han

disfrutado. No son capaces de pronunciar palabra. Sus pechos suben y bajan

por la excitación. Necesitan un tiempo para que sus respiraciones vuelvan a la

normalidad.

Ambos se quedan dormidos después de esta inolvidable sesión de amor

y sexo.

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CAPÍTULO III

Querida Magdy;

No es fácil empezar. No sé como explicarme,

pero lo cierto es que me encuentro

prácticamente al final del camino. Un camino

tortuoso, siempre optando por la senda corta, la

más difícil, la más empinada del desfiladero.

Sé que en estos momentos te encuentras

sorprendida ante este escrito. Si todo ha salido

como tenía planeado, ahora estarás en clase y

habré podido camuflar la carta en tu carpeta,

no se me ha ocurrido otro modo de hacértelo

llegar. Sé que personalmente y mirándome a los

ojos no iba ser capaz de hacerlo. Perdóname por

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mi torpeza.

Siento haberte hecho daño hace unos

meses cuando rompimos. Necesitaba tiempo para

intentar solucionar mi problema. Pero fracasé

estrepitosamente. Te pedí, por favor que

volvieses conmigo, sin ti no soy nadie y por mi

culpa, contigo tampoco. Me he dado cuenta que

no quiero arrastrarte a mi infierno, no me lo

perdonaría nunca.

Lamento mucho todo lo que ha pasado,

sobre todo lo que no nos ha pasado. Todas esas

cosas que finalmente no hemos hecho y que ya no

haremos. Ante todo, y antes de que se me pase,

quiero decirte que has sido lo mejor que me ha

pasado en la vida. Realmente no sé como pudiste

fijarte en mí.

Te he mentido. Te he mentido por

tonterías, para evitar un reproche, para no

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involucrarte o por miedo a que se descubriese

toda la verdad, por que no se supiese el

verdadero calvario por el que estoy pasando. Me

avergüenza pedirte que me perdones, pero lo

necesito.

El problema soy yo. Mi debilidad, mi

escasa, escasísima, fuerza de voluntad y de

carácter. Esto por sí solo no es grave, pero si se

mezcla con mi adicción se convierte en una

bomba esperando estallar. Nada de eso sería

definitivo sin lo que para mí es el verdadero

problema, LA LUDOPATÍA.

Llevo días dando vueltas sobre el asunto,

y no tengo una explicación para mi forma de ser.

No tiene sentido que una persona como yo, con

una madre de la que estoy tan orgulloso, un

padre que es un ejemplo a seguir y un hermano

pequeño del que no quiero ser su referente,

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actúe de este modo. Ellos no saben nada de mi

problema. Pensaba que yo solo, iba a ser capaz

de salir del pozo donde me había metido, pero

no ha sido así. Con mis amigos y contigo me ha

pasado lo mismo. Me daba vergüenza hablar de

mis problemas o mis errores con vosotros. ¿Por

qué? No lo sé. Tú has compartido conmigo tus

inquietudes, tus problemas. Y yo al lado callaba

los míos.

Con todo este rollo lo que intento es explicarte

cómo me encuentro. Me cuesta enfrentarme a

vosotros y a la vida real. Ponerme cara a cara y

esperar vuestra comprensión. No puedo pediros

confianza cuando yo no confío en nadie.

Yo me bajo en esta parada, rendido y

avergonzado. No por mis defectos que son más

que suficientes para sentirse así, no, pero no me

siento capaz de afrontar la vida. Soy un

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cobarde y lo peor es que estoy convencido de

que me volvería a pasar lo mismo y volvería a

actuar igual. Sólo me queda darte las gracias por

haberte cruzado en mi vida, hacerla más

divertida e interesante y haber sido mi amiga,

aunque yo creo que de verdad no he sabido serlo

nunca.

Espero que algún día me puedas perdonar.

Cariño, te deseo lo mejor, y lo mejor es, aunque

no lo creas, que yo no esté contigo.

Hasta siempre. Gracias.

Lucas

Magdy no da crédito a lo que acaba de leer. Está pálida. Inmóvil. Su

cerebro está intentando procesar toda la información que acaba de recibir, pero

le resulta imposible. Está en shock.

—Magdy, ¿se puede saber qué estás haciendo? —riñe la profesora—. Saca

tus apuntes que la clase ha empezado. ¡Magdalena Muño ! ¡Qué te estoy

hablando!

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Como movida por un impulso ajeno a su raciocinio, Magdy se levanta de

su asiento recoge rápidamente sus cosas, con la intención de salir corriendo de

allí.

—¿Dónde vas? ¡Eh! ¡Oye! ¡Magdy!

La joven no escucha, no habla, solo corre por el largo corredor de la

universidad.

No sabe donde puede estar Lucas, no tiene nada claro donde ir, ni a

quien acudir, solo sabe que tiene que actuar, que tiene que hacer algo para

salvar a su amigo, a su amor.

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CAPÍTULO IV

Sin aliento, exhausta por la carrera, Magdy llega a casa de Lucas. No sabe si

estará, pero es en el primer lugar en el que ha pensado.

—¡Magdy, guapa! —saluda la madre del chico al abrir la puerta—.

¿Quieres algo?

—Hola Caridad. ¿Está Lucas?

—¿Te encuentras bien? Tranquilízate, que te va a dar algo.

—¿Está Lucas o no?

—Sí. Sí. Está en su habitación. Ha llegado hace un rato. Decía que iba a ir

a la facultad pero de pronto se ha encontrado indispuesto —le cuenta desajena

a todo—. ¡Eh! ¿Dónde vas? ¡Espera, qué estará dormido!

Magdy desoye a la madre de Lucas entrando en el piso. Va directa a su

habitación. La puerta está cerrada. Llama golpeando con el puño.

—¡Lucas! ¡Lucas, abre! Soy Magdy. Abre que tengo que hablar contigo.

¡Abre!

—Pero...¿qué pasa? —pregunta Caridad—. Me estás asustando.

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—¡Lucas, ábreme! ¡Ábreme, por favor! —le pide Magdy.

Los golpes en la puerta según pasan los segundos son cada vez más fuertes y

desesperantes. Nadie contesta al otro lado.

—¿Qué hacéis? ¿A qué viene tanto escandalo? —pregunta Ernesto, padre

de Lucas.

—Es Magdy, que ha entrado como una loca y no consigo que me diga que

es lo que sucede.

—¡Lucas, abre! —insiste la joven histérica dando patadas y puñetazos a la

puerta.

—Lucas no está ahí —cuenta el padre—, hace un rato le he visto entrar al

baño.

—¡Al baño! ¡Lucas, abre la puerta! —grita ahora ante la puerta de servicio.

No obtienen respuesta.

—¡Lucas, por favor! ¡Abre la puerta! Soy Magdy. Sé lo que vas a hacer, por

Dios, abre la puerta.

—¿Qué es lo que va a hacer? —pregunta la madre asustada—. Hijo, abre

la puerta, soy tu madre. ¿Estás ahí?

—Lucas, soy tu padre. ¿Te encuentras bien?

—Tenemos que echar la puerta abajo —propone Magdy.

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—¡Qué dices! —exclama Caridad.

—Hágame caso, tenemos que entrar, Lucas está en peligro.

La situación es realmente tensa. Los padres están nerviosos por la

situación de incomprensión, asustados y asombrados por las circunstancias,

temerosos sin entender por qué Lucas no contesta. Solo Magdy sabe toda la

verdad, por lo que exige a gritos que le ayuden a derribar la puerta del cuarto

de baño.

El padre tomando carrerilla, topa con su hombro en la puerta, echando

todo el peso de su cuerpo. Necesita repetir la operación varias veces para que

la puerta ceda lo suficiente como para poder meter la mano por la ranura y

quitar el pestillo que previamente Lucas echó al encerrarse en el baño.

Cuando consiguen abrir la puerta, la escena es dantesca. Lucas yace

dentro de la bañera, llena de agua de un rojo intenso. Un profundo tajo en sus

muñecas tienen la culpa de ello.

Corren a él, esperando que aún no sea demasiado tarde.

«Caridad, llama a una ambulancia, tiene pulso. ¡Vamos, muévete!» —grita

Ernesto temblando de miedo al ver a su hijo en esas circunstancias.

Los facultativos sanitarios llegan y atienden a Lucas. Es necesario

trasladarle al hospital.

Pasado un tiempo, en la sala de espera del centro de salud, con ya todo

bajo control, los tres esperan, impacientes por tener noticias del joven

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nerviosos y angustiados, el diagnostico del médico de urgencias que le está

atendiendo.

Después de una larga y alarmante espera, la doctora Malvarrosa les

atiende.

—Doctora, ¿cómo se encuentra?

—¿Se va a recuperar?

—Lucas, está fuera de peligro —tranquiliza—. Ha perdido mucha sangre,

pero ha tenido suerte de que le encontrasen a tiempo. Unos minutos más

habrían sido decisivos para no poder hacer nada por él. Está muy débil,

sedado y en observación. Debe quedarse hospitalizado unos días. ¿Saben si

tiene algún problema que le haya llevado a actuar de ese modo?

—Últimamente le he notado algo callado y como preocupado por algo, pero

pensaba que era por los estudios. Nunca pensé que fuese tan serio como para

llegar a esto —cuenta Caridad.

—No sé que le pueda suceder nada. Él vive bien en casa —apunta el

padre.

—Yo sí lo sé —suelta Magdy.

Los tres, doctora, Ernesto y Caridad le miran esperando una explicación.

Magdy da la carta a la doctora.

—Me la ha dejado esta mañana, cuando me ha acompañado al instituto,

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dentro de mi carpeta. Cuando la he leído, no sabía a donde ir ni a quien acudir

y por eso he ido a su casa. Gracias a Dios lo hice bien y llegamos a tiempo —

cuenta la joven.

—Ahora lo entiendo todo —exclama la doctora al leerla.

—¿Qué sucede? —quiere saber Caridad quitándole los folios de las manos.

—Una vez se recupere le pondremos en contacto con el psicólogo que le

orientará sobre como atajar este tipo de problema.

—¿Podemos verle? —pregunta Ernesto.

—Pasará en observación veinticuatro horas. Mañana a primera hora de la

mañana pasará a planta, allí podrán verle. Les aconsejo que se vayan a casa y

descansen. Estén tranquilos, aquí cuidaremos bien de Lucas.

—Gracias, doctora —agradece el padre.

Caridad no es capaz de pronunciar palabra después de leer la carta.

—¿Qué pasa? ¿Qué pone esa maldita carta? —quiere saber Ernesto.

—Es...Es una carta de despedida —contesta su esposa, con la voz

entrecortada por el dolor y sin poder controlar las lágrimas.

—¡Es ludópata! —clama el padre al leerla—. Pero...¿cómo no nos hemos

dado cuenta? —pregunta culpándose.

—¡No lo sé! ¡No lo sé! Pero lo que está claro es que tenemos que hacer

algo.

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El matrimonio se abraza apesadumbrados por lo sucedido.

—Magdy, te llevamos a casa en el coche —se ofrece Ernesto.

—Muy bien.

En veinte minutos llegan a la puerta de la casa de la joven.

—Gracias por venir a casa —suelta la madre de Lucas antes de que la

joven se baje del coche. Gracias a eso se ha podido salvar.

—Lo importante es que se va a recuperar y cuando lo haga le ayudaremos

a salir adelante.

—Por supuesto que sí.

—Mañana cuando salga de clase me paso por el hospital para hacerle una

visita.

—Muy bien. Allí nos vemos —se despide Caridad.

—Hasta mañana, guapa —le despide Ernesto.

—Hasta mañana. Descansen —les pide Magdy apeándose del coche.

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CAPÍTULO V

Celia se siente feliz en esta nueva etapa de su vida.

Hace unos días que salió del centro y ya se siente totalmente capacitada

para acudir, como exludópata a terapia y contar su historia al grupo de

personas que, como ella hace un año, intentan salir de ese infierno llamado

juegos de azar. Es importante que la persona que está en pleno proceso de

recuperación y superación no se sienta sola y se dé cuenta de que no es el

único o única al que le sucede ese problema.

«Lo perdí todo por intentar ganar un dinero que no necesitaba. Ese sería un

buen resumen de mi vida con el juego —comienza a narrar su historia al grupo

de nueve personas adictas al juego, que le escuchan atentas junto a Macarena,

una de las psicólogas del centro.

Todo se volvió incontrolable cuando mi suegro consiguió el pleno al

quince. Vi que se podía ganar y sentí que yo también podía. Mis apuestas

comenzaron a superar los mil euros. Yo había tonteado con el juego desde

joven pero siempre sin pasar de los veinte euros. Cuando nos reuníamos el

grupo de amigas, en vez de ir a la discoteca o a un bar a tomar algo, íbamos al

bingo a echar unos cartones y unas risas. Nos parecía más divertido que estar

31
en el cine o en alguna disco perforándonos los oídos con esas músicas

estridentes e infernales sobre todo para a quien no le gusta bailar como a mí.

Acudíamos días espaciados en el tiempo, en un principio, porque después les

convencí para ir al menos una vez al mes y luego cada semana. Les

argumentaba que nos lo pasábamos bien, que era divertido y además de vez

en cuando, muy de vez en cuando, ganábamos algo de dinero.

Mis amigas se cansaron de hacer siempre lo mismo e ir siempre al

mismo sitio por lo que terminé yendo yo sola y pasé de ir cada semana a ir

diariamente.

Llegó navidad y compraba décimos de esta o aquella administración,

cualquier participación, de la cofradía de no sé donde o de cualquier centro

comercial, donde el premio era una cesta navideña, para mí, la ganancia era lo

de menos, era simplemente el echo de jugar y ganar, ganar cualquier cosa.

A partir de ese momento todo fue cuesta abajo.

Bingo, tragaperras, ruleta, blackjack, me daba lo mismo. Llegué a estar

dentro de estas salas más de veinticuatro horas seguidas. Crees que te puede

tocar, pierdes el control. Todo está perfectamente diseñado para que nadie se

quede fuera. Dejas de pensar en el colegio y la comida de tus hijos, en el

trabajo, en las facturas, en que tu pareja se parte el lomo por sacar todo

adelante, mientras tú te lo fundes. Los casinos enganchan todo tipo de

personajes ,millonarios excéntricos, abueletes trágicos que apuestan a diario su

pensión, adolescentes oportunistas que se juegan su último billete al blackjack

32
con la esperanza de que la cerveza les salga gratis. Por lo visto, muchas

personas aparentemente cuerdas pierden los estribos cuando ven que su

dinero se les escapa de las manos.

La adicción afecta plenamente a la vida familiar. Vives como en una

burbuja donde no hay espacio más que para ti y el juego.

En total me habré gastado unos ciento treinta y cinco mil euros. Con esa

cantidad de dinero gastada, lógicamente nuestra economía se vio alterada

considerablemente. Mi marido es empresario y tiene unos ingresos mensuales

bastante aceptables pero no como para soportar ese ritmo de vida. Yo

trabajaba y perdí el trabajo. Mentí a mi marido argumentándole los gastos. Le

contaba que había necesitado dinero para una reforma en casa que luego

nunca se realizó pero que adelanté el dinero a los obreros engañándome y

dejándome tirada, que se lo había prestado a un amigo que lo necesitaba en un

momento determinado, incluso en una ocasión fingí un atraco para justificar la

falta de dinero. La confianza de los inocentes, es la más útil herramienta del

mentiroso. Que la persona a la que mientes para conseguir dinero, que luego

vas a gastar, se fíe de ti, no quiere decir que sea tonto, solo que según va

pasando el tiempo ata cabos y acaba dándose cuenta de todo. Por mucho que

quieras tapar, la verdad sale a la luz y ahoga a la mentira.

Con el juego he perdido mi tiempo, mi dignidad y el dinero de mi familia y mío.

El juego gana y tú pierdes. Siempre pierdes, hasta cuando ganas.

No soy ejemplo a seguir, pero sí demostración de que se puede salir de

33
ese infierno, que se puede volver a ser feliz y aunque las experiencias vividas

nos marquen para siempre, en lugar de regodearnos en ellas y lamentarnos el

resto de nuestros días, podemos ponernos al servicio de los demás y aportar

un granito de arena para ayudar a quien está envuelto en el remolino del juego

y concienciar de que no lo haga, de que no entre quien aún no ha picado el

cebo envenenado del juego. Por ello el próximo día mundial sin juegos de azar,

el centro Hope junto con la Fundación Exludópatas hemos organizado unas

charlas en el distrito Este, donde han proliferado de manera asombrosa este

tipo de establecimientos.

Próximamente os confirmaremos lugar y hora para aquel que quiera

acudir y colaborar con nosotros. Así que seguiremos en contacto y muchas

gracias por escucharme y permitirme compartir con todos vosotros mis

vivencias. Vamos a continuar luchando contra el juego, contra todo lo que nos

haga dejar de ser las personas que eramos e intentar erradicar esa lacra de la

sociedad que tanto daño hace. Muchas gracias.

34
CAPÍTULO VI

Son más de las doce de la noche y estoy chateando con Rosalinda. Aunque

para ser más exacto debería decir intento hablar con Rosalinda. Después de

casi una hora solo nos hemos saludado y poco más.

Pasan más de diez minutos entre frase y frase. Seguro que es por qué

está chateando al mismo tiempo con otras personas.

>Rosalinda, te dejo. Mañana trabajo y estoy gastando horas de sueño

tontamente —escribo.

>Mi amor, perdóname. Es que he tenido que atender a mi hijo que se ha

sentido indispuesto.

«Mentirosa» —pienso.

>Bien, sí estás ocupada otro día hablamos.

>No te vayas enfadado. Vamos a hablar un rato. Mi hijo ya se ha dormido,

no nos molestará. Cuéntame cositas de ti. Cuántos años tienes?

>Cincuenta y seis.

>Uf!

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>Te parecen muchos?

Pregunto al ver su reacción.

>Tienes hijos?

>Dos y medio. Venga, te permito una pregunta más.

>Pregúntame tú lo que quieras.

>Es que no necesito preguntar nada.

>Eres un estúpido.

>Xk? Solo he dicho que no quiero preguntarte nada. Pregúntame tú si lo

necesitas.

>Yo no necesito nada. Solo lo hago para conocernos un poco más.

>Muy bien, y qué mas quieres conocer. Antes solo pretendía hacer una

broma.

>Dónde vives?

>En Madrid.

>Y tienes casa? Quiero decir es tuya.

>Sí, es mía. Por eso vivo en ella.

>Pero...es tuya en propiedad o de alquiler?

>Es mía.

36
Contesto viendo sus intenciones.

>Y ya la tienes pagada?

>Si quieres te enseño las escrituras.

>No, no es necesario.

>Ah, menos mal! Me dejas más tranquilo.

>Y cuándo te viene bien que vayamos mi hijo y yo?

>Qué vengáis...a donde?

>A Madrid.

>A Madrid puede venir todo el que quiera.

>No te hagas el gracioso. Me refiero a tu casa.

>A mi casa quieres venir?

>Claro! Tendré que ver el piso.

>Por supuesto. Eso es imprescindible.

Escribo con sorna.

>No te entiendo. Si vamos a vivir juntos tendré que dar mi opinión.

>Cómo? Llevamos hablando media hora y ya has decidido tú sola que te

vas a venir a vivir a casa?

>¡Claro!, ya nos conoceremos cuando vivamos juntos. En unos días tengo

37
que dejar mi apartamento y necesito un lugar a donde ir.

>Y has pensado quien mejor que este gilipollas, no?

>Hombre, tú dirás! Sino para que voy a estar hablando con un viejo como

tú.

>Quién es ahora la estúpida?

>Digo la verdad.

>Yo también.

>Bueno, ya está bien. Dejémoslo ya.

>Sí, mejor será —contesto dando la conversación por terminada.

Cambio de pantalla para cerrar el solitario.

Oigo «Cling».

Alguien me está escribiendo en la sala del chat.

Lo miro. No doy crédito a lo que leo.

—Eres un grosero por dejarme con la palabra en la boca.

—Pensaba que ya habíamos terminado la absurda conversación que

teníamos.

—Absurda?

—Ya te digo.

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—Es absurdo hablar conmigo?

—Por supuesto que no. Lo que considero absurdas son tus intenciones

que...

—Bueno, no volvamos a lo mismo. Entonces cuando nos mudamos,

mañana?

—¡Y dale!

—Viejo estúpido.

Rosalinda, ha abandonado el chat.

Madre mía —comento como si alguien pudiese oírme-, está visto que

hay gente para todo.

Apago el portátil y me voy a la cama.

39
CAPÍTULO VII

Celia está nerviosa. No está acostumbrada a hablar en público y en pocos

minutos tiene que enfrentarse a las decenas de personas que abarrotan la sede

de la plataforma “Fuera juego”, lugar elegido para la charla para concienciar

contra los problemas del juego.

Lleva días preparándose el discurso. Quiere aprovechar la oportunidad

de poder denunciar y posicionarse en contra de la proliferación de salas de

juego en barrios como ese.

Son las seis en punto cuando comienza la conferencia;

«Ante todo quiero dar las gracias a la asociación del barrio por cedernos su

sede para poder celebrar este encuentro. A Jorge su presidente y Manuela

como coordinadora. Gracias al director de Centro Hope, donde a mí me han

ayudado y me han permitido que hoy estemos aquí y por supuesto a todos

vosotros por arroparnos en este día tan importante para todos.

Quiero deciros que una vez terminada esta charla, recorreremos el barrio

entregando panfletos informativos a todo aquel que nos quiera escuchar,

porque nuestro objetivo hoy aquí es actuar. Actuar contra la proliferación de

lugares de juego que son un peligro para jóvenes y mayores.

Entiendo vuestra preocupación porque la realidad es verdaderamente

40
alarmante. Según datos de la Federación Española de Jugadores de Azar

Rehabilitados, trescientos mil españoles sufren ludopatía, la única adicción sin

sustancia que ha sido catalogada como patología por la Organización Mundial

de la Salud.

El juego compulsivo es una enfermedad progresiva. No controlarla

supone un sinfín de mentiras, deudas, problemas familiares, económicos y

psicológicos, llegando incluso a la locura o a la muerte. Miles de personas, y

cada vez más jóvenes, caen en las redes de esta enfermedad que muchos

consideran provocada.

¿Quién no quiere ganar la lotería? ¿A quién no le gustaría ganar un

premio de dos mil euros? Pero no funciona así.

Las casas de apuestas y salas de juego eligen estratégicamente los

barrios más vulnerables, los más golpeados por la crisis. En toda España, este

tipo de locales se han disparado en los últimos diez años. Según datos

estadísticos en distritos donde la renta media es inferior a veinticinco mil euros

anuales han aumentado un ciento cuarenta y uno por ciento en los últimos tres

años.

Los salones de juego se han convertido en la alternativa más seductora

para matar el tiempo si estás en paro, para desahogarte si no llegas a fin de

mes o bloquear tu mente si tienes problemas familiares. Te venden un oasis y

acaban siendo arenas movedizas de las que no puedes salir. La adicción al

juego es a la vez origen y generador de pobreza.

41
Soy consciente de que vuestra asociación vecinal insiste en que se

regule de manera restrictiva su apertura. En varias comunidades ya lo han

hecho pero en otras muchas no existe planificación que limite su número por

calle o barrio, como por ejemplo, ocurre con las farmacias.

No pedimos que se cierren, sino una regulación justa. No puede haber

tres o cuatro en apenas cincuenta metros. De ello se deriva otro problema que

es la publicidad que despliegan, con cartelería estruendosa que atrae a los

jóvenes, a los que buscan seducir regalándoles comida y bebida e incluso

permitiéndoles fumar dentro.

Hace años el perfil de jugador compulsivo era el de las tragaperras del

bar, pero ahora las apuestas deportivas lideran el ranking. La percepción social

que se tiene sobre las apuestas deportivas complica el problema. Están mejor

vistas, la sensación de riego es menor, incluso se ve como una actividad

asociada al deporte.

Las apuestas deportivas, además, permiten operar sin limite de horarios

porque en su mayoría se hacen a través de internet y se puede apostar a medio

centenar de deportes y en cualquier lugar del mundo.

Según el último informe de la Dirección General de la Ordenación del

Juego, solo el sector del juego on-line movió el año pasado, en términos de

cantidades jugadas, dieciséis mil millones de euros. Si se añade a eso billetes

de lotería y cupones, fichas en casinos, cartones en bingos y apuestas de todo

tipo, la cifra aumenta de igual manera escalofriante que preocupante.

42
Históricamente, una de las recomendaciones que los especialistas

hacían a los jóvenes para alejarlos de las drogas es que hicieran deporte. Sin

embargo, ahora vemos a los mejores futbolista del mundo diciéndoles que

jueguen e inviertan en el azar.

El pasado año se destinaron casi doscientos millones de euros a

publicidad del juego on-line. Diecinueve de los veinte equipos de La Liga

cuentan con un patrocinador relacionado con las apuestas deportivas. Es

precisamente este aspecto del juego, la desorbitada publicidad que se hace de

él, lo que provoca más indignación entre quienes ayudamos a los ludópatas,

más incluso que la apertura de salas y casinos.

En televisión, bombardean con anuncios donde el juego parece algo

divertido, algo que no te puedes perder y que te va a hacer rico, que te va a

convertir en otra persona y lo hace, te convierte en otra persona pero muy

distinta a la que publicitan.

Ante tanto dato negativo que os estoy dando quiero dar una bocanada

de esperanza. Puede que muchos de vosotros os ronde en la cabeza una

pregunta; ¿la ludopatía se puede curar? Los psicólogos utilizan términos como

rehabilitación o proceso de recuperación, pero yo os puedo decir que era

ludópata y he conseguido salir de ella. Y ha sido gracias al trabajo con

familiares y profesionales.

La mayoría de las personas que acuden a nuestro centro llegan al borde

del precipicio. Piensan que todo el mundo te va a juzgar por ser un adicto, pero

43
cuando escuchas al resto te das cuenta de que es un proceso compartido y

sientes una alivio tremendo. Descargar “la mochila” —hace el típico gesto de

entrecomillado con los dedos índice y corazón de ambas manos—, hace que

quieras remontar el vuelo.

Nadie sabe, sino ha pasado por ello, la desesperación de padres y

madres que ven a sus hijos enganchados al móvil vaciar sus cuentas y volverse

agresivos. Por eso no podemos quedarnos de brazos cruzados, tenemos que

aportar nuestro granito de arena para concienciar al que aún no entrado en la

adicción del juego para que no lo haga y el que está dentro darle fuerza y

confianza en sí mismo para que salga de él.

Os agradezco vuestra atención y ahora el que quiera puede

acompañarnos en la marcha por el barrio para como digo, mover conciencias.

El público rompe con un aplauso que anuda la garganta de Celia.

Está contenta porque todo ha salido como ella esperaba. La información

ha calado en la gente y aunque solo sea un pequeño paso, significa mucho en

el largo camino de su lucha.

44
CAPÍTULO VIII

Magdy es una de las cientos de personas que acompañan a Celia y a los

organizadores del acto por las calles del barrio concienciando del peligro que

supone el juego.

Tiene bastante claro que esa asociación es la que Lucas necesita.

Pronto le darán el alta en la clínica y ese es el siguiente paso que debe

dar. Ella acudirá con él a las sesiones de grupo, no porque no confíe en él sino

porque como bien ha dicho Celia durante su charla, las personas enfermas

necesitan mucho sentir el apoyo y comprensión de la gente que le rodea y no

hay mejor manera de hacerlo que involucrándose de lleno en el proyecto.

—Hola. Perdone mi atrevimiento —se disculpa Magdy con Celia.

—Dime.

—Me gustaría darle la enhorabuena por su discurso, por el trabajo que

hacen y por la iniciativa que han tenido.

—Gracias a ti por acudir.

—Me gustaría pedirle algo.

—¡Claro! ¿Qué puedo hacer por ti?

—Mi novio hace una semana intentó suicidarse cortándose las venas. Es

ludópata. Me gustaría que acudiese a su centro y se rehabilitase de su

45
adicción, como ha hecho usted.

—La asociación no es mía. Yo solo soy una pieza más en este inmenso

puzzle que lucha contra el juego. Tu novio, ¿cuántos años tiene?

—Veinticinco.

—¿Y se llama?

—Lucas.

—Pues Lucas puede, mejor dicho debe, acudir a nuestro centro donde será

atendido por facultativos especializados en el tema y donde con esfuerzo y

voluntad puede lograr salir de la adicción. Lo importante es haberse dado

cuenta de que tiene un problema y a partir de ahí todo empieza a fluir.

—Ese es el problema

—¿Cuál?

—No estoy segura de que él vaya a querer ir.

—¡Ya! Lo típico. Está convencido de que él solo puede salir de toda esta

mierda, ¿verdad?

—Eso es.

—Se me ocurre una idea. ¿Por qué no vamos a verle? Puede que hablando

yo con él cambie de postura.

—¡Eso sería genial! ¿Haría eso usted por mí?

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—Lo primero es que lo hago por él y por ti. Lo segundo que no me llames de

usted, ¿de acuerdo? —la joven asiente con una ligera sonrisa—. Déjame

despedirme del colectivo del barrio y nos vamos.

—Muy bien. Muchas gracias.

47
CAPÍTULO IX

—Te estoy diciendo que sí.

—Y yo te estoy diciendo que no —insisto a mi amigo Fermín.

—El próximo crucero de swinger que vaya vienes conmigo.

—¡Y dale!

—Esta vez ha sido genial. He conocido a una mujer estupenda. Me hacía

cada cosa. Vamos, exactamente lo que tú necesitas. Ha sido el mejor viaje de

toda mi vida y ya sabes que yo he viajado.

—Fermín, yo no puedo irme una semana o diez días de casa, tengo

obligaciones.

—¿Obligaciones? Búscate la obligación de hacer el amor con mujeres como

esta. Fíjate —me enseña un vídeo en su móvil.

—¡Quieres dejarme tranquilo! Tengo la cabeza que me va a explotar.

—Mujeres como esta, te quitan la jaqueca de golpe —comenta volviendo a

enseñarme su móvil.

—Esteban, ya están listas las viandas para la merienda —me informa Berta,

la señora que tengo contratada como limpiadora y cocinera—,¿quiere que las

sirva en el comedor?

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—No gracias. Cuando llegue mi hermano ya los ponemos nosotros. Muchas

gracias Berta, si quiere puede irse a casa.

—¡Ah! Pues sí, porque ha venido mi marido de un viaje, así podemos pasar

la tarde juntos.

—Sí. Sí. Pasen, pasen la tarde juntos.

—¡Fermín! —llamo la atención a mi amigo—. Muy bien, Berta. Páselo bien.

—Hasta mañana.

Fermín le lanza una de sus miradas lascivas, pensando que a ella le

gusta.

—Te lo digo desde el cariño, pero tío, eres patético —le recrimino.

—A las mujeres le gusta que se les mire así. Yo que tú ya le habría tirado

los trastos.

—¿No puedes mirar a una mujer, sin ver una vagina con piernas?

—Tú tan mojigato como siempre. Lo único que quiero es vivir, disfrutar de la

vida. Ya tenemos una edad y no podemos esperar mucho.

—Pero tampoco es cuestión de ir como un mandril en celo.

—Tú sigue así, que tienes ya la pirulilla como el nudo de un globo.

—¡Ja, ja! Muy gracioso —soy sarcástico—. ¡Ah! Mira, ahí está ya mi

hermano —exclamo al oír el timbre de la puerta.

49
—Menos mal porque el fútbol está a punto de empezar. Vamos a verlo, que

cuando termine tengo preparada una película de esas que nos gustan.

—Será de las que te gustan a ti.

—No me dirás que eso tampoco te gusta.

—¿Pretendes ver una película porno delante de mi madre y mis hijas?

—¡Hombre, no! Cuando se acuesten. No soy tan pervertido.

—¡Anda, venga! Ayúdame a llevar los platos al salón.

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CAPÍTULO X

Lucas siente una mezcla de sentimientos y son los culpables de que lleve

varios días durmiendo fatal.

Sabe que ha llegado el momento de enfrentarse a la realidad.

La primera vez que tuvo a sus padres frente a él después del intento de

suicidio, fue uno de los momentos más duros de su vida. Se siente culpable de

su dolor. Un error más que debe añadir a su ya larga lista de delitos, según su

conciencia.

Es cierto que desde ese momento ha sentido el apoyo de sus padres y

la confianza de Magdy. Se concienció muchos más del paso que va a dar, tras

la visita de Celia que para él ha sido un claro ejemplo de superación y

esperanza de que va a conseguir salir del infierno de culpa, dolor,

desconfianza, desasosiego y miedo que siente, siendo el verdadero culpable

de todo, el juego.

Es la hora acordada. Se sienta junto a su grupo de terapia, guiado por la

psicóloga, Ana Valladares y acompañado por Celia. Cuando ella fue a su casa

a hablarle del Centro, le prometió que estaría con él en su primera terapia

común si así él se sentía más seguro y ha cumplido con su palabra.

—Como veis, tenemos un nuevo miembro en el grupo —rompe Ana el

incómodo silencio de la reunión—. Él es Lucas —presenta—, y nos va a contar

51
a todos por qué está aquí.

—Perdónenme, pero preferiría escuchar a hablar. Estoy algo nervioso y

bueno...

—¡Tranquilo! —aconseja Celia agarrando su mano.

—Lo comprendo, pero hazme caso. Puede que aún no comprendas por qué

lo digo, pero es muy importante que seas tú quien cuente el motivo de tu

presencia en este grupo. Es importante que esa palabra a la que tanto miedo

tienes y que se te atranca en la garganta, salga, que tú la oigas con tu voz. No

tienes que temer nada. Nadie te va a juzgar ni a reírse de ti, estamos aquí para

todo lo contrarío. Confía en nosotros y sobretodo confía en ti mismo. Lucas,

cuéntanos por qué estás aquí —insiste tras unos segundos en silencio.

—Soy...soy ludópata —contesta temblándole la voz, retorciéndose las

manos.

—Gracias. Has conseguido dar un paso muy importante. Lo has dicho. Has

roto la pesada losa que descansaba sobre tu cabeza. Ahora...descárgate de

esa mochila tan pesada que llevas a la espalda y deja que salga todo lo que te

hace tanto daño.

—Yo...yo empecé apostando a algo que conocía y me gustaba, el fútbol.

Luego empecé a apostar a cosas de las que no tenía ni idea; tenis, balonmano,

voleibol, carreras de caballos o galgos. Cuando ganas, te sientes importante.

Ese dinero te hace sentir poderoso. Tuve rachas buenas. Esa fue mi desgracia.

52
Llegué a ganar diecisiete mil euros en un partido de Champions. Me compré un

reloj carísimo. Pero daba igual lo que ganara porque siempre me lo volvía a

jugar. El reloj no me duró ni un mes porque enseguida lo vendí. Al principio no

piensas en las pérdidas. Luego ya solo apuestas para intentar recuperar lo que

has perdido y al final lo terminas perdiendo todo. Fui aislándome poco a poco.

Todo empezó a molestarme porque todo me distraía de jugar. Solo pensaba en

apostar. Solo vivía para jugar. Antes de engancharme hacía deporte, entrenaba

a un equipo de fútbol de chavales de ocho años, trabajaba los fines de

semana, iba a la facultad y salía con Magdy —mira a Celia al nombrarla—. El

juego arrasó con todo. El día 3 de cada mes ya me había fundido toda la

nómina. Terminaron echándome porque dejé de ir para poder jugar. Me

levantaba cuando mis padres ya se habían marchado a trabajar. No volvían

hasta la noche. Lo primero y lo único que hacía durante todo el día era apostar

por internet. Comía y cenaba en mi habitación. Me podía pasar catorce o

quince horas seguidas jugando. Me gasté todos mis ahorros de la cartilla. Me

gasté todo el dinero que mi abuelo me había dejado en herencia. Cuando me lo

dio me hizo prometerle que ese dinero lo utilizaría para mis estudios y no fue

así. Le mentí. Le engañé. Esa pena me la llevaré a la tumba. Arruinado y sin

saber como acabar con todo, la única salida que vi a mi vida, fue cortarla. Morir

era mi única escapatoria. Así que me corté las venas en la bañera de casa. El

problema es que dejé una nota de despedida a Magdy, tenía que decirle que le

quería, y bueno...llegó a tiempo de salvarme y... aquí estoy. No sé si voy a ser

capaz de salir de este mundo, pero quiero intentarlo. No puedo continuar con

53
esa vida. Me voy a volver loco de estar continuamente pensando en lo mismo,

así que con la ayuda de mi familia, de Magdy y Celia que me convenció para

que viniese, lo voy a intentar. Al menos que por mí no quede.

—Muy bien Lucas. Ves, no ha sido tan difícil. Ya has dado un paso muy

importante en tu recuperación. Me siento muy orgullosa de ti —da la

enhorabuena al joven que contesta con una tímida sonrisa—. Ya es la hora. El

próximo día continuamos trabajando en tus miedos y en todo lo que te inquieta.

Gracias por compartir tu experiencia.

54
CAPÍTULO XI

Para Celia los últimos días han sido agotadores, pero a la vez reconfortantes .

Se siente satisfecha.

La charla y el posterior recorrido por las calles del barrio han hecho

mella en la conciencia de los ciudadanos más reticentes a ver la adicción al

juego como una enfermedad o en los que simplemente nunca se lo habían

planteado pensando que nunca les va a tocar, ni a ellos ni a nadie de su

familia.

Celia está convencida de que ha dado un paso más en el difícil mundo

del juego incontrolado para conseguir erradicarlo.

Después de la terapia de Lucas, Celia se ha pasado por el despacho del

director a recoger una documentación, ya que este le ha pedido que organice la

próxima charla.

Le está sumamente agradecida de que haya depositado en ella su

confianza para esa tarea.

Al salir del Centro, se despide de José, el guarda de seguridad, con un

alegre;

—Buenas noches, amigo.

—Celia, buenas noches —contesta este—, hasta mañana.

55
—No. Mañana no vengo. Me voy con la familia a pasar el fin de semana a

la sierra.

—¡Ah! ¡Pues nada! Pasadlo bien.

—Lo haremos. Hasta el lunes.

—Adiós.

La felicidad que siente hace que camine como si levitase.

Se dirige a la zona del parking, donde ha estacionado su coche.

Caminando se distrae buscando las llaves en el bolso. Remueve todo lo que

lleva como si buscase en una urna la papeleta elegida al azar de una rifa.

Nunca, por mucho que se lo proponga, consigue tener el bolso ordenado. Da

con ellas, las saca y levanta la cabeza. Ve a alguien que le deja paralizada. El

gesto de alegría que su rostro reflejaba cambia radicalmente.

El miedo se apodera de ella. Está paralizada en medio del parking. Sin

poder controlar su cuerpo, las manos le tiemblan lo que hace que se le caigan

las llaves. No sabe como actuar. Necesita llegar al coche para irse a casa, pero

es que él está apoyado en el capó de su vehículo esperándola.

Su cerebro manda la orden a sus piernas para que avancen y salga de

allí cuanto antes, pero sus piernas no obedecen. Es algo más fuerte que su

raciocinio lo que le impide mover un solo músculo de su cuerpo.

Su coche está a pocos metros pero le resulta imposible llegar a él.

56
—¡Vaya! ¡Vaya! Parece que no te alegras mucho de ver a los viejos amigos

—le cuestiona Tony.

—¿Qué...qué haces aquí? ¡Déjame en paz!

—¡Sshh! ¡Tranquila! Solo he venido a saludar a una amiga que sé que ha

salido de la cárcel esa donde estabas.

—No es una cárcel, es un centro de rehabilitación. En la cárcel deberías de

estar tú.

—Ya veo que estás muy cambiada.

—Sí. La otra vida ha quedado atrás. Está olvidada y tú con ella. No quiero

volver a verte.

—Ya veo que tienes poca memoria.

—¿Qué quieres decir?

—¿Ya no te acuerdas cuando desesperada, como una loca, fuera de control

me pediste ayuda?

—Eso ya ha pasado.

—Sí, sí, ha pasado. Y también veo que has olvidado la deuda que

contrajiste conmigo.

—Te pagué lo que te debía. Vete o llamaré a la policía.

—Mira, no te pongas chula conmigo o seré yo el abra el pico y cuente a tu

57
maridito como me conociste y de donde sacaste el dinero con el que me

pagaste lo que me debías —amenaza agarrándola fuertemente del brazo.

—¡Suéltame! Me haces daño. ¿Qué quieres?

—Dinero. Ciento sesenta y nueve mil euros.

—No tengo tanto dinero.

—¡Oh, qué pena me da! —contesta con sorna—. Ya tendrás noticias mías,

guapa. Te doy unos días para conseguir el dinero, con intereses, por supuesto.

—¡Asqueroso!

—Sí. Sí. Hasta pronto. Chao pequeña.

Comida por los nervios y muerta de miedo llega al coche y entra en él,

ahí se siente más segura. El corazón se le quiere salir por la boca. Necesita

tiempo para recuperar sus pulsaciones.

Con el estado de nervios que tiene no puede pensar con claridad, tiene

que tranquilizarse y decidir lo que va a hacer, sabe que Tony no se anda con

tonterías por lo que tiene que actuar con calma. Necesita descansar, dormir

algo, aunque sabe de antemano que le va a resultar francamente difícil.

La felicidad del día se ha truncado con la presencia de ese fantasma del

pasado que tanto temía que apareciese. Al llegar a casa intentando aparcar

enviste el contenedor de la basura. Es buena conductora pero los nervios que

tiene a flor de piel le han jugado una mala pasada.

58
Supone que Daniel duerme, suele irse pronto a la cama. Solo espera no

haberle despertado con el golpe. Prefiere estar un rato sola. Si le viese llegar

en ese estado de nerviosismo le haría preguntas y tendría que dar

explicaciones o volver a contar mentiras, lo que se había prometido no volver a

hacer, está cansada de ambas cosas.

Durante unos segundos mira a la ventana de su dormitorio por si su

marido prende la luz al haber oído el golpe. Nada se mueve. Todo está

tranquilo. Parece que nadie se ha enterado de su incidente. Ni su marido, ni su

hija.

Entra en casa con sigilo. Todo está en silencio. Desconecta el teléfono

por miedo a que una llamada inoportuna o la llegada de un whastapp

quebranten la tranquilidad que en esos momentos tanto necesita.

Va a la cocina. Le apetece un té de valeriana. Necesita relajarse.

Se mueve por la cocina como un ratón de biblioteca, intentando hacer el

menor ruido posible. Llena de agua su taza preferida. Se la regaló ella misma.

La vio en un escaparate cuando iba a ingresar en el «Centro Hope». Le gustó

el mensaje que tenía grabado «Si puedes soñarlo, puedes hacerlo». La compró

con la intención de convertir esa frase en el eslogan de su vida. Cada vez que

la usara leería el mensaje y sería una bocanada de fuerza. Le pone dos

bolsitas de té y la mete en el microondas. Programa tres minutos. Le gusta muy

caliente.

Durante la espera no puede dejar de pensar en Tony, el prestamista.

59
Tiene que contárselo a Dani. Sabe que la quiere y lo comprenderá. No puede

engañarle, no puede volver a las andadas. Su marido no lo merece.

Apoyada sobre la encimera ve pasar el tiempo en el reloj del

microondas. 0:03, 0:02, 0:01, Pi, pi, pi. Lo abre para que no suene más el

estridente pitido del electrodoméstico.

Está la taza tan caliente que tiene que usar la manopla del horno para

agarrar el asa. Se sienta en uno de los taburetes de madera de la barra que

separa la cocina del comedor. Su cabeza continua cavilando como afrontar de

la mejor manera posible y sin hacer daño nuevamente a su familia, el problema

del dinero.

Ha olvidado el azúcar. Va hasta el armario situado al lado de la

vitrocerámica. Bote de tapa color azul, azúcar, bote de tapa color verde, sal. Es

el único modo que tiene de identificarles sino es probándolo. Se asegura de

elegir el correcto y vuelve a la mesa. Hay algo en el suelo que llama su

atención. Parece una tarjeta, por su tamaño podría serlo.

Se agacha a recogerla y la lanza a la mesa. Debe de ser de Daniel.

«Habrá estado trabajando sobre la mesa después de la cena y se le habrá

caído de su carpeta» —pienso sin darle más importancia.

Vuelve a su infusión, que aún no puede tomarse por lo caliente que está,

y a su problema.

Los nervios le hacen querer tener algo en las manos. Agarra la tarjeta,

60
abstraída en sus pensamientos. No siente curiosidad por lo que pone. Su

obsesión en esos momentos por Tony puede con todo.

—¡¿Qué haces?! —espeta Daniel, sacándola de sus pensamientos

haciendo que dé un bote en la silla.

—Dani, por Dios. ¡Qué susto!

—¡Dame eso! —le arranca la tarjeta de un tirón y con mal gesto. ¿Se puede

saber qué haces aquí, sola, a oscuras? —vuelve a preguntarle rompiendo la

tarjeta y tirándola al cubo de la basura.

—He llegado del Centro hace poco y me apetecía una infusión caliente.

Solo es eso. ¿Qué pasa? ¿Por qué te pones así?

—Nada. Es que estaba intranquilo. Me ha despertado un golpe en la calle y

como no te he visto en la cama me he preocupado. Vamos a la cama —le pide

—. Recuerda que mañana temprano salimos para la sierra.

—Sí. Me tomo el té y subo.

—Bien. Te espero despierto.

—Enseguida voy.

Daniel sale de la cocina. Celia continua sentada agarrando su taza de la

suerte. No puede evitar preguntarse, ¿De quién será? ¿Qué pondrá la tarjeta?

Ha visto que la tenía en la mano y se ha puesto hecho un basilisco.

Asegurándose de que su marido está ya en su habitación en el piso de

61
arriba, va al cubo de la basura, recoge los pedazos de cartulina y los coloca

con cuidado sobre la mesa. Los recompone como si fuese un puzzle, mientras

mira de vez en cuando a la puerta temiendo ser pillada in fraganti.

Lee;

Daniel Aguijare Consuegra

Directivo

Eso ya lo sé —masculla.

Le da la vuelta a cada uno de los pedazos para leer lo que pone en el

reverso, que es donde tiene que estar el quid de la cuestión.

Lee;

Te espero mañana

Hab. 409

TK.

Pero...¿esto qué es? —se pregunta sorprendida.

Te espero mañana —relee.

Te espero mañana. TK, ¿eso que significa? ¿Te quiero? —deduce.

«¿Mi marido tiene un lío? Un lío que piensa ver mañana. ¿Mañana? ¿En

la sierra? ¡No puede ser! Él me quiere. Todo esto tiene que tener una

explicación. Puede ser que sea una nota de Borja, su socio —se argumenta

62
intentando darle una explicación—, claro que Borja no va a rematar la nota

diciéndole que le quiere. Viendo su reacción cuando me ha visto con la tarjeta

en la mano y ahora leo; Te espero mañana, Hab. 409. Te quiero —repite su

cabeza—, la verdad es que huele a cuernos que apesta» —se contesta ella

sola.

Movida por la sospecha, la incertidumbre, el enfado, el recelo vierte su

taza en el fregadero. Se sirve una copa, necesita algo más fuerte que un té.

La cabeza le va a explotar. Por un lado el agotamiento del día, luego lo

del maldito prestamista y ahora la fulana que espera mañana a su marido. La

cabeza ya no me da más de sí.

Pone la tele de la cocina, necesita irse a la cama con otra imagen en la

cabeza.

Oye;

«—Volvemos en treinta segundos—»

Vaya, ahora ponen los anuncios —se queja.

«Ramón se atrevió a soñar y consiguió más de tres millones de euros en

PokerStar. ¿Te atreves tú? Juega y tu vida cambiará para siempre. Sin

necesidad de depósito en tres simples pasos; regístrate, consigue veinte euros

gratis y gana. El juego te hace feliz. Haz tus sueños realidad. ¡PokerStar! » .

63
CAPÍTULO XII

Son las siete y media de la mañana cuando Celia se despierta. Lleva un tiempo

oyendo lo que le parece un susurro. Duda si ha sido parte de un sueño o ha

sido real.

Tienta con la mano el lado derecho de su cama. Está vacío. Ya más

despierta, busca con los ojos a Dani en el cuarto. La puerta del baño está

entreabierta y la luz encendida. Se oye a Daniel hablar dentro. Está claro que

está hablando por teléfono, «¿será con la de la tarjeta?» —se pregunta Celia

afinando el oído—. La puerta se abre. Daniel sale del baño. Celia se hace la

dormida con la intención de que su marido se confíe y hable si miedo a ser

oído, es una estrategia para saber de que va todo eso.

«—Sí. Yo también, pero este fin de semana no puede ser... No, no te enfades,

pero dejémoslo para el siguiente... ¡Ah! ¡Es verdad! Ya no me acordaba, que

tenemos el congreso y la cena de proveedores... Pues entonces tiene que ser

el próximo. Te aseguro que la espera va a merecer la pena...»

Celia se mueve en la cama, no aguanta más con lo que está oyendo.

«—Tengo que colgar —cuenta bajando aún más la voz—. Sí, yo te llamo. Y yo

y yo...»

—¡Cielo! ¿Ya te has despertado? ¿Has dormido bien?

Daniel hace el amago de besarla pero Celia aparta la cara enfadada.

64
—¿Qué pasa? —se extraña.

—¿Con quién hablabas?

—Con Borja. Tenemos pendiente un tema para el congreso próximo.

—¡Ya! —desconfía Celia.

—Déjate de preguntas que son ya casi las ocho de la mañana y todavía no

has preparado tu maleta. Voy a ver a Carla que ya se oye ruido en la cocina.

Dani sale de la habitación. Celia se sienta en el borde de la cama.

«No estoy celosa —se dice—, no estoy celosa —repite mentalmente—.

No puedo estar celosa porque tener celos es imaginar situaciones, suponer

actitudes y dar por hecho cosas que no son, pero esto no es solo producto de

mi imaginación, esto es real como la vida misma. Tengo que saber quien es. No

puedo vivir con esa duda porque está claro que alguien hay en la vida de mi

marido».

Que distinto iba a ser el fin de semana a como ella lo había imaginado.

Para Celia esos días de descanso iban a ser una vuelta al pasado, iban a

volver a vivir como aquellos días felices antes de su adicción y rehabilitación.

Habían pasado un tiempo duro y difícil, ahora era el momento de volver a ser

una familia y sin embargo Daniel, su marido, en el que había depositado toda

su confianza, le estaba traicionando con otra mujer. Se siente desolada.

De camino a la sierra apenas despegan los labios.

65
De vez en cuando observa de reojo a Daniel que conduce escondido en

sus pensamientos. «Estará pensando en ella —se pregunta—». «En la de la

habitación 409».

Dentro del coche la única que se ve feliz es a Carla. Está ilusionada con

pasar el fin de semana esquiando y por ella lo hace Celia, porque si por ella

fuese, después de la noticia que tanto daño le ha producido, no habría salido

de casa en todo el fin de semana.

Llegan al hotel poco antes de mediodía.

—No tenemos reserva —informa Daniel al recepcionista que le recibe con

una amplia sonrisa—. Espero que no haya ningún inconveniente.

—Han tenido suerte —confirma el joven tras consultar el ordenador—. Ha

habido una cancelación de última hora.

—¡Genial!

—Aquí tiene —le alarga su llave.

—¡409! —grita Celia al ver el número de la habitación.

—¿Te encuentras bien? —se interesa Daniel, sorprendido por su

comportamiento.

—Carla, por qué no te vas con papá a la habitación y dejas el equipaje. Yo

voy enseguida.

Celia les sigue con la mirada hasta que suben al ascensor.

66
—¿Me podría decir quién ha anulado la habitación? —le pregunta al chico.

—¡Perdón! ¿Cómo dice?

—La habitación 409 estaba reservada y han cancelado la reserva, ¿no?

—Sí.

—Pues le estoy pidiendo que me diga que persona la tenía reservada.

—Lo lamento, pero no puedo darle ese tipo de información.

—¡Ya! Comprendo. No se lo voy a decir a nadie. Solo quiero saber el

nombre de la persona que había reservado la habitación. Es una mujer,

¿verdad? Es muy importante.

—Si, supongo, pero no me está permitido. Esa información es reservada.

Compréndalo.

—Le doy veinte euros.

—Lo siento.

—Cuarenta.

—De verdad, que...

—Cincuenta.

—No insista. No es cuestión de dinero. No puedo darle esa información.

—¡Mierda! —reniega contrariada.

67
—¡Eh, mamá! —le llama Carla a lo lejos.

—¿Dónde vais? —pregunta intentando disimular su enfado.

—Tenemos los forfait. Nos vamos para las pistas, ¿por qué no te vienes?

—Prefiero dar un paseo y ver todo esto. Yo os espero para el almuerzo.

Pasadlo bien —les desea—. ¡Tened cuidado! —aconseja viendo como se

alejan.

Está claro que no va a ser posible conocer el nombre de la amante de su

marido, al menos como ella pensaba. Necesita pensar para poner en orden su

ya desquiciada cabeza. Se le ha juntado todo, lo de su marido, lo del

prestamista. ¡uf! Son demasiadas cosas para poder cargar ella sola con todo.

Necesita tiempo, y decide pasarlo en la terraza el hotel tomándose un aperitivo.

El día es agradable, corre una brisa fría que incluso agradece, le sirve

para despejar su colapsada cabeza.

Después del primer martini, vino un segundo y tras ese, un tercero. Los

problemas con una copa de más se ven desde otro punto de vista, es como si

se suavizasen, o al menos eso es lo que piensa en estos momentos.

La terraza está repleta de visitantes que como ellos han pensado pasar

el fin de semana esquiando, o sino esquiando al menos sí en la sierra. Cuando

se encuentra sola y rodeada de desconocidos para evadirse de la realidad,

utiliza un estúpido juego pero que le da resultado. Elige una persona al azar,

hombre, mujer, niño, da igual, e imagina como puede ser su vida, como sería

68
físicamente cuando niño o como será si llega a cumplir ochenta años, que es lo

que le puede gustar o como será en la cama. Es una bobada pero le hace

evadirse del mundo.

Las mesas de la terraza se van vaciando según se aproxima la hora de

comer. El grupo de familias y amigos van yendo al almuerzo. Celia ha

reservado una mesa para los tres a las tres. «Como no lleguen pronto vamos a

tener que almorzar unos sándwich, porque la cocina va a estar cerrada» —se

dice consultando su reloj de pulsera.

—¡Mama! ¡Mamá! ¡Ha sido genial! Lo que te has perdido por no venir —le

cuenta Carla emocionada cargando con su tabla de snowboard.

—¡Sh! Pero no grites. ¿Dónde estabais? Nos esperan para comer.

—Es que papá, que ya está mayor —se burla—, se ha caído y un señor

muy amable nos ha ayudado. ¡Mira! Por ahí vienen.

—¡No puede ser! —exclama Celia en voz baja.

El fantasma de Celia vuelve a aparecer en su vida.

—Hola cariño —saluda Daniel—. He tenido un pequeño incidente y Tony se

ha ofrecido amablemente a ayudarme.

—No tiene importancia. En la montaña todos tenemos que ayudarnos.

—Celia, ¿te encuentras bien? —se interesa Daniel al ver la cara de su

esposa.

69
—¡Eh! Sí, sí. Ha sido usted muy amable —agradece a Tony sin siquiera

mirarle a la cara.

—¿Por qué no almuerzas con nosotros? —propone Dani al prestamista.

—¡¡No!! —contesta Celia tajante—. He reservado una mesa solo para tres.

—No os preocupéis, no quiero interrumpir vuestros planes. Yo voy a

cambiarme y a tratar unos asuntos del trabajo que...tengo pendientes —

comenta dándose Celia por aludida.

—Como quieras. Encantado de conocerte y muchas gracias por ayudarnos.

Has sido mi ángel de la guarda —agradece Daniel estrechando la mano de

Tony.

—No hay porque darlas.

—Vamos al restaurante que es tarde —se despide Celia de su fantasma

con una fingida sonrisa.

Toman caminos distintos. Celia camina entre su marido y su hija. Se

siente bastante incómoda. Nota la mirada de Tony clavada en su nuca. En la

puerta, antes de entrar al comedor se gira y efectivamente su máximo enemigo

en esos momentos le observa con una sonrisa soberbia y altiva, lo que exalta

aún más a Celia. La provocación de Tony termina lanzándole un beso al aire.

Celia airada, entra en el comedor, donde ya han ocupado su mesa su

marido y su hija. Mesa que era fácil distinguir porque sobre ella había un

pequeño soporte con una tarjeta dorada donde se puede leer; «409».

70
—Mamá, ¿estás bien?

—Sí. Si, cariño. Perfectamente.

—Te noto algo extraña.

—Es cierto. Celia, ¿te sucede algo?

—¿Tú sabrás? —le corta con mirada de desprecio.

—¿Yo?

—Sí. Tú. ¿Quién te esperaba en la habitación 409? La que firmaba la tarjeta

con TK, te quiero. ¿Tienes una amante? ¿Desde cuándo me engañas?

—¿Qué dices? Yo no tengo ninguna amante. ¿Qué te pasa? ¡Estás loca!

—Sí, loca. Loca es como me quieres volver. Yo no aguanto más, ¡no puedo

más! —grita levantándose golpeando la mesa con los puños y saliendo a la

carrera del restaurante bajo la extraña mirada de las personas que llenan el

comedor.

71
CAPÍTULO XIII

Han pasado cinco horas desde la discusión de Celia y Daniel y ni él ni

su hija saben nada de ella.

Están preocupados. Pensaban que después del desagradable incidente

se habría ido a que le diese un poco el aire por los alrededores, pero ya es

demasiado tarde, no ya por la hora que marca el reloj, 20:52 , sino por ser ya

noche cerrada y si ha salido del recinto donde están los hoteles, la zona de

apartamentos y las tiendas de alquiler de skis, puede ser peligroso y más

cuando no se conoce la sierra.

—Tenemos que salir a buscarla, puede que le haya sucedido algo.

—Ya conoces a tu madre. Cuando se enfada es mejor dejarla sola un rato

hasta que se le pase.

—¿Y por qué se ha enfadado?

—No lo sé. Está muy rara desde anoche.

—¿Tienes una amante?

—¡Carla! ¡Por supuesto que no! No tengo ni idea de donde se ha sacado

esa bobada. Yo quiero a tu madre. Nunca le haría algo así.

—Algo ha tenido que pasar para que piense de ese modo.

—Nada. ¿Qué va a pasar?

72
—Papá, sabes que puedes contarme lo que sucede.

—Lo sé. Pero es que no pasa nada. Al menos nada que yo sepa. Te lo

aseguro.

En ese instante Celia abre la puerta de la habitación. Tiene un aspecto horrible.

El pelo revuelto, los ojos hinchados, la piel pálida.

—¿Dónde estabas? Estábamos preocupados.

—Por ahí.

—¿Por ahí? Pero...¿dónde es por ahí? No conoces la sierra, podrías

haberte perdido o tenido un accidente.

—Yo me voy a la cafetería del hotel. Así os dejo solo para que habléis —

se ofrece Carla.

—Celia, ¿qué pasa? Estamos angustiados. Estás mal. Has estado

llorando, te lo noto en los ojos.

—¿Tú me preguntas qué es lo que me sucede? ¡Cínico!

—Yo no sé nada. Te lo juro.

—Dani, sé que tienes un lío. Anoche me pillaste con una tarjeta en la

mano y te pusiste como loco, la rompiste y yo la reconstruí, que ya hay

que ser gilipollas para dejarla en el cubo de la basura, y la leí.

—No sé de que me estás hablando.

73
—¡Ah, no! No sabes nada de lo de «Te espero mañana. Habitación 409.

Te quiero». ¿Quién es?

—Yo que sé. Esa tarjeta no es mía.

—¡Ah! Ahora resulta que no es tuya.

—¡NO!

—¿No sabes nada? ¡Mentiroso!

El tono de voz es cada vez más alto.

—Yo pensaba que me querías y que íbamos a empezar una nueva vida

juntos...

Echa en cara gesticulando de manera exagerada por los nervios del momento.

Se quita el abrigo y lo lanza con fuerza sobre la cama.

—...y ahora resulta que te acuestas con una fulana...

—¿Esto que es? —la interrumpe Daniel viendo lo que se ha salido del

bolsillo del abrigo de Celia.

—No. Espera. No es lo que estás pensando. Te lo juro.

—¡Celia! ¡Por Dios! ¡No más mentiras!

—Daniel, por favor. Te lo prometo. No es lo que piensas.

—Ahora me tratas de imbécil. Resulta que ahora yo no sé que esto es

una ficha de poker. ¿Has estado en el casino del hotel?

74
—No. No. De verdad que no.

—Entonces, que hace esta ficha en tu abrigo. Ha llegado sola. Ella solita

se ha metido en tu abrigo, ¿verdad? —la indignación de Dani va en aumento.

—No. Sí. Vale, la compré, pero te juro que no he jugado. Tenía muchas

ganas de entrar a la sala pero no lo he hecho. Te lo juro. Créeme.

—Te he apoyado, he estado contigo en todo y ayudándote siempre y ¿así

me lo pagas? Eres una egoísta que no piensa más que en ti. Tú me culpas de

engañarte y eres tú la que miente. Pensaba que ya había terminado el tiempo

de las mentiras y las argucias. Me has decepcionado. Yo creía en ti, y te has

burlado de mí.

Daniel da por zanjada la conversación saliendo de la habitación con un

portazo.

Celia se siente desolada. No había mentido a su marido. Era verdad que

no había jugado aunque lo había deseado con todas sus fuerzas, pero ya había

tantas mentiras entre los dos que la confianza se había esfumado para

siempre.

Necesita un poco de aire. Se acerca a la ventana que da al centro de la

plaza, donde la silueta de un hombre apoyado en una farola la contempla. La

noche es fría. Una nube blanca de vaho le sale por la boca en cada exhalación.

El hombre la saluda levantando ligeramente la mano. Celia sabe quién es y

como respuesta corre la cortina escondiéndose en su habitación.

75
CAPÍTULO XIV

Antonio Martín Menduiña, de mediada estatura, gabela estrecha y largas

patillas, es un tipo que no ha tenido más suerte que la que él mismo se ha

buscado.

Está solo en la vida. No tiene familia y si le quedase algún lejano

pariente en algún lugar del mundo, no le importaría lo más mínimo.

Tony el prestamista, como es conocido en su mundo de chanchullos,

sobornos, extorsión y engaño, en el que se mueve, es un tipo sin escrúpulos

que es capaz de lo que sea por tal de conseguir lo único que le interesa en la

vida, dinero.

Conoció a Celia cuando esta, agobiada por las deudas le pidió un

préstamo. La primera vez que la vio fue en el «Club Pétalo's». Un lugar

bastante frecuentado por Tony y no tanto por ella.

Estaba desesperada por conseguir dinero, lo necesitaba para el juego, y

pensó que el camino más fácil y rápido de obtenerlo era prostituyéndose, y

quizás estaba en lo cierto, pero solo a medias. Puede que fuese el camino mas

rápido no quiere decir que fuese el más fácil.

En cuanto el primer cliente intentó con ella, lo que se supone que una

prostituta debe aceptar, entró en un ataque de nervios que provoco un revuelo

sonado en el club. Tony se apiado de ella y la atendió hasta que Celia se

76
tranquilizó. Por supuesto no lo hizo por compasión, ni afinidad o humanidad,

sino porque su radar para oler dinero se había activado nada más verla.

Se había dado cuenta que Celia no era una puta más en aquel antro. Su

instinto le decía que aquella mujer iba a ser un buen negocio y no se equivocó.

Él prestó el dinero que ella necesitaba con un veinticinco por ciento de interés,

por supuesto.

El negocio que tiene ahora entre manos es uno de los mejores que ha

tenido en mucho tiempo.

Apoyado en la farola de la plaza ve con una socarrona sonrisa como

Celia sintiéndose intimidada cierra las cortinas de su habitación.

—Esto va sobre ruedas, ¡eh, jefa! -busca su aprobación.

—Te tengo dicho que no me llames de ese modo.

—Conozco a Celia y ya está a punto. Solo necesita una vueltecita más de

rosca y...listo.

—Ten cuidado que antes casi metes la pata con lo de la habitación. No

puedes fallar o no verás un céntimo, ¿lo entiendes?

—¿Me estás amenazando? Yo también podría tirar de la manta y todos tus

planes se iri...

—¡Óyeme gilipollas! -le corta agarrándole por los testículos con fuerza. Yo

no soy como ella. A mí no me da miedo un mierda como tú. No te pongas chulo

77
conmigo porque sino va a ser la última vez que lo hagas en tu puta vida. ¿Te

queda claro? Así que no me jodas. Haz lo que te ordeno, por eso te pago y

punto. ¿Comprendido? ¿Comprendido? —repite apretando aún más sus partes

pudendas.

Tony asiente de manera imperceptible, el dolor no le permite que su

garganta pronuncie palabra.

—Así me gusta. Que seas un buen chico -se despide del prestamista con

dos palmaditas en el hombro.

78
CAPÍTULO XV

He tenido un fin de semana horrible.

El viernes, cuando vino Fermín y mi hermano a casa para ver el fútbol,

ya me barruntaba como iba a pasar el fin de semana. Cuando me dan los

ataques de jaqueca lo paso fatal. Y lo peor de todo es que según voy

cumpliendo años me dan con mayor frecuencia.

Anoche puse el despertador con la intención de ir hoy a trabajar, aunque

no habría hecho falta porque no he dormido prácticamente nada, pero me

resulta imposible salir de mi cueva, como yo le llamo a mi habitación,

sumiéndola en la mayor oscuridad que me es posible. El más mínimo rayo de

luz por pequeño que sea me molesta.

Será mejor que llame a Miguel a ver si puede o quiere cambiarme el

turno y mañana ya veremos como me encuentro.

Tengo que llamar al trabajo para decir que me tomo el día libre pero el

móvil se me ha quedado sin batería por lo que tengo que levantarme para usar

el fijo que está en el salón y ya que bajo a la planta de abajo aprovecho para

tomarme algo caliente.

«Miguel, ¿qué tal? Soy Esteban. Sí...Mira...Bueno, regular. Te llamaba

precisamente por eso. Tengo turno de tarde, pero tengo una jaqueca de las que

hacen historia, así que te quería pedir si puedes cambiarme el turno, y así

79
tomarme el día libre...No, que va, llevo así desde el viernes, y como ya sé por

experiencia son tres días malos, así que mañana ya voy a trabajar... ¿Mañana?

Mañana, tengo mañana...Sí, sí, tranquilo, gracias pero seguro que mañana ya

estoy recuperado...Vale, muy bien. Muchas gracias...Me vuelvo a mi cueva...Sí,

lo haré. Gracias amigo».

Cuando cuelgo Berta llega a casa.

—Buenos días, Esteban.

—Hola Berta. Buenos días. Aunque muy buenos no son, al menos para mí.

—Otra vez esa maldita jaqueca.

—Otra vez. Me vuelvo al cuarto. Por favor no hagas mucho ruido.

—Descuide. Que se mejore. En un rato le subo un vaso de leche caliente.

—¡Oh! Se lo agradezco y algo para mojar porque tengo jaqueca y hambre.

—Muy bien. Enseguida se lo llevo.

80
CAPÍTULO XVI

Ha sido el peor fin de semana en familia de Celia.

El domingo pensaban pasarlo en la sierra y volver el lunes a primera

hora para aprovechar al máximo el tiempo de esquí, pero después de todo lo

que sucedió, volvieron a casa el domingo por la mañana.

Hoy lunes, Dani se ha ido a trabajar antes que cualquier otro día y Carla

enfadada por la vuelta tan precipitada lleva encerrada en su cuarto desde que

llegaron a casa.

Celia no se siente nada orgullosa de su comportamiento. Es cierto que

no jugó la tarde del sábado, pero nadie la cree. Desolada y sintiéndose

culpable de todo lo sucedido, antes de salir de casa para el «Centro Hope»,

Celia intenta, una vez más, hablar con Carla sin ningún éxito.

Hoy debe cerrar lugar, fecha y hora para la próxima charla sobre los

peligros del juego. Eso es en realidad lo que debe o debería hacer, pero tiene

decidido pasarse antes por su sucursal bancaria.

Tras esperar unos minutos a que terminase de atender a otros clientes,

Celia pasa al despacho del director que le espera en pie tras su mesa.

—Me alegro de verte -saluda estrechando su mano.

—Gracias Felipe. Lo mismo te digo.

81
—¿Le sucede algo a Dani? -se interesa señalando su silla para que tome

asiento.

—¡Eh! No. Nada. Es que quería hacerte una consulta.

—Tú dirás.

—Verás, necesito algo de dinero y me gustaría saber cuál es exactamente

nuestra liquidez.

—¡Ya!

—Es que...me gustaría hacer un regalo a Daniel por lo bien que se ha

portado conmigo -miente.

—Veamos -consulta su ordenador.

Tras un tiempo, que Celia sería incapaz de calcular cuanto, pero si bastante

incómodo, Felipe, mostrándose algo molesto por las circunstancias le comenta

la situación de su cuenta;

—En estos momentos tienes disponibles, cuatro mil ochocientos ochenta y

tres euros.

—¿Cómo cuatro mil ochoci...? ¡No puede ser! ¿Qué cuenta es esa?

—La conjunta de Daniel y tuya.

—¡Ah, bien! Pero yo me refiero a las otras.

—De las cuentas no puedo darte ninguna información.

82
—¿Qué dices? ¿Te has vuelto loco?

—Verás, Celia. Cuando ingresaste en el centro de rehabilitación, Daniel se

convirtió en tu tutor legal y...

—Sí, ya lo sé, pero ya estoy recuperada y capacitada para gestionar mis

cuentas.

—Sí, no soy yo nadie para dudar de ello, pero en su momento, Daniel

decidió unir todas las cuentas en una, era la mejor solución por cuestiones

tributarias e invertirlo en un seguro de vida.

—¡En un seguro de vida!

—Así es.

—No comprendo.

—Viendo lo que a ti te había sucedido decidió dar ese paso, tanto para

asegurar el patrimonio como el futuro de Carla.

—¿Y qué pasa conmigo? ¿No confía en mí? ¿De qué vivo yo?

—No es eso. Es una buena inversión a largo plazo. Es una manera de

aseguraros el futuro.

—Yo no necesito el dinero en un futuro, lo necesito ahora, ¿no lo

entiendes?

—Ahora dispones de cuatro mil ochocientos ochenta y tres euros.

83
—¿Y qué pretendes que haga con eso?

—No lo sé Celia, pero no puedo hacer otra cosa. Si quieres podemos llamar

a Daniel y lo hablamos entre los tres.

—¡No! A Daniel, ¡no!

Felipe se sorprende por la reacción de Celia.

—Quiero hacerle un regalo y si se entera ya no es sorpresa -intenta

justificar su comportamiento.

—Lo comprendo.

—Y ese seguro...¿no da beneficios?

—A ver...ese dinero no se puede tocar.

—Entonces, ¿para qué lo quiero?

—Ya te lo he explicado. Ese dinero...

—Ese dinero es mío -le interrumpe enfadada alzando la voz-. Me lo dejó mi

padre. ¿Por qué tiene que decidir sobre él nadie?

—No es nadie. Es Daniel, tu marido.

—Ni Daniel, ni nadie. Además Daniel no es como aparenta.

—¡Tranquilízate! Te cuento, ese dinero da un beneficio de cuatro cientos

treinta euros. Dinero del que tú puedes disponer.

—O sea, que yo dispongo de cuatro cientos euros y él de quinientos mil.

84
Ese dinero es mío. De mi familia. ¿Por qué tiene que manejar él lo que es mío?

—Porque tú no estabas en condiciones de hacerlo.

—Tú lo has dicho; no estaba, pero ya lo estoy. Quiero anular ese seguro.

—Eso no es posible.

—¿Quién es el beneficiario?

—Daniel o tú en caso de fallecimiento del otro, y en caso de faltar los dos, la

beneficiaria es tu hija.

—Pero es que yo necesito el dinero ahora y no cuando muera Daniel.

—Cuatro mil ochoci...

—Mira gilipollas, mi marido tiene una amante y se va a gastar mi dinero. El

dinero que mi padre me dejó en herencia, ¿lo entiendes? ¡Je! ¡Tú que vas a

entender! -echa en cara al director que la mira sorprendido por la actitud de

Celia-. Esto no va a quedar así. No vais a poder conmigo.

—Celia, de verdad. No te pongas así. Yo no...

—¡Déjame en paz!

Celia sale como alma que lleva el diablo de la sucursal. Todo lo tiene en

su contra. Se siente humillada y superada por las circunstancias. Se da cuenta

que Daniel lo tiene todo planeado, le ha quitado su dinero y ahora le engaña

con otra. Son bombas que estallan en su cabeza sin control.

85
Se sube en su coche. Tiene que ir al «Centro Hope» para ultimar las

charlas, pero su cabeza le grita que vaya a otro lugar. Un lugar peligroso para

ella.

86
CAPÍTULO XVII

Más que sentado, estoy desparramado en el sillón de casa. Ha pasado la

jaqueca, pero no el mal cuerpo. Pedí libre la tarde de ayer, pero hoy ya he ido a

trabajar. Me encuentro mejor, el dolor ha pasado pero el aturdimiento no tanto.

Además, después de tirarme tres días en cama tengo el cuerpo bastante

dolorido.

Estoy solo en casa. Mi hija pequeña se ha ido a dormir a casa de su

amiga Edurne y mi otra hija está de exámenes y me ha contado que se va a

pasar la noche en la biblioteca estudiando con un grupo de amigas, pero ya le

he advertido que si por lo que sea cambia de opinión y se quiere venir a casa

me llame y yo voy a por ella en el coche, sea la hora que sea, prefiero gastar

tiempo de sueño a que camine sola a altas horas de la madrugada.

Mi madre se ha ido ya a la cama, pidiéndome que no tarde, que debo

descansar. Mi respuesta es siempre la misma ante su sempiterno consejo; ¡Sí,

no te preocupes!

Conecto mi portátil. Llevo días sin entrar en el chat y no llevado por el

interés de conseguir lo que busco pero no encuentro, pero sí por la esperanza

de que pueda llegar a conocer a alguien interesante en el chat, entro en él.

«Maduro-56» vuelvo a utilizar como nick. El apodo «Mujer rubia» elijo para

hablar.

87
>Hola. ¿Qué tal? —saludo.

Como suelo hacer, juego al solitario esperando respuesta.

>Hola. Buenas noches.

>Hola. ¿Qué hay?

>Edad. Hijos. Trabajo. Ciudad. Estudios.

Madre mía. Esto es lo que se dice ir al grano —comento.

>56. Dos y medio. Madrid. Bioquímico.

Espero respuesta. Pasa el tiempo y no me contesta.

>Eeoo! Sigues ahí?

>Sí. Es que no me interesas.

>Ah! Y puedo saber por qué?

>Eres demasiado mayor para mí.

>Cuántos años tienes tú?

>55.

>55? Y soy demasiado mayor para ti?

>Sí, porque yo quiero a un hombre menor que yo.

>Pues nada, que tengas suerte.

«Siempre lo mismo. Me van a crear un trauma con la edad» —me quejo como

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si alguien pudiese oírme.

«Magdalena-cariñosa» —es la siguiente que elijo. Cambio mi nick; «Hombre-

tímido».

>Hola —saludo.

>Hola. Qué tal?

«¡Huy! Que pronto ha contestado» —pienso.

>Bien. Y tú?

>Pues ya ves. Echando un vistazo.

>Y te gusta lo qué ves?

>No mucho la verdad.

>Y eso?

>Pues que todos van directos al grano y no me gusta.

«Mira una que piensa como yo» —me digo.

>Estoy de acuerdo contigo.

>Cómo te llamas?

>Esteban. Y tú?

>Magdalena. Pero mis amigos me llaman Magdy.

>Ah. De ahí tu nick.

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>Exacto. Cuantos años tienes?

«Tardo unos segundos en contestar. ¿Qué hago?» —me pregunto—. «Le digo

la verdad para que haga como todas y no me vuelva a hablar, o me quito unos

cuantos años. Es una mentira sin importancia. Parece maja la chica.»

>Sigues ahí? —pregunta la chica al no obtener respuesta.

>Sí. Perdona, es que he ido a la cocina. Tengo 37 años.

>Yo 18.

>No te parezco mayor?

>Para nada. Lo prefiero. Me gustan las personas maduras y sensatas.

Además para hablar y ser amigos lo que menos importa es la edad.

>Pero es que este es un chat de sexo.

>De sexo es de lo que se habla siempre, pero en realidad el chat se llama

Chat amistad.

>Es cierto. Pienso lo mismo que tú. Tampoco me gustan esas mujeres que

van al grano y lo único que pretenden es satisfacer su propio beneficio.

>Tienes hijos?

>Sí. Dos y medio.

>Ja, ja! Cómo es eso?

>Mi ex tenía un hijo cuando nos casamos.

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>Ah! Ahora lo entiendo todo.

>Víctor para mí es como un hijo más.

>Si ha crecido contigo, es normal que exista ese sentimiento.

>Quieres saber algo más sobre mí?

>No es necesario. Si continuamos hablando, ya irán surgiendo cuestiones

de nuestras vidas. No me gusta bombardear con preguntas, ni que lo hagan

conmigo.

>Vaya! Por fin alguien que piensa como yo.

>Es difícil pero de vez en cuando te encuentras con gente normal por estos

sitios.

>Ja, ja! Gracias por lo de normal.

>Sí. Bueno. Me refiero gente con la que se puede hablar de todo sin ningún

interés en particular más que por el gusto de charlar.

>Uf! Dímelo a mí. No hace mucho conocí a una que quería venir a vivir a

casa porque la echaban de la suya.

>Je,je! Que morro!

>Hay gente p'a to!

>Ya te digo.

>Y tú hablas mucho por aquí?

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Me intereso.

>La verdad es que no. Lo hice hace un tiempo y lo deje porque me aburría,

y hoy es el primer día que entro en el chat.

>Por qué lo has hecho?

>Por curiosidad. No podía dormir. Estaba dándole vueltas a la cabeza y

bueno, mírame donde estoy.

>Ya veo, ya. Me alegro de que lo hayas hecho.

>Sí y yo. Esteban te voy a dejar. Ya es tarde y mañana tengo clase.

>Y yo trabajo.

>Pues vamos a la cama.

>Me gusta tu propuesta.

>Je, je!

>Es broma!

>Ya. Ya. Mejor lo dejamos para otro día.

Su siguiente respuesta es el emoticono guiño.

>Ja, ja, ja! Me ha encantado hablar contigo.

>Y a mí. Si te apetece mañana podemos volver a hablar un rato.

>Por mí, de acuerdo.

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>Bien. Entonces hasta mañana.

>Chao!

Magdalena-cariñosa ha abandonado el chat.

«Que chica más maja» —me digo mientras desconecto el portátil. Mañana me

conectaré otra vez. ¡Ah! ¡Qué tonto! Tenía que haberle pedido su messenger

para hablar por privado, porque mañana como no utilice el mismo nick no podré

dar con ella. ¡Aajj, seré imbécil!! -me critico. En fin, a ver que pasa mañana».

Me voy a la cama con un buen sabor de boca. Me he sentido cómodo hablando

con la chica. Mañana haré lo posible por encontrarla y hablar con ella.

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CAPÍTULO XVIII

Celia trabaja en su despacho del Centro de rehabilitación. Está muy ocupada

con la difusión de la próxima charla, fijada para el viernes a las seis y media de

la tarde en el Centro Cívico del distrito norte, una zona especialmente

problemática y azotada por el juego.

Un ligero ¡toc!, ¡toc!, en la puerta la saca de su concentración. ¡Adelante!

—da permiso a quien sea quien llame.

—Celia. Pronto. Al despacho del director.

—¿Qué ocurre? —pregunta asustada.

Asunción, la bedela, no contesta y corre a la puerta de Ana, una de las

psicólogas, situada al lado del despacho de Celia. El mensaje es igual de

escueto y alarmante.

Sin conocer el motivo, pero preocupada porque parece que lo que ocurre

es grave, Ana y Celia llegan al despacho del director.

Lucas está sentado en uno de los sillones frente a la mesa de Jaime que

le observa en silencio con gesto serio. Magdy está sentada a su lado.

¿Qué sucede? —pregunta Celia, sin conseguir que nadie le conteste. ¿Te

encuentras bien? —se interesa por Lucas que como única respuesta agacha la

cabeza.

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Los dos psicológicos más que trabajan en el centro, Ginés el tesorero, la

bedela y José el guarda de vigilancia entran en el despacho tras ellas.

—Eusebio, ¿nos vas a decir que ocurre? —quieren saber todos, pero la que

pregunta es Ana.

—Ha desaparecido dinero de mi despacho.

—¡¡Qué!! —exclama Celia.

—¿Cómo es posible?

—En el cajón de mi mesa anoche guardé cuatro mil euros —comenzó a

contar el director—. Ese dinero era para pagar a los obreros que están

arreglando la bajante del baño. No me lo quise llevar a mi casa por temor a que

me lo robasen por la calle. Esta tarde tenía que hacerle el pago y cuando he

abierto el cajón el dinero ya no estaba.

Todos guardan silencio por lo delicado del momento.

—¿Por qué no llamas a la policía? —propone Ana.

—Anoche yo salí del centro cerca de las diez de la noche —prosigue el

director sin hacer caso a la propuesta de la psicóloga—, y aquí se quedó gente

trabajando.

—¿A dónde quieres llegar? —pregunta Celia ofendida dándose por aludida.

—Está claro. Nos está diciendo que somos unos ladrones -espeta Magdy

enfadada.

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—¿Eso piensas de nosotros? —exclama Celia sin dar crédito.

—De vosotros, no. De alguno de vosotros.

—Lo que no entiendo es que hace aquí Lucas —quiere saber Ana.

—José, cuéntales lo que me has dicho a mí hace un momento —le pide el

director al guarda.

—Al saber lo del robo he visionado los vídeos de las cámaras de ayer y a

las 22:18 horas exactamente, se ve a Lucas entrando en el despacho del

director.

—Lucas es inocente —grita Magdy en su defensa—. No es ningún ladrón.

—No me gustaría tener que meter a la policía en esto. Así que quien haya

sido que devuelva el dinero y olvidaré lo ocurrido —pide Eusebio.

—No entiendo nada. Lucas, ¿por qué no te defiendes? —pregunta Magdy

indignada.

—Será mejor que dejemos a solas a Lucas con Eusebio.

Salen del despacho conmocionados por la noticias. Celia camina por el largo

pasillo hasta su despacho.

—¡Celia! —la llama Magdy—. ¿Se puede saber qué te pasa?

—¿A mí? ¿Qué te pasa a ti?

—¿Cómo puede dejar que Lucas cargue con la culpa cuando sabes que él

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no ha robado nada?

—Yo no lo sé.

—Tú le pediste a Lucas que fuese al despacho del director, sabiendo que

está prohibido.

—Le pedí que me hiciese el favor de llevar una documentación. Había

venido mi hija a por mí y quería irme pronto a casa.

—Pero sin embargo, no te fuiste. Fuiste la última en salir del centro.

—Se puede saber a dónde quieres llegar.

—¿Qué pasa? ¿Se te dio mal el otro día en el bingo?

—¿Qué dices? Estoy limpia. No te consiento que después de todo lo que he

hecho por ti y por Lucas, me faltes el respeto de ese modo.

—Lo tenías todo planeado, ¿verdad? Lo fácil es echarle la culpa al chico

que está luchando por rehabilitarse, ¿no es eso?

—¡Déjame en paz! -le pide con desprecio.

Celia entra en su despacho y cierra la puerta tras ella. ¡Maldita niñata! —

reniega apoyada en la puerta.

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CAPÍTULO XIX

—¡Estás preciosa!

Piropea Daniel a su esposa al verle bajar las escaleras de su casa

preparada para acudir junto a él a la fiesta de proveedores. Un acto anual, que

tanto Daniel como su socio Borja, llevan preparando meses. Pretender cerrar

un negocio con la multinacional «Seguí», empresa lider del mercado y con la

que pueden ganar mucho dinero si todo sale según lo previsto.

Celia lleva un vestido de noche negro de corte sirena y descote barco. El

pelo lo lleva recogido en un moño italiano bastante favorecedor.

—Eso también se lo dices a la otra, ¿verdad?

—Ya estás con eso otra vez -reprocha su marido.

Nadie le ha preguntado a Celia si le apetece ir a la fiesta. Se da por

hecho que tiene que acompañar a su marido a la pesadez (para ella), de fiesta.

Está de mal humor por ello y por todo lo que está viviendo en los últimos días,

se entera de que su marido le engaña con otra, aparece Tony pidiéndole un

dinero que no tiene y para colmo hay un robo en el centro y Magdy le acusa de

haberlo perpetrado ella.

No le apetece nada tener que fingir en la fiesta que son un matrimonio

perfecto, que se aman con locura. Está ya bastante harta de tanta mentira y de

tanta situación inverosímil.

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Han decidido dejar el coche en casa e ir a la fiesta en taxi, de ese modo

podrán tomarse alguna que otra copa. Tanto su socio como él creen que los

buenos negocios se cierran con una buena copa de champagne.

Ya sentados en el asiento trasero del taxi, Daniel intenta un

acercamiento con su esposa agarrando su mano, gesto que esta rechaza con

modales poco ortodoxos.

—Celia así no podemos seguir.

—Tú te lo has ganado a pulso.

—¿Yo? ¿Pero, qué he hecho?

—Sí claro, ahora hazte el tonto.

—Es por el dinero, ¿verdad?

—¡Vaya! Parece que no eres tan tonto.

—Me lo ha comentado Felipe. Compréndelo. Lo único que he intentado es

proteger nuestro dinero y nuestro futuro.

—Nuestro ¡NO! ¡Mi!

—El dinero de ¡Mi! Negocio, ¡Nuestro! Negocio también está invertido en el

seguro. Estamos hablando de nuestro futuro y el de nuestra hija.

—Ahora no es el momento de hablar de eso -señala con la mirada al taxista

que está pendiente de la conversación.

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Los tres guardan silencio. La tensión en el interior del coche se puede

cortar.

Llegan a la fiesta. Dejan sus abrigos en el guardarropa. Una puerta

corredera da acceso al salón donde se celebra el encuentro. Un mayordomo

perfectamente uniformado la abre permitiéndole el acceso. Una suave música

inunda la estancia. Borja y Diego, su pareja, al verles entrar van a su

encuentro. Celia les saluda con su mejor sonrisa fingida.

—¿Qué hay parejita? El señor Okay acaba de llegar y ya ha preguntado por

ti -señala a Daniel.

—Ya estaba nervioso -acusa Diego a su pareja.

—¡Ya te digo! Como para no estarlo. Nos estamos jugando mucho dinero.

Vamos a saludarle -le pie a Daniel tirándole del brazo.

Celia se queda con Diego que coge dos copas de vino blanco de la bandeja

que el camarero pasea por la sala para que los invitados se sirvan.

Hablan de cuestiones sin importancia e intrascendentes. Celia lo único

que quiere es que el evento termine cuanto antes e irse a casa.

—¡Hola Antonio! Me alegro de verte -saluda Diego a alguien situado tras

ella. Celia por inercia se gira y lo que ve no le gusta nada.

—Ya ves amigo. Aquí estamos tomándonos algo -saluda acercándose a

ellos.

100
—Perdona. No sé si os conocéis. Él es Antonio, Antonio Martín. Ella es

Celia, la esposa de Daniel -les presenta.

—Sí. Nos conocimos en la sierra -cuenta Celia sin dar crédito al ver quien

es.

—Sí. Su esposo tuvo un desagradable incidente y el destino quiso que yo

me cruzase en su camino. ¿Verdad, Celia?

—Sí.

—¡Ah! Bonita coincidencia. Perdonadme, pero tengo que saludar a un

amigo —se disculpa Diego.

—Sí, claro. Ya hablaremos en otro momento la conversación que tenemos

pendiente -cita Tony a Diego.

—Eso está hecho. Ahora nos vemos.

Diego los deja solos. Los ojos de Celia radian rencor y odio. No puede

disimularlo y tampoco quiere.

—¿Se puede saber que coño haces aquí?

—¡Sshh! Una señora como tú no puede decir esas groserías -se burla Tony

sacándola aún más de quicio.

Celia le agarra del brazo y le saca de la sala. No quiere que le vean

juntos.

Salen a un pequeño hall que da acceso al baño. Hablar con Tony nunca

101
es apropiado para Celia, pero siempre será mejor ahí que ante la mirada

exhaustiva aunque disimulada de los de la fiesta.

—¿Qué haces aquí? ¿A qué has venido?

—Tranquila. No te pongas nerviosa que tu maridito podría darse cuenta y la

bomba estallaría, y eso no lo quieres tú, ¿a qué no?

—Déjame en paz. Que no quiero volver a verte. Ya me destrozaste la vida y

no voy a consentir que vuelvas a hacerlo.

—Yo no hice nada. Lo hiciste tú solita, guapa.

—¿Qué quieres? ¿Tú dinero?

—No te lo iba a contar pero sabiendo la ilusión que te va a hacer el saberlo

no puedo privarte de esa alegría.

—¿Qué dices?

—Voy a hacer un negocio con tu marido y el maricón de su socio.

—¡Qué imbécil eres!

—Sí. Sí. Imbécil. Pero voy a estar muy muy cerca de ti. Así que vete

acostumbrando. Y hablando de todo, ¿cuándo me vas a dar mi dinero?

—Mañana te espero en el callejón trasero de tu apartamento. Te pago y

desapareces para siempre.

—Buena chica.

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—No tengo todo el dinero. Solo te puedo dar ocho mil euros. Con eso tienes

más que suficiente. Pero no te quiero volver a ver. ¿Te queda claro?

—Cariño, ¿qué haces aquí? -les interrumpe Daniel. Te estaba buscando.

¡Hombre, Tony! ¡Qué sorpresa!

—Ya ves amigo. Cerrando unos negocios.

—¿Qué hacíais?

—Celia no se encontraba bien y le he propuesto tomar un poco el aire.

—¿Te encuentras mal? —se interesa Daniel.

—Esto...estoy un poco mareada. Si no te importa me gustaría irme a casa.

—Yo no puedo irme. Tengo que cerrar el trato con el señor Okay.

—No te preocupes yo me voy en un taxi. Te espero en casa.

—Procuraré tardar lo menos posible para estar contigo -se despide de ella

con un cariñoso beso en la mejilla.

—Allí te espero.

—Que te mejores -desea Tony.

Celia ni le mira ni contesta. Va en busca de su abrigo y le pide a la señora del

guardarropa que le pida un taxi.

—Perdónala —la disculpa Daniel con Tony—. Lleva unos días complicados.

—No tengo nada que perdonar. Hay veces que las cosas no salen como

103
nosotros queremos. ¿Nos tomamos una copa?

—Me parece una estupenda propuesta —contesta Daniel, entrando ambos

en el salón donde la fiesta continua.

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CAPÍTULO XX

Sus cuerpos, uno al lado del otro, descansan sobre la cama. Acaban de hacer

el amor. En esa cama solo están sus cuerpos, porque sus mentes, las de

ambos, están a kilómetros de distancia.

Es cierto que la relación de Magdy y Lucas ha estado siempre repleta de

altibajos. Cualquier cuestión que para otros sería una nimiedad para ellos

termina en pelea y separándose durante semanas. Luego se reconcilian y

vuelta a empezar. Pero con cada pelea, con cada insulto, con cada discusión,

el amor, los sentimientos se van resquebrajando hasta llegar a la situación en

que solo hacen el amor dos cuerpos donde la pasión, el deseo y el amor se

sitúan en un segundo o tercer plano.

—¿Te puedo hacer una pregunta?

Le pide permiso Magdy, tumbada sobre su lado derecho mirando a Lucas que

tumbado boca arriba con las manos colocadas tras la cabeza y los pies

cruzados, solo se encoge ligeramente de hombros, demostrando que le importa

bien poco lo que su pareja quiere saber de él.

—¿Por qué no te defendiste cuando todos te acusaron del robo? Sé que no

fuiste tú.

—¿Cómo puedes estar tan segura?

—Te conozco y sé que no eres capaz de llegar a eso. Además creo que sé

105
quien fue.

—¿Qué eres ahora, detective?

—El otro día me pareció ver a Celia entrar en una sala de juego.

—¿¡Qué dices!? Esa acusación es muy grave.

—Estoy prácticamente segura de que era ella. Perdería todo lo que llevaba

y para que su familia no se entere ha robado en el centro y te ha culpado a ti.

—Ella no dijo que fuese yo.

—No. Es más lista que todo eso. Te pidió que fueses al despacho del

director a dejar los formularios sabiendo que las cámaras te iban a grabar. Ahí

está su acusación. Cuando tú te fuiste, ella fue al despacho y robó el dinero.

Sabia que te iban a culpar a ti.

—¿Cómo puedes pensar eso de ella? ¿No era tu amiga? Tú la llevaste a mi

casa para que me convenciese de ir al club y ahora sales con esto. No hay

quien te entienda, de verdad. La estás acusando de algo muy gordo y solo son

sospechas.

—¿Por qué le defiendes? Te recuerdo que te piden que devuelvas un dinero

que no tienes o lo pondrán en manos de la policía.

—Que lo hagan. Así se sabrá toda la verdad.

—De verdad que no te entiendo. No te conozco.

—No me acabas de decir que sí me conoces. ¿En qué quedamos?

106
—Claro que te conozco, aunque últimamente actúas de manera tan extraña.

Tanto como para llegar al suicidio.

—¡Calla! No vayas por ahí. Siempre te pasa lo mismo. Te gusta remover la

mierda.

—No pretendo remover nada. Solo quiero saber que es lo qué sucede. Hay

muchas cosas que no comprendo. ¿Qué está pasando?

—Qué te está pasando a ti, dirás.

—¿A mí? ¿De qué me puedes acusar? ¡A ver, dime!

—Tú también llevas un tiempo actuando muy raro.

—¿Yo?

—Sí, tú, tú. ¡Doña Perfecta! La que todo lo hace bien, a la que nunca hay

que reprochar nada porque es intocable, pero que bien le gusta tocar los

huevos a los demás.

—Pero...¿a son de qué viene ahora esa acusación? Solo te he preguntado

porque no te defendiste de la acusación.

Magdy sale de la cama y se viste apresuradamente. Quiere salir cuanto

antes de aquella habitación.

—Sí, vete antes de que lleguen mis padres. No quiero que te vean, que

siempre me están dando la barrila, que sí Magdy esto, que sí Magdy aquello.

Magdy sale con lágrimas en los ojos, sin comprender el comportamiento

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de Lucas al que cada vez ve más distante y seco con ella. Sentimientos y

sensaciones que son recíprocos.

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CAPÍTULO XXI

Celia se ha dado una ducha buscando una relajación que no ha conseguido.

En albornoz y con las zapatillas de casa va hasta la cocina para

prepararse una copa. Está sola en casa. Carla ha salido al cine y a cenar con

unas amigas. Lo agradece. Necesita estar sola.

Hay una pregunta rondando su cabeza, que le lleva torturando desde

que apareció Tony. No sabe qué hacer. No tiene nada claro como actuar.

Debería de contarle a Daniel quien es en realidad Tony y lo que pretende de

ella. De ese modo se quitaría un peso de encima, pero estaría corriendo el

riesgo de perderle al tener que contarle el modo en que conoció a Tony. Al día

siguiente ha quedado para darle su dinero. Solo ha podido reunir ocho mil

euros. Que ese es otro punto que le preocupa bastante. Ha sacado de la

cuenta los cuatro mil ochocientos euros, cuando se entere su marido le va a

preguntar para qué los quería y después el altercado de la sierra va a pensar

que es cierto que ha recaído en el juego. Siente que todo está en su contra. La

aparición de Tony lo ha complicado todo. ¡Maldita sea! -masculla entre dientes

dando un trago a su whisky.

¡Biiip! ¡Biiip! —suena su whastapp. Con más pereza que curiosidad abre

la aplicación para ver quien es.

!Muérete! —le desea cerrando el móvil sin por supuesto contestarle al

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emisor.

Va al salón donde está el portátil y lo conecta. Necesita desconectar un

rato.

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CAPÍTULO XXII

Son aproximadamente las una de la madrugada cuando salgo de la página del

diario digital y consulto la lista de nombres del chat, repitiéndome una vez más

que esa va a ser la última vez que lo hago esa noche.

Había perdido ya la cuenta de la cantidad de veces que he buscado el

nick de Magdy. «Tenía que haberle pedido el messenger, o el skype o el

whatsapp, lo que sea para poder localizarla» -me quejo llamándome tonto.

Un nuevo usuario ha entrado en el chat -me informa la aplicación.

Pastelito-dulce —leo. «¿Será ella?» -me pregunto. «Puede que haya cambiado

el nick porque no recuerde el que usó hace unos días» —me digo—. «Me contó

que no tenía costumbre de entrar en estos sitio»s —contesto a la conversación

que mantiene mi cabeza ella sola. «Pastelito puede ser ella o quizás no. O ser

ella y que haya cambiado el nick para que no la reconozca porque no quiere

volver a hablar conmigo, o como digo porque no recuerde el que usó, no sé,

son bombas de dudas que explotan en mi cabeza a estas horas y que no me

dejan pensar con claridad». «Además...¿por qué tantas dudas?» —me

reprocho. «Solo has hablado una vez con ella, no hay nada más, recuerda que

entras en el chat solo con la intención de pasar el rato -me aclaro-, nada más.

Háblale y si es ella perfecto y no es así, pues será otra persona con la que

puedes congeniar también» -me aconsejo sin llegar a comprender mis dudas.

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«Guing» —alguien me escribe. Es Pastelito-dulce.

>Hola. ¿Eres Esteban? Soy Magdy.

>Si guapa. Soy yo. Como me gusta encontrarte. Pensaba que te había

perdido. Llevo esperándote desde las antes de las doce.

>Perdóname. Es que hoy he tenido un día un poco complicado. Y para

colmo no recordaba el nick que utilicé el otro día.

>Vas a tener que comer rabillos de pasas.

>Je, je. Bueno, al menos nos hemos podido volver a encontrar.

>De eso quería hablarte. Por qué no me das tu messenger o whahsapp o el

skyp, así no hay peligro de perdernos. Además, también podremos hablar más

tranquilamente que por aquí.

>K pasa? Me quieres en exclusividad?

>Por supuesto. Te tengo que advertir que soy celoso.

>Es una amenaza?

>Para nada. He querido decir que me encuentro cómodo hablando contigo,

porque me he encontrado con cada una, que madre mía. En fin, dejemos eso.

Qué te ha sucedido hoy?

>A mí?

>Sí. No dices que has tenido un mal día.

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>Ah! Sí, bueno. Mi novio, que ya no lo aguanto.

>Tienes novio?

>Sería más real hablar en pasado. Está ya todo tan ajado que la relación se

ha roto.

>Qué ha pasado? Si me permites la pregunta.

>Lo de siempre.

>Y qué es lo de siempre?

>Que cuando las relaciones no van bien, es mejor dejarlas.

>Depende de tus sentimientos. O al menos esos son los que a mí me

interesan.

>Je, je.

>Je, je, qué?

>Nada. Todo ha terminado entre nosotros. Me gusta hablar contigo. Si

quieres podemos hacerlo.

>El qué?

>Hablar.

>Ah!

>No seas mal pensado.

113
>Ja, ja.

>Se me está ocurriendo algo. Un juego. Te apetece?

>Dime.

>Me da un poco de vergüenza porque no he hablado antes de sexo de este

modo, pero bueno...Tienes fantasías sexuales?

>Sí. Creo que todos las tenemos. Cada uno fantasea con el modo de hacer

el amor que más le excita.

>Y...has cumplido alguna?

>No. Incluso lo prefiero.

>Cómo es eso? Los hombres siempre fantaseáis con lo de hacer un trío.

>Un trío? Dos mujeres para mí a la vez no van a querer ellas y con otro

hombre no quiero yo.

>Je, je. Hombre, visto así. Por qué dices que prefieres no cumplirlas?

>Porque si las llevara a cabo dejarían de ser fantasías.

>Si. Eso es cierto. Entonces....no quieres jugar ahora conmigo?

>Contigo juego y hago lo que tú quieras? Qué tengo que hacer?

>A ver, se me acaba de ocurrir que el juego lo podemos llamar “Jugar a

quietos”

>Bien. Qué más?

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>Tú solo lee. No me contestes. Imagina la situación que te voy a plantear.

Visualiza la escena en tu cabeza como si estuvieses viendo una película y

déjate llevar, cuando termine me dices si te ha gustado o no.

>Perfecto! Puedes empezar cuando quieras.

>Estás tumbado en la cama. La habitación es fresca y una tenue luz la

ilumina. Solo llevas unos calzoncillos ajustados que marcan tu abultada

entrepierna. Te observo desde el quicio de la puerta. El deseo se plasma en mi

rostro y en mi cuerpo cubierto únicamente por un salto de cama de encaje azul

y un tanga de hilo a juego.

Avanzo hacía ti. Me sigues con la mirada. Agarro el pañuelo de seda que hay

sobre el respaldo del butacón. Me siento a horcajadas en tu cintura. Con el

pañuelo ato tus manos al cabecero de la cama. En el juego soy yo quien

domina. Quiero que seas mío y que disfrutes solo con la mirada. Acerco mis

labios a los tuyos, los rozo ligeramente, noto que quieres más, pero considero

que para empezar con ese roce es suficiente. Quiero excitarte y que el deseo

vaya en aumento. Me contoneo para que puedas sentir como rozan mis

pezones tu pecho desnudo. Voy bajando por tu cuerpo lentamente cubriendo tu

torso con besos cortos y delicados. Llego a tu ombligo y continuo bajando.

Noto la dureza de tu pene a través del slip. Muerdo el elástico bajando un poco

tus calzoncillos. Lentamente, como a cámara lenta, tiro de ellos para

quitártelos. Alzas las caderas para facilitarme la acción, movimiento que

aprovecho para agarrar tus fuertes glúteos. Durante unos segundos mi lengua

115
juega con tu erecto miembro. Sé que te gusta, puedo verlo en tu cara. Salgo de

la cama. El clímax está en el momento álgido y quiero mantenerlo ahí. Camino

hacía el butacón de donde he cogido el pañuelo situado a los pies de la cama.

Noto tu mirada clavada en mi cuerpo y me gusta. Me siento en él ofreciéndote

mi cuerpo. Separo las piernas. Te brindo mi sexo que cada vez noto más

húmedo. Lo palpo por encima del tanga que se moja con mi flujo. Levanto la

goma y meto mi mano separando aún más las piernas y recostándome sobre la

butaca. Me miras. Imaginas que mis dedos entran en el tajo de mi sexo

mojándose. Supones que uno de mis dedos roza el clítoris produciéndome un

latigazo de placer. Sé que quieres verlo. Lo veo reflejado en tu cara. Tu pene

está aún más duro. Sé que te gusta lo que estás viendo. Domino la situación y

es eso me excita aún más si cabe. Aparto el tanga dejando a la vista mi sexo.

Ahora si puedes ver como mi mano, mis dedos lo recorren de arriba abajo

mientras con la otra mano masajeo mis pezones firmes por el frenesí. Me

enciende la idea de masturbarme mientras tú me miras. Toco el clítoris

chorreante y separo los labios para que puedas verlo mejor. Mis dedos se

cuelan por el estrecho hueco de mi vagina. La misma oquedad que dentro de

unos instantes acogerá a tu pene. El movimiento de mis dedos es cada vez

mayor. El placer me inunda. El gozo hace que mi espalda se arquee y mi

garganta gima de gusto. Noto como un calor extremo se va agolpando entre

mis piernas abiertas. Sé que el orgasmo está a punto de llegar. Todo va a

explotar en unos instantes. Mis dedos entran y salen de mi vagina cada vez

más rápido y más y más rápido. No puedo aguantar más y un flujo caliente y

116
ligero sale de mí. Puedes verlo. Puedes ver como mi sexo se contrae por el

gozo y el placer. Mi mano está empapada de mí. Lamo mis dedos, haciéndote

saber que ha llegado tu momento. Vuelvo a la cama donde impaciente me

esperas. Tu pene está a punto de explotar. Con un movimiento certero hago

que entre en mí. La vibración es extrema. Solo necesito unos segundos para

sentir como tu pene lanza tu semen caliente dentro de mí. Me gusta notarlo.

Me gusta tu cara de gusto. Me gusta cabalgar sobre tus caderas una vez que

sé que has culminado. La respiración de ambos es agitada. Me dejo caer sobre

tu pecho dejando tu pene dentro de mi. Sé que te gusta dejarlo en mi vagina

hasta que la erección haya bajado por completo. Es un ritual que nos gusta a

los dos. Hemos jugado a algo diferente. Hemos actuado como nunca lo

habíamos hecho, la primicia y la innovación han hecho que disfrutemos como

nunca de esta sesión de sexo.

Esteban! Esteban! Sigues ahí?

>Sí. Sigo aquí. Cómo para irme.

>Je, je. Te ha gustado?

>Me ha encantado. Eres una experta. ¡Uf! Cómo me has puesto?

>Sí? Te has excitado?

>Ya te digo. Menudo calentón.

>Me alegro. A mí también me ha gustado.

>Ya con esto me has enganchado para siempre. Ahora si es verdad que me

117
tienes que dar tu messenger o skype. Ya que te he encontrado no quiero

perderte.

>No tengo skype.

>Pues tu messenger o tu whatsapp. Dirías que soy muy atrevido si te pido

el teléfono.

>No es que suela dar mi teléfono al primero que me lo pide, pero bueno, tú

eres diferente.

>Gracias por considerarlo de ese modo. El mío es 68037284032.

>62918032874.

>Gracias guapa.

>Sería bueno que nos fuésemos a dormir. Mira la hora que es.

>¡Uf! Son más de las tres de la mañana. Se me ha pasado volando. Y

mañana tengo turno de mañana.

>Trabajas en un hospital?

>No. Soy bioquímico en la depuradora de agua.

>Ah! Y hay turnos de trabajo.

>Sí. Hay tres turnos y esta semana estoy de mañana. De siete a tres. Me

recoge un compañero a las seis. Cada semana conduce uno. Nos vamos

turnando. Así cuando no me toca conducir voy durmiendo en el coche.

118
>Pero dónde tienes que ir?

>La depuradora está a una hora de camino de casa.

>Una hora recorres todos los días de ida y vuelta?

>Así es.

>Qué paliza!

>Que le vamos a hacer. Cansa, pero terminas acostumbrándote.

>Así que vas a dormir tres horas.

>Más o menos.

>Vamos a dejarlo ya para otro día.

>Mañana?

>Vale. Mañana me conecto otra vez y hablamos otro poco.

>Genial. Aquí estaré como un clavo.

>Muy bien. Que descanses y mañana tengas un buen día.

>Lo mismo te deseo guapa.

>Un beso.

>Otro grande para ti.

Cierro la sesión y apago el ordenador. Me ha dado vergüenza decírselo

pero con su relato imaginario de verla masturbarse ha conseguido excitarme y

119
que explote de placer. He tenido que ir al baño a lavarme. Hacía tiempo que

una mujer no me hacia gozar de ese modo.

120
CAPÍTULO XXIII

Vaqueros, jersey de punto y cuello alto, parka negra y bufanda de lana liada al

cuello es la vestimenta con la que Celia sale de madrugada de casa.

Hace frío, pero ese no es el único motivo por el que van tan tapada. No

quiere ser reconocida.

El mensaje que había recibido era de Tony, cambiando los planes, le

había pedido, aunque sería más explicito decir que le ha exigido, verse en una

hora en su apartamento.

Está tranquila en lo que respecta a Daniel, sabe que es imposible que se

entere de su escapada nocturna. Conociéndole, sabe que continua en la fiesta,

«seguro que con la zorra de su amiguita» —piensa. «Volviéndome a casa

nada más empezar la fiesta, les he dejado el campo libre» —se dice con gesto

de ya no importarle demasiado, mientras conduce por las solitarias calles de la

ciudad.

En estos momentos lo único que le preocupa es pagar a Tony sin que

nadie se entere y sabe que el malnacido ese no va a aceptar menos dinero,

pero es que le ha resultado imposible conseguir más.

Aparca en la acera de enfrente al callejón donde vive el prestamista.

La calle está desierta tanto de viandantes como de coches. Es normal,

ya que en ese barrio, es mejor no salir de casa a partir de las diez de la noche

121
y oigas lo que oigas, si no quieres que tu integridad peligre, hacer oídos sordos,

no llamar a la policía y no meterte en líos. «Solo falta el vapor de agua saliendo

de una de las alcantarillas para ser lo más parecido a una película de gánster

de los años cincuenta» —comenta con recelo.

Celia sale del coche. El aire mueve las copas de los árboles, todo parece

tranquilo. Un perro ladra a lo lejos y el golpe al cerrar la puerta del vehículo es

lo único que se oye.

El ladrido del perro se transforma en alarido. Está claro que a alguien le

molestaba.

Cruza la calle imbuida en sus ropajes, los mismos que le ayudan a

esconder su botín.

La arquitectura de los portales de esa calle es la misma. Para llegar a

ellos hay que subir trece peldaños, mala comparación con el patíbulo, aunque

para Celia es lo más parecido.

En sus buenos tiempos, aquella puerta de madera ajada, rota y

descolorida debía de haber sido bonita. De las aldabas que en su mejor época

la adornaban y servían para llamar, ahora solo queda el cerco más claro de no

haber sido barnizado las pocas veces que lo fue la puerta. Ahora mismo los

únicos adornos que tiene la puerta son unos orificios bastante sospechosos y

estando donde está es mejor no preguntar.

En tiempo atrás había tenido telefonillo electrónico, pero ahora las

122
únicas señales que quedan de él son unos cables colgando de un hueco en la

pared derecha del portal.

No hay más posibilidad de contactar con los pisos estando en la calle

que a voces y por supuesto esa opción la descarta al instante. «Tiene que

haber alguna forma» —piensa empujando la puerta y cediendo esta—.

¡Eureka! —se alegra de haberlo conseguido sin esfuerzo alguno a la vez que

recela.

Empuja la puerta expectante con lo que pueda encontrarse tras ella. La

escalera esta oscura y sabe que aunque dé al interruptor la bombilla no se va a

encender.

Avanza por el portal, para llegar a las escaleras, porque por supuesto no

hay ascensor. Está nerviosa y quiere que nada se le escape de su campo de

visión. Mira a todos lados. Lo quiere ver todo, pero en realidad no hay nada que

ver. El portal está vacío.

Despacio, sube los desgastados peldaños inquietante y sorprendiéndose

con el mas mínimo crujido o el más leve sonido. Tiene los nervios a flor de piel

y cualquier ruido le sobresalta.

Sube las escaleras con tanto cuidado como si se fuesen a derretir bajo

ella.

Mirando a todos lados, sin querer perderse nada llega al primer rellano.

Primero izquierda, derecha, lee las indicaciones. Le queda un piso más para su

123
destino. Continua subiendo las escaleras como si al pisarlas les hiciese daño.

Segundo derecha, ese es el apartamento de Tony. Hay un llamador al lado de

la puerta pero no necesita usarlo, la puerta está entreabierta. Su instinto le grita

que algo va mal. Empuja la puerta. Las bisagras chirrían. Un largo pasillo se

abre ante ella. Parece que no hay nadie. «¿Si pensaba salir por qué me ha

pedido que venga?» —se pregunta—. Además, ¿cómo se iba a ir y dejar la

puerta abierta? Hay algo raro en todo eso, algo que no encaja.

Avanza por el pasillo con cautela. La luz de la habitación del fondo está

prendida. ¡Tony! —llama con miedo—. Nadie contesta. Llega al quicio de la

puerta y lo que ve la deja helada. Tiene que taparse la boca para ahogar el

grito que de manera inconsciente le sale de la garganta al ver a Tony tirado en

el suelo rodeado por un gran charco de sangre. Aún le queda un hilo de vida. Al

verla le pide ayuda extendiéndole el brazo. Celia nos se inmuta. ¡Tú...! ¡Tú...!

-Tony parece querer decirle algo pero se desploma antes de poder hacerlo.

Celia no sabe que hacer, ni como actuar. Si llama a la policía va a tener

que explicar por qué ha ido a visitar a Tony y Daniel se va a enterar de su

secreto. Si se va, nadie la va a relacionar con Tony, nadie le ha visto entrar,

nadie sabe que ella ha estado allí, así que sin pensárselo huye del

apartamento.

124
CAPÍTULO XXIV

Lucas camina a paso ligero por una de las calles del centro de la ciudad. Tiene

prisa por llegar al parking de Recoletos donde ella le espera.

Baja al garaje por la zona de peatones y una vez dentro, una ráfaga de

luz con los faros es la señal para saber donde está estacionado el coche donde

le espera su amor.

Antes de entrar al coche, mira a un y otro lado cerciorándose de que no

haya nadie que pueda verle.

—¿Cómo ha ido todo? —quiere saber la chica.

—Según lo previsto.

—Sabía que podía contar contigo.

—Estaba solo en el apartamento como tú decías. Me contó que esperaba a

alguien importante y que no podía atenderme, que volviese mañana, me dice el

tío cerrándome la puerta. Se lo impedí metiendo el pié. El resto fue fácil.

—Se lo tiene merecido. Así aprenderá que nadie se ríe de mí. ¿Cómo te

has deshecho de la cursi de tu novia?

—Magdy se fue de casa llorando porque tuvimos bronca otra vez.

—¡Paguata! —insulta—. Muy bien, mi amor. Ya falta menos para

conseguirlo. Seremos ricos y podremos irnos lejos, donde nadie nos conozca,

125
ni conozcamos a nadie y empezar de cero una nueva vida. ¡Por fin, juntos!

—¡Um! ¡Qué bien suena eso!

Sellan la conversación con un beso y salen del parking.

126
CAPÍTULO XXV

—¿Se puede saber a qué viene tanta prisa? -pregunto a Fermín cuando

este me abre la puerta de su casa.

—Si no te digo que era urgente no habrías venido. Que te conozco.

—¿Qué quieres?

—Nada. Que nos tomemos algo aquí en mi casa. Que hace siglos que no

vienes. Tomamos el aperitivo frente a la chimenea y vemos una película.

—Ya estás con eso otra vez.

—Esta la tienes que ves. Hay una escena de una tía con un berenjena que

hace cosas increíbles.

—¿Cómo tienes estas películas en tu casa?

—¿Dónde quieres qué la tenga?

—Y si vienen tus hijas. ¿No te da vergüenza? Claro que ya te conocen y ya

no se asustan de nada -contesto yo mismo a mi pregunta.

—¡Ten! Pon las patatas en ese bol. Haz algo y deja ya el teléfono tranquilo.

¿Qué haces escribiendo todo el tiempo?

—Nada. Contestando a una amiga.

—¿A un amiga? ¿Tú? ¡Venga ya!

127
—¡Qué sí! Es una chica estupenda.

—¡Ja! ¿Una chica? ¿Tú? El rey del celibato. ¿Cuándo? Si no has salido de

casa.

—No me ha hecho falta. ¡Anda, mira! Es ella -exclamo al ver su nombre en

la pantalla del móvil-. ¿Sí! Hola Magdy...No, no estoy en casa. Estoy con

Fermín. Sí, en su casa. Me ha invitado a tomar el aperitivo...¡Ja!¡Ja! Me está

mirando intrigado porque no se cree que hable contigo... Sí, vale, vale, se lo

diré.

—¿Qué dice?

—Que te diga que si es real, que si que existe -transmito a Fermín.

—Estás fingiendo la llamada. ¿Qué te apuestas que no hay nadie al otro

lado? -desconfía mi amigo.

—¡Y dale! ¿Cómo? -pregunto a Magdy-, Eso, que no se lo cree... ¿Tú

quieres? Por mí no hay ningún inconveniente. ¡Ponte! -le pido a mi amigo

alargándole el teléfono.

—Pon el altavoz y ya está —propone—. Eres antiguo hasta para hablar por

teléfono. Hola...Gracias, igualmente...Sí, sí, ya veo que si existes y bien maja

que se te ve, bueno se te oye...¿Por qué no te vienes y comemos juntos? ¡Ah,

bien! Pues lo dejamos para otro día. ¡Vale, maja! Que me ha encantado hablar

contigo...Te dejo con Esteban.

—Hablamos luego más tranquilos -le propongo-. Sí, a mí también me ha

128
gustado hablar esta mañana...Bien, hasta luego...Sí, otro para ti...Hasta luego.

—Cabronazo, ¿cómo tienes una chica y no me lo cuentas?

—¿Qué quieres que te cuente? Tampoco te he visto. Además hace poco

tiempo que la conocí. Solo hay una cosa que me preocupa.

—¿El qué?

—La edad.

—La de ella o la tuya.

—La de los dos. Le he dicho que tengo menos edad de la que tengo.

—¿Por qué?

—Pues porque me pareció maja y temía que si le decía la verdad pasase de

mí. Es que ella tiene dieciocho.

—¿Dieciocho? Por la voz no me ha parecido que esa chica sea tan joven.

¿Estás seguro que ella no te ha engañado como tú a ella?

—No sé. Me parece una chica sensata y con la que me siento muy cómodo.

—¿Te estás escuchando? Dices que la conoces de hace poco tiempo y

estás hablando como si estuvieses enamorado de ella. ¿Es eso?

—No lo sé. Más que enamorado, la palabra sería, ilusionado.

—Solo te digo que tengas cuidado.

—¿Y me lo dices tú, que te vas de crucero a ligar a destajo? Qué solo

129
buscas en una mujer sexo.

—Precisamente por eso. Hay que tener claro lo que uno quiere y lo que la

otra persona te ofrece. Te lo digo por tu bien.

—Si, venga, va. Vamos a ver a esa tía de la berenjena. Corto

molestándome la conversación. Me siento como si Fermín no me

comprendiese. Yo no busco una mujer solo para llevarla a la cama. Yo necesito

alguien con quien compartir sentimientos y vivencias y aunque aún es pronto y

es cierto que no he llegado aún a conocerla, la relación con Magdy me da

buena espina. Lo único que me preocupa es el día cuando le tenga que contar

cual es mi edad real. Pero será mejor preocuparme cuando llegue el momento,

mientras voy a disfrutar de la situación y dejarme llevar. Es lo que deseo en

estos momentos.

130
CAPÍTULO XVI

Celia no se puede quitar de la cabeza la imagen de Tony pidiéndole ayuda

segundos antes de morir. Lleva todo el día pensando en eso. Pudo más el

rencor y el odio por él que la compasión.

Lleva todo el día buscando en los periódicos digitales alguna noticia

sobre Tony, sin ningún resultado.

Le impresionó verle sobre el charco de sangre pero le resultaba

imposible no sentir alivio con su muerte. Su secreto ha muerto con él, ya nadie

sabrá como le conoció, ya nadie le va a extorsionar, su pesadilla ha terminado.

—Cariño, ¿qué haces? -quiere saber Daniel entrando en el salón-. Llevas

todo el día con el portátil. ¿Qué es eso tan importante que estás haciendo?

—Nada. Estaba navegando un poco por internet.

—¿Por qué bajas la pantalla cada vez que me acerco?

—¡No digas tonterías! Habrá sido casualidad. No tengo nada que ocultar.

—¿Seguro?

—¡Qué insinúas!

—Me voy a dormir. ¿No vienes?

—Me voy a quedar un rato más. No tengo sueño.

131
—Celia, me tienes preocupado.

—¡Ya estamos!

—Es cierto. Llevas un tiempo que no hay quien te reconozca. Estás siempre

con gesto preocupado. Te has gastado el dinero de la cuenta. Sí, no me mires

así. No sé para que necesitas más de cuatro mil euros, pero me inquieta. Me

acusas de adulterio, cuando siempre he estado a tu lado apoyándote.

—Vi la tarjeta donde te citaba en la habitación 409 de la sierra.

—Te juro que no sé a que te refieres. Nunca te he engañado. Solo te quiero

a ti. Y ahora no hay quien te separe del ordenador, dime la verdad, ¿has vuelto

a jugar? ¿Es eso?

—¡¡No!! Te lo juro.

—¿Y lo qué pasó en la sierra?

—Ya te lo dije. Estaba mal. Estaba enfadada contigo y tenía unas ganas

enorme de jugar, por eso compre las fichas, pero te juro que no lo hice.

Créeme.

—Vale. Vale, te creo. Y también te pido que hagas tú lo mismo.

—¿El qué?

—Que me creas. No te miento. Nunca lo he hecho.

—El motivo por el que me acuesto tarde cada noche no es porque esté

jugando sino porque estoy escribiendo.

132
—¿Cómo escribiendo?

—He pensado en plasmar en papel mi experiencia con el juego. Mi único

objetivo es el de poder ayudar a personas que estén pasando por mi misma

situación.

—Me parece genial. Es una estupenda idea. ¿Por qué no me lo has dicho

antes?

—No sé. Quizás por vergüenza.

—¿De qué?

—No soy una profesional de las letras y puede que no lo haga tan bien

como debiera.

—Si lo haces con el corazón estoy convencido que llegará a la gente y será

un éxito. Perdóname por desconfiar de ti.

—No tiene importancia. Comprendo que las circunstancias hayan dado pie

a ello.

—Me voy a la cama. No tardes mucho -se despide con un beso.

—Descuida.

133
CAPÍTULO XXVII

Llevo todo el día esperando el momento de conectarme para hablar con

Magdy.

Esta mañana le mandé un whastapp para darle los buenos días y me

contestó deseándome un buen día y el emoticono sonriente seguido del que los

ojos son dos corazones.

Llevo todo el día pensando en ella. No sé por qué, pero no puedo

sacármela de la cabeza. ¿Tendrá razón Fermín, cuando dice que me he

enamorado de ella? No entiendo como un hombre de mi edad puede pillarse

(como dicen los jóvenes) de esa manera por una chica solo por chatear con

ella por las noches o escuchar su voz de vez en cuando al teléfono. Pensaba

que todo eso ya había pasado para mí. Que ya había pasado el tiempo en que

una mujer se podía sentir cómoda conmigo y eso ha hecho que me ilusione y

que empiece a verme a mi mismo desde otro punto de vista.

Mi hija Laura está viendo en la televisión, “La maldición de Hill House”,

su serie favorita. Estoy deseando que acabe el capítulo para que se vaya a la

cama y poder conectarme. ¡Ahora ponen los anuncios! -me quejo.

—¿Le queda mucho? -pregunto.

—Está terminando, pero como siempre ponen los anuncios en lo más

interesante.

134
—¿Me vas a llevar a casa de la abuela en el puente?

—Laura, ya hemos hablado de eso. Son más de trescientos kilómetros.

—Por eso te he dicho de ir en el puente.

—Tu hermana no puede ir porque tiene que estudiar y tú deberías de hacer

lo mismo.

—¡Qué no! Me ha dicho esta tarde que le han adelantado el examen, así

que también se apunta al viaje. Hace ya tiempo que no vamos y tengo gana de

ver a la abuela y a mis amigos de allí.

—De verdad cuando se te mete algo en la cabeza. Ya veremos. Ya sabes

que antes de ir hay que planificar con tu madre.

—Ya he hablado con ella.

—Vamos, que no tengo salvación. Ya empieza -cambio la conversación.

Aún tengo que esperar veinte minutos para que termine la serie y mi hija

se vaya a la cama.

—No hagas ruido que no se despierte la abuela -le pido cuando sale del

salón para subir a su habitación.

Sin perder un segundo conecto el portátil. Espero que Magdy no se haya

cansado de esperarme y se haya ido a la cama. En el móvil no tengo ningún

whastapp suyo. Supongo que de haberlo hecho me lo habría dicho.

Contacto con ella.

135
>Hola.

Saludo.

>Pensaba que ya te podías haber marchado.

>Te estaba esperando. Qué ha pasado?

>Que mi hija estaba viendo la tele y no se iba a la cama.

>Cómo te ha ido hoy el día?

>Bien. Bueno, no ha ocurrido nada especial.

>Te quería contar algo.

>Dime.

>El próximo fin de semana hay puente y me voy a ir con unas amigas a una

casa rural, no vamos a poder hablar.

>Mi hija quiere ir a visitar a su abuela.

>Ah! Y dónde vive?

>En un pueblo de Cáceres. No me hace ninguna gracia, pero se ha

empeñado y no puedo negarme. Pero no me ha gustado nada lo que me has

dicho.

>Por?

>Pues porque no me hace ninguna gracia lo de no poder contactar contigo

durante tres días.

136
>Así luego nos cogemos con más gana.

>Ni siquiera por teléfono?

>No sé si habrá cobertura. Si tú vas con tus hijas tampoco podrás hablar.

>A mí me utilizan como taxista. Allí, ellas se hospedan en casa de su

abuela, yo en una pensión. En realidad, tampoco es una pensión. Es una

señora que alquila habitaciones en su casa. Es barata y limpia.

>Y cómo es?

>Quién?

>La señora.

>Es bastante guapa. Qué pasa? No me irás a decir que estás celosa.

>Pues sí.

>No esperaba yo eso. Tranquila, no tienes nada que temer. El tiempo que

mis hijas me dejen libre te llamaré por teléfono o mandaré algún que otro

whastapp y si tengo suerte de que me contestes hablamos un rato.

>Y sino?

>Pues que le vamos a hacer. Me aguantaré. Te echaré de menos y

esperaré al lunes por la noche para poder hablar contigo.

>Vale.

>Se me está ocurriendo algo.

137
>Dime.

>Por qué no me mandas una foto? Así si no podemos hablar al menos

podré verte.

>Una foto? Es que...no me gustan. Además salgo bastante mal.

>Estoy seguro de que eso no es así. Seguro que sales guapísima. A mi

tampoco me hace mucha gracia eso de hacerme fotos. Además, en realidad

me da igual como seas físicamente, me gusta tu manera de ser y comportarte y

eso es lo único en lo que me fijo.

>Entonces, si eso es así, para qué quieres la foto?

>Como te he dicho si no puedo hablarte al menos te veo.

>Bueno, lo hago por ti. Mañana te la mando.

>No te habrás enfadado, no?

>No. mañana busco alguna y te la mando.

>Bien.

>Me vas a mandar tú una tuya?

>Estás segura que quieres verme? Soy muy feo.

>No digas tonterías. Así yo también podré verte durante esos días.

>Vale. Ahora te mando una.

«Qué foto le mando yo ahora» -me digo—, yo solo me he metido en un

138
problema.

Busco en el archivo y busco alguna en la que era joven. La única que

encuentro es una que me hizo Lola en un viaje que hicimos a Toledo cuando

Alba era pequeña. El problema es que tengo a mi hija en brazos y si me

pregunta quien es no le puedo decir la verdad porque descubriría que esa foto

no es actual. Pero es que aquí en el ordenador no tengo otra, y no me voy a

poner ahora a buscar en el álbum de fotos familiar y escanear una, sospecharía

por tardar tanto.

>Ya te la he mandado.

Le cuento.

>Voy a verla.

>Dime lo que te parece.

>Hala!! Qué guapo!

>No te burles de mí.

>Te aseguro que no lo hago. Eres un hombre muy atractivo.

>Gracias. Me vas a poner colorado.

>Quien es la niña?

>Es la hija de mis vecinos.

>Ah, vale!

139
>Mañana te mando yo la mía.

>Bueno, cuando quieras.

>Nos vamos a dormir?

>Tienes ya sueño?

>Un poco, la verdad.

>Como quieras. Que descanses. Te echaré de menos hasta mañana que

volvamos a hablar.

>Yo también. Cuídate mientras.

>Lo haré. Un beso guapa.

>Hasta mañana. Muuuuaaaahhhhh!!

>Hasta mañana.

140
CAPÍTULO XXVIII

Desde que ocurrió el altercado del robo del dinero en el despacho del director

del centro Hope, Celia, no ha vuelto a ir a las sesiones de terapia.

Se siente ofendida por la acusación de culpabilidad del robo. Le duele

que personas en las que ella ha confiado y que en su tiempo le ayudaron tanto

y que entre todos habían conseguido que saliese del juego, ahora le acusen de

robo por haber recaído. Es cierto que en ese momento necesitaba dinero, pero

nunca habría sido capaz de morder la mano que me había ayudado.

Esta mañana ha recibido un mensaje de Magdy, una de las que más

directamente le acusó de ladrona, le ha pedido hablar con ella. Le ha citado en

la cafetería situada en lo que se conoce como “Las cuatro esquinas”.

Se lo ha pensado mucho el hecho de acudir. Está realmente enfadada

con Magdy, pero aún así a la hora acordada entra en el lugar de encuentro.

Magdy está sentada en una de las mesas del fondo frente a la puerta. Ve como

Celia la busca con la mirada y sin embargo no hace ademán alguno para ser

vista. Tras unos segundos Celia la ve y se dirige con gesto serio hacía ella.

—Hola —saluda con sequedad.

—Gracias por venir.

—Señora, ¿qué le pongo? —pregunta un camarero al verla sentarse a la

mesa.

141
—Un café por favor. ¿Quieres tú algo más? —pregunta a Magdy.

—No gracias. No me apetece nada.

El camarero se marcha a por su café. En unos minutos se lo sirve. Se lo

agradece con una sonrisa, tiempo en que entre Magdy y Celia no ha habido el

más mínimo gesto de comunicación. El ambiente es tenso e incluso

desagradable.

—Tú me dirás. ¿Por qué me has llamado?

—¿Tú conoces a tu hija? —espeta de sopetón.

—¿Cómo dices?

—Tu hija no es quien dice ser.

—¡Espera! ¡Espera! No te voy a permitir que ahora arremetas contra mi hija.

¿Qué pasa, primero me acusas de ladrona y ahora a mi hija de mentirosa?

—¿Sabías que tu hija está liada con Lucas?

—¿Qué Lucas?

—Con mi novio.

—¿Qué dices? Mi hija no tiene pareja. Y si la tuviese me lo habría contado.

—Tengo pruebas de que tu hija se relaciona con personas de mala

reputación y está arrastrando a Lucas.

—¡Cómo sigas por ese camino la que va a salir mal parada eres tú!

142
—¿Ahora me amenazas?

—No lo hago. Solo te digo que no permitiré que vejes a la persona de mi

hija.

—¿Te suena Tony, el prestamista?

—¿Qué sabes tú de eso?

—Sé que le molestaba a alguien y le han dado billete solo de ida.

—Ni mi hija ni yo sabemos nada de eso, ni tenemos que ver con ese

hombre. Si estás celosa, háblalo con tu chico y no vayas por ahí dando palos

de ciego acusando a lo loco. Mi hija no conocía a Tony, ni había...

—¿Y tú? —le interrumpe observando cada movimiento de Celia.

—¿Yo? ¡Yo, tampoco! Y si para lo único que me querías era para ofenderme

y hablar barbaridades de mi hija me levanto ahora mismo y me voy.

—Les he visto juntos. Sé de lo que estoy hablando.

—¡Mientes! Los celos y la envidia te hacen hablar de ese modo. Hazme un

favor. No vuelvas a llamarme ni a ponerte en contacto conmigo. No quiero

volver a saber nada de ti. ¿Te queda claro? —acentúa lanzando un billete

sobre la mesa y saliendo de la cafetería sin mirar atrás.

Celia camina por la calle sintiéndose como si fuese la única

superviviente de un holocausto. No ve a los demás viandantes con los que se

cruza. Su cabeza está llena de preguntas, de dudas y de miedos. ¿Por qué le

143
ha preguntado Magdy sobre Tony? Sabe que está muerto, quizás le vio entrar o

salir de su apartamento. Puede acusarle de asesinato ante la policía y todo se

complicaría. Pero, ¿de qué conoce Magdy a Tony? ¿Y por qué mete a su hija?

No comprende nada. Y otra cosa, ¿cómo es posible que asegure que su hija

está con Lucas? Que ella sepa solo se han visto un par de veces en el centro

de rehabilitación. No tiene nada en contra de Lucas, le parece un tipo

agradable y simpático, pero sabe que no es el tipo de su hija. A Magdy le ha

dicho que en caso de ser así se lo habría contado pero sabe que no es cierto.

Su hija y ella siempre han chocado en carácter. Siempre ha echado de menos

que fuese más cercana y cómplice con ella. De pequeña si la recuerda más

cariñosa con ella, pero su carácter cambió cuando decidieron mandarla a un

internado a Londres. Creyeron que era una oportunidad estupenda para su

formación y desarrollo. Pensaban que era lo mejor para ella en aquel momento.

Carla siempre había sido una niña alegre, divertida y sociable, pero cuando

volvió del internado era otra, su carácter había cambiado. Estaba en plena

adolescencia y la culparon a ella del cambio de su hija pero no fue así, el

culpable no era la edad sino otra cuestión mucho más relevante en la vida de

Carla, algo que Celia desconoce y que a decir verdad es un tema del que

nunca se ha sentado a hablar con su hija.

Cuando Carla volvió a casa tuvo lugar la segunda recaída en el juego de

Celia y fue cuando ingresó en el centro Hope. Algo realmente doloroso y

traumático para la joven Carla. Había vuelto a perder a su madre una vez más.

A salir Celia del centro Hope, pensaba que su había reconducido, que

144
todo el dolor y el sufrimiento y las mentiras habían acabado pero no ha sido

así. Todo se ha complicado, los fantasmas del pasado han vuelto para

continuar haciéndole la vida imposible. Siente como si fuese a explotar de un

momento a otro, pero siempre ha sido un mujer fuerte y su curiosidad innata y

su instinto le grita que tiene que dar respuesta a todas esas preguntas. No

puede quedarse quieta mientras una niñata acusa a su hija de ser quien no es,

lo mismo que saber que pinta Tony en medio de su hija y Magdy. Tiene que

llegar al fondo de todo ese embrollo.

Se detiene en seco como si la longitud de la cuerda que le une a la vida

hubiese llegado a su fin. «Tengo que seguirla» —decide en un segundo.

Vuelve sobre sus pasos. Llega a la cafetería y Magdy ya no está. Busca

entre la gente que camina por la acera desajena a su problema.

La distingue frente al semáforo al final e la calle. Con un poco de suerte

y apretando el paso llegará al cruce antes de que la señal cambie de color y su

objetivo se le escape.

145
CAPÍTULO XXIX

Estoy agotado.

Llevo un tiempo durmiendo poco por las conversaciones con Magdy, si a

eso le sumamos la cantidad de trabajo que tengo últimamente, que estoy

terminando dos y tres horas después de mi horario, mis hijas, también

colaboran con el cansancio, dándome la lata con lo del viaje a Cáceres y mi

nuera, o futura nuera, que me tacha de tacaño, porque le debato la idea de

comprarme un esmoquin para la boda, yo digo que para que voy a gastarme un

dineral en algo que solo me voy a poner durante un rato. Pero nada, ella erre

que erre y luego está mi madre que ha tenido un pequeño incidente, aunque a

su edad ya nada es pequeño respecto a lesiones. Hace unos días me llamó mi

hija al trabajo diciéndome que se la había encontrado en el suelo a los pies de

la escalera, a consecuencia de ello tiene el cuerpo lleno de moratones aunque

ha tenido suerte y no se ha fracturado nada. Pues uniendo todo eso ha sido

dejarme caer en el sofá de casa después del almuerzo y me he quedado

dormido.

La vibración del móvil, que me he dejado en el bolsillo del pantalón, me

despierta. Adormilado, de muy mala gana y renegando descuelgo sin siquiera

ver quien me llama.

—Hola cielo. Soy yo.

146
—¡Hola! ¡Hola Magdy! ¡Qué sorpresa! -exclamo despertándome al instante

al oír su voz.

—Perdóname por haberte llamado sin avisarte antes. ¿Puedes hablar?

—No tengo nada que perdonar. Estoy solo en el salón, aunque no en casa.

Al menos hasta que no vengan aquí, nos dejarán hablar.

—Es que quería contarte algo.

—Dime. Soy todo oídos.

—Tengo una noticia buena y otra no tanto.

—Mal empezamos.

—Quédate con la parte buena y ya está.

—Venga dispara.

—Voy a estar unos días sin conectarme.

—¡Anda! ¿Y eso?

—Tengo cosas que hacer.

—¿Cómo que tienes...? ¿Qué tipo de cosas que te impiden que hablemos

un rato? Recuerda que se acerca el puente y durante ese tiempo tampoco

vamos a poder hablar ¿No será que me estás ocultando algo?

—No seas tonto. Sabes que para mí es importante hablar contigo...

—Sí, pues se nota...

147
—No te enfades. Tengo que preparar lo del puente y unos trabajos de la

facultad.

—¿Y tampoco vas a poder hablar por teléfono?

—Ya lo vamos viendo, ¿vale?

—Que remedio.

—¡Venga! No te enfades tontico. ¿Si te doy un beso se te pasa?

—Si me lo dieses de verdad puede ser, pero a través del artilugio este está

la cosa más complicada.

—No protestes. ¡Muuaaa! ¡Muuaa! ¿Mejor?

—¡Hombre! A falta de pan...¿Y cuál es la sorpresa buena?

—Que te he mandado mi foto. Así, como me decías la otra noche me

puedes ver durante estos días.

—Estos días y siempre. ¡Gracias!

—No hay de qué. Tú también me mandaste la tuya.

—Seguro que no tienen ni punto de comparación una con la otra.

—Pensaba que ya la habías visto. Te la he mandado hace un rato.

—No. No la he visto. Es que estaba en los brazos de Morfeo.

—¡Ah! ¡Perdona! ¿Te he despertado?

148
—No importa. También ya es hora de funcionar.

—Es que últimamente dormimos poco.

—Por eso. Pero prefiero oírte a dormir.

—¡Ains, mi niño!

—No me hagas muchas carantoñas que no respondo.

—¡Ja, ja!

—Sí, tú te ríes, pero...

—Se me está ocurriendo una cosita.

—¡Uyuyui! Que te veo venir y me estoy poniendo tonto.

—Es para que te acuerdes de mí durante estos días.

—No, si acordarme me voy a acordar.

—¡Ja, ja! Tu solo oye.

—Si, el juego de quietos, ¿no?

—¡Exacto! Cuando te veo en el sillón dormido no puedo resistir las ganas

de despertarte a besos. Con cuidado, despacio para no asustarte empiezo por

tu sien, el moflete, la puntita de tu nariz, tus labios suaves y carnosos donde

me regodeo. Sé que estas despierto aunque continuas con los ojos cerrados,

una sonrisa que no puedes ocultar te delata. Me siento en tus rodillas. Tus

brazos rodean mi cintura y una de tus manos recorren mi pierna de arriba

149
abajo. La piel se me eriza al sentir tu mano en mi glúteo que aprietas a la vez

que nuestras lenguas juegan. Llegamos al punto en que sabemos que ya no

hay vuelta atrás...

—Ya te digo que no.

—¡Sshh!...estoy notando el hinchazón de tu bragueta. Me arrodillo dejando

tu entrepierna a la altura de mi cara. Despacio, mirándote a los ojos, bajo la

cremallera y desabrocho el botón. ¡Uumm! Llevas puestos los calzoncillos que

me gustan. Por encima de la tela, palpo tu pene que responde poniéndose aún

más erecto, lo que me excita de tal manera que noto la humedad en mi

entrepierna. Bajo el slip para poder deleitarme ante tu miembro viril. Mientras

mi lengua juega con tu pene, mojándolo y saboreando cada centímetro

masajeo tus testículos. Te miro y me estás observando. Te gusta verme

mientras te hago sentir. Es parte del juego. Hago que tu pene entre en mi boca.

Lo abrazo con mis labios haciendo una mayor resistencia produciéndote un

placer extremo. Dudo entre sentarme a horcajadas para que tu sexo entre en el

mío hasta que explote en un intenso y profundo orgasmo, o continuar

explorando con la lengua y la boca con tu firme y rígido pene, cuando

comprendo que la mejor elección es continuar saboreándote porque está a

punto de explotar. Solo necesito hacer que entre una vez más en mi boca

cuando siento subir tu leche caliente y como la lanzas dentro de mi boca.

Sigues observándome. Me gusta saborearlo y que veas como hago que rebose

de mi boca y caiga sobre mis pechos llenándome por completo. Es algo que

nos da morbo a los os. Sé que te gusta. Ahora, algo debilitado, más calmado y

150
relajado te dejo vuelvas a echar una cabezada y descanses un poco más.

¡Esteban! ¡Esteban! ¿Te encuentras bien?

—Pues...no sé que decirte.

—¡Ja, ja!

—Si es que me das unos meneos que me dejas tonto. ¡Oh!, oigo a mi hija

bajar al salón.

—¡Ah! Entonces te dejo. No te preocupes, ella no ha podido oír nada.

—No creo que sea capaz de oír mi corazón.

—¡Qué exagerado eres! No será para tanto.

—Estoy como en los dibujos animados cuando le dan un susto y se le sale

el corazón un metro del pecho, ¿te acuerdas? Pues yo estoy igual. Cariño, voy

a tener que dejarte.

—Bien, ya hablamos a la vuelta.

—Si me lo permites intentaré contactar contigo en estos días, si lo consigo

eso que me llevo.

—Como quieras. Un beso.

—Hasta luego, guapa.

—Adiós.

—¿Con quién hablas? -quiere saber mi hija.

151
—Con...Antigua.

—Pues sí que te ha echo ilusión hablar con ella.

—¿Por qué?

—Te despides con un beso y piropeándola, ya me dirás.

—Es una amiga.

—Espérate que todavía termináis juntos. ¡Oh! ¡Qué romántico! Volver a tu

primer amor -se burla Alba.

—Si tu supieras -mascullo.

—¡Eh!

—Nada. ¿Vas a merendar?

—Sí. ¿Por qué no me lo preparas tú?

—¡Claro! ¡Cómo no! Lo que la señora quiera. ¿Qué le apetece más señora

marquesa? -ironizo.

—Un sándwich mixto con huevo, por favor.

Me levanto a la cocina para preparar la merienda, pensando que aún no he

visto la foto de Magdy. «Esta noche cuando esté solo y más tranquilo la miraré»

-me digo.

Solo pasan unos minutos cuando estoy buscando la foto en el móvil, no

puedo aguantar más sin verla. Al abrir la foto, el corazón se me acelera y la

152
sorpresa e ilusión se dibujan en mi rostro con una enorme sonrisa.

—¡Papá! ¡Qué se te quema el sándwich! ¡Estás empanao!

153
CAPÍTULO XXX

Celia lleva toda la mañana fuera de casa. Desde que decidió averiguar que era

lo que pretendía Magdy con sus acusaciones, va cada mañana a la facultad de

Filología donde estudia y le sigue.

En este tiempo se ha aprendido sus movimientos cotidianos, conoce a

sus amigos y los lugares que frecuenta. Hoy no ha tenido suerte. No sabe por

qué, pero hoy no ha ido a clase. Llega a casa a la hora del almuerzo, para

evitarse tener que dar explicaciones a su familia. Intenta llegar siempre

antes que Daniel o Carla pero hoy no es así, al abrir la puerta oye a su marido

que habla con alguien en el salón, escucha escondida en el hall, pero no

consigue averiguar quien es porque al oírla entran se han callado.

—Celia, ven -le pide su marido.

Al entrar en la habitación se sorprende al ver a su hija también en la

reunión.

—¿Qué sucede?

—Celia, te presento al inspector Gonzalo Duarte.

—¡Ah! Encantada -saluda intentando ocultar su nerviosismo al saber quien

es el señor que está sentado en el sofá de su casa. ¿Un inspector? No

comprendo. ¿Qué ha ocurrido? ¿En qué podemos ayudarle?

154
—¿Conoce a Antonio Martín Menduiña?

—¿A quién?

—A Tony -le aclara su marido-. Le han encontrado muerto en su

apartamento -le aclara.

—Muerto no, asesinado -puntualiza Carla.

—¿Cómo? -intenta disimular haciéndose de nuevas.

—¿Le conocía? -insiste el inspector.

—No. Bueno sí...

—Tranquila. No tiene que ponerse nerviosa.

—Le conocí el fin de semana que estuvimos esquiando.

—Y el día de la fiesta de proveedores -recuerda Daniel.

—Sí también.

—Pero...me refiero antes de ese tiempo. ¿Usted no conocía a Tony, el

prestamista, como era conocido en el mundo en el que se movía?

—No. Ya le he dicho que le conocí el fin de semana de la sierra.

—Usted es ludópata, ¿verdad?

—Sí -contesta Carla.

—¡¡No!! -corta tajante Celia-. Lo fui, pero ya estoy rehabilitada.

155
Celia mira a su hija sorprendida por su contestación. Tiene una mirada

molesta y de enfado con ella. No comprende el por qué.

—¿Usted no le pidió dinero al prestamistas hace dos años?

—Cuando Celia entró en el centro Hope, yo pagué las deudas contraídas

por el juego, pero fue a través de bonos bancarios.

—Por favor, deje que sea su esposa la que conteste -le pide secamente el

inspector.

—Perdón -se disculpa.

—Le he dicho que le conocí cuando me lo presentó Dani por haberle

ayudado en un accidente esquiando.

—Mama, ¿Y ese hombre con el que hablaste en el parking el día que fui a

recogerte al centro? Creo recordar que le llamaste Tony.

—No. Ese era un compañero. Carla, por qué no vas a preparar un café

para el comisario -le ordena para callarla, intentando no perder el control de la

situación.

—No, gracias. Ahora tengo que marcharme. Les pido que no abandonen

España en los próximos días, lees llamaremos para que presten declaración en

dependencias policiales.

—¡Declarar! ¿El qué? ¿Por haber visto a ese hombre un par de veces

tenemos que declarar en comisaria? -protesta Celia.

156
—Si no tiene nada que ocultar, no tiene porque temer.

—No temo nada. Es solo cuestión de no comprender por qué viene a

nuestra casa a interrogarnos sobre alguien al que no conocemos. Dediques a

buscar al asesino en vez de venir a preguntar a donde nada podemos aportar

al caso.

—Cálmate, cariño. El señor Duarte solo está haciendo su trabajo -media

Daniel al ver que la exaltación de su mujer va en aumento.

—Señora tranquilícese.

—No, es que no entiendo a que viene tanta preguntita -insiste alzando

cada vez más la voz.

—Perdónela. Es que hace poco de su rehabilitación y aún se está

acomodando a la vida cotidiana -la disculpa Daniel con el policía,

acompañándole hasta la puerta.

—Buenos días.

—Buenos días -contesta Dani.

Celia ve desde la ventana del salón al inspector Duarte subir a su coche

policial. Está asustada, indignada y enfadada.

—¿Se puede saber que coño te pasa? -espeta a su hija que la observa con

una ligera mueca de risa asomando en su rostro.

—Celia tranquila. ¿Qué te pasa?

157
—¿Pero no la has visto? Me ha acusado. ¿Y qué es eso de que soy

ludópata? ¿Qué es lo que te pasa conmigo?

—No me pasa nada. El comisario ha preguntado y yo he contestado. ¿Qué

hay de malo en eso?

—¿Cómo que qué hay de malo? Que soy tu madre. A ver si le voy a tener

que dar la razón a Magdy.

—¿A quién? -pregunta Daniel.

—Una chica que asegura que nuestra hija no es quien dice ser. Y viendo su

actitud hace un rato... ¿Y tú? Conocías a Tony?

—¿Yo? ¿De qué voy a conocer yo a ese tipejo?

—Celia, no digas tonterías -le acusa su esposo.

—Mamá, tú como siempre, acusándome de tus indecisiones y acciones.

—Pero...¿qué dices? De verdad, no te conozco.

—Chicas, chicas...-quiere quitar hierro Daniel-. Estamos todos muy

nerviosos. Vamos a almorzar algo y nos serenamos y luego ya veréis como

vemos las cosas mejor.

—Yo no tengo hambre -contesta Celia saliendo enfadada de la habitación.

Carla se tumba en el sofá, agarra el mando, enciende la tele y sentencia;

«yo me comía unos espaguetis carbonara».

158
CAPÍTULO XXXI

Hoy mis hijas no me han dejado que eche la siesta.

Quieren llegar cuanto antes a Cáceres. Argumentan que no es solo

llegar a la ciudad extremeña sino que una vez en allí aún queda prácticamente

una hora de camino.

Ya han quedado con sus amigos y amigas de allí. En cuanto lleguemos

se pierden y no las vuelvo a ver hasta el día de vuelta. Reparten su tiempo

entre sus amigos, su madre y su abuela.

Estoy deseando llegar. Cada vez me gusta menos tener que conducir de

noche, por eso mi propuesta era salir la mañana del sábado, pero para ellas

era desperdiciar el tiempo tontamente, así que nada, aquí estoy deseoso de

dejar el coche y no volver a cogerlo hasta el lunes.

Por fin llegamos a la puerta de la casa de mi ex. Mis hijas bajan sus

equipajes del coche, que llevan maletas que parece se van a quedar a vivir allí

y yo me marcho para la casa de la señora donde me hospedo. Antes tenía que

aparcar más lejos, pero ahora el ayuntamiento ha habilitado un olivar como

aparcamiento público justo al lado de la casa, así que me viene de maravilla.

Agarro mi pequeña maleta y llamo a la puerta. Tras unos segundos la

señora me abre la puerta.

—Hola Barbara, ¿qué tal?

159
—Hola Esteban. Me alegro de verte. Pasa. Pasa.

—Muchas gracias. Cada vez que vengo estás más guapa.

—Tú tan amable como siempre. Te he preparado la habitación del fondo,

¿te parece bien?

—Estupendo. Cualquiera me parece bien.

—Muy bien. Pues acóplate y te esperamos en el comedor para la cena.

—Buena idea, porque estoy hambriento.

Entro en la habitación donde dejo mi maleta. Todo está limpio y

ordenado como es costumbre en esa casa. Deshago el equipaje y coloco la

ropa en el armario y el neceser en el aseo. Tardo poco, en eso mis hijas no han

salido a mí. «Me ha dicho Barbara que me esperan para la cena -pienso-, lo ha

dicho en plural». «¿Será que ha encontrado pareja?» -me pregunto-. La verdad

es que conozco poco de su vida. Solo sé que a raíz de su separación montó la

pensión por tener problemas económicos, me lo comentó someramente en una

ocasión, y por supuesto no he vuelto a sacar el tema. No me gusta ser cotilla ni

meterme donde nadie me llama.

Salgo de mi habitación y recorro el mismo pasillo que cuando he

entrado. Tiene puertas a un y otro lado. Supongo que en alguna de ellas hay

inquilinos, no creo que sea yo el único. Paso ante la segunda habitación de la

izquierda, la que está pegada al baño privado esa sé que es la de Barbara. La

puerta está entreabierta. No quiero mirar pero la curiosidad me puede y aflojo

160
el paso ante la puerta. Se ve todo ordenado. Solo hay una cosa que llama en

extremo mi atención. Me pasmo y asombro ante lo que veo esparcido en la

cama.

El fisgoneo me pudo antes y ahora es la vergüenza la que me hace

seguir mi camino. Me sofoco solo con la idea de que alguien me haya visto ver

lo que he visto. Ese hallazgo corrobora mi idea de que Barbara tenga una

pareja.

—Esteban, ¿te sucede algo? -pregunta Barbara al verle entrar en el

comedor rojo como un carabinero.

—¡Eh! No. Nada.

—Te veo como sofocado.

—No es nada. Ya sabes que no me gusta conducir y bueno...-intenta

justificarse.

—He preparado para comer ensalada, pollo asado con patatas y de postre

arroz con leche casero.

—¡Genial! Me muero de hambre.

Barbara abandona la estancia yendo a la cocina en busca de la comida

de su huésped.

—¿Hay algún inquilino más en la casa? —comento.

—No. Estás tú solo -me cuenta desde la cocina contigua al comedor.

161
—Pensaba que iba a tener acompañante para la cena.

—¿Y eso? -quiere saber sirviéndole ya la cena.

—Lo digo porque como me has dicho que me esperabais para cenar,

pensé que había alguien más que tú y yo.

—¡Ah! Lo he dicho por mi hija. También ha venido a pasar el puente

conmigo. Pero ha salido a visitar a una amiga y aún no ha vuelto. Ya sabes

como son los jóvenes.

—Me lo dices o me lo cuentas.

—Si tienes más hambre, no tienes más que servirte, con toda confianza -le

ofrece dejando la bandeja de las viandas sobre una de las mesas auxiliares.

—Gracias, pero con esto estoy más que servido. ¿Tú no cenas?

—Estoy a dieta. Hoy tocaba yogur desnatado y ya me lo he comido.

—Sí estás estupenda.

—Tú siempre me ves con buenos ojos. Si no te importa me voy a mi

habitación. Estoy agotada del día.

—Claro. Como quieras. Que descanses y pases buena noche.

—Gracias, Igualmente.

Me quedo cenando solo. «¡Ah! Pues tiene una hija» -me digo-. «Y ahora

se relajará con el arsenal que tiene sobre la cama» -pienso riendo para mí.

162
Terminada la cena. Retiro los platos y me voy a mi cuarto. Después de

lavarme los dientes me meto en la cama. Echo de menos a Magdy. Daría lo

que fuese por poder hablar con ella. Con el tiempo que estamos hablando me

he creado dependencia de ella. No me gusta, ni lo reconocería nunca ante

nadie, pero sé que es así. Me gusta su voz, su dulzura cuando me cuenta lo

que ha hecho durante el día o el problema que haya tenido. Me enamora su

comportamiento siempre delicado y entusiasta. Es capaz de contagiarme su

buen humor y su picaresca. Es a la vez dulce y pasional, elegante con un toque

sexual que me encanta. No la conozco más que por la foto que me mandó, que

ya tengo gastada de tanto mirarla, pero es como si la conociese de toda la vida.

Va a tener razón Fermín, con eso de que hablo como lo hacen los enamorados.

Voy a mandarle un whastapp a ver si hay suerte y me contesta -me digo

sacando el móvil sentado en la cama con la espalda recostada sobre el

cabecero.

Durante la espera de su respuesta me quedo dormido esperando una

contestación que no llega.

163
CAPÍTULO XXXII

Celia camina unos metros detrás de Magdy por la Gran Vía.

Camina deprisa, consultando el reloj. Parece que ha quedado con

alguien -deduce Celia.

Puede que hoy pueda dar un paso más en su investigación, porque se

puede decir que muy bien no es que le esté yendo.

Ve como entra en el parque Alameda, el pulmón de la ciudad. Va directa

a la zona del lago. Se sienta en uno de los bancos. Está claro que se ha citado

con alguien.

Para tener documentación de todo y poder justificar sus sospechas y

que luego no la tachen de loca, como llevan haciendo su familia en los últimos

tiempos, Celia inmortaliza cada movimiento de Magdy con una foto.

Un joven de aspecto conocido para Celia llega al banco y saluda a

Magdy, es Lucas.

Pero lo que realmente sorprende a Celia es la compañía que lleva. No

da crédito a lo que está viendo agazapada tras los arbustos. «¿No decía que

no sabía quién era?» -se pregunta indignada-. «¡Mentiroso de mierda!»

-escupe con resentimiento.

Lucas va acompañado por Daniel y por Carla, que saludan a Magdy con

efusividad.

164
Pero...¿esto qué es? No comprendo nada -masculla Celia.

La sorpresa está dejando paso a la furia y la ira en Celia. Continua

observándoles. Debe controlar su deseo de no salir de su escondite e ir a ellos

y que le aclaren toda la verdad. Pueden más sus ganas de saber en lo que va a

terminar aquel encuentro, ya tendrá tiempo de aclararlo todo en otro momento.

Continúa haciendo fotos.

Parecen discutir. A Magdy se la ve indignada por lo que le está contando

Lucas. Daniel intenta tranquilizarla abrazándola. Foto. Carla les observa sin

intervenir ni pronunciar palabra. Magdy da una bofetada a Lucas. Foto. Se

marcha a toda prisa. Lucas y Dani siguen hablando, Carla les mira. Daniel deja

el grupo y corre tras Magdy. Carla y Lucas sin inmutarse, deciden ir a tomarse

algo al quiosco del parque.

Celia abandona el lugar con la intención de seguir a su marido que a su

vez corre tras Magdy para consolarla, pero les ha perdido.

Decenas de preguntas le atormentan. Resulta que Daniel decía no

conocer a Magdy y sin embargo es mentira. Mi hija si que conoce a Lucas y a

Magdy, lo que desconozco es de qué. Era la más tranquila de la reunión, por

sus gestos, que conozco perfectamente, se la veía gozar con la incómoda

situación. Va a tener razón Magdy con que Carla oculta algo importante. Celia

está harta de tanta mentira, de tanto lío y embrollo.

165
CAPÍTULO XXXIII

Hemos llegado a casa hace poco más de una hora y estoy deseando que tanto

mis hijas como mi madre, que ha pasado el puente en casa de mi hermana, se

vayan a la cama y me dejen solo para que pueda hablar con Magdy.

Los días han pasado sin pena ni gloria. Ocupaba mi tiempo leyendo, o

dando algún que otro paseo por el pueblo. Ni un segundo he podido apartar de

mi cabeza a Magdy. No he recibido respuesta a las llamadas y whastapp que le

he mandado. Supongo que, como ya me advirtió, no tendría cobertura en la

casa rural. No puedo evitar imaginarla con sus amigas y preguntarme que

estará haciendo en cada momento. ¿Y sí conoce a alguien y se enamora? ¿Y

si sale de fiesta y se enrolla con alguien? Los celos muerden mi estómago.

—¿Ahora vas a ver la película? -cuestiono a Alba.

—Es que no tengo sueño.

—Mañana tienes que madrugar para ir al instituto. Vete a la cama y

descansa del viaje, mejor será -propongo.

—Que pasa, ¿qué te quieres quedar solo?

—¡Eh! Que tonterías dices.

—¿Vas a hablar con Antigua?

—No digas bobadas.

166
—Vámonos -ordena a su hermana-, que va a hablar con su amorcito -se

burla.

—¡Qué me dices! ¡Cuenta! ¡Cuenta! -pide Laura.

—¡Dejadme en paz! -les pido.

—Mira que rojo se ha puesto -señala Alba riéndose mientras sale del salón

acatando mi orden.

Para conectarme, espero oír cerrar la puerta de sus habitaciones. No

quiero que vuelvan al salón o a la cocina a por alguna cosa y me pillen con las

manos en la masa.

Cuando me aseguro que estoy realmente solo, enciendo el portátil.

Escribo;

>Hola mi amor. Estás ya de vuelta? Te espero.

Como es costumbre en mí, abro el solitario para pasar el tiempo hasta

que Magdy me hable. El tiempo pasa y no hay respuesta. Primero me

preocupo, ¿qué le sucederá?, segundo me enfado, ¿por qué no se conecta?,

tercero me encelo, ¿estará hablando con otro qué quizás haya conocido este

puente?, cuarto me desespero, ¿no querrá ya hablar más conmigo?

>Magdy, sucede algo? Qué pasa? No quieres ya cuentas conmigo?

Contéstame. Estoy deseando hablar contigo.

Releo una y otra vez el escrito. Estoy impaciente porque escriba. Pero

167
no lo hace. Lo intento una vez más.

>Te he mandado mensajes y te he llamado estos días pero me has dado la

callada por respuesta, y ahora tampoco, te pasa algo conmigo? Contéstame,

por favor.

>Hola.

>Menos mal! Pensaba que pasabas de mí.

>De dónde has sacado semejante tontería?

>Llevo cuatro días intentando contactar contigo y no hay manera, más los

días anteriores al puente, pues tú me dirás.

>Ya te dije que no tenía cobertura.

>Sí. Lo sé. Pero sumido en el aburrimiento de estos días he pensado de

todo. Ya sabes que soy celoso.

>Cuéntame. Cómo te lo has pasado?

>Ya te he dicho. Aburrido. Solo. Mis hijas llegan al pueblo y parece que se

desintegran.

>Solo? Estabas con la mujer de la pensión, que dices es tan guapa.

>Estás celosa?

>Cuéntame.

>Pues sí, Barbara si estaba, como es lógico ya que es su trabajo. Pero

168
como ya te dije no tienes que pensar nada raro. Barbara es una señora

estupenda pero a mí me gusta otra persona.

>Ah, sí? Quién?

>Te lo tengo que decir?

>Me gustaría oírlo.

>Quieres que te regale el oído? Ya sabes que eres tú.

>Uumm! Que bien suena eso.

>Tengo una anécdota. Te la cuento?

>Claro.

>El viernes, cuando llegué a la casa, me instalé en mi habitación y cuando

iba a cenar, caminando por el pasillo, pase ante la puerta de su habitación que

estaba entreabierta...

>Y?

>Sabes lo qué tenía sobre la cama?

>No.

>Había tres o cuatro consoladores.

>Hala! Tiene pareja?

>Que yo sepa no.

169
>Ja! pues ya sabes para los que los quería.

>Y tú qué tal? Te lo has pasado bien?

>Sí. Ha sido genial. Esto...te voy a dejar

>Ya? Por qué? Sucede algo?

>No. Nada. Solo que estoy cansada y mañana madrugo.

>Es que prácticamente no hemos hablado después de tanto tiempo.

Cuéntame como has estado.

>Ya te he dicho que han sido unos días estupendos. El sábado y el domingo

hicimos una fiesta que duró hasta la mañana.

>Y fue mucha gente?

>Sí. Marta llamó a todos sus amigos y se montó una buena.

>Y conociste a alguien?

>Si. Ya te digo, a sus amigos.

>Y qué pasa, qué hubo alguno que te gustó?

>Pero, qué dices?

>Te noto extraña. Estás más cortada que de costumbre y en este ratito ya te

quieres ir. Será porque ya no quieres hablar conmigo.

>No digas tonterías. Mañana madrugo y estoy cansada. Solo es eso.

Mañana hablamos.

170
>Como quieras.

>No te enfades.

>A ver, que remedio.

>Hasta mañana.

>Adiós.

Siempre espero que ella cierre primero la sesión, hoy no. Estoy

enfadado. Bastante enfadado. Llevo muchos días esperando llegar para poder

hablar con ella y ahora es ella la que me corta en seco. Puede ser cierto que

esté cansada y le apetezca dormir, pero ha habido muchas noches en que nos

ha amanecido escribiendo y entonces no se quejaba ni de sueño ni de que

tuviese que madrugar. Que casualidad que ha sido venir de vacaciones y

cambiar el comportamiento. Estoy convencido que tiene algo que ver.

«Mañana dice que tiene que madrugar. Tendrá clase a primera hora. Y

yo mañana estoy de tarde. Se me está ocurriendo algo. Sí, lo voy a hacer» -me

digo-, «no lo voy a pensar más y me lanzó. Ha llegado el momento -elucubro-,

estoy convencido de ello. Ha llegado el momento de hablar con ella en

persona. Llevo semanas agazapado frente a su facultad para verla, nunca me

he atrevido a decirle nada, pero alguna vez tenía que ser y ahora es la

ocasión».

171
CAPÍTULO XXXIV

Celia camino a su casa no puede quitarse de la cabeza la imagen de la que ha

sido testigo en el parque.

No tiene nada claro como actuar cuando tenga frente a ella a Daniel y a

su hija. Si les cuenta lo que ha presenciado es admitir que les ha seguido y

conociéndoles sabe que se van a enfadar y no va a sacar nada en claro y

necesita saber.

«Cuando el inspector Duarte estuvo en su casa por el caso de Tony,

Daniel aseguró no saber quien era Magdy y está claro que mintió» -se dice

Celia recordando datos-. «Magdy a su vez, el día de la cita con ella en la

cafetería, le preguntó si conocía a Tony, de lo que se deduce que ella si que le

conocía, la cuestión es de qué». «Puede que fuese por haber prestado dinero a

Lucas por su adicción al juego o que fuese a través de Daniel» -se pregunta

liando la situación aún más. «Carla se quedó con Lucas en el parque, ¿será

verdad que están liados como asegura Magdy?» Le gustaría llegar a casa y

poder hablar con ellos con sinceridad frente a frente, pero sabe que le van a

ser esquivos como lo llevan siendo desde que salió del centro de rehabilitación.

Al abrir la puerta de casa, afina el oído para averiguar si hay alguien en

casa. Todo está en silencio. Está claro que aún no han llegado. Decide darse

un baño, necesita relajarse para pensar mejor. Será uno de esos baños como

hace tiempo que no se da. Llena la bañera, le pone sales al agua, velas

172
aromáticas son la única luz del aseo. La sensación es placentera y relajante. Lo

necesita.

Tras un tiempo indefinido, sale de la bañera siendo el único motivo que

el agua se le ha quedado fría.

Agarra la toalla y colocando el pié sobre el borde de la bañera seca sus

piernas, una y luego la otra, después sus partes intimas. Terminada la acción

se percata de que el paño está manchado de sangre. Se sorprende. No ha

tenido ningún dolor ni síntomas de que le hubiese bajado la regla, y es extraño

en ella ya que siempre ha padecido unas menstruaciones bastante dolorosas.

Va al cajón de su mesita de noche donde guarda las compresas. El

paquete está vacío. Solo le quedan tampones, pero no le gusta usarlos, por

eso le quedan. «Quizás Carla tenga» -piensa-, así que envuelta en la toalla va

al cuarto de su hija. Mira en los cajones del armario, en los de la mesita de

noche, en los del sifonier. Parece que ella tampoco tiene. Solo le queda por

mirar en los cajones de la mesa de escritorio, «pero...no creo que guarde ahí

las compresas» -se dice-.

Pero para cerciorarse e intentar no tener que salir ahora de casa a

comprar, abre cada uno de los tres cajones. Lo que haya en el último le deja sin

palabras.

«¿Para qué quiere mi hija esto?» -se pregunta sacando del cajón una

pistola. La observa como a cámara lenta. En su casa nunca había permitido

que hubiese armas, así que no comprende cómo, ni por qué su hija esconde

173
una en su habitación.

Está claro que tiene que hablar con ella seriamente.

—¡Mamá! ¿Se puede saber que haces en mi habitación? -pregunta

Carla tras ella.

Celia, viéndose sorprendida guarda el arma donde estaba e intenta disimular.

—Estaba buscando si tenías compresas.

—¿Y qué haces buscándolas en el escritorio? No te parece un sitio extraño

para guardarlas.

—Sí me lo parece, pero he mirado en toda la habitación y no las he

encontrado.

—Te tengo dicho que no quiero que entres en mi cuarto.

—Sí, lo sé. Lo siento. Es que las necesito.

—Toma -le alarga Carla un paquete que ha sacado del fondo del armario. Y

la próxima vez, pídemelo antes de tocas mis cosas.

—Gracias. Perdona.

Celia sale de la habitación. En el quicio de la puerta se gira para mirar a

su hija que la observa apoyada en el escritorio. Mirándose a los ojos madre e

hija y sin pronunciar palabra, Carla camina lentamente hacía su madre y con

gesto serio y mirada penetrante cierra la puerta con aire de superioridad.

A Celia le tiemblan las piernas. Tiene miedo. Le ha resultado imposible

174
decirle a su hija que quiere hablar con ella, y es lo que realmente desea y

necesita.

Camina hacía su habitación, se sienta en la cama y no puedo controlar

el llanto. Sentirse intimidada por su propia hija ha sido demasiado duro para

ella.

175
CAPÍTULO XXXV

Fermín acaba de llegar a casa del despacho de notaría donde lleva trabajando

como abogado más de veinte años.

El día ha sido algo complicado, y lo único que ya le pide es tranquilidad,

una cena ligera viendo algo trivial en la tele e irse a la cama a recargar las

pilas.

Lo prepara todo para llevar a cabo su plan cuando le interrumpe el

timbre de la puerta. «¿Quién será ahora?» -se pregunta contrariado.

—¡Esteban! ¿Qué haces aquí?

—¿Puedo pasar?

—Claro. ¿Te encuentras bien?

—Llevo todo el día dando vueltas. Necesitaba hablar con alguien y he

pensado en ti.

—Me estás asustando. ¿Qué ha sucedido?

—Que me ha negado.

—¿Quién? No te entiendo.

—Magdy. Dice que no me conoce.

—¿Quién?

176
—Vamos a ver Fermín, que no te enteras.

—Si es que vienes por sorpresa, con aspecto de estar medio muerto y lo

único que dices es que te han negado, ¡qué quieres! Tranquilízate y

cuéntamelo todo.

—Magdy es la chica con la que hablo cada noche desde hace tiempo. La

misma con la que tú hablaste aquí en tu casa, ¿te sitúas ya?

—Sí. Sí. ¿Qué ha pasado?

—Todo iba perfectamente entre nosotros. La relación fluía y nos llenaba a

los dos...

—¡Relación! -se extraña Fermín al oír el termino utilizado por mí.

—...Sí, relación sí. Me he enamorado de ella y ella de mi. Espero con

ansiedad el momento de conectarme y poder hablar con ella. La espera se me

hace eterna y la llamo o mando mensajes se puede decir que durante todo el

día. Me está afectando incluso en mi trabajo ya que no consigo concentrarme,

el jueves pasado armé la de Dios al olvidar cerrar la compuerta del agua

residual y costó horas arreglar el desaguisado. Ese accidente en circunstancias

normales no habría ocurrido, tú me conoces, pero es que no puedo quitármela

de la cabeza. Estoy de día y de noche pensando en ella, ¿dónde estará?, ¿con

quién?, ¿qué estará haciendo?, me estoy volviendo loco, de verdad.

—¡A ver! ¡A ver! No comprendo como has podido llegar a ese punto.

—Tú me conoces -repito.

177
—Precisamente por eso. Eres un tipo responsable, sereno y con suficiente

capacidad y experiencia en la vida como para actuar como un quinceañero

obsesionado por una mujer que ni siquiera conoces en persona.

—Estoy enamorado de ella.

—¡Esteban, por favor! -exclama enfadado—. Será que estás enamorado de

una letras que aparecen en una pantalla, o como mucho de una voz. No la

conoces, no puedes tener ese sentimiento por ella.

—No me entiendes.

—Te juro que lo intento.

—Detrás de esas letras, como tú dices, hay una persona.

—Sí, una persona que no conoces y que no sabes quién es. No sabes si te

está engañando. No sabes nada de su vida.

—Sí lo sé. Lo hemos hablado durante noches.

—Pero puede que no sea verdad. Es muy fácil mentir cuando no se tiene

enfrente a la persona, cuando se quiere impresionar, puede que inventando

una vida fastuosa, porque en realidad no sabes quien hay detrás de la pantalla.

—Ella es distinta. Sé que no me ha mentido.

—Si estás tan seguro, ¿por qué estás así?

—Todo ha sido por culpa del maldito puente.

178
—¿Qué puente?

—Estos días de fiesta que ha habido.

—¿Vosotros habéis ido a Cáceres, no?

—Sí. Y ella a una casa rural con unas amigas. Por eso no hemos podido

contactar durante ese tiempo, no tenía cobertura...

—¿Te estás escuchando? Por el simple hecho de que no has podido hablar

con ella a diario, estás así?

—No. Espera que te cuente.

—¡A ver!

—A la vuelta, hablamos...

—¿Y?

—La noté diferente. Parecía como si no quisiese hablar conmigo. No fue

como otras noches, que nos pasábamos horas y horas hablando, enseguida

quiso cortar, decía que tenía sueño, pero no la creí.

—Y si te crees lo demás que te dice, ¿por qué no te crees eso?

—La noté distante -seguí contando sin escuchar la reflexión de Fermín-. Le

pedí que me contase lo que había hecho en sus vacaciones y no quería.

Parecía que no era ella. Le pregunté si había conocido a alguien y me aseguró

que no, pero yo creo que sí. Estos días ha conocido a alguien y me ha

cambiado por él.

179
—¡Estás celoso!

—He ido a verla.

—Que has hecho ¿qué?

—Sé en la facultad que estudia, sus horarios, y mordiéndome los celos el

corazón decidí ir a verla y hablar directamente con ella.

—¿Y cómo la ibas a reconocer?

—Tengo una foto.

—Esa es otra. ¿Ella no te ha pedido a ti ninguna? Porque según me dijiste

le habías mentido sobre tu edad.

—Sí. Lo sé. Yo le mandé una foto de cuando era joven. Y esa mentira es la

que me está matando. Por eso pensé que era el momento de ponerle fin y

contarle toda la verdad. Si estaba enamorada de mí, como aseguraba, no le

importaría.

—Y que pasa, que le ha importado, ¿no es eso?

—Si fuese eso. Fui a la puerta de la facultad a primera hora. La vi a lo lejos.

Estaba preciosa. Me quedé paralizado al verla. Me fue incapaz acercarme a

ella y decirle quien era. El miedo me lo impidió. Entró en la facultad y perdí la

oportunidad, pero como ya lo había decidido no podía volverme a casa sin

haber dado el paso, así que me quedé hasta que la vi salir. Armándome de

valor, me planté ante ella; —Hola Magdy le dije. ¿Sabes quién soy?—. Me mira

180
sorprendida y me suelta un NO rotundo. —Verás, soy Esteban, empiezo a

contarle. Comprendo tu sorpresa. Pero soy yo. Tengo que explicarte el por qué

te mandé aquella foto, te juro que me arrepiento de corazón, pero lo hice por

temor a perderte. Estoy enamorado de ti y no soportaría que no me aceptases

por el simple hecho de...—

—¿De qué? ¿Qué paso?

—Me mira fijamente a los ojos y me asegura que no me conoce. Que nunca

ha hablado conmigo. Que no sabe de lo que le estoy hablando. Me he quedado

helado. No sabía como reaccionar. En un principio he pensado que me estaba

gastando una broma, pero su mirada de asombro ante mi historia me ha dejado

claro que no estaba mintiendo.

—Entonces...¿quién es la mujer con la que has estado hablando todo este

tiempo?

—¡Ella! ¿Quién va a ser?

—No entiendo.

—Me ha negado porque ha conocido a otro tipo, y no quiere hacerme daño

contándomelo.

—¿Y decide decir qué no te conoce antes que decirte que no quiere hablar

más contigo?

—Se ha asustado. No esperaba que fuese a verla y es lo primero que se le

ha venido a la cabeza. Supongo que necesita un poco de tiempo, verás como

181
esta noche cuando hablemos me da una explicación sobre lo ocurrido.

—¡Vamos a ver! Esteban, de verdad me estás preocupando. Si tú mismo te

contestas, si ves tan claro el motivo de su negación, ¿por qué estás tan mal,

por qué necesitabas desahogarte, por qué actúas de ese modo? La parte más

sensata de ti está hablando y te está diciendo que esa mujer te ha engañado.

Ya está, punto. Olvídala. Es solo alguien que pretendía pasar el rato, nada

más. No puede afectarte hasta este punto, mírate, no pareces tú.

—Exactamente eso es lo que le sucede a ella, parece otra persona. Pero no

puede ser que no quiera volver a hablar conmigo, después de todo lo que

hemos compartido. Tengo que hablar con ella y que me dé una explicación.

—¡Espera! ¡Espera! ¿Dónde vas? -me pregunta al verme con la intención

de irme.

—Voy a casa a hablar con ella.

—¡Olvídala! No merece la pena. Te estás volviendo loco por alguien que no

existe, ¿no te das cuenta?

—¡Déjame! No me comprendes. Tengo que hacerlo -grito saliendo de su

casa.

—¡Esteban! ¡Esteban! -me llama sin que le haga el menor caso.

182
CAPÍTULO XXXVI

—¿De qué te ríes? -pregunta Carla a su pareja, tumbada a su lado en la

cama después de haber hecho el amor.

—Estaba imaginando la cara de tu madre cuando se entere de todo.

—Se lo tiene merecido.

—Me pediste que te ayudase a sacar tu plan hacía adelante, pero no me

has contado el por qué sientes tanta animadversión hacía tus padres. ¿Qué te

ha sucedido?

—Eso es algo de lo que no me gusta hablar. El pasado es mejor enterrarlo y

que no vuelva a salir. Es mucho menos doloroso.

—Y el comisario, ¿ha vuelto a ir por tu casa?

—¡Qué va! Ese tipo es un imbécil. Le puse en bandeja la culpabilidad de mi

madre y la obvió. Incluso cuando conté que mi madre había estado en el

apartamento de Tony cuando lo mataron.

—Ya te digo yo que estuvo. Sé de buena tinta que Lucas tuvo que

esconderse bajo la cama de aquel tipo para no ser descubierto por ella. Llega a

aparecer tu madre unos minutos antes y le pilla con el bate en plena faena con

aquel mamón que pretendía chulearnos.

—¡Qué se pudra en el infierno!

183
—Tu madre no creo yo que aguante mucho más.

—¡Qué va! Es muy lista. Está atando cabos y ya empieza a sospechar.

Además lo mejor está por venir.

—¡Cómo! No entiendo.

—Hay aún una sorpresa más. La he preparado expresamente para ella.

—¿Y tú padre?

—¿Qué pasa con él?

—No sospecha nada.

—Mi padre vive obsesionado por las dos cosas que más ama en este

mundo.

—¡Qué son!

—El dinero y el sexo.

—Como la mayoría de los tíos. ¡Eh! ¿Qué te pasa? Carla, ¿por qué lloras?

Es...¿es lo qué estoy pensando? El motivo de tu odio es lo que me estoy

imaginando? ¡Carla! ¿Es eso? ¡Dime! ¿Es eso?

184
CAPÍTULO XXXVII

Celia lleva toda la tarde metida en la cama. Últimamente prefiere no tener más

contacto con su familia que el estrictamente necesario.

Está muy nerviosa y también muy harta de toda esa situación.

Se ha hecho la dormida cuando Dani se ha metido en la cama a eso de

las once de la noche. Ahora duerme. Nunca le ha costado pillar el sueño.

Continua en la cama, sin inmutarse y con los ojos cerrados. Deja que pase el

tiempo. Un tiempo que necesita para saber exactamente como actuar y poder

conseguir la verdad que es lo único que va buscando.

Oye a Carla subir las escaleras y cerrar la puerta de su habitación. La

casa se queda en silencio. El reloj despertador de su mesita de noche marca

las 00:12 horas. Decide levantarse y bajar a la cocina, tiene hambre. Se

prepara un sándwich de pavo y lo acompaña con un fresco tercio de cerveza.

Del más mínimo crujido o ruido que oye se sobresalta. Tiene los nervios

de punta.

Para sentirse acompañada por alguien que no sea una persona física,

enciende la televisión.

Están dando las noticias de media noche.

«La fiscalía peruana solicitará a Estados Unidos la extradición del ex

presidente Alejando Toledo -anuncia la chica del telediario.

185
La noticia no le interesa y continúa escondida en sus pensamientos

comiendo su bocadillo. Cuando su cabeza vuelve a la vida real, la noticia es

otra; “ Su majestad, el rey Felipe VI, recibe en Moncloa al recién estrenado

presidente del gobierno. Ambos posan para la foto bajo la lluvia de flash de las

decenas de periodistas que cubren la noticia”.

Tampoco le interesa, vuelve a sus problemas.

—¿Qué haces?

—¡Daniel, por Dios! ¡Qué susto! Que manía la tuya de aparecer por

sorpresa, no te lo he dicho nunca pero, es algo que odio de ti.

—Me ha despertado la tele y he visto que no estabas en la cama.

—Y a que vienes, ¿a asegurarte si estoy jugando?

—¿Por qué eres así? Solo he venido a ver que hacías.

—Claro, no me puedes dejar un momento sin agobiarme, sin presionarme.

Constantemente tengo que decirte donde estoy y con quien, ¿no es eso?

—No soy yo precisamente quien pide eso.

—¿Qué quieres decir?

—No soy yo quien te acusa de tener un amante y de estar engañándote

continuamente.

—Si te acuso de ello es porque es verdad.

186
—Tú solo ves tu verdad. No eres capaz de ver un palmo más allá.

—Déjame en paz. ¡Qué harta estoy de ti y de todos! De verdad que ya no

puedo más -reniega gritando.

—No estás bien, Celia. No estás bien. Necesitas ayuda. Me acerco a ti con

intención de ayudar y solo recibo gritos e insultos. Descuida, que ya no lo voy a

volver a hacer. Perdóname por preocuparme -victimiza.

Celia continua con su bocadillo y atendiendo a la televisión. Las noticias

prosiguen. Ve a la presentadora como si fuese una marioneta a la que ni

escucha ni atiende. Para ella en estos momentos, está dando una noticia sin

ninguna importancia, pero una foto que aparece en el borde superior derecho

de la pantalla le hace que su interés cambie. Es tal la sorpresa al ver esa foto

que se le cae el bocadillo de las manos. Rápidamente busca el mando para

subir el volumen de la televisión; «...ha sido encontrado sin vida en su

habitación. En estos momentos se desconocen los motivos de la muerte del

joven Lucas Torres Hurtado. Según fuentes policiales el joven acudía cada

semana al Centro Hope, donde intentaba rehabilitarse de su adicción al juego.

Existen varias teorías sobre su muerte. Se investiga su entorno,crucial para la

aclaración del suceso. El caso está bajo secreto de sumario. Tras el

levantamiento del cadáver hemos podido hablar con Magdalena Muño Carrión

pareja del fallecido, escuchemos su declaración;

“Lucas y yo nos queríamos. Era un chaval estupendo. Es cierto que

estaba pasando por una mala racha pero estaba luchando para salir del

187
infierno del juego y gracias a su esfuerzo lo estaba consiguiendo. No

comprendo como ha podido llegar a querer nuevamente quitarse la vida.

Teníamos proyectos en común. ¡No es justo! ¡No es justo!”.

El joven —continua la locutora—, será enterrado mañana en la más estricta

intimidad, por petición de la familia. Estaremos pendientes del resultado de la

autopsia para informarles. A continuación, el tiempo, que nos llega de la mano

de nuestro compañero Vicente Maroto, adelante, cuando quieras...»

Celia apaga la televisión. «¡Lucas ha muerto! ¡Ha vuelto a hacerlo! No se

lo puede creer, lo vio en el parque con Carla y por su comportamiento no se

podía decir que pensase hacer lo que ha hecho. Pero...«¿Y sí no ha sido

suicidio? ¿Y sí le ha ocurrido como a Tony? Le molestaba a alguien y se lo ha

quitado de en medio» —elucubra asustada—. «Magdy aseguraba que tenía un

romance con mi hija y con ella fue con la última persona con que le vi con vida,

pero...¿qué mal podía hacer Lucas? ¿Estaré yo también en peligro?» —le es

inevitable pensar—. «Tengo que acudir a la policía» —se dice—, y contar todo

lo que sé sobre Lucas, necesito protección, presiento que yo también estoy en

peligro» —sospecha muerta de miedo.

188
CAPÍTULO XXXVIII

Espero con una mezcla de nervios, enfado e indignación a que mi familia se

vaya a la cama para poder contactar con Magdy y que me dé la explicación que

creo merezco.

—Esteba,hijo, ¿te encuentras bien? —se preocupa mi madre al verme con

gesto serio, taciturno y con el ceño fruncido.

—No es nada. No te preocupes.

—Es que te veo acongojado, como intranquilo, además saltas por lo más

mínimo.

—No es nada de verdad. ¿Te vas ya a la cama?

—Sí. Claro. Como quieras.

—¿Es qué no tienes sueño?

—Me voy.

Acata mi propuesta sabiendo que escondo algo. Algo importante, lo que hace

que salten las alarmas que todas las madres tienen cuando se trata de su

prole.

Conecto el portátil. Esta noche no tengo paciencia para esperar a que

mis hijas se vayan a dormir.

189
>Hola Magdy. Necesito hablar contigo. Si en cinco minutos no me contestas

te llamaré por teléfono, aunque me tengas prohibido hacerlo a partir de las diez

de la noche. Te aseguro que estoy dispuesto a todo, así que no me pongas a

prueba y no es una amenaza.

>Se puede saber qué te pasa?

>Qué me pasa? Tú sabrás lo qué me pasa?

>Yo por qué voy a saber estás tan borde.

>Ya se te ha olvidado? Que mala memoria tienes.

>El qué? Explícate que tengo poco tiempo para hablar.

>No!!!!! Eso no!!! No empieces como haces últimamente. Dedícame el

tiempo que necesito, o mejor dicho, merezco.

>Pero si es que no sé a lo que te refieres.

>Me puedes dar un explicación de lo que ha ocurrido esta mañana?

>Contigo? Contigo a mí no me ha ocurrido nada. Qué dices?

>Vamos a ver, a ver si es que yo me estoy volviendo loco. Esta mañana he

ido a verte a la facultad y tu contestación ha sido que no me conocías.

>Que has hecho quéééé??

>No te entiendo, de verdad. No actúes como si no supieras de lo que te

estoy hablando.

190
>Por qué no me dijiste que ibas a ir a verme?

>Llevo haciéndolo ya un tiempo. He cambiado incluso el turno de trabajo a

la tarde para poder ir cada mañana a verte. Te veo llegar y espero a que salgas

para volver a verte solo un instante, pero para mí es suficiente. Nunca me he

atrevido a decirte nada, pero la última vez que hablamos, después del puente,

te noté tan fría y distante conmigo que quería aclarar el por qué frente a frente

y decirte todo lo que siento cara a cara, que te quiero, que estoy enamorado de

ti, que no puedo vivir sin tenerte, esa era mi intención pero lo que he recibido

de ti ha sido un desagradable desprecio espetándome que no me conocías,

que no tenías ni idea de quien era, que nunca habías hablado conmigo. Me

quieres dar una explicación?

>A ver, tienes que comprenderme. Para mí ha sido una sorpresa. Pero no

una sorpresa buena. Hubiese preferido que me lo hubieses dicho que ibas a ir,

o simplemente quedar en algún sitio, como hacen las personas normales...

>Qué pasa, qué no soy normal?

>Tú me dirás. Me espías, porque lo que has hecho todo este tiempo es

espiarme, que pretendes que te reciba con los brazos abiertos?

>Se puede hablar. No es necesario hacer daño.

>No era mi intención. Pero es que últimamente no eres tú.

>Qué dices?

>Sí. Acuérdate que te dije la otra noche que una cosa es cariño y otra

191
obsesión. Y tú estás obsesionado. Hemos hablado, hemos intimado, no ha

funcionado, pues ya está. No hay que darle más vueltas.

>Espera! Espera! Cómo que no ha funcionado? Eso qué quiere decir?

Quieres dejarlo? Quieres que dejemos de hablar, de conocernos? Me

abandonas como a un perro?

>Pero qué dices? Anda no seas exagerado.

>Eres una niñata que ha jugado con mis sentimientos. Por qué me haces

esto?

>Voy a ser sincera contigo. He conocido a otra persona.

>No te creo.

>No tengo porque mentirte.

>Quién es?

>Qué más da. No le conoces.

>Quiero saber quién es, creo que tengo derecho a ello.

>Está bien. Se llama Daniel. Es empresario. Vive en calle Duquesa 49.

>Qué dices? No, Magdy, por favor. No me hagas esto. Yo te quiero. Nadie te

va a querer tanto como yo, de verdad. Escúchame. Haré lo que tú quieres. No

iré a verte si no quieres, esperaré a que seas tú quien me llame. Lo que sea

menos que me dejes y te vayas con otro. No me hagas esto.

192
>Conocerás a otra persona. Estoy segura. Tú mereces lo mejor y te

aseguro que lo mejor no soy yo.

>No digas tonterías. Yo te quiero a ti. Por favor, hazme caso. No me

abandones.

>No me lo hagas más difícil. Somos maduros y lo superaremos. Ahora

tengo que dejarte. Me ha encantado conocerte. Hasta siempre Esteban. Un

beso.

Estoy desolado. Me ha dejado la mujer que más quiero. Me ha cambiado

por otro. Los celos me matan. No puede ser, quiero a Magdy, ¿por qué esta

mujer también me rechaza? Soy un desgraciado que jamás voy a tener ese

amor que tanto anhelo. Pensaba que lo había encontrado, pero a la primera de

cambio me ha cambiado por otro. Estoy muerto. Estoy muerto en vida. ¡Muerto!

Puede que esa sea la solución. Estoy dispuesto a todo para no perder a

Magdy. ¡Muerto! Eso es —decido asintiendo ligeramente, pensando que he

llegado a la mejor conclusión.

193
CAPÍTULO XXXIX

Para Celia la noche pasada ha sido una de las peores noches de su vida. Le ha

resultado imposible conciliar el sueño dándole vueltas a todo lo ocurrido en los

últimos días. Tiene miedo.

Ve a su marido salir de la ducha y vestirse a los pies de la cama. Daniel

sale del dormitorio sin dirigirse la palabra. A ninguno de los dos le apetece que

el otro le moleste, ni que le diga nada. Sabiendose sola, por unos segundos

cierra los ojos y oye abrirse la puerta de su habitación. Celia no se inmuta.

Siente que hay alguien observándola de pie cerca de ella, supone que será

Daniel y continua con los ojos cerrados hasta que oye cerrarse la puerta.

Ahorra es la puerta del despacho de Daniel la que se oye. «¿Aún no se

ha ido?» —se pregunta—. Chirría la bisagra, de la puerta lateral del escritorio.

Pasan unos segundos y nuevamente se oye el pestillo de la puerta del

despacho. Está tan familiarizada con los ruidos de su casa que es capaz de

identificarlos sin problema.

«Hay alguien en la cocina» —se dice—. «Será Carla preparándose el

desayuno» —llega a la conclusión—. «Tengo que hablar con ella» —decide.

Se levanta y busca el salto de cama. «Juraría que anoche lo dejé sobre

los pies de la cama, no lo entiendo» —comenta como si alguien pudiese oírla.

Baja las escaleras expectante. Estaba en lo cierto al ver que era Carla la

194
que estaba en la cocina preparándose unas tostadas. Celia se extraña al entrar

en la estancia y ver que su hija lleva puesto su salto de cama. «Entonces, ha

sido ella la que le observaba cuando estaba acostada y no Daniel como

pensaba» —aclara. «Pero... ¿por qué lo ha hecho? —se cuestiona.

En la cocina las dos van de acá para allá sin decirse nada. Cuando Celia

ya no puede aguantar más la situación, explota con la orden; «Tenemos que

hablar». Carla continua con su tarea sin hacer ningún caso a su madre.

—Carla, te estoy hablando —repite enfadada.

—Ahora quieres hablar, ¿no? ¿Cuántas veces te lo he pedido yo y no me

has hecho ningún caso? —reprocha encarándose a su madre.

—Ha muerto Lucas —le espeta, creyendo dar un notición—. Lo vi anoche

en las noticias.

—¿Y qué?

—¡Cómo que y qué! ¿Era tu novio?

—¡Qué dices! ¡Ahora sales con eso! De verdad mamá, vas dando tumbos

sin sentido.

—Explícamelo tú.

—Ya lo hice en una ocasión, ¿o no te acuerdas? Y no tuve tu apoyo.

—Eso ya pasó.

—¡Claro! ¡Es verdad! Se me olvidaba. Para Celia Cambil Lupiz, ¡la

195
perfecta!, ya pasó. Celia Cambil, no puede tener una hija bollera, ¿verdad? Es

una vergüenza. Soy un monstruo al que hay que ocultar. ¡Ah no!, ¡Algo mejor!

Permitir que tu marido abuse de ella para hacerle ver que lo que le tiene gustar

son las pollas, ¿verdad, mamá?

—¡¡Qué dices!! ¡Dios, Carla! ¿De qué me estás hablando?

—¡Lo sabías! —le grita derramando el café.

—¿Te has quemado?

—¡Déjame!

—¿Sabes cómo me he sentido todo este tiempo viendo como te alejabas de

mí? Te necesitaba. Eres mi hija, mi pequeña.

—¿Qué os pasa? —les interrumpe Daniel alarmado por los gritos—. Se

oyen las voces desde la calle.

—Tú siempre igual, ¡Yo! ¡Yo! ¡Yo! ¡Y mi ombligo! Nunca me has hecho caso,

ni siquiera cuando te pedí por favor que me ayudases con lo que me estaba

sucediendo.

—Tenía una enfermedad.

—Fue mucho más cómodo para ti hacer oídos sordos e irte a jugar. ¡Mamá!,

tenía catorce años, estaba perdida, sentía que algo me estaba sucediendo, que

no era como las demás chicas del internado. Necesitaba a una madre que me

comprendiese y me diese la fuerza que necesitaba para enfrentarme a la

196
sociedad, que me formase en sexo y en hacerme sentir como persona. Ser

lesbiana no es ninguna desgracia, ni ningún problema, ni ninguna deshonra, ni

algo que hay que esconder, pero para ti no había nada más que el juego,

pero...¡espérate! Que no encontrando tu comprensión fui a buscar la tuya —

señala a Daniel—. Sí a ti, ¡a mi padre! —grita Carla llorado desconsoladamente

pero con la suficiente fuerza como para poder continuar con su monólogo—. El

otro pilar fundamental en aquellos momentos de mi vida. Busqué un padre

comprensivo, cariñoso y benevolente y encontré a un padre que decidió otro

modo de demostrarme, que lo que yo necesitaba era sexo con un hombre para

que me diese cuenta de que estaba equivocada al asegurar que me gustaban

las mujeres y por supuesto quien mejor para hacerlo que un padre, ¿verdad,

papá? —vocifera—. Así que cada noche, mientras tú —señala a Celia—, te

lapidabas el dinero que necesitaba tu familia, él se metía en mi cama para

enseñarme como era en realidad el sexo.

—Yo no sabí...

—¡Tú lo sabías todo! —la calla gritando fuera de sí—. Lo sabías y no hiciste

nada. No te importó. Solo te preocupaba cuantos bingos cantar o que te había

tocado en las apuestas. ¡Mamá!, no hiciste nada. Y yo, yo era tu hija, tu

pequeña como tanto repites. Una niña que necesitaba tu apoyo y protección y

no la tuve. No me escuchaste. Decías que eran cosas mías. Que eso era

imposible. ¡No me creíste! ¡Os odio a los dos! Os odio desde lo más profundo

de mi corazón.

197
Carla sale de la cocina llorando. Va directa a su habitación.

—¡Dios! ¡Dios! —llora Celia derrumbándose en una de las silla de la cocina,

cubriéndose la cara con las manos.

En esos momentos tan inoportunos alguien llama a la puerta de manera

insistente, se ve que quien sea tiene prisa por entrar.

198
CAPÍTULO XL

Llevo toda la noche pensando en lo de Magdy. Tengo clarísimo que no me voy

a quedar de brazos cruzados mientras ella se va con otro. Mi corazón no me lo

permite y mi cabeza no lo acepta.

Llevo desde las seis de la mañana, metido en el coche, en la puerta de

su facultad. Hoy más que nunca tengo que hablar con ella y aclararlo todo. Lo

necesito o me voy a volver loco.

El movimiento de estudiantes comienza cerca de las ocho de la mañana.

Me fijo para que no se me escape Magdy. En cuanto la veo llegar a lo lejos, me

apeo del coche y corro hacía ella.

—Tenemos que hablar —le pido.

—¿Otra vez usted? Le he dicho que me deje en paz —me pide apretando el

paso.

—Pero...¿por qué me hablas ahora de usted? Me estás volviendo loco.

—¡Déjeme en paz! —me exige entrando en la universidad.

Sí es que no comprendo nada. Pero tengo claro que no me voy a mover de

aquí hasta que consiga aclarar el malentendido con ella.

En una media hora vuelve a salir. Le sigo. Camina calle arriba. Aprieto el

paso para ponerme a su altura. La agarro fuertemente del brazo y la arrincono

199
contra la pared. Necesito que me escuche y que me cuente. Es el único modo

que encuentro de retenerla.

—¡Oiga! ¿Pero qué hace?

—Estoy dispuesto a hacer lo que sea para que me escuches. ¿Qué nos

está pasando? ¿Por qué me tratas de este modo? Yo estoy enamorado de ti.

Te quiero Magdy, te quiero.

—Ya le dije que no le conozco. No sé quien es usted.

—¿Por qué me niegas? Llevamos meses hablando por el chat y por

teléfono.

—Yo no he hablado con usted en mi vida. Se lo juro.

—¿Dónde vas?

—¿Y a usted qué le importa?

—Vas a verle a él, ¿no es eso? Me has cambiado por alguien más joven,

¿verdad? Es eso. Dime. ¿es eso?

—¡Está loco!

—Me mandaste una foto.

—Yo no he hecho tal cosa.

—Mírala, la tengo aquí —nervioso, temblándome las manos, saco el móvil y

busco la foto—. Mírala —se la enseño.

200
—¿Por qué tiene usted esa foto mía? ¿De dónde la ha sacado?

—Me la enviaste tú.

—¡Qué no! ¡Qué yo no le he enviado nada! Que no sé quien es usted, y

como no me deje en paz, voy a llamar a la policía. ¡Déjeme! No quiero volver a

verle en mi vida —termina la conversación zafándose de mí.

—¡Magdy! ¡Magdy! —llamo desesperado, viendo como se aleja de mí.

Estoy convencido que va a verse con su novio. Tengo que ver quien es.

Ver como es. Tengo que seguirla. Estoy dispuesto a todo. Los celos me ciegan

y no veo más que el desprecio de mi amor por culpa de un tipo que me la ha

arrebatado.

201
CAPÍTULO XLI

El timbre de la puerta de la casa de Celia continua sonando. Nadie abre.

Cuando Daniel es capaz de mover un musculo se encarga de abrir la

puerta. Se sorprende al ver quien llama de esa manera tan desesperada a su

puerta.

—Magdy, ¿qué haces aquí? —pregunta.

—Tengo que hablar con Carla.

—No es un buen momento. Es mejor que te vayas.

—No puedo. Es urgente.

—Magdy, te estoy diciendo que no es el momento.

—Tengo que contarle que Lucas ha muerto.

—¿Cómo?

—Dicen que se ha suicidado pero yo tengo la prueba de que no es así.

Tengo que hablar con ella. La van a culpar.

—¿Qué dices? Mi hija no es ninguna asesina.

—Daniel, hazme caso. La policía sospecha de ella. Van a venir a detenerla.

Hay pruebas en su contra. Déjeme pasar —hace el amago de entrar.

—Te estoy diciendo que ahora no es posible. ¡Vete! —le empuja fuera de su

202
casa.

—No lo entiendes. Es importante —insiste.

Magdy y Daniel forcejean intentando cada uno conseguir lo que quiere. Magdy

entrar y Daniel que no lo haga.

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CAPÍTULO XLII

Sin aliento voy tras Magdy. Las llevo siguiendo desde nuestro encuentro en las

puertas de la facultad. Tengo que saber donde va y sobre todo con quien.

La veo en la puerta de una de las casas de la urbanización «Los

Nogales», gesticulando ante un tipo bastante mayor que ella.

«¿Me ha cambiado por ese?» —me pregunto— Imaginaba que iba a ser

un chaval de su edad con el que haría buena pareja, pero el hombre está más

cercano a mi edad que a la suya. No comprendo como ha podido cambiarme

por ese hombre. No lo entiendo.

Hablan a voces. Veo como discuten oigo como le ha llamado Daniel. No

hay duda, es ese el tipo que me ha quitado a mi amor.

Solo tengo que cruzar la calle y podré llevar a cabo mi venganza. No

estando él, no existiendo, Magdy será mía para siempre. Lo tengo muy claro, y

en estos momentos lo veo más nítido que nunca.

Cruzo la calle, avanzo por el pequeño jardín situado ante la vivienda y

llego a ellos. El hombre me mira perplejo. Magdy continua gritando que quiere

entrar.

—¿Usted quién es? —me pregunta de malos modos.

—Soy el novio de Magdy, y tú me la has arrebatado.

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—¿Me ha seguido? Daniel llama a la policía. Este tío está loco.

—Estoy loco —repito—, pero loco de amor por ti.

Es lo último que pronuncio antes de sacar la pistola del bolsillo interior

de mi chaqueta. Sin temblarme el pulso y no por los nervios, apunto al pecho

del hombre que más odio en estos momentos y disparo sin pensármelo. Una

vez, dos veces, tres veces, cuatro veces.

Los ojos del hombre están clavados en mí. Clava en mí su mirada de

asombro y miedo. Veo como a cámara lenta va calleando caminando hacía

atrás atropellando todo a su paso, hasta caer inmóvil sobe la alfombra en

medio del hall.

Magdy grita espantada por la situación. Me mira atemorizada y huye.

Huye de mí, del hombre que más le quiere.

De la habitación que hay al lado de donde estoy, sale a una mujer, alta,

de pelo castaño hasta los hombros, que se queda petrificada al ver al hombre

muerto en el suelo.

Todo ha terminado. Bajo la pistola. No quiero hacer más daño a nadie.

La señora llama al hombre muerto;

—¡Daniel! ¡Dani!

Reconozco su voz. Es la misma voz con la que llevo hablando tanto

tiempo. La voz de Magdy. La voz de la que estoy completamente enamorado.

La habría reconocido entre un millón. Es la misma voz pero...pero, no es la

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misma persona. Es la voz de Magdy, pero...¡no es Magdy!

Mi cerebro intenta procesar toda esa información. Le cuesta trabajo y no

es posible que llegue a comprender.

—Tú...tú eres Magdy. Pero...no eres Magdy —balbuceo completamente

loco entrando en la casa.

—Usted, ¿quién es? -pregunta Celia.

—¡Eres Magdy! Es tu voz pero...Magdy, la chica a la que amo -señalo hacía

la calle.

—¡Esteban! ¡Eres Esteban!

—Sí, soy yo.

—Esteban decía tener treinta y siete años.

—Y tú decías ser la chica que se ha marchado. ¿Quién es Magdy, tú o ella?

Resulta que mi amor es tu voz y su presencia. ¿Qué significa todo esto?

—¡Le has matado!

—Me hiciste creer que era el nuevo amante de mi amor y cegado por los

celos, pensando que si le hacía desaparecer Magdy volvería a mí, lo he hecho.

Pero ahora no entiendo nada, he matado a este señor que en realidad no sé

quién es.

—Es mi marido. Y todo estaba planeado —declara Celia sin poder soportar

más la presión.

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—¿Cómo qué estaba todo planeado? ¿Qué significa eso?

—Salí del centro Hope, donde ingresé por mi adicción al juego y me

encontré con una familia a la que no reconocía. Me encontré con una hija que

me esquivaba, a la que notaba distante y hosca, no sabía el motivo, ahora sí lo

sé y me culpo de ello, pero es que en aquellos momentos mi mente solo estaba

ocupada por una cosa, el juego. Entonces no comprendía por qué mi hija me

miraba con odio y rencor, ahora lo comprendo todo, ahora que ya es

demasiado tarde. Y me encontré con un marido que suponía me amaba y sin

embargo resultó que me engañaba, me era infiel, imagino que desde que yo

dedicaba mi tiempo a otras cosas en vez de en mi familia. Él nunca me lo ha

reconocido, imagino que la vergüenza de ser descubierto se lo impedía.

Igualmente aprovecho el tiempo que estuve interna en el centro de

rehabilitación para hacerse con el dinero herencia de mi padre, e ingresarlo en

un seguro de vida donde yo no tenía acceso y yo necesitaba el dinero, lo

necesitaba y lo necesito para...para poder jugar. Sí, lo reconozco, he vuelto a

jugar, he vuelto a recaer en las redes del maldito juego. Me odio por ello, pero

es una fuerza superior a mí que me doblega al juego, aunque quiero resistirme,

no puedo, me resulta imposible obviarlo. Ante el primer contratiempo que me

encontré al salir del centro recaí. Daniel me pilló fichas en el bolsillo de mi

abrigo el fin de semana que pasamos en la sierra y volví a mentir, nuevamente

mentí y me refugié en el juego al saber la infidelidad de mi marido y por ello

necesitaba dinero, además Tony, el prestamista, me extorsionaba y exigía

dinero, dinero que no tenía. Para que no contase mi secreto, accedí en pagarle

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lo que me pedía, fui a su apartamento y me lo encontré agonizando en el suelo

de una de las habitaciones de su apartamento. No hice nada por ayudarle. Si

ese cabronazo moría un problema de mi vida desaparecía para siempre por lo

que le dejé morir sin pedir auxilio. Al morir ya no tenía que pagarle nada pero

continuaba necesitando el dinero para jugarlo. El de la cuenta no podía tocarlo,

ya que mi marido me lo impedía. La solución me la dio el empleado del banco.

Solo tendría el dinero si Daniel moría y ahí empezó mi plan. Pensé buscar a

alguien por internet y que fuese él quien hiciese el trabajo sucio. Mi plan

consistía en hacerme pasar por una chica joven, atractiva, amable y

complaciente en todos los sentidos, enamoraría a un tipo de los que buscan

amistad y sexo por las muchas páginas de la red, algo bastante fácil, le

engancharía con mis ganas perpetuas de sexo, cumpliría todas sus fantasías y

siempre estaría dispuesta a regalarle el oído, una vez estuviese enganchado le

daría celos diciéndole que había conocido a otra persona, e iba a dejar de

hablar con él. Sería ya tan fuerte lo que el sentiría por mí, que sería capaz de lo

que fuese por no perderme y sería él quien se deshiciese de Daniel. Yo

quedaría impune y así tendría acceso al dinero. La chica que elegí fue Magdy,

porque en ese momento se cruzó en mi camino pidiéndome ayuda para su

novio Lucas, ludópata como yo, pero me habría servido cualquiera. Cuando me

pediste una foto mentí una vez más, y cuando me la crucé en el centro le conté

que necesitaba una foto suya para la ficha, o el día que me citó en la cafetería

al acercarme a la mesa donde me esperaba le hice algunas fotos que luego te

mandé. Pensé que todo se había ido al traste cuando me dijiste que habías ido

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a verla, evidentemente ella te diría que no te conocía ni que jamás había

hablado contigo, por lo que temí que te sintieses defraudado y dejases de

luchar por tu amor, por ello adelanté el último tramo del plan al decirte que te

cambiaba por Daniel. No tenía nada claro que todo fuese a salir como estaba

planeado, pero ya veo que sí. Eso es todo. Esa es toda la verdad. Por una vez

estoy contando la realidad.

—Me has..., me has utilizado. Me has manipulado y una vez logrado tu

objetivo me dejas tirado como a un trapo viejo. Te he querido como nunca

nadie podrá llegar a quererte, he llegado a matar por tu amor, pero...pero ahora

te odio desde lo más profundo de mi corazón. Has destrozado mi vida. Maldito

el día que te encontré por la red. ¡Maldita seas!

Oigo un disparo. La mirada de Celia se queda clavada en mí. Cae al

suelo. A mis pies.

Y ahora...ahora ya todo ha terminado.

La abrazo en el suelo. Recostada sobre mi pecho, cierro sus ojos ya sin

vida, que miran sin ver, el cadáver del hombre que acabo de matar. El cadáver

de Daniel.

La miro con dulzura, aunque segundos antes haya deseado su muerte.

Ahora mis ropas y mis manos están manchadas con su sangre.

Oigo la estridente sirena de la policía acercándose. Quiero despedirme

de ella, sé que nos van a separar para siempre. Por primera y última vez beso

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sus labios, los mismos que tanto y tantas veces he deseado.

La policía irrumpe en el salón de su casa. Me detienen acusándome de

doble asesinato. No me resisto. Ya nada me importa. Ya nada existe para mí.

Al salir, ya esposado, en el quicio de la puerta, veo a Magdy, es la que

ha llamado a la policía y ha vuelto a la casa con ella. Físicamente es la mujer

de la que estoy enamorado. Mi loca cabeza aún ve un hilo de esperanza por

tenerla, lo que hace que una leve mueca de ilusión se plasme en mi rostro.

Nadie se percata de ello.

Soy optimista, aún no está todo perdido. Solo necesito tiempo.

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CAPÍTULO XLIII

Magdy conduce su flamante descapotable blanco. Se lo ha regalado Carla. El

viento azota su rostro. Se siente feliz. El infierno en el que vivía ha terminado y

por fin ha conseguido lo que durante tiempo ha soñado.

Ha quedado en recoger a Carla en el despacho de abogados donde

tiene lugar la lectura del testamento.

Carla es la única heredera de los bienes de Celia y Daniel.

Cuando Magdy llega al lugar de la cita, Carla ya la espera en la acera.

Una enorme sonrisa se dibuja en su rostro al verla. Carla sube al coche.

—Ahora...rumbo a la felicidad -exclama Magdy besando apasionadamente

a su amor.

—Si cariño. Por fin tenemos libertad para poder vivir nuestro amor. Ha sido

duro pero ya nadie podrá separarnos. Vamos al aeropuerto que en menos de

una hora sale nuestro avión.

—Todo ha salido según lo previsto —se alegra Magdy—, pero me gustaría

hacerte una pregunta, ¿por qué elegiste a Lucas como conejillo de indias?

—A Lucas le conocí un día que fui a por mi madre al salón de juego que hay

cerca de casa. Él trabajaba allí y me ayudó aquel día con mi madre que no

entraba en razón cuando le pedía que saliésemos del salón. Me pareció un

chaval fácil de manejar como bien tú sabes, así que por eso lo elegí para que

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tú, con tu indiscutible encanto, te lo ligases,para después convertirme en su

amante y tenerlo comiendo de mi mano para que cuando le pidiese que

liquidase a Tony no pusiese ningún impedimento. Fue fácil. Le ofrecí dinero y

aceptó. Ya se sabe que el dinero abre muchas puertas.

—¿Y el dinero del centro? ¿No supe quien había sido?

—Fui yo. Aproveché el día que fui a recoger a mi madre y lo robé yo. El

mismo dinero que ofrecí a Lucas.

—¿Y por qué le mataste?

—Descubrió que tú y yo eramos pareja y le habíamos utilizado y me

amenazó con ir a la policía y contarlo todo. Así que no tuve más remedio. Un

gilipollas como ese no iba a echar por tierra todo nuestro esfuerzo.

—¿Te sientes culpable por tus padres?

—Para nada. Odio a mis padres y estaba segura que urdiendo ese plan

ellos solos iban a caer en la trampa en donde a la vez eran verdugos e

inocentes. Sabía que mi madre había recaído en el juego porque por

casualidades de la vida la vi entrar en una sala de bingo. Sabía que iba a

necesitar dinero y cuando supiese que no podía hacerse con él, hasta que mi

padre muriese, iba a intentar quitarle la vida.

—Pero tú forzaste a que ella recayese en el juego.

—Sí, es cierto. Todavía no comprendo como mi madre no se percató de que

la tarjeta donde una supuesta amante se citaba con mi padre la había escrito

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yo. No sé como no reconoció mi letra. Supongo que la noticia le nubló el

intelecto. Fui yo la que anuló la habitación. También contacté con Tony para

que le chantajease y hacer que necesitase aún más el dinero. Ese tipo era

capaz de cualquier cosa con tal de sacar pasta. Supe lo que mi madre estaba

planeando al verla cada noche chatear. Ella decía que estaba escribiendo su

biografía, pero a escondidas miraba el historial del portátil y veía en las páginas

que se metía para conseguir el pardillo que le hiciese el trabajo sucio.

—He visto al tipo ese observándome prácticamente a diario. Cuando vino a

pedirme explicaciones de por qué quería dejarlo por poco he pilla por el golpe

de risa que me dio. Me parecía patético el viejales suplicándome que no le

dejase, que me quería y todo ese rollo.

—Todo ha salido según lo previsto. Me siento feliz. Estoy con la persona a

la que quiero y me he quitado de encima las personas que tanto daño me han

hecho.

—Tus padres.

—Sí, mis padres. Es muy duro lo que estoy diciendo, pero unos padres que

se enorgullezcan de serlo no actúan como han hecho los míos. Unos padres no

son capaces de hacer tanto daño a sus hijos.

—Tranquila. Piensa que ya todo ha terminado y ahora tenemos toda la vida

por delante para ser felices. Y...¡ricas!

Magdy besa a Carla, transmitiéndole todo el amor que siente por ella e

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intentando que deje atrás los malos momentos vividos y que tanto dolor le

producen.

Llegan al aeropuerto. Dejan el coche en el parking. Sacan el equipaje del

maletero del coche, cuando alguien conocido por Carla, el detective Gonzalo

Duarte, les interrumpe:

—Carla Aguirre Cambil, queda detenida por el asesinato de su madre Celia

Cambil Lupiz y Lucas García Aguado.

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