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La hora

Fco. Héctor Morán


La Hora

11:00

Trabajaba en el cuarto oscuro de un


periódico, revelando las fotografías y los negativos
que conformaban las páginas del diario matutino.
La jornada comenzaba a las ocho de la noche
terminando en las primeras horas de la mañana
siguiente. Era un sitio triste, la penumbra hacía
imposible ver más allá de mis manos. Cuando mis
ojos se acostumbraron a ver en ese ambiente, al
salir de trabajar el sol me molestaba. Caminar por
la calle durante del día era más difícil: la luz no me
dejaba ver. Era un ciego de la luz.
Cobré esa tarde, aparté el dinero para la
renta, pagué mis deudas y descubrí que me quedaba
apenas lo necesario para sobrevivir dos o tres días,
tendría que pedir prestado para acumular nuevas
deudas que liquidaría el próximo día de pago. Era
una ruleta donde los días pasaban sobre mí y la
pelotita siempre caía en un número perdedor. Me
sentí desolado. Era evidente que algo no

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funcionaba, quizá era yo mismo quien no


funcionaba. Entré a mi cuarto y me tiré en la cama,
miré el techo durante horas, sin desear otra cosa
que permanecer echado.
Pasarme la vida haciendo lo que no quiero y
además estar jodido, estar jodido, estar jodido…
había caído en un círculo, estaba perdiendo mi
salud mental, no conseguía dejar esa idea, su eco
me impedía concentrarme en alguna otra cosa, estar
jodido… estar jodido… estar jodido…

Salí de mi casa, era de noche otra vez, se


acercaba el momento de volver al periódico, otra
sesión de formar páginas y revelar negativos en el
cuarto oscuro, un día y otro más, todo para recibir
un salario que apenas alcanzaba para sostener la
rutina, para sentir el hambre necesaria y su
satisfacción mínima, el filo del tiempo deslizándose
en otros quince días de obscuridad. Me detuve

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frente a un teléfono público y marqué el número de


la oficina, me contestó el jefe de sección:
“Hola, habla Francisco, no iré a trabajar”,
dije con decisión.
“No puedes faltar hoy, hasta mañana es tu
día de descanso” contestó el jefe, estaba bastante
disgustado.
“No me entiende”, aclaré, “no iré a trabajar
nunca más, renuncio”.
“No lo tomes así”, corrigió. “Está bien,
encontraré un substituto para el día de hoy, te
espero aquí mañana”.
Colgué la bocina, no me creerían hasta que
faltara una o dos semanas, entonces contratarían a
otro.
Me sentí mejor, sólo un poco mejor. Había
dejado una certeza que estaba destruyendo mi vida
para encontrarme con la incertidumbre. Flotaba.
Abandonar la seguridad de lo que ocurriría al
siguiente día me ponía eufórico e inseguro. Este era
un salto mortal que podía sumirme en el cieno o

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sacarme de él. Caminé varias calles sin decidir qué


hacer, finalmente subí al metro y fui un bar que era
mi refugio en momentos como este, tenía un
nombre que jamás entendí: “bar Borcelinos”, ¿qué
significaría Borcelinos?

Tengo facilidad para hacer buenos amigos,


en más de una ocasión me han ayudado de
situaciones apremiantes. Ahora necesitaba de uno
de ellos. Cité a Ismael en Borcelinos, cuando
llegué, lo encontré en nuestra mesa acostumbrada.
Era amigo mío desde que estábamos en la
secundaria, estudió medicina, pero encontró la
forma de hacer una fortuna fabricando helados de
yoghurt y abandonó esa profesión. Tenía un sentido
del sufrimiento que le dificultaba ejercerla, no
podía ser feliz pensando en los enfermos, no
toleraba convivir con el dolor. Le preocupaba tanto
la muerte de sus pacientes como su supervivencia

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en un mundo donde el sufrimiento los alcanzaría


tarde o temprano, resumía sus sentimientos con una
frase: “somos demasiados y demasiado complejos”.
Bebimos como en los mejores tiempos,
despreocupados y tolerantes soportábamos nuestras
ocurrencias de borrachos. En aquellos días no
conocía la forma de detenerme para no sentir el
malestar del exceso de alcohol, salimos del bar en
la madrugada y fui vomitando hasta encontrar una
banca en un parque, nos sentamos. Caminar
mientras se vomita es agotador.
Le describí mi situación, había decidido no
trabajar hasta encontrar el empleo que hiciera
sentirme bien los finales de quincena, el salario
podría ser mucho o poco, lo importante era
encontrarme haciendo algo que me llenara lo
suficiente como para poner en segundo término la
cantidad que me pagaran.
“Tienes enferma la cabeza”, me decía. “¿De
qué vas a vivir ahora?”, y reía, le parecía muy
gracioso imaginarme muerto de hambre, rogando

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por un pan a los vecinos. Se tomó un momento para


respirar, entonces aproveché para pedirle prestado.
Me cuesta trabajo pedir dinero, cuando has vivido
solo, aprendes a vivir con lo que tienes, en
ocasiones cuesta trabajo pensar que tú mismo no
puedes darte lo que necesitas, es terrible sentir esa
fragilidad, también es posible escuchar un „no‟
como respuesta y sentirte culpable por haber puesto
en juego la amistad por un intercambio monetario.
Ismael me miró y entendió mi necesidad,
todos nos rompemos alguna vez contra nosotros
mismos y supo que había llegado mi momento. Me
prestó lo suficiente para pagar la renta de dos
meses. Habiendo resuelto dónde dormir, sólo
tendría que preocuparme de qué comer. Tenía una
pausa para recuperar los pedazos de vida que había
dejado caer a lo largo del tiempo.

*
Ahí viene a chingar. Su mamá es la
maestra de 3º. B y por eso se siente el dueño de la

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escuela. La trae conmigo porque tengo mejores


calificaciones que él. Vive con todas las ventajas y
aun así queda en segundo lugar. Siempre está
rodeado por una tercia de lambiscones que le
celebran sus pendejadas.
Tengo que esconderme, estoy cansado de
pasar los recreos buscando un sitio dónde no me
encuentre, pero es peor que me golpee y humille.
Gota a gota he ido acumulando rabia y vergüenza.
No tengo amigos en esta escuela porque mi familia
ha vivido como gitanos, cambiando de casa
continuamente. He estudiado la primaria en cuatro
planteles distintos. Curso sexto año y espero que
esto termine pronto.
Estoy en los baños, tengo que aguantar el
mal olor y las miradas de los niños de mi grupo,
piensan que soy un cobarde. Me gustaría verlos en
mi situación. Soy una cuerda a la que todos estiran
un poco más, esperando el momento en que
reviente. Mis padres siempre están ausentes,
trabajan todo el día por un salario que apenas les

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alcanza para sobrevivir, anhelan que estudie


porque ellos no pudieron. No quieren un hijo que
siga en la pobreza y suponen que los estudios son el
único medio para salir de ella. No ayudan pero
presionan, si me peleo no van a apoyarme, tienen
más miedo que yo, están convencidos de que el
mínimo problema en la escuela significaría fracasar
como ellos, le temen a la miseria porque la
conocen.
Ahí está con una sonrisa estúpida y el
cabello rubio que las niñas admiran, detrás de él, su
trío de comparsas. No puedo escapar. Con sus
manos abiertas empuja mi pecho, pierdo el paso y
termino sentado en un mingitorio, siento las nalgas
húmedas, su séquito se ríe. Por un instante dejo de
pensar, no me importan mis padres, ni las buenas
calificaciones, ni que él pueda golpearme, ni que
sus amigos le ayuden. La ira me deslumbra.
Estrello mi puño en su nariz, primero es un
crujido y después una mancha de sangre cubriendo
su rostro. Ahora es mi pie hundiéndose en su

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La Hora

estómago, le saco el aire, se dobla y cae de rodillas.


Se hace un ovillo, intenta respirar pero no puede.
Tengo el puño ensangrentado, volteo a ver a sus
esbirros, se echan a correr.
Saco mi pene y comienzo a orinarlo, mis
orines empapan su cabello, derramo meados en su
boca, sigue jadeando, quiere insultarme pero no
puede. Me acerco a su oído, “si dices algo puto, te
voy a perseguir, te voy a madrear hasta cansarme”.
Salgo del baño, me siento en una banca esperando a
que termine el recreo.
Estoy en clase, en cualquier momento
vendrá el director de la escuela, dirá mi nombre, me
llevará a la dirección para informarme que he sido
expulsado. Miro con terror la mano ensangrentada
que olvidé lavarme. Él no ha regresado al salón, sus
secuaces no dejan de observarme, se encuentran
entre el asombro y el miedo. Entra la maestra de 3º.
B, habla en voz baja con mi maestra. Pienso en que
lo que puede sucederme, repaso varias
posibilidades, tal vez le hice una herida terrible y

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me lleven al tutelar para menores, terminaré en la


cárcel. Las maestras terminan su conversación, la
de 3º B sale del salón. Sigo esperando lo peor
mientras las clases continúan. A las doce treinta
suena el timbre que señala la salida y no pasa nada.

11:03

Decidí vender la televisión, con el horario


del periódico rara vez podía verla; llegaba a casa a
las seis de la mañana, a esa hora comenzaban los
noticieros y los programas de consejos para la
familia feliz, en la tarde, cuando podía ver algo
interesante, era momento de salir a trabajar. No
sentía la necesidad de un televisor y fue lo primero
que se me ocurrió vender para hacerme de un poco
de recursos.
Me informé de los lugares donde compraban
televisores usados, en el centro de la ciudad
existían tiendas para vender y adquirir ese tipo de
artículos. Pensé en cómo podían existir ese tipo de

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ocupaciones, mientras yo tenía que vivir sumido en


empleos que no me gustaban y no podía dejar.
Todo ese tiempo desperdiciado en el periódico,
cuando había tipos que podían pasarla detrás de un
mostrador y la gente llevando y trayendo
televisores para que ellos sobrevivieran.

La calle donde vendería el televisor estaba


plagada de vendedores ambulantes, ocupaban todo
el espacio disponible en las banquetas, era
necesario caminar por la calle o entre los puestos
con suficiente agilidad para no pisar sus
mercancías, si las pisaba podía verme a mitad de un
lío. Los vendedores ambulantes no son muy
pacientes cuando alguien daña sus pertenencias, en
el periódico había formado alguna vez una página
donde narraban la muerte de un usuario del metro a
manos de cinco vendedores por intentar devolver
una radio que le habían vendido en mal estado. Los

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vendedores lo habían ultimado de veintitrés


cuchilladas, cuando la policía detuvo a los
culpables, sus compañeros organizaron
manifestaciones que desquiciaban el tráfico en la
ciudad, al final consiguieron liberarlos de todos los
cargos y más espacios para vender dentro de las
estaciones del metro.
Considerando esos antecedentes, caminaba
cuidadosamente con el televisor en mis brazos.
Sostener un cubo de doce pulgadas mientras
escuchas los desaforados gritos de los comerciantes
y eludes los obstáculos que han puesto en la calle
puede ser muy complicado, más si te encuentras de
improviso con la primer panadería ambulante de
América latina. Una señora había instalado sobre
cajas de cartón la variedad más grande de pan dulce
que jamás había visto. Pisé accidentalmente una
cáscara de fruta muy resbalosa, mi rodilla dio
contra una caja de cartón repleta de donas,
despacio, muy despacio, se deslizó y tiró otra caja
que contenía panqués, una más la siguió en su caída

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y el pan terminó en un charco de agua sucia, los


panqués se deshacían bajo mis pies.
He leído que el hombre, en situaciones de
peligro, puede conseguir hazañas que, bajo
condiciones normales, le resulta imposible repetir.
Esa ocasión pude constatarlo. Corrí entre los
puestos ágilmente, eludiendo a los vendedores que
trataron de cerrarme el paso, mis brazos olvidaron
el peso del televisor, coordiné los movimientos de
mis piernas, mi cuerpo era un todo armónico con el
aparato de televisión, el cerebro trabajó
independiente a la carrera, visualizando claramente
los pequeños huecos por donde podía huir. En ese
momento viví la claridad que puede encontrar un
atleta después de años de entrenamiento, separar la
mente del resto de sí mismo, conseguir justo lo que
necesita de su cuerpo.
Mis ojos distinguieron una puerta abierta,
era la entrada de un edificio, corrí por un pasillo
largo, obscuro, al final de él se veía un rectángulo
de luz, era un patio formado por las paredes

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interiores del edificio, desde ahí se distinguían las


ventanas de los departamentos. Seguro de haber
perdido a mis perseguidores me senté para
recuperar el aliento.
El patio estaba silencioso, desde mi posición
pude ver a una persona en una de las ventanas
mirándome con desconfianza, decidí ignorarla
mientras intentaba llenar de aire mis pulmones;
durante los siguientes quince minutos no escuché
otra cosa que mi respiración, aire entrando, aire
saliendo, sale, entra, eso es todo, así será mientras
estemos vivos. Eso somos: una bolsa de huesos y
carne en la que el aire entra y sale.

Cuando me sentí con suficiente ánimo


regresé a la calle, el peligro había desaparecido.
Conseguí llegar a la tienda de aparatos usados sin
más contratiempos. Puse mi televisor sobre el

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La Hora

mostrador esperando a que un empleado me


atendiera.
“Vengo a venderla”, le dije.
“Bien, muéstreme la factura por favor”,
solicitó.
El sujeto conocía bien su negocio, sabía que
sin factura tendría que aceptar mucho menos dinero
que el valor del aparato, yo había perdido ese papel
hacía bastante tiempo.
“No tengo la factura”, contesté.
“Sin factura no podemos comprarla, no
sabemos si es robada”, afirmó en un tono
concluyente.
“Está bien, ¿cuánto piensas darme?”, le
insistí.
Me ofreció una cifra que, ambos sabíamos,
era mucho menor al precio que él pediría cuando
hubiese conseguido una factura falsa, pero no tenía
ánimo suficiente para ir de tienda en tienda
sabiendo que difícilmente conseguiría un importe
mucho mayor. Acepté el dinero.

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Fco. Héctor Morán

Cuando llegué a mi casa, el lugar me pareció


más grande. Ocupamos muy poco espacio en los
lugares que habitamos, nos llenan los objetos,
somos un pretexto para la existencia de las cosas,
ellas son quienes nos habitan. Quise oír una voz
distinta de la mía, entonces me arrepentí de vender
el televisor.

*
Se aprende a vivir sin dinero. Si tienes, lo
gastas en cosas estúpidas. No sabes qué significa.
Ignoras sus posibilidades. Asumes que la riqueza es
una carga que no conviene echarse encima. Estás
convencido de que lo mejor es tener poco. Mi
abuelo se sentía ufano de no dejar una herencia a
sus hijos, para que no pelearan entre ellos. Si
necesitas algo se te ocurre empeñar tus exiguas
pertenencias. Dejas tu reloj, un anillo o el radio en
el Monte de Piedad. La codicia es un pecado.
Quise trabajar cuando era pequeño porque
estaba harto de que mi padre y mi madre me dijeran

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que no había dinero cuando se me antojaba una


golosina o un juguete. Me decían que se los pidiera
a los Reyes Magos, era junio, cuando fuera 5 de
enero ya lo habría olvidado. Mis padres se enojaron
cuando se enteraron que había conseguido empleo
en la tienda de la esquina. Debía acostumbrarme a
tener lo que ellos pudieran darme.
Así, poco a poco, la muela de la miseria te
destruye. Subes a los autobuses, al metro, peleas
por un lugar. Cuando te acostumbras, disfrutas el
desfile de vendedores y cantantes, todos
improvisando una vida posible en la que las
monedas ruedan como gotas iluminando el desierto.
Esta es la pausa bienaventurada de la carne,
la piel de cristal, los pies asentados en la tierra. En
un parpadeo de los semáforos seguimos, en otro
más nos detenemos, somos el flujo en armonía,
seguimos por las calles buscando precios y noticias.
Me detengo frente a las tiendas, su
mercancía puede redimirme, hacerme acreedor a la
pureza, a la vida simple, al acuerdo, al diálogo

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limpio, a la verdad indudable del consumo. Seré


millonario y desde la deslumbrante velocidad de un
convertible, voy a adueñarme de faldas y cinturas,
de drogas legales y prohibidas, de estéreos hi-fi y
celulares. Van a reproducirme en fotos digitales,
habitaré la web y mi página será visitada por
millones. Soy el secreto del chat, siempre joven,
hermoso como un abdomen perfecto, marcado por
músculos de hierro.
Muy bien, todo esto será cierto, algún día,
cuando descubra el misterio del dinero. Mientras
tanto, el semáforo anuncia que seguimos, la luz
verde, como un sol, como un escupitajo, se refleja
en un charco, y avanzamos.

11:06

Fui al Borcelinos, busqué una mesa donde


no pudiera escuchar conversación alguna. Pedí una
cerveza, cuando la trajo el mesero, puse el vaso en
el centro de la mesa y me dediqué a contemplarlo.

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Desde el fondo de la silla tenía una visión distinta


del mundo: miraba el mobiliario y a las personas
como si no tuvieran nada que ver conmigo, parecía
que pertenecieran a un momento diferente al mío,
con la misma distancia que, inconscientemente,
ponemos al mirar los objetos en un museo. Ahí
están, ajenos a nuestra presencia, esperando a
quienes cubrían con ellos sus espacios cotidianos.
Las cosas no son iguales cuando las llenamos de
distancias.
Un tipo alto, de piel blanca y cabello rubio
se paró frente a mí, lucía una sonrisa amigable, dijo
llamarse Rudolf, tenía una cita -me explicó-, pero
lo habían dejado plantado, quería sentarse conmigo,
no le gustaba beber solo. Hablaba con acento
extranjero, le pregunté dónde había nacido.
“En Holanda, soy holandés”, dijo la frase
como si contestara a un cuestionario que le
hubieran practicado infinidad de veces, me hizo
sentir como inspector de aduanas.

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Se sentó y llamó al mesero para pedirle una


cerveza.
“¿Y qué haces aquí?, quiero decir, en este
país”, le pregunté tratando de sonar más amistoso.
“Trabajo en un proyecto agrícola, estamos
intentando hacer producir más las semillas de un
pueblo metido en la sierra”.
“Pero, ¿por qué aquí?, ¿por qué no en
Holanda?”, me intrigaba que alguien dejara una
sociedad industrial para vivir en el tercer mundo.
“Tenía una amiga, estudiamos juntos en la
universidad. Disfrutaba de un buen empleo, dos
hijos, un esposo genial. Un día la encontraron
ahogada en su tina de baño, según decía en la nota
que dejó, cuando tuvo todo lo que había buscado,
se dio cuenta que no lo necesitaba. No sé, no
consigo explicármelo todavía”. Me dio la impresión
de que se trataba de una herida que le producía un
dolor indefinible. Narró la historia como si la
repitiera para sí mismo, intentando confirmar las
decisiones que había tomado.

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La Hora

“Bueno, creo que siempre hace falta algo, te


acostumbras a necesitar, a buscar. Debe ser muy
difícil sentirte lleno de pronto, saturado de lo que tú
mismo perseguiste”, le dije sin que mi discurso me
convenciera, la vida tampoco me motivaba a pesar
de necesitar casi todo.
“Sí, debe ser”, afirmó con indiferencia y dio
un trago largo a su bebida.

Pidió las siguientes cervezas, me alegré,


justo cuando lo necesitaba aparecía el ángel
pagador. La conversación tomó su propio ritmo, era
un buen narrador. El trámite que siguió para llegar
aquí no parecía muy complicado, buscó en la
universidad donde estudiaba un proyecto europeo
de ayuda a países pobres y se embarcó, ganaba su
salario en euros, eso le permitía vivir bien, además,
lejos de sus referencias, de las personas que lo
conocían, sentía un nuevo aire, una oportunidad

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Fco. Héctor Morán

para encontrarse nuevamente. Le gustaba la


pobreza que veía en la ciudad, pensaba que era
bueno vivir en medio de una sociedad a la que le
faltaba todo por hacer, según él, era imposible
aburrirte en un país que te permitía construirlo todo
nuevo.
Lo interrumpí, la verdad es que vivimos así
porque no tenemos más remedio, si pudiéramos
cambiarlo lo haríamos, es más, si consiguiéramos
irnos a otra parte, la mayoría diría que no, pero
aceptaríamos el boleto inmediatamente.
Sonrió, levantó su cerveza y brindamos. Me
invitó a su casa, vivía con una amiga, seguro me
caería bien. Hoy tendrían invitados pero no había
problema en llegar con uno más, era una reunión
totalmente informal.
Nos fuimos en su auto, manejaba con mucha
precaución mientras silbaba una canción. Supongo
que hace falta bastante desesperación para subirse
al coche de un desconocido y meterse en la noche
para ir a una reunión con personas que jamás has

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La Hora

visto, pero en ese momento mi única certeza era


moverme, alejarme hacia ninguna parte.

Era un departamento al sur de la ciudad,


ubicado en un sexto piso, desde sus ventanas podía
verse una larga avenida iluminada, muy pocas
personas caminaban por ahí a esas horas. La amiga
con quien Rudolf vivía y sus amigos, una pareja
joven, se alegraron de verlo. Después de los
abrazos, saludos y presentaciones atiborraron con
preguntas al holandés, él les contestaba con
desgano. Según entendí, tenía la costumbre de
perderse sin que supieran dónde encontrarlo, en
esta ocasión ya eran cuatro días sin tener noticias
de él. Alicia, su compañera, era la más amable
conmigo, algo le hizo suponer que yo lo había
convencido de ir allá y se mostraba agradecida, no
hice nada para cambiar su opinión.

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“Rudolf ¿dónde estuviste?”, preguntaba


Alicia con insistencia.
“Por ahí” contestaba él con un poco de
fastidio.
“Rodolfo ¿dónde está la bebida?”, dije.
Fue entonces a la cocina y regresó con una
botella de tequila. Alicia se acercó para
murmurarme al oído “no te confíes demasiado, se
pone difícil cuando bebe mucho”, “bueno, tendré
cuidado”, le contesté.
A ellos les gustaba cuidarlo, lo trataban
como a un niño, cualquier cosa que dijera les hacía
gracia. Alicia era quien más se entusiasmaba con
él, lo mimaba aprovechando cualquier oportunidad
para acariciar sus manos o pasar el brazo por sus
hombros. Comenzamos a beber y a platicar,
quisieron saber cómo nos conocimos, me
preguntaron acerca de mis ocupaciones. Nadie me
creyó cuando les dije que era desempleado, pero les
inspiré confianza, pronto la plática se hizo de ellos

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La Hora

cuatro y, finalmente, se hizo de parejas. Me habían


excluido, sentí hambre y fui a la cocina.
Abrí el refrigerador, tenían fruta, demasiada
fruta y pocos alimentos preparados, seguro son
naturistas -pensé-. Elegí dos manzanas y las
combiné con sorbos de tequila, la mezcla resultaba
horrible, renuncié al tequila y me preparé un café,
no tenía humor para una borrachera larga. Cuando
terminé las manzanas, encontré un trozo de queso y
pan, los comí despacio, durante ese tiempo nadie
entró a la cocina, terminé el café y noté que no se
escuchaba ruido en la sala. Me asomé para mirar
qué ocurría: Rodolfo estaba echado en el sofá,
mientras Alicia se acomodaba encima de él, los
otros dos debían estar en una habitación.
Eran tipos muy confiados donde se habían
olvidado así de mí. Volví al refrigerador y terminé
con el queso, no sabía cuándo tendría otra comida
gratis, se apagó la luz de la sala, deduje que estaban
reconciliándose amorosamente, yo no les
preocupaba en lo más mínimo, tomé una bolsa e

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Fco. Héctor Morán

introduje un racimo de plátanos, apagué la luz de la


cocina y recorrí la sala procurando no mirar hacia
donde estaban Rudolf y Alicia, cuando abrí la
puerta para salir, él comentó: “ven cuando quieras,
me gustaría seguir platicando contigo”. Asentí con
la cabeza y cerré sin hacer ruido.

*
Sobre las líneas amarillas circula un
automóvil. Usando el límite que imponen una
bicicleta alcanza su futuro. Estas rayas precisas son
el borde entre el tiempo y el suelo, entre los charcos
y las nubes, entre la espera y los camiones. Aquí
está la fiel presencia de las calles, el horizonte
dorado, el tatuaje seguro del semáforo.
Estas líneas son la trinchera, la fosa que
guarda los pasos y las ruedas. En ellas nadie tiene
la vida asegurada, son la imagen del riesgo y la
vehemencia. Viven partidas: mitad calle, mitad
banquetas.

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La Hora

Con mis zapatos cortando su seguridad


imaginaria tomo decisiones importantes: cruzar la
calle o detenerme, mirar los edificios, comerme los
anuncios, abrazar los postes, huir de un perro
callejero.
Así me defino en la realidad áspera del
mundo: un hombre que cruzó la vida por las líneas
amarillas.

El día siguiente lo pasé en mi cama, no tenía


fuerza para levantarme. Es difícil ponerte de pie
cuando te has dado cuenta de la inutilidad de todo.
Era una sensación agradable estar entre las cobijas
a las tres de la tarde, ignorando la fecha en que
vivía. Cerré los ojos para continuar durmiendo,
entonces descubrí la parte más necesaria de mi
cuerpo: los párpados. Es bueno poder cerrar los
ojos. Imagina por un momento a todos con los ojos
siempre abiertos, siempre mirando algo, sin reposo,

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Fco. Héctor Morán

imagina caminar por la calles viendo a todos,


mostrándote sus rostros con los ojos convertidos en
unos globos blancos, y en el centro de esos globos
un agujero obscuro, y tú sin poder evitarlos, sin la
posibilidad del disimulo, sin la posibilidad de la
mentira. Lo que sostiene al mundo, lo que hace
posible pasar por encima de lo más terrible y seguir
viviendo son los párpados, es cerrar los ojos, es
poder mentir, poder mentirte tú mismo.
Jalé las cobijas y las puse sobre mi cara.
Dormí el resto del día y la noche.

11 : 10

Marta era una correctora de estilo en la


sección deportiva del periódico, acostumbraba
acompañarla a su casa cuando terminaba de formar
la edición de su página, eso ocurría entre las dos ó
tres de la madrugada, conversábamos entre
murmullos a la entrada del edificio donde vivía,
como si pudiésemos despertar a los vecinos, nos

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La Hora

despedíamos con un beso desganado y yo regresaba


al periódico para terminar de revelar los negativos.
Tres meses antes de que yo abandonara el
empleo, ella consiguió un puesto en una revista de
publicación mensual, con su nuevo horario de
trabajo resultaba imposible vernos, al principio le
llamaba por teléfono a su oficina, después dejé de
hacerlo, no tenía sentido prolongar una relación
reducida a varios minutos de llamadas telefónicas.
Ahora, con todo el tiempo disponible, me
pareció lo más natural buscarla, sentía curiosidad,
quería mirarla durante el día, la conocía de noche,
siempre sintiéndonos ligeramente desvelados,
presentí que la luz la habría transformado en una
persona diferente a la que conocía.

11

Fue necesario insistir mucho para que


aceptara verme, de acuerdo a sus palabras, se había
sentido muy mal cuando dejé de llamarle. Según

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Fco. Héctor Morán

ella la había abandonado, no fui capaz de


esforzarme un poco para continuar juntos, qué
importaba dejar dormir un par de horas para ir a
comer con ella. Ahora la buscaba como si tal cosa,
como si no hubiera sufrido por mi causa.
Traté de explicarle que ese par de horas en
realidad serían cinco, considerando la distancia
entre mi casa, su empleo y el periódico, ese era el
tiempo que tenía para dormir, resultaba imposible
sobrevivir sin dormir.
“Si me querías”, afirmó, “hasta eso podías
haber hecho”.
“Está bien, me declaro culpable, pero ahora
necesito verte, tengo todo el tiempo para estar
contigo”, contesté.
Al parecer fue aceptar mi culpa lo que
finalmente la convenció, nos veríamos esa misma
tarde en un café cercano a su casa.

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La Hora

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Al verla me sentí renovado, como si pudiera


recuperar lo que había perdido de mí durante las
madrugadas que pasé trabajando en el periódico;
sin embargo, ella se veía distinta, más apurada,
miraba el reloj, me hablaba de sus citas, de las
nuevas ocupaciones en la revista, difícilmente
tendría tiempo de llevar una relación conmigo, si
había aceptado esta reunión era porque quería
decirme de frente el mal que yo había hecho al
abandonarla, eso era todo.
Bajó la cabeza para mirar en silencio su taza
de café, me acerqué para besar su mejilla, ella
continuó agachada, entonces besé su boca, me dejó
hacer pero no movió sus labios, los mantenía
cerrados, me sentí estúpido, quise alejarme,
entonces comenzó a besarme.
Esa forma de besarnos no tenía nada que ver
con la manera en que lo hacíamos meses antes, era
más intenso, casi mordíamos nuestras bocas, en

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Fco. Héctor Morán

cierto sentido era la primera vez que realmente nos


tocábamos. Comencé a sentir una ligera erección
cuando ella separó su rostro del mío.
“No lo mereces, pero seré sincera contigo,
tengo una relación, me importa mucho, quizá salga
contigo, pero no quiero perderlo, necesito que te
quede muy claro”.
Yo tenía el pulso acelerado, quería seguir
besándola, mi erección era casi completa,
escuchaba claramente sus palabras pero su
significado era totalmente ajeno a lo que sentía en
ese momento, hablaba de algo muy lejano
comparado con la realidad inmediata del deseo.
“No importa, sólo quiero estar contigo,
quiero compartir lo que podamos compartir, eso es
todo, está muy claro”.
Dije eso o algo muy parecido. En ese
instante no sabía que había perdido mi última
oportunidad de salirme de un juego que sería muy
doloroso. Volví a besarla, es difícil explicarme,
sentía que al mismo tiempo que me llenaba, estaba

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La Hora

quedándome vacío, era como si beber agua en


lugar de satisfacer la sed, provocara más.

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Salimos del café, quise tomarla de la mano


pero ella se rehusó bruscamente, mientras
caminamos contestaba a mis intentos de conversar
con monosílabos, cuando faltaban dos calles para
llegar al edificio donde vivía, se detuvo bajo un
árbol, recargó su espalda en un auto estacionado,
me abrazó y comenzó a besarme, puse mis manos
en su cintura, miré a ambos lados para asegurarme
que nadie se aproximara, el sitio estaba
suficientemente obscuro así que puse mi mano
sobre su pecho, ella me atrajo hasta que pude sentir
su abdomen junto al mío, fue un beso largo, yo
acariciaba su pecho torpemente, sentía el sostén y,
bajo de él, el peso de blando de su carne.
Lentamente puso sus manos en mi cintura y me
empujó despacio hacia atrás, se separó de mi para

33
Fco. Héctor Morán

observar su reflejo en la ventanilla del auto,


después se volvió para decirme: “quédate aquí, no
quiero que me vean llegar contigo, háblame
después”. Entonces se alejó antes de que yo
consiguiera pronunciar palabra.

*
Me prometí no verte, no esperar a que te
sientes frente a mí y fingir que no te veo. Me
prometí no mirar tu cuerpo como una ausencia que
crece y me ocupa y me vacía.
Me prometí no tomar el teléfono como se
toma la esperanza, ni mirar en su pantalla tú
número pensando que sería bueno me llamaras. Me
prometí no recordarte mientras veo televisión o
escucho canciones tontas en la radio.
Pero soy débil, no puedo frente al asombro
perfecto que provoca tu cintura. No puedo frente a
tus ojos que preguntan y no quieren mi respuesta.
No puedo frente a tu rotunda adolescencia. No
puedo con lo que soy y lo que eres.

34
La Hora

No puedo y me resigno, y me rebelo, y me


quedo como siempre, esperando, feliz y contrito,
esperando que esto pase, que se vaya como el
equinoccio, cuando el otoño empieza y el día dura
lo mismo que la noche.
Que pase y comience el frío, olvidar para
arroparme conmigo mismo. Recordar la dulzura de
lo no existente, el recuerdo de lo que no pasó.

11:14

Durante los días siguientes le llamé por


teléfono repetidamente, era difícil encontrarla,
supongo que la mayor parte de las veces se negaba
a contestar, cuando conseguía que tomara la bocina
resultaba imposible tener una cita, evadía mis
invitaciones, no tenía tiempo o no se sentía de
humor. Yo había decidido insistir tanto como fuera
necesario; no importaba el tiempo que me tomara
ni las diferentes formas en que se negara: insistiría,
insistiría, insistiría.

35
Fco. Héctor Morán

Un mes después finalmente aceptó, sus


padres saldrían de viaje y podría regresar tarde a su
casa, después de ver a su novio pasaría a mi casa,
estaría ahí a las ocho de la noche del viernes, yo
debía esperarla y pensar a dónde la llevaría. Esas
fueron sus instrucciones, sinceramente, en lo único
que puse verdadera atención fue en que estaría en
mi casa, de lo demás ya me preocuparía después.

15

Era viernes a las doce de la noche, cuando


decidí irme a dormir, había pasado el día limpiando
medianamente la casa y reuniendo dinero para
invitarle un trago en un bar que no fuera el
Borcelinos. A las siete en punto comencé a
esperarla, sentado, leyendo un libro, deseando que
el tiempo se fuera rápidamente, quizá llegara
temprano y quería que me encontrara listo. Me
sentía extraño esperándola, regularmente la
situación sería inversa, es decir, sería yo quien

36
La Hora

tendría que pasar por ella a su casa, pero recordé


que no quería que me vieran acompañándola, por
eso la cita era en mi departamento. Los minutos se
escurrían entre la ansiedad y el aborrecimiento.
Estaba molesto conmigo mismo, no valía la pena
vivir una situación así y a la vez detenerme en la
agonía del deseo, mis manos desvanecidas en su
carne. Cuatro horas más tarde de la hora acordada
para vernos era tiempo suficiente para perder la
esperanza, esa noche no iría y, seguramente, al otro
día yo le llamaría restándole importancia,
diciéndole que no había problema y que, claro,
cuando ella pudiera yo estaría dispuesto.
Me había puesto ropa limpia para salir con
ella y en ese momento la cambié por un suéter
bastante maltratado que utilizaba a manera de
pijama, apagué las luces y me metí en la cama. Lo
único que iluminaba mi departamento era una tenue
línea blanca dibujada por el reflejo de un anuncio.
Estaba pensando en lo que Marta podía estar
haciendo a esa hora con sus padres lejos de casa y

37
Fco. Héctor Morán

ella sola con su novio, era uno de esos


pensamientos masoquistas que no te abandona por
más intentos que hagas de pensar en algo diferente
y conciliar el sueño. Entonces llamaron a la puerta.

16

Era ella. Vestía una blusa negra con botones


al frente, una falda del mismo color y un saco
formal, la miré de arriba a abajo, mientras ella
observaba fijamente el suéter que yo vestía,
sonreímos, la invité a pasar. Sugerí que me
cambiaría y podríamos salir de inmediato. No
pareció muy entusiasmada.
“No importa”, me dijo, “mejor tomamos
algo aquí, se ha hecho tarde y no creo que valga la
pena ir a alguna parte”.
“Está bien, yo estoy contento con verte”,
contesté mientras preparaba café.

38
La Hora

Marta dio una vuelta por mi minúsculo


hogar, observando con curiosidad los libros que
tenía y los pocos muebles que ocupaba. Finalmente
se sentó en un viejo sofá que hacía las veces de
sala.
“¿No tienes televisor?”, preguntó.
“No, no me gusta verlo, prefiero leer o ir al
cine”, le mentí mientras terminaba de servir las
tazas de café. Salí de la cocina y me acerqué a ella
extendiéndole su bebida.
“Está caliente, ten cuidado”, dije al
entregársela.
“Gracias”, me contestó mientras ponía la
taza en el suelo.
Me senté junto a ella y di un pequeño sorbo
a mi café, estaba ardiendo, era imposible tomarlo,
dejé mi taza junto a la suya.
Guardamos silencio unos instantes, después
me animé a decirle:
“Te esperaba más temprano, pensé que no
vendrías”.

39
Fco. Héctor Morán

“No me reclames, lo importante es que


llegué, me fue bastante difícil llegar para que no lo
agradezcas”, contestó.
Noté su mal humor y temí echar todo a
perder, tomé su mano y la miré esperando que fuese
ella quien comenzara a hablar cuando quisiera.
No dijo nada, sujetó mis manos guiándolas
suavemente hacia sus pechos, sentí su consistencia
firme bajo la blusa, extendí los dedos sobre ellos,
abarcándolos, del centro hacia afuera y nuevamente
al centro, miré sus ojos buscando aprobación,
Marta abrió ligeramente los labios, entonces la
besé, primero en la boca y después en los oídos,
bajé una mano hacía sus muslos, me excitó sentir
sus medias, avancé bajo su falda mientras
continuaba acariciando su pecho, ella tomó mi
cabeza entre sus manos y pegó sus labios a los
míos.
Desabotoné la blusa para tocar el sostén, era
de una tela delgada y me permitía acariciar su
pezón, levanté con los dedos el tirante para oprimir

40
La Hora

ligeramente su pecho con la palma de mi mano.


Marta puso una de sus piernas entre las mías
comenzando a frotar mi pene con su muslo, sentía
su carne rozar suave y rítmicamente mis testículos,
con la mano que acariciaba sus piernas quise tocar
su pubis pero me detuvo poniendo su mano sobre la
mía, desabroché el sostén para besar sus senos,
mordí sus pezones mientras hacía círculos
alrededor de ellos con mi lengua.
Ella continuó frotándome con su pierna,
acarició mi pene sobre el pantalón, tomé sus pechos
con mis manos y hundí mi cara en su cuello
mientras el semen corría empapando el pantalón.
“¿Ya te mojaste?”, me preguntó mientras
reía.
Se puso de pie haciéndome recostar en el
sillón, se quitó la falda y la blusa, desabrochó mis
pantalones y me desnudó de la cintura para abajo
con sólo movimiento, yo la dejaba hacer,
ayudándole sólo si era necesario, en esos momentos
era incapaz de pensar. Tomó su sostén entre las

41
Fco. Héctor Morán

manos para limpiar cuidadosamente donde había


escurrido mi esperma: primero los muslos, después
los testículos para, finalmente, detenerse en el pene.
La tela era muy suave y me hizo sentir un
cosquilleo casi insoportable. Puso una de sus
manos en mi abdomen para evitar que me moviera,
cuando terminó de limpiarme yo tenía nuevamente
una erección. Se quitó las bragas y tapó mis ojos
con ellas, sentí su lengua lamer mi pene, lo
introdujo entre sus labios, cuando estaba muy cerca
de venirme nuevamente se detuvo, quité su ropa
interior de mi rostro para verla, se montó en mí
poniendo su sexo muy cerca del mío, se mojó el
dedo índice en la boca y comenzó a masturbarse,
oprimí sus pechos con mis manos, levantó
ligeramente sus caderas colocándose sobre mi pene,
se dejó caer despacio para que la penetrara muy
lentamente, cuando sintió mis testículos rozar su
vello púbico se mordió el labio inferior de una
forma que no consigo olvidar, parecía que estuviera
haciendo el amor con ella misma, entregándose a

42
La Hora

una forma de placer del cual yo tomara parte sólo


de manera incidental.
Movía sus caderas de arriba a abajo a
diferentes ritmos, cuando sentía que estaba
próximo a eyacular se detenía momentáneamente o
cambiaba de dirección a izquierda y derecha, yo me
sentía suspendido en un instante infinito mientras
veía mi verga entrar y salir de ella, esforzándome
para aguantar lo más posible, entonces abrió un
poco más sus piernas dejándose caer despacio pero
firmemente sobre mí. No sé cómo explicarlo, pero
estoy seguro que alcancé un sitio en su interior que
no puedo definir, algo que no he visto aparecer en
ningún gráfico de los libros de anatomía.
Cerré mis ojos hundiendo mis dedos en sus
pechos y eyaculé abundantemente. De sus labios
salió un grito ahogado, hizo pequeños movimientos
hasta exprimir la última gota de semen. Cuando se
detuvo abrí los ojos, ella sonreía. Puedo jurárselos,
esa sonrisa no era humana.

43
Fco. Héctor Morán

*
Nuestros cuerpos se acercan y desaparecen
en un ritual que se alimenta del impulso y la
agonía. Hacemos una isla en el tiempo para
encontrar nuestro lugar en el alba. Es el sitio
clandestino donde mis huesos devoran la línea de
tus muslos, donde marco veredas en las vegas de tu
abdomen, donde me encuentro en ti, en la densidad
inusitada de tu cuerpo.

Soy un minero buscando el profundo metal


de tu existencia. En la sima del misterio descubro
lava y miel. Descubro que mis manos son
insuficientes para encontrar la luz y desvanecer el
polvo. Descubro que la vida es un punto, un
momento en el que no importa qué hacemos en el
día, salvo ese instante en que tu espíritu se escapa,
como una paloma buscando el aire de mis labios.

Al final, paralelos y agotados, desamparados


en la sorpresa de descubrirnos vivos, observo la
ojeras que aparecieron en tus ojos. Sé que he
cumplido la misión de abandonarme. Me he
44
La Hora

entregado, soy la fragilidad que observas y no la


trampa que construyo diariamente. Estoy ahí, a tu
lado, eso es todo.

17

Después de esa noche yo necesitaba unos


tragos, convencí a Ismael de pagarlos, iríamos a
Borcelinos donde veríamos a Rudolf. Cuando
llegamos estaba con Alicia, la llevaba para que
conociera el lugar. Pedimos cerveza, yo no tenía
muchas ganas de hablar, más bien quería compañía
mientras bebía. Afortunadamente Ismael y Rudolf
se cayeron bien y hablaban animadamente mientras
yo fingía ponerles atención.
Tomamos varias rondas, me sentía
ligeramente ebrio, pero a excepción de Alicia, era
quien reflejaba menos los efectos de la bebida.
Rudolf pidió tequila, recordé que, de acuerdo a la
recomendación que me había hecho Alicia en su
casa, dejaba de ser un tipo tan amable si se excedía

45
Fco. Héctor Morán

bebiendo, de cualquier manera decidí dejarlo


continuar, quería saber hasta dónde llegaban los
holandeses ebrios. Ismael también mostró síntomas
de borrachera: comenzó a predicar, tiene ese
defecto, con varios tragos encima te pide perdón o
te predica, sobre todo si recién te conoce.

“Todo es cuestión de voluntad”, afirmaba


Ismael mientras pasaba un brazo por los hombros
de Rudolf, “de tener los cojones bien puestos, si no
todo importa un carajo. Puedes tener lo que sea,
pero sin huevos no llegas ni a la esquina”.
Rudolf sonrió al oír la palabra huevos, le
gustó, comenzó a repetirla: huevos, huevos,
huevos… bebió el tequila de un trago y pidió otro
que también terminó de golpe, huevos, sí, eso
huevos, decía. Ismael guardó silencio, nunca esperó
tener un discípulo tan adelantado, en la primera
lección había comprendido toda su filosofía.
Rudolf sacó su billetera, pagó la cuenta y nos invitó
a su departamento.

46
La Hora

Alicia se encargó de conducir mientras


dirigía miradas discretas al asiento trasero del auto,
donde se habían instalado Ismael y Rudolf,
enfrascados en una plática ininteligible para
nosotros. Mientras subíamos por las escaleras del
edificio Rudolf gritaba “¡huevos!”, una puerta se
abrió mostrándonos el rostro de una vecina
preocupada por el escándalo. Alicia desistió del
intento por callarlo y comenzó a sonreír.
Entramos al departamento, Rudolf tomó la
mesa de centro y al grito de ¡huevos! la deshizo
contra el suelo, ¡huevos! y acabó con tres vasos,
¡huevos!, adiós televisor, ¡huevos! adiós florero,
¡huevos! y Rudolf estaba en el suelo, dormido
como un ángel. Alicia lo desvistió y le ayudamos a
meterlo en la cama. Esa mujer estaba
verdaderamente enamorada.
“Discúlpenlo”, dijo, “en el fondo se siente
un extraño aquí, por eso se comporta de esta
manera, ¿quieren algo de tomar?”

47
Fco. Héctor Morán

Nos sirvió un té preparado con una mezcla


de hierbas especiales para evitar que la resaca del
día siguiente fuera tan intensa. Ismael tenía sueño y
se acomodó en un sillón, en pocos minutos estaba
roncando tranquilamente. Con Alicia sentí que era
una de esas personas en quienes puedes confiar sin
mucho esfuerzo, tienen un sentido natural para
escuchar y decir lo que necesitas oír sin dar grandes
explicaciones. Le platiqué mi historia con Marta,
necesitaba el punto de vista femenino en ese
asunto, procuré no omitir detalles, estaba muy
inquieto con las expresiones de Marta mientras
hacíamos el amor y lo que había sentido en el
momento de penetrarla, mientras describía mis
sensaciones más confuso me parecía, finalmente le
pedí su opinión buscando un poco de claridad.
Dio un sorbo a su té y me miró con el mismo
rostro, mitad preocupado, mitad atento, que tenía
mientras le ayudábamos a acomodar a Rudolf en su
cama:
“Ya te cogieron”, fue su único comentario.

48
La Hora

Le creí.

18

En las semanas siguientes Ismael y Rudolf


construían las bases para una sólida amistad, se
acompañaban frecuentemente al Borcelinos
tratando de elaborar entre cervezas y tequilas un
sistema que les permitiera sobrevivir la realidad,
mientras yo me perdía en el esfuerzo de alcanzar a
la inasible Marta.
Ella sabía muy bien lo que había provocado,
lo sabía cuando la buscaba, cuando me hablaba de
su novio sin mencionarlo por su nombre, cuando
me hacía odiarla hasta sentirme fastidiado,
consolidando el firme propósito de no verla nunca
más, entonces aparecía en mi casa, a media tarde,
para borrar mi voluntad en su cuerpo mediante
cogidas inolvidables. Haciendo lo necesario para
estar siempre ausente y presente, para buscarla

49
Fco. Héctor Morán

sabiendo que la encontraría únicamente si ella


quería encontrarme.
Presentí que Marta guardaba un secreto, un
fragmento escondido en su constitución mental que
para mí sería imposible descubrir. Me seducía
mediante la esperanza y el engaño. Yo sabía que
tenía otra relación y aun así seguía conmigo,
haciéndome creer que era posible vivir de esa
manera indefinidamente.
En eso consistía su misterio, en su capacidad
para hacerme creer en un futuro inexistente. En
cierto sentido, es la esperanza lo que termina
matándonos, si de antemano supiéramos que
nuestros esfuerzos son inútiles todo lo
terminaríamos antes de comenzarlo, es la esperanza
de alcanzar nuestros deseos lo que nos mantiene
vivos y termina aniquilándonos.
Ella lo sabía. Siempre conseguía que la
esperara otra vez, una más que fuera la penúltima,
nunca la última. Ha pasado el tiempo y sigo
pensando en verla nuevamente, en sentirla

50
La Hora

entrañable como entonces, continúo con la imagen


clara de su sexo abriéndose en mi piel.
Supongo que así vivimos todos, pensando
que todo lo que hacemos es por penúltima ocasión,
que tendremos siempre una oportunidad más. Lo
imperfecto, lo siniestro es que algún día llega la
última y no queremos darnos cuenta, no lo
aceptamos, bajamos los párpados dejándonos
seducir. Mierda Marta, mierda.

19

Oigo tocar la puerta. Es demasiado


temprano, nadie viene a visitarme a las ocho de la
mañana, me levanto de mal humor, abro, es Marta.
Se ha vestido como el día que la conocí, pantalones
de mezclilla y una blusa verde muy sencilla. Algo
oculta esta mañana y no quiero adivinarlo.
Entramos a mi recámara y nos sentamos en
la cama, guarda silencio, sigo sus movimientos
haciendo un esfuerzo por terminar de despertar,

51
Fco. Héctor Morán

toma una de mis manos, besa los dedos, cierra los


ojos y me abraza, nos acostamos, pone su oído en
mi pecho, me pide que diga algo. Digo su nombre,
me hace repetirlo, se ríe, pone mi mano derecha
sobre su corazón, siento los latidos, respira
profundamente, en el cuarto sólo se escucha nuestra
respiración.
Se acuesta sobre mí, cierro los ojos, con su
lengua me roza las cejas, su dedo pasa por mis
labios, abrazo su cintura y meto las manos bajo la
blusa, le quito el sostén.

20

Acabamos de hacer el amor, desnudos, uno


al lado del otro miramos el techo, en lo alto busco
figuras hechas por la humedad mientras el sudor se
enfría sobre mi piel, quiero quedarme aquí, que
nada cambie jamás. Sin pronunciar palabra Marta
se pone de pie y comienza a vestirse, pareciera que
hasta ahora se da cuenta que ha estado conmigo

52
La Hora

todo este tiempo, compartiendo su cuerpo con un


extraño. Hago el intento de vestirme pero me
detiene.
“No me llames más”, dice, “voy a vivir con
Eduardo”.
Es la primera vez que escucho el nombre de
su novio y lo ha dicho como sé que jamás
pronunciará el mío. Sin añadir más sale del
departamento, me quedo sentado en la orilla de la
cama, apoyando los codos en las rodillas,
contemplando el suelo.

La mirada tiene como límites el mar y


después el horizonte. Sentada en la baranda del
balcón, contempla las huellas que él va dejando en
la arena. Está acostumbrada al murmullo del mar, a
la casa blanca entre el océano y las montañas, a la
paz que respira cada mañana. Nada le aburre tanto

53
Fco. Héctor Morán

como la felicidad. Él la saluda y ella contesta


agitando la mano con desgano.

Nunca antes sintió el deseo de huir, de


hundirse en la piel del agua y nadar, agitar los
brazos y las piernas hasta quedar exhausta. Pero
ahora ese deseo crece a cada instante. Es el
presentimiento de un relámpago. Es lo que se siente
cuando vemos un rayo y esperamos el trueno.

Un estampido hace eco en las montañas. Él


cae. Una mancha roja se dibuja en la espalda. La
sangre se escurre hacia a la arena. El pasado lo
alcanza y lo fulmina. La venganza llega. Ella
ignoraba todos sus negocios y ahora paga el precio
de cerrar los ojos. Se esconde bajo la cama.

Una hora, dos horas, todo el tiempo


condensado en el miedo que respira. Cuando se
siente segura, cuando cree que está segura, sale al
balcón, se asoma lentamente. No hay cuerpo, no
hay sangre, no hay huellas en la arena. Él ha
desaparecido y ella sigue viva.

54
La Hora

11 : 21

Estoy acostado sobre una tabla acolchonada,


me despierta la sensación de mi saliva
escurriéndome por la mejilla, no reconozco el
lugar, en la pared hay fotografías de hombres y
mujeres luciendo musculaturas impresionantes,
percibo un penetrante olor a vómito, levanto
ligeramente la cabeza, distingo diferentes aparatos
para levantar pesas, estoy en un gimnasio. Me
pongo de pie, camino entre las poleas y barras que
asemejan instrumentos de tortura. Tengo sed y un
mal sabor de boca, en el fondo del salón se
encuentran los baños, camino hacia ellos. Mojo
abundantemente mi cabeza, me veo en el espejo, mi
reflejo es el mismo de siempre, eso me tranquiliza.
Comienzo a recordar.

55
Fco. Héctor Morán

22

Cuando Marta se fue me dejó confundido,


no conseguía entender qué había ocurrido, llamé
por teléfono a Ismael para compartirle mi desdicha,
me dijo que habían organizado una fiesta en casa
de Rudolf para esa noche, podíamos vernos ahí y
platicar con más calma.
Salí a caminar, me sentía como si hubiera
recibido una paliza y los golpes aún no se hubieran
enfriado, el dolor comenzaría a sentirse dentro de
poco, no quise esperar hasta la noche estando
sobrio, decidí comprar una botella de mezcal barato
y beberla lentamente hasta que fuera hora de ir a
casa de Rudolf.
Me pasé las horas del día sentado en el
sillón, dando discretos sorbos a mi bebida,
evitando, en lo posible, pensar, permitiendo al
alcohol ocupar lentamente mis sentidos, era una
dulce sensación de abandono, mis ideas dejaron de
circular por el cerebro. No sentí hambre ni sueño,

56
La Hora

me movía sólo si era indispensable, durante ese


tiempo fui un bulto ajeno a cualquier indicio de
vida. Apenas obscureció me encaminé a la reunión
con mis amigos, confiando en mi instinto para
cruzar la ciudad sin perderme.

23

Había mucha gente en casa de Rudolf,


únicamente reconocí a la pareja que estaba con la
Alicia la primera vez que los visité, la borrachera
de mezcal estaba ligeramente oculta, esperando un
pequeño impulso para tomarme nuevamente por
asalto, le di esa oportunidad sirviéndome un
generoso trago de vodka y naranjada. Reanimado
busqué a Ismael, lo encontré platicando con una
mujer bastante aceptable, me acerqué sintiendo
florecer dentro de mí la euforia proporcionada por
la nueva dosis de alcohol en mi sangre.
Al extender mi mano para saludar a Ismael
debo haber sonreído como estúpido porque él y su

57
Fco. Héctor Morán

acompañante se movieron hacia atrás


inmediatamente, quise platicarles la historia de lo
ocurrido en la mañana pero sólo escupí un montón
de palabras sin sentido. Ismael rodeó mis hombros
con su brazo y me sentó en un sillón.
“No te muevas”, me recomendó, “quédate
aquí mientras se te baja un poco la borrachera,
ahora estoy ocupado, regresaré por ti más tarde”.
Quedé sentado hecho un idiota, sonreía a las
parejas que bailaban y saludaba a todos los
desconocidos. Alicia se acercó a saludarme pero
cuando notó mi estado se alejó lo más posible. Bebí
de algunos vasos que casualmente se detenían en la
mesa que había frente a mí, era la mesa que Rudolf
destrozara la ocasión pasada, el carpintero la reparó
bastante bien. Necesité ir al baño; torpemente
llegué al retrete y deposité en él una abundante
cantidad de orines, salí con rumbo a la sala pero
mis pies decidieron introducirme a una recámara.

58
La Hora

24

Recargado en la cabecera de la cama estaba


Ismael, abrazando a la mujer guapa con quien lo
había visto momentos antes, cerca de ellos otra
mujer, al parecer su amiga, balbuceaba sin quitar la
vista de un cuadro que colgaba en la pared. Ismael
se puso de pie para hablarme al oído:
“Llévatela de aquí, por favor, hemos querido
sacarla pero insiste en contarnos todas sus
desgracias”.
“No te preocupes, voy a hacer algo”,
contesté.
Me senté junto a ella, acaricié su cabello, no
se movió, lo interpreté como una aceptación y me
atreví a rodearla con un brazo mientras besaba
suavemente su cabeza.
“¿Qué pasa?”, pregunté.
“No te importa”, contestó.

59
Fco. Héctor Morán

“Tienes razón”, afirmé y comencé a mirar


atentamente el mismo cuadro que ella veía,
entonces giró hacia mí, me besó la mejilla y colgó
sus brazos de mi cuello.
“Es que lo quiero mucho”, dijo.
“Yo también la quiero mucho y hoy me
avisó que se larga a vivir con otro tipo”.
“Son unos hijos de puta”.
“Sí, todos son unos hijos de puta”.
Nos besamos largamente. Ismael caminó con
rapidez hacia la puerta asegurándola para evitar
más visitas desagradables.
“Les toca la mitad de la cama” nos indicó
mientras apagaba la luz.

25

Mi pareja estaba tan ebria como yo, nos


acariciábamos torpemente al tiempo que
intentábamos quitarnos la ropa, usaba pantaletas de
encaje blanco que permitían ver un obscuro bosque

60
La Hora

de vello púbico, me excité e introduje uno de mis


dedos en su vagina, ella suspiró empujando sus
caderas para que la alcanzara más profundamente.
Nos metimos a la cama y terminamos de
desnudarnos bajo las cobijas, me aferré a su cintura
y la penetré con fuerza, ella me abrazó
murmurando “gracias, gracias” no entendí entonces
y no entiendo ahora su agradecimiento.

Cualquiera que ha tenido sexo en medio de


una borrachera sabe que el alcohol te permite
retardar indefinidamente la eyaculación, yo
aproveché esta circunstancia para alargar nuestros
juegos sexuales: ella encima de mí, yo encima de
ella, ella chupando mi pene mientras yo lamía su
coño, nuevamente montada en mí, ahora sus
piernas en mis hombros, cambiamos de posición y
aprovechó para acariciar sus pechos con mi verga.
Cuando sentí que, fatigado, iba a perder mi
erección, me hundí en su cuerpo como si quisiera
ahogarme en él, mordí uno de sus hombros

61
Fco. Héctor Morán

permitiendo que un chorro mi esperma saliera de


una buena vez. Fue un orgasmo largo, acompañado
por los gritos ahogados de mi compañera.
Abrazados, con los efectos de la bebida
bastante diluidos intentamos dormirnos. La cama
comenzó a agitarse, era Ismael quien ahora le daba
con su amiga, esa mujer era verdaderamente
escandalosa, “¡estoy bien caliente, estoy bien
caliente, no te vengas!”, exclamaba, verlos coger
terminó por animarnos, volvimos a hacer el amor,
la idea de la cama comunitaria había resultado
bastante afortunada: si una pareja parecía perder
aire, la otra ayudaba con su ejemplo. Para desgracia
nuestra, no poseíamos energía infinita, cuando
llegó el momento en que los cuatro nos cansamos,
la cama dejó de moverse y dormimos exhaustos.

26

Debían ser las tres de la mañana cuando mi


nueva amiga se despertó alarmada:

62
La Hora

“Tengo que irme, es muy tarde”, me dijo en


voz baja, “te dejo mi teléfono, llámame”.
Me extendió un trozo de papel donde se leía
“Claudia”, seguido por un número. Encendió la luz
para retocarse el maquillaje y abandonó la
habitación enviándome un beso a manera de
despedida. Yo estaba aturdido todavía, a mi lado
Ismael y su pareja roncaban plácidamente, intenté
dormir pero fue imposible, me vestí para regresar a
la sala.
En la fiesta quedaban aún varias personas,
en un sillón distinguí a Rudolf platicando con un
tipo enorme, en su espalda podía colgarse
fácilmente una manta publicitaria, cuando hablaba,
daba palmadas en el hombro de Rudolf quien se
veía bastante tranquilo en compañía de ese gorila,
no había más sitio donde sentarse que a su lado. Me
serví un trago y me acomodé junto a ellos.
“Tomás, te presento a Francisco”, dijo
Rudolf señalándome.

63
Fco. Héctor Morán

Al extender mi mano para saludarlo el


gigantón aprovechó para demostrarme su fuerza
haciendo puré mis dedos. Al llegar había
interrumpido una discusión acerca de deportes que
reanudaron después de saludarme. La plática no
resultaba demasiado interesante, dejé de ponerle
atención fingiendo seguirla mientras bebía una
cerveza recordando los momentos anteriores con
Claudia, noté entonces que fue hasta que me dio su
número telefónico cuando me enteré de su nombre.
Estaba inmerso en mis pensamientos cuando
Tomás preguntó mi opinión acerca de la selección
de fútbol holandesa de 1974, dije que sí, que sin
duda eran los mejores. Error, en ese momento él
trataba de demostrar que aun jugándose en otro
país, la selección de Alemania hubiese ganado ese
campeonato mundial. Se olvidó de Rudolf y enfocó
toda su argumentación en mí, no opuse demasiada
resistencia, apenas la suficiente para que no notara
que le estaba dando por su lado, terminé cayéndole
bien, preguntó qué estaba bebiendo, cuando le dije

64
La Hora

que cerveza, me dijo que eso para maricones. Se


levantó para acercar una botella de vodka, insistió
en que la bebiéramos sin mezclarla, según él, era
mejor si queríamos evitar que afectara nuestro
metabolismo. En su plática utilizaba mucha jerga
de físico-constructivismo.
Del fútbol pasó al basquetbol, de ahí a los
deportes de pista y campo, después natación,
regresó al fútbol. En todos los casos comenzaba
con una descripción detallada de las ventajas que
proporcionaba levantar pesas para mejorar el
rendimiento, para todos los casos existían ejercicios
que harían de cualquier alfeñique un atleta
consumado, una vez detallados estos aspectos,
comenzaba a enumerar representantes de cada
disciplina que podían haber superado sus marcas
mediante rutinas adecuadas, hacía una pausa
esperando mi asentimiento, continuaba entonces
añadiendo ejemplos que demostraban su teoría.
Un par de horas más tarde habíamos
consumido medio litro de vodka y agotado la

65
Fco. Héctor Morán

paciencia de nuestros anfitriones. Rudolf estaba


medio dormido con la cabeza recostada en las
piernas de Alicia, no habían podido entrar a su
recámara que seguía ocupada por Ismael. Tomás
parecía tener cuerda para tres días más de juerga,
ahora me contaba historias de su gimnasio,
insistiendo en que tocara sus bíceps, su pecho, los
tríceps.
“Levanto 180 kilos en sentadilla”, afirmó,
hice una expresión de duda lo que sirvió de
pretexto para que, tomándome en sus brazos, se
agachara y levantara tres veces consecutivas.

“Vámonos”, me ordenó mientras me


regresaba al suelo.
“Tengo sueño”, me atreví a decirle.
“No importa, allá te duermes”, dijo sin
darme más oportunidades de escapar.
Me despedí apuradamente de Alicia, quien
levantó una mano agradeciendo que por fin
saliéramos de ahí. Una vez en el auto de Tomás me

66
La Hora

dormí profundamente, cuando recuperé la


conciencia estaba sobre la tabla de abdominales.
*
Subo a la azotea por la ropa que lavé hoy en
la mañana. Disfruto la soledad, el aire fresco que
ondea los pantalones. La lluvia amenaza con
mojarnos, espera, retiene sus gotas, las nubes
oscuras quieren darme cinco minutos de silencio.
Es una vida extraña esta, que me permite ver
la ropa y los tinacos, las antenas parabólicas
reproducirse como hongos. Escucho a un perro y a
las llantas de los autos quebrar el pavimento.
Abajo, tres pisos abajo, la vida sigue,
ansiosa, mientras aquí, en contacto con la lluvia
que amenaza y el aire y el sol gris, siento la ropa
tibia, la huelo, me lleno con esta ausencia.
Soy el gigante, el victorioso, el que haciendo
trampa y viajando de incógnito, disfruta de trozos
en el tiempo y baja la escalera silbando una canción
desconocida.

67
Fco. Héctor Morán

11 : 27

Los días siguientes viví una soledad muy


intensa, salía de mi casa para dar largas caminatas,
el vagabundeo terminaba a media tarde cuando me
introducía en un cine sin importarme cuál fuese la
película que se exhibía o me abandonaba en la
mesa de un Vips, aprovechando que llenaban
interminablemente mi taza de café. Cuando la
obscuridad avanzaba lo suficiente volvía a la calle.
Miraba entonces a oficinistas dirigiéndose a su
casa, sentía cierta nostalgia por mi empleo, por mi
rutina.
Descubrí que, más doloroso que la ausencia
de Marta, era perder los hábitos que construí con
ella el período muy corto que convivimos, si puedo
llamar convivencia a mi búsqueda desesperada y a
sus negativas continuas. Puede parecer lo contrario,
pero soy un tipo que aprecia bastante las
costumbres, esos días de paseos sin rumbo me
permitieron descubrir esa particularidad: genero

68
La Hora

hábitos muy fácilmente, quizá la falta de arraigo me


hace encontrar seguridad en ritos intranscendentes
cuya repetición me hace naufragar apenas se
alteran.

Recordaba ciertas relaciones superficiales


que, a poco tiempo de establecerlas, me costaba un
considerable esfuerzo terminarlas, por ejemplo,
durante un tiempo acostumbré limpiar mis zapatos
con un bolero muy agradable que ponía su banco a
pocos metros de la entrada del periódico, antes de
mis labores platicaba con él diez o quince minutos.
Un día desapareció sin avisar, esperé encontrarlo al
día siguiente, tampoco llegó, semanas más tarde lo
encontré por otro rumbo, se había mudado de casa
y le dificultaba mucho ir al periódico, ahora ofrecía
sus servicios en otro sitio. Bueno, pues su ausencia
me entristeció estúpidamente varios días.
Si esa clase de cambios podían alterarme,
pueden imaginar cuál era mi estado de ánimo
sabiendo que Marta se había alejado

69
Fco. Héctor Morán

irremediablemente. Además estaba el mordisco del


deseo. La comezón del semen acumulándose,
buscando una salida distinta a la masturbación que
solía practicar mientras me bañaba. Era la soledad
cayendo gota a gota sobre el tiempo, sobre la cama,
sobre el tibio repaso de los momentos que no
regresarían. Salir a la calle y descubrir que nadie
espera al final del camino.
*
Tenía en la frente la marca de la soledad y la
ira. Mi voz se había tragado los labios falsos y el
cuerpo de una hiena. Puse al mundo como pretexto
y avance sobre la tierra y el océano. Llegué a la
ciudad cargando mi historia y el vacío. Me hundí
en los callejones blancos, tirando el cansancio y el
asombro. Sentado en el filo del pasado y el futuro,
dejé caer mis manos en la arena.

Las cuerdas de una guitarra anónima


hicieron sólidos el aire y el olvido. Los acordes
rompieron el dolor y sus escamas. Estaba en medio
de la canción y la afonía, mojado en la sombra y

70
La Hora

escuchando. Me hubiera gustado quedarme ahí,


suspendido, interrumpiendo el paso del tiempo,
sosteniendo el hambre y el misterio.

Pero la sangre obliga al movimiento. No


sabía, porque nunca sabemos, cuándo se rompen las
sogas y las fibras, cuándo dejamos caer el lastre de
la existencia en la delgada tela de nuestra historia,
cuándo cambian nuestros ojos, ni cuándo nuestro
aire deja de ser el aire que conocían los familiares y
los amigos. Nunca sabemos cuándo dejamos de ser
ellos, para transformarnos en nosotros.

La sombra era un descanso para el sol. El


callejón trazaba un camino hacia la plaza. La tarde
había avanzado y me senté para tomar café. El
milagro obscuro bajó por mi garganta. Estaba vivo,
rabiosamente vivo. Estaba vivo, tranquilamente
vivo.

71
Fco. Héctor Morán

11:28

Varios días después lavé mis pantalones que


ya pedían a gritos el agua y jabón, al sumergirlos en
la cubeta un papel salió a flote, era el número de
Claudia, la tinta se había corrido pero aún era
legible. Le llamé ese mismo día.
Se alegró al oírme, quiso que pasara a su
empleo por ella, después iríamos al cine, trabajaba
en una oficina del gobierno, se encargaba del
sistema que distribuía desayunos infantiles en las
escuelas primarias, salía temprano y tenía toda la
tarde libre, del sujeto que la había hecho sentirse
tan miserable el día de la fiesta mejor no hablar, si
prometía no mencionarlo, ella tampoco se acordaría
de la mujer que me había puesto en el desdichado
estado en que me conoció. Acordadas esas reglas se
sentiría feliz de verme a las tres en punto fuera de
su oficina.
El resultado de la llamada excedió mis
expectativas, mi ánimo mejoró notablemente, me

72
La Hora

afeité y cubrí mis mejillas con cantidades


industriales de loción barata. Después de las
reuniones clandestinas y tortuosas con Marta era
lindo tener una cita normal.

29

Salimos en varias ocasiones actuando con


maravillosa inocencia. Ella tenía un auto compacto
en el cual cruzábamos la ciudad buscando películas
que nos parecía urgente ver, todas eran comedias
románticas con finales felices, salíamos del cine
sintiéndonos afortunados de estar vivos. En la
obscuridad, mientras se proyectaba el filme, ella
tomaba mi mano y la guardaba en su regazo, mis
dedos sudaban abundantemente pero no le
importaba demasiado, si la humedad le llegaba a
molestar, limpiaba cuidadosamente mi sudor con
un pañuelo desechable, para después tomar mi
mano con más fuerza.

73
Fco. Héctor Morán

Supongo que nos veíamos como amigos


solidarios, dos personas que se habían encontrado
para compartir las horas de la tarde y los problemas
cotidianos, nada profundo ni demasiado
complicado, además, estaba el ingrediente de la
atracción sexual que sentíamos. Sabíamos que
cuando la dejáramos salir nos tomaría como
rehenes, debíamos acercarnos a ella con cuidado,
si no queríamos estropearlo todo.

30

Consumir palomitas de maíz y refresco


durante las funciones de cine me provocaron una
barriga que desentonaba con el resto de mi cuerpo,
parecía una espiga con un chícharo atravesado.
Pensé que Tomás podía ayudarme mediante una
rutina de ejercicios en su gimnasio. Me levanté
temprano, metí ropa deportiva en una maleta
pequeña y encaminé mis pasos, decidido a incluir
en mi vida una sesión diaria de sano ejercicio.

74
La Hora

Tomás se alegró con mi visita, traté de


explicarle mi intención antes de iniciar los
ejercicios: no me interesaba ganar músculos ni
convertirme en un verdadero atleta, únicamente
quería deshacerme de la incipiente panza que
comenzaba a colgarme. Me interrumpió, si alguien
sabía en ese lugar lo que convenía a cada persona
en deporte y ejercicios era él, así que lo mejor era
callarme y obedecer al pie de la letra sus
instrucciones. No añadí más, me puse la ropa
deportiva y comencé mi primera sesión en el
gimnasio.
Realicé los primeros ejercicios
sorprendiéndome de mi capacidad, los pesos que
Tomás ponía en los aparatos eran fáciles de
levantar, incluso añadí algunas repeticiones a las
que él me requería, llegué a lamentar no haber
iniciado antes mi programa de ejercicios. Dos horas
después, bañado en sudor, terminé la rutina.
“Bien”, dijo Tomás, “vete a la regadera, te
invito a comer”. Su rostro adquiría matices de

75
Fco. Héctor Morán

verdadero profesional cuando se trataba de ser


instructor del gimnasio, nada de bromas ni juegos,
ese lugar era un sitio de trabajo para quienes, como
yo ahora, queríamos mejorar nuestra vida
haciéndonos conscientes de la importancia de un
cuerpo sano y bien formado.
Bajo el chorro de agua caliente comencé a
sentir bastante hambre, mis músculos se relajaban
agradablemente, le dediqué a mi panza una mirada
de despedida, dentro de poco la barriga
desaparecería para dejar en su lugar un abdomen
plano y agradable.

31

“¿Cómo te sientes?”, preguntó Tomás


cuando salí de la ducha.
“Bien, con hambre”, contesté.
“Nos iremos a comer apenas llegue Rebeca,
es mi novia, vamos a comer y después a tomar

76
La Hora

algunas cervezas, te ayudarán con el ejercicio”,


afirmó.
Me quedé pensando cómo podrían ayudarme
unas cervezas con el ejercicio, pero elegí ahorrarme
su liturgia acerca de los azúcares y la estrecha
relación que guardaban con el metabolismo. Preferí
decirle que necesitaba hacer una llamada
telefónica, quería comunicarme con Claudia para
que nos alcanzara en el sitio donde estaríamos en la
tarde. Pregunté dónde se encontraba un teléfono
público.
“Ten, llama por aquí”, contestó mientras me
entregaba su teléfono celular.

32

Comimos abundantemente, seguro había


recuperado la grasa que había conseguido bajar en
el gimnasio, pero no importaba mucho, el asunto
era conservar la disciplina, los resultados se verían
con el tiempo. Después de la comida Tomás nos

77
Fco. Héctor Morán

llevó a un bar donde, aseguraba, servían la mejor


cerveza de barril que él hubiera tenido oportunidad
de probar.
Rebeca, su novia, era una mujercita delgada
y de apariencia frágil, se colgaba de su brazo con
orgullo, esforzándose en demostrar que él era
dueño total de su existencia. Cuando pedimos las
bebidas fue Tomás quien ordenó por ella, apenas
levantaba la mirada cuando hablaba conmigo,
preferentemente dirigía su vista hacia Tomás
aunque la pregunta fuese para mí. Yo le contestaba
a él, quien repetía mi respuesta como si se tratara
de nuestro traductor, era obvio que ella temía los
celos de Tomás, descansé cuando Claudia llegó al
lugar, podíamos hablar más tranquilos si la
conversación se dividía entre cuatro.
Aligerado el ambiente con la presencia de
Claudia la reunión se hizo más agradable,
comentamos brevemente mi experiencia en el
gimnasio, Claudia se mostró entusiasmada, hacía
bien -me decía- en ocuparme de algo en lugar de

78
La Hora

estar todo el tiempo entregado al ocio, si veía que


yo mejoraba, tal vez ella se animara, sería buena
idea hacer ejercicio juntos. De ahí pasamos a otros
temas, Tomás resultaba un conversador excelente si
lo manteníamos alejado de los aspectos deportivos,
al final quedamos comprometidos para vernos la
siguiente semana.
Antes de salir del bar Tomás y yo fuimos al
baño, cuando estábamos de regreso, al acercarnos a
la mesa, él golpeó la cabeza de Rebeca con la mano
abierta:
“¿A quién has estado viendo?”, le preguntó.
“A nadie”, contestó ella abriendo los ojos
con terror.
“Haces bien, vámonos”, repuso él.
Claudia me dirigió una mirada de asombro,
estaba francamente sorprendida con la actitud de
Tomás. Me encogí de hombros, no lo conocía lo
suficiente como para explicar la situación. Para
evitar otro sobresalto apresuré nuestra salida. Nos
adelantamos a la puerta y ahí los esperamos.

79
Fco. Héctor Morán

Mientras ellos caminaban para alcanzarnos,


un mesero que podía competir en tamaño con
Tomás, miró insistentemente a Rebeca. Tomás
sujetó a su pareja firmemente de un brazo y
comenzó a decirle entre dientes “puta, eres una
puta”.
El mesero no se mantuvo al margen, se puso
de pie frente a Tomás para exigirle que la soltará.
No podían tratar a una mujer así, él estaba ahí para
defenderla. Rebeca se zafó de Tomás, caminó con
decisión hacia el mesero y le plantó un certero
puntapié en los testículos. El pobre hombre cayó en
acción retardada: dobló primero las rodillas,
después su voluminoso pecho se encogió sobre su
abdomen, quedó hecho un ovillo en el suelo.
“Él hace conmigo lo que quiera, pendejo”, le
espetó Rebeca mientras se alejaba abrazada de
Tomás.
Cuando nos retirábamos, varios compañeros
del mesero le ayudaban a ponerse de pie tratando
de aguantar la risa.

80
La Hora

33

Al día siguiente, al intentar levantarme para


continuar mi programa de ejercicios descubrí con
desagrado que el cuerpo entero se había convertido
en una masa adolorida. Los brazos, el cuello, las
piernas, el abdomen, todo me dolía con el menor
movimiento, llegué casi arrastrándome al baño,
creo que hasta los dedos tenía entumidos por el
dolor. Estaba viviendo los estragos de mi primer -y
último- día de físico-culturista. Mis movimientos
eran semejantes a un hombre de hojalata, sentarme
en el retrete para defecar se convertía en una
hazaña bajo esas circunstancias.
Tirado en la cama tardé alrededor de quince
minutos para encontrar una posición más o menos
tolerable, quedé boca abajo, mirando al suelo.
Tenía unos periódicos viejos, los acerqué para
leerlos, parecía ser la única actividad posible de
realizar sin que sintiera una punzada.

81
Fco. Héctor Morán

Al hojear los diarios sentí que las noticias de


uno o dos meses atrás bien podían ser las de ahora,
tanta información hacía imposible seguir siquiera
una historia de principio a fin. Con el empleo en el
periódico perdí la costumbre de comprar diarios,
descubrí que todos contenían las mismas notas. El
proceso parece sencillo: las agencias informativas
internacionales envían los reportajes a todo el
mundo, cada jefe de sección elige aquellos que
parecen más interesantes, los huecos se llenan con
escritos elaborados por reporteros del propio
periódico, que no por casualidad, cubren los
mismos eventos que el resto de los reporteros de
otros diarios, al final tenemos veinte o treinta
periódicos perfectamente uniformes, si has leído
uno, has leído todos.
Dejé las viejas publicaciones, realizando un
lento y doloroso giro me ocupé de las
características del techo, desde mi infancia he
llenado muchas horas hilando palabras mientras
miro las manchas en el techo, inicio con la primera

82
La Hora

que me viene a la mente y relaciono la siguiente,


después la tercera y así, consecutivamente hasta
que me harto o consigo dormir.
A media mañana las molestias provocadas
por el ejercicio eran más o menos tolerables, me
vestí trabajosamente y salí del departamento para
concertar mi cita vespertina con Claudia, caminaba
despacio, evitando cualquier movimiento brusco.
En el pasillo topé con dos vecinas que charlaban
amigablemente, las saludé y seguí de largo, al
alejarme pude escuchar como una le decía a la otra:
“Los perros orinan donde quieren”.
Ese tipo de verdades contundentes son lo
que necesitamos para darle sentido a la existencia,
pensé.

34

Después de hablar con Claudia me quedaban


varias horas disponibles, ni en la peor de las locuras
regresaría al gimnasio, preferí dar un paseo por la

83
Fco. Héctor Morán

ciudad, abordé el primer autobús que pasó. Es muy


confortable moverse sin dirigirse a un lugar
preconcebido, disfruté viendo los rostros de las
personas que subían y bajaban al transporte,
imaginaba su estado de ánimo y las historias que
las precedían, el autobús cruzaba el centro de la
ciudad, me bajé frente a un gran almacén
departamental.
Vi los escaparates sintiendo un poco de
nostalgia, nunca había poseído gran cosa, pero
recordaba los tiempos en que ambicionaba tener,
llenarme con algo: una relación, un buen empleo,
objetos agradables, ropa. En mi condición había
perdido ese estímulo, el deseo de comprar una
lavadora o un comedor me parecía absurdo.
Entré a la tienda, evidentemente yo no era un
objetivo de mercado, los vendedores no se
acercaban a mí, quizá la única inquietud que podía
provocar era en los guardias de seguridad. Me
detuve frente a una pared tapizada con televisores,
había de varios tamaños reproduciendo la misma

84
La Hora

señal en sus pantallas, el sonido ambiental


ejecutaba una balada en inglés, si me lo proponía
podía conseguir que, mentalmente, el sonido se
sincronizara con la imagen, cualquier sonido podía
combinarse exitosamente con las imágenes. Todos
los televisores iguales, todos los sonidos iguales,
todos los diarios iguales, todos los consumidores…
Me descubrí mirándome atentamente las manos,
toqué mi cara con la yema de los dedos. Una
vendedora se acercó para preguntarme si me sentía
bien, salí del almacén sin contestarle.

35

Me dirigí al trabajo de Claudia en el metro,


durante el trayecto observé atentamente a los
pasajeros que aparentaban tener más urgencia por
llegar a su destino, estaban llenos de importancia,
sus ademanes, la forma en que consultaban
continuamente su reloj, la manera en que miraban a
sus compañeros de viaje, todo en ellos exudaba

85
Fco. Héctor Morán

suficiencia. Un pensamiento se fijó claramente en


mi mente, como una iluminación: todos, incluidos
los importantes somos un manojo de carne con
hoyos, la boca, la nariz, el culo. Lo peor fue darme
cuenta de que esos agujeros no tienen salida,
terminan en nuestras vísceras, nuestra importancia
se agota en las tripas que nos llenan y vacían. Por
fortuna llegué a la estación cercana a la oficina de
Claudia antes de sentirme verdaderamente enfermo,
al encontrarme en la calle aspiré con toda la fuerza
de mis pulmones.
La película elegida para ese día se exhibía en
un cine relativamente alejado del trabajo de
Claudia, calculamos el tiempo estimado para llegar,
era suficiente si teníamos la suerte de encontrar el
tráfico fluido. No fue así, nos encontramos
atascados entre un mar de autos que no conseguían
moverse, una marcha de obreros y estudiantes
ocupaba una avenida principal resultando
imposible continuar nuestro camino.

86
La Hora

Desesperada, Claudia buscó una ruta alterna,


el resultado fue perder por completo el rumbo, si
queríamos ver la cinta tendríamos que esperar a una
mejor ocasión. Conducir en esas circunstancias
agotó notablemente a mi compañera, desalentada
por la situación decidió estacionarse un momento
para tomar un pequeño descanso.

36

El sitio donde nos detuvimos era una calle


cerrada, limitada por un campo deportivo al frente
de nosotros, del lado del conductor, hacía donde
estábamos estacionados, se extendía un lote baldío,
era un lugar silencioso y solitario.
Besé a Claudia en la mejilla, le dije que no
importaba, podíamos ver la película después, ella
respondió besándome los labios, introduciendo su
lengua en mi boca y desabrochando le hebilla de mi
cinturón. Me sorprendió la velocidad con la que
había actuado, era obvio que buscaba sexo rápido,

87
Fco. Héctor Morán

pero yo no tenía aún una erección plena, bajó el


cierre de mi bragueta y se percató de que mi pene
reposaba blandamente en mis testículos; inclinó su
cabeza y comenzó a chupármelo mientras yo
acariciaba sus cabellos diciendo su nombre con la
respiración entrecortada.
Con ese tratamiento, mi verga tardó muy
poco en encontrarse plenamente lista para
penetrarla. Claudia vestía una falda muy amplia
que le llegaba hasta los pies, la levantó y se
desembarazó de sus bragas con facilidad, ágilmente
saltó de su asiento al mío para montarse en mis
muslos, movía su cintura hacía adelante y hacía
atrás murmurando “métemelo, métemelo”, la
obedecí de inmediato.
Fue un orgasmo corto pero intenso el que
tuvimos, al terminar, sus antebrazos reposaban en
el respaldo del asiento rodeando mi cuello, mis
manos se sujetaban firmemente a sus nalgas.
“Vamos a tu casa”, propuso.

88
La Hora

Después de ese día las visitas a los cines


fueron cada vez menos frecuentes.
*
En el límite de la mañana hay una cordillera
de nubes intimidando al valle. Es un temor
profundo que escala esas colinas. Pareciera que una
horda bajará para acabar con todo. Son jinetes y
tormentas vomitando un odio indivisible.

Llegan con el filo de la espada y el veneno


de una cobra.

En la orilla del río hay una piedra púrpura.

La piedra rueda empujada por el agua. Los


caballos la ignoran mientras siembran una profunda
tristeza en la tierra. Los cultivos se han convertido
en sangre y lodo.

Un ángel levanta la piedra.

Y un rayo cruza la carne púrpura.

La soledad camina descalza, pisando la


tierra abandonada. Una mujer la observa. Se

89
Fco. Héctor Morán

esconde detrás de un árbol caído. El miedo agita su


cuerpo. Recoge una manzana, la limpia con las
manos desesperadas. Muerde la manzana y el
néctar blanco llena el hambre. Mastica despacio,
traga, una dulce armonía baja por su garganta.

No lo sabe, pero su vida ha derrotado a los


salvajes.

Poco a poco las nubes se retiran.

Y una débil línea de luz ilumina al valle.

11:37

Debo haber comido un pedazo de muerte,


por eso estoy aquí, enfermo desde hace tres días, no
puedo levantarme. He pasado este tiempo mirando
el reloj despertador que aguarda a un lado de mi
cama, aprendí lo que es una hora: es el tiempo que
tarda la manecilla grande en alcanzar a la chica,
después la abandona para seguir su carrera

90
La Hora

cruzando el campo marcado por pequeñas líneas y


números enormes. Eso es una hora.
Siento a las sábanas inflarse con aire frío, el
aire se adhiere a mi cuerpo convirtiéndose en
sudor, también frío, helado. Las cobijas caen sobre
mí con todo su peso. El tiempo se reduce cuando
cierro los ojos, en esa obscuridad intento adivinar
qué veo, a quién escondo. Abro la boca para
respirar, la abro lo más posible, grande, que entre
en mí todo el aire que flota en la recámara.
En el piso se dibuja un rectángulo de luz, su
palidez me indica que pronto será de noche,
entonces intentaré dormir un poco, antes tendré que
ponerme de pie para ir al baño y defecar las peste
negra que cargo en el estómago. Siento a las
serpientes girar en mis tripas, dan de vueltas
enloquecidas, consigo calmarlas si me paro en la
ventana y el sol calienta mi abdomen, pero no
resisto mucho en esa posición. Termino por
marearme y dejar caer mi humanidad en el colchón.

91
Fco. Héctor Morán

Son cuatro pasos los que necesito para


alcanzar el retrete, no recuerdo si la última vez dejé
correr el agua, el olor a mierda es insoportable.
Tengo los intestinos llenos de aire, siento al pedo
salir y meto la nariz en las cobijas, entonces huele
peor que el baño, pero es mi peste, por eso la
soporto, puede ser que me agrade.
Ayer en la noche fue horrible, mientras
dormía sentí crecer la tierra a mis espaldas, me
sostenían pilares de tierra, cualquier movimiento
implicaba el riesgo de caer, ¿caer a dónde? No
volveré a comer jamás.
He cagado cuanto he podido, la diarrea es
humillante, no me permite alejar el trasero dos
metros del baño, es tan humillante como estar
parado en el quicio de una puerta esperando a que
termine de llover, peleando el espacio con otros
miserables que tampoco quieren mojarse. La lluvia
y la enfermedad son irremediables y perversas.
Están forzando la puerta, es el futuro, se
tardó tanto en llegar que ya no lo esperaba, dejaré

92
La Hora

que entre sin oponerle resistencia, de cualquier


forma siempre hace lo que quiere.
Al abrirse la puerta distingo la forma del
cuarto que ocupo: es una alcancía, he sido ahorrado
toda mi vida y hoy vienen por mí para gastarme,
soy una moneda reluciente, podrán comprar algo
conmigo, ¿cuánto valdré?, ¿para cuánto alcanzo?
Una alcancía, todo es una alcancía y hasta ahora me
entero, he vivido en una caja fuerte preocupándome
por lo que iba a comer mañana.
Oigo voces, cierro los ojos con fuerza,
quiero parecer indiferente a sus decisiones, no
importa lo que hagan conmigo, si pudiera les
gritaría que son el culo del universo pero se darían
cuenta de que finjo, pensarían que me quiero pasar
de vivo. Ahora escucho risas, me han descubierto,
no tengo más remedio, voy a abrir los ojos.

93
Fco. Héctor Morán

38

Esto debe ser una mala broma, lo que veo es


a Ismael tocándome la frente mientras en su rostro
se refleja la preocupación que mostraba cuando
practicaba la medicina, resignación sin resignarse,
parece decir que no se puede eliminar la
enfermedad, pero siempre debe intentarse. Dirige
unos murmullos a la persona que lo acompaña, no
la distingo, no sé quién pueda ser.
Han puesto una toalla húmeda sobre mi
cabeza, Ismael me quita de encima las cobijas.

“Tengo frío”, les digo.


Ellos sonríen, sinceramente no veo la gracia
en permitir que me congele, intento añadir algo
pero me interrumpen asegurándome que pronto
estaré mejor. Yo quiero estar bien ahora, en este
instante, no mañana.

94
La Hora

39

Cuando despierto no reconozco la cama en


la que estoy acostado, me cubre un par de sábanas
limpias, aún tengo la toalla mojada sobre la frente,
pero ha desaparecido la molesta sensación de la
fiebre, el estómago ha dejado de dolerme y
tampoco siento la urgencia de ir al baño.
Ismael entra en la habitación sonriendo
amablemente, me acerca una taza de té, me
incorporo a medias apoyándome en un brazo, doy
un pequeño sorbo a la bebida, una sensación
agradable de calor baja por mi esófago.
“¿Qué me pasó?”, le pregunto a Ismael.
“Comiste algo contaminado con salmonela”,
me explica, “estuviste encerrado durante varios
días, Claudia se preocupó cuando no recibió
llamadas tuyas, vino a buscarme y la acompañe a tu
departamento. Gracias a que el conserje tenía un
duplicado conseguimos entrar. Estabas hecho un
desastre, con fiebre y delirando, tuviste suerte de

95
Fco. Héctor Morán

que llegáramos antes de que te disolvieras en tu


mierda”.
“Te agradezco, aunque no me convence
mucho eso de disolverme en la mierda”.
“Si quieres morirte, busca una forma
diferente, morir de diarrea me parece poco digno”.
Así son las bromas de Ismael, siempre
sutiles y delicadas.
Termino el té, le extiendo el recipiente vacío
a Ismael.
“Estarás de invitado aquí en mi casa
mientras te recuperas del todo, procura portarte
bien, obedece a tu médico”, añade mientras
abandonaba la recámara mostrándome una amplia
sonrisa.

40

Los días siguientes fueron un adelanto de lo


que espero sea mi vejez: despertaba a media
mañana y, enfundado en una bata que Ismael tuvo a

96
La Hora

bien prestarme, salía a tomar un poco de sol al


patio, leía un libro hasta que la esposa de mi amigo
llegaba con un jugo en naranja, ese era el desayuno
que mi débil estómago podía consumir. Mientras lo
bebía platicábamos de cualquier trivialidad, sólo
nos deteníamos cuando se acercaba la hora de la
comida, entonces ella se refugiaba en la cocina
mientras yo continuaba mi lectura.
Al terminar de comer mirábamos el
televisor, durante ese tiempo me puse al día con las
series, los programas de concurso, el campeonato
de liga de fútbol, los noticieros, en fin, las horas
completamente llenas de programación antes de la
cena, que en mi caso consistía de una infusión de
hierbas amargas endulzada con miel.
Ismael llegaba lo más tarde posible, en
ocasiones bastaba mirar la sonrisa que mostraba
para saber que había pasado la tarde fornicando. Si
yo podía notarlo era obvio que su esposa también.
En esos momentos me despedía discretamente de
ambos y desaparecía lo más pronto posible. Desde

97
Fco. Héctor Morán

mi habitación podía escuchar las recriminaciones


que se hacían.
Quince días después mi amigo me dio de
alta, estaba sano pero debía andarme con cuidado,
me hizo una lista de recomendaciones: qué debía
evitar comer, qué podía tomar si me sentía
enfermo, por último me indicó que se había
organizado una reunión en el Borcelinos para la
tarde siguiente, íbamos a festejar mi regreso al
mundo de los vivos. Me despedí de su esposa
agradeciéndole todas sus atenciones.

41

Al llegar al bar distinguí en una mesa a


Rudolf, Alicia, Tomás, Rebeca, Ismael, Claudia y
dos desconocidos invitados por Rudolf, todos me
saludaron efusivamente. Claudia me abrazó
cariñosamente, “estas muy delgado”, murmuró en
mi oído, “claro, me tragué la mitad del infierno”,
contesté.

98
La Hora

Ocupé mi lugar en la mesa, Tomás me


miraba con desprecio, esperó a que terminaran las
felicitaciones por mi recuperación para decirme:
“Todo eso te pasa por perezoso, si
continuaras con el programa de ejercicios, jamás te
enfermarías, mírame, tengo el cuerpo garantizado
para funcionar perfectamente”.
Pretendí ignorarlo, no tenía ánimos para
involucrarme en una discusión sin sentido, pedí al
mesero un refresco de manzana y me refugié en una
conversación a media voz con Claudia.
El grupo retomó entonces el tema que
habían interrumpido con mi llegada. Rebeca, la
pequeña niña de azúcar que casi desaparecía en los
brazos de Tomás, iba a competir en el campeonato
mundial de Tae Kwan Do. No pude menos que
sorprenderme, me parecía imposible imaginar a esa
criatura tirando patadas y golpes en medio de gritos
amenazadores. También sentí compasión por el
mesero que, semanas antes, había recibido en los

99
Fco. Héctor Morán

huevos una muestra de lo que podía hacer nuestra


representante nacional en ese brusco deporte.
Mientras se entusiasmaban con las
perspectiva de la competencia que tendría lugar
dentro de muy poco, mi atención se enfocó en las
burbujas que se formaban en el interior del refresco
de manzana, esos diminutos círculos me recordaban
los esquemas del átomo que había aprendido en la
escuela. Finalmente, si tú, yo, la salmonela, todo,
está formado por moléculas, ¿por qué otras
moléculas te pueden joder tanto?

Sueño con una flor y con el cielo, con una


lenta caída en un campo de tréboles. Sueño con una
línea de luces blancas sosteniendo las húmedas
paredes de los edificios. Sueño con el polvo que
borra los recuerdos y deja sin memoria las
avenidas.

100
La Hora

Llevo en mis pies la marca oscura del


pavimento y la piel encallecida por la trayectoria
del deseo. Nadie quiere mirar un corazón
abandonado, entregado al dolor de una casi muerte
envuelta en sudor y nausea.

El sólido tañido de una campana hace un


hueco en las nubes, siento al aire abrirse paso a mis
pulmones. No me ha llegado el momento y debo
luchar por regresar al tiempo, a las tibias manos del
día y la noche y los horarios y las pequeñas
preocupaciones cotidianas.

Abro los ojos y ahí está su rostro lleno de


esperanza: nada importa tanto como rozar sus
mejillas con mis dedos, mientras pronuncio su
nombre en voz baja. La felicidad es el límite de su
sonrisa.

11:42

Claudia y yo levantamos nuestro ayuno


sexual con una orgía interminable, hemos
101
Fco. Héctor Morán

practicado todas las formas y posiciones que se nos


han ocurrido. Le gusta chuparme el pene y no ha
perdido oportunidad de hacerlo, es lo mejor que ha
pasado desde mi enfermedad, me preparo para una
convalecencia muy dulce en su compañía. Ha ido a
la cocina por un vaso de agua, queremos refrescar
un poco la garganta antes de entregarnos a un
sueño reparador.
Desnuda, recargada en el marco de la puerta,
da un largo trago al agua, me mira con una
expresión seria en el rostro, parece tomar aire para
preguntarme:
“¿Por qué no vivimos juntos?”
La propuesta me ha caído de peso, esperaba
algo semejante pero no tan pronto, juego con la
idea, no me parece totalmente desagradable; sin
embargo, no creo estar listo para compartirme de
esa manera, quizá tengo miedo, un profundo miedo
a convertirme en un tipo de los que siempre he
detestado, aquellos que viven con una mujer que no
aman y no tienen el valor de decírselo.

102
La Hora

Trato de explicarle de la mejor manera, pero


deja de escucharme apenas se da cuenta de que me
estoy negando, que estoy confundido y dándole
largas al asunto. Resolvemos tranquilamente darnos
un poco de tiempo, pensarlo bien, si estamos listos
lo haremos, claro que no es una decisión fácil,
pongamos algo de espacio para entrar en esto
completamente seguros.
Somos un par de mentirosos estúpidos.

43

Los días siguientes los ocupé para


sumergirme en la ciudad buscando resolver el
dilema que Claudia había introducido en mi vida.
Me gustaba caminar en las plazas comerciales, ver
a la gente circulando, girando como si estuviesen
encerrados en una pecera, es tranquilizante
observar la precisión con la que seguimos
instrucciones, foco verde, siga, foco rojo, alto.

103
Fco. Héctor Morán

Con fijarme en la apariencia de una persona


podía adivinar la tienda que visitaría, sus
preferencias, los objetos que ansía poseer y jamás
podrá comprar. Todos tenemos un escaparate
favorito, un anuncio favorito, un color favorito, una
marca favorita, un culo favorito. Los favoritos
inventaron la vida.
También disfrutaba ver las piernas de las
adolescentes, observando lo que permiten mostrar
sus uniformes escolares, al darse cuenta de que las
miraba fingían indiferencia, entonces me acercaba
cautelosamente, si se distraían yo conseguía meter
una mano bajo su falda para sentir la firmeza de sus
muslos antes de salir huyendo rápidamente. Ahora
que lo pienso, debo haber parecido poco menos que
un enfermo recién salido del manicomio o de la
cárcel.

104
La Hora

44

Una tarde, mientras esperaba para cruzar la


calle, observé a un niño vendiendo diarios, tenía
una habilidad de serpiente para meterse entre los
autos, comenzaba a sentir verdadera admiración por
él, cuando un automóvil lo embistió arrojándolo a
varios metros, los periódicos salieron volando en
desorden. El chico debía ser de plástico porque se
levantó sin dar muestras de dolor, si acaso, un poco
confundido por el golpe.
Del auto salió una mujer dando alaridos:
“¡Idiota, idiota, ves que viene el coche y no
te paras”
En la esquina una señora vendía atole y
tamales, al ver el accidente se aproximó blandiendo
un cucharón.
“La pendeja es usted, le voy a partir la
madre”, decía mientras agitaba con furia el
cucharón frente a los despavoridos ojos de la

105
Fco. Héctor Morán

automovilista, quien sólo atinó a subir a su auto y


asegurar las puertas.
La señora del atole comenzó a golpear los
cristales del auto, no descansó hasta ver estrellado
el parabrisas, la conductora lloraba en silencio,
esperando que el semáforo cambiara de color para
pisar el acelerador.

45

Estoy sentado en la banca de un parque, en


la esquina hay un puesto de tacos, no me atrevo a
comerlos, mi enfermedad está demasiado reciente
para arriesgarme. El taquero ha dispuesto una
bandeja llena de pepinos en rodajas, rábanos y
limones, no ha llegado aún la clientela habitual y el
sitio luce vacío. Veo a un vago aproximarse,
conforme se acerca al puesto camina más despacio,
de pronto mete la mano a la bandeja y saca un
puñado de pepinos, saliendo a toda carrera. El

106
La Hora

taquero apenas puede reaccionar, levanta el


cuchillo con el que corta la carne mientras grita:
“¡Vas a ver cabrón, cuando te agarre!”.
El vago ha cruzado la calle internándose en
el parque, se siente más confiado en su territorio,
elige una banca sobre la que extiende una cobija
harapienta, comienza a comer los pepinos mirando
ferozmente hacia los lados. Creo que mataría a
cualquiera que se atreviera a disputarle su comida.

46

Caminaba por una calle estrecha del centro


de la ciudad cuando encontré un cine donde se
exhibían películas pornográficas, pagué mi entrada
y ocupé una butaca en la fila más alejada de la
pantalla. Era una cinta japonesa, la trama no tenía
muchas complicaciones, ocurría que un pobre tipo
tenía el pene demasiado pequeño, incapaz de
satisfacer a su esposa, quien comenzaba darle con

107
Fco. Héctor Morán

cualquier fulano que estuviera disponible: el


cartero, el doctor, el farmacéutico, el policía…
Cuando la señora cogía con el tendero yo
tenía una erección bastante incómoda, tuve que
vencer mi pudor para sacármelo y comenzar a
masturbarme. En la obscuridad de la sala, mientras
la mujer y el tendero alcanzaban su séptimo
orgasmo, me corrí sobre el papel higiénico que
había extraído de mi bolsillo.
Al abandonar el asiento me sentí aliviado,
caminé por el pasillo rumbo a la salida, advertí
entonces que un sujeto sentado varias filas adelante
de mí también se estaba masturbando. Esa tarde me
enteré que vivía en la ciudad más poblada del
planeta.
*
El aparador ilumina la esquina solitaria. Es
una noche obscura. A esta hora nadie se acerca a
mirar los vestidos. El silencio es compañero de la
calle. Un borracho nocturno interrumpe la
serenidad del tiempo. Se aferra al poste para

108
La Hora

conservar el equilibrio. No sabe qué dirección


tomar. El cruce de dos calles es una isla
abandonada.

Mira los edificios. Siente los kilómetros que


separan su vida de una ventana iluminada.
Balbucea algunas incoherencias. ¿Dónde están los
otros? ¿Dónde están unos oídos amables que lo
escuchen? El semáforo cambia de color, guía los
autos hipotéticos a un destino contingente.

Hace frío. Recarga su espalda en el


aparador. Espera unos minutos. Quiere que su
cuerpo retroceda del sueño alcohólico. El riesgo de
abandonarse es no encontrarse de regreso. En
alguna calle que no recuerda debe estar un edificio,
un departamento minúsculo, una cama que lo
espera.

Mete la mano a su bolsillo, saca unas


monedas. Las monedas escapan de su mano, ruedan
por el piso, se pierden. Levanta los ojos al cielo.
Encuentra las estrellas. Después descubre una

109
Fco. Héctor Morán

cortina que se mueve. Alguien lo mira desde una


ventana iluminada. Poco a poco su cuerpo resbala
sobre el vidrio. Se sienta en la banqueta. No sabe
en qué momento se ha dormido. Sueña con él
mismo en otra circunstancia. Sonríe mientras la
vida que conoce le abandona.

11:47

Tomás insistió en que visitara su gimnasio,


logré persuadirlo de que la enfermedad me había
dejado en una condición que hacía imposible
cualquier ejercicio, iría únicamente si me permitía
pasarme la tarde acostado en la tabla de
abdominales. Aceptó de mala gana.
Lo encontré enfundado en una sudadera,
ciñendo su cintura con una faja de cuero, bañado
completamente en sudor. Me saludó con su
poderosa mano enguantada. “Estamos haciendo
sentadillas”, dijo con la voz entrecortada, su pecho
se hinchaba a cada inspiración profunda, recordé

110
La Hora

sus recomendaciones: el aire debe entrar por la


nariz, salir por la boca.
Se colocó junto al aparato que servía para
hacer sentadillas, mediante dos columnas de acero
detenían la barra donde colocaban los discos de
diferentes pesos. Un joven se ubicó bajo la barra
para sostenerla con los hombros, Tomás se paró
detrás de él para ayudarle en caso necesario, el
muchacho realizó diez repeticiones, al finalizar la
serie lanzó un grito victorioso.
“Bien, bien”, dijo Tomás, después añadió un
disco de veinte kilogramos a cada lado de la barra,
se dirigió hacia mí para decirme: son 190 kilos,
haré diez sentadillas.
Afirmó sus pies frente al aparato, al tiempo
que cargaba la barra sobre sus hombros emitió un
sonido que me pareció “sí puedo”.

“Una”, respiración profunda seguida por


queja ahogada.

111
Fco. Héctor Morán

“Dos”, sus piernas tiemblan mientras levanta


el peso.
“Tres”, al comenzar el movimiento para
elevar la barra, Tomás arroja las pesas y rueda por
el piso, se asemeja a un toro cuando se vence
después de recibir una estocada certera. Siento
deseos de reírme, pero me contengo cuando veo
una expresión de angustia en el rostro de su
asistente, quien se aproxima para preguntarle cómo
se siente. Tomás intenta incorporarse, pero lo
convence de que se tienda en el suelo mientras lo
ventila agitando una toalla.
“Déjenlo respirar, déjenlo respirar”, les pide
a los otros deportistas que se acercan curiosos.
Me doy cuenta de que los menos
musculosos, así como los más obesos, intercambian
miradas mientras contienen la risa. Minutos
después Tomás se pone de pie, está completamente
pálido, camina hacia la tabla de abdominales donde
sigo acostado.

112
La Hora

“Ayer me desvelé”, me dice con un tono que


parece disculpa.
“Sí, es difícil levantar pesas cuando estás
desvelado”, contesto.

48

La distancia que concerté con Claudia se


hacía cada vez más pesada, con el pretexto de
pensar la situación salía de mi departamento desde
la mañana para dar largas caminatas. A la misma
hora que el resto de las personas realizaban
actividades productivas, como ir a la escuela,
trabajar o comprar comida, yo vagabundeaba bajo
el sol.
Subo a un puente peatonal, los autos circulan
por debajo de mí, veo las azoteas de los edificios.
Cuando vives en una ciudad pierdes la costumbre
de mirar hacia arriba, pasas la vida arrastrando la
nariz a ras del suelo. Sopla un viento fuerte que
empuja la contaminación hacía los montes que

113
Fco. Héctor Morán

rodean la ciudad, desde mi puesto de vigía consigo


ver los límites de la urbe, parece una ola, un reflujo
de concreto, entiendo porque los transeúntes nos
movemos frenéticos, drogados por una sustancia
desconocida, la ciudad se mete al cerebro y lo
embota con peores resultados que el alcohol.
El barandal del puente tiende dos sombras
paralelas sobre el pavimento, las sigo con la
mirada, se confunden con las sombras de las
personas, de los perros callejeros, de los puestos
ambulantes, a plena luz del día la ciudad parece
abandonarse a sí misma, gigante, inhabitable, tan
amorosa como una amante a quien le pagas con tu
vida por sus servicios.

Bajo del puente, camino varias calles hasta


encontrarme frente a un viejo edificio, entro en él,
deben haberlo construido en los años treinta o
cuarenta, subo por la escalera, los pasillos son
largos, obscuros y silenciosos. Llego a la azotea,
hay ropa tendida encerrada en jaulas, tinacos,

114
La Hora

tanques de gas, distingo una estrecha escalera de


caracol, bajo por ella.
Al final de la escalera encuentro varias
puertas, intento abrir alguna de ellas, una cede, es
un pequeño cuarto ocupado por una cama y algunos
muebles desvencijados, sobre la cama reposa una
bolsa de plástico que contiene un par de zapatos y
un monedero. El monedero guarda algunos billetes
arrugados, los tomo. Sin prisa regreso a la calle,
con el dinero robado compro media docena de
cervezas y me encierro en mi departamento para
beberlas.

49

Me sentía ligeramente ebrio, me apetecía


continuar la borrachera en Borcelinos, pero no
quería continuarla solo, se me ocurrió pasar por
Tomás, a esa hora debía estar por concluir su
jornada en el gimnasio.

115
Fco. Héctor Morán

Al encontrarme a media calle de distancia vi


las luces del gimnasio apagadas, seguí caminando,
la cortina de metal no estaba totalmente cerrada,
quizá Tomás continuara ahí, avancé más de prisa.
Había un espacio de cincuenta centímetros entre la
cortina y el suelo, me puse de rodillas para mirar
dentro, estaba obscuro pero escuché unas voces
apagadas, pasé por debajo de la cortina.
Mientras mis ojos se acostumbraron a la
obscuridad, percibí suspiros ahogados y un
rechinido rítmico que provenía de donde debían
estar las tablas abdominales. Supuse que se trataba
de Tomás fornicando con Rebeca, quise mirarlos
discretamente antes de salir.
En efecto, una de las personas era Tomás,
quien se encontraba acostado boca abajo en la tabla
de abdominales, sobre él un muchacho de cabello
rubio y rostro de niño lo penetraba con energía. El
joven empujaba y Tomás suplicaba con voz
apagada “así, más hondo, así”.

116
La Hora

Cuando terminaron, Tomás dio vuelta,


acarició los hombros del muchacho y lo besó. Una
cosa era muy clara, lo trataba con más ternura que a
Rebeca. Afortunadamente ninguno de los dos notó
mi presencia, salí de la manera más silenciosa que
pude. Mentalmente repasé la imagen de Tomás
levantando la barra con 190 kilogramos, ahora
sabía porque estaba perdiendo su condición física.

50

Llamé por teléfono a Ismael, no quería que


el efecto de las cervezas desapareciera antes de
llegar al bar. Estaba en su oficina, se encontraba
muy atareado con sus helados, planeaba abrir una
sucursal próximamente y le resultaba difícil
acompañarme, pero me sugirió llamar a Rudolf, si
terminaba a una hora razonable nos alcanzaría en el
bar.
Marqué el número telefónico de Rudolf, fue
Alicia quien contestó, su voz se escuchó

117
Fco. Héctor Morán

contrariada al mencionarle a Rudolf, aprovechó


para desahogarse conmigo, al parecer, él estaba
desaparecido hacía una semana, ya la estaba
poniendo harta, era demasiado inconstante,
demasiado infantil y ella demasiado tonta por
aguantarlo, en fin, si volvía a tiempo le daría mi
mensaje, quizá se animara y me viera en
Borcelinos.
Terminé bebiendo solo. Durante las semanas
que había vivido hecho un vago desarrollé algo que
llamé instinto, era una parte de mis pensamientos
que se encontraba alerta mientras me ocupaba de
otras cosas, es decir, una esponja encargada de
absorber al mundo mientras caminaba o comía.
Ese instinto me decía que las cosas
funcionaban bien, que los responsables seguían en
su sitio, manteniendo el movimiento perpetuo. Esas
personas estaban a esa hora recibiendo su
recompensa, en sus casas, descansando después de
dar o recibir órdenes, de construir y destruir al
mundo en ocho horas de trabajo y una de descanso.

118
La Hora

El enemigo suele habitarnos silencioso, esperando


cualquier distracción para entregarnos al vacío y
reprocharnos los errores reales o imaginarios que
hayamos cometido, ahí estaba, esa parte de mí que
se sentía abandonado, echando de menos las
posibilidades que me había negado en el camino.

51

Me sorprendió ver llegar a Alicia sola, buscó


con la mirada y al encontrarme se acercó a la mesa,
me besó en la mejilla a manera de saludo y pidió
una cerveza igual a la que yo consumía. Cuando la
llamé -explicó-, comenzó a sentirse desesperada,
sabía que preocupándose no conseguiría que
Rudolf volviera más pronto, decidió ir al bar
esperando hallarme todavía ahí, necesitaba hablar
con alguien.
Salvo la ocasión en que la consulté acerca de
mi relación con Marta, había tenido pocas
oportunidades de hablar con ella. Estaba intrigada

119
Fco. Héctor Morán

por la forma de vida que yo llevaba, no parecía


muy convencida de mi actitud despreocupada,
entendía que pudiera renunciar a un empleo
convencional, pero seguramente algo debía
llenarme por dentro.
No sé si conseguí explicarme, le dije que en
esos momentos no descubría aún el propósito o
propósitos que me hicieran mover en alguna
dirección, sabía que dentro de mí algo se
desplazaba en ese sentido, pero mi sensibilidad
estaba demasiado aletargada como para escuchar
esa corriente interior. Me consideraba tan
estúpidamente puro que hubiera visto como una
traición realizar cualquier actividad de la que no
estuviera plenamente convencido, y nada tenía
hasta entonces suficiente fuerza como para
convencerme.
Supongo que dejé de parecerle un huevón
que busca la manera de vivir sin trabajar para
transformarme en un huevón que no ha encontrado

120
La Hora

algo qué hacer, era difícil saber cuál de las dos


figuras prefería, pero no le agradaba mi inactividad.
Después hablamos de ella, había estudiado
antropología social y daba clases en una
preparatoria. El sueldo de maestra le alcanzaba para
comprar ropa o libros que le gustaban, el grueso de
sus ingresos provenía de la casa paterna, le
ayudaban con la renta, los gastos del auto y la
comida. En resumen, sus actividades resultaban tan
improductivas como las mías, pero se sentía
satisfecha con ocupar un lugar en la formación de
las nuevas generaciones, como si formar cínicos
que habrían de integrarse al sistema productivo
fuera una misión trascendente que le diera sentido a
la existencia.
Comentó que había adquirido algunas
películas en vídeo y no había podido ver algunas, si
me parecía bien podíamos ir a su casa a verlas,
quizá cuando llegáramos ya estuviera Rudolf por
ahí.

121
Fco. Héctor Morán

52

Alicia siempre se preocupaba por ser buena


anfitriona, era enemiga declarada de la comida
chatarra así que preparó una ensalada y abrió una
botella de vino que consumimos mientras veíamos
la película. Era un filme asqueroso, a un estudiante
de arte se le ocurría matar personas para extraer sus
órganos, encapsularlos en acrílico y construir una
escultura. Cuando terminó su obra, la policía quedó
consternada al ver aparecer la escultura a mitad de
una plaza pública. Las escenas de los asesinatos y
la disección de cadáveres eran extraordinariamente
vívidas, me produjo asco ver la sangre chorreando
por la improvisada mesa de operaciones del
psicópata asesino.
Sinceramente el filme provocó que no
terminara mi porción de ensalada y dejara a medias
el vaso de vino, sin embargo, Alicia parecía
encantada, las imágenes no le producían el menor

122
La Hora

rechazó, terminó por agotar la botella de vino y se


acabó la ensalada antes que la película finalizara.
La expresión de mi rostro debía reflejar
muchas interrogantes acerca del vídeo porque
Alicia, bastante entonada por la bebida, comenzó
inmediatamente a explicarme en qué consistía el
valor de la película. Se trataba de una historia
basada en hechos reales ocurridos en una
universidad europea, el artista jamás había sido
encarcelado y el paradero de su obra permanecía en
el misterio, varios conocedores pensaban que algún
coleccionista privado la había comprado a la
policía.
Su animada explicación no modificó mi
estado de ánimo, sugirió que viéramos otro vídeo
mientras destapaba una nueva botella de vino.

53

La segunda película era insoportablemente


lenta, a diferencia de la anterior, en esta la acción

123
Fco. Héctor Morán

era bastante limitada y los diálogos que se


pretendían profundos terminaban siendo aburridos.
Aprovechando una escena particularmente tediosa,
Alicia se puso de pie para ir al baño, avanzaba
torpemente, era muy claro que no estaba
acostumbrada a beber y los efectos eran evidentes.
Cuando volvió a la sala, no regresó al sillón
que ocupaba anteriormente, se sentó a mi lado,
apoyó su espalda en mi pecho y tomó mi brazo para
que la rodeara. Con su nuca a la altura de mis
labios me quedé quieto, temía incluso respirar. Ella
se movió hacia atrás, oprimiendo mi abdomen con
su trasero, no resistí más y besé su cabello, como
respuesta cruzó sus dedos con los míos y apoyó la
palma de mi mano en su pecho, comencé a morder
suavemente sus oídos.
Dio vuelta para besarme en los labios, tenía
un penetrante olor al vino que había estado
bebiendo, quiso introducir su lengua en mi boca
pero lo impedí con un ligero movimiento, metí las
manos bajo su blusa, no usaba sostén, acaricié sus

124
La Hora

pechos mientras me mostraba una sonrisa


indicándome que aprovechara una oportunidad que
muy probablemente jamás se repetiría.
Giramos y caímos accidentalmente del
sillón, pude sentir su cuerpo blando bajo el mío, mi
erección reposaba sobre su sexo, lo único que me
impedía penetrarla era la escasa distancia de
nuestra ropa. Los zapatos no permitían que su
pantalón saliera con más facilidad, me ayudó a
quitárselos, desabrochó el cierre del pantalón y de
un tirón se quedó sin él. A mitad de su piel blanca
el triángulo que conformaba su vello púbico
resplandecía, lo besé mientras sus dedos
acariciaban mi cabello, subí por su torso besando
su ombligo, los botones rosados de su pecho, me
detuve en su cuello, entonces la penetré, despacio,
quería prolongar indefinidamente mi pausa en su
cuerpo.
Me olvidé de cualquier estrategia que
conociera para resultar un buen amante, entregado
a ese momento seguí mi propio camino para llegar

125
Fco. Héctor Morán

al final, no me importó que ella lo disfrutara, ese


era mi instante, mi trozo de eternidad, para
llevármelo lo devoré despacio. Cuando mordía
suavemente uno de sus pechos me llegó un tenue
sabor, parecido a las manzanas que había comido la
primera ocasión que estuve en su casa. Eyaculé
sintiendo el placer subiendo por mi espalda para
detenerse en algún lugar de mi cerebro,
simultáneamente Alicia rodeo mi cintura con sus
muslos, no permitió que me separara hasta que
terminó de compartir su orgasmo conmigo.
Hay situaciones que jamás imaginé y una
vez que ocurrieron no terminan nunca, se han
quedado flotando, sucediendo una y otra vez
cuando las recuerdo. Son esos momentos infinitos,
en los que pareciera no existir límites ni distancias,
cuando realizas algo que por imposible lo
considerabas impensable, después de ellos sé que
estoy más cerca de la muerte, precisamente porque
me han hecho vivir.

126
La Hora

54

Si consideras que estás en camino de


resolver un problema difícil, pronto estarás en
medio de otro más complicado. Las ideas se
confundían creando una sensación de vértigo, no
sabía cuánto deseaba a Alicia hasta que la tuve bajo
el peso de mi cuerpo, era uno de esos sentimientos
que conscientemente niegas pero crece en tu
interior, esperando la primer oportunidad para
estallar y reventarte en pedazos, era cierto, estaba
Rudolf a mitad del camino, sin embargo me
gustaba pensar que tenía alguna oportunidad con
ella.

Por otra parte, la pregunta de Claudia seguía


ahí, esperando que la contestara de una vez por
todas, si no conseguía una definición pronto
perdería cualquier posibilidad. En ambos casos yo
tenía desventaja, mientras buscaba dentro de mí

127
Fco. Héctor Morán

una respuesta, ellas sabían perfectamente qué hacer


conmigo.
Me encerré en mi departamento decidido a
continuar ahí hasta tener una respuesta, solo me
había metido en el embrollo y solo tenía que salir
de él, era suficiente, no podía permanecer en la
indecisión por más tiempo, había detenido mi vida
por un largo período, era el momento de echarla a
andar de nuevo.

55

Dirigí mis pasos a casa de Alicia, quería


hablar claramente, no tenía fuerzas suficientes para
jugar a la seducción, si era posible tener algo con
ella necesitaba saberlo, si no, me alejaría lo más
posible, era mejor estrellarme cuando aún no había
tomado demasiado impulso.
Ensayé cientos de diálogos antes de oprimir
el timbre, previne todas las preguntas y respuestas,
la acorralaría, no me retiraría hasta obtener una

128
La Hora

posición muy clara, debía ser contundente, sí o no


rotundos. Reuní todo el valor de que fui capaz,
respiré lo más hondo que pude y llamé a la puerta.
Al abrirse la puerta vi al amigable rostro de
Rudolf mostrándome una luminosa sonrisa. Me
invitó a pasar, nos sentamos en la sala, Alicia se
encontraba en la cocina preparando café, Rudolf le
notificó mi presencia con un grito, al tiempo que le
solicitó preparar una taza de café adicional para mí.
Sí, había vuelto, su desaparición se explicaba muy
fácilmente, fue a la sierra para supervisar los
progresos de su proyecto agrícola, no le avisó a
Alicia porque no quería mal acostumbrarla, en su
trabajo eran necesarias esas escapadas y no quería
tener preocupaciones por su mujercita, ella lo
entendía o pretendía entenderlo, en todo caso no
tenía más remedio.
Alicia salió de la cocina, quise verla a los
ojos pero desvió la mirada, la situación se hizo más
clara que con todos los diálogos que había
ensayado: volvimos a ser los buenos amigos de

129
Fco. Héctor Morán

siempre. Aprovechando mi visita comenzaron a


platicarme los planes de su próximo viaje, irían a
Holanda, el proyecto en la sierra avanzaba bien y
Rudolf necesitaba arreglar algunos asuntos en su
país, para Alicia representaba unas buenas
vacaciones, ya las necesitaba, nada mejor que pasar
una temporada en la tierra de los tulipanes y los
molinos de viento. Quizá cuando volvieran
decidieran por fin casarse, vivían juntos pero la
relación comenzaba a exigirles certezas.

56

No conseguí abandonar el departamento


hasta que acepté la invitación de Rudolf para
acompañarlos en la comida, obviamente él no sabía
nada acerca de la sesión de videos y su desenlace.
Preferí guardar silencio, su hospitalidad me hacía
sentir un sujeto de la peor ralea. Como pude me
tragué los alimentos, me despedí de Rudolf con un
abrazo, me invitaría a una pequeña reunión que

130
La Hora

planeaban hacer antes de partir a Holanda, besé en


la mejilla a Alicia quien me dirigió una mirada de
agradecimiento, me había sabido callar y eso
contaba.
Abordé un autobús con la esperanza de que
me llevara al fin del mundo sin opción de regreso.
Estaba apabullado, recorrí la ciudad sin fijarme el
camino que seguía, la sucesión de edificios y
rostros me era totalmente indiferente, súbitamente
escuché la voz del conductor anunciándome el final
de la ruta. Bajé del autobús, no tenía la más pálida
idea de dónde me encontraba, decidí esperar a que
saliera el siguiente autobús que me llevara de
vuelta.
Terminé mi recorrido en el centro de la
ciudad, caminé algunas calles hasta encontrar un
local de juegos de computadora, entré y cambie
todo mi dinero por fichas. Me entregué al delirio de
los autos virtuales estrellándose aparatosamente,
después encontré un juego de tiro al blanco que
simulaba el asalto a un banco, el jugador pretendía

131
Fco. Héctor Morán

ser un policía, con la pistola de plástico había que


eliminar a los ladrones, teniendo cuidado de no
matar a los civiles que de pronto cruzaban la
pantalla. No pude evitar relacionar a los civiles con
Rudolf, parado a mitad de un tiroteo y él ni
enterado.
Me retiré de los juegos electrónicos
totalmente agotado, sin fichas ni dinero, hice el
camino a casa a pie, después de varias horas llegué
a mi departamento, si hubiese sido posible me
habría separado de mi cuerpo para dejarlo ahí
abandonado.

Estiré mi cuerpo para sentir los labios del


océano. Eran ásperos, como el filo de una roca.
Miro la realidad. Descubro huecos inmediatos,
sitios donde somos y no somos. Abro una de esas
puertas. El sagrado lugar de lo imposible. Estás ahí,
leyendo, descubriendo en el horizonte de la página

132
La Hora

palabras que prefieres no creer. Signos que


desearías no existieran.
Pero sabes que no puedes evitarlos. Te
observo. Tienes dudas. Cierras el libro y miras de
reojo. Estoy ahí. Quieres que me vaya. Cierro la
puerta. Regreso al sitio donde la geografía me
asigna un cuerpo. El tiempo y espacio conocidos.
Mi cuerpo regresa, húmedo, mojado por el
terrible cuchillo del océano. Estoy vivo,
implacablemente vivo. Estoy muerto,
implacablemente muerto. Sí, todo al mismo tiempo.

11:57

Tengo doce años de edad, son las seis de la


mañana cuando comienza a sonar el despertador,
hace frío, sigue tan obscuro como si fuese de
noche, tomo el despertador en mis manos, me
divierte mirar al martillito ir de una campanilla a
otra produciendo el ruido intolerable que me
despierta diariamente.

133
Fco. Héctor Morán

La ropa me espera doblada en una silla, me


visto despacio, cuesta trabajo terminar de abrir los
ojos, uso unas botas con largas agujetas que me
gusta atar formando un lazo grande, dejándolas
colgar como si fueran orejas enormes. Me dirijo a
la cocina, tomo la olla de peltre de la alacena y la
tarjeta que me permite adquirir la leche.
Es una tarjeta que muestra en una cuadrícula
los días consecutivos de cada mes, semejante a un
calendario, al realizar una compra la encargada de
la lechería marca un cuadro con una perforación,
impidiendo que se hagan dobles compras. También
sirve para verificar que asistas los días que te
corresponde, si muestras una tarjeta con pocas
perforaciones indica que no asistes regularmente,
entonces se retira el servicio y no puedes adquirir la
leche al precio preferencial que ofrece el gobierno.
Casi siempre la fila en la lechería es enorme
y hoy no es la excepción, me formó detrás de varias
señoras que ya se conocen, platican de las escuelas
de sus hijos, del frío que se ha desatado los últimos

134
La Hora

días, me entretengo mirando el cierre de mi


chamarra y haciendo salir largas columnas de humo
por mi boca.
La encargada perfora mi tarjeta, pago el
importe de la leche y me entrega tres fichas, una
por cada litro al que tenemos derecho. Introduzco
las fichas en la máquina expendedora, el chorro de
leche llena mi olla formando un círculo de espuma,
esto debe ser muy parecido a ordeñar las vacas.

58

Me cuelgo la mochila al hombro, llevo en


ella lo necesario para la escuela, soy un buen
alumno, estudio lo suficiente para obtener las
mejores notas posibles, con eso consigo que los
maestros no se metan conmigo, tampoco los
compañeros, saben que les irá mal si le hacen algo
al estudioso de la clase.
En el autobús recupero la hora de sueño que
perdí al ir por la leche, afortunadamente vivo cerca

135
Fco. Héctor Morán

de la terminal y siempre encuentro asientos vacíos,


varias paradas después el transporte está lleno de
personas impacientes y malhumoradas. Junto a mi
lugar se para una señora que, cargando un niño,
espera que alguien le ceda el asiento. Nadie lo
hace, en esos momentos estoy dormido o fingiendo
que duermo, como todos los demás.
La escuela no representa mayores
contratiempos, asisto con la firme convicción de
que el futuro será mejor si algún día voy a la
universidad, he sido educado con esa idea y nada
de lo que me ha ocurrido hasta los doce años parece
contradecirlo.

59

La casa está vacía cuando regreso de clases,


mis padres están trabajando y debo atenderme solo,
caliento la comida que me han dejado preparada un
día antes. Enciendo el televisor, el noticiero de las
dos treinta me acompaña, a mi edad muchas

136
La Hora

noticias son incomprensibles, es decir, entiendo


claramente qué pasa, pero no veo las razones de por
qué las cosas son así y no de otra manera. Cuando
crezca aprenderé que el conductor del noticiero
tampoco lo sabe.
Termino mis tareas temprano, me da tiempo
de ir a casa de un compañero para avanzar en un
trabajo que debemos entregar en equipo, regreso a
mi hogar para ver a mi madre consumiendo las
telenovelas, intercambiamos preguntas de rutina,
me hace un encargo de la tienda, salgo a cumplirlo
y aprovecho para comprar el pan. Mi padre llegará
más tarde.
Cenamos mientras vemos una serie de
televisión, debo acostarme antes de las nueve de la
noche si no quiero sufrir para levantarme, no me
siento cansado al momento de ir a la cama,
únicamente percibo dentro de mí una ligera
inquietud, algo que me promete cierta libertad
dentro de algunos años, cuando no sea necesario
levantarme temprano para comprar leche barata, ni

137
Fco. Héctor Morán

llegar puntualmente a la escuela, ni comer comida


recalentada, ni hacer trabajos en equipo, ni comprar
el pan. Algo deberá ocurrir en el futuro.

Tengo frente a mí un sobre transparente que


guarda un par de pastillas de menta. Es la ceniza de
una resaca, lo que dejó una noche donde mi vida se
consumía en un fuego alimentado por el deseo y la
agonía.

Estuve en lugares donde el infierno era la


carne pagada con obscuros billetes mientras el vino
corría por los muslos de mujeres aburridas y mi
cuerpo era una espina adherida a la lluvia.

Era una muerte lenta enmascarando a la


vida.

Reíamos como imbéciles, pensamos que el


mundo se agotaba cuando la música se detenía y
por instantes nos quedábamos solos. Entonces

138
La Hora

buscábamos como ciegos el primer cuerpo que


llenara nuestras manos, y el cuerpo era un vacío
que laceraba nuestros labios, y seguíamos riendo
porque pensábamos que era divertido dejar de ser
para evitar la vida.

Y en ese hueco caíamos desvalidos.

Era ignorancia pura. Nuestra existencia era


ignorancia creciendo, traficando, repartiendo. Se
trataba de tomar todo lo que se pudiera, porque no
sabíamos que no hacía falta nada. Ya teníamos lo
que necesitábamos, y lo tiramos en las calles y lo
negociamos por la miseria y el engaño. Nos
estafaron.

Cuando desperté estaba en una playa.

Empapado en una pueril tristeza, con


hambre, con frío. Había dejado el ímpetu. La
espuma mojaba la planta de mis pies y el rumor del
mar era descanso y sal. Entre mis dedos,
firmemente sujeto, atrapado como un pájaro, estaba
un sobre transparente con dos pastillas de menta.
139
Fco. Héctor Morán

Las guardé. No quiero probarlas. Están aquí,


escondidas como el oro.

12:00

Me gustaría repetir mentalmente todos los


días de mi vida para tener plena conciencia de en
qué momento se echó todo a perder, quizá fueron
las expectativas o la fe ciega que puse en ellas, si
consiguiera todas las piezas del rompecabezas tal
vez lograra formar una figura diferente. También es
posible que, después de ese esfuerzo, terminara en
el mismo sitio, dentro de este mismo departamento,
sintiendo que la vida se ha quedado con algo que
me pertenecía.
Escarbo los bolsillos de mis pantalones en
busca de las últimas monedas, la cantidad que
consigo reunir es apenas suficiente para comprar un
periódico y hacer un par de llamadas telefónicas,

140
La Hora

tendré que pedir un nuevo préstamo a Ismael, salgo


de mi habitación con tres firmes convicciones.
Ejecuto la primera, marco el número de
Claudia, tarda unos segundos en contestar, me dice
que no puede entretenerse mucho ahora, está a
mitad de un informe que debe entregar hoy mismo,
pero quiere escuchar lo que tengo que decirle.
“Quiero vivir contigo”, le digo, “lo más
pronto posible, he descubierto que necesito
sentirme cerca de ti…”
“Está bien, yo también te quiero, me
interrumpe, “pasa por mí al trabajo, platicaremos
mejor en la tarde”.
Antes de colgar me envía un beso con todo
su amor.
La segunda, más que convicción es una
necesidad, le llamo a Ismael, me contesta su
secretaria, se encuentra un poco ocupado pero
tomará la llamada.
“¿Qué tal?”, me saluda.

141
Fco. Héctor Morán

“¿Sabes que Rudolf se va a Holanda?”, le


preguntó solamente por hacer plática.
“Sí, me llamó ayer, por cierto nos espera el
próximo miércoles para su fiesta de despedida”,
adivino cierta urgencia por cortar lo más pronto
posible.
“Oye, necesito un préstamo, intentaré que
sea el último”, le digo tratando de restarle
importancia al asunto.
“No hay problema, te llevo el dinero a casa
de Rudolf, nos vemos”, se despide.
“Adiós”.
Me quedo sintiendo cierta desazón, ahora
estoy obligado a ir a la reunión y enfrentarme
nuevamente a Alicia.

Por último, con el resto de la convicción que


me queda, camino rumbo al puesto de periódicos,
adquiero el más gordo, sospecho que a mayor
número de páginas, mayor número de anuncios y
mayor número de posibilidades.

142
La Hora

De regreso en mi hogar, tomo un bolígrafo y


extiendo la sección de empleos:
EMPLEOS
Auxiliar de contabilidad…
Auxiliar de contabilidad…
Auxiliar de contabilidad…
Estar jodido…
Auxiliar de contabilidad…
Auxiliar de contabilidad…
Estar jodido…
Auxiliar de contabilidad…
Auxiliar de contabilidad…
Auxiliar de contabilidad…
Estar jodido…
Auxiliar de contabilidad…

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