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MÓDULO TRASTORNOS DE LA CONDUCTA ALIMENTARIA.

CASO CLÍNICO

Paciente, mujer, atendida en abril de 2013, fecha en la que tenía 19 años de edad.
Estudiante de segundo bachillerato de ciencias sociales.

Acudió a la consulta acompañada por su madre. El núcleo familiar estaba compuesto


por la madre de 60 años de edad, dos hermanas y la paciente. El padre falleció cuando
la paciente tenía 3 años, apenas recuerda a su padre.

Con referencia a los antecedentes familiares, ambas hermanas padecían alteraciones


tiroideas. Con respecto a otros antecedentes personales, padeció mononucleosis y le
practicaron una amigdalectomía. Describe alergia al polvo y a la gramínea. Padece
asma. En la actualidad es resto de las analíticas son normales.

Según explicó la paciente, con 13 años comenzó a seleccionar alimentos y a restringir


la cantidad de comida (dulces, pan, pasta, arroz, patatas y alimentos grasos),
consiguiendo perder en torno a 12 kilos, siendo el IMC máximo 21.8 aproximadamente
y el mínimo 17.5, según recordaba. Con el objetivo de perder peso más rápidamente,
comenzó a realizar ejercicio de forma compulsiva (abdominales y baile), sin ningún tipo
de control.

Con 15-16 años comenzó a provocarse vómitos. Realizaba dos comidas al día: desayuno (muy
poca cantidad) y almuerzo (cantidad adecuada, pero siempre seguido de vómitos). A los 17 años
se le presentó acrocianosis y, según ella refería, tras una discusión con un familiar eso se me
extendió a la parte de la cara, y tuvieron que llevarme a urgencias asustados… Tras dicho
episodio, las conductas, antes mencionadas, fueron mejorando (por el susto…).

Durante el año anterior a la entrevista, la paciente siguió perdiendo peso hasta llegar a un IMC
de 16.2, calculado a partir del peso mínimo recordado por ella. En este momento, seguía
vomitando tras los almuerzos, practicaba ejercicio y aumentaba la restricción alimentaria. Llegó
a utilizar además otros métodos compensatorios como laxantes, diuréticos y enemas. En ese
curso empezó a decaer muy notablemente su rendimiento académico. Cuando estudiaba, no se
concentraba, estaba continuamente pensando en las calorías de los alimentos, en qué podría
comer que no aumentase su peso y en cómo quemar calorías. Pensar en comida le hacía sentir
cada vez más hambre, que se convertía en ansiedad y se manifestaba a través de algún ataque de
asma, por lo que, para evitar esa situación y los posibles atracones, dejó de estudiar para no dar
vueltas a esos pensamientos. Desde que recuerda, tuvo preocupación por su peso e imagen.

Con respecto al Instituto, sus negativas a ir a clase fueron haciéndose cada vez más constantes,
estaba convencida de que los compañeros se reirían de ella, ya que cuando era pequeña le
llamaban “gorda”. Además, recuerda con horror la última vez que tuvo que exponer ante la clase
un trabajo, al verse delante de toda la clase empezaron a temblarle las piernas, a sudarle las
manos, la voz se le fue entrecortando hasta que enmudeció, en ese momento sintió que se iba a
desmayar y escuchaba de lejos las risitas y comentarios de los compañeros. Comenta que le
genera tanto malestar recordar ese momento que prefiere dejar definitivamente los estudios.
Tiene un miedo terrible a volver a pasar por esa situación y parecer una " idiota, incapaz de
expresarse públicamente" a la vista del profesor y de sus compañeros.

Su relación social se fue reduciendo cada vez más y ahora es casi inexistente. Señala que desde
la pubertad se siente avergonzada de que la vean cuando tiene " el acné a tope", que es casi
siempre, siente asco de sí misma. Probó con múltiples cremas y remedios y no consigue mejorar.
Se pone furiosa delante del espejo y trata de " explotar todos los granos", luego acaba
"pareciendo un monstruo colorado y llorando ". Siempre que puede sale con capucha y bufanda
para ocultar el rostro, pero cuando empieza la primavera y está en lugares cubiertos es difícil de
ocultar su deformidad. En el momento de la entrevista, se le pregunta si hoy es uno de esos días
horribles de acné, la paciente dice que sí, siempre está ahí, aunque trate de ocultarlo con
maquillaje, se le comenta que no es perceptible y que nadie se fijaría en su cara por ese motivo.
Sonríe levemente y no responde.

Nueve meses antes de acudir a la consulta comenzó a tener atracones y aumentó el número de
vómitos a un mínimo de 2-3 veces/semana, teniendo lugar ambos incluso en la calle (por
ejemplo, en el recreo del Instituto), todo lo cual causó el síndrome de Mallory Weiss, en el mes
previo a la entrevista (con un IMC de 22.2) continuaba la restricción y había aumentado el
ejercicio, disminuyendo los atracones y vómitos a 1-2 semana. Sólo tomaba dos comidas al día,
y si no iba al Instituto sólo una.

La paciente expresó en el momento de la entrevista un miedo exagerado a engordar,


describiéndose como una persona obesa. Las partes de su cuerpo que más despreciaba en ese
momento, además de su cara, eran los glúteos y los muslos. Procura mirarse lo menos posible al
espejo, siente horror de lo que pueda ver. La paciente otorga gran importancia al peso y a la
figura, llegándose a pesar 2-3 veces al día (en casa y en la calle).

Mencionó intentos repetidos de suicidio mediante ingesta de fármacos y autolesiones con


cuchillas o cristales, provocados por el asco que le daba la imagen que tenía de sí misma y por la
culpa que sentía por hacer daño a los que la rodeaban, idea que el día de la entrevista seguía
expresando. Manifiesta que dichas autolesiones ocurrían, sobre todo, cuando tenía ataques de
ansiedad.

Por otra parte, durante la entrevista se encontraba muy irritable y susceptible. Sentía ganas de
llorar (lo que hacía diariamente), estaba desmotivada y con baja autoestima, con problemas de
sueño (primario y secundario) y fatiga.

PREGUNTAS:

1. Diagnóstico justificado del episodio actual, diagnóstico diferencial y comorbilidad (DSM 5).
2. Evaluación pre-tratamiento (selección justificada de instrumentos).
3. Análisis funcional. Hipótesis explicativa.
4. Objetivos terapéuticos y plan de intervención psicológica.

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