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KERBRAT ORECCHIONI

La comunicación: el modelo de Catherine Kerbrat-Orecchioni

El desarrollo de la lingüística se enfocó hasta la década del ’60 en al abordaje de los fenómenos
sintácticos, morfológicos y léxicos. Se tomaba como límite de análisis la oración, dado que se
interpretaba que, en una muestra de habla determinada, luego de una oración solo se encontraba una
nueva oración (es decir, no se reconocía alguna otra unidad de análisis, tales el párrafo, el parágrafo, el
texto, etc.).

A partir de los años ’60 comenzó a perfilarse lo que se conoció como la gramática textual, que tomó
como unidad de análisis los fenómenos que solo son reconocibles en el objeto de estudio denominado
texto. Asimismo, la semiótica y la filosofía del lenguaje hicieron aportes que obligaron a replantear, poco
a poco, el estudio del lenguaje.

Para Saussure, la lengua es una virtualidad regular que se encuentra en la mente de todos los hablantes sin
materializarse, un sistema que todos poseemos en forma idéntica, si bien luego hablamos (lo usamos) de
modo particular. El habla es algo contingente, accidental, puramente material, que está atravesado por
factores emocionales, psicológicos, sociales, culturales, etc. a los cuales la lingüística no le interesa
abordar.

Benveniste planteó, que lengua y habla no pueden separarse tajantemente. Para ello desarrolló, los
conceptos de enunciación y enunciado que, en una primera lectura, ingenua y equivocada, podrían ser
paralelos a lengua y habla, pero en realidad suponen la resolución de dicha dicotomía.

Una primera definición asume que la enunciación es el acto de producir enunciados, y que un enunciado
presenta los rasgos de su enunciación en huellas lingüísticas concretas. Esto implica entonces, entender
que la enunciación es el acto de apropiación de esas formas lingüísticas en un proceso que es, para los
hablantes, también regular y sistemático: no existe “libertad” ni “accidente” en él.

Kerbrat-Orecchioni realiza dos críticas a la noción de código:

1. Su homogeneidad: Las dos vertientes dominantes de la lingüística, tanto la estructuralista,


continuadora de las líneas saussureanas, como la generativo transformacional propuesta por
Noam Chomsky, toman en cuenta una lengua‐código extensiva, es decir, común a todos y cada
uno de sus usuarios, que pueden representarse, de este modo, en una especie de hablante‐oyente
ideal que no existe en ningún lugar ni tiempo concretos. Kerbrat‐Orecchioni retoma aquí la
noción de lengua‐lecto, un entramado de dialectos4, sociolectos5 y cronolectos6 específicos que
son los que realmente constituyen la lengua como reservorio mental activo tanto para la
producción como para la interpretación de enunciados. Para la lingüística tradicional, estas
variedades de la lengua son fenómenos de habla, es decir, de manifestaciones concretas.
Dado que, podemos comprender enunciados configurados a partir de otros lectos diferentes de
los propios, tenemos que concluir que esa lengua ideal, dada por Jakobson de que el código es
compartido plenamente por hablante y oyente, es una noción incorrecta: entre hablante y oyente
existe, afirma Kerbrat‐Orecchioni, una intercomprensión parcial, pues la lengua no es
homogénea sino intrínsecamente heterogénea.

2. Su exterioridad: Un código, en la visión tradicional, es un sistema de signos (o señales),


compartido por destinador y destinatario, que permite vehiculizar cierta carga de información
formulada en un mensaje. En esta concepción, es exterior a ambos sujetos, quienes deben
incorporarlo de algún modo. Los seres humanos no compartimos el código lingüístico ni
transmitimos con él (solamente) información: la filosofía señaló, a partir de los ’60, que con el
lenguaje hacemos cosas. Hacemos cosas con palabras y ello no puede ser atribuido a ninguna
característica del código, es decir, a ninguna función del lenguaje, tal como lo planteó Jakobson.
Como vemos, los hablantes debemos tener no solo incorporados, internalizados, ciertos
conocimientos acerca de la lengua que exceden las relaciones biunívocas entre expresión y
contenido sino también ciertos conocimientos, más o menos prototípicos, acerca del contexto, de
cómo formular las acciones con palabras, etc.: la comunicación verbal es, así, una praxis
discursiva antes que la transmisión de un mensaje. Estos conocimiento o saberes, denominados
competencias, son agrupados por Kerbrat‐Orecchioni en cinco filtros que regulan la
comunicación.

Queda claro, entonces, que la relación dicotómica lengua/habla no puede ser sino dialéctica, en el sentido
de que una no puede ser concebida sin la otra y ambas ser resueltas en un tercer término: en nuestro caso,
la enunciación.

Aquí de esquema explicativo que reintegre lo extralingüístico en el estudio lingüístico, sino como factores
(filtros) que permiten la codificación o decodificación del mensaje, entendidos como procesos
interactivos. El esquema original de Roman Jakobson pierde, en la óptica de Catherine Kerbrat‐
Orecchioni, el componente “código”, que pasa a formar dos procesos (codificación/decodificación) e
incorpora cinco filtros:

Competencias Competencias
lingüística y REFERENTE lingüística y
paralingüística paralingüística

EMISOR MENSAJE decodificación RECEPTOR


codificación

Competencia Competencia
ideológica y cultural ideológica y cultural

Determinaciones Determinaciones
“psi” “psi”

Restricciones del
Restricciones del universo del discurso
universo del discurso

Modelo de
Modelo de interpretación
producción

 Competencias lingüística y paralingüística: Los saberes y habilidades (competencias) que los


sujetos poseen internalizados, tanto acerca de lo rasgos de la lengua como de todos aquellos
otros sistemas que se apoyan en ella en la comunicación oral (gestos, entonaciones, distancias
entre participantes, etc.)9. Por esto, Kerbrat‐Orecchioni sostiene que, en realidad, la
comunicación posee un “multicanal”, es decir, varios medios simultáneos por los que se
vehiculizan los signos. Cabe destacar que, si la comunicación es escrita, las competencias
paralingüísticas se denominan paratextuales, pues son todos aquellos sistemas que apoyan la
escritura (tipografía, colores, subtitulados, etc.).
 Competencias ideológica y cultural: Los sujetos no se encuentran “suspendidos” del espacio y
del tiempo, no existen fuera de ellos y, por esta razón, tienen un sistema de evaluaciones y
valoraciones del mundo y de la vida. es necesario que tanto emisor como receptor posean cierto
conocimiento acerca del mundo, cierta enciclopedia que les permita entender las referencias
culturales necesarias para codificar o decodificar el mensaje.
 Determinaciones “psi”: Kerbrat‐Orecchioni resalta que el prefijo “psi” actúa aquí como un
“archilexema” (es decir, un lexema o palabra que incluye en su significado a otros), ya que
incorpora tanto aspectos meramente psíquicos (emocionales), como psicológicos y hasta
psiquiátricos (más relacionados con lo patológico del lenguaje).
 Restricciones del universo del discurso: Todo mensaje se constituye en discurso, es decir, en
interacción, en praxis y, tampoco se encuentra “suspendido” fuera del espacio, del tiempo o de
las demás interacciones discursivas. Los discursos tienen rasgos propios que no podemos
ignorar, están restringidos o limitados según el “universo” al que pertenecen. Cada universo de
discurso está restringido por:
1. Las condiciones concretas de la comunicación (rol de los participantes –padre/hijo,
docente/estudiante, etc.–, su edad, las relaciones de poder entre ellos, el ámbito, etc.)
2. Las restricciones retóricas, es decir, las relacionadas con los rasgos de los géneros
discursivos (tema, características del lenguaje empleado, partes en que debe organizarse
el discurso –presentación, desarrollo y conclusión, para una explicación; introducción,
nudo y desenlace, para los cuentos, etc.).
 Modelo de producción/interpretación: Todos los sujetos poseemos, entre nuestras
competencias, las necesarias para producir o comprender adecuadamente un determinado
discurso, a partir de esquemas de prácticas comunicativas anteriores que actúan como modelo
para las siguientes.

Kerbrat‐Orecchioni plantea que su esquema de la comunicación es demasiado estático y corre el riesgo de


ser reduccionista; por ello, realiza una serie de autocríticas. Las organiza en dos grupos:

a) Autocríticas relacionadas con las propiedades de la comunicación verbal: Este esquema no


refleja tres cualidades propias de la comunicación lingüística: la reflexividad, la simetría y la
transitividad. En aritmética, la reflexividad implica que un número x es idéntico a sí mismo, es
decir, x = x; en nuestro caso, esto implica sostener que el emisor es igual al receptor (es su
primer receptor). Asimismo, la simetría supone que, dados los números x e y, si se cumple la
relación x = y entonces también se cumple que y = x; en el modelo de comunicación propuesto,
implica considerar que el receptor puede constituirse en emisor y viceversa. Finalmente, la
transitividad supone que dados tres números, x, y, z, si x = y e y = z, entonces x = z; en la
comunicación verbal, esto lleva a entender que si un emisor se comunica con un receptor quien,
a su vez, se constituye en emisor para un tercer receptor, finalmente, el primer emisor, en cierto
modo, se comunicó con el tercer receptor (su mensaje transitó, intermediado por el segundo
emisor).
b) Autocríticas relacionadas con las instancias de emisión y recepción: Kerbrat‐Orecchioni
aclara que su esquema toma en cuenta el caso más simple, el de la comunicación cara a cara. No
obstante, son frecuentes las situaciones más complejas, en que ciertos emisores y receptores se
encuentran mediados, enmascarados u ocultos. Estas cadenas de emisores y de receptores
determinan, así, instancias complejas y múltiples.

De este modo, los componentes de la comunicación, en la perspectiva de Kerbrat‐Orecchioni, no son


estáticos sino relacionales: son esferas que se interrelacionan e intersectan y, así, ponen en foco el
discurso como factor decisivo y la enunciación como el acto de constitución y reconfiguración
permanente de dichos componentes.

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