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Mi colegio, Federico García Lorca, es mucho más que una edificación con de 10 años de existencia,
no fue creado para estar solo, sin sus estudiantes, maestros y administrativos seria una
construcción cotidiana de nuestra ciudad. Su soledad se desvanece día a día, cuando el sol le
muestra para que esta hecho y cuando cientos de estudiantes corren a sus aulas para un
encuentro que ojala algún día entendamos.
En sus corredores encontramos amigos, risas, mensajes, o en ocasiones los cien pesos que nadie
tiene, encontramos esas palabras que se quedaron en casa, que añoramos escuchar y si queremos
encontramos las teorías que nos podrían responder todos los porqués del mundo.
En sus salones nos hablan de letras, de libros con colores, de lejanas tierras, de números y de
formas, de políticas y religiones, entendemos porque el agua moja o porque mi mama me mima.
Nos hablan de virtudes, de tiempos y de notas musicales, tenemos la tecnología a un clic y hasta
corremos para darle envidia al mismo viento.
Sus recreos están plagados de risas, de juegos, algunas peleas, muchas reconciliaciones. El Refri, la
torta por la mitad, la gaseosa de todos. Los gritos, las quejas y sobretodo nosotros viendo nuestros
mejores años guardados fielmente por ese amigo al que ingratamente a veces no sabemos tratar.
Es nuestro colegio, donde no son necesarias las palabras para comunicarnos, en donde, nos
sentimos seguros, o en ocasiones indefensos, donde la autoridad tiene un porqué y nuestros
sueños un medio por el cual cristalizarse.
Hoy le rendimos un cordial homenaje a nuestro amigo silencioso, aquel que nos ha visto crecer,
conocer el amor, la lealtad, la esperanza, y hasta las lagrimas. Ese amigo, mi colegio, el cual algún
día nos dejará ir para que solos, nos enfrentemos a un mundo que ojala nos pueda ver triunfar.