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Al entrar con altas expectativas, listo para zambullirse en una serie de declaraciones

filosóficas bien argumentadas, uno puede verse insatisfecho al encontrarse con una línea
punteada de estipulaciones intermitentemente aceptables, mas no perpetuamente precisas.
No se puede categorizar a todo el escrito como una gran falacia, pues se estaría cometiendo
el mismo pecado que el autor alemán: la generalización. Byung-Chul Han atribuye la culpa
de un gran espectro de problemas actuales a los medios de comunicación, las redes sociales,
la tecnología y la difuminación de fronteras en culturas y costumbres globales. En otras
palabras, es enemigo de lo igual. De la globalización. De la homogeneidad a todo nivel.
Lamentablemente, cubre bajo el mismo manto de lo “igual” a varios conceptos distintos. En
el presente escrito de aire crítico, se evaluarán los puntos que Han declama y se analizarán,
presentando puntos a favor y en contra, basándose principalmente en el criterio propio del
autor, sin una visión necesariamente imparcial pues, Han hizo precisamente lo mismo.

Las redes sociales actuales son una compleja he injusta carrera. Una competencia
donde todos son jueces, espectadores y participantes. O, por lo menos, todos los que se
dignen presentarse en las mismas. Es un sistema desalmado, egoísta y sobrepoblado, donde
se es indiferente al talento, al esfuerzo, habilidad o capacidad. Es un concurso de belleza y
popularidad glorificado, de tamaños titánicos. Similar a las campañas electorales en
sistemas democráticos de hoy en día. Juzgarlas desde una perspectiva parcializada, a favor
o en contra, es tan inteligente y eficiente como tener una opinión hacia el Caos como tal
con alguna preferencia, a favor o en contra del mismo. Al igual que el Caos o la entropía en
el universo, las redes sociales son indiferentes ante una o varias opiniones o posturas
insignificantes. ¿Es un sistema que respalda la egolatría? Obvio. ¿Puede ocasionar
pensamientos tóxicos para sus participantes? Evidentemente. ¿Tiene algún peso social o es
una especie de reflejo de varios niveles de la sociedad actual? Ajá, puede ser. Sin embargo,
es la materialización más explícita de la naturaleza humana, y esperar algo distinto de ella
no es más que engañarse a sí mismo. El Caos no es homogéneo. Puedes hundirte y perderte
en distintos agujeros negros de él, pero nadie asegura que llegues al mismo lugar. Las redes
sociales no son más que un instrumento que les da una voz a todos sus integrantes. Todos.
Si eso es un problema para alguien, no sirve de nada que intentes acallarles, basta con
ignorarles. No obstante, el sistema de dichas redes sí tiene una jerarquía, cuya moneda o
divisa no son los “likes”, los “me gusta” o los “upvotes”, como menciona el texto, eso
depende de cada usuario; envés de dinero, las redes usan la atención. A esta la explotan,
cuantifican, reúnen y reparten. Eso es lo que comercializan. La publicidad y los espónsores
no son más que eso, inversores y compañías que compran la atención de potenciales
clientes. Si decides declarar guerra contra el sistema, te va a costar ser escuchado sin
participar del mismo. Tu voz de una u otra forma va a quedar extraviada bajo el océano de
información y desinformación saturada por lo que, si logras capturar la atención de unos
cuantos, si tienes esos dos milisegundos de fama al igual que todo el resto, más vale que lo
que digas mantenga su atención. De lo contrario, serás irrelevante instantáneamente. Estés
de acuerdo o no, lo desees o no, es solo un simple hecho que no cambiará con tu opinión.
El siguiente punto que el filósofo alemán hace, es coherente, pero algo incompleto.
Si bien el terrorismo y el origen de estas ideologías tanto religiosas como políticas nacen
ahora, en una era en la que es fácil caer en el extremismo mediante una vorágine de
información que solo profundice tu terquedad y convencimiento de tus propios argumentos,
no son necesariamente engendrados como una simple crítica del capitalismo o el
neoliberalismo, de hecho, se podría decir que ese mero argumento es una peligrosa y
desagradable sobre-simplificación. Es evidente que nace desde una percepción ajena a la
propia globalización que tanto critica y condena. Son palabras expresadas por labios que
desconocen los terrores de Yemen, ignorantes o indiferentes a las víctimas del terrorismo
en países como Sudán del Sur, Nigeria, Siria, Afganistán, etc. El terrorismo declarando la
guerra contra el capitalismo es solo un daño colateral de una ideología extremista que
rechaza y condena cualquier otra práctica y costumbre que no sean las propias. Por ello,
tanto la proliferación de grupos terroristas como de partidos ultranacionalistas o de extrema
derecha, son una mera respuesta natural de la humanidad hacia la globalización. Resistirse
a la difuminación de las fronteras y mezcla de culturas. Es resistirse al cambio para
conservar una tradición o política propia. Es frenar el cambio cuando este es de todas
formas inevitable. Es tan molesto como el terco convencido que puede parar la lluvia. De
hecho, la actual xenofobia impartida por administraciones como la de Trump, Bolsonaro o
Duda, es una respuesta al aumento de migración como consecuencia de la globalización.
De todas formas, no son más que una contradicción dentro del sistema capitalista, por
mucho que ansíe el autor crear un impacto, no es más que un fruto del sistema contra el que
tanto despotrica y condena.
En el ensayo de Han se siente una resistencia al ciclo cambiante de la vida, al curso
evolutivo de la historia, un “wannabe” de Sábato después de consultar La Resistencia.
Donde un cambio en el sistema, en el establecimiento, es considerado como un acto de
rebeldía inconsiderado contra la tradición, cuando en realidad era la mejor ruta para tomar
en consideración al valor del individuo. El autor está en rotundo desacuerdo con esta forma
de pensamiento, apoyando la antigua idiosincrasia de la comunidad francesa, donde era
mejor sacrificar al individuo para el provecho propio del resto de la sociedad. Los sueños y
aspiraciones de cada uno quedan reducido a volutas de humo y quimeras frente al futuro del
colectivo, como en la Revolución de aquella nación, donde unos se sacrificaban para que
las próximas generaciones tengan una mejor calidad de vida. Apegarse a esa creencia es
negarse a observar la realidad, los tiempos cambiantes. Actualmente la juventud tiene poco
o nada por lo qué aspirar, en un mundo en colapso por el calentamiento global, la
automatización de las empresas, el desempleo y la sobrepoblación, ya casi nadie busca
tener hijos, pocos anhelan por una familia. Nos queda vivir en el momento, sacar el jugo de
nuestra fugaz existencia, disfrutar de cada momento antes de que se nos escape por la
eternidad. Como decía Dumas: “La vida es tan incierta, que la felicidad debe aprovecharse
en el momento en que se presenta.”

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