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w w w . m e d i a c i o n e s .

n e t

Pensar críticamente
este roto país
o cómo poner las ciencias sociales a
convivir con la incertidumbre

Jesús Martín-Barbero

(Exposición introductoria al acto de despedida


a Maria Cristina Laverde, como directora del IESCO y la
revista Nómadas de la Universidad Central, Bogotá, 2005)

«(...) lo que denominamos crítico no tiene nada que ver


con pensamiento apocalíptico, esa tramposa mezcla de
determinismo tecnológico y pesimismo cultural y
político tras de la cual tanto académico e intelectual
desconcertado esconden lo que Raymond Williams
destapó en Políticas del modernismo: su miedo a un
futuro alternativo que trae consigo la pérdida de sus
privilegios. El pensamiento crítico no puede entonces
ahorrarse el debate que hemos venido introduciendo
algunos en las ciencias sociales de América Latina:
cuánta distancia es necesaria para poder decir algo
medianamente libre, y a cuánta distancia la crítica se
transforma en alejamiento que impide compartir lo que
viven, sienten y sufren la mayoría de aquellos en cuyo
nombre se hace la crítica.»
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Lo que tenemos es una pésima combinación de deter-


minismo tecnológico y pesimismo cultural. Así, confor-
me una tras otra de las viejas y elegantes instituciones se
ven invadidas por los imperativos de una más dura eco-
nomía capitalista no resulta sorprendente que la única
reacción sea un pesimismo perplejo y ultrajado. Porque
no hay nada que la mayoría de esas instituciones quiera
ganar o defender más que el pasado, y el futuro alterna-
tivo traería precisa y obviamente la pérdida final de sus
privilegios.
Raymond Williams

Una extraña coincidencia ha hecho que éste sea un día


profundamente doloroso para este país. Estamos de duelo
hoy de por los once diputados de la asamblea del Valle,
asesinados por las FARC, y por los miles y miles de asesina-
dos en este país por los que aún no ha podido haber duelo.
De manera que el sentido de este acto entrecruza esa triste-
za con la que nos produce la despedida a Maria Cristina
Laverde, su salida del IESCO después de veinticinco años de
trabajo. Han sido muchos años construyendo una institu-
ción para la investigación en un país donde son tan pocas
las instituciones de investigación, y menos aún las que
cuentan con la continuidad que han tenido el DIUC, ahora
IESCO. Sobreponiéndonos a esa doble sensación de tristeza
estamos aquí para celebrar y hacer memoria, con una in-
mensa gratitud, de ese largo y arduo trabajo de Maria
Cristina Laverde quien partió de cero; pues cuando ella
empezó, los temas que hoy constituyen la agenda de inves-

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tigación del IESCO –culturas de jóvenes, comunicación y


educación, socialización y violencia, culturas de género–,
apenas eran pequeños brotes en las ciencias sociales. Y la
tristeza regresa al hacer memoria porque, con demasiada
frecuencia, este ingrato y olvidadizo país paga con el destie-
rro territorial o intelectual a sus más fieles trabajadores.
Estoy pensado en otras tres personas que en los últimos
meses han debido abandonar del Ministerio de Cultura y
otras universidades, después de años de dejarse la piel en el
proyecto por construir un país distinto. Pero al menos en el
caso de Maria Cristina Laverde se ha decidido hacer este
homenaje, y como deben hacerse estos homenajes: con
reflexión y con debate sobre las ciencias sociales en este
país.

Porque el mejor homenaje que le podemos hacer no es


hablar de ella, es hablar de la apuesta por un pensamiento
crítico en un momento en que ese pensamiento es especial-
mente difícil; bien difícil en un país uniformado y polariza-
do, en el que desgraciadamente cada vez hay más gente
cuya opinión y posición se hallan determinadas por el mie-
do. Y bien sabemos que cuando se tiene mucho miedo la
gente se uniforma... y entiendan la palabra uniformar en
todos los malditos sentidos de esa palabra.

Mi contribución aquí es hacer una corta reflexión, no so-


bre los temas que se señalaron y que van a tocar los
compañeros, los amigos que van a estar en los dos paneles,
sino una doble reflexión sobre lo que significa a estas alturas
de mi vida eso que llamamos pensamiento crítico.

Pensar críticamente es pensar autónomamente, con la


propia cabeza, viviendo y valorando la libertad no sólo en el
plano de la voluntad sino en el de la razón. Pensar autóno-
mamente significa ser capaz de tomar distancia de todas las
formas de poder, de chantaje y cooptación que los diversos

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regímenes políticos han ido configurando a lo largo de toda


la historia. Y si la capacidad de crítica resulta proporcional
a la autotomía y toma de distancia de los distintos poderes,
entonces la otra cara de del pensamiento crítico, en una
primera aproximación, reside en la capacidad de indigna-
ción y rabia frente a lo intolerable, ya sea en el terreno de la
desigualdad social, o en el de la política o la cultural. Y es
esta segunda cara la que hace visible en este país lo ancha
que es la ausencia de una masa crítica frente a tantos hechos
y situaciones intolerables, capaz de indignarse pública,
colectivamente. La semana pasada, en un foro internacional
sobre “Diversidad cultural y convergencia digital”, en Brasi-
lia, tuve un debate sobre este tema a propósito de cómo la
velocidad a la que ocurren los cambios hoy, especialmente
los cambios tecnológicos, nos está exigiendo tomar distan-
cia para poder entender qué en esos cambios hay de fondo y
qué hay de pura lógica mercantil y trampa comercial. Pero
el debate no terminaba sino que empezaba precisamente
ahí, pues lo que denominamos crítico no tiene nada que ver
con pensamiento apocalíptico, esa tramposa mezcla de deter-
minismo tecnológico y pesimismo cultural y político tras de la
cual tanto académico e intelectual desconcertado esconden
lo que Raymond Williams destapó en Políticas del modernis-
mo: su miedo a un futuro alternativo que trae consigo la
pérdida de sus privilegios. El pensamiento crítico no puede
entonces ahorrarse el debate que hemos venido introdu-
ciendo algunos en las ciencias sociales de América Latina:
cuánta distancia es necesaria para poder decir algo media-
namente libre, y a cuánta distancia la crítica se transforma
en alejamiento que impide compartir lo que viven, sienten y
sufren la mayoría de aquellos en cuyo nombre se hace la
crítica.

¿Donde termina la distancia que te hace libre y dónde


empieza la distancia que te hace tramposo, porque tú ya no
estas viviendo las desazones, inestabilidades e incertidum-

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bres que atraviesa la inmensa mayoría de los ciudadanos de


este país? Para ser capaces de pensamiento crítico hay que
empezar por asumirnos tan precarios, tan llenos de certi-
dumbres como la mayoría de los humanos; más allá de ello,
la crítica se torna arma de legitimación de una asimetría que
si autoriza a pontificar es precisamente porque se instala por
encima y por afuera de la precariedad existencial en que
habita el común de la gente. Qué claro tenía esto esa crítica
radical que fue Hannah Arendt al hacer uno de sus más
fuertes reproches sobre el tema: “Nada en el cristianismo ni
en el marxismo nos preparó para convivir con la incerti-
dumbre”. ¡Paradoja!... Si la física fue capaz de hacer del
principio de incertidumbre la clave de su mayor desarrollo, ya
va siendo hora de que las ciencias sociales abandonen un
principio de crítica que les hace impermeables a la incerti-
dumbre, pues él se justifica en certezas que tienen más que
ver con saberes doctrinales que en las inestabilidades sociocul-
turales de los ciudadanos de hoy. Porque el pensamiento
crítico tiene tanto de autonomía como de indignación, ca-
pacidad de indignación, y por lo tanto de pasión y no sólo
de ascetismo y rigor intelectual.

Mi segundo modo de aproximación al pensamiento críti-


co tiene que ver con la continuidad que exige el pensamiento
anclado en la investigación, y particularmente en una inves-
tigación colectiva; que es aquella que no puede existir sin
asumir una herencia y sin la entrega del testigo a la genera-
ción siguiente, esto es, la investigación que le apuesta al
tiempo largo. El pensamiento crítico que se construye en
una investigación así representa la presencia de un cierto
talante –concepto que tomo de un autor no especialmente
crítico pero sí buen acuñador de términos, Ortega y Gasset–
compartido por los diversos sujetos de un colectivo, y que,
como el estilo, es algo que se adquiere con el tiempo, al irlo
construyendo. Sólo esa especie de disposición crítica, que
denomino talante, es lo que puede posibilitar que una inves-

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tigación de largo alcance lo sea a la vez de largo aliento. Sin


ello sólo podremos compartir fórmulas o instrumentos inca-
paces de hacer que un trabajo largo en el tiempo se sostenga
en una línea de pensamiento sin que ella se pervierta convir-
tiéndose en prejuicios doctrinarios.

Es sólo un pensamiento con memoria el que se sabe nece-


sitado de un mínimo horizonte de futuro. Dicho de otra ma-
nera, sólo un proyecto de largo alcance es capaz de vislum-
brar y apostarle al futuro. Y ahí está el verdadero sentido de
lo que llamé continuidad, pues de lo que se trata no es de
mera sucesión sino de travesías: un pensamiento cuya conti-
nuidad atraviesa rupturas sin disolverse pero también sin
conservarse, sin guardarse “en conserva”. De ahí lo difícil de
una investigación crítica que no desemboque en el mero
lenguaje de la denuncia, sino que ponga ésta en un discurso
muy distinto y mucho más complejo: el del diseño de alterna-
tivas. De eso tuve también una aleccionadora experiencia en
el seminario de Brasilia al que me referí antes. Frente al
rating que asegura la denuncia y la proclama en ese tipo de
encuentros que mezclan intelectuales con políticos, fue un
sudafricano, compañero de cárcel de Mandela por muchos
años y después ministro de educación, quien nos alertó
sobre la infecundidad de un pensamiento crítico que, a
nombre de gloriosos pasados –pesadamente etnocéntricos
como desde los que hablaron varios centroeurpeos– nos
impide asomarnos al futuro, por más opaco que se atisbe y
más peligroso que nos parezca… a primera vista. Pues de lo
que más necesitadas están nuestras sociedades es de un
pensamiento que baje a la calle y dibuje figuras, por borro-
sas que sean, con las que construir proyectos colectivos de
futuro. De lamentos y pseudoprofecías están llenas la cien-
cias sociales hoy, pero lo que la ciudadanía de a pie espera
de la investigación social son alternativas posibles.

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La reflexión anterior enlaza sin dificultad con el acto en


que ella se expone: la despedida de Maria Cristina Laverde
de su dirección del IESCO y la revista Nómadas. Yo conocí a
María Cristina a comienzos de los años setenta, así que
estamos celebrando treinta años de amistad, una amistad
que encontró su mayor intensidad cuando, a mediados del
96, de regreso de Cali, leí el numero 4 de Nómadas, donde
me topé por primera vez con un balance de la investigación
sobre jóvenes en el país y que, frente a la hegemónica ten-
dencia criminalística que marcaba los estudios sobre jóve-
nes a partir del asesinato de Lara Bonilla por unos jóvenes
sicarios, Nómadas operaba una ruptura e inauguraba pistas
para una investigación que buscara comprenderlos como acto-
res sociales más que explicar sus aberraciones con pomposas
estadísticas. Y fue a partir de ese número que comencé a
colaborar en la revista y me enganché al DIUC, mucho me-
nos de lo que hubiera querido, pero de todas maneras
haciendo equipo con su gente y sus proyectos.

Cierro entonces mi exposición con un homenaje a la es-


pléndida nómada que inventó la revista Nómadas, y no para
asumir ese nombre en los sentidos facilones de cierto post-
modernismo si no en sus sentidos profundos: vivir de cami-
no, a la intemperie, sin amarras aseguradoras, expuesta a
los acontecimientos turbadores. Por todo esto he pedido
ayuda Antonio Machado y a Juan Manuel Serrat, para
transformar mis ideas en una celebración donde no puede
faltar el cantar… aunque sólo sea susurrado:

Nuestra querida nómada,


como canta Machado en sus Cantares:

Todo pasa y todo queda,


pero lo nuestro es pasar,

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pasar haciendo caminos,


caminos sobre la mar.

Caminante, son tus huellas


el camino y nada más;
caminante, no hay camino,
se hace camino al andar.

a lo que sabiamente le añadió ese buen cantor


que es Serrat:

Cuando el jilguero no puede cantar,


cuando el poeta es un peregrino,
cuando de nada nos sirve rezar.
"Caminante no hay camino,
se hace camino al andar...

Golpe a golpe, verso a verso

Y nunca mejor dicho, añado yo:

Puesto que es de esas mismas dos fuerzas –de golpe y de


verso– de las que está hecho el pensamiento crítico por el que
tan largamente has luchado y seguirás haciéndolo.

Bogotá, 2005.

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