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Diez observaciones sobre la nueva extrema derecha.

Una
aproximación desde Hanna Arendt - Edgar Straehle

Licenciado en historia, filosofía y antropología (Universidad de Barcelona).


Doctorado con una tesis sobre el pensamiento de Hannah Arendt. Autor
de Claude Lefort. La inquietud de la política (2017)

El reciente éxito de Vox en las elecciones andaluzas ha provocado que ciertos


fantasmas del pasado nos hayan turbado de nuevo. De ahí que una relectura
de las reflexiones que Arendt hizo sobre el totalitarismo y el fascismo sea
pertinente en estos tiempos. Ahora bien, como ha recordado Enzo Traverso
(en Las nuevas caras de la derecha), no hay que confundir las nuevas formas
de extrema derecha o de lo que llama posfascismo con los rostros clásicos del
fascismo de entreguerras. Y del mismo modo que Federico Finchelstein (Del
fascismo al populismo) ya destacó cómo la emulación y la creatividad se
combinaban en la expansión del fascismo por los diferentes países del globo,
con mayor razón habría que señalarlo en un sentido temporal, prácticamente
un siglo después de la génesis del fascismo en Italia: para empezar, es
preciso tener en cuenta factores como que el papel actual de la violencia o la
democracia son muy distintos. Por ello, toda lectura actualizada de Arendt,
además de no recaer en los errores históricos o de diagnóstico en los que
incurrió en su momento, debe ser consciente de estas diferencias y no puede
basarse en una simple repetición de lo que ella dijo en aquel entonces. Los
siguientes son los puntos que hemos querido rescatar de ella y que pueden
servir como un punto de partida para analizar las extremas derechas actuales.

1. “Las soluciones totalitarias pueden muy bien sobrevivir a la caída de


los regímenes totalitarios bajo la forma de fuertes tentaciones, que
surgirán allí donde parezca imposible aliviar la miseria política, social
o económica en una forma valiosa para el hombre” (Los orígenes del
totalitarismo).
No hay que dejarse llevar por los mitos o las ilusiones del progreso. Las
tentaciones totalitarias o sus imitaciones pueden rebrotar en cualquier
momento. El pasado, por malo o terrible que haya sido, no tiene por qué
estar superado ni quedar atrás de manera definitiva. Por supuesto adquirirá
rostros nuevos en el presente, y por eso a falta de una palabra mejor se ha
preferido hablar de movimientos neofascistas o posfascistas, pero no por eso
se pierden las líneas de continuidad con el pasado. El movimiento puede ser
nuevo, tal y como Aleksandr Dugin lo ejemplifica y explica en su Cuarta teoría
política, aunque eso no quiere decir que no se asomen viejos fantasmas que
nos son bien conocidos. Por ello mismo no se debe dar por descontado que
esos movimientos de extrema derecha vayan a hacer un futuro viraje hacia al
centro en aras de conseguir un mayor éxito electoral. Como dijo Arendt, en su
momento fue un enorme fallo “no haber considerado seriamente lo que los
propios nazis decían”.

2. “Resulta muy inquietante el hecho de que el Gobierno totalitario, no


obstante su manifiesta criminalidad, se base en el apoyo de las
masas. (…). El apoyo de las masas al totalitarismo no procede ni de la
ignorancia ni del lavado de cerebro” (Los orígenes del totalitarismo).
El apoyo al totalitarismo, al fascismo o a la extrema derecha no se debe
explicar simplemente desde las variantes de un discurso clasista que reduzca
a sus votantes al estatuto de masa o de personas ignorantes (y que de paso
ahorra a sus contrincantes la necesaria tarea de la autocrítica). Hay algo más.
Es preciso intentar comprender qué razones han empujado a sus votantes y
no hay que menospreciar la importancia de otros factores. De ahí que
pensadores como Peter Sloterdijk o Slavoj Zizek quisieran recuperar hace
décadas la importancia del cinismo: el problema entonces no es el del clásico
del “no saben lo que hacen”. Por lo menos una buena parte de los votantes de
Vox es plenamente consciente de qué está votando y hay que asumir que un
gran número de ellos, en otros aspectos, pueden ser no tan diferentes a
nosotros. Se trata de algo que Arendt ya dejó caer en un texto breve de
1944, Culpa organizada, y que constituye uno de los hilos conductores más
importantes que atraviesan su libro Eichmann en Jerusalén y su tesis sobre la
banalidad del mal. Para ella, el problema no era tanto el nivel cultural o el
grado de inteligencia del jerarca nazi cuanto aquello que
denominó Gedankenlosigkeit: su pérdida de la facultad de pensar, de pensar
realmente o reflexionar, de pensar críticamente y de moverse más allá de sus
prejuicios o de esforzarse en pensar desde el punto de vista de otra persona.
Y como sabemos, algo que en lo que recientemente han escarbado Johann
Chapoutot en La revolución cultural nazi y Christian Ingrao en Creer y
destruir, ese fue un problema que también afectó de lleno a numerosos
pensadores e intelectuales de primera línea. Dejemos, pues, el discurso de las
masas ignorantes para otro momento.
Imag
en de los asistentes al acto convocado por Vox en el Palacio de Vistalegre de Madrid. EFE/ Paolo
Aguilar

3. “Desde el punto de vista de una organización que funciona según el


principio de que todo el que no esté incluido está excluido, todo el que
no está conmigo está contra mí, el mundo en general pierde todos los
matices, diferenciaciones y aspectos pluralistas” (Los orígenes del
totalitarismo).
La retórica de extrema derecha favorece una dicotomización, un antagonismo
y un maniqueísmo radical y generalizado donde todo se reduce a lo bueno o
lo malo. O lo necesario, como cuando Vox en un oportuno giro del
síndrome There is no alternative se presenta como un partido de “extrema
necesidad”, y lo destructivo. Se propaga así la lógica binaria amigo-enemigo
(enemigo de España en este caso) y con ello se pierden las opciones
intermedias y se lastima gravemente la pluralidad del mundo y de la
democracia. Abascal mismo ha reconocido de manera abierta que “la política
es la guerra”. Probablemente nos adentraremos por ello en una terminología
política más subida de tono y más beligerante que además será
elogiosamente presentada como una necesaria muestra de sinceridad que se
contrapondrá a la hipocresía de sus enemigos.

4. “Una diferencia fundamental entre las dictaduras modernas y las


tiranías del pasado es la de que en las primeras el terror ya no es
empleado como medio de exterminar y atemorizar a los oponentes,
sino como instrumento para dominar masas de personas que son
perfectamente obedientes” (Los orígenes del totalitarismo).
El discurso del miedo no se utiliza en este contexto para amedrentar a los
otros sino que se dirige a los propios seguidores como un instrumento de
movilización. De ahí que la extrema derecha cultive lo que podríamos llamar
una industria del miedo: cuanto más miedo mejor, más podrán apelar y
justificar su discurso de la seguridad. El problema es que han sido ellos
mismos quienes han fomentado y son cómplices de ese discurso de la
inseguridad; son ellos quienes cultivan y propagan la misma inseguridad
frente a la cual falsamente se presentan como remedio y solución. La
sensación de inseguridad es uno de los principales motores de su crecimiento.

5. “El hecho es que, tanto Hitler como Stalin, formularon promesas de


estabilidad para ocultar su intención de crear un estado de
inestabilidad permanente” (Los orígenes del totalitarismo).
Lo que se promete es un discurso de estabilidad y seguridad que no cesa de
encubrir, provocar y generar exactamente lo contrario. Ya no importa tanto
quién es el enemigo concreto (el separatismo catalán, el feminismo, la
migración…), pues cada amenaza vencida o acallada será oportunamente
sustituida por otra que sea equivalente. O se impulsarán teorías de la
conspiración para hacer omnipresentes esas amenazas. En realidad, Vox ya lo
ha hecho en su aún breve historia. Por ejemplo, en su Manifiesto Fundacional,
no hay ni una sola mención a la migración. Fue más tarde, algo que ya
encontramos en las 100 medidas para la España viva, cuando lo colocaron de
forma oportunista como uno de los ejes (populistas) de su discurso. En un
principio tampoco se refirieron explícitamente al feminismo, mientras que
ahora, como ha hecho Javier Ortega Smith (el número 2 de Vox), ya hablan
sin tapujos de las feminazis totalitarias. Por supuesto, en su opinión los
fascistas y los totalitarios son siempre los otros, y lo mismo seguirá
sucediendo según los requerimientos de cada contexto. Por todo eso, no
conviene tomarse demasiado en serio algunos puntos de su ideario o
esforzarse en ver las contradicciones de su discurso: es un partido que se
mueve más en el terreno de una ideología práctica, a menudo
deliberadamente poco definida, que, cuando menos de cara al electorado, se
alimenta de clichés, bulos y prejuicios.

6. “El factor inquietante en el éxito del totalitarismo es más bien el


verdadero altruismo de sus seguidores” (Los orígenes del
totalitarismo).
Si bien convendría saber si ha habido apoyo monetario externo y si Steve
Bannon ha tenido algo que ver en el actual auge de Vox, hay que tener en
cuenta que muchos de sus seguidores son “abnegados” voceros, embajadores
y propagandistas suyos. Solo hay que mirar los numerosos usuarios anónimos
de las ediciones digitales de diarios como El Mundo, ver qué comentarios
escriben y cuáles son los votados como los mejores y más populares. Hace
tiempo que ahí hay una llamativa hegemonía y ubicuidad de los seguidores de
Vox. Todo esto se nutre tanto de su relato épico y de su apropiación de lo
transgresor como de la lógica del antagonismo y del resentimiento que
practican. Vox es ante todo un partido “anti”: anticomunista, antiseparatista,
antifeminista, etc. Es cuestión de tiempo, si no lo han hecho ya, que imiten la
anterior postura de Marine Le Pen (quien ya ha felicitado a sus “amigos de
Vox” por sus resultados en Andalucía) y se declaren a sí mismos como unos
auténticos antisistema. Su relato épico y viril, y no por casualidad retratan al
PP como “la derechita cobarde”, también se presenta como aquel que se
atreve a desafiar verdaderamente lo que ven como lo políticamente correcto y
el mismo establishment en sí. Tampoco debe extrañar que, pese a
alimentarse de ellos, esta formación no tenga reparos a la hora de despreciar
públicamente a los media, algo que ya han sabido hacer Trump o Salvini.

7. “La propaganda de masas descubrió que su audiencia estaba


dispuesta al mismo tiempo a creer lo peor, por absurdo que fuera
(…). Las mentiras que los movimientos totalitarios inventan para
cada ocasión, así como las falsificaciones cometidas por los
regímenes totalitarios, son secundarias respecto de esta actitud
fundamental que excluye la distinción misma entre verdad y falsedad”
(Los orígenes del totalitarismo).

La misma verdad queda tocada por las nuevas formas de propaganda y cada
vez más solamente se cree en aquello que confirma los propios
posicionamientos políticos y prejuicios. La realidad de los hechos queda cada
vez más postergada frente a las interpretaciones sesgadas e interesadas que
se sobreimprimen sobre ellos. El actual auge de la posverdad no es en modo
alguno ajeno al ascenso de la extrema derecha. Eli Pariser ya advirtió de los
numerosos peligros de ese “filtro burbuja” (bubble filter) que rige en redes
como Facebook o en buscadores como Google. Las empresas tecnológicas han
implementado filtros personalizados por los que recibimos la información que
esas compañías deducen que es la que deseamos, con lo que de forma
involuntaria, mediante nuestros clicks y búsquedas, favorecemos la
construcción de mundos homogéneos y que aspiran a estar hechos a nuestra
medida. “Abandonados a su suerte, añade Eli Pariser, los filtros
personalizados presentan cierta clase de autopropaganda invisible,
adoctrinándonos con nuestras propias ideas”. Pero hay que tener cuidado:
también hay una amplia dosis de posverdad fuera de la extrema derecha que
no deja de contribuir a lo que está sucediendo. Según Timothy Snyder (Sobre
la tiranía), la posverdad ya nos emplaza en el terreno del prefascismo. Por
ello, es necesario analizar y replantearse el uso actual de la prensa y de las
redes.

8. “Lo que convence a las masas no son los hechos, ni siquiera los
hechos inventados, sino sólo la consistencia del sistema del que son
presumiblemente parte (…). La propaganda totalitaria establece un
mundo apto para competir con el real” (Los orígenes del
totalitarismo).
Lo que se intenta generar desde la extrema derecha es una especie de mundo
sustitutivo, uno acorazado frente a la crítica exterior y donde toda disonancia
o discrepancia es rápidamente desautorizada como un discurso del enemigo
(a batir). Por eso el debate político con sus más fervientes partidarios no
existe en estos casos. Los intentos de discusión son rápidamente zanjados
afirmando que los auténticos totalitarios, los malos, los ladrones o los
corruptos son siempre los otros (especialmente las izquierdas, las feministas o
los enemigos de España). Pensemos en las fakes news inventadas en Brasil
para hacer ganar a Bolsonaro y difundidas masivamente por Whatsapp: desde
la foto trucada del Ferrari de Fernando Haddad, el candidato rival, hasta las
afirmaciones de que éste distribuía kits gays para niños de 6 años en las
escuelas o defendía el incesto y la pedofilia. En España ya hace tiempo que
hay diarios que han cumplido una función semejante y que han preparado el
camino para el ascenso de una formación como Vox. Y este mismo partido ha
comenzado a hacer campañas eficaces en Whatsapp, como la de “eres de Vox
y no lo sabes”. Este partido está ahora mismo en una fase inicial, pero ya está
comenzando a saber usar las redes sin ningún tipo de reparo y es fácil deducir
que es una herramienta que potenciará mucho más en el futuro.

9. “La razón fundamental de la superioridad de la propaganda totalitaria


sobre la propaganda de los otros partidos y movimientos es que su
contenido (…) ya no es un tema objetivo sobre el que la gente pueda
formular opiniones, sino que se ha convertido dentro de sus vidas en
un elemento tan real e intocable como las reglas de la aritmética”
(Orígenes del totalitarismo).
Lo que se promueve es la forja de una suerte de solipsismo colectivo que se
cierra a los datos de la realidad externa. Como escribió Arendt en Las semillas
de la internacional fascista (1945), un tema que por cierto es muy actual,
“siempre fue una marca de contraste de la propaganda fascista, demasiado
poco advertida, el que no se contentaba con mentir, sino que
deliberadamente se proponía transformar sus mentiras en realidad”. El peligro
del fascismo es que intenta establecer lo que Simona Forti (El totalitarismo)
ha llamado un régimen de la “mentira performativa”; de una mentira que ya
no es la de la ocultación de una realidad determinada y circunscrita, sino una
que busca la difusión de mentiras productivas, totalmente desvinculadas de
cualquier verdad de hecho, y que con el tiempo pasan a recibir el estatuto de
realidades indudables y cotidianas. Pronto veremos cómo se intentará que
muchos de sus prejuicios pasen a ocupar una centralidad mediática, como si
fueran problemas reales y de primer orden. Tendremos que debatir de nuevo
cosas que ya hace tiempo que creíamos superadas. De ahí también, quizá,
que Vox se proponga rechazar la jurisdicción del Tribunal Europeo de
Derechos Humanos.

Addenda. “El mayor peligro a la hora de reconocer que el totalitarismo


es la maldición del siglo sería el de obsesionarse con él al extremo de
cegarse a los numerosos males pequeños y no tan pequeños que
pavimentan el camino al Infierno” (Los huevos se rompen al hablar).
Hay un interrogante que sigue sin respuesta. ¿Cómo vencer a estas nuevas
extremas derechas? Ellas intentan monopolizar los temas de la discusión
pública y volverse omnipresentes. El mismo miedo que generan no deja de
funcionar como un instrumento gratuito de propaganda. ¿Obsesionarse con
los partidos de extrema derecha es una manera de reforzarlos y concederles
la oportunidad de establecer el marco de la agenda y del debate político? ¿No
hacerlo es una forma de permitir su ascenso impune y paulatino? Lo que está
claro es que no se puede tolerar que su programa político sea comprado por
los otros partidos ni tampoco que los otros problemas políticos, que no son
pocos en España, sean dejados de lado. No hay que olvidar que la misma
crisis de la democracia española es una de las principales fuentes de
legitimación de este auge de la extrema derecha y, por ello, que cuanto peor
vaya la democracia más votantes ganará Vox. Hay muchas formas de
combatir Vox que van más allá de una postura como la del confrontacionismo.
Ahora bien, también hay que tener en cuenta que el electoralismo
cortoplacista o las propias lógicas internas de los otros partidos políticos no
invitan al optimismo.

Algunas reflexiones en torno a la crisis en Ucrania


¿Cuál es la verdadera intención de Estados Unidos al organizar una guerra para que Europa sea
nuevamente devastada, tal vez por tercera vez en cien años?

Sergio Rodríguez Gelfenstein25 febrero, 2022


Durante una entrevista realizada en días pasados, el periodista Carlos Arellano me sorprendió al
preguntarme si el recuento histórico que hizo el presidente Putin en su reciente comparecencia
para explicar la decisión de reconocer la independencia de Lugansk y Donetsk, era necesario.

Arellano con sapiencia, trataba de encontrar explicaciones a dicha decisión y desentrañar el


intríngulis del asunto. Con mucho respeto por el presidente Putin, me permití diferir de su opinión
que le achacaba la responsabilidad de lo que está ocurriendo en Ucrania a los bolcheviques y a
Vladimir I. Lenin.

Cuando los bolcheviques llegaron al poder, no solo tuvieron que formar un gobierno para dirigir
Rusia sino todo el gigantesco imperio zarista que agrupaba a alrededor de 100 nacionalidades, la
mayoría de las cuales habían sido incorporadas a la fuerza. La creación de la Unión Soviética que
llegó a tener 15 repúblicas socialistas, 20 repúblicas autónomas, 125 óblasts, 7 óblats autónomos,
10 distritos autónomos y 7 krais, fue el intento diseñado por los bolcheviques para resolver el
problema de las nacionalidades y darle a cada una la representación que merecía.
«Pan, Paz y Tierra». Principal consigna bolchevique para llamar a la revolución de noviembre de
1917.

Si eso se deformó no fue culpa de los bolcheviques y mucho menos de Lenin. Hay que recordar
que todo eso se hizo en medio del asedio absoluto del capitalismo mundial que pretendió destruir
el naciente poder de obreros y campesinos cuando nacía en el marco de una hambruna
generalizada de los pueblos. “Pan, paz y tierra” fue la consigna bolchevique de entonces. Por
cierto, esa decisión fue la que permitió a los ucranianos tener por primera vez un Estado nacional.
Si eso fue un error como planteó el presidente Putin, es bastante discutible o al menos, necesario
de debatir. Pero es comprensible que entre Lenin y Putin haya diferencias, el fundador de la Unión
Soviética era un revolucionario comunista e internacionalista y Putin, un nacionalista ruso que se
ha propuesto defender y salvaguardar los intereses de su país cuando ya no existe el mundo
bipolar.

Otra arista del problema es la razón jurídica enmarcada en el derecho internacional. Sabiendo que
éste es un instrumento para ser cumplido sólo por los países pobres, atrasados y subdesarrollados,
lo cierto es que Rusia actuó como lo que es: una gran potencia mundial a la que solo se ha podido
avasallar mediante la traición de Gorbachov y la incompetencia etílica de Yeltsin. Putin llegó al
poder a comienzos de siglo para recuperar el honor y la dignidad de Rusia que desde el mismo
momento de la desaparición de la Unión Soviética fue vilipendiada y marginada de su condición
de potencia dentro del sistema internacional.

Joe Biden – Vladimir Putin

El debate y argumento principal de Occidente para decidir sanciones contra Rusia es que se
violentó la soberanía y la integridad territorial de Ucrania tras la decisión tomada por Putin el
pasado lunes 21, pero está visto que las potencias actúan así en cualquier condición. Nadie ha
hecho escándalo por las 8 invasiones militares, las 11 revoluciones de colores y los más de 20
países sancionados por Estados Unidos desde la desaparición de la Unión Soviética mientras se
trataba de instalar un sistema internacional unipolar basado en el uso de la fuerza que ha
significado millones de víctimas en todo el planeta, marginando además al derecho internacional
que ha pasado a ser una entelequia a la que apelan los países del sur para intentar salvaguardar su
existencia.
Invasiones militares de USA y conspiraciones de la CIA. William Blum / RT / RT

En este ámbito, el argumento más sólido esgrimido por Rusia para explicar su decisión, fue dado a
conocer por el presidente Putin al informar que la medida tomada se hizo con el fin de evitar que
se siguiera realizando un genocidio. Hay que recordar que la aún vigente y mal llamada
Declaración “Universal” de Derechos Humanos de la ONU establece en su artículo 3 que: “Todo
individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Rusia actuó en
defensa de la vida y la seguridad de 4 millones de ciudadanos que corren peligro cotidianamente
desde hace 8 años.

Hay que recordar que el actual gobierno de Ucrania es heredero de un golpe de Estado fascista en
la que bajo conducción de Occidente, la OTAN y en especial de Estados Unidos en la figura de la
sub secretaria de Estado para asuntos europeos Victoria Nuland, promovieron la acción vandálica
de grupos neonazis que hasta se permitieron incendiar sinagogas bajo la mirada complaciente de
Estados Unidos y el silencio cómplice de Israel, a quien el falso discurso del “antisemitismo” se le
olvidó transitoriamente.

Fue precisamente esta funcionaria quien en una conversación con el embajador estadounidense en
Ucrania Geoffrey Pyatt en febrero de 2014 cuando ultimaban detalles sobre la forma de derrocar al
gobierno de Víktor Yanukóvic, expuso el talante despreciativo que siente Estados Unidos por sus
“aliados”. Ante una observación del embajador Pyatt en el sentido de que determinadas decisiones
de su país no concordaban con la opinión de la Unión Europea, Nuland exteriorizó la emblemática
frase que define el poco respeto y consideración que tiene Estados Unidos por sus socios del Viejo
Continente: “Que se joda la Unión Europea” expresó la hoy subsecretaria de Estado para asuntos
políticos.

Hay que recordar también que el nacimiento de las repúblicas de Donetsk y Lugansk tuvo su
origen en el rechazo a ese golpe de Estado, dadas las acciones racistas, extremistas y violadoras de
derechos humanos por parte de la administración ucraniana contra la minoría rusa que habita esos
territorios. En este sentido, la creación de estas instancias, respondió al derecho de legítima
defensa, consagrado en todos los documentos atingentes al tema en el marco del derecho
internacional

Han sido ocho años de denuncias continuas y permanentes, simultaneas a la inoperancia


del Formato de Normandía y los Acuerdos de Minsk al que Estados Unidos y Europa siempre le
concedieron poca importancia, sin jamás hacer un esfuerzo mínimo para conminar al gobierno
subordinado de Ucrania a que los cumpliera. Ahora, Occidente se acordó de los acuerdos de
Minsk, los que después de años de estar apartados de la media informativa, ha comenzado a
atiborrar desde ayer las salas de redacción y los estudios de los canales de televisión. Incluso, el
presidente francés, con total desparpajo, ha creído válido utilizarlos como instrumento para su
campaña electoral.

Encuentro en Minsk del presidente bielorruso y los representantes del Cuarteto de Normandía en
febrero de 2015. Fuente: Presidencia de Rusia (Wikimedia Commons)

Finalmente, en el marco del maltrecho orden internacional, lo que se debe analizar es, si se
interviene militarmente en un país para promover un genocidio como lo ha hecho Estados Unidos
en Venezuela, Nicaragua y Cuba o se interviene para evitar un genocidio.. En el caso de Cuba se
prueba que el derecho internacional es solo un “saludo a la bandera” como lo muestran 63 años de
bloqueo repudiado por casi toda la humanidad menos dos países, decisión que todos los
presidentes de Estados Unidos han echado al tiesto de la basura.

Precisamente, en la década de los 70 de siglo pasado, Cuba “invadió “ Angola, ayudando a


concretar la independencia de ese país y haciendo el aporte más relevante para destruir el
oprobioso apartheid que convivía bajo la mirada cómplice de Occidente, mientras se ejecutaba un
largo genocidio contra la población negra de Sudáfrica. ¿Alguien puede objetar que haya sido un
pequeño país subdesarrollado el que haya hecho la mayor contribución para conseguir el fin del
apartheid?

¿Quién puede creer en el derecho internacional, en el sistema multilateral y en la ONU cuando el


pueblo saharaui ha esperado por 30 años el referéndum prometido para definir su status político?,
no realizado porque Europa, los poderes coloniales y los intereses económicos de Occidente le han
dado la venia a Marruecos para que protagonice otro genocidio continuado, solo evitado en su total
dimensión, por la acción solidaria de África y en particular de Argelia. ¿Dónde está el derecho
internacional?
Pero, más allá de estos sucesos que llenan el espacio informativo de los últimos días, lo interesante
es estudiar qué está ocurriendo realmente en la dinámica internacional y qué repercusiones tienen
estos hechos en la emergencia de un nuevo orden mundial que se anuncia .¿Cual es la verdadera
intención de Estados Unidos al organizar una guerra para que Europa sea nuevamente devastada,
tal vez por tercera vez en cien años?

En el trasfondo lo que está en juego son los intereses superiores del capitalismo global que observa
impávido la pérdida de su poder omnímodo. Ucrania es solo un instrumento despreciable para
Occidente en la búsqueda de lograr su objetivo primordial que es salvar al capitalismo en el
momento de su mayor y creciente debilidad. En particular, está visto a través de la historia que a
Estados Unidos no le importa sacrificar millones de vidas, incluyendo la de sus propios
ciudadanos humildes que son los que conforman su ejército, si de preservar su sistema se trata. Sus
800 bases militares en todo el mundo y sus 11 portaviones son el instrumento más importante con
que cuenta Estados Unidos para resolver los problemas que plantea el derecho internacional.

EE.UU. tiene 800 bases militares repartidas en todo el mundo

Durante los cinco últimos siglos, es decir desde que se inició la globalización hegemonizada por
Occidente, el poder mundial se asentaba sobre el control de los mares. Eso ha comenzado a
cambiar generando una transformación paradigmática en la que Estados Unidos está quedando
fuera. La creación de un gran espacio euroasiático en territorio terrestre a partir de la alianza entre
Rusia y China establece parámetros novedosos en la estructuración del poder mundial. Hay que
tener en cuenta que fueron pensadores occidentales como el inglés Halford Mackinder y el
estadounidense de origen neerlandés Nicholas Spykman quienes expusieron que el control del
Asia Central como “corazón continental” o “área pivote”, conduciría al control del mundo.
El Pivote geográfico de la historia Mackinder 

En años recientes la alianza ruso-china que ha llegado al súmmum de su fortaleza tras la


declaración conjunta del 4 de febrero pasado firmada por los presidentes de ambos países en
Beijing, manifiesta la concreción de los primeros pasos en la creación de un nuevo orden mundial.
Tras la derrota y huída de Afganistán por parte de Estados Unidos y la OTAN, y después del
fracaso de los golpes de Estado en Kirguistán en enero de 2020 y en Kazajistán en enero de este
año, se ha puesto de relieve la incapacidad de Estados Unidos por dominar ese territorio
estratégico del planeta.

La alianza euroasiática está sustentada por la pertenencia de Rusia a la Organización del Tratado
de Seguridad Colectiva (OTSC), que mostró su eficacia, evitando el golpe de Estado en
Kazajistán, además de la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), donde participan
China y Rusia con el objetivo de cooperar en materia política, económica y de seguridad. Vale
decir que a esta organización también pertenecen India y Pakistán, al mismo tiempo que Irán,
Bielorrusia, Mongolia y Afganistán esperan aprobación para su ingreso.
El cerco militar de la OTAN a Rusia.

De la misma manera la Unión Euroasiática conformada por cinco países constituye la extensión
exitosa de vínculos económicos y comerciales en el más amplio espacio terrestre del planeta.

China por su parte promovió y creó la mayor alianza económica del mundo, la Asociación
Económica Integral Regional (RCEP por sus siglas en inglés). Esta asociación constituye el 30%
de la población mundial. Pero el ámbito de mayor alcance en la región y el mundo es la nueva
Ruta de la Seda proyecto desarrollado por China para el cual ha destinado hasta ahora 900.000
millones de dólares distribuidos entre 72 países, con una población de unos 5.000 millones de
habitantes o sea el  65% de la población mundial según apunta el periodista neerlandés Marc
Vandepitte en un reciente artículo.

El gran peligro para Estados Unidos y su sistema de predominio mundial es la incorporación de


Europa y en particular de Alemania a este sistema. Si ello ocurriera, se desmoronaría
irremediablemente todo la estructura hegemónica construida tras la segunda guerra mundial que
tiene en la democracia representativa de corte occidental su sustento político, la Organización de
Naciones Unidas su instrumento de control global, la OTAN es el soporte militar de presión,
chantaje y amenaza y el Sistema de Bretton Woods constituido a partir del control occidental del
Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional, los pilares para sostener económica y
financieramente su hegemonía global. La subordinación y control de Europa es fundamental para
sustentar este modelo diseñado desde que se pusiera en práctica el Plan Marshall tras el fin de la
segunda guerra mundial.
El objetivo fundamental de la política estadounidense ha sido evitar que se produjeran acuerdos de
integración energética entre Rusia y Europa que podrían sellar una alianza estratégica mutuamente
beneficiosa para ambas partes, que por añadidura enlazaría a Europa con China dejando a Estados
Unidos alejado de la posibilidad de seguir manteniendo la supremacía energética en Europa, que
junto a la OTAN configuran los pilares que garantizan el control del Viejo Continente por parte de
Estados Unidos. Según el periodista estadounidense Mike Whitney, el objetivo de Estados Unidos
al desatar el conflicto ucraniano es impedir que el gasoducto Nord Stream 2 sea puesto en
funcionamiento como lo señalara explícitamente Victoria Nuland y el propio Joe Biden.

Gasoducto Nord Stream de Rusia a Alemania. | Mapa: BBC Mundo.

La idea de las acciones de Estados Unidos se sustenta en la doctrina Clinton de política exterior
aplicada en Libia que se resume en la frase: ”Fuimos, vimos y él murió”, pronunciada por la ex
secretaria de Estado tras el asesinato de Muamar Gadafi. No se puede olvidar que la señora
Clinton era secretaria de Estado cuando Biden era vicepresidente.
El verdadero desenlace del problema se va a producir cuando los ciudadanos europeos despierten
de su aletargamiento y le pregunten a sus autoridades porque los campesinos de España, Portugal e
Italia perdieron el mercado ruso que le compraba su producción de cítricos, aceite de oliva,
verduras y otros productos sumiéndolos en una crisis aún más severa. ¿Por qué tienen que pagar
tres y cuatro veces más por el combustible, solo para satisfacer a Estados Unidos? Y si se desata la
guerra, ¿por qué tienen que poner los muertos y asistir a la destrucción de sus ciudades para hacer
felices a sus líderes políticos que han decidido subordinarse a Washington?

Esperemos que ello no ocurra y prime la sensatez. No vale la pena morir por algunos oligarcas que
previendo el desastre que están generando en la Tierra aceleran la carrera espacial suponiendo que
pueden escapar del desastre que están creando por su afán de lucro y ganancia desmedida.

Sergio Rodríguez Gelfenstein para la Pluma, 23 de febrero de 2022

USA-Ucrania: Una crítica de la construcción discursiva de la Guerra de Ucrania desde la

geopolítica estadounidense
Siguiendo el ejemplo de Dalby sobre la creación de la Segunda Guerra Fría en los 1980, hemos
intentado mostrar cómo se está creando en USA y sus Estados aliados occidentales la Guerra de
Ucrania, en particular, y la Guerra contra Rusia, en general.

Heriberto Cairo Carou22 febrero, 2022


Hace poco más de treinta años se publicó uno de los textos más emblemáticos de la entonces
recién nacida geopolítica crítica. Simon Dalby (1990) publicaba Creating the Second Cold War:
The Discourse of Politics, en el que “desempaquetaba” (unpack) cómo el think-tank y lobby
conservador Committee on the Present Danger (CPD) había construido en los años 1970 el el
discurso de amenaza de la Unión Soviética para la seguridad occidental que había permitido al
presidente Ronald Reagan aumentar su presupuesto de defensa y, en particular, acelerar la carrera
de armamentos nucleares.

Tres eran los hilos discursivos que identificaba entonces Dalby: 1) el de la sovietología, que
analizaba el carácter autoritario de la URSS; 2) el del realismo político, que presentaba cómo las
medidas de apaciguamiento con el enemigo son inútiles y la preparación para la guerra es la única
respuesta que garantiza la paz, y 3) el de la geopolítica determinista, que siguiendo los
lineamientos clásicos de Mackinder afirmaba el inevitable enfrentamiento de la potencia marítima,
entonces ya Estados Unidos, con la potencia continental. Estos hilos discursivos reinscribían “la
política en los Estados Unidos y en el resto de Occidente en las categorías de la contención
militarista” (1990: 63). En este sentido, la oposición del CPD al tratado SALT II que limitaba el
armamento nuclear de ambas superpotencias, iba acompañada de  una geoestrategia de rearme que
se plasmó en la Iniciativa de Defensa Estratégica de Reagan.
Carter y Brezhnev firmando el acuerdo SALT II.

En este breve trabajo vamos a intentar hacer algo parecido con la Guerra de Ucrania que se está
construyendo desde el establishment estadounidense de forma permanente desde hace unos años.
Intentaremos mostrar algunos de los elementos del discurso de seguridad para Estados Unidos y
para Occidente que hacen inteligible este conflicto. Para ello vamos a distinguir, por un lado, los
hilos que se vienen produciendo en los tiempos medios, desde que el actual presidente Vladímir
Putin llegó por primera vez al poder, en el año 2000, y con mayor insistencia desde una década
después, cuando coinciden la guerra de 2008 contra Georgia y el fracaso de los planes bélicos de
Estados Unidos en Irak. Y, por otro, aludiremos brevemente a los elementos discursivos más en el
tiempo corto, en el último año y, en particular, en las últimas semanas, que se puede considerar
propaganda de guerra.

Los discursos estructurantes del conflicto actual

La actual administración estadounidense no ha publicado todavía un documento de estrategia de


seguridad nacional, y no ha logrado generar un discurso propio diferenciado del populista de
extrema derecha del anterior presidente Trump. En todo caso, la política exterior no ha sufrido un
cambio espectacular, más allá de los tímidos avances en la lucha contra el cambio climático. La
retirada precipitada de Afganistán ha sido quizás uno de los elementos más significativos, a pesar
de que, como insistió numerosas veces Biden, era una decisión tomada por la anterior
administración; pero en este caso resistió a las presiones neocons para que postergara la retirada y
le diera una oportunidad (¿otra?) al ejército afgano de derrotar o, al menos, frenar a los talibanes.

En términos generales, las argumentaciones de los demócratas en política exterior (y quizás en


política interna también) son más bien de carácter reactivo, en particular, a las del nuevo
populismo autoritario que está vinculado a un nacionalismo atávico (Clements, 2018), encarnado
en Estados Unidos por Trump. Frente a este enemigo también se han posicionado buena parte de
los neocons herederos de los que colaboraron con George W. Bush, y en su caso sí han mantenido
una sólida línea de argumentación en política exterior.

Después de la disolución en 2006 del Project for a New American Century (PNAC) y la
desaparición de la revista Weekly Standard en 2018, el campo neocon ha quedado algo
fragmentado, más aún tras el desastroso final de la guerra contra el terrorismo en Irak. Pero no
por ello ha dejado de articularse, aunque quizás de manera más informal y puntual, un conjunto de
pensamientos a través de organizaciones nuevas —como el Institute for the Study of War (ISW),
fundado por Kimberley Kagan, el American Enterprise Institute, al que se vincula su marido
Frederick W. Kagan, el KKR Global Institute (KGI), presidido por el exdirector de la CIA,— y
otras ya con historia —como The Brookings Institution, presidida desde 2017 por el exgeneral
John R. Allen, que tuvo gran protagonismo en la guerra contra Al Qaeda en Irak, o la Hoover
Institution, dirigida por Condoleezza Rice, la exasesora de George W. Bush—, por mencionar
algunas. Todas ellas llevan algún tiempo construyendo un escenario posterior a la guerra contra el
terrorismo de George W. Bush, en el que Rusia, junto a China, tiene un papel estelar, y, en este
sentido, la crisis en torno a Ucrania no es una sorpresa.
De izquierda a derecha: restos del WTC después de los atentados del 11 de septiembre de 2001;
infantería estadounidense en Afganistán; explosión de un coche bomba en Irak; intérprete y
soldado estadounidense en Zabul.

Otros think tanks con un perfil menos conservador también se han unido a la creación de la Guerra
de Ucrania. El Center for Strategic and International Studies, que se presenta como un think
tank bipartidista puede ser un ejemplo.

Los argumentos que se vienen utilizando son diversos en esta época posterior al fracaso
del Proyecto por un Nuevo Siglo Americano, que ha sumido a Estados Unidos en una crisis de
hegemonía todavía mayor. Los principales argumentos discursivos tienen que ver con el
determinismo geográfico y las carencias democráticas, enmarcados en un realismo
político general que lleva a la disuasión militarizada —y el consecuente rechazo o desvalorización
del diálogo—como única alternativa frente a los conflictos en política exterior.

La localización geográfica determina una posición conflictiva

Un conocido periodista y divulgador, Robert D. Kaplan, en su libro dedicado a la “revancha” de la


geografía en la política internacional resume en dos las “misiones” que impondría la geografía a
los Estados Unidos: “Debemos ser una potencia que actúe como contrapeso en Eurasia y una
potencia unificadora en Norteamérica; llevar a cabo ambos cometidos resultará más sencillo que
concentrarse en uno solo”. Considera que están vinculados uno y otro, y que alcanzarlos no
redundará sólo en interés de la seguridad de Estados Unidos: “Ese objetivo es el de utilizar la
estabilidad que garantiza un equilibrio del poderen el hemisferio occidental para hacer avanzar
nada menos que la causa liberal intelectual de una Mitteleuropa a gran escala en todo el planeta”.
Pretende evitar el determinismo geográfico, pero cae en él de pleno: “jamás debemos rendirnos
ante la geografía, aunque debemos tenerla muy presente en nuestra búsqueda de un mundo mejor.”

Y así, concluye:

Una vez más, volvemos a encontrarnos con la aspiración al ideal de una Europa Central
cosmopolita, propio del período posterior a la guerra fría, que imbuyó el inicio de esta obra. Dicho
propósito, sea factible o no, es algo por lo que vale la pena luchar, esperemos que con México de
nuestro lado. Mackinder lo intuyó en su llamada a la creación de unos Estados barrera dinámicos e
independientes entre la Europa marítima y el corazón continental, cuando señaló que un mundo
equilibrado es un mundo libre (Kaplan, 2014: 438).
No sólo se invoca a Mackinder (1904), sino que nos encontramos con argumentaciones,
básicamente del mismo tipo que hizo el británico a principios del siglo XX y que constituirían una
interpretación telúrica del conflicto (Cairo, 2010).

Mackinder. El Pivote geográfico de la historia   Lea el artículo completo formatp PDF. En este
artículo, Mackinder amplió el alcance del análisis geopolítico para abarcar todo el mundo.

El sistema político autoritario debe ser combatido

Robert Kagan pertenece a una familia de destacados neocons que ocupan desde hace algunos años
posiciones muy importantes en ese mundo intelectual. En un reciente trabajo sobre el retorno de la
historia donde se expone cómo desde mediados de los 1990 Rusia se habría convertido en un
sistema político “zarista” en el que “todas las decisiones importantes se toman por un hombre y su
poderosa camarilla” (Kagan, 2008: 54), y en el que los rusos vivirían contentos porque, a
diferencia del comunismo, Putin no se mete en su libertad personal y les garantizaría un elevado
estándar de vida gracias a los elevados precios del petróleo y el gas. Frente a esa Rusia autocrática
(y China e Irán) los Estados Unidos deberían seguir insistiendo en imponer la democracia y sus
valores, aunque estemos en una era en la que no se enfrentan valores universales, pero sí se
producen “tensiones crecientes y algunas veces confrontación entre las fuerzas de la democracia y
las fuerzas de la autocracia” (Ibid.: 58). Para afrontarlas con éxito, “las democracias del mundo
necesitan mostrar solidaridad unas con otras, y necesitan apoyar a aquéllos que intentan abrir
espacios democráticos donde estos han estado cerrados” (Ibid.: 99).

El papel de los Estados Unidos sería fundamental para mantener ese campo democrático, incluso
en Europa: “Si los Estados Unidos se retiran de Europa, esto podría a su debido tiempo
incrementar la probabilidad de un conflicto que implique a Rusia y sus vecinos cercanos” (Ibid.:
94).De ahí la importancia de reforzar la presencia militar estadounidense en el continente, aunque
Francia o Alemania, los dos países más fuertes de la Unión Europea, no contemplen esa necesidad.

La disuasión militarizada: tenemos que reforzar la OTAN


Por último, el argumento realista por excelencia permea y se entrelaza con los anteriores hilos
discursivos: la diplomacia no es suficiente, debemos hacer creíble nuestra posición. Y la única
forma de hacer creíble esta posición haría necesario realizar una disuasión militarizada, en este
conflicto en concreto, y en la política global en general. En un documento reciente (27 de enero)
del ISW se vaticina como curso de acción más probable que Rusia ocupe las zonas declaradas
independientes del Donbas y lance una campaña aérea y de misiles contra el resto de Ucrania. En
ese documento se hacen recomendaciones específicas de acciones militares y no militares; entre
las primeras se afirma explícitamente: “Estados Unidos y sus socios de la OTAN pueden y deben
acelerar los esfuerzos para desplegar fuerzas de todas las armas en los Estados miembros
orientales de la OTAN, pero tales despliegues probablemente no disuadirán a Putin de lanzar este
escenario [la agresión] sin un compromiso con al menos la defensa aérea de Ucrania.” (Kagan,
Clark, Barros y Stepanenko, 2022).

Clique aquí para leer el informe completo en Inglés

Obviamente, este tema de la disuasión militarizada no es nuevo, ni se aplica en exclusiva a este


conflicto. Forma parte de la lógica fundacional —y en la expansiva tras el final de la Guerra Fría
— de la OTAN. El punto 19 de su Concepto Estratégico establece con claridad que los
gobernantes de los países miembros de la OTAN “se asegurarán de que tenga la gama completa de
las capacidades necesarias para disuadir y defender contra cualquier amenaza a la seguridad de
nuestras poblaciones” (Strategic Concept, 2010: 15). Estas capacidades pueden ser nucleares o
convencionales y, por más declaraciones que se hagan respecto a la prioridad de la diplomacia,
plantean su necesidad y, por tanto, la necesidad de una organización que las pueda asegurar. Y
Rusia es crecientemente el objetivo de esa disuasión, como señala el Informe del Secretario
General de la organización de 2020: “Desde 2014, la OTAN ha implementado el mayor refuerzo
de su defensa colectiva en una generación. En 2020, la OTAN siguió desplegando una presencia
avanzada en la parte oriental de la Alianza” (Annual Report, 2020).

La propaganda para apretar el gatillo

Hace casi un siglo Lord Ponsonby (1928) publicaba un libro sobre la falsedad en tiempos de


guerra, donde se expone un decálogo de mentiras que sistematizaría mucho más tarde la profesora
Morelli (2001) en un pequeño librito:

1. Nosotros no queremos la guerra.


2. El campo adversario es el único responsable de la guerra.
3. El líder del campo adversario es diabólico.
4. Defendemos una causa noble y no intereses particulares.
5. El enemigo provoca deliberadamente atrocidades; si nosotros cometemos algún abuso, es
involuntariamente.
6. El enemigo utiliza armas no autorizadas.
7. Nosotros sufrimos muy pocas pérdidas, las del enemigo son enormes.
8. Los artistas y los intelectuales apoyan nuestra causa.
9. Nuestra causa tiene un carácter sagrado.
10.Los que ponen en duda nuestras afirmaciones son traidores.

Machaconamente, en las guerras (o las campañas prebélicas) estos diez mandamientos de la


propaganda bélica se repiten una y otra vez. No todos los argumentos se utilizan a la vez, cada uno
se esgrime en determinado momento. Los cuatro primeros son los más habituales en la
precampaña, en la fase que estamos ahora, y se leen continuamente en la prensa: ni Ucrania ni
Occidente quieren la guerra, es sólo el autócrata Putin el que la desea, porque su mentalidad
autoritaria y ambiciones expansionistas sin límite son su única brújula. Por ejemplo, el editorial
de The Washington Post del 8 de enero sobre Ucrania empezaba así:
Un dictador brutal, después de llegar al poder sobre la base de teorías conspiratorias y promesas de
restauración imperial, reconstruye su ejército. Empieza a amenazar con apoderarse del territorio de
sus vecinos, culpa a las democracias de la crisis y exige que, para resolverla, deben reescribir las
reglas de la política internacional —y redibujar el mapa— a su medida. Las democracias acceden a
las conversaciones de paz, con la esperanza, como deben hacerlo, de evitar la guerra sin
recompensar indebidamente la agresión. Lo que sucedió después en Munich en 1938 es un tema
histórico: Gran Bretaña y Francia entregaron una parte de Checoslovaquia a la Alemania de Adolf
Hitler a cambio de su falsa promesa de no iniciar la guerra (cit. en MacLeod, 2022).
El editorial continuaba mostrando las similitudes entre Putin y Hitler, como hace años durante las
Guerras del Golfo se hizo con Saddam Hussein. Es un recurso ilimitado de propaganda de guerra.

Esta animadversión hacia un personaje diabólico y la prevención frente al país que gobierna no es
de estas últimas semanas. La prensa occidental y los think tanks de esa área se hacen eco periódico
de las “amenazas” de Putin desde 2014, por lo menos, cuando tras la instalación de un gobierno
prooccidental en Kiev —el Kaganato, es decir, el gobierno que propugnaba Robert Kagan, el
ideólogo neocon mencionado antes, casado con la entonces vicesecretaria de Estado, Victoria
Nuland (Poch, 2014)— la agencia Reuters y The New York Times anunciaban que Rusia estaba
concentrando tropas y material pesado de guerra en la frontera con Ucrania (MacLeod, 2022) tras
la reintegración de Crimea a Rusia previo referéndum no reconocido por las autoridades de Kiev.
Esto forma parte de  otro argumento geográfico importante: Rusia se estaría expandiendo desde su
misma refundación como Estado a principios de los 1990 —así se interpreta el apoyo a los
separatistas de Trandsnistria, Osetia del Sur o Abjasia—: “Las anexiones anteriores de Rusia y su
continuo apoyo a los separatistas en el este de Ucrania han permitido que el país amplíe su acceso
al Mar de Azov y el Mar Negro, que son rutas de navegación clave y contienen depósitos de
petróleo y otros recursos naturales” (Pavlik, 2022).

En un estudio sobre la posición de algunos de los principales periódicos de EE UU realizado por


MintPress y recién publicado (MacLeod, 2022) se analizan más de 91 artículos publicados en The
New York Times, The Washington Post y  The Wall Street Journal, encontrándose que alrededor
del 90% de ellos muestra una posición dura respecto a Rusia y su presidente, y que prácticamente
todos (87 de 91) muestran a Rusia como el agresor y no a EE UU o la OTAN. Y también son
absolutamente partidarios del envío de tropas a Europa oriental (en 24 de 27 artículos que plantean
la cuestión). En concreto, en The Wall Street Journal, otro ideólogo neocon, Walter Russel Mead,
pedía:
 Los presupuestos militares tendrán que crecer a medida que Estados Unidos aumente su capacidad
contra Rusia y China. Habrá que dejar de lado las fantasías de retirarse de algunas regiones para
concentrarse en otras: Europa, el Medio Oriente, el África subsahariana y América Latina
requieren másatención de los Estados Unidos y sus aliados, incluso mientras continuamos
preparándonos en el Indo-Pacífico. Estados Unidos tendrá que pasar menos tiempo inspeccionando
las deficiencias morales de los aliados potenciales y más tiempo pensando en cómo puede
profundizar sus relaciones con ellos (cit. en MacLeod, 2022).

Posición de los principales periódicos de EE UU sobre el despliegue de tropas en Ucrania (7-28 de


enero 2022)

Fuente: MacLeod (2022)

Una buena lectura son los artículos de Rafael Poch, que fue corresponsal en Moscú de La
Vanguardia durante muchos años, y que intenta dejarnos ver cómo se perciben en Rusia las
políticas y argumentaciones occidentales

Conclusiones

Son muchos los temas que no se han abordado en este breve artículo (los dobles estándar de la
política exterior de los países occidentales, el papel de China en este conflicto, las políticas de los
nacionalistas prooccidentales y prorrusos en Ucrania, la crisis energética y el papel de Rusia en el
abastecimiento de gas y petróleo a Europa, …), que se ha centrado en la construcción discursiva de
la (todavía potencial) Guerra de Ucrania. Siguiendo el ejemplo de Dalby (1990) sobre la creación
de la Segunda Guerra Fría en los 1980, hemos intentado mostrar cómo se está creando en EE UU y
sus Estados aliados occidentales la Guerra de Ucrania, en particular, y la Guerra contra Rusia, en
general. Los argumentos discursivos no difieren sustancialmente de los que identificaba Dalby; los
nuevos elementos son más bien un aggiornamento de los anteriores que nuevas lógicas.
Para EE UU, y, en particular, para el complejo militar-industrial-cultural que en buena medida lo
gobierna, es fundamental tener enemigos creíbles, como señala en su cierre final un recientísimo
informe sobre la posible invasión rusa y la respuesta occidental recordando el famoso
memorándum de 1947 de George F. Kennan titulado “Las fuentes de la conducta soviética”, donde
sostenía:

[E]l observador atento de las relaciones ruso-estadounidenses no encontrará motivo de queja en el


desafío del Kremlin a la sociedad estadounidense. Antes bien, experimentará una cierta gratitud a
la Providencia que, proporcionando al pueblo estadounidense este implacable desafío, ha hecho
que toda su seguridad como nación dependa de que se recompongan yacepten las
responsabilidades del liderazgo moral y político que la historia claramente pretendía que tuvieran
(cit. en Wasielewski, Jones y Bermúdez Jr., 2022: 13).
Pero sí es nueva la importancia de mantener el liderazgo estadounidense en Europa, y a esta región
comprometida con una OTAN global. Es fundamental para intentar evitar o, al menos, retrasar el
declive hegemónico de EE UU. Porque la crisis hegemónica ya no es sólo económica, como la que
arrastraba desde los años 1970, sino también política e incluso militar, a pesar de la asimetría de
medios de fuerza que mantiene con cualquier competidor.

La posición europea respecto al conflicto no es unánime: Francia y Alemania muestran sus dudas
sobre una respuesta militar a Rusia si finalmente se produjese la invasión. Pero el gobierno español
ha afrimado que “España está comprometida con la OTAN y la seguridad de Europa”, según ha
declarado su presidente, Pedro Sánchez (El Periódico, 2022), y ha enviado barcos y aviones al
área para contribuir a la “disuasión” militar. Una posición que encaja con
el realismo semiperiférico que, tras la renuncia a mantenerse como país neutral, arrastra España
desde su incorporación a la OTAN en 1982, posición refrendada por la mayoría de los gobiernos
socialistas —en primer lugar por el de Felipe González en 1986 con ocasión del referéndum sobre
la pertenencia de España a la organización— y conservadores —en particular el de José María
Aznar apoyando sin fisuras la invasión de Irak por unas inexistentes armas de destrucción masiva,
falsedad o mentira por la que nadie le ha reclamado responsabilidades políticas ni penales—.

Ya desde hace años alguno de los think tanks españoles semioficiales compran sin ningún pudor
los discursos neocon sobre Rusia y Ucrania:

Hoy, la importancia de Ucrania para Rusia no reside en la supuesta hermandad de los eslavos y el
glorioso pasado común, sino en el hecho de que el Kremlin ha conseguido convertirla en un
instrumento para impedir la ampliación (‘expansión’ dirían los rusos) de la UE y la OTAN, que
considera como una de las principales amenazas a su seguridad nacional. Sin embargo, la supuesta
amenaza de la ampliación de la OTAN y la UE no es una amenaza militar para la seguridad
nacional de Rusia (no es que sea imposible un ataque e invasión de Rusia por parte de un país
occidental, pero sí bastante improbable) sino más bien para el gobierno autocrático de Vladimir
Putin, que la usa, al viejo estilo soviético, para fortalecer la cohesión política interna y como
justificación de su doble política revisionista. Y es en este punto donde Ucrania representa la
piedra de toque para Occidente. Los occidentales no deben permitir que Rusia use Ucrania como
un instrumento para competir conseguido tras el final de la Guerra Fría (Milosevich-Juaristi,
2017).
Sin pretender negar la responsabilidad del gobierno de Putin (que no ha sido objeto de este
artículo) en la escalada bélica actual, parece evidente que la posibilidad de resolver el conflicto
actual sin necesidad de acudir al uso de la fuerza o a la amenaza del uso de la fuerza parece fuera
del horizonte de los encargados del establishment de seguridad nacional en EE UU y de los
políticos atlantófilos en Europa. Una Ucrania neutral, una Europa (occidental y oriental)
desnuclearizada y una política de paz sólo pueden afectar a los intereses de ese complejo militar-
industrial-cultural que vive (literalmente) de la guerra y de la amenaza de guerra.

Quizás por eso sea fundamental volver a repensar los sistemas políticos en los que vivimos ante
esta y otras amenazas para la supervivencia del planeta. Como nos recuerda Kevin Clements, que
no es un peligroso dirigente de algún partido de extrema izquierda sino uno de los anteriores
presidentes de la Asociación Internacional de Investigación para la Paz (International Peace
Research Association, IPRA): “es vital tener algunos debates fundamentales sobre si los Estados
capitalistas liberales y democráticos que operan bajo el estado de derecho son capaces de satisfacer
las necesidades económicas, de bienestar e identidad de los ciudadanos en el siglo XXI. Si no lo
son, se necesitan algunas reflexiones muy urgentes sobre qué podría reemplazarlos que fuera capaz
de brindar mejores resultados que los que ya tenemos” (Clements, 2018: 5).

Referencias

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Ukraine. CSIS Brief. Recuperado de https://www.csis.org/analysis/russias-gamble-ukraine -
Heriberto Cairo Carou

Patricia Lee Wynne


El presidente Volodimir Zelenski de Ucrania se dirigió el 15 de marzo
al Congreso de EEUU desde Kiev para pedir armas contra Rusia y le
dijo al presidente Joe Biden: “Espero que usted sea el líder del
mundo”.
Al día siguiente Zelenski habló al Bundestag de Alemania, la primera potencia europea,
para hacer el mismo pedido: armas de la OTAN.
El Congreso de EEUU aprobó 1400 millones de dólares para Ucrania, de los cuales la
mayoría serán armas, a lo que se suma la ayuda militar de los demás países de la
OTAN que viene fluyendo de manera constante, aunque cada uno por su cuenta, lo que
en los hechos es lo mismo que ayuda militar de la Alianza Atlántica.
Zelenski no se dirigió a los pueblos del mundo, a los sindicatos, a las organizaciones
sociales, a los países que han sufrido guerras, bloqueos y sanciones de EEUU para
pedirles apoyo para terminar el doloroso conflicto bélico y acelerar las negociaciones de
paz, sino a Biden, jefe de la Alianza militar más poderosa del planeta, a Alemania y a las
otras potencias europeas.
Así, Zelenski dejó expuesto con claridad la esencia del enfrentamiento: Rusia contra la
OTAN.

EEUU busca recuperar la hegemonía que está perdiendo


La decisión de Rusia de poner fin al avance de la alianza atlántica en Ucrania marca el
fin del mundo unipolar en el cual EEUU hizo a su antojo desde 1991 y abre una nueva
etapa mundial llena de incertidumbre, desequilibrio y enfrentamientos en la cual nada
volverá a ser como antes. La convivencia forzada de los últimos treinta años se terminó y
se entró en una confrontación abierta, la misma que se evitó hace tres décadas.
El enfrentamiento bélico podría haberse evitado, o frenarse de inmediato, si EEUU, la
voz cantante de la OTAN, lo hubiera querido, pero en lugar de buscar una negociación,
el demócrata Joe Biden decidió aprovechar la oportunidad para continuar con lo que ha
sido el objetivo de EEUU desde hace tres décadas: debilitar y someter a Rusia.
Sanciones económicas sin precedentes, la cancelación de todos los deportistas,
cantantes, artistas, directores de orquesta rusos, la salida de las empresas occidentales
de Rusia, la prohibición de Sputnik y RT en la Unión Europea, la etiquetación a
periodistas en sus cuentas individuales, son solo algunas de las medidas que se han
tomado y que alcanzan hasta los helados y los gatos.
Para mantener su hegemonía, EEUU debe cumplir la tarea que quedó incompleta hace
30 años. Es que, a pesar del enorme debilitamiento de Rusia tras la disolución de la
Unión Soviética durante los años 90 del siglo pasado, la nación logró sobrevivir y
recuperarse.
Cuando se disolvió la URSS, los analistas imperiales dijeron pomposamente que era el
"fin de la historia", y la profecía estuvo al borde de cumplirse: durante los años 90, las
regiones rusas cobraban impuestos y no los giraban a Moscú, establecían sus propias
aduanas, y los oligarcas se apropiaron de las principales riquezas naturales del país,
como en el caso de Vladimir Jodorkovski, dueño de Yukos, la mayor petrolera del país,
que pretendía vender la empresa a la Chevron de EEUU.
Los puntos culminantes de la caída de Rusia fueron el default de la deuda externa en
1998 y el bombardeo de la OTAN a Yugoslavia en 1999, una humillación sin precedentes
para la antigua potencia. Si esta dinámica continuaba, Rusia se hubiera desintegrado
como la antigua Yugoslavia y hubiera sido repartida entre las multinacionales de EEUU y
de Europa.
Pero a partir del default y de la llegada de Vladimir Putin al poder en el año 2000, se
inició una reconstitución económica y política, volviendo a centralizar el poder del Estado
y poniendo un límite al poder de los oligarcas. En el curso de estos veinte años, el
Estado recuperó el control de los recursos estratégicos del país que funcionan, de una
manera u otra, bajo la tutela del Estado y se modernizaron las Fuerzas Armadas.
En Ucrania, a partir de su independencia en 1991, sucedió lo opuesto: un Estado débil,
sometido a las presiones occidentales para convertir al país en un ariete contra Rusia,
con oligarcas que se quedaron con el control de las principales empresas, incapaz de
responder a las presiones enormes de la OTAN y la Unión Europea, como resultado de
lo cual, en 2013, antes de iniciarse la crisis de 2014, el PIB del país era menor que el de
1991.

EEUU no puede permitir una potencia independiente


La esencia de la situación es que EEUU no puede permitir otra potencia que le compita,
como Rusia o China, ni siquiera puede permitir que existan países independientes, como
se ha visto en los casos de Irán, Venezuela y Nicaragua.
Washington tuvo que tolerar una tensa coexistencia con la Unión Soviética durante la
Guerra Fría, porque la URSS llevó sobre sus hombros la derrota del nazismo, liberó
media Europa y la otra mitad estaba en la ruina.
Pero al disolverse la URSS en 1991, ni EEUU ni las principales potencias promovieron la
integración de Rusia a las estructuras económicas europeas ni a la OTAN. El sueño de
Mijaíl Gorbachov de una Europa desde el Atlántico hasta los Urales no se concretó. Por
el contrario, se construyó una estructura económica (la Unión Europea) y de seguridad
(la ampliación de la OTAN de 14 a 28 países europeos) para aislar a Rusia.
El objetivo era impedir que surgiera un polo económico muy fuerte al lado de Europa,
basado en la alianza de Rusia, Ucrania, y otros países de la ex URSS. Rusia es el tercer
mayor productor de petróleo del mundo, tiene las mayores reservas de gas, y junto con
Ucrania es uno de los mayores polos cerealeros del planeta: en 2019, Rusia y Ucrania
exportaron más de un cuarto del trigo mundial según el Observatorio de Complejidad
Económica (OEC).
La ofensiva brutal de EEUU contra Rusia tiene otro destinatario: Alemania. De ahí su
campaña contra el oleoducto Nord Stream 2, que va desde Siberia hasta Alemania (60%
de su gas, un tercio de su petróleo y casi 45% de su carbón vienen de allí), y que hubiera
hecho mucho más estrechas las relaciones con Rusia, fortaleciendo a Alemania frente a
EEUU.
En su discurso frente al Bundestag este 17 de marzo, Zelenski no pidió apoyo para las
negociaciones y terminar el conflicto rápidamente, pidió armas y apoyó la suspensión de
la certificación del gasoducto Nord Stream 2, algo por lo que Ucrania luchaba desde
hace tiempo.
Ironías de la vida, en medio de los enfrentamientos el gas ruso sigue atravesando
Ucrania para llegar a Europa, pero Zelenski le pide a Alemania que no apruebe el Nord
Stream 2, aunque el costo lo pague el pueblo alemán.
Esto va en consonancia con el objetivo estratégico de Washington de sacar a Rusia del
mercado energético europeo (a quien le provee 38% del gas y le envía la mitad de sus
exportaciones de petróleo) para vender sus hidrocarburos a precios más altos y hacer a
Europa más dependiente de EEUU.
¿Un enfrentamiento entre dos imperialismos o contra un imperialismo?
La abrumadora mayoría de medios occidentales ocultan estos hechos. Algunos
pretenden explicar la grave situación diciendo que en Ucrania se enfrentan dos
imperialismos, EEUU y Rusia.
Esta equiparación no tiene ningún sostén en la realidad, pues si bien Rusia es una
potencia militar, su economía es inferior a la de Italia, y su producto per cápita, para solo
citar un dato, es similar al de Argentina (11.250 millones de dólares en 2019), seis veces
menor que el de EEUU (65.970 millones de dólares en el mismo año), según el Banco
Mundial.
Igualar a Rusia con la principal potencia militar y económica mundial, y con la unión de
todas las potencias occidentales que es la OTAN, desconoce el factor causante del
enfrentamiento, que es el avance irrefrenable de la alianza atlántica hacia Rusia y la
presión para incorporar a Ucrania.
Significa desconocer la situación de las regiones separatistas de Donetsk y Lugansk, a
quienes, desde 2014, el Gobierno de Kiev asedia y niega su derecho a la autonomía,
incumpliendo los acuerdos de Minsk de 2015.
En lugar de entender esta realidad, se ha formado un amplísimo arco político que va
desde la extrema derecha neonazi pasando por la socialdemocracia europea, los
demócratas y republicanos de EEUU e incluyendo algunos sectores de la izquierda, que
se han unificado detrás de las demandas de Zelenski a EEUU y Alemania: armas de la
OTAN a Ucrania.
Se unen todas las voces para apoyar a la alianza atlántica, cuando la única salida es una
negociación: que se reconozca el estatus neutral de Ucrania, la independencia de las
repúblicas de Donetsk y Lugansk y la incorporación de Crimea a Rusia en 2014 y la
retirada de las tropas rusas.
Estas tres demandas se hubieran podido lograr sin ningún enfrentamiento, tal como se
venía negociando desde 2014. Pero EEUU y la OTAN se negaron a escuchar a Moscú y
ahora prefieren echar leña al fuego enviando más armas de la OTAN para alargar el
doloroso conflicto y golpear a Rusia en todos los frentes.

La debilidad de EEUU y cómo aprovecha la situación


El mundo unipolar surgido en 1991, en el cual EEUU invadía Irak, Siria, Libia, Afganistán,
se retiraba de los tratados de control de armamentos, rompía el pacto nuclear con Irán
firmado en 2014, y ampliaba cada vez más al OTAN para encerrar a Rusia y enfilar sus
armas y barcos contra China, ha terminado.
El nuevo desorden mundial tiene como fondo el retroceso de EEUU, que salió derrotado
de Afganistán y que debe concentrarse cada vez más en la grave situación social
interna, el descontento con la policía, la discriminación contra los negros, la caída del
nivel de vida y de la salud de la población, como lo evidenció la pandemia de COVID-19.
Por eso, EEUU aprovecha el conflicto en el centro de Europa para fortalecerse y pasar la
factura a sus propios ciudadanos, a la Unión Europea y al resto del mundo. Al anunciar
la inflación de 7.9% en febrero en EEUU, la más alta en 40 años, Joe Biden dijo que era
la "inflación de Putin" … cuando en febrero solo hubo cuatro días desde el inicio de la
‘operación militar’ rusa.
La consecuencia de las brutales sanciones económicas a Rusia serán los enormes
aumentos de los precios del trigo, el combustible y la energía, que serán pagados por
todos los hogares europeos y de EEUU, ni qué hablar de los latinoamericanos. Según la
BBC, los precios de la energía en el Reino Unido podrían llegar a 3.000 libras al año,
mientras que en EEUU el precio del galón subió a casi 4.50 dólares, el doble que en
2019. Eso es lo que nos espera. Patricia Lee Wayne
Memoria y amnesia de la guerra fría. Pero ¿y el fin de la historia?

Pere Vilanova Trias (*) Profesor del Departamento de Derecho Constitucional y


Ciencia Política de la Facultad de Derecho, Universidad de Barcelona
Hagamos memoria. ¿Quién se acuerda de la Guerra Fría, o del Mundo
Bipolar? Por supuesto, a primera vista todo el mundo, o al menos los
que tienen edad para ello.

Guerra Fría es un concepto que, por oposición a guerra (sin más), es la


guerra que no se produjo, al menos en el sentido convencional, o no se
produjo directamente entre los principales actores del conflicto bipolar. Con
altibajos, es una palabra que según las circunstancias solíamos utilizar para
definir un cierto funcionamiento del sistema mundial entre los años que van
de 1945 a 1989, desde el estallido de la Guerra Fría a la caída del Muro de
Berlín.

Por un lado, las líneas divisorias tradicionales durante la Guerra Fría:


izquierda-derecha, conservadurismo-progresismo, imperialismo-
antiimperialismo, etc., todo ello hace referencia a conceptos que se explican
en clave ideológica, a partir de fracturas simples de describir. Ello no quiere
decir, por supuesto, que todas las fuerzas de izquierda europeas fueran
prosoviéticas, ni mucho menos, ya que desde el fracaso de la Primavera de
Praga de 1968, incluso los principales partidos comunistas de Europa
occidental (con el italiano y el español a la cabeza) fueron adoptando
posiciones cada vez más críticas, hasta llegar a la formulación
del eurocomunismo (concepto que dominó la escena durante varios años, y
hoy hemos de buscar en las hemerotecas de la prehistoria). En cualquier
caso, este tipo de líneas de fractura se situaban en lo que conoce como línea
ideológica izquierda-derecha. Los marxismos (en plural) dominaban, más en
apariencia que en apoyo social real, el paisaje intelectual, en Francia, Italia,
Alemania, incluso España. En cambio, en los años noventa, en la confusión de
la mutación del sistema internacional, todo se complicó. Los nacionalismos, la
revitalización de las versiones más integristas de las grandes religiones, en
particular el auge del islamismo, todo ello vino a abonar el terreno para que
un libro como el de Huntington sobre el Choque de Civilizaciones dominase el
debate durante unos diez años.

Primavera de Praga (foto: Getty Images)


Otra sorpresa fue, inmediatamente después de la caída del Muro (toda una
metáfora visual), constatar la incapacidad colectiva desde un punto de vista
político pero también teórico de prever un cataclismo de tal envergadura. La
convicción de que el comunismo soviético no iba a desaparecer así como así
estaba muy enraizada, y muy democráticamente repartida  a izquierda y
derecha. Al fin y al cabo, el fin de la Guerra Fría  fue un cambio sistémico, es
decir una mutación de un sistema internacional a otro, de proporciones
enormes. Esto debería llevar a los analistas, a los políticos, a los expertos, a
plantearnos unos cuantos interrogantes. Y en este sentido el balance de los
últimos 30 años es desigual, por no decir poco brillante. Confusión y
perplejidad parecen haber sido los signos de identidad de los años noventa y
los 2.000. Algunos afirman haber salido de la perplejidad, pero no es nada
seguro que sea cierto. Pero acontecimientos como la extinción de la Unión
Soviética (en teoría el más totalitario y menos reformable de los regímenes
autoritarios del siglo XX), la explosión de Yugoslavia, las masacres de Ruanda
y la región de los Lagos, la Guerra del Golfo de 1991, o la guerra de Irak
iniciada en marzo de 2003, han contribuido a desorientarnos a todos. El error
de una cierta tradición conservadora, en política y en economía, fue darse por
satisfecha con una lectura superficial de la crisis y desaparición de la URSS, y
por extensión de todo aquello que denominábamos bloque del Este, sin
esforzarnos en inclinarnos sobre el enfermo –terminal—para ver si las razones
profundas de su agonía no eran más complejas de lo que parecían, y todavía
más, si era cierto que aquella defunción soviética anunciaba realmente la
solución de todos nuestros problemas a escala mundial. Es cierto que, si nos
quedamos en una lectura superficial de la crisis de la URSS, la izquierda
europea tampoco entendió bien su sentido, ya sea porque una parte lo vivió
como un trauma difuso o explícito (esto último sólo unos pocos), ya sea
porque la mayoría lo vivió como un malestar difícil de procesar. Algo así
como: Así que al final ¿la derecha tenía razón? ¿ahora sólo queda Estados
Unidos?.

Un mal debate, o un debate mal planteado, éste era el problema. Un mal


debate, si el enfoque consiste en partir de la premisa de que la caída de la
URSS presupone el triunfo definitivo del capitalismo, o que el mercado habría
triunfado. Un mal debate del que la tesis sobre el fin de la historia sería su
expresión más absurda, porque contrapone de manera simplista (y
reduciendo las variables a dos) los parámetros de un problema mucho más
complejo. Por otro lado, corremos el riesgo de perder de vista la realidad
esencialmente dinámica de la política como fenómeno social. La Historia es
dinámica, no es una foto fija. Las sociedades están, por definición, en un
proceso de cambio permanente, en mutación estructural, y en el centro de
esta dinámica hay un motor que se llama conflicto. No hay sociedad sin
conflictos, no hay sociedad quieta, homogénea, compacta: una sociedad en la
que los problemas habrían tenido una solución definitiva, gracias a la
aplicación de una determinada fórmula ideológica. Los ritmos de estas
mutaciones pueden variar mucho –acelerarse, ralentizarse, detenerse
momentáneamente—y los conflictos pueden ser muy variados y adoptar
formas muy distintas. Precisamente, ha habido sistemas políticos que,
partiendo de la pretensión de que con su recetario ideológico y sobre todo de
la rigidez de sus instituciones y sus normas (es decir, los sistemas
totalitarios), han topado con la imposibilidad total de adaptarse a los cambios
inherentes a su dinámica social: esto es, en síntesis, lo que le sucedió al
régimen de la Unión Soviética. Si el marco institucional, normativo, cultural,
social, no es adaptable (por demasiado rígido), al final estalla. El fracaso de
los regímenes totalitarios tiene su raíz en aquella sencilla ecuación.

Esta rigidez del régimen soviético engañó a todo el mundo, pero las
formulaciones críticas fueron insuficientes o llegaron tarde. El escritor francés
Jean François Revel, por ejemplo, en un tono ciertamente arrogante, afirmaba
en los años ochenta que el triunfo del comunismo soviético era inevitable y
que “las democracias quedarían como pequeños y ridículos paréntesis en la
Historia”, simplemente porque partía de la afirmación (ampliamente
compartida) de que la URSS no era reformable desde fuera, por una guerra
(como la Alemania nazi o la Italia fascista), ya que su estatuto de
superpotencia mundial la protegía de tal eventualidad. Ni reformable desde
dentro, por su naturaleza totalitaria. Y al final la URSS sufrió una implosión,
que es el término que los técnicos usan, por ejemplo, para designar la
explosión de un televisor de los antiguos por causas estrictamente internas.
No, al final la rigidez totalitaria sin precedentes de la URSS fue la principal
causa de su desaparición.

23 de
agosto de 1991: Yeltsin, presidente de Rusia, impone a Gorbachov el decreto
de cese de actividades del Partido Comunista (imagen: El Periódico)
Por esta razón, el análisis del caso soviético es muy importante, más allá de
que ahora nos parezca un problema de historia antigua, y en el terreno de las
ideologías, un problema casi de arqueología. La importancia se deriva de que
su existencia dominó buena parte del siglo XX, desde la revolución de octubre
de 1917 hasta su extinción en 1991. Dominó completamente la estructura del
mundo bipolar (con Estados Unidos), mundo en el que casi todo lo que
sucedía entraba en esta lógica bipolar. Aún no hemos terminado de explorar
las consecuencias de esta lógica bipolar, y las de su desaparición. Pero el fin
de aquella superpotencia, la URSS, nos da mucha información sobre lo que
fue como experimento político y social. En primer lugar, el bloque del Este,
encabezado por la Unión Soviética, era considerado por todo el mundo como
parte integrante del norte (en el eje norte-sur, que define la escala desarrollo-
subdesarrollo en el sistema internacional), es decir, se trataba de un conjunto
de países industrializados, con un elevado nivel de prestaciones sociales, etc.,
aunque con estructuras políticas ciertamente autoritarias.

En segundo lugar, ello nos permitió descubrir que el sur no siempre esta en el
sur geográfico, sino que estaba más al norte, hacia el este, pero también
entre nosotros, en nuestras propias sociedades (el cuarto
mundo,   la exclusión social). Los temas de debate se van así sucediendo unos
a otros. Pero no hay que olvidar que el asunto de la URSS lo cerró Gorbachev,
que hizo en cinco o seis años dos cosas que la teoría vigente
consideraba imposibles: acabar con la Guerra Fría, y acabar con el
comunismo soviético. La primera razón que llevó a Gorbachev a iniciar
la  perestroika y la glasnost (palabras estrella durante años, y hoy casi
ininteligibles para nuestros estudiantes universitarios) no fue ciertamente
acabar con el sistema soviético. Al contrario, pretendía reformarlo, para
hacerlo competitivo en la escena mundial. El punto de partida, meritorio en sí
mismo, era que aquello no podía durar. La razón última, o en última instancia
lo que convenció a Gorbachev, primer dirigente soviético en seguir este
razonamiento hasta el final, era que toda eventual reforma de la URSS se
situaba en un contexto de sistema mundial único, unidad de la que no se
podía escapar, que lo sobredeterminada todo, y portadora de una dinámica y
unos constreñimientos objetivamente irresistibles. De modo que la reforma
estructural, no sólo se situaba inevitablemente en este marco, sino que sólo
podía tener como objetivo la integración de una URSS reformada en este
mundo global. En todo caso, se trató de una dinámica que, una vez puesta en
marcha, encadenaba una secuencia lógica que terminaba en una conclusión
fatal (para la URSS): el mundo de finales del siglo XX ya no era el escenario
de una competición antagónica entre dos modelos distintos e incompatibles,
el comunismo y el capitalismo. Pero tampoco era el escenario armónico del
triunfo de la segunda opción, sin más problemas ni más competidores. Era
otro escenario mucho más complicado y conflictivo.
Conferencia del movimiento de países no alineados en Belgrado, 1961. De
izquierda a derecha, Nehru, Nkrumah, Nasser, Sukarno y Tito (foto:
carpetashistoria.fahce.unlp.edu.ar)
La hipótesis interesante era ver cómo el fin de la URSS contribuía a abrir un
debate en profundidad -sobre todo en el seno de la izquierda-  sobre las
necesarias reformas teóricas globales que habían servido para interpretar el
mundo de la posguerra. En particular, en relación a la hipótesis del modelo
único emergente: democracia representativa + economía capitalista, para
simplificar, así como la posibilidad o no, la pertinencia o no de modelos
alternativos globales, más o menos radicales, más o menos totales (de
alcance mundial, y de contenidos absolutos: economía, cultura, ideología,
instituciones, normas, etc.). Se entiende modelos globales en el sentido que
pretendió ser portador de una alternativa total el modelo soviético en su
origen revolucionario.

Es difícil demostrar determinadas correlaciones, pero las décadas de los


noventa y los 2.000 empiezan con la desaparición de la URSS, pero también
con un impulso sin precedentes a la generalización de la
democracia política (la democracia social es un problema más amplio), por
ejemplo en Latinoamérica. Elecciones abiertas y competitivas, declive del
militarismo como forma de supuesta gobernanza, legitimidad de la alternancia
política por vía electoral. Pero como se vio poco después, siempre bajo la
sombra de la hipoteca de la cuestión social (por resolver o corregir de modo
significativo), la corrupción de la democracia bajo formas populistas o
demagógicas) y otras formas de degradación civil. Con todo, sin retorno a los
golpes de Estado como fenómeno recurrente.
Traspaso de poderes de Augusto Pinochet a Patricio Aylwin tras las elecciones
de diciembre de 1989 (foto: AFP)
De todo ello, en suma, no se deducía automáticamente un triunfo de la
democracia entendida a la manera de un Ronald Reagan, que en su día
afirmó: “¿Democracia? Es exactamente elecciones más economía de
mercado”. No exactamente, o no tan sólo. Con otras palabras, la desaparición
de la URSS, fuesen cuales fueran las expectativas que levantó, y el potencial
de cambio que introdujo en un sistema internacional congelado y osificado, no
ha comportado ni el final de la conflictividad a escala mundial, ni ha resuelto
(o disminuido sustancialmente) las tensiones inherentes al eje norte-sur y sus
problemáticas específicas.

En este contexto, la crisis de los paradigmas teóricos tradicionales, es decir,


los parámetros del pensamiento clásico en las relaciones internacionales
vigentes durante la Guerra Fría, debiera habernos llevado durante los años
noventa (y precisamente bajo el estímulo sin precedentes de la extinción de la
URSS) a repensar los fundamentos del sistema mundial como sistema
unificado, a repensar la manera de pensar esta realidad. Por ello hablo
de crisis de paradigmas de pensamiento, crisis de instrumental teórico, de
herramientas. Cómo pensar el mundo como un sistema global, en plena
mutación estructural (no se trata de cambios puntuales, parciales o
coyunturales), con muchos problemas a la vista, algunos viejos, otros nuevos
y desconocidos, y necesitado de un debate en profundidad sobre síntomas, y
soluciones más democráticas, más abiertas e integradoras, tanto en lo político
como en lo económico y social.
Margaret
Thatcher y Ronald Reagan en 1985 (foto: Reuters)
Económicamente, por ejemplo (y no hace falta ser un experto en economía
mundial para tener una opinión al respecto), el sistema sigue funcionando por
la vía de hecho, de modo vertical, en el sentido de una jerarquía de poder
fáctico, ni consentida ni legitimada por procedimiento ninguno, y con pocos (o
ninguno) mecanismos de corrección de las desigualdades que esta dinámica
genera. Es el laissez faire, laissez passer del primer capitalismo liberal, pero a
escala planetaria y con dinámicas mucho más aceleradas via Internet. La
lógica del interés material, entendido como interés particular (ya sea de
individuos o de corporaciones), o como interés de estados o gobiernos, es
decir, de predominio del criterio de beneficio sin contrapesos o mecanismos
correctores, no digamos ya con medios de control de legalidad o democráticos
sobre la redistribución del excedente, es la tónica general del
sistema económico global. Y por ello es inevitable sacar algunas conclusiones
de la volatilidad del en su día (principios de los años noventa) novedoso
concepto de nuevo orden económico internacional.
11 de septiembre de 1991: discurso del Nuevo Orden Mundial de George H.
W. Bush (imagen: The New American)
Políticamente, como se ha podido constatar a lo largo de estos años, los
actores estatales y las organizaciones internacionales, con el trasfondo de las
insuficiencias crónicas del derecho internacional vigente, coexisten
difícilmente con actores transnacionales emergentes, algunos de ellos poco
susceptibles de control de ningún tipo. Y que tienen perfiles tan diferentes
como las ongs, las empresas multinacionales, los terrorismos, las ideologías
globales, los flujos comunicacionales basados en nuevas tecnologías,
los efectos web   o cnn, o los neofundamentalismos religiosos.

En este contexto, la admisión de la hipótesis de que después del mundo


bipolar se iba inevitablemente a un sistema mundial unificado, no podía
equivaler a un mundo pacificado, sin conflictos, armónico, ni tampoco –la
verificación ha sido obvia—al triunfo por aclamación del modelo liberal, o
neoliberal, denominaciones simplistas que distorsionan una realidad más
complicada y contradictoria. Simplemente, se puede empezar por admitir una
cosa más sencilla de formular pero más difícil de resolver: en los últimos
quince años hemos ido hacia un sistema más desordenado, más
desestructurado, y sobre todo menos visualmente comprensible que el
sistema bipolar. Ya que las componentes conflictivas del sistema no han
desaparecido (sino que han mutado sus modos de expresión), la competición
entre formas de interpretación de la realidad, y entre posibles fórmulas de
solución de los problemas de nuestro tiempo queda por definición abierta. En
esta perspectiva, efectivamente, no es tarde para reabrir el debate sobre las
consecuencias a largo plazo, estructurales, pero también en el campo de la
teoría (que es el instrumento que necesitamos para explicar y dar sentido a la
realidad), de la desaparición de la URSS y del mundo bipolar. De hecho, en
esta perspectiva el estallido del movimiento antiglobalización en la segunda
mitad de los años noventa, rebautizado poco después (en el Forum Social
Europeo) como movimiento altermundialización, debe considerarse al menos
como un síntoma de que el debate abierto en 1989 no se ha cerrado. Cupo la
posibilidad de que se cerrase en falso, pero sigue abierto.

Manifestantes contra la cumbre de la Organización Mundial del Comercio en


Seattle, 1999 (foto: izquierdadiario.com)
Pero ¿y el Fin de la Historia?

Volvamos pues nuestra atención, hoy, quince años después, a lo que fue el
primer intento de reflexión teórica sobre el colapso estructural. El punto de
partida era correcto, pues de las pocas que estaban claras a partir de la caída
del Muro, es que algo había terminado para siempre: el mundo bipolar. Pero
si la estación de partida del mundo postbipolar estaba claro, el punto de
llegada o incluso el mapa de su viaje no lo estaba de ninguna manera. Las
razones son muchas.

Es cosa sabida que los grandes cambios históricos no siempre pueden ser
bien percibidos con claridad por los contemporáneos que los viven, mientras
los viven. O bien, la percepción de los mismos tiene distorsiones diversas. Es
normal, falta distancia, y únicamente el paso del tiempo llegará a dar aquello
que designamos como perspectiva histórica.
Para volver al encabezado de este apartado, el mero hecho de titularlo “El fin
de la Historia” es una manera de aceptar la legitimidad del debate
internacional abierto en su día, en 1989, por Francis Fukuyama, en las
páginas de una pequeña revista de política internacional (de reducida tirada,
cinco mil ejemplares, lo que en Estados Unidos es poca cosa), “The National
Interest”. Y no se trata ahora de cuestionar la legitimidad que el intento tuvo
en su época, a pesar de las críticas que el artículo tuvo en su día, ni en el
olvido en que ha quedado relegado al cabo de treinta años. Cierto, todavía se
le cita aquí y allá, pero en general es para subrayar la escasez de intentos
creíbles de explicación teórica del momento actual de las relaciones
internacionales. Vale la pena reflexionar sobre la importancia y el eco que
tuvo, al coincidir prácticamente con la caída del Muro de Berlín. Fukuyama
pasó de ser un simple comentarista político, a formar parte en la nómina de
los teóricos que pasan a hacer de practicantes (en inglés practitioners, los que
aplican en la práctica sus propuestas intelectuales) en la toma de decisiones
en política internacional. Ello no es infrecuente en la tradición de la política
exterior de Estados Unidos, como lo muestran los casos de Kennan, Kissinger,
Brzezinski o Rice, bajo las presidencias de Truman, Nixon, Carter o George W
Bush respectivamente. Antes de ello, se había distinguido con una tesis sobre
la URSS y Oriente Medio, y había trabajado como analista  en la Rand
Corporation, prestigioso think tank (centro de estudios) de California que
trabaja mucho para la Administración de Washington. Es decir, que no era un
analista ni totalmente neutral, ni ajeno a un contexto muy preciso, el del
poder político de Washington. Otro aspecto digno de mención es que todo
parece que el artículo fue escrito en el verano de 1989, la perestroika ya era
una palabra clave, sus efectos sobre la política mundial era espectaculares,
estábamos en plena gorbimania (de nuevo, término de gran éxito acuñado a
finales de 1987, con motivo de la visita oficial de Gorbachev a Washington
para firmar el tratado de reducción de armas nucleares intermedias conocido
por sus siglas INF), pero el artículo pasó desapercibido. Hasta la caída del
Muro el 9 de noviembre, y entonces, con el derrumbe del símbolo y metáfora
de la Guerra Fría y sus paradigmas, Fukuyama saltó a la fama. ¿Acaso su
artículo, escrito antes, no era profético? El debate quedó servido: la caída del
Muro ¿confirmaba o no las tesis de Fukuyama? Cabe reconocer que la
inmediata intensidad del debate era ya una señal de la relativa pobreza
intelectual en curso desde mediados de los ochenta, así como de la mezcla de
pretensión y de confusión con la que asistíamos a la delicuescencia de
la Guerra Fría. Confusión muy ampliamente repartida, y en relación a la
acusación de pretenciosidad, algunos de los críticos también cayeron en ella,
sobre todo por el simplismo y la sobrecarga ideológica de algunas de las
réplicas. Al menos, hubo que reconocerle a Fukuyama la prudencia de haber
puesto el título de su artículo entre puntos de interrogación, precaución
elemental cuando se intuye algo pero no se está seguro del todo al respecto.
Pintadas en la parte conservada del muro de Berlín (foto: Oleksandr
Prykhodko/Alamy stock)
Pero volvamos al primer artículo, de 1989, cuya tesis central se puede
resumir así:

“Puede que seamos testigos no sólo del fin de la  Guerra Fría, o del transcurso
de un período particular de la historia de la posguerra, sino de la conclusión
de la Historia como tal. Es decir, el punto final de la evolución ideológica de la
humanidad y la universalización de la democracia liberal occidental como a
única forma de gobierno humano. Ello no quiere decir que no vayan a haber
acontecimientos para seguir llenando las páginas de  Foreign Affaire  (u otras
publicaciones especializadas) sobre las relaciones internacionales, pues la
victoria del liberalismo se ha producido sobre todo en el terreno de las ideas 
y de la conciencia, y todavía no es completa en el mundo real o material. Pero
existen poderosas razones para creer que será el ideal que gobernará el
mundo material en el futuro”.

Y añadía:

“¿Hemos llegado realmente al fin de la Historia? Con otras palabras ¿existen


contradicciones fundamentales en la vida humana que no se puedan resolver
en el contexto del liberalismo moderno, y que podrían resolverse en una
estructura político-administrativa alternativa?”.

Observe el lector que Fukuyama va puntuando su argumentación de


interrogantes, de modo que la precaución tomada en el mismo título del
artículo, no le abandona a lo largo de todo el texto. Las réplicas no se hicieron
esperar, cayeron como granizo, pero debemos volvernos a situar en el
contexto de la época, en el impacto de la perestroika, no digamos ya el
terremoto de la caída del Muro y su retransmisión en directo, en tiempo real,
y a escala mundial. Pierre Hassner entraba en cambio en el núcleo de la
propuesta interpretativa de Fukuyama. Según Hassner, el polémico autor no
ignora la existencia del Tercer Mundo y sus problemas, ni tampoco ignora que
las guerras y la pobreza siguen siendo en aquel territorio los paradigmas
dominantes, lo cual situaría a los países y pueblos de la periferia “todavía en
la Historia”. Pero hace una cosa más grave: los considera excepciones
filosóficamente irrelevantes en relación al núcleo central de su tesis. La razón
es sencilla, dice Hassner, porque según Fukuyama su situación material y su
conflictividad no comportan elementos significativos, portadores de
alternativas globales, ni el campo del pensamiento ni en el de las propuestas
políticas, institucionales o normativas. Los márgenes del sistema mundial son
dignos de compasión, pero no son portadores de modelos alternativos. Para
Fukuyama, después de la caída del Muro no quedaría nadie capaz de jugar el
rol de desafío global al liberalismo, al modo como en el siglo XX lo han sido el
comunismo soviético o en su día el nazismo y el fascismo.

Campame
nto de refugiados ruandeses en Kibumba (Goma) tras el genocidio de 1994
(foto: Sebastiao Salgado/El País)
Para concluir, se acaban así los grandes enfrentamientos históricos, el triunfo
definitivo de la democracia liberal queda asegurado y nos esperan tiempos de
aburrimiento. El propio autor lo dejó escrito:

“El Fin de la Historia será triste. La lucha por el reconocimiento, la disposición


a arriesgar la propia vida en nombre de finalidades puramente abstractas, la
lucha ideológica universal que daba prioridad a la osadía, al atrevimiento y al
idealismo, todo ello será sustituido por el cálculo económico, por la solución
técnica de los problemas, por la solución de los retos ecologistas y de la
satisfacción de las necesidades sofisticadas de los consumidores… No habrá ni
arte ni filosofía, sólo el mantenimiento perpetuo del museo de la Historia de la
Humanidad. Personalmente siento nostalgia por los tiempos en los que existía
la Historia…”

Y un párrafo antes nos había prevenido:

“Esto implica en ningún caso el fin de los conflictos internacionales como


tales. Efectivamente, a este nivel el presente trabajo debería dividirse entre la
parte histórica y la parte poshistórica. Podrán seguir existiendo conflictos
entre estados que ‘aún están en la Historia’ y estados que ‘ya han llegado al
fin de la Historia’”.

Fukuyama, en suma, incurre en el lugar común de universalizar las categorías


en las que se basa un determinado discurso construido desde percepciones
muy personales, muy parciales, para erigirlas en categorías universales. Es
cierto, por ejemplo, que desde el punto de vista de la confrontación entre
grandes modelos políticos históricos, los fascismos históricos (alemán e
italiano) fueron derrotados militarmente por la segunda guerra mundial. Lo
fueron como regímenes políticos empíricos, como formas de gobierno. Pero el
fascismo como ideología y como fenómeno social (el racismo, el
antisemitismo, la xenofobia) no ha muerto, ni tampoco puede darse por
descontado que no esté en condiciones de causar mucho daño, incluso a
escala global en sus diversas acepciones.
Restos de los musulmanes asesinados en julio de 1995 por los serbobosnios
del VRS en la ciudad de Srebrenica (1995)(foto: Tarik Samarah/Euronews)
Paradójicamente, o quizá involuntariamente, Fukuyama revitalizó un tema de
gran importancia, aunque no hizo del mismo una formulación prudente o
convincente. La crisis del modelo soviético ayudó a reabrir el debate sobre el
futuro de la importancia social, institucional y política del modelo que
genéricamente denominamos Estado Social y Democrático de Derecho, sus
perspectivas de cambio, de adaptación, de superación de la famosa crisis del
Estado del bienestar (acuñada con motivo de la crisis internacional de 1973 y
el primer choque petrolero), y de su indispensable supervivencia. ¿Por qué?
Precisamente por su mejorabilidad, su propia capacidad de adaptación a
cambios sucesivos. La crisis y la desaparición de la URSS había de tener,
como ya se ha dicho,  un impacto considerable en el Tercer Mundo, en el
horizonte inmediato de diversos movimientos de liberación nacional, de perfil
anticolonialista y por tanto antioccidental, de matriz laica, tuvieran en mayor
o menor grado algún de vinculación con la URSS. Cuándo y cómo, prefiere no
entrar en ello, porque se trata de un camino potencialmente subversivo, en la
medida que lleva al análisis causal de las razones (causas y efectos) de los
desajustes del mundo actual. Pero no se puede ignorar –y Fukuyama lo intuyó
acertadamente—que el fin de la Guerra Fría indujo una fuerte revalorización
de las expectativas de la democracia política, del pluralismo, de los derechos
humanos como valores universalmente exigibles, y que ello ha tenido un
impacto considerable a escala global, incluido el Tercer Mundo, impacto
durante cierto tiempo relegado y subestimado, con el apoyo innegable de una
cierta izquierda europea, sobre todo durante los años de la Guerra Fría.

Volvamos sin embargo al debate provocado en sus inicios por el famoso


artículo, y las controversias subsiguientes. Además del ya citado Pierre
Hassner, hay que mencionar la severa réplica de Andre Fontaine, entonces
director del prestigioso diario francés Le Monde y posteriormente columnista
de renombre, centrada en la crítica al modo como Fukuyama utiliza, desde la
ignorancia o la superficialidad, la categoría Historia en el devenir de la
Humanidad. Fukuyama replicó, en particular desde el mencionado libro de
1992, insistiendo en que la democracia sigue creciendo y se ha quedado sin
adversarios dignos de tal nombre. Pero insiste en no tomar nunca en
consideración una variable de fondo que los años noventa y dos mil han
confirmado sin duda alguna: la fragilidad y la condicionalidad de la
democracia política en relación a situaciones económicas y sociales injustas,
desequilibradas, y si tales tendencias, en diversos países de la periferia no
tienden a disminuir, sino a aumentar, entonces aquélla (la democracia política
como forma de gobierno) tenderá a ser un privilegio de pocos, no un bien
universal en expansión irresistible e irreversible.
[Este artículo se publicó en castellano gracias a la autorización del autor. En
su versión en italiano salió publicado por primera vez en la revista
Micromega, nº 6/2019 a la que «Pasos a la izquierda» agradeció el permiso
de publicación]

(*) Pere Vilanova Trias. De 2008 a agosto 2010 fue Director de la División
de Asuntos Estratégicos y de Seguridad (DAES) del Ministerio de Defensa. Ha
sido miembro de misiones institucionales exploratorias o de observación
electoral en lugares como Bosnia y Herzegovina, Palestina, Indonesia, Asia
Central y Haiti. Autor entre otras publicaciones de Orden y desorden a escala
global (Síntesis 2006). 

Fuente: Pasos a la izquierda, nº 18 - Imágenes: Conversación sobre la Historia

Portada: desfile del 1 de mayo de 1963 en la Plaza Roja de Moscú (imagen: AP)

No es Rusia, es el capitalismo, tontón

Nunca se imaginaron Marx y Lenin, en sus lúcidos cerebros, ver al capitalismo en


su etapa superior engulléndose a sí mismo.

Misión Verdad

12 marzo, 2022

Mercenarios de la palabra, la imagen y el sonido

Una vez más la guerra se nos vende como pan caliente, los ignorantes cerebros
contemplamos sus consecuencias por los medios de desinformación. Se nos
vende cara una guerra, antes se nos aterrorizaba y engañaba con la información
de la guerra y sus consecuencias, pero esta guerra y las que vendrán, se nos
cobrarán como caros espectáculos, porque nuestros cerebros, cargados de
consumismo extremo, así lo exigen.

La guerra en Ucrania está siendo instrumento del reacomodo de los grandes


capitales en el mundo (Foto: Archivo)
Las empresas de armas, los medios de publicidad (falsa información en el mundo)
están haciendo su agosto, ya nadie cuida las formas. En masa, los criminales de
conciencia e ideología que llaman periodistas, comunicadores, intelectuales,
académicos, científicos, asociaciones deportivas, animadores, vendedores de
espectáculos, ministriles de cualquier arte, defensores de cualquier cosa que se le
pueda sacar provecho, religiosos, presidentes, políticos de cualquier rama de la
política, que va desde los extremos de derecha o izquierda, en su mayoría se
afiliaron al bando que más paga; porque todos ellos saben lo que está ocurriendo,
tal vez no sepan los intríngulis del negocio al que jamás serán invitados, pero sí
saben que habrá muchas migajas y ninguno de estos miserables mercenarios de
la palabra, la imagen y el sonido quieren quedarse sin su parte.

Los sensibleros, flácidos y pusilánimes cerebros de los sempiternos izquierdistas,


que toda su vida se han opuesto a la guerra, porque un día Marx, Lenin y otros
pensadores se opusieron a ella, jamás han investigado que si bien es cierto que
estos luchadores se opusieron a la guerra, no es menos cierto que tenían un
criterio distinto al de oponerse por oponerse, porque ya se sabe que en la primera
guerra, tanto Lenin como Rosa Luxemburgo, Liebknecht y otros luchadores se
opusieron seriamente a la guerra intercapitalista, pero no se quedaron ahí en la
mera declaración que los pudo haber convertido en cómplices pasivos de la
masacre, que años después ocurrió en Europa y otras partes del planeta, sino que
fueron capaces de organizar los partidos obreros como instrumento de combate
de quienes sufrieron los embates de la guerra intercapitalista, tarea que trajo como
consecuencia que la burguesía les persiguiera y asesinara tanto a Rosa
Luxemburgo como a Liebknecht, pero que también le permitió al pueblo ruso
intentar el experimento masivo de crear otra cultura. Lamentablemente, como no
ocurrió, todo el mundo lo condena, pero nadie intenta sensatamente un estudio,
un análisis profundo, de qué fue lo que ocurrió exactamente con la Unión
Soviética, sino que más pudo la comodidad, la laxitud, la ligereza de los políticos e
intelectuales, ya sean pagados, por ideología o por ignorancia, que llevar adelante
el análisis científico de los hechos.

Pero los sumisos, ellos se oponen desde sus cómodas posiciones frente a las
computadoras en sus confortables apartamentos u oficinas, porque los rusos
decidieron no dejarse joder, pero no porque les duelen los ucranianos, o les
trasnocha la tragedia de los pueblos que sufren el capitalismo en cualquiera de
sus modalidades, sino porque les pagan, o por ideología o por flojera mental o por
adocenados culturales, o porque creen que los rusos acabarán con la civilización
humanista, bella y bien ponderada que nos muestra la propaganda corporativa,
pero no se oponen porque tienen una posición seria ante los hechos que produce
el capitalismo todos los días contra la vida, sino porque a conciencia están
cobrando.

Para congraciarse con sus amos, la conducta miserable de los rastreros del
mundo los lleva a gritar pidiendo que detengan la guerra, pero nunca lo dijeron
cuando las élites de ladrones y asesinos cebados de Estados Unidos, Reino Unido
y Europa sometieron y someten a genocidios, bloqueos, sanciones, penurias a los
pueblos de Lugansk y Donetsk en la región del Dombás, a Siria, a Sudán, a Yemen,
Libia, Irak, Irán, a la República Saharaui, a Bielorrusia, Venezuela, Cuba, Nicaragua,
Rusia, por nombrar algunos.

Una turba de liderzuelos y ministriles hipócritas

Apenas tronaron los cañones de la guerra, se puso de manifiesto en la vida real


que nada es lo que se ha dicho, que las conductas ideológicas asumidas y
cobradas por académicos, profesionales, artistas, intelectuales, deportistas,
políticos, cuidagatos y cada una de sus asociaciones, son sólo posiciones en el
aire, matizadas por la modosidad hipócrita de las élites asalariadas. Pero cuando
se trata de pagar los favores a las mafias, no hay uno sólo que no vaya a besarle el
anillo a los padrinos del capital.

Cuando la nación rusa declaró con todo el derecho y la razón que le asiste en el
mundo capitalista, que iniciaría una operación militar especial para proteger las
vidas de ciudadanos rusos, que han sido asesinados por los intereses del
capitalismo asentado en los dominios del atlantismo, ocultos detrás de criminales
nazis de nuevo cuño, nacionalistas exacerbados, malandros, mercenarios,
reclutados por empresas privadas que tienen sus sedes en Europa o Estados
Unidos y acumulan riquezas con la muerte de gente en distintos países del mundo,
de inmediato se puso en marcha la gran maquinaria de propaganda e ideología
antirrusa, pero lo asombroso es que, como por arte de magia, un enjambre de
periodistas, locutores, animadores, mayordomos de la empresa política,
comunicadores sociales, ministriles de todo cuño, o mejor dicho, llamémoslos por
su nombre, criminales mercenarios, asalariados de las grandes corporaciones
capitalistas, que ideologizados o no se prestan para ocultar los crímenes y robos,
engañan, manipulan, fabrican la falsa noticia con descaro, son cínicos que van
desde los que dicen ¡no a la guerra!, pasando por los que esconden los hechos de
un bando, manipulan la información del otro bando, y los que simplemente
justifican los genocidios, etnocidios bajo el ropaje de que son seres inferiores o
estaban en el lugar equivocado, en el momento equivocado.
Incitadores sistemáticos de disturbios, promoción y hasta participación velada en
manifestaciones públicas claramente subversivas, instigadores de actos
extremistas violentos, también son una fábrica de información deliberadamente
falsa, sobre las acciones de las fuerzas rusas y las repúblicas de Lugansk y
Donetsk.

Son grupos o personas organizadas y entrenadas, para desde las empresas de la


desinformación masiva en el planeta fabricar falsos positivos, pruebas amañadas,
con las que se lucran, sin importar el daño que generan a la vida. Pero más allá del
lucro, estas personas también están cargadas de odio, son hostiles y esgrimen
razones políticas, raciales, nacionales o religiosas, para justificar su odio y
hostilidad contra los pueblos o personas a las que se le ha enseñado a temer.

Estos criminales por conciencia tienen una gran responsabilidad en los distintos
crímenes y robos que el capital ha cometido contra los pueblos del mundo, y lo
peor es que no les importan que asesinen, torturen o metan presos a los colegas
que asumen posiciones distintas, por el contrario, los entregan como los pajuos
de la escuela.

Antes de que borren sus declaraciones de no a la guerra y se vuelvan meneando la


cola a besarle la mano al nuevo amo que les dará de comer, sepan que no son más
que una turba de trepadores y liderzuelos hipócritas, ligados todos al capitalismo
decadente; una carreta a toda velocidad ya sin rueda, que se desboca en los
precipicios del nunca jamás.

El más grande pozo séptico del planeta

Todas las razones que se esgrimen para justificar la existencia de la guerra son
intrínsecas al mismo capitalismo, no tienen que ver con los pueblos, sus
religiones, color, género, frontera o lengua, es simplemente un problema
económico. Tiene que ver con el reacomodo del capital y de cómo un sector del
capital imperial se consume a otro sector en todo el planeta. Las escaramuzas que
hoy asolan a los pueblos de Rusia y Ucrania son sólo distracciones para la
verdadera guerra que se está desarrollando en todo el planeta, entre las grandes
empresas, bancos, corporaciones, sean de información, espectáculo, armas,
petróleo, agroindustria, deporte, droga, especulación financiera o lo que sea que
genere ganancia.

El intento de rehabilitación o reordenamiento que hoy intenta el humanismo para


seguir depredando al planeta en nombre de respetables ideas, se hará a costa de
millones de personas asesinadas, destrucción de herramientas, maquinarias,
áreas de servicios, energía irrecuperable, y sobre todo se atragantará con los
últimos ríos y montañas, convirtiendo al mar en el más grande pozo séptico del
planeta, lo que redundaría en miseria y mayor opresión para nosotros los pobres.

En su proceso de reingeniería, el capitalismo va a consumir muchísimo activo


natural, y cuando de nuevo entre en crisis y tenga que reinventarse, el ciclo de
devastación volverá a repetirse, cada vez con condiciones naturales más
miserables. Ya no habrá noche, ni luz, ni narración, ni vida activa para volverla
riqueza.

Una sola consecuencia indetenible del capital, porque el reciclaje sólo es un


negocio más: en la actualidad, el capitalismo produce al año 278 mil millones de
toneladas de basura, sin contar la que se acumula como edificios, fábricas,
autopistas en deterioro cotidiano, más todas las construcciones en ruina que
produce diariamente, que no se nota como basura, pero que lo será en el tiempo,
de manera que si la repartieran equitativamente nos tocaría como personas en el
planeta 37 toneladas a cada quien.

Las predicciones dicen que seguirá aumentando porque las ciudades, sobre todo
en los países-mina, eufemísticamente llamados en vías de desarrollo o
tercermundistas, no detienen su consumo desmedido y el capitalismo no hay
manera de detenerlo en la producción de basura.

El humanismo a través de su aparato de producción se ha consumido los activos


naturales que en su mayoría vueltos riquezas, destruyen las condiciones de la vida
que hacen posible la existencia de la especie que hoy en su mayoría deambula,
como zombi, en las grandes y pequeñas ciudades.
El capital lo engulle todo, incluso a sí mismo (Foto: Archivo)

No es cierto que un día el capitalismo funcionará favorable a las mayorías


esclavizadas, no es cierto que resolverá ningún problema, no es cierto que se
recuperará; por el contrario, su decrepitud y su ineficiencia se acentuarán. Esto no
quiere decir que desaparecerá por esfuerzo propio; seguirá retorciéndose hasta
transformarse en una bazofia, por el simple hecho de que jamás tendremos
memoria de lo que nos ocurre, por la finitud de nuestra forma de vida en tiempo y
espacio.

Toda esta tragedia que el capitalismo produce a la naturaleza en general, no así a


las élites que ejercen el poder, se debe a la sistematización de largos siglos de
experiencia que conducen a las élites, no a cambiar, sino a perpetuar el poder por
la vía permanente de la acumulación de fuerzas. Sustentando esta razón en la
posesión y organización de las armas como forma de garantizar el botín como fin
último de la cultura humanista y su aparato de producción capitalista, para de esta
manera superar las grandes taras que sufre esta especie como lo son el hambre, el
miedo y la ignorancia, que aún con todo el desarrollo de esta cultura criminal no lo
ha logrado.

La verdadera verdad verdadera es que eso no tiene solución en las propuestas


filosóficas, políticas, económicas, artísticas que hoy conocemos, todo el mundo
que tiene acceso al poder, ni conoce ni tiene intención de conocer otra manera de
existir, todo el mundo está alineado con el discursos y las acciones humanistas
que rigen al planeta, y mientras eso sea así, a nadie se le ocurrirá, más allá del
panfleto, la consigna y el cliché, cascarones vacíos de religiones, reformadores y
progresistas, nadie quiere generar otro discurso, otro experimento, otro hacer.

Pero verdaíta, la única opción está en la creación de un pensamiento que no


busque salvar lo existente, que busque superar el eterno presente al que nos han
condenado los antiguos. Nos toca pensar su creación y aplicación experimental y
luego generar un modo de producción que haga posible otra costumbre, una
cultura en el cuerpo que no sufra de la angustia y la ansiedad a las que nos
somete permanentemente el humanismo y su aparato de producción el
capitalismo, en nombre de superar las taras antes mencionadas.
En esta guerra que repetimos no es entre Ucrania y Rusia sino entre dos facciones
del capitalismo, una de ellas totalmente obtusa, aterrorizada y con mucho poder y
basada en elementos generadores de riqueza que rayan en la ficción, nuevas
tecnologías, espectáculos, etc. La otra basada en la producción real, estamos
hablando de generar riqueza a través de la producción de mercancía real, calzado,
carro, vestido, techo, mano de obra educada para ello, pretendiendo con esto
rehabilitar al capitalismo y sus organizaciones culturales, políticas, académicas,
artísticas, en general agrupadas en el Estado y darle un papel mucho menos
burocrático y más funcional, es decir, sacarlas del estanco al que le llevó el propio
capitalismo como su devenir natural.

Ahora, esta crisis no es nueva, ya ha ocurrido en diversas oportunidades, y estas


generaron dos grandes guerras en Europa, llevando a la población de una
importante porción del planeta a una gran carnicería. Esto les permitió quemar
mercancía y fundamentalmente deshacerse de una muy importante porción de
mano de obra a la que llevaron a morir a los campos de batalla, y sobre todo
rehabilitar el capital y mudarlo como imperio a un solo centro, no como antes que
estaba repartido en distintos territorios poderosos, especialmente en Europa.

Es de hacer notar que esa guerra no se desbordó, porque por un lado los resortes
éticos del trabajo esclavo no se habían destruido como hoy, en donde la mayoría
de la juventud en el planeta ya no le importa el trabajo como modo de proveerse el
sustento, sino que ya todo el mundo está ilusionado en la posibilidad de las
nuevas tecnologías y sobre todo que tienen conciencia de que trabajando no
podrán satisfacer el inmenso deseo de consumo que el mismo capitalismo les
instaló en el cerebro, y por otro lado no hay salario que les pueda satisfacer las
necesidades elementales, como comer, calzar, vestir, tener un techo aunque sea
alquilado, y esto ocurre en Japón, Europa, Estados Unidos.

Pero lo más grave aún es la ausencia de una ideología que le sirva de contención
para detener a los millones de zombis que se sublevarán por todo el planeta, al
percatarse que no tendrán ni para el plato de comida, y entonces salgan a
consumirse la riqueza acumulada, porque el capitalismo ha cosido sus bolsillos y
está vaciando los de las mayorías.
En las primeras crisis, el comunismo le sirvió de contención a la gran tragedia;
pero como en la fábula del sapo y el alacrán, la naturaleza del capitalismo lo llevó a
hundirle el aguijón al comunismo.

Me das lo que tienes o te invado

A nivel mundial se han movido todos los aparatos de propaganda, ya sea ONG,
fundaciones, medios, iglesias, partidos para condenar y rasgarse las vestiduras
ante la posición asumida por la Federación Rusa de ponerle un hasta aquí a los
capitales especulativos, que viven de la producción y tráfico de drogas, armas, a
través de sus agencias como la DEA, CIA, FBI, todas ellas confabuladas con
corporaciones que trafican con humanos, armas, en todo el mundo, ya sea
migrantes de cualquier género, color, prostitución o tráfico de órganos, pero que
tienen sus direcciones en los grandes bancos de Europa, Japón o Estados Unidos,
la producción decadente de espectáculos, de la especulación financiera, de la
manipulación de información privilegiada en las bolsas y juntas directivas
vinculadas a las finanzas en todo el mundo, la producción de información falsa o
sesgada a través de sus corporaciones de radio, TV, cine, impresos, telefonía,
Internet y otros medios electrónicos, que se confabulan para cayapear a los
pueblos del mundo y declararles la guerra, porque estos se niegan a regalar sus
recursos a estos criminales corporativos, y también el deporte controlado por sus
federaciones y asociaciones, en definitiva, a todas esas asociaciones
delincuenciales asentadas en Europa, Japón, Estados Unidos, que se valen de las
empresas políticas, judiciales, policiales, que cumpliendo con el papel de
mayordomos, les apañan todas sus fechorías.

Hoy todos los medios de propaganda e ideología de los dueños del mundo nos
están vendiendo la guerra como si Rusia la hubiera inventado. No es temerario
pensar que esta guerra intercapitalista nos colocará en otra disyuntiva jamás
pensada, nunca imaginada.

Apenas terminada la segunda guerra europea, en adelante hay intentos de


exterminio de la Unión Soviética y se declara la guerra fría, se inicia una serie de
invasiones en el mundo: Palestina, la península de Corea, Vietnam, Laos,
Camboya, varios países africanos, latinoamericanos; se sucede en Europa, la
llamada balcanización en la cual Yugoslavia es separada en muchos pedazos
caóticos, a los cuales se les puede dominar por separado; al mundo se le impone
el dólar como moneda para establecer la paridad, sustituyendo al oro en esa
función.
Ya vencida la Unión Soviética, se declara la unipolaridad por la vía de los hechos.
Desde entonces se implantó de manera directa la diplomacia del revólver en la
cabeza: me das lo que tienes o te invado.

En sus lúcidos cerebros

El llamado e identificado como el bloque atlantista, cuyo dueño son los capitales
asentados en Estados Unidos Europa y Japón, decidió que la historia se había
acabado, que el dólar debía dominar las paridades y transacciones financieras en
todo el mundo, que en adelante el poder concentrado en los territorios de Estados
Unidos decidiría qué pasa y qué no pasa en el mundo, cuando ya parecía como
dijera Hegel y luego lo panfleteara Fukuyama, que el fin de la historia había
llegado, todos debían ir a besar la mano del gran padrino imperial asentado en
Norteamérica como único capo de todos los capos, el capitalismo en su etapa
superior el imperialismo. Pero lo que ocurre hoy, nunca se lo pudieron haber
imaginado Marx y Lenin, en sus lúcidos cerebros, ver al capitalismo en su etapa
superior engulléndose a sí mismo.

Ya agotados los recursos, tanto en Europa como en Estados Unidos, los capitales
comienzan a emigrar hacia China y Rusia, en donde había y hay recursos naturales
y mano de obra necesitada, preparada y disciplinada a muy bajo costo, y como
vieron que era bueno, le dieron el santo y seña y vengan todos a emigrar, no en
balsas, tripas de cauchos, sino en las más altas tecnologías de la primera clase del
capitalismo, que siempre ha sabido que las oportunidades las pintan calvas, y
ellos lo saben muy bien.

Mientras en Estados Unidos invierten un dólar y obtienen un centavo, en Asia


invierten un centavo y obtienen diez dólares. Todos andaban felices, hasta que los
capitales que no podían emigrar porque no podían ir a ofrecer producción y tráfico
de drogas, especulación financiera, espectáculos, desinformación, producción y
venta de armas; porque los capitales que emigraron fueron los que tenían que ver
con el principio del capital, producir bienes, mercancía, que genere ganancias,
impuestos, y por supuesto extracción de plusvalía a costos muy bajos en un
mercado controlado.
No habían trascurrido veinte años cuando se comenzó a sentir que estos capitales
emigrados habían rendido sus frutos, renaciendo estas dos grandes culturas
milenarias, la china y la rusa, ambas ubicadas en los territorios de Eurasia. Esto ha
traído como consecuencia que se enfrenten dos poderosas fracciones del capital,
la fracción netamente especulativa, que entiende que el mundo les pertenece y que
ese mundo debe obedecerle, que ese mundo ya no necesita Estados-naciones,
patrias, ni valores, aunque sean ideológicos que los guíen, que ese mundo debe
ser absolutamente individual, que ese mundo debe entrar en un caos controlado
para de esta manera poder obtener beneficios sin tener que trabajar, convirtiendo
a todo el mundo en su mina particular, sustentado en la prepotencia que da el
poder de las armas, la manipulación desinformativa y la especulación financiera.

Este sector del capital tiene bases militares en casi todo el planeta, sus medios de
desinformación están instalados en todo el mundo, sus mercancías se mueven por
todo el orbe, pero estas se han reducido a drogas, espectáculos, información
manipulada, especulación financiera, armas, empresas de mercenarios y unas
pocas tecnologías de punta, ya superadas por los capitales asentados en China y
Rusia.

Un oso fuerte y poderoso recorre los intersticios mentales de los líderes de


Estados Unidos, Europa, Japón y otros rastreros en el planeta. El miedo y el odio
se apodera de ellos y sus perros falderos, que trabajan afanosamente para tratar
de vender a Rusia como la madre de la guerra y a Putin como el malo de la película
y al pueblo ruso como un ciego seguidor. La única esperanza, creen tenerla, es
que pueden convencernos a las grandes mayorías de que este oso terrorífico nos
comerá a todos en todo el planeta, y que por ello debemos apoyarle como nuestro
salvador, pero el capitalismo en su delirio no se percata de que somos zombis y
que nos importa un carajo su destino, que hace mucho tiempo nos obligó a
separarnos de él.

El Cayapo

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