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Análisis

El mito de los
apellidos sefaraditas

Por Irving Gatell
26/06/2014 - 2:42 pm
 

IRVING GATELL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Este es un tema escabroso, especialmente porque en los


últimos meses han aparecido una gran cantidad de
listas de “apellidos sefaraditas”, justo en relación al
proyecto de ley con el que el gobierno español quiere
corregir una injusticia histórica, devolviéndole la
nacionalidad española a los descendientes de los judíos
expulsados en 1492.

Se han dado situaciones extrañas. Por ejemplo, una


persona de apellido Ramírez busca en la lista, y
encuentra que su apellido aparece allí. ¿Eso lo hace
judío? ¿Eso lo hace sefaradita? ¿Eso lo hace
descendiente de aquellos judíos expulsados en 1492 y,
por lo tanto, beneficiario de la nueva ley española?
RELACIONADA:“Muchas listas de apellidos son falsas;
los judíos carecemos de apellido”: Alejandro
Rubinstein

Vamos desde el principio.

El apellido es un invento relativamente moderno.


Durante siglos y siglos, la forma generalizada en la que
una persona se identificaba -además de su nombre- era
con el nombre de su padre: fulano hijo de fulano. Fue
una práctica casi universal. De ese modo, entre los
antiguos hebreos se desarrolló la costumbre de usar
nombres como Yehoshúa ben Nun (por mencionar un
personaje bíblico), que en español se traduce como
Josué hijo de Nun. En árabe la variante es mínima: en
vez de “ben” se usa “bin” o “ibn”, como en Osama bin
Laden (Osama, hijo de Laden).
En lenguas germánicas se usa la sílaba “son” o “sohn”,
como en Jackson (hijo de Jack), Johnson (hijo de John),
etc. En español se acostumbró el uso de la sílaba final
“ez”, y en portugués “es”. Por ejemplo, Rodríguez o
Rodrigues como “hijo de Rodrigo”. A partir de la Edad
Media, cuando se empiezan a establecer los primeros
gremios organizados, comenzó a ser frecuente que
algunas personas empezaran a identificarse por su
oficio, y que dicha identificación pasara de generación
en generación, porque un hábito muy común en los
gremios fue el oficio hereditario. De ese modo,
empezaron a aparecer apodos -que más tarde se
convertirían en apellidos- como Pescador, Herrero,
Zapatero, etc. Que, naturalmente, aparecieron en
diversos idiomas. Por ejemplo, en estos casos el
equivalente en germánico sería Fischer o Fisher,
Schmidt o Smith, o Schumacher. No sólo los oficios
pasaron a ser apodos que luego se convirtieron en
apellidos. También las características físicas y los
toponímicos (nombres derivados del lugar de origen). De
ese modo, Chaparro o Klein, Bermejo o Ross, Moreno o
Schwartz también empezaron a usarse como distintivos.
En el caso de los toponímicos, puede citarse como
ejemplo el caso de San Franciso de Asís. “De Asís” no es
su apellido, sino simplemente la ciudad de origen de su
familia. Dado que él nació en Francia durante un viaje de
negocios de sus padres, fue conocido como “el francés
de Asís”, que en italiano es Francesco D’Asis. Por simple
lógica, en esta etapa en la que más que apellidos se
usaban apodos -basados en lo que sea-, no existía el
concepto de un NOMBRE FAMILIAR. Es decir: si la
persona era identificada por su oficio -digamos, Herrero-
pero su hijo no se dedicaba a eso, entonces el hijo no
sería identificado como Herrero. La costumbre de poner
nombres familiares inalterables generación tras
generación es relativamente moderna. Ya se venía
dando en los círculos aristocráticos por razones obvias,
vinculadas con la legitimidad de la sucesión, pero más
que apellidos eran toponímicos que señalaban el
territorio sobre el cual se tenía el título nobiliario.

El hábito de usar un nombre familiar, heredable


generación tras generación SIN IMPORTAR el oficio, el
nombre del padre, el lugar de origen, o ningún otro
condicionante, es relativamente reciente. Apenas hacia
el siglo XVI fue que empezó a imponerse en algunos
países de Europa, y sólo hasta el siglo XVIII se volvió una
norma generalizada. En el resto del mundo, los
“apellidos” siguen siendo elaborados conforme a los
modos tradicionales ya descritos. Entendidas estas
ideas básicas ¿se puede hablar de “apellidos judíos”?
Depende de la perspectiva. Si nos atenemos al uso
tradicional de usar como “apellido” el nombre del padre,
no. En estricto, eso no es un apellido, ya que no se
hereda de generación en generación. Pero ciertamente
tenemos que mencionar que hubo familias judías que,
desde muy antiguo, tomaron nombres familiares. De
hecho, se sospecha que el primer apellido como tal -no
sólo judío, sino en general- fue Katz, debido a que la
palabra “gato” en latín es CATUS, y las consonantes de
ésta (recuérdese que el hebreo se escribe sin vocales)
son CTS, que funcionan como un acróstico para decir
KOHEN TZEDEK o KOHEN TZADIK. Entonces, las
primeras familias en hacer uso de un apellido en forma
habrían sido algunas de la Casta Sacerdotal (Kohanim)
judía, usando al gato como emblema. Pero, aún en ese
caso, estamos hablando de un grupo reducido de
familias. La realidad es que la abrumadora mayoría de
las familias judías no empezaron a usar apellidos sino
hasta después de la Edad Media. En estricto, apellidos
específicamente judíos serían los que muchos
inmigrantes tomaron a partir de 1948 tras la fundación
del Estado de Israel. El hábito fue hebraizar sus apellidos
anteriores. Así, por ejemplo, un ilustre humorista dejó de
apellidarse Kauffman para luego ser llamado Kishón. Así
que una costumbre masiva de usar apellidos judíos
apenas se puede identificar en Israel desde 1948. Pero
entonces ¿apellidos como Slomiansky, Tartakovsky,
Rusalsky o Mofshovitz no son apellidos judíos? No.
Estrictamente hablando, son apellidos rusos o polacos.
¿Y qué pasa con Rosenberg, Blumenthal, Goldstein o
Meyer? Son apellidos alemanes. Lo que sucede es que
fueron apellidos -rusos, polacos o alemanes-
frecuentemente usados por familias judías. Acaso en el
contexto sefardita se definieron apellidos inmersos en el
contexto arábigo, y por ello son apellidos claramente
semíticos, aunque muchos pueden ser usados también
por árabes. Todo lo anterior nos sirve para ir
comprendiendo lo difícil que es hablar de “apellidos
judíos” en general. Vamos con el contexto
hispanoamericano en particular, que es el que nos
interesa. Por ejemplo: en las listas de “apellidos
sefarditas” aparecen algunos como López, Ramírez,
Rodríguez, Martínez o Sánchez. Incluso, alguno que otro
charlatán ha publicado en internet que “el uso de la EZ al
final es característicamente judío…”. Errores y mentiras.
En primera, el uso de la EZ es perfectamente normal en
España (en Portugal es ES). No tiene absolutamente
nada de judío. Es la forma típicamente hispánica para
construir apellidos patronímicos (derivados de un
nombre). La única posibilidad para que un apellido
semejante pudiera considerarse realmente judío, sería
que se derivara de un nombre que sólo fue usado por
judíos. Por ejemplo, Maimónides, que es la forma
española de Ben Maimón (Hijo de Maimón). Pero aparte
de esos casos extraños y poco numerosos, el resto de
los apellidos que terminan en EZ son hispanos. Punto.
Pero ¿entonces por qué aparecen en las listas de
“apellidos sefarditas” algunos de estos? O más aún: en
los registros inquisitoriales -entre otras fuentes
documentales- aparecen muchas personas con estos
apellidos, procesadas por practicar el Judaísmo en
secreto. Sí, es correcto: hubo familias judías que, en el
entorno hispano, tomaron esos apellidos. Pero aquí lo
importante es diferenciar que UNA COSA ES UN
APELLIDO JUDÍO y otra cosa es UN APELLIDO USADO
POR JUDÍOS. Rodríguez significa “hijo de Rodrigo”. Hubo
familias Rodríguez o Rodrigues de origen judío, pero
también las que no tenían que ver absolutamente nada
con el pueblo de Israel. De hecho, por simple lógica
demográfica, LA MAYORÍA de las personas que se
puedan apellidar López, González, Rodríguez, Hernández,
Sánchez, etcétera, no tienen vínculos familiares con
ningún judío por vía de ese apellido (tal vez por otros sí).
¿Existen apellidos hispanos de indiscutible origen judío?
Seguro que sí. Algunos nombres pasaron directo del
hebreo al español o portugués, pero -nuevamente- son
casos excepcionales. Por ejemplo, no hay demasiadas
dudas de que la mayoría de las familias de apellido
Abreu sean de origen judío. Abreu es la simple
catalanización de Hebreo. Sucede lo mismo con un
apellido como Sábato, evidentemente derivado de
Shabat. O Tinoco, clara castellanización del hebreo
Tinok. Más ejemplos: se sabe que los judíos tuvieron un
gusto particular por tomar nombres de árboles. Eso
hace muy probable -aunque no seguro- que familias con
apellidos como Olivera, Carballo, Robledo o Pineda hay
sido, hace siglos, familias judías. Más relativo es todavía
el asunto de apellidos derivados de un lugar
(toponímicos), como Madrid, Sevilla, Toledo o Portugal.
Siempre, invariablemente, nos vamos a topar con
familias tanto judías como no judías que usaron esos
apellidos. A todo lo anterior hay que agregar un detalle:
los apellidos se pueden cambiar por diferentes razones.
Si se trata de ir a un evento relevante para los
mexicanos, basta con remontarnos a la Revolución
(1910-1917). Fue una época con tanta inestabilidad
social y tantos riesgos, que mucha gente cambió de
residencia y al establecerse en su nuevo hogar se
presentó con otro nombre para poder rehacer su vida sin
problemas. En consecuencia, llevar un apellido
actualmente no significa que la familia lo haya llevado
hace cien años. O, si se trata de casos que se dieron
entre familias judías, podría mencionar el caso de la mía:
los Gatell fueron, originariamente, una familia judeo-
catalana. En 1492 se exiliaron a Portugal -donde ya
estaba asentada la misma familia, aunque usaban el
apellido en lusitano: Gateño-, y por ello en 1497 fueron
obligados a bautizarse junto con todos los judíos
portugueses. En ese momento, los Gatel (en los
registros portugueses están registrados con esa
ortografía) tomaron el apellido Henriques. Con ese
nombre se trasladaron a Holanda, donde retomaron el
Judaísmo junto con todas las familias que fundaron la
comunidad sefardita de Amsterdam. Pero no todos
retomaron su apellido original; la mayoría se quedó
como Henriques. De cualquier modo, un grupo se
trasladó a Alemania, y en Hamburgo y Berlín retomaron
el nombre antiguo, aunque con ortografía alemana:
Gattel, que luego se transformó también en Kittel o en
Gotheil. Al salir de Alemania, las ortografías volvieron a
variar: en Italia se siguió usando Gattel, pero en Francia
pasó a ser Gatel, y en Estados Unidos la variante Kittel
devino en la nueva variante Keitel. En México, quiso la
buena fortuna que por un error de ortografía de un
funcionario de registro civil, los nietos y bisnietos de
Ygnaz Gattel pasaran a apellidarse Gatell -como
originalmente era hace más de cinco siglos-.
Personalmente, estoy seguro de que la mayoría de los
judíos del mundo pueden contar historias similares
respecto a sus apellidos. Siguiendo con el caso de las
familias judías, el asunto de los apellidos puede ser muy
subjetivo por otras razones. Por ejemplo: la identidad
judía se hereda por vía materna. Por lo tanto, un
verdadero judío puede llevar cualquier tipo de apellido:
japonés, irlandés, nigeriano, aborigen, sioux, lo que
gusten. Si la mamá es judía, la persona es judía.
Imaginen a un irlandés que optó por la conversión al
Judaísmo, y luego se casó y tuvo familia. Por ello, habría
una comunidad cien por ciento judía donde una familia
cien por ciento judía tendría un apellido irlandés.
Pongámosles O’Shaugnessy. Dentro de cien años,
cualquier investigador genealógico encontraría que hay
registros de nacimiento, bodas o funerarios JUDÍOS de
una familia O’Shaugnessy. ¿Eso significa que los
O’Shaugnessy son judíos? No. Sólo significa que una
familia judía -por la razón que gusten- usó ese apellido.
Pero O’Shaugnessy es y seguirá siendo un apellido
irlandés. Esta situación se dio muy frecuentemente con
las familias Cripto-Judías en América Latina. En muchas
ocasiones, buscaron que las hijas se casaran con
cristianos sin ningún vínculo con judíos, para que el
apellido a heredar fuese un apellido no registrado por la
Inquisición. Los hijos, naturalmente, eran educados en
secreto como judíos, si bien sólo se les revelaba su
origen después de cumplir los 13 años de edad. De ese
modo, muchos apellidos hispanos que no tenían ningún
origen judío, pasaron a ser usados por familias judías. Y
sucedió lo contrario: personas nacidas en familias
Cripto-Judías y que llevaban apellidos que, aunque no
necesariamente son judíos, pero que fueron traídos a
México por familias judías -como Fonseca, Silveira,
Coronel, Aguilera, Treviño o Cardozo-, en algún momento
pudieron decidir abandonar el asunto del Judaísmo y
formar una familia cristiana normal. Al casarse con una
mujer que no tuviera ningún vínculo con el Judaísmo, la
siguiente generación dejó de ser judía, y probablemente
los nietos ni siquiera se llegaron a enterar del origen de
la familia.
De todo lo dicho, son dos las ideas que quiero que
queden claras: 1.Es muy difícil hablar de apellidos
verdaderamente judíos. Casi imposible. Las variables
pueden ser tantas, que al final tenemos que llegar a una
conclusión por demás lógica: lo judío está en el
individuo, no en el apellido.
2.Para el estudio de las familias Cripto-Judías en
América Latina y su identidad, los apellidos no son el
mejor lugar para comenzar o fundamentar nuestras
conclusiones. En realidad, este es un fenómeno más
complejo que una mera cuestión de apellidos, y vamos
-poco a poco- a ir explicando por dónde se agarra el
tema. Entonces, si usted está interesado en el tema y se
encuentra su apellido en una de las tantas listas de
“apellidos sefarditas” no se emocione. Del mismo modo,
si no lo encuentra, no se espante. Le puedo asegurar que
cualquier conclusión rápida que se saque de esas listas
es, seguramente, falaz. A partir de la siguiente nota,
empecemos a desglosar quiénes son estos, los judeo-
conversos o Benei Anusim o Cripto-Judíos o Marranos o
Cristianos Nuevos. Porque parece que son lo mismo,
pero la realidad histórica es que no. Comparte esto:

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