Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Lo paradójico del vivir: nos experimentamos como seres desnudos, carentes y finitos,
pero a la vez nos complacemos con aquello de lo que la vida depende.
La relación con el ser, en tanto funciona como ontología, “consiste en neutralizar el ente
para comprenderlo o para apresarlo. No es pues una relación con lo Otro como tal, sino la
reducción de lo Otro al Mismo” (Pág. 69). En esta relación, al tematizar lo Otro, se le
declara la guerra: pues aquella aparece como obediencia a lo anónimo e impersonal del
ser, y desemboca en la tiranía que permite suprimir al Otro, y esclavizarlo, hasta
asimilarlo al Mismo.
Por esta razón, es necesario invertir los términos. La ontología no debe preceder a la
metafísica; al contrario, el deseo metafísico del encuentro entre un Mismo y un
radicalmente Otro, entre un Yo y un Tú, donde se conserve la distancia pero se propicie
la relación, debe preceder al afán por aprehender y tematizarlo todo. El discurso ha de ser
como lo enunciábamos, el escenario que permita y, más aún avive, el Deseo por salir en
tránsito desde el egoísmo del yo hacia la alteridad del tú, permaneciendo disponible a la
relación metafísica, donde el Otro nos interpela, en tanto que rostro, y despierta en
nosotros la imposibilidad del asesinato, el imperativo: ¡no matarás!
2. El deseo metafísico
Este peculiar deseo, pues, no es colmado de una vez y para siempre. De hecho no puede
ser saturado nunca. Al experimentar las ansias por lo que permanece extranjero al mundo
no podemos sino recibir la exhortación a continuar el camino en aras de lo invisible,
seguir tendiendo y anhelando, sedientos. El hambre crece, la distancia se ensancha; se va
hacia lo ausente como se camina hacia la aventura: sin previsiones, sin anticipaciones, sin
ropajes: es el hombre en su desnudez anhelando aquello que quiebra sus modelos
cerrados, sus totalidades englobantes. La invisibilidad de lo anhelado, no obstante, no
“indica una ausencia de relación; implica relaciones con lo que no está dado, de lo cual
no hay idea” (Levinas, 2002. Pág. 58). No hay, pues, idea, es decir, no se trata de una
falta de claridad que haya que iluminar, no son tinieblas que haya que esclarecer para
lograr la cognición definitiva, la dominación de lo que había permanecido inasible; es el
afuera de la luz y el afuera de la noche, es lo Otro en todo el esplendor de su alteridad.
3. La epifanía del rostro. El rostro como comienzo siempre nuevo: ¡no matarás!
Al hablar del Otro en este sentido, y con ello empezamos a entrar de lleno en el terreno
de la ética, no nos referimos sin más a un objeto dentro de los objetos, a un pan, un
martillo o una casa. El Otro en tanto que otro es un tú, un otro que conserva la alteridad
respecto del Yo, y que no puede ser dominado por la unidad de un sistema en el que el
Yo y el tú sean tan sólo individuos de un concepto común. Es decir, el tú debe
permanecer extranjero respecto del Yo –así como el Yo permanece extranjero respecto
del tú-; no debe estar de lleno en su lugar, no puede ser determinado por sus categorías
conceptuales, y así, apresado y dominado por él. Hay entre ambos relación mas no
subsunción o totalidad.
¿Cómo sabemos del rostro? ¿cognitivamente? No, a través de una sensibilidad del gozo.
Una sensibilidad que no se reduce a una experiencia sensitiva o afectiva, sino a un
desbordamiento de significación del rostro, una significación que demanda la
responsabilidad del yo.
El rostro levinasiano, lejos de ser una pura sensibilidad cognitiva es una expresión que
interpela sin pronunciar palabra alguna. El rostro en su epifanía abre a una sensibilidad
cognitiva y del gozo mediante la cual el yo aprehende dicha evocación. La epifanía del
rostro hace de él apertura, que se sitúa en una inteligibilidad anterior y exterior a él. ¿Cuál
es la relación de inteligibilidad anterior y exterior al rostro? Una significación ética que
nos interpela y pone en tela de juicio la autoridad del yo: ¡no matarás!
Cita: “Manifestarse como rostro es imponerse más allá de la forma, manifestada como
puramente fenomenal, presentarse de una manera irreductible a la manifestación, como la
rectitud del cara a cara, sin la mediación de la imagen de su desnudez, es decir, en su
miseria y en su hambre” (Levinas, 2002, p. 213).
Este cara a cara con la miseria, el hambre y la pobreza como modos de significación del
rostro, proyectan una responsabilidad existencial que está al margen de la autonomía del
sujeto, es decir, un compromiso ético anterior a la decisión y acción del sujeto.