Está en la página 1de 4

ANÁLISIS ESPACIAL

Y ARQUITECTÓNICO
El Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) representa, a su manera, el
Chartres de los museos de arte moderno de mediados del siglo veinte. Así como el
Chartres sirvió como prototipo para las catedrales del alto gótico, el MOMA ha fungido
como prototipo para los museos de arte moderno. Representando un gusto nuevo y ajeno
cuando fue construido en 1930, rápidamente se convirtió en un modelo, no sólo para
todas las ciudades estadounidenses con aspiraciones de alta cultura, sino para todas las
capitales de Occidente. Más que cualquier otro museo, el MOMA desarrolló las formas
rituales que tradujeron la ideología del capitalismo tardío en términos artísticos vívidos e
inmediatos—un monumento al individualismo, entendido como libertad subjetiva.
Una visita al MOMA inicia en su fachada. Para apreciar plenamente su efecto
original, el visitante debe imaginarse el barrio sin todas las construcciones posteriores a la
Segunda Guerra Mundial. Cuando fue planeado en los años treinta, aunque en rápida
transformación, la zona aún estaba conformada por elegantes residencias de finales del
siglo diecinueve y principios del veinte principalmente. Al inaugurarse, las limpias y
depuradas formas de la reluciente fachada de acero y vidrio del MOMA anunciaban la
llegada de una nueva estética—un futuro de eficiencia y racionalidad. Desde la Segunda
Guerra, el área alrededor del museo se ha atiborrado de rascacielos que albergan las
oficinas centrales de numerosas corporaciones, prácticamente construidos en el Estilo
Internacional que el MOMA inauguró. Ahora el MOMA luce abrumado por sus vecinos
megalíticos. Pero originalmente representaba un signo de modernidad, a través de sus
sobrias y marcadas líneas que contrastaba dramáticamente con la retórica victoriana de
sus vecinos.
El MOMA ofrece una cara fresca hacia el mundo exterior: impersonal y silencioso—
una pared de vidrio. Una estructura ceremonial más antigua, como la iglesia de Santo
Tomás, un revival gótico, a un lado del museo señalaba todo un mundo alrededor a
través de su lenguaje arquitectónico, e implicaba la existencia de una comunidad ideal,
cuyos valores y creencias celebraba. Los elaborados portales de la iglesia y las
decoraciones escultóricas proclamaban el significado ritual del espacio interior. El MOMA
pertenece a la era del capitalismo corporativo. Se dirige a nosotros no como una
comunidad de ciudadanos, sino en tanto individuos privados que sólo valoran la
experiencia entendida en términos subjetivos. El MOMA no ofrece un mensaje para el
mundo “público”. El individuo sólo encontrará significados en el interior del edificio. El
vacío del translúcido muro exterior sugiere la separación entre lo público y lo privado,
exterioridad e interioridad.
Al emplear las convenciones retóricas de los edificios públicos, los museos
tradicionales como el Metropolitan de Nueva York o la National Gallery de Londres
dramatizan el pasaje del exterior al interior—de la vida cotidiana al espacio dedicado a la
contemplación de valores superiores. Aquí también la arquitectura afirma la existencia de
una comunidad. La entrada invita a dar el primer paso hacia un rito comunal, cuyas
distintas etapas están marcadas por la arquitectura. En el MOMA, el guión también inicia
en la entrada. Pero los términos del ingreso son muy distintos al igual que la arquitectura.
Sólo una membrana de vidrio, extendiéndose del pavimento hasta sobresalir, se
interpone entre la calle y el interior. No hay escalones que marquen el pasaje. Todavía
siendo parte del flujo de la calle eres visualmente atraído hacia el interior. Súbitamente
extirpado de la corriente del tránsito peatonal, pasas a través de las puertas giratorias e
ingresas en el reducido pero expansivo espacio de la planta baja. No hay un momento de
consciencia de este pasaje. Separado del movimiento de la calle, eres liberado en el
espacio interior como una molécula en un gas.
La planta baja es un espacio abierto y luminoso. Te sientes como si pudieras pasearte
por donde quieras. No hay imperativos arquitectónicos como aquellos del Metropolitan ,
con su enorme escalera y sucesión de grandes salones. En la planta baja del MOMA
experimentas una sensación exaltada de libertad individual para elegir—el tema principal
de este edificio en su conjunto. El espacio de la planta baja del MOMA crea una tensión
que eventualmente se resolverá en etapas posteriores del guión arquitectónico. En este
momento el problema es encontrar tu camino.
Más allá está el jardín—obviamente un lugar para el descanso que el recién llegado
todavía no se ha ganado. A la izquierda y derecha hay galerías para exposiciones
temporales. Los espacios más amplios albergan exposiciones más importantes y
retrospectivas, mientras que las salas más pequeñas, ubicadas cerca de la cafetería,
presentan tendencias recientes. Estas primeras galerías, normalmente exaltan la
sensación de perplejidad del recién llegado. El visitante experimentado ya sabe que no
las comprenderá hasta que no haya recorrido la ruta ceremonial principal—la colección
permanente ubicadas en el segundo y tercer piso.

Fuente: Duncan, Carol y Wallach, Alan. “Museum of Modern Art as Late Capitalist Ritual”. En
Marxist Perspectives, invierno 1978, 30-32.

También podría gustarte