La Misión de expertos o sabios es la segunda en la historia institucional convocada luego
de 25 años de la primera, compuesta por cerca de 50 científicos y académicos en ocho campos del conocimiento, que están trabajando desde febrero de este año para entregar en diciembre los fundamentos de una política de Estado en ciencia e innovación, concebida como un acuerdo político al más alto nivel que contiene una visión de largo plazo que contribuye al desarrollo sostenible del país, define unas temáticas prioritarias en ciencia, tecnología, innovación y educación, que se traducen en lineamientos estratégicos y en programas interdisciplinarios. Muchos consideramos que esta si es la última oportunidad para salir del atraso y la mediocridad de nuestro desarrollo. Corea del Sur hace 60 años era un país con un PIB per cápita equivalente a dos tercios del de Colombia, destrozado por una guerra internacional que mató a más de cuatro millones de coreanos, destruida su infraestructura, y sin recursos naturales para explotar. Sin embargo, la sociedad coreana en su historia milenaria demostró otorgar la máxima importancia a la educación, una real devoción por los niños, y sus cuadros dirigentes recibieron la influencia de la efectividad de la administración japonesa. Colombia es el contraejemplo de un país como Corea que le apuesta a fondo a la educación en todos los niveles, a la gestión estratégica de la tecnología, desde la apropiación, adaptación, innovaciones incremental y radical, impulsando y liderando la investigación, creando y fortaleciendo una institucionalidad política que impulsó una institucionalidad económica que, grosso modo, se expresa en un PIB per cápita que equivale hoy a tres veces el de Colombia y con una marca mundial en que los coreanos en 19 años logran alcanzar – catch-up-, en desarrollo productivo, a los países industrializados, en tanto Colombia muestra el vergonzoso hecho que el 83% de nuestras exportaciones se basan en recursos naturales con muy poco valor agregado. Desde la primera Misión de Sabios, cuyas recomendaciones aún están, en lo esencial, vigentes, porque a excepción de acumulación de modestas capacidades institucionales en apoyo a la formación de posgrado, fomento a la investigación y apropiación social del conocimiento, los ochos tomos y la síntesis de la primera misión reposaron en las bibliotecas durante más de un cuarto de siglo. Acojo, con una variante, la sugerencia del Profesor Carlos Eduardo Vasco, el Coordinador de la primera Misión, que se entreguen los resultados de la Misión cuando exista un genuino interés de Estado en apropiarlos para beneficio del país y sus próximas generaciones, o, de lo contrario, en un poderoso acto simbólico y pragmático que ellos sean entregados a la ciudadanía emergente, con la esperanza que en la construcción social de nuestro futuro incorporemos el conocimiento y al diálogo de saberes como pilar de nuestra versión de la Agenda 2030 de desarrollo sostenible. De la pérdida de una generación en poner en práctica las recomendaciones de la primera Misión, queda la ganancia de una conciencia sobre esta nueva oportunidad estratégica, destacando la necesidad de lograr inter y trans-disciplina con miras a la construcción de una política de Estado que sea convergente con el enfoque de un desarrollo que preserve el ambiente y, al tiempo, dinamice el crecimiento económico, en el que la libertad sea fin y medio, superando de manera definitiva la gran inequidad; su implementación requiere el diseño participativo de una estructura de gobernanza de ciencia e innovación que resalte la importancia del nuevo Ministerio, pero que incluya un Consejo Nacional de ciencia e innovación como máxima instancia de asesoría y decisión sobre la política de Estado, y un proceso para crear y fortalecer la gestión territorial de la ciencia y la innovación.
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