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El amor al prójimo

E n la puerta central del templo del Minuto de Dios se veía una placa
con letras rojas que decía: “Amarás al Señor tu Dios y a tu hermano el
hombre”. Esa frase, que es la Ley de Cristo, sintetiza lo que fue la vida de
Rafael García Herreros, apasionado amante de Dios y de los hombres. El amor a Dios
lo llevó a servir a sus hermanos. O, dicho de manera más apropiada, esos dos amo-
res, como si fueran uno solo, se acrecentaron en él, estimulándose mutuamente.

Con motivo del 13º Banquete del Millón, en el discurso de agradecimiento a los
benefactores, luego de recordar la grandeza del hombre como criatura de Dios, el
padre García Herreros dijo estas palabras:

Sólo tú, hombre, eres la solución de mi agonía. Quiero hacer de la vida un acto
de amor a ti. Quiero servirte, quiero consagrarme a tu bien, a tu mejoramiento,
a tu transformación.
Trabajaré con delirio. No descansaré hasta verte como lo mereces: hasta cambiar
la estructura de la ciudad en favor tuyo. Hasta hacer la ciudad humana. Sé que
es necesario abrirte anchas las puertas del mundo. Que todo te pertenece. Que
no deben estar cerrados para ti los portones del progreso y del bienestar.
¡Oh hombre! ¡Oh campesino! ¡Oh trabajador! ¡Oh técnico! ¡Oh artista! ¡Oh cami-
nante! ¡Oh luchador!
Yo sé que hay que hacer una revolución en favor tuyo, pero sin derramar una
gota de sangre; una revolución con ciencia, con energía, con amor. Siento, hom-
bre, la justicia de una revolución en tu favor.

Miro con pesadumbre tus sufrimientos, tu pobreza, tu soledad. Quisiera que


cambiara el mundo para ti.

Hombre, hermano mío: tú no debes vivir en una choza, debes lograr el rango que
te pertenece. No puedes carecer de lo que otros tienen en abundancia. No pue-
des seguir sollozando por mi culpa, ni seguir viviendo pobre y en harapos. Tú no
puedes ser eternamente marginado1.

1 García Herreros, Rafael. (1981). El Banquete del Millón (pp 35-36). Bogotá, Colombia: Editorial Carrera
7ª Ltda.

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RAFAEL GARCÍA HERREROS - UNA VIDA Y UNA OBRA

Este pensamiento, que permanentemente expresaba el padre García Herreros


cuando hablaba de construir la ciudad ideal, la Colombia futura, en el respeto a los
Derechos del Hombre, fue como un principio que motivaba todos sus actos.

Las personas que desde hace 50 años formaban fila frente a la oficina del
padre Rafael, primero cerca a la iglesia de Las Angustias y luego en el “kiosco”
del Minuto de Dios, eran pobres que lo buscaban como a quien los amaba y
los ayudaba. Eran presos liberados que necesitaban colaboración para iniciar un
trabajo, deportados de Venezuela que deseaban regresar al hogar, extranjeros en
dificultades, campesinos a quienes real o supuestamente les habían robado sus
haberes al llegar a la capital, estudiantes escapados del colegio, muchachitas
que solicitaban apoyo para evitar la prostitución, padres de familia que carecían
del dinero para pagar los alquileres retrasados, madres que cargaban a sus hi-
jos hambrientos, que se les iban a morir porque no tenían dinero para comprar
las medicinas necesarias, gente pobre que solicitaba unos centavos o una sopa,
para saciar el hambre. Era un desfile interminable de necesidades, una letanía
ininterrumpida de dolores.

Había menesterosos que venían una vez, pero otros se quedaban como clientela
fija de cada semana, o permanecían para siempre, como en el caso de la célebre
Raquelita. Esta es una mujercita diminuta, con cara de muchacha y mirada lán-
guida, que rondaba durante el día por los predios del Minuto. Su retraso mental
la llevaba a seguir al padre Rafael por doquiera, saludando a todos los huéspedes
e interviniendo en todas las conversaciones, con su aguda voz de falsete, en los
momentos más inoportunos. Sólo una gran caridad y comprensión hacía que el
Padre la tolerase y le tuviese cariño.

Para ella y para muchos de los que día tras día tocaban a la puerta del Minuto de
Dios había una limosna. Cuando se objetaba que le podían engañar, el padre García
Herreros respondía: “Una cara con hambre no engaña”.

¿Se debe dar limosna? ¿A quiénes? ¿En qué medida? ¿Con qué finalidad? Hay mu-
chas objeciones contra el repartir limosnas. Las limosnas mal distribuidas favorecen
la indigencia y producen mendigos. Los brazos del hombre deben tener ocupación
más efectiva que sostener un sombrero o un tarro de lata en donde tintineen unas
monedas. El sudor de la frente y el esfuerzo de las manos han de bastar para que
una persona medianamente capacitada subsista y haga subsistir a su familia.

Un hijo de Dios no puede llevar la vida de un mendicante, de un hombre en el


desespero. Dios no quiere la miseria para sus hijos, ni la permanente humillación
de pedir lo que por su condición de hombres les pertenece. Es probable que quien
se enfrenta al mundo del trabajo encuentre más dificultades que el desvalido por-
diosero que todo lo consigue como dádiva. Pero los obstáculos que aquel debe
afrontar los podrá superar si alcanza una preparación adecuada. Un hombre nor-
mal debe vadear por su propio esfuerzo el río de la vida.

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EL AMOR AL PRÓJIMO

Hay quienes objetan, además, que la caridad de los particulares no es efectiva,


pues deja intacto el problema de fondo y retarda la acción del Estado para erradi-
car la miseria. Dicen que dar limosnas es solamente una forma de ayudar a morir
con lentitud, alargando la agonía momento a momento. Es cierto que los gran-
des remedios sólo vendrán de las respuestas colectivas necesarias: reforma agraria,
educación obligatoria, políticas de empleo, desarrollo e ingresos, nuevas formas de
propiedad social, etcétera. A veces el país ha entrado en emergencia económica; el
padre García Herreros dijo alguna vez que “ante los 160.000 analfabetos del Norte
de Santander era necesario declarar en emergencia la educación”. Deberíamos vivir
la emergencia de la vivienda, y la emergencia nacional del trabajo.

Sin embargo, en muchos casos, la acción de los particulares debe suplir al Esta-
do. Hay momentos en que se requiere actuar de inmediato, sin esperar que lleguen
las soluciones oficiales. Las leyes estatales no pueden dispensar a los individuos de
pensar y de amar, ni de sentirse solidarios con el dolor o la necesidad de los otros. La
civilización del amor, que todos los creyentes debemos construir, requiere compromi-
sos individuales y colectivos y si no aparecen sus signos tan pronto como quisiéramos,
es porque los sistemas imperantes con frecuencia amodorran la iniciativa de los par-
ticulares, sin que ellos mismos asuman resueltamente la solución de los problemas.
No basta, sin embargo, dar ayuda material; se debe dar con amor. La limosna no se
da por darla, ni por mantener a quien la recibe en situación de dependencia. Por eso
en el programa de la televisión dijo así el padre García Herreros:

Hay que dar limosna, pero con dignidad. Dar con respeto, sin desviar la vista
de la persona a quien se da, ni por cumplir un compromiso o salir del paso. Dar
limosna es sustituirse en la cosa que se da, ante la persona que se ama. No puedo
darte mi persona, te ofrezco este don que es una sustitución de mí mismo.

Por supuesto que sería mejor una Colombia en que no hubiera que dar limosnas
porque no hubiera pobres; aunque el padre García Herreros enseñaba que:

Jesús llama bienaventurados a los pobres. Pobre es el que está desprendido de


los bienes terrenales. Pobre es el que no tiene la obsesión de llenarse de cosas
superfluas. Pobre y bendecido por Dios es el que pone en tela de juicio y rechaza
la sociedad de consumo, que nos agobia con cosas inútiles y pecaminosas.

Pobre es el que no tiene el ropero lleno de vestidos interminables, que son un


insulto para los desposeídos, para los desheredados de todo. Pobre es el que es
libre para dar. Que no está esclavo del dinero. No solamente es pobre el que ca-
rece de lo necesario; el pobre del evangelio es el que, teniendo lo necesario y aún
más, se siente en absoluta libertad y es capaz de emprender empresas originales
y audaces en favor de los humildes.

Bienaventurados los pobres. Bienaventurado, por ejemplo, el pudiente que nos


ofreciera unas cuantas hectáreas de terreno para hacer la experiencia más fabu-

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losa de Colombia, la ciudad satélite campesina, con sus huertas, con sus casitas y
con su más estricta producción técnica.

El padre García Herreros daba a la palabra “rico” el sentido de desprendido, ge-


neroso; él decía: “Pobre es el que todo lo guarda para sí, nada lo llena, siempre está
necesitado de más… Ese es el verdadero pobre, aunque tenga millones. Rico es el
que es capaz de desprenderse, el que tiene tanto que dice: Tome, lleve, esto es para
usted”. Por eso el padre Rafael buscaba ricos, ricos de corazón, generosos, dando a
esta palabra el sentido de ser “de buen género”, de buena raza.

La promoción humana

En esta perspectiva, por grande y valioso que sea el compadecerse del hermano y
ayudarle con limosnas, la caridad debe ser mayor: debe ser activa, creadora de nue-
vas posibilidades e impulsora de la promoción de comunidades. Desde el principio
de su obra, el padre García Herreros quiso una comunidad de personas que vivieran
como hijos de Dios; que se sintieran pobres, no por la escasez de bienes de fortuna,
sino por la libertad interior ante las cosas; que comprendieran que antes que el
derecho a la propiedad privada estaba, para cada uno y para todos, el derecho a
vivir dignamente, y que la justicia social debía primar sobre las compensaciones del
“doy para que des o para que hagas”.

Para que esa comunidad pudiese vivir con dignidad, había que comprometerla a
construir su propio destino. Por eso se redactó un cartel, en las calles del Minuto de
Dios, que decía: “El Minuto de Dios suplica a los visitantes no agraviar a las familias
con limosnas que no necesitan”.

Las colaboraciones que recibió el padre García Herreros, si al principio ayudaron


a financiar las casas o las obras comunales del barrio, luego se encauzaron hacia
la ayuda de hermanos más necesitados que vivían en otros sectores de la ciudad.
Los recursos económicos de la Corporación fundada por el padre García Herreros se
han destinado a crear fuentes de educación y de trabajo.

Viviendo de ese espíritu se fundó el Colegio, que ha formado centenares de ba-


chilleres, dentro de una filosofía expresada con estas frases, en el programa de la
televisión, por el padre Rafael:

Hay un refrán chino que dice: “Si yo regalo un pescado a un pobre, le quito el
hambre por un rato. Pero si yo le enseño a pescar, le quito el hambre para toda la
vida”. Esta filosofía es la que estamos tratando de aplicar en el barrio del Minuto
de Dios. Estamos enseñando a pescar. Nuestra fórmula es: enseñar a vivir como
debe vivir un cristiano, como un hijo de Dios. Un hijo de Dios no debe ser un des-
esperado ni un miserable ni un ignorante ni un sin trabajo ni un sin esperanza…

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EL AMOR AL PRÓJIMO

Para responder a la necesidad de una formación técnica, nacieron también talle-


res artesanales e industriales en El Minuto de Dios; en ellos se buscaron fórmulas
novedosas de colaboración entre el capital y el trabajo, y participación para todos
en las utilidades. Por todas partes se buscó crear una mística por el trabajo: el escu-
do de la obra era una cruz y un martillo; en una de las puertas del templo aparecían
una barra, una pica y un martillo; en el interior del recinto se veneraba un cuadro
de san José Obrero, y en el parque está la escultura de un trabajador.

Pero el trabajo de una comunidad incipiente no es suficiente para quebrantar


las cadenas del subdesarrollo. Para realizar sus obras, el padre García Herreros
necesitó de la ayuda de los ricos, de quienes dijo con frecuencia que son los ad-
ministradores de los bienes de Dios. A ellos les predicó el evangelio de la genero-
sidad y el desprendimiento. Les recordó que lo superfluo pertenece a los pobres,
y que superfluo no equivale a inservible, sino que puede significar latifundio,
cuenta bancaria, dinero malgastado en el juego o en viajes o en artículos de
consumo. Para un avaro, no existe lo superfluo. Para un cristiano, una sola cosa
es necesaria, como dijo Jesús.

El padre García Herreros enseñó a los acaudalados que la riqueza tiene una fun-
ción social, es decir, que debe ser compartida en solucionar los problemas de los
hombres. Esto lo exige el cristianismo; por eso, cuando un rico comienza a leer el
evangelio y a querer vivir de acuerdo con las exigencias de Jesús, pone en inminen-
te peligro sus bienes materiales. El padre García Herreros no dudó afirmar que:

Vivimos en una sociedad desigual e injusta. En una situación de pecado. Por


todas partes, hay un clamor reprimido de injusticia. Todo lo que nos rodea tiene
el amargo sabor de lo injusto. El pan que comemos, el vestido que nos cubre,
los zapatos que usamos, la residencia que nos alberga, todo tiene el mal olor y
el mal sabor de la injusticia... El hombre ha sido explotado por el hombre. Todos
nosotros, de una u otra manera, somos culpables2.

Esos puntos de vista, predicados por la radio y la televisión, le valieron con fre-
cuencia a Rafael García Herreros que se le tildara de marxista. Así en Cali, desde
que comenzó sus programas del Minuto de Dios, y también en Bogotá. Esos ata-
ques se originaban a partir de cualquier detalle, como cuando la señora V. N. Ku-
teischikova, observadora rusa en un seminario femenino interamericano apareció
fotografiada en los periódicos durante su visita al Minuto de Dios, en compañía
de una niñita que llevaba la bandera de la Unión Soviética, o cuando se bautizó a
una de las calles del barrio con el nombre de Carlos Marx, o cuando el padre García
Herreros visitó a Moscú, o cuando pidió por televisión que se restablecieran las
relaciones entre Colombia y Cuba, o que se invitara a Fidel Castro a visitar el país,
con motivo del Congreso Eucarístico de 1968.

2 García Herreros, Rafael. (1981). Ibidem (pp 41-43).

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RAFAEL GARCÍA HERREROS - UNA VIDA Y UNA OBRA

En 1965, con motivo del Banquete del Millón, dijo el padre García Herreros: “Car-
los Marx proclamó la adoración al hombre, el servicio al hombre, pero sin Dios Pa-
dre en el cielo. Carlos Marx aportó, no podemos negarlo, una nota importantísima
a la historia de la humanidad, pero sin esperanzas para el más allá”3.

Y en parecida ocasión, en 1974, dijo:

Hace un siglo Carlos Marx intentó en la práctica, ya no en sueño, la ciudad


igualitaria. Fue espléndido su esfuerzo. Logró conmover e iluminar la historia.
Entusiasmó muchedumbres para la realización de su paraíso socialista. Su pro-
yecto era: estatización de los medios de producción, dictadura del proletariado
y, en general, una organización horizontal de la sociedad, sólo posible a través
de una lucha de clases que acabe con la explotación vertical del hombre por el
hombre. Esta ciudad planeada por Marx y concretizada por Lenin, Stalin y Mao,
es en América Latina la utopía que se anhela. Pero la ciudad marxista es una
ciudad sin esperanza trascendente, y el hombre en su esencia vive con nostalgia
de inmortalidad. El esfuerzo del filósofo Karl Marx fue grandioso, pero contradijo
el anhelo profundo del hombre por su libertad4.

Estas y otras alusiones a Marx en la pluma del padre García Herreros hacían escribir
a “Picas”, en el periódico El Tiempo, que ese sacerdote “era más importante por lo que
decía y pensaba que por lo que hacía”, pues actuaba como un visionario, discernien-
do con claridad que en el futuro del mundo podría darse la cristianización del socia-
lismo, y algo de eso se tendrá que lograr un día, a pesar del fracaso del marxismo.

Eso es posible. Pero no lo es que Rafael García Herreros fuera marxista. Él actuó
siempre con métodos muy diferentes de los que proponía el marxismo y lo afirmó
con repetida insistencia: “Las afirmaciones violentas de Marx no las aceptamos,
más aún, las combatimos; pero sin embargo, hemos aprovechado sus lecciones para
modificar muchos aspectos de la estructura social actual. Hay que sacar el bien del
mal. Esa es mi tesis”.

En otra oportunidad manifestó a un periodista: “No soy comunista, soy comuni-


tarista, sistema que pretende que la acción común, el esfuerzo común, la caridad
común, la inteligencia común se apliquen en un momento dado en favor del indi-
viduo que requiere ayuda”. Y en otra ocasión:

El gran cambio social que se necesita no lo puede hacer el comunismo, que re-
chaza la fe y no conoce el amor. Somos los cristianos los que podemos y debemos
realizarlo. El amor profundo lo transformaría todo. Cuando reine el amor, no
habrá tugurios ni ignorancia ni hambre ni odios. Cuando reine el amor cristiano
no habrá explotados, no habrá latifundios inútiles ni despilfarros.

3 García Herreros, Rafael. (1981). Ibidem (pp 13-15).


4 García Herreros, Rafael. (1981). Ibidem (pp 37-39).

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EL AMOR AL PRÓJIMO

Por esas declaraciones y por su obra, por su manera de actuar y por su estilo,
llegaron frecuentes ataques desde la izquierda, contra Rafael García Herreros: car-
tas con insultos; documentos cinematográficos, como uno en que se caricaturizó
el Banquete del Millón; amenazas de secuestro en repetidas ocasiones y artículos
como los de Voz Proletaria, en junio de 1965, y el que publicó la revista Alternativa
el 23 de junio de 1975, con el título: “Un Minuto para Dios y una vida al Capital”,
con caricatura a todo color, en donde aparecía el rostro del padre Rafael asomado
por la pantalla de un televisor, mientras el resto del cuerpo, que según el dibujo
no veían los televidentes, nadaba en dinero, con bolsas repletas de monedas en las
manos y los bolsillos rebosando de billetes.

Un hombre pobre

La anterior caricatura podía expresar el concepto extendido en algún sector de


la ciudad de que Rafael García Herreros era un hombre rico, aunque seguramente
mucho menos que los dueños de la revista Alternativa. Hay quienes le atribuían la
propiedad de las casas de El Minuto de Dios, o de los buses que servían a los habi-
tantes del barrio. No hay nada más reñido con la verdad.

Al respecto, Benjamín Ángel Maya escribió, en El Tiempo, en diciembre de 1962,


esta nota:

Estando en una peluquería, lugar en donde mejor se multiplican noticias y mur-


muraciones, cuando hablábamos del Banquete del Millón, me hicieron esta ma-
lévola pregunta:

- Bueno, don Benjamín, ¿y quién controla al cura?

- Su conciencia diamantina, contesté.

Lo que le permitió al padre Rafael administrar millones y no tener ni un centavo


personal fue su conciencia, su convicción de que debía ser un sacerdote pobre, y
su amor a los demás, que lo llevó a compartir con ellos cuanto recibía en dinero
o en regalos. Sus haberes eran algunos libros y nada más. Hasta los obsequios que
recibía en sus días de fiesta salían de su casa con la misma facilidad con que lle-
gaban a ella.

Quizá en esa actitud influyeron las palabras de su padre, el general Julio César,
cuando el seminarista Rafael deseaba ingresar en la comunidad de los padres eu-
distas, y que se recuerdan en el cuento “Don Carlos”, escrito en 1943:

Si estás resuelto a ser un verdadero apóstol... esto es lo principal, a mi modo de


ver: que se viva pobre, que se muera pobre. De ahí depende el celo, la caridad y
hasta la honestidad.

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Nada de fincas, nada de casas, nada de haberes personales. Todo el dinero de un


sacerdote es para sus obras de caridad. Por lo menos, así lo comprendo yo. Para
sus pobres, para sus colegios, para sus escuelas, para su templo. Cristo murió
desnudo y no dejó nada a su madre. La confió a la caridad de un discípulo: así
debes ser tú, cuando seas sacerdote.

Si es así como concibes tu vocación, vete al seminario. Pero nunca te presentes


aquí, delante de mí, con dineros superfluos, con vestidos de lujo, con aspiracio-
nes humanas. Porque si esto es lo que quieres, te quedas en el mundo y te buscas,
como varón, lo que deseas5.

El tema de la pobreza apareció en otros cuentos del padre Rafael, como en el


titulado “El arcipreste de santa María de la Cueva”, o también “El cura y el sobri-
no”, que habla de una noche de insomnio que pasó un sacerdote mientras se de-
cidía a entregar a los pobres todos sus haberes, y cuando lo hizo “sintió la alegría
de dar, que es la misma que inunda perpetuamente el corazón de Dios”6.

En el cuento “Más allá de la Poesía” se describe a un grupo de estudiantes que


sueñan con servir a Dios en el sacerdocio, viviendo “la operación heroica”, en la que
busca no el modo de vivir, sino el de morir; no el preocuparse por la seguridad para
la vejez, sino solo el implantar el cristianismo verdadero, ansiando los extremos del
Evangelio, porque “no se puede ser simultáneamente sacerdote y rico. No se puede
ser sacerdote y hacendado o negociante. No se puede ser sacerdote y diletante. Un
sacerdote no puede ser nada más. Querer ser sacerdote y al mismo tiempo gozar de
las ventajas de ser otra cosa, es una mediocridad del corazón7”.

Esas ideas surgían a menudo en la conversación. “Ser sacerdote pobre... pobre en


dinero... El día en que seas rico será una desgracia para ti, porque significa que ha-
brá muchos pobres no socorridos, muchos pobres abandonados”. Ya casi al culminar
la vida, el padre Rafael afirmaba: “No me seduce el dinero”.

A pesar de ese anhelo de caridad, de pobreza y de servicio, ha habido momentos


de severidad con los pobres, a quienes se deseaba ayudar. Momentos en que la
nube de indigentes llegó a exasperar y a sacar de casillas. Momentos en que el
cumplimiento de las exigencias mínimas llevó a desahuciar a inquilinos que, una
vez establecidos en el barrio, rehusaron pagar las mensualidades o colaborar en los
trabajos comunales.

Quizá fueron ellos o cualquier otro enemigo gratuito o algún extremista de iz-
quierda quien disparó contra el padre Rafael el 10 de marzo de 1961, mientras

5 García Herreros, Rafael. (1989). Cuentos (1ª Ed, pp 83-84). Bogotá, Colombia: Editorial Carrera 7ª
Ltda.
6 García Herreros, Rafael. (1989). Ibidem (pp 178-181).
7 García Herreros, Rafael. (1989). Ibidem (pp 111-112).

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EL AMOR AL PRÓJIMO

dialogaba con el señor Ildefonso González y con las niñas Marta Caro y Esperanza
Beltrán. Fueron dos disparos hechos desde un automóvil. Las balas se incrustaron
en el marco de la puerta cerca a la que conversaban, y el padre comentó estoica-
mente: “Uno era para mí y el otro para mi obra”; y cuando le preguntaron si tenía
miedo de ser asesinado, replicó que sólo temía “no amar a Jesucristo y defraudar a
sus hermanos, los hombres”.

Los derechos humanos

Como muestra del pensamiento y el compromiso del padre Rafael con el prójimo,
copiamos a continuación la página que escribió en 1988, para conmemorar los 40
años de la Declaración de la Organización de las Naciones Unidas sobre los Dere-
chos Humanos:
El 10 de diciembre de 1948 fueron declarados por la ONU los Derechos Humanos.
Ese día fue un día trascendental para la historia de los hombres. Estos Derechos
deben ser conocidos y exigidos por todos los colombianos; deben ser celosamen-
te practicados en el país.
El primer derecho inalienable es el derecho a la vida. Nadie puede ser privado de
su derecho absoluto a vivir. Nadie puede ser asesinado; nadie puede ser aborta-
do; nadie puede ser mutilado.
El hombre y la mujer tienen los mismos derechos; tienen derecho a la verdad,
tienen derecho a la libertad. Nadie puede ser privado de la libertad ni puede ser
detenido arbitrariamente.
El hombre tiene derecho a la educación primaria y secundaria, porque esto es
parte de su integridad humana. Tiene derecho a recibir de sus padres y de sus
maestros una educación a la honradez y a la cultura.

Tiene derecho a una religión para adorar a Dios; tiene derecho a que se le enseñe
esa religión.
El hombre tiene derecho a la vivienda digna y a un nivel de vida adecuado; no
puede vivir en un tugurio.

El hombre tiene derecho, por su trabajo, a una remuneración equitativa, donde


pueda participar también de las ganancias de la empresa donde labora.

Tiene derecho a una alimentación sana y suficiente. Nadie puede vivir una vida
afectada por el hambre. El hombre tiene derecho al vestido y al abrigo.

El hombre tiene derecho a la propiedad privada, con tal que ésta esté en función
social y no lesione la comunidad. Este derecho se subordina al derecho que tiene
todo hombre de tener lo necesario para subsistir y para progresar.

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El hombre tiene derecho a participar en el progreso científico y en los beneficios


que de él resulten.

El hombre tiene derecho a la seguridad; a vivir tranquilo en el mundo, a no vivir


atemorizado.

Cuando los colombianos conozcan estos derechos y cuando se cree un ambiente


propicio para que todos tengan acceso a ellos, habremos entrado en la verdadera
Colombia civilizada que estamos buscando desde hace tiempos.

El deber primordial del Gobierno es salvaguardar estos derechos, hasta en el más


humilde de los ciudadanos, y dar la posibilidad de disfrutar de ellos y de hacer
cumplir los deberes que corresponden a estos derechos.

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