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Avatares de la dirección de la cura en la clínica con niños

Cuando nos encontramos con un niño aquejado por la angustia, la inhibición o el síntoma,
escuchamos en el sufrimiento y el malestar, el enigma de una verdad que lo atraviesa.
El discurso infantil se ofrece a la lectura del analista, en los dibujos, los relatos míticos que el
niño crea y en los juegos que despliega. Discurso del sujeto que da cuenta del anudamiento de
la estructura entre los hilos de un cuerpo que crece día a día, un pensamiento que se
complejiza y un goce pulsional que se va encauzando, que se va tramitando lúdicamente.

La dirección de la cura, es lo que se espera que un psicoanalista esté en condiciones de


conducir del principio al fin de su despliegue.

¿Que implica que una cura tiene dirección? No se trata de una dirección moral, sino que
se trata de que el analista se compromete a conducir a su analizante siguiendo el rumbo que
marca la dimensión del deseo.

Cito a Lacan: ... “Ya que se trata de captar el deseo, y puesto que son las redes de la letra
las que lo determinaron, porque no exigir que sea un letrado quien allí lea, en primer lugar...
Entonces interroguemos al analista...” (1)

Cuando nos hacemos cargo de dirigir una cura fundamos el acceso a la simbolización, a la
dimensión que la palabra abre. Partimos del supuesto de que quienes nos consultan creen que
en el malestar que los aqueja hay un decir apresado.

El fundamento de la eficacia de la palabra nos lleva a crear el espacio para que en función
del discurso analítico un orden se instaure en el que la transferencia haga su despliegue.
Apuntamos a la producción del acto analítico que se precipita en función de la lógica
significante que llega al corazón del fantasma en tanto es el soporte del deseo.

El psicoanálisis opera en la dimensión simbólica produciendo efectos en lo imaginario y


en lo real.(2)

La dirección de la cura tomando en cuenta los lineamientos que Lacan plantea en su


escrito (1), nos lleva a interrogar nuestra posición de analistas ya que en tanto sostenemos que
el campo lacaniano es el campo del goce, nos preguntamos sobre la eficacia de nuestras
intervenciones.

Sostenemos en acto la propuesta lacaniana de que el analista tiene que ser al menos dos:
el que produce efectos y el que teoriza sobre ellos.

La reflexión sobre nuestra práctica nos permite producir ciertas torsiones, rectificando
nuestra posición cuando corresponda, sostenidos en la lectura a prés-coup que realizamos
sobre lo producido.

No contamos como los médicos con un vademecum para consultar el remedio adecuado
según corresponda al malestar que presenta nuestro paciente, sino que trabajamos para
producir el síntoma. Vamos del sufrimiento a la pregunta por lo que allí habla en la encrucijada
de quien busca alivio para su padecer.

Recordemos que del análisis como en el juego de ajedrez, solo podemos hablar del
comienzo, del final y también de los fracasos, allí donde no se puede avanzar, porque algo
irrumpe que interrumpe el análisis.

Interrogar que pasó nos permite ir haciendo camino, como el caminante al andar. Vamos
haciendo surco con nuestra propia errancia, que no es otra que la del inconsciente.

Interrogar que es lo que irrumpe en las interrupciones muestra el camino donde los
analistas nos enredamos en el encuentro con lo real.
Por eso ponemos en primer plano el análisis del analista, ya que es importante que el
analista pueda poner en juego su saber hacer con lo real.

Que el analista pueda hacer valer la regla de abstinencia de su propio pensar subjetivo, es
lo que posibilita que pueda jugar el papel del muerto como en el bridge. Es importante rescatar
que la abstinencia no es un refugio en la pasividad, porque la escucha que ofrecemos es una
escucha activa, pronta a producir el acto analítico.

Lacan nos recuerda que el secreto de la eficacia del análisis está en ese desdoblamiento
que produce el analista entre sus pensamientos y sentimientos, que pueda abstenerse de
responder como sujeto, para poder hacerlo desde la posición en que lo ubica la transferencia
de su analizante.

¿Cuales son los avatares que se nos plantea cuando conducimos la cura de un
niño?

Uno de los avatares de la clínica con niños podemos ubicarlo en la especificidad temporal,
ya que trabajamos en los tiempos instituyentes del sujeto, que cuando de adultos se trata,
solemos hacer referencia a ellos como tiempos míticos de la estructura.

La dificultad que habitualmente suele plantearse reside en equivocar los conceptos


cuando se intenta pensar los tiempos de la estructura subjetiva como etapas del desarrollo que
evolucionan progresivamente, herencia del campo de la psicología.

Propongo pensar que se trata de ubicar la problemática en función de un devenir que


leemos desde los tiempos lógicos que dan cuenta de que el anudamiento de la estructura del
sujeto, se produce según dos operaciones esenciales: la alienación al campo del Otro
primordial en el que leemos la función materna, y la separación producto de la eficacia del
nombre del padre, en el que leemos la función paterna.

Tiempos lógicos en los que se despliega la trama edípica en la que el niño enfermo está
inmerso, que nos lleva a afirmar que el psicoanálisis es una praxis que se encamina al carozo
de lo real.

Nos confrontamos con la dimensión del deseo del Otro, en tanto el despliegue discursivo
va dando letra de como se juega en el niño sufriente, el deseo de la madre, si fue deseado o no
lo fue y también como se juega la relación deseante de los padres entre sí. Lo cual nos lleva a
operar en un tiempo primario de la estructuración del deseo.

¿Cómo plantear la dirección de la cura en la clínica con niños?

El célebre historial freudiano “Análisis de la fobia de un niño de 5 años”, (3) suele ser para
quienes nos animamos a escuchar niños, un referente obligado. Podríamos ubicar en este texto
uno de los modos de encarar la cura de un niño, ya que la experiencia de Freud con Juanito
nos sirve como modelo de abordaje de la problemática infantil.

Freud nos comunica que sin duda, el hecho de que haya un padre dispuesto a escuchar
que le pasa a su hijo, cuando surge la angustia, y los miedos, suele ser ideal. Siguiendo a la
letra la reflexión freudiana, que confluyan en el mismo personaje el padre y el médico, es
sumamente confiable para obtener del niño las más íntimas confesiones.

La enseñanza lacaniana nos permite avanzar interrogando en el discurso allí donde


detectamos que al padre se le va la mano, la mirada, la curiosidad, el exceso. Allí donde el
analista interroga al padre cuando se excede averiguando tanto sobre la sexualidad de su hijo.

Se trata entonces, no sólo de que el padre esté dispuesto a escuchar que le pasa a su
hijo, cuando surge la contundencia de la angustia, sino que se trata también de poner en acto
la pregunta sobre si el padre está dispuesto a reflexionar , a escuchar que le pasa a él con ese
hijo.

Recordemos que Freud, conduce la observación que el padre de Juanito hace y produce
algunas intervenciones interesantes.

Este modo de dirigir la cura se despliega entre el analista, el padre y el hijo. De la madre
tenemos algunas referencias recordemos que Freud era su analista.

Mucho se ha dicho sobre este célebre historial, y muchos analistas lo han tomado como
modelo para su práctica. Sin embargo me permito plantear que hoy en día podemos situar
diferencias en función del aporte lacaniano.

Podemos decir que con la teorización lacaniana avanzamos allí donde Freud se detuvo,
más allá de la reflexión o de la observación de la situación, interviniendo cuando el goce
irrumpe, acotando lo que allí se presentifica.

Recordemos que Lacan nos advierte que lo real no depende del analista, pero si es
función del analista hacerle la contra, porque bien puede desbocarse.(4)

¿Como analizamos hoy?

En un texto que llamé Final de la partida, (5) decía que no todos los niños que son
escuchados por una analista inician un análisis. Por otro lado también afirmaba que no todos
los análisis cuyo analizante es un niño, llegan a su fin. Abría allí el capítulo de las
interrupciones, y finalmente planteaba que hay niños que se analizan. Es decir, algunos locos
bajitos, como dice la canción de Serrat, que son escuchados por un analista sostienen el juego
de la partida hasta el final.

Juego de la partida, evocando el ajedrez, pero también para dejar planteado que se trata
de una partida, de un viraje de la posición de apresamiento en el sufrimiento, a otra posición
subjetiva, en la que el niño dispone del ordenamiento neurótico de su deseo para continuar su
camino por la vida.

¿Que define, que un niño comience un análisis?

Podríamos anticipar que se trata de situar en el encuentro con el analista, la dimensión de


la transferencia y la estructura del síntoma.

La clínica con niños nos lleva a inventar las maniobras necesarias para que un pedido de
ayuda se transforme en una demanda de análisis

Defino a las maniobras como del orden de un acto que el analista realiza en los tiempos
preliminares de un cura, para que un pedido de quien aún no es un analizante pueda devenir
en demanda de análisis.

Se trata de actos sostenidos en la ética que pone en juego el deseo del analista, para que
del lado de quien consulta pueda ponerse en marcha un querer saber sobre lo que le pasa.

Los tiempos primeros de una cura ese tiempo en el que Lacan nos aconseja que seamos
lo suficientemente sueltos para que lo imaginario se despliegue, lo cual da la pauta de lo que
tratamos de poner en juego. Se trata de alojar ese trazo agalmático del objeto a veces
preciado, otras denigrado que viene del campo del Otro y que es el motor de la transferencia..

De nuestro lado, estamos dispuestos a jugar el juego que ningún sujeto sabe cual es, pero
que en lo azaroso del encuentro, en el dejarse tomar por la transferencia está la llave de la
eficacia analítica.
Cuando nos encontramos con un niño aquejado por la angustia, la inhibición o el síntoma,
escuchamos en el sufrimiento y el malestar, el enigma de una verdad que lo atraviesa.

El discurso infantil se ofrece a la lectura del analista, en los dibujos, los relatos míticos que
el niño crea y en los juegos que despliega. Discurso del sujeto que da cuenta del anudamiento
de la estructura entre los hilos de un cuerpo que crece día a día, un pensamiento que se
complejiza y un goce pulsional que se va encauzando, que se va tramitando lúdicamente.

En primer lugar se trata de descifrar la posición del niño en la problemática que se plantea,
lo cual nos lleva a pensar el estatuto del síntoma.

Recordemos que muchas veces el niño vehiculiza lo sintomático de la estructura familiar.

Acuerdo con Lacan (6) en que si definimos al síntoma como el representante de la verdad
de la pareja de los padres, en estas afecciones, si bien suelen ser complejas suelen ser
abiertas a las intervenciones analíticas. En cambio la posibilidad de eficacia se complica
cuando el síntoma del niño compete a la subjetividad de la madre.

Cuando el niño está directamente involucrado como correlato del fantasma materno, su
única función es revelar la verdad de este objeto.

En relación al deseo de la madre, es importante diferenciar que no es lo mismo si el niño


adviene como metonimia del deseo de falo, o como metáfora del amor al padre.

Si el niño queda fijado en el lugar de objeto del deseo de falo de la madre obtura la
posibilidad de que la madre pueda tener acceso a su propia verdad. Y deja al niño hipotecando
su cuerpo y su existencia para satisfacer esta exigencia materna. Donde los padres callan, el
niño pone el cuerpo, dando consistencia a lo silenciado del lado paterno.

Que el niño se hipoteca, quiere decir que en tanto no cuenta con la garantía de la metáfora
paterna ofrece su cuerpo como modo de hacer barrera al arrasamiento del goce del Otro.
Podríamos pensar que el síntoma somático da cuenta de esta posición.

Construir la demanda de análisis implica que con los padres, desde la terceridad que el
encuentro con el analista produce pueda empezar a interrogarse, a quien le conviene la
enfermedad del niño y por qué, quién esta dispuesto a sostener este enigma. Se trata de
interrogar al servicio de que y de quien el niño ha hipotecado su destino.

En el encuentro con el niño se trata de construir la pregunta por lo que habla en el


padecimiento, como buen punto de partida para que el niño que sufre pueda demandar alivio
para su dolor.

No todos los niños que llegan a la consulta inician un análisis, decíamos anteriormente ya
que algunas problemáticas se resuelven en las entrevistas primeras. En cambio cuando se
decide el inicio del análisis en función de la gravedad del sufrimiento en juego y teniendo en
cuenta también la demanda de ayuda del niño y de los padres, apuntamos a que en función de
la eficacia de la transferencia, el niño pueda transformar el malestar, en el que leemos el goce
del Otro en juego, en el deseo.

El discurso infantil integrado por dibujos, relatos y juegos se recorta en el análisis del
discurso de los padres, produciendo los significantes que representan al sujeto. Producción de
un texto en el que se despliega el pasaje que le niño realiza desde la posición fálica en relación
al deseo de la madre a la posición subjetiva, sexuada, por lo tanto deseante.

Se produce el viraje de la posición de niño en el impersonal como lo ubicamos en las


ecuaciones simbólicas, a la del un sujeto varón o niña, que porta sus títulos, sus insignias en el
bolsillo, como diría Lacan.
El tiempo de concluir, es para un niño un alto en el camino del análisis al que podrá
retornar en un más allá de la infancia cuando quiera revisar las marcas que porta.

Si en el inicio la iniciativa es tomada por los padres, el punto final lo pone la iniciativa del
sujeto. El niño queda situado de manera diferente frente a lo real del goce del Otro, soportado
en la ley cuyo ordenamiento simbólico lo ubica de manera tal que pueda servirse del amor al
padre.

No es tiempo de ir más allá del padre, ni del atravesamiento del fantasma que se espera
en el fin del análisis, cuando de adultos se trata.

Podemos concluir que la dirección de la cura de un niño produce el recorte y escritura del
fantasma que lo sostendrá del lado de los varones o de las niñas, y que lo llevará a jugar más
allá de la niñez, en los tiempos del segundo despertar, el juego del amor y de la pasión en el
encuentro con el otro sexo.

Para concluir propongo pensar que desde nuestra posición de psicoanalistas, al ofrecer
nuestra escucha, sostenidos en la función deseo de analista, estamos dispuesto a operar
descifrando, construyendo, interpretando e interviniendo en relación al discurso de nuestro
analizante, tomando en cuenta que cuando de niños se trata, trabajamos en la orilla del niño y
también en la de los padres.

Resumiendo, propongo descifrar la posición del niño en la problemática que se plantea.

Construir la demanda de análisis. Interpretar el deseo, al nombrarlo. Intervenir acotando


el goce del Otro.

Descifrar, construir, interpretar, intervenir, instrumentos de los que disponemos para hacer
pasar la eficacia de la castración.

Referencias Bibliográficas

1)J. Lacan, La dirección de la cura y los principios de su poder. En Escritos 1

2) J.Lacan en Le synthome, seminario inédito, clase del 13-1-76, cito


textualmente: “El análisis es la respuesta a un enigma. En la medida que opera en el sentido
entre el campo de lo imaginario y lo simbólico. Todo eso para obtener un sentido, lo que es el
objeto de la respuesta del analista a lo expuesto por el analizante a todo lo largo de su síntoma.
Cuando hacemos este empalme, al mismo tiempo hacemos otro, entre lo que es síntoma y
real. Por algún lado enseñamos al analizante a hacer empalme entre su síntoma y lo real
parasitario del goce. Es de sutura y empalme que se trata en el análisis.”

3) S. Freud, Análisis de la fobia de un niño de cinco años, en el libro X de


Amorrortu editores.

4) J. Lacan, La tercera. En Intervenciones y textos 2. Editorial Manantial.

5) C. Calcagnini. Final de la partida. Se encuentra en la Biblioteca de la Escuela


Freudiana de Bs. As.

6) J. Lacan, Notas sobre el niño. En Intervenciones y textos 2, Editorial Manantial.

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