Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Popkewitz, T. - Reestructuración de La Teoría Social y Polítca en La Edu. Foucault y Una Episte Social de Las Práct Escolares
Popkewitz, T. - Reestructuración de La Teoría Social y Polítca en La Edu. Foucault y Una Episte Social de Las Práct Escolares
"Restructuración de la
teoría social y política en la educación: Foucault y una epistemología social
de las prácticas escolares". En Popkewitz, Thomas S. y Marie Brennan
(compiladores) El desafío de Foucault. Discurso, conocimiento y poder en la
educación. Barcelona: Pomares-corredor. Pp. 17-52
1
Tomamos el término «migración transmarina» del historiador intelectual social
Hughes (1975). Nuestra intención, sin embargo, no es la de sugerir un único
movimiento de ideas desde Europa, sino reconocer más bien una cierta globalización
de las ideas.
1
teorías feministas francesas e italianas, son importantes para la producción de un
espacio «crítico» dentro del ámbito de la educación.
2
Uno de los primeros libros que exploraron esto en la educación fue el de Ball (1990).
2
El capítulo avanza a través de un andamiaje de ideas cuya «lógica» resultante
relaciona una serie de corrientes entrecruzadas en la teoría social y la historia.
Primeros analizamos la «descentralización del sujeto» de Foucault, como parte de
una consideración más amplia del proyecto intelectual y político de los intelectuales,
a la que denominamos «epistemología social».
3
atributos y comportamientos discretos que se podían supervisar y observar para
asegurar así el progreso. Wagner sigue diciendo que las ciencias sociales se
inscribieron en el proceso de modernización para convertir el conocimiento
objetivista en los criterios clasificatorios mediante los que se disciplinaba y
autorregulaba a los individuos.
Este tema del poder, tomado por Foucault y ciertos teóricos sociales posmodernos, es
diferente al abordado por los teóricos de principios del siglo xx. Rose (1996), por
ejemplo, ha argumentado convincentemente que las políticas neoliberales de
mercado, elección y privatización se hallan incrustadas en cambios a largo plazo (que
él llama «mutaciones» en «las sociedades liberales avanzadas»), en las formas de
comprender, clasificar y actuar sobre los sujetos de gobierno y en las nuevas
relaciones entre las formas en que los individuos son gobernados por otros y las
formas en que se gobiernan a sí mismos. Estas relaciones no se encuentran en el
universo antropológico de la sociología funcional, sino en el resultado de prácticas
sociales específicas a través de las cuales se construyen las subjetividades (véase
también Donald, 1992; Hunter, 1994; Rose y Miller, 1992; Shapiro, 1992;
Walkerdine, 1990).
Creemos que explorar los lugares y estrategias cambiantes de poder, a los que
Wagner y otros siguen la pista y que los estudios empíricos de Foucault subrayan,
exige prácticas intelectuales diferentes a las que encontramos en las tradiciones
críticas anteriores de las ciencias sociales. Exploramos inicialmente estas distinciones
y diferencias, al comparar las suposiciones de la filosofía de la conciencia que han
dominado la ciencia social liberal y crítica con «una epistemología social» a través de
la cual se puede situar el trabajo de Foucault.
La filosofía de la conciencia y el dar privilegio al sujeto
4
doctrina concreta relacionada con los puntos de vista decimonónicos de la Ilustración.
Se creía que el conocimiento sistemático era el motor mediante el que la «razón»
podía dirigir la acción social y garantizar una mejora futura de la sociedad. Esa razón
fue aplicada por conjuntos específicos de actores, identificados a través del
conocimiento de las ciencias sociales. Mientras que el pensamiento liberal trató de.
progresar mediante el control del cambio social, el pensamiento hegeliano crítico
procuró el progreso mediante la identificación de las contradicciones sociales.
Mientras que el liberalismo tiende a poner un mayor énfasis en los individuos y en la
fenomenología del sujeto en el cambio social, las tradiciones críticas se concentran en
el sujeto objetivamente constituido y constituyente (véase, por ejemplo, Benhabib,
1986).
Estas suposiciones fundacionales se encuentran profundamente incrustadas como
doxa en las reformas escolares contemporáneas. Los discursos dominantes y liberales
de la reforma educativa tienden a organizar instrumentalmente el cambio como lógico
y secuencial, aunque ha habido un cierto reconocimiento de las cualidades
pragmáticas de la vida social (véase, por ejemplo, Fullan, con Stiegelbauer, 1991).
Aunque el centro de atención específico puede cambiar, los agentes de la redención
son el Estado y los investigadores educativos, mientras que los agentes del cambio
son los maestros, como profesionales «automotivados».
Las tradiciones críticas y sobre todo las relacionadas con el marxismo, también
mantienen compromisos con el progreso a través de las suposiciones filosóficas sobre
los agentes. Las tradiciones críticas contemporáneas continúan manteniendo, con
algunas vacilaciones y disensiones, la visión decimonónica de la redención social a
través de la escolarización. El trabajo intelectual consiste en ofrecer normas y
dirección universales para el cambio social. Se asume que el cuestionamiento crítico
de las condiciones sociales producirá una nueva síntesis a partir de las
contradicciones identificadas. En las tradiciones críticas, los agentes de la redención
son nociones universalizadas del actor que se define como marginado: obreros,
grupos racialmente discriminados y, más recientemente, mujeres. Típicamente, las
normas y la dirección del progreso aparecen como un resultado de la misma
investigación (Popkewitz, 1991).
Es importante destacar aquí que el significado histórico de la filosofía de la
conciencia reconfigura y constituye una doctrina concreta de la Ilustración. Fue una
estrategia filosófica radical del siglo XIX que puso directamente al alcance de la
gente el conocimiento sobre el cambio social, lo que supuso un desafío contra las
nociones imperantes de la teología y las oportunidades obtenidas por derecho de
nacimiento, consideradas hasta entonces como árbitros del progreso. Además, prestó
una continuada atención a los grupos (actores) incluidos y excluidos por medio de las
prácticas sociales, un elemento importante de la política contemporánea en la que
ciertos grupos han sido categóricamente excluidos.
5
Pero aunque reconocemos la importancia de esta doctrina del siglo XIX, también
ponemos en duda que los fundamentos epistemológicos de los actores y del progreso
sean adecuados para la política de la gobernación y el poder que circula por las
sociedades contemporáneas. Hay dos temas que aparecen persistentemente a lo largo
de este capítulo y, de hecho, de todo el libro:
2. El segundo punto que queremos plantear aquí está relacionado con el principio del
progreso a priori. Argumentaremos más adelante que es filosófica y teóricamente
posible aceptar una visión de progreso y de agencia humana sin situar previamente al
agente como un principio de estudio disciplinar. En la filosofía de la conciencia, la
premisa sobre el progreso y los agentes se encuentra, paradójicamente, en convertir al
intelectual en la autoridad sobre el sujeto. La autoridad se obtiene cuando el
intelectual se ve investido con la capacidad para definir la relación del sujeto con el
proceso de desarrollo desde el pasado y el presente hacia el futuro. Y decimos
«paradójicamente» porque la tan manida frase de las tradiciones críticas de que la
política del conocimiento está en «hacer» el mundo, no en describirlo, deja sin
cuestionar y sin examinar sus propias presuposiciones de progreso y de los actores.3
3
Esta autorreflexividad, que Bourdieu, Chamboredon y Passeron (1991) llaman
«vigilancia epistemológica», también se aplica en este estudio. Tal autorreflexividad, sin
embargo, siempre es diferente, ya que las resistencias actúan dentro de las relaciones de
poder y no fuera de ellas. Nosotros nos centramos en historizar el presente.
6
Una epistemología social, descentralización del sujeto y conocimiento/poder
7
que incorpora una gama de valores, prioridades y disposiciones históricamente
construidas respecto de cómo se debería ver y actuar hacia el mundo.
El conocimiento del sujeto constituido es, por tanto, una preocupación fundamental
de una teoría social del poder. La investigación pretende comprender cómo se han
construido las reglas de la razón que estructuran nuestras prácticas para el cambio y
las clasificaciones y distinciones entre los grupos de personas. Sawicki (1988),
basándose en Foucault al revisar la investigación feminista, argumenta que las formas
femeninas de personificación en los regímenes dietéticos y de buena forma física, el
consejo de los expertos acerca de cómo andar, hablar y vestir, los estilos de peinado
del cabello y del maquillaje son «tecnologías que subyugan al desarrollar
competencias» y gustos estéticos (págs. 174-175). Sawicki sigue diciendo que el
poder se despliega por medio de los sistemas de ideas sobre el sí mismo, que se
hallan entrelazados con rendimientos y «habilidades» mediante los que se construye
una individualidad como algo natural-y deseable para una mujer.4
4
Estas prácticas no son totalizadoras, pero incluyen ambigüedades y resistencias, como
reconoce Sawiki (1988).
8
En cierto modo, este centro de atención puesto en el conocimiento no es «nuevo»
para los estudiosos de la educación. Los estudios de Kuhn (1970) sobre el
conocimiento para comprender el cambio científico constituyen un ejemplo de tal
enfoque, aunque aquí citamos deliberadamente a Kuhn debido a su concepto idealista
del cambio. Kuhn estudió una tradición epistemológica de la ciencia histórica/social
vinculada con la erudición europea continental (véase, por ejemplo, Richter, 1986;
Tiles, 1984) y aplicada al estudio del poder en las ciencias sociales gracias a la obra
de Michel Foucault. Kuhn, los historiadores y filósofos continentales de la ciencia y
Foucault cambiaron el centro de atención de la investigación, que pasó desde las
intenciones de la gente hasta los cambiantes principios mediante los que se halla
estructurado el conocimiento. El cambio científico se sitúa entonces en la manera y
en las condiciones con las que cambian los conceptos.
9
dentro de una estructura histórica... Yeso es lo que denominaría genealogía..., una
forma de historia que pueda explicar la constitución de conocimientos, discursos,
dominios de objetos, etcétera, sin tener que hacer referencia a un sujeto que, o bien
es trascendental en relación con el campo de los acontecimientos, o bien hace
correr su vacía mismidad a través del curso de la historia (Foucault, 1980, pág. 117).
10
cómo se ha de conocer al sujeto y en conocerlo en un terreno no vinculado con
paisajes geográficos y puntos de referencia físicos, sino con prácticas construidas
discursivamente.
Podemos, pues, concebir los estudios educativos como el trazado de un mapa social
de la región y de los límites que contiene. El enfoque regional permite una
comprensión de cómo reglas y estándares particulares de la verdad cruzan los
modelos institucionales y no se pueden reducir por tanto a esos mismos modelos. El
concepto de región incorpora una variada noción de tiempo para explicar los
diferentes modelos de ideas y prácticas sociales que se conjuntan para producir al
sujeto: el niño en la infancia, el animal, el paciente médico, etc. Esta noción del
tiempo no tiene una secuencia universal o un «origen» singular diferente al tiempo
cronológico y al de la filosofía de la conciencia, que plantea, como un a priori, las
condiciones del sujeto para considerar el cambio social.
11
comunidad/sociedad (véase, por ejemplo, Englund, 1991; Hamilton, 1989; Lundgren,
1991).5 Si nos centramos, por ejemplo, en los sistemas de ideas que surgen en el
currículum moderno a principios de siglo, descubrimos que los cambios en el
currículum formaron parte de una visión/revisión del compromiso social y del
servicio y la fe individuales (Popkewitz, 1987, 1991). Las ideas revisionaron una
imagen pastoral de la persona en relación con una noción moderna y científica del
ciudadano «racional». Los discursos sobre el niño pusieron la fe en el individuo
racional, como esfera del cambio (véase, por ejemplo, Meyer, 1986).
Podemos considerar que el significado de los campos discursivos debe explorarse
regresando al análisis anterior de Wagner (1994), quien argumentó que los temas de
poder son significativamente diferentes a los de las teorías del siglo XIX, que
plantearon una visión del poder como soberanía. La construcción de sistemas
expertos de conocimiento que construyen y normalizan la individualidad ha
aumentado de forma importante. Pensar en «nosotros mismos» a través de tales
sistemas parece algo natural: nuestra individualidad incluye nuestras características
de la personalidad y concepciones y deseos del cuerpo inscritos por medio de los
conocimientos de género.
La estrategia para situar a los individuos en los espacios discursivos es una forma de
comprender y problematizar los criterios clasificatorios mediante los que se disciplina
y autorregula a los individuos.
5
Utilizamos las palabras «comunidad» y «sociedad» como distinciones que tienen
importancia histórica. La primera implica relaciones de espacio/tiempo que en su
momento fueron locales; la segunda implica conceptos más abstractos del sí mismo
como ciudadano de una nación, como obrero o como un grupo étnico dentro de un
conjunto más grande de relaciones. Al hacer que estas nociones abstractas de sociedad
formen parte de la propia definición del sí mismo, se construyen el significado y las
relaciones del «sí mismo» en las comunidades. Para un análisis de estos conceptos en
relación con los cambiantes terrenos de la política, véase Rose (1996).
12
aporta una forma de considerar cómo se entrecruzan la salud, el sexo y la moralidad
con los análisis de política contemporánea sobre el SIDA y la educación sexual.
Proceso de descentralización: desde la evolución hasta una historia de
rupturas
13
que surgía el moderno estado del bienestar, que gobernó la nueva institución de la
escolarización de masas. Al mismo tiempo, aparecieron sistemas de ideas acerca de la
persona como ser susceptible de «recibir educación»: ideas sobre la infancia, las aulas
y la administración escolar alinearon las racionalidades sociales y políticas con el
progreso personal del niño.
El tema del cambio como ruptura en los campos discursivos se puede explorar en los
estudios sobre la reforma educativa. En este mismo volumen, Baker y Hultqvist
estudian cómo el razonamiento sobre el niño es una tecnología política que cambia en
las diferentes relaciones históricas. Baker argumenta que la escolarización presupone
un concepto de infancia y a continuación explora históricamente el múltiple y
complejo entrelazamiento de discursos a través de los cuales la infancia, como
construida, ha producido sistemas de inclusiones/exclusiones. A principios de siglo,
el proceso de diferenciación en la investigación del «estudio del niño», por ejemplo,
funcionó para dar ventaja a ciertas categorías de niños blancos. Sus normas
privilegiaron a ciertos niños blancos, especialmente varones y de clase media, al
tiempo que excluía a los afroamericanos de las versiones dominantes del niño que
debe ser atendido por el sistema de escolarización. Hultqvist presenta la construcción
y reconstrucción del «niño» del Estado del bienestar como un principio pedagógico
incluido en las políticas estatales suecas. Su análisis señala el desarrollo de un «niño
descentralizado» como sujeto históricamente constituido bastante antes de que ese
sujeto apareciese visiblemente en las actuales discusiones de política relacionadas
con los «mercados» y la privatización. Su análisis dirige la atención hacia las
limitaciones históricas que supone aceptar al sujeto constituido como «hecho»
histórico, tal como aparece en buena parte de la literatura crítica que habla de
«restauraciones conservadoras», a las que etiqueta de «nueva derecha».
Podemos concebir esos estudios como el trazado del mapa de la construcción del
sujeto a través de un modo de análisis genealógico histórico. Las genealogías, como
ya hemos visto antes, son historias que funcionan para construir análisis históricos
acerca de cómo formas concretas de razonamiento y de «decir la verdad» sobre el
presente suponen cambios en las relaciones de poder y en las clases de conocimientos
que son fundamentales para establecer un discurso concreto. Los estudios incluidos
en este volumen actúan en el sentido de explorar cómo se produce la razón dentro de
un conjunto de relaciones históricas que no resalta la causalidad. Esta forma de
argumentación elimina la linealidad de buena parte del trabajo histórico
prevaleciente; y, lo que es más importante, también deja espacio para múltiples
interrelaciones en la construcción de un discurso y, por tanto, más espacios para
aberturas múltiples que conduzcan a la contestación y a la redefinición.
14
dualista en su separación de mundos y sistemas vivos, produciendo una visión
ahistórica del poder al centrarse en la pragmática universal de la razón (véase, por
ejemplo, Sintomer, 1992).6
Si situamos en proximidad histórica el trabajo de la Escuela de Frankfurt y del
marxista francés Althusser, nos damos cuenta de que hay importantes puntos de
continuidad, así como rupturas con las suposiciones epistemológicas que estamos
analizando aquí en relación con Foucault. Se trata precisamente de las continuidades
epistemológicas que los que escriben sobre las limitaciones del «giro lingüístico» en
la teoría social y en las necesidades de investigación «estructural» no reconocen en
sus críticas, ya que los críticos no comprenden su propia historia, especialmente en la
educación. (Hablaremos más adelante de esas críticas.) Al mismo tiempo, este libro
se centra en las rupturas radicales en la epistemología social incorporadas en el
análisis de Foucault sobre cambio y poder.
Cambio y poder
Soberanía y poder
Podemos llevar aún más lejos las implicaciones de la epistemología social como
teoría social al concentrarnos más directamente sobre el concepto de poder.7 Foucault
invierte la creencia tradicional de que conocimiento es poder y busca el poder en
cómo ejerce la gente el conocimiento para intervenir en los asuntos sociales. El
concepto de poder de Foucault presta atención a sus dimensiones productivas, como
por ejemplo la medida en que actúa el poder a través de las acciones individuales para
visionarnos y revisionarnos a «nosotros mismos» como personas que actúan, piensan
y sienten. Yeso ocurre al tiempo que consideramos las condiciones sociales y
conceptuales a través de las cuales hemos llegado a razonar sobre sexualidad,
criminalidad, medicina y cordura/locura como efectos del poder (Foucault, 1965,
1973, 1975, 1979).
6
También se puede comprender la Escuela de Frankfurt como una reacción al fascismo,
mientras que el pensamiento social francés fue más una crítica general, aunque fuera al
mismo tiempo sensible a sus guerras coloniales en el período de la posguerra mundial
(Young, 1990).
7
Véase también Marshall (1990) sobre conceptualizaciones diferentes del poder.
15
existentes, como por ejemplo preguntándonos en interés de quién se elige el
currículum o se valora el rendimiento académico.
Centrarnos en los actores como detentadores de poder permite introducir una visión
de poder como soberanía. Para Foucault eso se ilustra de la mejor forma posible
mediante el uso simbólico del poder del soberano: el rey con poder sobre la vida y la
muerte de sus súbditos. Introducir en la investigación esta noción de poder soberano
supone prestar atención a qué grupos se ven favorecidos por la toma de decisiones y
cómo éstas distribuyen valores para producir un contexto de dominación y
subordinación: los gobernantes y los gobernados. Dentro de este paisaje, el poder es
«algo» que posee la gente y esa propiedad se puede redistribuir entre los grupos para
desafiar las desigualdades, de ahí el uso del término «soberanía».
El concepto de poder como soberanía se encuentra en buena parte de la sociología del
conocimiento escolar, donde se utiliza para explicar los orígenes de dominación y
subyugación en la sociedad. Por ejemplo, la actual literatura educativa incluye una
noción soberana del poder que ve los intereses sociales inscritos en informes sobre la
reforma y en políticas gubernamentales que argumentan en favor de un currículum de
«vuelta a lo básico». Según se argumenta, la consecuencia de las reformas consiste en
reproducir las distinciones de género, raciales y de clase existentes en la sociedad
(Carlson, 1992).
Se han utilizado los conceptos estructurales de agencia, resistencia y contestación
para plantear formas mediante las que desafiar la hegemonía de los gobernantes y
procurar el cambio. Se asume, por ejemplo, la uniformidad estructural en
investigaciones destinadas a comprender de qué forma privilegian a ciertos grupos la
educación de los superdotados, los exámenes escolares y las prácticas de contratación
de profesores, o de qué forma se resisten a éstas mediante lecturas de «ficciones
románticas», prácticas de enseñanza y rechazo de los valores dominantes de los
adolescentes (véase, por ejemplo, Weis y Pine, 1993). Aquí, el poder soberano se
adscribe a los actores que tienen legitimidad para tomar decisiones y asignar valores
dentro de las comunidades, una descripción que sigue incluyendo los compromisos
de la filosofía de la conciencia. Una premisa central es que la sociedad incluye
grupos, intereses sociales y «fuerzas» que se han ido formando históricamente y
cuyas prácticas dominan y reprimen a otros grupos.
La noción de soberanía del poder está limitada por una serie de motivos. Mientras
que plantea procesos y estructuras históricas unificadas, el cambio supone «una
amalgama de prácticas institucionales y discursivas que funcionan como un conjunto
colectivo de partes dispares sobre una única superficie» (Crary, 1990, pág. 6). Si, por
ejemplo, se reexamina la tesis de la «restauración conservadora», se descubre que los
cambios ocurridos en la economía, la cultura y la política se iniciaron bastante antes
de la elección de Reagan en Estados Unidos o de Thatcher en el Reino Unido y
supusieron una reorganización del conocimiento y de las prácticas, reorganización
que siguió una pauta irregular, dentro de múltiples instituciones y a lo largo de un
16
período de tiempo más prolongado que la era «Reagan-Bush» (véase Kuttner, 1991;
Lekachman, 1982; véase también Popkewitz, 1991, 1996). Lo que se considera como
cambio histórico estructural y la «restauración conservadora» no es histórico ni
relacional. El poder se trata como inmanente al escenario específico, en lugar de
cuestionar cómo es posible que exista en esta forma o cuáles son las condiciones de
su producción.
Así, aunque la investigación y los investigadores sean sensibles a los temas de raza,
clase y género, las reglas y los estándares del razonamiento mediante los cuales se
«define» a los sujetos no son categorías esenciales de lógica, sino que hay que
tratarlas como categorías construidas históricamente, que incluyen y entrelazan
modelos sociales, tecnológicos e institucionales. El poder como soberanía crea a
menudo un mundo dicotómico en el que está el opresor y el oprimido, produciendo
así un dualismo cuyo efecto es el de definir grupos sociales particulares como
entidades monolíticas. La historia del investigador es la de un grupo que domina,
mientras que el otro consigue justicia social, pero no tiene el poder. El dualismo de
opresor/oprimido pierde de vista las sutilidades en las que funciona el poder en
múltiples arenas y prácticas sociales (véase Popkewitz, 1993). Las tradiciones críticas
que se basan en este enfoque del poder soberano han utilizado la crítica ideológica
para poner al descubierto las relaciones de poder «reales» o subyacentes, que son
identificadas y por tanto «fijadas».
El poder como despliegue y efectos productivos
17
Históricamente, podemos centramos en los nuevos despliegues de poder que ocurren
cuando el Estado y las ciencias sociales desarrollan nuevas tecnologías. El seguro de
desempleo del Estado del bienestar y los sistemas de clasificación que definen a la
gente por su edad, ocupación, estado matrimonial y de salud sirven para revisar la
individualidad a través de «procesos civilizadores», por tomar prestado el concepto
de Norbert Elias (1978), que producen fronteras y caminos permisibles para el nuevo
ciudadano. La idea del despliegue del poder permite centramos en cómo se disciplina
al sujeto a través de las reglas del conocimiento per se.
Los lugares y estrategias cambiantes del poder, subrayados por los estudios empíricos
de Foucault, exigen diferentes prácticas intelectuales para explorar temas de poder
distintos a los incluidos en la filosofía de la conciencia y sus tradiciones críticas en
las ciencias sociales. Estratégicamente, el estudio de los efectos del poder nos permite
centramos en las formas mediante las que los individuos construyen fronteras y
posibilidades. En cierto modo, consideramos que la obra de Foucault se expande a
partir de las observaciones de la primera Escuela de Frankfurt, a las que aporta
especificidad histórica. Los primeros teóricos se concentraron en expandir la
racionalización y el razonamiento instrumental que subyacen en la modernidad.
Foucault nos permite comprender que tal razonamiento tiene múltiples trayectorias y
explorar las diversas estrategias mediante las que se construye la individualidad,
como poder disciplinador y productivo a un tiempo.
Los elementos productivos del poder pasan de centrarse en los actores controladores
a centrarse en los sistemas de ideas que normalizan y construyen las reglas que
organizan la intencionalidad y el propósito en el mundo. Los efectos del poder se
encuentran en la producción de deseo y en las disposiciones y sensibilidades de los
individuos. Así, la preocupación de Marx por las características productivas del
trabajo se invierte en las características productivas del conocimiento mismo (Dumm,
1987).
Es en los efectos del poder en 10 que se han concentrado las literaturas posmoderna y
feminista, con la obra de Foucault jugando un importante papel generativo en estas
exploraciones. Por ejemplo, Spivak (1992) analiza el problema de la traducción como
una práctica política que supone múltiples despliegues de poder. Al centrarse en las
traducciones al inglés de textos de mujeres del Tercer mundo, Spivak argumenta que
la actriz específica que redacta esos textos no puede ser designada por su posición de
sujeto de género o clase. Esta autora explora cómo las prácticas discursivas
normalizan y producen identidades por medio de un orientalismo omnipresente que
elimina la especificidad del Tercer mundo y niega la ciudadanía cultural. Para
Spivak, la preocupación no estriba en encontrar el origen de los mecanismos
represivos de clase o género; lo que le preocupa es cómo se produce el «sentido» a
través de complejas inscripciones de relaciones de poder.
18
de la investigación sobre la enseñanza y la formación del profesorado asume el
«sujeto» de niños y maestros como categorías estables; la investigación se plantea
preguntas acerca de cómo profesores y estudiantes aprenden sobre las relaciones
sociales y en qué puntos se resisten a esas disposiciones. También se puede utilizar la
noción de socialización para plantear preguntas sobre las prácticas discursivas que
construyen lo que se tiene la intención de que sea un profesor que administra a los
niños. Por ejemplo, un reciente estudio de socialización en la formación del
profesorado se interesó por comprender las imágenes y visiones concretas de la
escolarización que clasificaba a los niños de color y a los pobres (Popkewitz, 1998).
El estudio describía cómo se hallan construidas las prácticas discursivas de la
enseñanza y la gestión del aula, y las concepciones sobre la inteligencia, el
comportamiento y el rendimiento de los niños, y los efectos del poder. Los diferentes
sistemas de ideas pedagógicas formaban un entramado de ideas que normalizaba a los
niños de color en contraposición con unas normas generales pero no explicitadas
sobre la competencia personal en las escuelas. Lo significativo y paradójico fue que
las reglas de «razonamiento» en las prácticas de la formación del profesorado fueron
también las reglas de las verdaderas reformas escolares relativas a los temas de
equidad.
Para sintetizar, exploramos dos interpretaciones del poder: como soberanía y como
despliegue. Cada una mantiene compromisos políticos generales para el cambio
social, pero con diferentes suposiciones en los lugares de estudio y las políticas de
intervención. Reconocemos que ninguna de las dos posturas interpretativas es
totalizadora, sino que ambas son más bien complementarias. La primera considera
grandes estructuras históricas a través de las cuales circula el poder y es productivo
en la vida cotidiana. La segunda es política, así como una estrategia intelectual para
perturbar la relación de conocimiento/poder al hacer visible y abrir a la resistencia los
sistemas de ideas que construyeron al sujeto.
Gubernamentalidad en la educación
19
La importancia de poner el énfasis en la gubernamentalidad
Gordon (1991) argumenta que «el centro del interés de Foucault por las
racionalidades gubernamentales modernas consiste, precisamente, en la toma de
conciencia de lo que denominó el acoplamiento" demónico" del "juego urbano" y el
"juego pastoril": el invento de una forma de pastoreo político secular que asocia
"individualización" y "totalización"» (pág. 9). Lo que tiene una importancia particular
para este volumen es que las instituciones educativas combinan de formas
determinadas el trabajo pastoral y de atención del Estado con el trabajo que hace
funcionar las categorías de población (véase, por ejemplo, Hacking, 1991; Rose,
1989).
Gubernamentalidad y educación
20
tiene grandes implicaciones para comprender la naturaleza del trabajo educativo,
incluida la investigación de la educación y a menudo se refiere de pasada a tales
implicaciones. En 1978, por ejemplo, en su conferencia sobre gubernamentalidad,
Foucault (1991a) sugiere que la explosión de preocupaciones importantes para su
tesis incluyó «la gobernación de los niños y la gran problemática de la pedagogía, que
emerge y se desarrolla durante el siglo XVI» (pág. 87). Su trabajo sobre las prisiones
también se ha utilizado como un importante corolario de la institución de la
escolarización. Pero aunque un cierto número de estudiosos han aceptado el desafío
de la gubernamentalidad de Foucault en relación con diversos campos, raras veces se
ha analizado dentro de la educación esa preocupación por la gubernamentalidad como
coalescencia de diferentes lugares para el poder/conocimiento.
En Vigilar y castigar (1979), Foucault argumentó que el invento del «examen»
permitió que se desarrollara la «persona calculable» y, en consecuencia, la forma
particular de las relaciones de poder/conocimiento característica del período
moderno. Hoskin (1993), sin embargo, trabajando desde la estructura de Foucault,
sugiere la necesidad de ir más allá de éste en la comprensión de la importancia del
examen. Foucault (1991a) argumenta:
La técnica pastoral, las nuevas técnicas diplomático-militares y, en último término,
la policía, constituyen los tres elementos que, en mi opinión, han hecho posible la
producción de este fenómeno fundamental en la historia occidental: la
gubernamentalización del Estado (pág. 104).
21
Esto puede sugerir algunas razones del por qué la educación, tanto en sectores
escolares como en los universitarios, se ha convertido en un elemento tan
fundamental para el desarrollo de unas nuevas formas de gubernamentalidad en las
que se ejemplifican nuevas estrategias, tácticas y técnicas de poder con las que
amueblar lo que se había constituido como la principal forma de relaciones de poder
que definen a las instituciones y a los individuos en las sociedades occidentales. Las
instituciones de la educación formal, las escuelas y universidades, han terminado por
ser fundamentales para la imposición de «disciplina» en la mayoría de todos los otros
campos, si no en todos.
En este mismo volumen, Shutkin deja claras algunas de las dimensiones de la
reconsideración del control del currículum por medio de las nuevas tecnologías de la
información, los cambios que puede suponer la «identidad tecnológica» para la
relación entre profesor y estudiante. A Shutkin le preocupa el despliegue de poder y
se basa en Foucault para explorar cómo se construyen los espacios discursivos a
través de prácticas en diferentes lugares. Le interesa analizar cómo se hallan
relacionados diferentes lugares de despliegue de las nuevas tecnologías de la
información en la construcción del profesor y del estudiante en la escolarización.
Tanto los aspectos pastorales como los económicos de la población, otra dimensión
de la gubernamentalidad, funcionan en el micronivel del individuo, en el cuerpo, al
individualizar las dimensiones concretas de normalidad, así como a través de las
poblaciones. Así, se considera «normal» que a la gente joven se la agrupe por
cohortes de edad, se la organice según la transmisión y producción de ciertas clases
de conocimiento, en instituciones a las que llamamos escuelas. En las escuelas, sin
embargo, se diferencia a distintos estudiantes según diversas escalas y categorías, a
menudo a través de un medio de valoración, pero también al privilegiar ciertas clases
de contenidos y enfoques respecto de la enseñanza y el aprendizaje. Los estudiantes
serán atendidos de una serie de formas y se confeccionarán y compararán diferentes
clases de estadísticas en relación con su posicionamiento y sus logros. El movimiento
que lleva a consolidar aún más la determinación de los verdaderos «resultados» en las
pruebas de contenido estandarizado, representado en su mejor forma por los
movimientos hacia el «currículum nacional» surgidos en el mundo anglosajón, puede
verse como un desarrollo más de los vínculos entre individualización y perspectiva
demográfica.
22
no, y en tal caso cómo están diferenciadas. Aunque el acento de su capítulo es
metodológico, en el sentido de que explora hasta qué punto se pueden utilizar las
categorías de Foucault, desarrolladas en sus estudios más amplios del poder, para
realizar exámenes más microfísicos de lugares específicos, lo que le interesan son las
prácticas de poder dentro y a través de esos lugares.
¿Por qué centrarse en una epistemología social en lugar de mantener las suposiciones
que plantea la filosofía de la conciencia? Cabría argumentar que centrarse en la
intencionalidad y los propósitos de los actores sociales ofrece un importante
compromiso social, además de científico; sitúa a las personas y a sus mundos sociales
como fundamentales para producir el cambio social. Se argumenta que eliminar a la
gente de la historia supone hacer que el mundo parezca determinista y fuera de la
posibilidad de toda intervención. De hecho, los esfuerzos por eliminar al actor se han
considerado como reaccionarios dentro del dogma de la filosofía de la conciencia.8
No tener en las narrativas de los asuntos sociales a un actor visible (grupos de
personas e individuos), se valora como antihumanista (y hasta como
antidemocrático). No es insólito oír que la gente reacciona ante historias sobre las
escuelas preguntando: «¿Y dónde está la gente en esa historia?». Ello supone un
mundo en el que la salvación se puede encontrar planteando la existencia de actores
universales previos que llevarán a cabo las buenas obras y cuyo potencial no se verá
obstaculizado por las intrigas de los teóricos que «descentralizan» al sujeto (véase,
por ejemplo, Beyer y Liston,1992).
23
noción universalizada de progreso. El argumento se vuelve solipsista e
intelectualmente narcisista.9 Pero igualmente importante es que la consecuencia
sociológica de la filosofía de la conciencia no siempre ha sido la de otorgar poder.
Las consecuencias prácticas de centrarse en el sujeto sin cuestionamientos afectan a
múltiples temas de poder que se hallan ocultos en las construcciones retóricas. Butler
(1992), basándose en la literatura feminista y poscolonial, argumenta que centrarse en
el sujeto es un invento particular y concreto de la filosofía occidental. Cuando se
toma al sujeto sin crítica como el lugar en el que se produce el forcejeo por el
conocimiento sobre el derecho de voto y la democracia, la erudición se basa en los
mismos modelos que ha oprimido por medio de la regulación y la producción de
sujetos (véase también Young, 1990). Según argumenta Butler, tal estrategia es tanto
una consolidación como una ocultación de esas relaciones de poder. Allí donde la
agencia de individuos o grupos se hace parecer natural, surge una tendencia a perder
de vista cómo se han formado históricamente las agendas y categorías que definen las
oposiciones. Los sistemas de relevancias se dan por sentados.
Además, según hemos argumentado, el objetivo de descentralizar al sujeto, no es el
de impedir que éste actúe, sino abandonar el proyecto de la ilustración. La estrategia
de descentralizar al sujeto es en sí misma un producto de la misma autorreflexividad
producida a través de un ethos ilustrado. La descentralización del sujeto tiene su
propio sentido de la ironía: hay una aceptación de la necesidad de construir
conocimiento que pueda permitir a la gente actuar intencionadamente. El sujeto se
convierte en una dimensión de lo cuestionable y de «contestación insistente y
resignificación» (Butler, 1992, pág. 7), no como fundamento de investigación que se
acepta como incuestionable. Al explorar continuamente lo que significa eliminar al
sujeto autorreflexivo del centro del escenario, Foucault hizo posibles diferentes
aproximaciones a la racionalidad y la actividad. Así, el proceso de subjetivación
(fundamental para los proyectos políticos de diversas confesiones y compromisos) se
abre al escrutinio crítico en formas que no se habían C9rhprendido hasta ahora. .
9
Véase, por ejemplo, Pignatelli (1993), que pasa de una teoría problematizada a una
teoría dialéctica del cambio sin darse cuenta del cambio en la epistemología.
24
que el individuo sea educado, sino que también deja espacios para considerar una
intervención estratégica en la constitución de la sustancia educativa del sujeto.
Esta inserción del sujeto, por tanto, ocurre en un lugar diferente al argumentado en la
filosofía de la conciencia, pero no por ello es menos una aceptación de la necesidad y
el desafío de posibilidades más viables y justas. El humanismo se reinserta en el
análisis social al cuestionar la entrega del sujeto como históricamente construido y
revalorar así una individualidad capaz de desafiar las reglas de la razón que subyuga.
25
soberanía descuida una concepción de la resistencia que se relaciona con las formas
disciplinares y las tecnologías por medio de las cuales actúa el poder.
Es este sentido de la resistencia imbricado dentro del poder lo que podemos leer en
dos capítulos centrados directamente en momentos pedagógicos. Para Orner la
resistencia no es cuestión de sustituir un nuevo conjunto de verdades universales por
una alternativa, feminista u otra, sino que se trata de un enfoque metodológico (tanto
en el aula como en términos de investigación) destinado a problematizar
continuamente las historias que se nos cuentan y las que contamos nosotros.
Utilizando las ideas de Foucault, como hacen muchas feministas, a Orner le
preocupan particularmente los efectos de género de las tecnologías disciplinares de la
escolarización, ausentes en los propios análisis de Foucault sobre el cuerpo, el
biopoder y la sexualidad.
Schaafsma, como Orner, sitúa las percepciones de Foucault en las tareas prácticas del
currículum y la escritura entre los estudiantes de las escuelas superiores urbanas.
Utiliza el concepto de Foucault de un autor enfrascado en una conversación, para
considerar cómo lo que se habla y se escribe en el aula es representación. Rechaza
buena parte del pensamiento pedagógico romántico que naturalizó la «voz» de los
estudiantes y profesores. Schaafsma analiza la escritura como un doblete en el que un
«yo» histórico de construcciones pasadas del «sujeto» se entrecruza con un «yo»
autobiográfico que interrumpe los efectos del poder. A través del texto de Schaafsma
podemos comprender que el currículum es una continua práctica de
inclusión/exclusión, de construcción de razón y sinrazón, que tiene momentos críticos
en la construcción del «sí mismo» y del mundo.
Pero la política que engendra la obra de Foucault no deja de plantear controversia.
Los últimos capítulos, que tratan de modo bastante diferente la problemática del
trabajo político, atestiguan la importancia del impacto político de las ideas de
Foucault sobre el trabajo y sobre los debates académicos anglosajones, que todavía
siguen brotando en conexión con su obra. Aquí volvemos a encontramos con la
cuestión del papel que juegan los intelectuales en la política del cambio, que ha sido
tan fundamental en la filosofía de la conciencia. Jóhannesson señala algunos de los
problemas que surgen en relación con la política del trabajo intelectual educativo. La
conexión que establece Jóhannesson entre el concepto de Bourdieu de la estrategia
social y las tecnologías del sí mismo de Foucault, nos ofrece, según este autor, una
forma de desarrollar reflexividad epistémica en la investigación que va más allá de
una ética universal, hasta el desarrollo de éticas relacionadas con lugares específicos
(véase, por ejemplo, Bourdieu, Chamboredon y Passeron, 1991). En un análisis
ampliado de «utilidad» y «relevancia» de la investigación educativa, Jóhannesson se
basa tanto en Foucault como en Bourdieu para establecer una agenda para una
política progresista que no privilegia ni las condiciones de su propia producción
científica, ni se contiene a la hora de cuestionar sus propias inversiones en ciertas
formas de razonamiento. Jóhannesson también encuentra razones para conectar a
Bourdieu y a Foucault al examinar las tensiones del antifundacionismo en la reciente
26
antropología educativa posmodema. Blacker, más alineado con Jóhannesson, sugiere
que la obra de Foucault ofrece dimensiones necesarias e importantes para una ética
investigadora destinada a intelectuales institucionalmente instalados. En lugar de ver
el proyecto de Foucault como uno que rechaza el humanismo, sugiere que se puede
interpretar al autor francés como uno que ofrece, en primer lugar, una crítica
inmanente del humanismo y en segundo término un aparato conceptual concreto para
desarrollar a un intelectual específico más político y efectivo. Blacker se concentra en
el problema del intelectual cuyo papel no consiste en criticar los contenidos
ideológicos supuestamente vinculados con la ciencia, o en asegurarse de que su
propia práctica científica vaya acompañada por la ideología correcta, sino en procurar
la posibilidad de constituir una nueva política de la verdad.
Pero regresemos brevemente al argumento de la filosofía de la conciencia en el que el
actor hace historia y, según se cree, la ausencia de un agente visible introduce un
mundo determinista que no ofrece posibilidad de cambio. El argumento de estos
capítulos y de los planteamientos generales de este libro es el de problematizar ese
análisis, para concentramos no en los actores, sino en nuestras formas de razonar y en
los principios de ordenación aplicados. Tal estrategia desestabiliza las formas
imperantes de «razonamiento». Se introduce así una paradoja aparente en cuanto
revisamos los temas filosóficos de agencia y actores como condiciones a priori del
análisis y de la acción social. En la teoría social discutida aquí, el agente está
presente, pero no como el actor de la narrativa investigadora, sino al desestabilizar las
condiciones que confinan e interiorizan la conciencia y sus principios de orden. Hacer
que las formas de razonar y las reglas de «contar la verdad» sean potencialmente
contingentes, históricas y susceptibles a la crítica, es una práctica que hace
desaparecer los principios ordenadores, creando así una gama mucho más amplia de
posibilidades para que el sujeto actúe.
27
siempre resulta peligroso cuando está en relación con los compromisos con una
democracia.
Conclusión
28
otros se ve como una estrategia práctica para construir opciones a medida que se
hacen visibles las reglas a través de las cuales se despliega el poder.10
Si queremos hacer visibles las reglas para contar la verdad y abrirlas a la crítica,
tenemos que hacer un uso cuidadoso y problematizado de la obra del propio Foucault.
Aunque la figura epistémica de Foucault proyecta su larga sombra sobre el paisaje
intelectual de finales del siglo xx, lo importante para la investigación no es aceptar un
culto esclavizante de los estudios de implementación foucaultianos, sino emprender
una problematización continua de las categorizaciones, los lugares y las
consideraciones metodológicas a las que él dio énfasis. Eso no supone, por otra parte,
invitar al pluralismo metodológico o al eclecticismo desatado. Se trata más bien de
resaltar la necesidad de un cuestionamiento riguroso de la voluntad de decir la
verdad, incluido en el trabajo educativo y en la investigación de la educación en
particular. Quizá resulte difícil de aceptar esa invitación en un campo tan
fundamentalmente preocupado por formar en la producción de la verdad.
10
Es una interesante nota secundaria a nuestro análisis el hecho de que la obra de
Foucault haya ejercido influencia sobre las reformas institucionales de múltiples países.
Eso sucedió sin que en su obra hubiera una epistemología del progreso. Rechazó el
privilegiar al intelectual mediante argumentos sobre alguna noción universal del
intelectual que aporta progreso al posicionar el «sujeto» a priori.
29
Notas
Deseamos expresar nuestro agradecimiento a James Marshall, Lynda Stone, Nick
Buburles, Geoff Whitty y los miembros de la Universidad de Umea Pedagogiska
lnstitutionen por los comentarios que nos hicieron mientras redactábamos el texto. Pero
lo más importante fueron las conversaciones del Grupo de los Miércoles mantenidas
durante la pasada década, que nos permitieron considerar los diferentes terrenos en los
que puede darse el trabajo intelectual crítico. Sin esas interpretaciones a través de los
diversos campos, no habría sido posible preparar este capítulo.
30
Referencias bibliográficas
BUTLER, J. (1993), Bodies that mtlter: On the discourse limits of «sex», Routledge,
Nueva York.
CARLSON, D. (1992), Teachers and crisis: Urban school reform and teachers' work
culture, Routledge, Nueva York.
31
DEAN, M. (1994), Critical and effective histories: Foucault's. methods and
historical sociology, Routledge, Nueva York.
ELlAS, N. (1978), The history of manners: The civilizing process, vol. 1, Pantheon,
Nueva York. (El proceso de la civilización: investigaciones sociogenéticas y
psicogenéticas, F. C. E., Madrid, 1987.)
FOUCAULT, MICHEL (1973), The Order of Things, Vintage Books, Nueva York.
(Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Siglo XXI,
Madrid,1997.)
FOUCAULT, MICHEL, (1979), Discipline and Punish, Vintage Books, Nueva York.
(Vigilar y castigar, Siglo Veintiuno de España Editores, Madrid, 1974.)
FOUCAULT, M. (1980), Power/Knowledge: Selected interviews and other writings
by Michel Foucault, 1972-1977, C. GORDON (ed.), Pantheon, Nueva York.
(Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1979, 2da. ed.)
32
FOUCAULT, M. (1984), «What is enlightenment?», en P. RABINOW (ed.), The
Foucault reader, págs, 32-50, Pantheon, Nueva York. «¿Qué es la Ilustración?», en
M. RABINOW, Saber y verdad, La Piqueta, Madrid, 1985, págs. 197-207.)
33
HAM1LTON, DAVID (1989), Towards a theory of schooling, Londres, Falmer
Press. (La transformación de la educación en el tiempo, Editorial Trillas, México,
1996.)
HUGHES, H. (1975), The sea change: The migration of social thought, 1930-1965,
Harper & Row, Nueva York.
M1LLER, J1M (1993), The passion of Michel Foucault, Simon & Schuster, Nueva
York.
NICHOLSON, S. (1986), Gender and history: The limits of social theory in the age
of the family, Columbia University Press, Nueva York.
34
NOIRIEL, G. (1994), «Foucault and history: The lessons of a disillusion», Journal 01
Modern History, 66,547-568.
POPKEWITZ, T. S. (en prensa), The spatial politics of urban & rural education:
Discourses of School Reforms as Systems of Exclusion, Teachers College Press,
Nueva York. RAJCHMAN, J. (1985), Michel Foucault: The freedom of philosophy,
Columbia University Press, Nueva York.
35
ROSE, N. (1989), Governing the soul: The shaping of the prívate self, Routledge,
Nueva York.
ROSE, N. (1996), «The death of the social: Re-figuring the territory of government»,
Economy and Society, 25, 327-356.
WEIS, L. y FINE, M. (eds.) (1993), Beyond silenced voices: Class, race, and gender
in United States schools, State Uníversity of New York, Albany.
Bitácora: http://papdi.blogspot.com
36