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No todo el mundo ha tenido la suerte de contar con un buen padre. Por tanto, es posible que
para mucha gente la palabra «padre» no suscite buenas sensaciones. Cada vez vemos con
mayor frecuencia que padres asesinan a sus hijos. Las estadísticas sugieren que los padres
son los familiares más propensos a abusar de sus hijos. Muchos padres abandonan a sus
hijos. Es posible que usted mismo haya sido víctima de la crueldad o el abandono de un
padre terrenal. Sin embargo, Dios es el mejor Padre que existe en el universo.
Lamentablemente, la imagen de Dios como «Padre» ha sido tan distorsionada que, en lugar
de evocarnos todo lo bueno que hay en un padre, nos evoca a un personaje vengativo, lleno
de ira, que castiga y condena a los seres humanos. Pero, ¿es eso lo que enseña la Biblia
acerca de Dios el Padre?
Aun cuando la idea de que Dios es nuestro padre ya había sido expresada por los escritores
del Antiguo Testamento (ver Deut. 32: 6; 2 Sam. 7: 14; Sal. 68: 5; 89: 26; Isa. 63: 16), es en
el Nuevo Testamento donde se nos presenta un cuadro más detallado. Por ejemplo, en los
Evangelios Jesús usó la palabra «Padre» para referirse a Dios en casi doscientas ocasiones,
lo cual sugiere que, para Jesús, más que cualquier otro atributo, Dios era su Padre (Mat. 10:
32; Luc. 2: 49). Esto contrasta con la imagen de Dios que predominaba entre los judíos de
aquella época, a saber, que Dios era un rey.
Por supuesto, Jesús era la persona más cualificada para hablarnos de Dios como Padre,
siendo que él lo conoce más que nadie pues «vive en unión íntima con el Padre» (Juan 1:
18, NVI). Además, a través de la encarnación, él, que era igual al Padre (Fil. 2: 6), llegó a
ser «Hijo de Dios» (Luc. 1: 35). Así que él, como ningún otro, sabe lo bueno que es tener a
Dios por Padre.
Jesús, Dios el Hijo, proveyó la más profunda revelación de Dios el Padre al venir en la
carne humana, en calidad de autorrevelación de Dios (Juan 1:1,14). Juan declara: “A Dios
nadie le vio jamás; el unigénito Hijo... él le ha dado a conocer” (Juan 1:18). Jesús dijo: “He
descendido del cielo” (Juan 6:38); “el que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14:9).
Conocer a Jesús es conocer al Padre.
«Del corazón del Padre es de donde manan para todos los seres humanos los ríos de la
compasión divina demostrada por Cristo» (El camino a Cristo, cap. 1, p. 18).
«Pues Dios amó tanto al mundo que dio a su único Hijo, para que todo el que crea en él no
se pierda, sino que tenga vida eterna» (Juan 3: 16).
• El Dios del Antiguo Testamento es, en primer lugar, misericordioso. Cuando Dios
creó nuestro mundo se aseguró de que todo fuera «muy bueno» (Gén. 1: 31), y cuando el
ser humano desobedeció su mandato (Gén. 3: 6, 7), en lugar de condenarlo, lo perdonó
(Gén. 3: 21), y a quien condenó fue a la serpiente (Gén. 3: 14, 15). Es el Dios que esperó
pacientemente durante ciento veinte años a que los antediluvianos se arrepintieran (Gén. 6:
3), y dio cuatrocientos años de oportunidad a los cananeos (Gén. 15: 13-16). Fue ese Dios
quien, para asombro del mismo profeta, perdonó a la impía y depravada ciudad de Nínive
(Jon. 3 y 4). Los escritores bíblicos lo describen como «clemente [...] y grande en amor y
fidelidad» (Éxo. 34: 6, NVI), alguien que es «bueno con todos» (Sal. 145: 9) y cuyo «amor
perdura para siempre» (Sal. 136, NVI).
La unidad del Antiguo y Nuevo Testamento, y su plan común de redención, se revela por el
hecho de que el mismo Dios habla y actúa en ambos Testamentos para la salvación de su
pueblo. “Dios habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los
padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien
constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo” (Heb. 1:1, 2).
Reconciliación y adopción son dos de los conceptos más hermosos que registran las
Escrituras. Mediante la reconciliación, el Padre produjo un cambio en nuestra relación con
él. La barrera que habíamos levantado con nuestra horrenda rebelión fue quebrantada por la
poderosa acción del Padre. La reconciliación nos permite «tener entrada por un mismo
Espíritu al Padre» (Efe. 2: 18). El Padre se encargó de franquearnos la entrada cuando
«estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo, no tomándoles en cuenta a los hombres
sus pecados» (2 Cor. 5: 19). ¡El Padre es quien inicia el camino hacia la reconciliación con
sus hijos rebeldes!
El único derecho que nosotros teníamos en nuestra antigua familia era la muerte (Rom. 6:
23, cf. Heb. 2: 14), pero al ser adoptados por el Padre llegamos a ser herederos de nuestro
Padre celestial (Rom. 8: 17) y recibimos una nueva vida, pues las cosas viejas quedaron
atrás (2 Cor. 5: 17).
El profeta Daniel describe el momento en que el «Anciano de días», es decir Dios Padre,
entrega al «hijo del hombre» «dominio, gloria y reino» (Dan. 7: 13, 14). Satanás usurpó la
autoridad del Padre al mostrarle a Cristo «todos los reinos del mundo» y decirle: «Todo
esto te daré, si postrado me adoras» (Mat. 4: 8, 9). Jesús rechazó la gloria ofrecida por el
enemigo y, en cambio, procuró la gloria que viene del Padre: «Mi Padre es el que me
glorifica» (Juan 8: 54).
Durante el desarrollo del gran conflicto entre el bien y el mal, el mismo Satanás ha llegado
a fungir como «un padre». Refiriéndose a esto Jesús dijo: «El padre de ustedes es el diablo;
ustedes le pertenecen, y tratan de hacer lo que él quiere» (Juan 8: 44, DHH). Esas personas
que argumentaban ser «hijos de Dios» (vers. 41), se convirtieron en «hijos del diablo»
porque rechazaron a Cristo (vers. 42), y al hacerlo también rechazaron al Padre, que lo
había enviado (Juan 5: 36; 10: 36).
Aunque Satanás ha actuado de todas las maneras posibles para desvirtuar el carácter del
Padre, el gran conflicto finalizará cuando «toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor,
para gloria de Dios Padre» (Fil. 2: 11).
El Padre en el NT
Tres de las parábolas de Cristo describen la preocupación amorosa que Dios siente por la
humanidad perdida (Luc. 15). La parábola de la oveja perdida enseña que la salvación viene
a nosotros por iniciativa de Dios, y no porque nosotros podamos buscarlo a él. Como un
pastor ama a sus ovejas y arriesga su vida cuando una falta, así también en medida cada vez
mayor, Dios manifiesta su amor anhelante por todo pecador perdido.
Esta parábola también tiene significado cósmico: La oveja perdida representa
nuestro mundo rebelde, un simple átomo en el vasto universo de Dios. El hecho de que
Dios haya entregado el costoso don de su Hijo con el fin de restaurar a nuestro planeta al
redil, indica que nuestro mundo caído es tan precioso a los ojos de él como el resto de su
creación.
La parábola de la moneda perdida destaca el inmenso valor que Dios coloca sobre nosotros
los pecadores.
Y la parábola del hijo pródigo muestra el amor in finito del Padre que le da la bienvenida al
hogar a sus hijos penitentes. Si hay gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente (Luc.
15:7), imaginemos el gozo que el universo experimentará cuando nuestro Señor venga por
segunda vez.
El Nuevo Testamento hace clara la íntima participación que el Padre tiene en el retorno de
su Hijo. Ante la segunda venida, los malvados claman a las montañas y a las rocas: “Caed
sobre nosotros, y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la
ira del Cordero” (Apoc. 6:16). Jesús dijo: “Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de
su Padre con sus ángeles” (Mat. 16:27);"... veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra
del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo” (Mat. 26:64).
Esta doctrina nos permite entender que Dios es un ser personal. Un padre no es un
concepto, una idea o un sentimiento. Por el contrario, es alguien a quien podemos conocer y
a quien podemos acercarnos; alguien con quien podemos comunicarnos y a quien podemos
amar. Debido a que Dios es nuestro Padre, nuestra fe se convierte en algo real y tangible.
El Padre celestial anhela construir relaciones perdurables con todos nosotros. La relación de
un padre con sus hijos es indisoluble y para siempre. Dios nos llama a aceptarlo como el
único que puede darnos salvación y vida eterna. Como nuestro Padre, él se ha
comprometido con nosotros para siempre, y ahora podemos establecer un vínculo
permanente y duradero con él.