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ORACION EN FAMILIA

RENOVÁNDONOS
MARTES, 26 DE ENERO 2021
TERCERA SEMANA DEL TIEMPO LITÚRGICO ORDINARIO
Memoria de los santos Timoteo y Tito, obispos

San Timoteo y San Tito, junto con San Lucas, fueron los fieles colaboradores de San Pablo.
Timoteo, el discípulo amado de San Pablo, era probablemente originario de Listria de Licaonia. Su padre era gentil;
su madre, que se llamaba Eunice, era judía y abrazó el cristianismo junto con la abuela de Timoteo. San Pablo alaba
la fe de esas dos mujeres.
Desde su juventud, nuestro santo se había entregado al estudio de la Sagrada Escritura y, cuando San Pablo se
hallaba predicando en Licaonia, los cristianos de Iconio y Listria le hicieron tales alabanzas del buen natural de
Timoteo, que el Apóstol le tomó por compañero para sustituir a Bernabé. Aquella adopción dio motivo para que el
"Apóstol de las Gentes" pusiera de manifiesto su celo y su prudencia, porque si bien poco antes se había negado a
hacer circuncidar a un tal Tito, cuyos padres eran gentiles, con el propósito de demostrar la libertad del Evangelio y
refutar a quienes sostenían que el rito de la circuncisión seguía siendo un precepto en la Nueva Ley, hizo que se
circuncidaran
En cambio, Timoteo, hijo de una judía, estimando que con ello le haría más aceptable a los ojos de los judíos y, al
mismo tiempo demostraba que no era enemigo de la ley. A San Pablo lo acompaño en sus viajes misionales hasta que
fue designado obispo de Éfeso.
San Tito nació gentil y parece que fue convertido por San Pablo, quien lo llama su hijo en Cristo. Su virtud y méritos
le ganaron el afecto del apóstol, pues encontramos que lo empleaba como secretario. Pablo lo trata como a su
hermano y socio en sus labores, ensalza su celo por sus hermanos y expresa el consuelo que en él encontraba. En una
ocasión declaró que no estaba tranquilo, porque no había encontrado a Tito en Troas. Tito fue compañero de misión
de Pablo desde el principio del apostolado de éste. Fue con Pablo al concilio celebrado en Jerusalén para debatir la
cuestión de los ritos mosaicos; y aunque el apóstol había consentido en la circuncisión de Timoteo para que su
ministerio fuera aceptable entre los judíos, no quiso permitir lo mismo con Tito, por el temor de que así se
justificara el error de ciertos hermanos, que sostenían que las ceremonias prescritas en la ley mosaica no quedaban
abolidas por la ley de la gracia. San Pablo envió a Tito de Éfeso a Corinto para poner fin a varias ocasiones de
escándalo, y también para apaciguar las discordias en aquella Iglesia. Lo recibieron allí con gran respeto, y quedó
satisfecho por lo que se refería a la penitencia y sumisión de los transgresores; pero no consiguieron que acepte de
ellos ningún regalo, ni siquiera su propio sustento. Amaba en singular forma a esa Iglesia; ahí le suplicaron
intercediera con San Pablo para obtener el perdón del hombre incestuoso. Por segunda vez el apóstol lo envió a
Corinto a reunir limosnas para los cristianos pobres de Jerusalén. Todos estos detalles los sabemos por las dos
cartas de San Pablo a los corintios.
San Pablo se detuvo algún tiempo en la isla de Creta para predicar la fe de Jesucristo; pero como las necesidades de
otras Iglesias requerían su presencia en otras partes, consagró obispo a Tito para aquella isla, y lo dejó para que
terminara el trabajo que él había comenzado; podemos juzgar por la importancia del cargo, la gran estima que San
Pablo tenía por su discípulo. Pero más tarde, a su regreso a Europa, el apóstol le ordenó a Tito que lo encontrara en
Nicopolis de Epiro, y que se pusiera en camino tan pronto como Tiquio o Artemas, a quien había enviado para ocupar
su lugar, llegara a Creta. San Pablo envió estas instrucciones a Tito en una epístola canónica dirigida a él. Le
mandaba que designara presbíteros para todas las ciudades de la isla, resumía las principales cualidades de un
obispo, y le daba consejos respecto a su propia conducta para con su rebaño, exhortándole a que mantuviese una
estricta disciplina entre los cretenses, de los que Pablo tenía una pobre opinión. Esta carta contiene la regla para la
vida episcopal, y podemos considerarla fielmente copiada en la vida de este discípulo. Después de una visita a
Dalmacia, Tito retornó a Creta, y todo lo más que podemos afirmar de él es que terminó su vida laboriosa y santa
con una muerte tranquila, a edad muy avanzada. En Creta siempre se ha considerado a San Tito como el primer
arzobispo de la sede, pero solamente hasta la época del Papa Pío IX fue cuando se le señaló en la Iglesia occidental
una fiesta especial en su honor el día 6 de febrero.
Pablo seguir de la voluntad de Dios, enseñó a sus discípulos a ello.

Conoces Dios, los anhelos de mi corazón.


Yo se bien señor, en quien he puesto mi confianza Dios.
Yo quiero señor, abandonarme totalmente en ti
Poner mis planes delante de ti y agradarte solamente a ti [BIS]

Quiero hacer tu voluntad


En cada día de mi vida
Y que tú sanes mis heridas
De cuando no te conocía
Quiero hacer tu voluntad
Lleno de gozo aquí en mi corazón
Y así vivir abandonado en ti
dueño y amado de mi vida...

Animador o coordinador de la celebración: En el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo.
Todos se santiguan y responden: Amén.
El Señor Jesús, que cautivó el corazón de san Pablo, esté con todos nosotros.

ANTÍFONA DE ENTRADA Sal 95, 3-4


Anuncien la gloria del Señor entre las naciones y sus maravillas a todos los pueblos; porque el Señor es grande y muy
digno de alabanza.

Bendigamos al Señor, que ha querido reunir en su Hijo a todos los hijos dispersos, que se ha dignado habitar en toda
casa consagrada a la oración, hacer de nosotros, con la ayuda constante de su gracia, templo suyo y morada del
Espíritu Santo, y con su acción constante santificar a la Iglesia, esposa de Cristo, representada en edificios visibles,
y, en estos tiempos de dificultades sanitarias, quiere que nuestras casas, nuestras residencias, sean templos, donde
nos invita bondadosamente a la oración y a la mesa de la Palabra, como Cuerpo de Cristo, como Iglesia, que somos y
también como familia, Iglesia doméstica, y ser resplandecientes por la santidad de vida.
TODOS: Bendito sea Dios por siempre.

INVOCACION AL ESPÍRITU SANTO


Espíritu Santo, Tu que nos aclaras todo, que iluminas todos los caminos para que alcáncenos nuestro ideal. Tu que nos
das el don Divino de perdonar y olvidar el mal que nos hacen y que en todos los instantes de nuestras vidas estás con
nosotros. Queremos en este diálogo agradecerte por todo y confirmar que nunca queremos separarnos de Ti, por
mayor que sea la ilusión material.
Resplandezca sobre nosotros, Padre omnipotente, el esplendor de tu gloria, Cristo, luz de luz, y el don de tu Espíritu
Santo confirme los corazones de tus fieles, nacidos a la vida nueva en tu amor.
Danos el Espíritu Santo, para que nos inspire siempre lo que debemos pensar, lo que debemos decir, cómo debemos
decirlo, lo que debemos callar, cómo debemos actuar, lo que debemos hacer, para gloria de Dios, bien de las almas, la
renovación de nuestras vidas, nuestra propia Santificación; la renovación de nuestra sociedad y el bienestar común.
Espíritu Santo, danos agudeza para entender, capacidad para retener, método y facultad para aprender, sutileza
para interpretar, gracia y eficacia para hablar.
Danos acierto al empezar dirección al progresar y perfección al acabar.
Espíritu Santo, tú creas y recreas a la Iglesia sobre la faz de la tierra. Ven y susurra en nuestros corazones la
plegaria que Jesús dirigió al Padre en la víspera de su pasión: “que todos sean uno... para que el mundo crea” y que
cesen en la Iglesia la desconfianza, el desprecio y los malentendidos. Haz que caigan los muros que nos separan, y se
abran nuestros corazones al perdón y a la reconciliación y seamos traídos de regreso de nuestros caminos
extraviados.
Oh Espíritu Santo, Amor del Padre, y del Hijo, danos perseverancia, que no desfallezcamos ante las incomprensiones
y sorderas a los llamados que por nuestro medio realices a los miembros de nuestra comunidad y familia.
¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarnos con María y en María, según el modelo del amado Jesús. E infunde en
nosotros el espíritu de disponibilidad para asumir la voluntad de Dios como a San José. Nos abandonamos sin
reservas a vuestras divinas operaciones, y queremos ser siempre dóciles a vuestras santas inspiraciones. Amén.

ACTO PENITENCIAL
Animador o coordinador de la celebración: invita a los participantes al arrepentimiento:
Hermanos: El Señor Jesús, que nos invita a la mesa de la Palabra, nos llama ahora a la conversión. Al recordar hoy a
estos dos cristianos de los primeros tiempos, Timoteo y Tito, debemos sentirnos en comunión con la Iglesia que,
desde los apóstoles, nos ha hecho llegar la fe de Jesucristo. Por eso comenzamos la celebración oracional pidiendo
perdón por las veces que, con nuestra forma de vivir, hemos roto la comunión con Dios y con los hermanos.
 Tú que nos envías a dar testimonio de ti por todo el mundo. Ten piedad de nosotros
 Tú que nunca abandonas a tu Iglesia. Ten piedad de nosotros
 Tú que siempre estás a nuestro lado animándonos a seguirte. Ten piedad de nosotros
Animador o coordinador de la celebración dice la siguiente plegaria Dios es un Padre misericordioso que, a pesar
de que nosotros nos alejamos de Él, siempre nos espera para darnos el abrazo del perdón, ten misericordia de
nosotros, Señor, Reconcílianos contigo y con los hermanos. Vive en nuestros hogares y en nuestras comunidades y
llévanos a la vida eterna.
TODOS: Amén

ORACIÓN COLECTA
Señor, Dios nuestro, Padre de todos: A través de la fe nos has introducido en la gran familia que es la Iglesia. En
ella queremos vivir como el pez en el agua, enriquécenos con virtudes apostólica, como a los santos Timoteo y Tito.
Tú nos conoces y nos quieres; ocurra lo que nos ocurra, estamos siempre en tus manos. A donde quiera que nos
lleves, tú sabes bien a dónde quieres que vayamos. Te pedimos, Señor, fe y confianza. Concédenos que, viviendo
justa y piadosamente, que tu voluntad sea nuestra, para que pueda conducirnos a tu casa bajo la guía de aquel que
siempre y en todo cumplió tu voluntad: Jesucristo nuestro Señor y Salvador, Tu Hijo, que vive contigo y con el
Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos

DIOS NOS HABLA


PRIMERA LECTURA
Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 1-8
Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, conforme a la promesa de vida que hay en Cristo Jesús, a
Timoteo, hijo querido. Te deseo la gracia, la misericordia y la paz de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor nuestro.
Cuando de noche y de día te recuerdo en mis oraciones, le doy gracia a Dios a quien sirvo con una conciencia pura
como lo aprendí de mis antepasados.
No puedo olvidar tus lágrimas al despedirnos y anhelo volver a verte para llenarme de alegría, pues recuerdo tu fe
sincera, esa fe que tuvieron tu abuela Loida y tu madre Eunice, y que estoy seguro que también tienes tú.
Por eso te recomiendo que reavives el don de Dios que recibiste cuando te impuse las manos. Porque el Señor no nos
ha dado un espíritu de temor, sino de fortaleza, de amor y de moderación. No te avergüences, pues, de dar
testimonio de nuestro Señor, ni te avergüences de mí, que estoy preso por su causa. Al contrario. comparte conmigo
los sufrimientos por la predicación del Evangelio, sostenido por la fuerza de Dios. Palabra de Dios. Te alabamos,
Señor.

SALMO 96 (95), 1-3.7-8.10.

R: Contad las maravillas del Señor a todas las naciones.

Cantad al Señor un cántico nuevo,


cantad al Señor, toda la tierra;
cantad al Señor, bendecid su nombre. R.

Proclamad día tras día su victoria.


contad a los pueblos su gloria,
sus maravillas a todas las naciones. R.

Familias de los pueblos, aclamad al Señor,


aclamad la gloria y el poder del Señor,
aclamad la gloria del nombre del Señor. R.

Decid a los pueblos: “El Señor es rey,


él afianzó el orbe, y no se moverá;
él gobierna a los pueblos rectamente.” R.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Cfr. Mt 11, 25


Aleluya, aleluya. Yo te alabo, Padre-Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la
gente sencilla. Aleluya, aleluya.

EVANGELIO
Escuchemos la lectura del santo Evangelio según san Marcos 3, 31-35
En aquel tiempo, llegaron a donde estaba Jesús, su madre y sus parientes; se quedaron fuera y lo mandaron llamar.
En torno a él estaba sentada una multitud, cuando dijeron: "Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te
buscan".
Él les respondió: "¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?". Luego, mirando a los que estaban sentados a su
alrededor, dijo: "Éstos son mi madre y mis hermanos. Porque el que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano,
mi hermana y mi madre". Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

REFLEXIÓN
Terminadas las lecturas el Animador o coordinador de la celebración entabla un diálogo con reflexión y respuesta a
esa Palabra proclamada y meditada para provecho de todos. Para ello, leamos personalmente los textos que se nos
proclamado. Y preguntarnos ¿Qué dice el texto? ¿Qué nos motiva hacer?
Después de compartir, leer la siguiente reflexión:
Les propongo unas pautas para interiorizar la Palabra de Dios, y como María, meditarla en nuestro corazón, bajarla
de nuestra mente al centro de nuestra existencia, para que renovados en el espíritu, caminemos juntos con Cristo,
en la situación histórica, par que alcancemos una Iglesia fraterna y renovemos la sociedad.
El tema de los "hermanos" de Jesús siempre ha suscitado una polémica entre los exégetas y en el pueblo cristiano.
Tiene implicaciones obvias acerca del nacimiento virginal del Salvador. Para Marcos; lo importante es la novedad de
la comunidad cristiana: va más allá de los vínculos de sangre y se centra en la voluntad del Padre. Por eso, el apóstol
Pablo se regocijó colaborar con Timoteo y Tito, hombres de gran confianza que lo acompañaron en importantes
misiones. Ellos no pertenecían a la familia del apóstol y, de hecho, provenían de familias que fueron paganas y de
otras maneras muy distintas de la estirpe de Pablo. Pero, como él, intentaron cumplir la voluntad del Padre con todas
sus fuerzas. También nosotros somos hermanos y hermanas no porque nacimos de la misma familia o raza, sino
porque tenemos la misma fe.
Con las palabras: “Querido hijo”, comienza la carta que San Pablo dirige a Timoteo. Hay una cercanía, un cariño y una
profundidad espiritual tremendas en ella. Timoteo es un hijo querido a quien se siente entrañablemente unido Pablo.
La fe compartida en Cristo y el amor que nace de saberse hermanos en Él, crea unos lazos muy profundos. Pero aún
más que hermanos: entre Pablo y Timoteo hay una relación de padre a hijo. Pablo ha sido padre en la fe y en la
vocación de Timoteo; también ha sido Pablo quien impuso sus manos sobre Timoteo, compartiendo con él el envío
recibido por el Espíritu. Aunque no es el único que le vio nacer en la fe: también su madre y su abuela, a las que
también alude la carta…
Y es que la fe, al igual que cada modo concreto de vivirla, aunque son dones en último término de Dios, los recibimos
de otros que nos los transmiten: nuestros padres, madres o abuelos en la fe y en la vocación. La vivencia de la fe, al
igual que las llamadas de Dios, nos llegan mediadas por otros que, en momentos o etapas concretas de nuestra
historia personal, nos ayudaron a vivirlas compartiendo con nosotros sus propias vivencias de fe.
Todos podemos recordar a esas personas. Es un buen día hoy para dar gracias a Dios y pedirle por ellos y ellas. Y si
podemos también, para darles las gracias directamente.
También es un buen día para recordar a otros a los que nosotros hemos transmitido nuestra fe o la inquietud de una
posible llamada de Dios. Oremos, como Pablo, por ellos, alegrémonos con ellos, demos gracias a Dios por ellos. Y
continuemos transmitiendo el Espíritu con nuestra vida, nuestras manos y nuestra palabra a todos los que podamos,
“reavivando” así “el don recibido de Dios”. Y a seguir tomando parte “en los duros trabajos del Evangelio”. Que el
Señor, y los Santos Timoteo y Tito, nos ayuden a hacerlo.
Pues, al igual que Jesús, que se hace ayudar en su tarea misionera, enviando a setenta y dos discípulos para que
vayan de dos en dos a prepararle el camino, todos debemos ser preparados del camino para el encuentro del hombre
con Dios. El Documento de Aparecida nos dice: “La pastoral de la Iglesia no puede prescindir del contexto histórico
donde viven sus miembros. Su vida acontece en contextos socioculturales bien concretos y allí nace la necesidad, en
fidelidad al Espíritu Santo que la conduce de una renovación eclesial que implica reformas espirituales y pastorales
y también institucionales. La conversión de todos nos lleva también a vivir y promover una espiritualidad de
comunión y participación proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el
cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas, y los agentes pastorales, donde se
construyen las familias y las comunidades. La conversión pastoral requiere que las comunidades sean comunidades de
discípulos misioneros en torno a Jesucristo, Maestro y Pastor. De allí nace la actitud de apertura, de diálogo, y
disponibilidad para promover la corresponsabilidad y participación efectiva de todos los fieles en la vida de las
comunidades cristianas” (DA 367-368).
Esta participación y comunión, parte de, ante todo rezar a Dios, pidiéndole que envíe obreros a la mies. El campo
está preparado para la siega, pero faltan obreros que quieran trabajar en la proclamación del Evangelio; y que
tengan el estilo que Cristo enseña: fieles, disponibles; llenos de la misión a la que los envía: anunciar que el Reino de
Dios está cerca.
La comunidad, nacida del anuncio evangélico, reconoce que es convocada por la palabra de aquellos quienes fueron los
primeros en vivir la experiencia del Señor y fueron enviados por él. Sabe que se puede apoyar sobre la conducta de
los Doce, así como de los que, poco a poco, se asocian a ellos y son sus sucesores en el ministerio de la Palabra y el
servicio de la comunión.
En consecuencia, pues, la comunidad se siente comprometida a transmitir a los demás la “gozosa nueva” de la
presencia actual del Señor y de su misterio pascual, que se opera en el Espíritu.
Esto se evidencia claramente en las carta paulinas: “Os he transmitido lo que yo mismo he recibido” (1C 15,3). Y esto
es importante. San Pablo sabe que al principio fue llamado por Cristo, y por tanto es un verdadero apóstol y, sin
embargo, lo que cuenta fundamentalmente, también para él, es la fidelidad a lo que ha recibido. No quería él
“inventar” un nuevo cristianismo, que podríamos llamar “paulino”. Sino que él mismo insiste: “Os he transmitido lo que
yo mismo he recibido”. Transmitió el don inicial que viene del Señor y que es la verdad que salva. Más adelante, hacia
el final de su vida, escribe a Timoteo: “Eres el depositario de esta buena nueva. Guarda este tesoro en toda su
pureza con la ayuda del Espíritu Santo que habita en nosotros” (2Tm 1,14).
La fe en Jesucristo, que establecieron Iglesias por toda la Judea y muy pronto, esparcidos por el mundo, anunciaron
la misma doctrina y una misma fe a todas las naciones, y en ellas fundaron la Iglesia casi en todas las ciudades. A
partir de éstas, las demás Iglesias intercambiaban, comunicaban y propagaban su fe y las semillas de la doctrina, y
para ser verdaderas Iglesias prosiguen este intercambio y comunicación. Es de esta manera que también ellas
reciben el nombre de apostólicas en tanto que descendientes de la Iglesias de los apóstoles.
Esta realidad, asumida con fe nos lleva a vivir lo que Marcos, acabando el capítulo tercero del evangelio, con este
breve episodio, coloca como protagonistas, esta vez en un contexto diferente del anterior, a los familiares, teniendo
presente la estrechez de relaciones desde la fe y no solo desde la sangre. Los “hermanos” en el lenguaje hebreo son
también los primos y tíos y demás familiares. Esta vez sí se dice que estaba su madre.
Las palabras de Jesús, que parecen como una respuesta a las dificultades de sus familiares que leíamos anteayer,
donde se querían llevar a Jesús por considerarlo fuera de sitio, loco, nos suenan algo duras. Pero ciertamente no
desautorizan a su madre ni a sus parientes. Lo que hace es aprovechar la ocasión para decir cuál es su visión de la
nueva comunidad que se está reuniendo en torno a él. La nueva familia no va a tener como valores determinantes ni
los lazos de sangre ni los de la raza. No serán tanto los descendientes raciales de Abraham, sino los que imitan su
fe: “El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano y mi hermana y mi madre”.
Uno de los fundamentos de la fe: la obediencia a la voluntad de Dios. “Mira, oh Dios, he venido para hacer tu
voluntad” (He 10,10). La Ley antigua no era capaz de salvar a la gente. Podía solo señalar dónde y cuándo se cometía
pecado, pero no lo perdonaba. Por eso los sacrificios tenían que repetirse. El sacrificio que realmente perdonó el
pecado fue el de Cristo, porque fue ofrenda y oblación personal de sí mismo, y así tocó el corazón de Dios.
Jesús nos asegura que lo que nos acerca a Dios y nos hace sus parientes y familiares es el hacer la voluntad del
Padre. Esto es lo que realmente importa, más que los lazos de sangre. Esta misión fue la médula misma y el
significado profundo de la vida y de la muerte de Jesús. Y debemos rogar al Señor que podamos participar
ampliamente de su misma fidelidad.
Nosotros, como personas que creemos y seguimos a Cristo, pertenecemos a su familia. Esto nos llena de alegría. Por
eso podemos decir con confianza la oración que Jesús nos enseñó: “Padre nuestro”. Somos hijos y somos hermanos.
Hemos entrado en la comunidad nueva del Reino.
En ella nos alegramos también de que esté la Virgen María, la Madre de Jesús. Si de alguien se puede decir que “ha
cumplido la voluntad de Dios” es de ella, la que respondió al ángel enviado de Dios: “Hágase en mi según tu Palabra”.
Ella es la mujer creyente, la totalmente disponible ante Dios.
Incluso antes que su maternidad física, tuvo María de Nazaret este otro parentesco que aquí anuncia Cristo, el de la
fe. Ella acogió antes al Hijo de Dios en su mente por medio de la fe que en su seno por su maternidad.
María para nosotros buena maestra, porque fue la mejor discípula en la escuela de Jesús. Y nos señala el camino de
la vida cristiana: escuchar la Palabra, meditarla en el corazón y llevarla a la práctica.
El que cumple la voluntad de Dios ése es mi hermano y mi hermana y mi madre. Éste fue un elogio grande que Jesús
hizo de la Virgen María, pues ninguna persona humana ha cumplido la voluntad de Dios como Ella. Su fiat fue
sumamente meritorio y eficaz para la salvación de los hombres.
En la voluntad de Dios está la vida, no podemos dudar lo más mínimo de que nada encontraremos que nos sea más útil
y provechoso que aquello que concuerda con el querer divino. Por tanto, si en verdad queremos conservar la vida de
nuestra alma, procuremos con solicitud no desviarnos en lo más mínimo de la voluntad de Dios.
El Señor conoce mejor que el hombre lo que conviene en cada momento, lo que ha de otorgar, añadir, quitar,
aumentar, disminuir, y cuándo lo ha de hacer.
El abandono en Dios lleva consigo una confianza en Él sin límites. Por él se ve a Dios, como un Padre providente, en
todos y en cada uno de los momentos de la propia existencia, también en la cruz y en la tribulación. Eso es lo único
que puede guardar siempre nuestras vidas en una gran paz y alegría.
Ese es el camino de la santidad, del cristiano, es decir, que se cumpla el plan de Dios, que la salvación de Dios se
realice. Lo contrario comenzó en el Paraíso, con la no obediencia de Adán. Y esa desobediencia trajo el mal a toda la
humanidad. También los pecados son actos de no obedecer a Dios, de no hacer la voluntad de Dios. En cambio, el
Señor nos enseña que ese es el camino, no hay otro. Empieza ya con Jesús en el Cielo, con su voluntad de obedecer al
Padre. Pero, en la tierra comienza con la Virgen.
¡No es fácil cumplir la voluntad de Dios! No fue fácil para Jesús que, en esto fue tentado en el desierto y también
en el Huerto de los Olivos donde, con agonía en el corazón, aceptó el suplicio que le esperaba. No fue fácil para
algunos discípulos, que lo abandonaron por no entender qué era hacer la voluntad del Padre (Jn 4,34). No lo es para
nosotros, desde que cada día nos ponen en bandeja tantas opciones. Hoy cuando la sociedad, los legisladores,
presentan la voluntad, con sus leyes, de fomentar la cultura de la muerte, legislando sobre el aborto, la eutanasia, lo
que va en contra de la naturaleza humana, nos corresponde ver la voluntad de Dios: la vida.
Los cristianos hemos recibido el encargo de ser apóstoles en el mundo, testigos de la verdad. Nuestro ideal debería
ser que todos conozcan a Cristo, y crean en El.
Nos viene bien escuchar las palabras de ánimo a Timoteo: “No tengas miedo de dar la cara por nuestro Señor, toma
parte en los duros trabajos del Evangelio”…
Jesús también nos da ánimos, asegurándonos que las fuerzas para esta misión nos vienen de su presencia de
Resucitado en medio nuestro.
Para concluir, si consideramos juntamente las figuras de Timoteo y de Tito, nos damos cuenta de que lo más
importante es que san Pablo se sirvió de colaboradores para el cumplimiento de sus misiones. Él es, ciertamente, el
Apóstol por antonomasia, fundador y pastor de muchas Iglesias. Sin embargo, es evidente que no lo hacía todo él
solo, sino que se apoyaba en personas de confianza que compartían sus esfuerzos y sus responsabilidades.
Conviene destacar, además, la disponibilidad de estos colaboradores. Las fuentes con que contamos sobre Timoteo y
Tito subrayan su disponibilidad para asumir las diferentes tareas, que con frecuencia consistían en representar a
san Pablo incluso en circunstancias difíciles. Es decir, nos enseñan a servir al Evangelio con generosidad, sabiendo
que esto implica también un servicio a la misma Iglesia.
Por ello, en estos momentos de la historia, cuando el aborto, la eutanasia, el matrimonio entre iguales, el descarte, el
excluir, el partidismo y polarísmo, y otros elementos que van contra el hombre y su vida en comunidad, se colocan
como elemento de ley, acojamos la recomendación que el apóstol san Pablo hace a Tito en la carta que le dirige: "Es
cierta esta afirmación, y quiero que en esto te mantengas firme, para que los que creen en Dios traten de sobresalir
en la práctica de las buenas obras. Esto es bueno y provechoso para los hombres" ( Tt 3, 8). Con nuestro compromiso
concreto, debemos y podemos descubrir la verdad de estas palabras, y realizar en este tiempo... obras buenas para
abrir las puertas del mundo a Cristo, nuestro Salvador.
El Apóstol recuerda al discípulo de dónde viene su fe sincera: la recibió del Espíritu Santo a través de su madre y
de su abuela. Son las madres, las abuelas, las que trasmiten la fe. Una cosa es trasmitir la fe y otra es enseñar las
cosas de la fe. La fe es un don. La fe no se puede estudiar. Se estudian las cosas de la fe, sí, para entenderla mejor,
pero solo con el estudio no se llega a la fe. La fe es un don del Espíritu Santo, un regalo, que va más allá que
cualquier preparación. Y es un regalo que pasa a través del hermoso trabajo de las madres y abuelas, ese bonito
trabajo de las mujeres de una familia, puede ser incluso la empleada doméstica o una tía las que trasmiten la fe.
Tenemos que pensar si las mujeres de hoy tienen esta conciencia del deber de trasmitir la fe. Pablo invita a
Timoteo a reavivar el don de Dios, evitando las vacías discusiones paganas y mundanas. Todos hemos recibido el don
de la fe. Debemos protegerlo para no aguarlo, para que siga siendo fuerte con el poder del Espíritu Santo, que nos lo
regaló. Y la fe se protege reavivando el don de Dios. Si no procuramos cada día reavivar ese regalo de Dios,
entonces la fe se debilita, se diluye, acaba siendo una especie de cultura: Sí, claro que soy cristiano, por supuesto:
solamente una cultura. O una gnosis, un conocimiento: Si, conozco bien todas las cosas de la fe, me sé el catecismo.
Ya, pero ¿cómo vives tu fe? De ahí la importancia de reavivar cada día este don, este regalo: hacerlo vivo.
Son contrarias a la fe viva —dice San Pablo— dos cosas: el espíritu cobarde y la vergüenza. Dios no nos dio un
espíritu cobarde. El espíritu cobarde va contra el don de la fe, no lo deja crecer, ni que siga adelante, ni que sea
grande. Y la vergüenza es este pecado: Sí, tengo fe, pero la tapo, para que no se vea mucho. Un poco de acá, un poco
de allá: como dirían nuestros mayores, un barniz de fe, porque me avergüenzo de vivirla en serio. Pues esa no es la
fe: ni cobardía ni vergüenza.
¿Y entonces qué es? Es un espíritu de fuerza, caridad y prudencia. Eso es la fe. El espíritu de prudencia es saber
que no podemos hacer todo lo que nos dé la gana, significa buscar caminos, maneras de llevar adelante la fe, pero
con prudencia.
Pidamos al Señor la gracia de tener una fe sincera, una fe no negociable, a merced de las oportunidades que se
presenten. Una fe que cada día procuro reavivar o, al menos, pido al Espíritu Santo que la reavive de modo que pueda
dar mucho fruto.

Preguntémonos: Después de escuchar la palabra de Dios y para hacerla propia, preguntémonos:


 ¿Qué te resuena en el corazón al leer este evangelio?
 ¿De quiénes has recibido el anuncio de vida nueva con su vida, testimonio, palabras?
 ¿Cómo vives hoy tu ser discípulo misionero?
Hermanos: que las respuestas a estas preguntas nos ayuden, tomando como ejemplo a Pablo, a predicar con nuestra
vida y valentía a Nuestro Señor Jesucristo; y seamos capaces de decirle: “Señor, ¿qué quieres que haga?” (Hch
20,10).

LA PALABRA SE HACE ORACIÓN


Animador o coordinador de la celebración: Después de escuchar la Palabra de Dios, oremos, a Dios, Padre de
todos los hombres, pidiéndole que sepamos cumplir siempre su voluntad.
Padre de bondad, Tú que eres rico en amor y misericordia, que nos enviaste a tu Hijo Jesús para nuestra salvación,
escucha a tu iglesia misionera.
Que todos los bautizados sepamos responder al llamado de Jesús: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis
discípulos”.
Fortalece con el fuego de tu Espíritu a todos los misioneros, que en tu nombre anuncian la Buena Nueva del Reino.
María, Madre de la Iglesia y estrella de la evangelización, acompáñanos y concédenos el don de la perseverancia en
nuestro compromiso misionero.
Que la Iglesia cumpla siempre y en todo momento la voluntad de Dios. Los jóvenes estén dispuestos a entregar su
vida en el ministerio sacerdotal. Que pueblos de la tierra superen todo lo que les desune y promuevan todo cuanto
les acerca. Que los que odian, los resentidos y amargados, descubran que la felicidad se encuentra en el perdón.
Que todos nosotros sepamos perdonar como Dios mismo nos perdona, que estemos siempre cercanos a Jesús
buscando con él, y con su madre María, la voluntad del Padre.
Señor y Dios nuestro, que nos tienes un lugar reservado en el seno de tu familia, guarda con amor a tu
pueblo y concédele vivir siempre llevando a cabo tu voluntad. Por Jesucristo nuestro Señor.

Animador o coordinador de la celebración: Elevando nuestros corazones al cielo y guiados por el Espíritu Santo,
digamos: Padre nuestro…

COMUNIÓN ESPIRITUAL
Hagamos nuestra oración de comunión:
Jesús mío, creo que estás presente en el santísimo sacramento de altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo
recibirte en mi alma. Pero no pudiendo recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente a mi corazón. Y,
como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno todo a vos. No permitas que jamás me separe de ti.
Luego de un momento de silencio, durante los cuales vamos a comprometernos a después de orar, y cada que lo haga,
evitar aquello que crea división en la familia, en el lugar de trabajo o estudio, en la comunidad o sector donde vive,
que busquemos, leyendo la Palabra de Dios y meditándola, hacer la voluntad de Dios, promoviendo la cultura de la
vida.
Y ahora, como hijos confiados dirijámonos a María santísima, Madre de Dios, diciendo:
María, Madre de Consolación, que nos enseñas con tus silencios a cultivar nuestra fe buscando a tu Hijo Jesús en lo
profundo de nuestro corazón y en la entraña de las circunstancias de la vida. Tú eres nuestra Maestra,
enseñándonos a incorporar en nuestra vida tus lecciones. Tú eres nuestra Madre, no nos dejes en los tiempos de
dificultad. Tú eres nuestra guía, acompáñanos en el caminar de la vida, y dirige nuestros pasos por sendas de justicia
y verdad. Tú eres la gloria de la Iglesia. Tú la alegría de los hombres de buena voluntad, tú eres el orgullo santo del
género humano. Dios se complace de ti, bendita eres de Dios por Cristo nuestro Señor.
Y tú, San José, seguidor de Dios en el ser justo, escuchar y obedecer, contemplar y vivir con Jesús y María,
anímanos en el camino que nos plantea la Palabra de Dios. Amén.

Después de un momento conveniente de oración en silencio, concluye diciendo, con las manos juntas:
OREMOS
Dios y Padre nuestro: Tú nos has dado una tierra y un mundo que tenemos que dominar y desarrollar conforme a tus
sabios planes. Y tú quieres que unamos fuerzas para la construcción del Cuerpo de Cristo. Que ojalá sepamos hacerlo
así con la fuerza de Jesús mismo y haz de esta Iglesia y de este mundo una comunión de fe y esperanza, de amor y
paz, como un signo claro y un camino seguro hacia tu alegría y felicidad, que durará para siempre
Padre, mira el Corazón de tu amantísimo Hijo, nuestro Señor Resucitado, y las alabanzas y satisfacciones que te
ofrece en nombre de los pecadores y perdona a los que imploran tu misericordia, a ti nos dirigimos en nuestra
angustia; te pedimos con fe que mires compasivamente nuestra aflicción, Mora en cada uno de nuestros corazones,
en cada enfermo del hospital, en todo el personal médico, en los sacerdotes, religiosos y religiosas dedicados a la
pastoral de la salud, en los gobernantes de las naciones y líderes cívicos, en la familia que está en casa, en nuestros
abuelos, en la gente encarcelada, afligida, oprimida y maltratada, en personas que hoy no tienen un pan para comer,
en aquellos que han perdido un ser querido a causa del coronavirus u otra enfermedad y consuélalos, sana a los
enfermos, da paz a los moribundos, concede descanso eterno a los que han muerto por la pandemia del “coronavirus”,
fuerza a los trabajadores sanitarios, sabiduría a nuestros gobernantes y valentía para llegar a todos con amor,
glorificando juntos tu santo nombre.
Amado Jesús, Pastor de pastores, en este tiempo de cambio y confusión, te pedimos que continúes asistiendo y
enriqueciendo a tu Iglesia con el don de las vocaciones.
Amado Jesús, concede a los difuntos de todo tiempo y lugar tu misericordia para que lleguen al cielo, y protege, del
enemigo, a las almas de las personas agonizantes.
Madre Santísima, Madre de la Divina Gracia, y San José, protector de la Iglesia, les pedimos que intercedan ante la
Santísima Trinidad por nuestras peticiones. Amén.

CONCLUSIÓN
Finalmente, signándose de la frente al pecho y del hombro izquierdo al derecho, dice:
El Señor nos bendiga para la misión, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
TODOS: Amén.
CANTAR.
Porque Cristo está presente en mi
porque vivo para hacer su voluntad
para mí no hay temor tristeza ni dolor
el Señor jamás me abandonara hombre:
porque Cristo está presente en mi
porque vivo para hacer tu voluntad
para mí no hay temor tristeza ni dolor
el Señor jamás me abandonara
Jamás, jamás, jamás me faltara
su gran amor no me abandonara
y mi camino seguro esta porque
Cristo a mi lado va
Porque creo que muy pronto volverá
porque sé que la maldad acabara
vivo por mi Salvador y contento siempre
estoy el Señor jamás me abandonara
Jamás, jamás, jamás me faltara
su gran amor no me abandonara
y mi camino seguro esta porque
Cristo a mi lado va
Jamás, jamás, jamás me faltara
su gran amor no me abandonara
y mi camino seguro esta porque
Cristo a mi lado va

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